Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
L. A. BELLO
Copyright © 2020 por L. A. BELLO
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida de ninguna forma o por ningún
medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y
recuperación de información, sin el permiso por escrito del autor, excepto por el uso
de citas breves en una revisión de un libro.
Se lo dedico sobre todo a mis hijos y a mi marido por
apoyarme y aguantar que pasara tantas horas escribiendo.
Se lo dedico también a mis lectoras 0: Pili y Fátima que son
las primeras en leer algo escrito por mí y me ayudaron a
mejorarlo.
Se lo dedico a Vane y Victor por dejar que los fotografíe
para el book tráiler.
Se lo dedico a mis amigas las Chiquipandy y mis amigos de
siempre que cuando se enteraron que había escrito un libro no
dudaron que querer leerlo y alegrarse por mí.
Por último a todas las personas que pierdan su tiempo y su
dinero en leer mi libro. Espero que os guste. Gracias.
“A veces la incompatibilidad es solo un muro que hay que
derribar”.
L . A. Bello
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
AGRADECIMIENTOS
Acerca de la Autora
Ayuda Compartiendo este Libro
CAPÍTULO UNO
—Ring… ring.
¿Quién demonios sería a estas horas de la mañana? Había
llegado de esa mierda de trabajo a las seis y media y eran solo
las nueve. Nadie llama a estas horas un sábado.
Pasé de cogerlo y esperé a que dejara de sonar.
—Ring… ring.
—Mierda… mierda… —Golpeé la almohada con la mano
—.¿De quién es este número? —No tenía grabado el teléfono
en la memoria.
Cuando iba por el quinto tono decidí cogerlo.
—¿Sí? —Mi voz sonaba ronca de tanto gritar la noche
anterior.
—Ehh, Samantha Arias Rojas. —De un bote me senté.
¿Quién demonios me llamaría por mi nombre y apellidos
un sábado por la mañana?
—Sí…, ¿pasa algo? —pregunté asustada.
—No… no, no te asustes, tranquila. Ehh…me llamo Enzo.
—¿Enzo? No sé. —Estaba totalmente perdida.
—Estuviste en mi casa, ayer.
Intenté recordar todo lo que había hecho el día anterior y
me acordé del rubio de ojos azules.
—Ahh… sí… el fuerte. —Escuché una risita al otro lado
del teléfono.
—¿El fuerte? —preguntó riéndose, sorprendido—.
Bueno… sí, el fuerte. ¿Querrías hacer la prueba?
—¿En serio? No me lo digas…, se fueron todas volando
—dije aguantando la risa.
—Ehh… sí, con sus paraguas. —Empezamos a reírnos los
dos.
—Si mal no recuerdo no era lo que buscabas. —Tenía que
hacerme la dura—. Además ya estoy trabajando, empecé ayer.
Se quedó callado y pensé que había colgado, un
sentimiento de arrepentimiento me invadió.
—Hola, ¿sigues ahí? —Sería estúpida.
—Si no te interesa, pues… no te preocupes, seguiré
buscando, gracias. —Su voz se volvió fría.
—Espera, espera. No he dicho que no, quizás me interese,
no sé. —Me vine un poco abajo porque no quería perder esa
oportunidad.
—Ah, bien… no sé, si quieres, vienes y te explico un poco,
después decides si te conviene o no, pero me urge encontrar a
alguien, así que no podré esperar mucho.
—Puedo ir hoy. ¿Te viene bien? —Muy mal tendría que
ser ese trabajo para no dejarlo por el PUB, pero no quería que
lo supiera para jugar mis cartas.
—Perfecto, vente cuando quieras. Estaré aquí.
—Bien, pues nos vemos después.
La despedida fue muy seca, pero estaba deseando ir a
escuchar las condiciones.
No era el trabajo de mis sueños, pero menos lo era el PUB.
Solo pensar en todos esos hombres acercándose a mí me
revolvía el estómago. Si algo tenía claro era que no volvería a
trabajar en ese lugar.
Mandé un mensaje de texto a Hugo y le expliqué que había
encontrado un trabajo mejor, que me perdonara, pero no
volvería. Al segundo me llamó, solo me pedía que por favor
fuera esa noche a trabajar y no lo dejara tirado, era demasiado
precipitado para él, buscar a alguien que pudiera trabajar esa
noche. Después tendría toda la semana para encontrar a
alguien.
Comprendí perfectamente lo que me quería decir y acepté
a regañadientes.
CAPÍTULO CUATRO
OBLIGACIONES.
-Limpieza de la casa.
-Comidas.
-El horario de trabajo será de su elección, pero tendrá que
tener en cuenta los horarios del desayuno,almuerzo…
-Tendrá que dormir todos los días en la casa.
-El sábado podrá irse a las nueve hasta el domingo a la
misma hora.
-Cobrará 1000 euros/mes.
-1 mes de vacaciones.
-Contrato de 40 horas.
—Creo que lo más importante está ahí. Si tienes alguna duda,
te la puedo aclarar ahora —Seguía pensativa.
—No tengo ninguna. —De pronto su cara volvió a ser la
que era, sonriente.
—Espero que no te moleste, pero… me fijé en que has
trabajado de muchas cosas. ¿Cuál es tu oficio, realmente? —
Sus ojos se volvieron más negros aún.
—No tengo oficio exacto, porque dejé de estudiar cuando
mi madre murió. —Hizo una mueca de dolor.
—Lo siento. Mis padres también se murieron cuando yo
era pequeño. —Durante unos segundos nos quedamos
pensativos.
—No te preocupes, está superado. Pero me hizo vivir la
vida un poco alocada, he viajado mucho y he ido trabajando en
lo que me apetecía. Una de las cosas por las que quiero
trabajar aquí, es para conseguir dinero y comprarme un coche
nuevo para dar la vuelta a España.
Sentí una punzada en el corazón al escuchar esas palabras.
Era totalmente opuesta a mí y podía terminar dándome algún
problema, pero eso no hacía que dejara de llamarme la
atención.
—Bueno, pues… me voy, que tengo que trabajar esta
noche. Cuando sepas algo me avisas.
—Claro, claro. —Podría haber quedado hablando con ella,
horas.
Nos levantamos y nos dirigimos hacia la puerta de la casa
hasta que paró en seco.
—Bueno… ¿Puedo hacerle una pregunta?… Lenzo. —
Sonrió—. ¿Qué hay detrás de la puerta que tiene la cerradura?
—soltó de sopetón.
—Enzo, es Enzo. —Sonreí mientras pensaba en qué
responderle, entonces se me ocurrió una idea.
Me fui acercando poco a poco, cada vez más serio,
inconscientemente fue dando marcha atrás hasta chocar contra
la pared, pero eso no hizo que dejara de dirigirme hacia ella
mirándola fijamente a los ojos.
Su cara de confusión me encantaba y no paraba de mirar
de un lado a otro, inquieta, mientras la expresión de su cara era
cada vez más nerviosa. Empezaba a asustarse y por dentro
estaba deseando reírme.
Puse una mano sobre la pared a la altura de su cabeza
mientras no apartaba la vista de sus ojos oscuros brillantes.
—¿Has visto Cincuenta Sombras de Grey? —susurré
acercándome poco a poco a su cara, intentando intimidarla.
Ella asintió con la cabeza mientras su respiración se iba
acelerando por el nerviosismo.
Puse la otra mano en el otro lado y volví a mirarla
fijamente. Después de unos segundos viéndola sufrir un poco,
terminé.
—Pues no tiene nada que ver, tranquila. —Me separé y
sonreí.
—No ha tenido gracia. —Suspiró fuertemente y puso la
mano en el pecho intentando tranquilizarse.
—Ten cuidado con quien bromeas. —Volvió la cara
intentando parecer enfadada, pero por el espejo pude ver como
sonreía.
—Bueno, adiós.
—Adiós.
Tenía una sensación agridulce, una parte de mí quería
saber todo de ella y por otra sentía que no debía contratarla.
Era demasiado joven y diferente a mí. Su forma de vida no
solo no tenía nada que ver con la mía si no que era totalmente
incompatible.
Me llamaba demasiado la atención para arriesgarme, pero
no podía evitar querer estar con ella.
Empecé a darle demasiadas vueltas a la cabeza así que
decidí correr un poco en la cinta para ver si me aclaraba las
ideas y me encontraba mejor. Pero después de una hora
corriendo y ver que no se me pasaba decidí llamar a Patricia.
Salí de la casa lo más estirada que pude sin mirar atrás y antes
de arrancar el coche empecé a reírme. ¿Cómo podía haberme
hecho eso?
Todavía podía sentir el corazón bombeando fuertemente
por la impresión de ver acercar su cuerpo de esa manera y
quedarse a escasos centímetros de mí. Si hubiera sido verdad,
pienso que lo hubiera besado y él se habría dado cuenta porque
no me había quitado.
Me gustaba ese humor, había química entre nosotros, eso
significaba que sería fácil trabajar con él. Quizás demasiado
fácil.
No tenía que pensar en nada, tiré directamente el papel a la
papelera al llegar a casa, solo debía esperar a que él pensara lo
mismo que yo.
Ese día decidí ponerme un sexy traje de tubo negro con
unos tacones, esperaba tener suerte y que Enzo me llamara
para trabajar porque definitivamente no me gustaba ese
trabajo.
Sobre la una de la mañana el PUB estaba lleno, tanto las
mesas como la pista de baile.
—Hola, princesa. —Una voz familiar me susurró en el
oído mientras cogía una botella de la estantería.
—Hola, Leo. ¿Qué haces en la barra? Sal de aquí antes de
que me metas en un lío. —En el fondo me había encantado,
sentir el susurro de sus palabras tan cerca y el calor de sus
manos sobre mis caderas. Llevaba enamorada de él unos dos
años, pero no era algo recíproco.
Leo era el típico rubio de ojos azules, guapo, siempre
arreglado y con olor a perfume. Su mayor virtud era que no
jugaba con las mujeres, las respetaba mucho, sobre todo a mí,
que a pesar de saber que me gustaba siempre intentaba que me
sintiera bien y si salía con alguna chica hacía todo lo posible
para que no lo supiera.
—Estás preciosa hoy y… yo también conozco a Hugo.
Podrías haberme pedido ayuda a mí también. ¿No crees? —
Sabía que estaba loca por él y a veces tiraba demasiado de la
cuerda.
—Sí, lo sé, pero ya no hace falta, estoy a punto de
conseguir un trabajo que me interesa bastante porque pagan
muy bien, solo espero la llamada.
—Y… ¿se puede saber de qué es el trabajo? —En el fondo
no quería decírselo, sentía que era un escalón muy bajo,
pero… lo solté.
—Asistenta interina en casa de un hombre. Ganaré lo
suficiente para poder ahorrar y comprarme un coche para
hacer mi viaje. —Sus ojos se abrieron como platos.
—Samantha… te he dicho muchas veces que tienes que
intentar sacar provecho de tu vida de otra manera. Puedes
estudiar, todavía eres joven y tienes a tu padre que te apoya.
¿No crees que es hora de que sientes un poco la cabeza? —
Sabía que quería lo mejor para mí y se preocupaba realmente,
pero era mi vida y haría lo que quisiera con ella, como había
hecho hasta ahora.
—Leo por favor, sabes como soy. —Lo besé justo en el
momento en el que se movió y mis labios terminaron en la
comisura de su boca.
—Perdón. —Me separé rápidamente.
—No seas tonta, no pasa nada. —Me plantó un pico que
me hicieron temblar las piernas.
Me dirigí hacia los demás. Jimena y Rejina gritaron
cuando me vieron y Alan no paraba de cuchichear a qué había
venido ese pico con Leo.
Carlos se acercó a mí y me preguntó el motivo por el que
dejaba el trabajo y le conté todo lo referido a Enzo. No le
terminaba de convencer el cambio, pensaba que yo era un culo
inquieto que no estaba más de tres meses seguidos en ningún
trabajo y en ningún sitio y que no creía que ese tipo de trabajo,
donde tenía que estar tantas horas seguidas, fuera una buena
opción.
Realmente lo veía preocupado e intenté quitarle
importancia diciéndole que todavía no me había llamado que
quizás ni lo hiciera.
Después de llevar una hora más o menos en el local,
consiguieron sentarse en una mesa. Me pidieron una cachimba
para que pudiese salir un poco de la barra y desconectara de
los típicos borrachos que me comían con la mirada.
Justo antes de volver, Hugo me dijo que habían vomitado
en el cuarto de baño de hombres y que, ya que estaba fuera,
me acercara a limpiarlo.
Volví a por la fregona y me dirigí al lugar. Acababa de
terminar de recoger cuando sentí unas manos en la cintura. El
corazón se me aceleró.
¿Leo? Pensé mientras sentía su aliento en mi cuello.
Las piernas empezaban a flaquearme, ese beso quizás
había significado algo para él.
Sus manos fueron bajando lentamente sobre mis caderas
hasta llegar al bajo de mi vestido. Mi pecho subía y bajaba
acelerado.
Agarró el vestido y empezó a subírmelo mientras me
besaba el cuello.
—¿Qué haces, Leo? ¿Estás loco? —Miré hacia atrás,
dispuesta a pararle los pies, ni era el momento ni el lugar.
—¿Leo? No guapa no soy ese Leo, pero no me puedes
decir que no te estaba gustando. —Era uno de los hombres que
había estado intentando ligar conmigo en la barra.
De un empujón me lo quité de encima, pero él se volvió
hacia mí con más fuerza.
—¡¡Suéltame!! —Un sentimiento de angustia atravesaba
mi estómago.
Nadie me escuchaba con el ruido de la música y él
consiguió arrastrarme hacia el cuarto de la limpieza.
—¡Suéltala, hijo de puta! —Un chico de mi edad lo agarró
por los pelos, lo tiró al suelo y le propinó un puñetazo.
Caí hacia atrás bruscamente golpeándome la espalda
contra la pared mientras observaba asustada como ese hombre
intentaba agredir al chico sin conseguirlo.
—¡Basta! —grité, aterrorizada.
Intenté levantarme y separarlos, pero gritó que me apartara
y así lo hice, no quería causarle más problemas.
Pensé en salir y pedir ayuda, me sentía impotente, pero se
peleaban justo en el paso hacia la salida. Finalmente me quedé
agazapada en un rincón a esperar ansiosa a que terminara todo.
Estaba avergonzada y empecé a llorar.
El chico se acercó a mí y me preguntó cómo estaba.
Agradecí enormemente su protección en ese momento y su
forma preocupada de mirarme.
—Gracias…, gracias. —Su mirada de compasión me
relajó.
Ese hombre se había esfumado y el chico quiso ir a
buscarlo, pero le dije que por favor lo dejara. Necesitaba
olvidar todo e irme a casa de inmediato, no podía estar ni un
minuto más en aquel sitio.
—Soy Dany. ¿Quieres que busque a alguien? —Me ayudó
a levantarme y me dio papel para que me secara las lágrimas
—. ¿Seguro estás bien?
—Gracias, Dany, estoy bien. ¿Puedes acompañarme con
mis amigos por favor? —supliqué con la mirada.
—Por supuesto. —Me agarró por la cintura y el brazo y
me acompañó a la sala.
Mis amigos, al verme la cara con el rímel corrido y
demacrada, corrieron hacia mí.
Dany les contó todo lo que había pasado.
—Bueno, si no me necesitas me voy, espero verte otro día
en otras circunstancias. ¿Cómo te llamabas? —Su mirada de
compasión me reconfortaba, le estaría eternamente agradecida.
—Me llamo Samantha, Sam. Gracias por todo. —Me
apretó el brazo, sonrió y se marchó.
Todo lo que envolvía ese lugar me parecía horroroso, el
olor el humo, la sensación…, tenía que salir de allí.
—Me quiero ir a casa —sollocé.
—Pues claro preciosa. —Me abrazó Alan, fuertemente.
—Yo la acercaré —dijo Leo mientras me agarraba. Estaba
enfurecido.
—Le contaré a Hugo lo ocurrido, vete tranquila —comentó
Carlos mientras me besaba en la frente.
Las chicas estaban en shock por lo ocurrido, no tenían
palabras.
—¿Quieres que te acompañemos nosotras también, Sam?
—preguntaron al unísono.
—No, dejadla tranquila. Hablaré un poco con ella —les
respondió.
Nos montamos en el coche y durante todo el trayecto fui
con la mirada perdida, no solo había dejado que ese hombre
me tocara, sino que había pensado que el chico que me
gustaba se fijaba en mí sin ser así.
Al llegar a casa, Leo aparcó el coche en la puerta y se
quitó el cinturón.
—¿Cómo te encuentras? —Pellizcó mi mejilla y sonrió—.
¿Qué pasó exactamente? Cuando sepa quién es ese hijo de
puta lo mataré —su voz sonó enfurecida.
—Estoy mejor ahora que he salido de allí —Suspiré.
Agarró mi mano y la acarició dulcemente.
—Dejé que me tocara Leo —le dije mientras veía como
sus ojos se abrían como platos.
—¿Cómo? —Estaba sorprendido por mi confesión.
—Que dejé que me tocara porque pensaba que eras tú. —
No podía mirarlo a los ojos y empecé a jugar con el bolso.
—Sam…, yo… lo siento mucho, pero sabes que… —No
quería comprometerlo porque era mi amigo y sabía que no
quería hacerme daño.
—No te preocupes Leo, lo sé. —Lo miré a los ojos y me
bajé del coche. —Gracias por traerme. —Asomé la cabeza por
la ventanilla y salí corriendo hacia la casa.
Conocía esa sensación, mi cuerpo me pedía cambiar de
aires y salir de allí. La única esperanza que tenía en ese
momento, era conseguir el trabajo con el fuerte.
Esa semana había sido terrible. Pensaba que estaba mejor, pero
esa crisis me había puesto los pies en el suelo, había vuelto a
dejar todo un poco abandonado y ahora tendría que volver a
recuperar todo el trabajo atrasado.
Vestido solo con mi pantalón corto y viejo de chándal, me
puse a recoger un poco la casa ahora que estaba mejor.
Sonó el timbre de la puerta y me sobresalté, no esperaba a
nadie y corrí al telefonillo, no me apetecía visitas, todavía.
—¡Mierda! —Al correr me clavé un trozo de cristal de un
vaso que se rompió hacía un par de días. No se me daba bien
barrer, era un hecho y el no utilizar zapatillas de casa casi
nunca, no ayudaba.
Una chica muy arreglada se encontraba en la puerta.
¿Quién demonios sería? Decidí preguntar antes de abrir.
—¿Sí? —pregunté intrigado.
—Hola, Enzo. ¿Cómo estás? —esa voz me era familiar
pero no conseguía saber de quién era.
—¿Te conozco? —pregunté lleno de curiosidad.
—Ehh… sí, soy Samantha. —En ese momento titubeó un
poco.
—¿Samantha, la chica de la ropa deportiva de colores? —
No podía creerlo, esa chica no paraba de sorprenderme.
—Ehh… sí, la misma…, bueno, no la misma, si me deja
entrar se lo explicaré. —Parecía insegura, cosa que me
extrañó.
—Un momento. —De pronto volvió a sacarme una
sonrisa.
Abrí desde dentro y esperé que llamara a la puerta de la
casa para abrirle.
Intenté ponerme serio antes de que la cruzara, solo ella
podía hacer estas locuras sin parecer una loca. Estaba
expectante por saber el motivo por el que había venido así
vestida.
—Hola, Enzo.
—Hola, Sam. Dime, ¿qué es lo que quieres? —pregunté
pausadamente.
—He pensado en la forma en la que vine a hacer las
entrevistas, me he dado cuenta de que posiblemente no me
tomaras en serio y que por eso no me has llamado. Quiero
pedirte perdón porque creo que a lo mejor sentiste que te falté
el respeto esos días. No sé si tienes a alguien ya. —Miró a su
alrededor y al ver todo desordenado volvió a mirarme—.
Quizás no la tengas todavía, por lo que veo. Bueno, solo me
gustaría que me dieras una oportunidad, por favor. Te prometo
que esta vez no te defraudaré.
Sentí un pellizco extraño en el estómago al escuchar que
pensaba que me había defraudado, pero no podía expresar en
ese momento nada, solo podía ver lo nerviosa que se estaba
poniendo al no escuchar nada de mí.
—¿Y bien? —Cada vez parecía más incómoda—. ¿Me vas
a decir algo? —Estaba preciosa con ese vestido y me tenía
hipnotizado con su belleza.
—Sam —dije con voz seca.
—¿Sí? —preguntó expectante.
—Me has decepcionado de verdad.
Sus ojos se cerraron fuertemente y en su rostro asomó un
gesto de dolor.
—Lo siento, ha sido mala idea presentarme así. —Bajó
rápidamente los escalones que daban de la casa al césped y
corrí tras ella.
—¿Dónde vas? —pregunté extrañado, siempre había
bromeado.
Se volvió al escuchar mis palabras y vi como sus ojos
estaban rojos y brillantes.
—Lo siento, he tenido una semana de mierda, el sábado
intentaron pasarse conmigo, el chico que me gusta pasa de mí,
durante días he esperado tu llamada y he venido a pedirte
perdón, aunque no me dieras el trabajo podrías haberme
perdonado o tratado de otra manera.
Me sentí fatal, solo bromeaba con ella, no quería hacerle
daño ni mucho menos.
—Creo que no me has entendido, Sam. Deja que termine
de hablar. —La miraba y solo pensaba en abrazarla y
protegerla—. Solo quería decirte que me habías decepcionado
por venir vestida así, hoy.
Sus ojos me miraron y una sonrisa, como un rayo de sol
para mis ojos, apareció.
—Siento mucho lo que te ha pasado y si te reconforta, yo
también he tenido una semana de mierda. No quería hacerte
sentir mal, ni mucho menos. No te había llamado estos días
por eso.
Alargué la mano y tras pensárselo dos veces me la
estrechó.
—Qué vergüenza, haga lo que haga termino liándola. —
Bajó la cabeza, avergonzada, algo raro en ella ya que tenía
bastante carácter.
Corrí hacia dentro, cogí unas servilletas de la cocina y bajé
tan rápido como pude. Sus ojos se pararon en mis pectorales
cuando me acerqué a ella para dárselas y un escalofrío me
recorrió el cuerpo.
—Sécate las lágrimas.
—Gracias. —Mientras se limpiaba observaba horrorizada
la servilleta negra del rímel, no quise decírselo para no
avergonzarla, pero me parecía preciosa así.
—Cuando te he dicho que me has decepcionado con la
ropa, no quería decir que esta te queda mal. Estás
impresionante con ella, pero… reconozco que tenías algo
especial con la otra.
Sus mejillas se ruborizaron y eso me sorprendió, tenía que
estar realmente mal porque parecía otra persona, insegura y
tímida.
—¿Tienes ahí tus cosas? —pregunté sonriéndole.
—¿Cómo? ¿Mis cosas? —Frunció el ceño.
—Sí, claro, si vas a vivir aquí tendrás que traer tus cosas
¿no? Ya has visto la casa. Voy a tener que ayudarte para poner
orden aquí. —Intenté ponerme serio, pero al ver su cara
alegrándose por segundos, me hizo sonreír.
—Gracias, gracias. —Saltó sobre mí y me abrazó.
Bajé la mirada, sorprendido y al ver mis ojos clavándose
en ella me soltó avergonzada.
—Lo siento, lo siento, intentaré no ser tan impulsiva,
pero… necesitaba algo bueno, por fin, muchas gracias.
Después de marcharse, empecé a recoger todo mientras
esperaba su llegada, no quería que su primer día tuviera tanto
trabajo por mi dejadez de esa semana. Además, estaba
curiosamente muy animado. Parecía que las nubes negras
estaban desapareciendo.
Llegó con el vestido puesto, pero en zapatillas, según ella
no quería perder el tiempo en cambiarse, ya lo haría allí.
WHATSAAP
ENZO: Hola, se nota que no estás aquí. Todo es diferente
sin ti. Nada es tan divertido y las lentejas blandas están
sobrevaloradas.
WHATSAAP
SAMANTHA: Hola, Enzo.
Me agarré a un clavo ardiendo y quise ver algo positivo en
ese hola. El simple hecho de que me contestara me servía para
tener esperanzas.
ENZO: Hola, Sam
SAMANTHA: ¿Qué quieres, Enzo?
SAMANTHA: Tenía que arriesgarme y poner algo que la
acercara a mí.
ENZO: Que estés aquí.
ENZO: Pasaron los minutos y no contestaba. Tenía que
intentarlo otra vez.
ENZO: Sam, deja que hablemos, dime cuánto quieres y te
lo daré.
ENZO: Seguía sin contestar y mi esperanza se fue
desvaneciendo.
ENZO: Seguiré esperando hasta el viernes a las ocho.
Inténtalo por favor.
WHATSAPP
ENZO: Sam.
ENZO: Sam, coge el teléfono.
ENZO: Sam, lo siento, por favor, ven.
ENZO: Yo pago el taxi pero ven, por favor.
ENZO: Sam, intentaré explicártelo, por favor.
ENZO: Te echo de menos.
Empecé a llorar cuando los leí, no parecían unos mensajes
de alguien que pasaba de mí.
Di un bote al sonar el teléfono en mi mano, era él.
—Diga.
—¡Joder, Sam! —Parecía frustrado—. ¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Cuándo vuelves? —preguntó.
—No sé, esta noche creo —contesté casi sin voz.
—Bien. —Parecía decepcionado—. Te espero, Sam, te
echo de… —me despedí rápidamente cortándole y le colgué.
Quizás Carlos y Adan tenían razón y había cruzado esa
línea que Enzo me había dicho que no hiciera.
Esa noche no me encontré con fuerzas de volver y sobre
las diez me volvió a llamar.
—¿Sí?
—Hola Sam. ¿Sigues enfadada? —su voz era un susurró
—. Lo siento, soy un gilipollas.
—No estoy enfadada.
—¿Por qué no estás aquí, entonces? —preguntó.
—Llegaré mañana temprano para el desayuno. ¿Puedo?
—Sí, claro que puedes. Lo que quieras. Te espero, princesa
—su voz sonaba desesperada.
Colgué sin despedirme cuando escuché esa palabra, me
gustaba que me llamara así.
Tuve que inventarme una historia para mi padre y Ángela,
para que no se extrañaran de verme allí.
Esa noche no dormí bien y pude pensar todo lo que quise y
más, y por la mañana había llegado a una conclusión y se la
diría a Enzo cuando llegara.
CAPÍTULO DIECISÉIS
WHATSAPP
SAMANTHA: Creo que he escuchado un trueno.
Miré extrañado por la ventana y vi un precioso cielo
estrellado. Bonita manera para decirme que se había
arrepentido y quería que durmiéramos juntos.
ENZO: El cielo está despejado, no te preocupes, lo habrás
soñado.
La haría sufrir un poquito.
SAMANTHA: He leído que esta noche los habrá.
ENZO: No te preocupes, he mirado el tiempo y hará una
noche perfecta, nada de nubes, ni lluvia, ni truenos.
SAMANTHA: ¿Quieres que te lo diga?
ENZO: Inténtalo.
Podía imaginar a Sam con los ojos en blanco,
maldiciéndome.
SAMANTHA: Quiero que vengas a dormir conmigo.
ENZO: ¿Por qué?
SAMANTHA: Olvídalo.
WHATSAPP
PILAR: Abre la puerta
Joder, mis hermanas. ¿Qué hora era? Últimamente estaban
molestas porque me encontraba un poco perdido en el trabajo,
antes sabían que era porque no tenía asistenta, pero ahora no
sabía qué excusa poner.
—Preciosa, levanta, han venido mis hermanas y querrán
conocerte.
Se despertó de un bote.
—¿Cómo? —Se levantó rápidamente y empezó a buscar
como loca algo de ropa.
Me dirigí a la puerta, en pijama, y les abrí.
—Hola, cariño. —Elena se quedó mirándome fijamente—.
Estás más delgado, Enzo. ¿Cocina bien esa señora?
—Ehh… sí, perfectamente. —La besé, pero ella prefirió
darme un achuchón.
—Come, por favor —dijo mientras me señalaba con el
dedo.
—Hola, Pilar. —Nos dimos dos besos y se quedó
mirándome el pelo.
—¿Has cambiado de peluquero? —Pilar era muy
observadora, demasiado, diría yo.
Avergonzado me lo toqué y sonreí, luego asentí con la
cabeza y me volví para dejar de seguir hablando de eso.
—¿Dónde está la señora para conocerla? Tiene la casa
bastante bien, me alegro. —Nos sentamos en el sofá mientras
veía como Pilar miraba todo con detenimiento.
—Bueno. —Elena me cogió de las manos para que la
atendiera—. Nos tienes un poco preocupadas. Siempre has
sido correcto en tu trabajo y llevas unas semanas un poco
perdido. No es que no trabajes, es solo que estás un poco
desordenado. Un día te lo tomas libre, otra semana casi no
trabajas… etc. Sé que luego consigues ponerte al día, pero…
queremos saber si te ocurre algo que no sepamos. —Elena
parecía bastante preocupada.
—Lo siento, tenéis razón, he estado un poco despistado,
pero estoy perfectamente. —Intenté tranquilizarlas.
—Llegamos a pensar que no tenías a nadie contratada por
tu problema, pero veo que no es así. ¿Estás seguro de que no te
ocurre nada? Sabes que puedes contar con nosotras. —Nada
más terminar la frase, la cara de Pilar cambió, dirigió la mirada
hacia la entrada, totalmente desconcertada y supe que había
visto a Sam.
Me volví y…
—¡Sam! —grité sorprendido, aunque luego intenté
disimular. Iba vestida con el uniforme de Amalia.
—Hola… ¿Tú eres la nueva… interina? —preguntó Elena,
dudosa.
—Sí, encantada, soy Samantha. —Se comportaba de forma
encantadora, pero estaba aterrada, lo veía en su mirada
oscurecida.
—Ehh… Sam, estas son mis hermanas, Elena y Pilar.
Estaré con ellas en mi despacho. —Me levanté para que me
siguieran, me costaba verla vestida así.
Me miró a los ojos, confundida, había visto mi mirada
distante y estaba temerosa.
—Encantada, Samantha. Tienes un nombre precioso y…
eres muy guapa —dijo Elena—. Pero nos quedaremos aquí, no
venimos a nada que tenga que ver con la clínica, Enzo —dijo
dirigiéndose a mí.
—¿Qué edad tienes? —preguntó Pilar, extrañada.
—Veinticinco. —Sam no paraba de juguetear con las
manos.
—Ahh… bien.
—¿De… desean algo? ¿Un café, agua? —Estaba nerviosa,
quería quitarle ese vestido y relajarla entre mis brazos.
—Sí, un capuchino, por favor. —En sus ojos pude ver el
pánico, seguro que no sabía hacerlo y estaba seguro de que
Pilar lo había hecho a propósito.
Estaba furioso por dentro, viendo como Sam se dirigía a la
cocina, llena de inseguridad.
—Ahora vengo, tengo que… ahora vengo. —Quería llegar
a ella y decirle que no pasaba nada.
En la cocina se encontraba Sam aterrada.
—¿Cómo coño se hace un capuchino? Google. —Corría de
un lugar a otro buscando su teléfono—. No le he caído bien,
no le he caído bien, me miraba mal.
—No, te miraba extrañada, piensa que esperaban ver a una
mujer mayor, como siempre. —Intenté que se relajara—. Te
ayudo.
—¡Enzo! —La voz de Pilar sonaba a lo lejos.
—Tranquilízate, no tienes que caerles bien. A mí eso me
da igual.
—No te da igual, me has mirado con mala cara cuando
llegué.
—¡Enzo! ¿Vas a venir? —volvió a llamar.
—No ha sido por eso, ya hablaremos.
Cuando llegué, encontré a Pilar con mi móvil en la mano.
Solo pude pensar, en que hubiera visto la foto de Sam y mía
dándonos un beso, en el fondo de pantalla. No era nada malo
pero qué se supone que les debía contar… Pilar, Elena, pago a
esta chica para “acostarme” con ella, y hago esta tontería,
aunque esté totalmente enamorado, porque soy gilipollas. ¿Y
cuando esto termine, qué? ¿un interrogatorio sobre el porqué,
etc…?
—Toma, pásame el teléfono de Juan —suspiré
interiormente.
Mientras se lo pasaba llegó Sam, con las manos
temblorosas provocando que la cucharilla no dejara de
moverse continuamente con la taza.
—Tome señora.
—No me llames señora. —Fue muy seca. Pilar era seria y
exigente, pero no era mala persona, simplemente no entendía
la forma de comportarse.
—Perdón.
—Tráeme algo de picar, lo que sea —dijo sin mirarla.
Sentía a Sam hacerse cada vez más pequeña y no podía
soportarlo, me entraban ganas de decirles que se fueran.
Sam se volvió rápidamente y se fue.
—¿Quieres dejar a Sam, tranquila? ¿Qué te pasa? —le dije
enfadado.
—Enzo tiene razón, estás haciendo pasar a la chica un mal
rato.
—Solo quiero probarla. —Se le escapó una sonrisita
malévola.
—Pues ya la he probado yo y me gusta. —Volvieron las
dos la cara hacia mí, sorprendidas—. Quiero decir que me
gusta como cocina, como limpia y esas cosas.
—Sí… esas cosas. Bueno nos vamos.
—¿Qué? Te está preparando algo, ¿se lo has pedido para
nada? —Estaba indignado.
En ese momento llegó Sam con su queso cortado y su
chorizo con picos.
—Lo siento, nos tenemos que ir, Sam, otra vez será —
contestó Elena intentando calmar el ambiente.
Pilar todavía tenía algo más que decir. Me recordó que el
sábado siguiente era mi cumpleaños y quería celebrarlo con la
familia cercana y algunos amigos, yo había pensado en
celebrarlo solos yo y Sam y no decírselo hasta ese día, pero la
bocazas de mi hermana lo soltó mientras Sam se dirigía a la
cocina con la comida de vuelta.
Las acompañé a la calle y cuando se fueron corrí a
buscarla.
Tenía las palmas unidas en la boca como si estuviera
rezando y los ojos caídos.
—Lo siento, lo siento —repetía.
Me acerqué a ella y le quité ese vestido horroroso de su
precioso cuerpo. Nunca más dejaría que se lo pusiera, no tenía
que demostrar nada a nadie, eran cosas entre nosotros dos y
punto. Lo cogí y lo tiré a la basura para asegurarme de ello y
volví a donde estaba ella.
—No vuelvas a ponerte eso, no es tu uniforme. —La
agarré de la cintura y dejé caer mi frente sobre la suya.
—Lo sé… mi uniforme es este —Contestó mirando su
ropa interior.
—Sam, ¿qué dices?
—No me quieres ver de asistenta, prefieres verme de puta.
—Sam, ¿quieres decir que yo te hago sentir así? —Se tapó
la cara y negó.
—Lo siento, pero me siento fatal y estoy diciendo
tonterías.
La abracé y le dije que no se preocupara, lo había hecho
genial, era mi hermana la que se había comportado como una
estúpida y todavía no sabía el motivo, pero no dejaría que
volviera a hacerlo nunca más. Cuando volvieran le diría a Sam
que se tomara el tiempo libre y punto.
—No volverá a pasar, te lo prometo. —Me encargaría de
ello.
CAPÍTULO DIECISIETE
WHATSAPP
SAMANTHA: Mi hija no se puede poner. Estamos
esperando que se despierte, está en el hospital Juan Ramón
Jiménez.
Sobre las doce y media del mediodía hablé con Lola. Había
ido al hospital y ya Sam se había marchado a casa, eso
significaba que estaba bien, o por lo menos mejor porque allí
no le dijeron el motivo por el que había sido ingresada. Me
quedé más tranquilo pensando que estaba mejor, pero tendría
que esperar a esa noche para ver si volvería.
Acababa de salir de vomitar cuando sonó el telefonillo.
—Sam. —Intenté recomponerme para que no notara que
había estado tan mal, sabía que se preocupaba por mí cuando
me pasaba y no era el momento.
Pulsé el botón creyendo que aparecería mi preciosa
Samantha por la cámara, pero no, no era Sam, era una chica
con una caja en la mano.
Estuve a punto de pasar, pero algo me hizo bajar a recoger
lo que era.
—Enzo y Samantha Arias… —Sonreí tristemente al
escuchar nuestros nombres juntos.
—Sí —contesté.
—Esto es para vosotros. Firme aquí y que aproveche.
—Gracias. —Entré en casa y me senté en la mesa de la
cocina, evidentemente era algo de comer por lo que había
dicho la chica, pero ¿qué?
Cogí la tarjeta de unicornio que había pegada en una
esquina y la abrí.
Felicidades.
Dame un beso, que me lo merezco.
—Claro que no, princesa, quiero que estés siempre conmigo,
pero… nunca podrá ser.
Tuve que leer varias veces la dedicatoria porque me
reconfortaba el corazón pensar que en algún momento pensó
aquello tan bonito que estaba escribiendo, pero volví a la
realidad y abrí la caja.
Una preciosa tarta que me terminó de romper lo que me
quedaba de corazón.
Quería pasar su cumpleaños conmigo mientras yo la
echaba, había pensado todo esto con ilusión, el regalo más
maravilloso que me había hecho nunca, no tuve que pensar
mucho para darme cuenta de que una parte era ella y la otra
yo, era también su cumpleaños. Pero después de quedarme
mirándola y aguantarme para no tirarla observé lo que dividía
un lado del otro. La maldita línea, no quería volver a ver esa
línea nunca más, pasara lo que pasara. Con mis manos la
quité, y con un cuchillo extendí los colores para que por lo
menos ahí estuviéramos unidos.
Maldita sea… ¿Qué había hecho?
CAPÍTULO VEINTE
Ese mismo día llamé, muy enfadado, para ver por qué no había
llegado lo que había encargado y me dijeron que no me
preocupara que harían todo lo posible para que llegara aquel
mismo día.
Un par de horas más tarde volvió a sonar el timbre, salí
corriendo y lo recogí, luego busqué a Sam por la casa hasta
que la encontré leyendo en su cama. Salté junto a ella y se lo
dí.
—Este es mi regalo. —Cogí su mano y se lo puse en ella.
Parecía sorprendida al ver la caja. Mientras la abría me
miraba expectante por ver mi reacción. Había dos cadenas y
me miró asustada.
—¿Por qué me miras con esa cara? Quería que tuvieras
algo que te recordara a mí cuando estuviéramos separados. —
Las cogió y los leyó en voz alta.
—Eso me encanta, pero… no me gusta que te gastes más
dinero en mí, son de oro.
—No tengo otra cosa en que hacerlo, solo disfruto
gastándolo…
—En mí —comentó antes de que terminara la frase.
—No, contigo. —Le di la vuelta para ponérselo—. El
colgante del sol eres tú y el de la luna es el mío. Somos el día
y la noche.
—¿Eso crees? —Sus ojos oscuros me miraban con sutiliza.
—Sí. Vemos la vida totalmente diferente.
—Me gusta tu vida. —Frunció levemente el ceño mientras
me lo decía.
—A mí me gusta todo lo que tenga que ver con la tuya.
Me abrazó con fuerza y metió sus manos calentitas bajo mi
ropa. Cogió el colgante y me lo colocó a mí también.
—Ahora tú también te acordarás de mí cuando no esté.
—A mí no me hace falta el collar para eso. —Acaricié su
mejilla y nos fundimos en un apasionado beso.
—Gracias, Enzo, me encanta el regalo.
WHATSAPP
ENZO: Arréglate, tengo una sorpresa.
Me resultó curioso porque yo tenía también un regalo, le
había comprado un perfume, Invictus, que me recordó a él.
SAMANTHA: Perfecto.
Estaba dudosa, no sabía si ponerme algo sexi o algo
elegante, por un momento me sentí insegura, no quería que
pensara que solo sabía vestirme con ropa deportiva y pijamas.
Quizás tenía miedo a decepcionarlo.
No me convencía nada de lo que tenía y quería ir
espectacular, entonces recordé que guardaba un conjunto que
solo había usado una vez porque me resultaba un poco
incómoda la camisa, pero era espectacular.
Me coloqué los pantalones negros, eran de talle alto y por
encima de los tobillos, con dos bolsillos tipo chinos en los
laterales, y una camisa de rayas anchas blancas y negras
cruzada delante, con un escote que casi rozaba la cinturilla del
pantalón. Mis sandalias altas estaban en su casa así que me
puse unos tacones rojos altos con el bolso a conjunto.
Como nunca me maquillaba quise hacerlo esta vez y que
me viera perfecta en esta ocasión. Me ahumé los ojos de
negro, me hice la raya y me unté la máscara, la barra de labios
roja sería perfecta para aquel conjunto. Solté mi pelo y lo
ondulé son suaves ondas, me sentaban genial.
Bajé las escaleras y me despedí de papá y Ángela, que
quedaron sorprendidos al verme vestida así para trabajar.
—Guau, estas hermosa, Sam. ¿Celebráis algo? —preguntó
papá.
—No sé, me ha dicho que tiene una sorpresa para mí, no sé
qué será.
—Pásalo bien, Sam, ya nos contarás cuál era esa sorpresa
—añadió Ángela.
Me monté en el coche, nerviosa, sentía un gusanillo en el
estómago que me hacía sonreír todo el tiempo. ¿Le gustaría
como iba vestida? ¿Le parecería demasiado escotado? Su
mujer nunca vestiría así, pero… también me dijo que ya no era
el mismo. Suspiré. ¿Quizás debería haber elegido algo con
menos escote?
Llegué y abrí la puerta, mientras me dirigía hacia la casa,
ese cosquilleo en el estómago se convirtió en un nudo enorme
que me hacía suspirar continuamente.
Llamé por si no me había escuchado llegar y rompía la
sorpresa que me tenía preparada.
—Un momento. —Escuché al otro lado de la puerta.
Taconeé un poco el suelo para aliviar mi nerviosismo y
resoplé hacia arriba mientras cerraba los ojos.
—Ya voy —gritó.
Nada más abrir mi pecho se expandió con fuerza. Enzo
estaba… estaba perfecto, era un dios en el paraíso, mi dios.
Llevaba un pantalón negro de pinzas, perfectamente
planchado, con una camisa blanca y una corbata negra. Sus
pectorales tiraban de ella marcándole los fuertes músculos que
había en su interior. Llevaba el pelo engominado y peinado
hacia un lateral, estaba simplemente perfecto.
No me quitaba la mirada de encima, estaba en otro mundo
mientras me observaba embelesado.
—Sam, estás…, joder, no tengo palabras. —Sus ojos
azules se iluminaron mientras sonreía nervioso.
Parecíamos dos adolescentes avergonzados que tenían su
primera cita.
—Enzo, estas guapísimo. —Di un paso y me acerqué a él.
Cogió mi mano y la besó.
—No quiero estropearte el maquillaje, pero necesito
besarte.
—Puedes estropeármelo cuando quieras, de esa forma. —
Guiñé un ojo al verlo sonreír.
Me rodeó con sus brazos y me dio un beso casto. Negó con
la cabeza y cerró los ojos como intentando convencerse de lo
que estaba viendo.
—No puedo dejar de mirarte, Sam, todavía no sé por qué
has aceptado todo lo que te he propuesto y no te has marchado
de mi lado.
—Es muy sencillo, porque te quiero. —Su tierna mirada al
escucharme me conmovió.
—Acompáñame. —Agarró mi mano con fuerza y tiró de
mí para que lo siguiera.
—Un momento, Enzo, traigo algo, es una tontería, pero…
pensé en ti cuando lo olí. —Avergonzada, se lo di.
—Sam, es perfecto, sobre todo porque eso significa que
estuviste pensando en mí mientras no estabas aquí. —Acarició
mi mejilla con delicadeza.
—Siempre.
Nos dirigimos al salón, la temperatura aumentaba mientras
nos acercábamos.
—Madre mía, Enzo, que bonito.
La chimenea estaba encendida y sobre el borde superior
nuestra foto en un marco. La mesa del comedor estaba
decorada, la cubría un mantel negro con un camino dorado que
lo cruzaba de un extremo a otro. El plato posterior era dorado
completamente y el superior blanco con el borde a juego. Las
copas y el champán metido en hielo estaban preparados, y
coronando la mesa, un enorme ramo de rosas negras, hasta las
sillas estaban envueltas en un forro dorado rodeado por un
lazo negro.
—¿Por qué? —pregunté desconcertada.
—Porque te lo mereces, no puedo llevarte al cine, ni a
bailar, ni a comer… pero eso no significa que no quisiera
disfrutar eso contigo. Sé que no es lo mismo, pero quería hacer
algo diferente.
—Enzo, me vas a hacer llorar y llevo demasiado
maquillaje hoy —respondí mientras dudaba si reír o llorar.
—Vamos a sentarnos. —Separó mi silla para que me
acomodara y me la acercó.
Cuando estuvimos preparados hizo sonar una campanilla.
—¿Qué haces? —sonreí.
Por la puerta apareció Dany, saludó y nos sirvió el
champán. Me encantaba todo lo que había preparado por mí.
Hizo sonar la campanilla nuevamente y se acercó una
chica más joven que no paraba de sonreír.
—Antes de nada, soy Carlota, la sobrina de Enzo. —Me
acerqué y le di dos besos. En esa familia todos eran guapos,
ella se parecía a Enzo particularmente, con el pelo rubio y los
ojos claros.
—Encantada, Carlota.
—Gracias. Iremos dejando la comida aquí y nos iremos
para que podáis hablar tranquilamente.
—Carlota, estás tardando, ve por la comida que sé que
estás deseando hacerle una entrevista a Sam —dijo Dany
tirando de ella.
—Otro día hablaremos, Sam.
—Claro. —Sonreí mientras le hacía una señal con la mano
para despedirme.
En cuanto dejaron todo, se marcharon. La cara de Enzo era
de total felicidad, parecía sentirse pleno aquella noche y lo
transmitía por todos los poros de su piel.
—¿Te… te lo estás pasando bien? —su titubeo me prendó.
No pude contener la emoción y dejé rodar una lágrima
fugaz por mi mejilla.
Se levantó rápidamente y se arrodilló junto a mí.
—Esto… esto es demasiado perfecto, Enzo. —Fui
consciente de que mis gestos cambiaron.
—¿Qué quieres decir con eso, Sam?
—Me da…, me da miedo decirlo. —La oscuridad se
apoderó de mí y las lágrimas amenazaban con salir.
—Dilo, Sam, confía en mí. No sé qué está pensando, pero
solo quería darte una sorpresa.
—Enzo.
—Dime. —Sus manos sujetaban fuertemente mis rodillas.
—¿Es hoy? —Sentía un calvario en mi interior.
—¿Hoy el qué? —Su confusión era evidente.
—Hoy es el último día. ¿Solo queda una vez verdad? —
Las lágrimas terminaron de brotar.
—No, Sam, no. Te lo juro. No es la última vez. —Intentó
tranquilizarme por todos los medios, estaba angustiado al
verme así.
—Júramelo —supliqué.
—Te lo juro, por Ian. —Lo abracé y le pedí perdón por
arruinarle la cena—. Tú nunca arruinas nada, Sam, todo lo
contrario, tú pones luz a mi vida y alegría. Me siento fatal por
hacerte sufrir tanto, no te lo mereces.
—Soy la persona más feliz del mundo. —Intenté secarme
un poco las lágrimas con la servilleta.
—Sam, si fuera el último día no habría nada que celebrar
—su voz se rompió—.Te quiero. Ven, acompáñame.
Cogió un pañuelo y me vendó los ojos. Sentí como la
puerta del salón que daba a la piscina se abría y salíamos
fuera.
—Cuidado, Sam, no te caigas. —Agarraba mi cuerpo con
delicadeza, mientras bajaba el escalón del porche—. Es una
tontería, pero… espero que te guste.
Tiró del pañuelo que fue desprendiéndose lentamente de
mis ojos. Una imagen maravillosa apareció frente a mí. La
piscina llena de velas encendidas y flores flotando sobre ella.
Una imagen preciosa que me hacía sentir especial.
—¿Es una tontería? —La forma en la que se sentía
inseguro cada vez que me tenía que enseñar algo, me
enamoraba.
—Enzo, gracias, esta noche es maravillosa. —Me
acurruqué entre sus brazos con la esperanza de quedarme ahí
para siempre.
—Tú te mereces esto y más, Sam. Nunca podré
agradecerte todo lo que has hecho por mí.
Se agachó y me cogió en peso como a una novia. Yo dejé
caer mi cabeza sobre su pecho disfrutando cada segundo de
ese momento.
—Hay algo más en el dormitorio, pero… con esa camisa
que llevas no sé si es buena idea que vayamos allí —bromeó.
Lo pellizqué en la barriga mientras reía.
Cuando llegamos a su puerta me dijo que cerrara los ojos.
Se colocó detrás de mí y me rodeó con los brazos.
—Esto es por ti —susurró en mi oído.
Sentí como abrió la puerta y abrí los ojos.
—¡Enzo! —grité sorprendida—. Tu habitación ya no es
negra.
Todos los muebles eran blancos y tenían una ligera
decoración en gris claro exceptuando la pared del cabecero,
que era un poco más oscura, era realmente preciosa.
—¿Te gusta? —pregunto, dudoso.
—Es precioso. ¿Por qué no me dijiste nada?
—No quería que lo supieras, pero desde el primer día que
la viste y me dijiste que era muy oscura y triste, pensé que
tenías razón, ya era hora de cambiarla. —Sus ojos pedían a
gritos que lo besara y eso hice—. Esta no es la sorpresa, Sam.
Mira en la cama.
Me tiré sobre ella y encontré una cajita envuelta en papel
dorado. La abrí con cuidado y encontré una pulsera de oro que
llevaba algo grabado.
—Gracias, princesa —lei—. Gracias a ti —respondí.
Tiré de él para que se acostara sobre mí.
—Sam, te he dicho que esa camisa… —Puso los ojos en
blanco.
—Quítamela.
—No, la camisa se quedará, no tapa lo que necesito —
sonrió.
Nos desnudamos y culminamos la noche disfrutando del
placer que nos proporcionaban nuestros cuerpos al unirse,
seduciéndonos, conquistándonos, enloqueciendo con el roce
de nuestra piel, en definitiva, amándonos.
A partir de ese día siempre dormíamos en su dormitorio,
quería que todo lo que allí pasara fuera bonito, que no hubiera
nada más triste que el pasado y que cada vez que entrara solo
tuviera buenos recuerdos.
Cada vez hacía más frío, pero en la casa de Enzo se estaba
genial, sobre todo cuando encendíamos la chimenea y nos
quedábamos acurrucados en la alfombra mirando como el
fuego crepitaba.
Uno de aquellos días, Enzo estuvo haciendo deporte toda
la tarde, de vez en cuando le llevaba agua para que se hidratara
y le hacía alguna broma de las mías, pero sentía que necesitaba
estar solo. Tenía que comprender que había momentos en los
que pudiera encontrarse más bajo de ánimo. Y su forma de
desconectar era de esa manera, quemando calorías y poniendo
al límite su cuerpo.
La última vez que entré eran las cinco y sobre las siete
menos cuarto me acerqué y vi que seguía corriendo, ya era
suficiente por aquel día, necesitaba tenerlo cerca un rato.
Bajé la velocidad de la cinta hasta que frenó y me coloqué
frente a él.
—¿Recuerdas el día que subiste conmigo? —respiraba con
dificultad.
—Nunca olvidaré ese día, todavía no sé cómo pude
frenarme, princesa. —Me levantó y me sentó sobre los mandos
de la cinta—. Recuerdo esa cara asustada pero decidida, un
poco ingenua pero juguetona y descarada, que volvió mi
mundo al revés.
—¿Qué me hubieras hecho ese día si hubieras podido? —
Intenté provocarlo.
Su mirada se perdió en la mía e intentando recobrar el
aliento me besó con una entrega extrema, como si la vida le
fuera en ello. Con esa forma apasionada y agitada me
confirmó que no se encontraba bien, parecía desesperado por
mi cuerpo y empezó a desnudarme con lujuria y violencia. Me
bajó de la cinta y me tumbó en el suelo, con decisión se acostó
sobre mí provocando que el aire de mis pulmones saliera con
un quejido. Las gotas de sudor caían sobre mí mientras él me
arrebataba besos de los labios con ansiedad extrema. Estaba
demasiado exaltado y no lograba comprender por qué. En un
momento mordió mi labio y me hizo dar un pequeño grito, eso
hizo que parara en seco.
—¿Qué? —pregunté preocupada—. No es nada —dije
para que se relajara.
—No puede ser así, no, no —repetía una y otra vez.
—¿Qué te pasa? —Su mirada devastada me asustó.
—Estoy sudoroso Sam, no me gusta esto. —Me acercó la
ropa y me ayudó a levantarme—. Mira cómo te he puesto.
Estaba avergonzada, pero en el fondo sentía que había algo
que lo había frenado y no era el estar sudado ni mucho menos.
Me dirigí en silencio a mi habitación y me duché, me puse
el pijama y fui a preparar la comida, cuando estuvo terminada
apareció Enzo. Seguía extraño, pero intentaba disimularlo con
una sonrisa.
—¿Pijama nuevo? Me encanta, pareces un peluche.
—No tiene gracia, Enzo. —Lo había elegido
especialmente por él porque sabía que le gustaban los monos.
La verdad que al ser de pelito con un gorro y las botas podía
pasar por uno perfectamente.
—¿Puedo abrazar a ese peluche?
—Solo si después no te arrepientes —no debí haber dicho
eso—. Lo siento es una tontería.
—Lo siento, antes tuve un…, no quería hacerlo así. Esa es
la verdad, además estaba… un poco nervioso. —Me miró con
ternura—. No pienses que no quería hacerlo contigo, Sam, me
costó mucho frenarme, créeme, pero al ver que te mordí…
—No te preocupes, es solo una broma. ¿Vas a abrazarme o
qué?
—Siempre…, claro —su voz vaciló un momento.
Me atrapó entre sus brazos y me hizo sentir la mujer más
querida del mundo, tratándome con mimo y ternura. Por un
momento me hizo sentir un peluche de verdad.
CAPÍTULO VEINTISIETE
Al salir del cuarto de baño pasé cerca de los dueños del hotel
que seguían esperando, parecían preocupados y se levantaron a
preguntar. Les expliqué que me querían hacer una prueba y me
acompañaron a recepción, antes debía llamar a mi padre.
—¿Sí? —la voz de mi padre me relajó.
—Papá, no te asustes, pero estoy en el centro médico de
Chiclana.
—¿Estás peor, peque? —preguntó, preocupado.
—No, es solo que sigo igual que cuando me he levantado y
he venido para que me dieran algo, pero creen que me deben
hacer una prueba.
—¡¿Qué prueba?! —gritó.
—No sé.
—Peque, voy en camino así que no te muevas del hotel,
¿me entiendes?
—¿Cómo?
—Me dejaste preocupado esta mañana y decidí ir a verte.
Empecé a llorar, no sabía muy bien por qué, era mi padre y
era normal que se preocupara por mí.
—No llores, peque, todo va a salir bien, confía en mí.
—Papá, quiero irme a casa, tengo miedo y… no estoy
preparada para hacer el viaje. Estoy huyendo, papa. —Las
lágrimas no dejaban de salir.
—No te preocupes por nada, que en un rato estoy allí para
recogerte, peque. Te quiero, cariño.
—Y yo a ti, papá, tú siempre estás ahí.
—Y lo estaré.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
L. A. Bello (Lorena Alcedo Bello) nació en Chiclana (Cádiz) en 1980 donde aún
reside.
Está casada desde hace 11 años y es madre de dos hijos.
Peluquera de profesión, dejó de trabajar para dedicarse a ellos hasta que en 2020
decidió volver a la vida laboral en el taller de neumáticos que tiene con su marido
en San Fernando.
Amante de la lectura, hace poco más de un año decidió embarcarse en el mundo
de la escritura empezando con una serie “Amor Andaluz” compuesta por 8 libros
en los cuales las protagonistas son andaluzas, cada una de una provincia. “No
cruces la línea” está dedicada a Huelva y en estos momentos entra preparando su
próximo libro que seguro te enamorará.
AYUDA COMPARTIENDO ESTE LIBRO