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En ese orden de ideas todos los derechos fundamentales son irrenunciables, porque
son inherentes al ser humano; y en cuanto al derecho a la vida el Estado se encuentra
imposibilitado de permitir actos que posibiliten, en forma directa o indirecta, la muerte
de las personas; en consecuencia, el Estado para garantizar el derecho fundamental a
la vida está en la obligación de legislar al respecto y expedir normas de naturaleza
civil, penal y otras que permitan proteger y disuadir de actos que puedan vulnerar o
atentar contra dicho derecho, obviamente dentro de los parámetros establecidos en la
Constitución.
De otro lado, tampoco existiría el deber o la obligación de vivir, pues si bien es cierto
en un Estado de Bienestar, se deben procurar las condiciones necesarias para que
todas las personas puedan desarrollarse y vivir en condiciones dignas; sin embargo,
también es cierto, que se presentan situaciones de diversa índole que no lo permiten y
pueden convertir a la vida en un tormento y algunas personas optan,
lamentablemente, en forma libre, voluntaria y consciente, dar por concluida su vida por
mano propia, es decir, optan por el suicido, cuya conducta del sujeto activo, que
mantiene el dominio del hecho, resulta atípica y no es posible establecer
responsabilidad penal alguna. Por tanto, la vida no es una obligación sino un derecho
fundamental de las personas.
MUERTE DIGNA
DIGNIDAD HUMANA
Siendo esto así, la dignidad humana como principio no sólo actúa como criterio
interpretativo, sino también como criterio para determinar el contenido esencialmente
protegido de los demás derechos y como criterio limitador de las actuaciones del poder
público y aún de los particulares; mientras que como Derecho Fundamental permite a
las personas exigir su tutela y protección; pero además, la dignidad también es un
valor y como tal hace referencia al elemento ontológico de la naturaleza del ser y el
libre desarrollo de la personalidad.
Téngase presente que para realizar el control difuso de la Constitucionalidad de las
leyes, debemos asumir con seriedad el hecho de la pluriculturalidad de nuestra Nación
donde coexisten plurales “doctrinas comprensivas del bien”, cada una con su tradición
particular que conlleva diferentes puntos de vista opuestos en el tema particular, hay
que reconocer lo siguiente:
ii) Por consiguiente, desde una sociedad pluralista donde coexisten diversas
doctrinas comprensivas del bien, tradicionales y modernas, corresponde
realizar el “control difuso” desde una comprensión de los derechos
fundamentales con un mínimo intersubjetivo, razonablemente aceptado por
la comunidad real e ideal de comunicación (en esto estamos asumiendo la
ética discursiva) a partir de lo cual el juzgador está habilitado a ejercer el
control de constitucionalidad de una norma legal, distanciándose de la
identificación de una particular doctrina comprensiva del bien al punto de
desarrollar un concepto de equilibrio del mínimo intersubjetivo que viabilice
la convivencia en una sociedad pluricultural;
Al efecto, tememos que la sentencia consultada ha hecho expresa una lectura kantiana de los
derechos fundamentales, pero si bien ello es necesario, estimamos que no es suficiente, dada
la particular complejidad del caso que ya hemos hecho referencia, pues si bien una concepción
liberal de la dignidad tiende a consolidar el poder, la voluntad del sujeto racional y su decisión
libre (más allá de todo valor objetivo y con el solo límite de otra voluntad humana), ello debe
contextualizarse dentro del pluralismo que en el Perú tiene una connotación relevante dada su
trayectoria histórica y presencia de un país moderno con otro más profundo dentro de una
pluriculturalidad.
Esta situación ha llevado desde el campo del derecho, a desarrollar el derecho fundamental a
la dignidad, a la sistematización de una serie de reglas tendientes a eliminar las barreras de las
poblaciones vulnerables, como son las 100 Reglas de Brasilia, lo que se extiende al supuesto de
la discapacidad. El sufrimiento más psicológico que material asume este ingrediente de la
moral productiva por lo que percibe una suerte de culpa social.
Pero, además, el derecho a una muerte digna invocado en la demanda, lleva a Ana Estrada a
hablar del derecho a decidir el momento de su muerte cuando se configure en su persona la
percepción de condiciones no dignas de ser vividas. Esta aseveración implica una aporía
imposible de sostenerse jurídicamente. ¿Significa aquello que la condición de discapacidad que
ella se niega a seguir viviendo es una situación indigna?, si esta por igualdad se convirtiera en
una máxima universalizable, llegaríamos a sostener como condición indigna a toda situación de
discapacidad y ello tendencialmente a desvalorizar, o despreciar la vida de las personas con
discapacidad por ser la vida humanamente indigna.
Ahora, si bien es cierto que la medida adoptada por el Estado resulta idónea para alcanzar el
fin de protección de la vida de las personas; sin embargo, en el caso de autos, se sostiene que
la penalización del homicidio piadoso, impide que Ana Estrada pueda decidir poner fin a su
vida a través de un procedimiento letal y sin que los terceros que intervengan sean procesados
penalmente; y de esta manera, evitarle intolerables padecimientos físicos y psicológicos
derivados de la enfermedad terminal e incurable que padece, así como prolongarle
innecesariamente su existencia en contra de su voluntad.
En principio, esta Sala Suprema considera que si existe otra medida igual de eficaz para evitar
el sufrimiento de pacientes en etapa terminal y no llegar al extremo del suicidio asistido o la
eutanasia, como son los cuidados paliativos, que como se ha desarrollado en el Considerando
15.11
Sin embargo, en el caso concreto de Ana Estrada, la misma ha reconocido que actualmente
recibe cuidados paliativos por parte del Estado, para poder sobrellevar su enfermedad, que
está satisfecha y agradecida con ellos; pero que, en ejercicio de su derecho de
autodeterminación del paciente y autonomía de la voluntad, conforme a sus Declaraciones
Anticipadas, desarrolladas en el Décimo Sétimo Considerando de la presente resolución y lo
expresado por Ana Estrada en la Audiencia de Vista de Causa, al informar sobre hechos,
minuto 26, segundos 22, ante la pregunta formulada por el señor Presidente de esta Sala
Suprema, reconoció la importancia de los cuidados paliativos, precisó que ya cuenta con ellos,
pero que en su caso no hay más que se pueda hacer; de igual forma, ante la pregunta del Juez
Supremo Bustamante Zegarra, minuto 51, segundo 52, indicó que entendía que para otras
enfermedades el soporte vital podrían evitar el sufrimiento, pero en su caso no es así porque
ya está conectada a un ventilador la mayor parte del día; en consecuencia, podemos
interpretar que la voluntad de Ana Estrada es la de rechazar o renunciar a los cuidados
paliativos para los momentos finales de su existencia.
Es así, que el tipo penal previsto en el artículo 112 del Código Penal, conforme se encuentra
actualmente redactado, tiene como sujeto activo del homicidio piadoso a cualquier persona,
es decir, tiene naturaleza abierta, pero no sólo desde el ámbito subjetivo sino también
objetivo, porque se limita a indicar “el que por piedad mata a un enfermo incurable”, es decir,
que es de medios indeterminados porque se puede utilizar cualquier método o forma idónea
para cumplir con dicha finalidad; sin embargo, una medida menos gravosa, también sería que
en situaciones extremas y terminales, cuando el paciente haya renunciado libre, consciente y
voluntariamente a los cuidados paliativos y siguiendo un riguroso protocolo preestablecido en
centros hospitalarios se pueda eximir de responsabilidad penal, civil y administrativa a los
profesionales médicos que intervengan en el procedimiento para hacer efectivo el derecho a
morir con dignidad de un enfermo incurable, manteniéndose el tipo penal solo para los
homicidios piadosos que se realicen en forma clandestina, por cualquier persona ajena al
sistema sanitario y de cualquier manera.
ARGUMENTOS EN CONTRA
d) Los hombres tienen dignidad por el solo hecho de ser tales, razón por la cual debemos
descartar, desde luego, cualquier acepción que pretenda relativizar este concepto. Desde esta
perspectiva "ontológica", la dignidad de la persona humana es absoluta, existe
independientemente de su situación social, política, religiosa, etc., y no es modificable bajo
ninguna circunstancia.
9.1. Sobre tal aspecto, considero que no puede concebirse que la muerte forme parte
de la vida, debido a la concepción antagónica que ellas representan: la muerte es
físicamente la antítesis de la vida, y una vez acabada la vida llega la muerte, no siendo
una parte de la otra, sino que ésta proviene de la conclusión o extinción de aquella; en
ese sentido, tenemos que la sola existencia del derecho a la vida no habilita de forma
automática a considerar la existencia de un derecho a la muerte, o de un derecho a
morir, desde que son conceptos diametralmente opuestos.
9.2. No es la primera vez que se hace este tipo de reflexiones. El Tribunal Europeo de
Derechos Humanos en la sentencia recaída en el Caso Pretty contra Reino Unido, que
va en la misma línea antes expuesta, concluyó que del derecho a la vida no se deriva
un derecho a la muerte, toda vez que no se puede querer interpretar un derecho para
determinar luego que el mismo contiene un derecho opuesto a él, ni tampoco que el
derecho a la vida contiene o permite crear un derecho de autodeterminación que
conlleva, a su vez que, en virtud al mismo, se tenga la libertad de elegir la muerte en
lugar de la vida.
10.10. Adicionalmente, sobre el contenido del derecho a una vida digna, el Tribunal
Constitucional nacional en la sentencia recaída en el expediente N°
02005-2009-AA/TC, ha sostenido lo siguiente: 6) El derecho a una vida digna
procura la integración y el
desarrollo humano en una doble dimensión: una dimensión existencial en la que
la vida tiene un reconocimiento y protección progresiva, en tanto impone la
presencia de garantías para preservar su existencia; y una dimensión social en
la que la vida requiere satisfacer necesidades básicas compatibles con el
desarrollo humano.
21.3.4. Sobre lo mismo, es importante resaltar que como lo indican los votos respecto
de los cuales planteo discordia, doña Ana Estrada Ugarte ha reconocido que
actualmente recibe cuidados paliativos por parte del Estado para sobrellevar su
enfermedad, y que se encuentra satisfecha y agradecida, pero que en ejercicio de su
derecho de autodeterminación y conforme a sus declaraciones anticipadas, ha
renunciado a los cuidados paliativos para los finales de su existencia. Ello, a criterio
del suscrito, no parece condecirse necesariamente con la declaración de voluntad
contenida en el Testimonio de Escritura Pública de Designación de Apoyos y
Salvaguardias del dieciocho de diciembre de dos mil veinte, corriente en copia de fojas
trescientos sesenta y seis a trescientos setenta y cinco del expediente principal, pues
en el acápite 5.1 sobre Decisiones referidas a la Salud181, no se limita a precisar lo que
aparece en los puntos A, B, C y D de tal acápite (para cuando se encuentre en estado
de coma), sino que en adición a ellos indica en el punto E que: “Acepta que me
administren drogas para aliviar el dolor y evitar el sufrimiento, aunque ellas puedan
acelerar mi muerte”, lo que en entendimiento del suscrito es, en puridad, la aceptación
para que en tal etapa de su vida se le continúen otorgando cuidados paliativos,
dirigidos precisamente a evitar aquellos dolores y sufrimientos que razonablemente
espera sufrir, por la naturaleza de la penosa enfermedad incurable que la aqueja 182.
Así las cosas, estimo que tal declaración ratifica en esencia la posibilidad de
considerar a aquellos cuidados paliativos (con aceptación anticipada de la señora Ana
Estrada Ugarte), como la medida alternativa menos gravosa en términos
constitucionales para considerar que el subprincipio de necesidad no se ve satisfecho
en el caso concreto.