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EL NUEVO SIGLO Y LA GUERRA DE SUCESIÓN

ESPAÑOLA (1701-1713)

David Bardo Viscione, Carlos Cases Pérez, Sixtine Renaudin, Antonio Collado
Agudo

Historia Moderna de España y Europa II

Grupo C1
1. La sucesión española y la Gran Alianza de la Haya (1689-1701) (David
Bardo Viscione y Carlos Cases Pérez)

Introducción: Diplomacia del siglo XVIII (Carlos Cases Pérez)

La política exterior de los Estados del siglo XVIII guardaba una gran relación con el
orden interno, pues la obediencia de los súbditos dependía en gran medida del prestigio del
gobernante. Esta fama podría verse potenciada con triunfos en el panorama exterior, proyectando
en sus victorias frente al resto de potencias su fuerza y capacidad de liderazgo interno, para lo
que la diplomacia resultó un instrumento fundamental.

En la primera mitad del siglo XVIII, la Europa absolutista seguía representando un


modelo de Estados personalistas en los que el poder estaba concentrado en la persona del rey,
teniendo la potestad de dirigir la diplomacia internacional de su reino. En esta la “Razón de
Estado” era fácilmente confundible con la idiosincrasia particular del monarca o por las propias
consideraciones dinásticas de la familia real. Pese a la consolidación de grandes Estados
centralizados y a la pérdida de las pretensiones universalistas de carácter religioso de la
monarchia universalis; la realidad es que la interpretación religiosa y la cuestión dinástica
seguían teniendo un gran peso en estos reinados de corte personalista, en la que los reyes muchas
veces revistieron sus acciones en lo religioso1 o las guiaron en torno al bien común del
patrimonio real y de su linaje. Esta segunda cuestión es de vital importancia, pues en la
mentalidad aristócrata del Antiguo Régimen la familia y la herencia del patrimonio eran metas
fundamentales. Sin embargo, estos antiguos valores tuvieron que coexistir paradójicamente con
nuevas realidades surgidas en la Edad Moderna, como la multilateralidad o la realpolitik.

Así es que la Guerra de Sucesión Española (1701-1713) puede ser entendida inicialmente
como un conflicto patrimonial entre linajes, la familia Borbón y la familia Habsburgo, que por
los intereses particulares de los diferentes actores políticos del panorama internacional europeo,
desencadenó en otra nueva guerra a escala mundial en que todas las grandes potencias del
momento se vieron involucradas (Black, 1997: 337-341).

1
No podríamos perder de vista como Luis XIV, mientras financiaba en secreto el avance del turco sobre el Este de
Europa, también perseguía a los hugonotes en el interior de Francia y atacaba a potencias protestantes como las
Provincias Unidas.
Tratados de reparto (David Bardo Viscione)

Para entender el orígen de esta guerra nos debemos remontar hasta el año 1689, cuando la
reina María Luisa de Orleans falleció sin haberle dejado ningún heredero a Carlos II. por lo que
ese mismo año se ajustó un nuevo matrimonio con María Ana de Neoburgo. Sin embargo, como
se veía que la salud del monarca empeoraba cada vez más y no se lograba que el nuevo
matrimonio concibiera descendencia alguna, se planteó tanto para el entorno de Carlos II como
para las potencias europeas un gran interrogante sobre qué iba a ocurrir con la Monarquía tras su
muerte (Domínguez, 1982: XXXV-XXXVI).

Al margen de lo que pudieran opinar Carlos II y todos sus consejeros, los distintos
Estados europeos comenzaron a entablar conversaciones secretas para repartirse entre ellos los
territorios que controlaban los Austrias españoles, llegándose a firmar dos tratados de partición
que, creían ellos, evitaría una guerra europea tras la muerte de Carlos II.

El primero de ellos se comenzó a negociar tras la Paz de Ryswick, cuando Francia acordó
con Inglaterra que el sucesor de Carlos II sería José Fernando de Baviera, su sobrino nieto.
Aparte, Luis XIV se atribuiría Guipúzcoa, Nápoles, Sicilia, los presidios de la Toscana y Finale
(Liguria). El problema de estas disposiciones era que el emperador también tenía derechos sobre
la corona de España y sobre los territorios italianos que reclamaban los reyes de Francia, por lo
que, para asegurar que el tratado pudiera cumplirse, Luis XIV y Guillermo III formaron una liga
con los Países Bajos en el supuesto caso de que Leopoldo I decidiera reconocer sus derechos.
Según el conde de Tallard, todo ello se plasmó el 16 de enero de 1698 en el "plus célèbre traité
qui été fait depuis plusieurs siècles" (Albareda, 2010: 46-7; Bély, 2007: 634-5).

Además de lo expuesto, durante las negociaciones se añadió un artículo secreto que


otorgaba la sucesión de la Monarquía Hispánica a Maximiliano de Baviera en caso de que su hijo
falleciera, lo que efectivamente ocurrió el 6 de febrero del año siguiente. Sin embargo, el elector
de Baviera no contaba con ningún derecho sobre la sucesión española, sino que la verdadera
legitimidad recaía sobre su mujer María Antonia de Austria2. Como a Francia no le convenía esta
nueva situación, se firmó un segundo tratado por el cual se otorga la sucesión al archiduque
Carlos, siempre que su padre Leopoldo renunciara a sus derechos sobre los territorios italianos
2
Nieta de Felipe IV por vía cognaticia.
que iba a controlar Luis XIV, a los que ahora también se añadía el ducado de Lorena. Finalmente,
estas nuevas condiciones fueron aceptadas por Inglaterra (3 de marzo de 1699) y por los Países
Bajos (25 de marzo de 1699) mientras que el Sacro Imperio rechazó firmarlas (Bély, 2007: 58).

Testamento de Carlos II (David Bardo Viscione)

Mientras tanto, en España sucedía algo similar, porque toda el entorno de Carlos II se
encontraba dividido en dos facciones enfrentadas por motivos personales (más que por elegir a
un sucesor o a otro). Aun así, la facción austracista apoyaba la candidatura del archiduque,
mientras que la facción opositora se negaba a que los Austrias volvieran a controlar una
monarchia universalis como la de Carlos V. Es por ello que los opositores apoyaron en un primer
momento la candidatura de José Fernando de Baviera (tal y como hacía el resto de Europa)3, pero
al fallecer en 1699 todo lo que se decidiera en un nuevo testamento quedaba en el aire (Albareda,
2010: 54-5).

En ese mismo año la facción opositora aprovechó el malestar general que recorría todo
Madrid para fomentar el 28 de abril el que fue llamado “motín de los Gatos”, durante el cual las
casas de dos austracistas (Manuel Joaquín Álvarez de Toledo4 y Juan Tomás Enríquez de
Cabrera5) fueron atacadas y, en consecuencia, Carlos II declaró su destierro. En este contexto, el
partido opositor (con Luis Fernández de Portocarrero a la cabeza) se impuso en la corte
(Albareda, 2010: 55). Sin embargo, la muerte del príncipe José Fernando seguía planteando un
problema de gran magnitud: esfumada la línea bávara, la única vía de sucesión que quedaba era
la del archiduque Carlos pues, tanto María Teresa6 como Ana de Austria7 habían renunciado a
sus derechos sucesorios al contraer matrimonio con, respectivamente, Luis XIV8 y Luis XIII
(Albareda, 2010: 52). Al margen de este impedimento legal, en 1700, Bernaldo de Quirós
(embajador en los Países Bajos) informó a Carlos II de la reciente consignación del Segundo
Tratado de reparto, lo que no fue bien digerido dentro de la corte (Domínguez, 1982: XLVI).
3
Ese apoyo se vió reflejado en los dos primeros testamentos que otorgó Carlos II: el primero, a 13 de septiembre de
1696 y, el segundo, a 11 de noviembre de 1698. En ambos se declaraba a José Fernando de Baviera sucesor de la
Monarquía (Albareda, 2010: 54-5; Bély, 2007: 58).
4
VIII conde de Oropesa y presidente del consejo de Castilla.
5
Almirante de Castilla.
6
Esposa de Luis XIV e hija de Felipe IV.
7
Madre de Luis XIV e hija de Felipe III.
8
Aun así, debemos remarcar que la dote de María Teresa nunca llegó a pagarse, por lo que, para algunos, la reina
francesa seguía contando con la capacidad de transmitir sus derechos a su descendencia (Albareda, 2010: 52).
Como afirma Luis Ribot (2006, 255), se hacía difícil que Carlos II y su entorno se
decidieran por la “vía francesa”, pero la búsqueda de una completa integridad territorial de la
Monarquía se impuso en todos los debates. Hubo tres factores principales por las que,
finalmente, se declaró al duque de Anjou como sucesor del rey (Albareda, 2010: 58:

1. Crisis financiera. El Consejo de Hacienda castellano había declarado la bancarrota


en 1691, y la suspensión de pagos en 1692.
2. Protección de Francia. Siendo la monarquía gala la potencia europea del
momento, Luis XIV podría ayudar a evitar una más que probable conquista de la
Península (que, por el punto anterior, no se podría contener).
3. Propaganda. Durante varios años, el embajador de Luis XIV en la corte de Carlos
II (Enrique de Harcourt) había lanzado todo un ataque diplomático y
propagandístico para favorecer la elección de un miembro de la casa real francesa
al trono de España. Siguiendo las directrices de Luis XIV, acusó a los Austrias de
haber causado todos los males de la Monarquía y de haber roto las antiguas
relaciones entre Francia y la Península, al margen de tomar los elementos que
habían levantado a Carlos V como monarcha universalis para aplicarlos a Luis
XIV, el modelo de gobernante ideal (Álvarez, 2008: 136-8; 334).

Finalmente, el moribundo Carlos II otorgó su último testamento el 3 de octubre de 1700,


cuyas 52 hojas copian, a grandes rasgos, las mismas cláusulas que el testamento de su padre,
Felipe IV (Domínguez, 1982: XLVIII). De todas ellas, la más relevante es la número trece, por la
cual llama al duque de Anjou “a la sucesión de todos mis reynos y dominios, sin excepción de
ninguna parte de ellos”.

La Gran Alianza de la Haya (David Bardo Viscione)

Cuando el testamento se hizo público, el Sacro Imperio, Inglaterra y a los Países Bajos
entraron en pánico, pues vieron que Francia y España, al estar ahora gobernadas por una misma
familia, y al estar unidas territorialmente, ambas actuarían como un único Estado9 que se
inmiscuiría en sus intereses comerciales. A ello se suma que las medidas aprobadas tanto por

9
Como dijo ilustrativamente el marqués de Castellldosrius (embajador español en Francia), “ya no hay Pirineos”
(cit. en Albareda, 2010: 65).
parte de España como por parte de Francia no hacían más que confirmarles ese temor (Albareda,
2010: 65-9):

1. Al aceptar el testamento de Carlos II, Luis XIV estaba vulnerando el Segundo


Tratado de partición.
2. En diciembre de 1700 había declarado formalmente que Felipe V seguía teniendo
derechos a la corona de Francia
3. El 27 de agosto de 1701 Castilla había concedido el asiento de negros a una
sociedad francesa (la Compañía de Guinea) que, aparte de introducir esclavos,
también podía vender productos en las Indias sin pagar ningún tipo de impuesto.

Todos estos “ataques” a la estabilidad del orden europeo llevó a que Inglaterra, los
Países Bajos y la mayoría de Estados alemanes constituyeran el 7 de septiembre de 170110 la que
luego fue llamada “Gran Alianza de la Haya”, cuyo tratado se centra únicamente en las
cuestiones comerciales de todos los consignatarios, más que en el apoyo de un candidato al trono
u otro. En principio, todas las potencias de Europa seguían con la idea de repartirse los territorios
hispánicos y, lo que es más importante, su comercio (Albareda, 2010: 65-6)

2. La guerra de Sucesión española (1701-1713) (Antonio Collado Agudo)

En este contexto de gran crispación y de oposición entre dos grandes bloques, el borbónico
(encabezado por Francia) y el austracista (que se agrupará en la Gran Alianza), Carlos II de
España fallece el 1 de noviembre de 1700. Y de acuerdo a su último testamento Felipe de
Borbón, duque de Anjou, hereda su corona y “todos sus reinos y dominios, sin excepción de
ninguna parte”.
Y como veníamos viendo, sus primeras acciones como monarca (no renunciar al trono francés y
facilitar el comercio francés en las posesiones españolas en el Nuevo Mundo) no hicieron sino
preocupar aún más a sus opositores.
Por ello a principios de junio de 1701, sin una declaración de guerra previa, tropas austríacas
dirigidas por el general Eugenio de Saboya entraron por el norte de Italia y se enfrentaron a las

10
Tal y como remarca el matrimonio Stein, no es coincidencia que la alianza se firmara tan sólo once días después
de que se concediera el referido asiento de negros (cit. en Albareda, 2010: 68-9).
tropas francesas estacionadas en el Milanesado español; lo que daría comienzo así a la Guerra de
Sucesión Española.

Comienza la guerra: el Frente Italiano

Así franceses y austríacos se enfrentaron por primera vez el 9 de junio de 1701 en la Batalla de
Carpi, y poco después en la Batalla de Chiari, resultando vencedores estos últimos en ambos
enfrentamientos.
Al año siguiente (1702) la ofensiva en el Milanesado continuaría (con enfrentamientos como la
Batalla de Cremona) y los enfrentamientos se extenderían también a la Península Ibérica y el
resto de Europa (Países Bajos españoles, Francia y el Sacro Imperio).
A su vez en 1703 Portugal y Saboya entrarán en la guerra por el bando austracista, complicando
la situación en ambos teatros (italiano e ibérico). Así los franceses dirigirán una ofensiva para
conquistar a su nuevo enemigo (Saboya) y asegurar el Milanesado. Vencerán a austriacos y
saboyanos en la Batalla de Cassano (1705) y en la de Castiglione (1706), tomarán la ciudad
saboyana de Niza (1706) y someterán a un duro asedio a Turín (1706), capital de Saboya. Sin
embargo pese a sus victorias no se hacen con el control de la situación y los austracistas serán
capaces de contraatacar.
La resistencia saboyana en Turín debilitó a los ejércitos franceses en Italia y los austracistas
aprovecharon para sitiar el puerto francés de Tolón (1707). Aunque no fueron capaces de
tomarlo, los franceses, temerosos de ello, prefirieron destruir su flota del Mediterráneo allí
guarnecida; lo que acabaría derivando en el posterior dominio inglés del Mediterráneo.
Además en ese mismo año (1707) se produce la conquista austracista de Gaeta y con ella todo el
Reino de Nápoles queda bajo control del archiduque Carlos, candidato del bando austracista.
Con la conquista de Cerdeña en 1708 terminarán los enfrentamientos en Italia que queda así bajo
control de la Gran Alianza (Ribot, 2002: 481)
El frente peninsular: la guerra llega a la península

Mientras las tropas francesas y austriacas luchaban en el Milanesado, una flota


anglo-neerlandesa trató de llevar el conflicto al territorio peninsular con el fallido sitio de Cádiz
(1702).
Con la entrada de Portugal en el conflicto en 1703, los enfrentamientos en el propio territorio
español parecen ahora más viables y con ello el futuro de la guerra más esperanzador para la
Gran Alianza; así ese mismo año el archiduque Carlos es nombrado en Viena rey de España
(como Carlos III) por su padre el emperador Leopoldo I.
Para 1704 continúan los intentos de luchar en la Península y los ingleses fracasan desembarcando
en Barcelona (donde no reciben el esperado apoyo popular), pero logran tomar Gibraltar.
El esperado momento por la Gran Alianza llega en 1705 cuando se producen las insurrecciones
austracistas de los vigatans en Cataluña (que llegan a tomar Barcelona) y de los maulets en
Valencia. Así se abre por fin un frente directamente en España.
Aprovechando este impulso el archiduque Carlos en persona dirigirá en 1706 una gran
expedición desde Portugal. Toma Badajoz, Ciudad Rodrigo y Salamanca, hasta que a finales de
junio entra a Madrid (ciudad que Felipe V y su séquito había abandonado previamente por el
avance austracista). Sin embargo en la capital no encontrará el apoyo esperado y la dificultad de
abastecimiento y defensa le obligan a abandonarla poco después. Ese mismo año los austracistas
también tomarán Mallorca.

Las primeras victorias austracistas en la Península perdieron su fuerza cuando las tropas
borbónicas se reagruparon y avanzaron hacia los territorios austracistas. Así la decisiva Batalla
de Almansa el 25 de abril de 1707 supuso un duro golpe para los austracistas y abrió las puertas
del resto de los Reinos de Valencia y Aragón. En junio se toma (y castiga ejemplarmente) la
ciudad valenciana de Játiva y se asegura el control de los Reinos de Valencia y Aragón. Con ello,
también se proclaman los Decretos de Nueva Planta (29 junio 1707) en Valencia y Aragón y se
pone fin a continuación al Consejo de Aragón.
Además se reconquistará algunas de las ciudades tomadas por Carlos el año anterior, como
Ciudad Rodrigo; y en los años posteriores también recuperará el control de Denia, Alcoy y
Tortosa (1708) y de Alicante (1709), mientras que los austracistas por su parte, concretamente
los ingleses tomarán Menorca (1708).
El frente peninsular: las últimas ofensivas austracistas

Aprovechando la debilidad en Europa y el práctico abandono de Luis XV a su nieto Felipe V, el


ejército del archiduque Carlos se reorganiza en Cataluña y se lanza una gran ofensiva para lograr
el control peninsular.
Así el 27 de julio de 1710 vencen a las tropas borbónicas en la Batalla de Almenar (Lérida) y
penetran en Aragón, donde el 20 de agosto vencen de nuevo a las tropas de Felipe V en la Batalla
de Zaragoza. Con estas victorias el control del Reino de Aragón pasaba de nuevo a Carlos, que
ahora volvía a dirigir su paso hacia Madrid. Allí volvió a entrar en septiembre (mientras Felipe V
se retiraba de nuevo a Valladolid), y una vez más no recibió el apoyo popular esperado ni pudo
abastecerse correctamente. Por tanto volvió a abandonar Madrid y dirigió su ejército hacia
Cataluña —su bastión en la Península— liderando él mismo la avanzadilla.
Sin embargo el grueso de su ejército fue enfrentado (y derrotado) por las tropas borbónicas del
Duque de Vendôme en las batallas de Brihuega (9 de diciembre) y Villaviciosa (10 de
diciembre). Aunque pudieron continuar su marcha hasta Cataluña, las tropas austracistas en la
Península nunca se pudieron recuperar de estos enfrentamientos. De hecho no pudieron lanzar
ninguna otra gran ofensiva y pasaron entonces a posiciones puramente defensivas.
Aragón cayó de nuevo en manos borbónicas y en 1711 llegaron hasta Gerona; el cerco sobre
Cataluña (y en concreto Barcelona) —último reducto austracista junto con Mallorca— se
cerraba.

El frente europeo: el dominio austracista

Mientras todo esto sucedía en España, también se sucedieron los enfrentamientos en los Paises
Bajos españoles, Francia y el Sacro Imperio; y al contrario que en la Península, los austracistas
acabaron dominando en el continente (Ribot, 2002: 481)

Aunque los primeros enfrentamientos como la Batalla de Friedlingen (1702) fueron victorias
borbónicas, pronto se dio la vuelta a la situación. En concreto en 1704, tras la victoria de la Gran
Alianza en la Batalla de Höchstädt o Blenhein, el único aliado europeo del bando borbónico
(Baviera) abandonó la guerra; por lo que la Francia de Luis XIV quedaba sola en el continente.
Con esto, los austracistas vencieron a los franceses en Ramilles (1706) y Oudenarde (1708) y los
Paises Bajos españoles quedaron así bajo control austracista —como también lo haría Italia,
como vimos ya, en 1707—.
Y aún más importante, derrotaron de nuevo a los franceses en Malplaquet (1709) en una de las
batallas más sangrienta de todo el conflicto; lo que impulsó la búsqueda de paz y la retirada de la
mayoría de tropas francesas de España.

Aunque hubo algunas victorias francesas como Denain (1712) el destino de la guerra y la
situación en Europa estaban sellados ya.

La última resistencia austracista: la conquista de Barcelona y Mallorca

Pese al dominio de la Gran Alianza en Europa, en la Península dominaban los borbónicos y los
partidarios de Carlos solo resitían en Cataluña (concretamente en Barcelona) y Mallorca.
Así mismo, en Europa se buscaba desde hace años un tratado de paz, por lo que la resistencia
catalana supuso el llamado caso de los catalanes a cerca de su futuro tras las negociaciones.

Sin embargo Barcelona acabaría siendo conquistada el 11 de septiembre de 1714 y Mallorca en


1715, y con ellas terminaría la guerra a favor de Felipe V. (Ribot, 2002: 482).
3. La paz de Utrecht y el nuevo equilibrio europeo. Los tratados de Utrecht y
Rastadt (1713-1714) (Sixtine Renaudin y Carlos Cases Pérez)

3.1. Una paz deseada e inesperada (Carlos Cases Pérez)

Pese a la trascendencia del conflicto, en un primer momento tanto Francia, Provincias


Unidas y Gran Bretaña aceptaron en el año 1700 el testamento de Carlos II en favor del nieto de
Luis XIV, Felipe de Anjou. Sin embargo, fue la obstinación y determinación de Leopoldo I y de
su hijo el archiduque Carlos los que sirvieron de obstáculo para que esta sucesión se llevase con
total naturalidad y paz, desembocando en el conflicto ya explicado.

Pero la fatiga ya acumulada por un periodo intenso de conflictos previos11, sumado a la


prolongación de un conflicto que empezaba a desgastar la estabilidad interna de los
contendientes, precipitaron a intentos serios de paz a partir del año 1708, en los que incluso Luis
XIV llegó a plantear la posibilidad de ceder toda la herencia española al archiduque Carlos por
los efectos que la guerra estaba teniendo en Francia. Sin embargo, los intereses de Felipe de
Anjou se impusieron y el conflicto se prolongó hasta que el contexto internacional con el que se
inició el conflicto cambió.

Pero la caída de los whigs en el Parlamento británico por los tories, partidarios de la paz;
y la muerte de José I de Austria, dejando como heredero del imperio al archiduque Carlos,
cambiaron el contexto y dejaron revelar la posibilidad real de una paz que llevaba buscándolo
desde hace años en Europa (Black, 1997, 341-344). Este vuelco en la situación fue encabezado
por el acercamiento de la Gran Bretaña de los tories a Francia con la firma de los Preliminares de
Londres de 1711, en la que Inglaterra, fatigada de la guerra y recelosa de la formación de una
nueva hegemonía Habsburgo global como la de Carlos V, sentó las bases de paz (León, 2013,
pp.11-16). El camino marcado conduciría a la convocación de un congreso de paz por la reina
Ana en Utrecht en la que, pese a la oposición de Austria, que llegó a enviar al príncipe Eugenio a
Londres, llegó a celebrarse con la participación de los principales contendientes, dando como
resultados un conjunto de pactos firmados en Baden, Rastatt, Madrid y Utrecht (León, 2013, pp.
17-21), denominados conjuntamente como los Tratados de Utrecht-Rastatt (1713-1715).

3.2. España tras la paz de Utrecht-Rastatt (Carlos Cases Pérez)

Aunque los tratados entre 1713-1715 vinieron a decidir la herencia de las posesiones del
patrimonio español, las capacidades diplomáticas de los representantes españoles fueron muy

11
Véase conflictos como la Guerra de los Nueve Años (1688-1697).
débiles. Así, el propio Felipe V estuvo ausente en Utrecht a petición de los holandeses y
austriacos, firmando en su lugar su abuelo, Luis XIV de Francia.

Pese al envío por parte de Felipe V de Osuna12 y el duque de Monteleón en la forma de


negociadores en representación de los intereses españoles, Luis XIV supo actuar al margen de
estos y siguió una política de salvaguardar la integridad francesa a costa de las posesiones
españolas. De este modo, la desmantelación de la monarquía española se vino a saciar las
ambiciones de las dos potencias que vinieron liderando la candidatura del archiduque Carlos,
Gran Bretaña y Austria (León, 2013, pp. 11-28).

Por un lado, el foco de poder de la familia Habsburgo se trasladó de Madrid a Viena, que
ahora obtenía la pretensión sobre los dominios italianos con la renuncia de Felipe V de Milán,
Cerdeña y Nápoles, así como de la soberanía sobre Flandes (León, 2013, pp. 11-16). Por otro
lado, el principal beneficiario de Utrecht fue la propia Gran Bretaña. Alcanzaron la paz aspirada
por los tories y obtuvieron sus objetivos comerciales ultramarinos, evitando la formación de una
nueva potencia marítima que amenazara sus ambiciones ultramarinas13 y obteniendo valiosas
concesiones sobre con el Tratado de Paz y Amistad de 1713, en la que se reconoció la soberanía
británica de Gibraltar y Menorca y se le concedió el derecho sobre el asiento de negros y la
posibilidad de envío del navío de permiso anual, rompiendo con el monopolio comercial en
América por parte de España. Además, España también tuvo que ceder ante Portugal la colonia
de Sacramento, acompañado de una indemnización por la pérdida del asiento de negros de
600.000 escudos (León, 2013, pp. 16-28).

Si bien Felipe V hubo de renunciar a los territorios extrapeninsulares españoles en


Europa, pudo conservar su soberanía sobre España y las Indias, aunque aceptando la ruptura del
monopolio como se ha mencionado. Aún así, quedaba también reafirmado el unitarismo
castellano frente al foralismo aragonés, que había cobrado importancia en el debate tras el
desembarco de Carlos en Barcelona, pero que pareció resuelto con la batalla de Almansa (1707)
(León, 2013, 11-16). La faceta civil del conflicto posibilitó a Felipe V a poder desarrollar su obra
centralizadora con los Decretos de Nueva Planta, que no fueron incompatibles con la aceptación
de ciertas venalidades (León, 2013, pp. 11-16). Es importante este punto, pues lejos de ser un
bloque homogéneo, el bando felipista en la Península mostró también oposiciones hacia la
desmantelación del sistema polisinodial de los Austrias, así podemos encontrar el ejemplo de la
concesión foral de Navarra bajo el reinado del borbón. Esto vino a frustrar gran parte de los
planes de uno de los principales partidarios de Felipe de Anjou en el Consejo de Estado a la hora
de la redacción del testamento de Carlos II, Portocarrero, que pretendió la permanencia de la

12
Este llegó a dejar por escrito: “Habiendo cedido España todo lo cedible”
13
Podremos ver cómo Gran Bretaña a lo largo del siglo XVIII será la verdadera directora de las relaciones
internacionales en europa, siendo ella el árbitro que servirá de intermediario externo que decida sobre los acuerdos
de paz y en las coaliciones militares para reorganizar las fronteras en base al ideal de “equilibrio europeo”. Esta
política llegará a su cénit con la Restauración del Congreso de Viena de 1815, en el que podremos ver un papel
diplomático fundamental por parte de Gran Bretaña.
administración de los Austrias y evitar un conflicto a doble vertiente, tanto externo como interno
(Martínez, 2021, pp. 515-529).

En cuanto al panorama internacional, las duras cláusulas impuestas sobre España en


Utrecht y la voluntad regia de revisionarlas vinieron a guiar la hoja de ruta del reinado de Felipe
V de España (León, 2013, pp. 22-28). Mientras que se trató de atender a los territorios
americanos, también se llevó a cabo una intensa diplomacia en Italia con la finalidad de
recuperar influencia española en la región.

3.2. La paz de Utrecht-Rastatt al nivel europeo (Sixtine Renaudin)

● Francia:

En cuanto a la sucesión española, el Rey de Francia expresa una posición clara. No quiere
que Felipe V combine las coronas de Francia y España. Para él, es necesario seguir la voluntad
de Carlos II o reemplazar a Felipe V por el duque de Berry en el trono de España si Felipe V
fuera llamado a la corona de Francia. Para ello intenta convencer a Felipe V de que renuncie a la
sucesión al trono de Francia. Louis XIV avanza varios argumentos. Esto permitiría primero a
Felipe V afirmar su lugar en el trono de España. Por otro lado, si rechaza la renuncia, la guerra se
reanudará. Finalmente, Luis XIV recuerda a Felipe V que él también debe su trono a la renuncia
de su padre y de su hermano (BELY).

● Inglaterra:

Inglaterra también quiere evitar el encuentro de las dos coronas y se está posicionando
como mediador durante el proceso de toma de decisiones. Ella quiere establecer un tratado
racional, negando los derechos naturales de sucesión, para evitar futuras crisis (BELY). Philippe
V renuncia finalmente a la corona de Francia el 22 de abril de 1712 pero pide a cambio
concesiones territoriales (BELY).

● Un nuevo equilibrio europeo:

Los tratados de Utrecht-Rastadt son una fuente de cambio en Europa, que conduce a un nuevo
equilibrio europeo (L. BELY):

- Las concesiones coloniales hechas a Inglaterra consolidaron su posición en la parte


occidental del Mediterráneo y le permitieron reemplazar el poder francés. La captura de
Terranova de manos de los franceses también protegió a las colonias inglesas de los
ataques franceses desde Canadá.
- España conserva su imperio colonial (India) pero abandonó sus posesiones europeas
(Holanda, Milán).

- El duque de Saboya obtiene Sicilia.

- El Imperio Otomano se retiró.

- Francia está debilitada por la guerra y Luis XIV es viejo. Ha perdido después el tratado
de Rastadt (6 de marzo de 1714) las tierras de la orilla derecha del Rin. Francia ya no es
la potencia dominante.

- La monarquía española se limita a la Península Ibérica y América española.

- Las coaliciones creadas por Guillermo III contra Luis XIV ya no son necesarias porque la
monarquía francesa está debilitada.

Como resultado de estos cambios, ningún poder puede prevalecer sobre el otro. Entonces
se establece un nuevo equilibrio (L.BELY).

4. Conclusión (Carlos Cases Pérez)


La principal consecuencia directa emanada de los acuerdos de Utrecht-Rastatt fue la
conformación de un nuevo orden geopolítico en Europa y, por lo tanto, también las ambiciones
de los Estados. Aunque gran parte de las concesiones generó descontento en las partes finales,
estas fueron diseñadas bajo el prisma del ideal del “equilibrio europeo”, que terminó de perfilar
el nuevo orden internacional con las paces de Neustadt (1712) y Passourtz (1718) (León, 2013,
pp. 11-28).
Así, mientras que los Austrias de Viena tomaban el relevo en la pretensión hegemónica
del continente y Gran Bretaña salvaguardaba sus aspiraciones comerciales y coloniales con los
tratados de Methuen con Portugal y de Utrecht con España (León, 2013, pp. 17-21); los
Borbones conseguían asentarse en España y ponían en relieve una amplificación de sus
aspiraciones hegemónicas frente a los dos actores anteriores. Así, la Guerra de Sucesión española
parece que sirvió como un reparto de las posesiones europeas de España entre las nuevas
potencias que vendrían a disputarse el liderazgo del equilibrio europeo a lo largo del resto de la
segunda mitad del siglo XVIII. Este conjunto de tratados vinieron a reafirmar las principales
características de la diplomacia moderna de la Europa del siglo XVII: multilateralidad, realismo,
concierto europeo, etc.
Sin embargo, las consecuencias de Utrecht se extienden hasta la Paz de Viena de 1725,
fecha en la que las cortes de los Borbones y los Austrias alcanzan al fin un acuerdo de paz en
torno a los candidatos de Felipe y Carlos, que hasta entonces no habían hecho ningún acuerdo de
paz directamente (León, 2013, pp. 11-16).
Referencias bibliográficas

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