Está en la página 1de 3

Los tratados de partición de los territorios de la «monarquía católica» de Carlos

II[editar]

Carlos II de España, último rey español de la dinastía Habsburgo, por Juan Carreño
Miranda.
El último rey de España de la Casa de Habsburgo, Carlos II el Hechizado, debido a
su enfermedad, no pudo dejar descendencia. Durante los años previos a su muerte —en
noviembre de 1700— la cuestión sucesoria se convirtió en asunto internacional e
hizo evidente que España constituía un botín tentador para las distintas potencias
europeas.
Tanto el rey Luis XIV de Francia, de la Casa de Borbón, como el emperador Leopoldo
I del Sacro Imperio Romano Germánico, de la Casa de Habsburgo, alegaban derechos a
la sucesión española debido a que ambos estaban casados con infantas españolas
hijas del rey Felipe IV, padre de Carlos II, y, además, las madres de ambos eran
hijas del rey Felipe III, abuelo de Carlos II. Tanto la madre como la esposa de
Luis XIV, Ana de Austria y María Teresa de Austria, respectivamente, habían nacido
antes que sus respectivas hermanas, María de Austria y Margarita de Austria, madre
y esposa del emperador Leopoldo I.
El rey Luis XIV había estado casado con María Teresa de Austria, hermana mayor de
Carlos II, y el Gran Delfín de Francia, único hijo primogénito de ambos que seguía
con vida, parecía ser el descendiente del «rey católico» con más derechos a la
Corona española. Sin embargo, en su contra jugaba el hecho de que tanto Ana de
Austria como María Teresa de Austria habían renunciado a sus derechos sucesorios a
la Corona de España, por ellas y por sus descendientes,8 con la firma del Tratado
de los Pirineos. Además, como el Gran Delfín era heredero también al trono francés,
la reunión de ambas coronas hubiese significado, en la práctica, la unión de España
—con su vasto imperio— y Francia bajo una misma dirección, en un momento en el que
Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como potencia
hegemónica.
Por su parte el emperador Leopoldo I había estado casado con Margarita de Austria,
hermana de Carlos II, y la hija de ambos, María Antonia de Austria, fue depositaria
de los derechos de sucesión de la Monarquía Hispánica ante la posible muerte de
Carlos II, pero esta falleció en 1692, antes de la muerte de Carlos II. Así, los
hijos del emperador Leopoldo I, primos hermanos de Carlos II, que seguían vivos
pedían su derecho sucesorio, aunque estos tenían un parentesco menor que el Gran
Delfín ya que su madre no era española, sino la alemana Leonor de Neoburgo, así
que, como ha señalado Joaquim Albareda, «en términos legales la cuestión sucesoria
era enrevesada, ya que ambas familias [Borbones y Austrias] podían reclamar
derechos a la corona [española]».9

Lazos familiares de José Fernando de Baviera, Felipe de Anjou y el archiduque


Carlos con la Casa de Austria (la Casa de Habsburgo en España).
Por otro lado, las otras dos grandes potencias de la Europa Occidental, Inglaterra
y los Países Bajos, veían con preocupación la posibilidad de la unión de las
Coronas francesa y española a causa del peligro que para sus intereses supondría la
emergencia de una potencia de tal orden. También ofrecían problemas los hijos de
Leopoldo I, puesto que la elección de alguno de los dos como heredero supondría la
resurrección de un imperio semejante al de Carlos I de España del siglo xvi
(deshecho por la división de su herencia entre su hijo Felipe II de España y su
hermano Fernando I de Habsburgo). Un temor compartido por Luis XIV que no quería
que volviese a repetirse la situación de los tiempos de Carlos I de España, en la
que el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Aunque tanto Luis XIV como
Leopoldo I estaban dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros más
jóvenes de su familia —Luis al hijo más joven del delfín, Felipe de Anjou, y
Leopoldo a su hijo menor, el archiduque Carlos—, tanto Inglaterra como los Países
Bajos apoyaron una tercera opción, que también era bien vista por la corte
española, la de la elección del hijo del elector de Baviera, José Fernando de
Baviera, único hijo de María Antonia de Austria, nieto de Leopoldo I, bisnieto de
Felipe IV y sobrino nieto del rey Carlos II. El candidato bávaro parecía la opción
menos amenazante para las potencias europeas, así que el rey Carlos II nombró a
José Fernando de Baviera como su sucesor y heredero de todos los reinos, estados y
señoríos de la Monarquía Hispánica.
Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis
XIV auspició el Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698, a espaldas
de España. Según este tratado, a José Fernando de Baviera se le adjudicaban los
reinos peninsulares (exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos españoles y
las Indias, quedando el Milanesado para el archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia,
los presidios de Toscana y Finale y Guipúzcoa para el delfín de Francia, como
compensación por su renuncia a la Corona hispánica.
El testamento de Carlos II[editar]
En la última década del siglo xvii, se extendió en la corte de Madrid una opinión
favorable a que se convocasen las Cortes de Castilla para que resolvieran la
cuestión sucesoria, si el rey Carlos II, como era previsible moría sin
descendencia. Esta opción era apoyada por la reina Mariana de Neoburgo, el
embajador del Sacro Imperio Aloisio de Harrach, por algunos miembros del Consejo de
Estado y del Consejo de Castilla, que ya en 1694 defendieron «la reunión de Cortes
como único remedio de salvar la Monarquía». Sin embargo, frente a esta opción
«constitucionalista» se impuso la posición absolutista, que defendía que era el rey
quien en su testamento debía resolver la cuestión.10

Retrato del cardenal Portocarrero, por Juan Carreño de Miranda.


En 1696, cuando Carlos II testó a favor de José Fernando de Baviera, y, sobre todo,
cuando en el año 1698 se conoció en Madrid la firma del Primer Tratado de
Partición, que dejaba al archiduque Carlos únicamente con el Milanesado, se formó
en la corte un «partido alemán» (o austracista) para presionar al rey para que
cambiara su testamento en favor del segundo hijo del emperador. Ese «partido
alemán» estaba encabezado por Juan Tomás Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla
y por el conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla y primer ministro de
facto, y el conde de Aguilar, y contaba con el apoyo de la reina y del embajador
del Imperio. Frente a él se alzaba el «partido bávaro», encabezado por el cardenal
Luis Fernández Portocarrero, y el embajador de Luis XIV, el marqués de Harcourt,
que seguía presionando para defender los derechos de Felipe de Anjou.11
La cuestión sucesoria se convirtió en una grave crisis política a partir de febrero
de 1699 cuando se produjo la muerte prematura del candidato escogido por Carlos II,
José Fernando de Baviera —de seis años de edad—, lo que llevó al Segundo Tratado de
Partición, también a espaldas de España. Bajo tal acuerdo el archiduque Carlos era
reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos de España,
además de Guipúzcoa, a Francia. Si bien Francia, los Países Bajos e Inglaterra
estaban satisfechas con el acuerdo, Austria no lo estaba y reclamaba la totalidad
de la herencia española. Tampoco fue aceptado por la corte española, encabezada por
el cardenal Portocarrero, porque además de imponer un heredero suponía la
desmembración de los territorios de la Monarquía.12 El «partido bávaro» del
cardenal Portocarrero, al haberse quedado sin candidato, se acabó inclinando por
Felipe de Anjou. Nació así el «partido francés» que acabaría ganándole la partida
al «partido alemán», gracias entre otras razones a la eficaz gestión del embajador
Harcourt —que no excluyó el soborno entre la Grandeza de España—13 «frente al
ineficaz embajador austríaco Aloisio de Harrach, cuyas relaciones con la reina, por
si fuera poco, nunca fueron buenas».11 nota 3 «Mientras Carlos II era sometido a
exorcismos para librarse de supuestos hechizos».15 nota 4 El marqués de
Villafranca, uno de los miembros más destacados del grupo de Portocarrero,
justificó así la decisión a favor del candidato francés:17
Mirando a la manutención entera de esta Monarquía hay poco que dudar, o nada, en
que solo entrando en ella uno de los hijos del delfín, segundo o tercero, se puede
mantener
Así pues, Carlos II, persuadido también por la presión de Harcourt, de que la
«opción francesa» era la mejor para asegurar la integridad de la «monarquía
católica» y del Imperio español —y ello a pesar de las cuatro guerras que se habían
mantenido contra Luis XIV a lo largo de su reinado: guerra de Devolución entre 1667
y 1668; guerra de Holanda entre 1673 y 1678; guerra de las Reuniones entre 1683 y
1685; y guerra de los Nueve Años entre 1688 y 1697— testó el 2 de octubre de 1700,
un mes antes de su muerte, a favor de Felipe de Anjou, hijo segundo del delfín de
Francia y nieto de Luis XIV, a quien nombró «sucesor... de todos mis Reinos y
dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos» —con lo que invalidaba los dos
tratados de partición—.18

Alegoría del reconocimiento del duque de Anjou como rey de España, por Henri
Antoine de Favanne (1704).
En el testamento Carlos II establecía dos normas de gran importancia y que el
futuro Felipe V no cumpliría. La primera era el encargo expreso a sus sucesores de
que mantuvieran «los mismos tribunales y formas de gobierno» de su Monarquía y de
que «muy especialmente guarden las leyes y fueros de mis reinos, en que todo su
gobierno se administre por naturales de ellos, sin dispensar en esto por ninguna
causa; pues además del derecho que para esto tienen los mismos reinos, se han
hallado sumos inconvenientes en lo contrario». Así decía que la «posesión» de «mis
Reinos y señoríos» por Felipe de Anjou y el reconocimiento por «mis súbditos y
vasallos...» [como] «su rey y señor natural» debía ir precedida por «el juramento
que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y
señoríos», además de que en el resto del testamento se incluían nueve referencias
directas más al respeto de las «leyes, fueros, constituciones y costumbres». Según
Joaquim Albareda, todo esto manifiesta la voluntad de Carlos II de «asegurar la
conservación de la vieja planta política de la monarquía frente a previsibles
mutaciones que pudieran acontecer, de la mano de Felipe V». La segunda norma era
que Felipe debía renunciar a la sucesión de Francia, para que «se mantenga siempre
desunida esta monarquía de la corona de Francia».19
En conclusión, la elección de Felipe de Anjou se debió a que el gobierno español
tenía como prioridad principal la conservación de la unidad de los territorios del
Imperio español, y Luis XIV de Francia era en ese momento el monarca con mayor
poder de Europa y, por ello, prácticamente el único capaz de poder llevar a cabo
dicha tarea.
La aceptación del testamento por Luis XIV y la ruptura del Segundo Tratado de
Partición[editar]
El 1 de noviembre de 1700 se produjo la muerte de Carlos II —tres días antes había
nombrado una Junta de Gobierno al frente de la cual había situado al cardenal
Portocarrero—. El 9 de noviembre se confirmaba en Versalles que Carlos II había
nombrado como su sucesor al segundo hijo del delfín de Francia, Felipe de Anjou, lo
que abrió un debate entre los consejeros de Luis XIV ya que la aceptación del
testamento supondría la ruptura del Segundo Tratado de Partición suscrito en marzo
con el Reino de Inglaterra y con las Provincias Unidas. El embajador francés en
Londres relató la duda de Luis XIV: «se sentía contento por la reunión de las dos
monarquías, pero preveía que ello podía conducir a una guerra que se había
propuesto evitar».2

También podría gustarte