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NO CRUCES LA LÍNEA

L. A. BELLO
Copyright © 2020 por L. A. BELLO
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medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y
recuperación de información, sin el permiso por escrito del autor, excepto por el uso
de citas breves en una revisión de un libro.
Se lo dedico sobre todo a mis hijos y a mi marido por
apoyarme y aguantar que pasara tantas horas escribiendo.
Se lo dedico también a mis lectoras 0: Pili y Fátima que son
las primeras en leer algo escrito por mí y me ayudaron a
mejorarlo.
Se lo dedico a Vane y Victor por dejar que los fotografíe
para el book tráiler.
Se lo dedico a mis amigas las Chiquipandy y mis amigos de
siempre que cuando se enteraron que había escrito un libro no
dudaron que querer leerlo y alegrarse por mí.
Por último a todas las personas que pierdan su tiempo y su
dinero en leer mi libro. Espero que os guste. Gracias.
“A veces la incompatibilidad es solo un muro que hay que
derribar”.
L . A. Bello
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
AGRADECIMIENTOS
Acerca de la Autora
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CAPÍTULO UNO

Me puse la ropa deportiva y salí a correr. Necesitaba sentir el


aire en la cara, respirar oxígeno limpio y descargar adrenalina.
Era la mejor manera de sentirme libre como los pájaros.
Mientras lo hacía pensaba en el anuncio de la página web
donde buscaban a una interina para trabajar en una zona media
alta de aquí de Huelva.
Decía que pagaban bien y ahora mismo necesitaba dinero
para comprarme un coche nuevo y poder hacer el viaje de mis
sueños, rodear España por la costa y visitar todos los rincones
posibles del territorio, esos de los que no te cuentan en las
oficinas de turismo, pero tienen el verdadero encanto de la
gente y la zona.
—Acuérdate, Sam, buscaban personas de unos 50 años, ir
será perder el tiempo. —Recordé a regañadientes.
Pasé corriendo por la calle y cuando llegué a la altura de la
puerta me paré. La fachada era bonita pero no podía ver el
interior.
¿Por qué querrían personas de esa edad? ¿Quizás por la
experiencia?
El chalet no parecía excesivamente grande, tendría unos
ciento cincuenta metros o doscientos aproximadamente de
casa y un trozo de jardín quizás.
Podría llamar y hacer como que no me he dado cuenta de
la edad. Tampoco perdía nada intentándolo.
En ese momento me vino a la mente la cara de mi padre
con los ojos en blanco diciéndome que cómo iba a ir a una
entrevista sudada y en ropa de deporte, pero… yo no era mi
padre y vivía un poco sobre la marcha. Nunca comprendió mi
parte impulsiva y descarada, quizás porque él era totalmente
diferente.
Llamé al timbre y escuché unos pasos acercándose. Intenté
secarme el sudor con la camiseta y controlar la respiración
agitada.
—Ehh… ¿Sí? —Un hombre rubio de pelo ondulado y
ligeramente alborotado, con unos ojos azules que parecían
brillar bajo el sol y un cuerpo alto y musculoso, abrió la
puerta, extrañado.
Iba bien vestido. Llevaba un polo verde botella, de Lacoste
y un pantalón corto de color beige que desentonaban con las
zapatillas desabrochadas que tenía puestas, parecía habérselas
colocado en ese mismo momento.
Mientras pensaba qué decirle sentí como dos mujeres
llegaban tras de mí y nos saludaron.
—Hola, ¿qué tal? —Ellas sí que tenían esa edad.
—Hola —respondí con el ceño fruncido.
Volví a mirar a ese hombre y me presenté.
—Hola, soy Samantha y vengo por el trabajo, te mandé un
email con mis datos. —Puse la mejor de mis sonrisas y mostré
mi seguridad arrebatadora, pero al ver que me miraba de arriba
a abajo me sentí un poco avergonzada.
—¿Qué edad tienes? —preguntó extrañado.
—Veinticinco. ¿Hay algún problema? —Se me daba genial
mentir, solo tenía que poner mi carita de buena y listo.
—Sí, que te faltan veinticinco años. —Ni siquiera titubeó.
—A…, no sabía que… —Mierda, me había pillado.
—¿Vienes de correr? —Solo había que mirarlo para ver lo
confundido que estaba al verme allí con esas pintas.
Reconozco que tuve un poco de cara, pero simplemente soy
así.
—Sí. —Vale, no iba a conseguir el trabajo, sería mejor que
me fuera antes de hacer más el ridículo.
—Lo siento, no eres lo que busco. —Me miró de arriba a
abajo y le respondí de la misma manera, mirándolo yo a él, lo
más descarada que pude. Luego sonrió maliciosamente y
entrecerré los ojos enfadada.
—Que tengas suerte con… Mary Poppins. —Miré a las
dos señoras estiradas que estaban esperando y me fui.
Que no era lo que buscaba, será… Cada vez estaba más
enfadada.
Seguí corriendo hasta volver a casa, cada vez conseguía
hacer más kilómetros seguidos.
—Hola, ¡ya estoy aquí! ¿Papá? —Me extrañó que no
contestara.
—Sam, tu padre ha salido a comprar, tiene que estar por
venir. He hecho tarta de zanahorias que sé que te encanta. —
La dulce voz de Ángela, la mujer de mi padre llegó a mis
oídos.
—Perfecto, dile que fui a la entrevista y no era lo que
buscaban, me ducho y me voy, ¿vale?
—Perfecto, cariño, no te preocupes, ya encontrarás otra
cosa. —Ángela siempre tan cariñosa.
En fin…la vida seguía y tenía que ponerme a buscar otro
trabajo, quizás Carlos y Adan pudiesen ayúdame.
Me costó arrancar el coche, estaba fatal, le daba un año
más con mucha suerte, pero la verdad es que terminaba
llevándome donde quería como en este caso a casa de mis
amigos.
¡¡Carlos!! —grité mientras subía la escalera. ¡¡Adan!!
Abridme. —Toqué varias veces seguidas el timbre para
ponerlos nerviosos.
—Y con ella llegó la locura —dijo Carlos.
Agarré sus mejillas y las pellizqué.
—Qué aburrida sería la vida sin mí Carlos. Mira Adan,
tirado en el sofá como si estuviera muerto. —Corrí hacia él y
me tiré encima—. Adan… despierta.
Abrió los ojos y los volvió a cerrar.
—Mmmm. —Era tan delgado que me clavaba los huesos.
—¿Cómo que mmm? Adan, despierta. Tengo un problema.
Mientras se despertaba acompañé a la cocina a Carlos.
Empezó a preparar algo de comer, pero me ponía nerviosa su
perfeccionismo extremo, no tenía paciencia.
Le conté lo que me había pasado en la entrevista, con pelos
y señales, intentando recordar cada palabra y cada gesto.
—Y le dije… que le vaya bien con Mary Poppins, y me
fui.
Adan apareció por detrás con los ojos abiertos como platos
y acercándose con la mano en el pecho.
—Perdona… ¿qué le dijiste qué? —Empezó a entrarme la
risita tonta.
—Que le fuera bien con Mary Poppins, por las mujeres
que había allí, me recordó a la película y se lo solté. —
Intentamos aguantar la risa, pero explotamos los tres.
—Chica, estás como una cabra, tú por todo lo alto, muy
bien. —Adan era muy femenino hablando, cualquiera podía
imaginarse que era gay, todo lo contrario a Carlos que era
mucho más masculino—. ¿Cómo era? Mayor, joven, feo,
alto…
—Tendría…, no sé… treinta y pico, creo. La verdad es que
estaba cañón. —Alcé la mirada recordando su impresionante
físico.
—¿Ese es tu problema? —preguntó Carlos—. ¿Que no te
ha dado el trabajo y está bueno?
—No, mi problema es que necesito un trabajo para
cambiar de coche. Tenéis que ayudarme para encontrar uno.
¿Sabéis de alguno? —Les puse mi carita de pena con morritos
incluidos.
—A ver qué podemos hacer. Podemos preguntarle a Hugo,
el otro día nos dijo que los fines de semana estaba a tope, pero
no sé si habrá encontrado a alguien ya. Lo llamaré y veré que
puedo hacer.
—Gracias, Carlos, eres el mejor. —Le guiñé el ojo.
No era lo que buscaba, porque trabajando solo los fines de
semana tardaría muchísimo en ahorrar para un coche, pero…
algo era. Esperaba tener suerte.

Al día siguiente me llamó Hugo, el empresario amigo de


Carlos para ofrecerme un trabajo que constaba en servir copas
en un PUB. No era el trabajo de mis sueños, pero peor era
nada.
Quedamos esa misma noche para empezar a trabajar, el
único requisito era vestir un poco exuberante así que me
enfundé unos pantalones de cuero, una camiseta transparente
de encaje negro, y unas botas de tacón. Apliqué la base de
maquillaje y marqué mis pómulos con un color rosado que
hacía juego con la barra de labios. En los párpados decidí
arriesgar y mezclé el negro con un tono cereza que me daba
luminosidad en la mirada. Finalmente apliqué la máscara de
pestañas para dar volumen y espesor. Ya estaba lista para
empezar.
CAPÍTULO DOS

No podía quitarme de la cabeza a esa chica morena de ojos


negros y descarada. ¿Qué clase de persona intenta conseguir
un trabajo de esa manera? Sudada y casi sin respiración.
—Perdona… ¿Me está escuchando?
—Sí, sí. Veinte años de experiencia me ha dicho ¿no?
Ehh….
—Ana, Ana Sánchez. —Parecía molesta.
—Perfecto, Ana, es suficiente información, entre hoy y
mañana tendrá la contestación. Muchas gracias. —No podía
concentrarme en ese momento.
Mientras la acompañaba a la puerta me la imaginé saliendo
volando con un paraguas, no pude contener la sonrisa.
—¿Le parezco graciosa? —protestó.
—¿Qué? No, no. Perdone no es un buen momento hoy,
solo es eso.
—Tengo muchas cosas que hacer para estar perdiendo el
tiempo, no me ha parecido seria esta entrevista, lo sentía
ausente como si no le interesara lo más mínimo lo que le
estaba contando.
— Claro que me interesa, siento mucho molestarla…Ehh.
—No podía creer que se me hubiese olvidado el nombre otra
vez.
—Ana —gruñó.
—Eso… Ana Sánchez. Gracias y… lo siento.
Cerré la puerta y fui directamente al ordenador que estaba
en mi despacho.
—Samantha… Samantha. Aquí está. —Abrí el archivo y
ahí estaba su currículo.
Samantha Arias Rojas. Veinticinco años. Experiencia
laboral… camarera, dependienta en tienda de ropa,
dependienta en zapatería… pero… ni siquiera tiene
experiencia en trabajos parecidos al de asistenta doméstica.
Me tenía totalmente perplejo. Si lo que quería era llamar la
atención, lo había conseguido. Quizás fuera más lista de lo que
pensaba o simplemente era demasiado atrevida.
Lo que había conseguido era que no prestara atención en
las demás y que no se me fuera su imagen de la cabeza.
Quizás no fuera tan mala idea tener a alguien más joven
trabajando. Podría darle una oportunidad, no tenía nada que
perder y me llamaba poderosamente la atención su forma de
actuar. Sentía una enorme curiosidad hacia ella.

Me levanté temprano como de costumbre. La cabeza me iba a


explotar y sentía náuseas.
—¡Joder! —El día anterior se me olvidó tomarme la
pastilla por eso me sentía así.
Me preparé un café y me fui directamente al despacho que
estaba justo al otro lado de la casa. Había mucho papeleo
atrasado de la clínica y mis hermanas estarían a punto de
llamar para pedírmelos.
—¡¡Ringgg!! —Tenía que ser alguna de ellas.
—¿Sí? —Todavía mi voz sonaba adormilada.
—¿Cómo estás cariño? —Menos mal que era Elena.
—Bien, Ele. Prácticamente tengo todo listo, dame solo
unos minutos y te lo mando. —Tenía que correr si quería que
eso de “minutos” fuera verdad.
—Enzo, déjate de minutos. Deberías de tenerlo preparado
ya, desde que no tienes a nadie que te ayude en casa, te estás
atrasando. —La voz de Pilar sonaba de fondo.
—Pilar, tranquila, no es tan urgente. —Elena siempre me
defendía de todo, era como una madre.
Desde la muerte de mis padres cuando yo tenía solo cinco
años y ella dieciocho, se había encargado de mí,
evidentemente habíamos formado un vínculo especial.
Pilar era diferente, ella era más pequeña cuando pasó todo,
tenía quince años y siempre me exigió demasiado hasta el
punto de asfixiarme en alguna ocasión. Quería que sacara las
mejores notas, que fuera el mejor en atletismo, que tocara el
violín perfectamente… cosa que odié siempre. Sé que quiere
lo mejor para mí, pero hay veces que no hemos llegado a
entendernos bien.
—Por cierto… ¿encontraste alguien para trabajar en casa?
—Se volvió a escuchar de fondo.
—Dile que… casi. Estoy en ello. Solo tengo que hacer una
llamada y listo. —Si les hubiera dicho que no, estaba seguro
de que me traerían una ellas mismas.
—Perfecto, llámanos en cuanto lo tengas.
—Sí. —Colgué.
Seguían tratándome como a un niño pequeño, era algo
imposible de evitar, aunque les sacara dos cuartas de altura.
Me llevé toda la mañana rodeado de papeles, facturas,
albaranes… Necesitaba un respiro, pero antes tenía que
mandarle los papeles que necesitaban.
Me desnudé, me puse el bañador y atravesé el gimnasio
hasta llegar a la cristalera que daba a la piscina en la zona
trasera de la casa. Nada mejor que un refrescón para despejar
el cuerpo y la mente.
Tenía un desorden considerado en la casa y eso me
estresaba mucho porque no estaba acostumbrado. No era un
exagerado del orden, pero me gustaba tener cada cosa en su
sitio.
Amalia iba a ser abuela y quería disfrutar de su nieto así
que me avisó nueve meses antes de marcharse, pero hasta que
dejó de venir no me puse a buscar a nadie.
Dejar que entre alguien en tu casa, que abra tus cajones,
vea tus defectos y manías… no es algo que me entusiasme
hacer, pero… había llegado el punto en el que por mucho que
lo intentara se me estaba acumulando el trabajo.
Era viernes, podía llamar a esa chica y hacerle la prueba o
quizás fuera mejor esperar al lunes… ¡Qué demonios! La
llamaría mañana.
CAPÍTULO TRES

—Ring… ring.
¿Quién demonios sería a estas horas de la mañana? Había
llegado de esa mierda de trabajo a las seis y media y eran solo
las nueve. Nadie llama a estas horas un sábado.
Pasé de cogerlo y esperé a que dejara de sonar.
—Ring… ring.
—Mierda… mierda… —Golpeé la almohada con la mano
—.¿De quién es este número? —No tenía grabado el teléfono
en la memoria.
Cuando iba por el quinto tono decidí cogerlo.
—¿Sí? —Mi voz sonaba ronca de tanto gritar la noche
anterior.
—Ehh, Samantha Arias Rojas. —De un bote me senté.
¿Quién demonios me llamaría por mi nombre y apellidos
un sábado por la mañana?
—Sí…, ¿pasa algo? —pregunté asustada.
—No… no, no te asustes, tranquila. Ehh…me llamo Enzo.
—¿Enzo? No sé. —Estaba totalmente perdida.
—Estuviste en mi casa, ayer.
Intenté recordar todo lo que había hecho el día anterior y
me acordé del rubio de ojos azules.
—Ahh… sí… el fuerte. —Escuché una risita al otro lado
del teléfono.
—¿El fuerte? —preguntó riéndose, sorprendido—.
Bueno… sí, el fuerte. ¿Querrías hacer la prueba?
—¿En serio? No me lo digas…, se fueron todas volando
—dije aguantando la risa.
—Ehh… sí, con sus paraguas. —Empezamos a reírnos los
dos.
—Si mal no recuerdo no era lo que buscabas. —Tenía que
hacerme la dura—. Además ya estoy trabajando, empecé ayer.
Se quedó callado y pensé que había colgado, un
sentimiento de arrepentimiento me invadió.
—Hola, ¿sigues ahí? —Sería estúpida.
—Si no te interesa, pues… no te preocupes, seguiré
buscando, gracias. —Su voz se volvió fría.
—Espera, espera. No he dicho que no, quizás me interese,
no sé. —Me vine un poco abajo porque no quería perder esa
oportunidad.
—Ah, bien… no sé, si quieres, vienes y te explico un poco,
después decides si te conviene o no, pero me urge encontrar a
alguien, así que no podré esperar mucho.
—Puedo ir hoy. ¿Te viene bien? —Muy mal tendría que
ser ese trabajo para no dejarlo por el PUB, pero no quería que
lo supiera para jugar mis cartas.
—Perfecto, vente cuando quieras. Estaré aquí.
—Bien, pues nos vemos después.
La despedida fue muy seca, pero estaba deseando ir a
escuchar las condiciones.
No era el trabajo de mis sueños, pero menos lo era el PUB.
Solo pensar en todos esos hombres acercándose a mí me
revolvía el estómago. Si algo tenía claro era que no volvería a
trabajar en ese lugar.
Mandé un mensaje de texto a Hugo y le expliqué que había
encontrado un trabajo mejor, que me perdonara, pero no
volvería. Al segundo me llamó, solo me pedía que por favor
fuera esa noche a trabajar y no lo dejara tirado, era demasiado
precipitado para él, buscar a alguien que pudiera trabajar esa
noche. Después tendría toda la semana para encontrar a
alguien.
Comprendí perfectamente lo que me quería decir y acepté
a regañadientes.
CAPÍTULO CUATRO

Sonó el timbre de la puerta. Intenté buscar unos zapatos sin


conseguirlo, tenía la manía de ir todo el tiempo descalzo por la
casa, así que decidí abrir así.
Miré por el video del telefonillo y no daba crédito, era esa
chica descarada la que llamaba de esa manera y para mi
asombro vestía con ropa deportiva otra vez. Tuve que pararme
a reír antes de abrir. No había visto a nadie tan provocadora en
mucho tiempo.
Se abrió la puerta de fuera y pasó al jardín delantero. Yo
esperaba dentro de la casa intentando ponerme serio antes de
abrir la puerta de la casa.
Por la mirilla la observaba mirar a su alrededor un poco
nerviosa, me costaba reconocerlo, pero me gustaba como le
quedaba esa ropa colorida, le hacía resaltar las curvas de su
cuerpo.
Abrí la puerta y con semblante serio le saludé.
—Hola… ¿Tama…? —Sabía perfectamente su nombre y
apellidos, pero si ella venía provocando, presentándose otra
vez vestida con ropa de deporte, me encontraría.
—Sam. Samantha. —Sus ojos se entrecerraron un poco
desconfiando.
—¿Quieres tomar algo Pam? —Me miró levantando una
ceja y tuve que volverme para que no me viera sonreír.
—Sam, es Sam. —Parecía molesta—. Y…, no, no quiero
nada, gracias.
—Pam, siéntate y te explicaré un poco de qué trata el
trabajo. —Intentaba estar lo más serio posible.
—He dicho Sam —respondió con las dos cejas levantadas.
Se me escapó una sonrisa de culpabilidad y se dio cuenta.
—Me miró asombrado.
—¿Vas a seguir llamándome así a propósito? —Estaba
más relajada y aunque intentaba aguantarse se le escapó una
sonrisa.
—Y tú. ¿Vas a venir a trabajar todos los días así vestida?
—Volví a ponerme serio.
Se quedó un poco descuadrada y se levantó.
—No sé por qué me has llamado, pero si no piensas darme
el trabajo, me lo dices, que tengo muchas cosas que hacer. —
Parecía molesta.
Me vine abajo enseguida, no pensé que le molestaría tanto,
quizás me había pasado un poco.
—Ehh… disculpa, solo bromeaba. —Me sentí realmente
mal.
Metí las manos en los bolsillos, avergonzado y nos
quedamos mirándonos hasta que ella empezó a reírse.
—Tienes que saber con quien bromeas ¿eh…? —Parecía
estar pensando en mi nombre.
—Enzo. Creo que te lo dije por teléfono. —Acerqué la
mano para estrechársela.
—¿Amigos? —Intentaría apaciguar la situación.
Acercó su mano hacia mí y me la estrechó. Una sensación
extraña me atravesó el estómago. Su personalidad fuerte la
contrarrestaba con la suavidad de su piel. Bajé la mirada y la
tenía de gallina, al darse cuenta alejó la mano rápidamente.
—Amigos, ¿eh? —Tensó y bromeó.
Sonreí asumiendo que me lo merecía.
Empecé a mostrarle la casa por la cocina. Era bastante
grande, pero en definitiva como todas las demás, la única
diferencia era una enorme isleta dividida en una zona especial
para cocinar y otra preparada para comer con unas bonitas
sillas plateadas.
Le enseñé el dormitorio que utilizaría ella. Todo era
blanco, muebles, cortina, colcha… podría darle el toque que
ella quisiera el tiempo que estuviera allí.
Abrió un armario y sacó el uniforme de Amalia, con cara
sorprendida.
—¿Tendría que ponérmelo?
—No, es de mi antigua trabajadora, prefería trabajar con
uniforme porque le parecía más cómodo. Tú podrías hacerlo
como te sintieras mejor. Con esa ropa si quieres. —Señalé su
colorida vestimenta.
Bajó la mirada y salió de la habitación, pensativa.
Pasamos por el pasillo y no le comenté nada de la
habitación que estaba cerrada con llave, pero me di cuenta de
que se quedó mirándola.
—Este es mi lugar favorito de la casa. —Dejé que pasara
primero y observé su cara de asombro.
—Guau, es un gimnasio completo, no le falta ningún
detalle. ¿Esa pantalla para qué es? —preguntó con un brillo
especial en los ojos.
—Para conectar con un entrenador personal que contrato a
veces. —No podía dejar de mirar esa cara de sorpresa—. ¿Te
gusta?
—Es impresionante, me encanta el deporte. —Giró la
cabeza hacia mí y me sonrió.
—Podrás usarlo cuando no estés trabajando, el tiempo que
quieras. —Sus ojos se abrieron como platos.
—¿En serio? —La sonrisa atravesó su bello rostro.
Llegamos a la cristalera del fondo y le mostré la piscina.
—También podrás usarla cuando quieras. —Respiraba
agitadamente mientras observaba el exterior.
La agarré del brazo y tiré de ella para que me siguiera. Me
sorprendió mucho lo callada que se mostraba.
Le mostré mi dormitorio y noté un pequeño frunce de
ceño.
—Qué oscuro. —Esos ojos negros me miraron con ternura
—. Deberías darle un toque de color o te deprimirás.
Me intrigaba su silencio, solo me seguía y observaba todo,
minuciosamente.
—Aquí es donde estoy más tiempo. Es mi despacho,
trabajo en casa así que si llegaras a tener problemas estaría
para ayudarte.
Asintió mientras seguía mirándolo todo llena de
curiosidad.
Se sentó en el sofá mientras preparaba un par de cafés en
la cocina.
Me senté a su lado y le expliqué en qué consistía el trabajo.
Había impreso en una hoja lo más importante para que pudiera
llevárselo y pensárselo detenidamente.

OBLIGACIONES.
-Limpieza de la casa.
-Comidas.
-El horario de trabajo será de su elección, pero tendrá que
tener en cuenta los horarios del desayuno,almuerzo…
-Tendrá que dormir todos los días en la casa.
-El sábado podrá irse a las nueve hasta el domingo a la
misma hora.
-Cobrará 1000 euros/mes.
-1 mes de vacaciones.
-Contrato de 40 horas.
—Creo que lo más importante está ahí. Si tienes alguna duda,
te la puedo aclarar ahora —Seguía pensativa.
—No tengo ninguna. —De pronto su cara volvió a ser la
que era, sonriente.
—Espero que no te moleste, pero… me fijé en que has
trabajado de muchas cosas. ¿Cuál es tu oficio, realmente? —
Sus ojos se volvieron más negros aún.
—No tengo oficio exacto, porque dejé de estudiar cuando
mi madre murió. —Hizo una mueca de dolor.
—Lo siento. Mis padres también se murieron cuando yo
era pequeño. —Durante unos segundos nos quedamos
pensativos.
—No te preocupes, está superado. Pero me hizo vivir la
vida un poco alocada, he viajado mucho y he ido trabajando en
lo que me apetecía. Una de las cosas por las que quiero
trabajar aquí, es para conseguir dinero y comprarme un coche
nuevo para dar la vuelta a España.
Sentí una punzada en el corazón al escuchar esas palabras.
Era totalmente opuesta a mí y podía terminar dándome algún
problema, pero eso no hacía que dejara de llamarme la
atención.
—Bueno, pues… me voy, que tengo que trabajar esta
noche. Cuando sepas algo me avisas.
—Claro, claro. —Podría haber quedado hablando con ella,
horas.
Nos levantamos y nos dirigimos hacia la puerta de la casa
hasta que paró en seco.
—Bueno… ¿Puedo hacerle una pregunta?… Lenzo. —
Sonrió—. ¿Qué hay detrás de la puerta que tiene la cerradura?
—soltó de sopetón.
—Enzo, es Enzo. —Sonreí mientras pensaba en qué
responderle, entonces se me ocurrió una idea.
Me fui acercando poco a poco, cada vez más serio,
inconscientemente fue dando marcha atrás hasta chocar contra
la pared, pero eso no hizo que dejara de dirigirme hacia ella
mirándola fijamente a los ojos.
Su cara de confusión me encantaba y no paraba de mirar
de un lado a otro, inquieta, mientras la expresión de su cara era
cada vez más nerviosa. Empezaba a asustarse y por dentro
estaba deseando reírme.
Puse una mano sobre la pared a la altura de su cabeza
mientras no apartaba la vista de sus ojos oscuros brillantes.
—¿Has visto Cincuenta Sombras de Grey? —susurré
acercándome poco a poco a su cara, intentando intimidarla.
Ella asintió con la cabeza mientras su respiración se iba
acelerando por el nerviosismo.
Puse la otra mano en el otro lado y volví a mirarla
fijamente. Después de unos segundos viéndola sufrir un poco,
terminé.
—Pues no tiene nada que ver, tranquila. —Me separé y
sonreí.
—No ha tenido gracia. —Suspiró fuertemente y puso la
mano en el pecho intentando tranquilizarse.
—Ten cuidado con quien bromeas. —Volvió la cara
intentando parecer enfadada, pero por el espejo pude ver como
sonreía.
—Bueno, adiós.
—Adiós.
Tenía una sensación agridulce, una parte de mí quería
saber todo de ella y por otra sentía que no debía contratarla.
Era demasiado joven y diferente a mí. Su forma de vida no
solo no tenía nada que ver con la mía si no que era totalmente
incompatible.
Me llamaba demasiado la atención para arriesgarme, pero
no podía evitar querer estar con ella.
Empecé a darle demasiadas vueltas a la cabeza así que
decidí correr un poco en la cinta para ver si me aclaraba las
ideas y me encontraba mejor. Pero después de una hora
corriendo y ver que no se me pasaba decidí llamar a Patricia.

Una hora después llamaron a la puerta, era ella.


—Hola, guapo, te echaba de menos. ¿Y tú, me echabas de
menos a mí? —Saltó sobre mí rodeándome con sus largas
piernas y empezó a mordisquearme el cuello. Sabía que no me
gustaba que me dieran besos en la boca.
—¿Quieres que te lleve al séptimo cielo? Pues decide
dónde lo hacemos hoy.
Nos desnudamos mutuamente antes de que me sentara en
el sofá. Se le daba genial jugar con su boca sobre mi cuerpo y
galopar sobre mí con fuerza y furia. Estaba llegando al
máximo placer cuando unas imágenes empezaron a pasar por
mi mente exhausta.
—¡¡Sam!! —Fue en lo último en lo que pensé cuando
llegué al éxtasis.
—¿Qué? ¿Has dicho Sam? —dijo Patricia con la voz
entrecortada.
Me levanté aturdido y me dirigí a la ducha, tenía que
pensar.
—¡¡Enzo!! —gritó Patricia mientras observaba como me
iba.
CAPÍTULO CINCO

Salí de la casa lo más estirada que pude sin mirar atrás y antes
de arrancar el coche empecé a reírme. ¿Cómo podía haberme
hecho eso?
Todavía podía sentir el corazón bombeando fuertemente
por la impresión de ver acercar su cuerpo de esa manera y
quedarse a escasos centímetros de mí. Si hubiera sido verdad,
pienso que lo hubiera besado y él se habría dado cuenta porque
no me había quitado.
Me gustaba ese humor, había química entre nosotros, eso
significaba que sería fácil trabajar con él. Quizás demasiado
fácil.
No tenía que pensar en nada, tiré directamente el papel a la
papelera al llegar a casa, solo debía esperar a que él pensara lo
mismo que yo.
Ese día decidí ponerme un sexy traje de tubo negro con
unos tacones, esperaba tener suerte y que Enzo me llamara
para trabajar porque definitivamente no me gustaba ese
trabajo.
Sobre la una de la mañana el PUB estaba lleno, tanto las
mesas como la pista de baile.
—Hola, princesa. —Una voz familiar me susurró en el
oído mientras cogía una botella de la estantería.
—Hola, Leo. ¿Qué haces en la barra? Sal de aquí antes de
que me metas en un lío. —En el fondo me había encantado,
sentir el susurro de sus palabras tan cerca y el calor de sus
manos sobre mis caderas. Llevaba enamorada de él unos dos
años, pero no era algo recíproco.
Leo era el típico rubio de ojos azules, guapo, siempre
arreglado y con olor a perfume. Su mayor virtud era que no
jugaba con las mujeres, las respetaba mucho, sobre todo a mí,
que a pesar de saber que me gustaba siempre intentaba que me
sintiera bien y si salía con alguna chica hacía todo lo posible
para que no lo supiera.
—Estás preciosa hoy y… yo también conozco a Hugo.
Podrías haberme pedido ayuda a mí también. ¿No crees? —
Sabía que estaba loca por él y a veces tiraba demasiado de la
cuerda.
—Sí, lo sé, pero ya no hace falta, estoy a punto de
conseguir un trabajo que me interesa bastante porque pagan
muy bien, solo espero la llamada.
—Y… ¿se puede saber de qué es el trabajo? —En el fondo
no quería decírselo, sentía que era un escalón muy bajo,
pero… lo solté.
—Asistenta interina en casa de un hombre. Ganaré lo
suficiente para poder ahorrar y comprarme un coche para
hacer mi viaje. —Sus ojos se abrieron como platos.
—Samantha… te he dicho muchas veces que tienes que
intentar sacar provecho de tu vida de otra manera. Puedes
estudiar, todavía eres joven y tienes a tu padre que te apoya.
¿No crees que es hora de que sientes un poco la cabeza? —
Sabía que quería lo mejor para mí y se preocupaba realmente,
pero era mi vida y haría lo que quisiera con ella, como había
hecho hasta ahora.
—Leo por favor, sabes como soy. —Lo besé justo en el
momento en el que se movió y mis labios terminaron en la
comisura de su boca.
—Perdón. —Me separé rápidamente.
—No seas tonta, no pasa nada. —Me plantó un pico que
me hicieron temblar las piernas.
Me dirigí hacia los demás. Jimena y Rejina gritaron
cuando me vieron y Alan no paraba de cuchichear a qué había
venido ese pico con Leo.
Carlos se acercó a mí y me preguntó el motivo por el que
dejaba el trabajo y le conté todo lo referido a Enzo. No le
terminaba de convencer el cambio, pensaba que yo era un culo
inquieto que no estaba más de tres meses seguidos en ningún
trabajo y en ningún sitio y que no creía que ese tipo de trabajo,
donde tenía que estar tantas horas seguidas, fuera una buena
opción.
Realmente lo veía preocupado e intenté quitarle
importancia diciéndole que todavía no me había llamado que
quizás ni lo hiciera.
Después de llevar una hora más o menos en el local,
consiguieron sentarse en una mesa. Me pidieron una cachimba
para que pudiese salir un poco de la barra y desconectara de
los típicos borrachos que me comían con la mirada.
Justo antes de volver, Hugo me dijo que habían vomitado
en el cuarto de baño de hombres y que, ya que estaba fuera,
me acercara a limpiarlo.
Volví a por la fregona y me dirigí al lugar. Acababa de
terminar de recoger cuando sentí unas manos en la cintura. El
corazón se me aceleró.
¿Leo? Pensé mientras sentía su aliento en mi cuello.
Las piernas empezaban a flaquearme, ese beso quizás
había significado algo para él.
Sus manos fueron bajando lentamente sobre mis caderas
hasta llegar al bajo de mi vestido. Mi pecho subía y bajaba
acelerado.
Agarró el vestido y empezó a subírmelo mientras me
besaba el cuello.
—¿Qué haces, Leo? ¿Estás loco? —Miré hacia atrás,
dispuesta a pararle los pies, ni era el momento ni el lugar.
—¿Leo? No guapa no soy ese Leo, pero no me puedes
decir que no te estaba gustando. —Era uno de los hombres que
había estado intentando ligar conmigo en la barra.
De un empujón me lo quité de encima, pero él se volvió
hacia mí con más fuerza.
—¡¡Suéltame!! —Un sentimiento de angustia atravesaba
mi estómago.
Nadie me escuchaba con el ruido de la música y él
consiguió arrastrarme hacia el cuarto de la limpieza.
—¡Suéltala, hijo de puta! —Un chico de mi edad lo agarró
por los pelos, lo tiró al suelo y le propinó un puñetazo.
Caí hacia atrás bruscamente golpeándome la espalda
contra la pared mientras observaba asustada como ese hombre
intentaba agredir al chico sin conseguirlo.
—¡Basta! —grité, aterrorizada.
Intenté levantarme y separarlos, pero gritó que me apartara
y así lo hice, no quería causarle más problemas.
Pensé en salir y pedir ayuda, me sentía impotente, pero se
peleaban justo en el paso hacia la salida. Finalmente me quedé
agazapada en un rincón a esperar ansiosa a que terminara todo.
Estaba avergonzada y empecé a llorar.
El chico se acercó a mí y me preguntó cómo estaba.
Agradecí enormemente su protección en ese momento y su
forma preocupada de mirarme.
—Gracias…, gracias. —Su mirada de compasión me
relajó.
Ese hombre se había esfumado y el chico quiso ir a
buscarlo, pero le dije que por favor lo dejara. Necesitaba
olvidar todo e irme a casa de inmediato, no podía estar ni un
minuto más en aquel sitio.
—Soy Dany. ¿Quieres que busque a alguien? —Me ayudó
a levantarme y me dio papel para que me secara las lágrimas
—. ¿Seguro estás bien?
—Gracias, Dany, estoy bien. ¿Puedes acompañarme con
mis amigos por favor? —supliqué con la mirada.
—Por supuesto. —Me agarró por la cintura y el brazo y
me acompañó a la sala.
Mis amigos, al verme la cara con el rímel corrido y
demacrada, corrieron hacia mí.
Dany les contó todo lo que había pasado.
—Bueno, si no me necesitas me voy, espero verte otro día
en otras circunstancias. ¿Cómo te llamabas? —Su mirada de
compasión me reconfortaba, le estaría eternamente agradecida.
—Me llamo Samantha, Sam. Gracias por todo. —Me
apretó el brazo, sonrió y se marchó.
Todo lo que envolvía ese lugar me parecía horroroso, el
olor el humo, la sensación…, tenía que salir de allí.
—Me quiero ir a casa —sollocé.
—Pues claro preciosa. —Me abrazó Alan, fuertemente.
—Yo la acercaré —dijo Leo mientras me agarraba. Estaba
enfurecido.
—Le contaré a Hugo lo ocurrido, vete tranquila —comentó
Carlos mientras me besaba en la frente.
Las chicas estaban en shock por lo ocurrido, no tenían
palabras.
—¿Quieres que te acompañemos nosotras también, Sam?
—preguntaron al unísono.
—No, dejadla tranquila. Hablaré un poco con ella —les
respondió.
Nos montamos en el coche y durante todo el trayecto fui
con la mirada perdida, no solo había dejado que ese hombre
me tocara, sino que había pensado que el chico que me
gustaba se fijaba en mí sin ser así.
Al llegar a casa, Leo aparcó el coche en la puerta y se
quitó el cinturón.
—¿Cómo te encuentras? —Pellizcó mi mejilla y sonrió—.
¿Qué pasó exactamente? Cuando sepa quién es ese hijo de
puta lo mataré —su voz sonó enfurecida.
—Estoy mejor ahora que he salido de allí —Suspiré.
Agarró mi mano y la acarició dulcemente.
—Dejé que me tocara Leo —le dije mientras veía como
sus ojos se abrían como platos.
—¿Cómo? —Estaba sorprendido por mi confesión.
—Que dejé que me tocara porque pensaba que eras tú. —
No podía mirarlo a los ojos y empecé a jugar con el bolso.
—Sam…, yo… lo siento mucho, pero sabes que… —No
quería comprometerlo porque era mi amigo y sabía que no
quería hacerme daño.
—No te preocupes Leo, lo sé. —Lo miré a los ojos y me
bajé del coche. —Gracias por traerme. —Asomé la cabeza por
la ventanilla y salí corriendo hacia la casa.
Conocía esa sensación, mi cuerpo me pedía cambiar de
aires y salir de allí. La única esperanza que tenía en ese
momento, era conseguir el trabajo con el fuerte.

Durante la semana fui olvidando lo ocurrido en el PUB,


aunque mis amigos no paraban de recordármelo llamando cada
dos por tres para ver cómo me encontraba.
Pasaron los días y Enzo no me llamaba. Quizás había
encontrado a otra persona más apta para el trabajo, por
ejemplo, una de cincuenta que no se pareciera a Mary Poppins.
Esperé, esperé y esperé.
El jueves por la noche pensé que quizás no había
aprovechado la segunda oportunidad que me dio, quizás él
pensaba que fuera vestida con otra vestimenta o me
comportara diferente así que se me ocurrió algo.
El domingo, en cuanto me levanté pensé en ponerme algo
totalmente diferente y acercarme a su casa. Algo serio, pero lo
más serio que tenía era el traje negro de tubo, quizás fuera
demasiado arreglado, pero… lo intentaría, lo importante era
causar una sensación totalmente diferente.
Con el traje, las sandalias, levemente maquillada y con mi
pelo suelto me monté en el coche y me dispuse a acercarme a
su casa.
CAPÍTULO SEIS

Esa semana había sido terrible. Pensaba que estaba mejor, pero
esa crisis me había puesto los pies en el suelo, había vuelto a
dejar todo un poco abandonado y ahora tendría que volver a
recuperar todo el trabajo atrasado.
Vestido solo con mi pantalón corto y viejo de chándal, me
puse a recoger un poco la casa ahora que estaba mejor.
Sonó el timbre de la puerta y me sobresalté, no esperaba a
nadie y corrí al telefonillo, no me apetecía visitas, todavía.
—¡Mierda! —Al correr me clavé un trozo de cristal de un
vaso que se rompió hacía un par de días. No se me daba bien
barrer, era un hecho y el no utilizar zapatillas de casa casi
nunca, no ayudaba.
Una chica muy arreglada se encontraba en la puerta.
¿Quién demonios sería? Decidí preguntar antes de abrir.
—¿Sí? —pregunté intrigado.
—Hola, Enzo. ¿Cómo estás? —esa voz me era familiar
pero no conseguía saber de quién era.
—¿Te conozco? —pregunté lleno de curiosidad.
—Ehh… sí, soy Samantha. —En ese momento titubeó un
poco.
—¿Samantha, la chica de la ropa deportiva de colores? —
No podía creerlo, esa chica no paraba de sorprenderme.
—Ehh… sí, la misma…, bueno, no la misma, si me deja
entrar se lo explicaré. —Parecía insegura, cosa que me
extrañó.
—Un momento. —De pronto volvió a sacarme una
sonrisa.
Abrí desde dentro y esperé que llamara a la puerta de la
casa para abrirle.
Intenté ponerme serio antes de que la cruzara, solo ella
podía hacer estas locuras sin parecer una loca. Estaba
expectante por saber el motivo por el que había venido así
vestida.
—Hola, Enzo.
—Hola, Sam. Dime, ¿qué es lo que quieres? —pregunté
pausadamente.
—He pensado en la forma en la que vine a hacer las
entrevistas, me he dado cuenta de que posiblemente no me
tomaras en serio y que por eso no me has llamado. Quiero
pedirte perdón porque creo que a lo mejor sentiste que te falté
el respeto esos días. No sé si tienes a alguien ya. —Miró a su
alrededor y al ver todo desordenado volvió a mirarme—.
Quizás no la tengas todavía, por lo que veo. Bueno, solo me
gustaría que me dieras una oportunidad, por favor. Te prometo
que esta vez no te defraudaré.
Sentí un pellizco extraño en el estómago al escuchar que
pensaba que me había defraudado, pero no podía expresar en
ese momento nada, solo podía ver lo nerviosa que se estaba
poniendo al no escuchar nada de mí.
—¿Y bien? —Cada vez parecía más incómoda—. ¿Me vas
a decir algo? —Estaba preciosa con ese vestido y me tenía
hipnotizado con su belleza.
—Sam —dije con voz seca.
—¿Sí? —preguntó expectante.
—Me has decepcionado de verdad.
Sus ojos se cerraron fuertemente y en su rostro asomó un
gesto de dolor.
—Lo siento, ha sido mala idea presentarme así. —Bajó
rápidamente los escalones que daban de la casa al césped y
corrí tras ella.
—¿Dónde vas? —pregunté extrañado, siempre había
bromeado.
Se volvió al escuchar mis palabras y vi como sus ojos
estaban rojos y brillantes.
—Lo siento, he tenido una semana de mierda, el sábado
intentaron pasarse conmigo, el chico que me gusta pasa de mí,
durante días he esperado tu llamada y he venido a pedirte
perdón, aunque no me dieras el trabajo podrías haberme
perdonado o tratado de otra manera.
Me sentí fatal, solo bromeaba con ella, no quería hacerle
daño ni mucho menos.
—Creo que no me has entendido, Sam. Deja que termine
de hablar. —La miraba y solo pensaba en abrazarla y
protegerla—. Solo quería decirte que me habías decepcionado
por venir vestida así, hoy.
Sus ojos me miraron y una sonrisa, como un rayo de sol
para mis ojos, apareció.
—Siento mucho lo que te ha pasado y si te reconforta, yo
también he tenido una semana de mierda. No quería hacerte
sentir mal, ni mucho menos. No te había llamado estos días
por eso.
Alargué la mano y tras pensárselo dos veces me la
estrechó.
—Qué vergüenza, haga lo que haga termino liándola. —
Bajó la cabeza, avergonzada, algo raro en ella ya que tenía
bastante carácter.
Corrí hacia dentro, cogí unas servilletas de la cocina y bajé
tan rápido como pude. Sus ojos se pararon en mis pectorales
cuando me acerqué a ella para dárselas y un escalofrío me
recorrió el cuerpo.
—Sécate las lágrimas.
—Gracias. —Mientras se limpiaba observaba horrorizada
la servilleta negra del rímel, no quise decírselo para no
avergonzarla, pero me parecía preciosa así.
—Cuando te he dicho que me has decepcionado con la
ropa, no quería decir que esta te queda mal. Estás
impresionante con ella, pero… reconozco que tenías algo
especial con la otra.
Sus mejillas se ruborizaron y eso me sorprendió, tenía que
estar realmente mal porque parecía otra persona, insegura y
tímida.
—¿Tienes ahí tus cosas? —pregunté sonriéndole.
—¿Cómo? ¿Mis cosas? —Frunció el ceño.
—Sí, claro, si vas a vivir aquí tendrás que traer tus cosas
¿no? Ya has visto la casa. Voy a tener que ayudarte para poner
orden aquí. —Intenté ponerme serio, pero al ver su cara
alegrándose por segundos, me hizo sonreír.
—Gracias, gracias. —Saltó sobre mí y me abrazó.
Bajé la mirada, sorprendido y al ver mis ojos clavándose
en ella me soltó avergonzada.
—Lo siento, lo siento, intentaré no ser tan impulsiva,
pero… necesitaba algo bueno, por fin, muchas gracias.
Después de marcharse, empecé a recoger todo mientras
esperaba su llegada, no quería que su primer día tuviera tanto
trabajo por mi dejadez de esa semana. Además, estaba
curiosamente muy animado. Parecía que las nubes negras
estaban desapareciendo.
Llegó con el vestido puesto, pero en zapatillas, según ella
no quería perder el tiempo en cambiarse, ya lo haría allí.

Los primeros días trabajaba en silencio, como había mucha


limpieza atrasada decidí que pediríamos comida para llevar
hasta que quedara todo listo, no quería que se agobiara y
tampoco suponía un problema para mí, pero comíamos cada
uno a una hora diferente, ella estaba liada con la limpieza y yo
con los papeles atrasados en el despacho de la clínica.
Cada vez que me cruzaba con ella, la miraba
disimuladamente. Esa chica tenía algo especial, tenía vida,
tenía alegría, algo que le faltaba a la mía últimamente.
—¡Buenos días, jefe! —Su ánimo se contagiaba. Había
preparado el desayuno perfectamente, como los días
anteriores.
—No me llames jefe, por favor —le reprendí—. ¿Cómo
llevas la limpieza?
—La llevo genial, casi he terminado, hoy podré hacer la
comida yo —dijo entusiasmada—. ¿Quieres algo especial?
—Unas lentejas. ¿Te parece bien? —No pude descifrar los
gestos de su rostro.
—Claro. Perfecto.
—Me gustan los colores de tu ropa, Sam. —Intenté
buscarla.
—Son colores de unicornios —contestó—. Me gustan
mucho los unicornios.
—¿Por qué te gustan tanto los colores? ¿Siempre has sido
así?
—No sé, nunca lo he pensado. Creo que sí, o no…, no sé.
—Su cara de duda me parecía adorable.
—¿Has desayunado ya, Sam? —Estaba deseando que
dijera que no.
—Sí —asintió.
—De acuerdo, puedes seguir entonces con la limpieza, que
yo quito la mesa, no te preocupes.
—Gracias. —Se fue, pero a mitad de camino se volvió—.
Gracias por el trabajo, Enzo. Necesitaba un respiro en mi vida.
Le sonreí y seguí desayunando.
Antes de comer me di un baño en la piscina para relajarme
un poco y poder hacer algunos largos. Llevaba prácticamente 4
días metido en la oficina y no había hecho otra cosa.
Salí y me encontré a Sam allí, esperándome con una toalla.
—¿No te has metido todavía, Sam? —Si lo hubiese hecho
la habría escuchado.
Negó con la cabeza y cuando estaba cerca de ella me dio la
toalla. Nuestros dedos se rozaron y sentí un cosquilleo.
Eso no era bueno, era muy joven y cada vez la veía más
guapa y atractiva con esa ropa y esa sonrisa permanente en la
cara.
—Ya tengo la comida preparada, Enzo. —Parecía
ilusionada.
—Perfecto, pues me cambio y voy. —Me dirigí hacia mi
cuarto mientras observaba el movimiento de caderas de Sam.
Tenía que intentar dejar de pensar en ella.
La mesa estaba preparada perfectamente, con mi botella de
agua fresca, mi pan y las lentejas, tenían una pinta muy buena.
Di una cucharada al plato y las probé.
—¡Dios! No puede ser… Sam. ¿Puedes venir?
Llegó en un santiamén, con cara de expectación y como
no, sonriendo.
—¿Has comido ya? —le pregunté.
—No —respondió.
—Pues come conmigo, es una tontería que lo hagamos
cada uno a una hora si solo estamos los dos. —Parecía
sorprendida.
Se sirvió un plato y se sentó frente a mí. Parecía
avergonzada. Mientras cogía una cucharada del plato no dejé
de mirarla y ella empezaba a sentirse observada. Se la metió
en la boca he hizo un gesto de sorpresa.
—¡Esto es una piedra! —Me miró apurada.
—Sam, ¿cuántas veces has hecho lentejas? Sé sincera —
supliqué aguantando la risa.
—¿Contando esta? —asentí—. Creo que… Ninguna.
Negué con la cabeza y empecé a reírme.
—En cuanto he pensado en tu currículum, me he dado
cuenta de que serías capaz de intentar trabajar aquí sin
experiencia.
—Te juro que lo haré mejor, ya sé que tiene que estar más
tiempo —rechinó los dientes avergonzada—. En un momento
las pongo en la olla más tiempo y se pondrán blandas.
Mientras me hablaba de la comida, cogí el móvil para
llamar a una pizzería.
—De pollo, pimiento y doble de queso. —Tapé el auricular
—. ¿Te gustan así o quieres otra cosa?
Se tapó la cara apurada y me hizo una señal con el pulgar
hacia arriba.
En cuanto colgué pude ver como estaba aguantando la risa.
—Te juro que me lo tomo en serio, pero…, no entiendo
qué ha pasado.
—No te preocupes, solo es comida, hay cosas más
importantes por las que preocuparse. Pero…, la próxima vez te
las hago comer —reímos los dos.
Mientras esperábamos que las pizzas llegaran decidí
preguntarle un par de cosas, pero ella se me adelantó.
—He estado pensando en la pregunta que me hiciste. —
Parecía tranquila mientras me hablaba.
—¿Qué pregunta? —No sabía a qué se refería.
—¿Que por qué me gustan los colores? Nunca me había
puesto a pensarlo y creo que lo sé.
Solo fue un comentario, pero veo que a ella le hizo pensar.
—Creo que visto así… desde la muerte de mi madre. Ayer
estuve viendo fotos y me di cuenta de que a partir de ahí mi
gusto por la ropa cambió. Nunca había imaginado que tuviera
un motivo especial.
—Y… ¿por qué crees que puede ser? —Me encantaba
escuchar su voz tranquila y ver su rostro pensativo.
—No sé. ¿Tú que crees? ¿Alguna teoría? —bromeó.
—Quizás los colores te animaron en ese momento tan
triste. Podría ser tu manera de escapar de la tristeza, que
solemos ver negra y deprimente.
—¿Cómo tu cuarto? —Me guiñó el ojo para que viera que
era una broma.
—Al final harás que lo termine cambiando. —Sonreí.
Mientras comíamos estuvimos hablando de muchas cosas.
Me contó que tenía quince años cuando murió su madre, que
su padre había sido un padre ejemplar todo este tiempo y que
no había conseguido durante esos últimos diez años estar
mucho tiempo en un sitio, que cuando se le unían varios
problemas por insignificantes que fueran, en su mente se
pulsaba un botón que le hacía huir y que nunca lo había
podido cambiar en todo ese tiempo.
—Ese es el motivo por el que querías entrar aquí a trabajar,
supongo. —Se sintió un poco avergonzada y asintió—.
Entonces… no cuento contigo para trabajar durante un largo
periodo. —Sentí como ese pensamiento me oscurecía la
mirada.
—Espero que sí. Necesito el coche. —Sus ojos querían
creer lo que decía, pero ni ella misma lo sabía—. ¿Me vas a
echar por eso? —Una sonrisa picarona, pero a la vez dudosa
surcó su rostro.
—No, no te preocupes. Si te echo será porque me vuelvas
a hacer esas lentejas. —Empezamos a reírnos los dos.
Sin darme cuenta me quedé embelesado viendo su alegría
desbordada mientras reía y al ver que se dio cuenta me levanté
de repente, avergonzado.
—Bueno, ha sido divertido, Sam. Te ayudaré a quitar la
mesa.
—No. —Intentó coger los vasos antes que yo y nuestros
cuerpos se acercaron demasiado, tanto que al rozar nuestros
brazos una mini descarga eléctrica se propagó entre nosotros,
haciendo que soltáramos los dos a la vez los vasos. Se separó
rápidamente y se quedó mirando.
—Si me vas a electrocutar, dejaré que me ayudes. —
Volvió esa sonrisa picarona a su cara.

Al irme a la cama solo podía pensar en ella. Esa charla


distendida entre los dos, abriéndose ella a mí y contándome
sus problemas y sus curiosidades. Cada vez me sentía más
unido y más lejos de ella a la vez. Mientras nuestro
acercamiento iba cada vez a más, todo lo que me contaba y su
forma de ser hacía que supiera que debía alejarme de ella
porque éramos almas incompatibles totalmente. Pero…
¿cómo? Sabía que me costaría porque cada minuto que pasaba
cerca de ella se adentraba más y más en mí.
Sobre las tres de la mañana me desperté y no pude dormir
más. La cabeza no paraba de darme vueltas y más vueltas. No
recordaba lo que era sentir todo aquello de nuevo y estaba
asustado.
Después de mucho pensar, cogí un folio y escribí una
carta, era la única forma que se me ocurrió para poder estar
cerca de ella y lejos a la vez, es decir, levantar una muralla
entre nosotros, pero con una puerta. Sabía que podía perderla
dando este paso, pero…, tenía que arriesgarme.
La guardé en un sobre y la metí bajo la almohada. Una de
las normas era que de mi cuarto me encargaba yo, no quería
que viera determinadas cosas personales. El día que viera
oportuno se la daría y…, cruzaría los dedos.
CAPÍTULO SIETE

Me levanté ilusionada por desayunar con él. Aunque me


costaba reconocerlo, tenía un gusanillo en el estómago cuando
estaba cerca de mí y eso me gustaba. Me encantaba la forma
que teníamos de picarnos mutuamente, era divertido, trabajar
allí me resultaba ameno y despertaba en mi interior algo que
no era capaz de ponerle nombre todavía.
Llegué a la cocina y me sorprendió verlo allí.
—He preparado yo el desayuno, hoy tengo mucho trabajo
y me he levantado antes. Aquí te he dejado el tuyo.
Sentí un pellizco en el estómago, de decepción. Creo que
se me notó en la cara porque me preguntó si me ocurría algo,
evidentemente le dije que no, que solo estaba dormida.
—Hoy saldré a comer más tarde, no tienes que esperarme.
—Me regaló una perfecta sonrisa y se marchó con el café.
A la una de la tarde tenía todo recogido y preparé una
comida fácil que miré por Internet. No tenía nada que hacer y
no me atreví a ir al gimnasio ni a la piscina, no tenía tanta
confianza aún.
Paseé por el salón y me acerqué a la única fotografía que
había en toda la casa. Eran dos señoras y él. Serían familiares,
seguramente.
Observé su figura, ya que en persona no me atrevía a ser
tan descarada…, por ahora. Era espectacular, seguro que tenía
a todas las chicas a sus pies.
Sus ojos eran de un azul precioso y tenían un brillo
especial, sus dientes blancos y relucientes, su expresión con
esas arruguitas…, pero sobre todo me encantaba ver su
sonrisa. ¿Dios mío? Pero… ¿Que estaba diciendo? Una cosa
era verlo guapo y parecerme divertido y otra que empezara a
gustarme mi jefe. Qué locura.
Quizás pudiera llevarle algún picoteo para que aguantara
hasta la hora de comer. Hacía tanto que había desayunado, que
estaría muerto de hambre y así podría hablar un poco con él.
Abrí el frigorífico y no se me ocurrió nada, así que me
acerqué a la tienda de un salto.
Llegué y preparé todo en una bandeja y me dirigí a su
despacho. Solo esperaba que no le sentara mal.
Llamé mientras agarraba la bandeja con una mano, las
piernas me temblaban y me sentía un poco insegura, aunque
por supuesto lo disimularía.
—¡Entra! —dijo en voz alta.
Abrí la puerta y me impactó ver su cara de sorpresa.
—Hola, he pensado que… tendrás hambre así que… te he
traído un picoteo. —Sonreí y me acerqué a él.
Retiró la silla de la mesa y se quitó las gafas mientras
miraba asombrado la bandeja.
—Chorizo… queso… picos y cerveza. —Levantó la
mirada hacia mí y volvió esa sonrisa picarona. —Picoteo de
albañil, muy bien. Me gusta.
Miré el plato y caí en la cuenta de que tenía razón. Me
entró la risa.
—¿Qué te solía traer… la mujer que trabajaba antes? —
pregunté.
—Nada. Me gusta este detalle. —Nuestras miradas se
encontraron y dejé de sonreír, avergonzada—. Pero… no bebo
alcohol.
—¿No bebes entre semana?
—No, no bebo nunca —contestó serio.
—¿Ni cuando sales? —Me di cuenta de que se sintió
incómodo y cambié de tema—. Seguro que es por el deporte.
—Le guiñé.
—¿Quieres quedarte mientras descanso? —preguntó
tranquilo.
—No quiero molestarte —dije apurada.
—No me molestas. —Podía perderme en esa mirada.
—Tómate tú la cerveza. —La cogió y me la dio.
La agarré y me senté en la gran mesa del despacho, frente
a él.
—¿Qué edad tienes, Enzo? —Pareció incomodarle la
pregunta—. Yo, veinticinco.
—Lo sé, Sam. —Por un momento el corazón se me paró
—. Lo ponía en el e-mail que me mandaste y, creo recordar
que también me lo dijiste. —Me decepcionó esa respuesta—.
¿Qué edad crees que tengo?
—No sé…, treinta y… dos. —Prefería no llegar, que
pasarme, aunque estaba deseando que me dijera que sí.
—Ehh… no, pero me halaga que pienses eso. —Sonrió un
poco.
Yo iba dando pequeños sorbos a la cerveza porque
realmente no me apetecía, pero quería quedarme allí.
—Bueno… da igual… es una tontería de pregunta. —No
quise comprometerlo más.
—¿Te da miedo saber mi edad?
—¿Qué? No… ¿por qué me iba a dar miedo? —Quizás se
me había notado en la cara.
—¿Quién es ese chico que te dio calabazas? —Cambió de
tema.
—Leo. —Bajé la mirada—. Un amigo, para colmo de
males.
—Tiene que estar mal de la cabeza para no querer nada
contigo. —Cerró sutilmente los ojos mientras me decía eso y
yo me quedé paralizada.
—Sí…, claro. —Quité importancia al comentario—. ¿Y
tú? ¿Tienes pareja?
—No, ni la tendré. —Sentí una pequeña punzada en el
corazón.
Acercó la silla a la mesa y se puso las gafas.
—Eres de ese tipo de chico duro que no se enamora bla,
bla. —Intenté buscarlo un poco para cortar la tensión.
—No, no soy de esos chicos. Pero… no solo existe ese
motivo. —Entrelazó sus manos encima de la mesa—. Quizás
nadie se merezca estar conmigo o… yo no me merezca
enamorarme. —Sonrió y me hizo dudar de si lo que decía era
verdad o se estaba quedando conmigo.
¿Quería decir eso que sí se enamoraba? La curiosidad me
estaba matando y cada vez sentía más atracción por ese
hombre.
—No bebes cerveza…, no te enamoras…, con esas gafitas
de intelectual… —Bromeé.
Sonrió mientras se mordía el labio inferior dando la
impresión de estar enfadado.
—Deja de buscarme y bébetela ya, que me está
apeteciendo.
—Pues toma un poco. Cógela. —Acerqué el vaso a su cara
tentándolo.
—Vale —respondió.
Se levantó a pesar de estar cerca del vaso y se puso frente a
mí. Empecé a sentir como el corazón se me aceleraba poco a
poco. No dejaba de mirarme a los ojos fijamente y aparté los
míos nerviosa, pero en ese momento agarró mi mentón, lo
elevó y me besó.
Cerré los ojos dejándome llevar a otro universo, sólo
podría sentir la suavidad de sus labios y la humedad de su
boca jugando con la mía. La dulzura con la que lo hizo me
sumió en un sueño del que no quería despertar.
Se apartó y abrí los ojos. Saboreó sus labios con la lengua
y sonrió.
—No recordaba el sabor de la cerveza tan bueno. —Se
comportaba como si no hubiera pasado nada e intenté
reaccionar rápidamente, aunque todavía no había salido del
shock.
—Venga gafitas, te dejo trabajar, a ver si vas a terminar
enamorado de mí. —No podía quedar como una tonta, tenía
que quedar por encima de él.
No volví a mirarlo a la cara, pero podía sentir como se
estaba riendo y cuando abrí la puerta escuché de fondo.
—Treinta y seis. —Sonreí sin que me viera—. Por cierto,
puedes llevarte la bandeja, por favor.
Cerré los ojos y pasé la lengua por mis dientes superiores.
Me di la vuelta y la recogí.
—¿Desea algo más, el señor? —bromeé.
—¿Seguro que quieres hacerme esa pregunta? —Puse los
ojos en blanco.
—No, mejor no.
—Oh… qué lástima —respondió mientras se sumergía
pícaro en sus papeles.

Todavía no sé cómo llegué a mi dormitorio porque me


temblaba todo el cuerpo. Necesitaba esconderme de alguna
manera así que me acosté boca abajo y me puse la almohada
sobre la cabeza.
Estaba acostumbrada a ser demasiado descarada y la gente
se asustaba de mí, pero aquí era diferente, aunque lo intentara,
ganaba él.
Solo pensando en el beso me sentía feliz, estaba
ilusionada, no pensaba que un trabajo limpiando me llenaría
tanto, y solo habían pasado unos días.
Me di cuenta de que estaba deseando volver a verlo,
esperaría para comer con él, pero sobre las cuatro y media no
pude aguantar más y almorcé.
No salió de la habitación durante todo el día. A las seis me
acerqué y desde fuera le pregunté si le preparaba la comida,
pero solo escuché una negación por respuesta.
Empecé a sentirme mal. ¿Se había arrepentido del beso?
Me gustó, pero sé que lo había hecho como una broma. Quizás
se arrepintiera de decirme la edad, pero… ya no lo veía tan
mayor como antes.
—¡Dios! —Lo único que me faltaba era olvidar a Leo y
pillarme por mi jefe, no sabía que sería peor.
Terminé acostándome sin llegar a verlo. No paraba de
darle vueltas a la cabeza con la sensación de haber hecho algo
mal, pero… ¿qué? Y… ¿por qué diría eso de que no se
enamoraba pero que sí era de enamorarse? No entendía nada.
Cuando llevaba una media hora en la cama, escuché un
ruido en la cocina. Estaba preparándose algo de comer. Parecía
haber esperado a que me acostara para salir. ¿Y si no quería
cruzarse conmigo?
Durante un momento dudé, pero luego pensé que, si no
estaba enfadada yo con el beso, por qué lo iba a estar él y salí
de la habitación sigilosamente.
Lo vi sentado en la mesa, de espaldas a mí, solo con un
pantalón de pijama que le caía perfectamente por la cintura
mientras se le marcaban todos los músculos de la espalda al
moverse mientras comía y bebía un vaso de agua de un trago.
Me acerqué por atrás, despacio, sin hacer ruido y llegué
hasta donde estaba. No podía permitir que estuviera incómodo
conmigo, tenía que arreglarlo.
CAPÍTULO OCHO

No debí besarla, ni siquiera bromeando como lo hice. Todavía


no sé cómo fui capaz de hacerlo, jugué con fuego y me quemé,
y bien que me quemé porque no pude volver a concentrarme
en el trabajo en todo el día.
No había salido hasta que no escuché como se acostaba y
aun así esperé un rato para asegurarme de que estuviera
dormida.
La cena estaba realmente buena, seguro que se había
esforzado.
Me quedé por un momento pensativo y dejé caer los codos
en la mesa mientras me tapaba el rostro con las manos.
¿Cómo la miraría a la cara mañana? Bromeando, no había
otra forma.
Sentí un tirón de pelo que me hizo dejar los pensamientos
y volverme sobresaltado.
—¿Y las gafas de empollón? —preguntó mientras me
miraba intentando parecer enfadada.
—¿Y la cerveza? —¡Dios! ¿Por qué había dicho eso?
—En la nevera. —Fue rápida y me hizo sonreír.
Parecía que todo iba bien, no parecía molesta por el beso y
eso, no sabía hasta qué punto era bueno.
—¿Te he despertado? —Hice una señal para que se sentara
en la silla que estaba junto a mí.
—No. Estaba mensajeándome con mis amigos cuando te
he escuchado. ¿No crees que trabajas demasiado?
—Bueno… solo es hoy. —Me costaba mentir—. ¿Sam?
—Me das miedo cuando me preguntas así. —Entrecerró
los ojos.
—La comida estaba muy buena —dije sinceramente.
—Vaya, gracias. Me alegro de que te haya gustado. —
Parecía contenta con lo que le había dicho.
Definitivamente, me gustaba esa chica. La manera que
tenía de preocuparse por mí sin que se notara mucho, me hacía
sentir bien.
Me quedé por un momento mirando al horizonte pensando
en lo difícil que sería vivir con ella y reprimir la atracción que
sentía sobre todo después de probar sus labios carnosos.
Pronto explotaría.
—Ahh… —Sentí un leve dolor en la frente. Me había
tirado un trozo de pan.
—Despierta, que te duermes. —Su mirada juguetona me
animó.
Cogí otro trozo de pan y se lo tiré también, abrió la boca
sorprendida y cogió la barra entera. Me levanté e intenté
alcanzarla para quitársela, pero dio la vuelta a la isla,
sonriendo.
Corrí hacia la izquierda y cuando no se dio cuenta cambié
de sentido atrapándola por los brazos.
No paraba de reírse mientras forcejeaba conmigo. Su
alegría, definitivamente era contagiosa.
—¿No crees que eres demasiado mayor para este juego?
—Me paralizó ese comentario y la solté.
Quizás debería haber disimulado más, pero me sentí
ridículo en ese momento.
—Bueno… ya es tarde, me voy a la cama —dije mientras
recogía el pan del suelo. —Adiós.
—Sabes que estaba de broma. ¿No? Hey…, Enzo. —
Corrió hacia mí y se paró delante.
—No pasa nada, estoy bromeando —le dije mientras sus
ojos me miraron incrédulos.
—Vale, entonces no hace falta que te diga que con lo
guapo que eres, a nadie le importaría tu edad. ¿No? —Tiró de
mi camiseta para que la mirara.
—Entonces te pareceré muy feo por lo que veo. —Cerró
los ojos levemente confundida—. Me preguntaste la edad esta
mañana.
—Ahh… ya…, sí…, pero, eso es solo porque soy muy
curiosa. —Me guiñó el ojo y se fue. —Buenas noches, Enzo.
—Buenas noches, Sam.
Qué demonios tenía esa chica que me estaba volviendo
loco con sus bromas descaradas y su alegría arrolladora.
Al día siguiente todo seguía normal. Durante el almuerzo
estuvimos hablando de una forma más tranquila, sin bromas
picantes. Daba igual lo que contara, podía estar escuchándola
horas y horas.
Le ayudé a recoger la mesa a pesar de su negativa, cuanto
más tiempo estaba junto a ella, mejor me sentía, necesitaba la
dosis diaria de su compañía y eso no era bueno.
Esa tarde trabajé un poco, así que entré en el gimnasio más
tarde que de costumbre. Hice un poco de cinta para entrar en
calor y cogí las pesas para hacer un poco de brazos. Era un día
de mayo bastante caluroso así que me quité la camiseta y me
quedé solo con el pantalón.
—Perdón. —Escuché mientras bajaba con las pesas.
Miré hacia la puerta y no estaba Samantha, pero juraría
haberla escuchado. Me dirigí hacia la entrada y me la encontré
marchándose.
—¿Querías algo Sam? —Estaba fantástica con unos
pantalones cortos negros, una camiseta rosa chicle con los
huecos grandes y un short debajo a conjunto.
—No, nada. Volveré después, no te preocupes. —Volvió a
girarse.
—¿Pensabas hacer deporte? —pregunté con curiosidad
puesto que todavía no había usado el gimnasio y sin embargo
sabía que le gustaba correr.
—Bueno, sí, pero adelantaré otra cosa mientras.
—¿Mientras qué? ¿Necesitas exclusividad o crees que no
estarás a mi altura aquí? —Sus ojos me miraron con una
maldad exquisita.
—No me tientes, pero no quiero molestarte.
—Entra, será más divertido que hacerlo solo. —La agarré
por el tirante de la camiseta y la arrastré al interior.
Empezó a mirar a todas las máquinas sin saber muy bien
por dónde empezar, así que la ayudé un poco.
—¿Has hecho pesas alguna vez? —pregunté.
—No, creo que es aburrido.
Insistí en que me acompañara y le planté una en cada
mano. Puse un poco de música tábata y le dije que hiciera lo
mismo que yo.
Cuando llevábamos un rato empezó a quejarse diciendo
que le temblaban las manos y que lo dejaba, la piqué para que
siguiera, pero se negó.
—¿Pensaba que eras más fuerte? Pero veo que no es así.
—Por alguna razón me gustaba enfadarla.
—Soy fuerte, no te equivoques, pero… es aburrido.
Hagamos un reto corriendo en la cinta y te lo demostraré.
Estoy segura de que no me ganaras —sonrió maliciosamente.
—Ten cuidado con lo que dices. Para tu información
estuve muchos años en atletismo.
Frunció el ceño, dudosa, pero siguió con el reto.
Se subió y empezó a correr. Estaba demasiado guapa para
poder concentrarme en otra cosa que no fuera ella, con su pelo
recogido y esos mechones cayéndole por encima del rostro
sonrojado del esfuerzo.
—Bueno. ¿Has pensado ya en el reto? —Me acerqué a la
cinta mientras ella ponía cara pensativa.
—No sé, di tú —su respiración entrecortada por el
esfuerzo me hizo acercarme más a ella.
—¿Solo estás en el cuatro? Eso es muy lento. —Pulsé el
botón, subí al seis y anulé la pantalla para que no pudiera
cambiarlo.
—¿Qué haces? —Empezó a forcejear conmigo e intentar
quitarme las manos de la pantalla.
—Tengo una idea. —Me subí tras ella en la cinta dejándola
atrapada y me puse a correr detrás. —El reto será a ver quien
aguanta más en la cinta sin caerse.
Dio un grito, asustada y echó una mirada rápida hacia atrás
casi perdiendo el equilibrio, pero rápidamente la agarré para
que no se cayera.
—Esta vez te perdono, pero la próxima te dejaré caer —
dije muy serio para asustarla, aunque evidentemente era
mentira.
—¡¿Qué dices, loco?! Deja que me baje que nos vamos a
matar. —Empezó a reírse—. Enzo, quítate. ¿Cómo demonios
se para esto?
—De eso nada, es más, voy a ponerlo un poco más rápido.
—Intenté estirar el brazo hasta la pantalla, pero ella me lo
agarró, aunque finalmente conseguí subirlo un número más.
—¡¡Enzo!! ¡¡Ya!! ¡¡Para o volveré a hacer lentejas!! —
Cada vez estaba más cansada por gritar mientras corría, se
notaba en su voz desgarrada y exhausta.
—¿Estás seguras de lo que estás diciendo? ¿Puedo hacerte
cosquillas también? —amenacé mientras disfrutaba al máximo
de la situación.
—¡¡Noooo, noooo!! —empezó a reírse—. De acuerdo no
las haré, pero por favor, para.
—Intenta convencerme. —Toqué sus costillas con varios
toques rápidos.
—Enzo, no… —Se contorsionó. —Vale… vale… eres…
el mejor jefe del mundo…
—Te he dicho que no me llames jefe. Voy a tener que darle
a otro más.
—¡¡Nooo!! Espera, me he equivocado, quería decir… —
paró de hablar para coger aire—. Quería decir que me gusta tu
casa y eres muy fuerte. ¡Para, por favor! —No podía dejar de
reír.
—Me gusta, sigue.
—¡¡Enzooo!! —gritó frustrada mientras seguía intentando
apagar la cinta. —Vale… que me río contigo, pero solo
algunas veces.
—Saaam —pronuncié su nombre para que siguiera.
—Vale, vale… —Cada vez estaba más cansada. No paraba
de resoplar—. Que… besas muy bien.
Pulsé el botón de stop que se encontraba en el lateral del
brazo derecho, la giré y la cogí en brazos sentándola en la
pantalla mirando hacia mí. Nos quedamos en silencio
mirándonos, recobrando el oxígeno de nuestros pulmones, que
hacían que subiera y bajaran nuestros pechos de forma
exagerada e intentando que las pulsaciones bajaran el ritmo
frenético en el que se encontraban. Solo se escuchaba el
sonido de nuestra respiración acelerada, aunque yo escuchaba
también una voz en mi interior que me decía que la besara.
Me fui acercando y ella, no se movía, tampoco me quitaba la
mirada ni se avergonzaba, quizás quisiera que la besara
también. Sus labios estaban entreabiertos mientras respiraba,
hacía que perdiera totalmente la fuerza de voluntad y me fuera
acercando cada vez más. Bésala… bésala… bésala… Podía
sentir el calor que desprendía su cuerpo y mis manos que
agarraban todavía su cintura se tensaron como si no quisieran
dejarla escapar, pero… ¡¡Mierda no!!
—¿Cómo sabes que beso bien Sam? Solo probé la cerveza
de tus labios, que yo recuerde. —Creí ver un atisbo de
decepción en su rostro.
Me agaché y la tiré sobre mi hombro.
—¿Qué demonios haces, Enzo? ¡¡Suéltame!! —Le di un
cachete en el culo y salí del gimnasio por la puerta trasera, la
que daba a la piscina. —No se te ocurrirá, ¿verdad? ¡¡Enzo!!
—Uno, dos y tres. —Salté con ella.
—¡¡Noooo!! —Emergió intentando parecer enfadada—.
¡¡Estás completamente loco!! —gritó.
Me sumergí y la agarré por las piernas mientras escuchaba
sus gritos eufóricos que eran más nerviosos que causados por
el miedo.
—¡Ahhh! —gritó.
Levanté la cabeza y vi su cara de dolor.
—¿Qué te pasa, Sam? ¿Te he hecho daño? —Empecé a
preocuparme, quizás fui demasiado bruto.
Nadaba con dificultad y tenía el ceño fruncido.
—Me ha dado un tirón en la pierna, necesito sentarme por
favor. —Nadé hacia ella tan rápido como pude.
La rodeé por la cintura y la acerqué al borde de la piscina.
Puse una mano a cada lado y la subí con fuerza para que se
quedara sentada de manera que las piernas le caían dentro del
agua.
—¿Estás mejor? —dije preocupado.
—Bueno, has sido muy bruto y me has hecho daño. —
seguía quejándose de dolor.
—Joder, Samantha, lo siento. Solo estaba jugando un poco.
Perdón. —Me sentía fatal y quería echar el tiempo atrás para
no estropear ese momento tan bonito que habíamos tenido,
pero entonces pensé… ¿Te he hecho daño o te ha dado un
tirón, Sam?
Su cara lo decía todo, aunque intentaba disimular, una
sonrisilla malévola y culpable asomaba por su rostro.
—Ehh… ups —Intentó levantarse rápidamente, pero la
agarré por una pierna y la tiré dentro de la piscina.
Casi sin pensar en lo que hacía la sumergí, la atrapé contra
la pared y la besé.
Subimos a respirar. Me sentí un poco avergonzado, solo
dejé fuera del agua los ojos y la nariz.
—Eso tampoco ha sido un beso, supongo —comentó, con
las cejas levantadas.
—Claro que no.…, era el boca a boca porque pensé que te
ahogabas. —Me encantaba enfurecerla.
Puso los ojos en blanco y sonrió.
—Espera aquí. —Salí de la piscina y fui a por dos toallas
al cuarto exterior, cuando llegué ya estaba fuera.
La rodeé con una toalla y me sequé la cara y el pecho con
otra.
Ninguno de los dos decíamos nada, por más que lo
intentaba no se me ocurría qué decir.
Eran tarde y ella no paraba de temblar.
—Estás muerta de frío. ¿Por qué no entras? —Solo
pensaba en abrazarla y hacer que su cuerpo entrara en calor.
—No quiero mojar toda la casa, cada uno irá a una esquina
y pondremos todo chorreando. —Casi no podía hablar porque
le tintineaban los dientes.
—¿Es eso? Espera. —Me acerqué a ella y volví a cogerla
sobre el hombro, pero esta vez no se resistió.
Pasamos al cuarto exterior donde había una ducha y la
metí conmigo, frente a mí con una leve separación de un par
de centímetros entre nosotros. Ella no miraba hacia arriba,
pero yo no podía dejar de observarla. Con el agua cayéndole
por el cuerpo y los ojos cerrados. Podía sentir el calor de su
respiración en mi pecho produciendo en mí un incontrolable
deseo de cogerla en brazos y comerla a besos, pero… no
podía, por lo menos no de esta manera. Me quité el pantalón y
me quedé en bóxer y ella se quitó la camiseta quedándose con
el top y los pantalones cortos. Le eché un poco de gel en las
manos para que se quitara el cloro y nos quedamos unos
segundos disfrutando del momento, por lo menos eso quería
creer.
—Esto es vida —dijo por fin, con normalidad.
—¿A una ducha calentita lo llamas tú, vida? —pregunté
sorprendido.
—Después del frío que he pasado, sí. —No me miraba a la
cara, pero parecía cómoda.
—Quizás no sea el lugar, pero… —Sentí como se tensaba
—. ¿He hecho algo que te haya molestado hoy? —Mi corazón
se aceleró.
Cerró el agua y levantó la mirada.
—No. ¿Por qué? —Su mirada era tranquila y natural.
—Me lo he pasado muy bien, Sam. —Me salió eso, pero
podría haberle dicho que me había vuelto totalmente loco ese
día.
—Yo también —sonrió y salió de la ducha.
¿Por qué me sentía tan a gusto con esa chica? Parecía
conocerla de toda la vida y eso me asustaba demasiado. Todo
se estaba volviendo muy claro y muy confuso a la vez y había
que ponerle fin en ese mismo momento.

Aquella noche me quedé acostado en la cama, pensando en lo


que podía ganar y perder. Era muy arriesgado, pero no podía
seguir así, perdería la cabeza y no podía arriesgarme a sentir
algo más fuerte por ella y que luego se marchara.
Con los puños cerrados fuertemente y el cuerpo tenso,
llamé a su puerta. Había llegado la hora de darle la carta.
CAPÍTULO NUEVE

Llegué a mi habitación, físicamente relajada, pero en mi


interior había un volcán en erupción.
Llené la bañera y me sumergí intentando recordar con todo
detalle el beso, ese beso húmedo y juguetón que habían
despertado en mí sensaciones que no lograba recordar.
¿Qué diablos me estaba pasando con ese hombre? Nunca
me había atraído nadie tan mayor, pero… físicamente estaba
mejor que cualquiera de mi edad. Creo que es imposible no
fijarse en su físico, pero su forma de ser era lo que me había
sorprendido desde el primer momento. Lo cierto era que
nunca había disfrutado tanto haciendo deporte, como ese día.
Se me escapó una sonrisa al pensarlo.
Me entró un escalofrío al recordar cómo sentía su
respiración en mi espalda, su voz bromeando, jugando
conmigo y divirtiéndonos como dos niños. Sus brazos fuertes
agarrándome por la cintura y sentándome en la cinta, su
cuerpo acercándose peligrosamente a mí, tanto que si hubiera
tardado un solo segundo más me hubiera lanzado sin control.
¿Qué me estaba pasando? Sentía como mi pecho se hinchaba
solo al recordar lo sucedido. Si seguía así terminaría perdiendo
el control.

Me acababa de poner el pijama cuando llamaron a la puerta.


—¿Samantha, puedo pasar? —su voz sonaba
congestionada.
—Si…, adelante. —Mi corazón se aceleró.
Me impactó verlo así, parecía muy nervioso y su rostro era
serio, incluso preocupado.
—¿Pasa algo? —Empecé a inquietarme.
Se acercó en silencio y dejó un sobre en mis manos.
—Sam —dijo, y después se quedó callado.
Cada vez me sentía más nerviosa. ¿Pensaba echarme y
aquello era el dinero? No entendía nada.
—Enzo, me es… —Hizo un gesto con la mano para que lo
dejara hablar.
—Sam, quiero que leas lo que pone en la carta, cuando me
vaya. —Lo miré con angustia—. Necesito que abras tu mente
y pienses bien la respuesta, pero por favor, no te asustes,
prométemelo.
Puse mi mano en el pecho porque sentía una fuerte
presión. Me asustaba verlo así tan serio y nervioso.
—Prométemelo, por favor —Asentí con la cabeza.
—Te lo prometo, pero… me estás asustando. —Sentí que
empezaba a temblar.
—No te asustes, me gustaría decírtelo, pero creo que es
mejor que lo leas tranquilamente. —Su ansiedad no
desaparecía.
Se quedó mirándome como si se estuviera despidiendo de
mí.
—Enzo, ¿vas a echarme? —Entrecerró los ojos, confuso.
—Claro que no, no lo haría nunca. —Eso me tranquilizó.
Se dio la vuelta y se marchó, pero cuando llegó a la puerta
se volvió y me miró con el ceño fruncido.
—Por favor, piénsalo. Me encantaría que dijeras que sí,
pero entenderé y respetaré tu decisión, en caso contrario. —
Había bajado la mirada mientras me lo decía, parecía
avergonzado.
—Necesito leerla ya, Enzo. —Mis ojos expresaban la
preocupación que sentía y se fue.
Sentía los latidos del corazón retumbando en la cabeza,
mientras intentaba respirar con tranquilidad.
Rompí el sobre y un olor a Enzo me envolvió, haciéndome
sentir una sensación extraña en la boca del estómago.
Leí la carta y me tuve que acostar, casi no podía parpadear
de lo impactada que me quedé. Todas las cosas bonitas que
había vivido en estos días habían terminado así, en una
propuesta de estar con él por… por dinero.
Después de asumir el primer impacto, volví a leerla.

No sé cómo empezar. Me está costando mucho hacer esto,


pero creo que es necesario. No quiero arrepentirme ni jugar
contigo, ni mucho menos que te sientas engañada o utilizada.
Lo primero que te pido es que abras tu mente y no
pongas nombre a lo que voy a pedir. No sé si lo comprenderás,
pero es la única forma que sé, que puedo y que me merezco.
Siento mucha atracción por ti y como te habrás dado cuenta,
me está costando controlar mis impulsos, por eso… quiero
pedirte que tengamos una “relación” en todos los sentidos, es
decir, con sexo. Yo, a cambio te compensaré económicamente.
Solo hasta que consigas el dinero que necesitas.

Enzo empezaba a sentirse atraído por mí y me ofrecía dinero


por tener algo conmigo. Me costaba reaccionar porque me
sentía mal, me sentía decepcionada con él, creía que era
especial y resulta que era un… Y que pensaba que yo era
una…
En ese momento debería haberme ido de allí y no haber
vuelto, pero estaba en un profundo estado de shock y me daba
auténtico pavor salir y encontrarlo allí, no estaba preparada
para eso. No quería volver a verlo, esperaría a que estuviera
dormido para irme.
Estuve despierta toda la noche, pensando en lo
decepcionada y dolida que me había hecho sentir. ¿Por qué?
Nos llevábamos tan bien y estaba tan a gusto, que me dolía
mucho más la situación.
A las seis de la mañana no aguantaba más y necesitaba
salir como fuera de la casa, posiblemente se había encendido
el interruptor que me decía que huyera, así que recogí mis
cosas y le escribí una nota que le pasé por debajo de la puerta
de su dormitorio.
Búscate a otra. Ni necesito tu dinero, ni soy “eso”.

Llegué a la puerta y recogí la maleta, pero mientras abría lo


escuché detrás de mí.
—Lo sé. —No quise volverme ni mirar sus ojos—. Sé que
no eres “eso”, ni te estoy pidiendo que lo seas.
Me enfadé y me volví. —¡¡¿¿Cómo que no me estás
pidiendo que lo sea??!! ¡¡Quieres que sea tu puta!! —grité
mientras él cerraba los ojos fuertemente, bajo el efecto del
dolor que le producían mis palabras.
—No, por favor, deja que te explique. —Miraba sus ojos y
solo veía dolor—. Me gustas y me siento demasiado atraído
por ti. No soy capaz de contenerme cuando estoy a tu lado y…
Sus palabras me llegaron al corazón, pero intenté borrarlas.
—¿Y qué? ¡¡¿¿No puedes pedirlo como todas las
personas??!! ¡¡¿¿Acaso me he apartado cuando me has
besado??!! —necesitaba gritar y partir algo por la impotencia.
—Eso no puede ser, no debería haberte besado. —No
intentaba acercarse, lo veía indefenso por alguna extraña
razón.
—¿Por qué, Enzo? ¡Explícamelo! —No entendía nada y
necesitaba comprender.
—No puede ser de otra manera, es lo único que te puedo
decir. —Sus hombros estaban caídos.
Me dejé caer frustrada en la puerta, con ganas de llorar de
la impotencia que sentía en ese momento.
—¿Tienes algo más que decirme? ¿Piensas explicarte
mejor?
—Míralo como un cambio, tú podrás comprarte el coche
con más facilidad y yo…
—¿Y tú qué? —negué con la cabeza mientras lo
escuchaba.
—Yo te tendré a ti. —Nos miramos durante unos segundos
a los ojos y solo había dolor en nuestras miradas.
—Adiós, Enzo. —Cerró fuertemente los ojos al
escucharlo.
—Voy a esperar hasta el viernes a las ocho, tómate esta
semana y piénsalo, por favor. —Su voz estaba quebrada. —
Abre tu mente y no le pongas nombre a esto. Sé que no es
normal, pero…
—¿Pero, qué? —dije deseando escuchar una respuesta que
me convenciera.
— Pero… tiene que ser así. Lo siento. —Cerró los ojos—.
Es imposible que sea de otra forma.
Apreté fuertemente los dientes y me fui dando un portazo.
Nunca más volvería a aquel lugar.
Metí todo en el coche y arranqué, pero sentía una presión
interior que necesitaba sacar así que lo aparqué y decidí salir
corriendo hasta casa.
No había prácticamente nadie en las calles y cuando
llevaba diez minutos corriendo, sentí como las lágrimas
necesitaban salir de manera abrupta y aunque intentara
frenarlo me fue imposible. Cuanto más lloraba, más rápido
corría. Todo el enfado, la impotencia, la rabia acumulada en
mi interior salió sin control como un volcán en erupción.
Paré cerca de un parque y me dejé bajo un árbol. ¿Qué
diablos se creía que era yo? ¿Por qué tendría que haber ido a
esa maldita entrevista? ¿Por qué lo habría conocido? Cuando
por fin solté todo lo que llevaba dentro y me calmé, pude
continuar hasta casa.
Ángela y mi padre seguían dormidos cuando llegué, eso
me tranquilizó porque tenía una cara hinchada y horrible de
tanto llorar. Necesitaba pensar con claridad.
Llené la bañera y me metí, las lágrimas volvieron a salir
descontroladas. Intenté pensar con claridad. Acababa de
conocerlo, ¿qué más daba lo que me había pedido? No lo iba a
aceptar bajo ningún concepto y punto. No me hacía falta, el
coche era algo secundario y ya encontraría otro trabajo, pero
entonces… ¿por qué me afectaba tanto esta situación?

Durante un par de días, por alguna extraña razón no le conté a


nadie que había dejado el trabajo.
El coche seguía con todas mis cosas aparcado en los
alrededores de la casa de Enzo, pero algo me frenaba para ir a
recogerlo.
Le había dicho a todo el mundo que Enzo había tenido que
salir de viaje, mientras pensaba en qué y cómo lo contaría.
El martes por la tarde me acerqué a casa de Carlos y Adan,
llamé a la puerta y cuando abrieron…
—¡Qué mala cara tienes! ¿Qué te pasa? ¿Cuándo viene tu
jefe? —Alan no paraba de hacerme preguntas y yo, lo único
que necesitaba era desconectar.
—Estoy un poco de bajón, pero eso es todo.
—Sabía que ese trabajo no te iría bien, tanto tiempo
encerrada —dijo Carlos.
—No, es perfecto. —¿Por qué demonios estaba
defendiendo el trabajo? Lo había dejado.
—Tu jefe es un capullo, ¿a que sí? —Pensé mucho en qué
responder, pero me salió sin pensarlo.
—No. —Mi cabeza estallaría en cualquier momento—. No
he venido a hablar del trabajo, por favor.
En ese momento sonó mi teléfono, me había llegado un
mensaje y decidí mirarlo.
—Dios mío. —El móvil se me cayó de las manos y sentí
una punzada en el corazón. Era Enzo.
CAPÍTULO DIEZ

Sabía que no debía ponerme en contacto con ella y dejar que


pensara tranquilamente, pero no podía aguantar más aquella
situación. Necesitaba saber cómo se encontraba, la había visto
marchándose de allí mal, y no podía dejar de pensar que todo
era por mi culpa, como todo, así que le mandé un mensaje.
Esos días me había sentido vacío, solo, después de haber
sabido lo que era tenerla cerca, no podía rendirme tan
fácilmente y dejar que se fuera así. Se estaba volviendo una
pequeña obsesión que no podía quitarme de la cabeza.
Ese mismo día vinieron mis hermanas. De vez en cuando
se pasaban para ver cómo me encontraba y así poder charlar
un poco de la clínica y… de mí.
Como yo trabajaba desde casa y llevaba todos los papeles
de la clínica, de vez en cuando se tenían que acercar a resolver
algún asunto, tanto ellas como algún trabajador.
—Enzo, nos dijiste que tenías a alguien contratada ya.
¿Dónde está? —dijo Pilar mirando a su alrededor.
—Eh… le he dado el día libre porque tenía que arreglar
unos papeles. —Probablemente mi cara decía otra cosa.
Se quedaron mirándome esperando que dijera algo más
porque no les había convencido, pero fueron prudentes y no
siguieron preguntando.
Mientras hablaban no podía dejar de pensar en el mensaje
que le había mandado, lo miraba una y otra vez para ver si lo
había leído.
—Enzo. ¿Nos estás escuchando? —preguntaron,
preocupadas.
—Perdón, no tengo un buen día —Suspiré y me eché el
pelo hacia atrás—. Necesito hacer un poco de ejercicio, os
agradezco la visita, pero tengo que despejarme un poco.
—Tranquilo, nos iremos —dijo Elena.
—Llámanos cuando estés mejor. —Pilar me agarró de la
mano para que viera que podía contar con ella para lo que
necesitara. A pesar de tener una relación tensa sabía que
estaría ahí para cualquier cosa.
—Gracias.
Las acompañé a la puerta y me acosté en el sofá a mirar de
nuevo el mensaje.

WHATSAAP
ENZO: Hola, se nota que no estás aquí. Todo es diferente
sin ti. Nada es tan divertido y las lentejas blandas están
sobrevaloradas.

Leí el mensaje unas veinte veces, quería que fuera perfecto y


que viera que me acordaba de ella, no solo sexualmente si no
que seguía igual que antes, con nuestras bromas.
Me cambié de ropa y me fui al gimnasio, pero cuando
entré todo me recordaba a ella, subí a la cinta y las imágenes
de aquel día aparecieron en mi mente sin control y lo dejé.
—¡¡Maldita sea!! —Me puse los guantes y empecé a dar
puñetazos al saco de boxeo cada vez con más fuerza y
desesperación.
—¡¿Por qué tengo que ser así?! —grité mientras seguía
golpeando el saco.
Golpeé y golpeé hasta que mi cuerpo se quedó sin aliento y
estuve a punto de desfallecer. Me dejé caer sobre él mientras
las gotas de sudor descendían con violencia hasta el suelo.
Una sensación de impotencia me recorría el cuerpo sin que
pudiera hacer nada más que esperar que me contestara.
Me di una ducha durante un buen rato, dejando que el agua
cayera por mi cara y se deslizara por mi cuerpo todavía tenso.

Abrí los ojos rápidamente al escuchar la llegada de un mensaje


al móvil.
Completamente mojado, corrí al dormitorio y con el
corazón palpitando a mil cogí el teléfono.

WHATSAAP
SAMANTHA: Hola, Enzo.
Me agarré a un clavo ardiendo y quise ver algo positivo en
ese hola. El simple hecho de que me contestara me servía para
tener esperanzas.
ENZO: Hola, Sam
SAMANTHA: ¿Qué quieres, Enzo?
SAMANTHA: Tenía que arriesgarme y poner algo que la
acercara a mí.
ENZO: Que estés aquí.
ENZO: Pasaron los minutos y no contestaba. Tenía que
intentarlo otra vez.
ENZO: Sam, deja que hablemos, dime cuánto quieres y te
lo daré.
ENZO: Seguía sin contestar y mi esperanza se fue
desvaneciendo.
ENZO: Seguiré esperando hasta el viernes a las ocho.
Inténtalo por favor.

Después de esa conversación me quedé peor de lo que estaba.


Sentí que la había perdido, que lo poco que podría tener de ella
se había esfumado.
Me odiaba a mí mismo por lo que hice, por lo que era, por
lo que me merecía…
Después de perder toda esperanza llamé a Patricia, siempre
estaba ahí para mí, era a lo que podía aspirar.
Llegó alegre como siempre, pero al verme la cara se calló.
Me miró y supo que no estaba bien, pero ella siempre sabía
qué hacer.
—Tranquilo, estoy aquí. Desahógate conmigo.
Se desnudó y me desnudó, sin que yo pudiera cambiar mi
semblante serio y frustrado.
Me empujó hacia la pared y se agachó buscando con su
boca la forma de animarme, pero algo había cambiado, la
levanté y la agarré por los muslos, la senté en una mesilla y de
forma ruda y brusca intenté soltar todo lo que llevaba dentro,
la frustración, la rabia y la decepción.

Intenté trabajar y seguir con mi vida lo que quedaba de esa


semana, tenía que pasar página, pero cuando llegó el viernes,
una pequeña parte de mí pensó que quizás pudiera aparecer.
Recogí todo, necesitaba tener la mente ocupada, limpié,
preparé la comida, terminé unos papeles que no necesitaba
hasta el lunes, pero lo importante era mantenerme ocupado
todo el tiempo posible.
Pasaban las horas y no aparecía, así que me fui a hacer un
poco de bicicleta. Mi concentración estaba al mínimo, no
podía quitármela de la cabeza ni un solo momento.
Las cinco, las seis, las siete…
Salí por la puerta del gimnasio que daba a la piscina y me
senté en los escalones del porche. Puse la alarma del móvil a
las ocho y lo dejé junto a mí en el suelo.
Casi había perdido la esperanza por volver a verla, pero
esperaría hasta las ocho y si no apareciera, me olvidaría de ella
para siempre y seguiría con mi vida como hasta ahora.
Termine con los brazos en las piernas flexionadas y las
manos tapándome la cara. Entrelacé los dedos por mis cabellos
y apreté fuertemente, sabía que no quedaba mucho tiempo y
no llegaba.
—Tin… tin… tin…
Como si una fuerza sobrehumana se apoderara de mí, cogí
el teléfono y lo lancé. Ya estaba todo hecho, no había venido,
se había acabado y lo había echado todo a perder.
Me di la vuelta frustrado totalmente, abrí la puerta del
gimnasio para entrar y seguir dándole puñetazos al saco y
evadirme de la desgracia que me perseguía desde hacía
tiempo.
CAPÍTULO ONCE

Cuando estuve frente a su puerta respiré profundamente. Tenía


la llave de su casa porque inconscientemente me la había
llevado y no tenía suficientes fuerzas para devolvérsela.
Todavía no sé cómo pude cambiar de opinión, era una
auténtica locura, pero solo lo sabría él y yo, nunca se lo
contaría ni a mi familia ni a mis amigos, nunca, y ganaríamos
los dos, yo tendría dinero para mi coche en menos tiempo y
él… en fin.
Seguía decepcionada con él porque no lograba comprender
el porqué de hacerlo así, pero me dejó claro que no podía ser
de otra manera.
Estaba asustada y enfadada al mismo tiempo, no porque
me fuera a hacer nada malo si no por la situación tan atípica.
Quizás al ser tan tensa, no conseguiríamos volver a tener la
confianza de antes, bueno, solo podía averiguarlo de una
manera.
Abrí con mi llave porque técnicamente todavía trabajaba
allí, por lo menos hasta las ocho y eran menos diez. Quizás
había tensado demasiado la cuerda llegando tan tarde, pero en
mi interior quería hacerlo sufrir.
Entré en la casa silenciosamente y dejé la maleta en la
puerta. Desde la entrada no lograba localizarlo, todo estaba en
silencio y no había luces encendidas.
Llamé a su despacho y luego a su habitación, pero no
contestó. En el gimnasio tampoco se encontraba, quizás
pensara que ya no volvería y se había ido a buscar a otra o, no
sé…
Desde la cristalera del gimnasio me pareció ver la silueta
de Enzo en el suelo. Crucé tranquilamente entre las pesas,
había estado haciendo bici porque estaba mojado el suelo, se
había dado una paliza por lo visto, no hacía mucho tiempo de
eso.
Estuve a punto de abrir la puerta para salir, pero me quedé
unos segundos observándolo. Parecía frustrado sentado de esa
forma con las manos tirando de su pelo, sentí una punzada en
el estómago.
De pronto di un bote al escuchar su teléfono pitar.
—¡Dios! —Había lanzado el teléfono con fuerza. Mi
corazón se aceleró.
¿Qué demonios había pasado?
Miré la hora y eran las ocho en punto. ¿Lo habría hecho
porque pensaba que yo no vendría?
Se levantó de repente y se dio la vuelta. Tenía barba de una
semana, no se había afeitado, pero le quedaba perfecta y
evidentemente iba sin camiseta ni zapatillas. Rápidamente me
eché hacia un lado. Desde fuera no se veía el interior porque
todavía era de día así que no se percató de mi presencia hasta
que no abrió la puerta y entró.
—Sam… —susurró. Estaba totalmente sorprendido.
—Hola, Enzo. —Me costaba mirarlo a la cara, desde que
me había dicho aquello me sentía insegura—. He entrado con
mi llave, quizás debería haber llamado, lo siento. —Estaba
avergonzada.
—¿Qué? No, no. Has hecho bien —se quedó callado—.
Pensé que no vendrías. —Sus ojos azules me miraban
expectantes—. ¿Vienes para quedarte?
—Pues sí, puede.
Una pequeña sonrisa apareció en su cara.
—Estás preciosa, Samantha. —Su mirada se iluminó.
Por alguna razón quería ir perfecta, nunca me había
llevado tanto tiempo pensando en qué ropa ponerme, como ese
día. No entendía muy bien por qué, pero quería que me viera
guapa.
Me puse un mono entallado que tenía y me realzaba la
figura.
—Tú también, Enzo, me gusta cómo te queda la barba. —
Se la empezó a tocar.
Nuestros cuerpos estaban en tensión, no era la relación
amigable y pícara que teníamos antes, estábamos cohibidos y
nerviosos.
Quería decir algo y dejar atrás esa tensión, pero los
pensamientos se me agolpaban en la mente y no podía pensar
con claridad.
Cerró los ojos y apretó los puños con fuerza, a
continuación, me miró fijamente y, poco a poco se fue
acercando a mí.
Paró cuando su cuerpo y el mío estaban a escasos
centímetros el uno del otro, con las miradas unidas casi sin
parpadear, y con nuestros pechos subiendo y bajando
violentamente. Una de sus manos acarició la mía y un
escalofrío recorrió mi columna vertebral haciendo que cerrara
los ojos, mientras su otra mano la metía bajo mi pelo
suavemente por unos segundos, hasta que ejerciendo una
pequeña presión me acercó hasta él y nos besamos.
Ese beso no tuvo nada que ver con los anteriores, sentí su
suave aliento, su cálido sabor y su suave movimiento circular
que me hizo sumergirme en su boca y sentirla mía.
Esto no tenía nada que ver con lo que yo tenía pensado
sobre “pagar por sexo”, se parecía más a un beso con
sentimiento, que por mi parte podía ser que hubiera.
Cuando terminó de saborearme, posó sus manos en mis
mejillas y no dejó de mirarme ni un solo segundo mientras sus
ojos brillaban tan intensamente como las estrellas.
— Estaba deseando hacerlo, Sam —susurró junto a mis
labios—. ¿Estás más tranquila?
Asentí tímidamente sin saber qué decir, no me gustaba
comportarme así, pero necesitaba mi tiempo.
—¿Ahora nos vamos a acostar? —pregunté ingenuamente.
—No, Sam, primero tendremos que hablar un poco y
asegurarnos de que los dos entendemos lo que vamos a hacer.
¿De acuerdo? —Sus manos seguían sin soltarme intentando
que me sintiera segura.
—Bien. —Fruncí el ceño y se separó.
Me agarró de la mano y me llevó hasta el salón, allí me
sentó en el sofá y se acomodó a mi lado.
Dios, estaba tan guapo que no podía concentrarme.
—Sam. Lo primero es… ¿Has pensado en… cuánto?
No me gustaba esta parte, pero sabía que teníamos que
hablarla.
—Doscientos. —Lo miré expectante. Ya que lo haría, por
lo menos me aseguraría de que pudiera conseguir el dinero
pronto.
—Bien, doscientos entonces cada vez que lo hagamos. Lo
que quieras. —Entrelazó sus dedos y jugueteó con su anillo.
—¿No te parece mucho? Será difícil pagar esa cantidad. —
Quizás así me contara algo más de él.
—Sam, no soy millonario, pero… tengo el dinero de tu
coche. Tengo dinero de un seguro así que puedes estar
tranquila si eso te preocupa.
—No, no me preocupa, es solo que… no sé. —En el fondo
sentía que podía hacerlo gratis perfectamente sin necesidad de
cobrar dinero y me sentía mal.
—Sam, tú te vas a gastar ese dinero en lo que necesitas,
pues para mí es igual de importante gastarlo en ti, porque es lo
que necesito. —No me voy a arrepentir y lo sé.
—De acuerdo —asentí.
—Lo segundo sería la “fidelidad” si se puede llamar así.
Quiero decir que no…
—¿Que en este tiempo no podré estar con nadie? —
pregunté.
—Ehh… sí, esto es muy importante para mí. Yo tampoco
lo haré. No sé si eso te importará o no, pero no lo haré.
—Bien, perfecto. —Me quedé pensativa. ¿Has hecho esto
alguna vez más? Quiero decir, ¿con otra chica?
—No, nunca, ya sabes que mis antiguas trabajadoras eran
otro tipo de perfil, no tenía tanta complicidad como contigo.
—Parecía incómodo comentado los puntos.
—¿Porque querías que tuvieran esa edad? —Me intrigaba
esa pregunta.
—Para que no se metieran en mi vida y que no pasara esto,
por ejemplo.
—Quieres decir que esto es… malo.
—No, no exactamente. Es complicado —dejé de
preguntarle porque lo vi incómodo.
—Está bien.
—Otro punto sería que tenemos que querer los dos, tiene
que ser algo mutuo, si no te apetece, no lo hacemos, ¿de
acuerdo? No me gustaría pensar que lo haces por
complacerme —esta conversación era muy rara—. Y el
último y más importante para mí es… —Suspiró con fuerza—.
No debes tener sentimientos más allá de la amistad. No puedes
cruzar esa línea y esto es importante. Esto es un trabajo y
tienes que verlo así. Aunque me comporte de forma cariñosa
contigo tienes que recordar lo que es.
Me encogí de brazos y asentí levemente.
—Quieres decir que esto será como una relación, con
fidelidad, cariño y complicidad a la hora de hacerlo.
—Sí, exacto, parecerá una relación entre dos personas que
deciden lo que quieren, pero no lo será y esto tiene que quedar
claro desde el primer momento.
—Sí, sí, no cruzar la línea, me queda claro. Enzo, ¿por
qué? Eres guapo, trabajas y tienes casa y lo mejor que tienes es
tu forma de ser, puedes conseguir a cualquier chica que desees,
estoy segura. ¿Por qué? —Sentía impotencia.
—No sé si podré conseguir a cualquier chica, pero no me
interesa. Quiero que seas tú y ya te he dicho que tiene que ser
así y no preguntes más. Hay cosas que no me apetece explicar,
tendrás que aceptar eso si quieres quedarte.
Asentí resignada.
—De acuerdo, no más preguntas. Enzo, una cosa.
Necesitas… ya sabes. —Estaba avergonzada.
—¿Qué necesito, Sam? —No entendía lo que quería decir
y a mí no me salían las palabras.
—Pues eso…, probarme. —Sus ojos se abrieron como
platos.
—¿Cómo? —sonrió.
—No te rías. —Le di un golpe en el brazo—. ¿Y si…?
—Suéltalo ya, Sam, me tienes intrigado. —Se empezaba a
relajar y volvía a salir el Enzo divertido.
—Vale, vale, ya lo digo, pero no me estreses. —Respire
hondo—. Y si no te gusta como lo hago o…, no es suficiente
para ese dinero.
Dejó de sonreír y me miró de una forma tierna.
—Sam, eso no va a pasar, sé que me gustará —dijo
intentando tranquilizarme.
—Eso no lo puedes saber, yo no soy una… —Me tapó la
boca enfadado.
—Una nada, será perfecto, confía en mí, estoy totalmente
seguro.
Su seguridad me hacía sentirme insegura, tenía la
sensación de no dar la talla y me daba miedo decepcionarlo.
Le había pedido demasiado dinero y ni siquiera sabía cómo
sería.
—No quiero que vuelvas a ponerle nombre a esto, sobre
todo porque no es eso que piensas que es.
—¿Ah, no? ¿No estoy vendiendo mi cuerpo por dinero? —
dije enfurecida.
—No te enfades, Sam, por favor y no, yo te ayudo con tu
coche y tú me ayudas con tu presencia.
¿Cómo podía decir que lo ayudaba con mi presencia?
Seguro que, si le decía que no, buscaría a otra.
—Deja de pensar en lo que estás pensando. —¿Cómo
demonios lo sabía?—. Si no quisieras seguir con esto, me
gustaría que siguieras trabajando aquí, conmigo, como antes.
Le miré por un momento a los labios y recordé el beso del
gimnasio, tuve que volver a concentrarme de nuevo.
—De acuerdo, Intercambio Amistoso de Necesidades
I.A.N. —sonreí, pero en ese momento su cara cambió.
Se puso blanco y se levantó, parecía incómodo con lo que
había dicho, pero ¿qué? ¿Intercambio Amistoso de
Necesidades? ¿I.A.N? Lo dejé pasar y no le pregunté por qué
no pareció gustarle.
—Sam, una cosa. ¿Usas algún anticonceptivo?
—Sí, uso la píldora. —No era porque me acostara con
cualquiera, simplemente mi regla era irregular y era una forma
de regularla.
—Perfecto. —Asintió con la cabeza y se fue.
Mientras Enzo se dirigió a la ducha yo decidí volver a
guardar mis cosas en la habitación, abrí la puerta y por un
momento pensé que me había equivocado.
—Pero… ¿qué demonios es esto? —Estaba totalmente
cambiada.
Esa habitación era totalmente blanca y ahora había colores
por todos los lados. Evidentemente, los muebles eran los
mismos, de color blanco, pero el edredón, las cortinas, una
gran alfombra, todo era en tonos de unicornio, rosa, verde,
celeste, lila y amarillo.
Sorprendida, me tapé la boca con las manos. Era precioso,
y lo había hecho por mí, no había duda, sabía que me gustaban
esos colores.
Me acerqué para ver los detalles, colgado en la pared había
una silueta de unicornio, era una lámpara y la cama estaba
llena de cojines esponjosos y peludos. No daba crédito a lo
que tenía delante de mí.
¿Qué habría pasado si hubiera dicho que no? No hubiera
pasado nada, pero… se habría gastado ese dinero para nada.
Me senté en la cama y me tumbé, recordé lo mal que lo
pasé la última noche que pasé allí.
Una parte de mí se sentía todavía más frustrada con todo
eso porque me costaba aún más comprenderlo. Era perfecto y
tenía la impresión de que el coche me podía costar demasiado
caro y no me refería al dinero.

Cuando terminé de guardarlo todo, escuché el timbre de la


puerta.
—¡Voy yo! —grité.
Pregunté quién era y una voz femenina me contestó.
—Hola. ¿Está Enzo? —Me quedé pensativa antes de
contestar.
—Sí. Se está duchando. —¿Qué quería?
—Había quedado con él. ¿Puedes abrirme? —preguntó.
Abrí y esperé su llegada, expectante.
Nos presentamos formalmente cuando nos vimos, ella se
llamaba Lola. Evidentemente le dije que era la interina y ella,
muy educada, asintió.
Era alta y morena, parecía seria y vestía muy bien, llevaba
un traje azul con unos zapatos de tacón a conjunto y un gran
maletín.
Sentía una enorme curiosidad por saber quién era esa
mujer. Me sentí pequeñita a su lado, no de forma literal sino
emocional, me sentía inferior.
—¿Quiere algo de beber?
—No, muchas gracias.
—Hola, Lola. —Esta vez venía con camiseta y zapatos—.
Casi me olvidaba de que habíamos quedado hoy. —Se acercó
y la beso—. Pasa a mi despacho, por favor. Sam, si llama
alguien dile que no me puedo poner. Cuando viene Lola no me
gusta que me molesten.
—Está bien, no te preocupes. —Sonreí al ver que me
miraba de forma cómplice.
Mientras estaban reunidos di una vuelta por la casa, estaba
limpia, no sabía si la había limpiado él o había llamado a
alguien, pero viendo lo que había hecho con mi habitación me
decantaba más porque lo había limpiado él.
Como la comida estaba hecha, decidí hacer un gazpacho
fresco para tomar después y así ocupar mi tiempo.
Una hora después, salían sonrientes del despacho de Enzo.
Parecía haber complicidad entre ellos, confianza,diría yo.
—Encantada de conocerte Samantha, me ha hablado Enzo
muy bien de ti, espero que nos volvamos a ver de vez en
cuando por aquí. —Se acercó y me dio dos besos.
—Yo también lo espero, encantada. —Sonreí y miré a
Enzo, parecía mucho más seguro de sí mismo, era otra persona
desde que había hablado con ella.
Enzo la acompañó hasta la puerta de la calle mientras yo
los observaba por la ventana.
Hablaron y miraron hacia arriba, tuve la impresión de que
hablaban de mí, a continuación, se abrazaron y ella se fue.
Lo esperé apoyada en la puerta, mientras subía seguro y
alegre, el camino hacia la casa.
—¿Quién era? —quizás no debería haber preguntado eso.
Se quedó pensativo unos segundos.
—Lo siento… no quería… —Me avergoncé.
—No, no pasa nada. Te dije que tenía dinero de un seguro.
—Sí. —asentí.
—Es porque tuve un accidente, ella es mi médico y viene a
esta hora a veces, porque tiene que pasar primero consulta.
Pensé que no debía preguntar más, estaba metiéndome
donde no me llamaban y me había contado algo que quizás no
le gustaba recordar.
Se quedó mirando y al ver que no seguía preguntando
sonrió y me invitó a entrar en la casa.
—Enzo, la habitación… —no sabía qué decir.
—¿Te gusta? —preguntó expectante.
—Es perfecta. ¿Quien la ha decorado? No creo que fueras
tú —dije pensativa.
—Es fácil cuando todo es blanco, solo tienes que poner en
Amazon “decoración unicornio” y… tachan. —No podía
dejar de mirarlo con cara de sorpresa—. ¿Qué? Me estás
avergonzando —dijo sonriendo—. Solo es decoración, no me
mires como si fuera…
—Perfecto —solté para que no siguiera hablando.
—Loco —dijo sonriendo.
CAPÍTULO DOCE

No podía dejar de pensar en lo que sentí cuando vi a Samantha


en el gimnasio. Mi corazón se congeló por unos segundos y
dejé de respirar. Su cara, su pelo suelto, su cuerpo…, en
definitiva, ella estaba allí, había vuelto.
Cuando me quedó claro de que había venido para
quedarse, no pude contenerme, sentía que estaba nerviosa y
debía tranquilizarla, que viera que no sería como ella creía.
Cerré mis puños y conté hasta tres, me acerqué, pero
cuando estaba junto a ella paré para disfrutar del momento,
para mirar su belleza y transmitirle tranquilidad, todo iría al
ritmo que quisiera.
Temblaba ligeramente y acaricié su mano, al ver que me la
aceptaba agarré su cuello con suavidad y la acerqué a mí con
dulzura, como ella se merecía y la besé.
Mientras nos besábamos no podía dejar de mirarla, con
esos ojos cerrados, relajándose y dejándose llevar. Todo lo
negativo de esa semana había valido la pena solo por esos
segundos junto a ella.

El fin de semana dejé que se relajara y se acomodara


tranquilamente. No quería que se sintiera violenta ni obligarla
a nada, que volviera la Sam de antes, divertida y bromista y
volveríamos a hablar desde la confianza.
El lunes volvía a tener trabajo atrasado, últimamente no
paraba de acumularse y mis hermanas, aunque tenían mucha
paciencia, empezaban a agobiarme porque no entendían el
motivo de mi atraso.
A las dos y media todavía no había salido y me quedaban
cosas por hacer, sentí no poder comer con Samantha ese día.
—Enzo, ¿puedo pasar? —la voz de Sam conseguía que
desconectara rápidamente de lo que estaba haciendo.
—Entra. ¿Vienes a traerme picoteo de albañil? —bromeé.
—Solo si tú quieres —Sonrió—. ¿Eso significa que no
saldrás a comer hoy? —Frunció el ceño.
—Tengo mucho trabajo, la semana pasada…, bueno, nada.
—Recapacité, no quería que se sintiera culpable.
—Por mi culpa supongo. Te dejé solo con tu trabajo, la
casa y la comida. —Se quedó seria.
—No, Sam, no es por tu culpa. —La sentía diferente,
apagada—. Sam, ¿quieres que coma contigo? —Si ella me lo
pedía, saldría.
—Sí —dijo sin mover ni un solo músculo de la cara.
Cerré el portátil y separé la silla de la mesa para
levantarme. Vi cómo me miraba los pies descalzos y se reía,
así que cogí mi sudadera fina que estaba apoyada en el
respaldo de la silla y se la tiré.
—Eso es agresión. —me dijo—. Y tiene usted que tener un
poco de respeto a la otra persona de la casa y ponerse zapatos.
—Ah, sí, pues perdón por la agresión y no conseguirá que
me ponga zapatos, señorita. ¿Puede usted darme si no le
importa, el arma blanca con la que le he agredido? —Me
apoyé en la puerta a escasos centímetros de ella.
—Me temo que no, tendrá usted que cogerla. —Salió
corriendo hacia el jardín por la puerta del gimnasio.
—¿Estás segura, Sam? Sabes qué ganaré yo y te estás
acercando demasiado a la piscina, con lo que eso conlleva.
Escuchaba su risa escondida detrás del muro, llegué
sigilosamente y la atrapé. Estuvimos forcejeando por
conseguir la sudadera hasta que logré tirarla al césped y atarle
las dos manos con ella, de manera que estaba sentado encima
suya agarrándole los brazos sobre su pecho.
—Te gustaban las cosquillas, ¿no, Sam? —Verla sonreír y
disfrutar de esa manera me hacía feliz, por fin habían pasado
esos días raros en los que no terminábamos de ser los que
éramos antes de que pasara todo.
—No te atreverás —amenazó.
—¿Eso crees? —No paraba de reírse y ni siquiera la había
tocado—. ¿Por aquí era? —Con un solo dedo le tocaba por la
parte de la cintura.
—¡¡No, no!! Por favor, no, para.
—Ya sabes qué tienes que hacer —Me acerqué más a ella
para escuchar bien cómo me hacía la pelota.
—¡Bésame! —soltó.
—¿Cómo? —Me cogió de imprevisto, pero reaccioné en
un segundo.
Posé mis labios sobre los suyos. ¡Joder! Sabía tan bien. No
veía el final de ese beso y la cosa subía poco a poco de nivel.
La posición de nuestros cuerpos uno sobre el otro y la pasión
que desprendíamos hacía que me costara frenar esa situación,
pero… no era el momento.
Me separé y la ayudé a levantarse.
—Comamos —dije mientras tiraba de ella por la sudadera
que todavía tenía anudada a sus manos.
La comida fue demasiado tranquila, Sam casi no pronunció
palabra y desde el beso parecía ausente.
—Sam, ¿vas a decirme qué te pasa o quieres que yo lo
adivine? —Solté los cubiertos y la miré.
—No me pasa nada, no sé por qué lo dices. —Siguió
comiendo como si nada.
—Sam, si quieres que esto funcione tienes que ser sincera
conmigo y decirme lo que piensas, yo haré lo mismo en lo que
pueda. —Levantó la mirada y dejó de comer.
—¿Sigue habiendo algo? —preguntó—. Quiero decir…
¿No te has arrepentido? —Estaba confusa.
Me sorprendió tanto la pregunta que no supe qué decir en
un primer momento.
—¿Por qué dices eso? —Encogí los hombros mientras
preguntaba.
—No se… el fin de semana casi no me has hablado, llevo
tres días y no me has pedido nada y ahora el beso…, has
parado. ¿Y crees que es difícil pensar que te has arrepentido?
—su voz era casi inapreciable.
Me levanté y me acerqué a ella, agarré sus manos y la miré
fijamente.
—Te he dicho que esto no es lo que pensabas Sam. Yo no
voy a pagar por sexo. Necesito que estés preparada y que sea
algo mutuo, entre los dos, que no te sientas obligada a hacer
nada y para eso necesito que vuelva la complicidad que
teníamos.
Su mirada empezaba a suavizarse.
—Deseo más de lo que crees estar contigo y me ha costado
mucho, pararme hoy, pero creo que tiene que ser poco a poco,
no quiero que te vuelvas a ir porque nos hemos precipitado.
He intentado darte primero tu espacio, para que cuando
realmente te apetezca, me busques, pero no porque creas que
debes hacerlo. ¿Entiendes? —Solté su mano y acaricié su
mejilla.
—Sí, perfecto —asintió—. Pero, ¿y si necesito un mes
para estar preparada?
—Pues esperamos un mes, no pasa nada Sam, te lo
prometo, confía en mí. —Uní mis manos en su espalda y la
besé. Fue un beso corto pero intenso, para demostrarle
confianza—. No hemos hablado de los besos, pero… si te
molestan, pararé.
—No me molestan, puedes besarme, pero parecerá más
una relación de pareja que una laboral. —Me gustaba también
ver la faceta tierna de Sam.
—Eso es lo que intento. —Esta vez fue ella la que me
besó.
—¿Por qué? —Tenía que dejar de hacerse esa pregunta o
no funcionaría.
—Sam, necesito que confíes en mí, nunca voy a mentirte,
pero habrá cosas que no te cuente, acuérdate de lo que te dije,
esto tiene que ser así.
—Lo siento, tienes razón, pero es…, no sé, me cuesta
comprenderte, no volveré a hacerlo —Una leve sonrisa hizo
que le diera un casto beso.
—Sam.
—Dime, Enzo.
—Parecerá una relación, pero no lo será, tienes que
recordarlo. —Cerró ligeramente los ojos—. No podemos sentir
nada el uno por el otro, me refiero a nada sentimental. —
Evidentemente para mí era tarde pero no quería que a ella le
pasara lo mismo.
No dijo nada, pero se separó y empezó a recoger la mesa,
parecía frustrada.
—Bueno, vuelvo a trabajar —dije, esperando que dijera
algo.
—Sabes que hay una línea muy fina jugando a esto,
¿verdad? —Sam volvió ligeramente la cara sin llegar a
mirarme.
—Tendremos que correr ese riesgo.
—Bien, de acuerdo. —Siguió fregando.
—Bien.

Poco a poco nuestra complicidad iba en aumento, empezamos


a hacer ejercicios todas las tardes juntos, como hasta hora,
bromeando, pero sin contacto físico, quería que fuera ella la
que diera el paso y que no se sintiera obligada a nada.
Las noches se hacían duras pensando que la tenía tan
cerca, en mi propia casa, pero tan lejos porque no estaba entre
mis brazos, que era el lugar donde me gustaría tenerla.
El jueves por la noche, después de la cena le pregunté si
quería ver una película conmigo, después me arrepentí, si le
hubiese dicho una serie tendría la excusa perfecta para verla
todas las noches y pasar un rato junto a ella, aunque fuera solo
viendo la televisión.
Le gustó la idea y me quedé sentado en el sofá esperando
que llegara para elegirla juntos. Esta vez me puse el pijama
entero, no quería violentarla. Al ver que tardaba me acerqué a
su habitación, quizás se hubiese arrepentido.
—Sam. ¿Puedo entrar? —No quise hacerlo sin que me
hubiese contestado.
—Sí, un momento, estoy hablando con mi padre por
teléfono.
Volví a sentarme cuando ella apareció con un camisón
ancho de tirantes, blanco.
—Guau, Sam. Estás preciosas con ese camisón. —Acto
seguido me arrepentí de decirle eso—. Bueno no… o sea, sí…
Quiero decir que estas muy guapa de blanco. —Intenté
arreglarlo, pero lo empeoré.
—Tranquilo, Enzo, sueles verme de colores, te he
entendido —sonrió.
—¿Quieres palomitas, Sam? —No esperé a que me
respondiera y me levanté.
Las hice, las eché en un bol y les puse sal.
—¡Sam, ve buscando en Netflix alguna que te guste! —
grité desde la cocina.
—Está bien —respondió.
Llegué y me senté junto a ella en el sofá grande. Estaba
peleándose con el mando de la televisión, intentando buscar
algo que poner.
—Me rindo, elige tú. Me gusta todo y no me puedo
decidir. —Me miró con esos ojos oscuros en los que te podías
perder.
Suspiré y le quité el mando con cara de enfado.
—No se te puede dejar nada encargado, Sam —lo dije en
broma para hacerla rabiar.
—Pero bueno… —Su cara de asombro me hizo reír. —No
estamos empezando bien, señor.
—Sam, Sam, que nos conocemos, tranquilicémonos o
terminaremos liándola —bromeé.
—A qué te refieres. ¿A esto? —Tiró un puñado de
palomitas dentro de mi camiseta.
Nos quedamos mirándonos hasta que intentó escapar, pero
la pude agarrar por la parte trasera del camisón haciendo que
se cayera de culo.
Se quedó sentada con la cabeza oculta entre los brazos sin
decir nada.
—Vamos Sam, no te has dado fuerte. No intentes
engañarme.
Seguía sin moverse.
—Sam, no cuela, levántate. —La miré desde otra
perspectiva.
Empecé a escuchar un leve sollozo, temía que me
engañara, pero podía ser verdad y yo estaba pasando de ella.
—Sam, Sam, ¿te encuentras bien? —Me senté junto a ella
en el suelo y le retiré el pelo para intentar verle la cara. Vamos
Sam, háblame, por favor.
—Eres muy bruto, solo he hecho una broma y tú me has
tirado al suelo. —Me quedé paralizado al escucharla sollozar.
—Sam, yo… lo siento. —Le pasé el brazo por la espalda,
me sentía fatal—. Júrame que no me estás mintiendo, Sam.
—¡¿Acaso crees que mentiría en esto?! —gritó.
Tenía mis dudas, pero tenía que creerla.
—Sam ¿dónde te duele? Quizás pueda ayudarte a
levántate. Sam, Sam —suspiré fuertemente—. Sam, fui
médico, dime dónde te duele, por favor, estás empezando a
preocuparme.
—¿Fuiste médico? —Levantó la cabeza, sorprendida.
—¡Vamos, Sam! Me has mentido. —Me enfadó y me
levanté frustrado.
Al verme la cara se asustó y me siguió.
—Lo siento, Enzo, solo era una broma, como la del otro
día, ¿qué tiene de diferente? ¿Por qué te pones así? Me estás
haciendo sentir mal, Enzo.
—Joder, me has hecho decir que fui médico —dije
enfurecido.
—¿Y qué pasa? Deberías de estar orgulloso. Si hubieses
sido un asesino psicópata o un violador, lo entendería, pero
médico. —Quería enfadarme, pero la vi de pie abrazándose el
cuerpo con las manos y encogiendo los hombros y me sentí
mal, ella no tenía la culpa.
—No pasa nada, Sam, simplemente no quiero recordar esa
parte de mi vida. Lo siento, tú no tienes la culpa.
—Si no tuvieras tantos secretos, todo sería más fácil. —Se
acercó a mí tímidamente—. No voy a preguntarte nada con
respecto a eso. Perdóname. —Podía ver el arrepentimiento en
sus ojos.
—Perdóname tú a mí. —Me acerqué y la abracé.
No quería que se terminara ese abrazo, me sentía bien
junto a ella, me sentía fuerte.
—Sam.
—Dime. —Levantó la mirada.
—¿Puedo besarte? —Cerró los ojos y levantó tímidamente
la comisura de sus labios.
—No me lo tienes que preguntar, Enzo. —Se puso de
puntillas y nos besamos.
—Bueno, dejemos las bromas para otro día —dijo
mientras se sentaba en el sofá. —¿Y si vemos una serie? Mira
esta, “You”. Creo que va de un psicópata que acosa a mujeres
o algo así. —Me miró con los ojos entrecerrados.
—Noooo, eso no soy yo, por si me estás mirando así por
eso. —Sonrió—. Es totalmente incompatible conmigo.
—Me alegro. Entonces veremos ”Vecino”. En la vida hay
muchos problemas y qué mejor que un poco de humor para
combatirlo. —Sabía que lo decía por mí, en el fondo era una
forma de cuidarme.
—Enzo, mi padre celebra este sábado su aniversario y…
—se quedó callada, pensativa.
—¿Quieres que te lo dé libre? No hay problema, cógelo.
—Era algo comprensible.
—Nooo. ¿Estás loco? ¿Cómo voy a coger más días
después de que faltara la semana pasada? —Su cara de
sorpresa me hizo reír.
—Entonces, ¿qué?
—Me ha dicho que le gustaría que fueses. Ya sabes cómo
son los padres.
—Sam, ¿le has dicho algo a tu padre de lo nuestro? —Me
sentí aterrado.
—Claro que no. Nunca lo comprendería. Pero vivo con un
hombre que no conoce y los padres son así. No te hará ningún
cuestionario ni nada… creo. Solo quiere saber quién eres.
—Sam, no sé qué decirte.
—No digas nada, decídelo de aquí al sábado. No te
preocupes. —Cogió mi mano para tranquilizarme porque se
dio cuenta de que me puse tenso.
—Es una tontería. Puedo llamarlo si quieres. —Intenté
convencerla, pero vi su cara de súplica—. ¿Te gustaría que
fuese, Sam? —No debí preguntar porque no tenía pensado ir,
pero necesitaba saberlo.
—Claro que sí. Me haría mucha ilusión. No habrá mucha
gente, solo sus amigos íntimos y los míos —dijo acelerada.
—¿Irá Leo? —¿Por qué demonios había preguntado eso?
—Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas? —Sus ojos me miraron
expectantes.
—Solo curiosidad, quiero ver el chico que no sabe valorar
lo que tiene delante. —Me acerqué y la besé.
—Si no fuera un trabajo pensaría que estás celoso. —Puso
los ojos en blanco.
—No. Ahora eres mía. —Sus ojos brillaron por un
segundo y seguimos viendo la serie abrazados en el sofá.
Sería tan fácil acostumbrarse a eso que me aterraba sólo el
pensar en el día que se terminara, pero ese era el momento de
disfrutarlo.

Al día siguiente, Sam se fue. La vi ilusionada con la idea de


que apareciera por allí y sentí una sensación amarga al
despedirme porque eso no ocurriría.
No me había vuelto a preguntar si me acercaría, pero solo
había que verla, lo sonriente que estaba cada vez que hablaba
del aniversario.
A las diez de la noche me sentía como una mierda y pensé
en llamarla porque si no lo hacía no podría concentrarme en
todo el fin de semana.
Un tono… dos tonos… tres tonos… cuatro…
—¿Sí? —Se escuchaba música de fondo.
—Hola, Sam. ¿Te lo estás pasando bien? —Me sentía mal.
—Hola, Enzo. Estaría mejor si estuvieras aquí, pero sé que
no vas a venir.
—¿Por qué lo dices? —Me sorprendió su comentario.
—Porque no somos pareja, ¿lo recuerdas? Eres mi jefe y
no te tienes que sentir obligado a esto. Soy mayorcita y mi
padre lo tiene que entender.
No pude seguir hablando, me dolía darle la razón en eso.
Daría lo que fuera porque estuviera a mi lado en ese momento
para abrazarla y agradecerle su comprensión.
—Sam…, eres perfecta —necesitaba decírselo.
—¿Por qué me dices eso? —En ese momento me
arrepentí, pero ya estaba dicho.
—No sé, no me hagas caso. ¿Puedes decirle a tu padre que
se ponga?
—¿Lo dices en serio? —parecía sorprendida.
—Quiero darle las gracias por invitarme y disculparme por
no poder asistir. —Dentro de lo malo quería hacerlo lo mejor
posible. Todo por Sam.
—Dios, gracias, Enzo, pero no tienes por qué hacerlo, de
verdad… —Parecía emocionada.
—Lo sé, pero me apetece. Quiero que tu padre sepa que
estás en buenas manos —Sonreí.
Estuve hablando un rato con el padre de Sam, un hombre
encantador, me hizo un pequeño cuestionario, pero me pareció
normal, incluso divertido. Era un buen hombre y era evidente
que tenía devoción por Samantha.
Antes de colgar se volvió a poner Sam al teléfono.
—Gracias. Prefería que vinieras, pero, te agradezco mucho
lo que has hecho —su voz era dulce y no veía el momento de
tenerla entre mis brazos.
El domingo se me hizo largo, pero por fin llegó la hora de
que volviera. Habían pasado veinte minutos y todavía no había
llegado.
¿Le habría pasado algo? ¿Se habría enfadado porque no fui
y ayer solo disimulaba frente a la familia? No podía ser eso
porque creo que sentía lo que decía.
A las nueve y media llegó sonriente.
—Hola, ayúdame, que vengo cargada. —La mujer de su
padre le había dado tuppers con comida que había sobrado—.
Hoy no hay que cocinar. —Me guiñó un ojo.
Mientras comíamos no paró de hablar, me contó todo lo
ocurrido en la fiesta, lo bien que se lo había pasado y lo mucho
que había bailado. Yo solo me resignaba a estar callado y
escuchar ya que el sentimiento de culpabilidad me invadía y
antes de que terminara de hablar lo solté.
—Lo siento, Sam —tenía que decírselo.
—¿Qué sientes? ¿No ir? Me hizo mucha ilusión que
llamaras. —Se levantó y se sentó en mi rodillas, me encantaba
esa parte cariñosa que tenía—. Si te soy sincera al principio de
la fiesta estaba totalmente desilusionada, por alguna extraña
razón quería verte allí, incluso hubo un momento en el que me
enfadé un poco. ¿Qué extraño, verdad? Con lo pesado que eres
—bromeó—. Pero cuando vi tu número llamando me dio un
subidón. Sentí que te estabas acordando de mí.
—Claro que me estaba acordando de ti. Y le agradecí
mucho el detalle a tu padre y a su mujer por invitarme, es lo
mínimo que podía hacer, aunque realmente lo hice por ti, sé
que querías que fuera. —Se acurrucó entre mis brazos y le
besé la frente.
Nos miramos y nos besamos. Cualquier tiempo que
estuviera con ella me parecía poco.
—Bueno, acostémonos, que mañana toca madrugar —dijo
mientras se bajaba de mi regazo—. Buenas noches, Enzo.
—Buenas noches, Sam.
Llegué a mi cuarto y me acosté, me costó un poco coger el
sueño, pero después de dar varias vueltas en la cama me quedé
dormido.
A media noche sentí unos besos en el cuello y un susurro
en el oído.
—¿Qué tengo que hacer? —Los besos seguían su camino
hacia mi boca—. ¿Que hago, Enzo? —Estaba soñando con
Sam.
Abrí los ojos y no, no estaba soñando, era Sam, preciosa,
con el camisón blanco y sobre mí, preguntándome.
—Sam —pronuncié su nombre.
—Enzo. —Se sentó sobre mí—. ¿Qué tengo que hacer? No
sé qué quieres que te haga o… no sé. —Parecía insegura, algo
inusual en ella.
—Sam, no tienes que hacer nada, preciosa. —La tumbé y
me quedé mirándola unos segundos.
—No sabía que ponerme ni si te apetecería hacerlo…,
tampoco sé si tengo que hacer algo especial… no sé, Enzo. —
Parecía preocupada.
—Estás preciosa así, Sam, solo te necesito a ti, me da igual
lo que lleves o lo que hagas. —Acaricié su mejilla con
suavidad—. Y por supuesto que tengo ganas, puedes
despertarme cuando quieras de esta manera.
Sentí que se tranquilizaba y empecé a desnudarla despacio,
era perfecta.
Todo fue mejor de lo que había imaginado, quería cuidarla,
mimarla, que se sintiera especial, lo que era, una mujer
hermosa y maravillosa que me estaba volviendo loco con su
cuerpo y su dulzura.
Sus besos me llevaban a otra dimensión, sus caricias me
erizaban el vello de la piel y su respiración acelerada me
oprimía el pecho de tal manera que moriría en ese momento si
tuviera que soltarla. Verla disfrutar de esa manera me volvía
completamente loco.
Cuando terminamos la abracé, la acurruqué entre mis
brazos para que sintiera mi apoyo. Bajo ningún concepto
quería que se sintiera utilizada ni nada por el estilo, sabía que
no sería fácil para ella.
Nos quedamos allí acostados, en silencio y pensativos, no
dejé ni un segundo de acariciar su brazo con dulzura y besar su
hombro con delicadeza, que no pensara en nada que fuera
sucio en ese momento.
CAPÍTULO TRECE

Me acurruqué con la almohada y apagué la luz. Cerré los ojos


y recordé los besos de Enzo, lo que me hacían sentir y me
estremecí.
¿Cuándo estaría preparada? ¿Sería verdad que me
esperaría, aunque tardara?
Qué demonios, estaba preparada desde hacía días a estar
con él, a lo que no estaba preparada era a asumir que lo haría
por dinero.
En algunos casos, como el de hoy cuando llegué, le
hubiera dado cualquier cosa que me pidiera, pero… no
comprendo por qué tiene que ser de esta manera.
La forma de tratarme tampoco ayuda, quiere que parezca
una relación, pero… por qué no la busca como todo el mundo.
Solo tenía preguntas y más preguntas, pero no quería
volver a insistir en el mismo tema, ya me dejó claro que tenía
que ser así si aceptaba. Solo esperaba no pasar la línea tan fina
que había entre relación y trabajo.
Definitivamente no podía dormir, me tomaría un vaso de
leche y lo intentaría más tarde.
Estando en la cocina recordé la llamada a mi padre,
realmente no tenía que hacerlo, pero lo había hecho, yo me
había empeñado en que debería haber ido, pero tenía que
meterme en la cabeza de que no era mi amigo, era mi jefe.
Había llegado el momento, él había hecho eso por mí y yo
haría esto por él…, bueno y por mí.
Me armé de valor y me dirigí a su habitación, estaba
cerrada y llamé, pero no escuchaba nada.
—Enzo. ¿Enzo, estás despierto? —Abrí con cuidado y me
asomé. Estaba dormido.
El corazón me bombeaba fuertemente y mis piernas
parecían un flan. ¿Y si no quería? Me moriría de vergüenza.
¿Y si se enfadaba por entrar? ¿Y si quería que viniera con una
picardía? Cada vez me sentía más insegura, pero quería
hacerlo.
Subí por los pies de la cama sobre su cuerpo, solo tenía
unos bóxers puestos. Poco a poco fui caminando sin tocarlo
con los pies y las manos a cada lado de su cuerpo y cuando
llegué a la altura de su cara paré. Estaba tan guapo dormido…
Su barba desarreglada le daba un toque descuidado pero
atractivo al mismo tiempo y su fuerte pecho me hacía sentir
segura.
Durante un rato me quedé allí, como una loca
observándolo. ¿Qué pasaría si despertara y me viera de esa
manera?
—Vamos Samantha —dije en voz baja.
“Has sido atrevida toda la vida, sabes que él quiere, tú
quieres, acércate ya.”
Fui bajando poco a poco y le besé el cuello, se le puso la
piel de gallina al momento. Seguí dándole besos castos y
sensuales para ver si se despertaba, pero solo se estremecía.
—¿Qué tengo que hacer, Enzo? —Fui poco a poco
besándolo hasta llegar a la boca—. ¿Qué hago, Enzo? —Por
fin abrió los ojos.
Primero parecía extrañado, casi no podía respirar pensando
en que me echara y que no fuera el momento, fueron unos
segundos angustiosos.
—Sam. —Me encantaba escuchar mi nombre en su boca.
Me senté frustrada, mi seguridad desaparecía y no sabía
por qué, yo no era así.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunté avergonzada.
Dios, esto era una mierda, seguro que no se lo había
imaginado así, seguro que quería un striptease y una picardía
puesto.
—No sabía qué ponerme, ni sé qué quieres que haga. —Mi
preocupación era cada vez más grande.
—Estás preciosa así Sam, solo te necesito a ti, me da igual
lo que lleves y lo que hagas. —Esas palabras lograron que mi
inseguridad y mi nerviosismo desaparecieran.
Me tumbó en la cama y me hizo sentir maravillosa, sus
besos suaves, húmedos y sus caricias intensas solo intentaban
que mi cuerpo llegara al máximo nivel, pensando más en mí
que en él, yo simplemente estaba allí, dejando que hiciera
conmigo lo que quisiera, era suya en ese momento y no quería
que fuera de otro modo.
Tenía razón, no era lo que yo había imaginado, esto no era
el sexo por dinero que yo tenía en la cabeza.
En mi mente era un sexo sucio, haciendo lo que la otra
persona te pedía sin rechistar y viendo como babea sobre ti.
Me había sentido la mujer más deseada y respetada del
planeta, incluso más que en las ocasiones en las que había
mantenido relaciones.
Al terminar me abrazó por detrás mientras yo me
zambullía en mis pensamientos. Seguía siendo igual de
especial, a pesar de haber terminado todo, me besaba el
hombro haciendo que se me estremeciera todo el cuerpo y me
acariciaba con dulzura provocándome seguridad.
Empecé a encontrarme tan bien con él que me asusté. ¿Qué
demonios hacía ahora? Ya habíamos terminado…, iba a ser
muy fácil acostumbrarse a esto y eso no me terminaba de
gustar, esto era una mentira.
Sentí un nudo en la garganta y una picazón en los ojos que
no podía soportar. Me negaba a llorar allí en ese momento y
menos por ese motivo.
“Es un trabajo, solo trabajo, no hay sentimientos”. Me
repetía una y otra vez.
—Necesito irme —solté antes de ponerme a llorar o que
no me salieran las palabras.
Me soltó y sin pronunciar palabra dejó que me fuera. Hasta
en eso era perfecto, si hubiera sido al contrario no hubiera
parado de hacerle preguntas.
Nada más entrar en mi habitación y ver toda la decoración,
exploté, me senté en el suelo con la espalda apoyada en la
cama y tapé mi cara con las manos para que no se escucharan
mis llantos. Tenía el corazón encogido y la sensación de
ahogarme. Había pasado de estar asustada por tener sexo por
dinero a estar asustada por sentir lo que había sentido. No
sabía decir con palabras lo que me había provocado, pero me
había gustado demasiado y no me refería al sexo, era algo más
íntimo.
Escuché llamar a la puerta, pero no contesté, esperé a que
se fuera, pero no lo hizo.
—Sam, voy a entrar, contestes o no —su voz estaba
apagada—. Sam, Sam… —Giró el pomo y pasó.
Sus ojos se cerraron con fuerza cuando me vieron en el
suelo llorando.
—Tranquila, no volverá a pasar. —Estaba frustrado—.
Esto no es lo que quería Sam, no me compensa si te veo sufrir.
En el trato entrábamos los dos. ¿Recuerdas? —Se acercó un
poco, pero al ver que yo bajaba la cabeza paró. Lo único que
me hacía falta era un abrazo suyo para liarme aún más.
Después de unos segundos esperando alguna palabra mía,
sin conseguirlo, se volvió hacia la puerta.
—Sam. —Volví la cara para mirarlo ahora que la distancia
entre los dos era considerable—. No te vayas, por favor. —Me
partió el corazón. —Has traído alegría a esta casa.
No tuve consuelo en toda la noche, tenía que salir de allí,
aquello era una auténtica locura, terminaría pillada por él y
después, ¿qué? Él no era Leo, a él lo tocaría, lo besaría, lo
abrazaría… era una locura. ¿Cómo no pude darme cuenta
antes?
Terminé quedándome dormida con la única idea en la
cabeza de huir, huir y huir.

A la mañana siguiente me desperté un poco más tranquila, era


temprano así que me quedé tumbada en la cama pensando en
la noche anterior.
Sentía una extraña sensación en la boca del estómago que
me hacía retorcerme cada vez que pensaba en Enzo.
Escuché ruido en la cocina y me levanté. Tenía los ojos
totalmente hinchados de tanto llorar y me dolía la cabeza.
Allí estaba él, con un pantalón largo de chándal gris claro y
una camiseta azul marino con cuello de pico y algo extraño en
él, llevaba los zapatos de deporte puestos. ¿Por qué tenía que
ser tan guapo?
Me fui acercando despacio, mientras lo observaba
preparando la mesa, una mesa llena de cosas deliciosas, zumo,
café, pan tostado, magdalenas…
Giró la cabeza y me vio, pero no dijo nada, solo se sentó
con los ojos entrecerrados.
—Buenos días, Sam. He preparado el desayuno, no sé si…
querrás sentarte. —No me miraba a los ojos, parecía
avergonzado.
Totalmente en silencio me senté frente a él y me serví
zumo.
—¿Cómo estás? —preguntó sin levantar la mirada de la
mesa.
—Bien —contesté demasiado bajo.
—No, no lo estás, tienes la cara hinchada de llorar. —
Apretó los cubiertos con fuerza.
—¿Cómo lo sabes si no me miras a la cara? —Estaba rota
al ver lo mal que lo estaba pasando.
Nos volvimos a quedar en silencio.
¿Por qué estaba así? Comportándose de esa manera me
mandaba señales dudosas.
—Supongo que… te vas —dijo casi en un susurro.
—¿Quieres que me vaya? —pregunté casi sin voz.
Levantó la mirada confusa.
—Sabes que no. Pero… ¡joder! —Se tapó la cara con las
manos—. Puedo ver tu cara así por mi culpa. Sam, intenté que
fuera perfecto y que no pensaras que soy un viejo verde o algo
así, pero…
Estaba dándole un trago al zumo cuando lo escuché y me
atragante.
—¿Un qué? ¿Viejo verde? —Eso era lo último que
pensaba.
Me quedé pensando en sus palabras un momento y me reí.
Me miró confundido.
—¿De… de que te ríes? —Su rostro seguía sin mostrar
nada que no fuera dolor.
En ese momento tuve un impulso y me levanté
dirigiéndome hacia él. Echó la silla hacia atrás y me metí entre
sus piernas. Puse las manos en su pecho y sentí su alteración.
—Siento haberte hecho sentir eso, Enzo…, fue perfecto,
me sentí especial si era lo que querías que sintiera y… nunca
pensaré que eres un viejo verde. Eres un bombón. —Entrelacé
mis manos con las suyas y dejó caer su frente sobre mi frente.
—¿Quiere decir eso que no te vas? —Jugueteaba inseguro
con mis dedos.
No, claro que no, pero… quizás lo mejor será que no me
hagas sentir tan especial.
Me miró a los ojos y me los acarició con el pulgar
provocando que los cerrara por el contacto de sus caricias.
—Eso será muy difícil, Sam. —Mi corazón estuvo a punto
de explotar—. Me haces estar… vivo.
No podía decirme esas cosas y quedarse tan normal, él
pensaba que estaba mal por cobrar por sexo, pero no lo era y
esto no lo facilitaría.
—Esto es un trabajo ¿no? —Me separé un poco.
—Sí. —respondió extrañado.
—Tú no quieres que esto parezca un trabajo…, yo no
quiero que parezca una… relación, o por lo menos no tan
intensa. Tiene que ser algo más intermedio.
Sus ojos parecían desilusionados.
—No me mires así. No puede ser tan perfecto o podría
confundirme y eso será peor que haberme sentido una pu…
—Ya Sam, lo entiendo. —Me cortó—. Lo intentaremos. —
Me miró con esos ojos cristalinos y me besó.
Esos besos que parecían tan sinceros y verdaderos, que me
hacían perder la cabeza por segundos, sentía una enorme
sensación de pérdida de control y hacía que me costara mucho
pararlo. La cosa subía de tono y le ayudé a quitarse la
camiseta, pero entonces pensé.
—Dios, lo siento, ayer te costó 200 euros y hoy otra vez…
yo… yo. —Había olvidado por un momento que eso le costaba
dinero a Enzo.
—Sam, Sam, te he dicho que tengo el dinero de tu coche al
completo, que pase cuando tenga que pasar por favor, no
pensemos en eso.
Me cogió con sus fuertes brazos por la parte trasera de los
muslos mientras lo rodeaba con mis piernas por las caderas y
me llevó a su habitación.
Fue incluso mejor que la noche anterior, no había intentado
ni lo más mínimo, hacer lo que le pedí porque volvió a
hacerme sentir la mujer más maravillosa, preciosa y perfecta
del mundo, con sus atenciones.
Esa tarde mientras Enzo hacía deporte, yo salí a hacer
algunas compras y preparé unas galletas de una receta que
había visto por Internet. Estaba tan ensimismada decorándolas
que no escuché a Enzo llegar. Me agarró por detrás y di un
bote.
—Hey. Me has asustado. —Le di un golpe en el brazo—.
Has estado poco tiempo haciendo deporte, ¿me echabas de
menos? —bromeé.
—Pues claro —sonrió.
—¿Vemos esta noche la serie? —pregunté.
—Sí, claro. —Parecía tenso.
—Voy a ducharme, princesa. —Me besó en la frente.
Me volví para verlo y noté como cojeaba ligeramente de la
pierna izquierda.
Rápidamente lo llamé para preguntarle, pero me dijo que
no era nada, que se habría lastimado haciendo ejercicio.
La tarde se fue poniendo cada vez más oscura hasta que
terminó lloviendo. Siempre me había relajado la lluvia, ver por
la ventana como el agua chocaba con los cristales me
recordaba momentos de mi niñez como cuando mi madre se
acurrucaba en mi cama por si la lluvia venía con truenos. Los
truenos me aterrorizaban y no había conseguido a mi edad
superarlos, empezaba a sentir una presión en el pecho que me
paralizaba.
¿Cómo algo que me gustaba tanto como la lluvia podía
traer algo tan espantoso como los truenos? Pero era así, un
amor-odio.
Sobre las nueve estábamos cenando y preparando la serie
para verla juntos.
—Sigues cojeando —dije.
—¿Qué? Ah sí, pronto se me calmará, no te preocupes —
comentó quitándole importancia.
Mientras veíamos la serie observé como ponía cara de
dolor de vez en cuando, pero por alguna razón lo intentaba
disimular. Eso me tenía mosqueada, pero quizás fuera algo
relacionado con ese pasado suyo del que no quería hablar, aun
así, intenté averiguarlo.
Estábamos uno a cada lado del sofá con las piernas hacia el
otro y de vez en cuando me las acariciaba con su mano así que
no me costaría acercarme. Me incorporé y me senté sobre él
agarrándole las manos.
Su mirada juguetona me hizo seguir.
—Sam, no juegues con fuego que te puedes quemar.
—Habrá que verlo —le respondí justo antes de empezar a
hacerle cosquillas.
—Ahhh. —Su cara se llenó de dolor.
Puso sus manos sobre la cadera izquierda y bajé un poco
su pantalón, asustada.
—¡Enzo! —grité sorprendida tapándome la boca con las
manos.
En su cadera había una cicatriz que iba desde cerca de la
ingle hasta la cacha del culo.
—¿Por qué has hecho eso? —me gritó.
—Yo… yo. —Me quedé sin palabras no esperaba que me
hablara así, lo único que quería era saber si estaba bien. —
Lo… lo siento.
Me apartó, se levantó y se fue, me quedé fatal, con la
sensación de ser la peor persona del mundo.
Corrí hacia mi dormitorio y me puse un pantalón, una
camiseta de deporte, una sudadera y las zapatillas, necesitaba
correr y despejar mi mente, no tenía claro si había sido culpa
mía o no, pero lo único que intenté era saber qué le había
pasado, no me merecía esa contestación.
Me dirigí veloz hacia la puerta y justo cuando iba a salir
sentí que me agarraba del brazo.
—¿A dónde crees que vas? —gritó sorprendido.
—A correr, necesito despejarme.
—¿Tanto te ha impactado ver mi cicatriz? —dijo,
confundido.
—¿Qué? ¿Pero de qué hablas? Solo me sorprendí al verla
porque pensé que te había pasado algo malo para tenerla. Lo
que me ha molestado es tu forma de hablarme, Enzo —grité
impotente.
—Lo siento, ha sido un acto reflejo, vamos dentro.
—¡No! Me voy a correr. —Lo separé.
—Claro que no vas a salir a correr —dijo intentando no
parecer alterado.
—Sí que lo haré. —¿Pero que se creía?
—Sam, me da igual que salgas a correr, pero es de noche,
está lloviendo y estás enfadada, no voy a dejar que salgas y
punto, te puede pasar algo. —Me miró intentando demostrar
su lógica, pero yo tenía la mía y era que saldría para eliminar
la frustración que sentía.
Acepté y le dije que me volvería a poner el pijama y en el
momento en el que se despistó corrí hacia fuera.
—¡¡Samm!! —Escuché sus gritos de fondo, pero los
ignoré.
Abrí la puerta que daba a la calle y salí. No llovía
demasiado y sí que era de noche, pero estaban todas las farolas
encendidas.
Miré hacia atrás, pero vi que no me seguía, no me alejaría
mucho solo daría unas vueltas a la manzana y volvería
renovada, era una zona muy tranquila donde solo había
chalets. Me costaba mucho asumir la frustración y me di
cuenta de que correr me renovaba, por eso empecé y me
gustaba tanto, me hacía resetearme y volver con más fuerza.
Las gotas de lluvia me caían sobre la cara y despejaban mi
mente, el oxígeno de la noche, el olor a humedad y a plantas
mojadas me relajaban y por fin empecé a sentirme mejor.
El teléfono no había parado de vibrar durante todo el
camino, pero no quería desconcentrarme con él.
Cuando estaba solo a veinte metros de su casa se iluminó
todo y paré en seco. Al cabo de tres segundos se escuchó un
enorme trueno que me hizo tirarme de rodillas asustada y
acurrucarme junto a un coche.
—Dios, no. —Tenía que llegar lo antes posible a su casa.
De pronto empezó a diluviar, estaba empapada y sin
pensarlo corrí lo más rápido que pude, pero cuando estaba en
la acera opuesta a la casa de Enzo volvió a iluminarse el cielo.
Me acurruqué entre dos coches y me tapé los oídos con las
manos.
—No, no, no —pronuncié una y otra vez.
Llegó el trueno de una forma feroz, y empecé a llorar. No
sabía qué hacer, no era capaz de moverme de allí porque el
cielo se volvió a iluminar en el momento en el que me iba a
levantar.
Esperé a que volviera a sonar cuando sentí la vibración de
mi teléfono y lo cogí como pude.
—¡¡¿Dónde coño estás Sam?!! ¡¡Joder!! —gritaba
enfadado.
—Enzo —sollocé.
—¿Qué te pasa? ¿Estás llorando? —Parecía nervioso—.
¡¡Joder Sam!! ¡¡¿Por qué te has ido?!! —no paraba de gritar
frustrado.
—Enzo… ven por favor —intenté decir llorando.
—¡¡Mierda, joder!! ¡¡No!! ¡¡¿Dónde estás?!! —Escuche
como no paraba de suspirar.
—En… en la puer… puerta. —Colgué.
Quise levantarme, pero me costaba y tardé un tiempo en
hacer que reaccionaran mis piernas, pero cuando lo intenté una
luz apareció en el cielo, al segundo escuché como se abría la
puerta de la casa, me vio al momento.
—¡¡Sam!! ¿¿Qué haces ahí?? ¡¡Ven joder!! —Estaba
empapado, pero no podía hablar hasta que no escuchara el
sonido.
Me tapé los oídos, me encogí todo lo que pude y llegó, un
ruido ensordecedor que me nublaba la mente y me oprimía el
pecho paralizándome completamente y dejándome a merced
del destino.
Levanté la mirada cuando pasó el estruendo y casi
suplicante levanté el brazo hacia Enzo. Él seguía allí, en la
puerta, dando vueltas de un lado a otro gritando que viniera
hasta que volvió a iluminarse el cielo, en ese momento me
hice una bola, pero sentí un tirón del brazo que me llevó hasta
el techo de la entrada y al escuchar el sonido me abrazó.
—Tranquila, solo son truenos. —Sentía su calor, aunque
nuestros cuerpos estuvieran completamente empapados, me
sentía protegida entre sus brazos y escuchar el sonido de su
corazón bombeando me relajaba.
Corrimos hacia la casa y nada más entrar me soltó y corrió
hacia el baño. Empecé a escucharlo vomitar y me asusté. Corrí
hacia él y me quedé allí sin saber qué hacer.
—Enzo ¿estás bien?, ¿te traigo agua? —Se sentó en el
borde del baño pensativo, en su mundo.
—Gracias —dije muy bien sin saber si era el momento o
no.
—¿Por qué lo has hecho Sam? —Me miró frustrado.
No pude contestar y volví a llorar, esta vez de
arrepentimiento.
—Necesito dormir. —Se levantó, se lavó los dientes, cogió
una toalla y se dirigió a su cuarto.
Me fui frustrada, no sabía muy bien que había pasado, todo
había sido muy raro esa noche y no sabía el motivo por el que
había vomitado.
“Esto era más difícil de lo que pensaba.”
Recogí toda el agua que había en el suelo y al limpiar su
cuarto de baño me fijé que había papeles manchados en la
papelera, eso significaba que había vomitado más veces antes,
seguramente mientras estuve corriendo. Me acerqué a su
dormitorio y llamé para ver si estaba bien pero no contestaba,
entré y me lo encontré con un pijama, el pelo mojado
completamente y dormido. Me hubiera gustado acostarme con
él y abrazarlo, estaba confusa porque había visto pánico en su
mirada y no sabía muy bien por qué.
¿Sería por mí? O quizás… estaba enfermo y simplemente
yo le di una preocupación más.
Esa noche intenté no pensar y esperar al día siguiente.
CAPÍTULO CATORCE

Esa mañana me levanté tarde. Aunque hubiese caído una


bomba no habría sido capaz de despertarme así que, con un
simple tono de despertador, menos.
Me dolía la cabeza, posiblemente del chaparrón que me
había caído esa noche.
No quería volver a pensar en eso, quería olvidarlo y pasar
página, había pasado tal ansiedad que tendría que llamar a
Lola para conversar un poco en los próximos días. Era algo
nuevo para mí y quería comentárselo.
Eran las doce y media cuando salí del dormitorio y me
encontré con Samantha. Sus ojos reflejaban un sentimiento de
culpabilidad que realmente no debía sentir.
Me acerqué a ella y mientras le cogía la mano le sonreí
para que viera que todo estaba bien.
—Y…, ¿bien? —Parecía extrañada.
—¿Bien qué? —pregunté.
—¿Me vas a echar la bronca de una vez? Mira, creo que no
fue ninguna locura cuando lo hice, el problema fueron los
truenos que me dan…
—Pánico —contesté.
—Sí. Me encanta la lluvia, pero… los truenos no. —Se
acercó un poco a mí permitiendo que sintiera su aroma.
—Prefiero no hablar del tema, Sam. —Agarré su otra
mano y me puse frente a ella—. ¿Puedo preguntar por qué me
miras con esa cara? —Me sentía extrañado.
Sam empezó a sentirse incómoda, pude notarlo porque no
paraba de cambiar el peso de un pie a otro continuamente.
—Suéltalo ya, sé que quieres decirme algo. —Empecé a
ponerme nervioso pensando en no poder responder algunas de
sus preguntas.
Me soltó y posó sus manos en la frente, parecía totalmente
confusa.
—Enzo. No sé por dónde empezar, pero… —negó con la
cabeza.
—Habla —dije resignado.
—Ayer… después de… bueno ya sabes, vomitaste. —Sam
intentaba descifrar con la mirada cualquier gesto que yo
hiciera.
—Sí. ¿Y qué? Me sentaría algo mal.
—¡Enzo! ¿Quieres que me crea eso? —preguntó frustrada.
—Joder, Sam…, sí. —Empecé a peinarme con las manos
el pelo hacia atrás mientras disimulaba mi nerviosismo.
—Mientes, Enzo. Ayer vomitaste más veces y te quedaste
dormido profundamente, hasta el punto de levantarte a las
doce. Nunca te has levantado tarde desde que estoy aquí. —
Apretó los puños.
—No escuché la alarma, eso es todo. —Necesitaba que
terminara esta conversación ya.
—No, no es todo. Yo escuché la alarma, la apagué y te
llamé y casi no podías contestarme. ¿Qué te pasa, Enzo?
Cuéntamelo. —Su cara de preocupación me partía el alma,
pero tenía que acabar ese interrogatorio ya.
—Sam, no tenías que entrar en mi dormitorio. —Sus ojos
se abrieron como platos y me arrepentí al momento de decirle
eso.
—¿Qué? Quieres decir que para practicar sexo sí, pero
para preocuparme por ti no. —La decepción envolvió su cara y
oscureció más aún sus bellos ojos negros.
—No… no he querido decir eso —intenté recular al
momento.
—Enzo, no voy a rebuscar en tus cajones ni nada de eso si
es lo que piensas, solo me asusté y me sentí mal por
preocuparte y si piensas que voy a reaccionar de otra manera,
estás equivocado porque lo haré otra vez si vuelve a pasar. Si
no quieres contármelo me parece bien, pero… todo fue raro
anoche.
Me acerqué tímidamente para abrazarla sin saber si se
dejaría porque la necesitaba, todo lo que había dicho en el
fondo me encantaba. Me encantaba que se preocupara por mí
porque yo también me preocupaba por ella, quizás demasiado
y anoche se notó.
A medida que me iba acercando ella subía la mirada, pero
no se quitaba. Acerqué mi cabeza a la suya y la apoyé en su
frente mientras la agarraba por la espalda y la envolvía entre
mis brazos.
—Gracias por preocuparte por mí, Sam, pero no quiero
que te sientas mal por mi culpa. —Besé sus mejillas hasta
llegar a sus labios carnosos.
—No volveré a salir a correr lloviendo de noche, lo siento.
Hay veces que cuando me frustro necesito salir, coger oxígeno
puro, no volverá a pasar. —Se acurrucó entre mis brazos—.
¿A ti no te pasa?
—No, no me pasa. Yo si me frustro me meto en mi
dormitorio y duermo. —Me miró fijamente a los ojos, sentí
que se tranquilizaba—. Puedes entrar cuando quieras en mi
dormitorio.
Me abrazó con fuerza y se hundió en mi cuello
provocándome un escalofrío que me recorrió toda la espalda.
Ya no era hora de trabajar y estar abrazado a ella era algo
demasiado tentador así que decidí que nos tomáramos el día
libre, pediríamos comida y no haríamos nada que tuviera que
ver con las obligaciones diarias.
Después de almorzar nos sentamos a ver nuestra serie,
pero sentí la necesidad de hablar con ella.
Quería preguntarle por el viaje, por los lugares que
visitaría, por los hoteles en los que dormiría, sentí la necesidad
de saber.
Ella me dijo que esperara un momento y a los cinco
minutos llegó con un mapa de España en blanco y algunas
zonas marcadas. En ese momento solo tenía una línea que
llegaba desde Huelva hasta Almería y de Almería hasta
Castellón. Según ella, visitaría pueblos y zonas que no solo
fueran las típicas donde iba la gente cuando hacía turismo, ella
quería ver todo, lo que no se solía ver también.
—Porque la gente no vaya a verlo no significa que no sea
maravilloso. —Sus ojos tenían un brillo especial.
—¿Desde cuándo quieres hacer este viaje? —Me gustaba
escuchar sus historias y su forma de ver las cosas.
—No sé… bastante, pero quería hacerlo bien y no tener
que volverme porque no tuviera dinero o se me estropeara el
coche. —Sus ojos me atravesaron la mirada.
—Eso no pasará, ya verás —le dije, sonriendo.
Fui jugueteando con la mano hasta que llegué a la suya
sutilmente, pero ella prefirió saltar sobre mí mientras se reía a
carcajadas.
—Todavía no te has afeitado la barba. ¿Por qué te la
dejaste? —Jugueteó con ella haciéndome cosquillas con sus
dedos.
—No tenía ganas de nada, ni de afeitarme. —Cerré los
ojos y me acomodé aún más en el sofá con ella encima.
—¿Y eso? —Me besó suavemente los labios—. ¿Tan
mayor estás? —Levantó maliciosamente la comisura de sus
labios.
—No, bueno, sí. —Abrí un ojo para mirarla y lo volví a
cerrar—. Porque te fuiste y pensé que no volverías. —Paró de
inmediato y abrí los ojos.
Su rostro era serio y se incorporó sin dejar de mirarme.
—Eso es mentira… ¿No? —Sus manos agarraban
fuertemente mi camiseta.
Sabía que debía mentirle y decirle que era broma, que solo
me la había dejado larga por gusto, pero de mi boca salió la
verdad.
—No. —Sus ojos me miraban con ternura en vez de
sorpresa.
—No me volveré a ir Enzo. —Sentí como el corazón me
estallaba.
Con la mirada intenté decirle que era la mujer más
hermosa que había visto y que solo era feliz cuando estaba
junto a ella y quise creer que me decía lo mismo, aunque
nunca dejaría que me lo dijera de verdad, no sería justo para
ella.
Tiré de su camisa y la acerqué a mí para besarla. Cada día
me costaba más separarme de sus labios, de la suavidad de su
cuerpo y del susurro de sus palabras unidas a esa sonrisa que
daba luz a la casa.
Teníamos tanta ansia por unir nuestros cuerpos que no
llegamos al dormitorio, el sofá fue testigo de nuestras caricias
y nuestros besos mezclados con la necesidad de aprovechar el
tiempo que nos quedaba por estar juntos porque… aquello
tenía fecha de caducidad.
Nos quedamos acurrucados en el sofá, desnudos, sintiendo
la calidez de nuestra piel sin hablar, solo pensando, envueltos
en un aura un poco nostálgica. Quizás estuviera pensando lo
mismo que yo o quizás no.
—Sam. —Tenía la necesidad de que lo supiera y de saber
lo que pensaba—. ¿Sabes que si seguimos haciéndolo todos
los días… estarás muy poco tiempo aquí? Quiero decir que
conseguirás el dinero muy pronto para tu viaje. —Esperé a que
contestara, pero no lo hizo—. Sam, Sam —no quise insistir
más.
Seguía abrazada a mí, sobre mi pecho y no podía verle la
cara así que no sabía exactamente qué pasaba por su cabeza,
solo sé que me abrazó más fuerte y siguió en silencio.
Al día siguiente me vestí con unos vaqueros, un polo y mis
Converse, sabía perfectamente que Samantha me diría algo
sobre eso.
Lola me había llamado para decirme que se pasaría por mi
casa a lo largo de la mañana y no me gustaba que me viera
demasiado informal.
—Hola, preciosa. —Estaba preparando el desayuno en la
cocina.
—Hola. ¿Hoy tendrás trabajo acumulado supongo? Te veré
poco. —Puso morritos.
—Intentaré hacerlo rápido para poder hacer ejercicio por la
tarde. —Empecé a ayudarla a preparar las tostadas.
—Qué guapo estás vestido así y no estás descalzo, qué raro
—dijo sorprendida.
—Si…, bueno.
Intentó que me sentara, no era la primera vez que sentía
que no le gustaba que la ayudara con las tareas, supongo que
una parte de ella no entendía el porqué, pero era simple, para
mí, no era mi interina, para mí y mi espejismo, era mi
compañera.
Mientras desayunábamos no podía dejar de mirarla y ella
se daba cuenta.
—¡¡¿¿Qué??!! —gritó.
—Nada, ¿por? —Miré maliciosamente, estaba preciosa
recién levantada con una camiseta grande y los pelos
alborotados.
—Deja de hacer eso. —Golpeó mi pierna—. Estoy
horrorosa, ¿no? —Intentó peinarse un poco con las manos.
—Sí, horrorosa, creo que comeré en otro sitio para no
verte —bromeé.
Cogió un trozo de pan y me lo tiró.
—Sam, no empecemos así, que nos conocemos. —Intenté
aguantar la sonrisa.
—No te tiraré nada más porque estás muy guapo vestido y
supongo que esperas a alguien.
—Sí, viene Lola.
—Pues entonces te mancharé para que no te vea tan guapo.
—Volvió a tirarme un trozo de pan y me levanté tan rápido que
no le dio tiempo a escapar.
La atrapé entre mis brazos por detrás y le soplé en el cuello
porque sabía que le hacía cosquillas.
—¡Para, para! —Luchaba por escapar.
—Explícame primero eso de que no quieres que me vea
tan guapo. Ha sonado a celos. —Mordí su oreja.
De pronto se puso seria y dejó de jugar, empecé a sentirla
incómoda con mi comentario.
—¿Celosa de qué? De que mi jefe vea a su médica. —La
solté y se levantó.
—Era broma, Sam. —Empecé a ayudarla a recoger.
—Lo sé. —Intentó sonreír sin conseguirlo—. Y deja que
recoja yo. —Me sentí incómodo sin saber que decir y me fui.
Sobre las doce sonó el timbre de la puerta. Corrí a abrir por
si Samantha seguía molesta conmigo todavía. No había
conseguido descifrar lo que pasó en el desayuno.
Cuando llegué, Sam ya estaba vestida con unos vaqueros y
una camiseta, abriéndole la puerta.
—Hola, ehh… —Lola no recordaba cómo se llamaba.
—Samantha —respondió ella.
—Sí, Samantha, perdona soy un poco desastre para los
nombres. —Era muy educada, siempre.
—Hola. ¿Cómo estás? —la saludé.
—Hola, Enzo, deseando hablar contigo.
Sam parecía nerviosa, no paraba de jugar con sus manos y
estaba allí petrificada y seria.
—Está mal —soltó Sam de repente.
—¿Cómo? —preguntó Lola, extrañada.
—Que está mal, usted es su médica ¿no? Le duele la
cadera mucho y cojea y el otro día estuvo vomitando, varias
veces. —Me miraba de reojo.
La cara de Lola era un poema, no entendía nada de lo que
pasaba y no comprendía el motivo por el que esa chica le
contaba eso.
—Ehh… Enzo. ¿Puedes explicármelo mejor? Creo que me
estoy perdiendo algo. —Su mirada era de estupefacción.
Cerré los ojos y suspiré. Sam había estado preocupada por
mí todos estos días y no me había contado nada.
Al ver que no contestaba, Sam se me adelantó de nuevo.
—No sé durante cuánto tiempo estuvo vomitando, pero sé
que no fue solo cuando me recogió de la calle, porque vi
cuando se durmió que fueron más veces. —Su mirada me
pedía perdón a gritos.
—¿Cuándo te recogió de dónde? —preguntó sorprendida.
—De la calle, el día de los truenos. Me asusté y él fue a
recogerme y cuando llegamos corrió al cuarto de baño.
Lola volvió directamente la cara hacia mí con los ojos
como platos.
—Enzo, tenemos que hablar, ya. —Volvió la cara hacia
ella—. Sam, muchas gracias por contármelo, no te preocupes
que miraré todo lo que me has dicho —Sonrió para
tranquilizarla y eso me gustó.
Sam se volvió y se fue dejándonos en la puerta a los dos
mirándonos, yo sin saber qué decir y ella esperando que le
contara todo.
Nos dirigimos hacia mi despacho, ella se sentó en la silla y
yo en el sofá. No podía quitarme de la cabeza a Sam soltando
todo eso, solo pensaba en salir y abrazarla para tranquilizarla.
—Primero… ¿Por qué le has dicho que soy tu médica? —
preguntó.
—Porque lo eres —contesté levantando la mirada.
Negó con la cabeza y se pasó los labios por la parte
superior de los dientes.
—Y segundo… ¿Cómo lo has logrado? —Se levantó y se
puso de cuclillas junto a mí.
Cerré los ojos y tapé mi cara con las manos, todavía me
costaba recordar esa situación.

Cuando Lola se fue corrí a buscar a Samantha, tenía que


explicarme por qué no me lo había contado a mí, no quería que
se preocupara de esa manera.
Estaba sacando la ropa de la secadora cuando la encontré.
Le di la vuelta, la senté sobre ella y me separé.
—¿Por qué has hecho eso Sam? —dije mirándola
atentamente a los ojos.
—Lo siento —contestó ella.
—¿Estabas preocupada por mí y pensabas que no le
contaba mis cosas al médico? —Me dejé caer en la pared y
crucé los brazos.
No hablaba, solo movía ligeramente los dedos de las
manos para jugar con sus pulseras de hilo.
—Lo siento.
—Eso lo has dicho ya Samantha —al pronunciar su
nombre entero me miró y pude ver como sus ojos se volvían
brillosos y acumulaban en su interior lágrimas.
Intentó hablar, pero no pudo, se tocó la garganta e hizo un
gesto de dolor.
—Sam, no llores —fueron las palabras mágicas para que
una lágrima se escapara.
—Te dije que la línea era muy fina —logró decir.
En ese momento no supe reaccionar. Querría decir que no
sabía cuándo era trabajadora y cuando compañera, o que sentía
algo por mí y por eso se preocupaba tanto.
—Por favor, no te enfades, no volveré a meterme en tus
cosas. —Su mirada me destrozaba.
—Sam. —Me acerqué a ella y me metí entre sus piernas
—. No estoy enfadado, pero… tienes que dejar de ser perfecta
—Miró sorprendida y sonrió—. Cuéntame las cosas cuando
tengas una duda y yo contaré lo que pueda, pero… me cuido,
si eso te preocupa.
Asintió con la cabeza y me abrazó. Allí nos quedamos un
rato disfrutando del calor de nuestros cuerpos.

Estuvimos toda la tarde juntos, jugueteando en el gimnasio,


picándonos con los ejercicios y divirtiéndonos y por la noche
vimos una película abrazados en el sofá.
Al terminar la película me fijé en que estaba dormida,
pensé en quedarme allí con ella toda la noche, pero no quería
dar ese paso por miedo al no retorno.
La llamé y abrió esos preciosos ojos con cara de sorpresa
por haberse dormido allí.
—Ya es tarde, acostémonos. —Se giró y me abrazó.
—Cinco minutos. —Acaricié su pelo hacia atrás mientras
la observaba dormir. ¿Qué demonios estaba haciendo con esta
chica? ¿Qué estaba haciendo ella conmigo?
—Sam, venga, vamos a acostarnos. —Se estiró y se
levantó.
—Buenas noches, Enzo. —Se dirigió hacia su cuarto
mientras yo la observaba.
Cerré todas las ventanas, porque empezó a llover con más
fuerza. Los días así no me gustaban, me hacían sentir
nostálgico, no sé qué veía de bonito Sam en la lluvia.
Un estruendo me despertó, di un bote de la cama, había
caído un rayo cerca porque se había escuchado muy fuerte.
Fui a encender la luz, pero no funcionaba, estaba seguro de
que el rayo había caído en alguna red eléctrica y había
provocado alguna avería.
—Sam. —Tenía que estar aterrorizada, asustada y a
oscuras.
Me levanté y me dirigí hacia su cuarto, pero cuando
cruzaba la entrada vi una sombra que corría en mi dirección,
provocando un choque brusco.
—¡Ahh! —gritó.
—Sam, tranquila, estoy aquí. —Me abrazó fuertemente—.
¿Dónde ibas corriendo? —reí.
—A buscarte. —Escuché levemente—. ¿Y tú? —preguntó
sin soltarme.
—A buscarte a ti. —En ese momento se iluminó toda la
casa y la acurruqué cuanto pude.
Podía notar el corazón de Sam palpitando sobre mi pecho
y cuando tiró de mi camiseta fuertemente.
—Venga, vamos. —La cogí como a una niña y la llevé a su
habitación.
—No, por favor, quédate conmigo en el sofá —suplicó.
—Aquí dormiremos más cómodos, princesa. —La tumbé
en su cama y me acosté junto a ella envolviéndola con mis
brazos y mis piernas.
—¿Venías a quedarte conmigo, Enzo? —preguntó sin
mover ni un solo músculo de su cuerpo.
—Pues claro, sé que te dan miedo los truenos. —En ese
momento se volvió y me miró a los ojos como si hubiera dicho
algo especial.
Se quedó pensativa unos segundos.
—Enzo… ¿Quieres hacerlo?
—¿Por qué me preguntas eso? ¿Quieres hacerlo tú? —
Acaricié su pelo suavemente.
—No, estoy aterrorizada. —Levantó la mirada hacia mí.
—Sam, ¿entonces por qué me lo preguntas? —Me tenía
confundido.
—Porque si tú quieres lo haré.
—Sam. —Me incorporé para mirarle a la cara—. ¿Crees
que he venido aquí para acostarme contigo? —No quería ni
imaginar por un momento que pensara eso.
—No, pero lo haría por ti. —Besé sus labios.
—No tienes que hacer nada por mí, solo quiero que te
sientas protegida esta noche así que duerme, princesa, y no
pienses en eso. —Me agarró por las mejillas y me besó.

Me desperté boca abajo, sintiendo un peso sobre mí y unos


besos que me recorrían la parte baja del cuello. Un mordisco
en el lóbulo de la oreja hizo que diera un respingo y sonriera.
Las caricias sobre mi espalda me erizaban el vello mientras
sentía el peso de Sam completamente sobre mí.
Con un movimiento brusco la tiré hacia un lado y me
tumbé sobre ella.
—Que sea la última vez que me despiertas así —La besé.
—Oye… ¿Se puede saber por qué? —dijo intentando
hacerse la sorprendida.
—Porque querré dormir todos los días contigo. —Empecé
a tocarle las costillas para hacerla reír.
—De eso nada, no me has dejado sitio en la cama toda la
noche, ha sido un horror.
—Eso es mentira, Sam, no mientas —Reía sin parar.
Nos tranquilizamos y nos miramos fijamente. Me
incorporé y la besé. No hacían falta las palabras cuando
nuestros cuerpos hablaban. Le subí la camiseta y la tiré, acto
seguido metí las manos por detrás de su espalda y desabroché
el sujetador. Era hermosa, casi dolía ver lo preciosa que era.
Mientras la besaba bajaba su pijama y ella el mío, por fin
nuestros cuerpos no tenían nada que los separase, ningún
impedimento para disfrutar el uno del otro. La delicadeza de
su cuerpo se unía a mis fuertes músculos y formaban una
mezcla perfecta. Ver su rostro disfrutar me hacía sentir vivo,
pleno, como si fuera lo único que me importara en ese mundo,
que ella estuviera bien. Su fuerte respiración sobre mis labios
hizo que terminara en una explosión casi mágica de
sensaciones olvidadas que pensaba que no volvería a vivir.
CAPÍTULO QUINCE

Llegó el sábado y sentí un nudo en el estómago, no quería


irme, me apetecía quedarme allí.
No tenía ningún plan para esa noche ni para el día
siguiente y podría quedarme con Enzo.
Después de hacer todo lo referente a la casa y preparar la
comida me metí en la piscina.
—¡¡Enzo!! —grité—. ¡¡Enzo!! —Apareció como siempre,
con un chándal, sin camiseta y descalzo.
—Báñate conmigo. —Su cara de pillo me hizo estremecer.
—No me apetece, pero… ¿cómo me puedes convencer? —
Sonrió.
—Te espero sin bañador —bromeé.
—Eso está hecho. —Se desnudó por completo y se tiró a la
piscina.
¿Pero qué hacía? Estaba loco.
Al verlo bucear hacia mí, intenté nadar tan rápido como
pude hasta el bordillo, pero cuando tenía medio cuerpo fuera
del agua tiró de mí y me hundió.
—Hey…, tienes el biquini —dijo mientras tiraba de los
tirantes.
—Por favor no me hagas reír que no doy pie y me ahogo.
Yo me lo quito, yo me lo quito.
Me llevó a la parte de la piscina que daba pie y me soltó.
Se fue a bucear y cuando volvió ya me había desecho de
él. Se quedó mirándome, sin tocarme mientras yo,
avergonzada, me tapaba.
—¿Qué haces? Te he visto desnuda.
—Sí, pero no te quedas mirando como un gilipollas. —Le
tiré agua a la cara.
—Sam, te vas a arrepentir de echarme agua. —Empezó a
nadar poco a poco hacia mí.
—Espera… espera… —Solo pensar en lo que me haría
cuando llegara, me erizaba el vello.
Me arrinconó en la esquina de la piscina y se hundió en mi
boca. Nuestros cuerpos resbaladizos no podían estar quietos.
Escuchamos a lo lejos el timbre de la puerta.
—¡Joder! ¿Quién será? —No podía disimular el fastidio.
—Tendré que abrir, preciosa. —Me besó y salió.
Cogí una toalla y me fui corriendo a mi cuarto para
vestirme, pero cuando salí no había nadie en la casa.
—¿Quién era, Enzo? —pregunté extrañada.
—Creo que mis hermanas porque no esperaba a nadie más.
Miraré el móvil por si me han llamado. —Fue a buscarlo
mientras yo me sentaba en el sofá pensando en que esa noche
tenía que irme a casa de mi padre.
Escuché como sus pies descalzos se dirigían nuevamente
hacia mí.
—Qué pena, con lo buena que estaba el agua hoy —
bromeó mientras me tiraba un cojín—. Era mi hermana, ya se
pasará otro día.
—Enzo, ¿sales este fin de semana?
—¿Qué? Eh… sí, no… no sé. ¿Por qué? —Parecía
nervioso.
—Estaba pensando en… quedarme aquí. —Me miró
extrañado.
—¿Pasa algo, Sam? ¿Tienes algún problema con tu padre?
—Se sentó junto a mí con esa cara de comprensión que me
encantaba.
—No…, es solo que.., bueno no sé. Es una tontería quizás.
—Me sentí avergonzada porque seguía mirándome con cara de
curiosidad.
—¿Quieres que salga para quedarte aquí? ¿Es eso? —No
pude contener la risa.
—No, tonto, quiero quedarme contigo. Solo si te apetece y
no tienes planes. No quiero que sea un compromiso. —Sentía
como los latidos iban en aumento.
—Creo que es mala idea, Sam. —Fue como si el corazón
se me parara y una sensación de decepción me invadió.
—Vale, vale, sí, es verdad, es una tontería. —Intenté
disimular mi decepción. —Necesitarás tu espacio, es obvio.
—Es que si te quedas tendremos que seguir donde lo
dejamos en la piscina, porque esa imagen no se me borra de la
mente. —Me relajé al segundo y respiré.
—Tonto. —Le volví a tirar un cojín, pero lo paró con
facilidad.
—Sam. Te puedes quedar cuando quieras, mientras vivas
aquí, esta es tu casa también y…, a mí me encanta que estés.
—Se acercó y besó mi mano.
—¿Seguro que no tienes planes? —Hundí mis cejas,
inseguras.
—Este plan siempre será mejor. —El pecho se me infló y
podía explotar de felicidad en ese mismo instante.
—Tengo una idea, Enzo, acompáñame.
Lo llevé a mi habitación y le dije que se acostara en la
cama.
—Tienes que tener la mente abierta —Sonrió al escuchar
la frase.
Cogí un pañuelo del cajón y le até las manos al cabecero
de hierro forjado blanco. Le bajé los pantalones y los tiré. Al
ver que miré se cicatriz se sintió incómodo, pero sonreí y la
acaricié para que se relajara. Me encantaba ver la cara de
curiosidad que tenía.
Bajé de la cama y poco a poco me desnudé frente a él. Sus
ojos ardientes reflejaban pasión.
—Ahora empieza el juego. —Lo miré de forma maliciosa,
subí a la cama sobre su cuerpo y lo besé de forma efusiva, acto
seguido me senté junto a él.
—Escucha las normas atentamente. —Fui separándome de
la cama lentamente.
—Sam, este juego está empezando a no gustarme. ¿Dónde
vas? —dijo al verme reír.
—Llegaré a la piscina, me bañaré y si en cinco minutos no
has llegado pensaré que no quieres bañarte conmigo y saldré.
—Conté pausadamente mientras abría los ojos como platos.
—¡¡Saaam!! —gritó mientras salí corriendo hacia la
piscina.
Me bañé tranquilamente y nadé de un lado a otro, había
hecho el nudo a conciencia para que no se pudiera escapar.
Salí de la piscina para tirarme de un extremo y bucear
hasta el otro, el agua estaba genial.
—Uno, dos y tr… —Escuché un ruido detrás de mí, me
volví y sentí como se abalanzaba sobre mí y agarrándome
fuertemente me tiraba a la piscina.
¿Cómo diablos se había soltado?
Empezó a forcejear conmigo intentando montarme en sus
hombros, pero yo me negaba y estoy segura de que se llevaría
alguna patada, pero finalmente lo consiguió.
—¿Te parece bonito lo que has hecho? —su voz sonaba
divertida.
—Lo siento. —Estaba nerviosa y con los nervios se me
daba por reír—. Si hubiera sabido que te ibas a soltar nunca lo
hubiera hecho.
—No puedes atar a tu jefe a su cama.
— Ah… ¿no? —empecé a reír.
—No, lo dice el ar… tículo 23 de la constitución.
—Perdona, pero… no sé leer.
—Perfecto…, entonces ¿por qué te estás acostando
conmigo? Te lo escribí en una carta. —Me bajó y volvió a
arrinconarme en la esquina de la piscina.
—Porque me gustas. —Me salió del alma, no sabía cómo
reaccionaría ni si se lo tomaría a broma, pero se lo dije así.
—Y tú a mí también. —Nos quedamos mirándonos unos
segundos y unimos nuestros cuerpos deseosos el uno de otro,
con la respiración agitada y las gotas de agua surcando nuestro
cuerpo, una lucha interna entre lo que deseaba y lo que no
debía pasar. Traspasar esa fina línea.

Después de darnos una ducha calentita en el cuarto de fuera,


con caricias y besos, me envolvió en una toalla y me echó
sobre su hombro. A lo lejos pude escuchar el sonido de mi
teléfono sonando.
Me soltó, corrí hacia él y descolgué, era mi padre
preguntándome la hora en la que llegaría, estaba deseando
verme así que no sabía cómo contárselo.
—Peque, quiero estar aquí cuando llegues para que me
cuentes como te sigue yendo en el trabajo.
Papá, este fin de semana me quedaré aquí. Si quieres me
paso ahora y te veo. —Con eso le valdría.
—No cariño, sabiendo que estás bien me vale, pero… ¿a
qué se debe eso? ¿Vas a trabajar? —preguntó confuso.
—No, pero estoy bien aquí y tengo lo que necesito,
gimnasio, piscina, un dormitorio más grande que el mío… ya
sabes, estoy bien.
—¿Enzo estará allí?
—Ehh… sí, supongo. —Mi padre no podía enterarse de lo
nuestro o se moriría.
—Perfecto, pues pásate cuando puedas, peque. Te quiero.
Se va a poner Ángela, cariño. —Mi padre se había quedado
tranquilo.
—Ángela, hola ¿Cómo estás?
—Muy bien. —Me dio la impresión de que estaba rara—.
Sam, ten cuidado.
—¿Por qué me dices eso? —Me confundió su respuesta.
—Sam, la edad no importa, pero… no conozco a ese
hombre y me preocupo por ti, solo es eso.
—¿A qué te refieres?
—Sam, te gusta ese hombre, a tu padre le puedes engañar
porque los hombres no se enteran de nada, pero yo creo que te
gusta y… quiero que tengas cuidado.
—No te preocupes Ángela, todo está bien. —Me dejó
totalmente pensativa.
¿Tan claro estaba que me gustaba Enzo que se había dado
cuenta Ángela, con la que había pasado solo un día la semana
anterior?
Al ir hacia mi dormitorio pasé por la puerta cerrada con
llave y me quedé mirándola. Que tuviera cuidado. Era una
persona normal, pero… tenía sus secretos, como esa puerta.
¿Qué había detrás? ¿Por qué no quería contarme cosas de una
parte de su vida? Me metí de tal manera en mis pensamientos,
que no sentí a Enzo llegar.
—¿Qué piensas? —dijo mientras se dejaba caer sobre una
pared del pasillo con la mirada hacia el suelo.
—Nada, te dije que no te preguntaría más sobre algunas
cosas. —En mi interior había una voz gritando que lo hiciera,
pero la callé.
—Si alguna te preocupa demasiado, puedo ver lo que
hago. —Lo miré sorprendida.
Sopesé la situación y finalmente me decidí a preguntar.
—¿Qué hay ahí Enzo? —Señale hacia la puerta.
Se quedó pensativo durante un rato con la mirada perdida.
Puso sus manos entre su espalda y la pared y miró hacia la
puerta.
—Recuerdos, recuerdos bonitos —Sabía que le estaba
costando contarme eso, lo veía en su mirada de dolor.
—¿Por qué está cerrado si son recuerdos bonitos? —
susurré.
Agachó la cabeza y sé que intentó contármelo, pero no fue
capaz así que me acerqué a abrazarlo. No me tenía que dar
explicaciones, evidentemente que era algo demasiado doloroso
para él y no tenía que contármelo si no estaba preparado. Creo
que había hecho un esfuerzo en intentarlo.
Sus manos rodeándome con fuerza me hacían pensar que
me necesitaba, que era su tabla de salvación en ese momento.
—Gracias por comprenderme, Sam. —Hundió su cabeza
en mi cuello—. Te prometo que no es nada de lo que te tengas
que asustar.
Ese día me alegré más que nunca de quedarme con él. Si
había removido algo en su interior, estaría ahí para animarlo.

Mientras fue a cambiarse de ropa me tumbé en la cama, me


habían bombardeado con mensajes y llamadas y no me había
dado cuenta.
Llamé a Leo porque era del que más llamadas perdidas
tenía.
—Hola, Leo.
—Por fin damos contigo —dijo desesperado.
—¿Qué pasa? —No entendía el porqué de tanta llamada.
—Nos ha dicho tu padre que te quedas allí, así que en
media hora te recogemos.
—¿Qué? No… no. No voy a salir Leo —dije intentando
parecer decidida.
—Da igual lo que digas, vamos a ir sí o sí. Tu padre nos
dio la dirección así que si no quieres salir en pijama, vístete.
¡Joder! Leo intentando convencerme para salir, pero… ¿y
Enzo? No quería dejarlo solo.
—De acuerdo, aquí estaré.
Salí corriendo y llamé a Enzo, que estaba tomándose un
tazón de cereales con leche.
—Enzo, mis amigos vienen a recogerme para salir, no
admiten un no por respuesta. —Frunció el ceño al escucharlo.
—Bien, puedes hacer lo que quieras Sam. —Parecía darle
igual.
—Ven con nosotros. —Su mirada cambió, se oscureció.
—Sam… yo…
—Por favor —supliqué—. Después volveremos juntos.
Separó el tazón casi entero y se masajeó la frente,
incómodo.
—Sam… de verdad que yo…—No quería ponerle en ese
compromiso más tiempo. —Son tus amigos.
—Vale, vale. No te preocupes, no pasa nada.
Asintió con la cabeza sin mirarme a la cara.
—Enzo… ¿Quieres que venga después a dormir aquí? —
Intenté descifrar su mirada.
—Claro, princesa, siempre. —Tiró de mí y me besó—. Lo
siento. —Una parte de mí quiso creer que no se sentiría a
gusto con personas a las que todavía no conocía.
Enzo me acompañó mientras me arreglaba. Me vio
maquillarme, tirado en mi cama y me ayudó a pasarme las
planchas del pelo mientras yo respondía a todos los mensajes
que me habían mandado los demás.
Mientras buscaba la ropa que me iba a poner, miré por el
espejo a Enzo. Estaba cabizbajo, quizás prefería que me
quedara, pero… me matarían mis amigos.
Entré en el baño y salí con mi vestido rojo ceñido y mis
zapatos de tiras negros, con diamantitos brillantes que me
hacían, unas piernas espectaculares.
—¿Voy bien? —Pasé andando sexy por su lado.
—¿Va Leo? —dijo como quien no quiere la cosa.
—Enzo, te he hecho una pregunta —repliqué.
—Lo sé, pero ya sabes la respuesta. Vas a ser la más
guapa, seguro. —Me agarró y me senté sobre él con las
piernas una a cada lado.
—Me estás subiendo el vestido, me lo vas a estropear —
bromeé.
—Mejor, así te lo quitas —Sonrió—. ¿Va o no? —volvió a
preguntar.
—¿Leo? Claro que va, siempre salimos juntos. Ahora te lo
presentaré.
—No voy a dejarlo entrar. —Me miró pícaro.
Me cogió en peso y me tumbó en la cama mientras subía
aún más mi vestido hasta dejarlo en la cintura. Empezó a
darme besos por el cuello y a intentar bajarme la ropa interior.
—Enzo, estoy maquillada y arreglada, no seas tonto. —
Intenté agarrarle las manos, pero me las sujetó y me las subió
sobre la cabeza con una mano mientras con la otra me bajaba
el escote del vestido.
—Enzo, déjalo. —Parecía otro, no se comportaba igual y a
pesar de querer seguir no estaba dispuesta a volverme a
arreglar—. ¡¡Enzo, para!! —grité.
Paró de inmediato y se tumbó junto a mí, se tapó la cara
con las manos y me pidió perdón.
—Enzo, ¿estás celoso? —pregunté sorprendida.
En ese momento sonó el timbre y se levantó a abrir sin
decir ni una sola palabra.
Fue descalzo, pero por lo menos se puso una camiseta.
Me di un retoque, me eché perfume y salí, no quería tardar
mucho para que no se sintiera incómodo.
Cuando llegué al salón ya se habían presentado. Carlos
vino hacia mí a saludarme y nos dimos un abrazo. Jimena,
Regina y Adam estaban alrededor de Enzo babeando sobre él
así que me tuve que acercar yo a saludarlos.
—¿Y Leo? —Me extrañó que no estuviera.
—Ha ido a aparcar, míralo, ahí está —dijo Adan.
Miré la cara de Enzo, estaba observándolo fijamente, sin
parpadear y cuando vio que se acercaba a mí para saludarme,
se levantó dejando con la palabra en la boca a las chicas.
Leo se dirigió hacia mí y me dio un pico en la boca, pude
ver como Enzo cerró levemente los ojos y apretó los puños.
—Sam, estás preciosa, te he echado menos. Esta noche no
te dejaré ni un minuto. —Me cogió de la mano y me dio una
vuelta.
Enzo metió la mano entre nosotros intentando disimular,
sin conseguirlo.
—Hola… no recuerdo tu nombre —dijo irónicamente.
—No te lo he dicho. —Leo se había dado cuenta al
momento de que no era del gusto de Enzo—. Leonardo.
—Encantado, Leonardo. —Se dieron un apretón de manos
un poco tenso.
—Bueno, nos vamos. —Me sentía incómoda con aquella
situación.
Nadie se había dado cuenta de nada porque estábamos en
la entrada.
Todos fueron saliendo y yo esperé ser la última para
despedirme. Me hubiera gustado hablar un poco con él para
tranquilizarlo, pero no sabía por qué se había comportado así.
—¿Siempre te da besos en la boca? —susurró en voz baja,
enfadado.
—No, no sé por qué lo ha hecho. —No quería irme así.
—Sam, recuerda el trato. —Me quedé pensativa—. Solo
yo. —Se me vino el mundo a los pies.
—Eso es lo que te pasa, qué tienes miedo de que te pisen
tu terreno, por eso te has comportado así con Leo. —Me sentía
frustrada.
—¡Joder, Sam! No te vayas enfadada, por favor.
—Sam, venga —me llamaban las chicas.
—Siento lo de antes, Sam. ¿Puedo besarte? —suplicó.
—Claro que puedes.
Estábamos tan ensimismados en nuestra conversación que
no nos dimos cuenta de que Adan subió a buscarme y no
pudimos darnos el beso. Levanté la comisura de los labios y le
guiñé el ojo.
En un coche iba Carlos, Adan y las chicas y en el otro Leo
solo, así que me tomó de la cintura y me llevó hasta el suyo.
No quise mirar hacia atrás, pero Leo sí que lo hizo sonriendo.
Cuando estábamos dentro me preguntó por Enzo,
evidentemente había notado la tensión con él y quería saber
por qué.
—¿Qué coño le pasaba a ese tío, Sam? No le he caído
bien.
—No sé, ha sido raro. —Disimulé.
—¿Está enamorado de ti o algo? —preguntó intrigado.
—Nooo, claro que no. —Leo agarró mi mano y me sentí
mal.
Llegamos a la discoteca y nada más llegar decidí beberme
un Puerto de Indias, necesitaba entrar en calor y olvidar un
poco el mal rollo.
Las chicas no hacían más que preguntarme cosas sobre
Enzo. ¿Tiene novia? ¿Haces deporte con él? ¿Cómo está en
bañador? Ellas no le habían dado importancia a la edad.
—¿Podemos dejar de hablar de ese tío? —dijo Leo.
—Yo me lo quedaba —bromeó Adan.
Estuvimos bebiendo y bailando toda la noche. Leo estaba
pendiente de mí todo el tiempo, no dejaba que mi copa se
vaciase, me acompañaba a todos los sitios, incluso al baño por
si alguien se me acercaba y estaba más cariñoso de lo normal.
No dejaba de decirme que me estaba echando de menos y que
no le gustaba Enzo, quizás estuviera celoso también.
A la hora de irnos Leo quería llevarme, pero Carlos y
Adan pensaron que lo mejor era que él acercara a las chicas
que vivían cerca suya y ellos me acercaran a mí.
En el coche me hicieron un interrogatorio sobre Leo. ¿Qué
me había dicho? ¿Por qué estaba tan pendiente de mí? No
sabía qué contestar, pero al ver que no estaba tan contenta
como debería, se extrañaron. Yo solo quería volver a casa de
Enzo.
—Te pasa algo, Sam —dijeron extrañados.
Siempre había confiado en ellos y algo en mi interior me
decía que necesitaba contarle a alguien lo que estaba haciendo,
porque necesitaba quitarme ese peso de encima y escuchar la
versión de otro, las copas ayudaron.
Me armé de valor y lo solté. Conté desde el momento de la
carta hasta esa noche con Leo.
No abrieron la boca ni un solo momento en todo el tiempo
que estuve hablando y cuando terminé, tampoco.
—¿Vais a decir algo? —Estaban confusos y supongo que
era algo difícil de digerir.
—Lo llames como lo llames, eso es lo que es, Sam —No
me gustó esa respuesta de Carlos.
—Pero es diferente, me trata como a una pareja. Es
especial conmigo —respondí frustrada.
—Sam, esto es temporal, cuando consigas lo que quieres él
no estará ahí y tú te habrás colado por él. Ahora entiendo tu
forma de actuar con Leo —dijo Carlos.
—Ay, virgen santísima, Sam —Adan no paraba de
suspirar.
—Sam, no te vamos a llevar allí —soltó.
—¡¿Qué?! Claro que sí —exigí.
—Necesitamos hablar esto más detenidamente, tú tampoco
estás segura si no, no nos lo hubieses contado. ¿No crees?
Estás jugando con fuego —dijo Carlos.
—No, lo importante es no cruzar la raya.
—¿Y cómo sabes que no la habéis cruzado ya? —Eso me
heló el corazón, Carlos tenía razón.
Cogí mi teléfono y llamé a Enzo.
—Dime, Sam. ¿Estás bien? —preguntó alterado.
—Sí. —Empecé a llorar disimuladamente—. Necesito que
me recojas, Enzo, mis amigos han bebido y no pueden
llevarme. ¿Puedes venir a por mí? —Se hizo un silencio
aterrador.
—Sam… —Se calló—. Coge un taxi.
La mirada de Adan y Carlos no me dejaba concentrarme.
—¿No puedes venir a por mí? Sé que es tarde, pero…
quiero estar allí, por favor —supliqué.
—Sam… coge un taxi, por favor, yo también quiero que
estés aquí, pero…
—Pero ¿qué? No me digas que has bebido, porque no me
lo voy a creer —dije enfadada.
—Vamos, Sam, coge un taxi. Te espero aquí.
—Vale, te dejo —Colgué. Apagué el móvil directamente.
—¿Has visto cómo para él solo eres su pu…? Si sintiera
algo especial por ti cogería su puto coche y vendría por tal de
dormir contigo, pero no, no se molesta y quiere que cojas un
taxi —dijo Carlos.
—Abre los ojos, cuerpo, que no te engañe con su dinero.
Además, Leo está últimamente muy pesado contigo, es
evidente que se está dando cuenta de que le faltas.
—Llevadme a vuestra casa. No voy a ir. —Me acurruqué
en la parte de atrás del coche y derramé dos lágrimas.
Adan se pasó a la parte trasera cuando me escuchó sollozar
y me consoló.

El domingo fui a casa de mi padre, no había nadie, sería lo


mejor, así no tendría que dar explicaciones.
Subí a mi dormitorio y encendí el teléfono. Tenía quince
llamadas perdidas de Enzo y muchos mensajes.

WHATSAPP
ENZO: Sam.
ENZO: Sam, coge el teléfono.
ENZO: Sam, lo siento, por favor, ven.
ENZO: Yo pago el taxi pero ven, por favor.
ENZO: Sam, intentaré explicártelo, por favor.
ENZO: Te echo de menos.
Empecé a llorar cuando los leí, no parecían unos mensajes
de alguien que pasaba de mí.
Di un bote al sonar el teléfono en mi mano, era él.
—Diga.
—¡Joder, Sam! —Parecía frustrado—. ¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Cuándo vuelves? —preguntó.
—No sé, esta noche creo —contesté casi sin voz.
—Bien. —Parecía decepcionado—. Te espero, Sam, te
echo de… —me despedí rápidamente cortándole y le colgué.
Quizás Carlos y Adan tenían razón y había cruzado esa
línea que Enzo me había dicho que no hiciera.
Esa noche no me encontré con fuerzas de volver y sobre
las diez me volvió a llamar.
—¿Sí?
—Hola Sam. ¿Sigues enfadada? —su voz era un susurró
—. Lo siento, soy un gilipollas.
—No estoy enfadada.
—¿Por qué no estás aquí, entonces? —preguntó.
—Llegaré mañana temprano para el desayuno. ¿Puedo?
—Sí, claro que puedes. Lo que quieras. Te espero, princesa
—su voz sonaba desesperada.
Colgué sin despedirme cuando escuché esa palabra, me
gustaba que me llamara así.
Tuve que inventarme una historia para mi padre y Ángela,
para que no se extrañaran de verme allí.
Esa noche no dormí bien y pude pensar todo lo que quise y
más, y por la mañana había llegado a una conclusión y se la
diría a Enzo cuando llegara.
CAPÍTULO DIECISÉIS

Tengo frío y no paro de temblar. Llevo vomitando desde que


me llamó para que la recogiera y prácticamente mi cuerpo no
tiene fuerzas, me siento débil pero no quería tomarme ninguna
pastilla que me hiciera estar dormido cuando llegara Sam.
No puedo seguir en la cama así que me levanto a
esperarla. Paso por el espejo que está en la entrada y
contemplo una imagen desgarradora, una piel pálida y
demacrada, rebosante de culpabilidad y decepción conmigo
mismo. Siento impotencia y un desgarro interior que me hace
pensar por unos segundos en volverme y tomarme la pastilla
para olvidar.

Son casi las nueve y ya tengo el desayuno preparado por si


llega con hambre, aunque yo sea incapaz de meterme nada en
el estómago. No quiero que se dé cuenta, pero creo que será
imposible.
La imagen de Leo dándole un pico a Sam me reconcome
por dentro y no puedo quitármela de la cabeza. A pesar de
todo, ella quiso volver aquí, volver conmigo y yo…, yo…
¡Joder! Soy un gilipollas. Quizás ella… No, no puedo pensar
eso.

Cuando el reloj marcó las nueve y no había llegado empecé a


ponerme nervioso. Intentaba pensar en que se habría
entretenido, pero una voz en mi cabeza me gritaba que no
volvería, y no volvería porque era un gilipollas.
Escuché un ruido, era la puerta de la entrada, estaba tan
ensimismado en mis preocupaciones que no me había
percatado de su llegada.
Me dirigí hacia ella, estaba preciosa, con un pantalón
vaquero corto, una camiseta informal y una bolsa, supongo
que traería la ropa que se llevó puesta el sábado, ese vestidito
rojo espectacular solo para disfrutarlo conmigo.
No se había percatado de mi presencia aún y suspiró
fuertemente mientras soltaba la bolsa en el suelo. Parecía
enfadada y aunque era lógico, me hizo sentir peor de lo que ya
estaba.
—Lo siento —dije con un tono de voz casi imperceptible
provocando que mirara hacia mí, sorprendida.
Di unos pasos más para acercarme mientras ella seguía
inmóvil, esperándome. El corazón me latía tan fuerte que
escuchaba cada uno de mis latidos en la cabeza y la cara de
decepción de Samantha no ayudaba a cambiar eso.
Cuando estaba a dos pasos de su cuerpo y se reflejó en mí
la luz del sol que entraba por la puerta, ella cambió, se tapó la
boca con las manos, sobrecogida y sus ojos se abrieron como
platos.
—¡Dios mío, Enzo! ¿Qué… qué te pasa? ¿Es… estás…
pálido? —Se acercó y empezó a tocarme la frente.
El roce de su piel me venció, cerré los ojos y me dejé
llevar por su caricia.
—¡Enzo, habla! ¿Qué te pasa? —Estaba nerviosa y su voz
sonaba inquieta, eso me aliviaba el corazón porque sentía que
seguía preocupándose por mí.
—Estoy bien, Sam. —Agarré la mano que tenía en la cara
y la sujeté para que no la quitara.
—¿Has estado vomitando, verdad? —No quise mentirle,
pero tampoco quería que se preocupara más—. Tengo que
llamar a Lola, ahora. Dame tu teléfono, Enzo. —Como si le
hubiera dado un subidón de adrenalina empezó a tocarme los
bolsillos—. ¡Enzo! Mírame. —Abrí los ojos e intenté sonreír,
pero no sirvió de nada—. Dame el teléfono, ahora.
—Te he dicho que estoy bien. —Intenté calmarla, pero vi
como su mirada empezaba a brillar demasiado, intentaba no
llorar desesperadamente—. Sam, escúchame. —Agarré sus
mejillas con suavidad—. No es nada, se me pasará, solo me ha
sentado algo mal.
No pudo contenerse y empezó a llorar, se inclinó sobre mí
y la abracé tan fuerte como pude, necesitaba sentirla, respirar
su perfume, sentir su piel junto a la mía. ¿Qué demonios
estaba haciendo? ¿Qué haría cuando se marchará? Con solo
pensarlo, algo moría en mí.
Sus brazos me rodeaban y sus puños se cerraban con
fuerza agarrando mi camiseta.
—Sam, tranquila. —Intenté mirarla a la cara pero ella se
aferraba a mi pecho.
—No, tranquila no. Soy una estúpida. Ahora sé que no me
recogiste porque estabas mal y no querías preocuparme
diciéndome que no te encontrabas bien. —Le costaba hablar,
tenía el corazón encogido.
—Sam, yo… —Eso me hacía sentir como un miserable. El
malo era yo y no ella pero ¿qué demonios podía decirle?—
No, Sam, no digas eso.
—Enzo, ¿por qué no quieres que cruce la línea? —Se
separó un poco de mí y me miró con una cara de ternura que
no conseguí comprender.
—Sam, no quiero hablar de eso. —Había dado una vuelta
que no quería que pasase.
—Enzo, ¿estás enfermo? ¿Es por eso? —La sangre se me
heló y mi piel se tornó aún más pálida—. ¿Te estás muriendo?
—No, joder, no. —La abracé para calmar el llanto
desconsolado que le entró.
—Sam, no me estoy muriendo si eso te calma, pero por
favor no me sigas preguntando. —Quería contarle todo,
pero… no valdría para nada, solo empeoraría la situación.
—Sam… —Agarré sus manos con fuerza y acerqué mi
cara a la suya—. ¿Has cruzado la línea? —Empecé a
preocuparme por ella.
Cerró los ojos con fuerza sin poder controlar la pena que
sentía. Los abrió y me miró.
—¿Quieres que la cruce? No, no podía preguntarme eso.
Claro que quería que la cruzara, yo también quería cruzarla
pero… ¡Joder!
—No, Sam, ya lo sabes. —Tragué la frustración y el odio a
mí mismo por ser así. Me separé a pesar de sentir un dolor
muy fuerte en el corazón al hacerlo.
Se secó las lágrimas y se separó más. Cogió la bolsa que
traía y suspiró.
—Pues no te comportes como un novio celoso con mis
amigos. —Una puñalada directa al corazón.
—Lo siento fui un estúpido. —Era evidente que le
mandaba señales contradictorias pero no se podía enamorar de
mí. Cuando nos dijimos que nos gustábamos pensé que
bromeaba, siempre jugábamos, aunque yo lo dijera en serio.
—Voy a soltar esto —dijo refiriéndose a la bolsa.
—Bien, estaré en la cocina desayunando, lo he preparado
si te apetece. —No contestó y se fue.
Diez minutos después,llegó a la cocina, seguía con cara de
preocupación, pero parecía más calmada. Cogió la silla y la
acercó a la mía.
—¿Has comido algo? —preguntó con dulzura.
—Sí, café, zumo y tostada. —Estaba preocupada, se veía
en su mirada.
Se quedó pensativa con la mirada perdida en cualquier
lugar.
—Me estoy volviendo loca, Enzo.
—La cogí sin pensarlo y la acurruqué entre mis brazos.
Qué estaba haciendo con ella, la iba a destrozar, sentía algo
por mí, cada vez estaba más seguro.
—Sam, no pienses, por favor.
—Enzo, no quiero que te pase nada malo.
—Estoy bien, princesa, solo me sentó algo mal, tranquila,
ya me encuentro mucho mejor, te lo prometo. —Solo deseaba
que estuviera relajada y que dejara de preocuparse por este
gilipollas que solo la hacía sufrir sin querer—. ¿Puedo
besarte?
—¿Por qué me preguntas eso? Siempre puedes hacerlo,
Enzo.
Lo que estaba deseando hacer desde el sábado, que no le
pude dar uno de despedida, lo hice en ese momento.
Nuestros labios se unieron, no podían estar separados si
nuestros cuerpos estaban cerca uno del otro. Toda la
frustración, el miedo, la impotencia y la incertidumbre pasada,
desaparecían al segundo que probaba su dulce boca, su cálida
y húmeda lengua jugueteando con la mía. Ese beso pedía
desesperadamente que estuviese bien y el mío que no me
dejase… por ahora y que me perdonase, aunque ella no
supiese el porqué. Por mi cabeza pasaban tantas cosas bonitas
que podía decirle pero que no haría, que por un segundo me
separé intentando pensar con claridad.
—¿Qué te ocurre? —Sus oscuros ojos tenían un brillo
especial.
—Nada, tranquila —sonreí porque finalmente la tenía
entre mis brazos.
—Creo que ya es hora de que te quites esa barba. Venga
vamos. —Tiró de mí hacia el cuarto de baño.
—¿No te gusta? —Si lo hubiese sabido antes, me la habría
quitado.
—Me encanta, pero… he recordado que te la dejaste
porque estabas de bajón y no tenías ganas de nada. Eso tiene
que cambiar, fuera barba. ¿Entendido? —Ese tono mandón me
gustaba tanto como ella.
—Usted manda. —Le di la vuelta y me la tiré al hombro,
me encantaba llevarla así.
Metió una silla donde me hizo sentarme y llenó el lavabo
de agua, me envolvió la cara de espuma y me dijo que
esperase.
—Oh, no encuentro mi móvil.
—¿Qué quieres?
—Hacerte una foto. ¿Puedo coger el tuyo y enviármela a
mí?
—Claro, toma. —Desbloqueé el teléfono frente a ella y se
lo di.
—Vas a tener que cambiar la contraseña porque la he visto.
¿Un palo? ¿No crees que es muy fácil?
—Pues tal vez, pero no tengo nada que ocultar —Sonreí—.
Puedes hacerla ya, por favor —dije poniendo los ojos en
blanco.
—Ya sé, es una I mayúscula. —Cerré fugazmente los ojos
como acto reflejo.
—Sí…, sí, es una I. ¿De la novia a la que le estas poniendo
los cuernos conmigo? —bromeó.
—Sam, sabes que no tengo novia y mucho menos le sería
infiel. —Levantó las cejas intentando parecer dudosa.
—De tu ex-novia, de tu ex-novio. —Le agarré de las
manos y me puse serio.
—Nada de eso Sam, es… solo… un… palo. Echa ya la
foto o me arrepentiré. —Intenté cambiar de tema.
Le intenté manchar la nariz de espuma, pero me esquivó.
El trato era ese, ella tenía que salir manchada también si quería
la foto.
Le puse un pegote en la nariz y ella me puso otro a mí,
luego se posicionó junto a mí y sonrió con la mano preparada
para darle al botón.
—Para, para. Si quieres que salga en la foto, tiene que ser
dándome un beso.
—Vale, en la frente.
—De eso nada, en los labios.
—¿Qué? Me mancharé la cara —replicó.
—Pues no hay trato.
Me miró con esa cara divertida que tanto me gustaba y se
sentó sobre mí pasándome las piernas una a cada lado. Se
mordió el labio inferior y me hizo enloquecer.
—No vuelvas a hacer eso o no habrá foto y no me afeitaré
—su sonrisa me volvía loco, me encantaba verla así, feliz, no
triste por mi culpa.
Preparó el móvil y me agarró por la parte trasera del
cuello, me miró fijamente y me besó. Aunque intentara
ponerse seria no lo lograba y me contagiaba su alegría.
Miramos la foto a la vez, yo salía con el ceño fruncido y
sonriendo y ella con los ojos cerrados fuertemente y sonriendo
también. Para mí era perfecta la foto.
—Ohhhh, salgo horrorosa…
—No es verdad, sales perfecta.
—La verdad es que me encanta, qué pena que no pueda
ponerla de fondo de pantalla ni subirla a ningún sitio. ¿No te
gusta?
—Me encanta. —Le quité el teléfono y no dejé que mirara
lo que estaba haciendo.
—¿Qué estás haciendo? Enzo, déjame mirar. —Intentaba
quitármelo y estuvimos a punto de caernos de la silla.
—Si me afeitas bien, te lo enseño. —Puso los ojos en
blanco y cogió la cuchilla.
Con cuidado y sin bajarse de mi regazo, empezó a
rasurarme la barba y a enjuagar la cuchilla en el lavabo. Era
delicada, aunque alguna vez intentaba hacerme cosquillas si
me veía demasiado relajado.
—Listo, mírate.
—¿Sabes cortar el pelo? En tu currículum decía que habías
trabajado de todo un poco —bromeé.
—Pues no, pero lo puedo intentar.
—Nooo, no, no —dije asustado.
—Sí, lo voy a hacer, lo he visto muchas veces y con el
pelo ondulado no se van a ver los trasquilones. —Por alguna
extraña razón me dejé.
Estaba muy concentrada, no hablaba y de vez en cuando
me miraba al espejo.
—¿Cómo vas, Sam?
— Perfecto, mírate. —Aunque veía algunos trasquilones
estaba bastante bien y me encantaba ver la cara de ilusión de
su rostro.
—Vale, serás también mi peluquera —dió un grito de
alegría.
—Me merezco que me enseñes lo que has hecho en el
móvil.
Lo cogí y se lo di.
—¿Qué quieres que haga? ¿Lo enciendo? —preguntó
extrañada.
—Sam, sabes la contraseña, no creo que te cueste quitarla
—dije con ironía.
Marcó la I, nerviosa y se le iluminaron los ojos.
—Oohh… —Se quedó pensativa—. No hagas esto. —No
dejaba de mirar la imagen de fondo de pantalla con nuestra
foto.
—Tu querías ponerlo en el tuyo. ¿Por qué no?
—Porque aparece la línea, Enzo. —Intentó levantarse sin
mirarme pero la agarre.
—Quitémonos los pelos. —La cogí en peso y la metí en la
bañera, con ropa, acto seguido entré con ella.
Abrí el grifo y el agua caliente cayó sobre nosotros. La
abracé para que se mojara mientras ella posaba su cabeza
sobre mi pecho y cerraba los ojos, así nos quedamos un buen
rato, unidos y en silencio.
Durante el tiempo que estuvo en el baño, no habló. No
paraba de abrazarme y acariciarme, pensativa, como si una
parte de ella no estuviera allí.
—Sam.
—Dime.
—¿Quieres dormir conmigo hoy?
—¿Cómo dormir? ¿En tu cama? —Asentí.
Se quedó callada unos segundos pensando y negó con la
cabeza. No quise volver a preguntarle para que no se sintiera
comprometida. Me acerqué y la besé para ver si estaba bien y
me siguió el beso, sonriente.

Después de cenar nos despedimos con un abrazo y un beso y


nos fuimos cada uno hacía su habitación, caí rendido al
momento.
Dormía profundamente cuando sonó el teléfono, me asusté
y lo cogí rápidamente.

WHATSAPP
SAMANTHA: Creo que he escuchado un trueno.
Miré extrañado por la ventana y vi un precioso cielo
estrellado. Bonita manera para decirme que se había
arrepentido y quería que durmiéramos juntos.
ENZO: El cielo está despejado, no te preocupes, lo habrás
soñado.
La haría sufrir un poquito.
SAMANTHA: He leído que esta noche los habrá.
ENZO: No te preocupes, he mirado el tiempo y hará una
noche perfecta, nada de nubes, ni lluvia, ni truenos.
SAMANTHA: ¿Quieres que te lo diga?
ENZO: Inténtalo.
Podía imaginar a Sam con los ojos en blanco,
maldiciéndome.
SAMANTHA: Quiero que vengas a dormir conmigo.
ENZO: ¿Por qué?
SAMANTHA: Olvídalo.

¿Se habría enfadado de verdad? Estaba deseando ver esa cara


entre mis brazos.
Sin hacer ruido me acerqué a su habitación. Abrí un poco
la puerta y sin esperarlo me llevé un cojinazo.
—Sam. —Salté sobre ella en la cama.
—Eso por gilipollas —dijo intentando zafarse de mí
mientras forcejeábamos para que me dejara abrazarla.
Busqué su boca y la besé hasta que se relajó y se dejó
querer. Finalmente nos acurrucamos y dormimos unidos toda
la noche.
Por alguna razón, la noche que había dormido con ella
descansé por completo sin despertarme y me levanté con
ilusión por un nuevo día.
Abrí los ojos y me vino una imagen preciosa, la carita de
Sam con los pelos alborotados y dormida profundamente. Tiré
de ella y la acurruqué entre mis brazos, me daba igual
despertarla, solo quería aprovechar ese momento al máximo.
—¿Qué pasa? —dijo medio dormida.
—Nada, duerme. —Besé su frente mientras acariciaba el
pequeño espacio de piel que asomaba bajo su camiseta por la
espalda.
El teléfono empezó a sonar y me sacó del micro mundo
perfecto en el que me encontraba.

WHATSAPP
PILAR: Abre la puerta
Joder, mis hermanas. ¿Qué hora era? Últimamente estaban
molestas porque me encontraba un poco perdido en el trabajo,
antes sabían que era porque no tenía asistenta, pero ahora no
sabía qué excusa poner.
—Preciosa, levanta, han venido mis hermanas y querrán
conocerte.
Se despertó de un bote.
—¿Cómo? —Se levantó rápidamente y empezó a buscar
como loca algo de ropa.
Me dirigí a la puerta, en pijama, y les abrí.
—Hola, cariño. —Elena se quedó mirándome fijamente—.
Estás más delgado, Enzo. ¿Cocina bien esa señora?
—Ehh… sí, perfectamente. —La besé, pero ella prefirió
darme un achuchón.
—Come, por favor —dijo mientras me señalaba con el
dedo.
—Hola, Pilar. —Nos dimos dos besos y se quedó
mirándome el pelo.
—¿Has cambiado de peluquero? —Pilar era muy
observadora, demasiado, diría yo.
Avergonzado me lo toqué y sonreí, luego asentí con la
cabeza y me volví para dejar de seguir hablando de eso.
—¿Dónde está la señora para conocerla? Tiene la casa
bastante bien, me alegro. —Nos sentamos en el sofá mientras
veía como Pilar miraba todo con detenimiento.
—Bueno. —Elena me cogió de las manos para que la
atendiera—. Nos tienes un poco preocupadas. Siempre has
sido correcto en tu trabajo y llevas unas semanas un poco
perdido. No es que no trabajes, es solo que estás un poco
desordenado. Un día te lo tomas libre, otra semana casi no
trabajas… etc. Sé que luego consigues ponerte al día, pero…
queremos saber si te ocurre algo que no sepamos. —Elena
parecía bastante preocupada.
—Lo siento, tenéis razón, he estado un poco despistado,
pero estoy perfectamente. —Intenté tranquilizarlas.
—Llegamos a pensar que no tenías a nadie contratada por
tu problema, pero veo que no es así. ¿Estás seguro de que no te
ocurre nada? Sabes que puedes contar con nosotras. —Nada
más terminar la frase, la cara de Pilar cambió, dirigió la mirada
hacia la entrada, totalmente desconcertada y supe que había
visto a Sam.
Me volví y…
—¡Sam! —grité sorprendido, aunque luego intenté
disimular. Iba vestida con el uniforme de Amalia.
—Hola… ¿Tú eres la nueva… interina? —preguntó Elena,
dudosa.
—Sí, encantada, soy Samantha. —Se comportaba de forma
encantadora, pero estaba aterrada, lo veía en su mirada
oscurecida.
—Ehh… Sam, estas son mis hermanas, Elena y Pilar.
Estaré con ellas en mi despacho. —Me levanté para que me
siguieran, me costaba verla vestida así.
Me miró a los ojos, confundida, había visto mi mirada
distante y estaba temerosa.
—Encantada, Samantha. Tienes un nombre precioso y…
eres muy guapa —dijo Elena—. Pero nos quedaremos aquí, no
venimos a nada que tenga que ver con la clínica, Enzo —dijo
dirigiéndose a mí.
—¿Qué edad tienes? —preguntó Pilar, extrañada.
—Veinticinco. —Sam no paraba de juguetear con las
manos.
—Ahh… bien.
—¿De… desean algo? ¿Un café, agua? —Estaba nerviosa,
quería quitarle ese vestido y relajarla entre mis brazos.
—Sí, un capuchino, por favor. —En sus ojos pude ver el
pánico, seguro que no sabía hacerlo y estaba seguro de que
Pilar lo había hecho a propósito.
Estaba furioso por dentro, viendo como Sam se dirigía a la
cocina, llena de inseguridad.
—Ahora vengo, tengo que… ahora vengo. —Quería llegar
a ella y decirle que no pasaba nada.
En la cocina se encontraba Sam aterrada.
—¿Cómo coño se hace un capuchino? Google. —Corría de
un lugar a otro buscando su teléfono—. No le he caído bien,
no le he caído bien, me miraba mal.
—No, te miraba extrañada, piensa que esperaban ver a una
mujer mayor, como siempre. —Intenté que se relajara—. Te
ayudo.
—¡Enzo! —La voz de Pilar sonaba a lo lejos.
—Tranquilízate, no tienes que caerles bien. A mí eso me
da igual.
—No te da igual, me has mirado con mala cara cuando
llegué.
—¡Enzo! ¿Vas a venir? —volvió a llamar.
—No ha sido por eso, ya hablaremos.
Cuando llegué, encontré a Pilar con mi móvil en la mano.
Solo pude pensar, en que hubiera visto la foto de Sam y mía
dándonos un beso, en el fondo de pantalla. No era nada malo
pero qué se supone que les debía contar… Pilar, Elena, pago a
esta chica para “acostarme” con ella, y hago esta tontería,
aunque esté totalmente enamorado, porque soy gilipollas. ¿Y
cuando esto termine, qué? ¿un interrogatorio sobre el porqué,
etc…?
—Toma, pásame el teléfono de Juan —suspiré
interiormente.
Mientras se lo pasaba llegó Sam, con las manos
temblorosas provocando que la cucharilla no dejara de
moverse continuamente con la taza.
—Tome señora.
—No me llames señora. —Fue muy seca. Pilar era seria y
exigente, pero no era mala persona, simplemente no entendía
la forma de comportarse.
—Perdón.
—Tráeme algo de picar, lo que sea —dijo sin mirarla.
Sentía a Sam hacerse cada vez más pequeña y no podía
soportarlo, me entraban ganas de decirles que se fueran.
Sam se volvió rápidamente y se fue.
—¿Quieres dejar a Sam, tranquila? ¿Qué te pasa? —le dije
enfadado.
—Enzo tiene razón, estás haciendo pasar a la chica un mal
rato.
—Solo quiero probarla. —Se le escapó una sonrisita
malévola.
—Pues ya la he probado yo y me gusta. —Volvieron las
dos la cara hacia mí, sorprendidas—. Quiero decir que me
gusta como cocina, como limpia y esas cosas.
—Sí… esas cosas. Bueno nos vamos.
—¿Qué? Te está preparando algo, ¿se lo has pedido para
nada? —Estaba indignado.
En ese momento llegó Sam con su queso cortado y su
chorizo con picos.
—Lo siento, nos tenemos que ir, Sam, otra vez será —
contestó Elena intentando calmar el ambiente.
Pilar todavía tenía algo más que decir. Me recordó que el
sábado siguiente era mi cumpleaños y quería celebrarlo con la
familia cercana y algunos amigos, yo había pensado en
celebrarlo solos yo y Sam y no decírselo hasta ese día, pero la
bocazas de mi hermana lo soltó mientras Sam se dirigía a la
cocina con la comida de vuelta.
Las acompañé a la calle y cuando se fueron corrí a
buscarla.
Tenía las palmas unidas en la boca como si estuviera
rezando y los ojos caídos.
—Lo siento, lo siento —repetía.
Me acerqué a ella y le quité ese vestido horroroso de su
precioso cuerpo. Nunca más dejaría que se lo pusiera, no tenía
que demostrar nada a nadie, eran cosas entre nosotros dos y
punto. Lo cogí y lo tiré a la basura para asegurarme de ello y
volví a donde estaba ella.
—No vuelvas a ponerte eso, no es tu uniforme. —La
agarré de la cintura y dejé caer mi frente sobre la suya.
—Lo sé… mi uniforme es este —Contestó mirando su
ropa interior.
—Sam, ¿qué dices?
—No me quieres ver de asistenta, prefieres verme de puta.
—Sam, ¿quieres decir que yo te hago sentir así? —Se tapó
la cara y negó.
—Lo siento, pero me siento fatal y estoy diciendo
tonterías.
La abracé y le dije que no se preocupara, lo había hecho
genial, era mi hermana la que se había comportado como una
estúpida y todavía no sabía el motivo, pero no dejaría que
volviera a hacerlo nunca más. Cuando volvieran le diría a Sam
que se tomara el tiempo libre y punto.
—No volverá a pasar, te lo prometo. —Me encargaría de
ello.
CAPÍTULO DIECISIETE

Salí de la casa, tranquila, era consciente de que Enzo tenía que


estar enfadado conmigo, pero era la única manera que tenía de
averiguar si había algo más.
Elena disimulaba, pero nada más cerrar la puerta se volvió
hacia mí como un toro.
—¿Se puede saber qué demonios te ha pasado ahí dentro?
Te has comportado como una auténtica… —No era propio de
ella decir palabrotas. —Esa chica lo ha pasado fatal por tu
culpa, estaba descompuesta y tú no la dejabas. —Estaba muy
enfadada.
Empecé a reírme a carcajadas, no cabía duda de que mi
papel de mala lo bordaba porque todo el mundo se lo había
creído.
Reconozco que soy un poco seca y muchas veces me paso
de perfeccionista, pero no era mala persona y nunca le haría
algo así a nadie, si no hubiera una causa mayor y buena, por
supuesto.
—La chica es una muñequita, Elena —dije ante los ojos
estupefactos de mi hermana.
—Entonces… ¿se puede saber por qué te has portado así?
Era obvio que Enzo llevaba un tiempo raro, y en cuanto vi
a la chica me lo imaginé. Siempre había tenido trabajadoras
mayores y de buenas a primera se busca a una joven, guapa,
aparentemente simpática, aunque por mi forma de
comportarme no lo pudimos averiguar mejor y a pesar de mi
comportamiento seguía intentando complacerme. ¿Por qué
aguantaría eso? Para mí estaba claro, sabía que éramos sus
hermanas y quería causarnos buena impresión. Sin contar con
ese horrible uniforme, que no pensaba ni que fuera de ella,
estaba segura de que si entraban sin avisar se la encontrarían
vestida diferente.
—¿Viste cómo me miraba Enzo, cada vez que le decía algo
a esa chica? Estaba negro por dentro.
—¿Tú crees que hay algo entre ellos? —dijo pensativa e
ilusionada.
—Pues sí, sobre todo porque al coger su móvil y
desbloquearlo, vi una foto de ellos besándose.
Elena no salía de su asombro.
—¿Sabes desbloquear su teléfono? —preguntó indignada.
—Te juro que no lo hice con maldad, pero lo había visto
muchas veces ponerla. Es la inicial.
—¿Cuál, la E?
—No, tonta, la I. —Se quedaron pensativas.
—Dios mío, qué alegría Pilar. ¿Seguro que eran ellos?
¿Por qué crees que no nos lo habrá contado?
—Míralo tú misma, mandé la foto a mi teléfono. No le dije
nada a él porque no sabía el motivo por el que no nos lo
contaba. Por eso pensé en celebrar su cumpleaños con una
fiestecilla, para que nos la presente. Llamaré a un servicio de
catering para que la chica no trabaje y esté con nosotros. ¿Qué
te parece? Quizás así se atreva a contarnos algo. Te prometo
que ese día seré la mujer más encantadora del mundo, con ella,
y por supuesto le pediré mil veces perdón.
—Dios mío, cómo eres, Pilar. Me quedo más tranquila, sé
que no le ocurre nada malo sino todo lo contrario. Ha
merecido la pena este mal trago que nos has hecho pasar.
Quizás era la diferencia de edad, que había entre ellos el
motivo por el que no nos lo contaba, aunque a mí
personalmente me parecía una bobada. El amor
definitivamente no tiene edad, y Enzo tampoco era millonario
como para pensar que estaba con él por dinero. Eso sin contar
que, no es porque sea mi hermano, pero siempre ha sido
guapo, sobre todo desde que hace deporte que tiene a todas las
chicas de la clínica deseando tener que venir aquí a su oficina
para poder verlo.
Me da tanta pena mi hermano, ha tenido tan mala suerte y
se ha cerrado en banda al hecho de enamorarse. Que el simple
hecho de pensar en que pudiera ser real lo de esta chica me
hace sentir una alegría absoluta.
Necesita un apoyo para salir del agujero en el que está,
porque, aunque él crea que es imposible, yo estoy segura de
que podrá. Tiene derecho a ser feliz, solo debe encontrar a la
adecuada, no todo el mundo comprendería su problema y lo
aceptaría.
¿Sabría ella su problema? Lo dudaba, pero…, ojalá.
CAPÍTULO DIECIOCHO

Me sentía fatal, había pagado con Enzo la frustración del


encuentro con su hermana y no se lo merecía. No debería
haberle dicho nada referido a que era su pu…, él no me trata
como si lo fuera y no tenía nada más que pensar.
No volvería a enfadarme nunca más, sabía cuál era mi
papel allí y disfrutaría al máximo el tiempo que me quedaba
para estar con él, viviría el presente y lo que viniera después
ya se vería.
No podía creer que su cumpleaños fuera un día antes que
el mío, cuando lo escuché me quedé atónita. Evidentemente no
podía enfadarme porque no me lo contara, puesto que yo
tampoco le había contado el mío, demasiado dinero se gastaba
en mí para que quisiese hacerme un regalo, no podía
consentirlo.
Llamé a la pastelería y encargué una tarta que estuviera
decorada la mitad de unicornio y la otra mitad negra y
separando un lado del otro una línea roja. También quería que
pusieran nuestros nombres y la edad que cumplíamos cada uno
en nuestra mitad. Podía imaginármela en mi cabeza y solo
deseaba que se pareciese.
Busqué por Amazon algo que regalarle, que fuera original
y no lo pude ver más claro. Ropa de deporte a conjunto para
los dos, me encantaba la idea, podría buscar las zapatillas a
conjunto, incluso.
Unas Nike blancas con el logo negro, las había de hombre
y de mujer, eran perfectas, ahora solo tenía que buscar la ropa.
Un top para mí de camuflaje y transpirable para él, y los
pantalones cortos negros con una franja lateral a conjunto con
la camiseta. Creo que era ideal, nos gustaría a los dos.
Estaba tan ilusionada que en cuanto vi a Enzo me lo notó.
No volvió a sacar el tema del cumpleaños y yo prefería que
fuera así para que no me terminara sacando lo que había
hecho, me costaba mucho guardar una sorpresa sobre todo
porque estaba deseando decirsela. Todo llegaría el domingo,
me había costado, pero lo había conseguido.
Esa semana fue maravillosa con Enzo, hacíamos deporte,
nos reíamos, veíamos películas mientras comíamos
porquerías…
No habíamos vuelto a dormir separados desde el día en
que le mandé el mensaje diciéndole que había escuchado un
trueno, simplemente surgió así, al día siguiente, después de
cenar me preguntó si nos acostábamos y en cuanto asentí me
cogió en peso y me llevó como dice que tanto le gusta
llevarme, en su hombro hasta su cama. Una vez allí atrapada
con sus brazos, era imposible separarme de él.
Las noches eran perfectas, dormir abrazada a Enzo, sentir
su calor corporal y su protección me hacían creer que era la
mujer más afortunada del mundo y, por momentos pensaba
que eso no acabaría nunca.
Todos los días terminábamos haciéndolo, era inevitable,
nuestros cuerpos se atraían y no podíamos luchar por
contenerlo. Sinceramente no pensaba en que eso le costaba
dinero y que cuanto más pasara, menos tiempo estaría con él
porque en aquel momento en mi mente eso no existía, en mi
mente era mi compañero. Solo veía mi sueldo porque le dije
que hasta que no consiguiera todo lo que me faltaba no me lo
diera, me fiaba totalmente de él, pero no llevaba la cuenta y
pensaba que él tampoco lo haría, y lo prefería así, porque
estaba llegando el punto en el que no estaba segura de querer
conseguir ese dinero.
El viernes alguien llamó a la puerta mientras Enzo se
duchaba. La imagen de una chica muy sensual apareció en la
pantalla del telefonillo. Pregunté qué quería antes de abrir,
aunque pensé que quizás sería alguna trabajadora de la clínica.
La chica preguntó por Enzo, estaba preocupada porque
hacía bastante tiempo que no hablaba con él y quería saber si
le había ocurrido algo.
Rápidamente bajé, no sabía quién era, pero podría
tranquilizarla.
—Hola, soy Sam y tú eresss…
—Patricia, puedes llamarme Patri. —Parecía incómoda
con mi presencia—. ¿Y Enzo? ¿Puedo hablar con él?
—Está en la ducha, pasa y lo esperas.
—Perdona que te pregunte pero… ¿Quién eres? ¿Trabajas
aquí o eres de alguna agencia? —preguntó.
—Bueno, trabajo aquí pero no de agencia.
—Entonces tu eres el problema por el que no me llama.
¿No? —Su mirada me desconcertaba, parecía querer decirme
algo o sacarme alguna información.
—Si es por el trabajo sí, ahora trabajo yo aquí. —Supuse
que había venido alguna vez a trabajar por horas o algo así.
Vi como una lágrima caía de su precioso rostro.
—Cuídalo, por favor. Aunque no deje que lo ayuden
demasiado, pero necesita que alguien esté ahí, aunque sea una
vez a la semana.
Se calló la boca y miró al fondo.
—Yo soy la prosti… odio esa palabra, a la que llamaba
antes que a ti. —Al ver mi cara de asombro se calló—. ¿En
qué trabajas aquí? ¿Eres prostituta, no?
No supe qué contestar porque sí, lo era, era su “prostituta”,
aunque Enzo dijera que no y no era la primera, sentí como la
sangre desaparecía de mi cuerpo y me mareé.
—Venía todas las semanas y ha dejado de llamarme, pero
ya veo cual es el motivo. Ten cuidado porque es fácil
enamorarte de él —sonrió tímidamente.
—¿Cuánto tiempo llevabas viniendo? —pregunté mientras
pensaba que no me podía sorprender más.
—Bueno, es que hemos venido tres, una se enamoró y él
no quiso seguir viéndola y Joana y yo seguimos turnándonos
hasta que cogimos una confianza especial que hizo que me
llamara siempre a mí, porque yo en cierto modo me parezco a
él en muchos aspectos y se ha sentido bien conmigo, como
para contarme sus problemas.
—¿Crees que siente algo por ti? —Mi corazón se paró
hasta que me contestara.
—No, estoy segura. Solo ha buscado de nosotras sexo,
venimos, nos acostamos y nos vamos, eso no es amor.
Creo que esa mujer estaba enamorada de Enzo, solo una
enamorada hablaría así de alguien que solo te quiere para
acostarse contigo.
Bueno, te dejo, dale besos de mi parte, me alegro de que
esté bien, ya me pasaré en otro momento.
La cabeza me daba vueltas, se acostaba con prostitutas.
¿Por qué un hombre guapo, fuerte, simpático, no intentaba
hacerlo sin pagar? Una parte de mí estaba tranquila, no me
identificaba con ella porque yo vivía con él. No solo
practicaba sexo sino que hacíamos vida, prácticamente de
pareja. Quizás debería preocuparme más, pero al final solo
veía un hombre con un problema interior que no era capaz de
contar. Definitivamente no le diría nada, con su vida había
podido hacer lo que quisiera.

Ese fin de semana volví a casa de mi padre porque al siguiente


no lo haría, era nuestro cumpleaños y por nada del mundo lo
dejaría solo, aunque me tuviera que callar delante de su
hermana, porque después sería mío.
El domingo se me hizo interminable, estaba deseando
volver con Enzo, todo mi cuerpo pedía a gritos que volviera
con él, era mi droga.
Carlos y Adan me habían llamado toda la semana y me
habían mandado millones de mensajes, pero no se los había
cogido. No quería que me dijeran nada malo de Enzo, sabía
que por mucho que les explicara no terminarían
comprendiendo el filing que había entre los dos, así que decidí
que necesitaban una explicación en persona.
Subí y grité antes de llegar a la puerta.
—¡Abridmeee! —Estaba un poco nerviosa por su reacción.
Escuchaba jaleo dentro.
Adan abrió la puerta y se quedó frente a mí sin reaccionar,
con semblante serio.
—Perdón, puedo explicarlo.
Se dirigió hacia mí y me abrazó.
—Pasa, anda, nos tienes abandonados. —Lo abracé y seguí
el murmullo.
En el salón estaban todos, Jimena, Regina, Carlos y Leo.
Todos se alegraron de verme y me saludaron con alegría, pero
en la mirada de Carlos veía preocupación.
Leo se puso rápidamente junto a mí. Seguía sintiéndome
atraída por su físico, pero no podía compararse con lo que
sentía por Enzo. Se quedó mirándome a los ojos sin parpadear
y me hizo sentir incómoda.
—¿Que? —sonreí.
—Uhh. Aquí saltan chispas —dijeron las chicas.
Empecé a ponerme nerviosa, sería muy injusta la vida si
Leo sintiera justo en este momento algo por mí.
Carlos nos dijo que pasáramos a la cocina para picotear
algo que había preparado con Adan, pero en el momento en el
que fui a levantarme, Leo me agarró por la cintura. Vi como
todos se reían y salían corriendo cerrando la puerta tras ellos.
—¿Qué pasa? —¿Sería ese el motivo por el que me
llamaban tanto?
—Sam. —No, no, no. No podía pasarme esto a mí. Esto
sería tan injusto.
—Leo, espera. —Intenté levantarme.
—Sam, pareces incómoda conmigo, soy yo, Leo, tu amigo.
—Tenía razón, ¿por qué me comportaba así? Nunca se había
pasado conmigo ni se había portado mal y me estaba
comportando distante con él, sin necesidad.
—Lo siento, Leo, tienes razón. Cuéntame. —Dejé que
agarrara mi mano, pero sentía que no debía hacerlo. Tenía que
tranquilizarme.
—Sam, me he dado cuenta de que te echo de menos —dijo
mientras acariciaba mi mejilla.
—Enzo… digo…
—¿Enzo? —preguntó sorprendido.
—Lo siento, es… la costumbre, estoy todo el tiempo con
él. —Dios, me sentía fatal.
Sentía que le estaba siendo infiel a Enzo, no quería que
Leo se sintiera mal pero no podía escuchar lo que me quería
decir porque empezaba a imaginármelo.
En ese momento sonó mi teléfono.
—¿Sí?
—Hola, princesa. ¿Qué haces? —Enzo. Empecé a sentirme
agobiada, ese “Hola, princesa” me había provocado millones
de mariposas en el estómago.
—¡¿La alarma?! Lo siento. Ahora mismo voy —grité para
hacer creer a Leo que me tenía que ir.
—Leo, tengo que marcharme, mi jefe no está y se le olvidó
poner la alarma, con los robos que hay ahora en esa zona. Si
puedo, vengo después y me sigues contando. —Cogí mi bolso
e intenté salir, pero me agarró del brazo y me intentó besar
aunque en el último momento ladeé la cabeza y solo me besó
en la comisura.
—Sam.
—Tengo… tengo que irme, Leo.
Salí corriendo y me despedí de todos, les dije que Leo les
contaría y corrí escaleras abajo.
Una vez montada en el coche me acordé que dejé a Enzo
en el teléfono, lo miré para volver a marcar cuando escuché su
voz.
—¡¡Saam!! ¡¡Saam!! —gritaba.
—Dime, Enzo.
—¿Qué coño ha pasado? ¿Por qué has hecho eso? ¿Te ha
hecho algo ese desgraciado? Te ha vuelto a besar, ¿no? Dime
que no, Sam.
—Tranquilo, no me ha besado, pero… creo que se iba a
declarar y…
—¿Y qué? —preguntó nervioso.
—El trato, ahora soy… solo tuya.
—El trato… —se calló por un momento—. Sí…, el trato.
—Lo escuché resoplar.
—¿Qué querías? ¿Para qué me has llamado?
—Para ver cuando llegabas. —Empezaba a calmarse.
Pensar en que me echaba de menos me hacía sentir
necesitada y era una sensación de euforia constante con él.
—Nunca me había fijado de lo grande que son las camas.
—¿Las camas?
—Sí, he dormido en la de unicornio, la mía es demasiado
oscura y si no estás tú, no me gusta.
—¿En serio, has dormido en mi cama? —Sonreí.
—¿Te molesta que lo haga?
—Claro que no, es tuya.
—No, es tuya —dijo con firmeza.
—Bueno… nuestra.
—Eso me gusta más. —Pude imaginarme su cara alegre—.
Vuelve ya, Sam.
—No me dejas tranquila ni mi día libre, eso es acoso
laboral —bromeé.
—Otro día lo coges libre, pero hoy te necesito.
Esas palabras me llegaron al corazón, ojalá me necesitara
no solo hoy, sino toda la vida.

Toda la semana estuve esperando que me dijera algo del


cumpleaños, pero ni siquiera lo comentaba, aunque estábamos
tan bien que ni siquiera le daba importancia.
Cada vez que pasaba junto a mí me hacía una caricia, o me
daba un beso en el cuello o me hacía cosquillas y yo le tiraba
alguna cosa, o lo empujaba a la piscina o le quitaba las gafas
mientras trabajaba. Básicamente lo que hacen dos enamorados
cuando están juntos, disfrutar de la otra persona con cualquier
gesto por muy insignificante que sea.
El viernes lo noté distante, diferente, y eso me hizo sentir
mal, no podía imaginar lo que le pasaba, si no se encontraba
bien o había hecho algo mal. Esa semana tuve mucho trabajo,
porque sabía que celebraría el cumpleaños allí, y quería que
estuviera la casa perfecta y que su hermana no pudiera decir
nada malo de mí y hacer sentir mal a Enzo, pero cuanto más
limpiaba más raro se volvía.
El viernes por la tarde decidí comentarle algo sobre el
cumpleaños.
—¿Por qué no me contaste nada de tu cumpleaños, Enzo?
—Quise abrazarlo pero lo vi incómodo y me frené.
—Porque soy un viejo a tu lado. —Cerró los ojos con
fuerza y se echó el pelo hacia atrás.
—Qué tonto eres. —No pude contenerme y lo hice, me
agarré a él y me rodeó con sus brazos hundiendo su cabeza en
mi cuello.
—De eso te quería hablar. Este sábado lo celebro aquí, no
tienes que trabajar, viene un servicio de catering.
Algo no me cuadraba, ¿por qué me lo decía tan serio?
—Puedes coger el fin de semana libre —le costaba hablar.
—Vale… lo haré. —Lo sentía muy lejos en esta
conversación y eso no me gustaba.
—Puedes… puedes irte hoy si quieres y volver el
domingo… cuando quieras. —No fue capaz de mirarme
mientras me decía aquello.
No me invitaba a su cumpleaños, no me invitaba. Yo que
solo quería pasar el mío con él y él no me invitaba al suyo.
—Bien —le dije justo antes de irme.
No intentó frenarme, sabía que estaba mal lo que hacía,
pero si no lo evitaba era porque le daba totalmente igual.
No pensaba llorar, a pesar de tener un nudo en la garganta
y una presión en los ojos, pero no iba a llorar, por lo menos, no
delante de él.
¿Se avergonzaba de mí, frente a su familia? ¿Realmente
fingía que sentía algo por mí, pero todo era mentira? Mi
cabeza no paraba de dar vueltas, me sentía dentro de una nube
negra que no me dejaba ver con claridad.
Cuando preparé la maleta me di cuenta de que me
asfixiaba y necesitaba respirar, tenía que irme de allí, irme,
irme.
Solté las cosas junto a la cama y salí de la habitación. No
pensaba despedirme de él primero porque no podía y segundo
porque no se lo merecía, llegué corriendo a la puerta y salí. A
llegar a la calle escuché cómo me llamaba, pero no pensaba
quedarme a que me contara que yo solo era su puta sirvienta.
Di la vuelta a la esquina y corrí todo lo que pude dejando
caer las lágrimas en el camino y parando de vez en cuando
para recobrar el oxígeno que el llanto no me dejaba coger.
Siempre supe que no era buena idea, pero… no que dolería
tanto.
No podía llegar a mi casa así, corriendo y con los ojos
hinchados de tanto llorar, así que me dirigí a casa de Carlos y
Adan. Recé por que estuvieran solos, lo último que deseaba
era tener que explicarles a todos lo que me ocurría.
Cuando me abrieron la puerta se horrorizaron, me
acompañaron al sofá para que me sentara y me prepararon una
tila. Quise tranquilizarlos, pero no me salían las palabras,
sentía un nudo tan grande en la garganta y una sensación tan
intensa de opresión en el pecho, que pensé que no podía haber
nada peor en el mundo que ese dolor interior.
—¿Es por tu jefe verdad? —Asentí—. Sam, escúchame,
estás jugando con fuego y cuando se juega con fuego pasa
esto, te quemas. Lo que está haciendo contigo no es algo
normal, nadie hace eso con alguien por el que siente algo,
bueno, a no ser que tenga muchos demonios internos.
—¿A qué te refieres con eso? —Carlos se masajeaba la
frente.
—Da igual. ¿Qué te ha pasado exactamente? —Hablar con
él me tranquilizaba.
Adan me trajo una tila calentita y me acurruco en sus
brazos.
—Gorda, no queremos volver a verte así, nunca. Deja ese
trabajo de una vez, no te merece la pena por muy bien que te
pague.
—Sí que merece la pena, Adan. Soy feliz con él, me trata
como una princesa, me da cariño, se preocupa por mí, me
divierte.
—Hablas como una enamorada. ¿Lo sabes? —dijo Carlos
—. Pero hay un pero, si no, no estarías así. ¿Me equivoco?
Tenía que contarles lo ocurrido en ese momento para que
pudieran comprender lo que me pasaba y me aconsejaran de
forma adecuada, aunque simplemente necesitaba un sitio para
llorar.
Les conté que no me había invitado al cumpleaños y ellos
sorprendentemente lo vieron normal.
—Sam, nos contaste que él te dejó claro que solo era una
relación laboral —dijo Carlos para mi sorpresa.
—¿Estáis de su lado, o qué? —respondí enfadada.
—Sam, amor… —Respiró hondo antes de seguir—: Creo
que la que está equivocada eres tú. No es tu pareja, lo que haga
con su vida social no tiene que estar vinculado contigo. —No
solía escuchar a Adan hablar de esa manera y me dolía mucho
más.
—Pero… se comporta como si lo fuera, no solo es sexo, es
complicidad es… —Mi discurso empezó a perder fuelle.
—¿Cuánto dinero llevas Sam? No te voy a preguntar con
la frecuencia con la que lo hacéis, pero con lo que te paga
supongo que no mucho, porque si no, tendrías el dinero pronto
—preguntó Carlos.
—No sé lo que llevo, le dije que me lo diera todo junto,
hubiese sido muy desagradable que después de hacerlo me lo
diera.
—Ves, otra vez lo haces. No quieres ver la realidad tal
como es. Si has aceptado, has aceptado y cobras —dijo
indignado—. ¿Él lleva la cuenta?
—No… no lo sé. —Vi como sus ojos se abrían como
platos.
—Amor. ¿Y si no la llevara? —la forma de preguntar de
Adan me hacía sentir mejor, más relajada.
—No sé, no lo he pensado porque… me daba igual.
—Sam. ¿Podrías recordar cuantas veces? Haces cuentas y
te vas de allí.
—No sé, es imposible… todos los días, prácticamente.
No daban crédito a lo que escuchaban, quizás ellos no se
fiaban de él y podrían tener razón, pero en ese aspecto yo si lo
hacía y la verdad es que en lo último que pensé era en el
dinero.
Al final recapacite, tenían razón, él siempre me lo dejaba
claro, pero con la forma de comportarse me demostraba otra
cosa. ¿Por qué se ponía celoso con Leo? Entonces recordé que
era por posesión, el trato incluía que no estuviera con nadie. Y
él no querer que me pusiera el uniforme tampoco significaba
nada, era evidente de que me prefería desnuda y haciendo
deporte. Estaba solo, simplemente era más divertido y si
después terminábamos en la cama mejor, supongo.
El mundo se me vino encima, pero no podía dejar de estar
enfadada con él, por haberme metido en esto, y conmigo
misma por entrar. Lo supe desde el primer momento, esto no
terminaría bien y no me equivocaba, no he podido separar el
trabajo del amor y él me lo advirtió muchas veces.
Dormí en su casa y pasé todo el sábado con ellos,
intentando animarme hasta la noche que fui con mi padre,
cogí ropa, la más sexy que encontré, un vestido que nunca
llegué a estrenar porque me parecía demasiado atrevido, era de
color beige, por encima de las rodilla y entallado, en los
laterales, dos enormes aberturas que llegaban prácticamente a
una cuarta de la cintura, el escote de pico bajaba entre los
pechos en el que evidentemente no podría usar sujetador, y
terminaba en la mitad del estómago, y unos tacones dorados de
tira fina a conjunto con los pendientes. No sé en qué momento
pensé que ese vestido era para mí, pero por alguna extraña
razón me lo compré.
Salí dispuesta a emborracharme, no pensaba derramar una
sola gota más de lágrimas por ese hombre. Si tenía que ser así,
si eso era solo sexo, pues eso sería.
Justo cuando me estaba montando en el coche, llegó Leo,
guapo como siempre, comprensivo como siempre y sin tener
en cuenta mi comportamiento del último día.
Los ojos se le salieron de las órbitas al verme, no pudo
disimular su atracción y me miró de arriba a abajo.
—Guau, Sam, no tengo palabras. Hoy terminaré
pegándome con alguien por ti, porque los hombres solo van a
tener ojos para ese cuerpo.
Sonreía al escucharlo, necesitaba que alguien me subiera el
ánimo y qué mejor que Leo para eso.
Al sentarme en el coche el vestido subió, quedando las
aberturas laterales aún más altas y aunque intentara bajarlas no
pude.
—Sam, como no te tapes un poco, tendremos un accidente
porque así no se puede conducir, no puedo dejar de mirar esas
piernas y ese escote —bromeó—. ¿Estás bien?
—Estoy perfectamente Leo, hoy pienso estar con vosotros
y disfrutar al máximo.
Miró rápidamente hacia mí y me puso la mano en la rodilla
mientras sonreía, parecía realmente contento, ese día sus ojos
azules brillaban de manera especial.
Al bajarnos del coche escuché a alguien llamarme, miré
hacia atrás y vi a un chico cuya cara me sonaba. Me acerqué
para verlo bien, pero a pesar de sonarme muchísimo no
terminaba de saber quién era.
—No te acuerdas de mí, ¿verdad?
—Lo siento, me suenas muchísimo, pero… ahora no caigo.
¡¡Madre mía!! Dany. Cómo me he podido olvidar de ti, claro
que me acuerdo, eres el chico que me salvó de ese…
—Bueno, salvó… —Puso cara de no creer que era para
tanto.
—Sí, ese tío iba dispuesto a todo.
—La verdad es que sí, la pena fue no volverlo a encontrar.
Leo llegó y se presentó, aunque él estuvo ese día también,
es más, se acordaba de él.
—¿Vas a entrar? Me encantaría invitarte a algo para
agradecértelo.
—No, muchas gracias, tengo planes hoy, pero otro día
quizás —contestó agradecido. —Cuídala, no la dejes sola que
va muy guapa —le dijo a Leo pensando seguramente que era
mi pareja.
—No lo dudes, muchas gracias.
Me había alegrado verlo, no sé qué hubiese hecho ese
hombre conmigo si no fuera por él.
Entramos en la discoteca y ya habían llegado los demás,
todos me miraron impactados, no solo porque entré de la mano
de Leo, aunque simplemente fuera por no perdernos entre la
gente, si no por el vestido.
Leo me pidió una copa que me bebí casi de un trago, cogí
a las chicas y las arrastré hasta la pista, hacía mucho que no
bailaba y me apetecía muchísimo. Con Enzo no salía a ningún
sitio, solo en su casa, otra cosa que empezaba a estar clara, no
había ningún motivo por el que necesites sacar a tu puta a
pasear.
Tenía que pedirme otra copa para dejar de pensar todo el
tiempo en él, así que me acerqué a la barra. Un hombre
empezó a hablar conmigo, quería invitarme, pero le dije que
no y un segundo más tarde apareció Leo, estaba pendiente de
mí en todo momento, no me quitaba ojo de encima.
Las chicas sacaron el móvil para fotografiarnos, una todos
juntos, una solo las chicas bailando, otra brindando…
—Échame una sola con Samantha —dijo Leo a Regina.
Me cogió por la cintura y miró a la cámara, pero yo había
pensado otra cosa, me pegué frente a él y rodeé su cuello con
mis manos, al ver mi reacción agarró mi muslo y lo subió a la
altura de sus caderas mientras con la otra mano agarraba
peligrosamente mi trasero. Nuestras caras se pegaron tanto que
me asusté, pero esperé a que nos fotografiara.
—Joder, Sam, no sigas haciendo esto o no responderé. —
Pensé un poco con claridad y me separé.
Le dije que me mandara la foto y me sorprendí, era tan
íntima que asustaba, parecíamos dos personas a punto de
comerse la una a la otra y por una de las partes puede que
fuera así.
Abrí el WhatsApp y la puse de perfil, quería que Enzo
viera esa foto y creyera que me daba igual lo que había hecho,
una parte de mí quería que sufriera igual que yo.
Bajé el volumen de móvil y apagué el vibrador, esa noche
era mía y la disfrutaría.
Estuvimos bailando y bebiendo toda la noche, estaba muy
mareada y solo veía a Leo quitarme tíos de mi lado todo el
tiempo, hasta que se quedó inmóvil junto a mí como si fuera
mi guardaespaldas. En cierto punto no me dejaron beber más,
me sentía bastante mareada, pero eso no quitaba que quisiera
seguir haciéndolo.
—Sam, te llevo a casa, ya —dijo Leo.
—¿Qué? No, no me pienso ir.
—Estás mareada, Sam, te estás pasando —replicó Carlos.
Las chicas tiraron de mí hasta la calle y cuando salí una
suave brisa me acarició la cara, pero el cuerpo se me cortó y
empecé a sentir un sudor frío que me hizo sentir mal al
segundo, empecé a verlo todo negro de repente y a no
escuchar nada.
—¡¡Sam!! ¡¡Sam!! —los gritos de los chicos cada vez
sonaban más lejanos y no era capaz de reaccionar.
Cuando me desperté estaba en una camilla, me sentía fatal
y mi padre estaba junto a mí, con cara de preocupación.
—¿Papá? —Intenté levantarme pero tuve la impresión de
que mi cabeza explotaría.
—¿Estas bien, peque? —Cogió mi mano y la acarició.
Aquí están todos tus amigos desde que te pasó han estado
esperando ver que te recuperas, nos hemos asustado mucho.
Empecé a llorar, me sentía fatal, la forma en la que les
había estropeado la noche con mi negligencia.
—Les diré que entren porque estarán deseando verte y así
podrán irse a descansar. —Me besó en la frente y salió, pero
antes de llegar a la puerta se quedó pensativo y se volvió,
estaba decaído. —Peque, ahora no es el momento pero
tenemos que hablar de tu trabajo y de ese hombre.
¿Por qué? ¿Por qué había que hablar de eso? ¿Qué sabía
mi padre? No podía quedarme así, necesitaba saber por qué me
había dicho eso.
—¡¡Papa!! —grité. ¿Por qué lo dices?—. Su mirada era de
derrota.
—Tu móvil no paraba de iluminarse peque y… lo cogí
para ver quién era pero habían colgado, entonces me di cuenta
de que tenías muchos mensajes de tu jefe y… lo siento, los
miré.
Enzo me había mandado muchos mensajes, seguro que
había visto la foto y estaba enfadado porque piensa que soy
suya.
—¿Por qué pedía con tanta insistentemente que le
contestaras? ¿Ha pasado algo? ¿Tiene que ver con la foto que
tienes con Leo? —Eran demasiadas preguntas y no podía, ni
quería contestar—. Sam. ¿Tienes problemas con ese hombre?
—Papa, no te preocupes, de verdad, me trata muy bien,
quiero que estés tranquilo, ya te lo explicaré. —Intenté
tranquilizarlo para no preocupado más, pero sé que fue en
vano.
Bajó la cabeza y salió a llamar a los demás.
—Por cierto, le mandé un mensaje diciéndole que estabas
en el hospital, pero… no ha venido.
Me quedé sin respiración. Estoy en el hospital y no es
capaz de venir. ¿Qué clase de hombre es? No lo reconozco, no
es el Enzo con el que vivo, que está pendiente de mí en todo
momento. ¿Qué demonios ocurre? Podía entender lo que me
dijo Carlos y Adan de que era una trabajadora y no tenía
obligación de invitarme, pero en el hospital…, aquello no tenía
perdón para mí, no le importaba nada absolutamente.
Seguramente estaría por ahí disfrutando con los amigos y yo
no era suficientemente importante como para venir a verme al
hospital el día de su cumpleaños.
Entraron todos juntos, incluida Ángela y me abrazaron.
Les pedí una y mil veces perdón y a pesar de estropearles el
sábado me perdonaron y se alegraron de que estuviera bien, se
habían preocupado mucho por mí y les agradecía
enormemente que hubieran estado ahí.
Les dije que se fueran, estaban demacrados de no haber
dormido y necesitaban descansar, eran las doce de la mañana y
seguían ahí esperándome.
Salieron todos, pero Leo se quedó rezagado detrás.
—¡Vamos, Leo! —gritaron los demás.
—Un momento, ahora bajo —dijo mientras se acercaba a
mi lado.
Ángela al ver lo que sucedía decidió irse a buscar a papá
que había bajado a tomar un café.
—Necesito sentarme un poco, Leo. —El me cogió de la
mano y me incorporó. Me senté frente a él en el lateral de la
cama con las piernas colgando, el vestido se me subió y él me
ayudó a bajármelo.
—En cuanto te vi con el vestido sabía que me darías
problemas —bromeó—. ¿Estás mejor? —preguntó mientras
me ponía el pelo detrás de la oreja.
—Me duele la cabeza, pero sí, estoy mejor. —Lo miré y
quise ver al Leo de antes, al que me volvía loca con sus ojos
azules, pero no lo veía, o por lo menos eso creía. Pensaba en
Enzo, en los ojos azules de Enzo.
—Me asusté mucho, Sam.
—Lo siento. Sé que tuviste que estar toda la noche
pendiente de mí —intenté sonreír.
—Eso fue un placer y lo sabes. Desde que trabajas allí me
he dado cuenta de una cosa, Sam. Te echo de menos, antes
sabía que estabas ahí pero ahora que no estás, siento que me
falta algo y eres tú. Tus locuras, no como la de hoy, claro. —
Empezamos a reírnos.
¿Qué pasaría si besaba a Leo? No me refiero a un pico, a
un beso, un beso de verdad como el que había soñado durante
tanto tiempo en darle. ¿Volvería a sentir lo que sentía antes?
¿Podría olvidar a Enzo? Todo sería tan fácil con Leo, amigos
en común, es uno de mis mejores amigos y… es “normal”.
—Leo…, ¿quieres besarme? —Abrió los ojos de par en
par extrañado.
—Pensé que no querrías porque el otro día huiste.
—Hoy lo necesito —dije intentando aguantar las lágrimas.
Tragó saliva y se acercó a mí delicadamente y
agarrándome por el cuello me besó.
Sus pupilas ocupaban la mayor parte del iris, aún así el
azul de sus ojos brillaba intensamente. Las manos le
temblaban y dejó caer su frente sobre la mía.
—Sam, vente a mi casa.
CAPÍTULO DIECINUEVE

No pude mirarla a la cara mientras le decía que podía irse el


viernes y volver el domingo. Había sido una de las cosas más
difíciles que hice, pero era para protegerla, entre otras cosas.
¿Qué dirían al ver que he invitado a la persona que se encarga
de mi casa? Ya les pareció rara que fuera joven, así que
hubiese sido muy descarado que viniera, cuando nunca lo
habían hecho las demás.
¿Qué haré cuando mis amigos intenten ligar con ella y yo
no pueda hacer nada, solo mirar? Sam es hermosa y estoy
seguro de que alguno lo intentaría, mi sobrino el primero, que
tiene su misma edad.
Cualquiera podría contarle mis problemas puesto que todos
los que vienen son personas que me conocen bien y saben por
lo que he pasado y estoy pasando, no podía, no quería que lo
supiera, me daba miedo.
Y por último, Pilar. El otro día estuvo tirante con ella y no
quiero que lo vuelva a pasar mal por mi culpa, demasiado está
aguantando con mis secretos.
Cuando la vi dirigiéndose a su dormitorio y preparar las
cosas para irse, empecé a dudar, si hiciera lo que hiciera
sufriría, prefería que sufriera junto a mí. De esa manera estaría
para protegerla, pero no me dio tiempo.
Mi teléfono empezó a sonar en el dormitorio y corrí a
cogerlo, pero justo en ese momento escuché unos pasos
rápidos que se dirigían hacia la puerta. Corrí para alcanzarla,
pero cuando llegué ella iba por la calle y aunque grité su
nombre, se fue.
Fui a su cuarto y me di cuenta de que había dejado hasta
las llaves del coche, eso significaba que volvía corriendo, cosa
que hacía cuando no era capaz de afrontar algo o necesitaba
desconectar. Estaba huyendo de mi casa, huyendo de mí.
Acababa de irse y ya la echaba profundamente de menos,
era mi oxígeno, el motor de mi vida. La casa estaba vacía sin
ella y pensar que hasta el domingo no la vería me mataba por
dentro.
Intenté tranquilizarme y pensar que era mejor así, estaría
con su familia y con sus amigos y…, después le explicaría
todo.
Mi hermana me llamó para decirme que vendrían los del
catering el sábado sobre las seis para preparar la fiesta.
Cuando llegaron los dejé entrar, lo celebraríamos en la
piscina, mientras me metí en mi despacho. Lo último que me
apetecía era esa fiesta, solo podía pensar en qué estaría
haciendo Sam y como se encontraría.
Miré mil veces el móvil, pero no tenía ningún mensaje, ni
llamada de ella, eso me puso muy nervioso porque quería decir
que estaba más dolida de lo que imaginaba.
Me arreglé con un pantalón vaquero y un polo e intenté
poner mi mejor sonrisa, mis hermanas hacían aquello por mí y
no se merecían verme triste.
Fueron llegando todos, unas veinte personas
aproximadamente, nunca dejé que invitaran a más, eso ya era
demasiado. Básicamente lo hacía por ellas porque sé que
necesitaban verme bien.
Llegaron mis hermanas con mis cuñados y mis sobrinos,
Carlota la hija de Pilar que tenía veinte años y Dany, el hijo de
Elena que era prácticamente mi hermano, nos habíamos criado
juntos. Hacía bastante que no venía por mi casa porque había
hecho un curso y lo echaba de menos. Antes era él el que me
acompañaba haciendo deporte, era diferente a como lo hago
con Sam, pero sigo echando de menos su compañía.
Llegaron unas nueve personas que trabajan con nosotros
en la clínica, de los que estábamos muy unidos, y mis tres
amigos, Martín, Alex y Sergio. Siempre venían solos a mi
cumpleaños, no traían a sus mujeres ni a sus hijos porque
decían que era un día de chicos, pero yo sabía que realmente lo
hacían porque pensaban que me sentiría mal, eran los mejores.
Mi hermana le dijo al camarero que nos trajera cerveza y
me preguntó qué era lo que quería beber y le dije que otra.
Solo sería una, no pasaría nada.
Al darle el primer trago, fue inevitable recordarme la
última vez que noté ese sabor y era en los labios de Sam, se
me formó un nudo en el estómago.
—Todavía no conozco a la chica que trabaja aquí —dijo
Dany.
—¿Qué? Ah…, sí. —Me sentía mal pensando en Sam.
Cogió mi móvil y sin que me diera tiempo a reaccionar lo
encendió.
—Joder, yo conozco a esta chica. Es Sam. —Sentí una
leve punzada de celos al escuchar eso. ¿Habría estado Sam con
mi sobrino? Solo de pensarlo me sudaban las manos.
—¿De qué la conoces? —dije mientras le quitaba el móvil.
—Una noche en la discoteca, fui al baño y me encontré a
un hombre intentando pasarse con ella, se lo quité de encima
por supuesto, con varios puñetazos, estaba fatal pero no quiso
que lo buscara, si no, te aseguro que lo habría matado. Joder,
me dio mucha pena. ¿Espera, no está aquí? —preguntó
sorprendido.
—No, no está. ¿Por qué lo dices? —Intentaba contestar
con claridad después de imaginarme a un tío tocándola sin
permiso.
—La he visto con un chico dirigiéndose a la discoteca, me
preguntó si iba a entrar para invitarme por lo que hice la otra
vez, pero le dije que tenía un compromiso. Pensé que ese chico
era su novio, pero… ese beso de la foto lo deja claro.
—¿Era un chico rubio con ojos azules? —Estaba seguro de
que era Leo.
—Sí, Leo creo que me dijo que se llamaba.
Desconecté por un momento y solo pude pensar en Leo
intentando animar a Sam de la putada que le acababa de hacer.
—Enzo —dijo Pilar—. ¿Dónde está esa chica?
—Pilar no empieces por favor, el otro día te pasaste. —No
pude evitar ponerme serio.
—Lo sé, lo siento, pero lo hice queriendo. ¿Dónde está?,
para pedirle perdón.
—¿Cómo? —pregunté sorprendido—. Ella no está, le di el
fin de semana libre.
Mis hermanas me miraron sorprendidas.
—Enzo, ¿por qué no la has invitado? —dijo, enfadada.
—Nunca he invitado a ninguna. ¿Por qué os sorprendéis?
Elena y Pilar me hicieron una señal para que acercara y me
dirigí hacia ellas.
—Enzo, ¿qué demonios ha pasado? Creí que tenías algo
con esa chica, por eso me comporté así con ella, para ver tu
reacción —contestó Pilar, ofuscada.
—¿Qué? ¿Por qué? —Estaba tan sorprendido que no sabía
muy bien que preguntar —¿Por qué habéis pensado eso? —No
daba crédito.
—La foto, Enzo, la hemos visto y la forma de mirarla y de
protegerla. Esa mirada en la foto era cómplice, o por lo menos
eso nos parecía —contestó Elena.
—Bueno…, sí, puede que tengáis razón. —Por qué no
decir la verdad. —Hay algo pero… nada serio, es solo
temporal.
—¿Solo temporal? Eso no lo decidís ustedes, eso surge, es
algo natural. ¿No le ha importado que no la invitaras?
En ese momento se me vino el mundo encima, y Sam,
todos la esperaban con ilusión y yo la había apartado de mi
vida.
—Simplemente le dije que no viniera y se marchó, creo
que está enfadada. —Me senté y me tapé la cara con mis
manos.
—Tranquilo, cariño, si te quiere volverá, y yo pienso que
es así. Llámala y dile que todos la esperamos. Será estupendo,
Enzo —dijo Elena, ilusionada—. Ya es hora de que seas feliz
y aunque pienses que nadie te entenderá, no es así, el amor lo
entiende todo Enzo, te mereces que te des a ti mismo una
oportunidad.
—¡Vamos, llámala! —Pilar no veía el momento y eso me
alegró—. Es una muñeca, Enzo, es una monada de chica y
aguantó todas mis impertinencias solo por ti. —Tenía razón,
tenía que llamarla.
Me separé un poco y la llamé una y otra vez, le mandé un
montón de mensajes diciéndole que viniera, pero no tuve
contestación.
Mis hermanas intentaron convencerme de que no me
preocupara, que quizás necesitara su tiempo y mis sobrinos
intentaron animarme junto a mis amigos, que no sabían nada
de Samantha.
Intenté disimular por ellos, pero en mi mente solo estaba
Sam. Sentía una presión en el estómago, como una angustia
que no podía explicar, un sentimiento negativo que quizás
fuera la culpabilidad, pero que me hacía pensar que la
perdería. Cada vez veía más claro el dolor que le había
causado, y cada vez veía más claro también la tontería que
había hecho.
En los últimos cumpleaños había podido superar esto, pero
aquel año sería diferente, solo quería que por favor volviera,
volviera conmigo.

Terminó la fiesta y me quedé solo, en mi casa silenciosa y


vacía como mi alma. No paraba de preguntarme un y otra vez
el porqué. Debí invitarla, ¿desde cuándo me importaba lo que
dirían los demás? Yo la hubiera protegido de lo que fuera y de
quien fuera y habría estado ahora aquí conmigo. Lo único que
hacía era ponerme muros y muros. Así nunca conseguiré ser
feliz.
Volví a coger el teléfono para mandarle otro mensaje
diciéndole que estaba arrepentido, cuando lo vi.
Un puñal me atravesó el corazón y lo cortó en mil pedazos.
Tuve que sentarme porque las piernas empezaban a fallarme.
¿Qué he hecho? Una foto de ella abrazada a Leo con la pierna
rodeándolo y la cara tan cerca que dolía verlo. ¿Qué he hecho?
La he dejado a los pies de Leo.
Me metí en el gimnasio y empecé a correr en la cinta, no
estaba dispuesto a tomarme nada y cubrir este dolor, quería
sentirlo todo para no volver a hacerlo, pero necesitaba
desahogarme de alguna manera.
Llevaba dos horas corriendo, estaba exhausto, la ropa del
cumpleaños completamente sudada y en la cabeza la imagen
una y otra vez de Sam abrazada a…, no podía pronunciar ni
pensar su nombre.
Escuché el sonido de mi móvil y corrí a cogerlo.
Necesitaba que fuera Samantha, aunque solo quisiera gritarme,
pero necesitaba escuchar su voz.
Tenía un mensaje de Sam, el corazón me dio un brinco y
me llené de esperanza.

WHATSAPP
SAMANTHA: Mi hija no se puede poner. Estamos
esperando que se despierte, está en el hospital Juan Ramón
Jiménez.

El teléfono resbaló de mi mano cayendo estrepitosamente


contra el suelo y la pantalla se partió en unos cuantos pedazos,
que milagrosamente quedaron sujetos al marco, sin soltarse.
Sam… Sam…. —repetía mentalmente una y otra vez en
mi cabeza. ¿Qué demonios le ha pasado? Mi mente empezó a
trabajar a toda velocidad mientras mi cuerpo no reaccionaba.
Recordaba esa sensación, la recordaba, joder, tenía que ir
al hospital, tenía que ir, pero… mi cuerpo se había quedado sin
fuerzas. Como pude, llegué hasta el cajón donde guardaba las
llaves de coche, las agarré fuertemente y me dejé caer en la
mesilla para coger fuerzas. Mierda, estaba completamente
sudado, pero sería imposible llegar hasta el armario y
cambiarme. Me oprimía el pecho y mientras andaba hasta el
garaje me lo apretaba con fuerzas con la esperanza de calmar
esa sensación.
—¿Qué coño le ha pasado, joder? No podía llamarla, no
tenía su número, el móvil estaba roto y… no podía pensar con
claridad, todo era una puta nube oscura. Abrí el garaje y entré
en el coche como pude. El sudor frío me recorría el cuerpo y
me provocaba escalofríos. El sonido del encendido del motor
me aclaró la mente por unos segundos, lo justo para darle al
botón y que se abriera la puerta del garaje.
—Puedo hacerlo… puedo hacerlo —repetía una y otra vez.
Metí la marcha atrás y saqué medio coche al exterior.
Empezaron a temblarme las piernas y los brazos y la vista se
me nublaba cada vez más. Intentaba pensar en Sam, en qué le
pasaba, en no perderla y por un momento creí que podría, pero
entonces me paralicé, sentí un fuerte dolor en el estómago y
las náuseas llegaron a mí. Con todas mis fuerzas empecé a dar
golpes en el salpicadero sin conseguir nada, la impotencia y la
furia se apoderaron de mí y me bajé del coche dejándolo tal
como estaba, mitad dentro, mitad fuera y vomité allí mismo.
Empecé a verlo todo muy claro, la había perdido, la había
perdido y todo era por mi culpa, por mi maldita culpa, no
podría recuperarla jamás y la comprendía. Conmigo sería
infeliz, eso estaba claro, pero la necesitaba, con todas mis
fuerzas.
Después de varias horas aguantando la amargura y la
desesperación, conseguí encender el teléfono, llamé a Lola y
se lo conté, le conté todo lo que había hecho, todo lo que
sentía y lo que le pedía a Sam. Estaba desesperado, fuera de
mí y no encontraba consuelo en ningún sitio, tenía la sensación
de morirme lentamente. Le pedí el favor de que se acercara al
hospital a ver como se encontraba y ella aceptó sin dudarlo ni
un instante, aunque quería pasar a verme antes. Me negué en
rotundo, solo quería sufrir porque pensaba que me lo merecía,
me merecía lo peor de este mundo por ser así, por apartar a
Sam de mi lado de esa manera y no ir a verla al hospital. Me
daba asco a mí mismo.
—Enzo, no iré a verte, pero… cuando le dices a ella que
no traspase la línea, ¿a qué te refieres exactamente? —
preguntó relajada a pesar del estado en el que yo me
encontraba.
—En que no se enamore de mí —contesté mientras se me
caía una lágrima.
—¿En qué parte de la línea estás tú, Enzo? ¿Lo has
pensado alguna vez?
Sus palabras se me clavaron en el alma y lo vi claro.

Sobre las doce y media del mediodía hablé con Lola. Había
ido al hospital y ya Sam se había marchado a casa, eso
significaba que estaba bien, o por lo menos mejor porque allí
no le dijeron el motivo por el que había sido ingresada. Me
quedé más tranquilo pensando que estaba mejor, pero tendría
que esperar a esa noche para ver si volvería.
Acababa de salir de vomitar cuando sonó el telefonillo.
—Sam. —Intenté recomponerme para que no notara que
había estado tan mal, sabía que se preocupaba por mí cuando
me pasaba y no era el momento.
Pulsé el botón creyendo que aparecería mi preciosa
Samantha por la cámara, pero no, no era Sam, era una chica
con una caja en la mano.
Estuve a punto de pasar, pero algo me hizo bajar a recoger
lo que era.
—Enzo y Samantha Arias… —Sonreí tristemente al
escuchar nuestros nombres juntos.
—Sí —contesté.
—Esto es para vosotros. Firme aquí y que aproveche.
—Gracias. —Entré en casa y me senté en la mesa de la
cocina, evidentemente era algo de comer por lo que había
dicho la chica, pero ¿qué?
Cogí la tarjeta de unicornio que había pegada en una
esquina y la abrí.

¿Pensabas que no me enteraría?


Te sorprenderás con lo que hay
dentro, igual que me sorprendí yo
al enterarme.

Gracias, Enzo por hacer que me sienta


tan bien en un lugar, por hacer
que por primera vez sienta que no
necesito huir y por hacerme sentir
una princesa en un cuento de hadas.
Gracias por dejar que te acompañe
en tu camino.

Supongo que estoy viendo tu cara


porque no desearía nada más en
este mundo que pasar este día contigo.
Espero que el deseo de este año no
sea que desaparezca de tu vida.

Felicidades.
Dame un beso, que me lo merezco.
—Claro que no, princesa, quiero que estés siempre conmigo,
pero… nunca podrá ser.
Tuve que leer varias veces la dedicatoria porque me
reconfortaba el corazón pensar que en algún momento pensó
aquello tan bonito que estaba escribiendo, pero volví a la
realidad y abrí la caja.
Una preciosa tarta que me terminó de romper lo que me
quedaba de corazón.
Quería pasar su cumpleaños conmigo mientras yo la
echaba, había pensado todo esto con ilusión, el regalo más
maravilloso que me había hecho nunca, no tuve que pensar
mucho para darme cuenta de que una parte era ella y la otra
yo, era también su cumpleaños. Pero después de quedarme
mirándola y aguantarme para no tirarla observé lo que dividía
un lado del otro. La maldita línea, no quería volver a ver esa
línea nunca más, pasara lo que pasara. Con mis manos la
quité, y con un cuchillo extendí los colores para que por lo
menos ahí estuviéramos unidos.
Maldita sea… ¿Qué había hecho?
CAPÍTULO VEINTE

—¿Estás segura de que te encuentras bien para trabajar?


—Sí, Leo, confía en mí, lo necesito.
Sentía un enorme vacío en mi interior, pero le prometí que
no volvería a irme y cumpliría con eso. Nada volvería a ser lo
mismo, pero intentaría aguantar y hacer como si no pasara
nada.
Tenía que meterme en la cabeza que solo era mi jefe y que
no tenía por qué invitarme a su cumpleaños y tampoco tenía
por qué venir a verme al hospital, aunque yo lo habría hecho
sin dudar, tenía que abrir los ojos de una vez.
Me bajé del coche y me despedí de Leo, respiré hondo y
abrí la puerta. Mientras cruzaba el jardín que daba a la casa,
notaba como se formaba un nudo en mi garganta, tenía que
intentar como fuera no verlo hoy, o lo menos posible hasta que
me calmara.
Entré sin hacer ruido y me dirigí a la habitación, la maleta
estaba donde la dejé, en el suelo. Me agaché a cogerla.
—Sam —la voz de Enzo me hizo temblar.
No fui capaz de mirarlo, pero simplemente al sentir que
estaba ahí mi cuerpo falló y caí de rodillas al suelo.
—Lo siento —Su voz era débil, destruida.
Lo miré y fue mi perdición. Tenía la espalda apoyada en el
marco de la puerta y estaba cabizbajo con la mirada parda y
sin luz, muy diferente a como la suelo ver. ¿Por qué demonios
tenía que sentir algo tan fuerte por él? Me odiaba a mí misma
por eso.
En mi interior se mezclaban varios sentimientos como el
enfado y la culpabilidad. Odiaba que me hubiera hecho eso,
pero me odiaba por hacerle eso yo a él. No volvería a besar
esos labios, no volvería a sentir sus fuertes brazos rodeándome
ni ver esa mirada cómplice que me desmoronaba. Tenía que
decirle cuanto antes lo que pasaba, para terminar con este
sufrimiento.
—Estoy enamorada de ti —lo solté sabiendo lo que eso
conllevaba, todas las veces que me había dicho que no pasara
la línea.
Cogió aire y su pecho dejó de moverse como si por un
momento dejara de respirar, no movía ni un solo músculo del
cuerpo.
—Enamorada, Enzo… ¡Enamorada! —grité—. ¿Sabes qué
significa eso? Que me rompiste en mil pedazos el corazón y
hay zonas que no se pueden reconstruir.
Seguía sin reaccionar, la culpabilidad no lo dejaba ni
siquiera mirarme a la cara. Nos quedamos en silencio, solo se
escuchaban mis sollozos descontrolados.
—Y… he roto el trato. —Esta vez sí que miró hacia mí
con los ojos totalmente desencajados.
—¿Qué trato, Sam? —preguntó asustado. Era obvio que se
estaba imaginando lo que había pasado porque por primera vez
reaccionó.
—Me he besado con Leo. —Sus ojos se oscurecieron y
cerró los puños con fuerza.
—¿Te… te ha besado? —su tono de voz era casi
imperceptible, como si le doliera preguntar.
—No, lo besé yo. —Me vine abajo completamente cuando
lo vi cerrar los ojos como si al hacerlo no viera la realidad de
lo que estaba pasando, y dejó caer la frente sobre el marco de
la puerta. Lo acababa de destruir por completo, quería que me
gritara, que se enfadara, que pegara un puñetazo, cualquier
cosa para no verlo tan afectado.
—Vamos, dime algo. ¡Enfádate! ¡Échame! —grité.
Simplemente se incorporó y se fue mientras yo me
quedaba tirada en el suelo sin ninguna explicación de lo
sucedido y sintiéndome una mierda.
Lloré desconsoladamente durante mucho tiempo hasta que
por fin me pude calmar un poco.
¿Ahora qué? ¿Me iba sin despedirme? ¿Esperaba una
explicación? Solo deseaba meterme en la cama a llorar y
envolverme en la desesperación en la que me encontraba.
Cuando por fin me tranquilicé me enjuagué la cara, la tenía
totalmente hinchada de tanto llorar, era un monstruo con los
ojos totalmente enrojecidos.
¿Por qué había tenido que pasar todo esto? ¿Por qué tenía
que ser su cumpleaños y estropear todo lo que teníamos? El
sentimiento de impotencia me invadía.
Tenía que hablar con él, y tenía que ser ahora así que me
fui a buscarlo. Al pasar por la cocina se me fueron los ojos
hacia una caja que estaba en la mesa.
—¡No, la tarta! —¿Cómo pude ser tan despistada y no
llamar para que la cancelaran? ¿Qué habrá pensado al verla, al
leer mi tarjeta…?
Me acerqué a ella con curiosidad, tenía una idea en la
cabeza, pero no la había visto y no sabía si habrían conseguido
lo que yo quería.
—¡Oh, Dios! —Era perfecta. Una lágrima surcó mi mejilla
cayendo sobre la mesa. —¿Qué demonios? Una tira roja de
fonda estaba apegotonada en la mesa y al volverme a fijar en
la tarta contemplé como entre las dos partes alguien la había
toqueteado. Había quitado la línea que pedí para separarla en
dos. ¿Qué significaba eso? Me estaba volviendo loca. ¿Por qué
había quitado la línea si siempre me decía que no la cruzara?
Tenía que hablar con él ahora.
Muy despacio fui recorriendo las habitaciones hasta llegar
a su dormitorio. Llamé varias veces, pero no contestaba y
decidí entrar. La oscuridad lo envolvía todo, encendí la luz y vi
que estaba acostado sobre la cama. ¿Cómo podía dormir en
esas circunstancias? Me enfadé tanto que decidí despertarlo,
necesitaba que me dijera algo, que me explicara lo de la tarta,
por qué no vino al hospital, aunque me doliera, que se
enfadara conmigo por romper el trato, pero no que durmiera
mientras yo sufría allí, sola.
—¡Enzo! ¡Enzo! —Empecé a zarandearlo sin resultado—.
¿Cómo podía dormir tan profundamente si yo ni siquiera podía
respirar con aquella situación?
Volví a intentarlo, pero lo único que conseguía era mover
levemente su cuerpo.
Al estar boca abajo no podía verle la cara así que
esforzándome al máximo le di la vuelta.
—¡Enzo! —Eso no era normal, parecía un muñeco y ni
siquiera se inmutaba. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué pasaba?
Mi mente empezó a trabajar a mil y le di tortazos en la cara
para intentar que reaccionara, pero nada, estaba inerte.
Empecé a verlo todo nublado, la boca se me secó al
segundo y un mareo me hizo agarrarme al cabecero de la
cama. Esto no podía estar pasando, no podía.
Estaba en una nube donde solo podía escuchar mi
respiración y el sonido de mis latidos en el cerebro. Espabila,
Sam, espabila, me repetí.
Como pude, cogí su móvil que ahora tenía la pantalla rota,
y después de varios intentos, conseguí desbloquearlo. No era
capaz de pensar con claridad, pero tuve la suerte de ver que la
última llamada perdida era de Lola.
—Lola. —Era perfecto, su médica sabría qué hacer, solo
tenía que darle a re-llamar.
Después de varias llamadas que se me hicieron
interminables, lo cogió.
—Dime, En…
—¡¡Lola!! —Como una explosión en mi interior salieron
las palabras—. Lola, es Enzo, es Enzo, no pue… no puede…
—Tranquila, Sam, relájate, me estás asustando. ¿Qué ha
pasado? —Su tranquilidad forzada me relajó lo suficiente para
contarle lo sucedido.
—No se despierta Lola, Enzo no se despierta —grite
mientras lloraba sin consuelo.
—Tranquila, Sam, mira si respira.
—¿Qué? —Me entraron náuseas y el teléfono se me cayó
al suelo, pero siguió funcionando. —No, no, no puedo, no
puedo.
—Sam, tienes que hacerlo. —Escuché mientras cogía el
teléfono, de nuevo.
Le puse la mano en el cuello y en la muñeca, pero no fui
capaz de sentirlo, estaba tan nerviosa que no podía
concentrarme. Acerqué mi rostro aterrorizado a su nariz y sus
labios ligeramente abiertos rozaron los míos, provocando que
sintiese como una leve brisa entraba y salía de su boca.
—Dios mío, sí, respira, respira. —Eso hizo que me
calmara ligeramente.
—Sam, escúchame. Mira por ahí y dime si ves alguna
pastilla.
Abrí todos los cajones y en uno de ellos encontré un
arsenal de ellas.
—Hay muchas, Lola, muchas. ¿Esto qué es? —pregunté
asustada, estaba enfermo, era evidente. ¿Se va a morir, Lola?
—Estaba destrozada.
—Tranquila, seguramente no, pero necesito que me
ayudes. Tiene que haber una que se llame…
—Espera, aquí en la cama, hay. Lorazepam, Trankimazin y
Orfidal. ¡¿Dios, esto que es?!
—Tienes que decirme cuántas hay de cada tableta Sam,
cuenta bien por favor.
Tuve que contar varias veces cada una, porque era incapaz
de concentrarme, pero lo conseguí. Después de contarlas y
decirle estuvo unos segundos que me parecieron
interminables, en silencio.
—Tranquila, Sam, dormirá bastante pero no hay peligro. Sí
que se ha tomado algo más de lo que debía, pero no hay nada
de qué preocuparse. Es imposible que lo consigas despertar.
Siento que te veas en esta situación.
Sentí por primera vez como el oxígeno llegaba a mis
pulmones, el pánico que había sentido me había dejado sin
fuerzas y solo tenía ganas de llorar.
—Necesito cinco minutos, Lola.
—De acuerdo, pero llámame, por favor, cuando estés más
tranquila, que quiero hacerte algunas preguntas y contarte lo
que le pasa a Enzo.
¿Que? ¿Me iba a contar lo que le pasaba de verdad? Lo
miré y lo besé, posiblemente fuera la última vez que lo hiciera,
pero necesitaba tenerlo entre mis brazos por lo menos por
última vez y sentir que estaba bien, que no estaba en peligro.
—Sam. ¿Me has escuchado? —Escuché de fondo.
Cogí el móvil y le contesté.
—Sí, dime —respondí mientras caían mis lágrimas sobre
Enzo.
—¿Qué ha pasado? Quiero decir…, sé que ha pasado algo,
porque me llamó para que fuera al hospital a verte, pero
cuando llegué ya no estabas.
—¿Por qué no fue él? —grité.
—Sam, escucha. Él no puede, ahora te lo explicaré, pero es
así. —No entendía nada.
—¿Qué pasó cuando llegaste, os enfadasteis? Puedes
contármelo, lo sé todo.
—¿Todo? —dije sorprendida.
—Todo, Sam, soy su psiquiatra. Si tienes dudas sobre algo
te diré que creo que Enzo es maravilloso, que todo lo que ha
hecho y como lo ha hecho ha sido porque no puede de otra
manera. Sé que es difícil de comprender, pero es así.
Pensé un momento y empecé a contarle.
—Cuando llegué encontré su coche en la calle. Había
vomitado fuera y pensé que la noche anterior había bebido
demasiado.
—Él no bebe, Sam. No puede con la medicación.
—Lo sé, pero…
—Tranquila —su voz me relajaba—. Si supieras lo que le
supone coger el coche te sorprenderías.
Agarré la mano de Enzo fuertemente y lo miré pensando
en cuál sería ese motivo y si quería realmente saberlo sin que
me lo dijera él.
—No puedes imaginar lo contenta que estoy de que
aparecieras en su camino.
—Pues la he cagado, he besado a otro chico porque estaba
dolida con lo que había hecho.
—Oh…
—Dime algo, por favor —supliqué.
—Eso es lo que le ha provocado la crisis. Creo que debes
saber lo que le sucede para que comprendas su mente.
Me temblaba todo el cuerpo, sentía que estaba invadiendo
su intimidad sin permiso.
—No sé si quiero saberlo.
—Sam… —Calló por un momento—. Hace dos años le
sucedió algo dramático, aunque no soy quien para contarlo, lo
haré. Aquello le provocó una fuerte depresión que le
desencadenó una agorafobia complicada, con un sentimiento
de culpabilidad extremo. Pánico incontrolado a salir a la calle,
que él cree que se merece. Enzo no ha vuelto a salir, porque no
puede.
Eso quería decir que no pudo venir a la fiesta de mi padre
ni recogerme ese sábado de casa de Carlos y Adan y que no
pudo venir al hospital, aunque quisiera. ¿Y yo que había
hecho? Enfadarme.
—Sam, di algo. No te asustes, por favor.
—Soy un monstruo.
—Claro que no eres un monstruo. La forma de
comportarte es lógica, cuando no sabes que hay un motivo
detrás. No te culpabilices de nada, pero no le des la espalda
ahora que lo sabes.
—Lola, estoy enamorada de él. Nunca le daría la espalda y
menos ahora, es él el que me aparta y eso no tiene nada que
ver con la agorafobia.
—Sí, tiene que ver, en su mente sí que tiene que ver. Pagar
por estar contigo en concreto, es solo una pared que quiere
poner entre vosotros. Casi todo lo está haciendo por ti, pero es
todo muy complicado de comprender hasta que no se abra
totalmente.
—Gracias, Lola. No te imaginas lo que has hecho por mí,
hoy.
—No es nada, ahora tranquilízate, si necesitas algo más,
no dudes en llamarme. Adiós.
—Gracias y adiós.
Me quedé mirando su bello rostro dormido y pensando en
todo lo que había tenido que sufrir por mi culpa, ahora estaba
todo un poco más claro, aunque algunas cosas seguían sin
cuadrarme, sabía que había querido ir a verme siempre, no
había pasado de mí. Si pudiera volvería atrás para hacerle
caso, cuando me decía que lo comprendiera y yo no lo hice.
¿Qué pasaría cuando se despertase? Lo que me había
contado Lola de la agorafobia no cambiaba lo que había hecho
con Leo, eso me entristeció enormemente.
Bajé a meter el coche en el garaje, era evidente que intentó
salir y no pudo, no le pondría en la tesitura de intentar meterlo.
Me acosté junto a él, pasé su brazo por debajo de mi cuello
y me acurruque. Quería disfrutar de su compañía, aunque fuera
de aquel modo el tiempo que me quedaba, sintiendo su
respiración tranquila y pausada, seguramente muy diferente a
la que habría tenido ese fin de semana.
Pasé mis dedos por sus labios sedosos, por su mejilla
sonrosada, por su pelo ondulado.
—Lo siento, Enzo. Siento no haberte entendido todo este
tiempo…, siento haberte hecho sufrir al comprometerte en
venir a verme…, siento no haberte hecho caso cuando me lo
pedías.
Entonces recordé. El día que llovió, salió a por mí a la
calle y luego estuvo vomitando y el coche, estaba fuera, tuvo
que ser muy frustrante para él no poder conseguirlo. Me sentía
tan mal que por mucho que lo abrazaba no calmaba el dolor
que sentía en mi interior.
Agorafobia, es lo último en lo que pensé antes de caer
rendida después de horas llorando, abrazada a él.
Me desperté sudada, no sabía la hora que era, pero no me
levantaría hasta que no se despertara.
Se movió y se puso de lado, pero seguía dormido. Nuestras
caras estaban tan cerca que podía sentir el sabor de su boca.
Agarré su mano y entrelacé los dedos con los míos. Ya
terminaba esto, ya terminaba mi micro mundo.
Una hora después aproximadamente abrió los ojos. No
parecía sorprendido cuando me vio acostada junto a él, a tan
solos unos centímetros y acariciando su mano, más bien
parecía intentar comprender el porqué. Mi corazón se aceleró
y las lágrimas volvieron a salir de mis ojos. No era capaz de
adivinar su expresión y eso me hizo sentir insegura, el silencio
me estaba matando poco a poco.
Después de un rato esperando alguna reacción por su parte,
la cual no llegaba, me levanté, me senté en el borde de la cama
y esperé unos segundos por si se decidía a hablarme, pero al
ver que no había respuesta me fui.
¿Ahora qué?
Preparé todo y me metí en la ducha, me ayudaría a
despejarme un poco y a intentar dejar de llorar.
Apoyé mi frente sobre las manos que tenía en la pared,
derrotada, abatida, sumida en la pena y la tristeza, pensando en
la reacción de Enzo al verme o, mejor dicho, en la no reacción.
Sentí como tras de mí se abría despacio la cortina de la
ducha. Respiré hondo mientras intentaba pensar con claridad.
Estaba aquí, buscándome. La inseguridad me hizo quedarme
paralizada, hasta que sentí su presencia cada vez más cerca de
mi cuerpo. Me agarró por la cintura y empezó a besarme el
cuello, el contacto de mi piel con su piel hizo que
inconscientemente me contorsionase y dejara caer la cabeza
sobre su fuerte pecho. Cada vez sus besos eran más intensos y
desesperados, sus manos empezaron a recorrer todos los
lugares de mi cuerpo provocando que mi mente desconectara
por un momento. Quería dejarme llevar, olvidar todo, disfrutar
del momento y de su cuerpo.
—¿Por qué, Sam? —su voz era desesperada, sonaba a
dolor.
—Enzo, yo… —Dejé caer las manos nuevamente sobre la
pared al sentir que unía su cuerpo al mío y no fui capaz de
seguir hablando, perdí la capacidad de pensar.
Agarró mi pelo húmedo y tiró de él hacia atrás provocando
que soltara un gemido. La brusquedad de sus movimientos me
hizo creer que seguía enfadado conmigo, estaba
desahogándose, estaba intentando sacar toda la frustración que
llevaba dentro, la ansiedad, el miedo, la impotencia… Si era
así me daba igual, solo quería estar con él, que viera que
seguía ahí y que estaría.
—Sam… ¿Por qué estabas… acostada conmigo? —Cada
vez sus movimientos se volvían más intensos y rudos.
—Porque estoy… enamorada… de ti —grité provocando
que su respiración se volviera más acelerada. Igual que tú de
mí. —Al escucharlo aumentó la velocidad y la fuerza. Podía
escuchar su mente luchando contra su corazón en cada
embestida, hasta que soltó un gemido que se unió al mío, un
momento de placer que no se parecía a nada de lo que había
sentido antes, una unión no solo física, iba más allá. Fue
bajando la velocidad hasta quedar completamente quieto,
abrazado a mí. Había sido fantástico y no había rebatido lo
que había dicho, ¿qué querría decir eso? Me horrorizaba mirar
hacia atrás y no ver lo que quería.
Cerró el grifo y me giró para quedar completamente frente
a él. Sus ojos caídos me hacían pensar que seguía sufriendo,
luchando contra sus demonios.
—No debería haber sido así, mereces que te trate como a
una princesa, lo siento, no sé qué me ha pasado. —Me tenía
agarrada con suavidad y no me soltaba.
—Contigo siempre es perfecto. —Me acerqué con miedo y
lo besé. Ese beso, que durante toda la noche pensaba que no
volvería a probar.
Me cogió con sus fuertes brazos y me sacó de allí. No dije
nada, solo me dejé llevar, era suya y podía hacer conmigo lo
que quisiera mientras estuviera con él.
Dejamos un surco de agua por el pasillo y se tumbó en la
cama sobre mí. Nuestros cuerpos resbaladizos hacían presagiar
lo que volvería a pasar.
—Sam, te necesito. —Con la dulzura con la que siempre
me había tratado, me besó.
—Estoy aquí, Enzo, tranquilo. —Acaricié su mejilla
mientras él la apoyaba contra mi mano.
Después de mirarnos durante un rato volvió a poseerme de
una manera dulce y pausada, disfrutando y controlando todos
los movimientos de su cuerpo sobre el mío, intentando
únicamente hacerme disfrutar como si fuera su único objetivo
en la vida, hacerme feliz.
CAPÍTULO VEINTIUNO

Cuando la vi junto a mí en la cama, volví del infierno. ¿Qué


demonios hacía aquí? No entendía nada y no sabía cómo
comportarme. Me había dicho que estaba enamorada de mí
y… ¿ahora qué? Había besado a Leo, pero a pesar de haberla
decepcionado estaba aquí conmigo, asustada, insegura y
preciosa. ¿Me elegía a mí?
Su mirada expectante me atravesaba el alma, pero no podía
reaccionar. Sus ojos se fueron oscureciendo y brillaban como
estrellas en el firmamento, para terminar derramando lágrimas
de dolor e incomprensión, por mi culpa, seguramente.
No pudo soportar esa tensión y se levantó. Tuve
oportunidad de agarrarla, pero algo me frenaba, muchos
sentimientos encontrados, malos y buenos, se mezclaban en mi
interior formando un nudo en el estómago que me hizo
retorcerme.
Al verla salir de la habitación sentí un vacío interno que
solo ella era capaz de rellenar con su presencia. Tenía que
hablar con ella, aclarar todo, explicarle muchas cosas, aunque
fuera a mi manera, pero no podíamos dejarlo así.
Al levantarme me mareé, la noche anterior me pasé con las
pastillas porque sentí un dolor demasiado fuerte al escuchar
que había besado a Leo, no podía dejar de pensar que fue por
mi culpa, yo hice que quisiera besarlo, la entendía y eso me
mataba por dentro.
Caminé hacia su dormitorio y escuché el sonido del agua
cayendo en la ducha. Algo me hizo entrar, quedarme ahí detrás
de la cortina y desnudarme.
Retiré la cortina y me la encontré ahí, preciosamente
desnuda, apoyada en la pared como si no fuera capaz de
soportar lo que estaba pasando. Debía hablar, pero mi mente
desconectó y solo pensé en tenerla, en poseerla, en hacerla
mía. La agarré por la cintura y empecé a devorar su cuello sin
compasión, con ansia, dispuesto a que fuera nuevamente mía.
Todo me parecía poco, su piel suave, su respiración
acelerada… Solo pude preguntarle una cosa.
—¿Por qué, Sam? —¿Por qué besó a Leo? Necesitaba
escuchar sus palabras para que me tranquilizara.
—Enzo…, yo… —La furia me invadió y me apoderé de su
cuerpo con tanta fuerza que tuvo que apoyar las manos contra
la pared.
Tiré de su pelo para acercarla a mi cuerpo, quería tenerla
en mí hasta el último centímetro, no volverla a perder, olvidar
los labios de Sam en la boca de Leo, su cuerpo en una camilla
de hospital, saliendo de mi casa dolida por apartarla de mi
vida. Todo eso necesitaba echarlo fuera, poseyéndola y
sintiendo que nadie podía estar tan cerca como yo. ¿Por qué no
me dice que pare? ¿Por qué estoy comportándome tan
agresivo? Siento que ella es el mejor método para relajar mi
cuerpo y mi alma con el sonido de su respiración.
—Sam… ¿Por qué estabas… acostada conmigo? —¿Qué
le diría si hubiese intentado despertarme sin conseguirlo? Eso
me hizo sentirme impotente y volverme más brusco en mis
movimientos.
—Porque estoy… enamorada… de ti — gritó y mi corazón
se aceleró—. Igual que… tú de mí.
Joder, joder, ¿por qué había dicho eso?, ¿por qué? Aceleré
con fuerza para intentar olvidar lo que había comentado, no
podía escuchar eso porque no podía ser, joder, no podía ser.
Pagué con su cuerpo toda la frustración y toda la ansiedad
acumulada hasta que nuestros cuerpos descansaron con un
suspiro ahogado al unísono.
¿Qué he hecho? Es una princesa y no la he tratado como
tal. Me disculpé por no haber controlado mi furia interna, pero
ella solo me dijo que conmigo siempre era perfecto. ¿Podía
tener más suerte de tenerla a mi lado?
La giré y la llevé en brazos hasta la cama, sin secarnos, no
quería perder ni un segundo sin volver a tocar su aterciopelada
piel y allí la volví a tomar, entre besos y caricias como ella se
merecía, disfrutando cada segundo de la unión de nuestros
cuerpos resentidos por el sufrimiento pasado.
Nos quedamos abrazados en la cama durante un buen rato,
mirándonos.
—¿Quieres que hablemos? le pregunté.
—No. Para mí todo está claro. ¿Quieres hablar tú de algo?
—No. —Tenía razón, quizás en otro momento.
—Hay una tarta esperándonos en la cocina. Estoy
deseando probarla.
—Tienes razón. —Todavía mi pelo goteaba y pude ver el
estropicio que habíamos hecho en la cama de Sam, estaba
totalmente mojada y eso era estupendo porque así dormiría
conmigo.
Cogió el albornoz y se lió una toalla en el pelo mientras yo
esperaba observándola.
—¿No pensarás ir así de mojado? —Se acercó y me frotó
fuertemente el pelo hasta dejarlo lo bastante seco para que
dejara de gotear.
Me puse los pantalones y ella un vestido suelto color
crema, estaba perfecta con cualquier cosa que se pusiera.
—¿Estás lista? —Me miró confundida.
—Sí, ¿por qué? —Me acerqué a ella y me la eché sobre el
hombre—. Ahora perfecto.
Ya no se resistía, sabía que tenía que ser así. La senté sobre
la mesa de la cocina y cogí dos platos y cubiertos.
—Has estropeado mi tarta. ¿Por qué? —preguntó.
—Porque ya no hay más líneas, no más que cruzar.
—¿Y eso a que se debe? —dijo tranquilamente mientras
me agarraba la pierna.
—Hablando con Lo… —Mierda, me preguntaría qué por
qué hablo esto con Lola si piensa que es mi médica, había
estado a punto de cagarla—. Quiero decir que pensando el otro
día, me di cuenta de que… nunca quise que cruzaras la línea
porque…, desde el primer momento yo estaba en tu lado.
Puso su mano en el pecho y levantó las cejas.
—¿Cómo? —preguntó sorprendida.
—Siempre he estado contigo Sam, si la cruzas, te alejas.
—Se levantó y me abrazó.
—Demasiadas emociones por hoy, no voy a soportarlo —
sonrió.
—Todavía queda tu tarjeta.
La cogió y la arrugó.
—Fuera tarjeta. Felicidades, Enzo.
—Felicidades, Sam —quería preguntarle algo que escribió,
pero no estaba seguro de si era el momento o no—. Sam, ¿por
qué no huyes con lo que te hago sufrir?
Se sentó en mi regazo y me acarició la nariz con la suya.
Cortó un trozo de tarta, la echó en el plato y cogió un trozo
con la cucharilla.
—Porque el tiempo que estoy contigo bien…, me hace
olvidar todo y un día me dijiste que confiara en ti y eso
intento. —Besé sus preciosos labios—. Es tan fácil como
difícil de explicar, simplemente no necesito huir, no lo sé.
Acercó la cuchara a mí para que probara la tarta y yo hice
lo mismo.
—¿Pediste un deseo Enzo?
—Sí y ya se ha cumplido. —Agarré un mechón de pelo
que le colgaba en la cara y se lo coloqué detrás de la oreja—.
Era… que volvieras.
Acarició mis mejillas provocándome un ligero cosquilleo.
—Pues entonces me toca a mí. —Se quedó pensativa con
el dedo índice en sus labios y la mirada levantada—. Ya lo sé,
pero no te lo contaré hasta que no se cumpla.
Asentí con la cabeza mientras miraba su bello rostro
sonriente, como me gustaba verlo.
—Se me había olvidado decirte una cosa.
Se levantó y se colocó junto a mí pidiéndome que cerrara
los ojos, no me fiaba de ella porque su mirada era juguetona y
la conocía lo bastante bien como para saber que tramaba algo.
Sentí como la caja de la tarta se movía, acto seguido abrí
los ojos, pude ver como intentaba coger un trozo de tarta para
tirarlo hacia mí, pero fui más rápido y se lo estampé en la cara.
—Nooo. —Intentó quitarse la nata de los ojos—. Mi ojo,
creo que me ha entrado nata. Me escuece mucho —
lloriqueaba.
—Sam, no voy a caer otra vez en tus mentiras, asúmelo,
has caído en tu propia trampa. —Se quitó las manos de los
ojos y sonrió—. Tengo una idea. No los abras que te llevo a
enjuagar. —La cogí en brazos y me dirigí a la piscina.
—No te atreverás. Enzo, Enzo, suéltame. —La dejé caer
en el suelo porque empezó a darme manotazos en el pecho.
—Tranquilízate, o será peor. —Me agaché y me la eché al
hombro—. Tú te lo has buscado.
No paraba de golpear mi espalda mientras gritaba que la
dejara. En cuanto salí al jardín se puso más nerviosa.
—Sam, contaré hasta tres. Una, dos, y… —La solté
lentamente en el bordillo dándole la espalda al agua, seguía
con los ojos cerrados por la nata.
—Enzo, me estoy agobiando, no veo nada.
—Tengo una idea, si me respondes bien a una pregunta no
te tiraré, ¿de acuerdo? —Asintió con la cabeza.
—¿Puedo hacer que un sicario haga desaparecer a Leo? —
Soltó una carcajada.
—Nooo. ¿He perdido? —preguntó con una gran sonrisa en
la cara.
—Vale, solo quería ver si colaba —bromeé—. ¿Volverás a
besar a Leo? —La sostuve de los brazos y la incliné levemente
hacia atrás.
—Nunca —dijo, seria esta vez—. ¿Te ha valido esta
respuesta?
—Joder, sí, con las ganas que tenía de tirarte. —Incluso
con la cara manchada de tarta era maravillosa.
—Lo mismo me pasa a mí. —Se echó hacia atrás mientras
me agarraba de la camiseta haciendo que cayéramos los dos a
la piscina—. Tenía que ganar yo —dijo mientras me besaba.

Al día siguiente llamaron a la puerta, miré por la cámara del


telefonillo y vi a un repartidor con un paquete entre sus manos.
—¿Quién es? —preguntó Sam.
Le hice una señal para que esperara y baje rápidamente
para ver lo que era. No tenía remitente y eso me extrañó.
Ese día estaba vestido con un polo y unos pantalones,
llevaba incluso los zapatos puestos porque esperaba a un
trabajador de la clínica para resolver algunos problemas y me
sentía incómodo.
Me puse las gafas y abrí el paquete con rapidez. Estaba
bastante bien envuelto, pero seguía sin saber de quién diablos
era.
Junto a mí en el sofá estaba Sam, expectante, deseando que
abriera el paquete, tanto como yo.
—¿Ha llamado alguien en estos días para decirte que
mandaba algo? —pregunté extrañado.
—No, nadie, que yo recuerde.
—Pero… ¿Qué coño…? Joder, Sam. —Bajé el paquete al
suelo y tiré de ella hasta ponerla sobre mis rodillas—. ¿Es
tuyo, verdad? ¿Por qué haces esas cosas?
—¿No te gustan?
—Claro que me gustan. —Dos conjuntos para hacer
deporte uno junto al otro, no podía ser de otra persona—. Pero
me hacen parecer la peor persona del mundo. La verdad es que
quería darte la sorpresa yo, pero veo que te has adelantado.
—¿Qué sorpresa? —preguntó expectante.
—Ya la verás. —La abracé tan fuerte como pude hasta que
la hice gritar.
—Me encanta que te guste. Estaba deseando que lo vieras.
La obligué a desnudarse para que se probara el conjunto.
Camuflaje, me gustaba, estaba preciosa con ese toque verde
junto a su rostro anaranjado. Habría mirado mi talla sin que
me diera cuenta porque todo me quedaba perfecto.
—Necesito una foto de este momento. —Cogió el móvil y
me dijo que mirara pero no pude apartar los ojos de su rostro
lleno de felicidad.
—Pero… me estás mirando, tonto —dijo cuando vio la
foto.
Salió perfecta, cualquiera que la viera solo podía ver a un
gilipollas enamorado hasta la médula de esa joven a la que no
se merecía, y a una chica que a pesar de lo que le había hecho,
era feliz a su lado. No podía pedir más en aquel momento.

Ese mismo día llamé, muy enfadado, para ver por qué no había
llegado lo que había encargado y me dijeron que no me
preocupara que harían todo lo posible para que llegara aquel
mismo día.
Un par de horas más tarde volvió a sonar el timbre, salí
corriendo y lo recogí, luego busqué a Sam por la casa hasta
que la encontré leyendo en su cama. Salté junto a ella y se lo
dí.
—Este es mi regalo. —Cogí su mano y se lo puse en ella.
Parecía sorprendida al ver la caja. Mientras la abría me
miraba expectante por ver mi reacción. Había dos cadenas y
me miró asustada.
—¿Por qué me miras con esa cara? Quería que tuvieras
algo que te recordara a mí cuando estuviéramos separados. —
Las cogió y los leyó en voz alta.
—Eso me encanta, pero… no me gusta que te gastes más
dinero en mí, son de oro.
—No tengo otra cosa en que hacerlo, solo disfruto
gastándolo…
—En mí —comentó antes de que terminara la frase.
—No, contigo. —Le di la vuelta para ponérselo—. El
colgante del sol eres tú y el de la luna es el mío. Somos el día
y la noche.
—¿Eso crees? —Sus ojos oscuros me miraban con sutiliza.
—Sí. Vemos la vida totalmente diferente.
—Me gusta tu vida. —Frunció levemente el ceño mientras
me lo decía.
—A mí me gusta todo lo que tenga que ver con la tuya.
Me abrazó con fuerza y metió sus manos calentitas bajo mi
ropa. Cogió el colgante y me lo colocó a mí también.
—Ahora tú también te acordarás de mí cuando no esté.
—A mí no me hace falta el collar para eso. —Acaricié su
mejilla y nos fundimos en un apasionado beso.
—Gracias, Enzo, me encanta el regalo.

Pasaron los días y todo seguía perfecto. Comíamos, hacíamos


deporte, dormíamos juntos, para mí era la felicidad absoluta,
pero, aunque la veía totalmente feliz no podía dejar de pensar
que estaba encerrada en mi casa, en mi cárcel.
A veces la descubría mirando la puerta cerrada durante
unos segundos, pero cuando notaba que me daba cuenta
disimulaba y hacía como si no pasara nada. Sabía que tenía
que ser algo duro para ella, pero no volvió a preguntarme
desde ese día.
Mis hermanas me llamaron para ver si había conseguido
arreglar lo “mío” con Sam. Se alegraron tanto cuando se
enteraron que me perdonó, que terminaron viniendo a
conocerla. Para Sam supuso un momento de estrés al pensar en
Pilar, pero en el momento en el que se volvieron a ver todo
cambió. Me encantó ver la cara de felicidad de Sam al ver que
la aceptaban en mi familia, sé que lo pasó mal la vez anterior
pero ahora todo era diferente, una pena que mis sobrinos no
pudieran venir a conocerla debido a sus compromisos.
Los fines de semana la obligaba a ir a ver a sus amigos,
aunque para mí fuera muy duro porque me sentía vacío sin su
presencia y el miedo a que se enamorara de Leo seguía ahí,
pero tenía que salir y hacer todo lo que no podría conmigo.
Nunca volvimos a hablar de él y no me explicó exactamente
cómo fue el beso, pero si yo no le contaba algunas cosas,
tampoco le podía exigir otras.
Intenté rendirme a su cuerpo cada vez que veía que iba
consiguiendo el dinero para el coche, pero era imposible, su
sola presencia hacía que quisiera poseerla para sentirme lo más
unido posible a ella, era mi obsesión, era mi droga. No quería
pensar en el futuro ni hablar con ella de eso, pero lo tenía en la
mente de vez en cuando.

Una tarde Sam quiso hacer un bizcocho de limón y salió al


supermercado andando, estaba cerca. Mientras preparé los
utensilios para hacerlo, pasaríamos un rato agradable como
todo lo que hacía con ella.
Sonó el teléfono, era Sam, seguro que se le había olvidado
algo, salió muy rápido cuando se le ocurrió la idea del
bizcocho.
—Dime, princesa —contesté mientras comía un trozo de
pan.
—No comas nada, Enzo, espera a que hagamos el
bizcocho.
—Valee. —Le di el último bocado.
—Ya he comprado, voy por la calle lateral de tu casa, pero
acabo de acordarme de que no miré si tenías yogur. ¿Puedes
abrir la nevera y ver si hay, para no volverme?
—¿No se puede hacer sin yogur? Te echo de menos —
bromeé mientras miraba el frigorífico—. Hay de fresa.
—No vale, tiene que ser de limón, ahora ven… ¡¡Ahh!! —
un grito ensordecedor y el sonido de un derrape penetraron en
mi cerebro.
—¡¡Sam… Sam!! —grité. No se escuchaba nada en la otra
línea.
Un calor ardiente brotó de mi cuerpo desde dentro hacia
fuera, y el corazón empezó a palpitarme tan fuerte que se
metía en la cabeza y no podía pensar con claridad. Corrí hacia
la calle con la boca seca y rezando para que pudiera verla
desde la puerta, pero no fue así, seguía al otro lado de la calle.
Dios, dios, ¿qué podía hacer? Las piernas me temblaban
tanto que más de una vez caí de rodillas al perder fuerzas.
Esto no podía estar pasando, esto era una pesadilla.
Un sudor frío me recorría la frente y empezaba de nuevo a
hiperventilar. Di un paso al frente mientras cerraba los ojos y
salí a la calle. La opresión del pecho era tan intensa que no
podía dejar de apretármelo con la mano fuertemente, pero no
saber que le había pasado a Sam era peor que todo aquello.
Sin pensar muy bien fui caminando hacia la esquina
mientras me agarraba a la valla de mi casa. No había llegado
hasta allí desde hacía prácticamente dos años y sentía como si
me estuviera muriendo por dentro.
Tomé la esquina y vi a un hombre en una moto, gritando,
mirando hacia el suelo entre dos coches, y sacando fuerzas de
donde ni siquiera yo sé, corrí hacia allí.
—¿Enzo? —Sam se quedó blanca cuando me vio aparecer.
—Sam. —Por fin sentí que me llegaba el oxígeno a los
pulmones, estaba bien.
Mientras Sam recogía las cosas del suelo ese hombre le
gritaba sin parar, echándole la culpa de lo sucedido, me
acerqué a él con toda la furia del mundo y le di un puñetazo en
la mejilla tan fuerte que cayó de espaldas al suelo. Toda la
ansiedad que llevaba la descargué con él.
—¡¡Enzo!! —Sam estaba cada vez más nerviosa así que la
agarré del brazo a la fuerza, porque ella quería seguir
recogiendo la compra y me la llevé a casa. No abrió la boca en
ningún momento, parecía comprenderme.
Las náuseas aparecieron en el mismo momento en el que
crucé la puerta. Solté el brazo de Sam pensando que estaba a
salvo y corrí hacia el cuarto de baño.
—¡¡Sam, déjame!! —grité cuando vi que me seguía, pero
ella no me hizo caso.
Apoyé las manos en la tapa del váter y vomité mientras
Sam me agarraba la frente y me acercaba el papel. El roce de
sus manos me reconfortaba.
—Tranquilo, Enzo. —Se mojó las manos con agua y me
las pasó por la frente y el cuello—. No pasa nada, relájate.
Hablándome de esa manera logró tranquilizarme, pero…
necesitaba mis pastillas para encontrarme mejor.
Me dirigí al dormitorio y me senté en la cama para
buscarlas, pero Sam no dejaba de seguirme.
—Necesito cinco minutos. —Negó con la cabeza—. Por
favor Sam déjame un momento —supliqué.
—No te voy a dejar solo, estás nervioso y yo estoy aquí
para ayudarte. —Sus palabras me llegaron al corazón.
—Sam, tú no lo entiendes, déjame, por favor. —Se sentó
junto a mí y me cogió la mano.
—He dicho que no, Enzo. Yo también estoy nerviosa y te
necesito cerca de mí. —A eso no le podía decir que no—. No
me dejes sola.
La agarré para acostarla en la cama y la acurruqué junto a
mí. Acaricié su espalda haciendo círculos con los pulgares y le
besaba la frente continuamente. No solo logró que no me
medicara si no que consiguió que la relajara yo a ella. ¿Dónde
había estado mi princesa todo este tiempo?
—Sam, ¿estás mejor? Me asusté mucho cuando te escuché
gritar por el teléfono.
—Yo me asusté cuando te vi pegarle a ese hombre, me dio
miedo de que te metieras en problemas por mi culpa.
—Sam, casi no recuerdo lo que pasó con él, está todo
borroso en mi cabeza, lo único que recuerdo es tu mirada de
pánico al verme. ¿Por qué? —pregunté extrañado.
—Porque te vi muy nervioso. ¿Por qué si no?
—Claro… claro.
Casi no podía creer lo que había conseguido, salir a la calle
y no tomar ninguna pastilla en pleno ataque de pánico, parecía
increíble, Sam no era mi droga, era mi medicina.
—Sam. —Sus ojos oscuros me miraban con expectación.
—Dime.
—Gracias. —Su sonrisa me llenó el corazón de alegría.
—¿Por qué, tonto?
—No sé…, pero, gracias. —Si pudiera decirle la verdad…
—Vale, te lo acepto, pero con una condición.
—¿Cuál? —pregunte.
—Que me pidas perdón por no dejarme coger del suelo las
cosas que compré. —La miré y empecé a hacerle cosquillas
por todo el cuerpo—. No volveré a intentar hacer un bizcocho
nunca.
—De eso nada, todo pasa por algo en la vida y no cambio
el día de hoy.
—Que trascendental te has puesto, pero yo tampoco lo
cambio.
—¿Por qué no me preguntas el motivo por el que vomito?
Te habrás dado cuenta hoy que no es un virus. —Estaba
seguro de que estaría dándole vueltas a la cabeza.
—Solo espero a que me lo quieras contar —respondió con
timidez.
Se merecía saber algo más, había estado a mi lado sin
agobiarme, sin dejarme solo y sin hacerme preguntas, tenía
que contarle algo.
—Sam, hay veces que… me pongo demasiado nervioso
y…, eso me provoca nauseas, no lo puedo controlar. Hoy solo
ha sido una vez porque has logrado que me relaje. —Acaricié
su pelo—. Pero hay veces que… son horas.
Una lágrima cayó por su rostro hasta terminar en mi pecho.
—¿Por qué lloras, Sam? —Me asusté.
—Gracias, Enzo, imagino que es difícil para ti, me alegro
que confíes en mí.
—Contigo es todo fácil, Sam.
Nos quedamos abrazados un buen rato, disfrutando del
momento.
CAPÍTULO VEINTIDÓS

Esa semana estaba un poco ausente, no quería darle


importancia, pero tenía la sensación de que algo le ocurría.
Cuando estaba conmigo solo quería estar abrazado, pero
también necesitaba su momento de soledad. No quería
preguntarle por qué, supuse que tendría que ver con algo de su
enfermedad o trastorno o como se llame, pero me sentía un
poco mal por él.
Después de comer me metí en la piscina, no quise
molestarlo y yo también necesitaba un poco de desconexión.
Había estado hablando con los chicos, no me perdonarían si no
salía con ellos aquel fin de semana, después del beso de Leo
todo se volvió un poco raro porque las tornas cambiaron y
aunque él comprendió que no sentía nada por él, la situación
se volvió un poco tensa y no habíamos vuelto a coincidir todos
juntos desde entonces.
Mientras buceaba de un lado a otro pensaba en mi vida, el
cambio que había dado en aquellos meses, como había
conseguido quedarme en un lugar sin necesidad de huir a pesar
de los momentos malos que había vivido. Era algo que nunca
había conseguido, solía escapar al mínimo problema que me
surgiera, Enzo había conseguido eso, que fueran más fuerte las
ganas de luchar junto a él, que las de marcharme.
Al salir a la superficie lo encontré con las manos en los
bolsillos, observándome. ¿Cómo podía ser tan guapo? Por una
parte, me alegraba que no pudiera salir porque cualquiera más
guapa que yo se lo podría llevar. Quizás el día que saliera se
diera cuenta de las opciones que había en el exterior y se
olvidara de mí. Era inevitable pensar en un futuro con él.
Se puso en cuclillas cuando me acerqué al bordillo donde
se encontraba.
—Hola, princesa. ¿No quieres que me bañe contigo?
—Claro que quiero, solo te daba tu espacio.
—Siento si estoy un poco diferente estos días, pero…
ahora no quiero mi espacio, quiero el tuyo —bromeó.
—Pues ven a cogerlo. —Tiré de su pierna para que se
metiera.
Se sentó en el bordillo y me metí entre ellas mientras me
miraba pensativo.
—Sam… ¿Qué coche quieres?
—¿Qué? El coche. Ahh… no sé. ¿Por qué me preguntas
eso? —No me gustaba hablar sobre ese tema porque me hacía
sentir que el tiempo se acababa y después de ver lo que hacía
con mi ayuda, como salir a la calle, inconscientemente pensé
que no avanzaría sin mí.
Aun así, recordé el coche que me gustaba, un Kia
Sportage, que evidentemente no compraría porque se salía del
presupuesto, pero así sería más lejano.
—Kia Sportage.
—Me gusta ese coche para ti Sam, es fuerte y seguro para
viajar.
¿A qué venía ahora hablar del viaje? ¿Estaba pensando en
que terminara aquello ya?
—Enzo, no me gusta hablar de esto —dije con la mirada
seria. Me hace sentir incómoda.
—Lo siento, no quería… —dijo, confundido.
—Lo sé. Báñate conmigo, por favor —supliqué.
Se dejó caer en el agua y me cogió con sus fuertes brazos
sin dejar de mirarme.
—¿Cuánto tienes reunido?
—No lo sé, lo tiene mi padre para no gastármelo y…
dejemos de hablar de esto por favor. —Me acurruqué entre sus
brazos.
—Sam, hay algo que tengo que decirte, pero no quiero que
pienses nada malo. ¿Entendido? Tienes que prometérmelo. —
Unió su frente con la mía.
Parecía asustado con lo que me quería decir y me puse
nerviosa.
—Dime —contesté enfadada.
—Mañana… —Se quedó pensativo—. Mañana necesito
estar solo. —Esperó ver mi reacción—. Pero… no… pasa…
nada. ¿Comprendes?
Asentí con la cabeza, sería algo de lo que no quería hablar
y le prometí no preguntarle, tenía que confiar en él y no
agobiarlo.
—¿Confías en mí?
—Claro, no te preocupes, me iré a ver a mis amigos. —Su
cara se oscureció y rápidamente, me di cuenta de que había
pensado en Leo—. No, mejor iré a ver a mi padre. —No
quería que volviera a pensar en que Leo y yo…
—Gracias, Sam. —Me besó—. Siempre tan perfecta. Pasas
la noche, pero al día siguiente estás aquí temprano, por favor,
no podré aguantar mucho más tiempo.
Eso me hizo florecer mariposas en el estómago, si no podía
estar más de un día sin mí, ¿cómo me iba a echar cuando
consiguiera el dinero?
Cuando me desperté al día siguiente, Enzo ya se había
levantado, me pareció raro porque siempre lo hacía con besos
y arrumacos.
Llegué a la cocina, había preparado el desayuno,
posiblemente llevaba bastante tiempo despierto.
—¿Por qué no me has llamado? —No contestó, se encogió
de hombros y se acercó a mí.
—Anda, desayuna que se enfría el café. —Me puso todo
en la mesa y se fue.
Comprendí que necesitaba estar solo así que nada más
desayunar recogí todo y preparé un par de cosas para
marcharme.
Busqué a Enzo para despedirme, estaba en el despacho con
el ordenador y un café. Apoyada en la puerta sin entrar me
quedé observándolo, llevaba un polo blanco de Lacoste y las
gafas que le daban un toque especial.
—Me voy. —Levantó la mirada y asintió intentando
sonreír.
Esperé unos segundos a que me pidiera un beso, no me
había dado ninguno ese día y pensándolo fríamente era el
primero que no lo hacía. Al ver que no se levantaba y
empezaba a sentirse incómodo con la situación sonreí y le dije
adiós.
¿Qué diablos le pasaría para querer estar solo? No quería
comerme la cabeza y deseaba confiar en él, así que intenté
pensar en lo que haría ese día.
Salí de la casa y me dirigí al coche, mientras llegaba hasta
él me crucé con una chica que me resultaba familiar.
—Ehh, hola —me saludó.
—Hola. —Dios, era Patri, la prosti… bueno esa chica. ¿Iba
a casa de Enzo? ¿Para qué iba a su casa? Oh dios, ¿para qué
iba a ir sí no? ¿Era ese el motivo por el que no quería que
estuviese? ¿Acaso se había cansado de mí y quería cambiar?
Me monté en el coche con las manos sudando y las piernas
temblorosas. La observé por el retrovisor para ver a dónde se
dirigía, tenía que verlo con mis propios ojos para saber si
podía o no realmente confiar en él.
La chica miró hacia mí y arranqué el coche para disimular
hasta que vi como la puerta se abría y entraba en la casa.
Mi corazón se comprimió de tal modo que tardé unos
minutos en respirar, mi desilusión y mi decepción eran tan
grandes que no me salían lágrimas, estaba en shock.
—¿Por qué? ¿Por qué? —repetía una y otra vez.
¿Acaso no era su princesa? Posiblemente ella sería su
reina. Había puesto tantas esperanzas en que se terminara
conmigo que no me acordé de lo que hacía antes. ¿Qué pasaba
con Enzo? ¿Por qué era así?

No sé cómo llegué a casa conduciendo porque las piernas me


fallaban. Llevaba el volante agarrado tan fuerte que podía
arrancarlo de cuajo en cualquier momento, una mezcla de
dolor, decepción, incomprensión y furia, quizás fuera la furia
la que no me permitía llorar.
Paré el coche en la puerta de mi padre. ¿Y ahora qué?
¿Qué se supone que debo hacer? Con qué cara miraría ahora a
Enzo sabiendo lo que había hecho. Una de las normas era que
ni él ni yo estaríamos con otros, aunque… yo no lo había
cumplido. ¡Pero había sido por su culpa! ¿Quizás no era así y
esto había pasado cuando yo no estaba? Tenía tantas
preguntas, cuyas respuestas, seguramente no me gustarían.
—¿Y ahora qué? —pregunté en voz alta.
Bajé del coche y entré en la casa. Era consciente de que mi
cara tenía que ser un poema, pero no tenía fuerzas para
disimular. ¿Cómo podía parar esto? ¿Cómo me había podido
decir que confiara en él?
Entré en el salón inconscientemente, creo que fue para que
me vieran. Sus ojos se abrieron como platos al darse cuenta de
mi presencia.
—¡Dios mío, Sam! ¿Qué te ocurre? —preguntó Ángela,
realmente preocupada.
—Peque, habla ya o me dará un infarto.
—Me acuesto con Enzo por dinero —las palabras salieron
de mi boca a borbotones, sin filtro y sin allanar el camino.
Necesitaba sacarlo y que me prohibieran volver allí.
Ángela se puso las manos en la boca y mi padre en el
pecho.
—¿Pero… qué… demonios… estás… diciendo? —Mi
padre se levantó de un salto y se acercó a mí.
—Espera, papá, escucha primero. —Intenté tranquilizarlo
al verlo así.
—¿Que escuche primero? ¿Tú sabes lo que me acabas de
contar Samantha? —No daba crédito.
—No es lo que parece, no era sexo y dinero, era…
—¡Sam, por Dios, calla! —gritó mi padre.
—No, escucha. Era como una relación, parecíamos novios.
—¿Por qué demonios lo estaba defendiendo? Me estaba
asustando ver a mi padre así.
Mi padre se sentó y Ángela fue a intentar relajarlo sin
conseguirlo.
Le expliqué que era feliz, que me gustaba esa forma de
vivir que él había conseguido, que no quisiera huir. Empecé a
llorar porque me di cuenta de todo lo que estaba perdiendo, no
quería cambiar de vida, era feliz, lo quería.
—Sam, entonces por qué traes esa cara. ¿Has tenido algún
problema con él? —preguntó Ángela intentando mantener la
calma.
¿Qué le decía ahora? Eso me pasaba por no pensar las
cosas antes de contarlas y ser tan impulsiva.
—Me he enamorado de él.
Mi padre cerró los ojos y cubrió la cara con las manos.
—¿Pero ¿qué estás diciendo Sam? ¿Cómo…cómo? —No
conseguía sacar las palabras.
Intenté convencerles de que se lo había contado porque
necesitaba desahogarme, me asusté bastante con la reacción de
mi padre y en el fondo no quería que viera a Enzo de esa
manera. Definitivamente estaba hecha un lío.

Después de estar bastante tiempo charlando y contestando a


las preguntas que me hacían sin meterme demasiado en
detalles, logré que se relajara. Había sido un palo muy grande
para él y posiblemente no lo viera nunca de una forma bonita,
como lo veía yo.
—Esto tiene que acabar Samantha, eres guapa, inteligente,
no necesitas eso y puedes conseguir el coche de otra manera,
yo pediré un préstamo y no le deberás nada a ese… —suspiró
fuertemente.
—Papa, confía en mí. —Sentí una punzada en el pecho al
recordar lo que me decía Enzo. —Estoy bien, solo necesitaba
contároslo.
—Hijo de puta, prométeme que no volverás a hacerlo.
—Papa, ya por favor, para mí es difícil esta situación.
—¿Y Leo, Sam? —preguntó Ángela.
—Leo… Leo ahora siente algo por mí.
—Eso es estupendo, joder, Leo es perfecto peque y a ti te
gusta.
—Papa, me gustaba, te he dicho que estoy enamorada de
Enzo. Necesito que me escuches, por favor.
Empecé a llorar de nuevo presa de la impotencia y la
sensación de estar en un callejón sin salida.
—Sam, siento que te hayas enamorado de él, pero quizás
él también lo esté de ti. ¿Crees que hay alguna posibilidad?
¿Por qué te trataría así? ¿Por qué te pagaría esa cantidad?
Quizás hay algo detrás como por ejemplo que crea que nunca
te fijarías en él.
Me quedé pensativa con las palabras que me había dicho
Ángela. Podía pensar que no me fijaría en él por tener once
años más que yo, aunque no lo creía, pero pensar en que no
querría estar con una persona con esa enfermedad como la
agorafobia si tenía sentido. ¿Sería ese el motivo? ¿Quizás
pensaba que no me fijaría en él por eso?
La miré y les dije que necesitaba hacer una llamada y subí
corriendo las escaleras.
Respire hondo y marqué su número de teléfono, mientras
tanto me secaba las lágrimas de los ojos.
Un tono… dos tonos…
Mi corazón latía fuertemente.
Tres tonos… cuatro tonos…
—Dime, Sa…
—No lo hagas —lo corté.
—¿Que no haga qué? —Parecía extrañado.
—No te acuestes con ella, por favor, no lo hagas —
supliqué mientras sollozaba.
—No te entiendo Sam, me estás asustando.
—Enzo, se lo de… —Me costaba decir su nombre—.
Patri.
—¿Qué? Pero… ¿cómo?…, ¿por qué? —Se puso muy
nervioso.
—Enzo, me da igual, pero no te acuestes hoy con ella, no
volveré a cobrarte si quieres, pero… no lo hagas.
—Sam, no me voy a acostar con Patri, es más, no…
joder… no lo hago desde hace mucho. —Sus palabras me
supieron a gloria.
—Gracias.
—¿Gracias por qué, Sam? ¿Crees que me acuesto con
otras a la vez? No necesito a ninguna, tengo todo lo que
quiero, contigo.
—No me digas esas cosas, Enzo. —Mi corazón no
aguantaría tantas palabras bonitas.
—¿Por qué sabes lo de Patri? —preguntó avergonzado.
—Un día vino a casa preguntando por ti y me lo contó,
pensaba que llamabas a otra agencia y que yo era una de ellas.
—Tú no eres una de ellas —dijo rápidamente—. No lo
eres Sam. ¡No! ¿Me estás escuchando?
—Sí, siento haber dudado otra vez de ti, Enzo, pero hay
veces en las que… duele demasiado.
Se quedó pensativo y escuché de fondo un suspiro.
—Deberías haberme dicho lo de Patri y te lo hubiera
explicado, no quiero que lo pases mal por nada.
—Lo sé, pero a veces es difícil porque te quiero Enzo, y no
quiero saber nada que no quieras explicarme, no quiero
comprometerte. Quiero darte tu espacio. —Solo podía pensar
en un abrazo suyo en ese momento para relajarme.
—¿Quieres saber algo? —dijo casi sin voz.
—Solo si me lo quieres contar. —Lo que no imaginaba era
que yo lo sabía y me daba igual, yo podría ayudarle a superar
su agorafobia.
—Ven, Sam.
—¿Cómo? Necesitabas estar solo —dije.
—Necesito más estar contigo, me acabo de dar cuenta. —
Empecé a llorar desconsoladamente, sin control.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Nunca he estado más seguro. Te espero.
Bajé rápidamente las escaleras y Ángela corrió hacia mí
con la cara desencajada. Me contó que mi padre le había hecho
prometer que no me lo diría, pero estaba asustada, había ido a
buscar a Enzo para pedirle explicaciones, pero iba demasiado
nervioso y estaba asustada de que hiciera algo.
En ese momento se me vino de golpe lo que había hecho
minutos antes, había cometido un enorme error al contarlo en
casa, tenía que parar a mi padre como fuera antes de que
llegara a casa de Enzo.
CAPÍTULO VEINTITRÉS

El timbre empezó a sonar incesantemente. Sam tenía llave así


que o se le había olvidado traerla o no era ella.
Por la cámara visualicé la imagen de un hombre que no
debía de tener más de cincuenta años, que se movía con
rapidez, parecía enfadado así que decidí bajar antes de abrir la
puerta.
Mientras llegaba podía escuchar como seguía llamando
una y otra vez.
Pulsé el botón para que la puerta se abriera y unos brazos
entraron sin que pudiera reaccionar agarrándome del pecho y
sacándome fuera.
En cuanto puse un pie en la calle empecé a marearme, todo
me daba vueltas y no podía escuchar con claridad lo que aquel
hombre me decía, sólo podía percibir como me gritaba y me
gritaba.
Antes de que pudiera centrarme un poco sentí un fuerte
golpe en la cara, que me hizo caer al suelo. Escupí sangre,
pero eso me despejó un poco la mente.
Volvió a cogerme del pecho y a intentar levantarme.
—¿Cómo has podido hacerle eso a mi hija, desgraciado?
La has utilizado por dinero.
Dios, no, no. Era el padre de Sam y por lo que estaba
contando, sabía todo. ¿Cómo diablos era posible? ¿Acaso se lo
había contado ella?
—Usted no lo comprende, señor —dije intentando
tranquilizarlo, pero solo conseguí que me diera otro puñetazo.
Por un segundo me había olvidado de que estaba en la
calle, pero al darme cuenta empecé a sentirme nervioso y a
escupir nuevamente sangre.
—Vamos, defiéndete, cabrón.
—No voy a defenderme, es el padre de Sam y no pienso
tocarlo.
—Pero a ella sí ¿no? Hijo de puta. —Su furia se
descontroló y puso su rodilla sobre mi pecho y empezó a
darme puñetazos nuevamente.
Cada vez me encontraba peor, el dolor, el aturdimiento de
los golpes y el pánico de estar expuesto al exterior hacían
mella en mí e intenté levantarme para entrar en casa. Era la
única manera que tenía de parar aquello, ya que no pensaba
hacerle nada a ese hombre y no podía dejar que siguiera
pegándome.
Lo empujé e intenté levantarme sin conseguirlo porque me
dio una patada que me hizo caer.
—No huyas, afronta tus actos —gritaba—. Mi niña, mi
única hija. —La has enamorado para acostarte con ella.
—Puedo explicárselo, si se relaja y entra.
—¿Qué me vas a explicar? Eso no tiene explicación
lógica. Te has aprovechado de ella y punto.
—Le juro que no es así, pero escúcheme. —No sabía qué
hacer para que me escuchara y se tranquilizara.
No tenía fuerzas y empecé a sentir náuseas, no era el
momento, joder, pero estaban ahí.
Volvió a cogerme del pecho y…
—¡¡Nooo!! Papá, ¿qué haces? ¡Suéltalo! —Era Sam
corriendo hacia nosotros.
—Enzo, lo siento, lo siento. —Me agarró del brazo—
¡Quítate papá! —gritó—. Confié en ti —sollozó.
Me ayudó a entrar en casa y me sentó en el jardín.
—Lo siento Enzo, lo siento mucho. ¿Por qué has dejado
que te pegue? —Acariciaba mi cara dolorida haciendo que
desapareciera todo dolor posible.
—Tu padre tiene razón, no debería haber hecho esto, y
nunca le haría daño a tu padre, Sam.
—¿Estás escuchando, papá? Enzo no es malo, me trata
bien y te lo dije.
—Peque, ¿qué clase de persona hace eso? ¡Un degenerado!
—gritó.
—¡Cállate! —Un degenerado no me trataría como a una
princesa.
Era incapaz de articular palabra, solo escuchaba la voz de
Sam intentando defender lo indefendible mientras su padre
quería hacer ver lo contrario. Me dolía tanto el sufrimiento de
Sam, como el sentimiento de su padre hacia mí. Quizás era
hora de dar un paso adelante y afrontar algunas cosas.
Mientras se chillaban entre los dos, saqué mi llavero y
busqué la llave que quería darle. Me metí entre los dos y se la
enseñé.
—Posiblemente esto no tiene justificación, pero quiero que
veáis algo.
—¿Qué es esto, Enzo? —preguntó, extrañada.
—Es la llave del cuarto cerrado.
Sus ojos se abrieron como platos mientras el padre la
agarraba y tiraba de ella para que se marchara.
De un tirón se soltó.
—No, Enzo.
—Samantha, nos vamos —dijo su padre.
—He dicho que no, papá.
—Sam, quiero que lo veas. Necesito que lo veáis por favor.
—Fruncí el ceño—. Luego te explicaré lo que necesites, todo,
sin secretos. —Necesitaba abrazarla, pero no era el momento,
no delante de su padre.
—Enzo, no lo haré porque te sientas obligado por culpa de
mi padre.
—Sam, te lo iba a enseñar de todas maneras, pero ahora
quiero que lo vea él también. Tranquila, princesa.
—¿Princesa? —resopló su padre mientras lo escuchaba.
—¡Papá! —volvió a gritar, indignada.
—¿Estás seguro? —dijo mientras le caían dos lágrimas por
las mejillas.
—Totalmente, Sam. —Tuve un impulso de agarrarle la
mano, pero el padre la apartó.
—Venga, entremos, a ver qué justifica esto porque no creo
que nada de lo que vea lo hará. —El enfado del padre de Sam
se había convertido en indignación.
Sam tomó las llaves y con su padre siguiéndole, se dirigió
a la habitación. Los seguí, pero cuando llegamos me quedé en
el pasillo esperando con las manos en los bolsillos como si
aquel gesto pudiera protegerme.
Se quedó parada en la puerta unos segundos, con la llave
girada, pero sin mover el pomo, dejó caer la frente en la puerta
y empezó a sollozar.
—No puedo Enzo, siento que estoy invadiendo tu
intimidad.
—Quita, peque. —Apartó a su hija y abrió la puerta de par
en par.
El olor de ese cuarto me hizo desmoronarme y sentarme en
el suelo, era todo demasiado intenso y doloroso para ese día y
me sentía débil física y mentalmente.
Todo quedó en silencio, ninguno de los dos era capaces de
articular palabra. En la cara de Sam se veía tristeza y
curiosidad y la de su padre había cambiado completamente de
registro, ya no parecía tan enfadado, parecía confundido y
arrepentido.
Sam no paraba de negar con la cabeza y no se quitaba las
manos de la boca, su padre no dejaba de suspirar y masajearse
la frente.
Les dejé todo el tiempo que necesitaron, no daban crédito
y posiblemente se habían hecho una idea de lo que pasaba, no
era difícil conociendo mi vida, que aquello no estaba incluido.
Después de un rato salió el padre y en silencio se quedó
allí, mirándome mientras Sam se arrodillaba junto a mí y con
su camiseta me limpiaba un poco la sangre.
—Enzo —logró decir—. Esto… esto…
Necesitaban una explicación y se la dí.
Esa habitación toda decorada de celeste bebé: con una
cuna, un carro, un baño y un mueble con ropa de recién
nacido, era de mi hijo. Sobre la cajonera estaba enmarcada su
ecografía y junto a ella una foto de mi mujer junto a mí,
vestidos con unas batas blancas, la ropa que usábamos para
trabajar antes de que pasara todo aquello, éramos médicos, los
dos. Mi físico era totalmente diferente al de ahora, pesaba
mucho menos, era bastante delgado, no hacía deporte porque
no tenía tiempo, solo trabajaba y estaba con mi familia que era
lo que me hacía feliz, lo del deporte fue una forma de escape a
posteriori, simplemente.
Empezó a costarme respirar y paré. No dijeron nada
simplemente esperaron a que cogiera fuerzas para continuar.
En la pared estaba en letras colgadas, su nombre…, Ian.
—Cuando llamaste a nuestra relación Ian, me descolocaste
Sam.
—Intercambio Amistoso de Necesidades. Lo siento, si
hubiera sabido. —Hizo una mueca de arrepentimiento.
—No, no fue malo, fue… no sé, siempre consigues
sorprenderme. —Hice un amago de sonrisa.
—¿Dónde están? —dijo casi sin voz— ¿no te deja verlo?
Cerré los ojos fuertemente y recordé cada minuto y cada
segundo de ese día.
—Muertos. —Sam cogió mi mano y no pude evitar que me
cayera una lágrima.
—No tienes que contar nada más, Enzo.
—Sí, Sam, necesito explicaros. —Tragué saliva y seguí.
Podía recordar todas las emociones que viví como si
fueran en este momento.
—Ese día se murió una persona en el quirófano y cuando
llegué a casa quise salir a disfrutar con mi mujer embarazada
porque la vida cambiaba en un segundo y no quería llegar y
acostarme porque estuviera cansado, quería vivir todos los
momentos con ellos. Me encantaba mi vida y miraba al futuro
con auténtica ilusión, no podía pedirle más a la vida. Elsa y yo
habíamos trabajado mucho, ella estaba de baja y teníamos la
oportunidad de pasar más tiempo juntos, pero… —Hice una
pausa—. A ella no le apetecía salir, así que intenté convencerla
hasta que aceptó. Queríamos pasear por el parque Zafra o el
parque Moret donde había vegetación y aire libre, pero
mientras lo discutíamos una rueda explotó y no pude
controlarlo, el coche chocó por su lado con un árbol y murió
en el acto. —Rodeé la cara con mis brazos y Sam me
acurrucó.
—Tranquilo, Enzo —su voz me llenaba el corazón de
esperanza.
—Estoy bien —respire hondo y seguí— yo quedé
inconsciente por segundos y cuando desperté y me di cuenta
de… bueno de que había muerto, intenté salir y salvar a mi
hijo. Ella estaba de ocho meses y medio, si sacaba al bebé
podría sobrevivir, pero… tenía la cadera destrozada por la
palanca del coche y no podía moverme bien, el tiempo pasaba
y no era capaz, no podía sacar a mi bebé de allí, estaba
muriendo y yo era médico, era el culpable de que pasara eso y
no podía sacarlo. Cuando llegó la ambulancia ya no se
escuchaba el corazón de mi hijo.
—Enzo, no fue culpa tuya, fue un accidente, tú solo
querías pasar tiempo con tu mujer embarazada y eso es
precioso, estoy segura de que ella no piensa eso desde donde
está.
La miré agradecido por sus palabras, aunque no las
compartiera.
—Sam, tengo agorafobia. —Sentí una enorme vergüenza
al decirlo, aunque me alivió—. Pánico a salir a la calle,
complicado por un sentimiento de culpabilidad, según Lola,
que no es mi médico, es mi psiquiatra. Siento no habértelo
dicho antes.
—Lo sé, Enzo. —Volvió a cogerme de la mano y no me la
soltó.
—¿Cómo? ¿Lo sabes? —pregunté extrañado.
—Sí, y siento haberme enfadado cuando no viniste a
recogerme o cuando te comprometí con mis imprudencias a
salir a la calle.
—No, Sam, para mí eso ha sido un gran paso. Eres la única
que me ha hecho salir de casa desde que ocurrió esto, hace dos
años. Hoy…
—¿Hoy hace dos años?
—Sí, por eso quería estar solo, para darles su sitio, que
sepan que me acuerdo de ellos aunque… me he dado cuenta de
algo Sam…, ahora tú tienes también un sitio aquí. —Me dio
un beso y me asusté pensando en lo que pensaría su padre, que
estaba allí frente a nosotros sin abrir la boca.
—Enzo… —Tapé sus labios para que no dijera nada.
—Sam, no he vuelto a tener una relación normal con nadie
porque creo que no me la merezco, por eso llamaba a… Patri.
Yo no puedo enamorarme y seguir mi vida normal mientras
Elsa no tiene oportunidad, por eso me prometí no rehacer mi
vida jamás, si ella no podía, yo tampoco, solo sexo, pero…,
apareciste tú con tus locuras… Me gustaste desde el primer
momento…, y cambiaste todo. —Sam empezó a llorar—. La
única forma que tenía de estar contigo y que no te fijaras en mí
era esa, poniendo un límite entre nosotros que… realmente
nunca existió. Sam eras una chica libre, que huías de todo que
habías vivido en muchos lugares y que tu ilusión era
comprarte un coche para recorrer España. Yo no tenía cabida
en tu vida, pero tampoco podía separarme de ti. El seguro me
indemnizó y qué mejor manera que gastármelo en un coche
para ti, para que vayas protegida en tu viaje, te lo hubiera dado
desde el primer momento sin nada a cambio, pero… no lo
hubieses entendido, evidentemente.
—Bueno, yo ya no pinto nada aquí —dijo el padre,
conmocionado—. Sam, nos vemos el sábado, cariño. —La
besó en la frente.
Se agachó y suspiró profundamente.
—Enzo, espero que algún día me puedas perdonar, eres lo
que siempre quise para mi hija, pero hasta ahora no he
conseguido verlo. He pasado por lo mismo, pero yo me quedé
con Samantha para ayudarme a salir adelante, no sé qué
hubiera hecho si la hubiese perdido a ella también. —Acercó
su mano para que se la estrechara y sin dudarlo, lo hice.
—Gracias, está todo olvidado y espero que me perdone
usted también. —Asintió con la cabeza.
—Enzo, ¿eso quiere decir que sigues pensando en que me
vaya? —Esperó mi respuesta sin conseguirlo—. Papá —llamó
a su padre como si él pudiese hacer algo para remediarlo.
—Sam, es la prueba más grande de amor que puede hacer
alguien por ti, dejarte ir porque no puede darte lo que necesitas
a pesar de sus sentimientos. —Nos quedamos en silencio unos
segundos—. Bueno, me voy. Lo siento otra vez.
—Dio un beso a Sam, se levantó y se marchó.
—¿Es eso verdad, Enzo?
Tiré de ella y la abracé, llevaba todo el día necesitando ese
abrazo que me reconfortaba y me hacía sentir vivo.
—Te quiero, Sam. —Sus ojos se iluminaron y me besó.
—Yo también te quiero, y siento mucho todo lo que ha
pasado, pero te mereces ser feliz, a mí me da igual que tengas
agorafobia o lo que sea, y no necesito nada más en el mundo
que estar junto a ti, Enzo, podemos salir juntos de esto —
intentaba desesperadamente convencerme, pero estaba todo
hecho ya, no arruinaría la vida de otra persona.
—Tranquila, Sam, no pienses en eso ahora. —Acaricié su
delicada piel mientras ella intentaba descargar su frustración,
llorando.

No sé cuánto tiempo nos quedamos allí abrazados en el suelo,


para mí nunca era demasiado, podía estar toda la vida junto a
ella.
—Gracia por abrirte conmigo, ha significado mucho para
mí, y… por no pegarle a mi padre, aunque se lo mereciera.
—Nunca le pegaría a tu padre Sam, sé que lo quieres
mucho y comprendía cómo debía sentirse.
Nos levantamos y me dirigí hacia la puerta.
—Están en mi corazón, esto solo son recuerdos, no son
ellos. —Se acercó y me agarró fuertemente la mano—. Ahora
estás tú aquí. —Cerré la puerta con llave y nos fuimos.
CAPÍTULO VEINTICUATRO

Hice que se sentara en el salón y fui por agua oxigenada,


algodón y hielo. Su cara empezaba a hincharse y lo único que
provocaba era hacerme sentir totalmente culpable por la
situación.
Ese día estaba siendo muy intenso, no podía ni llegar a
imaginar el dolor tan grande que tuvo que pasar cuando
sucedió el accidente y la sensación de querer sacar a su bebé
para que no muriera, porque casualmente sabía cómo hacerlo
pero no podía. Toda esa frustración y esa impotencia había
terminado haciendo mella en él.
En la habitación me llamaron la atención muchas cosas
como por ejemplo que estuviera intacta, como si ese bebé
fuera a nacer en cualquier momento. La ecografía enmarcada
era algo muy doloroso.
Enzo era médico, ya me lo dijo una vez, pero verlo así…,
al ver la foto te dabas cuenta de lo que había cambiado, no era
el mismo Enzo de ahora. Aquel hombre de la foto era de
complexión delgada, con el pelo más corto, unas gafas
diferentes de las de pasta, que llevaba, eran de metal y lo
hacían parecer intelectual, guapo, evidentemente, pero muy
diferente.
El cuarto estaba limpio, tenía que hacerlo el día que yo
libraba, seguramente, y olía a colonia de bebé recién
pulverizada. La herida de Enzo estaba fresca todavía, pero
estaba segura de que con el tiempo lo superaría y deseaba
ayudarlo con todas mis fuerzas.
—¿En qué piensas, Sam? —preguntó, avergonzado.
— En todo lo que has vomitado por mi culpa, como por
ejemplo el día que fui a correr, había truenos y tuviste que
salir a por mí.
—Ese fue el primer día que pisé la calle desde el entierro.
Todavía no sé cómo fui capaz de hacerlo.
—Gracias. —Sonrió.
—El día del hospital, tuvo que ser horrible para ti después
de ver la foto en el perfil, con Leo.
—Si te soy sincero, es algo que todavía me cuesta
perdonarme. —Suspiró—. Lo intenté, arranqué el coche y…,
no pude, Sam. —Me acerqué y lo abracé.
—No te preocupes, ahora te entiendo y me arrepiento
porque todas esas cosas que las podías controlar. Ahora sé por
qué me decías que confiara en ti.
Volví a pensar en la foto de su mujer, era rubia natural y
llevaba puesta una coleta. Usaba gafas como las de él, era
evidente que era una persona bastante sencilla porque al tener
la bata abierta se podía ver la ropa que llevaba debajo, una
camisa con un pantalón y… médica. Empecé a sentirme muy
pequeñita imaginándome junto a ella.
—Enzo. ¿Erais médicos en vuestra clínica?
—Sí, ahí la conocí. ¿Por qué?
—No, por nada, solo era curiosidad. ¿Cómo se te ocurrió
contratar a prosti… bueno, eso?
—Sam, ya vale, por favor.
—Dímelo, lo necesito. ―Lo miré suplicante, tenía la
cabeza llena de preguntas.
—Solo buscaba compañía de alguien que fuera totalmente
diferente a ella, es solo eso, no quería que nadie volviera a ser
especial en la vida para mí y tampoco me lo merecía.
—¿La buscabas físicamente diferente, también?
—¿A dónde quieres llegar, Sam?
—Bueno, lo digo porque yo soy como… Patri.
—Sam, Patri ha terminado siendo mi amiga, a ella le he
contado muchas cosas y por eso vino ayer, para ver cómo
estaba. Lo tuyo siempre fue diferente, yo no te contraté para
eso, es más, yo buscaba a una persona mayor que viniera,
limpiara y me hiciera la comida y, ella su vida y yo la mía.
Fuiste tú la que viniste con esas pintas a mi casa a hacer la
entrevista. No te elegí a ti, me elegiste tú a mí.
—Tu mujer era muy guapa y seguro que era inteligente.
—¿Y qué? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó,
desconcertado.
—Bueno, no sé.
—Te crees inferior a ella, ¿no es así? Se te ve en la mirada.
Sam, puede ser que lleves razón y quizás una de las cosas que
más me gustaba en las mujeres era su intelecto, pero la vida
cambia y yo ya no soy ese hombre, ahora busco felicidad, pero
sé que necesito un proceso y es lento y no puedo arrastrar a
nadie en mi camino. Ya destrocé una vida y no puedo hacer
eso contigo.
—Eso ya lo veremos —dije intentando que se diera cuenta
de que no me rendiría tan pronto.
—Sam —dijo mientras tiraba de mí para sentarme en el
sofá—. ¿Qué piensas ahora de mí?
—Que te quiero más.
—Joder, Sam, no me digas eso.
—¿No te gusta escucharlo? —Puse cara de pena.
—Claro que me gusta, me alegra el día y me da fuerzas
para seguir, pero…
—Pero nada —lo corté.
—¿A ti te gusta escucharlo? —preguntó tirando de mí y
subiéndome en su regazo.
—Solo si lo sientes.
—Pues…, te quiero Sam. Has logrado darle un cambio a
mi vida a mejor, aunque haya tenido que pasar por momentos
duros, han valido para que avance.
Unimos nuestros labios con ansiedad y desesperación,
disfrutando de cada roce y cada caricia que nos
proporcionábamos. Necesitábamos dejar atrás todo lo vivido y
centrarnos en nosotros, en nuestros cuerpos que pedían a gritos
una forma de volar a otro mundo donde solo estuviéramos
nosotros, sin problemas. No era sexo, eso era amor, era una
forma de pedir auxilio, de pedir comprensión, de decir te
quiero y te necesito… era la forma más maravillosa de
amarnos.
Cuando terminamos sonó su teléfono y a pesar de no
querer levantarse lo obligué para que respondiera.
Me quedé tirada en el sofá, pensando en todo lo que había
sucedido ese día y recordando sus caricias.
—Sí, un momento, Lola. Sam, ¿quieres que Lola te cuente
algo?
—¿A qué te refieres? —pregunté confundida.
—Algo sobre mí, sobre la agorafobia… no sé, cualquier
duda que tengas. —Se adelantó para acercarme el teléfono y lo
cogí.
Hizo una señal para que supiera que se marchaba para que
pudiera hablar tranquilamente con ella.
―Tienes que comprarte otro teléfono, Enzo, pídelo en
Amazon ―le dije antes de hablar con Lola, y él lo confirmó
con un gesto de la cabeza, mientras salía por la puerta.
—Hola, Samantha. Veo que por fin te lo ha contado ―dijo
Lola.
—Sí, pero de qué manera.
—Ya me ha dicho lo de tu padre. Era una reacción
totalmente normal, no te enfades con él.
—No, tranquila, no debí decírselo, pero al ver a Patri sentí
una presión tan fuerte que necesitaba que alguien me
prohibiera volver y, casi sin pensarlo se lo solté al pobre.
Tenía tantas preguntas que hacerle y a la vez una sensación
de intromisión en la vida de Enzo, que no tenía muy claro si
hacerlo o no.
Al ver que no me atrevía, decidió contarme un poco por
encima. Según ella Enzo tenía una vida perfecta, tenía todo lo
que necesitaba, su casa, su trabajo y su mujer embarazada, no
necesitaba más, era feliz. Al ocurrir el accidente el día en que
a su mujer no le apetecía salir, provocó un sentimiento de
culpabilidad que podría haberlo superado con el tiempo. Su
problema fue pensar que podía salvar a su hijo sacándolo de la
barriga de su madre, cosa que sin el material necesario era
prácticamente imposible pero dado la impotencia que sentía al
pensar que todo era por su culpa se obsesionó con eso. Según
él, se merecía estar encerrado sin salir, como lo estuvo su
bebé, cree que se lo merece y la mente es sabia y le terminó
provocando la agorafobia.
—Es todo tan triste… —dije.
—Tiene cura Sam, pero… tiene que querer curarse y para
eso necesita una motivación en la vida. Hubo un momento en
el que pensé que serías tú, por todo lo que habías conseguido
con él, sin siquiera saberlo, pero ahora no lo tengo tan claro.
—¿No cree que sienta nada por mí, realmente? —dije
decepcionada.
—Está loco por ti Sam, de eso no hay duda, te repito que
ha hecho cosas por ti que, aunque te parezcan absurdas, para él
han sido un auténtico esfuerzo, hasta el punto de encontrarse
mal físicamente. Nunca lo vi tan mal en todo este tiempo,
como el día que no pudo ir al hospital.
—¿Por qué no quiere ninguna relación normal? ¿Por qué
no quiere una relación conmigo?
—Sam, no sé si te importa que Enzo me contara algunas
cosas de ti, solo era para ayudarlo y entender tus actos en
algunos momentos.
—No me importa si ha sido para eso.
—Él me contó que la muerte de tu madre te causó todo lo
contrario, que huyeras cada vez que tienes el más mínimo
problema.
—Sí, tienes razón, eso he hecho toda la vida, supongo que
cuando murió, vi a mi padre tan mal y todo era tan triste que la
forma de evadirme era huir.
—Pero en este tiempo lo has pasado muy mal en algunas
ocasiones y sin embargo no has huido y si lo has hecho, has
vuelto después —dijo y esperó escuchar alguna reacción mía
que no llegó―. Eso significa que te compensa más sufrir con
lo que tienes, que huir y perderlo. ¿Me equivoco?
Pronuncié un sí casi inaudible, todo lo que estaba diciendo
era la pura verdad, parecía conocerme perfectamente y sin
embargo nos habíamos visto días contados.
—Pues a Enzo le pasa un poco parecido, si su mujer no
estuviera embarazada, estoy segura de que te hubiera pedido
matrimonio —reímos las dos—. Con esto quiero decirte que sé
que te quiere pero su punto infranqueable es la muerte de su
hijo, eso es lo que no le deja avanzar y posiblemente te quiere
tanto que no quiere que pierdas tu vida libre, por estar con un
enfermo como él. La mente trabaja así y es difícil cambiar ese
chip que hay en la cabeza. Eso no quita que algún día pase
algo que le dé al interruptor, y vuelva a aparecer el Enzo que
es capaz de salir y afrontar la vida desde todos los ángulos.
Me quedé pensativa un instante antes de volver a
preguntar:
—Ninguna somos como la mujer, ¿verdad? Me refiero a
físicamente.
—Sam, no pienses en eso.
—Pero es verdad —afirme.
—En un principio si, buscaba a chicas… cómo te lo
digo… —Se quedó pensativa—. Que según su criterio fueran
inferiores a su mujer. Pero se equivocó porque en Patri
encontró a una amiga y tú fuiste diferente, Sam, tú apareciste,
podrías ser rubia como ella o médica, lo que le llamó la
atención de ti no fue que te parecieras o no a su mujer, eras
solo tú, fueras como fueras.
—¿Fuera como fuera?
—Sam, no tengo ninguna duda de que Enzo se enamoró de
ti desde el primer día que te vio y, aunque ha luchado para que
no te enamores de él, por ejemplo cobrándote por…, bueno,
eso, estoy segura de que le costará mucho, mucho, separarse
de ti.
—No dejaré que se separe de mí y no le voy a coger ese
dinero, por supuesto. Esto dejó de ser un trabajo hace mucho
tiempo.
—Lo sé, espero que encuentres la manera de ayudarlo, se
merece ser feliz.
—Gracias, Lola, me has ayudado muchísimo a
comprenderlo. Has conseguido que lo quiera más.
Nos despedimos y quedamos en que la próxima vez que
viniera nos tomaríamos un café.
Llamé a Enzo cuando terminé de hablar y llegó inquieto.
—¿Qué te ha parecido hablar con ella?
—Bien, perfecto. Me ha aclarado muchas cosas de ti. ¿No
te importa? —pregunté apurada.
—No, sé que hay cosas de las que me cuesta hablar,
pero… quiero que sepas todo y si te asustas y te quieres ir,
pues… lo entenderé. —Sus ojos estaban decaídos.
—No, la verdad es que me ha dicho que lo mejor sería que
me quede toda la vida contigo. —Una preciosa sonrisa
apareció en su cara, parecía más tranquilo.
—¿No hay nada que te asuste de mí?
—Sí, una cosa. —Me miró extrañado—. Que sigas
pensando en que me vaya. —Me quedé seria y vino hacia mí
cogiéndome entre sus brazos.
Definitivamente era el mejor lugar del mundo para estar.

Esa noche pedimos pizza, Enzo la recogió y pagó mientras yo


preparaba la mesa, básicamente agua, vasos y servilletas.
Enzo la puso en la mesa y abrí la caja. Una deliciosa pizza
de pimiento, carne picada, pepperoni y doble de queso, se me
hacía la boca agua.
Me levanté de la silla y lo miré fijamente mientras me
dirigía hacia él. Su mirada extrañada me hizo sonreír. Hice que
soltara la pizza en la mesa, que separara los brazos y me senté
en su regazo.
—Estoy más cómoda aquí. —Lo miré y seguí comiendo
como si nada.
Escuché su sonrisa cerca de mi oído, pero siguió comiendo
sin apartarme.
—¿Te molesto? —Me apetecía picarle un poco.
—¿Si te digo que sí te quitarás?
—La verdad es que no, pero me gusta saberlo. —Intentaba
aguantar la risa pero me costaba conseguirlo.
Cuando terminamos me levanté para coger el postre, pero
el muy educado me dijo que no, que iba él, así que lo esperé
sentada. Llegó con fruta, helado y lo dejó todo en la mesa.
—¿Qué quieres?
—Cerezas.
Asintió con la cabeza y las enjuagó, las colocó en un bol y
se dirigió a la silla. Intenté ponerme de pie para que se sentara
primero pero el peso de su cuerpo me impulsó hacia atrás. Se
sentó sobre mí y con una risa malévola me miró.
—Tienes razón, es mucho más cómodo sentarse en la
falda.
—Crees que me importa.
—No lo sé pero me voy a quedar aquí. ¿Una cereza? —
preguntó mientras me acercaba una a los labios, sonriendo.
Algo pasó por mi cabeza en ese momento, empecé a
pensar en todos los momentos divertidos que habíamos pasado
juntos. ¿Qué pasaría si esto acabara? Me costaba imaginar mi
vida sin estos placeres que compartíamos.
Me di cuenta enseguida que mi cara dejó de sonreír al ver
a Enzo levantarse rápidamente, asustado.
—¿Te encuentra bien, Sam? ¿Te he hecho daño? —Parecía
preocupado.
—No —contesté intentando sonreír—. Ha sido un día muy
intenso…, solo recordaba.
Sé que no se quedó conforme pero no sabía qué decir en
ese momento.
Terminamos de recoger la cocina y salimos.
—Sam, ¿nos acostamos ya? Anoche no dormí mucho y
estoy muy cansado.
Mi mente iba a mil, solo pensaba en cómo sería la vida sin
él, eso significaba que cuanto más lo hiciéramos, menos
estaría aquí. Se me ocurrió algo sobre la marcha, pero no sabía
cómo decírselo sin que se lo tomara a mal.
—Enzo, quizá debería dormir hoy en mi cama —mi voz
sonaba insegura.
—¿Te refieres en tu cama… sola? —Su mirada parecía
descuadrada.
—Sí, creo que sí. —Bajé la cabeza al ver su mirada
asustada—. No es por nada, Enzo, no quiero que te preocupes
—le dije y le cogí la mano—, solo quiero ver como es estar
sin ti.
No decía nada, estaba segura de que le cogió por sorpresa.
—¿Quieres que te aclare algo más? ¿Te ha quedado alguna
duda? Pregúntame lo que quieras, Sam.
—Enzo, no es nada de eso. Está todo bien, es solo que
tengo miedo de que esto termine y necesito pensar un poco, ha
sido un día intenso.
—No lo entiendo, Sam. Si no quieres que termine, ¿por
qué quieres dormir sola? No tenemos que hacerlo si no te
apetece y lo sabes. —Estaba ofuscado y empezaba a agobiarse.
—Enzo, te quiero demasiado, necesito pensar, eso es todo.
—Me acerqué y lo besé.
Me agarró por la cintura con fuerza y desesperación, como
si pudiera perderme en ese momento e intentara evitarlo. Sus
besos eran desesperados, sus ojos estaban fuertemente
cerrados y sentía los latidos de su corazón acelerado.
—Te quiero, Enzo, tranquilo.
—Yo también te quiero, Sam. No te lo digo tanto, porque
no quiero que sufras, pero… podría decírtelo cada segundo.
—Gracias. —Agarré sus mejillas con mis manos y lo miré
a los ojos para tranquilizarlo.
Nos despedimos y cada uno se dirigió hacia una esquina de
la casa. Nada más entrar me metí en la cama y pensé en todo
lo ocurrido ese día, en su mujer, en Lola, en todo lo que le
había hecho sufrir, y él a mí, pero sobre todo en su hijo, Ian.
Tuvo que ser tan doloroso para él.
Me dolió pensar que yo no era suficientemente importante
para él como para que lo superara pero sí para apoyarlo, tenía
que haber algo que pudiera hacer que ayudara a Enzo con todo
esto y quisiera avanzar en la vida, pero… ¿qué?
—¿Qué es más importante en la vida que un hijo? —dije
en voz baja intentando escucharme a mí misma.
Tenía la respuesta delante de mí y por fin la vi, si hay algo
más importante en la vida que un hijo es… otro hijo.
Lo que estaba pensando era demasiado fuerte pero quizás
era la solución. Podría dejar de tomar la píldora y quedarme
embarazada, eso haría que quisiera quedarse conmigo y
tuviera algo por lo que luchar.
Sentía como el corazón se me aceleraba solo de pensarlo.
¿Quería ser madre? Nunca lo había pensado pero en este
momento me hacía ilusión aunque… ¿Querría él volver a ser
padre? ¿Cómo se lo tomaría? Era demasiado fuerte lo que se
me acababa de ocurrir y yo sola me estaba asustando, podía
ser que se enterara, se enfadara y no nos quisiera a ninguno de
los dos. Agarré fuertemente la cabeza con las manos y di un
grito sordo con la garganta.
—Sam, ¿puedo pasar? —Di un respingo en la cama.
—Pasa, Enzo —dije extrañada.
Abrió la puerta y se dirigió directamente a la cama y se
metió. Tiró de mí hacia él y me acurrucó entre sus brazos
haciéndome reír.
—¿Qué haces? —pregunté extrañada.
—No estoy de acuerdo —dijo en tono burlón—. No voy a
dormir en una cama sabiendo que estás en otra cerca de mí, no
puedo, simplemente. ¿Tú por qué puedes? —Me miró con cara
de enfado.
—Yo tampoco puedo.
—Perfecto, entonces. —Me hizo olvidar todos los
problemas con esa actitud.
Estuvimos en silencio acurrucados intentando dormir
cuando se me ocurrió.
—Enzo…
—Dime, princesa.
—Tú has pensado que lo mejor era venir sin
consultármelo, eso significa que cuando no esté de acuerdo
contigo podré reaccionar igual, supongo.
—Tu puedes hacer conmigo lo que quieras, soy tuyo, Sam
—sus palabras me llegaron al corazón a pesar de saber que
estaba medio dormido y provocaron que una lágrima rodara
hasta la almohada.
Ya tenía su consentimiento, solo quedaba pensármelo bien.

Esa mañana me desperté al sentir unos besos suaves


recorriéndome el cuello que me hicieron estremecer. Sus
brazos me envolvían desde atrás atrapándome cerca de su
cuerpo, entrelazando sus manos con las mías y tirando de mí,
provocando que la separación entre nosotros fuera inexistente.
Llegó lo que era inevitable, acostándose sobre mí y sin dejar
de mirarme ni un solo momento, me hizo suya, disfrutando de
cada segundo de unión entre nosotros, escuchando como
nuestra respiración acelerada y entrecortada se mezclaba,
provocando que mi mente desconectara del mundo y solo
pensara en nosotros.
—Abre… los ojos… Sam —dijo desesperado—. Necesito
ver lo que sientes.
Afirmé con la cabeza y no separé ni un segundo mi mirada
de la suya mientras sus movimientos se hacían más intensos.
—Haré lo que quieras…, soy tuya Enzo…, cualquier cosa
que me pidieras te lo daría hasta… un hijo. —¿Por qué
demonios lo había dicho?
La intensidad de movimientos fue aumentando
bruscamente hasta que paró en seco. Nos quedamos
mirándonos fijamente mientras nuestros pechos
convulsionaban con fuerza por la falta de oxígeno provocada
por el esfuerzo. Su cara de sorpresa se mezclaba con la de
negación y no reaccionaba, me sentí estúpida al haber dicho
eso.
—Sigue, Enzo. —Sentí un enorme nudo en la garganta
pero intenté disimular como pude.
Acomodó su cabeza en mi cuello mientras yo la volvía
hacia el otro lado, podía sentir su fuerte respiración y una
ligera humedad que me hizo pensar que lloraba mientras
aumentaba la velocidad y la fuerza, estaba sufriendo y no
podía disimularlo. Entrelacé mis dedos en su pelo con fuerza y
nuestros cuerpos se desplomaron. No pude aguantar esa
presión y me volví para que no me viera llorar mientras él se
levantaba y se iba.
¿Por qué le había dicho lo del hijo? Había logrado
asustarlo, no era el momento ni el día ni la hora…, estaba
destrozada y cansada de sufrir. Nunca pensé que le impactaría
tanto como para llorar, no decirme nada al respecto y
marcharse después de hacerlo. Nunca había hecho eso antes,
era una bocazas, pero estaba desesperada por tenerlo para
siempre.
No me acerqué en toda la mañana a su despacho, hice mi
trabajo y cuando la comida estuvo preparada le mandé un
mensaje al móvil.
WHATSAPP
SAMANTHA: La comida está preparada en la cocina.

Al siguiente momento escuché la puerta del despacho


abriéndose y cerrándose. Era evidente que había leído el
mensaje, así que me fui a la piscina y me senté en una hamaca
a leer un poco, no me sentía fuerte para hablar con él en ese
momento y no quería llorar.
—¿Qué haces? —Escuché detrás de mí, mientras daba un
respingo, asustada.
—Nada, leer un poco. —No quería mirarlo a la cara,
estaba demasiado nerviosa todavía.
—¿No comes? —preguntó calmado.
—Yo… he picado y… no me apetece —Quería que dejara
de preguntarme y se marchara porque empezaba a sentirme
mal y avergonzada.
Se acercó y se quedó en cuclillas junto a mí, mirándome
fijamente mientras yo lo esquivaba.
—¿Estás enfadada porque me fui? —Agarró mi mano y
empezó a acariciarla.
Empecé a sentir como en mis ojos se acumulaban las
lágrimas.
—No, no estoy enfadada, estoy avergonzada. —Como si le
hubiese dado a un interruptor las lágrimas empezaron a salir.
—No tienes que avergonzarte de nada, Sam, no has hecho
ni dicho nada malo, es solo que… mi mente colapsó en ese
momento y…
—No tienes que darme explicaciones, Enzo, ya te he dicho
que no es por ti.
—Sam. Necesito decirte algo —Respiró profundamente—.
Tengo una lucha interior que no me deja vivir porque… cada
día te necesito más. —Parecía resignado.
—¿Qué quieres decir con eso? —Una pequeña luz de
esperanza se encendió.
—Una parte de mí quiere estar cada segundo contigo, y
otra quiere dejarte libre y que vivas la vida fuera de esta
cárcel. —Acercó su cara a la mía y besó las gotas que caían
por mi rostro.
—¿Has pensado en lo que quiero yo? —dije enfadada.
—Cada segundo, Sam, pero… Quizás ahora estés bien,
pero llegará el día que quieras ir a una boda o que te acompañe
al médico o… no sé, y no podré.
—¿Has pensado que poco a poco puedes superar esto? —
grité—. Has conseguido salir, joder.
—Sí, Sam, y luego me he encontrado fatal. ¿Crees que es
fácil para mí no acompañarte? Para mí es muy duro.
—¿Y dejarme marchar no es duro? —grité.
—Lo que más Sam, pero… lo hago por ti, yo ya no tengo
vida. Por favor no te enfades más conmigo y compréndeme —
dijo abatido, mientras me miraba rogando con la mirada,
compasión.
Me acerqué y lo abracé, no valía la pena esta conversación
porque tenía la sensación de que se había rendido.
—¿Me acompañas a comer?
—Voy a quedarme a leer un poco. —Intenté sonreír para
que se quedara tranquilo.
Me besó y se fue.
Necesitaba un empujón que le hiciera cambiar de idea y de
eso me encargaría yo, desde ese día no tomaría más la píldora.

Retomamos nuestra relación de antes, conseguimos empezar


de cero cada vez que pasaba algo, porque era la única manera
de seguir bien.
Ese fin de semana había quedado con mis amigos y, a
pesar de no tener ganas decidí ir.
Fuimos a la discoteca que inauguraban y estaba llena de
gente. Llegamos juntos, Carlos, Alan y yo, y allí nos
esperaban las chicas y Leo.
Mientras ellas me abrazaban y me ponían al día, sentía
como Leo me observaba así que en cuanto dejé de hablar con
ellas me acerqué a él.
—Hola.
—Hola, Sam, estás guapísima como siempre —dijo
tímidamente.
—Tú también, gracias.
Nos quedamos sin saber de qué hablar, no nos habíamos
visto desde el día que le pedí el beso en el hospital, creo que
en el fondo nos habíamos estado esquivando un poco y eso era
muy triste porque habíamos sido amigos durante mucho
tiempo.
—¿Quieres una copa, Sam?
—Sí, te acompaño.
Nos dirigimos a la barra y me agarró de la mano para que
no me separase porque la pista estaba llena de gente.
Mientras Leo pedía, pensé que quizás sería bueno que
habláramos un poco y dejáramos de sentirnos así, incómodos.
Se volvió y me dio la copa mientras sonreía, yo lo agarré
del brazo y tiré de él para que me acompañara fuera, me siguió
sin preguntar.
La parte de fuera de la discoteca estaba llena de sillas y
mesas hechas de palets de obras y buscamos una que estuviera
vacía para sentarnos.
—No quise jugar contigo Leo, sabes que siempre me has
gustado y que no tenía ojos para otro chico, pero necesitaba…,
quería sentir algo por ti ese día pero no fue así. Solo hay
amistad entre nosotros por mi parte y… no quiero perderla.
—Lo se, Sam, sé que después de eso no he querido salir
cuando has estado con los chicos, pero me odiaba a mí mismo
por darme cuenta tarde de lo que sentía por ti. Me sentía
impotente y me di cuenta cuando nos besamos que no había
nada, vi tristeza en tus ojos y estaba acostumbrado a sentir que
te temblaba el cuerpo cuando me acercaba —Sonreí
ligeramente.
—Estoy enamorada de Enzo, ese es el problema.
—Tu jefe, el que me odia.
—No te odia, estaba celoso de ti ese día, lo siento. Te veía
una amenaza porque le conté que había tenido sentimientos
por ti.
—¿Estás bien con él, eres feliz? Si no es así iré y… lo
mataré —bromeó.
—Es una larga historia, es complicado, pero sí, estoy
bien… ahora.
Después de aclarar todo, nos abrazamos y al separarnos
sentí una mirada penetrante a mi lado.
—¡Dany! —grité—. Esta vez no te escapas, tengo que
invitarte a una copa. —Parecía molesto—. ¿Te ocurre algo?
—Bueno, os dejo que habléis tranquilos —dijo Leo antes
de marcharse.
—¿Estás con él? —soltó sin saludarme.
—¿Cómo? —pregunté sorprendida—. Creo que te estás
confundiendo Dany, no te invito porque quiera que pase nada
contigo, es para agradecer…
—Ya lo sé —dijo rápidamente sin dejar que terminara la
frase.
—¿Entonces por qué me preguntas eso? —Me parecía
todo tan raro.
—Anda, siéntate y dame la mitad de lo que estás bebiendo
que creo que no te han contado nada de mí.
Cuando me dijo que era el sobrino de Enzo me quedé
estupefacta. Se había dado cuenta por la foto de su móvil y me
contó que todo el mundo estaba esperando verme allí el día del
cumpleaños. El solía ir mucho por su casa, pero con el curso
no había tenido tiempo. Empecé a llorar desconsoladamente y
me abrazó asustado, no entendía lo que me pasaba.
—¿Ocurre algo? ¿Tienes algún problema con él? Sé que
puede ser muy cabezón pero es buena persona, para mí es mi
hermano mayor, vivió conmigo desde pequeño. —Era
evidente el amor que sentía hacia su tío.
—No sé qué hacer Dany, lo quiero pero me quiere apartar
de su vida porque cree que no me merece, que yo no seré feliz
con él. —Acarició mi pelo, consolándome.
—Gilipollas, odio cuando es así, joder. —Estaba realmente
cabreado.
—Yo entré a trabajar porque quería comprarme un coche
para viajar por España, pero ahora no quiero eso, lo quiero a
él. —Me separé e intenté secarme las lágrimas con una
servilleta.
—Pues… que vea lo que puede pasar, hagamos algo. El
lunes iré temprano y… ya se nos ocurrirá cómo hacer para que
piense que te pierde. Ahora tranquilízate, que no permitiré que
te deje marchar. —Besó mi mano y se bebió la mitad del vaso
—. Ahora estamos en paz —dijo, sonriendo.
Asentí con la cabeza y volvimos a la discoteca.
CAPÍTULO VEINTICINCO

Las horas se me hacían eternas cuando no estaba Sam


conmigo. Ese fin de semana se me había hecho muy duro
porque sabía que salía con Leo, pero no quise llamarla en
ningún momento para no agobiarla y que se sintiera mal.
Eran las nueve y mi corazón no dejaba de latir con fuerza
esperando a Sam, deseando oler su perfume y tocar su piel
entre mis brazos.
Nada más abrir la puerta me dirigí hacia ella y de un salto
se abalanzó sobre mí, necesitaba tenerla, tocarla, sentirla, mi
dosis de Sam estaba bajo cero y mi cuerpo me lo pedía a
gritos. Ella a su vez se agarraba fuertemente a mi cuello
mientras me rodeaba la cintura con sus piernas.
La llevé a la cama y de una forma desesperada y frenética,
hicimos el amor como si nos hubiésemos llevado toda la vida
separados y necesitáramos del otro para sobrevivir.
Joder, odiaba perder el control de esa manera, se merecía
que pusiera los cinco sentidos en hacerla disfrutar, pero la
necesidad de tenerla entre mis brazos me nublaba la mente.
Llené la bañera mientras ella se quedó tumbada en la cama
y cuando estuvo lista la llevé en brazos y nos metimos en ella.
Con su cuerpo sobre el mío y dedicándole todas las caricias y
susurros, volví a hacerla mía del modo en el que se merecía.
¿Qué haré cuando en vez de un día sea toda la vida sin
verla?
Esa noche dormimos en mi cama, tan juntos que
parecíamos una sola persona. No podía parar de mirarla
mientras dormía, de besarla y de acariciar su bello rostro
dormido. Era lo único que me hacía feliz en la vida, su
compañía, su voz, su sonrisa, su ilusión… Esto era puro amor
hacia ella. Podía quedarme toda la noche despierto sintiendo
que por el momento era mía, solo mía.
A la mañana siguiente no estaba en la cama. Escuchaba un
murmullo de voces en la cocina y sin lavarme la cara siquiera,
me dirigí hacia allí.
—Hola —saludé mientras mi sobrino venía muy efusivo a
saludarme.
—Ya se despertó el bello durmiente, menos mal. ¿Has
estado de fiesta esta noche? —bromeó.
—No digas tonterías si son solo las nueve menos cuarto.
¿Qué haces aquí tan temprano? —Lo abracé con fuerza,
últimamente no nos veíamos y lo echaba de menos, estaba
deseando que terminara el maldito curso y volviera a entrenar
de vez en cuando en mi casa.
—Buenos días, Enzo. —La sonrisa de Sam me iluminó el
día.
—Hola, ¿sabes que Dany y yo nos conocemos?
—Ah… ¿sí? —Empecé a sentirme incómodo, no le había
contado a Sam nada de él por alguna extraña razón, quizás
veía en él a su perfecta pareja, aventurero, guapo y sobre todo
de su edad, y el hecho de que la salvara de un hombre que
intentó pasarse con ella…, podía ser su héroe incluso, cosa que
yo nunca conseguiría, protegerla de alguien tras aquellas
paredes.
—Enzo, Sam y yo tenemos muchas cosas en común, el
viaje que quiere hacer, yo lo había pensado también. —Volvió
a sentarse junto a Sam, que estaba verdaderamente sonriente.
—Nunca me lo habías contado —contesté quizás un poco
seco.
—¿No? No sé, qué raro, suelo contarte todo. —Rodeó a
Sam con su brazo por el cuello y se acercó a ella—. ¿No crees
que sería buena idea que la acompañara para que no lo hiciera
sola?
Sam parecía estar de acuerdo por la forma de comportarse.
¿Cómo se iba a ir con mi sobrino, joder? Empecé a sentir un
poco de agobio por la situación y preferí irme.
—Voy a darme una ducha.
—¿Pero ¿dónde vas? Espera, que me voy ya.
Ni siquiera me volví a despedirme, estaba celoso,
jodidamente celoso y lo peor es que era de mi sobrino. No
pensaba hacerlo, pero me metí en la ducha y abrí el grifo del
agua fría, sentí dolor en la piel cuando empezó a caer sobre mi
cuerpo, por más que pensaba, más me dolía que Sam se fuera
de viaje con Dany. Posiblemente era egoísta, pero imaginarme
a Sam enamorándose de él y ver cómo formaban su vida
delante de mis ojos me hizo enloquecer. Cerré los puños tan
fuertes que me clavé las uñas en la palma de la mano y los
dejé caer sobre la pared. Si seguía así me entraría un ataque de
ansiedad y no quería que Sam me viera de este modo.
Escuché como se abría la puerta y me volví, pronto
apareció la cabeza de Sam, muy seria, intentando entrar.
—¿Se puede? —preguntó débilmente mientras esperaba
mi respuesta.
Asentí con la cabeza mientras el agua fría seguía
cayéndome por la cara y el cuerpo.
—Sam, Dany es perfecto para acompañarte, es aventurero,
divertido, te protegerá…
—¡Cállate, Enzo! No voy a ir a ningún sitio con Dany, era
solo una broma. —Sentí un enorme alivio que me hizo
sentarme en la bañera.
—¿De verdad te da igual que me vaya con él? —Parecía
dolida.
—Acércate, Sam. —En cuanto estuvo a mi mano tiré de
ella y la metí en el baño.
—¡¡Enzooo!! Está congelada. —Empezó a tiritar con
fuerza—. ¡Estás loco! —Cerró el grifo de agua fría y abrió el
de agua caliente.
—No —respondí justo antes de besarla.
—No, ¿qué? —preguntó extrañada.
—No me da igual. Me he muerto de celos cuando os he
visto. —Me miraba con compasión. —Dany es yo
perfeccionado, no sé cómo he podido pensar que me haría eso.
Me siento fatal pero mi tía siempre dijo que era una mala señal
que fuéramos tan guapos los dos, porque cualquier chica
podría enamorarse de nosotros.
—Ha dicho que te llamaría, se ha ido un poco rallado, pero
lo ha hecho por ti, para que veas lo que puedes perder.
—Sam, sé lo que puedo perder, te he dicho que lo hago por
ti y no quiero hablar más del tema.
—¡Déjame que elija yo mi vida, Enzo! —gritó.
Cerré los ojos para intentar evadirme de la conversación.
—De acuerdo, Enzo, tú ganas. —Abrí los ojos
rápidamente.
—¿Qué? —pregunté mientras la miraba fijamente.
—Tú ganas, estoy cansada de luchar, si es lo que quieres,
pues… así será. —Una sensación oscura se apoderó de mí—.
¿Estás contento? —Asentí con la cabeza, aunque en mi
interior sentía que quería que siguiera luchando.
La tenía entre mis piernas rodeada con mis brazos cuando
la desesperación se apoderó de mí y le quité la camiseta
mojada, desabroché el sujetador y le bajé el pantalón. La senté
sobre mis rodillas y mientras el agua caía sobre nosotros,
nuestros cuerpos se convertían en uno solo, al compás del
movimiento desenfrenado por la negación de mi vida.

Las semanas siguientes conseguimos seguir con normalidad,


ella no volvió a hablarme del tema y yo tampoco, simplemente
disfrutábamos la vida juntos, como una pareja normal y
enamorada.
Mis hermanas querían venir a comer con nosotros, pero yo
no podía aceptar aquello, sabía perfectamente que se
enamorarían de Sam como yo lo había hecho. Pero cuando
aquello terminara lo pasarían mal, no podía permitirlo así que
aquel tiempo tuve poco contacto personal con ellas. Venían a
la puerta, hablaba con ellas y se marchaban, aparte de
contactar asiduamente por teléfono, ellas aceptaban porque me
veían feliz. Mi prima Carlota no llegó a conocerla, porque
después de mi cumpleaños se fue un año sabático a Inglaterra
a perfeccionar el idioma y todavía no había vuelto, y Dany,
después de que pasara lo que pasó me llamó para disculparse,
pero le dije que el culpable fui yo y vino alguna vez más a
practicar deporte con nosotros. Aunque sabía que no debía
tener celos de él, no conseguí superarlo y me costaba dejarlos
solos, sentía la complicidad que había entre ellos.

Eran finales de octubre y anochecía pronto, por una parte, me


gustaban esos meses porque encendía la chimenea y nos
apetecía más quedarnos en casa, pero por otra había una
sensación de nostalgia y tristeza en el ambiente.
Sam había ido a correr y el sol se estaba poniendo, como
de costumbre no llevaba el teléfono y me puse nervioso. Bajé
a la puerta y abrí, intenté asomarme, pero una sensación de
mareo me nubló la vista.
—Tranquilo, Enzo —me dije a mí mismo.
Volví a asomarme y vi a Sam cruzando la esquina, el
cincuenta por ciento del miedo se desvaneció. No me sentía
mareado, incluso sentía paz al verla aparecer por la puerta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con los ojos como platos
—. He tardado mucho, lo siento.
—No, no, solo estaba…
—¿Intentabas salir, Enzo? —Se tapó la boca con las manos
—. Eso es… eso es estupendo.
—No… no. —En su rostro apareció la decepción.
—Ah, bien. —La esperanza de sus ojos se había apagado.
Pensé, ¿por qué no?, ¿qué me lo impedía, yo? Solo por
volver a ver la cara de ilusión de Sam lo intentaría.
—No, te estaba esperando para hacerlo contigo. —Sus
ojos oscuros relucieron al escucharme.
Me abrazó, según ella, para darme fuerzas y me dijo que la
escuchara, estaba entusiasmada y eso me proporcionó
energías.
—Enzo, agárrate a mí y no me sueltes, como te sientas más
cómodo. —La cogí por la espalda y la rodeé con mis brazos,
dejando caer mi barbilla en su hombro, era una forma de sentir
que la protegía yo a ella—. Me encanta cuando me agarras así.
—Volvió la cara y me besó—. Habla conmigo Enzo, no
pienses en lo que sientes cuando intentas salir, piensa en que
estás abrazado a mí, como si estuviéramos en tu cama.
—En nuestra cama —corregí.
—Sí, en nuestra cama, juntos, sin peligro, solo los dos
unidos, disfrutando.
Cerré los ojos y me dejé llevar a ese mundo que me estaba
describiendo, y sin darme cuenta mis pies avanzaban sin saber
muy bien cómo, pero no me sentía mal, no sudaba, no
temblaba, no sentía náuseas. No quería abrir los ojos por
miedo a perder el control, aunque la forma de agarrarme a los
brazos de Sam me hacía sentirme bien.
—Abre los ojos, Enzo. Enzo…, abre los ojos —Sentía su
voz rompiéndose al intentar hablar—. ¿Estás asustado?
—No, estoy bien, pero me da miedo abrirlos. —Sam se
giró y se puso frente a mí, abrazándome con fuerza.
—Estamos a salvo, Enzo, estamos fuera juntos, sin miedo,
tranquilos, sin peligro. —Besó mis labios y sentí como sus
mejillas estaban mojadas.
Poco a poco los fui abriendo, pero solo veía la cara de Sam
junto a mí, todo lo que nos rodeaba estaba borroso, solo me
centraba en ella.
—Respira hondo. —Por su rostro caían lágrimas que se
precipitaban desde su barbilla—. Piensa en algo bonito, Enzo.
—En ti —respondí mientras la agarraba con fuerza.
—No, piensa en nosotros, unidos podemos con lo que
queramos, podemos superar todos los baches que nos ponga la
vida. —Asentí con la mirada, quería creerla—. Lo estamos
consiguiendo los dos, porque estamos unidos. —Volvimos a
besarnos cuando un coche derrapó y empezó a tocar el claxon
con fuerza.
El corazón se me hizo pequeño al instante, por primera vez
fui consciente de donde estaba, no solo había salido, había
cruzado la calle sin darme cuenta, con la ayuda de Sam, pero
ahora me sentía mal, empezaba a sentir pánico, sudores fríos y
taquicardias.
—Enzo, tranquilo. —La cara de Sam me asustó.
Mis piernas no respondían y divisaba la puerta de casa
como si estuviera al otro lado del mundo, pero Sam tiró de mí
y me metió rápidamente en la casa.
—Lo siento, Sam, siento haberte defraudado, te juro que lo
he intentado. —Quería respirar con normalidad para que se
tranquilizara.
Me abrazó fuertemente y empezó a llorar
desconsoladamente.
—Lo siento, sé que habías puesto ilusión en esto.
—Cállate, Enzo, ha sido estupendo, has conseguido ir
hasta el otro lado de la calle sin ponerte nervioso, lloro de
felicidad, no tengo… —sus palabras me tranquilizaron y
bajaron mi nivel de ansiedad en un sesenta por ciento—. Sabía
que podías, me has hecho el regalo más bonito del mundo.
—Te quiero, Sam. Gracias por aparecer en mi vida. —
Saltó sobre mí y caí de espaldas en el césped.
—Yo sí que te quiero, Enzo.

Esa noche disfrutamos de una acaramelada velada los dos


juntos en el sofá. Acostada detrás de mí, no paraba de
masajearme la espalda con sus suaves dedos, la piel se me
erizaba cada vez que se acercaba a mis costillas y no podía
reprimir una sonrisa al sentirlo. Situó sus manos sobre mi
cabeza y entrelazó sus manos en mi pelo masajeándolo
despacio, pero ejerciendo presión. Si seguía así me dormiría.
—Enzo.
—Dime —dije sin ganas.
—Hay que comprar leña para todo el invierno, estoy
deseando encender la chimenea, nunca he tenido una y me da
sensación de paz.
Me giré y me puse boca arriba. Pude ver un atisbo de
ilusión en su mirada, pero rápidamente se la quité con mi
comentario.
—Sam…, nunca hablamos de esto pero… ¿eres consciente
de que prácticamente tienes todo el dinero?
Hizo un movimiento brusco y se sentó. Durante unos
segundos se quedó con la mirada perdida mientras yo esperaba
su respuesta.
—No llevo la cuenta —soltó sin más.
No daba crédito a lo que escuchaba. Si yo no lo hubiera
hecho nunca sabría lo que había ganado, básicamente porque
no había sido algo esporádico que se pudiera contar con
facilidad.
—Es imposible que quede poco, llevo solo meses, no
puede ser.
—Claro que puede ser Sam, yo llevo la cuenta —dije
enfadado—. No sé por qué demonios no la llevas tú.
Suspiró e intentó levantarse del sofá para irse.
—¿Dónde vas? Espera. —Tiré de ella haciéndola caer
hacia atrás.
—¿Tan poco tiempo pensabas tenerme aquí? —preguntó
perpleja.
—No, mi idea era hacerlo una vez por semana en un
principio, como mucho… dos. Nunca imaginé que no podría
separarme de ti. —Recordé el momento en el que aceptó.
—¿Quieres saber cuánto llevas conseguido?
—¡No! —gritó.
—Sam, no seas tozuda, tarde o temprano lo tendrás que
saber.
—Dímelo cuando nos quede una vez.
—¿Estás segura? ¿No crees que será precipitado? —No
entendía el porqué.
—No quiero llevarme una semana pensando que es la
última, si me tengo que ir, así será.
Me quedé mirándola. Sé que me costará mucho que Sam
coja el dinero, la conozco y no me extrañaría que en el último
momento se echara atrás.
Busqué en el móvil el coche que le gustaba, un Sportage y
se lo enseñé.
—Es precioso, Sam. —Sus ojos se cerraron un poco.
—Sí, pero te prefiero a ti. —Llenó de aire sus pulmones y
lo expulsó con fuerza. —Lo siento, no quiero volver a hablar
de lo mismo, pero… ¿podemos cambiar de tema? —Parecía
frustrada.
—Enséñame la ruta. ¿La tienes lista ya?
—Enzo no, cállate ya. La noche es perfecta y la estás
estropeando con la tontería del coche, del dinero y del
puñetero viaje. —Esta vez sí que dejé que se levantara y se
marchara.
La seguí hasta la cocina y mientras se servía un vaso de
agua la abracé por detrás.
—Lo siento. Lo hago por ti, quiero que te hagas la idea,
Sam.
Se dio la vuelta y se vino abajo.
—Lo sé Enzo, pero… que pase cuando tenga que pasar, no
me apetece hablar de ello porque me hace sentir que te da
igual que me vaya.
—Claro que no me da igual, joder.
La levanté y la senté en la encimera, estaba preciosa con
ese pijama con el pantalón a cuadros, la camiseta azul y el pelo
alborotado del sofá. Me acerqué a sus labios y los rocé con los
míos mientras introducía las manos bajo su camiseta sintiendo
su piel cálida y sedosa. Susurré en su oído lo dulce que era su
sabor, lo suave que era su piel y lo húmedos que eran sus
labios. Sam cerró los ojos y se dejó llevar por el momento.
Agarró mi cuello y tiró de mi pelo mientras rodeaba mi cintura
con las piernas. Nos miramos fijamente y nos fundimos en un
largo beso apasionado, lleno de lujuria y pasión. Me estaba
volviendo loco con su forma de contonearse. Mientras ella
levantaba la mirada yo mordisqueé sus labios y su cuello,
hasta llegar al lóbulo de su oreja que acaricié con la punta de
la nariz, le susurré lo mucho que me gustaba tocar su piel
suave y cálida y besar su húmeda boca. Bajó la mirada y me
volvió a besar de una forma arrolladora, hasta que de una
forma sutil se acercó y me susurró:
—Enzo —mi nombre en sus labios sonaba a gloria.
—Dime…, Sam. —Me había puesto de cero a cien en
segundos.
—No me apetece. —Paró en seco.
—¿Cómo? —La miré desconcertado.
—Si alguna vez no me apetecía no había que hacerlo, ¿no?
—Una sonrisa malévola asomó en su rostro sonrojado.
—¿Lo dices en serio? —Estaba castigándome, estaba
seguro.
—Sí. ¿Nos acostamos? —dijo mientras se bajaba de la
encimera rozándose con mi cuerpo.
No daba crédito a lo que había pasado, esta chica no
dejaba de sorprenderme. Respiré hondo y la seguí hasta la
cama.
—¿Necesitas una ducha fría o algo? —Sonrió.
—No, no, gracias. —Era una putada, pero hasta haciendo
eso me encantaba.
En la cama la cosa no mejoró, decidió dormir haciendo la
cucharita más unidos que nunca, de esa manera no conseguiría
relajarme en toda la noche.
CAPÍTULO VEINTISÉIS

No volví a hacerle sufrir con el sexo nunca más, básicamente


porque me castigaba a mí también, pero ese día se lo merecía.
Todo continuó como en un cuento de hadas, mientras no se
hablaba del tema todo era perfecto, prefería pensar que nunca
ocurriría y listo, nunca perdería la esperanza de que cambiara
de opinión.
Un domingo mientras almorzaba con mi padre en su casa,
me mandó un mensaje, era extraño porque no solía hacerlo,
pensaba que necesitaba desconectar de él. Las veces que lo
hizo era porque estaba preocupado.

WHATSAPP
ENZO: Arréglate, tengo una sorpresa.
Me resultó curioso porque yo tenía también un regalo, le
había comprado un perfume, Invictus, que me recordó a él.
SAMANTHA: Perfecto.
Estaba dudosa, no sabía si ponerme algo sexi o algo
elegante, por un momento me sentí insegura, no quería que
pensara que solo sabía vestirme con ropa deportiva y pijamas.
Quizás tenía miedo a decepcionarlo.
No me convencía nada de lo que tenía y quería ir
espectacular, entonces recordé que guardaba un conjunto que
solo había usado una vez porque me resultaba un poco
incómoda la camisa, pero era espectacular.
Me coloqué los pantalones negros, eran de talle alto y por
encima de los tobillos, con dos bolsillos tipo chinos en los
laterales, y una camisa de rayas anchas blancas y negras
cruzada delante, con un escote que casi rozaba la cinturilla del
pantalón. Mis sandalias altas estaban en su casa así que me
puse unos tacones rojos altos con el bolso a conjunto.
Como nunca me maquillaba quise hacerlo esta vez y que
me viera perfecta en esta ocasión. Me ahumé los ojos de
negro, me hice la raya y me unté la máscara, la barra de labios
roja sería perfecta para aquel conjunto. Solté mi pelo y lo
ondulé son suaves ondas, me sentaban genial.
Bajé las escaleras y me despedí de papá y Ángela, que
quedaron sorprendidos al verme vestida así para trabajar.
—Guau, estas hermosa, Sam. ¿Celebráis algo? —preguntó
papá.
—No sé, me ha dicho que tiene una sorpresa para mí, no sé
qué será.
—Pásalo bien, Sam, ya nos contarás cuál era esa sorpresa
—añadió Ángela.
Me monté en el coche, nerviosa, sentía un gusanillo en el
estómago que me hacía sonreír todo el tiempo. ¿Le gustaría
como iba vestida? ¿Le parecería demasiado escotado? Su
mujer nunca vestiría así, pero… también me dijo que ya no era
el mismo. Suspiré. ¿Quizás debería haber elegido algo con
menos escote?
Llegué y abrí la puerta, mientras me dirigía hacia la casa,
ese cosquilleo en el estómago se convirtió en un nudo enorme
que me hacía suspirar continuamente.
Llamé por si no me había escuchado llegar y rompía la
sorpresa que me tenía preparada.
—Un momento. —Escuché al otro lado de la puerta.
Taconeé un poco el suelo para aliviar mi nerviosismo y
resoplé hacia arriba mientras cerraba los ojos.
—Ya voy —gritó.
Nada más abrir mi pecho se expandió con fuerza. Enzo
estaba… estaba perfecto, era un dios en el paraíso, mi dios.
Llevaba un pantalón negro de pinzas, perfectamente
planchado, con una camisa blanca y una corbata negra. Sus
pectorales tiraban de ella marcándole los fuertes músculos que
había en su interior. Llevaba el pelo engominado y peinado
hacia un lateral, estaba simplemente perfecto.
No me quitaba la mirada de encima, estaba en otro mundo
mientras me observaba embelesado.
—Sam, estás…, joder, no tengo palabras. —Sus ojos
azules se iluminaron mientras sonreía nervioso.
Parecíamos dos adolescentes avergonzados que tenían su
primera cita.
—Enzo, estas guapísimo. —Di un paso y me acerqué a él.
Cogió mi mano y la besó.
—No quiero estropearte el maquillaje, pero necesito
besarte.
—Puedes estropeármelo cuando quieras, de esa forma. —
Guiñé un ojo al verlo sonreír.
Me rodeó con sus brazos y me dio un beso casto. Negó con
la cabeza y cerró los ojos como intentando convencerse de lo
que estaba viendo.
—No puedo dejar de mirarte, Sam, todavía no sé por qué
has aceptado todo lo que te he propuesto y no te has marchado
de mi lado.
—Es muy sencillo, porque te quiero. —Su tierna mirada al
escucharme me conmovió.
—Acompáñame. —Agarró mi mano con fuerza y tiró de
mí para que lo siguiera.
—Un momento, Enzo, traigo algo, es una tontería, pero…
pensé en ti cuando lo olí. —Avergonzada, se lo di.
—Sam, es perfecto, sobre todo porque eso significa que
estuviste pensando en mí mientras no estabas aquí. —Acarició
mi mejilla con delicadeza.
—Siempre.
Nos dirigimos al salón, la temperatura aumentaba mientras
nos acercábamos.
—Madre mía, Enzo, que bonito.
La chimenea estaba encendida y sobre el borde superior
nuestra foto en un marco. La mesa del comedor estaba
decorada, la cubría un mantel negro con un camino dorado que
lo cruzaba de un extremo a otro. El plato posterior era dorado
completamente y el superior blanco con el borde a juego. Las
copas y el champán metido en hielo estaban preparados, y
coronando la mesa, un enorme ramo de rosas negras, hasta las
sillas estaban envueltas en un forro dorado rodeado por un
lazo negro.
—¿Por qué? —pregunté desconcertada.
—Porque te lo mereces, no puedo llevarte al cine, ni a
bailar, ni a comer… pero eso no significa que no quisiera
disfrutar eso contigo. Sé que no es lo mismo, pero quería hacer
algo diferente.
—Enzo, me vas a hacer llorar y llevo demasiado
maquillaje hoy —respondí mientras dudaba si reír o llorar.
—Vamos a sentarnos. —Separó mi silla para que me
acomodara y me la acercó.
Cuando estuvimos preparados hizo sonar una campanilla.
—¿Qué haces? —sonreí.
Por la puerta apareció Dany, saludó y nos sirvió el
champán. Me encantaba todo lo que había preparado por mí.
Hizo sonar la campanilla nuevamente y se acercó una
chica más joven que no paraba de sonreír.
—Antes de nada, soy Carlota, la sobrina de Enzo. —Me
acerqué y le di dos besos. En esa familia todos eran guapos,
ella se parecía a Enzo particularmente, con el pelo rubio y los
ojos claros.
—Encantada, Carlota.
—Gracias. Iremos dejando la comida aquí y nos iremos
para que podáis hablar tranquilamente.
—Carlota, estás tardando, ve por la comida que sé que
estás deseando hacerle una entrevista a Sam —dijo Dany
tirando de ella.
—Otro día hablaremos, Sam.
—Claro. —Sonreí mientras le hacía una señal con la mano
para despedirme.
En cuanto dejaron todo, se marcharon. La cara de Enzo era
de total felicidad, parecía sentirse pleno aquella noche y lo
transmitía por todos los poros de su piel.
—¿Te… te lo estás pasando bien? —su titubeo me prendó.
No pude contener la emoción y dejé rodar una lágrima
fugaz por mi mejilla.
Se levantó rápidamente y se arrodilló junto a mí.
—Esto… esto es demasiado perfecto, Enzo. —Fui
consciente de que mis gestos cambiaron.
—¿Qué quieres decir con eso, Sam?
—Me da…, me da miedo decirlo. —La oscuridad se
apoderó de mí y las lágrimas amenazaban con salir.
—Dilo, Sam, confía en mí. No sé qué está pensando, pero
solo quería darte una sorpresa.
—Enzo.
—Dime. —Sus manos sujetaban fuertemente mis rodillas.
—¿Es hoy? —Sentía un calvario en mi interior.
—¿Hoy el qué? —Su confusión era evidente.
—Hoy es el último día. ¿Solo queda una vez verdad? —
Las lágrimas terminaron de brotar.
—No, Sam, no. Te lo juro. No es la última vez. —Intentó
tranquilizarme por todos los medios, estaba angustiado al
verme así.
—Júramelo —supliqué.
—Te lo juro, por Ian. —Lo abracé y le pedí perdón por
arruinarle la cena—. Tú nunca arruinas nada, Sam, todo lo
contrario, tú pones luz a mi vida y alegría. Me siento fatal por
hacerte sufrir tanto, no te lo mereces.
—Soy la persona más feliz del mundo. —Intenté secarme
un poco las lágrimas con la servilleta.
—Sam, si fuera el último día no habría nada que celebrar
—su voz se rompió—.Te quiero. Ven, acompáñame.
Cogió un pañuelo y me vendó los ojos. Sentí como la
puerta del salón que daba a la piscina se abría y salíamos
fuera.
—Cuidado, Sam, no te caigas. —Agarraba mi cuerpo con
delicadeza, mientras bajaba el escalón del porche—. Es una
tontería, pero… espero que te guste.
Tiró del pañuelo que fue desprendiéndose lentamente de
mis ojos. Una imagen maravillosa apareció frente a mí. La
piscina llena de velas encendidas y flores flotando sobre ella.
Una imagen preciosa que me hacía sentir especial.
—¿Es una tontería? —La forma en la que se sentía
inseguro cada vez que me tenía que enseñar algo, me
enamoraba.
—Enzo, gracias, esta noche es maravillosa. —Me
acurruqué entre sus brazos con la esperanza de quedarme ahí
para siempre.
—Tú te mereces esto y más, Sam. Nunca podré
agradecerte todo lo que has hecho por mí.
Se agachó y me cogió en peso como a una novia. Yo dejé
caer mi cabeza sobre su pecho disfrutando cada segundo de
ese momento.
—Hay algo más en el dormitorio, pero… con esa camisa
que llevas no sé si es buena idea que vayamos allí —bromeó.
Lo pellizqué en la barriga mientras reía.
Cuando llegamos a su puerta me dijo que cerrara los ojos.
Se colocó detrás de mí y me rodeó con los brazos.
—Esto es por ti —susurró en mi oído.
Sentí como abrió la puerta y abrí los ojos.
—¡Enzo! —grité sorprendida—. Tu habitación ya no es
negra.
Todos los muebles eran blancos y tenían una ligera
decoración en gris claro exceptuando la pared del cabecero,
que era un poco más oscura, era realmente preciosa.
—¿Te gusta? —pregunto, dudoso.
—Es precioso. ¿Por qué no me dijiste nada?
—No quería que lo supieras, pero desde el primer día que
la viste y me dijiste que era muy oscura y triste, pensé que
tenías razón, ya era hora de cambiarla. —Sus ojos pedían a
gritos que lo besara y eso hice—. Esta no es la sorpresa, Sam.
Mira en la cama.
Me tiré sobre ella y encontré una cajita envuelta en papel
dorado. La abrí con cuidado y encontré una pulsera de oro que
llevaba algo grabado.
—Gracias, princesa —lei—. Gracias a ti —respondí.
Tiré de él para que se acostara sobre mí.
—Sam, te he dicho que esa camisa… —Puso los ojos en
blanco.
—Quítamela.
—No, la camisa se quedará, no tapa lo que necesito —
sonrió.
Nos desnudamos y culminamos la noche disfrutando del
placer que nos proporcionaban nuestros cuerpos al unirse,
seduciéndonos, conquistándonos, enloqueciendo con el roce
de nuestra piel, en definitiva, amándonos.
A partir de ese día siempre dormíamos en su dormitorio,
quería que todo lo que allí pasara fuera bonito, que no hubiera
nada más triste que el pasado y que cada vez que entrara solo
tuviera buenos recuerdos.
Cada vez hacía más frío, pero en la casa de Enzo se estaba
genial, sobre todo cuando encendíamos la chimenea y nos
quedábamos acurrucados en la alfombra mirando como el
fuego crepitaba.
Uno de aquellos días, Enzo estuvo haciendo deporte toda
la tarde, de vez en cuando le llevaba agua para que se hidratara
y le hacía alguna broma de las mías, pero sentía que necesitaba
estar solo. Tenía que comprender que había momentos en los
que pudiera encontrarse más bajo de ánimo. Y su forma de
desconectar era de esa manera, quemando calorías y poniendo
al límite su cuerpo.
La última vez que entré eran las cinco y sobre las siete
menos cuarto me acerqué y vi que seguía corriendo, ya era
suficiente por aquel día, necesitaba tenerlo cerca un rato.
Bajé la velocidad de la cinta hasta que frenó y me coloqué
frente a él.
—¿Recuerdas el día que subiste conmigo? —respiraba con
dificultad.
—Nunca olvidaré ese día, todavía no sé cómo pude
frenarme, princesa. —Me levantó y me sentó sobre los mandos
de la cinta—. Recuerdo esa cara asustada pero decidida, un
poco ingenua pero juguetona y descarada, que volvió mi
mundo al revés.
—¿Qué me hubieras hecho ese día si hubieras podido? —
Intenté provocarlo.
Su mirada se perdió en la mía e intentando recobrar el
aliento me besó con una entrega extrema, como si la vida le
fuera en ello. Con esa forma apasionada y agitada me
confirmó que no se encontraba bien, parecía desesperado por
mi cuerpo y empezó a desnudarme con lujuria y violencia. Me
bajó de la cinta y me tumbó en el suelo, con decisión se acostó
sobre mí provocando que el aire de mis pulmones saliera con
un quejido. Las gotas de sudor caían sobre mí mientras él me
arrebataba besos de los labios con ansiedad extrema. Estaba
demasiado exaltado y no lograba comprender por qué. En un
momento mordió mi labio y me hizo dar un pequeño grito, eso
hizo que parara en seco.
—¿Qué? —pregunté preocupada—. No es nada —dije
para que se relajara.
—No puede ser así, no, no —repetía una y otra vez.
—¿Qué te pasa? —Su mirada devastada me asustó.
—Estoy sudoroso Sam, no me gusta esto. —Me acercó la
ropa y me ayudó a levantarme—. Mira cómo te he puesto.
Estaba avergonzada, pero en el fondo sentía que había algo
que lo había frenado y no era el estar sudado ni mucho menos.
Me dirigí en silencio a mi habitación y me duché, me puse
el pijama y fui a preparar la comida, cuando estuvo terminada
apareció Enzo. Seguía extraño, pero intentaba disimularlo con
una sonrisa.
—¿Pijama nuevo? Me encanta, pareces un peluche.
—No tiene gracia, Enzo. —Lo había elegido
especialmente por él porque sabía que le gustaban los monos.
La verdad que al ser de pelito con un gorro y las botas podía
pasar por uno perfectamente.
—¿Puedo abrazar a ese peluche?
—Solo si después no te arrepientes —no debí haber dicho
eso—. Lo siento es una tontería.
—Lo siento, antes tuve un…, no quería hacerlo así. Esa es
la verdad, además estaba… un poco nervioso. —Me miró con
ternura—. No pienses que no quería hacerlo contigo, Sam, me
costó mucho frenarme, créeme, pero al ver que te mordí…
—No te preocupes, es solo una broma. ¿Vas a abrazarme o
qué?
—Siempre…, claro —su voz vaciló un momento.
Me atrapó entre sus brazos y me hizo sentir la mujer más
querida del mundo, tratándome con mimo y ternura. Por un
momento me hizo sentir un peluche de verdad.
CAPÍTULO VEINTISIETE

Tenerla entre mis brazos era lo único que me hacía sentir


pleno. Estaba muy arrepentido de haberme comportado tan
agresivo con su delicado cuerpo, pero ella era lo único que me
hacía volver a la paz interior con sus caricias. No sé cómo tuve
tanta fuerza de voluntad como para parar en ese momento de
locura interior, pero gracias a Dios, lo conseguí. No podía ser,
no así, en el suelo, de forma brusca sin disfrutar cada segundo,
cada minuto de su cuerpo como ella se merecía.
La llevé sobre mis hombros hasta su cama aquella noche,
la pasaríamos allí, en su mundo de unicornio de colores, donde
todo es color y alegría.
—¿Qué hacemos en mi cuarto?
—Hoy dormiremos aquí. ¿Te parece bien?
—Mientras estemos juntos, donde sea. —Se subió el gorro
y me besó.
Nos metimos bajo las mantas y nos quedamos acurrucados
bastante tiempo.
—Enzo, ¿pasa algo? —preguntó preocupada.
—No. ¿Por qué? —Mi corazón empezó a latir más fuerte.
—¿Estás nervioso? Siento tu corazón en mi espalda —su
voz era pausada y débil. —¿Tampoco quieres hacerlo ahora
conmigo?
Posé mi cabeza entre su pelo respirando su aroma a limpio
y quedé abatido, no solucionaría nada posponiendo ese
momento.
—Sam. No sé si recuerdas… —No podía continuar.
—¿Qué? Suéltalo ya.
—Es…
—La última vez, ¿no? —El silencio se apoderó de la
habitación.
—Por eso estaba tan nervioso hoy, Sam, no quería
decírtelo en el gimnasio ni que fuera de esa manera, y ahora…
no quiero que acabe.
Se volvió y nos besamos, nunca unos besos fueron tan
dolorosos, tan difíciles y tan extenuantes. El oxígeno no
llegaba a mis pulmones con normalidad y el corazón se me
deshacía en el pecho cada vez que abría los ojos para mirarla.
Quería gritar, partir algo, correr, pero me mantenía calmado
para tratarla con dulzura, aunque los demonios me estuvieran
destrozando por dentro, los demonios del miedo a perderla.
La puse sobre mí y me quedé observándola, ella no abría
los ojos, posiblemente no quería ver mi imagen por última vez
así.
—Sam, mírame, por favor, Sam… —Podía notar su
resignación y su calvario, mientras sus ojos empezaron a
cerrarse fuertemente hasta que brotaron sus bellas lágrimas
sobre mí y me lo confirmaron.
Se desplomó sobre mi cuerpo, sin fuerzas. Me volví hasta
tenerla entre mis brazos a mi lado, pero ella terminó
volviéndose y dándome la espalda.
—No puedo, Enzo. —Lloraba desconsolada.
—Shhhh, tranquila, princesa, así es perfecto. —La
acurruqué para ver si eso calmaba mi angustia y la cruz que
llevaba a cuestas al verla sufrir por mí.
Sam lloró casi toda la noche y yo estuve acariciándola
continuamente y susurrándole al oído que me perdonara, que
la quería, que nunca me perdonaría el sufrimiento que le
estaba haciendo pasar, que me odiaba a mí mismo, que había
sido un egoísta pero que todo lo había hecho porque la amaba.
Ella no dijo ni una sola palabra en toda la noche, solo lloró y
lloró.
No recuerdo la hora en la que me desperté, pero cuando lo
hice Sam se había dormido por fin, eso me tranquilizó y me
quedé mirando cómo su corazón seguía contrayéndose tras
haber llorado de esa manera.
¿Cómo me había podido enamorar de ese modo tan
intenso? Era mi oxígeno, era mi vida y estaba destrozada por
mi culpa. Debí parar aquello hace mucho pero no fui capaz de
separarla de mí, todo lo contrario, cada vez necesitaba más y
más de ella.
Quería estar ahí cuando despertara, que no se viera sola,
pero ella debió pensar otra cosa porque abrió los ojos y se
levantó de un salto.
Cogió las cosas del baño y se metió en la ducha sin decir
nada.
Después de pensarlo mucho me dirigí hacia allí, pero nada
más abrir la puerta escuché su voz.
—Necesito estar sola —sin sentimiento aparente, soltó esa
frase.
—Está bien, prepararé el desayuno —me costaba sacar las
palabras.
Preparé el desayuno, pero no apareció. No sabía si
acercarme o ir a buscarla ya que me había dejado claro que
quería estar sola, pero… la incertidumbre me estaba matando.
Después de una hora esperando me convencí de que no
vendría y llamé a mi sobrino. Le había pedido un favor hacía
un tiempo y había llegado el momento.
Una hora después escuché como llegaba Dany, me había
mandado un mensaje y salí a buscarlo. En cuando me lo dio se
fue, quería entrar, pero le expliqué un poco por encima y se
dio cuenta de que no era el momento.
—Enzo, intenta darte una oportunidad, por favor, ella te
quiere y tú la quieres, no tenéis necesidad de separaros.
—No me apetece hablar, Dany, ya te llamaré. —Cerré la
puerta y entré en casa.
Sam no había salido todavía. En mi interior sabía
perfectamente lo que estaba haciendo y eso me estaba
matando.
Fui a vestirme, pero en ese momento escuché el ruido de
unas ruedas sobre el suelo. Me coloqué unos vaqueros y un
jersey y salí corriendo.
Su cara enrojecida por haber llorado tanto me hizo mirar
hacia otro lado, fue como si me clavaran un puñal en el
corazón.
—No corras, no voy a “huir”, yo ya lo superé. —Bajó la
mirada arrepentida—. Lo siento, no debería haber dicho eso.
—Me lo merezco. —Iba cargada con la maleta de ruedas y
dos bolsas.
—No quiero irme enfadada, Enzo, no me has mentido,
siempre me has dicho la verdad con tus palabras, aunque tu
cuerpo me dijera lo contrario, pero has sido sincero.
—No sé qué decir.
—Terminó nuestro contrato. Gracias por todo lo que me
has dado en estos meses, he sido muy feliz y no te podría decir
que me arrepiento porque te mentiría. He superado mi miedo a
afrontar los problemas sin huir gracias a ti, siento que no lo
hayas conseguido tú, pero quiero que sepas que lo intenté. —
Todo su cuerpo emitía derrota y aceptación ante la
circunstancia.
—Sam…, yo… te qui…
—Enzo, he dicho que hemos terminado el contrato, no
digas nada que me pueda hacer más daño, por favor —suplicó
mientras me cortaba la frase.
—Tengo que darte el dinero, suelta las bolsas, por favor.
—No voy a cogerlo, pensé que te lo imaginarías.
—Pues sí, por eso prefiero darte esto. —Levanté la mano
con la caja y se la acerqué. Soltó las bolsas y con cara de
sorpresa me miró a los ojos por fin.
—¿Qué es? —preguntó con una mezcla de inseguridad y
curiosidad.
—Quiero que te acuerdes de mí, creo que te lo mereces, si
no quieres coger el dinero, tómalo como un regalo. —Se
acercó y al cogerla nuestras manos se rozaron provocando un
escalofrío en mi interior que me hizo cerrar los ojos.
Abrió la caja con incertidumbre, sus ojos entrecerrados no
podían disimular. En cuanto vi que le caían dos lágrimas por
las mejillas supe que las había visto.
—¿Por qué, Enzo? ¿Por qué? —Sus ojos brillosos me
hacían desear abrazarla y protegerla pero… eso se había
acabado.
—Porque sabía que no cogerías el dinero y hablé con tu
padre para estar seguro de comprarlo o no y me lo confirmó.
Hace mucho que no tenías intención de hacerlo ¿verdad? —
Quise acercarme, pero dio un paso atrás.
—No puedo, no puedo aceptarlo. —Secó sus lágrimas con
las manos e intentó devolvérmelo.
—Está a tu nombre, Sam, es tuyo, te lo mereces por
aguantarme este tiempo. —Se echó hacia atrás y se dejó caer
en la pared—. Sam no permitiré que te vayas de aquí sin el
coche y lo sabes, no lo tomes como un pago, tómalo como un
regalo, como la pulsera o el anillo.
—Enzo, no es lo mismo esto es… es demasiado. ¿Por qué
lo has hecho? —dijo resignada.
—Para que vayas segura a tu viaje y solo te preocupes de
disfrutar, de conocer esos lugares que tanto te apetecía
conocer, que disfrutes de las amistades que hagas y vueles
libre sin tener que preocuparte porque tu coche se estropee o…
—Tenga un accidente con mi viejo coche —soltó
mirándome a los ojos—. Buscas que vaya segura, ¿verdad?
¿Es eso?
—Sí, es eso. No podía permitir que no cogieras el dinero y
viajaras con tu coche —Negó con la cabeza y suspiró.
—Ya no te tienes que preocupar por mí. No te aseguro que
esté bien porque… no estaré contigo, pero… ya no formo
parte de tu vida, no te preocupes más. Voy a aceptarlo porque
sé que para ti es importante, pero para mí no.
—Sabía que no darías saltos de alegría cuando lo vieras
hoy, pero espero que más adelante lo disfrutes porque es lo
que ha hecho que nos conozcamos. —La veía tan indefensa
que me costaba no cogerla entre mis brazos y besarla, pero
¿me dejaría? No podía irse sin darle un último beso y sentir su
olor y su piel por última vez.
—Gracias, gracias por todo, Enzo. —Se agachó para coger
las bolsas, pero yo me adelanté provocando que nuestras
manos se volvieran a tocar y que nuestros rostros quedaran
cerca, muy cerca el uno del otro.
La miré intentando descifrar si me dejaría besarla o no,
pero volvió rápidamente la cara hacia el otro lado y separó sus
manos de las mías. Nos levantamos, pero mi mente se volvió
loca al pensar que no volvería a acariciarla, así que dejé caer
las manos en la pared atrapándola entre mis brazos. No la
tocaba, pero estábamos tan cerca que podía olerla y sentir el
magnetismo que me atraía sin piedad a ella. Cerró los ojos con
fuerza para no verme, quería a toda costa evitarme y tenía
razón, pero… pero…, tenía razón, me separé, estaba
aumentando la tortura entre nosotros.
—Lo siento, Sam. —Cerré los puños con fuerza, no debí
haberlo hecho.
Cogió la maleta y se dirigió a la puerta de la calle en
silencio, abrió y se quedó unos segundos mirando el precioso
coche blanco, pero no podía ver ninguna emoción en su rostro.
Abrió el maletero y metió la maleta, volvió por las bolsas que
yo bajé, las guardó y se metió en el coche. Abrió la ventanilla
que daba a mi lado y miró hacia mí.
—Te quiero —su voz llegó a mis oídos y me hizo
romperme en mil pedazos. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser
así?
Volvió la cara sin esperar a que le contestara y cerró la
ventanilla. Se quedó con la mirada perdida unos segundos
hasta que rompió a llorar y se dejó caer sobre el manillar,
abatida. Era el momento, tenía que salir, tenía que ir a por ella,
no podía dejarla ir, ¿qué estaba haciendo? No podía perderla,
joder, si no lo conseguía ahora, no lo haría nunca. Ella es la
única que me ha hecho volver a la vida y la estaba dejando
escapar.
Con dificultad e intentando concentrarme en su imagen
salí a la calle. Mi cuerpo temblaba completamente, pero tenía
que ser fuerte y rodear el coche hasta estar junto a ella. Con la
mano en el pecho y respirando con dificultad caminé como
pude. Sam seguía llorando dentro del coche por mi culpa, tenía
que hacer algo, no podía dejarla ir, estaba consiguiendo salir
de casa por ella, ella era mi salvación, sabía que me dolería,
pero no este calvario que sentía en mi interior.
Llegué a su puerta, no era consciente de mi presencia, cogí
fuerzas, abrí y tiré de ella para que saliera del coche. Su
mirada de asombro y dolor me llegó al alma y la acurruqué
entre mis brazos como si se me fuera la vida en ello. Por fin
respiré, lo había conseguido, la tenía junto a mí, protegiéndola
yo a ella, no ella a mí, y se estaba dejando, se había rendido
por fin.
—Sam. —En ese momento pasó una moto detrás de
nosotros y me hizo contraerme.
—Dime —dijo con dificultad.
—Yo… —El sonido de varias personas hablando se metió
en mi mente.
Respira, Enzo, respira. Me repetí una y otra vez.
—Dime, Enzo. —Levantó la mirada y me miró expectante.
—Yo… —las voces se acercaban y el ruido de un coche
apareció de pronto intensificado con el de una moto.
—Enzo, Enzo. Abre los ojos, relájate, estás nervioso. —
Sam se dio cuenta de que empezaba a sentirme mal—.
Respira, Enzo, estás conmigo, no pasa nada. —Acariciaba mis
mejillas, desesperada para que reaccionara.
Estaba con ella, ese era el problema. Tenía que hacerlo
solo, superar esto antes de abrirme a alguien, no depender de
nadie y que se sintiera necesaria para mi recuperación. Ella era
mi muleta, pero la lucha era mía.
—Enzo, por favor, dímelo, mírame, dime lo que me ibas a
decir. —Estaba viendo como me rendía y luchaba por mí,
luchaba hasta el último momento, pero yo era un perdedor.
Mi mente desconectó del momento y sentí mi derrota, me
separé de ella y me dirigí hacia la casa, abatido y
desconsolado.
Esperé detrás de la puerta aguantando las náuseas y las
lágrimas hasta que escuché arrancar el coche al marcharse. Mi
mundo se había hundido completamente, esta era la cruz que
llevaba a cuestas por lo que hice, y era la que tenía que cargar.
CAPÍTULO VEINTIOCHO

Había pasado una semana y diariamente, nada más


levantarme, lo primero que hacía era mirar el móvil esperando
un mensaje o una llamada de Enzo, que nunca llegaba.
Las horas de las comidas se habían vuelto un auténtico
infierno porque no era capaz de meterme nada en el estómago.
Ángela estaba continuamente detrás de mí para que lo hiciera,
no me dejaba ni a sol ni sombra, solo cuando estaba encerrada
en mi cuarto, intentando morir de la pena.
Nunca había sentido tanto dolor al dejar una relación,
aunque esto no era una relación, pero… en fin, nunca había
sentido nada tan fuerte por alguien.
Había noches que me despertaba con un sobresalto, la
sensación de que el corazón se me salía del pecho y llorando
sin consuelo, no volvía a pegar ojo cuando me ocurría y solo
podía pensar en lo desdichada que era por no tenerlo junto a
mí.
Mis amigos habían intentado ponerse en contacto
conmigo, pero les dije que necesitaba un poco de tiempo.
Tarde o temprano tendría que contarles lo ocurrido a todos,
pero no tenía fuerzas de hablar con nadie sobre Enzo sin
venirme abajo.
Si me asomaba por la ventana podía ver el coche, un
fabuloso Sportage blanco con el que había estado soñando
mucho tiempo, y que ahora solo me hacía daño mirarlo.
Un día, después de que llegara mi padre de trabajar, subió
a buscarme y me bajó a la fuerza hasta el salón, allí estaban
todos mis amigos, Alan, Carlos, Regina, Jimena y Leo, todos
muy serios sentados en el sofá. Yo tenía una pinta horrible, la
cara demacrada, el cabello alborotado de estar acostada y con
el pijama que estrené el último día que estuve en casa de Enzo.
No había vuelto a ponerme otro en aquellos días, me costó
lavarlo porque sentía que lo había tocado él, pero Ángela me
obligó.
—Hola.
Se acercaron con timidez a darme un abrazo y
acurrucarme, eso hizo que me rompiera y empezara a llorar.
—Peque, mira lo que tienes, aquí están tus amigos, gente
que te quiere como yo y Ángela y que está deseando ayudarte
a salir de esto. Tienes que salir cariño, hacer tu vida, hacer tu
viaje, te lo has ganado con creces.
Papá tenía razón, pero en aquel momento, lo único que
necesitaba era llorar y hundirme en la miseria de mi pena.
—Les he contado lo de Enzo, ni siquiera se lo habías dicho
y estaban desconcertados, querían ir a pedirle explicaciones y
aunque me dé pena verte así, le entiendo a él. —Cogió mi
mano, pero eso no calmaba mi amargura—. Todo lo ha hecho
porque te quiere demasiado.
—¡Si me quisiera demasiado no me dejaría! —grité.
Mis amigos se asustaron al verme así.
—Tranquila, Sam. —Alan se levantó y me llevó hasta el
sofá, sentándome entre él y Carlos.
—Sentimos mucho pensar mal de él, pero estamos de
acuerdo con tu padre, lo hace porque te quiere. ¿Qué vida
tendrías con él? —preguntó Carlos.
—Solo lo necesito a él, no necesito que salga conmigo, no
me hace falta, puedo sola. —Odiaba que no me
comprendieran.
—Eso dices ahora Sam, que lleváis poco tiempo, pero
cuando estés enferma y no pueda acompañarte al médico, ¿qué
pasará? —expuso Jimena.
—Tiene una clínica, vendrán a su casa —repliqué.
—¿Y si te tienes que operar? —comentó Regina.
—¿No os enteráis que me da igual todo, que lo cambió
todo por él, que lo necesito para vivir? —Me estaba
arrastrando delante de ellos pero no me avergonzaba, sólo
intentaba desahogar el dolor de mi corazón con ellos,
intentando que me comprendieran.
—Sam tiene razón, cuando se quiere a alguien se antepone
a todo. Es normal que estés mal y necesites un tiempo para
reponerte, no tiene nada de malo, pero… nosotros te
necesitamos, eres nuestra amiga y queremos verte. No nos
gusta verte sufrir.
Que fuera Leo quien dijera eso me reconfortó, pero
también me hizo pensar que lo decía porque no era
correspondido por mí.
—Pasa un poco de tiempo con nosotros, con tus padres,
reanuda tu viaje, que lo tienes abandonado, coge tu coche
nuevo y danos una vuelta y cuando llegues a tu casa, llora,
llora y desahógate porque estás sufriendo, pero vive Sam, te lo
mereces.
—Gracias, Leo. —Sabía que tenía razón y me removió
algo por dentro. Llevaba tres semanas encerrada sin salir y no
había cambiado nada con Enzo, no había conseguido nada
haciendo eso. Quizás era el momento de intentar avanzar.
Me dirigí hacia él y lo abracé, eran las palabras que
necesitaba, que alguien me comprendiera y pensara que tenía
razón pero que ya era hora de tirar para adelante.
—De acuerdo, lo intentaré. —Todos me miraban
asombrados.
Ángela empezó a llorar de la emoción, ella me veía todos
los días tirada por los rincones y era la que verdaderamente
estaba sufriendo conmigo.
—He dicho que lo voy a intentar…, no prometo nada, pero
ahora… dejadme tranquila.
Todos se levantaron y me abrazaron y evidentemente me
dijeron que no, que se empezaba en ese mismo momento y que
dado que era sábado me vistiera que saldríamos un poco a
bailar.
—Además, hoy, Leo nos presentará a su chica y no te lo
puedes perder —dijo Alan, ilusionado.
—Leo, ¿es verdad eso? —Mi sorpresa era evidente.
—Sí, pero si quieres algo conmigo… lo arreglo fácil —
bromeó.
—Sí, tu amistad. —Le di un beso en la mejilla—. Gracias
a todos, chicos, debería haberos pedido ayuda antes, sois los
mejores. Papá, tú también. —Lo abracé. Subí a mi habitación
a darme una ducha, con mucha ilusión. Tendría que buscar
ropa en la maleta porque no había tenido fuerzas para vaciarla,
o porque en mi interior esperaba que Enzo se arrepintiera y me
llamara para volver y no tardar ni un segundo en ir, pero… no
había sido el caso y tenía que seguir.
Al buscar la ropa vi el cuaderno donde tenía marcado en el
mapa la mitad del viaje que pensaba hacer, no lo llegué a
terminar porque siempre pensé que no sería capaz de dejarme
escapar. Lo arranqué y lo tiré. El momento más bonito que
había vivido había sido sin planearlo, fui a la entrevista sin
planearlo, le dije que sí a su proposición sin planearlo, y me
dejé llevar sin planear nada. Este viaje quedaría pospuesto
temporalmente, ahora no era el momento.
Me di un largo baño relajante para prepararme esa noche,
sentía una fuerza interior especial y tenía que aprovecharla
para intentar animarme.
Me lié una toalla al cuerpo y otra en el pelo y me tumbé en
mi cama a pensar, solo se me venían imágenes de Enzo,
intentando decirme algo en la puerta, esforzándose por hablar.
¿Cómo estaría? Este tiempo había estado pensado en mí
pero… ¿Cómo estaba él? Tenía que levantarme y salir, dejar
de torturarme de esta manera.
Busqué entre la ropa de la maleta y vi el conjunto de
pantalón negro con la camisa. Ese día fue especial, recordaba
la forma de mirarme con esos ojos azules, maravillado como si
hubiera visto a una princesa…, bueno, era su princesa en ese
momento.
Me senté en el suelo y dejé caer la espalda en la cama, un
pensamiento más sobre Enzo y lloraría, no podía permitir eso,
así que llamé a la persona que había sufrido más conmigo,
para animarme.
Ángela corrió a mi habitación asustada cuando la llamé. Al
contarle que solo quería que me ayudara con la ropa se relajó,
pero lo que realmente necesitaba era alguien que no me hiciera
pensar en Enzo nuevamente.
—He pensado en ponerme esto, ¿te gusta?
Me puse un top de cuello alto, negro con encaje y una
falda de tubo a conjunto con mis zapatos de tacón negros
cerrados.
—Sam, estás espectacular, ve así —me dijo, emocionada.
—¿Cómo me puedo peinar?
—¿Y si te pones una cola alta? Te favorece muchísimo.
—Claro, eso haré. —Lo haría solo por ella, por haber
estado ahí todo ese tiempo, se lo merecía.
Se quedó mirándome mientras me maquillaba y me
peinaba disfrutando al verme intentar sonreír.
—Bueno, ¿cómo me ves? —dije mientras daba una vuelta
sobre mí misma.
—Perfecta, como siempre. —Me abrazó, con lágrimas en
los ojos—. Sabes que te quiero mucho, ¿no?
—Y yo. —Empecé a abanicarme con las manos porque
estaba a punto de llorar. —Estoy preparada para una nueva
vida.
Papá se quedó fascinado conmigo, no dejaba de echarme
piropos y de sonreír. Ambos me acompañaron hasta la puerta.
No dejé que pasaran de ahí porque no sabía cómo reaccionaría
cuando me montara en el coche.
Me despedí, esperé a que cerraran y me dirigí hacia él. No
fue hasta que no abrí la puerta y el olor me inundó cuando me
vinieron de golpe todos los momentos que viví ese día.
Empecé a respirar exageradamente para tranquilizarme y
sin pensarlo dos veces arranqué y me fui a casa de los chicos.
Subí rápidamente y grité antes de llegar.
—¡¡Abrid!! —sus vocecillas se escuchaban tras la puerta.
—Ahh…, ya está aquí Sam, de nuevo —gritaba
alegremente Alan.
—Sam, ¿estás bien? —preguntó Carlos tan atento como
siempre.
—Bueno, he estado mejor, pero… vengo dispuesta a
pasarlo en grande.
—Así me gusta —dijo Alan mientras chocaba la mano con
la mía.
Fuimos en mi coche, sabía que si venían conmigo me
distraerían y no me harían sentir tantas emociones.
Llegamos a la discoteca. Las chicas estaban allí,
espectaculares también y me llenaron de abrazos. A los diez
minutos llegó Leo con una chica guapísima, rubia con pelo
corto y rizado.
—Chicos, esta es Rebeca. —Parecía ilusionado.
Nos presentamos uno por uno y se sentó con nosotros en el
reservado, estuvimos haciéndole un cuestionario y nos pareció
una chica encantadora.
Me pedí una copa, aunque no pensaba beber, me fui
animando un poco más. Cuando la terminé me separé de los
chicos y me fui a la barra. Mientras pedía, una mano me
sorprendió sobre el hombro.
—Carlota. —Su mirada era triste.
—Hola, y… siento lo de mi tío. Es un estúpido por dejarte
ir. —Me abrazó con sentimiento.
No sabía qué decir y pedí dos chupitos.
—¿Por nosotras? —pregunté.
—Por nosotras. —Sonrió mientras chocaba conmigo el
vaso.
—Si te viera ahora con lo guapa que estás…
—Ya, por favor —supliqué.
Pidió otros dos chupitos y volvió a chocar su vaso con el
mío.
—Por nosotras otra vez. —Sonreímos las dos.
Estuve a punto de irme cuando me acordé que había
pedido una copa, me volví hacia la barra y la cogí. Carlota se
fue con sus amigas y me dijo que después volvería para bailar
conmigo.
Empezaba a encontrarme un poco mareada así que decidí
salir a bailar, cogí a las chicas del brazo y me las llevé a la
pista. Me dejé llevar, perdí la vergüenza y decidí darlo todo en
la pista. Alan se unió a nuestro baile cogiéndome por la cintura
y bailando tan sexi como yo. Era hora de olvidar y vivir el
momento.
La copa se me cayó y se rompió en mil pedazos así que fui
a la barra para pedir otra. Mientras caminaba hacia allí sentía
como si flotara, la vista se me iba nublando poco a poco y me
encontraba floja. Unos brazos me agarraron por detrás.
—Enzo. —Intenté mirar hacia él, pero no lo era, no era su
perfume, ni su pelo, ni su cuerpo. ¿Quién era?
Me empezaron a entrar nauseas, no sabía por qué si solo
me había tomado dos chupitos y una copa.
Cada vez me costaba más andar y ese hombre me tenía
agarrada con fuerza.
—Llévame con… mis… ami…
—Tranquila —su voz me sonaba.
Me llevaba fuera y aunque yo no quería, me dejaba llevar
por él aunque ni siquiera sabía quién era.
De vez en cuando se me cerraban los ojos, pero intentaba
abrirlos con mucho esfuerzo.
—¿Qué le pasa? —Escuché como si viniera de muy lejos.
—Ha bebido demasiado, no se las puede dejar solas. —Oí
unas risas—. Me la llevo a casa ya.
Pero… a casa… ¿Quién demonios era y dónde me llevaba?
Sentí como me daba la vuelta y dejaba caer mi espalda sobre
un coche mientras me atrapaba con su cuerpo y empezaba a
besarme sin control.
Me quedé helada y sentí como el pánico me invadía el
cuerpo. Intenté separarlo y mirarlo, pero no podía controlar mi
cabeza, se me caía hacia los lados.
—Tranquila, tranquila, no pasa nada. —Sus manos rozaron
la piel de mi costado e intentó subirme el top con una mano y
la falda con la otra. Empecé a sollozar, cómo había llegado a
esto sin poder reaccionar ni defenderme, ¿qué me pasaba?
Dejé de intentar abrir los ojos y decidí rendirme al sueño.
—Sam… —una voz familiar llegó hasta mí, pero ya no era
capaz de reaccionar a nada—. ¿Qué coño? —Escuché. Las
manos que me agarraban me soltaron con fuerza y caí
desplomada al suelo. Desde ahí podía escuchar gritos, parecía
una pelea, pero poco a poco dejé de escuchar.
—Sam… Sam… —Una mano me zarandeaba y me tocaba
la cara con delicadeza pero con ansiedad—. Sam, contesta por
favor. —Sentí como me cogía en brazos y me montaban en el
coche pero ya no recuerdo nada más.
—Oh, no. —Estaba en el hospital y la cabeza me iba a
explotar.
Estaba sola y me levanté. Todo empezó a darme vueltas y
el estómago se me revolvió. Aguantando las arcadas, me dirigí
como pude hasta el cuarto de baño y vomité. Me encontraba
fatal y sentía como las piernas todavía no tenían suficiente
fuerza para sostenerme bien.
Unas manos me agarraron desde atrás por la cintura y por
la frente.
—Tranquila. —Esta vez logré reconocer esa voz.
Terminé y me acercó un papel para limpiarme.
—Te llevo en brazos, tranquila. —Me cogió en peso y me
dejé caer sobre él. Estaba abatida y empecé a temblar por los
nervios, necesitaba ese contacto físico para no sentir esa
soledad que tenía en el alma.
—¿Estas bien? —susurró antes de acostarme en la cama.
—Sí, gracias Dany. —Retiró un mechón de pelo que se
había soltado de la coleta.
Empezó a negar con la cabeza y a cerrar los puños.
—¡Olvida a mi tío, Sam! —gritó.
—Por… ¿por qué dices eso? —Estaba confundida con su
reacción.
—Joder, Sam, eres… —Se quedó pensativo—. Eres
demasiado guapa para ir sola por ahí. Debería estar contigo
protegiéndote si tanto te quiere ¿no? —gritó enfadado.
—Siento haberte estropeado la noche, puedes irte.
—No me has estropeado la noche, joder, le tenía ganas
desde la otra vez. Menos mal que estaba mi amigo, porque si
no, lo mato —dijo enfurecido.
—¿Qué? ¿Otra vez? —pregunté confundida.
—Sam, era el gilipollas que te acosó en el baño. No quiero
ni pensar en lo que hubiera pasado si no te hubiera visto. —
Golpeó con fuerza la puerta—. Lo siento, no quiero asustarte.
Nunca había visto esa faceta de Dany, tan ofuscado.
—Mi tío no te merece.
—Dany, sabes que está enfermo. —Esa palabra me pareció
demasiado grande.
—Sam, yo no te dejaría sola por ahí. Joder, no se me quita
esa imagen de la cabeza.
—¿Lo has llamado? —pregunté insegura.
—No, no vendría, ¿para qué?, ¿para que te sintieras peor?
—Frunció el ceño y me miró.
Se me estaba formando un nudo en la garganta que en
breve me haría llorar.
—Te han drogado Sam, te han echado burundanga y si no
llego te habría … —Dejó caer la cabeza en el respaldo del
asiento.
—Violado —dije.
—Da igual ya, Sam, estas bien, que es lo importante. —
Agarró mi mano y la acarició. Esa muestra de cariño me sirvió
de mucho, no me había dado cuenta de lo falta de cariño que
estaba.
—Gracias, Dany, eres mi Ángel de la guarda.
—No me des las gracias por esto, para mí ha sido un placer
partirle la cara a ese… —Hizo un gesto de lucha recordando la
pelea.
—¡Mis amigos! ¿Qué hora es?
—Tranquila, te llamaron y les dije que te había llevado a
casa porque te doblaste un pie. Supongo que no te gustará que
todo el mundo sepa lo que te ha pasado. No quiero decir que te
tengas que avergonzar.
—¿Qué me hizo? Dímelo ya.
—Nada peor que la otra vez.
—Júramelo, Dany.
—Bueno…, te besaba. —Hizo un parón—. Pero ya me
encargué de que no vuelva a besar ni a ti ni a nadie más en un
tiempo.
Pasé mis dedos por los labios y se me escapó una lágrima.
Dany se levantó muy rápido y me abrazó.
—No pienses, Sam. —Su cara, cada vez estaba más cerca
de la mía, levanté la mirada, extrañada. Me miraba fijamente y
en sus ojos encontré algo que me era familiar, un brillo
especial al mirarme. Nos retiramos a la vez.
¿Qué había pasado? ¿Sentía algo Dany por mí? Nunca
había hablado así de su tío y esto…
Cuando salimos del hospital me acercó al coche y
quedamos en que no lo contaríamos, por lo menos por su parte
y se lo agradecí.
—Sam. —Me agarró del brazo antes de que bajara—.
Olvida lo que dije de mi tío. Tienes razón, está enfermo. Lo
quiero mucho y me encantaría que superara esto, pero por
favor, ten cuidado o tendré que acompañarte al viaje ese que
ibas a hacer. —Eso me hizo sonreír.
—Está bien, no volveré a beber nunca, nunca en la vida.
Gracias por todo, Dany.
—Me alegro de haber pasado por allí en ese momento.
— Y yo. —Me dio dos besos, bastante lentos como si
quisiera disfrutar del momento. Me sonrió y me fui.
Entré en casa, eran las nueve de la mañana y me metí en
mi habitación a dormir, todavía tenía resaca del producto ese
que me echaron.
A las doce me desperté y me quedé pensando en todo lo
que me había pasado últimamente, había perdido tres semanas
sin hacer nada y cuando me decidí a hacerlo me pasó eso.
Les había mandado mensajes a todos pidiéndoles perdón
por no decirles nada, pero no quería estropearles la fiesta y
ahora me quedaba contarle algo a mi padre.
—Hola, papá, Ángela…
—Hola, peque.
—Me voy.
—¿Cómo? —preguntaron asombrados.
—Que me voy, he pensado mucho esta noche y voy a
hacer el viaje.
—¿Estas seguras, peque? No te veo contenta. No quiero
que te precipites.
—Necesito hacerlo, papá. Todos queríais que lo hiciera,
¿no?
—Sí, cariño, pero… siento que… —No terminaba la frase
—. ¿Te lo pasaste bien ayer?
—¿Por qué me preguntas eso? ¿Qué tiene eso que ver? —
pregunté enfurecida.
—Peque… ¿estás huyendo? —Las palabras atravesaron mi
cerebro. ¿Estaba huyendo? ¿Esa era la razón por la que quería
de repente hacerlo? Pues probablemente sí, había dado pasos
atrás, pero, era lo que sentía, ganas de quitarme de en medio y
desaparecer de todo aquello que me estaba hundiendo.
Posiblemente, lo que pasó la noche anterior fue la gota que
colmó el vaso.
—No me ha ido mal huyendo, hasta ahora.
—Eso no lo sabes, porque nunca has afrontado tus
problemas.
—Sí que lo sé, con Enzo no huí y mira, a la larga no ha
valido para nada —dije sollozando.
Asintieron y me apoyaron, ellos querían que lo hiciera, se
habían llevado animándome todo ese tiempo y ahora de
repente no le convencían, ¿qué les pasaba? Nadie me entendía,
nadie sabía por lo que yo estaba pasando y nunca me
comprenderían. No sabía qué más hacer porque todo lo veía
negro. Sin Enzo junto a mí y con lo que pasó la noche anterior,
mi vaso se había llenado y rebosado, no aguantaba más.
Al día siguiente, bajo el asombro de Ángela, mi padre y
mis amigos que vinieron a despedirse de mí, me marché con
una maleta, la tarjeta y las ganas de olvidar.
Tomaría la ruta por Sevilla, Cádiz, Málaga, Granada, y
dormiría en Almería. No tenía prisa, así que, si me apetecía
parar en cualquier pueblecito o ciudad antes de llegar, lo haría.
Estaba preparada para empezar.
Cuando iba por la autopista Sevilla-Cádiz, empecé a
encontrarme mal, sentía náuseas y cansancio, quizás debería
haber esperado un par de días más en hacer el viaje después de
que me drogaran, pero así era yo, impulsiva, sobre todo
cuando se trataba de huir.
Cada vez me encontraba peor, hasta el punto de pensar en
parar en algún lugar para descansar un poco y ver si las
náuseas se me pasaban. Finalmente decidí buscar un hotel para
pasar la noche y ver si se me terminaba de pasar el efecto
odioso de la droga, con suerte al día siguiente me sentiría
mejor para seguir.
Me desvié hacia Chiclana, había visto mientras preparaba
la ruta un “hotel con encanto” que me llamó la atención,
Azalea creía recordar. Me gustó la decoración cuando lo vi por
Google y la zona en la que se encontraba, la Barrosa, junto a la
playa, donde podría pasear si quisiera.
Al ser invierno no tuve problemas en aparcar cerca de la
puerta, una zona bastante tranquila en esa época del año.
Llamé al timbre y la puerta se abrió. Crucé el jardín y a
pesar de seguir sintiéndome mal, me paré para observarlo
mejor, era un lugar especial, acogedor, tranquilo, se respiraba
paz, me alegraba haber decidido hacer la parada justo allí.
Subí las escaleras que daban al hotel y un hombre alto me
recibió muy amablemente. Cogió mis datos y me preguntó por
cuánto tiempo me quedaría. Por alguna extraña razón le conté
lo que me ocurría y muy amablemente, me dijo que si
necesitaba cualquier cosa, estaban allí para lo que quisiera. En
ese momento, una señora rubia con ojos claros salió del
ascensor.
—Esta es mi mujer —dijo el caballero.
—Encantada —saludó.
—Igualmente —contesté intentando sonreír, pero las
náuseas eran cada vez más intensas.
—Jose, se encuentra mal, le he dicho que si necesita
cualquier cosa, que nos avise —comentó el caballero.
—Claro, no te preocupes.
Me sentía bien en ese lugar, eran verdaderamente amables,
me encontraba un poco menos sola a pesar de no estar en casa.
Me acompañó a la habitación y me llevó la maleta, se lo
agradecí enormemente porque apenas tenía fuerza, esa droga
me había dejado el cuerpo destrozado.
Solo hacía tres horas que había salido de casa y ya estaba
haciendo mi primera parada, tardaría una eternidad en hacer el
viaje.
La habitación me enamoró, era muy íntima, acogedora, no
era la típica de hotel, gemela a la anterior, era única y eso me
gustaba, la hacía especial. La cama estaba en el centro,
rodeada de ventanales por todas partes y un sofá rojo en el
lateral, con una mesita delante. Me imaginé allí con Enzo, pero
rápidamente borré la imagen de mi mente, no perdería ni un
segundo más de mi vida en hacerlo.
De pronto me vino una arcada y corrí hacia el cuarto de
baño. Vomité lo poco que había desayunado ese día y me
acosté sin fuerzas.
Después de dormir un poco esperaba sentirme mejor, pero
al intentar levantarme se me volvió a remover el estómago y
volví a vomitar. No podía estar pasándome esto a mí. Me
acosté y encendí la televisión.
—Ring.
—¡Oh, no! —Era mi padre y no me apetecía mentirle, pero
tampoco preocuparlo.
—¿Cómo estás, peque? —preguntó con ilusión en su voz.
—Bien, papá, aunque… bueno, he parado en Chiclana en
un hotelito porque creo que tengo un virus que me está
provocando náuseas. Pero no te preocupes que seguro que es
de los que duran veinticuatro horas y mañana estaré
perfectamente —había hablado demasiado y mi padre lo
notaría.
—¿Estás bien, Samantha? —Sabía que se preocuparía.
—Sí, papá, ya te lo he dicho, solo es un virus, descanso
esta noche y sigo.
—Está bien, si te encuentras peor me llamas, que estoy allí
en un par de horas, peque.
—Claro, papá, no te preocupes.
Tenía ganas de llorar, me sentía sensible, vulnerable ante la
vida, desprotegida ante el mundo…, pensaba en el viaje y se
me hacía un mundo. En mi interior, huir era eliminar el
problema, pero me estaba dando cuenta de que el viaje era otro
problema en ese momento, porque no estaba preparada para
hacerlo, solo era mi única opción.
Empecé a encontrarme mejor y paseé por la inmensa playa
desierta intentando respirar aire fresco y aclarar mis ideas.
Antes de volver, me senté en la arena levemente calentada por
el sol e imaginé a mi lado a Enzo, con sus ojos iluminados por
el reflejo de los rayos y su cabello rubio agitándose con la
brisa del mar. Qué complicado era olvidar a una persona,
sabiendo que estaba enamorada de ti y tú de ella. Difícil de
comprender.
Regresé al hotel muy cansada pero sintiéndome mejor, y
me acosté. Dormí toda la noche, pero al día siguiente al
levantarme comenzaron las náuseas de nuevo.
—¡Nooo! ¿Por qué? —grité.
Corrí hacia el baño y vomité, me costó bastante porque no
tenía nada en el estómago, así que cogí un paquete de galletas
que tenía en la maleta y un zumo que sin ganas conseguí
ingerir, aunque no tardé mucho en volver a vomitar. Este viaje
no pintaba nada bien, parecía que el destino no quería que
huyera de nuevo.
CAPÍTULO VEINTINUEVE

—Enzo, llevas esquivándome dos semanas, no pienso irme sin


hablar contigo, así que dale ya al botón y abre la puerta de una
vez —las palabras de Lola retumbaban en mi cabeza.
Pulsé el botón y deje que entrara, no podría seguir
evitándola por mucho tiempo porque cuando quería se podía
poner intensa.
—Enzo, por favor, estás horrible. —Puso los ojos en
blanco en cuanto me miró—. Quítate esa barba, de una vez y
córtate el pelo. ¿Desde cuándo no lo haces? —Intenté
ignorarla e irme, pero corrió y se puso delante de mí—. Te he
hecho una pregunta, Enzo.
—No sé, no lo recuerdo. —Lo recordaba perfectamente,
era Sam quien lo hacía últimamente.
—Sam, Sam y Sam, ¿verdad? Tenemos una conversación
pendiente, tú y yo, Enzo, estás en un momento crítico y tienes
que sacar lo que llevas dentro o darás pasos atrás.
Me siguió en silencio hasta el despacho, sacó mi silla y la
puso frente a ella, mientras me hacía una señal para que me
sentara.
—Sácalo, Enzo. ¿Qué sientes? ¿Estás orgulloso de lo que
has hecho? ¿Ha merecido la pena todo lo que hiciste?
—Sí —contesté rápidamente.
—Veo que sigues luchando por lo que tuvisteis. —Se puso
las gafas y empezó a mirar en su carpeta—. Sigues tomando la
misma medicación. Durante el tiempo que estuvo Sam, fuiste
capaz de bajar las dosis y ahora solo tomas el mínimo, a pesar
de estar pasándolo mal, porque solo hay que verte. También
conseguiste salir a la calle con ella y solo, antes hubiese sido
inimaginable.
—¿Qué quieres decir con eso? Suéltalo. —Estaba
enfadado con el mundo y no me apetecía andarme con rodeos.
—Que ya es hora de que avances solo, sin su ayuda.
Confía en ti, Enzo, date una oportunidad, empieza saliendo a
la puerta, luego a la otra acera, a continuación a la calle de al
lado, poco a poco.
—¡¡¿¿Crees que no lo he intentado??!! —grité.
Sus ojos se abrieron como platos, suspiró, cruzó las piernas
y me miró.
—Dime.
—Cuando todavía estaba Sam aquí, lo intenté sin que lo
supiera, salía por la noche o cuando se estaba duchando,
porque quería superarlo, quería decirle que podía hacerlo para
no tener que dejarla marchar, pero… no pude. —La furia me
corroía por dentro.
—Enzo, es comprensible, aunque no lo creas. En ese
momento tenías estrés y presión porque sabías que el tiempo
se acababa y eso jugaba en tu contra.
Apoyé mis brazos sobre las piernas y hundí mi rostro
demacrado entre las manos mientras la imagen de Sam,
intentando que no la dejara marcharse, me venía una y otra vez
a la cabeza.
—No perdió la esperanza conmigo nunca, siempre pensó
que tenía posibilidades, y eso me destroza.
—Enzo, ya es hora de que demuestres al mundo que
puedes, que te lo demuestres a ti, y quién sabe si algún día no
recuperes a Sam, o te enamores de otra persona que te haga
olvidar todo esto.
No podía seguir así, tenía el trabajo abandonado, mis
hermanas sufriendo al verme, mi sobrina preocupada y mi
sobrino enfadado conmigo sin saber por qué. Mi vida se iba
otra vez a la mierda.

Después de que se marchara Lola, me dirigí al gimnasio y


empecé a correr en la cinta como un loco, necesitaba expulsar
todo lo negativo, olvidar, pero la imagen de Sam estaba en
cada rincón de esa casa.
—¡¡Ahh!! —grité.
Bajé de la cinta sin pararla siquiera y me dirigí hacia la
puerta que daba a la calle, iba decidido, seguro, tenía que
luchar por lo que quería y dejar de esconderme en esta mierda
de casa de una vez por todas.
Todavía con la respiración acelerada por correr abrí la
puerta, el corazón latía sin control, mientras mi mente no hacía
más que recordarme los momentos del accidente y mi intento
fallido de sacar a mi hijo de su tumba, pero tenía que ser más
fuerte que todo eso, tenía que hacerlo por ellos también y salir
de allí.
El sudor de la frente me caía por los ojos nublándome la
vista, mientras tomaba aire con fuerza para afrontar aquel reto
que tanto me estaba costando.
—Puedo, puedo, puedo —repetía una y otra vez sin
control.
La imagen de una chica al pasar me hizo detenerme en
seco. Tranquilo, Enzo. Pensé mentalmente.
Crucé la puerta decidido y salí. El viento secaba el sudor
de mi cuerpo y me hizo temblar temerariamente. Tenía que
llegar al otro lado fuera como fuera, me lo debía a mí y se lo
debía a Sam.
El día grisáceo por las nubes no ayudaba y en cuestión de
segundos se puso a llover. Sentía la presión en el pecho y las
piernas temblorosas, pero seguí caminado y caminado hasta
que llegué con esfuerzo a la otra acera.
Joder, lo había conseguido. Lo había hecho y lo había
hecho solo, con esfuerzo, pero solo y no pasaba nada. Un
trueno me hizo dar un salto y recordar todo lo que pasó ese día
con Sam, justo en el lugar en el que me encontraba. De pronto
una ráfaga de viento hizo mover la puerta de casa y el pensar
que me quedaría fuera sin poder abrirla, me hizo abalanzarme
hacia ella sin mirar la carretera cuando sentí un fuerte golpe en
la cadera.
Veía luces, escuchaba gritos y… no recuerdo nada más, mi
mente desconectó.
CAPÍTULO TREINTA

A las 8 de la mañana llamé a mi padre, necesitaba escuchar su


voz para que me tranquilizara. Le conté que había vomitado y
sentí que lo estaba preocupando demasiado así que terminé por
quitarle importancia.
No podía seguir así, había vomitado cuatro veces y me
encontraba decaída, sin fuerzas. No podría continuar el camino
de esa manera, lo mejor que podía hacer era acercarme al
centro de salud y que me dieran algo para las náuseas.
Salí de allí a duras penas. Al preguntar en recepción el
lugar al que me tenía que dirigir y verme con la cara pálida,
quisieron acompañarme. Intenté negarme, pero fue imposible,
tenían hijos de mi edad y no podían dejarme ir sola en aquellas
circunstancias.
Nada más bajar del coche vomité y empecé a encontrarme
un poco mejor, pero seguía muy cansada. Tuve suerte y, al
verme la cara tan pálida me hicieron entrar en urgencias.
—Hola, ¿qué le ocurre? —preguntó la médica.
—Este sábado me echaron burundanga en la bebida —
conté avergonzada.
—Madre mía, qué espanto —respondió con cara de
preocupación.
—Ayer me encontraba bien cuando me desperté, pero a
medida que pasaba la mañana empezaron las náuseas y el
cansancio con los vómitos.
Me auscultó el pecho, luego me miró la garganta con ese
palito que tanto asco me daba y que me provocó arcadas. A
continuación, me miró los oídos y me hizo seguir con la
mirada la linterna.
—Túmbate en la camilla.
Me tumbé y estuvo toqueteando mi estómago un buen rato.
Se sentó y empezó a meter los datos en el ordenador sin
decir nada.
—La burundanga desaparece del cuerpo en horas, no
puede ser eso.
—¿Puede ser agorafobia?
—¿Cómo? ¿Por qué lo preguntas? ¿Te da miedo salir a la
calle? —Parecía confusa al escucharme.
—No, pero… he convivido con alguien con esa
enfermedad y se sentía así cuando intentaba salir. Estoy
haciendo un viaje por España y he pensado que quizás me está
pasando, aunque no tan fuerte.
—No creo. Creo que lo que usted tiene es un virus,
supongo que tardará unas veinticuatro horas en desaparecer,
pero puede que dure más. Paracetamol y Motilium para las
náuseas será suficiente, también te mandaré unos sobres por si
no toleras nada de comida y así evitamos la deshidratación.
—Perfecto. Salí de Huelva ayer, ¿cree que debería dejarlo
para otro momento o… sigo el viaje?
—Eso dependerá de cómo te encuentres. Espera a mañana
a ver si notas alguna mejoría.
—De acuerdo —asentí también con la cabeza.
Me levanté, sonreí y me dirigí hacia la puerta, pero justo
cuando iba a abrirla me llamó.
—¿Has vomitado sin parar?
—Bueno… ayer por la tarde mejoré, pero hoy me he
levantado con náuseas.
Se quedó pensando un momento y me pidió volver.
—Voy a hacerte otra prueba, no te asustes, es solo para
descartar.
—¿Descartar el qué? ¿Es grave? —Me asusté al
escucharla, tenía que llamar a mi padre y decirle donde estaba.
—Toma este papel y llévalo a recepción, allí te explicarán.
Sentí un calor que me subía por el pecho hasta la cabeza,
tenía que vomitar antes de nada porque empezaba a sentirme
otra vez mal.

Al salir del cuarto de baño pasé cerca de los dueños del hotel
que seguían esperando, parecían preocupados y se levantaron a
preguntar. Les expliqué que me querían hacer una prueba y me
acompañaron a recepción, antes debía llamar a mi padre.
—¿Sí? —la voz de mi padre me relajó.
—Papá, no te asustes, pero estoy en el centro médico de
Chiclana.
—¿Estás peor, peque? —preguntó, preocupado.
—No, es solo que sigo igual que cuando me he levantado y
he venido para que me dieran algo, pero creen que me deben
hacer una prueba.
—¡¿Qué prueba?! —gritó.
—No sé.
—Peque, voy en camino así que no te muevas del hotel,
¿me entiendes?
—¿Cómo?
—Me dejaste preocupado esta mañana y decidí ir a verte.
Empecé a llorar, no sabía muy bien por qué, era mi padre y
era normal que se preocupara por mí.
—No llores, peque, todo va a salir bien, confía en mí.
—Papá, quiero irme a casa, tengo miedo y… no estoy
preparada para hacer el viaje. Estoy huyendo, papa. —Las
lágrimas no dejaban de salir.
—No te preocupes por nada, que en un rato estoy allí para
recogerte, peque. Te quiero, cariño.
—Y yo a ti, papá, tú siempre estás ahí.
—Y lo estaré.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO

El timbre empezó a sonar constantemente. ¿Quién demonios


era? Miré el reloj, las ocho y media de la mañana. El instinto
me hizo pensar que algo había ocurrido.
Encendí la cámara del telefonillo y… ¿cómo? Abrí
rápidamente la puerta y esperé a que subiera.
—¿Ha pasado algo? ¿Sam está bien? —¿Qué otra cosa
podía traer a su padre hasta mi casa a aquella hora, con la cara
desencajada?
Mis manos empezaron a sudar y la cabeza me daba vueltas
mientras el padre se preparaba para hablar.
—Escúchame bien, mi hija está en Chiclana, Cádiz, se
encuentra mal, está vomitando y débil, voy a ir a buscarla. —
Mi corazón se paró unos segundos—. Yo era el primero que
quería que hiciera el viaje, pero no está preparada ni física ni
mentalmente. —Parecía nerviosos y eso no me tranquilizaba.
—¿Cómo? —Logré decir mientras las imágenes de Sam
estando mal se agolpaban en mi cabeza.
—¡¡Escúchame!! —gritó—. Ha intentado hacer el viaje,
pero yo sé que lo que está haciendo es volver a huir, la
conozco Enzo y pensaba que lo había superado gracias a ti,
pero… ahora que no te tiene, vuelve a hacerlo.
—¿Por qué me dices eso? ¿Qué quieres? —No comprendía
nada. ¿Quería hacerme sufrir?
—Ven conmigo a buscarla. —Su mirada suplicante me
confirmó que hablaba totalmente en serio.
—¿Co… co… cómo? Sabe que no puedo hacer eso, no
puedo salir a la puta calle, ¿cómo voy a ir a Cádiz? —Mi
frustración hizo que lo mirara mal.
—Porque está mala y la quieres. Porque no puedes hacer
nada por tu mujer y tu hijo, pero por ella sí. No sé cómo lo
estarás pasando tú, aunque viéndote me hago una idea, pero
ella… —Paró y negó con la cabeza queriendo borrar las
imágenes de su mente—. Ella está destrozada y no puedo verla
más así. Soy su padre y haré lo que pueda para verla feliz, así
que te pido por favor que lo intentes. —Agarró mis manos
implorándome con la mirada que lo acompañara.
Apreté con fuerza los puños y cerré los ojos para evadirme
del momento que estaba viviendo. Que tuviera razón en todo
no haría que yo consiguiera salir de mi casa y mucho menos
llegar hasta Cádiz. El recuerdo de la moto golpeándome en la
cadera el otro día lo tenía muy reciente y todavía andaba con
dificultad, pensé que era una señal del destino para que
volviera a meterme en casa.
De mi cuerpo brotaba la adrenalina a borbotones y empecé
a ir de un lado a otro de la entrada sin saber muy bien qué
hacer, tiraba de mi pelo y parpadeaba de forma compulsiva
ante la atenta mirada del padre de Sam.
—Lo siento, yo… yo… no pue…
—¡Enzo! —abroncó—. ¿Prefieres vivir así o intentar
luchar por lo que quieres, aunque tuviese consecuencias?
Se me quedó mirando unos segundos y al ver que no
reaccionaba se volvió y se fue.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS

En dos horas y media llegué de Huelva a Chiclana. El G.P.S.


me llevó con facilidad hasta el hotel donde se hospedaba.
Llamé al timbre y la voz de un chico sonó por el telefonillo.
—Hola, buenos días, ¿qué desea?
—Vengo a ver a mi hija, lleva desde ayer aquí y se
encuentra mal. Querría ver si había llegado ya. —Me sentía
nervioso y ansioso por verla.
—¿La chica morena? No recuerdo el nombre.
—Sam —una voz femenina sonó de fondo—. Dile que
nuestros padres la acercaron al centro de salud y todavía no
han llegado.
—Mis…
—Ya, ya, lo he escuchado, muchas gracias, esperaré —
respondí nervioso.
—¿Quiere usted pasar dentro a esperarla? No le puedo dar
la llave de la habitación, pero se puede quedar en la zona
comunitaria.
—No, no, muchas gracias. Esperaré en el coche. —La
llamaría y si le quedaba mucho, iría a buscarla al centro de
salud.
Me senté justo en el momento en el que un coche aparcó
detrás y vi a Sam acompañada de una pareja que la ayudaba a
salir a duras penas del coche, mientras lloraba
desconsoladamente.
—Sam. —Corrí hacia ella, asustado.
Su pálida piel y sus ojos hinchados de tanto llorar me
desgarraron por dentro y me temí lo peor, que algo malo le
pasaba a mi niña.
CAPÍTULO TREINTA Y TRES

Lo último que recuerdo después de que me dieran la noticia


fue dejar de escuchar mientras todo se volvía negro.
Al abrir los ojos, un grupo de personas me rodeaban. Una
me abanicaba con una revista, otra me levantaba las piernas, la
médica me hablaba y me decía que no me moviera, que
respirara con tranquilidad y que me relajara, que solo me había
desmayado.
Las palabras que me dijo se repetían una y otra vez en mi
cabeza perturbando mi mente con imágenes que no era capaz
de asimilar.
No puede ser, no puede ser… Intentaba convencerme de
que eso no era real. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto
ahora? Necesitaba un respiro en la vida, todo se me
amontonaba y sentía que me ahogaba.
—Tranquilízate, todo tiene solución. Hay que ser optimista
y pensar que hay cosas peores. —La médica intentaba que me
enfrentara a ello, pero en ese momento, cuando mi vida se
estaba desmoronando, no hacía más que destrozarme. No tenía
fuerzas para luchar.
Durante el viaje de vuelta al hotel no pude parar de llorar
ni comentarles nada de lo sucedido, me sentía mal por ello,
pero no era capaz de verbalizar lo que me pasaba, porque
sentía que al hablarlo se volvía más real y en mi interior no
quería creerlo.
Bajé del coche y la voz de mi padre hizo que terminara de
venirme abajo. Había venido muy rápido a por mí y eso me
reconfortaba, porque estaba destrozada con la noticia que me
acababan de dar y no podía imaginarme ese momento sola, en
una habitación del hotel.
Sus brazos envolviéndome no lograron aliviar el dolor que
sentía y la frustración por la noticia.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué te han dicho? —Su
desesperación era evidente.
—Hemos intentado preguntarle, pero no ha parado de
llorar, ha sido imposible, quizás con usted pueda abrirse. Os
dejamos solos, si necesitáis algo, lo que sea, nos avisáis. —Mi
padre no paraba de darles las gracias por haberme
acompañado.
—Peque, por favor…, dime algo. —Quería contarle todo,
pero era demasiado doloroso para mí.
—Papa, es horrible, es horrible —conseguí decir.
Aunque intentara hacerse el fuerte, sentía como sus manos
temblaban en mi espalda y su corazón latía en el pecho con
furia.
—¿Qué te han dicho? ¿Qué tienes? Todo estará bien,
peque, te lo prometo.
—Nada estará bien. Es terrible. —Mi cuerpo no podía
aguantar más ese sufrimiento y sentía como intentaba
desplomarse ante la furia del llanto desesperado, para que esa
situación cambiase.
¿Por qué? ¿por qué? Repetía una y otra vez mentalmente.
—Peque, te lo ruego, cuéntamelo, estoy preparado. Juntos
podremos con todo, no nos rendiremos —suplicaba
desesperado por saber qué era lo que me ocurría.
—Papa, me lo merezco.
—No te mereces nada. Eres buena persona, solo te
mereces cosas buenas.
—No es así, me merezco lo que me está pasando. —
Lloraba mientras intentaba agarrarme con fuerzas a mi padre.
—Dímelo o me dará un infarto, por favor. —No podía
dejar que sufriera más esta agonía, se lo tenía que decir,
aunque me doliera.
—Estoy embarazada —solté.
—¿Có… cómo? Que… estás emba… pe, pe… —no
conseguía terminar ni una sola palabra—. Sam, júrame que es
eso, por favor —suplicó.
—Sí, claro que es eso. ¿Qué creías que era?
—Dios mío, Sam, esa es la mejor noticia que me podías
dar, pensaba que tenías alguna enfermedad. Dios mío —
suspiró tan fuerte que me hizo separarme por unos segundos
de él.
—No lo entiendes, papá.
—¿Qué tengo que entender, cariño? ¿Qué es lo más
maravilloso que te puede pasar en la vida? Supongo que… el
padre es…
—Claro, ¿quién va a ser si no? —respondí molesta—.
Papá, engañé a Enzo. Dejé de tomarme las pastillas sin decirle
nada. Pensé que teniendo un hijo le daría fuerzas para curarse.
—¿Querías quedarte embarazada para ayudarlo? —
preguntó sorprendido.
—Bueno… al principio sí, pero… luego simplemente me
olvidé. No sé, eso fue cuando pensaba que podríamos estar
juntos, pero… ¿Cómo se lo cuento ahora, papá? —Hundí mi
cara en su pecho, con fuerza, mientras sentía como alguien
tiraba de mí, me separaba de los brazos de mi padre y me
abrazaba.
No… no… su fuerza al acurrucarme en su fuerte pecho, la
cálida sensación de protección y… ese olor a Invictus me hizo
creer que estaba en un sueño.
Tragaba con dificultad y mi pecho estaba a punto de
explotar. En mi rostro, un ligero cosquilleo de una barba me
hizo dudar, pero… no, era él. El pánico se apoderó de mí
cuando intentó separarme para que lo mirara a la cara. Una
mezcla de ilusión y miedo me invadió. ¿Y si no era él? ¿Y si
me estaba volviendo loca? Al ver que me negaba me acarició
el pelo de forma errática, estaba nervioso, estaba fuera de su
zona de confort y eso tenía que ser terrible para él. ¿Qué hacía
ahí?
Finalmente levanté la mirada y lo vi, tenía un aspecto
horroroso, parecía haber sufrido mientras no estaba conmigo,
y la parte egoísta de mí se alegró.
Lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos, no fui capaz
de descifrar, aparte del dolor que vi, no sabía si estaba
enfadado o dolido por la mentira. No creía que se hubiese
afeitado en todo aquel tiempo.
—Volvamos, por favor —fue lo único que dijo mientras
fruncía el ceño y me separaba de su pecho.
—Dime algo, Enzo —supliqué.
Cerró los ojos con fuerza y tiró de mí hacia el coche.
—Sam, te lo pido por favor, necesito… irme… ahora —en
sus ruegos solo veía sufrimiento.
—Venga, id juntos en el coche de Sam y yo recogeré todo
lo que hay aquí. ¿Alguno está bien para conducir? —La cara
de felicidad de mi padre contrastaba con las nuestras.
—Yo me encuentro mejor —contesté.
—Conduciré yo —dijo y me miró suplicante—. Por favor,
lo necesito.
—Claro.
Nos montamos en el coche y aunque todavía sentía que me
faltaba el aire, había conseguido dejar de llorar.
No me miraba, no me dirigía la palabra, era como si no
estuviera en el coche. Seguramente estaba tan enfadado que si
me decía algo se arrepentiría y por eso no lo hacía.
Después de quince minutos no pude aguantar más mi
sentimiento de culpabilidad y me atreví a hablarle.
—Sé que no hay ninguna excusa para lo que he hecho,
pero…
—Ya —me cortó.
—Pero, Enzo…, necesito que digas algo —sollocé
mientras le suplicaba.
—Samantha… —No recordaba la última vez que me llamó
por mi nombre completo y me impactó—. No puedo, no
puedo. —Luchaba contra sí mismo en ese momento.
Haber salido de su casa, llegar a otra provincia y escuchar
que le había mentido e iba a ser padre, tenía que ser bastante
fuerte, pero necesitaba escucharlo porque esa incertidumbre
me estaba matando.
Decidí aguantar y esperar a que reaccionara, no sabía si me
llevaría a mi casa o a la suya, no sabía nada. Soportaría la
ansiedad y la frustración que llevaba dentro, hasta ver que
tenía pensado hacer.
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

No veía el momento de llegar a mi casa, la cabeza me iba a


explotar, luchaba por borrar lo que había escuchado y visto,
necesitaba un momento de relax para ordenar mis
pensamientos, estaba desbordado por la situación tanto física
como mental, necesitaba refugiarme y asimilar lo ocurrido.
Nada más llegar a casa, sin darme tiempo siquiera a
aparcar bien, me bajé del coche y vomité. Necesitaba entrar,
tomarme las pastillas y evadirme.
Abrí la puerta y corrí hacia mi habitación, pero tuve que
parar en el cuarto de baño para volver a vomitar.
Estaba destruido físicamente, me dolían los músculos de la
tensión acumulada, y el corazón de lo ocurrido.
Abrí el cajón y rebusqué hasta que di con ellas.
—¡Enzo, no! Espera, por favor.
La miré pero necesitaba tomármelas ya, así que la saqué y
antes de que me las pudiera meter en la boca, agarró mis
manos y las tiró al suelo.
—Enzo, ya estás a salvo. Por favor, habla conmigo —su
voz parecía lejana, solo quería evadirme y no podía escucharla
en este momento.
—Sam, déjame, necesito que me comprendas. —Me
agaché a coger una pastilla, pero ella la pisó.
La cogí en peso mientras se zarandeaba intentando soltarse
sin conseguirlo y la solté fuera. Cerré la puerta y esperé por si
intentaba entrar, al ver que no lo hacía, volví a coger otras
pastillas y me acosté a olvidar todo.
Cuando me desperté habían pasado muchas horas, eran las
diez de la mañana, quizás me había pasado con la medicación,
pero lo necesitaba.
Salí del cuarto y fui a la cocina a comer algo, aunque
seguía sintiéndome muy mal, con presión en el pecho y la
mente bloqueada.
A lo lejos escuché a Sam como vomitaba. Eso no hizo más
que intensificar mi ansiedad, al no ser capaz de afrontar lo que
me estaba pasando. Tenía ganas de explotar, de partir algo, de
dar un puñetazo, pero… yo no era así, la única manera que
tenía de afrontar esto era dejando que pasara el tiempo hasta
que tuviera fuerzas.
Escuché como tiró de la cadena y me volví a mi
habitación, con el plátano que me estaba comiendo y el café
que me iba a tomar, tenía suficiente para volver a olvidar.
—Enzo, ¿te has despertado ya?, ¿puedes hablar ahora? Por
favor —su voz era débil.
—Sam… —Ni siquiera me volví a mirarla, no estaba
preparado todavía a afrontar el problema—. Ahora no.
—Ahora no, ¿entonces cuando? ¡¡¿¿Cuándo??!! —su grito
me hizo apretar la mandíbula con fuerza—. ¡Mírame!
¡Pregúntame por qué lo he hecho! ¡Enfádate! ¡Grítame!
―hablaba entre sollozos—. Di algo, por favor. —Cerré los
ojos con fuerza y sentí como corría nuevamente al baño a
vomitar.
¿Qué clase de persona la dejaría sola en su estado en aquel
momento?
Me acerqué a ella y la agarré. No podía mirarla a la cara
todavía, algo me lo impedía.
—Me voy a mi casa. Me voy. ¿Qué hago aquí sola? Sé que
soy culpable, pero…, yo también me acabo de enterar de que
voy a ser mamá. Aquí te quedas. —Salió rápidamente y yo la
seguí.
—¿Te das cuenta, ahora? Ves como no es fácil estar con
una persona con mi problema. ¿Crees que no me gustaría
disfrutar de este momento? He hecho un esfuerzo inhumano en
llegar hasta Cádiz, pero… no es suficiente para ti. Te dije que
tarde o temprano te cansarías de mi situación. Llegué
destruido, pero solo pensaba en encontrarte allí y eso me dio
fuerzas, pero escuchar eso fue… No puedo, Sam, simplemente
no puedo ahora, necesito dormir. —Seguí andando sin
volverme para no ver cómo se sentía y me fui.
Mientras cogía la pastilla escuché la puerta, se había
marchado. Salí para ver si se había llevado las cosas y me
encontré su móvil y algo escrito en una servilleta.
Tienes razón, te he fallado y no he estado a la altura,
debería haberte comprendido y tener paciencia.
Intentaré arreglar por lo menos lo que esté en mi mano con
“nuestro problema”.
¿A qué demonios se refería con “nuestro problema”?
¿Qué pensaba hacer?
Cogí su teléfono y pensé en llamar a su padre para ver si se
dirigía allí, cuando vi que había buscado teléfonos de
ginecólogos. Miré la última llamada y vi la dirección del que
había llamado.
Me vestí y salí corriendo a buscar el coche. Tuve suerte
que estaba aparcado casi en la puerta. Respiré hondo un par de
veces y lo arranqué.
Llegue, crucé la puerta y me dirigí a la zona de
ginecología, sabía perfectamente el lugar puesto que era
nuestra clínica.
¡¡Dios mío, Enzo!! —la voz de Pilar totalmente
sorprendida sonó en mis tímpanos, pero necesitaba ver a Sam
con urgencia y la ignoré.
Sam no estaba en la sala de espera así que estaría dentro
con total seguridad, era imposible que le hubiera dado tiempo
a salir ya.
Llamé a la puerta insistentemente y escuché como Pedro
me decía que esperase, que estaba ocupado.
Estaba tan acelerado y mi corazón latía con tanta fuerza
que no fui capaz de frenarme y abrí.
La cara de Sam, sorprendida al volverse y verme allí, me
hizo darme cuenta de muchas cosas.
—Nuestro bebé no es un problema. El problema soy yo. —
La agarré del brazo y tiré de ella con cuidado para que saliese
de ese lugar—. ¿Qué diablos llevas en la mano? —Cogí el
papel y lo leí, era una receta de pastillas abortivas.
—Yo… no sé… —Al mirarla solo vi sufrimiento y
desconcierto.
Partí el papel en cuatro trozos y lo tiré a la basura.
—No, Sam…
—Enzo, Enzo. ¿Qué pasa? —Pilar había llamado a Elena y
estaban allí sin salir de su asombro al verme fuera de casa—.
¿Qué ha pasado? ¿Sam está bien? Dios mío, no me lo creo.
¿Qué hacéis aquí? —No era el momento de dar explicaciones,
solo quería tranquilizar a Sam, que empezaba a desmoronarse.
—Vamos a ser padres, hablaremos en otro momento. —
Sus ojos se abrieron como platos mientras se tapaban la boca.
Abracé a Sam, que se hundió entre mis brazos mientras
lloraba desesperadamente por la presión que llevaba dentro.

Nos metimos en el coche y llegamos a casa.


—¿Quieres un poco de agua para la pastilla? —preguntó
Sam.
—No. —Había entendido lo que quise decirle, pero eso no
significaba que yo tuviera razón—. Prefiero hablar. —Sus
rasgos se suavizaron un poco.
Nos sentamos en los escalones del porche trasero sin
tocarnos y sin mirarnos.
—¿Por qué, Sam? —Esa era la pregunta más importante.
—Porque te quiero. —Mi corazón explotó al escucharlo—.
Sé que no es excusa, pero… pensé que era lo que necesitabas
para curarte y estaba desesperada por no perderte. —Me
rompió el corazón en mil pedazos—.Un día me dijiste que
podía hacer lo que quisiera con tu vida porque eras mío, y el
día que te dije que te daría un hijo no me dijiste que no.
—Tampoco te dije que sí.
—Lo sé y… lo siento, lo siento mucho. Si pudiera volver
atrás… Te prometo que lo pensé y lo hice, pero después
simplemente me olvidé. Te juro que fue así.
—¿Qué tipo de padre seré? ¿Qué podré ofrecerle? —
Negué con la cabeza.
—Serás perfecto y le darás amor, un hijo no necesita nada
más.
—No necesito un hijo para curarme.
—Lo siento mucho. —Empezó a llorar.
—Tú me estás curando Sam. Eres la única razón por la que
consigo salir. No sé qué has hecho conmigo y no sé por qué te
he apartado de mi lado, quizás debería haber dejado que tú
eligieras.
Volvió la cara, sorprendida y esperanzada sin poder
reaccionar.
—¿Quieres tener una relación “normal” conmigo? —
Agarré su mano con suavidad.
—Enzo… —Empezó a temblar—. ¿Me estás pidiendo que
seamos novios?
—¿Crees en Dios?
—¿Cómo? —preguntó confusa.
—Yo no creo, pero si tú crees y aceptas, nos podemos
casar por la iglesia. Quiero hacer las cosas bien por primera
vez. —Me arrodillé frente a ella y lo solté. —¿Quieres casarte
conmigo?
—¡Dios mío, Enzo! —Sus ojos brillaban de una forma
única—. ¿Estás seguro?
—Desde el día que te vi por primera vez con esa ropa
colorida. No quiero volver a perderte.
—Sí, sí, quiero. —Su rostro desbordaba felicidad.
Tiré de ella para ponerla de pie y nos fundimos en un
desesperado y apasionado beso, en el que mezclamos y
transmitimos todas las emociones que nos embargaban. Nunca
volvería a separarme de esos labios carnosos y sedosos, que
me hacían estar vivo y conseguían llenar mi mundo de alegría
y esperanza. ¿Cómo pude estar separado de sus besos y del
contacto con su piel? No comprendía cómo pude vivir sin esto
tanto tiempo.
A partir de aquel momento seríamos una familia y haría
todo lo posible por superar mis problemas. Siempre juntos.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

—Mami, ¿cuándo viene papá?


—Creo que acaba de llegar de trabajar, he escuchado el
coche. Si vas a ir a buscarlo, ten cuidado al bajar las escaleras.
Esta niña tenía locura con su padre, no lo dejaba respirar,
estaba deseando que viniera de trabajar para jugar un poco en
el jardín.
Al asomarme por la ventana observé cómo corría hacia él,
que la esperaba con los brazos abiertos. Se veía tan pequeñita
acurrucada en el pecho de su padre, aunque tuviera seis añitos
ya. Qué rápido pasa el tiempo cuando eres feliz….
—Hola. ¿Dónde está la reina de la casa? —Sin soltar a
Hada se acercó a mí, me besó y acarició mi barriga, con cariño
—. ¿Cómo se ha portado el hermanito, hoy, Hada? ¿Le ha
dado muchas pataditas a mamá? —Ver cómo interactuaba con
su hija me llenaba de orgullo. Tenía pasión por ella.
—¿Cómo te ha ido el día? —Me senté en el sofá donde la
niña había dejado todas las fotos tiradas y empecé a
recogerlas.
—Bien, pero deseando volver a casa con vosotras. —Se
sentó junto a mí y me abrazó.
—Papi, cuéntame otra vez por qué no estamos en esta
casa.
—Ya te lo he dicho muchas veces. Vino un hada mágica
que me ayudó a salir de allí. —Sonreía porque sabía que
hablaba de ella—. Había que comprar otro castillo para mi
princesita.
—Mira qué guapa está mamá con el traje de novia.
¿Cuándo vamos a volver a ese hotel, mami?
—Ya solo quedan dos meses. ¿Te gusta, verdad? ¿Sabes
que nos casamos allí porque fue donde nos enteramos que
estabas en la barriguita de mamá?
Asintió con la cabeza mientras me abrazaba.
Los recuerdos de la boda se me agolparon en la mente y
creo que a Enzo le ocurrió lo mismo porque me estaba
mirando mientras cogía las fotografías. Solo nuestra familia y
amigos, el hotel Azalea solo para nosotros, un lugar
maravilloso.
—Mamá era la novia más guapa del mundo, fue uno de los
días más felices de mi vida, quitando el día que naciste, claro.
—Empezó a hacerle cosquillas mientras se lo contaba.
—¿Por qué os casasteis tan lejos?, abuelo siempre se
queja.
—¿Qué te dice abuelo, Hada? —pregunté con curiosidad.
—Que mamá y papá estaban un poco loquitos cuando se
conocieron —dijo y sonrió con esa preciosa cara blanca y esos
ojos azules como los de Enzo.
—Hada, no le hagas caso al abuelo porque yo creo que él
también está un poco loquito, ¿no crees? —preguntó Enzo.
—No, abuelo es bueno y juega conmigo a las muñecas. —
Frunció el ceño como lo hacía su padre—. Me compra siempre
helado de fresa.
—Haces con tu abuelo lo que quieres, por eso es bueno. —
Pellizqué su nariz.
—Bueno, ¿qué quieren hacer mi princesa y mi reina, hoy?
¿Damos una vuelta?
—Tienes que estar cansado, Enzo, no te preocupes que yo
saco a la niña al parque.
—No, ya perdí durante mucho tiempo mi vida y ahora no
pienso desperdiciarla más. —Bajó a la niña al suelo y me
ayudó a levantarme con mi pesada barriga—. Te quiero, Sam.
Doy gracias por haberte conocido y haber dejado que me
ayudaras. Nunca imaginé que mi vida fuera a cambiar de esta
manera. Te amo. —Todavía conseguía que mi cuerpo se
electrizase al contacto con su piel.
—Te quiero, Enzo. Confiaba en ti y sabía que juntos
podríamos superarlo. Estábamos predestinados a estar unidos.
—Me acerqué como pude y lo besé.
—Qué asco… —gruñó Hada mientras nos miraba.
Salimos de la mano mientras nuestra princesa montaba en
bicicleta. No podía pedir más a la vida, tenía a mi hija, el bebé
que venía en camino y por supuesto a Enzo, disfrutando de la
libertad.
AGRADECIMIENTOS

En primer lugar se lo quiero agradecer a Mireia


de escritores.org con la que hice un curso de escritura
romántica. Sus comentarios positivos sobre mis trabajos me
dieron seguridad en mí misma, me animaron a seguir
escribiendo y a pensar que quizás podría llegar a publicar
algún día.
En segundo lugar, quiero agradecerle a Jacqueline M.Q. por
aparecer en un momento en el que necesitaba ese empujón
para hacerlo, porque si no la hubiera conocido, no habría dado
este paso. Me ayudó a mejorar mi libro con algunas ideas y a
todo el proceso hasta verlo publicado. Me he sentido muy
arropada por ella y acompañada en todo momento.
En tercer lugar, al equipo de edición que consiguió
convertirlo en realidad.
Por último, a Ana Vacarasu, por la corrección.
ACERCA DE LA AUTORA

L. A. Bello (Lorena Alcedo Bello) nació en Chiclana (Cádiz) en 1980 donde aún
reside.
Está casada desde hace 11 años y es madre de dos hijos.
Peluquera de profesión, dejó de trabajar para dedicarse a ellos hasta que en 2020
decidió volver a la vida laboral en el taller de neumáticos que tiene con su marido
en San Fernando.
Amante de la lectura, hace poco más de un año decidió embarcarse en el mundo
de la escritura empezando con una serie “Amor Andaluz” compuesta por 8 libros
en los cuales las protagonistas son andaluzas, cada una de una provincia. “No
cruces la línea” está dedicada a Huelva y en estos momentos entra preparando su
próximo libro que seguro te enamorará.
AYUDA COMPARTIENDO ESTE LIBRO

¿Qué te hizo sentir No cruces la línea? ¿Te enamoró la historia


de Sam y Enzo? ¿Cuál ha sido tu parte favorita?
Sea lo que sea que te sucedió mientras leías este libro, L.
A. Bello desea saberlo. ¿Y cuál es la mejor manera de
agradecerle por su pasión en escribir este libro y además
ayudarla a que llegue a más lectores? ¡Compartiendo tu
opinión en Amazon!
1. Ve a Amazon y reseña este libro.
2. Luego ve a una de las Redes Sociales de L.A. Bello y
notifícale que acabas de escribir una reseña.
3. Te llevarás un enorme gracias y podrás seguir
enamorándote de lo que publica.

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