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Las protestas por el cambio de sabor fueron tan impactantes que hasta se
organizaron grupos de acción y manifestaciones a favor de la receta original.
Sin embargo, pasaron los años y llegó la década de los 70. La eterna competidora,
tras cosechar fracaso tras fracaso, dio con la fórmula de marketing para
establecerse como la marca favorita dentro de un grupo demográfico más
joven, y por tanto en expansión, mientras que Coca-Cola seguía ganando en los
sectores más envejecidos. Para la llegada de 1980, Pepsi iba a la zaga de la
marca roja por menos de un 3% de diferencia.
Aunque Coca-Cola seguía siendo el refresco más vendido del mundo, la firma se
puso nerviosa ante la campaña del rival. Tanto así, que los ejecutivos se
convencieron de que el sabor de su producto era el problema, por lo que se
propusieron desarrollar un nuevo sabor para derrotar a Pepsi en una cata a ciegas.
Coca-Cola veía su imperio tambalearse, y cometió el mayor error que uno puede
tener cuando está bajo presión: reaccionar de forma exagerada.
"Coca-Cola representa a Estados Unidos y eso fue como decir: 'Hemos decidido
cambiar la bandera y poner las estrellas en otro lugar'", le contó a la BBC la
periodista del New York Times Pamela Hollie.
La New Coke, que había emergido en el mercado con un 70% de
aceptación, decayó hasta debajo del 13%, según encuestas internas, y los críticos
especializados empezaron a empeorar sus valoraciones. Mimi Sheraton, una de las
periodistas gastronómicas más famosas del país, llegó a decir que la nueva receta
conservaba "el carácter esencial de la original... como si la Coca-Cola clásica se
hubiera diluido entre cubitos de hielo".
Tras tres meses de encarnizada batalla en las calles, 82 millones de dólares (al
cambio e 2020) tirados a la basura en stock y un amplio descrédito de la marca, el
presidente de Coca-Cola admitió el error y anunció que volverían a utilizar la
fórmula original.