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En esta ocasiòn les adjunto la clase de la Lic. Catalano sobre el escritor Sergio
Chejfec. Junto al relato "Los enfermos", veremos tambièn, este año, del mismo
autor, la novela El aire.
Universidad Nacional de Mar del Plata
Facultad de Humanidades
Departamento de Letras
Asignatura: Literatura y Cultura argentinas II
Docentes a cargo: Edgardo Berg / Nancy Fernández
Adscripta Lic. Agustina Catalano
Contacto: a_catalano@outlook.com.ar

UNIDAD II LAS FORMAS DE LA ENFERMEDAD

Clase sobre “LOS ENFERMOS” de Sergio Chejfec

Hola, cómo están. Espero que bien. Voy a dejar una serie de apuntes sobre el texto “Los
enfermos” del escritor Sergio Chejfec incluido en su libro Modo linterna, publicado por
primera vez en 2013. En principio, ya desde el título advertimos el vínculo que se entabla con
el eje del programa de la materia de este año: quiénes son, de qué están enfermos, cómo y
dónde. Desde las primeras líneas la narración nos introduce en una atmósfera extraña
potenciada por el uso de la expresión “extraño episodio”, adjetivo que abre a todo un campo
semántico de posibilidades. La caracterización tanto de los espacios (ciudad / hospital) como
de la protagonista, cooperan con ese clima enrarecido, diletante, de olvidos y búsquedas. Ella,
personaje protagonista: “Imagina por un momento el mapa de internet y se ve a sí misma
como un punto que avanza titilante por el camino trazado”. Sujetos frágiles, precarios, con
mínimas seguridades, a tientas por la ciudad, por un hospital lleno de enfermos anónimos,
cuerpos que auguran muerte. Otra descripción afirma que ella: “Siempre será un personaje
menor y anónimo, un grano de arena demasiado liviano en la acumulación de materia que es
el mundo”.
En relación al tiempo, también nos colocamos frente a un tiempo ambiguo,
indeterminado. Hay resquicios de un pasado, proyecciones improbables del futuro, un
presente fragmentario, impreciso. Todas las menciones temporales son igual de vagas,
ambivalentes y a veces desconciertan más que localizar: “Desde hace un tiempo indefinido,
no sabe si mucho o poco”. Cabe preguntarse en qué tiempo transcurre este cuento, en qué
línea temporal se ubica lo que ocurre. “Cierta mañana [...]”, el comienzo, ya nos mete de lleno
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en ese tiempo neutro, pero no por eso con menos espesor. Porque en un punto, al texto y al
narrador no le importa dar fechas, números, especificaciones sobre el espacio-tiempo, porque
ese espacio-tiempo de la escritura es el espacio-tiempo de un pensamiento y por ende no es
uniforme, homogéneo, señalable así sin más. El verosímil realista no funciona, digamos. Otro
aspecto productivo para reflexionar. Es un texto que trabaja permanentemente con la elipsis,
con lo no dicho, con información que no se nos provee a los lectores, en parte por ese clima
enrarecido, como de ensoñación, que mencionaba antes, pero sobre todo porque no son
relevantes, no tienen que ver con el ritmo o la cadencia que modula el narrador. Si lo leen
pensando desde este procedimiento van a notar que se nombra muchas veces que, por
ejemplo, “alguien” dijo o se habla de una carta que nunca conocemos, de “nombres” que se
anotan o listas de las que nunca sabemos cuáles o de qué se tratan. Como si el narrador
escatimara, o no reparara en esos detalles realistas, porque está atento a otro tipo de
información, a la percepción de otro modo. Podemos preguntarnos acá cómo es la mirada de
ese narrador, o de la protagonista, cómo enfocan, si no estamos frente al cuadro de
costumbres, o al retrato realista, cómo es ese acercamiento. En algunos pasajes parece un
travelling, por ejemplo en los pasillos del hospital, como una mirada que se coloca por encima
y que se mueve, que va hacia algún lado (del corredor a la sala de espera, luego curvas) eso es
importante, la mirada en movimiento, nunca quieta, simplemente enunciando, atestiguando.
En otros, hay planos-detalle, especialmente cuando se trata de los objetos que hay en el
hospital, donde vamos al hueso de las cosas, su textura, su olor, su composición. El gesto de
ella, otro indicio, que tiene que reponer de qué hospital se trata porque olvida, porque está
como absorta, manifiesta como una suerte de delay en lo que pasa. Y eso hace que se activen
los sentidos. Por eso el texto no necesita situarnos con datos. De hecho, ella amaga con buscar
cosas en el celular todo el tiempo pero se rinde ante la experiencia de estar ahí sintiendo,
vivenciando. Chejfec nos introduce en el plano de los sentidos: nos hace escuchar ruidos, el
eco de la mente que piensa, diálogos, nos hace mirar una obra artística, sentir la trama de una
ropa o de unas manos,
Ahora bien, el narrador podría ser leído también como un personaje más en tanto
presencia activa, que dispone, comenta, interroga, conoce, duda, que se entromete en la mente
de Ella, la acompaña y sigue (podríamos decir) en sus pasos, rodeos, vueltas. El texto por
momentos es movimiento puro, traslados, giros. Este es un aspecto trabajo muy agudamente
por Edgardo en su último libro dedicado a la obra de Chejfec, Signo de extranjería, lectura
que recomiendo fervientemente para quien quiera ampliar los conocimientos sobre su
literatura. Allí Edgardo sostiene que: “Chejfec es un novelista del desplazamiento y en el
desplazamiento encuentra su fuerza de interpelación narrativa y estética. De ahí que muchos
de sus personajes sean [...] merodeadores furtivos de la ciudad” (2020: 23). Cómo se puede
analizar esta cuestión en relación con el narrador y con la protagonista, cómo es ese merodeo
en el cuento, por dónde transita, cómo captura los lugares, cómo se acerca y se distancia de
ellos, mediante qué procedimientos. Por un lado, entonces podemos pensar este narrador
como un “narrador con” (si traemos las tipologías propuestas por Todorov), un narrador que
va con la protagonista, que en algunos casos parece guiarla, en otros seguirla. Es una
pregunta, digamos, una prueba o ensayo respecto de la pregunta acerca del narrador, acerca de
cómo opera en el texto en tanto dispositivo narrativo, qué funciones desarrolla, cómo articula
los pensamientos de los personajes con la acción, el mundo exterior e interior, qué grados de
libertad maneja con respecto a ellos. Como posibles respuestas: este narrador oscila entre la
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observación y la duda, entre ideas y digresiones, que no dice que todo lo sabe, intuimos. Un
procedimiento recurrente es la oración coordinada de tipo adversativa: “apenas unos pocos
momentos o incluso menos que segundos” [...] “por parecerle en primer lugar incomprobable,
o demasiado banal o hasta ampulosa” (p. 59). Esto refuerza, por un lado, el clima evanescente
en el que están inmersos, donde nada está fijo o es verdadero, unívoco, y por otro nos
sentimos dentro de los vericuetos de la mente que va y viene, dice y desdice, propone y duda,
le parece algo de una manera y luego de otra.
Finalmente, el cuento presenta una pintura
del italiano Giacomo Balla que copio a la derecha y
en la que, dice el narrador, se ven dos viejos
pobres a los que supone enfermos y en un hospital.
Pensar en esa imagen habilita un conjunto de
emociones tales como desamparo, soledad, falta de
fuerza o voluntad, que resulta de la evocación de
ese momento de contemplación de la obra artística.
Una imagen que ella después encuentra en internet
y a la que se queda mirando, de vez en cuando, una
imagen que le hace preguntas, que interroga,
incomoda: qué esperan los ancianos, qué pasa
cuando los signos de una enfermedad son
imperceptibles. Leemos una descripción del cuadro
que podría ser leída en verdad como una
descripción del estado actual de ese personaje
(Ella) que venimos siguiendo a través del relato, en
sus acciones y pensamientos. Quizás el nudo
problemático de este uso es que el personaje se
incomoda al sentir más compasión y nostalgia por la pareja retratada y no por los pacientes
“reales” con los que tiene contacto en el hospital: “No puede creer que sienta nostalgia por
situaciones como esas, de desamparo recreado, que le parecen más rectas en sus
manifestaciones [...] que las del mundo cierto de los enfermos verdaderos que en breve rato
visitará”. El cuadro parece un punto de anclaje para los pensamientos de la protagonista que
se pierde en los recovecos del hospital, que desconfía de la tecnología, de los periódicos, que
merodea una ciudad en la que reconoce varios tiempos, recuerdos, ilusiones. La mujer busca
seguridades, certezas, algo a lo que aferrarse en un mundo “liquido” (para decirlo con
Baumann) o donde “lo sólido se desvanece” (con Marshall Bermann) y por eso “prefiere las
costumbres instaladas y comprobadamente durables” como leer el diario impreso. Un mundo
de ilusiones, de algún modo, de promesas incumplidas, de expectativas defraudadas: “Y hace
tiempo debió rendirse ante la evidencia de que los hechos en general se presentan de ese
modo, el mundo que ha conocido en el extranjero lo confirma, las cosas prometen algo
distinto de lo que terminan ofreciendo” (p. 57).
El cuadro le permite nombrar lo que (le) ocurre (a ella pero también al narrador) con
palabras, capturar algo de lo que hay alrededor a través del lenguaje, en un mundo (un país)
en el que “todo cambia de nombre” (p. 57), en el que las subjetividades se ven amenazadas
por las nuevas tecnologías, los aparatos, el paso del tiempo y su velocidad. Incluso está
mencionado el tema del “desarraigo”, por llamarlo de alguna manera, ese signo de extranjería
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del que habla Edgardo, “el pensamiento viajero” como lo llama él, de infinitas vueltas: la
experiencia de vivir en el exterior, irse y volver, deambular por el mundo, ser de algún lado y
de ninguna parte, el viaje y las traslaciones. Edgardo introduce este tema en su libro a partir
de un fragmento a modo de epígrafe extraído de un libro de Richard Sennett, El extranjero:
Dos ensayos sobre el exilio, cuya lectura puede ser relevante para este eje, que atraviesa este
cuento y otros de Modo linterna. ¿Cómo habita el espacio la protagonista, cómo se imprime
en su subjetividad esa extranjería (en la ciudad, en el hospital, en su vida, su trabajo, sus
espacios diarios)? ¿Qué efectos produce en el lenguaje, en el narrador, en la mirada, en la
interacción con los objetos? Son algunas preguntas que pueden guiar ese análisis.
Otra posible entrada para una lectura crítica es pensar en la categoría cuento que si
bien la vengo usando, en su sentido tradicional es como que está en suspenso. No sé qué les
parece, si para ustedes hay o no una tensión con el cuento en tanto narración que reposa sobre
acciones y que al final causa un efecto, da un golpe, digo en el sentido de Poe, por ejemplo.
¿Cuáles son las acciones que se narran en este texto? En todo caso, cómo redefine Chejfec al
género, qué nuevas aristas o desafíos presenta. Este es un relato con ideas, pensamientos,
cavilaciones, hipótesis. Hay acción, pero no sé si apuntan a hacer crecer o evolucionar una
trama, porque son más bien acciones mínimas, Por último, dejo abierta también la pregunta
para pensar esta escritura en relación con otros autores que están en el programa de la materia;
pienso en sus “contemporáneos”: Sergio Bizzio, Saer, Piglia, por ejemplo.

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