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Nueva época

Año 3, num. 2, Abril-Junio 2012


v
www.habitantesdemoria.com

Comité editorial Corrección de estilo


Yeni Rueda Manuel Pedrozo
Montserrat Ocampo
Sergio D. Lara

Editor
Sergio D. Lara

Difusión
José Quezada
¢ Diseño
Sergio D. Lara

Habitantes de Moria
Miguel Agustín
Kurtteim Guaufttum
Leonardo de Ononvide
Luis Marín Davo Valdés
Dirección
Yeni Rueda
Movimientos
Jaime Araya / Trad. Masatoshi Miyazan

Ningún lenguaje es más auténtico que el lenguaje de los objetos,


el lenguaje transparente, el lenguaje honesto, colectivo,
del vuelo de las aves o de los objetos inmóviles
esperando una empujada para moverse sin dirección.J

物がもっている言葉ほど真実なものはない
それは 透明で、誠実で、命運を共にする人々の言葉
それは 鳥の飛翔 か 不動の客体
言葉があるゆる方向へ放射していくのを待っている
Ángulo de toma L Luis A. Chávez

L
a cámara inicia con una panorámica desde la
llanura, avanza sin cortes poco a poco hacia
la cabaña que se observa al fondo; la puerta
de la cabaña se abre, entra la cámara y con-
tinúa; para tomar a un hombre sentado a la cabeza de
una mesa, la cámara se aproxima, avanza hacia el ros-
tro del hombre, entra por la frente y sale dejándole un
agujero atrás de la cabeza: sesos, sangre, esquirlas de
hueso, brotan de la cabeza del hombre que cae al suelo.
La cámara rompe una ventana, sigue avanzando por la
llanura, se escuchan sirenas de patrullas, bajan varios
policías, le disparan a la cámara, ninguno logra atinarle,
la cámara se pierde en el horizonte…J
I Esta calma, este silencio
Yobany García Medina José Manuel Delgado Domínguez
@DobleDDe

B aste con tocar el llanto nervioso de tus


manos y dejar de reírnos en silencio.
Baste con rompernos los oídos con el brutal
E l silencio, ese otro lenguaje perdido.
Espera demasiado para decir algo.
¿Qué espera? ¿El vaho de los muertos?
grito mudo de las palabras que nos cuelgan Cuánta calma, cuánto silencio, cuánta
en los labios. Baste con tocarte encima de bendición,
otros tactos y nunca llegar a tu piel verda- silenciosa, crece la noche en mi ventana.
dera. Baste el minuto que nos besamos el Afuera la oscuridad es un hermoso paisaje.
corazón, la sangre y los ojos; para que el De pronto ladran los perros y la oscuridad
tiempo no nos castre lo que nos resta de no sabe por qué.
vida. Baste con seguir odiándonos, para que Amanecido tras estas sabanas,
nuestro amor sea lo último que no baste.J vengo en silencio a decirte muchas cosas:
un ave muda me enseño a cantar
en un millón de lenguas.
Y Mi favorita es esta calma, este silencio.
Que nunca me falte la voz de tus ojos.J
Ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías
Nandino en 1998, del Premio Hispanoamericano de La resaca de la imposibilidad
Poesía para Niños de la Fundación para las Letras Una plática con Luigi Amara
Mexicanas y el Fondo de Cultura Económica en
2006, y del segundo lugar en el Premio de Literatu- S
ra Letras del Bicentenario 2010, en la categoría de José Quezada
ensayo, Luigi Amara es actualmente uno de los poetas
jóvenes más importantes de México. ofrece un poco de whiskey, y en lo que
resta beberemos dos o tres más. ¿Por

N
ice people take drugs es lo primero dónde empiezo?...
que leo cuando sale a recibirme.
Bonita camiseta. Unas horas José Quezada: ¿Qué influencias fueron de-
antes hablamos por el auricular y él me terminantes en tu formación y en tu pro-
explica cómo llegar. Llegas rápido. Dos ceso de maduración como escritor?
horas de camino por un descuido. Luego Luigi Amara: A los 17 años leí a Rimbaud
observo la casa —una arquitectura osten- y a Baudelaire. Son dos lecturas que hice
tosa, extravagante— y me cuenta que su mucho y que todavía sigo haciendo. De
padre la diseñó. Nos sentamos en la sala. algún modo están ahí presentes. También
Vivian y su hijo juegan en el jardín. Me leí mucho los ensayos y cuentos de Bor-
ges; al comienzo no me gustaba mucho su manera, es vital para romper los propios
poesía, me parecía muy seria, no iba con moldes mentales.
la línea que yo buscaba, eventualmente he LA: En alguna medida la prosa de Robert
ido valorándola. Walser —chispeante, inmediatista, volca-
Una de las razones por las que se definió da al presente—, me hizo ver que no todo
mi inclinación hacia el ensayo fue la lec- debía ser tan estudiado, sino que había
tura de Thomas De Quincey. El asesinato algo más, una especie de jazzismo posi-
considerado como una de las bellas artes y ble a la hora de escribir. En la poesía, por
Las confesiones de un opiómano inglés fue- ejemplo, el hecho de haber leído a algu-
ron determinantes. nos autores norteamericanos cambió mi
JQ: ¿Qué escritores mexicanos mencio- manera de ver. El hecho de haber leído,
narías? por ejemplo, a William Carlos Williams
LA: Siempre me gustó mucho Villaurru- y a Wallace Stevens abrió mi panorama.
tia. Sin embargo no creo que estuviera en A veces uno tiene una idea de la tradición
el origen. involucrada con la estructura de tu propia
JQ: Harold Bloom hablaba del proceso lengua y ellos fueron fundamentales para
de lectura, un proceso que tiene el mismo romper con ello en cierto momento. Cier-
peso que el de escritura y que, en cierta ta literatura japonesa ha sido determi-
nante para mí en los últimos tiempos, es- cie de linaje. No es que no me importe ese
pecialmente Sei Shönagon que escribió El tipo de tradición en México, de hecho la
libro de la almohada, una especie de diario he leído y me importa, pero siento que es
mental, y Kenko Yoshida que escribió Las una ruta atractiva y presente, pero… no
ocurrencias de un ocioso fueron una puerta tiene porque ser dominante.
a otro tipo de pensamiento. JQ: Y lo es a fin de cuentas, ¿no?
JQ: Se dice que la poesía mexicana tiene LA: Por eso, la idea es sentir que no tie-
como sellos de fábrica lo barroco y la falta ne porque serlo. Digamos que sanciona lo
de vitalismo. nuevo y lo que se parece lo acepta. Lo que
LA: Yo creo que efectivamente hay eso. no entra en su margen es excluido de una
En alguna medida esa tradición un tanto manera complicada, llena de supuestos.
barroca de la que hablas es una tradición En general es influyente y dominante en
muy fuerte, influyente y de mucho peso muchos sentidos. Creo que a nivel vital,
al momento de escribir por más que uno como tú lo planteas, es una tradición que
sienta que la tradición podría ser algo más le da poca salida al “debraye” personal, al
abierto y no necesariamente lo que está a juego incluso. Pero es algo más profundo,
la mano. Me refiero a que obviamente se se trata del papel del poeta en la sociedad:
forma un sentido más profundo, una espe- un poeta barroco o neobarroco o como
lo quieras llamar, un poeta que de algún con el lenguaje o una especie de ser es-
modo ha pintado su raya con respecto a la cindido entre una poesía experimental y
vida cotidiana, a la interpretación literal, arrojada y una vida pacata y gris.
al lenguaje coloquial o, en otros palabras, JQ: Hay una cosa que yo llamo la nausea
sólo puedes entrarle al mundo de todos del poeta, una especie de condición margi-
los días de un modo muy elaborado, y eso nal, en la que para obtener las estructuras
se nota viendo el tipo de poetas que fue- que se buscan deben romperse otras que
ron. Por ejemplo, si piensas en toda la tra- parecen básicas para la sociedad.
dición de los Contemporáneos, en general LA: La cuestión es cómo reinventar esa
eran burócratas, gente que trabajaba para nausea que dices para que sea vigente y
el estado, eran diplomáticos… no una copia o un remedo. Siento que esa
JQ: Menos Cuesta… nausea es casi como un espíritu artístico,
LA: Hay excepciones, pero es una mane- ¿no? En la época de los dadaístas —que
ra de entender la literatura, muy alejada había poetas, artistas plásticos y demás—,
por ejemplo de la figura del maldito o del se tenía la clara conciencia de que había
dandy. No es que yo crea que puede haber que desestabilizar la costumbre, lo dema-
todavía un maldito y un dandy, pero sí una siado firme, y eso precisamente era una in-
figura del poeta que no sea o un exquisito vención artística. El problema es que cada
vez más en nuestras sociedades parecie- JQ: El papel del poeta es un poco como el
ra que el artista ya no tiene ese impulso, papel del moscardón. Sócrates se veía a sí
que, o bien se va por el lado del mercado, o mismo como un moscardón, alguien que
bien, por el lado de la academia, pero nun- incomoda, alguien molesto, y, ¿qué haces
ca quiere quedar mal, nunca quiere des- con un moscardón? Cuando te desesperas
entonar, nunca quiere estallar. Siento que lo aplastas. Pienso que alguien como Bu-
esa nausea, como tú la llamaste, sigue allí, ñuel fue un moscardón. ¿Para ti quiénes
sólo que todavía no hay una claridad de podrían serlo?
cómo darle la vuelta para que no sea mero LA: Yo creo que hay varios, sólo que cada
remedo. Desde mi punto de vista creo que vez son menos. Si lo piensas, en los años
el dadaísmo era también una manera de 60 estaban Buñuel, incomodo para mu-
retomar el malditísmo del siglo XIX. Te- cha gente, y Pier Paolo Pasolini, el máxi-
nían un espíritu en última instancia aná- mo moscardón, una verdadera molestia;
logo, pero el dadaísmo fue en su momen- incluso hay sospechas de que su muerte
to una respuesta nueva a cómo expresar fue un asesinato político. También Jodo-
esa nausea, y la situación actual es que no rowsky era una figura molesta, ahora ya
hemos sabido cómo encausar el malestar lo dejó.
para que realmente sea escuchado. JQ: A veces pienso que el sector que Jo-
dorowsky atacó es el que ahora lo acepta. JQ: Pensaba en Phillipe Sollers…
LA: Claro, además ha hecho negocio con LA: Él también, pero ahí es un asunto de
eso. En el caso de Jodorowsky la industria ver hasta qué punto fue incomodo. Hasta
tuvo el poder de decidir que esa nausea de qué punto los moscardones son realmen-
la que tú hablas y que yo creo que él sin- te moscardones. Muchas veces tendemos
tió, se volvió con el tiempo una sonrisa un a ver hacia el pasado como si, por ejem-
tanto complaciente. No es que uno ten- plo, el fenómeno de Baudelaire hubiera
ga que enjuiciar a Jodorowsky por eso, el sido un fenómeno social importante que
único punto es que él terminó por aban- realmente estaba desestabilizando a la
donar esa actitud irruptiva. En el presen- sociedad burguesa. Y efectivamente fue
te hay algunos autores incómodos. Žižek, llevado a juicio y su libro fue prohibido,
que está siendo crítico y que realmente pero es probable que la gente de a pie ,
es una molestia para algunos, es uno de la gente de la calle, no se enterara en lo
ellos. mínimo de la existencia de Baudelaire, o
que tal vez lo tuviera presente sólo como
un eco lejano. Y eso posiblemente pasa

g todavía ahora: el impacto del artista es


limitado.
JQ: Creo que lo que Sade hizo en su tiem- de una revuelta estudiantil estilo la del
po en verdad podía desestabilizar a la so- 68, sigue habiendo un espíritu contesta-
ciedad. tario en alguna medida. Creo que algo del
LA: Claro. Lo que quiero decir es que no problema de una buena parte de esa tradi-
se trata de que su impacto sea muy redu- ción poética barroca de la que hablábamos
cido en la esquela de lo que ocasiona, sino es que le ha faltado ese lado transgresor,
que en el presente que les tocó vivir posi- además de que le ha faltado mucho sen-
blemente su repercusión fue escasa. tido del humor. Es necesario entender la
Te puse el ejemplo de los dadaístas, pero actividad poética como algo total desde el
me viene a la mente uno más cercano a punto de vista existencial, como algo que
estas fechas: los situacionistas franceses, no se limita a la página sino que lleva la
Raoul Vaneigem, y toda la gente que de posibilidad de irrupción consigo, que abre
algún modo estuvo detrás del Mayo del otras puertas. Ésa es mi sensación. Mu-
68 y que realmente tenía una postura an- chas veces lo que uno concibe es quizá lo
ticapitalista, antiespectáculo, antimerca- que uno mismo no podría hacer. Se com-
do, bastante fuerte. Esa estela sigue por pensa y ahí mismo está la paradoja, pero
ahí latente en muchos lados. Aún cuando yo estoy seguro de que todavía existe la
seamos escépticos frente a la posibilidad posibilidad de una poesía así.
JQ: Yo creo que siempre va a existir esa Está el cliché de convertirse en un poeta
posibilidad. Es una antorcha que se van maldito, arrojado. Ése no es mi tempe-
pasando, que tuvo Villon, que tuvieron ramento, pero simpatizo con una posibi-
los románticos, los decadentes, los surrea- lidad de poesía así, no con la poesía do-
listas, la Generación del 27. A veces creo mesticada, bien peinada y obediente que
que llevar esa antorcha implica el riesgo solemos hacer en México. La posibilidad
de tener una vida al límite, una vida de- que planteas viene a ser un temor secun-
mente, como Marcel Schwob… dario si es que la poesía ha sido asumida
LA: Hay muchas maneras de entender la de otra manera. Para mí el ser un escritor
poesía. Una es creer que hay que incen- que tiene cargos públicos y que además
diar la realidad, otra es creer que hay que es un ser mediático, que sale en la televi-
combatir la estupidez, la doble moral, la sión y que es una figura capaz de volverse
hipocresía, por los medios que uno pueda. más frecuente en este país, es un tipo de
Una más es oponerse a lo que idolatra el posibilidad que se convierte en una abo-
espectáculo, el consumismo y demás. Hay minación total si ese pedestal no se está
algunas más radicales que otras y en el utilizando para decir algo que realmente
fondo se trata de una cuestión de tem- valga la pena. El escritor como el hom-
peramento. ¿Cuál es tu temperamento? bre que sale en la foto, como el simple
g banquero, Pessoa que era una especie de
contador, Kafka… Es una posibilidad de
decir: “a mí me importa tanto la literatu-
ra que me voy a dedicar a otra cosa para
sonriente, como el funcionario que se do-
subsistir y entonces poder hacer realmen-
bla ante el poder, ese tipo de escritor a mí
te literatura”.
me produce no sólo escepticismo sino una
JQ: Algo así decía Faulkner, ¿no?…
urticaria profunda. De allí que piense que
LA: Faulkner escribía en un burdel, lo que
cualquier posibilidad al margen de ese
él encontró como el lugar propicio para la
casi destino manifiesto del escritor mexi-
escritura era ser el velador de un burdel,
cano, que es ser más o menos conquistado
y él decía que era el lugar ideal. Yo creo
por el poder político y convertirse en una
que no es que no existan posibilidades, lo
especie de cortesano del poder, es válida,
que pasa es que quizá es más cómodo ha-
legítima y vitalmente más interesante.
cerlo desde ciertos puestos privilegiados.
JQ: Pero hay pocos medios de vida para el
Por eso el escritor termina siendo el Jefe
escritor, ¿no?
de Extensión Universitaria de tal institu-
LA: Cada quien los encuentra como sea.
ción, el jefe de tal cosa en Conaculta.
Está el escritor que tiene un oficio oscu-
JQ: Siento a veces que esta generación es
ro, por ejemplo Wallace Stevens que era
el estrago del estrago del estrago. Sin un la rebeldía. Estamos en una profunda re-
ideal para vivir. saca que tal vez ya duró demasiado, la re-
LA: Sí, hay un clima que nos dice: “No saca de la imposibilidad de rebelarse. Eso
hay nada por hacer, no hay cómo rebelar- fue un poco lo que nos legó el 68, los 60:
se, no hay futuro. Así son las cosas y uno puedes soñar lo imposible pero después el
tiene que sobrevivir. Si quieres hacer lo sistema va a llegar y va a retomar ese im-
tuyo tienes que ingeniártelas porque las pulso, incluso redoblado, y aquellos que
cosas no van a cambiar”. Este clima gene- eran los rebeldes de entonces hoy son los
ral está presente, pero me resisto a creer grandes magnates del presente. El escep-
que lo domine todo. Si tú hablas con los ticismo que nos dejó esa situación creó
chavos y lees ciertas cosas, si observas un por un lado un derrotismo, pero por otro
poco lo que está sucediendo, no das con abrió una posibilidad: ¿qué hacer con el
una efervescencia y vitalidad real, no es escepticismo y la rebeldía?, ¿qué hacer
simplemente este clima abatido, emo. El con esa nausea básica frente a un estado
mundo emo tampoco nos ha fallado hasta de cosas que no nos hacen felices? Por eso
el punto de decir que no hay opciones y es interesante el mundo de nuestro actual
justamente lo interesante es pensar qué vivir, es un mundo desencantado pero
se puede hacer frente al escepticismo de bajo ese mismo desencanto aún no ha
claudicado del todo, ¿qué hacer cuando ya de Thoreau, La vida de Tristram Shandy
parece que no hay nada posible por hacer de Laurence Sterne, El mundo como volun-
y cuando todavía quisiéramos hacer algo? tad y representación de Schopenhauer y La
JQ: Para cerrar, dime diez libros que te isla del tesoro de Stevenson.
han marcado, los diez libros con los que JQ: ¿La isla del tesoro? ¿En serio?
te quedarías en una isla desierta, por LA: Sí, ¿por qué no? Si uno va a estar en
ejemplo… una isla tiene que llevarse a Stevenson o a
LA: Es una pregunta muy interesante. En Robinson Crusoe, ¿cierto?…J
algún momento lo pensé e hice una lista
un tanto razonada. En primer lugar me
llevaría los Ensayos de Montaigne, El li-
bro de la almohada de Sei Shönagon, Las
flores del mal de Baudelaire, Crimen y casti-
go o algún otro libro de Dostoievski, este
libro que ya te mencioné, Las ocurrencias
R
de un ocioso de Kenko Yoshida, sin duda
me llevaría La gaya ciencia o Humano de-
masiado humano de Nietzsche, el Walden
Querido Leñador:
Trey Sager / Trad. Sergio D. Lara

Escribí tu nota suicida desde la perspectiva de un árbol.


En ese clásico de las defensas:
parecía una buena idea en aquel momento.
Una es la cosa que uno destruye,
o quiere destruir.
Todos son todo son nada, dicen mis amigos Budistas.
Creo que la idea era demasiado confusa para que yo pudiera manejarla.
Quiero decir, ¿es el árbol tu conciencia?
¿tu subconciencia? ¿tu Tánatos?
¿tu alma? ¿Acaso el árbol representa nuestro catastrófico estrangulamiento de la Tierra?
Yo no sé las respuestas a estas preguntas.
Los escritores sofisticados dicen que ellos intentan provocar preguntas, no proporcionar
respuestas,
pero yo no me siento demasiado sofisticado.
Escribí otra historia disfrazada de una nota suicida
cuando tenía 15 o 16, para un adolecente imaginario llamado Sal.
Después de algunos días decidí que mi idea era completamente genérica, así que quemé la
historia en nuestro horno de madera, temiendo reproches
y más terapia obligatoria si mi madre la encontraba y la leía.
Yo conocí un verdadero chico llamado Sal cuya madre una vez caminó alrededor
del vecindario
cargando una bandeja con carne de tiburón,
ofreciendo pequeños pedazos a todos, incluyéndome a mí y mi madre.
Creo que Sal está muerto —el verdadero Sal— pero no sé si eso sea cierto.
En la oficina de mi terapeuta, en la sala de espera, ella tiene una pintura de Rothko
enmarcada.
Le dije que Rothko se había matado con unas tijeras
y que probablemente debería quitarlo.
Ella me preguntó cómo me hacía sentir la pintura.
Le dije, “No me siento como nada. No lo sé, quizás
me siento como un árbol.”J

*Este poema pertenece al libro “Dear Failures” publicado en


2011 por la editorial Ugly Duckling Presse (Nueva York).
D ías, paisajes internos
confluyen en el río cristalino
de la corteza cotidiana.
P

equeños fuegos somos, cuando niños,
iluminando el corazón de la tiniebla,
sin saberlo.
Como chispas que danzan en un mísero
Prolongo la luz caserío
en el único puerto bajo párpados. en el que la madre es lo único
verdaderamente amado.
La demencia
conduce a un túnel Más, infortunados,
hacia el azufre crecemos hasta alcanzar la dimensión
la intoxicación.J letal del incendio
de cual ya no podemos sustraernos.

Aun así, puede bastar sólo una lágrima


para apagarnos,
en cualquier momento.J

La miseria de lo fijo Fragilidad


Ingrid Valencia Aleqs Garrigóz
Un gato
Julián Herbert

enemos un gato volador y loco que se cree padrote. Como no

T lo dejan subir a los taxis ni entrar en los téibols, despacha en


cantinas cercanas a nuestra casa: las de Xicoténcatl o Narciso
Mendoza. Ahí regentea a unas gordas meseras que fichan sus
bailes al ritmo de radiolas viejas para luego compartir sus ganancias con
nuestra fotogénica mascota, a la que alimentan en las madrugadas con tro-
citos de pulpa de primera comprada al mediodía en los comercios cárnicos
del mercado Juárez, o bien con chicharrón de pescado traído de Mariscos
La Marea. Quién sabe porqué, todas las gordas lo aman. Lo llaman El
Sayula, porque fue en la cantina de ese nombre donde por primera vez lo
vieron durmiendo huevonamente sobre una mesa de lámina. Al principio lo
corrían: le echaban agua. Una vez un cantinero lo reconoció con nosotros
en la calle y dijo: “A ver si cuidan mejor a su mugre gato puto”. Pero todo
cambió cuando las gordas meseras, al unísono, decidieron amarlo. Ahora
el puto gato vive mejor que cualquiera de nosotros. Y hasta, de vez en
cuando, a su salud, una piruja nos invita una chela. Y eso basta: al principio
dormíamos en la alameda, pero ahora con la remodelación desbarataron
nuestros cantones de cartón y tuvimos que movernos a una tapia sobre la
de Obregón, donde están todas las casas fantasmas. Allá está más culero. Y
aunque siempre con la venta de pet acompletamos para comprar un lonche
y una botella grandota de alcohol potable Racelsa, ninguna de estas cosas
se compara al sabor de una cerveza bien helada…
A, veces, por la mañana, con la cruda, lo veo tirado allí entre nosotros,
jetón. De seguro durmiendo el asco de haberle lamido la panocha a una
gorda piruja. De pura envidia me dan ganas de matarlo. No lo hago nomás
porque vuelvo en mí y repito dentro de mi cabeza: “no mames, cómo va a
ser un padrote, si es solo un pinche gato”. Y lo perdono. Él qué culpa tiene
de que los humanos seamos tan pendejos como para creer en fábulas.J

*Este texto pertenece al libro "Marranos" —fábulas inspiradas en


dibujos de Geroca— editado por la taberna El Cerdo de Babel.
Simbiosis ' Calíope Corral

¿Por qué no soy yo de tu pecho en el sabor de tu boca


quien grita y en el aroma adormecido que se funde y se confunde
a través de mi palabra? de tu piel áspera y tibia. con el sangrante quemar
sino tú quien habla de mis besos de diario.
con la voz de mi voz. ¿Por qué no soy yo
quien dice de ti Porque en el alumbramiento
Soy el dulce alarido a través de mí de tu verso de vida
de todos tus silencios el decir hermético no eres tú
que como agudos alfanjes de las cosas llanas? quien va refulgente
cauterizan al rojo vivo Sino tú quien habla y canta ni soy yo
en la rebeldía de mi carne, con lenguaje de río. quien languidece,
la llaga irremediable sino una sola llama
del deseo lacerado. Soy la mudez de mujer que parpadeante se consume
que inscribes en la cera del miedo
Me sientes vibrar en la miel de tus labios por la acera del amor.J
en cada beso, y surge descifrada
en la agitación abundante tras la oración de tu voz
ingeniero petroquímico jubilado, fervoroso
La vida misma parroquiano del “Moctezuma”.Según él, la
probabilidad de tal evento es menos que ín-
§ fima, despreciable, pero posible.
José Félix Fernández Reyes —Yo no soy un entendido en estos enjua-
gues —le dije—, pero sé lo suficiente para

U
poner en duda que alguna vez se verá un
n vaso lleno de agua puede
chorro de líquido “cayendo” hacia el cielo.
derramar su contenido sin in-
—Si no me crees —replicó el “inge,”—,
tervención de fuerzas ajenas.
esto tampoco lo creerás.
No hay truco, tan fácil como
Decía conocer a alguien que tenía la curio-
que las moléculas a modo de contribución
sa creencia de que la más mínima proba-
natural, no se están quietas nunca. Bailan
bilidad de que ocurra determinado suceso
de un lado a otro, brincan, rebotan, coli-
puede incrementarse hasta emparejarse al
sionan entre sí y bastará que todas y cada
50/50 de un volado, teniendo la suficiente
una de ellas orienten sus arrestos hacia la
fe.
boca del vaso, para que el agua sea escupi-
—Hace pensar —comentó el ingeniebrio—,
da fuera. Suena a una tontería y no sé si sea
que lo del vaso de agua pasa en la vida mis-
idea propia de este ocurrente y cabizbajo
ma.
Su amigo creía posible cruzar al otro lado —Así es, pero pudo despedirse de su her-
sin papeles, por el puente, sin temor a mana.
trabas migratorias. Se proyectó llegar a —¿Cómo le hizo, entonces?
Houston con una hermana que padece lu- —Nadie sabe, lo cierto es que se dice que
pus y estaba seguro de que podía cruzar alguien de a pie y con voz resuelta evitó
ayudado por los mismísimos customs. Tal el pago de tres pesos en el puente, ya de
como el caso de las pujantes moléculas de aquel lado se dirigió con iguales modos
hachedosó del ingeniero beodo, el arrojado a los de migración. Desconcertados más
migrante anticipaba que las circunstan- que encabronados, lo llevaron pa´dentro.
cias podían alinearse a su favor si aborda- Dicen que les dio una sacudida bastante
ba a los oficiales un día que llegaran a tra- fea, que les reclamó su inclemencia, que
bajar más sensibles y menos prejuiciosos. fue tomado por un predicador o misio-
—¿Y lo hizo? nero. Y nadie lo vio salir ni regresar por
—¿Qué? donde llegó. Desde entonces, mi estima-
—Pues intentar cruzar así nomás do, me la paso alerta vigilando mi vaso de
—Sí. ron con agua mineral.J
—¿Y luego?
—No se le ha vuelto a ver.
—Eso no significa que funcionó su idea.
nunca pudo romperse
y es que en un despeje

Axis mundi
de portería, “el chato” voló
la pelota en casa de doña Li-
cha. A pesar de nuestra insisten-
Héctor R. Sapiña Flores cia no nos la quiso regresar. Uno
de los chiquillos de la bolita, amenazó
Ese día el loco Abel pasó corriendo por con apedrear la casa; pero sólo una mi-
la calle, tal como lo hacía siempre; por esa rada de doña Licha para que nos desbandá-
razón no le hicimos caso. Nosotros tenía- ramos. Los que corrimos a la esquina está-
mos más apuro en romper el empate a bamos recuperando el aliento, cuando el
cero en nuestro partido de fútbol en- “Pecas” señaló la torre de alta tensión
tre las “chivas” del Guadalajara y y todos vimos que el loco Abel es-
los “millonetas” del América. La taba trepándola —por esa época
urgencia era porque el cielo vivíamos cerca de las torres
amenazaba con lluvia. Para de alta tensión—. Armando
mala suerte el empate un alboroto de porras y
chiflidos, llegamos a la torre. El loco Abel
la base de la torre cinco, había pasado la placa de
que así era como la cono- advertencia, la de la cala-
cían los choferes de los ca- vera con los huesos cruzados,
miones chimecos que entraban a y aún continuaba su ascenso. Al
la colonia. llegar al primer brazo de la torre
Por causa de nuestra escandalera se detuvo un momento. Gritó con
llegaron los adultos y entre ellos llegó fuerza que quería tocar el cielo con las
la mamá del loco Abel. A ella la recuerdo manos; entreveró sus piernas con la es-
bien. Ése día usaba un delantal a cuadri- tructura de la torre y así afianzado, soltó
tos con bolsas en frente. Pero sus ojos, una mano, sacó de su bolsillo una pe-
hundidos en las cuencas, con tanta an- lota de esponja con unas tiras de pa-
gustia en la mirada, que al verla era pel metálico a manera de cauda de
como ver una herida que rezu- cometa. La aventó hacia arriba
maba puro dolor líquido. Una atrapándola al caer, repitien-
exclamación general me do esta suerte una y otra
hizo volver la vista hacia vez sin mayor problema.
De pronto, el viento eco, parecía que el so-
que traía la lluvia, co- nido se hubiera compri-
menzó a soplar. El loco mido en sí mismo dejando
Abel estaba excitado por la
atención que recibía de los ve-
cinos. Soltó la otra mano soste-
niéndose tan solo con la fuerza de
X un vacío, un absoluto silencio.
Al tratar de mirar de nuevo al
loco Abel, sólo pude ver unas tiras
de papel metálico cayendo lentamen-
las piernas. Tomó mucho más impulso y te, enrollándose y desenrollándose hasta
aventó la pelota tan lejos como pudo mien- quedar por fin quedan quietas, en el suelo.
tras reía y reía. Esta foto amarillenta debe tener más de
Lo que siguió lo recuerdo como un mal cuarenta años. Si mira al más alto, al de
sueño; el lugar que había ocupado la sonrisa chueca con el cabello re-
Abel se convirtió en un destello que vuelto y de traje oscuro a brinca
lastimó mis pupilas, mientras charcos, el que trae la vela de su
que un chasquido como un la- primera comunión, ése era el
tigazo tronó en el ambiente; loco Abel.J
sin embargo en lugar del
Hoy podría ser feliz, pero me pierde esta nostalgia
de no ser Dios,
asumo mi soledad de lunas rojas
y firmo actas difuntas de los hijos que no tuvimos.

Arden ciertos años fugados en mis afónicas manos.

Mi corazón duele,
No ser Dios
se maltrata,
quiere detenerse y sollozar.
}
Carmen Saavedra Saldívar
Busco desesperados giros hacia la luz,
escribir de plenitudes y gozos,
pero no puedo,
tengo un alfiler invisible
en el lado izquierdo de mi destino.J
La experiencia ciberliteraria:
Yeni Rueda López
Entrevista a Alberto Chimal

I
nternet es una herramienta inherente a nuestra vida diaria. Revisamos Face-
book, escribimos un correo, compramos cualquier tipo de artefacto por medio
de la web. La mayoría de nuestras actividades las desarrollamos frente a una
pantalla. Incluso los procesos artísticos se han visto tocados por los recursos
virtuales como Vimeo, Flickr o Deviantart, plataformas que permiten crear portafolios
online de un artista si así lo desea, además de que pueden compartir su obra gratuita-
mente casi en el justo momento en el que la hayan terminado. La literatura no es la
excepción, sitios como Blogger y Twitter han protagonizado el movimiento ciberlite-
rario, involucrando a escritores noveles con escritores experimentados en un proceso
diferente de creación y difusión literaria. Uno de esto escritores es Alberto Chimal,
quien inició su carrera literaria en el formato convencional y a partir de unos años
su obra ha sido conocida también por medio del Internet. Estamos, pues frente a un
escritor que se desenvuelve en dos plataformas aparentemente antagonistas. Debido
a sus ejercicios creativos y participaciones en congresos sobre el tema, Chimal es un
buen ejemplo del amalgamiento perfecto de la literatura impresa y la virtual. En esta
entrevista tuvimos la oportunidad de reflexionar un poco sobre la ciberliteratura.
Yeni Rueda: ¿Cuáles fueron los motivos YR: Cuéntanos sobre 83 novelas, un pro-
para abrir un blog y cuanto tiempo llevas yecto que se gestó en la Red ¿cómo fue el
escribiendo en Las historias? proceso de creación y publicación?
Alberto Chimal: Primero, la curiosidad, AC: La creación fue muy relajada por que
como a tantas otras personas, luego he cada minicuento se escribió primero en
seguido usando esas herramientas de pu- Twitter, como parte de mi, digamos, dis-
blicación porque me han interesado sus ciplina diaria. En los días en que no podía
posibilidades creativas. El sitio, Las histo- escribir ni una página procuraba al menos
rias, está en línea desde 2005. Es la conti- hacer una minificción. Luego vino la tarea
nuación de proyectos en línea que traigo de podar el material que había reunido y
desde el siglo XX (!) pero es el que más revisar lo poco que quedó tras la poda. De
tiempo he podido mantener. esa selección cruel salió el libro, que de-
YR: ¿Sigues algún blog, revista, bitácora? cidí publicar como libro electrónico gra-
AC: Actualmente sigo sitios como Boing- tuito para ver qué pasaba. Por supuesto,
Boing, Letters of Note (un acopio de cartas la recepción del libro, que ha sido copiosa
de muchas épocas y lugares, fascinante) y y muy buena, fue una sorpresa muy feliz.
The Comics Reporter. Y encuentro muchas YR: Cada mes realizas un concurso en Las
cosas más en las listas de información que historias ¿Cómo es la dinámica? ¿Qué te
guardo en Twitter. han parecido los resultados?
AC: La dinámica es simple: publico una que ha resultado un ambiente de trabajo
foto rara e invito a los posibles lectores muy propicio para la escritura.
a que escriban historias a partir de ella. YR: Hay un número creciente de publica-
Luego busco las que me parecen mejores ciones periódicas virtuales en las que mu-
y les doy un premio. Lo mejor de esta ac- chos escritores, sobre todo jóvenes, hacen
tividad es que ha creado una comunidad uso de ellas como plataformas de su tra-
bastante fuerte y una cierta cantidad de bajo literario. Algunos detractores opinan
cuentos excelentes. que debido a la libertad de publicación del
YR: A partir de ese concurso nació el libro Internet no hay un filtro real, cómo el que
Historias de las historias, háblanos un poco podría existir en un concurso o editorial
sobre él.
AC: Justamente esas historias excelentes
(o al menos las que se escribieron duran-
te los primeros cinco años de la bitácora,
que fue el periodo de que se seleccionó)
están en el libro. La idea fue de los edito-
res, Ediciones del Ermitaño, y me alegró
mucho porque es una constancia del tra-
V
bajo realizado por muchas personas en lo
oficial, por lo tanto carece de valor litera- largamente o bien valerse de medios de
rio. ¿Crees que sí se puede producir y por promoción más allá del Internet. Y otro
lo tanto difundir la literatura a través de aspecto de la cuestión es que no siempre
las redes sociales o sigue siendo más efec- se percibe es que el público y la reputa-
tivo (fiable) el formato impreso? ción en línea pueden no corresponderse
AC: Creo que esa generalización a la que con los de fuera de la red, porque son juz-
te refieres proviene del desconocimiento gados de manera diferente. Por está razón
del medio y de los prejuicios contra él. hay personas muy leídas pero virtualmen-
Mucho de lo que se escribe y se publica te desconocidas fuera de ellas y viceversa.
en línea es de mala calidad, sí, pero ocurre YR: ¿El formato impreso de los libros
lo mismo en el mundo de lo publicado en será sustituido por los e-books o podrían
papel. La herramienta utilizada no deter- convivir las dos plataformas?
mina la calidad de lo escrito. Las redes so- AC: Van a convivir, igual que ahora con-
ciales son simplemente otra herramienta, viven las computadoras, la imprenta, las
que ofrece diferentes ventajas y también plumas fuente y la palabra hablada: las he-
presenta problemas nuevos. El más obvio rramientas “antiguas” no desaparecen del
es que, para conseguir lectores más allá todo; pero sí se vuelven menos importan-
de sus conocidos inmediatos, una perso- tes, menos utilizadas. Se imprimirá mucho
na necesita empezar desde cero y trabajar menos y con fines muy específicos.
YR: ¿Crees que gracias a las redes socia-
les existe un contacto más cercano entre
autor/lector? ¿Cómo has experimentado
este contacto?
AC: Creo que sí hay posibilidad de más
cercanía, o más bien una cercanía distinta.
Para seguir a Alberto Chimal en la
Las relaciones que se establece vía Inter- Red hay que entrar a las siguientes
net son diferentes a las de “fuera de línea”, direcciones: www.lashistorias.com.
como bien sabemos: seguimos estando so- mx, facebook.com/albertochimalmx
los dondequiera que escribamos, pero el y twitter.com/albertochimal
contacto por medio de pura información
permite no sólo la ilusión de compañía
sino cierta compenetración que puede ser
cd
o muy racional o muy visceral y que no se
da afuera de la red. J

Oh sí, Francisco Enríquez Muñoz

lo recuerdas claramente. La pelirroja ojiverde aceptó ir


contigo a un hotel de paso. Ella era una mujer vestida enteramente de negro.
Llevaba una sudadera con capucha, una falda ajustada de licra hasta un poco más
arriba de las rodillas y botas de soldado. Pero abajo no tenía nada, ni una marca,
ni una mancha, ni una estría, ni una llanta, ni una cicatriz, ni un vello, ni un cal-
cetín, ni un sostén, ni un calzón, nada. Mejor dicho: era un sábado por la noche
y los sábados por la noche ella no acostumbraba usar ropa interior. ¿Para qué?
En efecto, era un sábado por la noche y, milagrosamente, no hubo un apagón, en
esta ciudad es muy raro que en un sábado por la noche no haya un apagón, y el
viejo elevador continuó su lento ascenso, y tú, por hacer algo, apoyaste la espalda
contra la pared. La pelirroja ojiverde respiraba tan ansiosamente como si acabara
de correr los cien metros planos. Ambos, en silencio, inmóviles, se comían al otro
con los ojos. Cada uno se mantenía en su esquina. Ella cruzando los brazos sobre
las magníficas tetas; tú, escondiendo las trémulas manos en los bolsillos. Decidis-
te consultar tu reloj de pulsera: diez treinta y nueve. Sacaste tu celular y por un
instante la cara se te iluminó de azul. Oprimiste un botón y te pusiste el teléfono
en la oreja. Esperaste.
—Hola, mamá —dijiste tras una breve espera—. Oye…, eh, me voy a quedar a
dormir con Arturo, ¿eh?, ah, sí, él vive por acá, sí, no te preocupes, sí, mamá, sí,
sí, sí, hasta mañana.
—¿Quién es Arturo?—preguntó la pelirroja ojiverde—.
—Un amigo. ¿Tú no quieres hacer una llamada?.
—No, yo no necesito llamar a nadie.
Eso a ti te sonó como: “yo no necesito llamar a mi mamá”. Te dolió el alma. Te
dolió recordar que ayer fue tu cumpleaños número treinta y que aún seguías vi-
viendo en la casa de tus padres. Te dolió darte cuenta que aún te sentías obligado
a indicarle a tu mamá tu paradero para que ella no se preocupara por su “niño”,
que andaba solo en la calle a las diez y treinta y nueve de la noche. Te dolió no
tener ningún amigo cuyo nombre fuera Arturo. Te dolió no tener ningún amigo.
Te dolió el esbozó de una sonrisa burlona asomándose a los labios de la pelirroja
ojiverde. No pudiste evitar que el dolor del alma se te instalara en el rostro. Al
punto, la pelirroja ojiverde se te acercó y colocó la palma de sus manos sobre tus
mejillas, empleando para ello unas caricias suaves y tranquilizadoras, como si tú
fueras un monstruo de difícil trato. Poco a poco, su parte animal volvió a desen-
tumecerse y a brotar por cada uno de sus poros. Se colgó de ti, rodeándote con
brazos y piernas, y hurgó con su lengua entre tus dientes. Su pecho y el tuyo,
sellados, se intercambiaban los latidos. Por un momento te preguntaste si todo
aquello no sería una mentira, si no sería una broma cruel del destino hacia un
perdedor que en toda su biografía sólo había logrado conservar una novia fea y
escuálida durante seis meses ya idos. Pero al cabo de aquel momento, sin separar
la espalda de la pared, te abrazaste a la pelirroja ojiverde, que seguía abrazada a
ti con brazos y piernas. Emprendiste con la lengua un registro por su lengua de
norte a sur, de este a oeste, y tu lengua efectuó pausas breves, largas, en los des-
tinos que eligió la cabeza que te cuelga de la ingle. Mientras tu lengua absorbía
los restos de tu propio semen, de doce cigarrillos y de tres cervezas en la lengua
de la pelirroja ojiverde…
—Ya era hora —te dijiste con la cabeza que te surge del cuello—. Han sido mu-
chos días de búsqueda. Y aquí estás, ahora aquí estás.
Aunque el placer era excesivo, aunque la emoción era excesiva, aunque la pelirro-
ja ojiverde te encantaba, aunque te parecía bonita, buenota, mamacita, chiquita
baby, quiero, merezco, mejor que todas las muñecas sonrientes y complacientes
que aparecen en las páginas de las revistas que guardas bajo el colchón, ¡Trac!, se
te desinfló la cabeza que te cuelga de la ingle. Era como si la realidad, por exceso,
se volviera inasible, imposible, y por eso mismo el pene te fallaba. Atribuiste tu
flacidez a los cuatro cigarrillos que te fumaste antes del concierto, a la cerveza que
te bebiste al inicio del concierto, al frío del elevador, al aire encerrado del elevador,
a la sudadera de la pelirroja ojiverde que se sentía mojada de sudor en la zona de
las axilas y de la espalda, al silencioso pero apestoso pedo que liberó la pelirroja
ojiverde. Invocaste también algún exceso gastronómico en tu casa, un plato de
más, un vaso de menos, ya no sabías qué otra cosa inventar.
Catorce segundos después, apenas cerraste la puerta del cuarto 35, viste extasia-
do cómo, sin pudor ni preámbulos, la pelirroja ojiverde se quitó la ropa desespe-
radamente, como si intentara escapar de las llamas de un incendio. De inmediato
extendió su blanquísima y curvilínea desnudez sobre la cama. El exquisito aroma
del almíbar vaginal invadió el cuarto. Entonces fue cuando tú te desnudaste tam-
bién y antes de no poder, supiste que no ibas a poder. Y no pudiste. No. No pudiste
negar ese terrible no. No se te iba a parar. Al menos hoy no se te iba a parar.
O sí, hoy se te había parado; pero antes, cuando te hallabas de pie, justo detrás de
la pelirroja ojiverde en el concierto y el movimiento de la gente te apretaba cada
vez más contra ella, lo que ocasionaba que los dos globos de sus nalgas se alo-
jaran en el hueco de tu entrepierna. En esa situación notaste que poco a poco
una tienda de campaña se erguía en tu bragueta. Horrorizado ante la erección
que se avecinaba, apretaste los ojos y trataste de imaginar cómo sería esa mu-
chacha dentro de treinta años: gorda, vieja. Todo fue en vano. —Ahora sí me
cargó la chingada— pensaste, elevando la mirada en busca de la misericordia
del misericordioso—.
Pero la pelirroja ojiverde no volteó, ni gesticuló, todo lo contrario: al sentir
que tu sexo había adquirido un estado de endurecimiento irreversible, se li-
mitó a descansar sobre una de las nalgas todo el peso y se meció hacia atrás,
deslizando el trasero al mismo ritmo de la gente. El concierto prosiguió. Vi-
nieron canciones calmadas, romanticonas. La pelirroja ojiverde podía girar en
cualquier momento y decirte algo horrible, algo asquerosamente agresivo e
incluso golpearte en la delicada parte erguida. Pero ella siguió relajada, restre-
gando las respingonas nalgas contra aquel promontorio una y otra vez. Había
aceptado el juego. Y se hizo la oscuridad. La gente empezó a levantar la llama
de encendedores y la luz de celulares. De súbito, la pelirroja ojiverde tomó la
iniciativa: una de sus manos descendió y sobó el bulto endurecido. Con destre-
za inaudita, casi podríamos decir que con práctica, bajó el cierre de tu pantalón,
extrajo el pene hinchado y lo manipuló con rapidez y maestría. Un chorro blan-
cuzco se estrelló con violencia contra su palma. Las tinieblas cómplices ocultaron
la gran placidez que reflejó tu rostro. Acercaste la boca a su oído.
—¿Cómo te llamas?, —le preguntaste. Ella acercó la boca a tu boca—.
—Lizet —te respondió—.
Y dejó que el aire tibio que salía de su nariz se encontrara con el que tú respirabas.
No pestañeaste cuando con la lengua se dedicó a limpiar el semen embadurnado
sobre la palma. La miraste a los ojos. Lizet te miró a los ojos. Tú le sonreíste. Ella
te respondió cerrando los ojos y dibujando un beso con los labios. Mientras la
besabas, le metiste una mano debajo de la sudadera y una mano debajo de la falda
y allí dentro empezaste a mover las dos manos haciendo círculos. Lizet empezó a
respirar fuerte y a dar unos suspiros grandísimos. Desde luego, tú volviste a te-
ner una erección. Ahora no, es decir, ahora que tú te encontrabas en la rechinante
cama de un cuarto de hotel de paso sobre su pierniabierta y ansiosa desnudez.
Superado por completo por los hechos, te dejaste caer a un costado de ella y te
pusiste a mirar el cuarteado techo, como buscando ahí el diseño factible de alguna
buena disculpa. Lizet seguía jadeante, más ansiosa aún que antes. Lamía con ojos
brillantes a tu dormida ingle y su pelvis era mecida por un involuntario y evidente
movimiento. De pronto, al grito de “ahora verás” envolvió con sus fenomenales
tetas al desanimado pajarito y éste, poco a poco, se fue convenciendo de su tonte-
ría, recapacitó, perdió la timidez, en fin, se despabiló. Se fue congestionando hasta
tomar cuerpo. Creció. Lizet contempló el fenómeno con curiosidad y ternura, con
brillo triunfal en las pupilas, como el encantador que consigue despertar a la peli-
grosa cobra y obligarla a bailar frente a los turistas fascinados.
Tras unos segundos, cerró los ojos y se lo metió entero en la boca, hasta la raíz. Y
tú hiciste una “O” mayúscula con los labios, absolutamente a su merced, incapaz
de moverte, con todos los sentidos puestos en el nido prieto y cálido en el que
se había convertido su boca. Un millón de imágenes inundaron tu cerebro: una
sabrosa güera luciendo un ceñido traje de baño rojo y corriendo en cámara lenta
por una playa: un vaso de cristal lleno de Coca-Cola fría; un concurso de cami-
setas mojadas; el humo de un cigarrillo; mandarinas; las piernas de tu maestra
del kínder; varios videos de youporn.com; un oso pescando truchas en un río; las
“chiripiolcas” de Chaparrón Bonaparte… Jadeante, gimiente, ascendías a cimas
desconocidas desde las que sólo quedaba lanzarse de cabeza al orgasmo. Las es-
casas células cerebrales que aún no se hallaban presas del placer empezaron a
gritarte como si de un sargento se tratara: “¡No te vengas, todavía no te vengas!”.
Y agarraste la cabeza de Lizet con las manos y la obligaste a desistir, y ella te
miró a los ojos y sonrió, muy satisfecha por la fiebre que evidentemente te estaba
provocando.
Sin perder la sonrisa, sus dientes se alargaron hasta convertirse en colmillos le-
tales que sobresalieron de la boca, tensando los labios hacia fuera hasta trans-
formarlos en una especie de hocico. El miedo no sólo no disminuyó tu erección,
trasformó al pene en un trozo de hierro incontenible. Aquellos dientes se dirigie-
ron a tu cuello. Te mordieron. Lanzaste un agudo alarido. A Lizet no le importó;
gruñía y ronroneaba mientras succionaba tu sangre, te agarraba por las muñecas
y se frotaba la mojada juntura de las piernas contra tu ingle erguida, hasta que
por fin retiró los dientes, echó mano de una mano y ayudó con los dedos a que su
orificio más ansiado y más ansioso cubriera por completo el erizado pecíolo de tu
virilidad, un enchufe que te sacó un potente sí.
Ella se inclinó hacia adelante, te besó en la boca y te abrazó. Tú la besaste en la
boca y la abrazaste. Los dos empezaron a moverse como si fueran a bailar. La
mujer desnuda que se encontraba retratada en el cuadro de una pared miraba sin
decir mu los movimientos de ese bulto de carne sobre la cama: primero suaves
y con ritmito, luego más rápidos y menos organizados y al final desmadrados
y bruscos. El agite terminó cuando arremetiste con excesiva fuerza, sujetaste a
Lizet por los hombros y te derramaste dentro de ella. Mientras tanto, Lizet te
miraba el rostro con mucha más atención que a una obra de arte y empujaba más
para sentirse llena hasta el fondo, invadida, colmada. Cuanto antes remprendió el
vaivén, obligándote no sólo a mantenerte dentro de ella, sino a tener otra erec-
ción que sólo concluyó hasta el clímax fue simultáneo y general.
Ambos quedaron agotados en una alegría simétrica, en el más feliz cansancio. Al
rato, cada uno encendió un cigarrillo. Tendidos uno al lado del otro, desnudos,
contentos y fumando, platicaron del ser y la nada. Pero, claro que sí, fue ella quien
ya no quiso seguir charlando, quien primero aplastó su cigarrillo en el cenicero
del buró: otra vez te besó, otra vez te chupó y otra vez hizo que tu verticalidad
desapareciera entre sus piernas. Luego, unos minutos después, tras el habitual
zangoloteo, sólo tuvieron ánimos para dormir. Cuando los débiles fulgores de luz
solar empezaron a abrirse paso a través de las cortinas de la ventana, Lizet des-
pertó y dijo que ya tenía que irse. Se levantó de la cama. Se vistió. Enseguida se
aproximó a la ventana, la abrió y salió volando. Oh sí, lo recuerdas claramente. J

(
Resquicio

Leonardo de Ononvide
Claudia Sánchez
IV

U
n té de azahar. Una deriva colgando de la tarde.
No tengo plan de vuelo: ni lugar de salida ni destino
y desde luego
tampoco tengo el tiempo estimado de la ruta
(ni la altitud, ni la categoría de turbulencia de la estela, ni la matrícula [¡mierda!,
ni la aeronave]).
Es más: no tengo nada:
sólo este té de azahar en esta fonda frente a la catedral, sólo este agosto húmedo
(cómo emigrar entonces), sólo el azúcar cande (cómo dejar atrás este jarrón
quebrado de mi vida), su aspecto de cristal, su blanco opaco. J

Del poemario Declaración de intenciones


Pa r a
mala suerte el

Tocar el cielo empate nunca pudo rom-


perse y es que en un despeje de
portería, “el chato” voló la pelota en
casa de doña Licha. A pesar de nuestra
con las manos insistencia no nos la quiso regresar.

Ese día el loco Abel pasó corriendo por la


calle, tal como lo hacía siempre; por esa ra-
zón no le hicimos caso. Nosotros teníamos Baruch Sansininea
más apuro en romper el empate a cero
en nuestro partido de fútbol entre las
K
“chivas” del Guadalajara y los “mi-
llonetas” del América. La ur-
gencia era porque el cielo
amenazaba con llu-
via.
Uno de los
chiquillos de la bolita, amenazó con
apedrear la casa; pero sólo una mirada de doña Licha
para que nos desbandáramos. Los que corrimos a la esquina estába-
mos recuperando el aliento, cuando el “Pecas” señaló la torre de alta tensión y
todos vimos que el loco Abel estaba trepándola —por esa época vivíamos cerca de las
torres de alta tensión—. Armando un alboroto de porras y chiflidos, llegamos a la base de
la torre cinco, que así era como la conocían los choferes de los camiones chimecos que entraban
a la colonia.
Por causa de nuestra escandalera llegaron los adultos y entre ellos llegó la mamá del loco Abel.
A ella la recuerdo bien. Ése día usaba un delantal a cuadritos con bolsas en frente. Pero sus ojos,
hundidos en las cuencas, con tanta angustia en la mirada, que al verla era como ver una herida
que rezumaba puro dolor líquido. Una exclamación general me hizo volver la vista hacia la
torre. El loco Abel había pasado la placa de advertencia, la de la calavera con los huesos
cruzados, y aún continuaba su ascenso. Al llegar al primer brazo de la torre se de-
tuvo un momento. Gritó con fuerza que quería tocar el cielo con las ma-
nos; entreveró sus piernas con la estructura de la torre y así
afianzado, soltó una mano, sacó de su bolsillo
una pelota
de esponja con unas tiras de papel
metálico a manera de cauda de cometa. La aventó ha-
cia arriba atrapándola al caer, repitiendo esta suerte una y otra vez
sin mayor problema.
De pronto, el viento que traía la lluvia, comenzó a soplar. El loco Abel estaba excitado
por la atención que recibía de los vecinos. Soltó la otra mano sosteniéndose tan solo con la
fuerza de las piernas. Tomó mucho más impulso y aventó la pelota tan lejos como pudo mientras
reía y reía.
Lo que siguió lo recuerdo como un mal sueño; el lugar que había ocupado Abel se convirtió en un
destello que lastimó mis pupilas, mientras que un chasquido como un latigazo tronó en el ambiente;
sin embargo en lugar del eco, parecía que el sonido se hubiera comprimido en sí mismo dejando
un vacío, un absoluto silencio. Al tratar de mirar de nuevo al loco Abel, sólo pude ver unas
tiras de papel metálico cayendo lentamente, enrollándose y desenrollándose hasta quedar
por fin quedan quietas, en el suelo. Esta foto amarillenta debe tener más de cua-
renta años. Si mira al más alto, al de la sonrisa chueca con el cabello re-
vuelto y de traje oscuro a brinca charcos, el que trae la vela de
su primera comunión, ése era el loco Abel. J
nfringió la ciudad y no lo

I hizo dentro de las formas


tradicionales. No fue por es-
tudios; para él, esos muchachitos
El gorrón
soñadores terminan siempre lejos
de sus aspiraciones primeras. No fue
del Colmex
tampoco por trabajo; pues lo con- a
sidera un absurdo infantil. Muchos Miguel Agustín
menos lo trajeron los asuntos fami-
liares o de amigos; esos hace tiempo
que se difuminaron como cuestiones de responsabilidad que prefiere dejarle a las
monjas y a las profesoras de kínder. El motivo fue simple: introducirse a la élite
intelectual del país.
No llegó en búsqueda de reconocimiento, mucho menos para alimentar su ego-
latría o el imperioso deseo de escribir en Nexos o en Letras Libres; nada le inte-
resaban las plazas de tiempo completo o las direcciones de difusión cultural de
la Unam. Las disputas por los plagios le causaban indiferencia; el debate de los
clásicos y los posmodernos, no representaba mayor lenguaje que el asentimiento
callado a la postura clásica de los binomios oposicionales. Respecto a su obra,
la nulidad puede ser matizada si se tomasen en cuenta las tantas servilletas uti-
lizadas durante los cocteles; finalmente, sus palabras emitidas fueron siempre
gruñidos de una boca mientras mastica.
Las citas llegaban con el periódico matutino, con la agenda del radio y con la
gaceta universitaria; de su forma de subsistencia poco se sabía, pero muchos
de los que se dieron cuenta de su presencia constante en las presentaciones, las
tertulias y los cocteles hablaban de una casera contenta con los favores que este
le hacia. En realidad lo importante era el lugar donde pasar la noche y el poco
o mucho dinero que necesitará para pasajes o tortas de salchicha cuando los ca-
napés del Cide o los antojitos del Colmex le parecieran demasiado sofisticados.
La primera vez que le vi fue en un homenaje a José Emilio. De inicio, la vesti-
menta se le podía asemejar a la de maestro de asignatura o a la de burócrata de
la secretaría del trabajo; por ello, poco tiempo me llevo asumir que no había nada
por lo cual extrañarse; sin embargo llegado el momento del brindis, las cosas se
tornaron diferentes. Uno, que desde la licenciatura se acostumbra a reconocer las
pautas y modismos de estos eventos, sabe perfectamente que la cautela mustia
del comportamiento, define la cantidad de copas de vino y de bocaditos que uno
se lleva a la boca; más si se trata de un hombre que superados los 50, generaliza
la creencia de su posible status. Fue así, que salidos los meseros y destapadas las
botellas, el guardián de una inhóspita presencia durante la conferencia, se tor-
nó en hambrienta bestia durante el coctel. Comenzó su noche con la actitud de
quien piensa nunca volverá a comer; la camisa poco tiempo tardo en subyugar al
cinturón y a la limpieza; las manchas de salsa, grasa y vino comenzaron a poblar
la imagen de un textil que iniciado el evento no era sino uno más entre los otros.
La experiencia era vasta, nada que dejar a la especulación, sus movimientos para
evadir estudiantes y para colarse entre los académicos eran de una destreza sólo
vista en los transbordes de Pantitlán; ese hombre no se presentó en el sur de la
ciudad por José Emilio, mucho menos por cortesía laboral o por acompañar a
su pareja o a un amigo; el motivo era claro desde el inicio: comer y beber gratis.
Lo más curioso del momento, fue que no era el único con intención de mono-
polizar las bandejas de taquitos dorados o los vasos de paloma; una señora, de
edad similar a la suya, apareció de repente para hacer de la situación, un lugar
tan parecido al Club de la pelea o Cazanovias, que lo extraño que resultaba el
hobbie de Bonham Carter o de Edward Norton, quedaba chico ante tal forma de
institucionalizar la práctica. La noche entonces pasó de ser el intento rebuscado
por discutir paradigmas a lo bizarro de pensar un cuadro de platanito en Bellas
Artes. Se eclipsaron entonces las discusiones sobre la sucesión de Garciadiego
o los debates mamones entre los de políticas del colmex y los de políticas de la
Unam; las tensiones permanentes de los intelectuales fueron suspendidas y colo-
nizadas por las risas, las burlas y los anonadamientos; no quedaba duda, la pareja
de gorrones se llevó la noche.
Pasado aquel jueves, la vida continuó su curso; se comentó la anécdota en alguna
de las veladas de Chilapa 84, alguna otra

L vez para romper el hielo en la explanada


alta y en términos literarios no paso de
ser un intento fallido de cuento; la verda-
dera revelación se dio muchas semanas
después, cuando a la salida de uno de los
cursos impartidos en el Claustro de Sor
Juana, decidí adjuntarme de manera in-
oportuna a una presentación de libro en
un salón cercano al de mi clase, para no pasar por alto el mensaje que el momento
me puso de frente, el gorrón del Colmex se postró frente a mi, me miro receloso,
bajo su cabeza y continuó sus prácticas. El escenario se repetía tal cual lo pre-
sencié la primera vez; el hombre vestía el mismo traje de burócrata en épocas de
Echeverría, lucía las mismas gafas de armazón dorado y la misma camisa blanca
con manchas de vino y grasa; la señora que lo secundó en el primer encuentro,
al parecer había decidido no acudir esa noche; pero el hecho de encontrarlo nue-
vamente, ahí, con sus gruñidos y su bestialidad al momento de buscar el lugar
cercano a la cocina, me hizo pensar en lo curioso que resultaba su trabajo.
De una u otra forma, aquel sujeto de baja estatura, pelo cano y vejez postergada,
lograba a través de su destreza, lo que muchos tardan años en hacer: codearse
con los intelectuales del país. Ciertamente incluirlo dentro de la camada sería fal-
so; seguramente Krauze o Aguilar Camín estrecharon su mano o palmearon su
espalda sin ni siquiera saber su nombre; pero el hecho de que se le vea tan recu-
rrentemente entre ellos, representa una gran lección para aquellos que piensan
que son los posgrados en el extranjero la llave para beber buen vino.
A partir de ahí abandoné mi sueños de maestría en Boloña; decidí biografiar al
gorrón del colmex, lo seguí ahí donde decidió que habría de comer y beber; fue
entonces que entendí que la soberanía, sus paradojas y la democracia, pocas co-
sas podrían otorgarme. Siguiéndolo, conocí a editores, escritores y literatos; pu-
bliqué mi primer libro, conseguí trabajos de corrección de estilo y me facilitaron
una adjuntía bien pagada; él por su parte jamás se percató de las anotaciones que
hacía de su comportamiento; su estampa era tan común en los paisajes culturales
y educativos, que Narro terminó por reconocerle y se le vio varias veces fotogra-
fiado en las gacetas y en las publicaciones sociales. Lo seguí a jurídicas, a sociales,
al Itam; se paró varías veces en Coyoacán, en la condesa, en Azcapotzalco y en
Tlalpan. Su final fue escandaloso, tanto que se me pidió escribiera una columna
sobre lo sucedido.
La tarde del 11 de Enero pasado, Efrén Juárez Rodríguez falleció dentro de las
instalaciones del lugar donde lo vi por primera vez. El impacto de un hombre
muerto a las afueras del auditorio Alfonso Reyes, derivó en un escandalo tan
grande, que 2 de 6 diarios nacionales otorgaron sus ocho columnas al aconteci-
miento. El motivo: atragantamiento.
El colmex se encargó de todos los gastos funerarios. J
Posibilidades de la abstracción
con la señorita V., que me
enseñó a mirar al cielo
Luis Marín

D
ejando de lado lo ortodoxo y
feligrés que resulta la metáfora
“Las palabras, por ejemplo, no hay día en de buscar a Dios en los cielos
que no las lustre, las cepille, las ponga en su puedo decir que hay alguien en el mun-
justo estante, las prepare y acicale para sus do que me ha enseñado a contemplar la
obligaciones cotidianas.” Julio Cortázar grandeza de un Dios (que ella no reco-
noce como suyo) fantástico en sí, por lo
que ha creado. Y comenzando por ella,
antes de hacer un listado minucioso de
lo que el mundo y la vida son para mí. el terreno pisado le pertenece, es suyo.
Es ella, tal vez, la única que de verdad Lo más probable es que lo desconozca
me ha demostrado con base en hechos y o lo niegue, porque la modestia también
actos que la vida tiene en cada segundo es algo que le aflora hasta por los ojos.
algo de mágico que los otros segundos Quizás por su excentricismo introverti-
no tienen por ser comunes y corrientes, do he llegado a verla como algo más que
o será tal vez que ella puede hacer de una persona. Su encanto por los ancia-
algo común lo extraordinario. Así me lo nos y su fijación por los animales —en
parece… especial los perros— despierta una ex-
Tanto es así que le he tomado cierto fer- traña sensibilidad de encías, dientes y
vor a sus prácticas inusuales y puedo decir temperaturas bipolares en mi persona.
que me intriga su comportamiento de so- También su imperdonable gusto por
bremanera; su porte, esa forma de andar Susanita y su desprecio sarcástico por
con soltura y valemadrismo por la vida Felipe, como si jamás hubiera leído en
sin desprenderse de ese ejemplo maravi- serio a Mafalda, o como si les tomara el
lloso de no perder la confianza; porque a pelo a las madres reprimidas. Su sueño
cada paso que da reafirma o afirma que de tocar piano o su gusto por viajar…
Pero lo que remata el cuadro romántico rada se perdió en las alturas y quise ju-
—por el romanticismo, que no por cur- rar que, ahora sí, buscaba a Dios. Nunca
silerías— es cuando va de lo particular a falta que salga a pasear en una nube y te
lo general. Como aquella vez que viajá- toque la suerte de verlo juguetear con
bamos en la ruta y de la nada sacó nubes, lluvias o arcoíris, y me dijo:
historias, conejos y lunas de la manga, —¿Ya viste? Mario y sus hermanos.
o del bolsillo izquierdo de su chamarra Yo busqué con la mirada el rostro fami-
beige; cuando mira sin mirar y sin que- liar de mi amigo de aventuras, mujeres
rer brotan de sus ojos largas playas azu- y borracheras, pero no lo vi. En su lugar
les o ramas altas como de cipreses o de encontré una herrería de la que colgaba
álamos. En esta ocasión hizo de una tar- un anuncio de metal en el que, con pin-
de calurosa, con tráfico, un ocaso tibio y tura azul y blanca, se leía: “Mario y sus
a gusto en los últimos dos asientos del hermanos”. (¡Pero claro, Mario no tiene
colectivo número uno. Íbamos hablando hermanos, sino hermanas!) y no supe
de lo cotidiano, nada fuera de lo común, qué decir a eso más que el siempre altí-
cuando de pronto guardó un silencio de simo y salvavidas:
sarcófago y funerales de repente. Su mi- —Ajá…
Después de ese incidente supuse que atractivos a ojos vista, lo importante es
V. había perdido interés en mí y en mi que, puedo apostar, nadie más que ella (y
conversación, al grado de que un nego- los que viven o trabajan en ese edificio)
cio de herrería familiar (en el que, por se ha percatado de que el edificio tiene
supuesto, no trabajaba mi amigo) atrajo cuatro pisos y es ese, su don maravillo-
su atención más que el supuesto “don del so, lo que me enloquece. Porque ella no
verbo” que creía dominar. Pero pronto ve en el edificio ladrillos apilados entre
descubrí que era un desliz para pasar solturas de cemento, ella ve colores tex-
por una grieta de este lado del espejo al turas y hasta sabores en los vitrales, en
otro, porque V no vibra en la misma fre- lo áspero de la pared que contrasta con
cuencia que todos nosotros, los simples lo irónicamente nublado y caluroso del
mortales. Como recordando que aún es- día, en las series disparejas de los baran-
taba yo, me dijo de pronto: dales. Su capacidad de volar de un cam-
—¿Ya viste?, el edificio tiene cuatro pi- po semántico a otro en menos de lo que
sos. escribo su abreviatura o pestañeo.
Y, en efecto, los tenía. Lo raro no es Es por eso que cada que paso por el edi-
que los tuviera o no, ni siquiera si eran ficio de cuatro pisos en el que se lee un
anuncio de negocio familiar de herreros A estas alturas —las de la situación, no
sigo con la vista una ruta trazada que las de las nubes que se rascan la entre
va del suelo que nos ata a ser bípedos pierna contra la antena del edificio na-
aburridos hacia el techo naranja de es- ranja— debo aceptar que tiene un no sé
tablecimiento. Cuando llego al techo qué que qué sé yo que me encanta. Sin
irremediablemente agradezco mántri- mencionar que en vez de buscar a Dios
camente a V., esté donde esté. Y de paso en las alturas, persigo el recuerdo de la
busco a Dios en el cielo, o en la tierra, o dama V. y busco una brecha de esta rea-
en los últimos dos asientos del colectivo lidad, que es nuestra, a la otra realidad
número uno. que es suya y de nadie más.
Yo juro y perjuro que para nada estoy A dos días de haber pasado y repasado
enamorado. Sí, de la señorita V. Lo único por ahí, por ese lugar que ya lleva su
que acepto es que gracias a ella soy más nombre como seudónimo: hoy pasé de
perceptible a un Dios invisible que ella nuevo, ahora con la señorita Armenta.
no proclama como suyo. Ese Dios que Hablando de ella, por supuesto… de la
quizá es ella, o yo, o los dos, o el edi- chica V.
ficio de cuatro pisos, o la vista al cielo. —Marín… no puedo imaginarte… no
te imagino, no amando a una mujer. Yo tampoco puedo imaginarme a mí
—Y qué gusto. sin amar a la señorita V. tal vez maña-
—Aunque a veces decir mujer… es des- na o pasado. Es una fortuna saber que
truirlas.— me dijo. no puedo decir que sea mujer, así no la
—Armenta, tienes frases que bien po- destruyo. Sólo sé que es viento, nubes y
drían estar en cuentos o en poemas. recuerdos. J
—Eso me halaga.

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