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El derecho: qué es

y cómo es
PID_00247808

David Martínez Zorrilla

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© FUOC • PID_00247808 El derecho: qué es y cómo es

David Martínez Zorrilla

Doctor en Derecho. Profesor Agre-


gado de los Estudios de Derecho y
Ciencia Política de la UOC.

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Índice

1. El derecho como sistema normativo coactivo


institucionalizado.............................................................................. 5
1.1. El derecho como sistema ............................................................ 5
1.2. El derecho como sistema normativo .......................................... 9
1.3. El derecho como sistema coactivo .............................................. 11
1.4. El sistema jurídico como sistema institucionalizado .................. 12

2. La norma jurídica.............................................................................. 14
2.1. Usos del lenguaje y las normas .................................................. 15
2.1.1. Los usos del lenguaje ..................................................... 15
2.1.2. Tipología y estructura de las normas (jurídicas):
normas constitutivas y prescripciones .......................... 18
2.2. Las normas jurídicas como prescripciones. Problemas ............... 21

3. Validez y aplicabilidad de las normas jurídicas........................ 26


3.1. El concepto de validez jurídica ................................................... 26
3.2. Criterios de validez jurídica ........................................................ 27
3.3. Pertenencia y aplicabilidad ......................................................... 28

4. La dinámica de los sistemas jurídicos: las normas de


competencia y la derogación.......................................................... 31
4.1. Las normas de competencia ....................................................... 31
4.2. La derogación de las normas jurídicas ........................................ 32

Resumen....................................................................................................... 35
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1. El derecho como sistema normativo coactivo


institucionalizado

El módulo anterior abordaba, en términos generales, cuál es el papel del dere-


cho en nuestras sociedades. Esta es una cuestión que pertenece fundamental-
mente al ámbito de la sociología jurídica. No obstante, aunque todos tenemos
alguna idea intuitiva acerca de qué es el derecho, hasta el momento todavía
no hemos introducido ninguna definición mínimamente rigurosa de lo que
es un sistema jurídico, que explicite cuáles serían sus principales característi-
cas distintivas, y que, entre otras cosas, nos permita diferenciarlo claramente
de otros ámbitos, mecanismos o instrumentos que también guardan relación
con la guía del comportamiento en sociedad, como, por ejemplo, las normas
sociales o morales.

Esta cuestión es abordada por la llamada «teoría general del derecho» que,
entre muchas otras cuestiones relacionadas con la estructura, características
y funcionamiento de los sistemas jurídicos, tiene como uno de sus objetivos
básicos delimitar claramente su objeto de estudio, es decir, qué se entiende por
derecho, ofreciendo una definición que sea al mismo tiempo lo suficientemente
rigurosa como para diferenciarlo claramente de otros ámbitos normativos y
lo suficientemente general como para dar cabida a los múltiples ejemplos y
modalidades de sistemas legales existentes a lo largo y ancho del planeta y
durante las distintas épocas históricas.

Una de las definiciones del derecho más ampliamente aceptadas y que genera Referencia bibliográfica
mayor consenso es la que lo concibe como un sistema normativo coactivo insti-
C.�S.�Nino (1984). Introduc-
tucionalizado. Con ello se destacan cuatro características esenciales: 1) que el ción al análisis del derecho
derecho es un sistema; 2) que tiene naturaleza normativa; 3) que cuenta con (cap. III). Barcelona: Ariel.

un carácter coactivo, y 4) que opera a través de una estructura instituciona-


lizada.

1.1. El derecho como sistema

Es habitual afirmar que el derecho es un «sistema», hasta el punto de que las


expresiones derecho, sistema jurídico o sistema legal suelen usarse como sinóni-
mos. Ahora bien, ¿qué es propiamente un «sistema», y qué nos permite cali-
ficar al derecho como tal?

Un sistema suele definirse como un conjunto de elementos más una estruc-


tura o, dicho con otras palabras, una serie de elementos que guardan alguna
relación entre sí, que es lo que les confiere un cierto orden o estructura inter-
na. También puede definirse, por tanto, como un conjunto ordenado de ele-
mentos.
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El derecho, en consecuencia, no sería un cúmulo sin más de elementos desor-


denados o sin relación alguna que les confiera un cierto orden o estructura,
como podría ser, por ejemplo, el conjunto formado por una manzana, la ciu-
dad de Londres y el número pi, sino que (al menos en principio) sus elementos
están ordenados y relacionados de alguna manera (es por ello que a menudo
también se hace referencia al derecho como «ordenamiento jurídico», resal-
tando la idea de orden o estructura). Un ejemplo sencillo de conjunto orde-
nado (esto es, de sistema) sería, por ejemplo, el conjunto de los cien primeros
números primos, pues existe una relación o propiedad común entre sus ele-
mentos que les confiere un orden (en este caso, tratarse de números enteros
divisibles únicamente por ellos mismos y por uno).

La caracterización del derecho como un sistema plantea por lo pronto dos


cuestiones: ¿qué elementos forman parte del conjunto (o de qué está com-
puesto dicho conjunto)? y ¿qué relación o relaciones guardan los elementos
del conjunto entre sí?

a) La primera pregunta parece tener, a primera vista, una respuesta evidente:


los elementos que conforman el sistema jurídico son normas. Sin embargo,
desgraciadamente la cuestión no es tan simple. Aunque afirmar que el derecho
está compuesto por normas es a grandes rasgos correcto, hay muchas cuestio-
nes que debemos considerar. Como veremos, el término norma no es unívo-
co, sino que puede tener distintos significados, y no todos ellos parecen tener
una conexión directa con el derecho. Por otra parte, incluso entre los senti-
dos de norma que de algún modo pueden ser relevantes para el derecho por
su conexión con la guía del comportamiento humano, es posible diferenciar
entre distintas clases o tipologías de normas, y existe discusión acerca de si se
pueden o no reducir o reconducir a una única categoría. Y en el caso de que
se trate de tipos o categorías irreductibles, también existe debate sobre qué
tipos de normas contiene el derecho. E incluso una vez aclarado este punto,
quedaría por ver qué es lo que confiere a estas normas su carácter «jurídico» o,
con otras palabras, qué es lo que permite diferenciar las normas�jurídicas de
otras normas, como las sociales, las morales o las religiosas. A estas cuestiones
nos referiremos brevemente en el siguiente epígrafe (el derecho como sistema
normativo).

b) Por lo que respecta a las relaciones entre los elementos del conjunto, las que
permiten calificar al derecho como un sistema son fundamentalmente dos: la
relación de deducibilidad y la relación de legalidad.

La relación�de�deducibilidad es de tipo lógico-deductivo, y significa que for-


man parte del sistema jurídico no solo aquellos elementos explícitamente pro-
mulgados o dictados por la autoridad (que suelen ser denominadas «normas
promulgadas»), sino también sus consecuencias lógicas (habitualmente deno-
minadas «normas implícitas o derivadas»). Este tipo de relación parece bas-
tante evidente. Si la autoridad competente dicta la disposición «Se prohíbe
circular a una velocidad superior a 120 km/h por autovías y autopistas», pare-
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ce claro que también estará legalmente prohibido circular a más de 200 km/
h, aunque no exista ninguna disposición explícita que así lo indique. De mo-
do similar, si una disposición explícitamente promulgada establece que «Los
residentes en España están obligados a pagar el impuesto sobre la renta», de
ahí se deriva también que «Los residentes en Segovia están obligados a pagar
el impuesto sobre la renta». La razón es que la norma implícita o derivada se
deduce lógicamente de la primera (la explícita), y sería contradictorio afirmar
que el derecho prohíbe circular a más de 120 km/h pero en cambio no prohí-
be hacerlo a más de 200 km/h, o que los residentes en España deben pagar
el impuesto sobre la renta y sin embargo los residentes en Segovia no tienen
tal obligación.

Conviene tener presente que en no pocas ocasiones las normas implícitas o derivadas
pueden ser resultado de la combinación de varias normas promulgadas y no solo con-
secuencia de una de ellas. Imaginemos el ejemplo siguiente: la autoridad competente
aprueba una disposición (llamémosla D1) que establece «La jornada laboral en los días
festivos no podrá en ningún caso ser superior a 8 horas»; mientras que otra disposición
(D2) determina que «Los domingos tendrán la consideración legal de días festivos». De la
combinación de D1 y D2 se obtiene la norma derivada o implícita D3: «La jornada laboral
en los domingos no podrá ser superior a 8 horas», que no es consecuencia lógica ni de
D1 ni de D2 por separado, pero que también forma parte del sistema (pues sería contra-
dictorio afirmar que D1 y D2 forman parte del sistema y, sin embargo, sostener que no
existe una limitación legal de 8 horas en la jornada laboral de los domingos).

La relación�de�legalidad, por su parte, tiene que ver con el proceso de crea-


ción de los elementos del sistema, razón por la cual también suele ser deno-
minada como relación genética (de génesis, es decir, creación o nacimiento).
La mayoría de elementos que forman parte de un sistema jurídico no están
relacionados entre sí de manera lógico-deductiva o, dicho de otro modo, no se
deducen lógicamente unos a partir de otros, sino que forman parte del derecho
por haber sido creados de determinada manera (conforme a lo que establecen
otros elementos del propio sistema). Por ejemplo, si el Parlamento aprueba
una ley sobre protección medioambiental y esta ley autoriza al Ministerio de
Medio Ambiente a fijar mediante una orden ministerial los límites máximos
de emisiones de gases de efecto invernadero por parte de las industrias, y más
tarde dicho Ministerio aprueba una orden ministerial estableciendo dichos lí-
mites, este formará parte del sistema no porque su contenido se deduzca ló-
gicamente de lo que establece la ley, sino por haber sido aprobado conforme
a ciertos requisitos o condiciones formales y sustantivas (fundamentalmente,
que se trate del órgano competente para dictar la disposición, que se haya se-
guido el procedimiento legalmente establecido para su aprobación y que su
contenido no resulte incompatible con lo dispuesto en normas de rango o je-
rarquía superior).

Esta breve referencia a las dos relaciones básicas que estructuran los sistemas
jurídicos nos permite introducir la distinción entre sistemas estáticos y diná-
micos. Los sistemas�estáticos son aquellos compuestos siempre por los mis-
mos elementos (como en el ejemplo antes expuesto de los cien primeros nú-
meros primos), mientras que los sistemas� dinámicos se caracterizan por la
posibilidad de cambios en los elementos que integran el conjunto, es decir,
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que en ciertos momentos o bajo ciertas circunstancias pueden incorporarse


nuevos elementos al conjunto, o algunos de los elementos que previamen-
te formaban parte del mismo sistema pueden dejar de pertenecer al mismo.
Usando un ejemplo muy simple, un sistema dinámico podría ser el conjunto
formado por las personas que esperan el autobús en una parada determinada.
La relación «esperar el autobús en la parada X» sería lo que relaciona a los ele-
mentos del conjunto y lo que le otorga una estructura, por lo que este puede
ser calificado como un sistema. Pero los elementos que integran el conjunto
van variando con el tiempo, en función de las personas que estén esperando
el autobús, e incluso cabe la posibilidad de que en determinados momentos
se trate de un conjunto vacío (cuando nadie esté esperando).

Si la única relación que estructurase los sistemas jurídicos fuese la de deduci-


bilidad, el derecho sería únicamente un sistema estático, ya que estaría com-
puesto exclusivamente por una serie de elementos explícitos más sus corres-
pondientes consecuencias lógicas. La relación de legalidad es precisamente la
que le otorga un carácter dinámico, pues gracias a ella es posible el cambio
de su contenido a través de la incorporación de nuevos elementos (median-
te la promulgación) y de la eliminación de elementos previamente existentes
(derogación). A estos mecanismos que permiten la dinámica de los sistemas
jurídicos nos referiremos en el apartado 4.

Además, la existencia de relaciones de legalidad entre distintos elementos del


sistema jurídico es un elemento clave (aunque no el único) que diferencia al
derecho de otros conjuntos normativos, como el de la moral, el de las reglas
sociales o el de las normas religiosas. Entre los preceptos y principios de un sis-
tema moral (como, por ejemplo, el deber de cumplir las promesas, la prohibi-
ción de dañar o perjudicar a los demás sin motivo justificado, la obligación de
cuidar y ayudar adecuadamente a las personas que están a nuestro cargo, etc.)
no existen relaciones de legalidad; en otras palabras, el sistema no contiene
preceptos que regulen mecanismos o procedimientos para introducir nuevos
elementos en el sistema o eliminar algunos previamente existentes. De hecho,
es dudoso incluso que la moral pueda ser calificada como un sistema dinámi-
co, ya que parecería estar compuesta por un pequeño núcleo o conjunto de
principios básicos de los cuales pueden deducirse o derivarse los demás ele-
mentos (por ejemplo, de la obligación general de cumplir las promesas puede
derivarse el deber de cumplir los acuerdos o compromisos adquiridos, el deber
de no traicionar, etc.; o de la prohibición de dañar a los demás injustificada-
mente, puede derivarse la obligación de no aprovecharse de las situaciones de
debilidad o vulnerabilidad de otras personas para obtener un beneficio pro-
pio). Tampoco parece que un sistema normativo de tipo religioso (que esta-
blece desde obligaciones acerca del tipo de cultos que se deben realizar y cómo
llevarlos a cabo hasta preceptos relacionados sobre cómo vestir, qué comer o
cómo comportarse) tenga carácter dinámico, porque en principio todos sus
preceptos derivan de lo que una autoridad divina ha establecido, normalmen-
te a través de textos considerados sagrados.
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Las normas religiosas no deben confundirse con aquellos preceptos normativos dictados
por autoridades político-religiosas en regímenes teocráticos. En un régimen político teo-
crático no existe una clara separación entre autoridades políticas y religiosas, por lo que
en muchas ocasiones determinadas autoridades religiosas o sacerdotales tienen también
atribuciones o poderes de tipo político, o viceversa, de manera que pueden dictar normas
legislativas (jurídicas) que están en principio basadas en, o influenciadas por, el credo
religioso de que se trate. Pero en estos casos tales normas son jurídicas, ya que se originan
en las atribuciones políticas de tales autoridades, y para su aprobación o modificación
se siguen los procedimientos legalmente establecidos. En cambio, las normas religiosas
propiamente dichas son las que derivan de los dogmas religiosos del credo de que se trate,
y están dictadas (supuestamente) por la propia autoridad divina. Un ejemplo serían los
Diez Mandamientos en la tradición judeocristiana.

En cambio, en el caso de las normas sociales sí que parece que estamos ante
un sistema dinámico, pues estas evolucionan con la propia dinámica de cada
sociedad, y son variables a lo largo del tiempo y distintas en cada momento y
lugar. Podríamos convenir en que algunas reglas sociales (que son informales
pero no por ello carecen de relevancia o de capacidad para guiar nuestro com-
portamiento) son, entre otras, que hay que saludar a los amigos, compañeros
o conocidos cuando coincidimos con ellos, que hay que utilizar los cubiertos
para comer, que hay que ir vestidos por la calle, que hay que ceder el asiento
a ciertos colectivos de personas, como ancianos o mujeres embarazadas, que
hay que respetar el orden en las colas o que hay que dar una propina en señal
de agradecimiento por un servicio recibido, por usar algunos ejemplos. Pero
estas reglas no son inamovibles, sino que van evolucionando y a lo largo del
tiempo se van introduciendo algunas nuevas y se van eliminando otras que
van quedando desfasadas.

Por ejemplo, en el pasado se consideraba imprescindible que el futuro marido pidiera


permiso al padre de la novia para contraer matrimonio (a pesar de que no era una obli-
gación legal), e incluso en tiempos relativamente recientes se consideraba que en una
pareja era el hombre quien debía invitar siempre a la mujer y, por tanto, quien debía
pagar la cuenta. Algo parecido ocurre si examinamos distintas culturas o sociedades. Por
ejemplo, en algunas se considera una ofensa y una falta de respeto hacia el anfitrión que
el invitado no se coma toda la comida que se le ofrece, mientras que en otras ocurre
precisamente lo contrario (no dejar parte de la comida se considera una ofensa porque
se interpreta como que no se le ha ofrecido suficiente comida o no es lo bastante buena).

En cualquier caso, los elementos que forman parte del sistema de reglas socia-
les no pertenecen al mismo por el hecho de tener entre sí una cierta relación
de legalidad, es decir, por haber sido creados conforme a los criterios o proce-
dimientos establecidos por otros elementos del sistema.

1.2. El derecho como sistema normativo

Todo sistema es un conjunto (ordenado) de elementos. En el caso del derecho,


parece que estos elementos están de algún modo relacionados con la guía del
comportamiento, esto es, parece que, al menos en buena medida, el derecho
está formado por pautas de comportamiento que indican aquello que los des-
tinatarios pueden o no hacer. Tales pautas o guías de conducta suelen deno-
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minarse normas, con lo que el derecho contaría entre sus elementos con una
cantidad considerable de normas. Y es precisamente el hecho de que contenga
normas lo que nos permite calificarlo como sistema�normativo.

Aunque examinaremos más adelante el concepto de norma con mayor detalle Modelos reduccionistas
(en el apartado 2), puede hacerse ya una puntualización importante. Como
Algunos importantes teóricos
sabemos, el derecho no parece ser el único sistema normativo, en el sentido de del derecho, como, por ejem-
que hay otros sistemas (social, moral, religioso…) que cuentan también con plo, John Austin (1790-1859)
o Hans Kelsen (1881-1973), in-
pautas que guían la conducta y establen qué comportamientos son obligato- tentaron crear modelos reduc-
cionistas conforme a los cuales
rios, prohibidos o permitidos. Pero así como tales sistemas parecen estar com- todos los elementos del siste-
ma jurídico podían ser recon-
puestos únicamente por normas de conducta obligatorias para los destinata- ducidos a normas en el sentido
rios, una diferencia significativa es que, si bien resulta indudable que el dere- de pautas obligatorias de con-
ducta, pero estos modelos teó-
cho cuenta con muchas normas en este sentido, no parece que esté compues- ricos resultan demasiado forza-
dos y no parecen dar cuenta
to exclusivamente por estas, y que los sistemas jurídicos cuentan también adecuadamente de la variedad
con otros elementos que no parecen encajar en esta categoría. Por ejemplo, el y complejidad de los sistemas
jurídicos.
artículo 5 de la Constitución española de 1978 establece que «La capital del
Estado es la villa de Madrid». Otros preceptos parecen limitarse a definir un
concepto legal (por ejemplo, el art. 1.2 del Estatuto de los trabajadores de 1980
establece la definición legal de «empresario» en una relación laboral: «A los
efectos de esta ley, serán empresarios todas las personas, físicas o jurídicas, o
comunidades de bienes que reciban la prestación de servicios de las personas
referidas en el apartado anterior»). Ningún jurista duda de que estos precep-
tos forman parte del ordenamiento jurídico español, pero no parecen obligar,
prohibir o permitir ningún comportamiento. Usando otro ejemplo, existen
preceptos legales que establecen las condiciones formales o sustantivas para
que un acto jurídico (como un testamento o un contrato) sea legalmente vá-
lido. Es decir, establece las condiciones para que algo pueda ser considerado
desde el punto de vista legal como (por ejemplo) un «testamento», y de ese
modo pueda desplegar las consecuencias legales correspondientes a ese acto
jurídico (básicamente, decidir a quién corresponden los bienes de una perso-
na tras su fallecimiento). Pero en sentido estricto, tales preceptos no estable-
cen obligación o prohibición alguna. Naturalmente, si se pretende que el do-
cumento tenga efectos legales (y sea considerado como testamento, contrato,
etc. desde el punto de vista jurídico), deberá cumplir los requisitos legalmente
establecidos, pero estos preceptos no nos obligan (ni nos prohíben) a cumplir
esas condiciones (es decir, a celebrar testamentos o contratos válidos), sino que
más bien definen o configuran el concepto legal de testamento o contrato.

De lo anterior podemos extraer la conclusión de que el hecho de que un sis-


tema sea normativo no implica que necesariamente todos los elementos que
lo conforman sean normas, entendidas como pautas obligatorias de conducta
(obligaciones, prohibiciones o permisos).
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1.3. El derecho como sistema coactivo

La idea fundamental del derecho como sistema coactivo es muy simple. A fin
de intentar garantizar o al menos incrementar el grado de eficacia y cumpli-
miento de las normas de conducta, pueden establecerse mecanismos que im-
pliquen el uso de la fuerza (incluso física) o la coacción en caso de incumpli-
miento. Sin estos mecanismos, y a menos que el destinatario haya aceptado
o internalizado la pauta de conducta y la lleve a cabo de manera voluntaria
(por convicción), probablemente las normas serían incumplidas cuando ello
supusiera algún tipo de ventaja para el sujeto. Como vimos en el módulo an-
terior, a través de las normas, y especialmente de los mecanismos para asegurar
su cumplimiento, se intenta modificar la estructura de incentivos para hacer
que lo conveniente o lo racional sea cumplir la norma. Seguramente seré más
proclive a pagar mis impuestos gracias a la existencia de la inspección de tri-
butos y a las sanciones que conlleva no pagarlos; probablemente no conduciré
tan deprisa si sé que hay radares que miden la velocidad y que el exceso de la
misma conlleva multas o incluso sanciones penales, o por mucho que desee
tener el último modelo de teléfono móvil, muy posiblemente me abstenga de
robarlo si sé que ello puede incluso llevarme a prisión.

La idea central, pues, es que el sistema jurídico es un sistema coactivo en


la medida en que cuenta con estructuras, mecanismos, procedimientos
que pueden conllevar, aunque sea como último recurso, el uso de la
fuerza y la coacción para asegurar el cumplimiento de sus disposiciones.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que para el correcto funcionamiento de
un sistema jurídico, o de cualquier sistema normativo en general, los sujetos
han de cumplir las normas en la mayoría de los casos de manera voluntaria o
por convicción, sin necesidad de recurrir al uso o a la amenaza de la coacción.
Si el único modo de que las normas sean cumplidas es mediante el recurso a
la fuerza, el sistema será en conjunto débil, inestable y poco eficaz, ya que el
recurso a la violencia exige mucho esfuerzo y recursos por parte del Estado y
su efectividad es limitada. Usando un ejemplo extremo, si por lo general las
personas no matamos a nuestros semejantes, no es solo porque se nos ame-
nace con pasar una larga temporada en prisión si lo hacemos, sino principal-
mente porque asumimos que matar es algo que está mal y no hay que hacer-
lo, por lo que aceptamos la norma de manera voluntaria y la cumplimos por
convicción. Si la única razón para no matar fuese la existencia de una sanción
jurídica, muy probablemente los casos de homicidio y asesinato serían mucho
más frecuentes, sobre todo en aquellos casos en que considerásemos que hay
pocas probabilidades de ser sancionados.

El carácter coactivo no es, por otra parte, una característica exclusiva de los sistemas ju-
rídicos, sino que podría decirse que es consustancial a la propia existencia de cualquier
norma de conducta y cualquier sistema normativo. Otros sistemas normativos no jurídi-
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cos también cuentan con sus propios mecanismos o formas de coacción, aunque distin-
tos a los que habitualmente utiliza el derecho.

En el caso de las llamadas «normas sociales», el recurso a la coacción suele realizarse a


través de la «presión social difusa», es decir, la propia sociedad, de manera descentraliza-
da (sin que haya una autoridad, órgano o institución específica encargada de aplicar una
sanción) es la que presiona para que se cumplan ciertas pautas o estándares de conducta
de múltiples maneras, como mediante el rechazo o la antipatía social, las quejas o amo-
nestaciones espontáneas, etc. Por ejemplo, si alguien tiene por costumbre no saludar o
no cumple con unos mínimos de higiene personal, probablemente la única consecuen-
cia será ganarse la antipatía de los demás, pero si una persona intenta saltarse una cola,
seguramente la presión social será más intensa, en forma de quejas y reprimendas por
parte de los afectados que están pacientemente guardando el orden de la cola. Es la exis-
tencia de esta presión social frente a la desviación de la pauta de conducta debida la que
precisamente nos permite detectar cuándo nos encontramos frente a una norma y no
ante un simple hábito social, aunque sea muy extendido. Por ejemplo, en nuestra socie-
dad es una costumbre muy extendida consumir turrones durante las fiestas navideñas,
pero si alguien decide no hacerlo difícilmente será objeto de crítica por no realizar un
comportamiento debido o considerado como obligatorio.

Cuando se trata de normas morales, aunque la presión social difusa puede seguir estando
presente como mecanismo para favorecer el cumplimiento de sus exigencias, parece que
se añade un elemento más, que es el del remordimiento, definido por la Real Academia
como «Inquietud, pesar interno que queda después de realizar lo que se considera una
mala acción». En cuestiones morales, los propios sujetos nos solemos autoinfligir un cas-
tigo en caso de no actuar conforme a lo requerido por las normas y principios morales
(como, por ejemplo, en el caso de no haber ayudado a un amigo cuando no nos costaba
demasiado esfuerzo o sacrificio hacerlo y para este hubiera supuesto algo muy importan-
te). Son, por tanto y principalmente, nuestras convicciones más íntimas y profundas las
que nos empujan a actuar conforme a las exigencias éticas y morales.

Por último, en el contexto de las normas religiosas (para los creyentes) podemos entender
que existen mecanismos coactivos para la satisfacción de las exigencias impuestas por
el sistema correspondiente. Normalmente, estos consisten en amenazas de sanciones,
castigos o consecuencias negativas tras la muerte en caso de no satisfacer las obligaciones
impuestas.

1.4. El sistema jurídico como sistema institucionalizado

Este cuarto aspecto o característica es sin duda el más relevante a la hora de


poder diferenciar claramente los sistemas jurídicos respecto de otros conjuntos
normativos.

Los sistemas jurídicos son los únicos que tienen un carácter institu-
cionalizado. Esto quiere decir básicamente que el derecho se organiza,
opera y cumple sus funciones a través de un entramado más o menos
complejo (variable según las distintas sociedades y momentos históri-
cos) de instituciones u órganos (como asambleas legislativas, organis-
mos de la administración pública, tribunales de justicia, etc.).

La relación entre el derecho y este entramado institucional es conceptual o


necesaria, porque todo el proceso de creación (y por tanto su propia existencia
y contenido) y de aplicación de las normas jurídicas está relacionado con la
actuación de determinados órganos, instituciones o autoridades formales. Es-
tos órganos son creados a través de normas jurídicas; sus funciones o compe-
tencias, así como los procedimientos a través de los que actúan, se rigen me-
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diante normas jurídicas, y en no pocos casos, tienen la capacidad de crear nue-


vas normas jurídicas o eliminarlas. Algunas de estas instituciones, como, por
ejemplo, los tribunales de justicia, tienen la capacidad de determinar cuándo
se han vulnerado las normas jurídicas y aplicar la sanción correspondiente o
de resolver controversias de acuerdo con lo que establece el derecho. Nada de
esto ocurre en los demás tipos de sistemas normativos. No existe, por ejem-
plo, ningún órgano o institución mínimamente formalizada que se dedique a
aprobar o derogar normas sociales, ni ningún tribunal que determine tras un
procedimiento formal si se ha vulnerado o no una obligación moral e impon-
ga la sanción correspondiente, todo ello regulado a su vez mediante normas
dictadas por otras autoridades o instituciones.
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2. La norma jurídica

Suele decirse que el derecho está formado por normas (las normas�jurídicas).
Ahora bien, la expresión norma es en sí misma problemática, ya que parece
englobar muchos conceptos distintos (o, dicho de otro modo, parece haber
múltiples tipos o categorías de normas), y no todos ellos parecen tener una
estrecha relación con el derecho. En ocasiones, por ejemplo, utilizamos esa
palabra para describir ciertas regularidades, ya sea en los comportamientos, en
las características de ciertos objetos o en cualquier otro ámbito, como cuando
se afirma, por ejemplo, «por norma general, los hijos se independizan alrede-
dor de los treinta años», o «la norma es que tres de cada cuatro estudiantes
finalicen sus estudios en el plazo establecido». De hecho, cuando decimos que
algo es «normal» (como, por ejemplo, «la reacción normal frente a esa situa-
ción es la tristeza y la desorientación» o «el tamaño normal de esta pieza es
de diez centímetros»), estamos afirmando que se ajusta a la norma, entendida
como cierta regularidad.

En otras ocasiones, en cambio, hablamos de normas entendidas no como des-


cripciones o informaciones acerca de ciertas regularidades que de hecho se
producen, sino más bien como prescripciones, órdenes o mandatos que pre-
tenden guiar o dirigir el comportamiento de los destinatarios. Este es el caso,
por ejemplo, de cuando entendemos que enunciados como «No debes mentir
en tu testimonio», «Está prohibido fumar en las aulas» o «Es obligatorio reali-
zar la declaración del impuesto de la renta» son normas.

Otras veces, las normas son entendidas más bien como ciertas reglas que cons-
tituyen o definen algo (como un concepto, una relación, una actividad o un
juego) y que estrictamente no ordenan ni prohíben nada, sino que su segui-
miento determinará si nos ajustamos o no a ese concepto o actividad. Si ha-
blamos de las normas o reglas de un juego de naipes, tales reglas definen o
constituyen el juego, de modo que su seguimiento determinará que estamos
jugando a dicho juego. Si en un momento dado, algún jugador hace algo que
no se ajusta a las reglas, no diremos que está «desobedeciendo» o «incumplien-
do» sus obligaciones, sino que más bien se trata de un movimiento incorrecto
o que no está jugando a ese juego, sino a otro distinto.

Estos son tan solo algunos tipos o categorías de normas, ya que existen otros.
Y aunque parece claro que el sistema jurídico contiene muchas normas pres-
criptivas (que pretenden dirigir el comportamiento de sus destinatarios), se
plantean algunos interrogantes, que en cierta medida ya han ido apareciendo
en las páginas anteriores: ¿son todas las normas jurídicas del mismo tipo, o
el derecho contiene diferentes tipos? Si el derecho no contiene únicamente
prescripciones, ¿qué otros tipos de normas podemos encontrar? Por otro lado,
las expresiones siguientes: «Debes comer utilizando los cubiertos», «Se debe
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cumplir aquello que se promete» y «No debe circularse a más de 120 km/h por
una autopista» son todas ellas normas que prescriben u ordenan conductas,
pero no diríamos que todas son normas jurídicas. ¿Qué propiedades o carac-
terísticas hacen que una norma sea jurídica? ¿Es algo que depende de la propia
norma –de modo que el derecho sería el conjunto de las normas que son jurí-
dicas– o más bien sería que una norma es jurídica si forma parte del conjunto
que llamamos sistema jurídico?

2.1. Usos del lenguaje y las normas

2.1.1. Los usos del lenguaje

El derecho es fundamentalmente un fenómeno lingüístico, ya que está com-


puesto por normas, y las normas se expresan por medio del lenguaje (princi-
palmente, el lenguaje escrito en el caso de las normas jurídicas). Por tanto,
estudiar el derecho implica tener en cuenta ciertos aspectos del lenguaje. Este
es un instrumento comunicativo increíblemente potente y versátil, que nos
permite realizar múltiples actividades más allá de la simple transmisión de in-
formación. Es por ello que puede hablarse de distintos usos�del�lenguaje, se-
gún cuál sea la función o la finalidad para la que una determinada expresión
lingüística es utilizada.

Mediante el lenguaje es posible, entre otras cosas, describir, alabar, criticar, ordenar, ex-
plicar, prometer, proponer, rezar, contar historias, contar chistes, expresar nuestra con-
formidad, etc. Cada una de estas actividades puede concebirse como un determinado
«uso» del lenguaje y, como puede verse, tales usos pueden resultar muy distintos entre
sí, por lo que conviene destacar ciertas características y diferencias entre los mismos. Sin
embargo, intentar realizar una lista completa de los usos del lenguaje sería una tarea poco
menos que imposible, además de poco útil. Por ello, muchos autores se han limitado
a realizar una clasificación de los usos del lenguaje fundamentales o básicos, que suele
contener solo unas pocas categorías, dado que todos los demás usos, en mayor o menor
medida, pueden reconducirse a alguna de las categorías principales.

La clasificación que aquí se presenta distingue entre cuatro usos principales:


uso asertivo o descriptivo, uso prescriptivo o directivo, uso expresivo y uso
realizativo u operativo.

a)�Uso�asertivo�o�descriptivo

A la categoría de uso�asertivo�o�descriptivo pertenecen todas aquellas


expresiones que describen o informan acerca de determinados hechos,
personas, objetos, etc.

Expresiones como «Los ángulos de un triángulo suman 180 grados», «La dis-
tancia aproximada entre la Tierra y el Sol es de 150 millones de kilómetros»
o «El mes pasado viajé a París» serían buenos ejemplos del uso asertivo. Los
significados de los enunciados que se enmarcan en este uso asertivo se llaman
proposiciones, que pueden ser verdaderas o falsas, según exista o no corres-
© FUOC • PID_00247808 16 El derecho: qué es y cómo es

pondencia entre dichos significados y la realidad que describen (que no nece-


sariamente ha de ser el mundo real; así, por ejemplo, una afirmación como
«En el universo de Harry Potter es posible viajar en el tiempo» expresaría una
proposición verdadera).

b)�Uso�prescriptivo�o�directivo

La categoría de uso�prescriptivo�o�directivo comprende las expresio-


nes que utilizan el lenguaje con el propósito de dirigir la conducta de
alguien.

Así, por ejemplo, si formulamos la expresión «Cierra la ventana, por favor»,


con ella no estamos describiendo ni informando de nada, sino que pretende-
mos que el destinatario haga algo, que se comporte de cierto modo (en este
caso, que cierre la ventana). A diferencia de lo que ocurre con las aserciones,
en las prescripciones no es posible hablar de verdad o falsedad, sino en todo
caso de eficacia o ineficacia (la orden o prescripción será eficaz si el destinata-
rio se comporta de acuerdo con ella y será ineficaz en caso contrario). Resul-
ta evidente la importancia que este uso lingüístico puede tener en contextos
normativos como el jurídico.

La diferencia entre describir y prescribir puede entenderse mejor a través del Referencias
concepto de «dirección de ajuste o encaje», planteado por G. E. M Anscombe bibliográficas

y recuperado más tarde por J. Searle, y que indica el tipo de relación entre una G.�E.�M.�Anscombe (1957).
expresión lingüística y el mundo o realidad a la que se refieren. Los enuncia- Intention. Oxford: Basil Black-
well.
dos asertivos o descriptivos cuentan con una dirección de ajuste «palabras-a- J.�Searle (1969). Speech Acts:
mundo», ya que su objetivo primordial (independientemente de que lo con- An Essay in the Pohilosphy of
Language. Cambridge: Cam-
sigan o no) es que las palabras se ajusten o concuerden con la realidad que bridge University Press.
describen. Por el contrario, los enunciados prescriptivos tienen una dirección
de ajuste «mundo-a-palabras», puesto que su cometido no es informar sobre
cómo es la realidad (que las palabras se ajusten al mundo), sino al contrario,
que la realidad se ajuste a las palabras.

Anscombe ilustra la diferencia con el ejemplo de dos listas de la compra. Una de ellas es
la lista que lleva el comprador al mercado y que le dice qué debe comprar (dirección de
ajuste mundo-a-palabras). La finalidad de esta lista es que la realidad acabe ajustándose
a las palabras, es decir, que el comprador adquiera todos los elementos que aparecen en
la lista.

La segunda lista, en cambio, es la que elabora un detective privado que tiene como co-
metido tomar nota de lo que efectivamente adquiere el comprador en el mercado. A di-
ferencia de la anterior, aquí la dirección de ajuste es la de palabras-a-mundo, ya que el
objetivo es que lo que aparece en la lista coincida con la realidad.

Las diferencias quedan aún más patentes en la forma de resolver un error: si el detective se
equivoca, y escribe pan en lugar de leche, puede enmendar el error tachando la palabra pan
y escribiendo leche (en definitiva, cambiando las palabras), mientras que si el comprador
se equivoca, y en lugar de coger pan coge leche, no puede enmendar su error tachando la
© FUOC • PID_00247808 17 El derecho: qué es y cómo es

palabra de la lista, sino que deberá dejar el pan y coger la leche en su lugar (en definitiva,
deberá «cambiar el mundo» para que este se ajuste a las palabras, y no a la inversa).

c)�Uso�expresivo�del�lenguaje

El uso�expresivo del lenguaje consiste en utilizarlo para expresar o ex-


teriorizar emociones, sentimientos o valoraciones, al tiempo que para
intentar influir en los sentimientos o valoraciones de los demás (crear
adhesión).

Para intentar comprenderlo mejor, podemos considerar las diferencias entre


las expresiones «La pena de muerte es considerada injusta por la mayor parte
de la sociedad» y «La pena de muerte es un crimen abominable». Mientras
que en el primer caso se trataría de informar o describir acerca de la opinión
mayoritaria de la sociedad (se ajustaría, por tanto, a un uso asertivo), en el
segundo caso, si bien es cierto que en algún sentido también nos informa de
que la persona que formula el enunciado es contraria a la pena de muerte, el
núcleo principal del significado consiste en la exteriorización o manifestación
del rechazo a la pena de muerte –un juicio de valor–, al tiempo que también, en
cierta medida (lo que explica el uso de calificativos como crimen abominable),
intenta influir en los sentimientos de los demás.

d)�Uso�realizativo�u�operativo

El uso� realizativo� u� operativo constituiría, más que un uso específi-


co del lenguaje, una categoría bastante amplia en la que se enmarca-
rían múltiples usos del lenguaje que comparten una característica fun-
damental: ser acciones, actividades o comportamientos que dependen
del lenguaje y son configurados por este.

Puede ilustrarse mejor la idea del modo siguiente: todos sabemos que existen
ciertos comportamientos, como andar, respirar, comer, dormir, etc., que son
totalmente independientes del lenguaje, en el sentido de que podríamos reali-
zarlos incluso aunque no dispusiéramos de esta herramienta de comunicación
(de hecho, eso es lo que ocurre con los animales). Sin embargo, sin el lenguaje
no podríamos realizar acciones como prometer, condenar o nombrar un he-
redero, por poner algunos ejemplos, ya que la manera de llevarlas a cabo es,
precisamente, usando el lenguaje de un cierto modo determinado.

Por ejemplo, si decimos «Prometo llamarte mañana», realizaremos una promesa, y difí-
cilmente podríamos prometer algo sin usar el lenguaje de un cierto modo. Algo similar
ocurre, por ejemplo, con las expresiones «Condeno al acusado al pago de una multa de
1.000 euros o «Designo a María como heredera universal de todos mis bienes».
© FUOC • PID_00247808 18 El derecho: qué es y cómo es

Un aspecto muy a tener en cuenta, como veremos a continuación, es que todo


uso realizativo del lenguaje requiere de la existencia de ciertas reglas o normas
constitutivas.

2.1.2. Tipología y estructura de las normas (jurídicas): normas


constitutivas y prescripciones

¿Qué tienen que ver los distintos usos del lenguaje con las normas y con el
derecho? La respuesta breve es que nos ayudan a diferenciar y a comprender
mejor las distintas clases de elementos (normas) que podemos encontrar en
los sistemas jurídicos.

El filósofo y lógico finlandés Georg Henrik von Wright (1916-2003) elaboró Referencia bibliográfica
una tipología muy completa de distintas clases o categorías de normas, de en-
G.�H.�von�Wright (1963).
tre las que nos interesa destacar especialmente dos de ellas: las reglas�concep- Norm and Action. A Logical
tuales (también llamadas «normas constitutivas»), y las normas�prescriptivas Enquiry. Londres: Routledge
and Kegan Paul.
(también denominadas simplemente «prescripciones»).

a)�La�reglas�conceptuales�o�normas�constitutivas

En ocasiones, usamos la expresión norma para referirnos a aquellos preceptos


que definen un concepto, un objeto, una actividad, etc. Un ejemplo serían las
reglas de los juegos (como puede ser el ajedrez o un juego de naipes), así como
las de la lógica, las matemáticas o la gramática. Puede decirse que el ajedrez está
definido por un conjunto de reglas (normas) y que si alguien mueve las piezas
de manera distinta a la establecida por esas reglas, no es que esté violando o
incumpliendo una obligación, sino que más bien ha realizado un movimiento
incorrecto o que simplemente no está jugando al ajedrez.

En el ámbito jurídico podemos encontrar preceptos que se asemejan a las reglas que
constituyen o definen un juego: por ejemplo, cuando la Constitución establece que la
mayoría de edad se alcanza a los dieciocho años (está definiendo qué se entiende legal-
mente por «mayoría de edad»), cuando el Código civil determina que los edificios, los
terrenos, los ríos y otros bienes son bienes inmuebles (define el concepto legal de «bien
inmueble») o cuando el mismo código establece los requisitos formales y de contenido
que debe reunir un documento para que sea un testamento válido.

Las reglas conceptuales no imponen deberes en sentido estricto, sino que es-
tablecen las condiciones bajo las cuales un objeto o situación pertenece a la
categoría definida por esas reglas.

Así, si un documento no reúne los requisitos de forma determinados por la


ley para ser un testamento, no se tratará de un incumplimiento de un deber
jurídico, sino que simplemente ese documento no será un testamento válido
(no valdrá jurídicamente como testamento, de modo que no dará lugar a las
consecuencias legales derivadas de un testamento).

El uso del lenguaje que mejor se adaptaría a este tipo de normas sería el uso realizativo
u operativo, ya que ni prescriben u ordenan realizar determinados comportamientos, ni
© FUOC • PID_00247808 19 El derecho: qué es y cómo es

describen una realidad preexistente, sino que más bien constituyen nuevas situaciones,
objetos o categorías. Por ejemplo, las normas que determinan el concepto legal de tes-
tamento, estableciendo las condiciones que debe reunir cierto documento para ser con-
siderado como tal y tener efectos jurídicos, están creando a través de tales normas una
nueva categoría o realidad antes inexistente (los testamentos no existen como una cate-
goría natural, sino tan solo como creaciones artificiales a partir de normas jurídicas).

De acuerdo con J. Searle, las normas constitutivas (que es como denomina


a lo que von Wright llama «reglas conceptuales», pero se trata de la misma
categoría) tienen la estructura siguiente:

En el contexto C, X cuenta como Y.

Así, por ejemplo, podría decirse que en el contexto del derecho español, ser
mayor de dieciocho años cuenta como ser mayor de edad, ser un edificio cuen-
ta como ser un bien inmueble o un documento que reúna ciertos requisitos
formales y de contenido cuenta como un testamento.

El «contexto C» es un elemento fundamental de estas normas, pues un mismo acto,


situación o comportamiento puede tener significados muy distintos (o no tenerlos en
absoluto) en función del contexto a que hace referencia la norma.

Pensemos, por ejemplo, en un movimiento físico como levantar el brazo: en un contexto


como el de una clase presencial, puede significar que se quiere plantear una pregunta o
hacer un comentario; en el contexto de una votación en una asamblea, puede significar
que estamos a favor de una propuesta; y si estamos en un bosque, probablemente no
signifique nada. Que este mismo comportamiento tenga significados tan dispares según
el contexto responde a la existencia de distintas normas constitutivas.

b)�Las�prescripciones�o�normas�prescriptivas

Probablemente sea este el significado más usual o común del término norma.
Las prescripciones son enunciados formulados con el propósito de guiar el
comportamiento de sus destinatarios, determinando qué es lo que pueden y
no pueden hacer (en otras palabras, qué resulta obligatorio, prohibido o per-
mitido).

Las prescripciones tienen como propósito determinar el comportamiento de sus desti-


natarios en un cierto sentido, por lo que responden claramente a un uso prescriptivo o
directivo del lenguaje, o a una dirección de ajuste mundo-a-palabras.

Enunciados como «Cierra la puerta», «Debes cumplir tus promesas» o «Todo


residente en España que obtenga unas rentas anuales superiores a 21.000 eu-
ros debe presentar la declaración del IRPF» serían ejemplos de prescripciones.
Por tanto, a diferencia de las reglas conceptuales, estas sí que dirigen el com-
portamiento en sentido estricto y, consiguientemente, pueden ser obedecidas
o desobedecidas.

Que el derecho contiene una gran cantidad de normas de tipo prescriptivo


destinadas a dirigir nuestra conducta parece fuera de toda duda. Normas del
tipo «Es obligatorio circular por la derecha de la calzada», «Está prohibido fu-
© FUOC • PID_00247808 20 El derecho: qué es y cómo es

mar en todo el ámbito de la universidad» o «El comprador está obligado a


pagar el precio en el momento y lugar estipulados en el contrato» son muy
comunes en todos los sistemas jurídicos.

Pero, como acabamos de ver, en el derecho son muy habituales también pre-
ceptos como los que definen conceptos, establecen criterios de validez para
ciertos actos o confieren poderes normativos, y en estos casos resulta imposi-
ble o muy forzado entenderlos como normas prescriptivas. Estos preceptos,
en cambio, parecen ajustarse mejor a la categoría de las reglas conceptuales o
normas constitutivas, ya que por medio de ellas se configuran o definen los
conceptos legales y los actos jurídicos, o se califican como normas válidas los
actos de creación normativa de ciertos órganos.

Puede decirse, en síntesis, que el derecho está compuesto fundamental-


mente por normas prescriptivas y normas constitutivas.

¿Pero cuál es, más concretamente, la diferencia principal entre las normas pres-
criptivas y las normas constitutivas? Todas las normas jurídicas, en general,
tienen una estructura conforme a la cual se puede diferenciar entre el supues-
to�de�hecho y la consecuencia�jurídica. Estos elementos suelen estar conec-
tados de manera condicional: «Si ... (supuesto de hecho), entonces … (conse-
cuencia jurídica)».

El supuesto�de�hecho puede ser una descripción de una clase de personas (por


ejemplo, los compradores, los mayores de dieciocho años, los residentes en
España, etc.), de una clase de objetos (por ejemplo, los terrenos, los vehículos
de motor, etc.), de una clase de estados de cosas (por ejemplo, una catástrofe
natural, el transcurso de un plazo, etc.) o de una clase de acciones o compor-
tamientos (matar a otro, circular a cierta velocidad, entrar en el país, etc.).

La consecuencia�jurídica, como su nombre sugiere, se refiere a los efectos o


consecuencias que la norma vincula al acontecimiento del supuesto de hecho:
por ejemplo, la atribución de la categoría legal de «mayor de edad» a las per-
sonas mayores de dieciocho años o la obligación de pagar el impuesto de la
renta para los residentes en España.

La diferencia básica entre normas prescriptivas y constitutivas, desde


este punto de vista, consiste en que mientras las primeras correlacionan
un supuesto de hecho que es un «caso» con una consecuencia jurídica
que es una «solución», las segundas correlacionan un supuesto de hecho
que es un «caso» con una consecuencia jurídica que es otro «caso».
© FUOC • PID_00247808 21 El derecho: qué es y cómo es

Un «caso» es una descripción de personas, objetos, estados de cosas o acciones.


Tanto las normas prescriptivas como las constitutivas tienen un caso como
supuesto de hecho. Una «solución» consiste en la calificación deóntica o nor-
mativa (obligación, prohibición, permiso) de una acción o comportamiento.
El adjetivo deóntico proviene del griego déon, que significa ‘deber ser’.

Las normas prescriptivas correlacionan un caso (por ejemplo, ser un compra-


dor, o ser residente en España) con una solución (la obligación de pagar el
precio de la cosa estipulado en el contrato de compraventa o la obligación de
pagar el impuesto sobre la renta). En cambio, las normas constitutivas corre-
lacionan un caso (ser un terreno, contar con consentimiento, objeto y causa)
con otro caso (ser un bien inmueble, ser un contrato válido).

Aunque, como sabemos, las normas constitutivas no guían la conducta, sí pue-


den contribuir indirectamente a ello (por ejemplo, cuando definen el concep-
to legal «mayoría de edad» y otra norma –prescriptiva– establece que los ma-
yores de edad tienen el derecho de sufragio).

La relación entre los dos casos en las normas constitutivas (el que actúa como supuesto
de hecho y el que opera como consecuencia jurídica) puede ser de identidad (como en
el ejemplo de la norma que correlaciona ser mayor de dieciocho años con ser mayor de
edad) o de inclusión (como en el ejemplo de la norma que correlaciona el caso de que un
objeto sea un terreno con la consecuencia jurídica «ser un bien inmueble», ya que hay
otros objetos que no son terrenos que también son bienes inmuebles, como los edificios).

2.2. Las normas jurídicas como prescripciones. Problemas

Durante mucho tiempo, los teóricos del derecho estuvieron intentado deter-
minar qué características eran las que hacían que una norma fuera jurídica, es
decir, qué era lo que otorgaba a una norma su carácter jurídico y permitía dife-
renciarla de otros tipos de normas (morales, sociales, etc.). La idea subyacente
era que todas las normas jurídicas eran reducibles a una única categoría básica
que compartía las mismas propiedades esenciales, y que el sistema jurídico era
el conjunto de todas las normas jurídicas.

Esta categoría básica o esencial de norma jurídica se basaba en el modelo de las


prescripciones, esto es, en el de las normas que guían la conducta, por resultar
el más evidente. No obstante, desde el principio resultó claro que el carácter
diferenciador de las normas jurídicas no podía basarse en el contenido (pues
usando un ejemplo muy claro, una prescripción como «prohibido matar» se
encuentra no solo en la práctica totalidad de sistemas jurídicos, sino que tam-
bién puede considerarse como una norma moral y forma parte asimismo de
los códigos normativos de la mayoría de las religiones), por lo que tenía que
basarse en aspectos formales.
© FUOC • PID_00247808 22 El derecho: qué es y cómo es

El gran jurista inglés del siglo XIX John Austin propuso una definición confor- Referencia bibliográfica
me a la cual las normas jurídicas serían «órdenes del soberano respaldadas por
J.�Austin (1832). The Provin-
amenazas de sanción en caso de incumplimiento». El «soberano» se definía ce of Jurisprudence Determined.
como aquella persona o conjunto de personas (por ejemplo, un parlamento) Cambridge: Cambridge Uni-
versity Press.
que era habitualmente obedecido y que habitualmente no obedecía a nadie
más. El soberano también puede delegar su autoridad en otras personas u ór-
ganos.

La principal crítica a la teoría de Austin es que asimila el derecho al modelo del atracador,
ya que se asemeja a la situación en la que un atracador dicta órdenes a su víctima y le
amenaza con el uso de la fuerza en caso de que no obedezca. Si bien es cierto que se
trata de una exageración (ya que el atracador no reuniría las condiciones exigidas para
ser considerado como un soberano), no es menos cierto que en el caso de contextos
más complejos, como puede ser el de una organización mafiosa que hubiera conseguido
imponerse en cierto territorio, sus órdenes deberían ser consideradas jurídicas, puesto
que reunirían todas las exigencias de la teoría de Austin (provenir del soberano y estar
respaldadas por amenazas de uso de la fuerza en caso de desobediencia). Otro de los
problemas que tradicionalmente se han planteado es el de la existencia de mandatos que
no van acompañados de sanción en caso de incumplimiento.

En tiempos más recientes, el iusfilósofo austríaco Hans Kelsen, en su obra más Referencia bibliográfica
famosa, la segunda edición de la Teoría pura del derecho (1960), expone su visión
H.�Kelsen (1960). Reine
de las normas del derecho como órdenes dirigidas a las autoridades (jueces, Rechtslehre (2.ª ed.). Viena:
órganos administrativos, etc.) relacionadas con el uso de la coacción. Según Frans Deutike.

este autor, una norma jurídica básicamente establecería las condiciones bajo
las cuales debe imponerse una sanción (si se dan ciertas circunstancias x, debe
imponerse la sanción y).

Desde el punto de vista de los ciudadanos, el derecho actuaría como instrumento de


motivación indirecta: no les indica directamente qué deben hacer, sino que, gracias a
las normas, saben cómo han de comportarse para evitar la sanción. Este esquema pare-
ce ajustarse especialmente bien a ciertas ramas del derecho, como el derecho penal: el
Código penal no establece «Está prohibido matar», sino que «Si alguien mata, se le debe
imponer la sanción x». La prohibición de matar, en consecuencia, es el resultado de un
razonamiento prudencial destinado a evitar la sanción («Si no quiero que me impongan
la sanción x, no debo matar»).

Ahora bien, no cualquier imperativo o prescripción, incluso con el esquema


planteado por Kelsen, será automáticamente una norma jurídica. Para que lo
sea, es necesario el elemento de la validez.

Según el autor, una norma es válida (y no un mero imperativo u orden) cuando


ha sido dictada conforme a lo dispuesto por otra norma que a su vez es también
válida (lo que exige, de nuevo, que esta última haya sido dictada conforme a
otra norma válida, y así sucesivamente). De esta manera, las normas jurídicas
se estructuran conforme a una cadena�de�validez.

Para ilustrar el concepto de la cadena de validez, podemos imaginar el siguiente ejemplo:


la decisión de la policía local de imponer una multa por estacionamiento incorrecto de
un vehículo es una norma válida si se ajusta a lo dispuesto por la ordenanza municipal
que regula el tráfico, que a su vez es una norma válida si se ajusta a lo establecido en la
ley de régimen local correspondiente, que a su vez es válida si se ajusta a la Constitución.
Como esta cadena no puede ser infinita, en último término todas las normas dependen
de la norma�básica o fundamental, que no es una norma positiva (no ha sido dictada
por ninguna autoridad), sino más bien un presupuesto teórico o una hipótesis de trabajo
© FUOC • PID_00247808 23 El derecho: qué es y cómo es

para dar unidad al sistema (vendría a ser la norma presupuesta que obliga a obedecer la
primera constitución no reformada del ordenamiento).

Independientemente de los problemas específicos de la posición de cada uno


de estos autores, la reducción de las normas jurídicas al modelo de las prescrip-
ciones plantea el problema básico de qué hacer con todos aquellos preceptos
que, al menos a primera vista, no encajan dentro de este esquema, como, por
ejemplo, las siguientes:

1) Normas que definen conceptos legales (que serán después usados por otras
normas). Por ejemplo, el artículo 12 de la Constitución española (CE) estable-
ce: «Los españoles son mayores de edad a los dieciocho años»; o el artículo
335 del Código civil (CC) dice: «Se reputan bienes muebles los susceptibles de
apropiación no comprendidos en el capítulo anterior [...]».

2) Normas de competencia (normas que confieren poderes a ciertos órganos o


autoridades para que puedan dictar normas sobre cierta materia). Por ejemplo,
el artículo 66.2 CE establece: «Las Cortes Generales ejercen la potestad legisla-
tiva del Estado, aprueban sus presupuestos, controlan la acción del Gobierno
y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución».

3) Normas que establecen los requisitos de validez de ciertos actos jurídicos.


Por ejemplo, el artículo 1261 CC dice: «No hay contrato sino cuando concu-
rren los requisitos siguientes: 1. consentimiento de los contratantes; 2. objeto
cierto que sea materia del contrato; 3. causa de la obligación que se establezca».

Tanto Austin como Kelsen intentan afrontar estas dificultades reconduciendo


estos preceptos al esquema de las normas prescriptivas, pero el resultado es
muy problemático.

Kelsen sostiene que todos aquellos preceptos que no se ajustan al esquema de mandato
relacionado con la imposición de una sanción son partes o fragmentos de una norma
(que se ajusta al esquema kelseniano), lo que daría lugar a «normas-monstruo» muy com-
plejas y que se ajustarían muy poco a nuestras intuiciones acerca de las normas jurídicas.
Austin afirma, por su parte, que la nulidad (consecuencia de que un acto no se ajuste a
los requisitos legales) es también una sanción. Pero esto, como sostiene Hart, no parece
adecuado. En el caso de las prescripciones, es totalmente separable el mandato (orden,
prohibición, permiso...) de la sanción vinculada al incumplimiento del mismo, hasta el
punto de que puede perfectamente existir el primero sin la segunda. En cambio, cuando
una norma fija los criterios de validez de un acto jurídico (contrato, testamento, solicitud
ante una administración, etc.), la invalidez (nulidad) se sigue del mero hecho de que el
acto, documento, etc. no se ajusta a los requisitos legales, sin necesidad de ninguna otra
norma adicional (haciendo una analogía con el juego del ajedrez, un movimiento de una
torre en diagonal es un movimiento nulo o inválido porque no se ajusta a las reglas que
determinan los movimientos de la torre, sin que tenga que haber ningún otro precepto
que establezca esta «sanción»). La nulidad, por tanto, es más bien una consecuencia ló-
gica y no el resultado de la aplicación de la norma que establece una sanción.

Por estos y otros problemas, conviene renunciar a la idea de una única cate-
goría de norma jurídica, basada en el esquema de las prescripciones, a la que
se ajustan todos los elementos del sistema jurídico. Probablemente la mejor
crítica a los modelos reduccionistas como los de Austin y Kelsen es la que ex-
puso H. L. A. Hart en The Concept of Law (1961). Según el autor inglés, un sis-
© FUOC • PID_00247808 24 El derecho: qué es y cómo es

tema normativo que contuviera exclusivamente normas de obligación (pres-


cripciones), que en la terminología del autor se denominan «reglas primarias»,
se enfrentaría a tres problemas o deficiencias fundamentales:

1)� Falta� de� certeza. En un sistema formado exclusivamente por mandatos,


podrían surgir dudas o discrepancias acerca de qué normas forman parte del
mismo, ya que careceríamos de los criterios necesarios para identificar qué
cuenta y qué no cuenta como norma del sistema. Tales criterios de identifi-
cación no pueden ser establecidos por una prescripción, sino que se necesita
alguna regla que especifique cuáles son los requisitos que definen o califican
una norma como perteneciente al sistema normativo.

2)�Carácter�estático�de�las�normas. En un modelo de mandatos exclusiva-


mente, no existirían mecanismos para introducir o eliminar normas del siste-
ma, adecuándolo a las necesidades cambiantes del grupo, con lo que el dere-
cho tendría un carácter estático.

3)�Ineficacia�de�la�presión�social�difusa. Siempre es posible que surjan dudas


o discrepancias acerca de si cierta norma ha sido o no infringida. En un modelo
de reglas primarias exclusivamente, no existirían ni órganos ni procedimientos
específicos para determinar cuándo una de esas normas ha sido infringida y,
en consecuencia, las normas tenderían a ser ineficientes, puesto que solo se
contaría con la presión social difusa para intentar asegurar su cumplimiento.

Por estas razones, según Hart todos los sistemas jurídicos son una combina-
ción�de�reglas�primarias�y�reglas�secundarias (estas últimas llamadas de ese
modo porque son normas referidas a las normas primarias). Ha habido mucha
discusión teórica acerca de la naturaleza de las reglas secundarias, pero no en-
traremos en esta cuestión. En cualquier caso, lo importante es que el derecho
no puede concebirse adecuadamente como un conjunto compuesto exclusi-
vamente por normas que se ajustan al esquema único de las prescripciones.

Las reglas secundarias son, según el autor, de tres tipos:

1) La regla�de�reconocimiento, que evitaría los problemas de falta de certeza, al señalar


las características o propiedades cuya posesión por parte de una norma determina su
pertenencia al derecho.

2) Las reglas�de�cambio, que evitarían el carácter estático del derecho mediante la atri-
bución de poderes o competencias a ciertos órganos o particulares (por ejemplo, en el
caso de los contratos) para dictar nuevas normas o eliminar las antiguas, así como la re-
gulación de los procedimientos para ello.

3) Las reglas�de�adjudicación, que evitarían los problemas de la ineficacia de la presión


social difusa mediante la regulación de procedimientos por medio de los cuales ciertos
órganos pueden determinar, de manera definitiva y revestida de autoridad, cuándo otras
normas han sido transgredidas (serían, a grandes rasgos, las normas relacionadas con los
procesos judiciales).
© FUOC • PID_00247808 25 El derecho: qué es y cómo es

A la vista de las grandes dificultades para contar con una categoría uni-
taria y distintiva de norma�jurídica, otros autores propusieron más re-
cientemente cambiar totalmente de estrategia, dando lugar a lo que po-
dría entenderse como un giro copernicano: en lugar de tratar de contar
con un concepto de norma jurídica y definir el sistema jurídico como el
conjunto de normas jurídicas, es mejor partir de un concepto o defini-
ción de sistema jurídico (por ejemplo, como sistema normativo coacti-
vo institucionalizado) y a partir de ahí calificar como normas jurídicas
a todos los elementos que forman parte de dicho sistema.

Esta es la propuesta, por ejemplo, de los autores argentinos Carlos E. Alchou- Referencia bibliográfica
rrón y Eugenio Bulygin en su obra Normative Systems (1971). Bajo esta perspec-
C.�E.�Alchourrón;�E.�Buly-
tiva, no habría en realidad nada intrínseco a la propia norma que la convierta gin (1971). Normative Sys-
en jurídica; dicho de otra manera, las normas jurídicas son iguales al resto de tems. Viena: Springer-Verlag.

normas y su carácter jurídico deriva de su pertenencia a un sistema jurídico.


© FUOC • PID_00247808 26 El derecho: qué es y cómo es

3. Validez y aplicabilidad de las normas jurídicas

Con lo que hemos visto hasta el momento, contamos ya con los elementos
suficientes para poder diferenciar el sistema jurídico de otros sistemas norma-
tivos, y tenemos las nociones fundamentales acerca de la tipología y la estruc-
tura de los elementos que lo conforman (esto es, de las normas jurídicas).

En este apartado nos centraremos en dos conceptos fundamentales de la teoría


del derecho: la validez jurídica y la aplicabilidad (que, como veremos en su
momento, no son coextensivos: no toda norma jurídicamente válida es por
ello automáticamente aplicable, y en algunos casos resultan aplicables normas
que no son válidas).

3.1. El concepto de validez jurídica

Tomemos como ejemplo el texto siguiente: «Todas las personas físicas residen-
tes en el territorio nacional que hayan obtenido unos ingresos brutos superio-
res a los 21.000 euros durante el último año natural están obligadas a presentar
la declaración del impuesto sobre la renta de las personas físicas». Aunque las
palabras sean exactamente las mismas, a todos nos parece evidente que no es
lo mismo que lo diga yo (o cualquier otro individuo particular), que si se trata
de un texto que forma parte de una ley aprobada por el Parlamento español
(las Cortes Generales) siguiendo el proceso legalmente establecido para ello,
sin vulnerar ningún precepto constitucional, y que ha sido oficialmente pu-
blicada en el Boletín Oficial del Estado. Solo en este último caso diríamos que
se trata de una «norma jurídica válida» o que «forma parte del sistema jurídico
español». En cambio, nadie diría lo mismo (o solo un lunático) respecto de lo
que yo pueda escribir en mi casa. Es más, ni siquiera se consideraría ese texto
como «derecho (español) válido», aunque fuera aprobado por el Parlamento
de otro Estado siguiendo los procedimientos de ese otro Estado. Ello muestra
que contamos con una serie de criterios para determinar si un precepto es o
no «derecho válido» o si «forma parte del derecho». Por tanto, la noción de
validez está vinculada a la propia idea de existencia del derecho, entendida
como la pertenencia al sistema jurídico.

En una definición estricta, una norma N es jurídicamente válida en el


momento t si, y solo si, pertenece al sistema jurídico vigente en dicho
momento t.

Es importante limitar la noción de validez jurídica a la pertenencia al sistema, a pesar


de que tradicionalmente el concepto ha ido unido también a otros aspectos, como, por
ejemplo, la obligatoriedad de su cumplimiento (fuerza obligatoria) o la posibilidad de
© FUOC • PID_00247808 27 El derecho: qué es y cómo es

usarla para justificar jurídicamente una decisión por parte de una autoridad (aplicabili-
dad).

Sin embargo, aunque es cierto que en muchas ocasiones las normas pertenecientes al
sistema jurídico son de obligatorio cumplimiento o son normas aplicables, no se trata,
como veremos, de una conexión necesaria. Por ello, con el fin de evitar problemas y
malentendidos, conviene restringir el concepto de validez a la estricta pertenencia al
sistema.

3.2. Criterios de validez jurídica

Como regla general, puede afirmarse que una norma pertenece al sistema ju-
rídico (es jurídicamente válida) si, y solo si, satisface alguno de los criterios
siguientes: de deducibilidad, de legalidad o de validez�originaria.

a)�Criterio�de�deducibilidad

Por el criterio de deducibilidad, si la norma N se deduce lógicamente


de otra u otras normas pertenecientes al sistema jurídico, entonces N
también pertenece al sistema jurídico.

Dicho de un modo más informal: las normas derivadas de otras normas del
sistema jurídico son también normas pertenecientes a dicho sistema jurídico.

b)�Criterio�de�legalidad

Según el criterio de legalidad, si la norma N en el momento de su pro-


mulgación (t) está correlacionada con otra norma N' perteneciente al
sistema jurídico vigente en el momento t mediante una relación de le-
galidad, entonces N también pertenece al sistema jurídico hasta el mo-
mento de su derogación.

Es decir, en la medida en que se trate de una norma que ha sido dictada con-
forme a las exigencias formales y sustantivas establecidas por las normas de
competencia correspondientes, pertenecerá al sistema jurídico.

Ahora bien, en este punto nos enfrentamos a un problema. Si tratamos de


reconstruir la cadena de validez de una norma, llegará un momento en que
nos hallaremos ante una norma que no reúne ni el requisito de la legalidad
ni el de la deducibilidad.

Por ejemplo, si nos preguntamos acerca de la validez de las normas que rigen
el uso de ciertas instalaciones deportivas de un municipio, probablemente po-
dremos hallar su fundamento de validez en cierta ordenanza municipal, que
a su vez se sustenta en una ley estatal o autonómica de régimen local, que a
su vez se apoya en el estatuto de autonomía correspondiente (si se trata de
© FUOC • PID_00247808 28 El derecho: qué es y cómo es

una ley autonómica), que a su vez encuentra su fundamento de validez en


la Constitución. Pero, ¿qué ocurre con la Constitución? Sus normas no han
sido dictadas de acuerdo con lo establecido por otras normas del sistema (no
satisfacen el criterio de legalidad), ni tampoco son normas que se deduzcan
lógicamente de otras normas del sistema (no satisfacen el criterio de deduci-
bilidad). Sin embargo, ningún jurista diría que las normas de la Constitución
no son normas válidas del sistema. Por eso, es necesario contar con algún otro
criterio de validez jurídica.

c)�Criterio�de�validez�originaria

De acuerdo con el criterio de validez�originaria, ciertas normas, que no


satisfacen ni el criterio de deducibilidad ni el de legalidad, y que usual-
mente se corresponden con las normas de la Constitución (o las normas
de mayor jerarquía de un sistema jurídico en general), son también nor-
mas jurídicas válidas, hasta el punto de que sirven de punto de partida
para considerar la validez de las restantes normas del sistema jurídico.

Lo anterior nos sirve para introducir la distinción entre normas�dependien-


tes y normas�independientes�o�soberanas. Las primeras son aquellas cuya
validez depende de su relación con otros elementos del sistema (ya sea por re-
laciones de legalidad o de deducibilidad); son, por tanto, normas que depen-
den de otras normas. En cambio, las independientes son normas válidas por
definición, aquellas cuya validez no depende de otros elementos del sistema,
ya que esta es originaria.

3.3. Pertenencia y aplicabilidad

En una definición genérica, podemos afirmar que una norma jurídica es


aplicable cuando puede o debe ser usada por los jueces o las autoridades
jurídicas en general para tomar y justificar decisiones.

Por ejemplo, cuando un policía de tráfico multa a un conductor por exceso de velocidad,
aplica la norma que establece que cuando el límite de velocidad se supera –supuesto
de hecho– debe aplicarse una sanción determinada –consecuencia jurídica–; con ello, el
agente justifica su decisión basándose en la norma.

Por tanto, que una determinada norma sea aplicable dependerá, en suma, de
que otra norma válida del sistema jurídico obligue o permita su aplicación.

Como regla general, las normas válidas (pertenecientes) son normas aplica-
bles, así como las normas aplicables son por lo general normas válidas. Sin
embargo, no se da una total correspondencia entre los dos conjuntos (normas
© FUOC • PID_00247808 29 El derecho: qué es y cómo es

pertenecientes y normas aplicables), por lo que podemos encontrar ejemplos


tanto de normas pertenecientes pero no aplicables como de normas aplicables
que no pertenecen al sistema.

Algunos ejemplos de normas válidas pero no aplicables serían los siguientes:

a)�Normas�en�período�de�vacatio�legis. Como ya sabemos, se denomina vaca-


tio legis al período de tiempo que transcurre entre la publicación oficial de una
disposición y su entrada en vigor, que, como regla general y si la propia dispo-
sición no establece otra cosa, en el derecho español es de veinte días. Durante
ese período, la norma es válida (pertenece al sistema), como lo demuestra el
hecho de que puede ser derogada, pero no es aplicable; de hecho, si algún juez
u otro órgano aplicaran esa norma antes de su entrada en vigor, su decisión
sería contraria a derecho.

b)�Normas�suspendidas. Los distintos sistemas jurídicos suelen incluir nor-


mas que establecen que, bajo determinadas situaciones excepcionales que po-
nen en peligro la estabilidad, ciertas otras normas serán temporalmente sus-
pendidas para hacer frente a la situación, de manera que, mientras dure esa
situación excepcional, no serán aplicables.

Un ejemplo en el derecho español es el del artículo 55 de la Constitución, que establece


que en las situaciones de estado de excepción y de sitio, ciertos derechos fundamentales
quedan suspendidos o limitados (por ejemplo, la inviolabilidad del domicilio, la libertad
de circulación, el derecho de huelga, etc.). Las normas que reconocen tales derechos si-
guen perteneciendo al sistema (no quedan derogadas, ya que cuando la situación excep-
cional finaliza, vuelven a tener vigencia sin necesidad de que sean nuevamente aproba-
das), pero no son aplicables.

También existen situaciones en las que resultan aplicables normas que no per-
tenecen al sistema, como en los casos siguientes:

a)�Normas�derogadas. Cuando una norma es derogada, es expulsada del sis-


tema jurídico y, por eso, a partir de ese momento, deja de ser una norma válida
(perteneciente al sistema). Sin embargo, esto no significa necesariamente que
no pueda todavía ser aplicable o incluso que los jueces deban aplicarla para
resolver el caso planteado.

Supongamos que en el momento t0, A y B celebran un contrato de arrendamiento de


una vivienda. En dicho momento, la normativa válida y aplicable que regula ese tipo
de contratos es la ley L1. En un momento posterior (t1), se modifica la legislación sobre
arrendamientos y la ley L1 queda derogada, sustituyéndose por la ley L2. Posteriormente,
en el momento t2, surge una desavenencia entre A y B, y el caso acaba en los tribunales.
En esa situación, el juez deberá resolver el caso conforme a lo que dispone la ley L1 (y
no según la ley L2, que tan solo afecta a los contratos celebrados a partir de su entrada
en vigor), que es la que rige el contrato entre A y B, y que por tanto resulta aplicable, a
pesar de estar ya derogada.

b)�Normas�de�derecho�extranjero. En ocasiones, puede ocurrir que las nor-


mas que resulten aplicables para resolver un caso sean normas de otro orde-
namiento jurídico extranjero (que, por definición, no pertenecen al sistema
© FUOC • PID_00247808 30 El derecho: qué es y cómo es

jurídico de la nacionalidad del órgano que toma la decisión). Existe una rama
del Derecho, llamada Derecho internacional privado, que fundamentalmente
se ocupa de determinar qué normas son las que resultan aplicables en situa-
ciones en las que, por distintas circunstancias, los sistemas jurídicos de distin-
tos países están involucrados.

Por ejemplo, si se celebra en España un contrato entre un ciudadano francés y otro ale-
mán, y que tiene que cumplirse en Italia, ¿qué normas regirán ese contrato, las del dere-
cho español, francés, alemán o italiano? ¿Y qué tribunales serán los competentes para el
caso de que surja alguna disputa? En casos como este puede ocurrir perfectamente que
un juez o tribunal deba aplicar normas jurídicas de otro país, y por tanto pueden resultar
aplicables normas que no pertenecen al sistema jurídico.

c)�Normas�irregulares. Las normas irregulares son aquellas que, por alguna


razón, no cumplen con todos los requisitos de validez (por ejemplo, porque
el órgano que las dictó se extralimitó de sus competencias o porque no siguió
correctamente el procedimiento de creación, o porque resulta incompatible
con lo que disponen normas de rango superior).

Estas normas, por tanto, son inválidas y no pertenecen al sistema jurídico.


Sin embargo, en algunos casos pueden resultar aplicables. En nuestro derecho,
por ejemplo, las normas con rango de ley contrarias a la Constitución son
aplicables (todos los órganos tienen el deber de aplicarlas) en tanto no sean
declaradas inconstitucionales por el Tribunal Constitucional.

Hay que tener en cuenta, no obstante, el matiz siguiente: cuando la disposición impug-
nada ante el Tribunal Constitucional es de una comunidad autónoma (y no del Estado
central), se suspende automáticamente su aplicabilidad, aunque de forma temporal (si el
tribunal no dicta sentencia dentro de dicho plazo, la norma recupera su aplicabilidad).

Es más, en la hipótesis de que el Tribunal Constitucional, erróneamente, de-


clarase que una ley es constitucional aun cuando fuera contraria a la Consti-
tución, esta sería aplicable con carácter definitivo y todos los demás órganos
tendrían el deber de aplicarla, aun siendo inválida.
© FUOC • PID_00247808 31 El derecho: qué es y cómo es

4. La dinámica de los sistemas jurídicos: las normas de


competencia y la derogación

Una de las características fundamentales y diferenciadoras del derecho respec-


to de otros sistemas normativos es la capacidad de modificar su propio conte-
nido a través de los procedimientos establecidos por el propio sistema, lo que
le otorga un carácter dinámico. Estos procedimientos hacen posible que mu-
chos de los elementos que forman parte del sistema jurídico estén vinculados
mediante relaciones genéticas o de legalidad.

Los principales instrumentos para llevar a cabo tales cambios son dos: las nor-
mas de competencia y el mecanismo de la derogación.

4.1. Las normas de competencia

Los sistemas jurídicos cuentan entre sus elementos con cierto tipo de normas,
las llamadas normas�de�competencia, que son las que permiten la incorpo-
ración de nuevos elementos al sistema, al establecer el marco y las condicio-
nes mediante las cuales ciertos órganos o autoridades pueden dictar nuevas
normas.

Referencia bibliográfica
Según Moreso, la estructura estándar de una norma de competencia es
la siguiente: el órgano O, mediante el procedimiento P, puede (o podrá, J.�J.�Moreso;�J.�M. Vilajosana
(1994). Introducción a la teo-
o está autorizado para, o es competente para, o tiene la competencia ría del derecho (p. 87). Madrid:
Marcial Pons.
para, etc.) regular la materia M.

Estas normas son las que hacen posible que, siempre que los órganos compe-
tentes dicten nuevas normas cumpliendo todos los requisitos exigidos por las
normas de competencia, estas pasen a formar parte del sistema jurídico (sean
normas válidas, pertenecientes al sistema).

Los requisitos de validez establecidos por las normas de competencia son fun-
damentalmente de tipo «formal»:

a) que la autoridad que dicta las normas sea competente (órgano O),

b) que las normas versen sobre la materia sobre la que ese órgano tiene com-
petencia (materia M) y

c) que hayan sido dictadas conforme al procedimiento establecido (procedi-


miento P).
© FUOC • PID_00247808 32 El derecho: qué es y cómo es

Pero, además, es necesario satisfacer también condiciones de tipo «material»:


toda norma, para ser válida (y, por tanto, para formar parte del sistema jurídi-
co), debe no ser incompatible con lo establecido por otras normas válidas de
rango o jerarquía superior.

Esa es la razón por la que, por ejemplo, una ley inconstitucional carece de
validez: a pesar de haber sido aprobada por el órgano competente (Cortes Ge-
nerales o un Parlamento autonómico), sobre un asunto o materia de su com-
petencia, y siguiendo el procedimiento legislativo, se exige además que no re-
sulte contraria a la Constitución, por ser esta de jerarquía superior.

Referencia bibliográfica
Ha existido, por otra parte, una larga discusión teórica acerca de cómo concebir ade-
cuadamente las normas de competencia: en especial, si se trata de normas prescriptivas
o bien de normas constitutivas. Algunos autores muy destacados, como Kelsen o Von Sobre la discusión teórica
Wright, han sostenido, con diferentes versiones y argumentos, que se trataría de normas acerca de las normas de com-
prescriptivas. petencia, puede verse:
J.�Ferrer (2000). Las normas
de competencia. Un aspecto de
Así, para Kelsen, serían normas de obligación (normas que ordenan a los ciudadanos obe- la dinámica jurídica. Madrid:
decer las normas dictadas por los órganos competentes), mientras que para Von Wright Centro de Estudios Políticos
se trataría de normas de permisión (lo que el autor finlandés denomina «permisos de y Constitucionales.
orden superior», que es un permiso para que cierta autoridad pueda dictar normas de un
determinado contenido).

Por razones en las que no entraremos aquí, ambas concepciones resultan problemáticas,
por lo que en las últimas décadas ha ido cobrando mayor fuerza el punto de vista según el
cual las normas de competencia pertenecerían a la categoría de las normas constitutivas.

Bajo este punto de vista, las normas de competencia serían normas que definen o reco-
nocen�como�válidas (pertenecientes al sistema) aquellas normas que han sido dictadas
conforme a los requisitos establecidos por las normas de competencia (dicho de otro mo-
do: si un órgano dicta normas de acuerdo con las exigencias establecidas por las normas
de competencia, serán normas válidas del sistema). En tanto que normas constitutivas,
correlacionarían el caso (supuesto de hecho) de que un órgano dicta una o varias normas
de acuerdo con los criterios establecidos por la norma de competencia, con el caso (con-
secuencia jurídica) de que tales normas forman parte del sistema jurídico.

4.2. La derogación de las normas jurídicas

La expulsión o eliminación de normas del sistema jurídico se conoce


como derogación. Una norma derogada, por tanto, será aquella que ha
sido eliminada o expulsada del sistema, con lo que ya no se trata de una
norma válida.

Las normas derogadas han formado parte previamente del derecho en algún
momento, por lo que no se habla de «derogación» en relación con aquellas
normas que nunca han pertenecido al derecho.
© FUOC • PID_00247808 33 El derecho: qué es y cómo es

Existen fundamentalmente dos mecanismos mediante los cuales pueden de-


rogarse normas jurídicas: la derogación�expresa y la derogación�tácita. A su
vez, dentro de la derogación expresa, puede distinguirse entre la derogación
formal�o�nominada y la derogación material o innominada. A continuación
las explicaremos con más detalle:

1) La derogación�expresa es aquella que se lleva a cabo mediante una dis-


posición�derogatoria, un elemento introducido expresa o explícitamente (de
ahí el nombre) por la autoridad competente y que suele tener la forma: «Que-
da derogada la norma N» (o similar). Estas disposiciones suelen colocarse en
la parte final de los textos legales aprobados (leyes, decretos, etc.). Además,
dependiendo del grado de determinación o precisión con la que la disposi-
ción derogatoria identifica las normas derogadas, es posible diferenciar entre
la derogación expresa formal o nominada y la derogación expresa material o
innominada.

a) La derogación (expresa) es formal o nominada cuando la disposición de-


rogatoria identifica de manera precisa aquellas normas que son objeto de la
derogación (por ejemplo: «Quedan derogados los artículos x, y y z de la Ley L»).

Un ejemplo sería la disposición derogatoria primera de la Constitución española de 1978:


«Queda derogada la Ley 1/1977, de 4 de enero, para la reforma política, así como, en
tanto en cuanto no estuvieran ya derogadas por la anteriormente mencionada ley, la de
principios del Movimiento Nacional, de 17 de mayo de 1958; el Fuero de los españoles,
de 17 de julio de 1945; el del Trabajo, de 9 de marzo de 1938; la Ley constitutiva de las
cortes, de 17 de julio de 1942; la Ley de sucesión en la Jefatura del Estado, de 26 de julio de
1947, todas ellas modificadas por la Ley orgánica del Estado, de 10 de enero de 1967, y en
los mismos términos esta última y la de referéndum nacional, de 22 de octubre de 1945».

b) La derogación (expresa) es material o innominada cuando la disposición


derogatoria no realiza una relación precisa de los elementos derogados, sino
que solo hace una referencia genérica a las normas que resultan derogadas,
correspondiendo por tanto a los intérpretes y aplicadores del derecho en ge-
neral la identificación precisa de las normas derogadas (por ejemplo: «Quedan
derogadas todas aquellas normas que se opongan [sean incompatibles] con la
presente ley»).

Un claro ejemplo de este tipo de derogación es la disposición derogatoria tercera de la


Constitución española de 1978: «Asimismo, quedan derogadas cuantas disposiciones se
opongan a lo establecido en esta Constitución».

2) La derogación�tácita, por su parte, es aquella que se produce sin necesidad


de disposición derogatoria alguna, puesto que ocurre por la simple aplicación
del llamado criterio�cronológico, que consiste en que las normas posteriores
derogan todas aquellas normas anteriores de igual o inferior jerarquía que re-
sulten incompatibles.

Como establece el artículo 2.2 del Código civil: «Las leyes solo se derogan por otras pos-
teriores. La derogación tendrá el alcance que expresamente se disponga y se extenderá
siempre a todo aquello que en la ley nueva, sobre la misma materia, sea incompatible
© FUOC • PID_00247808 34 El derecho: qué es y cómo es

con la anterior. Por la simple derogación de una ley no recobran vigencia las que esta
hubiere derogado».

Al igual que ocurre en la derogación expresa material, corresponderá a los


intérpretes y aplicadores del derecho la tarea de identificar concretamente qué
elementos han quedado derogados.

El último inciso del artículo 2.2 del Código civil sirve para zanjar una cuestión
que había sido históricamente discutida, y que recibe el nombre de «revivis-
cencia»: ¿vuelven a formar parte del derecho aquellas normas que habían sido
derogadas cuando la norma que las derogó queda derogada? El Código civil
cierra la discusión dando una respuesta negativa: la derogación es definitiva
y, por tanto, el único modo de «revivir» una norma es aprobándola de nuevo.
© FUOC • PID_00247808 35 El derecho: qué es y cómo es

Resumen

En este segundo módulo se han presentado de manera muy sucinta algunos de


los aspectos centrales de la teoría general del derecho, cuyo objeto de estudio
son los conceptos y las características principales de la estructura de los siste-
mas jurídicos y de los elementos que los componen, así como sus relaciones.

En primer lugar, se ha abordado la cuestión de las características que definen a


un sistema jurídico y que permiten diferenciarlo de otros conjuntos de normas
o pautas reguladoras de la conducta humana, como las normas morales, socia-
les o religiosas. Así, los sistemas jurídicos se definen por cuatro características
o propiedades básicas: su carácter sistemático (las relaciones que ordenan sus
elementos, que son fundamentalmente dos: la legalidad y la deducibilidad);
su carácter normativo (contiene elementos que establecen guías o pautas de
conducta obligatoria); su carácter coactivo (posibilidad de recurrir al uso de la
violencia para asegurar el cumplimiento de las pautas de conducta), y su carác-
ter institucionalizado (su estructuración y funcionamiento a través de órganos
e instituciones). Estas características permiten diferenciar el derecho de otros
conjuntos normativos, que no cumplen una o varias de estas condiciones.

A continuación, se ha abordado el concepto de «norma», diferenciando entre


sus diversos sentidos o tipos, y analizando cuáles de estos tienen relación con
el derecho. Son especialmente relevantes dos tipos o categorías: las prescrip-
ciones o normas prescriptivas, que guían la conducta, y las reglas conceptuales
o constitutivas, que definen conceptos o establecen las condiciones de validez
de los actos jurídicos. Se han mostrado también las principales dificultades o
problemas de las concepciones reduccionistas que intentan reconducir todos
los preceptos del derecho a una única categoría de normas prescriptivas, así
como la pretensión de hallar las propiedades que convierten a una norma en
«jurídica» y definir el sistema jurídico como el conjunto de las normas jurídi-
cas. En lugar de ello, resulta más adecuado partir de un concepto de sistema
jurídico y definir las normas jurídicas como los elementos que pertenecen a
dicho sistema.

En tercer lugar, se ha analizado el concepto de validez jurídica (pertenencia al


sistema), los distintos criterios de validez y sus relaciones con el concepto de
aplicabilidad, destacando que no se trata de conceptos coextensivos, sino que
existen ejemplos tanto de normas válidas pero inaplicables, como de normas
inválidas pero aplicables.
© FUOC • PID_00247808 36 El derecho: qué es y cómo es

El último apartado del módulo se ha centrado en el carácter dinámico de los


sistemas jurídicos y los mecanismos que hacen posible los cambios (introduc-
ción y eliminación de normas), para lo que se han abordado las normas de
competencia y el mecanismo de la derogación.

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