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LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL

(1833-1874)
Las Regencias y el Problema Carlista (2.1)
Tras la muerte de Fernando VII, hubo dos candidatos al trono español: Isabel,
hija del rey, aún menor de edad, apoyada por los liberales y por su madre
María Cristina; y Carlos María Isidro, hermano del regente y apoyado por los
absolutistas, quienes estaban en contra de la sucesión de Isabel porque
consideraban que la Ley Sálica, que impedía la sucesión femenina, no estaba
derogada por lo que el trono pertenecía a Carlos. Esta lucha por el trono
generó una guerra civil: las Guerras Carlistas en las que los liberales buscaban
la Soberanía Nacional, la igualdad ante la ley y la libertad de propiedad y
actividad económica y fueron apoyados clases medias urbanas, burgueses, la
parte alta de la Iglesia y en el ámbito internacional por Francia, Portugal y Gran
Bretaña. Por otro lado, los carlistas querían los privilegios para la nobleza y el
clero, el absolutismo y la intervención del Estado en la economía y estaban
apoyados por nobles, el clero, oficiales reaccionarios del ejército y tuvieron
escaso apoyo internacional. Las guerras carlistas tuvieron tres conflictos,
aunque solo el primero fue relevante.

1ª Guerra Carlista (1833-1840):


La primera guerra (1833-1840) comenzó tras la publicación del Manifiesto de
Abrantes por parte de Carlos Mª Isidro, en el que anunciaba que lucharía por el
trono. Se dividió en tres etapas.

Primera etapa (1833-1835):

Los carlistas se aliaron con los voluntarios realistas dirigidos por los generales
Zumalacárregui, Cabrera y Maroto. Emplearon la táctica de guerrillas y
conquistaron algunas zonas en Navarra, Aragón y País Vasco pero no
consiguieron unificar territorios y durante el sitio de Bilbao el general
Zumalacárregui murió.

Segunda etapa (1836-1837):

Los absolutistas realizaron expediciones por toda España en busca de apoyos,


pero no tuvieron éxito. También fracasaron durante el segundo sitio de Bilbao,
donde fueron derrotados por el general isabelino Espartero.

Tercera etapa (1837-1840):

Los isabelinos dirigidos por Espartero pasaron a la ofensiva. Por otro lado, los
carlistas, desmotivados por las sucesivas derrotas, se dividieron en ultras,
partidarios de seguir la guerra y dirigidos por Cabrera; y moderados, que
querían acabar con la guerra y dirigidos por Maroto. La opción moderada
venció a la ultra y firmaron la paz con los liberales en el Convenio de Vergara.
Carlos Mª Isidro se exilió a Francia.

2ª Guerra Carlista (1846-1849):


La 2ª guerra carlista, también conocida como guerra de los matiners por su
costumbre de batallar a primeras horas de la mañana se desarrolló
principalmente en Cataluña tras el fracaso de los planes de boda entre Isabel II
y Carlos VI, hijo de Carlos Mª Isidro. No tuvo gran relevancia ya que no pasó de
un conflicto de guerrillas en el que el general Cabrera intentó organizar un
ejército sin éxito. Los carlistas restantes se exiliaron a Francia.

Las Reformas Administrativas Liberales:


Durante el periodo de minoría de edad de Isabel, el reinado del país estuvo
asumido por su madre María Cristina de Borbón y por el general Baldomero
Espartero durante dos regencias en las que hubo dos conflictos: las ya
mencionadas guerras carlistas y el establecimiento de un régimen
constitucional que respondía a los intereses de liberales moderados y
progresistas.

Regencia de María Cristina (1833-1840):


Coincidió con la primera guerra carlista. Declaró la amnistía de los liberales
para reconciliarlos con el nuevo régimen y la desarticulación de los carlistas.
Los primeros gobiernos estuvieron protagonizados por reformistas como Cea
Bermúdez, se aplicaron reformas como la liberalización del comercio y la
división territorial en provincias por Javier de Burgos. En 1834, el poder pasó a
Francisco Martínez de la Rosa, quien elaboró el Estatuto Real para preparar la
transición del absolutismo al liberalismo. Fue una mezcla de reglamento de
Cortes y carta otorgada en la que la reina renunció a algunos de sus poderes y
las Cortes no representaban ni la Soberanía nacional ni tenían capacidad
legislativa plena, sino que eran una tercera vía entre liberalismo y absolutismo.
No satisfizo las expectativas de los liberales más radicales y se dividieron en
progresistas y moderados, a los que fue ofrecido el gobierno.

Los Gobiernos moderados no pudieron vencer a los carlistas ni calmar la


oposición progresista al Estatuto Real. Estos organizaron revueltas en las que
solicitaban propuestas más radicales que provocaron el incendio de la fábrica
textil de Bonaplata en Barcelona y la quema de conventos y matanza de frailes
en Madrid. Como consecuencia, el Gobierno pasó al bando progresista liderado
por Juan Álvarez Mendizábal. Fue cesado rápidamente y los nuevos altercados
culminaron con el pronunciamiento militar en la Granja de San Ildefonso,
irrumpiendo en el Palacio Real forzando a la regente a suspender el Estatuto
Real y a restablecer la Constitución de 1812. Se acabó definitivamente con el
Antiguo Régimen. El nuevo Gobierno progresista de Calatrava elaboró una
nueva Constitución: la de 1837 en la que la soberanía se comparte entre el Rey
y las Cortes, la división de poderes consistía en que la Corona mantenía
mayores atribuciones, se reconocían derechos individuales y las Cortes se
dividían en dos cámaras: La cámara alta y la cámara baja. Supuso la vuelta de
la Milicia Nacional.

La Desamortización de Mendizábal:

Mendizábal adoptó una serie de medidas durante su etapa en el Congreso de


Ministros para vencer a los carlistas. La principal fue la desamortización de los
bienes del clero regular mediante la nacionalización y venta en pública subasta
de bienes expropiados. Su objetivo principal era conseguir financiación para
sufragar la deuda pública y los gastos de la guerra civil y crear una clase media
de campesinos propietarios. Sus consecuencias fueron negativas ya que
empobreció a los campesinos que trabajan en las tierras de la Iglesia y los lotes
de tierras solo podían ser comprados por las mayores fortunas. Incrementó la
distancia entre el nuevo régimen liberal y el clero católico que perdió la mayor
parte de sus tierras. Se completó con la desaparición de mayorazgos y
señoríos.

Regencia de Espartero (1840-1843):


El enfrentamiento entre progresistas y María Cristina por la ley de
Ayuntamientos, por la que ella elegiría a los alcaldes, sumado al matrimonio
morganático que había contraído dos meses después de enviudar, y que
presentaba dudas sobre la legitimidad de su regencia por el testamento de
Fernando VII, la obligó al destierro en 1840. El general Baldomero Espartero
fue elegido por las Cortes como nuevo regente. Impuso un liberalismo
autoritario liderado por los ayacuchos, militares que participaron en la guerra de
independencia hispanoamericana. Los gobiernos de este periodo recortaron los
fueros vasco-navarros, retomaron la desamortización, adoptaron medidas que
beneficiaron a la burguesía rural y un sistema comercial tendente al librecambio
con Reino Unido, que generó enfrentamientos con la industria textil catalana.
Ellos reivindicaron mayor protección para sus productos, lo que generó una
insurrección que finalizó con el bombardeo de Barcelona. Esto mermó el
prestigio de Espartero y tras una insurrección general su regencia llegó a su fin
en 1843. Espartero se exilió en Londres e Isabel fue proclamada mayor de
edad para que pudiera reinar como Isabel II y evitar otra regencia.
La Década Moderada (2.2)
En 1843 Isabel II fue proclamada mayor de edad para que pudiera reinar y así
evitar otra regencia. Su reinado se caracterizó por una transformación de la
economía. Fue un periodo marcado por la centralización del poder político con
un tono moderado y por el reinicio en las relaciones entre Iglesia y Estado a
través de la firma de un Concordato. Los progresistas se mantuvieron en la
oposición excepto en el Bienio Progresista. El reinado de Isabel II estuvo
dividido en tres etapas: la década moderada, el bienio progresista y la fase final
de su reinado.

Década Moderada (1844-1854):


Durante la década moderada (1844-1854), los moderados dirigidos por
Narváez llegaron al poder a través de un levantamiento contra Espartero.
Isabel II fue colocada en el centro de la vida política pese a su inexperiencia al
ser nombrada reina y la inestabilidad se convirtió en un rasgo característico de
este periodo. En 1845 aplicaron la ley de Ayuntamientos rechazada por los
progresistas durante la regencia de María Cristina, por la que los alcaldes
pasaban a ser elegidos por la corona. El clima revolucionario procedente de los
acontecimientos europeos de 1848 se trasladó a una parte de los progresistas,
demócratas y republicanos y repercutió durante el Gobierno de Narváez, quien
conocía el ambiente conspirativo e hizo aprobar una ley en las Cortes que le
permitía suspender las garantías constitucionales y disolver las Cámaras. Esto
provocó sublevaciones y una radicalización de los progresistas por falta de
perspectivas electorales que los dividió hacia la izquierda originando el partido
Demócrata en 1849.

Isabel II y el Carlismo:
En la década moderada se produjo la segunda guerra carlista, o guerra de los
matiners por la costumbre de batallar a primeras horas de la mañana, (1846-
1849) precedida por una grave crisis agraria y por el acuerdo de matrimonio
frustrado entre Isabel II y Carlos VI, hijo de Carlos Mª Isidro. No tuvo gran
importancia ya que no pasó de una guerra de guerrillas con la que hicieron
frente a los intentos de organización de nuevas tropas carlistas por parte de
Cabrera.

La Constitución de 1845:
En 1845 se creó una nueva Constitución mediante la que se impuso la
ideología, instituciones y orden de los moderados. Se caracterizó por una
Soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, el Sistema de representación
consistía en una doble Cámara formada por el Congreso de los Diputados y el
Senado, el rey tenía iniciativa legislativa y nombraba al jefe de Gobierno y a
una parte del Senado, los alcaldes pasaban a ser elegidos por la Corona, se
desmovilizó y sustituyó la Milicia Nacional por la Guardia Civil, se reconoció el
carácter oficial de la religión y se reconoció la libertad de imprenta. Esta
Constitución fue el paradigma realista del moderantismo decimonónico (fue el
claro ejemplo de cómo era la política del s. XIX). Tuvo vigencia durante la
Década Moderada y los doce años siguientes al Bienio Progresista.

El Concordato con la Santa Sede:


La desamortización de Mendizábal había creado tensión entre el Estado y la
Iglesia. Para solucionarlo, se firmó un Concordato en 1851 que constituyó la
base jurídica de las relaciones entre España y el Vaticano. Además, se produjo
una racionalización administrativa eclesiástica que supuso la reducción de las
diócesis, se estableció la formación de los sacerdotes, se confirmó como único
matrimonio válido el celebrado mediante la Iglesia, y el pago a los ministros
eclesiásticos. Supuso el reconocimiento de carácter confesional del Estado
español con la prohibición de otros cultos y el compromiso de la Iglesia para no
acometer la recuperación de los bienes desamortizados.

La Centralización:
La obra de los moderados fue una política centralizadora que continuaba la
tradición borbónica y el modelo napoleónico francés con un orden jurídico
unitario plasmado en el nuevo Código Penal que supuso la abolición de los
fueros particulares en 1851 y dotó a la Guardia Civil de una estructura militar.

La Reforma Fiscal:
Alejandro Pidal y Mon sustituyó los impuestos tradicionales por los de
contribución territorial sobre la propiedad agraria, los bienes inmuebles y la
actividad industrial y estableció el impuesto de consumos. Fue la reforma fiscal
más importante de toda la historia de España en el s. XIX.

El Fin de la Década Moderada:


En Francia se produjo un movimiento revolucionario que provocó que Bravo
Murillo, quien presidió el Consejo de Ministros, disolviera las Cortes. Trató de
establecer un sistema político con una nueva Constitución que reducía aún
más la participación ciudadana en la política. Esta reforma alarmó a los propios
moderados, quienes se aliaron con los progresistas y lograron que la reina
destituyera a Bravo Murillo. Finalmente, la crítica a la vida privada de la reina
por la prensa y la subida del precio del grano generaron un clima de tensión
política y social que desembocó en el pronunciamiento de 1854 y supuso la
transición de la Década Moderada al Bienio Progresista.

El Bienio Progresista (2.3)


Desde 1850 el autoritarismo y la corrupción de los gobiernos moderados como
el de Bravo Murillo fue en aumento sumado a la oposición de los carlistas,
progresistas y el partido Demócrata. Los demócratas exigían el sufragio
universal y la intervención del Estado en las relaciones laborales y participaron
en diversas insurrecciones con los progresistas que desembocaron en el
pronunciamiento de O’Donnell en 1854 para derribar al Gobierno. Significó el
comienzo del Bienio Progresista.

El pronunciamiento, también conocido como Vicalvarada, tuvo lugar en


Vicálvaro y atrajo a amplias capas populares progresistas y demócratas con la
publicación del Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas del Castillo,
en el que se pedía el restablecimiento de la Milicia Nacional. Se formaron
Juntas revolucionarias y la reina encargó a Espartero, que no había participado
en la revolución, la formación de un nuevo Gobierno al frente de los
progresistas.

Las reformas más significativas de este nuevo Gobierno fueron: la


desamortización civil de Pascual Madoz que afectó a los bienes de propiedad
municipal. Fue la más importante en cuanto a ventas y significó la desaparición
de los bienes de manos muertas. Arruinó a muchos ayuntamientos y las clases
menos pudientes resultaron muy perjudicadas porque dejaron de disfrutar de
los terrenos comunales. Además se restauraron las leyes e instituciones de la
década de 1830, se aprobó la Ley General de Ferrocarriles y una Ley de
Sociedades bancarias y Crediticias, y se elaboró una Constitución nonata en
1856. Este periodo padeció una seria conflictividad social y concluyó con la
destitución de Espartero por O’Donnell.

La vuelta al Moderantismo y la unión Liberal (1856-1868):


En los años siguientes a la finalización del Bienio se sucedieron varios
Gobiernos moderados y la Unión Liberal entró a la política. La Unión Liberal se
decantó por un constitucionalismo moderado y la promoción del desarrollo
económico. Contaban con figuras como Cánovas del Castillo, Serrano o Prim.

El Bienio Moderado (1856-1858):


Tras un breve Gobierno de O’Donnell, la reina confió la presidencia del Consejo
de Ministros a Narváez dando comienzo a un Bienio Moderado (1856-1858). Se
caracterizó por la vuelta a las instituciones anteriores al Bienio Progresista y se
aprobó la Ley Moyano de 1857 con la que se ordenaba el sistema educativo.

La Unión Liberal y el Gobierno largo de O’Donnell (1858-1863):


Con el regreso de O’Donnell en 1858 la Unión Liberal protagonizó la solución
política al reinado de Isabel II a través de una importante estabilidad política en
un periodo conocido como el Gobierno largo de O’Donnell. Los intentos de
cambiar este sistema terminaron en fracaso y la estabilidad se vio favorecida
por el progreso económico. Los unionistas potenciaron la expansión del
ferrocarril, la industria metalúrgica y favorecieron la entrada de empresas e
inversiones de capital extranjero.

La política exterior:

En cuanto a la política exterior, la mayoría de las veces actuaron de acuerdo a


los beneficios de Francia y Reino Unido como en la Conchinchina, en la guerra
de Marruecos y la intervención en el intento fallido de recuperar Santo
Domingo.

Disolución del régimen isabelino: Crisis política y económica


Desde 1863 hubo gobiernos moderados y unionistas inestables y autoritarios
presididos por O’Donnell o Narváez. La situación se agravó por la depresión
económica. La oposición se reforzaba en el ámbito universitario y culminó con
la noche de San Daniel (1865), una protesta estudiantil por expulsar al rector
de la Universidad por no querer expulsar a Castelar por motivos políticos que
acabó con varios muertos y heridos a manos de la Guardia Civil, y la
sublevación del cuartel de San Gil (1866), una sublevación para iniciar un
levantamiento contra la reina. Finalmente, progresistas, demócratas y
republicanos firmaron el Pacto de Ostende con el que derrocaban a Isabel II y
daba comienzo al Sexenio Democrático.

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