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EL DERECHO A LA VIDA Y A LA MUERTE DIGNA

El mismo instrumento internacional proclama no sólo que "todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros, sino que "toda
persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin
distinción alguna de raza, color,sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier
otra índole, origen nacional o social,posición económica, nacimiento o cualquier otra
condición . Por su parte, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 16
de diciembre de 2966 establece que "el derecho a la vida es inherente a la persona
humana" y que "nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos
o degradantes". En particular, nadie será sometido sin su libre consentimiento a
experimentos médicos o científicos aquella que estima que es un bien valioso pero no
sagrado, que admite que el individuo pueda decidir si continúa o no viviendo cuando
las circunstancias que rodean su vida no la hacen deseable ni digna de ser vivida. Y
concluye, "nada tan cruel como obligar a una persona a subsistir en medio de
padecimientos oprobiosos, en nombre de creencias ajenas, así una inmensa mayoría
de la población las estime intangibles". 

La autoridad estatal está constitucionalmente no sólo impedida de hacer cosa alguna


que destruya o debilite el contenido esencial de esos derechos, sino debe crear las
condiciones indispensables para que tengan cabal observancia y pleno
cumplimiento. La dignidad y la libertad, constituyen el fundamento del moderno Estado
Constitucional de Derecho, y las personas deben ser consideradas libres y deben
poder hacer todo lo que quieran sin más límites que la compatibilidad de sus acciones
con las de los demás. Estos derechos de la persona son inviolables, lo cual significa el
reconocimiento de la legitimidad de las decisiones humanas y el compromiso del
Estado para garantizar que éstas son, dentro de lo posible,adoptadas libremente. Para
lograr dicho objetivo ha de recurrirse, paradójicamente, a la prohibición de aquellas
conductas que invaden las libertades ajenas. 

Para que la criminalización de una conducta se ajuste a los parámetros señalados y


sea, por consiguiente, adecuada a una concepción democrática, es preciso que
sea, siquiera potencialmente, capaz de negar la libertad de los demás. Criminalizar
una conducta que no reúna dichas características supone una invasión ilegítima de la
libertad de los ciudadanos,una limitación injustificada de su capacidad de decidir y una
negación de su dignidad. 
Como sostiene Carbonel Mateo, la comprobación de que el Código Penal de un
Estado obedece exactamente a estos principios y carece de cualquier figura que limite
innecesariamente la capacidad de decisión de sus ciudadanos es la prueba más
importante de su carácter democrático, de que ese Estado está configurado de
acuerdo con la cultura de la libertad. Por cierto se prohíbe matar, y se amenaza con
una pena privativa de libertad al que mate y se ejecuta dicha pena cuando un Tribunal
declara que un ciudadano ha matado ─o intervenido en su muerte─ a otro. La tutela
de la vida ─indeclinable obligación del Estado─ es consecuencia de su reconocimiento
como derecho fundamental de la persona en cuanto ser digno y libre. La razón
aparente de esa criminalización es que la vida sería un valor absoluto,que debe
protegerse aun en contra de la voluntad de su titular. 

Pero nada de eso sucede en el suicidio, de modo que no se puede castigar la


colaboración en la ejecución de una toma de decisión que ha sido libremente
adoptada. La imposición de la vida más allá de la voluntad de su titular supone
precisamente la negación más grave de la libertad que quepa imaginar. Los valores
son emanación de esos derechos y convertirlos en deberes de obligación es pervertir
su propia esencia. Y eso no significa que no deba valorarse el inalienable derecho a
decidir si se quiere seguir viviendo o se quiere dejar de hacerlo,porque esa es la
manifestación más rotunda de la dignidad. 

Y peor aún, criminalizar dicha conducta cuando consta que la decisión ha sido


adoptada en circunstancias de sufrimiento físico o psíquico, es decir, cuando consta
fehacientemente la voluntad de quien desea ser ayudado a morir dignamente. En el
Derecho penal que consagra la Constitución boliviana, fundado en la dignidad y la
libertad, no debe criminalizarse la eutanasia habida cuenta que debe prevalecer la
voluntad del paciente. La regulación jurídica ha de ir destinada a garantizar que dicha
voluntad se ejecute precisamente con la máxima libertad. Y es también el libre
desarrollo de la personalidad el fundamento de las tomas de decisión en orden a
preservar la dignidad que puedan adoptarse por terceros cuando resulta imposible
recabar la voluntad del sujeto o cuando ésta simplemente no puede existir. 

La imposición del mantenimiento de la vida con alto grado de sufrimiento o de vidas


carentes de dignidad, es decir, sin el menor nivel de libertad, no son funciones de las
que deba apropiarse el Estado porque eso también supone una invasión en la
capacidad de decisión de quienes pueden y deben hacerlo por proximidad o por
profesión. El valor de la autonomía o libre determinación, como lo establece el
preámbulo de la Constitución boliviana, no sólo no se opone a la dignidad , sino
que, por el contrario es la autonomía la que permite hablar de dignidad. Por eso, la
regulación de la eutanasia que el Derecho puede y debe hacer,encuentra su sentido y
límite en el ámbito de la capacidad de ejercicio de tal autonomía individual. Aquí el
derecho a la vida sería un bien y, por tanto, del que podemos disponer siempre y
cuando ese acto de disposición no cause daño a terceros. 

Por tanto, conforme al derecho de libertad o autonomía entra en nuestra capacidad de


disposición de ese derecho a la vida el decidir ponerle fin, si no causamos daño a
tercero. Lo cierto es que el derecho a la vida no puede ser entendido como un derecho
sagrado en el sentido religioso-trascendente e indisponible por parte de los
individuos. De ahí que se utilice el miedo como argumento en defensa de esos
principios sagrados, asegurando por ejemplo que el reconocimiento de la eutanasia o
del suicidio asistido abriría la puerta que llevaría a legalizar el asesinato masivo de
enfermos, ancianos y discapacitados. En cualquier caso ni derechos ni deberes son
absolutos, sino que deben ajustarse a los límites que impone el hecho de que
convivamos con otros sujetos y, por tanto, a los límites que derivan de la inevitabilidad
de los conflictos de derechos. 

21 No hay obligación de vivir, en el sentido de un deber exigible por un tercero y cuya


infracción conlleve sanción. El derecho a la vida es un derecho cuya decisión libre de
disponer de ese derecho forma parte del núcleo mismo del derecho a la libertad
que, jerárquicamente,es el derecho más importante . Todo esto significa que el
derecho a decidir poner fin a la vida o derecho al suicidio, supone que existe un
derecho a la asistencia al suicidio. O sea, se trata de un derecho a la eutanasia en
sentido estricto del término, porque parece como corolario de esa expresión de la
dignidad que es la libertad, la autonomía. 
Si tengo dignidad es precisamente porque tengo libertad, y autonomía. Es
consecuente con esa dignidad el disponer de una muerte digna. Y no hay muerte más
digna que aquella que es libremente elegida, y debe estar tutelada porque es un acto
de libertad escoger el momento en que se pone fin a la vida. La autora considera que
el derecho a la vida ha de entenderse como un derecho de libre disposición, de modo
que cuando se presente un conflicto entre el derecho a la vida y otros derechos o
valores también protegidos constitucionalmente, habrá que realizar una ponderación
de los intereses en juego y resolver en favor de aquellos que se consideran
prevalentes en el caso concreto. 

Pero pueden darse casos en que no ocurra así, como en la eutanasia voluntaria, que


implica un conflicto de intereses en circunstancias tales que la salvaguarda de unos
intereses o bienes depende del sacrificio de otros. Estos intereses en conflicto son, por
un lado, el derecho a la vida del artículo 15 de la Constitución boliviana y, por otro
lado, la libertad y la dignidad del artículo 22 y el derecho a no ser sometido a tratos
inhumanos o degradantes, previsto en el mismo artículo 15 de la misma Ley
Fundamental. Muy por el contrario salir en favor de la vida,significaría entender el
derecho a la vida como un derecho absoluto y, en consecuencia,irrenunciable. 

3. EL PROCEDIMIENTO EUTANÁSICO

No basta con que el sujeto pasivo indique, sin mediar conocimiento


técnico, que padece una enfermedad terminal. En relación con este
aspecto, la autonomía de la persona se restringe pues lo que se persigue es
delimitar la garantía constitucional e impedir usos indebidos de la
misma. Aunque se pueda establecer médicamente que una enfermedad
implica mucho dolor La creación de un procedimiento en el que se blindara la
decisión del enfermo. Cuando se constate que la persona padece de una
enfermedad terminal que le causa dolores intensos, la persona tendrá derecho
a manifestar su deseo de morir. 

Una vez sea expresada la intención de morir, garantizando lo inequívoco del


consentimiento,el médico o el comité deberá en un plazo razonable que no
podrá ser superior a diez días calendario, preguntar al paciente si su intención
continúa en pie. En caso de que así sea, el procedimiento será programado en
el menor tiempo posible, que no podrá ser superior a lo que el paciente
indique o máximo quince días después de reiterada su decisión. En cualquier
momento el enfermo podrá desistir de su decisión y con ello, activar otras
prácticas médicas como los cuidados paliativos. En el mismo sentido, la
voluntad podrá ser expresada formal ,así como también informalmente
Establecer, dentro de un plazo no superior a diez Vigilar que el procedimiento
se realice cuando la persona lo indique o, en su defecto, dentro de los quince
Informar al seguro del paciente sobre el procedimiento para hacer efectivo el
derecho a morir con dignidad. 

El Comité adoptará el reglamento interno y designará un secretario


técnico, cuyas decisiones serán adoptadas, de preferencia, por
consenso, pero en caso de no llegar a un acuerdo la decisión se adoptará por
mayoría. Llegado el caso de no ser posible sesionar con la mayoría de los
integrantes por fuerza mayor o caso fortuito, o por un conflicto de intereses, la
entidad deberá designar de manera inmediata al profesional que lo
reemplace. Sin embargo, en cualquier momento del proceso el paciente o, en
caso de consentimiento sustituto, quienes estén legitimados para tomar la
decisión, podrán desistir de la misma y optar por otras alternativas. En la
eventualidad de que el médico que va a practicar el procedimiento formule
objeción de conciencia, por escrito y debidamente motivada, el Comité
ordenará que, dentro de las 24 horas siguientes, reasigne a otro médico que lo
realice. 

La Resolución 1216 de 2015 adquiere especial relevancia por cuanto prevé


que todo procedimiento de eutanasia debe garantizar la autonomía del
paciente, la celeridad y la oportunidad en su realización, así como la
imparcialidad de los profesionales de la salud que intervienen en el
mismo. Para cumplir con tales presupuestos se debe brindar el tratamiento
paliativo que amerite la enfermedad, así como contar con la infraestructura
adecuada que permita llevar a cabalidad el procedimiento. De igual forma, se
debe conformar un Comité que coordine todo lo necesario para llevar a cabo
el proceso, y que cuente con un abogado y con médicos especialistas en la
patología que padece el paciente, así como en psiquiatría o psicología. Dentro
de las funciones de ese Comité se encuentra la de acompañar, de manera
constante y durante las diferentes fases, al paciente y su familia en ayuda
sicológica, médica y social, para mitigar los eventuales efectos negativos. 

En estos términos estaba regulado el procedimiento de eutanasia en el


ordenamiento jurídico colombiano, formas que pueden ser perfectamente
asumidas por la cultura jurídica de nuestro entorno

4. DESPENALIZAR EL HOMICIDIO PIADOSO

El legislador penal se identifica con la concepción del mundo defendida a


ultranza por la Iglesia Católica, que considera la vida como un don
sobrenatural ajeno a las decisiones del hombre, quien carece de autoridad
para tergiversar el designio divino. En este contexto, el homicidio piadoso
constituye un pecado porque con ese acto el hombre vulnera la santidad de la
vida, destruyendo un patrimonio exclusivo del creador. Nadie puede pedir este
gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad, ni
puede consentirlo explícita o implícitamente. Se trata en efecto de una
violación de la Ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona
humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad. 

Con independencia de que los católicos se identifiquen con esta contundente


declaración, la idea de que la muerte representa el umbral de la eternidad no
encuentra acomodo en un ordenamiento jurídico de signo laico, que concibe la
libertad como valor superior y reconoce el derecho a la vida sin sentido
transcendente alguno . Como sostiene García Rivas, los argumentos
contrarios a la eutanasia, basados en la «divinización» de la vida
humana,pertenecen al ámbito de la conciencia y carecen de relevancia fuera
de ella, sobre todo si se pretenden imponer con ellos un modelo de vida a toda
la población. La Corte Constitucional colombiana define al homicidio
piadoso, por su parte, como la acción de quien obra por la motivación
específica de poner fin a los intensos sufrimientos de otro, conocido también
como el homicidio eutanásico o pietístico. Este Tribunal razonó que el artículo
29 de la Constitución colombiana consagra el principio de que no hay delito
sin conducta, al establecer que «nadie podrá ser juzgado sino conforme a las
leyes preexistentes al acto que se le imputa», por lo que se entiende que la
Carta estableció un derecho penal del acto, en oposición a un derecho penal
del autor, es decir, que solo se permite castigar al hombre por lo que hace, por
su conducta social, y no por lo que es, ni por lo que desea, piensa o siente. 

La Corte explicó además que el derecho penal del acto supone la adopción
del principio de culpabilidad, que se fundamenta en la voluntad del individuo
que controla y domina el comportamiento externo que se le imputa, en virtud
de lo cual solo puede llamarse acto al hecho voluntario. En la interpretación
del referido Tribunal, esta cuestión debía ser resuelta desde una perspectiva
secular y pluralista, con respeto de la autonomía moral del individuo y las
libertades y derechos que inspiran el ordenamiento superior. La Constitución
se inspira en la consideración de la persona como un sujeto moral, capaz de
asumir en forma responsable y autónoma las decisiones sobre los asuntos
que a él incumben, «debiendo el Estado limitarse a imponerle deberes, en
principio, en función de los otros sujetos morales con quienes está abocado a
convivir, y por tanto, si la manera en que los individuos ven la muerte refleja
sus propias convicciones, ellos no pueden ser forzados a continuar viviendo
cuando, por las circunstancias extremas en que se encuentran, no lo estiman
deseable ni compatible con su propia dignidad, con el argumento inadmisible
de que una mayoría lo juzga un imperativo religioso o moral». Y
concluye, «nada tan cruel como obligar a una persona a subsistir en medio de
padecimientos oprobiosos, en nombre de creencias ajenas, así una inmensa
mayoría de la población las estime intangibles». 

En cualquier caso sólo el titular del derecho a la vida puede decidir hasta
cuándo es ella deseable y compatible con la dignidad humana. La
Constitución colombiana incorporación al proceso educativo de temas como el
valor de la vida y su relación con la responsabilidad social, la libertad y la
autonomía de la persona. A tiempo de exhortar al Congreso colombiano
regular el procedimiento de la muerte digna, la Corte Constitucional reconoce
que la persona debe asumir en forma responsable y autónoma las decisiones
que le incumben,particularmente, cuando por las circunstancias en que se
encuentra decide no continuar viviendo, en tanto no lo estima deseable ni
compatible con su propia dignidad. Y considera un trato cruel el obligar a un
sujeto a subsistir en medio de padecimientos que afectan su vida en
condiciones dignas. 

Por eso, el Estado debe garantizar las condiciones para que dicha decisión
corresponda al querer del sujeto, sin prolongar su existencia y aflicciones
cuando no lo desea. 

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