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a) Objeto ilícito
Se vincula a la llamada “ilicitud esencial” o “ilicitud moral”. Hay diferentes
posturas en doctrina y jurisprudencia acerca de lo que debe entenderse por
inmoral. La mayoría, desde una posición sociológica, dice que la considera
como una valoración del objeto contrario a la conciencia popular de un tiempo y
lugar determinados. La minoría estima que el concepto de moral se refiere a la
moral católica o, en su caso, confesional.
Se acepta que concepto de moral en el Derecho del Trabajo, atento su carácter
protectorio, debe ser restrictivo y considerarse la ilicitud del objeto desde un
punto de vista sociológico, esto es con arreglo a la opinión común imperante en
el tiempo y el lugar concretos. Debe tenerse en cuenta que la inmoralidad del
contrato puede dejar al trabajador sin ningún derecho.
El art. 39, LCT, establece que el objeto no será considerado ilícito “si por las
leyes, las ordenanzas municipales o los reglamentos de policía se consintiera,
tolerara o regulara”.
Una actividad que no se considere ética puede ser lícita, por ejemplo algunos
espectáculos públicos (vgr.el boxeo, la jineteada) o el trabajo en albergues
transitorios.
Debe incluirse, aún cuando la ley no lo hace, al trabajo que en sí constituye un
delito penal dentro del concepto de objeto ilícito. Es que en virtud del
art.279,CCCom., los actos de objeto ilícito se consideran inválidos, afectados
de nulidad absoluta por estar afectado el orden público.
La LCT, art. 41, prescribe que los contratos de objeto ilícito no producen efectos
entre las partes que se deriven de ella.
El derecho le niega toda protección a quien ha procedido con dolo o mala fe.
Por ello es que las partes no pueden solicitar la ejecución del contrato, ni
tampoco solicitar invocar ningún derecho derivado de esta relación inválida, no
pueden ser objeto de una obligación válida.
El efecto de estos contratos con objeto ilícito es la nulidad absoluta; no se
produce consecuencia alguna para ninguna de las partes.
Se coincide en que no se ha formado una relación efectiva de trabajo ya que
ordenamiento jurídico laboral no reconoce la ocupación inmoral.
b) Objeto prohibido.
El caso de objeto prohibido o imposibilidad jurídica del objeto se da cuando la
ley no permite el empleo de determinadas personas, en determinadas tareas,
épocas o condiciones. Esta prohibición está siempre dirigida contra el
empleador y no incapacita jurídicamente al trabajador.
El objeto en este caso se caracteriza por ser una actividad que en sí misma no
es inmoral ni delictiva. Mas su realización se opone a alguna norma imperativa
que impide su realización respecto de:
a) determinadas personas: por ejemplo los menores de 16 años (art. 189,
LCT), los inmigrantes ilegales (art. 53, ley 25.871), las personas incapaces y
los de capacidad restringida (art.31 y 32, CCCom.), los inhabilitados
judicialmente, (art.48.CCCom.), los fallidos (art. 108,LCQ).
b) determinadas tareas: como las de carácter penoso, peligroso o insalubre,
vedadas para mujeres y menores (art. 175, LCT).
c) en determinadas épocas: el trabajo de las mujeres embarazadas desde
los 45 anteriores al parto y los 45 posteriores a él (art. 177, LCT).
d) en determinadas condiciones: los menores en horarios nocturnos (art.
190, LCT).
Estas prohibiciones en su mayoría tienen su fundamento en la protección al
mismo trabajador; pero también lo son en el orden público en general.
Fuentes
Según los arts. 19 de la C.N. y 22,CCCom., las personas tienen derecho a
realizar todos los actos que no sean expresamente prohibidos por la ley, de
modo que toda limitación al principio de libertad sólo puede ser establecida por
una norma legal ordinaria o constitucional. Por ello la única fuente de orden
público es la ley, que es la facultada para establecer cuando está
comprometido el interés general de la sociedad (orden público-objeto), y
determinar el modo como va a reaccionar el orden jurídico para defender y
garantizar — a través de la limitación de la autonomía de la voluntad— la
vigencia del referido interés general (orden público-institución).
La facultad de regular el orden público-institución está reservada a la ley, y en
principio no puede ser delegada a ningún otro organismo, sea judicial,
administrativo o privado. El Código Civil y Comercial es el que establece, de
modo permanente y con carácter general, como va a reaccionar el orden
jurídico para proteger el interés general comprometido (p. ej., 12, 279 y
1004,CCCom), sin perjuicio que las leyes especiales puedan disponer cuál de
esos efectos (o los que pudieran prever) se producirán en la situación particular
que las mismas consideren. En cambio, en lo que se refiere al orden público-
objeto, la complejidad de la realidad social impide que el legislador pueda
contemplar todas las situaciones en las que se encuentra interesado ese
interés general, y por ello en muchos casos necesitará delegar, en especial en
los jueces (p. ej., arts. 502, 872 y 872 del Cód. Civil), la tarea de determinar
cuando está comprometido el orden público.
Efectos jurídicos
a) Imperatividad e irrenunciabilidad. Para alcanzar el objetivo de proteger y
preservar los intereses generales de la sociedad, el orden público-institución
produce efectos muy importantes, predeterminados ya por el sistema, que
consisten en atribuir imperatividad a las normas, declarar irrenunciables los
derechos adquiridos, posibilitar que en ciertos casos se apliquen las leyes de
oficio, e invalidar los actos violatorios del orden público, además de otras
sanciones.
Se pone especial atención en dos de esos efectos jurídicos: el de imperatividad
de las normas (art. 12 y 1004,CCCom.) y el de irrenunciabilidad de los
derechos adquiridos (art.945,CCom.), por ser los más controvertidos y los que
generan la mayoría de los problemas que plantea la institución del orden
público. La relación que existe entre imperatividad e irrenunciabilidad se
planteó especialmente a principios del siglo XX al sancionarse leyes que, para
proteger al trabajador, le atribuyeron derechos de un modo obligatorio (leyes
imperativas), pero que no impedían que los destinatarios, una vez adquiridos
los beneficios respectivos, los pudieran renunciar libremente.
Era evidente que la sola imperatividad, sin irrenunciabilidad, no garantizaba al
trabajador el efectivo goce de los derechos concedidos por la ley.
Ante esta situación al principio se impuso la doctrina y jurisprudencia —
especialmente en Italia— que afirmaba que la irrenunciabilidad deriva
necesariamente de la imperatividad, de modo que si la norma inderogable
atribuye un determinado derecho a una persona, ésta no podría renunciar
válidamente al mismo, por lo que solo serían renunciables los derechos
establecidos por normas no imperativas o derogables.
Otra posición, que finalmente se impuso a mediados del siglo XX, sostuvo que
ambas figuras jurídicas no estaban vinculadas por una relación necesaria por
ser independientes entre sí, de modo que la norma imperativa podía asignar un
determinado derecho a una persona y ésta, después de adquirirlo, podía
renunciarlo o no según lo dispusiera la legislación vigente en cada país, al
margen de si tal derecho provenía de una norma imperativa o dispositiva.
Para De la Fuente no hay ninguna duda que ésta última posición es la correcta,
ya que los conceptos de imperatividad e irrenunciabilidad son en realidad
autónomos e independientes, por lo que un derecho asignado por una norma
imperativa, una vez adquirido por su destinatario, puede ser en definitiva tanto
renunciable como irrenunciable, según sea el caso.
Considera que en nuestro régimen jurídico los derechos solo serán
irrenunciables cuando se encuentra comprometido el orden público, sin tener
en cuenta sí ese derecho proviene de la ley o de cualquier otra fuente
(art.944,CCom.), o en el caso que exista una norma especial, que así lo
disponga, como sucede, p. ej., con los derechos del trabajador (art. 12, LCT).
Señala lo que sucede en el derecho privado en cuyo ámbito son comunes las
normas imperativas que atribuyen derechos a ciertas personas, las cuales, una
vez adquiridos, pueden renunciarlos libremente como es el caso de
prescripción o de las leyes de alquileres, de seguros, de protección del
consumidor, etc.
Mediante la imperatividad se asigna a una persona un determinado derecho de
un modo obligatorio, por lo que cualquier acto que ella celebre para evitar esa
atribución será invalido (son los llamados "negocios derogatorios"), y por lo
tanto no impedirá que ese derecho nazca y se incorpore de un modo pleno a su
patrimonio (art. 12 y 1004,CCCom.). Cuando esto último ocurre cesan los
efectos de la imperatividad, ya que se habrá cumplido entonces plenamente el
fin perseguido por la norma inderogable, que es precisamente que el
destinatario pueda adquirir el derecho asignado. Nacido el derecho, recién
entonces se plantea la posibilidad de que su titular pueda renunciarlo, lo que en
principio podrá hacerlo salvo que, como dijimos, ese derecho sea irrenunciable
por encontrarse interesado el orden público (art.944,CCCom.), o por así
disponerlo una norma legal expresa (p. ej. art. 12, LCT).
Efectos jurídicos
Imperatividad de las normas laborales
El concepto de normas imperativas, refiere De la Fuente, no plantea dudas ni
en el derecho general ni en el derecho del trabajo, y son las que se
caracterizan por ser de aplicación forzosa y obligatoria, en cuanto se imponen
de modo absoluto a la voluntad de las personas, a diferencia de lo que sucede
con las normas dispositivas o supletorias, las que sí pueden ser modificadas o
dejadas de lado.
A las normas imperativas también se la denomina "forzosas", "coactivas", "ius
cogens", "inderogables", "derecho necesario", "de orden público",
"irrenunciables", "indisponibles", etc. La mayoría de estas expresiones son
apropiadas y se las puede aceptar sin objeciones; hay algunas que merecen
algunas aclaraciones, y otras que, en nuestra opinión, deben ser rechazadas
por impropias y por inducir a confusiones, según veremos a continuación.
La expresión norma inderogable parece impropia, ya que es sabido que las
personas no pueden derogar las normas legales. En la práctica no genera
confusiones debido a que cuenta con amplia aceptación tanto en la doctrina
nacional como extranjera.
Respecto a la expresión norma irrenunciable resulta inapropiada e incorrecta,
pero sobre todo muy peligrosa por las confusiones y equívocos a que puede
inducir. La expresión es jurídicamente incorrecta porque en la teoría general del
derecho no se concibe una renuncia a normas o a leyes, en tanto resulta
impensable que las personas puedan renunciar a los mandatos generales que
emite el legislador, pues carecen de poder de disposición sobre ellos.
Las personas pueden renunciar a los derechos que confieren las leyes, pero no
a éstas, que le son ajenas y no les pertenecen.
En el Derecho del Trabajo, en cuyo ámbito casi todas las normas son
imperativas y casi todos los derechos del trabajador son irrenunciables, la
doctrina proclama —sin discusión— la vigencia del principio de
irrenunciabilidad, que incluye tanto a la renuncia de normas como la de
derechos. Al incluir en el mismo principio dos instituciones que, como se dijo,
son sustancialmente diferentes, dice De la Fuente, resulta normal que ambas
se entremezclen y confundan, con los equívocos y problemas consiguientes.
Para evitar estos equívocos y confusiones propicia que al principio de
irrenunciabilidad se lo desdoble, por un lado el principio de imperatividad de las
normas, y por otro en el principio de irrenunciabilidad de derechos adquiridos.
La expresión norma indisponible, también muy usada en el ámbito laboral como
equivalente de norma imperativa, debe ser igualmente rechazada por
incorrecta y antijurídica, y por las mismas razones que se expuso para
descartar la locución norma irrenunciable. La renuncia a los derechos no
constituye más que una especie dentro del género de los actos dispositivos y
solo puede disponerse de los derechos y no de las leyes.
1.- Introducción
El contrato de trabajo da origen a un complejo de relaciones intersubjetivas,
que no son sólo jurídicas sino también económicas y morales.
La diferente capacidad negocial de las partes en la relación laboral justifica una
intensa intervención del Estado en el tema.
Las luchas de los trabajadores organizados y luego la autonomía colectiva ha
contribuido a dar como fruto un plexo de derechos y deberes básico, que se
ajusta con el tiempo y el ritmo universal de los derechos humanos
(CSJN,”Vizzoti”), en especial de los trabajadores en esta época.
Empresas ideológicas:
Con relación a empleados de empresas ideológicas o de tendencia, a los que
se les exige la orientación ideológica por la actividad a desempeñar (escuelas
confesionales, hospitales confesionales, periódicos o diarios de partidos
políticos) la prohibición del art.73. LCT, regirá los demás aspectos no incluidos
en la exigencia inicial. Hay que ver si los cargos a desempeñar son los que
reflejan la ideología de la empresa.
No parece ver afectación de la buena fe contractual cuando se deban cubrir
cargos que son inseparables de la ideología propia de la empresa empleadora
(editorialista de un diario de un determinado partido político, no podría tomar
empleados que pertenezcan al partido opositor; en una escuela judía no sería
conveniente que trabajen docentes que se identifican como ateos, etc.).
Empresa crítica:
Debe conceptualizarse a aquélla que la Res. 700/2000 denomina “empresa
testigo” que son aquéllas que durante el año 1999 tuvieron un índice de
siniestralidad superior en un 10% en comparación con empresas de similar
tamaño y actividad, no contemplando este porcentaje los accidentes “in itinere”.
Sin perjuicio de ello tanto las ART como los empleadores autoasegurados,
deben entregar a los trabajadores cubiertos de una credencial identificatoria a
los fines de formular denuncias de siniestros para solicitar asistencia inmediata
a través de teléfonos de acceso gratuito.
Resarcimiento de daños:
El deber de seguridad también se proyecta al resguardo de los bienes que el
trabajador lleve a la empresa, o pone a su disposición para el cumplimiento de
la tarea (auto, equipos, herramientas, que se relacionen normalmente con su
trabajo) debiendo responder el empleador por los daños sufridos en aquellos
“por el hecho o en ocasión del trabajo”.
Ejemplos: vehículos, bicicleta o motos, necesarios para cumplir con las tareas,
sin relación necesaria con la función, pero sí para trasladarse al trabajo y que
queda en un lugar que el empleador tiene previsto al efecto y bajo su guarda.
Prescripción
De la obligación de entrega del certificado de trabajo
Para unos reconoce naturaleza contractual, por lo tanto la alcanzan las
previsiones del art. 256, LCT, prescribiendo a los dos años la obligación de
entregarlo.
Fernández Madrid considera que no es correcta esta afirmación porque se trata
de certificar un hecho (la existencia del contrato) que no es prescriptible y la ley
ha puesto en cabeza del empleador la entrega al trabajador de una
constatación del hecho. De otro modo podría quedar borrada la prueba de los
servicios necesarios.