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Odio al vulgo ignorante y me aparto de él. Guardad silencio: yo, sacerdote de las
Musas, canto a las doncellas y a los jóvenes poemas jamás escuchados. Corresponde a
los temibles reyes el mando de sus propios súbditos y a Júpiter el de esos mismos reyes.
Ocurre que un hombre dispone más espaciosamente que otro los árboles en los surcos;
que uno, más noble, baje al campo de Marte como candidato; que otro compite, mejor
por su fama y costumbres; que para otro es mayor la multitud de clientes; la Necesidad,
con las mismas normas, sortea a los más altos y a los más bajos; su amplia urna baraja
todos los nombres. A aquél sobre cuya impía cabeza pende una desenvainada espada ni
los manjares de Sicilia le proporcionarán un sabor agradable ni el canto de las aves ni de
la cítara le harán conciliar el sueño; al que aspira a lo suficiente no le inquieta el mar
embravecido ni la furiosa acometida del poniente Arturo ni las viñas azotadas por el
granizo ni una finca, decepcionante o por los árboles, a causa de las lluvias, o por la
estación, que quema los campos, o por los duros inviernos, ¿por qué voy a construir un
elevado atrio con puertas, a la nueva moda, que causen envidia?, ¿por qué voy a
cambiar riquezas, más embarazosas, por mi villa de Sabina? (Adaptación de Horacio,
Odas 3, 1)
La elegía, dolorosa