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TEMA 3: LOS DERECHOS DE LA ESFERA PERSONAL


ÍNDICE

1) Los derechos de la esfera personal.


2) El derecho a la vida y a la integridad física.
3) Libertad ideológica y libertad religiosa.
4) Derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
5) Inviolabilidad del domicilio.
6) El secreto de las comunicaciones.
7) La libertad de residencia y desplazamiento.
8) Eutanasia (apuntes profesor).

1. LOS DERECHOS DE LA ESFERA PERSONAL

Entre los derechos que se corresponden con el status libertatis de la persona, que garantizan a esta que
un ámbito de libertad y privacidad frente al estado, existen unos que de forma más directa afectan a la propia
persona, tanto desde la perspectiva de su identidad psicológica e intelectual como en un sentido físico y
material. A estos derechos los denominamos: derechos de la esfera personal.

2. EL DERECHO A LA VIDA Y A LA INTEGRIDAD FÍSICA

a) La titularidad del derecho y la protección del nasciturus.

El artículo 15 de la CE reconoce que “todos” tienen derecho a la vida y a la integridad física. Por su
naturaleza, este derecho afecta a todas las personas físicas, aunque la redacción del artículo se hizo para no
excluir al nasciturus, que de acuerdo con el art. 30 CC estipula que “la personalidad se adquiere en el momento
del nacimiento con vida, una vez producido el entero desprendimiento del seno materno”. El TC declaró que el
término “todos”, sin embargo, era equivalente al de “todas las personas” y que, en consecuencia, el nasciturus
no resultaba ser sujeto titular del derecho a la vida.

La transcendencia social de este criterio abría la puerta a la legalización de la interrupción del embarazo.
El Tribunal entendió que la vida era un valor constitucionalmente protegido por el artículo 15 CE, por lo que
el feto, como embrión de vida humana, quedaba incluido en dicha protección. Asimismo, la protección
constitucional de la vida del feto suponía la necesidad de la sanción penal de las conductas que atentasen
contra ella. Por ello, examinaba la legitimidad de los supuestos de despenalización ponderando en cada caso
los bienes y derecho que justificaban cada uno de dichos supuestos, e incluso se pronunció sobre algunos
extremos a los que debería ajustarse para respetar el mandato de protección de la vida humana.

Dicho esto, se ha planteado la duda de si los términos de dicha Sentencia (STC 53/85) admiten la
legitimidad constitucional de un sistema de plazos para despenalizar el aborto.

La Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (LO 2/2010) contempla
esa interrupción principalmente como una opción libremente decidida por la mujer y en la que confluye una
compleja interrelación de derechos e intereses.

Así pues, se introduce un plazo de 14 semanas en el que la decisión establece de nuevo un sistema de
supuestos permitidos de aborto. Así entre la decimocuarta y la vigésimo segunda semana se admite el aborto
en caso de grave riesgo para la vida o la salud de la embarazada y de riesgo de graves anomalías en el feto. A
partir de ese momento cobra más importancia la protección del feto ya viable. Esta Ley entiende que de existir

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a partir de ese momento riesgo para la vida o la salud de la mujer, lo adecuado seria la práctica de un parto
inducido. No obstante, se contemplan dos supuestos excepcionales:

• La detección de anomalías fetales incompatibles con la vida;


• O una enfermedad extremadamente grave e incurable en el momento del diagnóstico.

La interrupción del embarazo de las mujeres menores de edad o con capacidad modificada judicialmente
requiere, además de su propio consentimiento, el de sus representantes legales.

Por otra parte, se ha reformado el Código Penal quedando configurado el tipo delictivo, bien como la
producción del aborto contra la voluntad de la mujer o por imprudencia grave, o bien el aborto consentido
fuera de los casos permitidos por la ley o sin los requisitos garantistas legalmente establecidos.

En conclusión, el aborto pasa de ser considerado una conducta prohibida con excepciones, a ser enfocado
como una decisión de la mujer en el marco de una confluencia de derechos y bienes protegidos
cuidadosamente ponderados tanto por el propio legislador como en la aplicación de la ley.

b) El final de la vida y los tratamientos médicos.

En el otro extremo se plante el tema de la muerte. El derecho a la vida no comprende el de ponerle fin;
pero el derecho a la integridad física y moral sí abarca la totalidad de la vida e incluye el derecho a una muerte
digna.
(APUNTES EUTANASIA DEL PROFESOR – PDF –)

c) La prohibición de la tortura y de tratos inhumanos y degradantes.

La Constitución prohíbe la tortura y las penas o tratos inhumanos o degradantes, lo que supone la
obligación de los poderes públicos de velar porque reciban un trato acorde con la dignidad humana todas las
personas, y en especial, aquellas que dependan de ellos por cualquier razón, tanto de manera ocasional o
transitoria, como de manera más permanente.

El TC ha señalado que la tortura y tratos inhumanos o degradantes “son, en su significado jurídico, nociones
graduadas de una misma escala que denotan la causación, sean cuales fueren los fines, de padecimientos
físicos o psíquicos ilícitos o infligidos de modo vejatorio para quien los sufre y con esa propia intención de vejar
y doblegar la voluntad del sujeto paciente”. La diferencia entre ambas nociones es de grado e intensidad del
mal trato causado. Para que sean tratos inhumanos y degradantes es preciso, según el TC, que “acarreen
sufrimientos de una especial intensidad o provoquen una humillación o sensación de envejecimiento que
alcance un nivel determinado, distinto y superior al que suele llevar aparejada la imposición de la condena”.

Esta precisión se debe a que las penas de las normas penales causas dolor y suponen una humillación para
el afectado. Sin embargo, se distinguen de las otras dos tanto por su justificación y finalidad, como por la
naturaleza e intensidad de la aflicción producida, que en ningún caso es de tipo físico.

d) La pena de muerte.

La Constitución abole la pena de muerte con la sola excepción de “lo que puedan disponer las leyes penales
militares para tiempos de guerra”, aunque su carácter es opcional y puede no estar contemplada por la
legislación (LO 11/95).

La expresión “tiempos de guerra” no ha de equipararse con la de declaración de estado de sitio, puesto


que ni es inexcusable para cualquier conflicto armado, ni presupone la existencia de un conflicto de esa
naturaleza, ya que puede emplearse para otros supuestos de emergencia que requieran una movilización de
toda o parte de la población. La citada expresión debe entenderse referida a la existencia de conflagración

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militar efectiva. Hasta la legislación penal militar contemplaba la pena de muerte para supuestos en que la
guerra hubiera sido declarada formalmente o existiese ruptura generalizada de las hostilidades con potencia
extranjera. En definitiva, esta expresión de “tiempo de guerra” se refiere exclusivamente a la existencia de
enfrentamiento armados o de riesgo efectivo de los mismos, como el que puede derivarse de una declaración
formal de guerra.

3. LIBERTAD IDEOLÓGICA Y LIBERTAD DE RELIGIÓN

a) Libertad ideológica y libertad religiosa: concepto y contenido.

En el Art. 16 CE son contemplados tanto la libertad ideológica como la religiosa. Mientras que la libertad
religiosa es una libertad clásica, el reconocimiento de la libertad ideológica representa una innovación, ya que
tradicionalmente solo se mencionaba su proyección exterior, esto es, la libertad de expresión.

Ambas libertades pueden considerarse manifestación genérica de la libertad de pensamiento. Esta


libertad sería el derecho de toda persona a mantener con libertad sus propias ideas y convicciones y a
manifestarlas externamente mediante la palabra o sus propios actos. Dentro de ella, la libertad ideológica
puede definirse como el derecho a mantener las ideas y convicciones de cualquier tipo sobre el individuo, la
sociedad y la comunidad política. La libertad religiosa, por su parte, consiste en el derecho a mantener las
ideas y convicciones propias sobre el origen del hombre, sobre la existencia de un ser superior al hombre y
creador de todo lo existente, o sobre concepciones análogas sobre el origen y sentido de todo el universo.

Estas libertades presentan una doble faceta:

• La puramente personal e interior al individuo (vertiente interior):

Desde una perspectiva interior a la propia persona, la libertad de pensamiento puede considerarse como
el reducto más íntimo del individuo, siendo ciertamente ilimitada. Este carácter irrestricto se manifiesta en el
derecho a no ser obligado a declarar sobre la propia ideología, religión o creencias, derecho referido tanto
frente a los poderes públicos como frente a terceros particulares. Ahora bien, este mismo no impide renunciar
a su disfrute cuando voluntariamente así se desee. Así pues, dicho derecho es incondicional, no pudiendo una
persona ser obligada a declarar cuáles son sus creencias. Sin embargo, puede ser legítimo que tanto los
poderes públicos como los particulares puedan condicionar determinados actos al conocimiento de la
ideología cuando a ellos les habilite el ejercicio legítimo de derechos constitucionales propios, o la protección
de valores o intereses generales de relevancia constitucional. Así, en cuanto a los particulares se refiere, el
ejercicio de su propia libertad de ideología y religión ampara el que una asociación o club de opinión
condicione el ingreso en la misma a la declaración de comulgar con las creencias u objetivos ideológicos de
dicha asociación. Se trata de una ponderación de derechos inclinada a favor de quien exige la declaración: la
prohibición constitucional debe ceder en una situación en la que el sujeto pretende a su vez un “beneficio”
para el que es pertinente y proporcionado la coincidencia ideológica o religiosa. No cabría, que una empresa
cualquiera, condicionase el contrato de trabajo a la participación en unas creencias o al rechazo de otras: no
estaría avalada por ninguna finalidad legítima por lo que sería directamente contraria al art. 16 CE, incurriendo
en discriminación prohibida por el art. 14 CE.

En relación con el Estado, su neutralidad ideológica y confesional restringe su capacidad de exigir la


declaración de ideología o religión. Sin embargo, existen supuestos en que es posible, e incluso hay alguno
expresamente contemplado por la propia Constitución, como la objeción de conciencia. En este y en otros
casos, la defensa de ciertos intereses generales podría justificar que los poderes públicos requiriesen la
declaración de ideología o religión.

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Finalmente, el art. 14 CE excluye expresamente la discriminación por razón de religión u opinión, lo que
refuerza la prohibición de que el conocimiento de un tercero de tales creencias pueda ocasionar eventuales
consecuencias discriminatorias.

• La proyección exterior de la misma (vertiente exterior):

En cuanto a la proyección exterior, tanto una como otra se solapan con otras libertades. La manifestación
de la libertad de religión recibe la denominación específica de libertad de culto.

La libertad de ideología se entrelaza con la libertad de expresión, la libertad de enseñanza, e incluso con
las libertades de asociación, reunión y manifestación. Dicho solapamiento se debe a que ese contenido
específico de la libertad de ideología se manifiesta al exterior en una actuación acorde con las propias actitudes
y creencias sean de carácter verbal, práctico o político, que inevitablemente supone el ejercicio simultáneo de
otras libertades.

Siguiendo al TC, el ejercicio de la libertad de expresión posee un margen más amplio cuando el discurso
refleja las concepciones ideológicas del individuo. En este casi no son aplicables los límites previstos en el art.
20. 2 CE para la libertad de expresión, sino que hay que tener en cuenta que la única limitación constitucional
es el mantenimiento del orden público protegido por la ley (art. 16. 1 CE).

b) Libertad de culto y aconfesionalidad del Estado.

La libertad de culto es la proyección exterior de la libertad religiosa (art. 16. 1 CE) que comprende el
derecho a mantener lugares de culto y a practicarlo tanto dentro de tales recintos como en el exterior con
algunas limitaciones.

El papel del Estado en relación con esta libertad parte de la proclamación del carácter aconfesional del
mismo (art. 16. 3 CE): “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. El principio de aconfesionalidad del Estado
es básico en una sociedad en la que los valores de libertad y pluralismo político están considerados valores
superiores de su ordenamiento jurídico.

Ahora bien, la Constitución también proclama que los poderes públicos han de tener en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española y deben mantener las consiguientes relaciones de cooperación
con la Iglesia Católica y el resto de confesiones. Esta obligación de cooperación supone que la norma suprema
considera de interés general la satisfacción de las necesidades religiosas, aun habiendo ciudadanos que no
participen en ellas. Este criterio, aunque criticado, debe interpretarse como el reconocimiento de una realidad
sociológica, pues, si bien incluye una mención expresa a una confesión, la cual está más arraigada y extendida,
no debe interpretarse en un sentido discriminatorio para las demás confesiones o para los ciudadanos
aconfesionales.

La referencia constitucional a la realidad social respecto a las creencias religiosas se proyecta también a la
admisión de determinados símbolos y tradiciones de naturaleza religiosa en instituciones públicas, las cuales
no se consideran atentatorias a la aconfesionalidad de las mismas.

Las facilidades y ayudas del Estado a las diversas confesiones han de estar moduladas por un criterio
proporcional al apoyo respectivo en la población, lo que hace natural que la confesión más extendida reciba
más facilidades. De ahí, la mención específica a la Iglesia Católica.

El mandato de colaboración con las confesiones veta una política, no ya de hostilidad hacia los
sentimientos religiosos, sino incluso de indiferencia. La Constitución obliga a que dichos sentimientos sean
tenidos en cuenta, lo que conlleva una obligada política de cooperación con las confesiones religiosas cuya
principal manifestación es la de facilitar la asistencia religiosa en los establecimientos públicos. Dicha
facilitación significa posibilitar la formación religiosa en los centros docentes públicos.

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En el momento actual el Estado tiene acuerdos con las cuatro principales confesiones religiosas:

• Iglesia Católica, 1979.


• Confesiones protestante, musulmana y judía, 1992.

Una de las formas de cooperación con las confesiones por parte del Estado es la contribución al sistema
de financiación de las confesiones religiosas permitiéndoles aprovechar la infraestructura impositiva del
Estado. El llamado “impuesto religioso” consiste en la posibilidad de que el contribuyente asigne un porcentaje
fijo, decidido por el Estado, de su contribución por el impuesto sobre la rente, a una determinada confesión.
Ello exige que dicha decisión sea un acto plenamente voluntario. En la actual legislación fiscal española esta
posibilidad solo esta contemplada a favor de la Iglesia Católica. También se prevé la posibilidad de atribuir un
porcentaje similar a actividades sociales del Estado.

La ley encargada de recoger las cuestiones respecto a este tema es la LO 7/80, de Libertad Religiosa. En
ella se crea, en el Ministerio de Justicia, una Comisión Asesora de Libertad Religiosa, compuesta de forma
paritaria por representantes de la Administración del Estado y de las Iglesias, Confesiones o Comunidades
religiosas o Federaciones de las mismas para asesoramiento de la Administración en materias relacionadas
con la citada ley. Asimismo, la ley crea un registro público, con cuya inscripción, las citadas entidades
adquieren personalidad jurídica.

La ley define el contenido de la libertad religiosa como el derecho a profesar las creencias religiosas
libremente elegidas o a no profesar ninguna, a practicar los actos de culto y recibir asistencia religiosa de su
propia confesión, a recibir e impartir enseñanza e información religiosa y a asociarse y a reunirse o
manifestarse públicamente con fines religiosos.

Ahora bien, quedan fuera del ámbito protegido de la ley “las actividades, finalidades y entidades
relacionadas con el estudio y experimentación de los fenómenos psíquicos o parapsicológicos o a la difusión de
valores humanísticos o espiritualistas u otros fines análogos ajenos a los religiosos” (queda fuera de la
actuación positiva de ayuda y cooperación del art. 16. 3 CE, pero queda amparada por la libertad de expresión
e ideología).

c) Límites de las libertades de ideología y religión.

La Constitución establece de forma expresa determinados límites a la libertad ideológica y religiosa que
afectan exclusivamente a las manifestaciones externas de las mismas. Así, el art. 16. 1 CE establece que dichas
libertades no tendrán más limitación “en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del
orden público protegido por la ley”. Esta noción de orden público comprendería, por consiguiente, en términos
del art. 3.1 LOLR, la salvaguardia de la seguridad, la salud y la moralidad pública, elementos a los que califica
expresamente de “constitutivos del orden público protegido por la ley en el ámbito de una sociedad
democrática”. Dicho precepto legal también califica como límite del ejercicio de la libertad religiosa la
protección del derecho de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales.

En relación con la libertad religiosa, es importante mencionar el uso público de prendas o símbolos
religiosos. Un principio favorable tanto a la libertad individual como a la libertad religiosa parece aconsejar
una actitud respeto a tales opciones personales, siempre que no se releven como agresivas o irrespetuosas
con el resto de confesiones u opciones personales. Asimismo, deben ponderarse otros factores como el
ámbito o recinto público de que se trate.

4. DERECHO AL HONOR, A LA INTIMIDAD PERSONAL Y FAMILIAR Y A LA PROPIA IMAGEN

a) Contenido y titularidad de los derechos.

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El art. 18 CE recoge una serie de derechos que versan sobre la protección de un ámbito privado reservado
para la propia persona y del que quedan excluidos los demás a reserva de la voluntad de cada individuo de
compartirlo. Así, pueden considerarse destinados a la protección de un bien constitucionalmente relevante:
la vida privada. Son, asimismo, derechos vinculados a la propia personalidad, derivados de la dignidad de la
persona reconocida en el art. 10 CE.

Los derechos del apartado primero reciben una doble mención constitucional:

• La del art. 18.1 CE, derechos substantivos.


• La del art. 20.4 CE, límites de los derechos a la libertad de expresión e información.

Esta última mención se debe a la frecuente existencia de conflictos entre unos y otros.

El honor, en tanto que aprecio y estima que una persona recibe en la sociedad en la que vive, es un derecho
fundamental que afecta íntimamente a la dignidad de la persona, recibiendo una amplia protección jurídica a
través de la protección penal. La intimidad personal y familiar puede considerarse como aquellos extremos
más personales de la propia vida del individuo y de su entorno familiar, cuyo conocimiento está restringido a
los integrantes de la unidad familiar. Finalmente, el derecho a la propia imagen consiste en la facultad de la
persona de decidir respecto al empleo de su imagen, de tal forma que esta no puede emplearse con o sin
finalidad de lucro sin su consentimiento.

La titularidad de estos derechos la ostentan todas las personas físicas, sean o no ciudadanos españoles. Es
discutible si algunos de ellos se aplican también a las persona jurídicas; por ejemplo, la intimidad solo afecta
a personas físicas, mientras que el honor, tal y como subrayó el TC por su contenido personalista, parece
razonable aplicarlo también a las personas jurídicas, para las que la reputación puede ser decisiva y vean
constitucionalmente garantizados su buen nombre y reputación, quedando así protegidas de la difamación o
de expresiones ofensivas o injuriosas.

El contenido de estos derechos se manifiesta en muchos ámbitos y destacan nuevas vertientes cuyo origen
reside en los avances técnicos y en los nuevos contextos sociales y laborales. En cualquier caso, la obligada
ponderación entre el derecho a la intimidad, en cuanto a reserva de los datos frente al acceso y uso de los
mismos por un tercero, y la eventual legitimidad de dicho acceso y uso, depende de una multiplicidad de
circunstancias. En estos casos, la protección a la intimidad se solapa con el derecho a la protección de datos
garantizado a la libertad informática.

b) Variabilidad de su ámbito de protección

El ámbito de protección de estos derechos queda determinado por el propio comportamiento de cada
persona. Sin embargo, la propia conducta puede hacer que salgan a la luz pública, bien por decisión del sujeto,
bien por su interés informativo o actividades que puedan ser socialmente desmerecedoras en el crédito ajeno.
Esta elasticidad del ámbito de protección es más notable en lo que respecta a la intimidad y a la propia imagen.
El comportamiento efectivo del sujeto puede hacer que la publicidad de ciertos actos no pueda considerarse
atentatoria contra la intimidad; ya que, si bien los derechos fundamentales son irrenunciables e
imprescriptibles, cada individuo puede renunciar temporalmente a su ejercicio o disfrute.

Un supuesto específico de esta restricción es el de quienes ejercen cargos públicos, al igual que el de
profesionales que se dedican a actividades desarrolladas ante el público. La actividad de todos ellos lleva
aparejada la atracción informativa sobre la misma, quedando sometidos a la atención de los medios de
comunicación y al ejercicio de la critica tanto por dichos medios como por el resto de ciudadanos. No obstante,
siguen quedando bajo la protección de los derechos reconocidos en el art. 18.1 CE, solo que la atención y
critica que soportan es mayor.

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La LO 1/82 de protección civil de los derechos al honor, la intimidad y la propia imagen, especifica que la
protección legalmente otorgada queda delimitada “por las leyes y por los usos sociales atendiendo al ámbito
que, por sus propios actos, mantenga cada persona reservado para sí misma o su familia”. La ley también
contempla la posibilidad de consentimiento expreso para determinadas informaciones que de no mediar este,
constituirían intromisiones ilegítimas.

c) Procedimientos de protección

Los derechos del art. 18.1 CE a causa de su carácter personalísimo, la necesidad de graduar y matizar al
máximo la respuesta que el ordenamiento debe dar a tales infracciones, o la pluralidad de efectos de
semejantes infracciones para quienes las padecen poseen diversos cauces de protección. En España son tres
los mecanismos:

• Derecho de rectificación:

Atiende al deseo del afectado por una información errónea que pueda afectar a su buen nombre de que
se publique la corrección de dicho error. Tal rectificación constituye una limitación de la libertad de
información, en cuanto que fuerza a una publicación a insertar algo de forma eventualmente contraria a la
voluntad del titular de la misma, aunque cabe recordar que la información constitucionalmente protegida es
la información veraz.

Un sujeto no afectado por la información le faltaría legitimación que justificase su intromisión en la


libertad de información ajena. Se trata, por el contrario, de que alguien afectado por una información que
considere errónea y que le pueda desmerecer en su fama pueda instar su rectificación: constituye, pues, una
vía de protección del honor o de la intimidad personal o familiar.

• Protección civil con contenido indemnizatorio:

Es una vía que ampara a los tres derechos tratados y que tiene por objeto el cese en la intromisión
ilegítima, en caso de que la misma continúe, así como la indemnización por los daños y perjuicios causados.
Esta circunstancia ha originado críticas motivadas por el hecho de que las indemnizaciones pueden llegar a ser
muy superiores a las ocasionadas por daños contra las personas. La indemnización económica no puede
considerarse una forma óptima de reparar los daños contra los derechos, pero es la única vía con que el
ordenamiento jurídico puede reaccionar y compensar a los individuos afectados. Por otra parte, la cuantía de
las indemnizaciones no supone que el bien protegido sea más valioso, sino que se debe a que, entre los
criterios legalmente introducidos como moduladores de la cuantía, está el de los beneficios económicos
producidos por la intromisión ilegítima. Es, sin embargo, imprescindible para la protección de estos derechos
que quien causa un daño en el honor, la intimidad o la propia imagen de una persona no obtenga con ello
beneficios económicos.

• Protección penal:

Se reserva para los atentados más graves al honor (injurias y calumnias) y a la intimidad (revelación de
secretos, allanamiento de morada).

Una persona ha de poder modular el alcance de la satisfacción que pretende, puesto que en muchos casos
la reacción penal, o incluso la civil, puede ocasionar más perjuicios debido a la publicidad que la misma conlleva
lo que vuelve a proyectar atención pública sobre la ofensa, lo cual lleva a que la persona ofendida prefiera no
ejercer acción alguna, en especial si la única respuesta fuese la penal, que siempre ocasiona una mayor
repercusión social.

5. INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO

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a) Fundamento y titularidad del derecho.

La garantía de la inviolabilidad del domicilio ha sufrido una evolución en su fundamento hasta llegar a la
concepción actual, en la que la inviolabilidad domiciliaria se concibe como una garantía de la vida privada del
individuo, es decir, su fundamento es la protección de la vida privada.

En consecuencia, los sujetos titulares del derecho son las personas físicas. Ahora bien, en este caso es
aplicable el criterio del TC de que las personas jurídicas serán titulares de aquellos derechos fundamentales
que, por su propia naturaleza, sean extensibles a ellas, lo que le reconoce el derecho a la inviolabilidad
domiciliar. El contenido del derecho posee para las personas jurídicas rasgos particulares que matizan su
aplicación. Así pues, no puede negarse que disponen de un núcleo de actuación reservada.

La garantía constitucional consiste en la imposibilidad de entrada o registro del mismo, salvo en los
supuestos tasados por la propia Constitución. Dicha prohibición afecta tanto a los poderes públicos como a
terceros particulares. Ahora bien, mientras que la protección frente a la entrada no consentida de los
particulares ha estado siempre protegida penalmente, los agentes de la autoridad pueden contar con títulos
legítimos para entrar, aun frente a la voluntad de los titulares del domicilio particular. Es por ello que adquiere
su transcendencia como garantía reforzada frente a potenciales supuestos de entrada ilegítima de los poderes
públicos.

Una de las principales manifestaciones de esta garantía, así como la del secreto de las comunicaciones, es
la invalidez de las pruebas obtenidas con vulneración de las mismas. De esta manera, las pruebas obtenidas
ilícitamente con vulneración de estos derechos no pueden tener eficacia en contra del individuo que ha sufrido
la violación. Aunque esta invalidez pueda predicarse en relación con las violaciones de cualquier otro derecho,
los más afectados son la inviolabilidad domiciliar y el secretos de las comunicaciones.

Por último, tanto la inviolabilidad del domicilio como el secreto de las comunicaciones son garantías que,
según el art. 55.1 CE, pueden ser suspendidas en caso de declaración del estado de excepción o de sitio.
Asimismo, ambos pueden ser suspendidos en los términos previstos mediante ley orgánica, a título individual
y con la necesaria intervención judicial y el adecuado control parlamentario en relación con las investigaciones
correspondientes a la actuación de bandas armadas o elementos terroristas.

b) Noción constitucional de domicilio.

Partiendo del fundamento constitucional de la inviolabilidad del domicilio este puede definirse como
aquel espacio físico cuyo uso y disfrute corresponde al individuo y en el cual este desarrolla habitualmente su
vida privada.

Así pues, estas dos notas, ámbito físico y vida privada son las que determinan el alcance del derecho, que
se restringe a aquellos espacios habitables. Ello supone que han de ser espacios sobre los que el individuo
posee una amplia disponibilidad, excluyendo aquellos otros cuyo acceso y capacidad de disposición no
corresponde al individuo. Por otra parte, la mayor amplitud de la noción de vida privada hace que
determinados espacios puedan quedar amparados por la protección de la intimidad, pero no por la
inviolabilidad del domicilio. El domicilio ha de referirse solo a un espacio utilizable por la persona como
residencia. Ello excluye recintos en los que esto no es posible por sus propias características, pero han de
considerarse incluidos habitáculos que, aunque su finalidad inicial no sea la de servir de residencia, cumplan
de manera efectiva dicha función, como los automóviles. También deben considerarse incluidas las residencias
ocasionales, así como las habitaciones de los hoteles. En definitiva, es considerado domicilio aquel que sirva
de manera habitual y efectiva como residencia o que, aunque su uso sea ocasional, su destino específico sea
precisamente el de servir a dicho fin.

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En cuanto a las personas jurídicas, la localización de su domicilio plantea algunos problemas, puesto que
no puede aceptarse que esta garantía constitucional ampare cualquier local a disposición de esta. El TC ha
determinado que el domicilio de las personas jurídicas se extiende a “los espacios físicos que son
indispensables para que puedan desarrollar su actividad sin intromisiones ajenas”. El resto de los locales
quedan exentos de toda protección, pues, siempre operaría la del derecho de propiedad o del título que
legitime su ocupación.

c) Supuestos de entrada legítima en el domicilio.

En la Constitución se contemplan tan solo tres supuestos de entrada legítima en el domicilio:

• El consentimiento del titular.

Este es el supuesto menos conflictivo, aunque plantea problemas como el de pluralidad de titulares. En
tal caso, parece que basta la autorización de uno de los titulares para permitir la entrada en el domicilio
común. Ahora bien, el TC ha señalado que un cotitular del domicilio no podría autorizar una entrada legítima
en el domicilio común en perjuicio del otro si se encuentra en “determinadas situaciones de contraprestación
de intereses”.

• El delito flagrante.

El alto Tribunal ha ratificado como elementos esenciales de este los siguientes:

o La evidencia del delito entendida como percepción directa del mismo.


o La urgencia de la intervención policial.

Por consiguiente, solo ante una evidencia delictiva que requiera una intervención policial urgente es
posible entrar en un domicilio sin autorización ni del titular ni judicial. Se rechaza así una definición legislativa
de este supuesto que permitía incluir situaciones cuya consecuencia de presunciones estaban basadas en la
percepción de otros hechos.

Sin embargo, a estos supuestos citados es preciso añadir el de la fuerza mayor o estado de necesidad, en
los que no se necesita autorización del titular para acceder. Así, en caso de ser necesario para proporcionar
auxilio en situaciones de riesgo para la vida o seguridad de las personas, la entrada tanto de agentes de la
autoridad como de particulares no puede considerarse una vulneración de la inviolabilidad del domicilio, de
lo que es prueba evidente el que semejante actuación esté expresamente exenta por la legislación penal.

• La resolución judicial que la autorice.

La entrada en un domicilio sin consentimiento del titular requiere, en todo caso, la autorización judicial.
Esta autorización contempla los supuestos de investigación criminal en los que es preciso el registro del
domicilio, o la detención de personas que se encuentran dentro del mismo. Esta ha de ser motivada de forma
específica y concreta; esto es, que ha de precisar no solamente el delito del que existen indicios, sino la
justificación de la medida de entrada y registro mediante una estricta ponderación de su idoneidad y
necesidad frente a otras menos restrictivas.

Además de los supuestos de persecución de delitos también existen otras situaciones tales y como las de
ejecución de resoluciones judiciales que, por su propia naturaleza, supongan la entrada en el domicilio. En
cuanto a la autorización judicial para el caso de la ejecución forzosa de actos de la Admón. que no sean
ejecución de una resolución judicial firme, esto es, cuando se trata de actos de ejecución de sus propias
decisiones, esta corresponde a los juzgados de lo contencioso-administrativo.

d) Nuevos contenidos.

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Por influencia del TEDH, el TC ha declarado que “una exposición prolongada a unos determinados niveles
de ruidos, que puedan objetivamente calificarse como evitables e insoportables, ha de merecer la protección
dispensada al derecho fundamental a la intimidad personal y familiar, en el ámbito domiciliario, en la medida
que impidan o dificulten gravemente el libre desarrollo de la personalidad, siempre y cuando la lesión o
menosprecio provenga de actos u omisiones de entes públicos a los que sea imputable la lesión producida”.
Aun nombrándose varios fundamentos constitucionales, la consideración predominante es que todas las
lesiones de bienes y derechos constitucionales se producen en el ámbito domiciliar, abriendo así una garantía
material de disfrute de una determinada calidad de vida frente a circunstancias externas.

6. EL SECRETO DE LAS COMUNICACIONES

El secreto de las comunicaciones constituye una garantía mas de la vida privada, en el sentido indicado de
preservar al individuo un ámbito de actuación libre de injerencias de terceros y, en especial, de los poderes
públicos. Se trata de una garantía que presupone la liberta de las comunicaciones. La libertad y el secreto de
estas afectan a cualquier procedimiento de intercomunicación privada practicable con los medios técnicos en
uso. La Constitución menciona expresamente las más habituales (postales, telegráficas y telefónicas).
Asimismo, la garantía constitucional la ha formulado de una manera genérica, lo que supone comprender
tanto las técnicas tradicionales como las de reciente desarrollo o las que puedan desarrollarse en un futuro.

Así pues, este derecho se configura como una garantía formal, esto es, que protege la reserva o privacidad
de la comunicación, sea cual sea el contenido de la misma. El aspecto de la vida privada que se protege
mediante esta garantía es, por tanto, la opacidad de la propia comunicación, no su contenido. El secreto de
las comunicaciones no afecta a los partícipes en la comunicación, sino solo a los terceros ajenos a ella. Los
partícipes podrían quedar afectados directamente por el respeto a la vida privada e intimidad de su
interlocutor, pero eso dependerá del contenido: podrá tener la obligación de no divulgar datos obtenidos de
una comunicación, pero por el carácter íntimo de esta, no como consecuencia del secreto de las
comunicaciones.

El secreto de las comunicaciones tiene la posibilidad, también, de levantar dicha garantía mediante
resolución judicial. El fundamento es el de permitir una adecuada investigación de los delitos, aunque siempre
bajo un estricto control judicial. Por lo tanto, son aplicables lo indicado respecto a la inviolabilidad domiciliar
en relación con los requisitos que debe cumplir la motivación judicial que autoriza su levantamiento.

Por otra parte, se aplican tanto las consecuencias invalidantes de las pruebas obtenidas con vulneración
de este derecho, como las previsiones constitucionales del art. 55.1 CE y del art. 55. 2 CE.

La protección del secreto de las comunicaciones se puede obtener tanto por vía civil como por vía penal
(LO 1/82, de 5 de mayo, de protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen).

7. LA LIBERTAD DE RESIDENCIA Y DESPLAZAMIENTO


a) Concepto y titularidad del derecho

El art. 19 CE reconoce a los españoles el derecho a elegir libremente su residencia y a circular por el
territorio nacional, así como el de entrar y salir libremente de España. Los extranjeros disfrutan de los citados
derechos en los términos en los que les sean reconocidos por los tratados y las leyes; por consiguiente, la
protección de los mismos se circunscribe al ámbito que las leyes reguladoras les atribuyan. La regulación legal
de estos derechos para los extranjeros se encuentra en la Ley de Extranjería.

En cuanto a las personas jurídicas, al hablar de “los españoles” parece excluir que pueda atribuírseles la
titularidad de estos, lo cual no obsta a que el principio de unidad de mercado del art. 139 CE suponga la
necesidad de no imponer trabas carentes de justificación a la libertad de establecimiento de las personas

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jurídicas. Las libertades de residencia y desplazamiento tienen, aparte de su significado de libertad individual,
una enorme transcendencia desde el punto de vista de la unidad económica y humana del Estado al prohibir
la CE la adopción por cualquier autoridad de medidas que directa o indirectamente obstaculicen la libertad de
circulación y establecimiento de las personas y bienes en todo el territorio español.

Por último, cabe mencionar el status especial que poseen los nacionales de los países de la UE como
consecuencia de la libertad de circulación y residencia en el ámbito territorial comunitario reconocido a todos
sus ciudadanos por el Tratado de Funcionamiento de la UE. Por otra parte, también conviene recordar la
libertad de establecimiento reconocida a personas físicas y jurídicas de la UE por dicho Tratado.

b) Garantías y límites.

En la regulación puede advertirse una gradación de la intensidad de la protección entre los derechos de
residencia y desplazamiento y el de entrada y salida del territorio nacional. Así, los primeros tienen un
contenido pleno para los españoles cuyo límite reside solo en normas penales que prevén medidas preventivas
y sanciones de restricción de la libertad de movimiento y de privación de libertad. Por otra parte, pueden
también resultar afectadas por restricciones debidas a la salubridad, seguridad, internamiento, etc. que, para
ser constitucionalmente legítimas, han de proceder del ejercicio por parte de los órganos administrativos
judiciales competentes.

Fuera de tales limitaciones, y salvo la suspensión de estos derechos en los estados de excepción y sitio, el
legislador y la Admón. no pueden restringir el movimiento de los españoles por todo el territorio nacional, ni
condicionar o limitar en forma alguna la fijación por cada español del lugar de su residencia, hecho que origina
determinadas obligaciones y que es elección libre del ciudadano, estando solo condicionado por decisiones
que corresponden al propio individuo, como la elección de su trabajo o simplemente sus preferencias
personales. Resulta discutible, la constitucionalidad de esa limitación cuando es absoluta, esto es, no
condicionada a que exista efectivamente la necesidad de residencia para poder desempeñar adecuadamente
un concreto puesto de trabajo.

Por otra parte, la división en Comunidades Autónomas dotadas de autonomía y con competencias
legislativas supone la existencia de diferencias en la regulación de determinados sectores del ordenamiento
que afectan a los derechos y deberes de los ciudadanos. Tampoco pueden considerarse como obstáculos a las
libertades de desplazamiento y residencia, pues son una consecuencia ineludible de la estructura del Estado.

El derecho de los españoles a entrar y salir libremente de España esta condicionado por los términos que
la ley establezca. La propia Constitución marca un límite absoluto al excluir que el legislador pueda restringir
el derecho a entrar y salir libremente de España por motivos políticos o ideológicos. Una restricción de este
derecho debe fundarse en razones de cualquier otro tipo (normalmente de seguridad), aunque no pueden
excluirse los motivos de carácter económico, debiendo ser medidas de carácter general y no intuitu personae.
Se deben añadir también las limitaciones de carácter penal (sanciones por sentencia o medidas preventivas).

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