Está en la página 1de 305

1

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no


tiene costo alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
2
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes sociales,
recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso haciendo una
reseña en tu blog o foro.
3
Beat
Restringida, con los ojos vendados y golpeada, estoy atada en su sótano,
esperando por los hombres que me despojaron de mi ropa y mi humanidad para cobrar
la deuda de él hacía con ellos. Yo.

Nate
4
No se supone que sepa su verdadero nombre, o lo que es peor, no se supone
que me importe. Para mí no es nada más que los medios para un fin. El plan es simple:
liberarme, recoger las piezas de mi alma rota, matar a los bastardos y huir.

Nathaniel Thomas Vela

Detrás del fuerte y atractivo exterior, hay un silencioso homicida, un asesino


que piensa que las armas son para los cobardes y termina a la gente con sus propias
manos.
“Está loca, pero es mágica. 5
No hay mentira en su fuego”.
H
abía una vez, un chico.
El chico estaba triste y perdido y era violento, pero dentro
de él, se extiende la paz.
Está sentado en el porche de su patio frontal, podrido y con
hiedras venenosas, empuñándose el cabello, con los ojos en blanco y limpios. Es
hermoso, el chico. El señor le dio una mala vida y buena apariencia, aunque el chico
lo habría preferido de la otra forma.
Una mujer, parada detrás de él, está gritando y llorando a gritos y golpeando 6
sus puños ensangrentados contra la espalda de él.
La mujer es su madre.
Bajo sus pies yace un hombre con un cráneo fracturado, el contenido de su
cabeza derramado en el césped amarillento. Pedazos rotos de un jarrón adornan su
cabeza como la corona de espinas de Jesús y una afilada esquirla está clavada en su
sien.
Ese hombre es su padre.
Por encima, el Cielo frunce el ceño a lo que el chico de 22 años acaba de hacer,
y por debajo, el Infierno abre sus portones oxidados.
En la distancia, las sirenas están gimiendo su llegada. Más cerca. Más próximo.
Más fuerte.

Había una vez, una chica.


La chica de 20 años era protegida, privilegiada y de pedigrí, pero dentro de
ella, se extendía una tormenta.
Tiene colgado un brillante par de llaves nuevas en su pequeña palma, con una
sonrisa inusual jugando en su rostro. Esas llaves pronto desbloquearán un apartamento
ostentoso que ha rentado todo por sí misma. Sus padres tienen la intención de ser
ricos, pero cada moneda pagada en este apartamento le pertenecía a ella. El dinero
está ensangrentado y manchado… pero es de ella.
En este mismo momento exacto, el chico está siendo tironeado de su porche
por dos oficiales fornidos mientras ellos le leían sus derechos.
La casa en ruinas de él en Stockton está a solo una hora del apartamento pijo
de ella.
Ella está sonriendo.
Él no.
Esta es la historia de un chico y de una chica luchando con tormentas e
intentando encontrar paz en los lugares más inesperados.
Intentarán encontrarlo entre ellos.
7
T
iempo.
Un sabio y vil hombre una vez me dijo que este se mueve
diferente de acuerdo con las circunstancias. Algunas veces es
lento. Pero algunas veces… se desliza tan rápido de tus dedos
que tu vida se acabó antes de que tuvieras tiempo para considerarlo.
8
Mira, la vida es como un reloj de arena. Algunas veces estás arriba y algunas
veces… bueno, estás abajo.
Y justo ahora yo estoy abajo, cariño. Tan. Condenadamente. Abajo.
—Mi idea de diversión es matar a todos…
Lo escucho antes de verlo, su voz cantando en un susurro. Le encanta susurrar.
Un susurro es mucho más poderoso que un grito.
—Mi idea de diversión es matar a todos…
Jadeo. No. Mierda. Dios, no.
—Mi idea de diversión es matar a… Oh. Prescott, querida, la predilección está
golpeándote tarde en esta noche. —Su pijo acento inglés corta mis oídos. Las manos
de Seb encuentran mi nuca y embiste mi cara en la pared pintada con grafiti más
cercana con un ruido sordo. Dejo caer la pelota para el estrés que estaba apretando
hace un segundo, sabiendo que ahora lo necesito más que nunca.
La sangre cálida serpentea por mi frente hasta mi boca y la lamo sin hablar,
cuidadosa de no mostrar algún signo de angustia. Él retuerce mis brazos detrás de mi
espalda con una mano y empuja mi cabeza contra la pared con la otra.
Bang.
—Mira, Amor, te ves sedienta. Podrías querer tener otra muestra de tu propia
sangre. Después de todo, esa es la única cosa con la que estarás dándote un festín por
los siguientes días, supongo.
Mi cabeza es estrellada contra el concreto antes de balancear mi cabeza hacia
atrás para el impacto. Seb me hace girar tan rápido para que lo mire. Una sonrisa
amable tironea de sus labios. Toma mi bolsa rosa de lona (una Nike para mujeres) y
la mete bajo su brazo. El pavimento silencioso de Oakland parece absurdamente
angosto y sofocante ahora que él está aquí a mi lado.

Nariz puntiaguda, labios inexistentes, complexión delicada y piel pálida,


rodeado de venas azules y púrpuras. Balancea las caderas cuando camina, con sus
dedos largos y delgados como los de una bailarina. Le gusta: trajes ostentosos,
9
mocasines de Gucci, follar a chicos jóvenes, preferiblemente entre edades de trece a
diecinueve. No le gusta: la ley, la vestimenta descuidada. Y yo.
—Déjame adivinar… ¿polvo? ¿Metanfetaminas? —Inclina la cabeza hacia
abajo, su sonrisa extendiéndose como una enfermedad contagiosa—. ¿Crack,
cocaína?
—Si te lo cuento, tendré que matarte. —Le doy un cabezazo como antojo y
siento su cráneo estrellarse contra el mío, ignorando el agudo y blanco dolor que está
manchando mi visión—. Y eso es demasiado tentador.
Empuñando mi cabello con un gruñido, Seb me sacude hacia una camioneta
blanca con ventanas polarizadas que están bloqueando mi camino hacia la calle.
Supongo que nuestra pequeña charla se acabó.
—Todavía tienes sentido del humor, veo. Lindo. Lo necesitarás para donde
irás.
Escupo sangre en sus zapatos de gamuza. Mi cabeza se siente como si se
quebrase en dos, pero nunca le dejaría saber a él lo mucho que duele. Seb abre las
puertas de la camioneta y me empuja adentro. Ruedo por el piso sucio, mi espalda
golpeando la puerta opuesta.
Se alza por encima de mí, inclinando su estrecha cadera contra la camioneta.
—Veo que la vida aristocrática de Blackhawk todavía no es suficiente para la
pequeña Prescott. ¿Oakland? ¿De verdad? —Sacude la cabeza con una risa y cierra
de golpe la puerta. El vehículo se agita. Como lo hace mi corazón.
El tiempo definitivamente no está de mi lado justo ahora.
Viajamos por cerca de una hora antes de que la camioneta llega a una completa
parada. Paso el viaje intentando romper las puertas y las ventanas para abrirlas, golpeo
la división entre la parte de atrás y los asientos frontales y las paredes hasta que mis
manos están hinchadas y purpuras.
La histeria arde en mi garganta, enviando llamas de pánico por el resto de mi
cuerpo. Sé exactamente a quién me estaba llevando.
Godfrey.
La puerta del asiento trasero se abre y Seb está frente a mí otra vez, equipado
con dos de sus hombres musculosos, uno en cada lado. Los bulldogs de Godfrey, sin
duda. Tomo aliento y me siento en la esquina de la camioneta, haciendo un
espectáculo de examinarme las uñas. 10
Estos mismos hombres me enseñaron cómo mirar a la oscuridad a los ojos y
desafiarla, incluso cuando no tengo oportunidad. Si muestro debilidad, ellos ganan.
Tendré una muerte explícita y dolorosa sin palabras solo por escupirlo.
—Levántate.
—Oblígame.
—Felizmente. —Se encoge de hombros, chasqueando los dedos una vez y
asintiendo hacia mí. Los dos gorilas trepan en la camioneta y me sacan, cada uno de
ellos sujetándome un brazo. No soy lo bastante estúpida para tratar de liberarme; ellos
pueden arrancarme miembro por miembro y hacer una mezcla de mi piel, así que solo
miro el suelo mientras me cargan, mis pies flotando sobre la acera, hasta un depósito
que no reconozco en un área con la que no estoy familiarizada.
Una vez adentro, las luces fluorescentes me golpean duro.
Entonces Seb me golpea más fuerte. El codo disparado directamente a mi
mejilla.
Colapso de rodillas, la sangre goteando de mi labio cortado y mi mentón, y es
cuando estoy a cuatro patas que noto las pisadas de los zapatos ortopédicos de
Godfrey. El rumor en la calle de aquellos que él usa actualmente —sus piernas nunca
serán lo mismo después de lo que le hice en la noche del rancho— y están chirriando
contra los azulejos como ratones alegres.
Chilla.
Chilla.
Chilla.
Se detiene.
—Prescott. Es tan bueno que te pasaras. —Rueda la palabra pasaras en su
lengua, sin permitir que el juego de palabras se me escape1. Yo podría estar en el
suelo, pero mi mentón está todavía en alto y desafiante—. Qué divertido, no recuerdo
que me hicieras ninguna visita cuando estuve en la prisión estatal.
Levanto la cabeza orgullosamente, mis ojos ajustándose a la luz brillante, y
lanzo una sonrisa ensangrentada y escarlata, cumplidos del hombre que es su mano
derecha.
—No estés triste. Prometo que visitaré tu tumba regularmente. 11
Destella sus dientes, aunque está todo menos entretenido, y sacude su dedo
índice hacia un lado.
—Siéntenla, átenla a esta silla. —Inclina la cabeza en la misma dirección. Dejo
que los tipos musculosos hagan lo que él dijo, mirando a través de ojos caídos mientras
calculo mi siguiente movimiento. Godfrey se ve delicado, frágil. La prisión de San
Dimas hizo el trabajo que yo no pude terminar, y lo debilitó aún más. Su cojera se
puso peor y sus mejillas demacradas. Pero lo sé mejor en pensar que esto trabajaría
en mi favor.
Es cuando el rey está por ser destronado que es el más malvado.

Uno cincuenta y algo, inglés, con la cabeza rebosante de cabello blanco como
el algodón y un bigote a juego, cojea hacia mí, cada pierna creando un semicírculo

1
Juego de palabras: Drop, que, junto con by (Seb había dicho drop by) significa caer de sorpresa, pasarse; pero
Drop (única palabra que Seb resaltó de las dos anteriores dichas) significa caer, perder.
mientras avanza. Le gusta: El dinero, ver a otras personas retorcerse de dolor y a su
hijo, Camden. No le gusta: cuando la gente lo hace enojar… y yo.
Godfrey tiene un bastón de cuatro patas con pelotas de tenis empujadas en cada
final. Lo sujeta con la mano hasta el punto de tener los nudillos pálidos. Los zapatos
blancos estirados para caminar, pantalones de Bermuda y camisas hawaianas como su
uniforme. Siempre se ve como un turista jubilado.
La policía es menos proclive a meterse con un turista.
—¿Qué hay en la bolsa, querida?
—Te rompí las rodillas, tus manos está bien. Puedes abrirla y verlo por ti
mismo —gorjeo, y soy inmediatamente recompensada con otra bofetada de Seb. Mi
cuerpo choca con el piso sucio, una cubierta de suciedad se pega a mi lengua.
—Camden te extrañó. —La voz de Godfrey flota sobre mi cabeza. Calmado.
Sereno. Loco—. Va a venir al estado el próximo mes. Está entusiasmado por verte.
Entusiasmado por matarme, más bien. Me estremezco en mi vestido de Prada.
12
—¿Supongo que es por eso por lo que mi corazón todavía está latiendo en mi
pecho? —Dicho órgano late tan rápido que casi quema un hueco a través de mi piel,
salpicando por el suelo.
—Sí. —Godfrey se inclina hasta el nivel de mis ojos y le da un golpecito a mi
nariz, fingiendo cariño—. Y no. Voy a dejar que mi hijo haga lo que le complazca
contigo después de que te cocines en la miseria. Golpearte, follarte, violarte en grupo.
Estará más que feliz de marcar todas las tres cajas. Pero después de que acabe contigo,
serás enviada de vuelta a mis cariñosos brazos. Y confía en mí, Prescott, no hay
diversión con una bala a la cabeza. Tengo un plan exacto para tu muerte. Serás un
ejemplo, una lección para que todos vean. —Corre su largo y delicado dedo por mi
cuello, dando un golpe con el dedo en mi mentón para inclinar mi cabeza hacia arriba.
Nuestros ojos se conectan, el aire entre nosotros supercargado, si encendieras un
fósforo, el lugar entero explotaría. Una amplia sonrisa de suficiencia se extiende por
su cara arrugada—. Será una muerte hermosa. Llamativa, deslumbrante y creativa. Un
poco como tú, si lo piensas. —Trago, echando una mirada a Seb y a los hombres
musculosos. Están detrás de Godfrey con los brazos cruzados, su regodeo masoquista
apenas contenido por su resistente farsa—. Pero lo primero es lo primero: un
alojamiento. —Su tono se vuelve alegre y endereza su postura, uniendo las manos con
un aplauso—. Prescott Burlington-Smyth me ha encerrado en prisión por unos buenos
años… y ahora va a tener una probada de su propia medicina amarga. Está por
aprender una lección sobre el tiempo. Lo excesivamente lento que se mueve dentro
de cuatro paredes gruesas de nada. Tráiganme a Beat y a Ink. Ahora.
Dos hombres cargan dentro del depósito en tiempo perfecto. Godfrey siempre
era alguien por la puntualidad.
Uno es un hombre bajo y regordete con una máscara de esquí y overoles azules.
El otro es un tipo alto y construido. Está usando pantalones negros de piel rasgados
como segunda piel, con un libro enrollado en su bolsillo trasero, botas militares —
desatadas—, y una sudadera con capucha negra a juego. Su cabello negro y recto está
engominado modernamente, una máscara de Guy Fawkes2 cubriendo su rostro.
Puedes verlo por su forma, postura, y el modo perezoso con que carga su cuerpo
musculoso, que detrás de la máscara hay un hombre que ve más coños que un paquete
de Támpax.
Godfrey se pasea detrás de un escritorio de oficina y cae en una silla, apoyando
su bastón detrás de la mesa.
Seb le pasa mi bolsa Nike mientras los hombres enmascarados arrastran dos
banquitos de plástico en frente de su rey, ignorándome completamente. El regordete
con la máscara de esquí se sienta a horcajadas en la silla. Los años de vivir en el
callejón de la vida me dio fluidez con el lenguaje corporal, y lo que su cuerpo dice es 13
perfectamente claro: está asustado. El tipo de la sudadera negra, por otra parte, estira
las piernas hacia adelante, las crestas de sus bíceps y tríceps abultados y visibles aún
a través de la tela gruesa de su ropa mientras engancha los brazos detrás de la parte
trasera de su silla. Relajado. Cómodo. En paz.
Bueno, él es del tamaño de un tanque. Necesito ser cuidadosa con este. Un
puñetazo de él y estaría acabada.
—¿Ven a la pequeña señorita Ricitos de Oro por allá? Es mi trabajo para
ustedes. —Godfrey inclina la cabeza hacia mí mientras abre la bolsa. Saca las drogas
que yo estaba por vender. Una Glock, un Taser, aerosol de pimienta, un pasaporte
falso y cien dólares en billetes envueltos juntos y metidos en un calcetín. Además,
saca el tique de avión hacia Des Moines que tenía fecha para un mes desde ahora,
poniéndolo en el escritorio como evidencia incriminatoria. Levantando los ojos
malhumorados de vuelta hacia mí, jala los labios hacia abajo, aparentando un
devastado fruncido.
—Una vergüenza, realmente. Tan cerca de escapar de tu destino… aun así, oh,
tan lejos.

2
Máscara de Guy Fawkes: la misma máscara de la película V de Vendetta.
Si Godfrey piensa que me voy a cualquier parte sin su sangre encima de mis
manos primero, es que está sufriendo de Alzheimer por encima de sus nuevas
discapacidades físicas.
No. Quería quedarme hasta el mero final, matarlo, a Sebastian y a Camden,
producir un poco de dinero y encontrar a mi hermano.
Preston.
¿Dónde demonios estás, Preston? No es como si desaparecieras sin una
palabra.
Beat e Ink giran para mirarme por primera vez. Sus máscaras significan que yo
no puedo leer lo que están sintiendo, pero de seguro sé lo que están viendo.
Y no están viendo a una típica traficante que pasó los últimos cinco años
vendiendo cocaína y crac en las entrañas de Stockton.
Mis ondas largas y rubias como la miel, perfectamente recortadas e
impecablemente brillantes, están ahora amasadas a mi sangrienta frente y cuello,
grandes ojos avellanas corriendo en sus cuencas mientras les devuelve la inspección. 14
Estoy usando un vestido gris y corto de diseñador que complementa mi cuerpo
curvilíneo. Suaves y amplios muslos y cintura estrecha. Me veo como la víctima
perfecta. Asustada. Hermosa. Inocente…
Aunque, soy todo menos lo último.
Ink se vuelve para mirar al capo de la droga. Pero Guy Fawkes —o Beat, como
Godfrey se refiere a él— lanza otra mirada hacia mi camino antes de doblar sus brazos
largos y amplios sobre sus pectorales.
—¿Qué mierda, God? —gruñe.
¿Lo apodaban God? ¿Va a dejarme con gente dañada del cerebro?
—Qué mierda contigo de no hacer ninguna pregunta, Beat mi muchacho.
Espero que la mantengas en el sótano hasta que Camden llegue el mes que viene —
ordena Godfrey secamente—. Y si quieres que tus bolas se queden intactas, es mejor
que ella no huya.
Beat sacude la cabeza, riéndose entre dientes al borde de la risa. Al menos
alguien encuentra humor en mi situación extrema.
—No voy a estar con esta mierda. —Su pierna rebota bajo la mesa. Es tan larga
y musculosa que hace que la mesa se sacuda cada vez que la golpea—. Pensé que
necesitabas ayuda con crac y marihuana, no con secuestrar y traficar.
Ink tose, moviéndose con miedo en su asiento.
—Oye, hombre —dice, inclinándose en el hombro de Beat con un susurro—.
Es Godfrey.
Hay un momento cuando sus ojos se encuentran tras las máscaras, trabados en
una batalla silenciosa. Es un momento demasiado largo, y les costará un montón,
porque me doy cuenta de que estos dos están lejos de ser amigos. Funciona en mi
ventaja.
—¿Traficar? —Godfrey se ve sorprendido y ofendido, jugando con el cierre de
mi bolsa—. El único tráfico que ella verá son algunos autos pasando por su camino
hasta tu casa. Esta chica no va a cruzar fronteras. Va a cruzar formas, de vivir a morir.
Solo manténganla en una pieza y bajo tierra hasta la llegada de mi hijo. No les toma
mucho más que algunas células cerebrales y miembros trabajados para hacer eso.
Beat inclina hacia atrás la cabeza, deslizando sus masivas palmas bronceadas
bajo la máscara y se frota la cara de frustración. Mira hacia mi camino otra vez y me
hago un ovillo, intentando verme como un cordero. Ink asiente vehementemente hacia
cada palabra de Godfrey como si estuviera leyendo la Biblia. Hará lo que sea que el 15
maldito Godfrey le diga, como la mayoría de la población humana. Pero el chico
mamut, Beat… tiene agallas.
—No. —Beat apuñala un dedo en el escritorio, arrastrándolo de fin a fin—.
Aquí es donde dibujo la puta línea. Recogeré una bolsa y te pagaré tres meses por
adelantado de renta. No cuenten conmigo. Esto no sienta bien conmigo.
Beat se para en su completa altura, lo cual es aproximadamente la estatura de
un edificio de tamaño normal.
—Oh, no juegues al maldito santo ahora, Beat. —Godfrey se levanta
rápidamente, martilleándolo de vuelta a su silla, escupiendo un grito—. Tú has matado
antes. Puedes ser niñera de una chica rubia por unas semanas. Nadie te está pidiendo
que le rajes la garganta. Eso es lo que nosotros haremos.
Una afortunada aquí. Uno de mis captores misteriosos es además un asesino.
Qué tiempos divertidos. Estoy tan feliz de conocer a Camden. Tan feliz de que
nuestros padres estuvieran en negocios y terminamos follando. Tan feliz de que ahora
estoy atada a una silla en un depósito, a punto de ser arrojada al sótano de un asesino
psicópata. Di, ver, ti, do.
—No voy a hacerlo. —El chico oscuro y alto declara con convicción, con su
tono siniestramente pacífico—. Encuentra a otro culo lamentable para que se arrastre
en tu espectáculo de mierda. No voy a lastimar a la chica.
—Vamos a hacerlo —espeta Ink, asintiéndole a Godfrey y apoyando una mano
en el hombro de Beat. Está mirando fijamente al tipo grande, pero hablándole a su
jefe—. No queremos ningún problema, God.
Beat no tiene nada de eso. Cuando se para otra vez, su silla vuela al suelo con
un estruendo que hace que el cuarto entero jadee. Se dirige hacia la puerta antes de
que la voz de Godfrey lo haga detenerse a medio camino.
—La Hermandad Aryan está cerca. —El viejo se inclina en su escritorio, con
los brazos tensándose para mantenerse erguido sin el bastón para caminar—. Todavía
están en alerta por ti y todo lo que toma es un… —Godfrey toma mi Glock y la apunta
hacia Beat, cerrando un ojo—… pequeño… —Libera el seguro con un suave y mortal
clic, su dedo aplicando presión en el gatillo—… empujón.
Su mano se mueve hacia arriba y dispara una bala a unos centímetros escasos
de la cabeza de Beat. Las náuseas se estrellan en mí y el cuarto entero gira fuera de la
consciencia. Apenas puedo escuchar la voz de Godfrey cerniéndose como nubes
oscuras sobre cielos inquietos.
Beat no se ha movido ni un centímetro. 16
—Pshh. La pequeña Prescott significa problemas cuando está armada.
Cargada, ¿verdad? —Sopla el cañón con sorna y continúa—. Confía en mí, hijo, no
quieres cruzarte con tu amigo leal y auténtico. Yo podría decidir conducirlos
directamente a tu puerta si lo haces.
Aquello pica mi interés y me condena a muerte. Este chico Beat está lleno de
sorpresas. Voy a ser un objetivo caliente al lado de este tipo. Dios, tengo que encontrar
una manera de deshacerme a estos dos payasos. Lo averiguaré cuando me lleven.
—No depende de nosotros. —Ink se dispara de su asiento, sujetando el brazo
de Beat—. Es tu jodida vida, hombre. Ella es solo una chica sin nombre.
Solo una chica sin nombre. No tiene idea de lo cerca que le dio a casa. Yo solía
ser hermana, hija, novia y amiga. Una poeta, una soñadora y una estudiante de honor.
Pero ahora… ahora estoy sola, dejada para valerme por mí misma, sin nadie para
cuidarme. Algunos dirían que estoy tomando mi situación demasiado ligeramente. No
es cierto. Estoy mirando esto desde afuera, proveyendo comentarios sarcásticos. ¿Por
qué? Porque mirar mi situación a través de los ojos de un extraño es todo lo que puedo
hacer para sobrevivir. Después de lo que he pasado, permitirme volverme íntima con
esta cosa llamada alma es prácticamente un deseo suicida. No. Estoy metida en la
realidad, forzándola bajo pensamientos mundanos, y mirando la cosa entera como si
fuera una terrible película de segunda.
—Solo sigue las ordenes, peón —instruye Godfrey, sus ojos volviendo a los
míos. Está acariciando mi arma, viéndose como si usara cada gramo de autocontrol
de su cuerpo frágil para no disparar un hueco en mi frente—. Camden llega a
California en treinta días. Tiene una boda que atender el Londres primero. No
podemos perderla. Después de todo, es la suya.
Mi garganta subiendo y bajando involuntariamente, mi nariz sorbiendo como
si alguien me hubiera dado un puñetazo en la cara.
¿Camden se está casando? Ha sido un largo tiempo desde la última vez que lo
he visto. Hasta ahora, estúpidamente creí que todavía lo conocía. Pero el chico que
dejé atrás no se casaría con alguien que no fuera yo. Al momento que tomamos
caminos separados, fuimos muy parecidos. Nuestras guardias estaban tan en alto que
ni siquiera podríamos haber visto más allá de las paredes que habíamos construido.
Yo fui su sol y sus estrellas, su agua y su aire. Y en mis ojos, él era belleza y
arte, ingenioso e inteligente.
Ahora quiero matarlo, y él… quiere enjaularme.
17
Godfrey me saca de mi ensimismamiento.
—Ahora llévense a la chica antes de que la abra y venda sus órganos al mejor
postor. Unas cosas antes de que se vayan. Uno: No. La. Follen. Le pertenece a Camden
y si él la quiere como un tardío regalo de bodas como esclava sexual hasta que esté
muerta, es su decisión. Dos: no compren su remilgada farsa. La chica podría ser de
pedigrí, pero es el epítome de implacable, y tratará de huir. No esperaría menos de la
hija de un político. Tres… —Toma un profundo aliento, frotando sus delgados
párpados—. No. La. Follen. Lo dije antes, pero lo diré otra vez. Mi hijo está bastante
embelesado con esta. La quiero intacta y, tanto como odio decirlo, sin desflorar. No
le peguen demasiado fuerte y no la violen. Ella es de Camden.
Esto podría haber sido conmovedor si Godfrey no fuera un jefe con bastante
sangre en sus manos para llenar un río, y Camden no fuera un entallado y consentido
niño mimado que vivía del nombre y de la fortuna de su padre. Espero que mi ex no
planeara reproducirse. El mundo necesita más Archer como la televisión diurna
necesita más repeticiones de Friends.
—Nadie va a tocar a nadie —segura Ink, poniendo su mano enguantada sobre
su corazón. Está parado cerca, demasiado cerca. Odio cuando los hombres se acercan
demasiado.
El pulso en mi cuello es tan fuerte que estoy preocupada de que mis venas
estallarán. Sebastian camina detrás de mí, desatando la soga que me encadena a la
silla.
—Oh, y una palabra de aviso —declara Seb casualmente con un tirón
deliberado que lastima mis muñecas, lanzándome hasta mis pies—. Mantengan las
máscaras puestas o véndenle los ojos en todo momento. Si ella se escapa, los cazará
y hará chaquetas modernas con su piel. Asegúrense que no haya objetos afilados cerca
de ella, por la misma exacta razón. Ella puede joderlos tan fuerte que no serán capaces
de caminar derecho por años. —Se frota la parte baja de la espalda, probablemente
rememorando la última vez que lo vi.
Seb me rodea hasta llegar a mi frente y lanza un gancho directo a mi nariz una
vez más antes de irme. Mi cabeza se balancea hacia atrás y mi cráneo encuentra la
pared. Estoy temblando, apretando los ojos para no llorar.
Pensamientos felices.
Los campos de Iowa.
18
El vestido blanco de verano, frío contra mi piel cálida.
Cerezas cubiertas de chocolate.
No llores. No llores. No. Llores.
—Adiós, pequeña canalla. La próxima vez que te vea, voy a darte las buenas
noches antes de tu sueño eterno. —Seb besa mi sangrante frente suavemente,
lamiéndose los labios, y mi sangre, con una sonrisa de suficiencia.
La boca de Ink se abre en un pasmado O a través de su máscara de esquí.
La máscara sonriente de Beat está fija en Seb. Ellos no saben que la última vez
que me encontré con él, empujé a Seb por la azotea de un rancho.
Tuvo suerte de que cayera directamente en los brazos de su jefe, de otra forma,
estaría tan roto como Godfrey.
Beat catapulta a Seb contra la pared, retorciendo el cuello de su camisa definida
en un montón de arrugas.
—¿Golpeando a chicas ahora, Sebastian? —sisea, sujetando la mandíbula de
Seb y apretándolo tan duro que el sonido latente de un hueso rompiéndose llena el
aire—. Y aquí pensé que no podrías ser peor de lo que fuiste en San Dimas.
Seb se ríe y aparta al tipo grande de un empujón.
—¿Una chica? Ella es el jodido diablo. Su exnovio la llama Diabla. Es el
3
Diablo con un coño. Toda tuya ahora. Diviértete, compañero.
Los rebotes de las risas de Godfrey y Seb bailan contra las paredes desnudas
del depósito mientras Ink me guía hacia la puerta por el brazo. Beat está molesto en
nuestros talones, y el pánico se encarga de mis pies, haciéndome tropezar como una
borracha.
No quiero irme.
No quiero quedarme.
No es que esto importe. Estoy jodida de otra manera.
—Necesitamos inspeccionarla por si hay armas potenciales. —Ink tironea la
tela de mi vestido. Beat gruñe desde detrás de nosotros. Salimos a la clara noche de
verano, las estrellas sobre mí se ven borrosas por la contaminación y por la capa de
lágrimas que retengo.
Mi pelota para el estrés. La necesito. Ahora.
19
—Me ofrezco —bufa Ink, su palma acariciando la curva de mi trasero
vacilante. Asustado.
Mi cerebro da una patada a la acción y me doy cuenta de qué va a pasar.
—Me gustaría que Beat me inspeccionara.
Nos detenemos frente a un oxidado Toyota Tacoma —creo que era rojo en
algún punto—, e Ink busca las llaves a tientas en sus overoles.
No quiero follar para salir de una situación mala. Siempre ha sido un límite
duro para mí. Pero esta vez, podría tomar una excepción para salvar mi vida. Godfrey
me quiere intacta. Al minuto que uno de ellos duerma conmigo, tengo ventaja sobre
él. El plan maestro sería huir, pero considerando su ventaja física, es sabio tener un
plan B.
Ahora, no estoy segura de cuál de estos idiotas es más probable a pasarme la
tarjeta de Salir-de-la-Cárcel. Ink parece afectado por mi apariencia, pero demasiado
mortificado por Godfrey y su grupo. Beat, por otro lado, no está intimidado por el
mafioso inglés, pero no se ve como un chico que está en apuros por un coño. Ofrecerle
sexo sería como vender enfermedades de transmisión sexual a una puta de la calle.

3
Diabla, Diablo: originalmente, en español.
—No tienes ni una palabra en esta mierda —anuncia Ink con autoridad
prestada. Puedo escuchar la duda goteando de él. Él es lo que llamo un trabajo fácil.
Si fuera solo él vigilándome, yo había estado bailando en los campos de maíz de Iowa
muy lejos de aquí a esta altura, con las cabezas de Sebastian y Godfrey metidas en esa
bolsa Nike.
—Me pones incómoda. —Tironeo mi brazo.
—¿Qué, y el otro chico te calienta y te confunde? —Suena genuinamente
ofendido.
Beat se inclina más cerca detrás de mí y siento el calor de su cuerpo vagando
hasta el mío. Está cerca. Cerca como “atleta caliente inclinándose contra tu casillero”.
Va a ser difícil rodear a alguien de su tamaño.
—¿Crees que soy bueno? —Su respiración se mueve a través del plástico de
su máscara, haciéndome cosquillas en el oído. Me estremezco hasta los dedos de mis
pies. Su boca huele a melocotón. ¿Qué malo puede ser un chico que huele como a
melocotón?
20
—Más b-bueno. —Me aclaro la garganta, los ojos todavía apuntados a Ink
frente a mí. Ink sacude la cabeza, indicando que estoy completamente equivocada. El
aire se vuelve frío. ¿Por qué no he notado que está tan frío?
Porque no lo está. Es agosto en California y tengo frío porque estoy aterrada.
—Probemos tu teoría. Voy a tocarte ahora. Te mueves sin permiso y te rompo
el brazo.
Mi labio inferior cortado se divide otra vez mientras lo frunzo. Definitivamente
se ve como un chico que hace bien sus amenazas.
—De acuerdo. —Humedezco mi labio ensangrentado, mi voz suave.
Beat abre mis piernas y me levanta los brazos, palmeándome secamente, como
la seguridad del aeropuerto. Sus dedos ásperos acarician las curvas de mis hombros
mientras él baja de mi cráneo hasta la parte externa de mis pechos, rodeándolos
perezosamente. Bajando por mi estómago, más hasta las caras internas de mis muslos
tensos, luego aparta la tela de mi minivestido para hacer espacio para sus cálidas
garras.
Cada músculo en mi cuerpo está preparado para correr, para huir, para tratar de
lastimarlo; el recuerdo de cada experiencia que he pasado me demanda que tome
acción. Pero esto… no se siente como una violación. El gusto agrio de la bilis aún no
ha explotado en mi boca.
Sus manos bajan hasta mis piernas, acariciando mis tobillos… luego se detiene.
—¿Tienes algo dentro? —Se agacha, enganchando uno de sus pulgares en mi
bota baja. Su rostro enmascarado está al nivel de mi pelvis y el calor se extiende a lo
largo de mis huesos como cera caliente.
—No —miento. Todavía hay una oportunidad de que él no revise.
Pero revisa.
Beat me quita la bota de un tirón y un cuchillo suizo del ejército cae con un
ruido metálico en la acera de hormigón. Suelto un suspiro y dejo caer la cabeza.
Mierda.
Pensamientos felices.
Yogur congelado con Preston en el centro comercial local.
Doblada en la hamaca en forma de huevo con un libro de Mia Sheridan.
Lirios acuáticos floreciendo sobre el estanque artificial en el jardín de la casa
Burlington-Smyth. 21
Una sonrisa genuina de un extraño.
Beat se levanta lentamente, su máscara alegre centrándose en mi cara. Todo se
ve como una escena de una película de terror.
Y yo soy la víctima.
—Sabes que puedo lastimarte sin dejar marcas físicas. —Su pulgar roza mi
labio inferior, como si estuviera por besarme, y los escalofríos corren de arriba abajo
por mis brazos—. No me pruebes, Botas. Puedo asegurarme de que sufras más de una
manera de lo que tu culo de club de campo está acostumbrado.
Tal vez es porque su dedo está sobre mi labio ensangrentado, y tal vez es
porque su tono es el más tranquilo que he escuchado jamás, pero la amenaza corre
profundamente.
—Lo lamento t-tanto —tartamudeo con las mejillas calientes.
No responde, solo me empuja suavemente en dirección a Ink, anunciando con
un tono plano:
—Vamos a vendarla. De ninguna manera voy a manejar con esta mierda en mi
cara. Espera aquí.
Pasea hasta el otro final del estacionamiento desierto, dándonos la espalda,
mientras Ink hunde los dedos en mi brazo como un niño nervioso. Ink está nervioso,
inquieto y, a juzgar por los charcos húmedos bajo sus axilas, aterrorizado. Miro
mientras Beat se quita su sudadera con capucha negra en la esquina oscura del lote.
Su espalda está definida con arcos y músculos. Bronceado, y no solo por el sol.
Un trabajador manual, probablemente no caucásico, hago una nota mental en
caso de que necesite identificarlo en la estación de policía algún día. Todavía
optimista, como puedes ver.
La mitad de la espada de Beat está tatuada hasta su último centímetro, y la otra
mitad está completamente libre de tinta. El tatuaje termina junto con su columna,
haciéndolo lucir como mitad hombre, mitad máquina. Miro su cuerpo duro flexionarse
mientras muestra mi cuchillo suizo, lo abre y lo usa para rasgar su camisa negra en
largas tiras.
Maneja el cuchillo con destreza. Cada movimiento es metódico, deliberado,
casi como estuviera cortando para hacer algo magnífico, no arrancando para volverse
un arma contra mí. 22
Tal vez él es un carnicero. Todo sobre él gritaba peligroso.
Mató antes.
Acaba de salir de la Prisión de San Dimas.
Tiene contactos con la Hermandad Aryan.
Justo imaginar el cuello de Godfrey, en lugar de la camisa de Beat, siendo
rasgada en tiras hace que mis muslos tiemblen.
—¿Tú le hiciste eso a él? —Señalo con el mentón la espalda medio tatuada de
Beat. Ink bufa de forma engreída.
—Sí que lo hice.
Ink es un tatuador. Y uno estúpido en eso, porque ordeñar información de él es
tan fácil como hacer que un taxista te diga la historia de su vida.
Beat camina de vuelta con el pecho desnudo, con la sudadera colgada sobre su
hombro tatuado, con tiras de tela negra sujetas en su palma.
—Manos —ordena afiladamente. Levanto las manos, con los puños pegados.
Él toma un pedazo de tela negro y ata mis manos la una a la otra. No duele, pero no
seré capaz de liberarme.
Y el señor Átame-Pero-No-En-Una-Cama toma mi cuchillo suizo.
—Gírate.
Giro sobre mis talones y él envuelve una segunda tela negra sobre mis ojos.
Completamente vendada e indefensa, la comprensión de que estoy en problemas corre
más profundo. Beat e Ink podrían no ser tan peligrosos como Godfrey y Seb, pero aun
así son capaces de hacerme cosas muy malas.
—Entra —rechina Ink detrás de mí. La puerta de la camioneta se abre por el
sonido de este, pero me quedo enraizada al suelo.
—No tengo idea de dónde estoy yendo —digo furiosa. Beat gruñe otra vez. Lo
siento levantarme, los bultos de sus bíceps duros y redondos, y apoya mi estructura
en el asiento con olor a cerveza. Mi vestido se levanta, y sé que ellos pueden
probablemente ver mis bragas. Trato de bajarlo contoneándome.
—¿Puedes bajar mi vestido? —Solo manejo en tragar algo de mi humillación,
con la voz empapada de vergüenza cruda. Un momento de silencio pasa antes de sentir
las puntas de sus dedos jalando el bajo de mi vestido hacia mis rodillas. Un temblor 23
se rompe en mi columna, serpenteando hasta mi cráneo.
Probablemente solo miedo, me digo a mí misma.
—Gracias.
Me empuja por el hombro por lo que estoy yaciendo en la cabina y cierra de
un portazo a mi espalda.
—No levantes la cabeza a menos que quieras que dispare un hueco
directamente en ella —ladra Ink, y alguien cierra la puerta del pasajero de golpe—.
Disfruta del viaje.
—Tengo la completa intención de hacerlo —espeto, mis ojos mirando la tela
negra como el alquitrán con un aroma silvestre y masculino.
Me subestiman. Así es exactamente cómo me gustan mis rivales.
Piensan en mí como una puta rica, como un juguetito frágil.
Poquito sabe que no soy un juguete, soy una tormenta.
Y voy a destruir sus vidas.
Beat e Ink pasan el viaje hablando sobre Godfrey y Seb. Me doy cuenta de que
todos ellos se conocieron en un reino mágico no demasiado lejos llamado Prisión
Estatal de San Dimas. Pero no podría importarme menos si todos se conocieron a
través de un club de tejidos. Reúno pedazos de la operación de Godfrey mientras
intento sacar sentido de todo esto.
Después de que lo organicé para que Godfrey y Sebastian fueran metidos en
prisión, me convertí en una traficante aficionada, dando un pequeño mordisco a un
pedazo insignificante de la torta del cartel de drogas NorCal. Yo tenía tres calles que
trabajaba en Oakland, Richmond y Stockton. Los jefes de crac sabían mejor que
molestarme, especialmente después, antes de entrar a mi tocada, rompí la mandíbula
de alguien con mi Glock cuando trató de toquetearme. Hay mucho que puedo tolerar,
pero acoso sexual es un duro límite.
Cocaína. Marihuana. Crac. Incluso superpegamento. Si puedes colocarte con
esto, lo tenía en mi bolsa rosa de lona. 24
Los proveedores con los que trabajaba me daban un cincuenta por ciento de
descuento por avisarles sobre los paraderos de todas las drogas que Godfrey y Seb
contrabandeaban más allá de la frontera antes de que fueran pillados.
Síp, esa soy yo.
Pequeña. Rubia. Entallada. Valiente.
Godfrey Archer y Sebastian Goddard sabían que yo estaba picada por escuchar
sus negocios en el exterior, y no voy a mentir, una parte de mí vende drogas porque
necesitaba el dinero, pero una parte más grande lo hizo para burlarse de ellos.
Escuché que ellos ya estaban localizando a los presos que estaban por serles
concedida la libertad condicional, juntando soldados para ayudarlos a reclamar su
imperio. Recientemente, cambié de calles. Cayeron la mayoría de mis clientes y
siempre me encontraba con mis regulares en diferentes aceras para no ser atrapada.
Aparentemente, el cliente con quien se suponía me iba a encontrar hoy, Joe, le
avisó a Godfrey y me traicionó. Imbécil. Pero es así como trabaja Godfrey: comprando
amigos y recolectando deudas.
Estoy segura de que Beat e Ink le deben un favor. Uno grande, también. Un
favor que él cobra esta noche, en forma de mí.
Los hombres cambian canales de radios. Mi falta de vista agudiza mis otros
sentidos. Detecto la voz ronca y monótona de Beat. Los gruñidos son su favorito
método de comunicación, y la paz es la atmósfera que se derrama de este hombre
enorme. No habla mucho, nunca levanta la voz y está poco impresionado con su
compañía. La voz de Ink combina con su lenguaje corporal: alto, chillón y elocuente
como una alcachofa. Habla un montón, pero dice muy poco. Un signo definitivo de
estupidez.
—¿Puedes creer esta mierda? —escupe Ink—. Nadie tiene tiempo para hacer
de niñera de esta niña rica. Va a follar, sin embargo.
Beat gruñe en respuesta. Tal vez no comparte el sentimiento.
—No podemos aprovechar, pero tal vez podemos irnos con una mamada. ¿Qué
piensas?
—Si descubro tanto como un rasguño una de las uñas de sus manos, voy a
llevarte con Godfrey por las pelotas. —Beat suena tan sereno, que pensarías que acaba
de ofrecerle a Ink unas vacaciones de placer en Bora Bora.
25
—Vaya, ¿qué te importa de esta lamentable chica?
—No me importa. —Él es indiferente, tranquilo, ilegible… y aterrador como
la mierda—. Pero eso no nos da luz verde para actuar como zorras.
¿Es un buen momento para decirle que el Príncipe William no pedirá consejos
de etiqueta en algún momento pronto?
—Lo que sea. —Ink ignora al Príncipe Estúpido de la Costa Este—. Solo
espero que no llore todo el día. Las paredes son delgadas y sabes cuánto necesito mis
siestas matutinas.
—No te preocupes —disparo desde el asiento trasero—. Mis emociones son
raras y valiosas. No los desperdiciaré a favor de ustedes.
Beat gruñe.
—¿De dónde es esa cita?
—De un lugarcito oscuro y retorcido llamado mi cabeza. —Froto mis manos
atadas contra mi cara. La tela pica, y huele como Beat. No es un mal aroma. Picante
y fresco, con una punzada de sexo incluido.
Algo masculino. Algo peligroso. Algo almizcleño.
—Mierda, tenemos a una sabelotodo —bufa Ink. Escucho una bofetada con
que Beat debe haberle concedido.
—Tu lugar oscuro y retorcido podría valer la pena en ser visitado, niña. —El
cumplido está dirigido a mí.
—Gracias. Eso significa un montón viniendo del tipo que me acaba de
secuestrar —digo inexpresiva.
—La enana tiene boca —se queja Ink.
—Sí, bueno, la enana está con suerte. Nuestras paredes no le contestarán —
dice Beat, cerrando de golpe una tapa en la conversación.
Se detienen en una cuneta y me arrastran en lo que presumo es su casa. Me
resisto, clavando los talones al suelo. Pateando, gritando, haciendo una escena.
Rezando para que alguien escuche. Mi cuerpo se retuerce de lado a lado mientras ellos
me escoltan. Alguien trata de palmear una mano sobre mi boca cuando me doy cuenta
de que mis gritos pueden atraer la atención, y lo muerdo duro hasta que mis dientes
se encuentran. Una bofetada en mi mejilla azota mi cara, mi cabeza chocando con un
hombro duro como una piedra.
Incluso antes de sentir la pequeña palma aflojarse, sé que es Ink y no Beat. 26
Dejo de gritar porque:
1. Escuece como cientos de agujas picando mi mejilla, especialmente desde
que Seb ya ha estrellado mi cabeza contra cada superficie con que nos topamos
anteriormente esta tarde.
2. La puerta detrás de mi espalda se cierra con un ruido ensordecedor, y la ira
silenciosa electrifica el aire.
—¿Qué te dije sobre tocar a la chica? —El gran cuerpo de Beat fija a Ink en la
pared más cercana por el sonido de huesos golpeando el concreto—. Te libero con
una advertencia. —Escucho algo chasquear. No un hueso, tal vez un ligamento. Ink
llora de dolor, aullando como un perro que acaba de perder una pelea—. La próxima
vez, tu carrera brillante de voltear hamburguesas va a terminar por el motivo de dos
brazos rotos. Sin advertencia. Sin segundas oportunidades. ¿Entiendes?
Ink está intentando tragar un grito, y escucho una bofetada que no aterriza en
mi cara. Salto hacia atrás de todas maneras. Beat recibe su respuesta en forma de un
duro trago que de verdad puedo escuchar.
—Palabras, idiota. ¿Lo entiendes?
—Sí. —La voz de Ink me dice que él, también, está aterrorizado por la
presencia imponente de Beat. El poder en el lugar es distribuido al azar: yo no tengo
nada, Ink tiene muy poquito y Beat… manda en este lugar.
—No la toques —advierte él—. Jamás. Otra vez.
Mi ardiente mejilla y yo estamos aliviadas cuando siento las manos callosas de
Beat empujarme a través de lo que creo es su sala.
—Vamos, Club Campestre. Te ocuparás de tu cuarto.
Justo cuando tengo una oportunidad real de formar algún tipo de diálogo con
este hombre raro, él me lanza en su sótano, espolvoreado con un aroma sucio y
mohoso. La cerradura hace un chasquido desde el exterior.
—No. —Una voz pequeña escala mi garganta seca como un papel—. ¡No, no,
no! —Estoy lanzando mis puños atados contra la puerta, rogando.
Atada, vendada y con una desesperada necesidad de orinar, empiezo a pasear
en un patrón, intentando averiguar cómo de grande es el cuarto y qué hay dentro.
Estoy con hambre y sucia por mi propia sangre y por haber sido tocada por Sebastian
y Godfrey. Y me mata saber que debería haber sido de la otra forma. Se suponía que
yo los tenía en la mira, no ellos a mí. Si las cosas hubieran ido acorde a mi plan, habría
matado a Godfrey y a Sebastian a finales de agosto. Por septiembre, habría estado en 27
un avión hacia Iowa, sorbiendo cocaína carísima y masticando maní de camino a una
vida nueva y mejor. Una vida donde no importaría que mis padres me negaran, que
mi amante me arruinara, que mi hermano todavía estuviera desaparecido y que yo me
convirtiera en una salvaje que usa trucos atrevidos para ver el día siguiente.
No podías solo dejarlo pasar. Una vez más, tenías que dejar que tu ego ignorara
tu bienestar.
Pero incluso mientras la culpa se desarrolla dentro de mí, sé que me quedé aquí
todo este tiempo no solo porque quería masacrar a Godfrey, Camden y a Sebastian
como bestias salvajes. Me quedé en NorCal esperando encontrar a mi hermano,
Preston. Desapareció por los pasados cuatro años, desde antes de que el imperio
político de mi padre colapsara. Yo tenía veintiuno en ese momento y él tenía solo
dieciocho. Yo quería plantarme, dejarle saber que todavía había un lugar que podría
llamar casa en caso de que regresara.
Ese lugar era yo.
Mamá… ella hizo infrecuentes visitas en nuestras vidas, rodando dentro y fuera
con su maleta de Louis Vuitton.
Papá y ella nunca se llevaron bien. Mi padre era demasiado orgulloso y
demasiado estúpido para aceptar su engendro gay. Preston fue considerado indigno
como un ser humano e indeseado como hijo. Supongo que él decidió salir y dejar la
casa donde no era bienvenido.
Pero Preston no ha aparecido esta noche. Beat e Ink sí.
Sabiendo que estaré atascada en este lugar por al menos unos días, necesito
mantener la cuenta del tiempo y la fecha.
Camden llega en un mes y, sin importar qué, no llegará hacia mí vivo, bien y
dispuesto.
Muerdo la punta de mi dedo índice. La piel se rompe y cuando siento la sangre
espesa y cálida goteando, escucho un largo rayo en la pared más cercana.
La cuenta regresiva empieza.

28
U nas horas después, la puerta chirría y mi cabeza se levanta de golpe.
Estoy sentada en la esquina de la habitación, mis rodillas recogidas y
mi mentón apoyado sobre ellas. Las uñas de mis manos están dobladas
y rotas, un recuerdo amargo de mi vano intento de escape. Encogiéndome en mí
misma, respirando lo más silenciosamente posible, espero.
Creo que escucho las pisadas de Beat. Son más lentas cuando pasea, más 29
amplias cuando da zancadas. Él es muy alto. Muy calmado, también. En paz. Mis
pulmones resoplan y recuesto la cabeza. Me tomaría semanas limpiar toda la sangre
seca.
—Comida. —Patea la suela de mi bota. Así que es él. De una forma, me hace
sentir un poquito menos asustada.
Él no me quiso aquí y no me abofeteó en la cara. Desafortunadamente, en mi
mundo, eso lo califica como un tipo de caballero negro.
Escucho el ruido de un plato de plástico siendo arrojado en mi dirección por el
suelo, pero no hago movimiento para alcanzarlo.
—¿Eres sorda? —pregunta.
—¿Eres estúpido? —Me hago la listilla—. Estoy vendada y atada. ¿Cómo
demonios se supone que llegaré a esta comida? ¿Con el poder de la telepatía?
Me ofrece otro gruñido, e inmediatamente me arrepiento de espetarle. Siento
sus dedos trabajando en la tela negra que está atando mis manos, ese aliento con sabor
a melocotón sobre mi cara otra vez.
Una vez que estoy libre, él me dobla, su calor me envuelve, y pone el plato en
mis manos.
—¿Qué hay para cenar? —Humedezco mis labios lastimados.
—Filete confitado con whiskey, y a un lado espárragos mezclado con vino. —
Suelta un resoplido antes de agregar llanamente—: Espera, mi error. Es solo un
sándwich de mantequilla de maní.
—Eso está mejor. Soy vegetariana.
—Haré que nuestro chef lo sepa. —Me ofrece su tipo de sarcasmo, su voz ya
descendiendo. Me doy cuenta de que está por volver a subir. No puedo dejar que eso
pase. ¿Quién sabe cuándo me chequeará otra vez? La oportunidad de contener la orina
por un minuto más es un tormento.
—¡Espera! —Me lanzo hacia adelante, gateando en el suelo hacia su voz. No
escucho nada, así que continúo—. De verdad necesito tomar una ducha, lavarme toda
esta sangre. Y de verdad, de verdad necesito orinar. —Me arrastro de vuelta en la
esquina, tomando un pequeño mordisco de mi sándwich, con los dientes rozándose
contra mis dedos—. ¿Por favor?
Siento su palma presionándose plana contra la pared en la que estoy apoyada.
Juro que se mueve un poquito por el impacto.
30
—Termina tu sándwich. Hazlo rápido.
Engullo mi cena antes de que él tome mi mano y me lleve arriba por las
escaleras. Camina cercanamente por atrás, y aunque está tomándome una eternidad
subir por la estrecha escalera, él mantiene su recuento de gruñidos a un mínimo
respetable.
Guiándome hacia el baño por el brazo, abre la puerta y ambos caminamos
dentro del pequeño cuarto. Todavía vendada, siento la fría pileta apuñalándome la
espalda baja, pero el calor de su cercanía me refrena de temblar.
—Necesito mi privacidad. —Me doy un lametón en los labios, sintiéndolo en
todos lados. No solo Beat es físicamente grande, también es de alguna forma una
caldera humana. Juro que irradia suficiente calor para hacer la fotosíntesis de un
bosque entero.
Supongo que es bueno, porque siempre sé cuándo está él por ahí. Pero también
es malo, porque, ¿por qué importaría? No es como si pueda pelear con él en cualquier
manera.
—Sigue soñando, Club Campestre. —Otro gruñido.
—Por favor. —Mi voz se rompe. Generalmente, estoy contando con mi cabello
rubio caramelo y mis grandes ojos como animal de Disney, lo cual él
desafortunadamente no puede ver ahora, para sacarme de problemas. Tengo una
sensación de que este chico es más duro de quebrar—. Solo enciérrame y quédate
haciendo guardia afuera. ¿Qué puedo hacer? ¿Armarme con una barra de jabón?
¿Intentar liberarme a través del hueco de la pileta?
¿Va a tragárselo?
¿Es sensible?
¿Es inflexible?
Tal vez es ambos. Tiene unos serios códigos por seguir (no pegarles a las
mujeres, no maltratar a tu víctima) aun así, está fundamentalmente de acuerdo con
encerrarme aquí. Luego está su tono y su lenguaje corporal. Pacífico. Como si no
tuviera una importancia en el mundo, lo cual no podría ser más allá de la verdad. Lo
he conocido por unas cortas horas y ya estoy al tanto del hecho de que él estuvo preso
en San Dimas, ha matado, le debe a Godfrey un favor y tiene a la Hermandad Aryan
en su trasero.
—Estás advertida… —Su respiración con sabor a melocotón me hace
cosquillas en la nariz—… cuando la gente es mala conmigo, yo soy peor. No tientes 31
a mis demonios.
Beat quita mi venda, pero no es lo bastante irreflexivo para mostrarme su cara.
Su camiseta negra está jalada sobre su cabeza, revelando un six-pack con tatuajes.
Incluso sus dedos están llenos de azules y negros. Aun así, un lado de su cuerpo está
completamente libre de tinta. Masivo, amenazante… y tanto como odio admitirlo,
atractivo.
Dulce Estatua de la Libertad, si necesito follar a uno de ellos en nombre de la
libertad, por favor que sea a él y no al robusto tatuador.
Beat puede verme a través de la tela de su camiseta, pero antes de tener la
oportunidad de divisar su cara, él corre fuera del baño y cierra la puerta desde el
exterior con una llave.
—Tienes quince minutos para hacer lo que sea. Orina, caga, báñate, vístete.
Empezando ahora.
O discuto o desperdicio un segundo. Salto a la ducha y orino mientras el chorro
de agua salpica mi cuerpo. Mi vejiga está quemando con la liberación, y también las
heridas ardientes con las que Seb me decoró. Lentamente, estoy empezando a sentirme
un poquito mejor, pienso un poquito más claramente.
El agua está caliente y violenta contra mis músculos cansados. Hay solo una
barra de jabón, estoy bastante segura de que Beat e Ink la están compartiendo (estoy
suponiendo que son compañeros de piso por las dos toallas desgastadas en el anaquel).
No muy higiénico, pero la higiene es un lujo que no puedo permitirme justo ahora.
Friego mi cuerpo y mantengo el agua corriendo mientras trato de abrir la
ventana manchada de óxido junto a la cabeza de la ducha. Me paro de puntitas,
mirando afuera, parpadeando la incredulidad mientras la vista frente a mí se registra.
Un adolescente con una gorrita zigzaguea su paso con una bicicleta en medio de la
calle, los cables de electricidad sobre su cabeza enredados con cordones y zapatillas.
Más allá de la vista de las casas estrechas, porches marchitándose y el eco de los
perros desesperados ladrando hay un Taco Bell.
¡Taco Bell!
Reconozco la sucursal. Estoy en Stockton. Aquellas calles las conozco, cuyos
cabezas del crac estudié, esos lenguajes de dificultad y adversidad que hablo
fluidamente.
Estudio mi alrededor. La casa en la que estoy atrapada es simplemente de un
piso, y la caja justo frente a mí es probablemente un chalé idéntico. Se ve desierto, así
que gritar me llevará a nada más que la lista de mierda de Beat e Ink. 32
Pero estoy suponiendo por el sonido del tráfico y a la localización del
restaurante de comida rápida que estamos cerca de El Dorado, una de las calles
principales de Stockton.
Sabiendo dónde estoy funcionará a mi favor cuando huya.
Y voy a huir. De un modo u otro. Con o sin la ayuda de Beat.
Siempre aterrizo de pie.
Me escapé de Camden, Godfrey y Sebastian. Deshacerme de esos dos debería
ser una caminata en el parque.
Los puños de Beat golpean contra la puerta tres veces, luego desbloquea la
puerta desde afuera.
—Oye, Cuchara de Plata. Tu tiempo terminó.
—Solo un segundo —llamo, cerrando el grifo y dando un paso afuera. Me
estiro por una de las toallas oscuras y masculinas y me cubro mientras me agacho para
recoger mi vestido gris.
Espera un minuto.
Toallas… Oscuras… Masculinas.
Podrían tener una hoja para afeitar. Demonios, podrían tener un arma aquí.
Empiezo a abrir cajones, todavía envuelta en una toalla, desesperadamente
intentando encontrar algo con que lastimar a Beat. Ni siquiera me importa si él
escucha. Dame una hoja de afeitar y cortaré a este Goliat de dos metros en pedacitos
del tamaño de la Barbacoa. El talento puede ser más que trabajado y la ira puede
sobrepasar de tamaño. Ese es el lema por el que vivo.
Beat golpea otra vez la puerta y esta chilla en las bisagras.
—Oye… tú —gruñe. Ni siquiera sabe mi nombre—. Si me haces abrir esta
puerta por mí mismo, jodidamente lo lamentarás.
Lo ignoro. No puede violarme o lastimarme. Godfrey hizo eso claro.
¿Honestamente? Ni siquiera estoy así de asustada de él. Él no ha sido nada más que
compasivo conmigo de lejos, en su propia manera, furiosa y de Stockton. Maldición,
sin embargo. No tienen absolutamente nada en estos cajones. Vacío, vacío, vacío.
¿Qué les pasa a estos hombres? ¿No viven aquí, o pensaron en este escenario de
antemano? Probablemente lo último. Estoy por girar y recoger mi vestido cuando la
puerta se abre y la cara de Guy Fawkes me recibe otra vez, como un loco de mierda. 33
Los cajones están todos abiertos. Lancé la mayoría de su contenido al suelo en una
desesperada búsqueda por un arma.
Esto no se ve bien para mí.
Tropiezo hacia atrás, pero él alarga el brazo rápidamente, jalándome por la
toalla contra su cuerpo. Choco levemente con sus duros abdominales, mis ojos
centrándose en las curvas de sus pectorales.
De acuerdo, me retiro. Un poquito asustada ahora.
—¿Quieres jugar así? —dice, apretando los dientes, con la voz ronca. Trago
mientras escaneo sus ojos por primera vez. Marrones como la miel, casi verdes… y
llenos. Tan llenos. Llenos de cosas que no debería ver. De alma. De dolor. De una
historia detrás de un hombre que no debo personificar.
Rompiendo el contacto visual, recojo mi vestido del suelo. ¿Y qué? Chico
asesino y sexy tiene alma. Gran cosa.
Grande. Roto. Tal vez incluso un poquito bueno, debajo de todas esas capas
callosas con las que la vida lo envolvió. Endeudado con Godfrey, y está archivado
bajo Debe-Alistarse-De-Mi-Lado. Le gusta: leer (tenía un libro en el bolsillo trasero),
el color negro y el sarcasmo. No le gusta: Ink, Godfrey, Seb… no yo.
Para él, yo todavía soy una inocente. Aunque eso está empezando a cambiar.
Estoy esperando una bofetada o un puñetazo a llegar, cada músculo en mi
cuerpo tensándose, pero él solo que queda mirándome a través de su máscara con esos
ojos.
—¿Cuál es tu nombre? —gruñe él, no diferente a una bestia.
—Prescott.
—Un nombre estúpido.
—Permíteme no tomar la ofensa, considerando el hecho de que te haces llamar
Beat.
Estoy segura de que sonríe detrás de su máscara, aunque no hay modo de que 34
pueda decirlo. Su cuerpo se relaja, lo cual me señala a respirar normalmente otra vez.
—Necesitas unas reglas del juego, Club Campestre, así que déjame disponerlas
para ti, antes de que hagas algo estúpido que llevará a tu trasero en problemas. Uno:
si te encuentro buscando un arma otra vez, pierdes todos los privilegios. Nada de
duchas. Nada de orinar. Nada de salir del sótano. Hasta donde me importa, te sentarás
sobre tu propia mierda y pis hasta que los Archer vengan y te recojan. Dos: si
desobedeces, serás castigada. La comida será escasa e intermedia. Tres: … —Sus ojos
se cierran y, cuando se abren otra vez, hay un parpadeo de algo retorcido en ellos—
… no soy como ellos. No tengo interés en hacer de esto algo innecesariamente
doloroso para ti. Pero no intentes nada que me haga molestarme contigo. Cambio
fácilmente y una vez que lo hago…
Mis pezones se rozan contra la áspera toalla por su amenaza.
—Necesito champú, jabón y tampones. —Pruebo suerte—. Y una pelota de
estrés. Si vas a mantenerme aquí… —Me voy apagando, pensando sobre el mundo
exterior del que solo pillé un vistazo. Entornando los ojos, sacudiendo la cabeza,
dejando que las suaves y húmedas hebras de oro enmarquen mi cara—. Solo… por
favor. Es peor que una prisión.
—Veré qué puedo hacer. —Me sorprende al decirlo. Asiento bruscamente. El
champú y los tampones son lujos con los que no puedo vivir. La pelota de estrés, sin
embargo… Nunca he salido de casa sin una. No desde que un psiquiatra con quien fui
después de la experiencia dura me dijo que debería intentar usar una para liberar un
poco de mi ira. Eso es lo que me mantiene relativamente cuerda. Es eso además lo
que me mantiene como traficante, opuesto a una drogadicta.
—Gracias.
Me lleva de vuelta a mi sótano, donde me venda los ojos otra vez. Mis manos
están de vuelta siendo atadas.
Quieren mantenerme desorientada, y por una buena razón. Godfrey les dijo que
yo no soy quien parezco ser. Pero quien sea que soy, no quiero estar conmigo misma
ahora. Con mis pensamientos, con mi mente trabajando horas extras, intentando
adivinar el siguiente movimiento de Camden y Godfrey.
—Por favor, no te vayas. —Respiro hondo. Tanto como odio admitirlo, la
ansiedad en mi tono no es solo debido a mi plan de tenerlo a él entusiasmado conmigo
a fin de ganarme su confianza, sino porque además sinceramente odio la idea de pasar
las siguientes horas sola.
No responde, y escucho la puerta cerrarse y bloqueándose detrás de él. 35
Estrello la cabeza contra la pared, dejando libre a las lágrimas que han estado
amenazando con escapar. Ya he pasado por tanto, pero tengo que recuperarme para
una cosa más. Puedo abatir a estos chicos. Es solo Stockton. Ya estoy tan cerca de
casa.
Casa.
No tengo una, pero sí tengo un lugar para llamarlo mío. Es llamado venganza,
y lo buscaré, lo encontraré y lo asimilaré.
—U
ps. Alguien olvidó pasarles un trapo a las
ventanas.
Estoy de rodillas, fregando azulejos de
madera dura inmaculados. Levantando la mirada
a la mujer que me había hablado, lanzo la ropa húmeda que está sosteniendo cerca de
una planta exótica que ella una vez me dijo que fue importada de Singapur y me 36
levanto.
—Sí, señora. —Mi aceptación tiene más autoridad que su orden. Ella lo sabe.
Aún más: le encanta esa puta mierda.
—O… —La señora Hathaway presiona los codos sobre el gran piano en su
salón, sus teclas todavía vírgenes, nunca habiendo sido tocadas. Se inclina hacia
adelante, ofreciéndome una vista perfecta de sus tetas de plástico mientras levanta un
pie al aire y se mueve de lado a lado en su minivestido blanco. En todo lo que puedo
pensar es que ella está dejando marcas que tendré que limpiar más adelante—. Puedes
venir arriba y ayudarme a empacar para Tahoe.
Ignorando su sugerencia, la rozo pasando de ella, dirigiéndome hacia el
cobertizo afuera donde guarda mis herramientas para limpiar, el limpiavidrios
incluido. Todavía puedo ver su rostro en mi periferia. Está pintado con maquillaje
caro y desagrado, ambos poco atractivos para mi gusto, y al momento que regreso al
vestíbulo, la señora Hathaway ya está profundamente en su plan B. Está sentada en su
sofá tapizado de cuero gris en nada más que un diminuto bikini negro.
—¿Debería tomar este o el de leopardo? —Ondea el bikini estampado sujeto
entre sus uñas rosas.
—Señora, yo sería el peor jodido estilista. Todavía uso el mismo par de
pantalones Dickies de cuando tenía dieciséis. —Empuñando el limpiavidrios, camino
directamente hacia sus ventanas del suelo al techo, colgando el alambre del balde que
estoy sosteniendo. He trabajado aquí desde que fui liberado de San Dimas, haciendo
de ama de llaves y haciendo un poco de paisajismo ligero cuando el jardinero de la
señora H., Eddie, está fuera de la ciudad. Godfrey me enganchó con este mínimo
trabajo con paga. Y aunque está en Blackhawk —a una buena hora o más de
Stockton— no puedo permitirme pasar de esta oportunidad. ¿Un criminal con
homicidio culposo en su registro? Soy afortunado como la mierda de tener un trabajo,
especialmente con un supervisor de libertad condicional mirando cada movimiento
mío.
Y necesito el dinero.
Desesperadamente.
Nunca me había molestado mi pobreza. No he conocido nada más. De donde
vengo, heredas la pobreza de la manera que heredas el color de tus ojos o de tu cabello.
No puedes escapar de aquello, pero seguro que no puedes ignorarlo.
Sin dinero, sin orgullo, sin problemas.
37
Las cosas materiales no hacen nada por mí. Soy un fugitivo que escapa de la
realidad con un buen libro. Esta es la primera vez en mi vida que de verdad necesito
dinero, y lo necesito para sobrevivir.
Es hora de dar media vuelta y dejar Stockton también como el ojo vigilante de
Godfrey. Ahorrar es tan crucial para que pueda desaparecer.
Por ahora, tengo una casa. La comparto con un tipo llamado Irvin y le pago a
Godfrey peniques por la renta. Pero ese es el problema: ¿depender de la benevolencia
de Godfrey Archer? Es mejor rajarme la garganta justo aquí.
La señora H. todavía está mirando mi trasero, con los ojos tan pesados por el
deseo que apenas puede mantenerlos abiertos. Siento el dolor entre sus piernas. Las
chicas ricas aman a los chicos malos. Los tatuajes, la actitud, el peligro.
La desesperanza.
Quieren follar a alguien oscuro y dañado, pero siempre con un condón, que
Dios prohíba que nuestra deprimente realidad las contagie.
La señora Hathaway construyó una fantasía en su mente y yo tengo el papel
protagonista. En esa fantasía, soy una bestia, tomándola por detrás, entrando
secamente, empuñando su cabello, abofeteándola hasta que ella se pone púrpura,
reclamándola como un salvaje y dejando marcas que confirmarían sus serias
evaluaciones sobre mi naturaleza. Sé eso, porque ella no es la única mujer rica que ha
tratado de tener un poco desde que fui liberado.
Puedo ser un criminal, pero ella es una acosadora sexual del más alto nivel.
Cuando termino de secar sus ventanas, me cambio del bañador que ella me
hace usar en mis cambios para mi usual atuendo. Me paro en su sala de estar (¿la
mierda es una sala de estar? No tengo idea, pero ella sigue llamándolo así por lo que
le sigo la corriente) y ella mete dinero en mi palma.
Ese es solo un extra que me paga por trabajar en nada más que mi bañador.
Además, me da una nómina cada dos semanas.
—Diviértete en Tahoe —gruño, rezando para que no lleve a más charla
aburrida como la mierda. A la gente rica le encanta las charlas. Para ellos, el tiempo
no es un lujo.
—Gracias —dice, estirando sus largas extremidades. Tiene las piernas de una
chica de dieciocho años de fraternidad unido al cuerpo de una ama de casa de cuarenta
y seis años que lucha contra la naturaleza con cirugía plástica y el tonto batido verde— 38
. ¿Has estado alguna vez en Tahoe, Nate? Es bastante espectacular. Mucho para ver y
experimentar.
Aquí viene la estúpida charla. Me hago crujir el cuello y entorno los ojos, sin
estar seguro de si ella está haciendo una pregunta con una obvia respuesta. ¿Dónde
caben unas vacaciones en Tahoe en mi realidad? Lo siguiente que me preguntará es
si tengo casa en Aspen.
—Podemos ir juntos en algún momento si quisieras. Stan pasará el verano en
Nueva York. Su compañía está abriendo una sucursal en la Costa Este.
Levanto la ceja con diversión, sin dejar lugar a la negociación.
—La veo la semana que viene, señora H. Otra vez, disfrute en Tahoe.

Me detengo en un restaurante de comida rápida antes de regresar a casa. Es un


ritual que mantengo religiosamente, la única parte del día que no odio completamente.
Stella, mi Toyota Tacoma golpeado (está bien darle un nombre cuando es tu
única compañía fiable en este mundo) es rojo y combina, pero aun así jalo mi capucha
sobre mi cara en caso de ser observado. La Hermandad Aryan está respirando en mi
cuello, siempre. Buscar represalias por un crimen que no hice, por siempre. Dos
semanas después de que salí, ellos casi se las ingeniaron para desviarme, bloqueando
mi camino de un lado de la calle armados con bates de béisbol. Los golpeé y hui.
Cuatro meses después, y el auto que había comprado cuando dejé la prisión con el
poco dinero que mi madre dejó para mí fue prendido fuego en el centro de Stockton.
No solo fue un desastre financiero, una inconveniencia y una jodida advertencia;
aquello además hizo que las autoridades y mi supervisor de libertad condicional
sospecharan de mis actividades.
El día después de que mi auto explotó, me quedé frente a un recién liberado
Godfrey. Le dije que estaba dispuesto a trabajar para él a cambio de su protección.
God ha estado tratando con la HA4 desde que su cartel de drogas californiano se
expandió antes de que fuera lanzado en la lata. Lo respetaban adentro y afuera.
Llegamos a un trato.
Ahora, ocho meses después, todavía me siento como un objetivo. 39
Godfrey asegura que los tiene por las pelotas, pero no confío en nada que el
hombre dice.
Ordeno dos hamburguesas dobles, y es solo cuando la cajera me pasa la
comida, que recuerdo que la chica de God está con nosotros. Y que es vegetariana.
Jodidamente fantástico.
Le doy una bofetada a mi volante y trago una palabrota. Otra boca que
alimentar, y una irritante también.
—Consígueme algo para una vegetariana también. Una ensalada o alguna
mierda —le refunfuño a la adolescente que trae la comida. No está feliz de que ponga
una orden adicional cuando ya estoy en la ventana, pero obedece.
La chica de God.
Más exactamente: la chica de Camden.
¿Qué estúpido puedes ser para enredarte con los hombres de Archer por
elección? Sé que ella es una niña rica del Área de la Bahía y, como dije antes, tengo
mi teoría sobre chicas ricas y chicos malos, pero esta no saltó en una cama con un

4
HA: siglas de la Hermandad Aryan (AB: Aryan Brotherhood).
villano. Ella no se folló a un villano sin condón. Ella prácticamente hizo bebés con él,
en forma de gusanos venenosos que ahora están consumiendo su vida.
Al menos ella puede soportar un jodido puñetazo.
Seb es un imbécil por pegarle a una mujer. Pero la boca que está unida a esta
mujer… incontenible. Incontrolable. Por supuesto que él la pegaría. Ella es mucho
más fuerte de lo que él alguna vez será. Las víctimas con síndrome de verga de bebé
no tolerarán a mujeres como Club Campestre. Probablemente es la razón de por qué
ella está hundida hasta el cuello en mierda.
Bajo por el sótano, dos escaleras a la vez, y la encuentro exactamente como la
había dejado: atada, vendada y sentada en la esquina. Ella arrastra un dedo
ensangrentado en la pared, justo al lado de otra línea de sangre.
Está contando los días hasta la llegada de Camden.
Su cabeza se levanta rápidamente al minuto que la puerta se cierra detrás de mí
y su postura se endereza. Gatea en sus pies, su mentón levantándose con desafío.
—¿Quién es? —demanda ella, con su voz afilada y con poder como el de la 40
señora Hathaway. A diferencia de la señora H., no obstante, la chica de God no suena
desesperada. Si nada más, la hace ligeramente menos molesta.
—Cena —gruño, lanzando el recipiente de plástico a sus pies. El sótano está
en su mayoría vacío. Irv y yo no tenemos nada a nuestros nombres y cuando rentamos
este hoyo de mierda, apenas ofrecía las básicas dos camas y un viejo y deformado
sillón.
Pero hay una mesa de madera podrida en la esquina que ha estado aquí desde
antes de que me mudé y unas cuantas cajas de cartón donde guardamos nuestra mierda
inútil. Nada que podría servir como un arma. Ropa, libros, algunos álbumes de una
vieja familia que Irvin guarda para sí y su grupo. Ese tipo de cosas.
Esto significa que Cuchara de Plata está sentada en el suelo, duerme en el suelo,
y considerando las horas que estuve fuera de casa, probablemente se orinará en el
suelo pronto. Solo tiene un tiempo para el baño, y después de que Irv la abofeteó
cuando llegó por primera vez, le di la charla sobre no acercarse a ella. Solo para
asegurarme de que él tomó la advertencia con seriedad, pisoteé su pie. Él ha estado
cojeando desde entonces.
—Estoy sedienta —anuncia Club Campestre a través de labios con ampollas.
Voy arriba y le lleno una botella de agua de la canilla. Cuando se la paso
después de desatar sus muñecas, bebe la cosa entera de un trago y se seca la boca con
un chasquido satisfecho de su lengua.
—Ducha —demanda después, luego agrega una pequeña marca de pregunta al
final de la palabra.
Ya averigüé que quiere que crea que ella es un tipo de damisela en peligro.
Pero su máscara es tan creíble como la mía de Guy Fawkes. Está llena de grietas.
No es débil, es fuerte. Incluso peor, su fuerza se nota, deslumbrando a cada
jodida persona a su alrededor. No hay nada sumiso en una chica con fuego en los ojos
que busca venganza. La gente bronceada no va por ahí riéndose en las caras de quienes
les golpean. Esta chica es un jodido terror. Actuó como si la escena del depósito fuera
un tipo de broma grande y gorda.
¿Qué has hecho para merecer esto, Rubia?
—Come primero —ordeno, girando para ir de vuelta arriba.
—Entonces siéntate conmigo. De verdad necesito escuchar algo más que 41
silencio.
Habiendo estado marginado, sé exactamente a qué se refiere ella. Cuando el
silencio es tan fuerte, quieres derribar el lugar hasta que el dolor de los dedos
ensangrentados lance tus gritos por ti. Pero la verdad es que a ella no le debo una
mierda.
Y definitivamente no debería jugar a su juego.
—Tengo planes.
—Por favor. —Su tono es nada más que un ruego—. Tú tienes el mundo
exterior todo el día. Todo lo que yo tengo es a ti. Diez minutos es todo lo que pido.
Comeremos y luego te irás.
Diez minutos no me matarán, supongo. Y cualquier mierda con que vaya a
tratar ahora, sus problemas son cien veces más grandes. Me siento en la esquina lejana
del cuatro, opuesto a ella, y rompo mi propia bolsa de papel marrón.
—Gracias —articula. Comemos. La chica de God está bastante desorientada.
Tratar de comer una ensalada mientras se está vendado es una mierda. Clava su
tenedor de plástico (hago una nota mental de quitárselo cuando termine) al aire,
alrededor de sus muslos, en cualquier otro lado más que en el bol de plástico antes de
rendirse completamente. Entonces empieza a comer con las manos.
—Cuéntame sobre ti —dice, comiendo lechuga ruidosamente.
—Esta no es una cita a ciegas —gruño.
—Técnicamente, lo es. —Sonríe a la pila de hojas descansando en su regazo,
sus ojos todavía envueltos en la tela negra de lo que solía ser mi camiseta. Le sigo la
corriente—. Sabes, Fui estudiante en Literatura Inglesa en UCLA. —Estalla un tomate
cherry entre sus labios. Son el mejor tipo de labios. Su labio superior es más grueso
que el inferior, creando un puchero natural.
—Bien por ti.
—La mejor vida por vivir es la única por la que la gente no va a juzgarte. —
Roza su labio superior con la punta de su lengua—. Baila con tus demonios, ama sin
cuidado. Desinteresadamente. Y, lo más importante, ámate a ti mismo, incluso en lo
peor.
Vaya. Ella está tan jodida. Y demente. Me gusta.
—¿Ink te metió hierba? ¿Estás jodidamente drogada?
42
—Es una parte del poema que escribí en la escuela de literatura. Fue publicado
en el periódico del campus. —Palmea el interior de su bol. Quiero levantarme y
decirle que se olvide de la cosa entera, pero mi trasero todavía está arraigado al suelo,
porque yo no debería estar intimidado por una niña rica—. Déjame adivinar —dice
carraspeando—. ¿Te graduaste de la Escuela de Hard Knocks?
—Nop. Abandoné esa, también. Soy un fracaso de la cabeza a los pies. No hay
ni siquiera un hueso competente en este cuerpo. —Golpeo mis puños en mi pecho
como un gorila.
Se está riendo de mi pobre broma, suena sincera, y noto sus manos acariciando
las paredes del bol negro otra vez. Ha terminado su ensalada, pero todavía tiene
hambre. Por supuesto que lo tiene. No ha comido en todo el día. De mala gana, me
muevo a su lado y pongo mis papas fritas en su mano. Puedo asaltar la cocina más
tarde. Una pequeña sonrisa tironea de sus labios.
—Gracias. Entonces, ¿por qué Guy Fawkes?
—La máscara más fácil de conseguir en el mercado.
—¿Y por qué Beat? —A esto no respondo—. Veamos… —Mordisquea una
papa, balanceando la cabeza hacia atrás y meditando. Su cuello es delgado. Pálido.
Fino. Me encantaría apretarlo—. Ink se llama Ink porque es un tatuador; no fue difícil
sacar esa.
—Bastardo. —Inhalo, frotándome la cara. Esa es otra razón de porqué lo
mantengo lejos de ella. ¿Hay alguna duda de que él terminó en San Dimas? El tipo es
tan estúpido que está al límite de lo ilegal. He perdido la cuenta de las veces que nos
puso en problemas con su estúpida boca. Sea en un bar o solo buscando peleas con
los adolescentes en bicicleta al frente de la calle. Esta semana le dijo a ella lo que hace
para vivir (ni siquiera es verdad; no ha trabajado en el salón desde que fue liberado),
y la siguiente semana estará compartiendo consejos sobre cómo salir escondido de
aquí.
—Probablemente pensaste en juntar los nombres, así que eso significa que tu
nombre tiene un significado, también. Beat, ¿eh? ¿Música? Pero eres demasiado
silencioso para ser del tipo fiestero. Tal vez te gusta golpear a la gente5… pero
entonces no estarías tan pasmado sobre las bofetadas que me dio Seb por diversión.
Y tal vez… —Se inclina más cerca—. Tal vez si me siento cautiva en los brazos de
un ávido lector. ¿Eso no sería algo? —Su hombro roza el mío.
Algo raro se revuelve dentro de mí, señalando que mi cuerpo está despertando
de su estado inactivo normal.
43
—Fan de la generación Beat6. ¿Pero quién es tu favorito? ¿Fante? ¿Bukowski?
¿Burroughs? —Se inclina más cerca. Mi boca se retuerce. ¿Qué mierda?—. ¿Cuál de
estos autores toca las cuerdas de tu solitario corazón, Beat?
—¿Terminaste de psicoanalizarme? —Me levanto, tomando su mano y
levantándola—. Tienes quince minutos para orinar, cagar y ducharte. Apura tu trasero,
Sigmund Freud.
Me sigue arriba, y esta vez no tropieza en las escaleras de camino al baño. Una
aprendiz rápida.
—Necesito unos minutos extras para lavar mi vestido. ¿Y tal vez podría pedir
prestada una camiseta limpia tuya mientras se seca?
No quiero mimarla, pero esas son el tipo de cosas que se te conceden en prisión,
sin preguntas hechas.
—Lo lavaré yo. Voy a mantener un ojo en ti después de tu artimaña de ayer.
—¿Y si necesito usar el inodoro? —Su tono se llena de pánico.

5
Juego de palabras (Beat en español es pegar, golpear).
6
Generación Beat: se refiere a un grupo de escritores estadounidenses de la década de los cincuenta.
—Entonces deberías estar feliz de saber que compartí una celda con un tipo
que cagaba a menos de un pie de distancia mientras yo estaba comiendo la puta cena.
En otras palabras: no podría importarme una mierda.
Cuando llegamos a la ducha, se quita el vestido. Sus bragas color crema de
encaje son lanzadas al suelo.
Silenciosamente. Con seguridad. Afirmativamente.
Sus pezones, rosas como el algodón de azúcar, saltan libres de su sujetador de
encaje, y mis ojos caen al coño de la chica vendada. Completamente rasurada —o tal
vez por cera—, su coño es como una flor delicada.
Un repentino deseo de enterrar mi nariz allí me golpea duro. Apesta a
privilegio; su cuerpo elegante gritándolo. Camina como una persona rica, habla como
una, y su cuerpo es blanco como la leche y libre de cicatrices.
No obstante, por su raro comportamiento y enemigos mortales, tengo una
sensación de que, a pesar de su exterior, su interior está virtualmente desfigurado.
Ser un hombre de veintisiete años que no ha probado un coño en cinco años 44
apesta. Mis pelotas se endurecen inmediatamente por la vista de su cuerpo, y dejo salir
un gruñido de sorpresa. Siento mi polla retorcerse y casi tropiezo hacia atrás de
asombro.
¿Qué jodida mierda?
Después de que salí de prisión, traté todo para tener mi energía de vuelta. Sexo
de una noche. Clubs de striptease. Prostitutas. Tengo muchas ofertas de mujeres,
gracias a una cara que solo puede ser descrita como demasiado bonita, tengo que
cubrirme con tinta mala solo para evitar que mi trasero sea desgarrado por una
multitud heterosexual yendo a lo homosexual en San Dimas.
Las mujeres me llamaban. Viejas, jóvenes, hermosas y feas. Del tipo modelo,
del tipo curvilínea, el tipo de todos los tipos. Pero últimamente, ninguna de ellas me
ponía duro. Sabes, de verdad duro. Duro y deseoso y viendo a través de la neblina de
un rojo y agonizante deseo.
No me entiendan mal; sí que me pongo duro. Todo el tiempo. Me pongo duro
cuando pienso en rajar las gargantas de Godfrey y de Sebastian. Me pongo tan
jodidamente cachondo cuando una visión de mí, alegre y libre, manejando en un auto
deportivo descapotable sin preocuparme de que la Hermandad Aryan me localice,
estalla en mi cabeza. Me masturbo por las ganas de independencia, libertad y paz
mental.
Pero nunca por una mujer.
Para ponerlo de buena manera: el vehículo conduce solo bien, pero el GPS está
fuera de servicio. Sin brújula, sin dirección, sin encender.
Traté con el porno. Porno heterosexual. Porno gay. Incluso miré porno
involucrando a una vaca y a una oveja y deseo poder borrarlo de mi memoria. Nada
me pone.
Y ahora hay una chica ardiente y rubia en mi baño (desnuda y vendada, con los
pezones tan erectos como lo está mi verga), y me asusta que finalmente haya
encontrado a alguien que me gustaría ensuciar, frotar algo de mi guarrería. Porque ella
es mayormente la única persona en el mundo que está completamente fuera de los
límites. Demonios, tendría mucho menos problemas si follara a la vaca viva y adulta
que vi el otro día.
Pero mis pelotas… demandan ser vaciadas dentro de Club Campestre.
—Métete. —La empujo dentro de la ducha con ira y enciendo la cabeza de la
ducha. Esta vez tendrá que hacerlo vendada. Recojo su vestido sucio del suelo y giro 45
la perilla, enjuagándolo en la pileta. Ella tararea algo que no reconozco bajo el chorro
de agua y se frota los brazos y las piernas detrás de la cortina de plástico desgastada,
ocasionalmente palmeando los azulejos para tratar de encontrar el jabón. Me inclino
hacia ella, apartando la cortina y alcanzando el jabón para poder dárselo, mi mano
rozando su estómago desnudo. Ambos nos encojemos por el contacto y por razones
muy diferentes.
—¡Beat! —Su voz se agudiza. Yo gruño.
—Relájate, te vi buscando el jabón. Ten. —Lo meto en su palma, pero uso la
oportunidad de mirar sus pezones otra vez. Son como jodidas monedas de dulce que
me gustaría tironear entre mi pulgar y mi índice. Su boca se estira de molesta hasta
otra vez contenta mientras continúa canturreando, cerrando la cortina para que yo no
pueda verla—. Dijiste que me comprarías lo que necesitaba para mi ducha.
—Nunca dije que sería hoy. No soy Amazon Prime. —Olisqueo, volviendo a
lavar su vestido. No tengo idea de por qué dije eso. En realidad, sí. Ella estaba
jodidamente triste y, la verdad, jodidamente vulnerable—. Nada de mierda
sofisticada, chica de God. Solo tendrás lo básico.
—Mi nombre es Prescott. —Arrastra de vuelta la cortina rápidamente y me da
un golpecito en el hombro.
—Qué nombre de mierda —digo arrastrando las palabras otra vez. Odio
cuando la gente rica les da a sus hijos nombres pretenciosos. Prescott es un apellido.
No un nombre.
—Deja de ser mezquino solo porque no puedes soportar el hecho de que te
gusta —dice de forma ágil.
Un poco me gusta que ella todavía mantenga las cosas ligeras a pesar de su
situación. Es tremenda. Miro la suciedad y la sangre filtrarse de la tela de su vestido
con fascinación, rodando en círculos en un remolino rojo y negro por la pileta. Es
mejor que mirar su cuerpo, sabiendo que no puedo destruirlo.
—Pea. —Su voz se transmite desde detrás de la cortina—. Llámame Pea.
Suena como un apodo que puedo soportar. Club Campestre y Cuchara de Plata son
sosos y molestos. Y no me llames “la chica de God”, tampoco. Ya no soy su chica
como tú no eres su soldado.
Cierra el grifo y abre la cortina. Jalo mi toalla de la repisa y se la paso, mirando
a otro lado y esperando que mi soldado no esté saludando en su dirección.
46
Afortunadamente ella no puede ver la mierda.
—Sécate. Colgaré tu vestido en el patio del fondo. Justa advertencia: si tratas
de abrir alguna estúpida mierda más, no serás alimentada por tres días.
Lanzo su vestido sobre el tendedero y camino hacia mi pequeño dormitorio (en
realidad, es la mitad de un dormitorio, Irv tomó el dormitorio principal antes de que
me mudara), y me reajusto en mis jeans.
Sí, el sargento Vela definitivamente elogia a nuestra nueva inquilina.
Busco a través de mis cosas. No tengo muchas camisetas y la mayoría de ellas
están en pobres condiciones. Saco la más nueva que compré para mi entrevista de
trabajo con la señora H. y camino de vuelta al baño.
Prescott espera, en silencio, desnuda pero seca. Su espalda arqueada de forma
seductora, su trasero redondo y sus tetas del tamaño perfecto de mi palma.
Al minuto que entro, separa esos labios llenos en una sonrisa tímida. Cada uno
de sus movimientos es deliberado.
La puta está intentando seducirme y está funcionando. De verdad quiero
estrangularla.
—Hola —dice ella suavemente.
—Adiós. —Lanzo la camiseta en sus manos y le doy la espalda.
La atrapo poniéndose mi camiseta sobre su cabeza. Es tan grande en su cuerpo
pequeño y curvilíneo que probablemente podría usarlo como una jodida sábana. Tomo
su mano y la guío fuera del baño. Estoy ansioso de lanzarla al sótano para poder
regresar arriba y ver si el olor de su coño picante y dulce se pegó en mi toalla.
Sí, moler mi polla contra una toalla es solo otra bajeza, podría rebajarme a esto
hoy.
—Beat, cenemos mañana.
—Pea, no —espeto.
—¿Por favor? La soledad es el beso de la muerte para el espíritu. —Me
contonea sus palabras como si fuesen su trasero curvilíneo y mi polla salta a la
atención otra vez. ¿De dónde es esa cita?
—No.
—Podemos intercambiar notas sobre Godfrey. Estoy segura de que él te jodió
también. Ese es su trabajo, y eso es por qué tú me estás manteniendo contra mi
voluntad… y contra la tuya. 47
No le respondo, pero levanto mi camiseta para cubrirme la cara y quitar la
venda cubriendo sus ojos. Esta noche, sus manos no estarán atadas tampoco.
—¡Espera, Beat!
—Adiós, Felicia7. —Pateo su pequeño trasero dentro del sótano y cierro de un
portazo a su espalda.
Por fin.

7
Adiós, Felicia (Bye, Felicia): jerga usada para especificar que te importa un carajo que la otra persona se vaya.
L
o veo todo.
El sótano debe haber goteado por años. Brotes de hongos en
cada esquina del techo, manchando las paredes como un
espeluznante grito. El aire está húmedo y huele a desesperación.
Todo está desnudo. Ladrillos grises salpicados con suciedad negra. Ninguna cantidad
de raspado y lavado llevará a este suelo de vuelta a una buena condición. 48
Además de una pequeña mesa de madera y algunas cajas de cartón deformadas,
no hay muebles.
Sin electricidad.
Ni siquiera una bombilla colgada de cables expuestos para dar comodidad.
Sin luz.
Una parte de mí está triste de que él no me dejara la venda puesta. Entonces, al
menos, podría convencerme a mí misma que este lugar era habitable.
Lo veo todo.
Hay una hilera de ventanas superiores en las paredes, tapada con tablas podrida
desde el interior. Trataré de sacarlas al minuto que tenga las manos en algo afilado.
Sacudiéndome violentamente, me froto los brazos y me sacudo ligeramente en
círculos con patrones para levantar mi temperatura corporal.
El moho hace que todo esté frío. Rodeo el cuarto, deseando tener una pelota de
estrés, antes de escucharlo.
Bum.
Fuerzo los oídos, de alguna forma sabiendo que otro seguirá.
Bum. Bum. Bum.
Es constante, furioso. Presiono una oreja contra la pared, entornando los ojos
y apretando los labios.
Bum. Bum. Bum. Bum. Bum. Bum.
Lo que sea que esté pasando escaleras arriba, está derribando el lugar.
Destrozándolo. Los muebles estrellándose, las paredes golpeando, el empapelado
rasgado a lo bruto. Lo que sea está furioso como el infierno.
Beat.
Lo veo todo y escucho todo.
Él está frustrado. Loco. Enojado.
Justo como yo.
Está en desventaja por Godfrey tanto como yo. No deberíamos ser enemigos,
deberíamos ser aliados.
49
Una coalición de venganza contra estos hombres.
La necesidad de jalarlo a mi lado es tan abrumadora que incluso traté de
seducirlo en el baño. No sé qué me dio. Normalmente evito el sexo. Normalmente
evito a los hombres.
Araño la pared con las uñas mientras pienso en cómo llegué aquí en primer
lugar.
Camden.
Beat necesita saber. Tiene que saber que nosotros estamos en el mismo equipo.
No puede permitirles matarme.
—Lo conocí en un evento de caridad hace siete años. Yo tenía dieciocho y él
treinta, y disfruté de la atención de este hombre poderoso, como un gato perezoso bajo
el sol. Acento inglés pijo, traje elegante (usa Dior), y modales por los que morir.
Nunca había conocido a un hombre como él antes.
El golpe a los muebles de Beat se detiene y yo continúo en el anochecer, con
la voz ronca pero audaz.
—Recuerdo ver a Camden detrás del hombro de mi papá. Howard Burlington-
Smyth estaba hablando con Godfrey Archer, y este era un gran trato. Archer tenía una
reputación turbia y mi papá era el alcalde de Manor Hill, una ciudad pequeña y
acaudalada cerca de Blackhawk. Él tenía aspiraciones de hacerse gobernador y
necesitaba dinero para arrancar su campaña.
El dinero que Godfrey Archer tenía a montones.
El dinero con que Camden Archer se limpia el trasero cada mañana.
—Oficialmente, ellos fueron hombres de negocios con propiedades por todo el
norte de California. Oficialmente, todo esto fue legítimo.
Tragando dolorosamente, levanto la vista. Sé por qué la conmoción de arriba
se ha detenido. Puede escucharme. Paredes delgadas, suelos delgados. Esta casa de
papel se derrumbará bajo el peso de mi verdad.
Voy a reescribir mi destino atrayendo a Beat a mi lado.
—Esa noche, Camden me tomó de la mano y nos sentamos bajo las escaleras,
hablando. Riendo. Cayendo. Yo estaba estudiando en Los Ángeles y él iba a regresar
a Inglaterra al día siguiente. Su papá le permite operar uno de sus negocios radicado
en Londres. Tú sabes, para mantener al chico ocupado.
50
»Camden era un chico atractivo y corriente. Sencillo, soso incluso. Ojos azules,
labios delgados y una nariz delgada. Tenía complexión larguirucha, con un indicio de
panza cervecera sobresaliendo.
»Yo era joven e impresionable y pensé que los chicos de fraternidad y los niños
mimados de la universidad estaban por debajo de mí. Yo quise algo diferente. Algo
peligroso.
»El día después del evento de caridad, volé de vuelta a Los Ángeles,
decepcionada con la pérdida de Camden. Pensé que nuestro encuentro sería por
siempre etiquetado como “¿y si?”. ¿Y si él vivía en California? ¿Y si hubiera sido lo
bastante atrevida para pedir su número? ¿Y si él era el amor de mi vida y lo dejé
deslizarse de mis dedos?
Suspirando por la joven e inmadura Prescott, cierro los ojos con fuerza y
continúo.
—Pero pronto aprendí que los Archer no viven bien con los “y si”. Ellos son
más del tipo “cuando”. Un boleto de primera clase de avión para Londres esperaba en
mi dormitorio, junto con un abrigo cálido de diseñador para la chica del valle que
nunca ha tenido que desafiar las tormentas inglesas.
»Debería haber visto las banderas todas entonces. Estaban ondeando al viento
de una tormenta inminente, pero yo era demasiado joven para entender lo que estaba
haciendo.
»Nunca había estado en Londres, pero siempre quise visitarlo. Pensé que me
estaba enamorando de un chico malo, cuando, de hecho, fui pillada en la red de un
hombre vil. La cosa sobre los monstruos de corazón frío es que, en la oscuridad, Beat,
sus toques son tan cálidos como los de cualquier otra persona.
»Fue el principio de mi caída.

51
E
strello la cabeza contra la pared detrás de mi cama con un ritmo
sistemático.
Bum. Bum. Bum. Bum.
Lo soporté duro cuando ella me puso duro. Lo soporté duro y
lo cobré con mis paredes y mi cama y mi estéreo y mi portátil. Era injusto, aun así, 52
era increíblemente comprensible y perfecto que quisiera follar a la única persona que
no debería.
Finalmente, estaba físicamente atraído a alguien. Pero tenerla significaba ser
asesinado, y con todo el debido respeto a mi polla y a Cuchara de Plata, estoy seguro
de que ella es un buen polvo, pero no digno de mi cabeza.
Luego ella empezó a hablar y mi razón débil de mantenerla cautiva se volvió
incluso más débil.
Pero está lastimada y rota por su cuenta, de la manera club campestre de trasero
sofisticado.
Y yo estoy lastimado y roto por mi cuenta, de la manera del barrio de trasero
arruinado.
Sé qué está sintiendo ella, pero no debería.
—Cierra la puta boca o voy a enviar a Ink para que te calle por mí —gruño
cuando la escucho arrastrando los pies escaleras abajo, murmurando algo sobre el
momento que se subiera al avión hacia Londres para encontrarse con el hijo de
Godfrey. Irv ni siquiera está aquí. Él trabaja haciendo turnos nocturnos en un local
compartido de comida rápida, pero ella no necesita saber eso.
Prescott se calla.
Suspiro de alivio, rastrillando mis palmas ensangrentadas por mi cara y cabello,
dejando franjas rojas como pintura de guerra. La chica de God. Club Campestre.
Cuchara de Plata. Todos esos apodos no justificarán la llama danzante que está
intentando marcar su camino fuera de mi sótano.
Pea.

53
O
tro día de vacío carcome mi alma.
Otro día intentando averiguar cómo liberarme o de cómo
romper a Beat. Ambos me concederán mi deseo: libertad.
Como todo lo demás, este es un juego de números. ¿Cuáles
son las probabilidades de que huya sin su ayuda? Ahora, sin armas, reducida. ¿Y 54
cuáles son las probabilidades de que él se quiebre por mí? Tal vez mejorarán esta
noche, con un pequeño empujón de la Madre Naturaleza.
El tiempo se mueve demasiado lento y rápido, como pasa en situaciones
desesperadas. Algunas veces, cuando caigo dormida en el frío piso, me despierto con
una brusca inhalación. Mi cabello está aceitoso con el sudor y mi garganta quema
después de que sus relojes de arena me persiguen en mis sueños. Relojes de arena. Ya
no puedo soportarlos más. Una vez estrellé el puño en la nueva TV de mi sala de estar
porque vi la apertura de Los Días de Nuestras Vidas. Pasé la noche en urgencias.
Tiempo.
Se me está agotando.
Hoy he decidido que, puesto que ya no estoy más vendada y atada, debería ir a
cazas tesoros en las cajas de cartón bajo la mesa. Hay algo de ropa vieja y álbumes de
familia de uno de los chicos, pero no sé cuál, y eran tan antiguos que la gente en las
fotos está o demasiado vieja o joven para ser reconocida.
Empujando la mano otra vez dentro de la caja húmeda, recupero un simple
libro de color rojo. Cuando lo abro, el calor aletea en mi pecho, tomando el mando,
haciendo que mi corazón lata más rápido.

ESTE DIARIO LE PERTENECE A:


NATE THOMAS VELA
PRESO N° 21593
PRISIÓN ESTATAL DE DIMAS, CALIFORNIA

No. Puede. Ser.


No hay dudas de que pertenece a Beat y no a Ink. Apostaría lo que sea que
tengo que Ink apenas sabe cómo deletrear su propio nombre. Beat, por otro lado… la
primera vez que lo vi, tenía un libro de bolsillo enrollado en su bolsillo trasero.
Su apodo es homenaje al movimiento de la literatura.
Abro una página y leo la primera entrada, mi espalda presionada en las
ventanas tapadas por tablas, rayos de luz lamiendo el papel amarillo y crujiente.

OCTUBRE 23, 2010 55


“SI VAS A ATRAVESAR EL INFIERNO… CONTINÚA”.
—WINSTON CHURCHILL
Cafetería. Ojos bordeados de rojo. Metal embalado previamente. Todavía
impoluto.
—Tómate tu tiempo, pero tú lo has hecho, chico. —Un apretón en mi hombro
me regresa a la realidad y me espabilo del modo zombi. Torciendo la cabeza de
sorpresa, veo a mi viejo vecino, Frank. Como niño, pasé mucho tiempo en su patio
trasero ayudándolo a construir mierdas de todas las cosas dañadas que él había
acumulado de las esquinas de la calle. Bicicletas rotas y televisores eran sus favoritos.
Me encantaba su inclinación para arreglar cosas rotas. Además, me encantaba su
parche negro. Aunque él era un pirata. O tal vez un soldado valiente que fue herido
en Vietnam.
No era ninguno.
Alguien le sacó el ojo con un mezclador en una pelea de bar.
Sabía que él estaba sirviendo tiempo aquí por el tráfico de drogas porque
momentos después la policía arrastró su trasero de su casa hace cinco años pateando
y jurando, su laboratorio de metanfetaminas explotó y formó una nube de forma de
hongo como una bomba atómica sobre nuestro vecindario. Fueron dos semanas
después que se deshizo de esa mierda negra.
Encorvo el hombro que él está sujetando con un encogimiento.
—Nada que hacer afuera, ¿eh? —Se desliza a mi lado con su bandeja y ataca
sus cuatro salchichas como si fueran de Burger King—. Ten, al menos no tienes que
pagar renta.
Evito la mirada de él de vuelta a la multitud en la cafetería, mis ojos aterrizando
en el mar de cabezas calvas y tatuadas frente a mí, alineadas en filas con capas y
horizontales.
—¿Qué hiciste tú, Nathaniel?
—Lo maté. —Ruedo mi lengua sobre mis dientes.
Él asiente.
—Finalmente. —Sí. Mi papá dejó impresiones en todos lados. Fue así de
especial—. ¿Acuerdo con la fiscalía? —Clava algo que vagamente parece carne de
res y huele como bolas de naftalina con su tenedor.
—Quince por homicidio culposo, libertad condicional en cuatro. —El juez dijo 56
que ningún hombre debería tan fácil y brutalmente matar a alguien más. Si fuera
puramente defensa propia, el Juez Chester discutió, ¿entonces por qué sonreí con
suficiencia cuando los policías me leyeron mis derechos?
—¿Cuántos años tendrás cuando salgas?
—Veintiséis.
Esto me premia con un asentimiento satisfecho. Ja. Mi vecino piensa que soy
redimible.
Piensa otra vez, viejo.
Vine aquí con bastantes huecos en mis zapatillas y sin nada en mi barriga. La
vida se sentía como si yo estuviera sorbiéndola a través de un estrecho sorbete.
Siempre jadeaba por más.
Tengo la tragedia completa escrita en su predictibilidad sobre todo mi resumen.
Escuela mala, vecindario malo, familia mala.
Mi único momento de profunda respiración fue cuando estrellé un jarrón en la
cabeza de Nathaniel Vela Primero. Entre a trabajar como conserje en el centro
comercial local y tratar de evitar que mi padre golpeara a mi madre, no hubo mucho
espacio para pillar oportunidades o para sujetar a la vida por la garganta.
San Dimas fue una mejora, tanto como pude ver.
Pero no soy como ellos, los criminales jóvenes.
Hambriento y furioso e hirviendo con ira apenas contenida. Estoy en paz con
donde estoy. Demonios, a lo mejor es exactamente donde debería estar.
—Habrá trabajos de sobra para ti cuando salgas.
Le lanzo una sonrisa de suficiencia desdeñosa, y limpio mis utensilios con la
manga de mi uniforme naranja. Pero Frank no es el tipo de ser disuadido por el
silencio. Me da un empujoncito y se ríe, escupiendo migas de carne molida en la mesa.
Su ojo bueno está seco y apenas parpadea. Probablemente por una buena razón por
aquí.
—¿Aún escribes poesía, Nathaniel? —dice carcajeándose y ahogándose con su
comida. Solía escribir bajo su árbol de roble de niño. Su casa era silenciosa, la mía:
caótica.
No le doy el gusto.
—Podrías querer mantener tu afición para ti mismo aquí. Eres demasiado lindo
para caminar por estos pasillos sin un guardia escoltándote como es. —Tomando un 57
sorbo lento de mi agua, me quedo mirando al frente—. No te preocupes, chico. Te
cubro la espalda.
No estoy preocupado. Porque para estar preocupado, tiene que importarte.
Y no me importa.
En paz, aun así, completamente apático.
Ese fue mi estado mental antes de llegar aquí.
Y es así como muy probablemente me vaya.

Estoy corriendo mi dedo ensangrentado sobre la pared, por tercera vez desde
que llegué aquí, cuando él llega con su máscara de Guy Fawkes y una bolsa de papel
marrón. Me siento erguida y lo miro atentamente. Nate. Es difícil admitir que él es mi
rayo de sol en la lluvia, pero eso es exactamente lo que es. Raro, extraño, evasivo…
y tranquilizador, todo al mismo tiempo.
—Jabón, champú, tampones, un par de camisetas limpias… —Empieza a
enumerar lo que compró para mí mientras quita las cosas de la bolsa, colocándolas en
una pulcra fila en la pequeña mesa de madera, sin siquiera lanzarme un vistazo—…
dos botellas de agua, tres bolsas de papas, tiza para que dejes de embadurnar sangre
por todas las paredes, me gustaría de vuelta mi depósito, créelo o no, una pelota para
el estrés, un libro…
—¿Qué libro? —Corto sus palabras, metiendo mi dedo ensangrentado en mi
boca, chupándolo para limpiarlo. Su cabeza se tuerce. No estuvo preparado para mi
pregunta.
—Algo que tenía arriba.
Salto de pie y camino hacia él. Los ojos detrás de la máscara permanecen en
blanco. No está escaneando mi cuerpo. No me encuentra atractiva, o si es así, es
extremadamente bueno en esconderlo. Mi corazón salta de decepción. Va a ser difícil
seducirlo para que haga un épico error que me garantizaría mi libertad. Tomando la
pelota para el estrés de su mano y apretándola rápido y duro hace que me sienta
instantáneamente mejor, como si estuviera bombeando un poco de la tormenta fuera 58
de mi cuerpo. Ha estado rebosando por días.
—¿Dreams from Bunker Hill? —Recojo el libro de bolsillo manchado con café
con la mano libre, rozando sus nudillos tatuados, y no por accidente. Cada dedo está
entintado con una caricatura garabateada. Ink estaba o borracho o es extremadamente
incompetente para haberle dado estos horribles tatuajes. Mi hombro a propósito choca
con su pecho. Él da un paso atrás, mirándome fijamente como si me hubiera crecido
un par de alas y un tercer ojo verde.
—Lo leí cuando tenía quince. —Mi tono es indulgente. Nostálgico.
—Una pena para ti. No soy una biblioteca.
—¿Sabes lo que es esto? —Barro la columna arrugada del libro, todavía
caliente por el toque de su dueño. Él dobla los brazos sobre su masivo pecho,
mirándome a través de la máscara—. Eres tú diciéndome que es por eso por lo que te
llamas a ti mismo Beat. Admítelo. Quieres hablarme, quieres que escuche. —Me doy
un lametón en los labios, sujetándome a la novela como si pudiera apretar los deseos
y los secretos del corazón de Beat con eso.
—Pareces saber un montón de un hombre sin nombre con una máscara con
quien pasas el rato unos minutos al día —gruñe.
—Cena conmigo aquí.
—No —dice él—. Tus quince minutos para cagar, lavarte, ducharte y lavar tu
ropa han empezado oficialmente. Muévete.
De mala gana, arrastro los pies escaleras arriba cargada con mis nuevos
artículos de aseo y miro mientras él camina lentamente dentro del baño, bloqueando
la puerta detrás de nosotros.
—¿Cómo es que Ink nunca está por aquí? —Me quito la ropa.
—Trabaja en turnos nocturnos.
Eso explica por qué hablamos libremente anoche.
—Él está aquí esta noche, sin embargo —agrega Nate.
—Entonces, ¿cómo es que no me ha chequeado ni siquiera una vez? —Juro
que se sonroja bajo esa máscara. No quiero que piense que tengo un problema con el
arreglo actual, así que lo calmo, agregando—: No me estoy quejando. Te prefiero a
ti, que conste.
—Debidamente anotado, ahora mete tu trasero en la ducha. —Me da un ligero 59
empujoncito. Giro la espalda hacia él… mostrándole que confío en él y empiezo a
tararear bajo el chorro de agua caliente, balanceando las caderas con una mala canción
de pop. Me encantan las canciones pop, porque los Archer las detestan.
Nate lava mi vestido de nuevo, aunque no hay necesidad. Tal vez le tranquiliza
hacer algo mientras está aquí.
—¿Por qué estabas enojado anoche? —Lanzo la cabeza hacia atrás y dejo que
el agua limpie el champú que él compró para mí. Es difícil creer que solo hace unas
noches, yo todavía estaba viviendo en Danville, con una ducha amplia y cuatro
cabezales en mi propio baño gigante. Mi champú usual está hecho de coco orgánico
y mi loción corporal probablemente vale más que sus zapatillas.
—Termina. Voy a colgar esto mientras tanto. —Me ignora y se marcha,
bloqueando la puerta a su espalda. Rápidamente salgo de la ducha y retomo mi
búsqueda de objetos afilados.
Recuerda, Prescott, es un juego de números. El porcentaje del colapso nervioso
de Nate está alrededor del 15 %, si no menos. Camden estará aquí en veintisiete días…
Tiempo.
Godfrey tenía razón. Se desliza de entre tus dedos hasta que estás muerto.
Necesito encontrar una manera de salir de este lugar, rápido. No puedo depender del
buen corazón de Nate si tengo una ligera oportunidad de hacerlo por mi cuenta.
Pongo un pie contra la pared, tomo el toallero y tironeo con fuerza. Lo uso para
abrir el cerrojo de la puerta del baño con un sonoro estallido. No hay manera de que
alguno de ellos no escuchara el cerrojo romperse en dos.
Tiempo.
Sé que mi cuenta final empieza ahora.
Diez.
Salgo corriendo con nada más que una toalla. Una vez en el corredor estrecho
y tenue, corro directamente hacia la pequeña sala de estar y me lanzo a la puerta
principal.
Nueve.
Está bloqueada. Giro hacia atrás y miro alrededor, con los ojos frenéticos,
urgentemente buscando las llaves.
Ocho.
Deberían estar aquí en algún lado. Beat e Ink no pueden encerrarse ellos 60
mismos desde el exterior.
Siete.
Escucho las pesadas pisadas de él. El corredor es corto, demasiado corto.
Seis.
Diviso las llaves reposando dentro de un bol de frutas, escondido entre unas
bananas negras. Las saco y meto con fuerza la llave en el cerrojo con manos
temblorosas. No puedo hacerlo. ¡Maldición, sigo fallándole al hueco!
Cinco.
Trato una vez.
Cuatro.
Trato dos veces.
Tres.
Vamos. Vamos. Vamos.
Dos.
Tomando un profundo aliento, meto la llave otra vez, girándola de derecha a
izquierda.
Clic.
Abro la puerta y tropiezo en ella, al principio pesadamente, como si estuviera
moviéndome a través de masa pegajosa. Todavía no puedo creer mi buena suerte. Mi
ritmo se rompe en una completa carrera cuando me acostumbro al repentino aire
fresco. Estoy afuera. Mis pies desnudos están golpeando el césped con rocío.
Estoy afuera. ¡Estoy afuera!
Estoy corriendo en la noche negra como la boca de un lobo, hacia las luces,
hacia Taco Bell, hacia la libertad. Una vez que llegue allí, caeré de rodillas y les rogaré
ayuda a los cajeros. Ellos llamarán al 911. Estaré a salvo.
Todo lo que necesito es llegar a la esquina de este adormilado bulevar de calle
amplia. Se funde con El Dorado, una de las calles principales de Stockton.
La libertad está en las puntas de mis dedos, y casi puedo rozarla. Demonios, ya
la huelo. La brisa nocturna golpea mis pulmones, la floración del violento verano con
su optimismo. Trago con placer, jadeando por más.
Tropezando sobre botellas de cerveza hechas añicos, corro hacia adelante, 61
haciendo gestos de dolor, pero jamás deteniéndome, con los músculos apretándose
bajo la avalancha de adrenalina.
Estoy por rodear la esquina en plena vista cuando un cuerpo enorme me taclea
al estilo fútbol en el césped de un patio delantero.
Mi vía respiratoria es cortada por el atacante, quien está presionándose contra
mi torso. ¿Deliberado? En este punto, es completamente irrelevante, como si fuera
lanzada de vuelta a la casilla uno. Unas piernas musculosas están extendidas por mi
cuerpo y está usando una mano para fijar mis manos sobre mi cabeza, la otra para
cubrir mi boca.
Nate.
Estoy gritando, mordiendo su palma con todo lo que tengo, sabiendo que él es
demasiado bueno para pegarme, demasiado bueno para infligirme dolor, aunque no
demasiado bueno para dejarme huir de las manos de aquellos que me destruirían, pero
todo lo que consigo es su voz baja gruñendo de manera entrecortada:
—Perdón. —Abro un ojo, pasmada. ¿Se lamenta?—. Estás intentando salvar
tu vida, lo entiendo. Pero estoy intentando salvar la mía, ¿bien? Podemos hacer esta
cosa del gato y el ratón, donde tú estás intentando liberarte y yo impongo reglas de
mierda para evitar que escapes. O puedes solo aceptar que esto no va a pasar. La
próxima vez que estés fuera de esta casa, Godfrey y Camden te van a escoltar.
Siento que mi pecho tiembla con las lágrimas. El odio y el terror bloquean mi
garganta, haciendo imposible tragar. La posibilidad de no huir de aquí se estrella en
mí por la mera primera vez. Y pensar que estuve tan cerca. Que todavía estoy cerca.
Fuera en el panorama, montada a horcajadas en un enorme hombre enmascarado.
Pero este es un lado silencioso de la calle de Stockton. En la esquina de la calle,
tres personas sin hogar con carritos de supermercados cargados están gritando y
lanzándose basura los unos los otros.
Un vagabundo duerme bajo una pequeña caseta que creó él mismo en la calle,
indiferente a nuestro escándalo. Hay una drogadicta sentada en los escalones de una
iglesia no demasiado lejos, hablándole animadamente a sus dedos.
Beat y yo no somos nada especial aquí. Aunque si lo fuéramos, nadie va a
tomar una pelea con un chico tan grande y musculoso. No por mí, de todos modos.
Nadie viene a buscarme.
Abro la boca, teniendo la intención de protestar, tal vez incluso rogar (no estoy
más allá para rogar en este punto), cuando lo siento sutilmente molerse contra mí. Al 62
principio, pienso que podría ser por accidente. Pero no. Está haciendo círculos con las
caderas contra mí. Levanto mi trasero por instinto, queriendo que se vuelva loco por
mí.
Voy a destrozarle las pelotas, señor Vela.
Su frío cierre golpea la parte baja de mi estómago desnudo, justo donde la toalla
se abre. Él está duro. Muy duro. Y yo podría estar equivocada, pero él además es tan
grueso como el acento británico de Godfrey.
Beat se mueve más abajo, su polla hinchada presionada contra mi carne
sensible.
La mano que está sujetando mi boca cerrada ahora se mueve hacia abajo, la
parte de atrás de esta rozando mi pezón erecto, yendo al sur, sujetando mi trasero con
un apretón. Suspiro, rodando la cabeza contra el concreto, queriendo entregarme a él,
pero sabiendo que estoy por darle un rodillazo a sus pelotas y tratar de huir otra vez

Entonces su cabeza cae, su frente encontrándose con la mía. Puedo oler el
plástico barato de su máscara y el dulce aroma de su sudor masculino. Y esa boca con
sabor a melocotón, la que todavía ni siquiera he visto. Él suelta un gruñido frustrado.
—Vámonos, Pea.
Nate me alza en brazos y me ayuda a levantarme antes de que yo me las arregle
para dañar sus pelotas. Caminamos de vuelta a su casa; no tengo otra opción que estar
completamente aprisionada, sujeta por este gladiador de la vida real. Pero cuando
entramos, algo se me pasa por la cabeza.
Está atraído a mí.
Está luchando contra esto por Godfrey. Por su vida. Pero si le convenzo de que
puedo ofrecerle una manera de salir… A jugar.
Hay un parpadeo de pasión en él… y yo estoy por encenderlo en llamas. Llamas
que quemarían cada plan que Godfrey tiene para mí.
Nate me empuja en el sótano y me bloquea dentro.
—Última advertencia. Si no quieres terminar vendada y atada otra vez, te
comportarás.
Me siento en una manta que él trajo para mí y espero hasta que escucho su
cuerpo hundirse contra su colchón, los resortes baratos chirriando de dolor bajo su
peso. Sacando el diario de él de donde lo había ocultado, leo otra entrada. 63

NOVIEMBRE 12, 2010


“IR A PRISIÓN ES COMO MORIR CON LOS OJOS ABIERTOS”.
—BERNARD KERIK
Perderte en la repetición es fácil, y eso es lo que la vida en la prisión te da.
Una estructura tan pulcra y lineal, los días se hacen semanas, entonces meses,
y antes de que lo sepas, incluso años.
Me pierdo la Hora de Masticar a las 6:00 a.m. cada día porque preferiría
masticar la pierna de mi compañero de celda que comer el desayuno que sirven. ¿Y
Pedro? Su pierna ha visto mierdas bastante duras, junto con el resto de su cuerpo
adicto al crac.
Yo soy un soldador en el taller general de mantenimiento de la prisión. Por 32
centavos la hora, no llegaría a ser rico, pero al menos seré capaz de permitirme unos
fideos Ramen de la cafetería.
Trabajo junto con un viejo inglés sabelotodo llamado Godfrey. Le apodaron
God aquí por una razón. Con una cojera característica que promete una buena historia
detrás de eso, él pasa la mayoría de su tiempo escuchando música clásica o juntándose
con Seb, otro criminal británico quien pienso es gay por la manera que me mira. El
noventa por ciento de la gente aquí quiere follarme, ¿pero Seb? Él se ve como si
quisiera llevar a mi ano a una cita con cena y comprarle flores. Tal vez incluso una
pieza de buena joyería.
Frank me dijo que no debería joder a Godfrey.
Cuidado con God, porque él es muy poderoso y puede sellar tu destino.
Vuelo bajo y entreno. Leo incluso más. Cuatro o cinco horas de lectura, cada
día. Me salto las clases de escuela y otros programas de mierda que ofrecen, como si
salieras de aquí hacia los brazos abiertos de la sociedad. Si la vida te dio la tarjeta de
San Dimas, una casa llena no está en tu futuro. Demonios, tendrías suerte de tener un
techo sobre tu cabeza cuando todo termine.
Pero yo voy por la clase de autoayuda porque te hacen inscribirte para esta
mierda, y porque ¿qué más hay para hacer en este agujero de mierda? Mis opciones
son limitadas, mi tiempo; sin límites.
En la cena, me junto con Frank y su banda de Stockton. 64
San Dimas es conocido por las bandas de condados. Olvídate de los negros, de
los Latinos, de los blancos. Seguro, hay saltos entre razas de vez en cuando.
Generalmente, sin embargo, mantenemos las cosas civilizadas.
Otro más que la Hermandad Aryan. Ellos son un dolor en el culo de todos.
Literalmente.
Camino dentro de mi celda hoy para ver a un tipo que no reconozco. Es enorme,
gordo, con el tatuaje de una esvástica hecha en casa adornando su carnoso cuello y
con cara de montañés analfabeto como en las películas. Calvo, por supuesto. La
prisión te saca la juventud.
—¿Puedo ayudarte? —gruño.
—No. Pero yo puedo ayudarte. Te veo por ahí. —Inclina su hombro en la
pared, una mano metida en sus pantalones. Sus ojos se centran en mi entrepierna—.
Necesitas protección.
Ignorándolo, me estiro bajo mi delgado colchón, sacando un libro de bolsillo.
Él toma mi brazo, su mano grasosa.
—Dije —dice a través de sus dientes—, que eres un chico lindo. Inclínate.
Espero que lance el primer puñetazo, pero solo me jala más cerca. Es más
gordo, más grande. Yo soy esbelto pero lo bastante fuerte para capturarlo. Entonces
otra vez, no tengo a la HA detrás de mí en caso de que la mierda vaya al sur.
Y esto absolutamente irá al sur, juzgando por la mirada hambrienta en la cara
de él.
Pero no el tipo de sur donde a él le gustaría clavar la verga.
—Mira, hombre —dije tranquilamente—. No tengo nada que perder. No me
hagas matarte. Mi trasero no lo vale.
Me empuja contra la pared con un golpe, su nariz rozando la mía mientras se
acerca a mi cara.
—Ojos como el whiskey, el cabello tan suave, labios llenos como los de una
chica. ¿Crees que la gente no lo ha notado? Tomémonos un viaje a la ducha, chico
bonito.
Estoy por hacer algo que me arrastraría a una celda solitaria por un largo
tiempo, cuando noto una esquirla de vidrio haciendo su camino hasta mi piel. El borde 65
afilado viaja a lo largo de mi cuello antes de que pase a mi pómulo, hincando el
mentón del idiota de Aryan. La cara arrugada como un papel de Frank sigue el filo
mientras sus labios encuentran la oreja del hombre tatuado.
—Retrocede, Hefner. ¿No puedes ver que es solo un niño?
Los ojos del tipo Aryan nunca rompen en contacto con los míos. Todavía estoy
atrapado entre él y la pared se agita cuando suelta una repugnante mueca.
—Cuidado, viejo. No eres un mandamás aquí. Nosotros sí.
Frank bufa.
—Hefner —le dice, enterrando la esquirla en la piel del hombre—. Hay solo
un mandamás, y ese es God. —Se refiere a Godfrey Archer, no al todopoderoso—.
Ahora, este no está para tomar. Vete.
Las pocas células funcionando en el cerebro de Hefner le ordenan que se vaya
a la mierda de mi celda de cuatro metros cuadrados, y después de una impotente
mirada hacia abajo, se disuelve de vuelta en el oscuro corredor de nuestro piso.
—Yo mismo podría haberme encargado de él. —Me tiro del cabello—. Pero
gracias.
Frank no acepta mi apreciación. Solo mete la esquirla en mi mano, curvando
mis dedos alrededor de este.
—Ten cuidado. Maldición, Nathaniel. Eres demasiado lindo para San Dimas.
Es mejor que te hagas más estricto o tu trasero estará lo suficientemente amplio para
empujar una sandía allí al momento que te vayas.
Con eso, mi viejo vecino hecho mi obstáculo contra la violación se marcha,
dejándome y lo que queda de mi orgullo se siente incluso más pequeño e insignificante
que mi diminuto cuarto.

Es difícil odiarlo cuando se está volviendo más humano con cada página.
De hecho, quiero mostrarle lo humana que soy yo también.
Me hizo callar ayer porque él estaba doblándose y quiero que se rompa. De
vuelta al plan maestro. De vuelta a hacer lo que pueda para reclutarlo a mi equipo.
Es mi turno de mostrarle que soy real.
—La semana siguiente, usé ese boleto de primera clase para Londres y le pagué
a Camden una visita. 66
Nate gruñe silenciosamente arriba y deseo estar allí con él en una cama que
nunca he visto, en un cuarto donde nunca he estado. Un cuarto que es sin duda no tan
grande como su celda en San Dimas.
—Camden vivía en un edificio victoriano en Marble Arch, justo frente al gran
Primark, directamente en medio de Londres. —Sonrío para mí, abrazando mis
rodillas. Podría odiar a Camden, pero siempre me ha encantado su apartamento—. No
sabía qué esperar. Ni siquiera nos besamos al principio, ni la última vez que nos
encontramos… pero me enamoró. Un buen momento. Ese fin de semana, fuimos a
restaurantes increíbles y disfrutamos de los mejores asientos en el West End. Y le
tomó exactamente dieciséis horas, desde el momento que aterricé en Londres, para el
momento que aterricé a su cama, donde me taladró como si hubiera petróleo al final
de mi coño.
Mis labios se curvan en una sonrisa arrogante. Nate probablemente no está tan
caliente escuchando sobre otro chico follándome sin sentido. Pero entiendo su silencio
como una luz verde para continuar, así que lo hago.
—Al momento que se fue de Londres, la Prescott de dieciocho años pensó que
estaba locamente enamorada de Camden Archer, el británico de figura ostentosa con
modales encantadores y un fino gusto en música y películas.
Escucho su risa dulce.
—Pero déjame decirte, Beat, que todo fue en descenso desde allí.
—Lo que sea —murmura. La primera vez que está reconociendo mi historia
directamente.
—Cenemos mañana.
—No.
—Seré buena para ti. Tal vez incluso mala, si ese es tu tipo de cosa —sugiere
mi voz áspera a través de una sonrisa de suficiencia—. Ambos pretenderemos que
tenemos a alguien que importa. Todos necesitan un amigo.
Ruedo mi pelota para el estrés en mis manos, apretándola hasta que mis dedos
duelen.
Lo necesito.
Necesito a mi familia de vuelta, y abrazos, y contar con mis lugares felices de
vez en cuando. Necesito ser reconocida y, por más que odie admitirlo, lo necesito a
él. 67
M
i polla traidora me ha engañado otra vez.
Estoy empezando a pensar que Godfrey deliberadamente
puso a esta chica bajo mi supervisión porque quiere que me
vuelva jodidamente loco. Nunca, en mi vida entera he deseado
a una mujer. Las mujeres eran frutas al alcance de la mano para que yo recogiera, para
hundir los dientes y arrojarlas después de un mordisco. Prescott no es diferente. Se 68
está ofreciendo a mí en una bandeja de plata, con un costado con uvas. Pero con ella,
lo quiero.
¿Por qué lo quiero? Porque ella está rota como yo.
¿Por qué necesito a alguien roto? Porque ella entiende, nunca juzga y no
retrocede.
La gente rota hace cosas mejores, aprendemos a cómo hacerlo en la vida sin
las partes perdidas que las otras personas tienen. Porque cuando estás en la oscuridad,
aprecias todo lo que brilla.
Ella no es la mujer más hermosa que he visto. No es la más linda o la más
divertida. Pero es lista e ingeniosa. Un camaleón cambiando sus colores para ajustarse
a la situación donde ha sido lanzada. Sé que está intentando manipularme y, por un
poco de alcance, está teniendo éxito.
Es divertido verla sudar por mí, especialmente porque en el mundo exterior, yo
sería su esclavo, puliendo sus azulejos caros en traje de baño y escuchando sus
discursos dispersos sobre las vacaciones en Tahoe.
Unos recuerdos recurrentes de molerme contra ella como un jodido pervertido
me tienen caminando por ahí con la cara roja carmesí todo el día. Nunca viviré por
esta mierda.
Voy de un lugar a otro en mi rutina usual, apareciendo para trabajar. Gracias a
la mierda que la señora Hathaway todavía está en Tahoe, porque este mono bailarín
no está de humor para caminar por ahí medio desnudo solo para su entretenimiento.
Mi cuerpo está zumbando con furia silenciosa, y sé exactamente dónde se pondrá en
libertad, pero no puedo tenerlo.
Godfrey me mataría si la toco.
Lanzando los discos de vinilo Smiths en el gramófono, si hay una cosa que me
encanta de mi trabajo, es la colección de álbumes del señor Stan Hathaway, empiezo
a trabajar. Fregando, lavando, pasando la aspiradora y limpiando con un trapo al
sonido de Morrissey expresando mi miseria tan dulcemente. Mi lamentable trasero
lamería cada centímetro de estos pisos de granito si tuviera que hacerlo, solo para
ahorrar dinero para salir de la jodida California.
Recojo mi mochila sucia cuando termino y reviso mi teléfono fuera de
costumbre. Tengo cuatro llamadas perdidas. Raro. Nadie jamás me llama, algún que
otro fraude ocasional. Le frunzo el ceño a mi teléfono y remarco el número de la
pantalla, mi pulso acelerándose. El código de área lee San Rafael. 69
No estoy preparado para esta llamada, y mientras el otro lado de la línea suena
viva, sé que mi persona favorita del mundo ahora está muerta.
Mierda, mierda, mierda.
Salto dentro de Stella y llamo a Irvin, diciéndole que necesita alimentar a Pea
y darle quince minutos de tiempo en el baño. No la llamo Pea, metiendo en su lugar
“la chica de God”.
No confío en el bastardo con ella, pero necesito manejar hasta San Rafael para
identificar el cuerpo de Frank Donald Dixon. Muerto, después de cuatro años en coma.
Por mí.
Por Hefner.
Por God.
Por la Hermandad Aryan.
Todavía están tras de mí.
Aparezco en el laboratorio forense y una psicoterapeuta del comportamiento
inmediatamente me recibe. Una mujer a mediados de la treintena, delgada con la
cantidad perfecta de maquillaje y un corte de cabello de revista. Sacude mi mano, la
sonrisa que adorna su cara confirma la sangre azul que corre en sus venas. Me explica
que necesitaré identificarlo por una fotografía. Yo era su única persona de contacto.
Yo. ¿Qué triste es eso?
La última vez que lo vi fue el día que la mierda bajó, y temí la idea de ver cómo
pasaba él los últimos años mientras yo estaba comiendo cuatro salchichas y tratando
(aun así, fallando) de estar fuera de problemas.
Ella me hace sentar y me muestra una foto, y asiento con la cara en blanco. Es
él, de acuerdo. La última persona que se parecía a una familia en mi vida está muerta.
Sin madre. Sin padre. Sin vecino que me mostraba las sogas en prisión. Nadie.
Si me muero de camino de vuelta a Stockton, a nadie le importará un trasero
de rata. Justo como nadie le importó un trasero de rata sobre Frank. La psicoterapeuta
rompe la fiesta de auto pena que me estoy lanzando al frotar su palma contra la parte
de atrás de mi mano.
—Oye. Generalmente no hago esto, pero casi termino aquí. ¿Dame diez
minutos y podemos tomar una bebida?
Todos quieren follar a Nate Vela, pero nadie ofrece un hombro para llorar. 70
Me levanto, y ella me escanea de arriba abajo, su garganta subiendo y bajando
con un trago.
—Lo siento —digo y recojo las llaves y la billetera—. Tengo que irme.
Paso el viaje de vuelta a casa intentando salir con razones válidas para
despertarme mañana en la mañana. Así que… ¿qué? ¿Podría hacer un trabajo de
mierda que odio bajo la supervisión de una mujer que pellizca mi trasero y suelta
risitas, tomar un salario mínimo para tratar de escapar a una vida que ni siquiera tengo
para que la Hermandad Aryan no me matara? ¿Así que podría continuar existiendo,
sin ninguna otra razón más que mis instintos humanos básicos de sobrevivir?
Ni siquiera estoy seguro de por qué estoy impidiendo el escape de Pea.
Probablemente tiene más de una vida por vivir, y ciertamente trata más duro que yo.
Yo solo estoy siendo un bastardo codicioso, salvando mi vida en lugar de perdonarle
la de ella.
Haciendo una parada para beber en el bar de los alrededores de Stockton,
regreso a casa bebido como la mierda.
Son las 3 a.m. Demasiado tarde para revisarla. Incluso si no está dormida, no
somos amigos. No puedo llorar en su hombro. No puedo treparme en su regazo.
Aunque ella querría eso. Recibirme con los brazos abiertos.
Pero lo haría para salvarse a sí, no a mí.
Piso fuerte de camino a mi cuarto, pateando las botas contra la pared y cargando
más allá de un adormilado Irv, que se tambalea de camino de vuelta a otro turno
nocturno.
No toma un genio para ver que estoy enojado, pero a él no le importa. Somos
prácticamente extraños. Dos personas que comparten un techo porque no podemos
permitírnoslo.
Una vez que caigo en el colchón, me restriego los ojos, luchando con el picor.
Espero a que hable, porque siempre lo hace cuando sea que me escucha
metiéndome a la cama. Puedo sentir que está despierta. Espera esos quince minutos
conmigo, largos para ella tanto como para mí.
Oh, mierda. ¿Qué carajo estoy diciendo? No debería querer mierda de ella.
Pero justo ahora, estoy demasiado deprimido para preocuparme. No me
preocupo de que esté respirando por ella, jugando en su peligroso juego, y que Irv es
probable que nos escuche.
—Habla —ordeno, mirando fijamente mi techo manchado con moho, deseando 71
que fuera la madera de un ataúd. Necesito consuelo, una distracción, y ella lo tiene.
Soy el mono bailarín de la señora Hathaway, ¿y Pea? Es jodidamente mía. Pea no
responde—. Maldición, Prescott. Mi día fue jodidamente brutal —gruño—. Habla. —
Nada—. ¡Habla, mierda! —grito, rodando mi cuerpo hasta el borde de mi cama y
estrellando mi cuerpo contra el suelo.
Irv golpetea la pared de su cuarto tres veces.
—Cierra la boca, hombre. ¿Qué estás haciendo al beber en días de semana?
—Habla —susurro una última vez, ignorando a Irv, sabiendo que ella puede
escucharme. Pero no dice ni una palabra. Esta chica que parece empecinada a hablar
cuando la dejé anoche está ahora muda. ¿Qué ha cambiado? ¿Irv le ha hecho algo?
No. Él sabe que lo mataría.
Tal vez se ha rendido en la vida también. Buen momento, Pea.
Perra.
E
spero estar apostando al caballo correcto.
Nate acaba de rogarme que hable con él, y yo lancé la
oportunidad por la ventana, aunque el plan original era endulzarlo y
ganar su corazón, o al menos, su verga.
Nate. 72
Ink me dio su nombre esta noche. El idiota.
La mente maestra aparece en el sótano antes de lo que Nate normalmente hace,
a lo mejor antes de su turno de noche. Sé eso porque Nate llega cuando la actividad
nocturna empieza a cantarme mis canciones de cuna por la noche.
Estaba haciendo mi Día Cuatro con mi nueva tiza en la pared cuando él bajó,
llevando comida enlatada, su máscara de esquí apestando a marihuana. No estoy
acostumbrada al servicio de cinco estrellas de los hoteles, pero al menos Nate (o Beat)
me lleva comida comestible y refrigerios para verme durante el día siguiente.
—Chica de God, tienes quince minutos, ¿sí? Vamos. Tengo un turno en media
hora.
Odié que él viniera por mí. Entonces otra vez, Nate es impenetrable y no me
deja desplazarme. Tal vez Ink me dé más espacio y podré huir.
—Está bien. —El entusiasmo me empujó de pie, y dos pasos largos hacia él.
—Mantén la distancia. —Me maltrató, empujándome en las escaleras por
atrás—. Beat dijo que muerdes. No me hagas machacar tus dientes.
Huh.
Nate estaba intentando mantener a Ink lejos de mí. Tuve una sensación
vertiginosa de saber exactamente por qué.
Cuando Ink entra a zancadas en el baño conmigo, levanto una palma.
—Beat dijo que tengo permitido mi privacidad en esos quince minutos —
mentí.
—Beat no es mi jodido jefe —replicó él alegremente, metiéndose. La manera
en que su mirada lamió mi cuerpo confirmó que justo como su compañero de piso,
Ink estaba preparado para un poco de acción. Pero en este caso, me moví
incómodamente, los ojos buscando en el cuarto.
Un momento de reloj de arena me pellizcó la panza, diciéndome que Ink es
como ellos. Un tomador. Pero no otra vez. Nunca otra vez.
Esta era la primera vez que estuve contenta por Godfrey y su amenaza de no
tocarme. Ink era el tipo de chico que le permitiría a Godfrey computar su verga con
un cuchillo para mantequilla, lenta y dolorosamente, antes de desobedecer órdenes.
—Necesito… hacer popo. —Me aclaré la garganta. Él hizo una mueca, lo noté
incluso a través de su máscara de esquí. Esto no era parte del espectáculo de mirón
que él tenía en mente. Su vientre redondo se bamboleó mientras sofocaba una risa—. 73
Después límpiame tú mismo. —Con eso, él salió del baño y bloqueó la puerta desde
el exterior. Mi mirada se detuvo en el cerrojo. Beat lo reemplazó con uno nuevo
después de que lo rompí anoche, y probablemente no le dijo a Ink, viendo que él no
lo ha mencionado.
Me puse manos a la obra, extrañamente feliz con el hecho de que Beat no
estuviera aquí para presenciarme haciendo el número dos, e incluso más feliz de que
mantuviera mi intento de huir para sí mismo. Tuve una ducha rápida, después de que
dejé el agua corriendo en esta mientras buscaba un arma potencial. Otra vez. Pero
Nate no era estúpido. Después de mi intento de liberarme ayer, removió el toallero.
Las toallas estaban echadas en el suelo.
Gimiendo, tironeé del alambre de metal que sostenía el papel higiénico y lo
metí bajo mi vestido. No era lo bastante filoso para causar un daño serio, pero salir de
aquí con las manos vacías era admitir la derrota. Toqué la puerta desde adentro.
—Estoy lista.
Nervioso, inseguro y engreído. Quiere ser un tatuador, pero es demasiado
incompetente para pescar un trabajo de verdad, así que está dando vuelta a
hamburguesas. Le gusta: denigrar mujeres, jugar al tipo duro y, bueno, tatuar. No le
gusta: ser regañado, las mujeres independientes y su vida.
Abrió la puerta, sus ojos moviéndose de arriba abajo en mis piernas.
—Te lavaste bien, perra.
Come mierda.
—Gracias. Tú todavía te ves como pelotas podridas, incluso con una máscara
de esquí puesta —le dije con la cara plana, y él casi me abofetea, pero esta vez retiró
la mano a centímetros de mi mejilla.
Ink me empujó por el codo, llevándonos por el corredor, y empujando mi
74
espalda, más agresivamente de lo necesario, de camino al sótano. Ese era Ink. No
estaba etiquetado de la manera de Nate: melancolía, arrepentimiento, crueldad,
corazón, cerebro de la calle y compasión, lanzadas en una personalidad de un caos
fascinante.
—¿Quién viene por mí mañana? —interrogué antes de que él cerrara la puerta.
—Nate… eh, Beat.
Nate.
Como no quiero que él sepa que estoy leyendo su diario, el día que le diré que
su compañero de piso delató su nombre se acercará. Después de todo, no hay garantía
de que no huya de Godfrey y, si lo hago, la vida de él estará terminada.
Ink abrió la puerta y me metió rápidamente, fijándome contra la pared. Enterró
los dedos en mi garganta, su máscara de esquí enviando aire caliente de su boca. El
aroma podrido de bacterias y placa asaltó mis fosas nasales.
—Escucha, perra. Eso fue un error. Le dices a Beat que dije su nombre y estás
muerta. ¿Entiendes?
Asentí. Él no me mataría. Estaba por mucho asustado de Godfrey. Y de Beat.
Y de todo lo demás.
Un ejemplo primordial de un macho beta. Mientras Nate está en todos lados,
rezumando poder silencioso, Ink puede quedarse a centímetros de mí y yo ni siquiera
lo notaría.
—Por supuesto.
Desde el momento que me dejó en el sótano, hasta el momento que escuché a
Nate hundirse en su cama, todo lo que hice fue tratar de abrir las ventanas tapadas con
ese pequeño alambre que robé del baño. Me llevó a nada más que dedos
ensangrentados y un corte en la muñeca después de que mi mano se deslizara contra
uno de los clavos oxidados.
Necesito cambiar de tácticas. Necesito tentar a Nate más rápido.
Considerando el hecho de que salir de esta situación no me ha ayudado tanto,
he decido intentar el acercamiento contrario: el silencio.

NOVIEMBRE 18, 2010


75
“LA DEPRESIÓN ES LA INCAPACIDAD DE CONSTRUIR UN FUTURO”.
—ROLLO MAY
Me enfermo por primera vez en mi vida.
Los hombres Vela normalmente no muestran debilidad, a menos que sea por la
bebida.
Me quedo en mi celda, cuidando una fiebre y un mal caso de las mierdas. Pedro
y sus súplicas para metadona me están enojando. El mundo me está enojando. Ni
siquiera tengo veintidós y mi vida ya está acabada.
La comprensión es una pastilla dura de tragar.
Para hacer mejor los problemas, Pedro constantemente está mirando el tazón
del inodoro, intentando pescar mi mierda, porque quiere lanzárselo a los oficiales
penitenciarios para hacer una escena. Una escena que lo llevará al agujero. Pero
conseguirá algo para calmar sus furiosos síntomas primero.
En eso es lo que Pedro está contando. Nos mataría a ambos para conseguir esa
dosis en el culo. Beth, una oficial penitenciaria de la que soy amigo, le permite a Frank
pasarse con sopa enlatada.
—Niño punk. —Escupe las palabras, como lo hace cuando se olvida de ponerse
su diente artificial. Gruño en el líquido tibio, tomando sorbos lentos—. Eres menos
raro como adolescente, ¿sabes? —Me toma del brazo, jalándome para levantarme—.
Esa poesía jode tu cabeza, Nathaniel.
—Mi nombre es Nate —le corrijo. Hemos estado juntándonos cada día desde
que llegué, pero nunca me molesté en decir algo. Porque nunca me molestaba en
hablar. Pero hoy estoy enojado con todo, Frank incluido.
—Como sea —dice él, levantándose y abofeteándome en la noche—. Mierda,
como sea.

DICIEMBRE 24, 2010


“EL MIEDO A LA MUERTE LE SIGUE EL MIEDO A LA VIDA. UN HOMBRE
QUE VIVE POR COMPLETO ESTÁ PREPARADO PARA MORIR EN
CUALQUIER MOMENTO”.
—MARK TWAIN
En Noche Buena recibo la carta de que mamá está muerta. Uno de los abogados 76
me llamó a su oficina y me hizo sentar. Me entregó la noticia apurado, entusiasmado
de ir a casa con su propia familia funcional, pero usó la expresión del ceño fruncido,
la que se supone muestra compasión.
¿Está triste por mí? No lo sé.
¿A quién carajo le importa?
Tengo veintidós años y soy por completo un huérfano.
Maté a mi papá y ahora mi mamá se fue, también. Golpeada por un bus
abriéndose paso, en su camino de vuelta a enviarme estampillas. Un montón de lluvia.
Un montón de niebla. El chofer del bus estaba trabajando horas extras para asegurarse
de que sus hijos tuvieran presentes bajo su árbol de Navidad. Se cansó. Perdió el
control.
De todas formas, sabes el resto.
El abogado me dijo si me gustaría ver a un padre. Que rece mucho. Que rece.
¡Ja! ¿Rezarle a quién? Nadie me escucha jamás arriba. Mis oraciones caen en oídos
sordos sin importar dónde aterricen.
En el Cielo, en el infierno, o en la mera tierra donde vivo.
Empuñándome el cabello desde la raíz, respondo con una sacudida de cabeza.
Paso la noche en mi cama, mirando fijamente el techo.
Sin parpadear.
Sin llorar.
Incapaz de unirme con todos abajo para la payasada de Noche Buena.
Y yo estoy completamente solo.

77
T iro abajo el protector para el sol y me ruedo el labio inferior entre los
dedos mientras me quedo mirando por el espejo retrovisor.
Sí, definitivamente son ellos.
Stella se funde en la carretera mientras trato de perder a la camioneta Ford
Econoline del 70. Blanca, oxidada y perfecta para esos imbéciles. Diviso un par de 78
autos detrás de mí. Las caras que me devuelven la mirada a través de mi espejo
retrovisor son desconocidas, pero reconocibles a la vez.
Puedo divisar a un Hermano Aryan desde kilómetros, habiendo estado en
prisión por tanto tiempo. Dos hombres rosados como cerdos. Gordos, tatuados y de
apariencia simple.
No puedo guiarlos a mi casa. Tengo que deshacerme de ellos en algún lugar
por el camino.
Mierda, pensaba que Godfrey dijo que estaba al tanto de esta mierda.
Acelerando en la I-5, inclino la cabeza hacia abajo para que la parte de atrás de
mi cráneo esté cubierta por el cojín del asiento. Maldiciendo bajo mi respiración, estoy
lanzando miradas para evaluar cuántos autos puedo rodear sin levantar sospecha. Mi
pulso es salvaje, martilleando contra mis oídos, haciendo que mi sangre ruja en mis
venas. Los dedos temblorosos y húmedos aprietan mi volante. Empujo el acelerador
hasta que mi pie choca con el suelo.
La camioneta me está siguiendo cerca por atrás. Ahora está a solo un auto de
distancia. Son las 10 p.m., demasiado tarde para que haya tráfico, y la carretera está
desierta, aparte de algunos autos al azar yendo a paso de tortuga en su viaje hasta su
punto de destino.
Mierda.
Mis ojos se lanzan desde el camino de vuelta hasta la camioneta, y un tipo
enorme con un tatuaje en su mejilla saca el torso de la ventana del asiento del pasajero.
Entonces lo veo. Un rifle. Un jodido rifle.
Doble mierda.
Nivela el rifle hacia mí, con un ojo cerrado, el otro enfocado en mi cabeza.
Trago fuerte y hago un rápido giro hacia la derecha, cambiando de carriles. Si no tomo
la siguiente salida, estoy muerto.
Godfrey, patán mentiroso. ¿Dejaste que se aflojaran, o nunca tuviste poder
sobre ellos en primer lugar?
Esa es una pregunta que tengo que tratar si salgo de esto vivo.
Giro rápidamente hacia una rampa de salida y acelero con todo lo que tengo.
Stella empieza a sacudirse hasta el punto donde todo repiquetea. De mala gana, la
vieja camioneta cambia de carril para seguirme en una carretera serpenteante reptando
en los cerros cubiertos de verde césped de nada.
Triple mierda. 79
No pude haberles dado un mejor lugar para dispararme. Todo lo que me queda
es empujar mi jodida frente en su cañón en este punto.
La camioneta se las arregla para golpear en la parte trasera y mi vehículo se
sacude hacia adelante. Trato de acelerar sin éxito. Se acabó. El Tacoma ha alcanzado
su límite. Otro golpe le sigue, esta vez más duro.
Mi culo se desconecta del asiento, mi cuerpo salta hacia adelante. Tercer golpe,
y esta vez Stella es lanzada unos metros hacia adelante. Necesito detener esta caza
antes de que ellos me hagan rodar y me disparen.
Así que cambio de táctica.
Tomo un giro a la izquierda fuera de la nada, rogando en un cerro tallado, y
vuelvo a dar marcha atrás para que mi auto encare el suyo, escondido por una tormenta
de polvo y grava.
Vamos. A. Jugar. Jodida. Gallina.
Estos hombres quieren matarme, ¿pero yo? La verdad, voy a permitírselo. Ellos
puede que no cedan el paso, pero yo no, tampoco. Es fácil jugarse la vida cuando no
tienes nada por qué vivir.
Hora de jugar, hijos de puta.
Acelerando el motor, empujo el acelerador tan duro que los músculos de mi pie
se estiran, mi camioneta galopando en dirección a ellos. Todo lo que veo es rojo. Todo
lo que siento es el sabor de su sangre en la punta de la lengua.
Más rápido.
Más veloz.
Más próximo.
Más cerca.
El conductor finalmente vira a la derecha, y la camioneta se estrella contra un
espeso arbusto. El humo negro escapa del motor. La vejez de la camioneta los ha
pillado con esto. Están acabados. Su vehículo está jodido.
Es hora de dañar y dominar.
Abro la puerta de golpe y me tambaleo fuera de Stella, apresurándome hasta la
caja y sacando una escoba de madera. Esa es la única arma que tengo. Una jodida
escoba. Pero es larga y puedo romperla en dos contra mi rodilla, por lo que ahora esta 80
tiene dos puntas filosas, también.
Caminando hacia la camioneta, saco al tipo que estaba sentado en el asiento
del pasajero, el del rifle, y arrojo su pesada arma detrás de mi espalda, lejos de su
alcance.
—¿Quién te envió? —Mi saliva salpica su cara mientras lo arrastro hasta el
yerboso cerro. Se está retorciendo de derecha a izquierda, intentando soltarse, pero no
tiene oportunidad. Yo soy mucho más grande y fuerte.
Detrás de mí, el conductor se abre el cinturón de seguridad, saliéndose de su
asiento. Antes de que tenga una oportunidad de correr hacia el rifle, clavo el punto
afilado de uno de los palos directo a la palma del tipo, fijándolo en el suelo. El palo
está firmemente plantado en el barro, como también el tipo que había intentado
dispararme.
Hay un gran hueco en el centro de su palma ahora, y está gritando a todo
pulmón. Procedo a clavar su otra mano al suelo, crucificándolo en el cerro como un
enfermo, triste y corrompido Jesús.
Entonces salto al conductor fugándose, como una pantera hacia su presa.
—No te vas a ningún lado —farfullo en un grito mientras lo tironeo de la
camiseta. Él balancea un puño hacia mí, pero lo esquivo. Lo tacleo al suelo y él se
resiste, juntándonos en una bola de patadas y puños. Rodamos por la ladera, enredados
y lanzando puños el uno al otro. Aterrizamos en un valle a unos metros de nuestros
vehículos, y soy rápido en estar encima de él, montándolo a horcajadas con mis
muslos, de la manera que hice cuando Pea trató de escapar, y desatando veintisiete
años de ira en la cara de él.
Estoy enojado, poseído y fuera de mis jodidos cabales.
Mis nudillos aterrizan en su nariz, destrozándolo con un sonido escalofriante,
y lo sigo con otro puñetazo mientras golpeo su boca con un golpe brutal. Un diente
sale volando y rueda al césped. Lo golpeo hasta que todo lo que veo es sangre. Lo
golpeo, aunque sé que él podría estar muerto. Lo golpeo por razones que no tienen
nada que ver con él. Lo golpeo porque soy huérfano, un exconvicto, un captor y un
chico que está caliente por una chica que no puede tener. Porque soy un chico triste,
un hombre y un arma rotos. Un salvaje bárbaro, un poeta con corazón de oro y un don
nadie que está desesperado de convertirse en alguien.
Y lo golpeo porque necesito que esté muerto. Porque no puedo dale otra
oportunidad de encontrarme otra vez.
Pero no lo mato. No. Estoy sacrificándolo con mi corazón de piedra y frío. 81
Porque él no es una persona. Es un símbolo.
Representando todo lo que odio.
Todo a lo que quiero darle la espalda.
Todo que está tomando la única cosa con la que nací, otra que esta estúpida
cara bonita, y que todavía me pertenece. Mi paz.
Después de terminar, arrastro su cuerpo por el cerro, consciente del hecho de
que alguien podría vernos. ¿Qué elección tengo? No puedo dejarlo aquí para que sea
encontrado. Afortunadamente, al tiempo que subo de vuelta a Stella, ya está
completamente negro y las oportunidades de ser divisado detrás de estos cerros se
redujeron a nada.
Meto al conductor muerto en su camioneta y camino a zancadas hacia su
amigo, que todavía está clavado en el suelo, maldiciendo y escupiendo, pateando las
piernas como un bebé en un berrinche. Es bueno que la señora H. me enviara a
comprar una nueva escoba hace no mucho tiempo, y la olvidé en mi camioneta.
—¿Quién te envió? —gruño en su cara, empuñando uno de los palos y
moviéndolo en círculos, partiendo el hueco en su palma más ampliamente. Necesito
un nombre para buscarlo. Un nombre para poder cazarlo. Alguien con quien puedo
cambiar mi ira. Si la Hermandad Aryan está detrás de mí, quiero saber quién es el jefe,
quién fue contra la orden directa de Godfrey y decidió matarme.
—Bastardo marrón —gime, intentando patearme con lo que ha quedado de su
fuerza.
Dejo caer la cabeza a mi pecho, soltando una risa amarga.
—¿Una última oportunidad? Podría dejarte vivir si decides cooperar. —No
quiero ser responsable de una muerte innecesaria, pero no soy lo bastante tonto para
dejarlo marcharse sin venganza, tampoco.
Niega y escupe sus palabras.
—Haz lo que sea que necesites hacer, Nathaniel Vela. Ya eres hombre muerto.
Solo nosotros no te hemos matado todavía.
Me agacho en una rodilla, acunando su rostro en mis manos. Él tiene un bigote
rubio, una brillante cabeza pelada y un tatuaje del Guerrero Aryan en su mejilla. Él
sonríe mientras yo le rompo el cuello en un rápido movimiento, quebrando su
columna. 82
Su cabeza está extrañamente posicionada en el césped, la sonrisa estúpida y los
ojos amplios ahora devolviéndome la mirada a mí en lugar de al cielo.
Echarlo en la camioneta junto con el rifle no toma tiempo. Mi motor ya está
acelerando antes de lanzar el fósforo que encendí por la puerta abierta del tanque de
gas a través de la ventana de Stella. Mi escena del crimen explota en llamas detrás de
mí, creando una nube rancia de carne quemada y gasolina mientras me voy a toda
velocidad. Mis ojos pican, y mi garganta hormiguea, pero no es debido al olorcillo del
fuego hacer su camino por mis pulmones. No.
Lo que me golpea más de camino a casa es el hecho de que oficialmente estoy
contaminado por el pecado. No soy un homicida. Soy un asesino. Autodefensa o no,
he tomado tres vidas, y apenas tengo veintisiete. He matado a tres personas, a dos de
ellas deliberadamente, no solo para detenerlos, sino para acabar con ellos. No vacilé.
No batí ni una pestaña. Maldición, ni siquiera me encogí. Me aventuré directo al
territorio del jodido asesino serial, con vecinos como Ted Bundy y Jeffrey Dahmer
para acompañar mi nuevo título.
Algunas personas coleccionan escampillas. Otras, monedas. Taxidermia.
Jodidas tarjetas. Yo colecciono arrepentimientos. No acaparan mucho espacio, no
físicamente, de todas formas. Pero por dentro… invaden. Carcomen. Arruinan.
Porque esa es la cosa sobre los arrepentimientos. Son errores que dejan
cicatrices. Despiadadas, sensibles y ardientes heridas.
No siento remordimiento por esos tres bastardos, pero me siento mal por ella.
Tal vez esa es la razón de por qué pateo la puerta del sótano para abrirla al
minuto que llego a casa.
—Chipotle vegetariano. —El burrito envuelto en papel aluminio choca con su
hombro cuando lo arrojo contra su cuerpo. Ella está yaciendo en el suelo, su cara
contra el azulejo. Debería estar enojado con ella por no hablarme ayer. Corrección:
estoy enojado con ella por no hablarme ayer.
Estoy molesto.
Con ella.
Conmigo.
Con todo.
Especialmente con todo. Aun así, otra vez, la vida lanzaba un golpe justo en 83
mi cara. ¿Godfrey sabe que la HA está buscándome? ¿Y qué bien me está haciendo él
si ni siquiera puede mantener a los chicos malos a raya?
Pea no se mueve. Tal vez está durmiendo. Lo dudo. Ella es demasiado
inteligente y vigilante, y vive para sus quince minutos de baño y su receso para comer.
Mirando a la pared, noto que no ha marcado una raya blanca con tiza hoy.
¿Ya no cuenta los días? ¿Por qué?
Tomo dos pasos en su dirección, mi pulso fuerte y errático en mi garganta, y le
doy un empujoncito a su pierna con mi bota de cuero. Ella no responde, su cara y
estómago contra su la manta. Uso mi pie para hacerla rodar sobre su espalda, y la
pelota para el estrés que estaba sosteniendo rueda por el sueño. Sus ojos están abiertos,
y se queda mirando finamente mi máscara.
El vacío en su expresión es más perturbador que mirar el último aliento de un
hombre mientras rompo su columna en dos.
—Come —ordeno.
No se mueve, sus músculos flojos. Agachándome, la arrastro en posición de
sentada, su espalda contra la pared, intentando tragar mi siguiente pregunta. Esta sale
rápidamente de mi boca de todas formas.
—¿Ink te ha follado?
Irv, mejor que no la hayas tocado. Godfrey nos mataría a ambos si lo hizo. Pero
esa no es la razón de por qué mi pecho está ardiendo con furia sin contención.
Algo que no reconozco burbujea dentro de mí. No es odio, ni ira, y espero por
Dios que no sean celos.
¿Qué mierda estoy haciendo? ¿En qué demonios estoy pensando? ¿Qué me está
pasando?
Pea no responde.
—¡Pea! —Estrello mi puño contra la pared detrás de ella, esperando a que salte
de miedo. La pared se sacude, pero ella solo mira un punto detrás de mí. El desinterés
de filtra de cada poro de su cara.
Que se vaya todo a la mierda.
Pensé que tenía problemas con la chica valiente y cotilla que tomé de Godfrey.
Estuve equivocado. Esa chica era medio divertida. ¿Esta chica? Es un maldito
cementerio.
84
—Dímelo ahora, antes de que empiece a romper mierdas. ¿Qué te ha hecho
Ink? —Tomo un intenso trago de aire, mi cuerpo peligrosamente cerca del de ella.
Cuando su boca se abre ligeramente, la mía la copia.
—Él no ha hecho nada. No es por él. No voy a comer, porque no hay punto en
que coma. Ellos van a matarme de todas maneras. Yo solo sería un desperdicio de
todo: comida, agua y el tiempo de ambos. —Sacude la cabeza. Su voz es tan hueca,
que casi hace eco—. Si voy a morir, no quiero que sea por sus manos. —Sus ojos se
endurecen—. No. Moriré aquí. Sola. Privarlos de la oportunidad de correrse por verme
jadear por mi último aliento.
La mención de su muerte me destroza combinado con los crímenes que cometí
hace horas. Resisto las ganas de decir algo para consolarla. No soy mentiroso, y Pea
tiene razón. Van a matarla. Godfrey hará de eso una muerte gloriosa, y sin importar
dónde termine siendo la escena del crimen, una salpicadura de la sangre de ella
manchará mi conciencia para siempre.
Pero ninguno de nosotros tiene que morir y, justo ahora, mi integridad está
paralizada por mis instintos de supervivencia.
—Beat —grazna. Mierda, sus labios rosados que me gustaría tocar, ahora más
que nunca, están temblando de miedo—. Por favor, mátame. Sé que no puedes
soltarme, lo entiendo. En serio. Pero puedes hacer que mi muerte parezca un
accidente. Por favor, ahórrame la ira de los Archer.
Ella quiere convertirse en mi tercera muerte para esta noche, y mi cuarta en
total. ¿Me veo como el jodido exterminador? Agarro mi cabello con mis puños
mientras me muerdo el labio. Es un giro triste de eventos cuando te das cuenta de que
no solo quieres follar a la chica que se supone no debes ceder por el corredor de la
muerte, sino que además quieres salvarla.
—Oye. —Dejo caer la mano al suelo para recoger el burrito, poniéndolo en su
mano—. Calla tu trampa sobre la muerte. Voy a buscar mi comida. Comeremos juntos
esta noche.
Esa es la única cosa en la que puedo pensar para alegrarla. No quiero que sufra.
No me ha hecho nada malo. Mi verga, por otro lado, está resentida con su redondo
trasero y labios para chupar. Ella ha estado burlándose de esta por días. Si calentar
pollas fuera un arte, esta chica sería Picasso.
—Beat —dice débilmente cuando empiezo a subir las escaleras. Me detengo,
mi espalda todavía hacia ella—. Trae tu libro favorito. Me gustaría leer algo bueno.
Mi cabeza cae en un pequeño asentimiento.
85
Está apuntando directamente a mi jodido corazón, esta chica. Disparo tras
disparo en la oscuridad.
Y tarde o temprano, lo sé, incluso en la negrura profunda, que ella va a dar con
su objetivo.
M
ordió el anzuelo. Más bien, se tragó la caña de pescar entera.
No quiero lastimar a Nate, pero lo necesito para que me
libere. Y si eso significa comprometer la verdad de mi estado
mental, entonces que sea así. No es como si lo manipulara. Sí
estoy deprimida. Sí estoy asustada. Solo no lo suficiente para rendirme con la vida.
Nunca me rendiría con la vida. Eso es lo único que me queda después de lo que ellos 86
me hicieron.
¿Y Nate? Él se rindió con la suya. Veo cómo lo vive. Las largas horas que
trabaja. Rompiéndose el culo para Godfrey. Constantemente trotando hacia la puerta
cada vez que el timbre suena, preocupándose de que fuera su supervisor de libertad
condicional, que yo fuera a ser encontrada. Él es un animal atrapado, un alma
enjaulada y un terrible mentiroso. Conozco su amabilidad.
Comemos juntos en el oscurecido sótano. Nate me vendó los ojos porque no
puede comer con la máscara puesta. No necesito verlo para saber que está aquí.
—Gracias por la comida, Beat. —Saboreo mi burrito de arroz y frijoles. Él
gruñe en respuesta. De vuelta a ser un hombre de las cavernas—. ¿Por qué te lanzaron
a prisión? —pregunto, chupando la crema ácida de mi dedo con un gemido. Extraño
tanto la buena comida.
—¿Quieres la versión larga o la corta?
—¿Se ve como si estuviera en un apuro?
Suelta una risa. Su voz es genial. Barítono, ronca y gutural. No es que importe,
me recuerdo a mí misma. Él es negocios.
—Homicidio culposo. Estrellé un jarrón en la cabeza de mi papá. Fracturé su
cráneo.
Por el modo que su pierna empuja la mía juguetonamente, estoy suponiendo
que él está sentado con las rodillas levantadas, justo como yo.
—¿Esa es tu versión larga? Dios, ¿cuántas palabras usas para la corta? —bufo.
—Una. Destruir. Soy bastante bueno en arruinar cosas.
—Eso es duro. Y falso. Primero, puedes taclear a lo fútbol a una mujer como
un pro —bromeo mientras Nate me pasa una botella de agua. Tomo un sorbo y se lo
devuelvo—. Tú no quieres tomarme de rehén. Te importó cuando Ink me pegó… —
Me callo—. Tal vez eres bueno. —Lo siento reírse entre dientes contra mí—. Odias a
tu compañero de piso —digo.
—Odio todo —dice, inexpresivo.
—Eso no es cierto, solo no te importa.
—Tal vez es así como empecé esta mañana. Indiferente. Pero, hoy hice cosas
que no puedo deshacer. Y, aún más: no quiero deshacerlas. Tal vez soy un monstruo.
—Conozco a los monstruos, Beat. Los conozco realmente de cerca. Tú tienes 87
un largo camino por recorrer hasta llegar a ese punto.
Juego con el papel de aluminio entre mis dedos. Nate terminó de comer por el
sonido de este. Se está abriendo a mí. Algo lo puso frágil y atento hoy. No estoy
realmente segura de qué, pero necesito tomar otro movimiento antes de que cierre la
puerta a esta oportunidad en mi cara.
Así que me atrevo.
Presiono la cabeza contra su enorme hombro duro.
Hay silencio, del tipo interrogante, y me trago cada miedo femenino que tengo
por ser rechazada.
Sacude el hombro ligeramente, apartándome.
—¿Qué carajo, Pea?
—Necesito contacto humano —susurro. Esta vez, no es otra media mentira que
escupo en piloto automático para atraerlo más cerca de mí—. Tú puedes necesitar un
abrazo, también.
Pongo la cabeza sobre su hombro otra vez y, esta vez, Nate no se mueve. Su
cabello hace cosquillas en mi oreja. Es glorioso. Brillante, recto y muy negro. Lo he
visto bastantes veces cayendo por su máscara de Guy Fawkes. Corto y rapado en los
costados, largo en la cima. Él suena hermoso. Su modo de caminar es hermoso. Su
cuerpo es hermoso. Y soy positiva que detrás de la máscara y de la venda espera un
hombre que está por romper cada promesa que me había hecho sobre los hombres.
Permanece lejos como la mierda de ellos.
—Sabes lo que necesitas hacer, ¿cierto? —Me acurruco en su hombro—. Huye.
No responde, porque sabe que tengo razón. Sé cómo se enredó en todo el
desastre donde está metido, aunque tengo una sensación de que su pequeño diario rojo
pronto soltará la lengua. Una cosa es segura, este lugar está matándolo lentamente por
dentro. Godfrey, Seb, Ink, este trabajo que odia… su felicidad está comprometida por
sus circunstancias. Pero yo puedo liberarlo.
Me aclaro la garganta, esperando que me tome con seriedad.
—Sabes que tengo dinero en el exterior, ¿verdad? Lo suficiente para huir y
arreglarte con lo que sea que necesites para empezar una nueva vida. Tengo rutas de
drogas en Oakland, Richmond y Stockton.
Nate se mueve para encararme, levantando la palma y aplanándola sobre mi
cuello. Envolviendo los dedos alrededor de este suavemente. Mi garganta se aprieta. 88
Por primera vez en años, siento algo que es tan extraño y terrorífico, que casi
me vuelco y colapso en el suelo. Excitada.
—Aun así, estás en mi sótano, y Godfrey está afuera y cerca. —Su voz es baja
y oscura—. Es divertido cómo la vida funciona, ¿eh, Cuchara de Plata?
—Eso puede, y lo hará, cambiar pronto. —Mi osada declaración suena más
densa bajo la presión que él aplica en mi garganta.
Es sensual, confuso y completamente injustificado. Ya que normalmente no
tengo sexo, ¿por qué es que deseo que apriete duro y me folle incluso más duro? Ni
siquiera me importa cómo se ve su cara. Es un juego previo tortuoso, del tipo más
retorcido. El que no se supone que es llenado.
—Si Godfrey fuera lo bastante estúpido para juntar a dos personas que tienen
exactamente la misma lista de mierda, es su problema. —Apretando los labios entre
los dientes, gano fuerza para lo que está por salir de mi boca—. No tienes que decirme
quién te jodió y te encadenó a esta situación, Beat. Ya lo sé. Podemos ser un equipo.
Podemos tomar de vuelta nuestra libertad.
—¿Sí? ¿Crees que mi supervisor de libertad condicional será callado con esa
mierda?
—Creo que te plantarás aquí con homicidio culposo en tu registro y con
Godfrey ladrándote órdenes descabelladas, hundiéndote más en problemas, es tan
limitado como San Dimas. ¿Qué crees que va a pasar si tu supervisor de libertad
condicional te hace una visita mientras yo estoy aquí abajo? Sabes que voy a gritar a
todo pulmón. Puedes amordazarme y atarme, pero aun así usaré mi cuerpo para llamar
la atención. ¿Dónde te dejaría eso? La única razón de que estés aquí todavía es porque
no puedes permitirte ser. Sal del país, Beat. Empieza de nuevo.
—Suena como si tuvieras un plan hecho para mí.
Aprieta más duro mi garganta, pero no lo bastante duro para cortar mi
suministro de aire. Siseo un gemido, rodando la cabeza contra la pared. No tengo un
plan hecho para él. En todo lo que puedo pensar es en cómo nos marchamos de aquí
juntos y en asesinar a mis enemigos.
—Nos vamos. Primera parada: mi apartamento. Saco mis tarjetas de crédito,
dinero y un teléfono de repuesto. Segunda parada: conseguiremos un auto con una
placa fuera del estado. Tercera parada: Los Ángeles. Conozco a un tipo que puede
emitirnos identificaciones legales bajo nombres diferentes. Dos pasaportes, frescos y 89
nuevos, mi regalo. Cuarta parada: regresamos a NorCal, matamos a Godfrey, a
Sebastian y a Camden. Quinta parada: el aeropuerto SFO. Tú puedes ir por tu lado,
yo por el mío. Nos sacudimos las manos. Nos decimos adiós. Hasta te comparé una
taza de café por tu molestia. Esto nos tomará tres semanas, máximo. Camden debería
estar aquí al comienzo de septiembre. Tres semanas, Beat, a cambio de una nueva
vida. Eliges un lugar, Canadá, México, América del Sur, y te pagaré cincuenta mil por
el lio y por ayudarme a salir con los chicos. Ahora, ¿cómo suena eso?
Su palma deja mi cuello y una sensación de pérdida me sujeta, del tipo que no
he sentido desde la última vez que he sido abrazada. Abrazada de verdad. Fue con
Preston, que me dijo que me cuidase a mí misma antes de haber desaparecido.
Nate sopesa mi oferta sin palabras. Casi puedo escuchar las ruedas de su
cerebro rodar mientras procesa mis palabras. Pero hasta yo sé que para él es poner su
confianza y su vida en las manos sin callos de una rubia de pedigrí y diseñadora de
minivestidos. Tener un coño siempre es una desventaja en negocios callejeros. ¿Y un
coño millonario? Eso es prácticamente una debilidad en Stockton.
—Eres un comodín —dice él.
—¿Eso te asusta? —digo jadeando.
—No si estoy por incendiar la mesa entera. —Más silencio—. Godfrey
intentará matarnos —estalla, su cálido aliento reptando por mi rostro. ¿Y estoy
imaginándolo, o sus labios están flotando sobre los míos? Las puntas de mis dedos
hormiguean y me humedezco los labios otra vez. He estado haciéndolo un montón
desde que él me lanzó en su sótano.
—Eso está bien, pero no estoy planeando mantenerlo vivo, tampoco.
—Mmmm. —Su voz está cerca, su nariz rozándose contra la mía. La calidez
acaricia mi cuerpo—. ¿Estás planeando una matanza, pequeña Pea?
Se está burlando de mí, y un temblor de ira se sacude por mi columna,
haciéndome apretar los puños.
—Voy a matarlos.
—Crees que vas a matarlos —dice secamente—. Pero cuando sea la hora del
espectáculo, cuando estés frente a tu víctima, sin importar cuánto lo odias, sin
importar qué te hicieron, la mayoría de las personas se acobardan. Eso es lo que separa
a los monstruos de la muchedumbre. Los monstruos bajan el interruptor de humano.
—¿Eres un interruptor? —El aire se atasca en mi garganta, enredándose en una
sofocante bola de entusiasmo.
90
—Soy un interruptor —confirma él con un pequeño asentimiento que hace que
nuestros labios se conecten.
Lo necesito. Necesito a un interruptor. A alguien que me ayude con Godfrey,
Sebastian y Camden. Él es perfecto.
—Voy a derribar a esos hombres, Beat. Con o sin ti. Ahora, ¿estás dentro o
fuera? —Mi pregunta descarada merodea en sus labios. Es así lo cerca que estamos.
Se ríe duro, una risa mala, una risa de villano, una risa que no pertenece a su
boca y se aparta. Entonces lo escucho levantarse, estirándose.
—Fuera. —Mete el libro que trajo para mí bajo mi brazo y quita mi venda en
un impulso. Todavía puedo sentir el calor de sus dedos envueltos alrededor de mi
cuello y quiero que me sujeten por oxígeno otra vez. Nadie me ha hecho eso antes,
pero no era desagradable. La cara de Nate está cubierta por su camiseta negra, sus
abdominales resaltando bajo la densa tinta negra y azul. Un leve rastro de vello corto
y oscuro se dirige dentro de sus pantalones y quiero bajarle los vaqueros y averiguar
dónde termina. Nunca me pasó antes. Ni siquiera con Camden—. Duerme bien,
pequeña Pea.
Me siento bien, de acuerdo. Con nervios, miedos… entre las piernas.
Bajo la mirada al libro que trajo para mí. El Perfume de Patrick Suskind. Sobre
un asesino serial que mató mujeres por sus aromas.
Tiempo.
Si Nate me da tres semanas de su tiempo, seré capaz de matar a los bastardos
y de tener mi vida de vuelta. Ahora solo necesito asegurarme de que él es solo
negocios.
Eso será fácil… ¿cierto?

91
—¿Q ué hizo el patán? —pregunto, con las manos metidas
debajo de mi cabeza mientras yazco en la cama, no debería
saber cuál es el trato de Pea, no debería favorecerla
escuchando su historia sobre abocarse de lleno en un libro. Pero lo hago.
Godfrey había dicho que ella era de Blackhawk. Que es la hija de un político
adinerado. ¿Cómo terminó como una traficante de baja clase que se las arregla para 92
enojar a uno de los hombres más peligrosos de los Estados Unidos?
No debería escuchar las palabras poco sólidas de ella, y definitivamente no
debería permitirle apoyar la cabeza contra mi hombro. Los lanzo en esta lista de otros
“no debería haber”: no debería haber casi besado esos labios cuando mi polla me dolió
tanto que casi hace un hoyo en ese vestido apretado, y no debería casi haberla
ahorcado con mi lujuria por ella. Pero hice todas esas cosas, porque ella es el centro
de mi vida social. Cualquier relación jodida que estoy formando con mi rehén, ella es
la persona más cercana a mí ahora.
¿Patético? Seguro. Pero es la verdad, no obstante.
—Dejé UCLA y me mudé a Londres para vivir con Camden. —Escucho su
voz calándose en mi piso agrietado. El hecho de que Irv siempre esté en el trabajo
cuando nosotros hablamos es un jodido envío de Dios—. Pensé que lo amaba. Y como
puedes saber que, cuando estás enamorado, la lógica casi siempre es la primera
pérdida. Mis padres no estuvieron felices de que hubiera dejado la universidad, pero
no trataron de detenerme tampoco. Mi papá estaba demasiado envuelto en su
campaña, demasiado afligido con la idea de que los Archer y los Burlington-Smyth
fortalecieran sus lazos. Y mi madre… —Se calla con una risa amarga—. Quién sabe
dónde estuvo en ese momento. Luchó con la depresión y una horda de demonios que
parecían haberla seguido en cada instalación de rehabilitación donde se registraba.
Recuerdo la primera vez que me di cuenta de que mi mamá no iba a regresar. Fue en
mi cumpleaños número dieciséis. Todo lo que obtuve de ella fue una carta. Ni siquiera
una llamada de teléfono. Creo que vive en Carolina del Norte ahora. Algunas veces
envía cartas de Navidad, y lo odio. Me hace recordarla. La Navidad no es mi momento
favorito del año.
El mío tampoco, y por la misma razón.
Nos recuerda que perdimos a nuestras mamás.
Presiono la palma en mis sábanas frías y cierro los ojos, pensando en cómo se
ve ella justo ahora.
Sus piernas tumbadas en su sábana, doradas, suaves y delicadas. Mi polla crece
dentro de mis pantalones de chándal colgados bajo. La única razón por la que no estoy
acariciando mi carne por el sonido de su voz rasposa es porque ella está confiando en
mí y eso es un poquito jodido. De acuerdo, muy jodido.
—Un mes absorbió al siguiente. No hice amigos. No me reinscribí en la
escuela. Todo lo que hice fue sentarme y esperar a que él llegara de trabajar cada día.
Estuve enamorada de forma enfermiza, Beat. Fue la peor forma de amar. El tipo de 93
amor que no da, sino que consume. El tipo de amor que rápidamente se convierte en
odio. Todo lo demás, la familia, los hobbies, los amigos, el mundo exterior, fue solo
una distracción que resentí, apartando a Camden de mí. Rápido en dieciocho meses,
¿y adivina qué?
—Escúpelo.
—Volví a casa desde una tienda en Chelsea de parranda un día para encontrarlo
clavándosela a una modelo de glamur de Page Six en la isla de nuestra cocina.
Sonrío con suficiencia para mí, con los ojos todavía cerrados. No sé mucho
sobre esta chica, pero es seguro decir que encendió sus pelotas, solo un aperitivo para
el rumbo principal de tortura que ella tenía en mente para él. Pea es valiente.
Caminaría a través del jodido fuego con tacos bajos con una sonrisa en la cara y ni
siquiera rompería a sudar. Lo vi en la manera que manejó a Godfrey y a Seb.
—Cerré la puerta silenciosamente, retrocedí y bajé las escaleras. Esperé en una
cafetería frente a la calle hasta que vi al asqueroso dejar mi apartamento. No quise
que él supiera lo que sabía yo.
—¿Por qué?
El cuarto se calla antes de escuchar la sonrisa arrogante en sus labios.
—Porque, ¿dónde está la diversión en eso?
Por la siguiente media hora, Pea me dice sobre el trabajo de excavación que ha
hecho, buscando estados de cuentas bancarias de Camden, contrató a un investigador
privado e hizo todo lo que una perra loca puede para sacar suciedad sobre su amante.
—Él tenía siete piezas aparte en total. No usó un borrador con ninguno de ellos.
Yo quise planear la venganza perfecta. Algo épico. El hombre que clamó amarme,
que quería casarse conmigo, se perdió mi cumpleaños diecinueve para que pudiera
juntarse con una bailarina exótica en Shoreditch. Llegó tarde a nuestra cena de
aniversario porque tuvo una orgía con dos turistas polacas. Mientras tanto, estuvo
extendiendo promesas, lanzando mentiras, teniéndome cautiva con su encanto… No,
no podía solo dejar que esto acabara con una bofetada y una carta de odio.
Suelta una risita, su voz elevándose de mi suelo, y para mi horror, esta vez eso
hace una breve parada en mi pecho antes de emigrar hacia mi entrepierna para un
retuerce-polla.
—Haz eso otra vez —ordeno.
—¿Hacer qué?
94
—Esa risita. —Suelta nuevamente otra risita, sin hacer preguntas. Mierda—.
Lo retiro. No hagas eso de nuevo —gruño. La necesidad de salir corriendo abajo y de
follarla es abrumadora.
—Sobre los siguientes meses, jugué a la novia solícita. Fui un kilómetro extra
y luego más. Le di la mejor cara… —Ajusto mis genitales en mis pantalones. Ni
siquiera conozco a Camden Archer, pero si ella no jalara el gatillo, estaría feliz de
matarlo yo mismo—. Mi novio al final se agrietó. Tomó tiempo, pero lo hizo. Camden
me pidió que me casara con él. Le dije que sí, pero que necesitaba hacer algo con mi
tiempo. ¿Y qué mejor manera de desperdiciarlo más que hacer algo por él? Él acordó
en dejarme ayudarlo con sus negocios y con firmar algunos poderes de abogados,
concediéndome acceso a algunas de sus cuentas bancarias. No me llevó a algún lado
cerca de los negocios oscuros. No confío en mí, sin duda, y encontré duro de creer
que este hombre me protegería de cualquier cosa o de cualquiera. Sin embargo, estuve
al tanto de sus negocios. Bueno, tenía accesos, un motivo y la diligencia debida. Era
tiempo para el gran final. —Trago, sabiendo exactamente a dónde se está dirigiendo.
Ella intentó golpearlo y tomó un golpe. El rebote fue demasiado y ella se desmoronó—
. ¿Sabías que la última vez que vi a mi mamá, tenía quince, y la última vez que le
hable fue antes de que yo estuviera en edad para beber? Camden fue mi primer intento
honesto para una relación humana auténtica con alguien que no era Preston… y
aquello me salió al revés, directo a mi cara, rompiendo cada hueso en el proceso.
—Dime que no cortaste sus pelotas —gruño. No es que me disuadiría de
preguntarle que chupase los míos, pero es por mucho la única razón que puedo ver
por qué Godfrey y Sebastian la odian tanto. Pea suelta una risita. Otra vez.
Mi corazón tartamudea… otra vez.
Mi polla se retuerce por ese sonido adorable… otra vez.
—Un día, Camden regresó a casa para encontrarla completamente vacía. Yo
me había mudado y había conseguido en el primer vuelo de vuelta a los EE. UU.
Además, doné todos sus muebles, su ropa y sus pertenencias a la fundación Octavia,
porque soy así de un corazón dulce. Las cuentas del banco a las que tuve acceso fueron
vaciadas, el dinero fue lanzado a una cuenta de paraíso fiscal de las Islas Vírgenes
Británicas a mi hombre. Al momento que él fue mucho menos rico y mucho más
soltero, yo estuve bebiendo un virgen Bloody Mary en primera clase. Fui lo bastante
inteligente para no regresar a casa, sin embargo.
»Fui a vivir a Nueva York. La manzana era grande y la mordí con gusto.
Londres abrió mis chacras a las grandes ciudades y estuve más que feliz de
desaparecer en la muchedumbre y de confundirme a ser otra estudiante sin rostro, 95
usando un abrigo de piloto de marinero. Tomé algunos cursos de la universidad y viví
de la fortuna de Camden que robé, manteniéndome al tanto con mi hermano y mi
padre por teléfono.
»Hasta que un día, papá llamó y dijo que había una emergencia. Preston había
desaparecido. Nadie sabía dónde estaba. Corrí de vuelta a casa, tomando el primer
vuelo a San Francisco y lloré todo el camino hasta allá. Me había sentido lo bastante
culpable por dejar a Preston en primer lugar cuando me había mudado a Londres, pero
esto fue demasiado.
»Entré a la casa de mi familia por primera vez en alrededor de dos años, y
Preston no estaba ahí. ¿Pero sabes quién estuvo? Godfrey, Sebastian y Camden.
Tomo aire, con los ojos ardiéndome hasta que mis párpados se rinden y se
agitan.
—Marché directa a una emboscada, perfectamente orquestada por mi propio
papá. Él siguió llorando y estrellando la cabeza contra la pared, coreando que lo
lamentaba, lo cual solo me enfureció incluso más. Papá dijo que ellos le dijeron que
lo matarían si él no me delataba. Mejor yo que él, ¿cierto? —No respondo, porque no
tengo control sobre lo que está por dejar su boca—. Los hombres me hicieron sentar
y explicaron que, a pesar de todo, Camden todavía me amaba, me perdonó, incluso.
¿Puedes creer eso? —Una risa amarga escala de esos labios—. Perdonó, pero no lo
olvidó. Lo cual fue por qué las cosas iban a ser un poquito diferentes desde ese punto
en adelante. Él iba a mantenerme como su “trozo de Estados Unidos”. Lo que me hizo
luego… —Se ahoga con un sollozo. Mi pecho jodidamente duele. ¿Por qué tú, Club
Campestre?—. Me rompió. Todos ellos lo hicieron. Él, Godfrey, Seb… Me
encerraron en un apartamento, no demasiado lejos de la oficina de Godfrey, y yo me
volví su entretenimiento. Entretenimiento puro y barato. Una mascota. Sin teléfonos,
sin amigos, sin familia. Solo yo y mis dos guardias matones. Y ellos venían por mí.
Venían cada semana.
»Algunas veces era Camden, que pagaba una visita y jugaba con mi cuerpo.
Algunas veces era Godfrey que quería divertirse. Fui una puta. Nada, un don nadie.
El único que no me tocó fue Sebastian. No. A Sebastian le gustaba mirar. Sexo
heterosexual no es su cosa, no se corrió con mirarlos follarme. Se corrió con mirarlos
lastimarme. Mi dolor le dio placer, y cuando gritaba, él se corría. Hasta que, después
de un momento, yo dejaba de gritar. Solo para escupirlos.
Quitando mis sábanas y saltando de pie, le doy un puñetazo a una pared antes
de irme ofendido al baño para correr y cubrirme. La voz de ella me caza.
—Godfrey dijo que el tiempo era importante, así que nosotros tuvimos un 96
período de tiempo. Cada vez que él entraba en el dormitorio para desnudarme de mi
ropa y de mi humanidad, giraba un reloj de arena de tres patas de treinta minutos en
un vestidor cercano. Dijo que sería todo alrededor de treinta minutos o menos, porque
él no quería desperdiciar demasiado tiempo con una puta como yo. Tuve que mirar
ese reloj de arena cada día y cada noche y lo odié en silencio. Cada vez que rompía
un reloj de arena, él traía dos al día siguiente. Cada vez que me escapaba, el dormitorio
estaba contaminado con docenas de estos, mirándome fijamente, burlándose de mí,
recordándome que la vida estaba sucediendo y que ese tiempo se estaba moviendo sin
mí. Lo divertido fue que Camden no supo que su papá estaba violándome. Pensó que
yo era exclusivamente de él. Cuando traté de decirle sobre lo de su papá, no me creyó.
Dijo que no todos los padres eran bastardos como el mío. Luego Godfrey me castigaba
por delatarlo.
Le doy un puñetazo al espejo sobre la pileta. Un corte de sangre rompe mi
reflejo, alterando mi falso atractivo con la verdad de mi fealdad. Si Pea está diciendo
la verdad, yo soy el imbécil más grande que camina en este planeta, y Godfrey Archer
es hombre muerto.
—Nunca tuve una oportunidad, Beat, hasta que la tuve. Una noche, tomé el
riesgo. Hice algo que ellos no pudieron anticipar o esperar. Luché. Ni siquiera tenía
un cuchillo para mantequilla, pero sí tenía vasos de plástico. Robé una linterna de uno
de los guardias y preparé un arma en el baño. Quemé el plástico del vaso, lo amoldé
en un palo…
Saliendo volando del baño, me pongo mis botas con cada intención de salir de
aquí.
—Camden llegó y se forzó en mí. Solo que esta vez, yo estuve preparada.
Cuando él cerró los ojos y gimió mi nombre, tomé el palo de la ropa y lo enterré en
su pecho. Él se apartó rodando de mí, y fue solo cuando lo miré sangrar en el suelo,
que me di cuenta de que apuñalé su costado derecho y no el izquierdo, Beat. Quise el
izquierdo —dice ella, llorando fuertemente.
No vayas abajo.
No importa.
Jodidamente. No. Importa.
—Arranqué el arma que él siempre mantenía en su pistolera cuando venía a
verme y amenacé a los guardias detrás de la puerta con eso cuando me libré. Ellos me
dejaron huir. De alguna forma, estuve fuera de ese lugar. De alguna forma, estuve
libre.
—Me escondí bajo un puente por dos días. Sin dinero. Sin comida. Sin amigos. 97
No podía contactar con mi papá por razones obvias. Al tercer día, llegué al colegio de
preparatoria de Preston durante su recreo para almorzar y le dije que necesitaba ayuda.
Él estuvo en Blackhawk todo el tiempo. Papá le dio dinero para que yo viniera y lo
viera. Preston estuvo de acuerdo en ayudarme. La misma tarde él regresó con cinco
mil en billetes. Era más que suficiente para verme a lo largo del siguiente mes. Le dije
a Preston que jamás podía hablarme otra vez, al menos hasta que pusiera esto en orden.
Me escondí en el Motel 6. Al minuto que entré en el cuarto y encendí el televisor, vi
que lo que quedaba de mi vida le daba al noticiero de las cinco. Una historia sobre
cómo mi papá era sospechoso de tráfico de drogas y fue forzado a salir de su posición
como alcalde de Manor Hill. Pero entonces, él ya había caído en bancarrota después
de que Godfrey lo forzara a pasar sobre todo el dinero que robé de Camden. Papá pagó
mi deuda.
Respiro silenciosamente, parado con mis botas en medio del turbio corredor,
sin hacer un movimiento.
Qué luchadora. Qué maldita luchadora.
—¿Por qué no fuiste a la policía?
—Ambos sabemos que la policía está en la nómina de Godfrey —bufa—. Yo
iba a acabar con ellos por mí misma. Había pasado ese mes planeando. Sabía cuándo
Camden iba a estar en California, porque los había escuchado hablar sobre sus planes
cuando estaban en el apartamento donde me encerraron. Mientras yo estuve sentada
en el dormitorio, cambiando canales, ellos estaban en el salón, planeando su siguiente
correría de tráfico de drogas. Con una pequeña ayuda de un club de motocicletas local
llamado Cutthroat Bandits, quienes tenían reclamos con Godfrey y sus matones
sabelotodo, yo no solo tenía en cuándo, sino que además tenía el dónde. Un depósito
en Stockton. Los Cutthroat Bandits no querían nada más que matar a tres villanos en
mi vida, sacarlos del camino. ¿Y yo? Les pagué cada centavo que me las arreglé para
poner de vuelta a mis garras en esa cuenta de las Islas Vírgenes Británicas para
ayudarme.
A la mierda mi vida. De verdad estaba planeando una matanza.
—Camden, Sebastian y Godfrey llegaron al depósito donde estaban vendiendo
drogas a un grupo latino local. Yo aparecí con los Cutthroat Bandits. Esperamos detrás
de arbustos y árboles hasta que los latinos se fueron, y al minuto que el ruidoso
retumbo de sus Harley aturdió los oídos, nosotros salimos de los arbustos con armas
semiautomáticas apuntándolos. Caminamos en línea recta, arrinconándolos de vuelta
en el depósito. Deberías haber visto la mirada en sus caras cuando me vieron
apuntando un cañón directamente en las pelotas de Godfrey.
98
»Los Bandits hicieron la charla. Dijeron que las calles de NorCal no le
pertenecían a un tipo británico. Les pertenecían a ellos. Pero todo ese tiempo… estos
tres hombres se quedaron mirándome. El disparo se abrió entre los dos grupos (los
soldados de Godfrey y los Bandits), pero cuando vi a los tres cobardes corriendo por
el techo para esconderse de las balas, fui tras ellos.
»Llegué a Godfrey primero. Él era el más lento de los tres. Lo pillé dando
vueltas como un animal arrinconado. Yo tenía un arma cargada en mi mano, y es así
cómo lo descubrí, Beat, que soy un interruptor. Me acerqué más. Mi sonrisa era
maníaca. “Tiempo”, le repetí sus propias palabras. “Se mueve diferente acorde a las
circunstancias”. Tomé unos pasos más en su dirección y él no pudo hacer nada. Estaba
desarmado. “Pero algunas veces, todo el tiempo en el mundo puede terminar con
solo… un… pequeño… empujón”. Lo empujé del techo, y él aterrizó dentro de un
contenedor de basura. El siguiente en la línea fue Seb, que corrió por el techo para
tratar de salvar a su jefe. Empujé a Seb y él aterrizó sobre Godfrey. No escuché ni un
sonido de Godfrey, así que asumí que estaba muerto, pero solo por si acaso, disparé
en su dirección aproximada. Tenía la mierda apuntada y estaba oscuro. —Sisea una
respiración.
—¿Y luego? —Mis puños se apretaron. Estoy a poco de matar a esos bastardos
más que ella.
—Llamé a la policía y hui. El lugar estuvo lleno de drogas, pero vacío de
Camden, quien se las arregló en escapar. Tomé algunas bolsas de vaya a saber dios
qué, sabiendo que no tenía dinero en este punto que tuve que hacer dinero rápido
después del trato que hice con el club de moteros. La policía llegó y vieron todo.
Godfrey y Seb todavía estaban vivos, y estaban en una escena del crimen con
suficiente droga para durar en los jodidos 60 por completo. Es así como Godfrey y
Seb terminaron en prisión, y es por qué ellos nunca descansan hasta que yo esté
muerta.
No hay punto en preguntarle por qué ellos no la delataron. La querían para sí
mismos.
Sé lo que necesito hacer. Lo que mi conciencia me ruega por hacer. Este día ha
estado lleno de cosas buenas y malas. Maté a gente mala, y ahora tengo la oportunidad
de redimirme al salvar a una persona buena. Pero no es así de simple. Mi cuello está
en la línea aquí también.
¿Y el hecho de que quiero follarla como la mierda? Otra complicación que
puede explotarme en la cara. ¿Quiero ayudarla o simplemente la deseo?
—Ve a la cama, Pea —ordeno secamente, caminando de vuelta a mi cuarto con
los hombros desplomados. 99
Las cosas acaban de ponerse mucho más complejas.
Muchísimas gracias, Club Campestre.

Una secretaria rubia platino con ropa sofisticada y con bastante maquillaje para
cubrir una jodida torta me recibe detrás de un masivo escritorio en la recepción hecho
de profundo roble. El título Realidad Real está salpicada con letras doradas sobre la
madera adornada.
No hay nada real en el imbécil que estoy por enfrentar.
—Buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ay…? —Ni siquiera le echo a la mujer
una segunda mirada. Simplemente atravieso las puertas dobles directo a la oficina de
God. Me digo que no es por Prescott. Él ha estado haciéndome dar vueltas por
demasiado tiempo. Necesito respuestas.
La mujer se levanta rápidamente detrás de mí, lenta por sus tacones y el miedo.
Sí, yo no jodería conmigo tampoco.
—¡Señor! No puede ir allí. ¡El señor Archer está en una reunión!
Puedo ver eso por mí mismo. Estoy en el umbral, mirando a Godfrey detrás de
su escritorio, con dos hombres con traje sentados frente a él, en medio de una
acalorada discusión, la cual yo interrumpí. Los hombres tuercen las cabezas en mi
dirección, y God me mira como si yo fuera un perro que él está por abofetear con un
periódico enrollado.
Tiene suerte de tener invitados. Si él estuviera solo, yo habría hecho una linda
alfombra con su cabeza hasta ahora por lo que hizo.
—Bienvenido, Nathaniel. No recuerdo que hicieras una cita para verme hoy.
—Suena sereno y tranquilo. Pero sus manos están bailando. Las pupilas corriendo en
cualquier lado.
—Una palabra —digo entre dientes, con los ojos sudando furia. Cada segundo
que estoy aquí en lugar de estar matándolo es un jodido testimonio de mi fuerza. La 100
secretaria todavía está detrás de mí, y la veo por el borde de mi periferia haciéndole
señales histéricas a Godfrey con las manos y la boca, diciéndole que trató de
detenerme. Godfrey asiente cortante, luego se gira hacia los hombres.
—Caballeros, me disculpo, pero parece haber algún tipo de emergencia.
Durante mi tiempo desafortunado en… —Frunce el ceño, antes de continuar—: La
prisión de San Dimas, usé mi tiempo y autoridad para intentar ayudar a los jóvenes
presos. Nathaniel fue uno de ellos, y confío que él tiene una muy buena razón para
acudir a mí tan repentina y animosamente. Por favor, discúlpenos. Melanie les
mostrará la salida y reprogramará nuestra reunión.
Todos se sacuden las manos, mientras que las mías están doliendo por darle un
puñetazo. Después de una ronda de bromas, la puerta se cierra detrás de nosotros y la
máscara agradable de Godfrey cae, sus colores verdaderos cayendo de cada arruga de
su cara.
—Te rasgaría la garganta justo aquí si la mera alfombra en donde estás de pie
no valiera más que tu existencia completa y miserable, triste pedazo de mierda.
Lanzo la cabeza hacia atrás y me rio. Yo no soy Irvin u otro chico musculoso
sin cerebro. No estoy asustado.
¿Enojado? Lo apuestas, pero no asustado.
—Godfrey, corta la mierda. No soy uno de tus groupies de San Dimas.
—Tú no eres nadie, es lo que eres. —Rueda su silla ejecutiva de lujo hacia
atrás y se gira, dándome la espalda. Pone un disco de vinilo en un gramófono. Las
Cuatro Estaciones de Vivaldi llena el aire. La única razón de que conozco esta mierda
es porque él solía escuchar esto cuando estábamos trabajando juntos en San Dimas—
. ¿Por qué estás aquí? —espeta.
—¿Cuándo fue la última vez que revisaste a la HA? —Camino de un lado a
otro más hondo en la habitación y él se gira para verme otra vez. Sus cejas se fruncen.
Su espalda cae a su silla mientras exhala.
Pregunta subyacente: ¿Los enviaste tú o eres solo un capullo inútil?
—¿Me veo como si trabajara para ti, muchacho? —pregunta finalmente, sus
pupilas evaluando mi reacción de cerca.
—No, nunca contrataría a alguien como tú. —Mi trasero golpea la silla frente
a él mientras me extiendo de vuelta y me pongo cómodo—. Yo soy el único que
claramente trabaja para ti, bajo la suposición de que estoy en tu deuda. Es porque
clamas protegerme de la Hermandad Aryan. Como sea… —Me callo, inclinándome
hacia adelante y estrellando mi palma contra su escritorio cuando pillé sus ojos 101
vagando hacia abajo intentando enviar un mensaje. La perra quiere que seguridad me
eche afuera. Salta en respuesta, mirándome con ojos acalorados—. Eso puede
cambiar. Tal vez no eres tan poderoso como piensas que eres. Tal vez no puedes
mantenerme a salvo.
—Sabes, Nathaniel, todos aman por mucho el segundo concierto de Las Cuatro
Estaciones, de Vivaldi. Es esa parte donde siguen usando en comerciales para autos.
La parte del verano. Todos aman el verano. Pero la cosa es que… —Godfrey arroja
su teléfono en la mesa y se levanta—… es bastante subjetivo. Por ejemplo, odio el
verano, y odio los comerciales de autos. ¿Mi parte favorita? El invierno. La gente en
invierno es peligrosa. No tienen miedo de la lluvia, de la nieve o siquiera de una
tormenta rubia. Al minuto que te apartes de mis planes, Nathaniel, el minuto que te
marchas de nuestro arreglo, después de todo lo que hecho por ti… —Mira alrededor,
como si hubiera una multitud escuchando, y deja caer la voz una octava—. La
precaución es aviso. —Guiña el ojo.
Me levanto y barro todo de su escritorio. Carpetas, un café lleno y humeante,
un portátil y una pila de documentos todos lanzados, y estrellándose al suelo.
—Nunca hiciste algo para protegerme de ellos.
Mi rostro se retuerce de ira.
Godfrey se sienta de vuelta y entrelaza los dedos, viéndose petulante.
—Conoce tu lugar, peón.
Conozco mi lugar, bien. Ahora sé todo sobre dónde estoy parado, y no es en
algún lado cerca de donde él me quiere.
Cincuenta mil dólares. Pasaporte falso nuevo. Sé que esta niña rica tiene el
dinero. Y ya he visto un pasaporta falso en su bolso de lona. Prescott es legal. ¿Qué
más? Ella es jodidamente comprensible.
Como si leyera mi mente, pregunta:
—¿Cómo está nuestra chica? —dice sonando asquerosamente alegre—.
Camden no puede esperar para venir aquí. Una vergüenza, en realidad, sobre toda esta
boda. Qué lío, pero tiene que ser hecho.
—Está viva—digo entre dientes, permaneciendo vago.
—¿Intentó algún asunto divertido? ¿Huir? ¿Seducirte? ¿Convencerte de unirte
a ella? —Arquea una ceja y se acaricia el mentón pensativamente. Todos los
anteriores. ¿Y por qué no lo haría? Yo estoy por entregarla a este jodido demente. ¿O
voy a hacerlo? Godfrey no parece hacer mucho por mí estos días—. Sabes, Nathaniel, 102
podría haberla mantenido a ella en un millón de lugares diferentes, y esperado hasta
la llegada de Camden. Te elegí a ti porque es una prueba. Siempre has sido
impredecible. Pensé que sería inteligente probar las aguas antes de lanzarte al
profundo final, en los campos más importantes de mis negocios. ¿Vas a fallarme,
preso? —Su mentón baja, inspeccionándome. Aliso una mano en mi pecho, sonriendo
con arrogancia.
—No me pruebes, Archer. No soy tu maldito estudiante.
Me giro, a punto de irme, cuando su voz me congela en mi lugar.
—Espero que no haya mencionado a su propio hijo —gruñe Godfrey—.
Pobrecita Prescott puede decirlo todo para escapar del anzuelo.
¿Su hijo? Quiero preguntarle qué mierda, pero lo conozco bien como para
pensar que me daría respuestas directas. Ella estaría escupiendo la información esta
noche, bien. Me giro y voy de vuelta a mi razón por estar aquí.
—¿Así que no me proteges de la HA, pero aun así esperas a que sea tu perro
guardián? —resumo.
—Sí te protejo de la HA, como extensión. Son negocios. —Golpetea sus dedos
contra sus labios. Drogas—. No puedes esperar a que yo ponga en peligro mis
negocios por ti, Nathaniel. Mantengo un ojo en ellos por ti. Pero estás en lo correcto
en una cosa: todavía eres mío, todavía trabajas para mí, y al minuto que eso cambie,
estás muerto.
Un celular empieza a sonar desde la pila en la alfombra y él envía un brazo
frágil, doblándose para responderlo. Yo lo recogería por alguien más, pero no por él.
Me levanto, alto, joven, orgulloso, y lo miro agitando los brazos mientras se inclina
sobre una cadera hacia abajo miserablemente, lucha para recogerlo.
—Bien, bien —dice, ondeando su bastón en dirección a la entrada, finalmente
pegando el teléfono a su oreja—. Tengo algunos arreglos de boda que discutir. Vete.
Oh, ¿y Nathaniel? No cambies de equipo. El nuestro es extremadamente poderoso. —
Me guiña antes de cerrar la puerta detrás de mí.
Bastardo.

103
P aso mi tiempo leyendo el diario de él, sosteniendo el cuaderno rojo en
un ángulo que permite que un rayo de sol se filtre a través de una
rajadura en las ventanas tapadas con tablas. La luz amarilla se pierde
sobre las páginas. Estoy empezando a conocer a Nate. Empezando a gustarme Nate.
Es horrible, sentirse positivamente sobre tu captor. Pero lo hago. No puedo evitarlo
no hacerlo. Está roto, justo como yo. La vida lo ha alimentado con sufrimiento, como 104
a mí.

DICIEMBRE 25, 2010


“EL CORAZÓN ESTABA DESTINADO A SER ROTO”.
—OSCAR WILDE
Día de Navidad.
Frank escuchó las noticias sobre la muerte de mi mamá a través de la vid. Me
visita en mi celda. Trae barras de caramelo y fideos Top Ramen. Pedro está mirando
los dulces como si fueran la jodida Megan Fox. Él ha estado intentando pescar un
lugar en la celda solitaria para conseguir una dosis de la cosa buena. Otra vez.
—Quiébrate ya, chico —gruñe el viejo, pegándome en el hombro—. Grita.
Maldice. Rompe mierdas. Tu madre acaba de morir. Ella fue una buena mujer. —
Estoy de acuerdo. Ella fue la mejor. Antes de que yo matara a mi papá, ella se lanzó
a los pies de los oficiales de policía, rogándoles que la llevaran a ella y no a mí—.
¿Necesitas un hombro para llorar?
Digo un arrogante “No”.
Él se va, pero no antes de empujar algunas estampillas en mi uniforme
anaranjado.
—Consíguete algo lindo, Nathan… quiero decir, Nate.
Lanzo los fideos Ramen contra la pared y miro las cuerdas lodosas reptar cuesta
abajo como gusanos. Mi garganta se aprieta con emociones, y no de las buenas. Nunca
de las buenas.
—Eres un niño raro. —Escucho a Pedro rodar sobre su catre—. Déjame saber
si tienes las mierdas otra vez. De verdad necesito esos medicamentos.

ENERO 3, 2010
“LOS AMIGOS SON LOS HERMANOS QUE DIOS NUNCA NOS DIO”.
—MENCIUS
Llego de vuelta del campo de ejercicio después de ser perdido en acción desde
que las noticias sobre mamá escaparan.
Godfrey y su grupo están sentados en una mesa de picnic, mirándome como un
blanco andante. Seb sonríe y palmea el asiento en una invitación silenciosa. Lo ignoro 105
y voy directamente hacia Frank.
El viejo está aquí con los viejos escolares de Stockton. Están en la esquina,
enrollando cigarrillos y maldiciendo a nadie en particular. Frank destella sus dientes
falsos con un ronco “Hola”.
—Sí —digo, arrebatando el cigarrillo de su mano, aunque no soy fumador.
Él inclina hacia abajo el mentón.
—¿Sí?
—Sí, necesito un hombro para llorar.
Y esa noche, lloro desconsoladamente por horas sobre el hombro que solía
pensar le pertenecía a un pirata veterano.

FEBRERO 3, 2010
“LA EDAD ES UN CASO DE LA MENTE SOBRE LA MATERIA. SI NO TE
IMPORTA, NO IMPORTA”.
—SATCHEL PAIGE
Estoy en la cafetería cuando Frank aparece, palmeando espaldas mientras
camina a zancadas a lo largo de los bancos largos. El buen humor está jugando en su
cara. Cuando se sienta a mi lado, descubro por qué. Frank me consiguió un regalo
para mi cumpleaños veintidós. Un libro de bolsillo de En El Camino por Jack
Kerouac. La ironía les hace cosquillas a mis labios con la risa extraña. No me había
reído en un largo tiempo, pero conseguirle a un prisionero un libro sobre la libertad
es bastante tonto.
El libro está doblado y puedes ver que ha estado enrollado por horas cuando
fue pasado por contrabando.
Nadie me ha dado un regalo de cumpleaños desde que tuve ocho años.
Lloro un poquito por dentro, pero por el exterior, suelto un bostezo.
Pesca mi cuello con una llave y mi mejilla se estrella contra su pecho flácido
mientras me arruga mi desordenado cabello oscuro.
—Maldito mocoso. Sé que querías esto más que un coño húmedo.
—¿Cómo? —Mis dedos se entierran duro en el libro. Se siente como casa en 106
mi palma. Como si perteneciera allí.
Su amigo Sergio me da una mirada rara, las cejas levantadas en sorpresa.
—¿Él es maricón? —inquiere, sacudiendo su pulgar en mi dirección. Frank
sacude la cabeza y palmea mi espalda.
—Él crecerá para romper huesos y corazones en igual calibre. Oye, Nathan…
Nate —dice con un chasquido de su lengua y me da su melocotón. Me encantan los
melocotones, por lo que lo tomo—. ¿La oficial de penitenciaría? ¿La oficial
Bouscher? ¿Beth?
Lo miro con la expresión en blanco. Conozco a Beth.
—Quiere follar tu cerebro. ¿Sabes cuánto quiere que le hables sobre poesía y
mierdas?
—No es poesía, es ficción. —Mi voz irónica está entrecortada. Lo cual solo
envía a Frank a un ataque de carcajadas incluso más loco.
—Poesía, ficción, el jodido clima. No importa, niño bonito. A ella le importa
un carajo. Cuando hablas, cuando ella mira tus labios moverse, piensa sobre cómo se
sentirían en sus labios. Y no estoy hablando de los de su cara.
Esto hace que los viejos escolares se rían a carcajadas como hienas.
No soy virgen. He tenido montones de sexo antes de venir aquí, con tantas
chicas que ni siquiera puedo tratar de contar. A cualquier lado que vaya, las mujeres
me comen con los ojos, ponen sus números en mi bolsillo y envían a sus amigas de
risitas nerviosas a tartamudear alguna tontería sobre que nunca han hecho esto. Lo
cual es por qué nunca he estado excesivamente ocupado con mujeres en primer lugar.
Uno nunca aprecia mucho lo que tiene.
—Me contó sobre ese libro. —La cara de Frank se vuelve seria—. Lo hicimos
trabajar.
Más tarde esa noche, consigo mi primer tatuaje en prisión por un tipo llamado
Irvin. Él ata un caño de birome vacío a un motor de un reproductor de casete antes de
que la aguja bese mi piel. Elijo una cita de Kerouac. En el omóplato de mi hombro en
el lado izquierdo.
“Mi culpa, mi error, no está en las pasiones que tengo, sino en mi falta de
control sobre ellas”.
Ya que no tengo pasiones, rezo por uno ese día, que esto tenga sentido para mí.
107
De lejos, la pasión me falló. La única cosa que alguna vez hice fervientemente
fue matar al hombre que le rompió los brazos a mi mamá en estado de ebriedad para
evitar que la lastime otra vez.
Por ahora, no obstante, haré lo que sea con esta cita. Me gusta el dolor abrupto
que acompaña a ser marcado. Me gusta el ruido blanco de la máquina, y decido que
al momento que salga de aquí, esconderé más de mí mismo con tinta oscura.
Bueno, una mitad de mí, de todas maneras. La otra mitad lo mantendré limpia
y pura. ¿Quién sabe? Tal vez unas partes de mí todavía son redimibles.

Espero impacientemente la noche, sabiendo que he hecho un progreso real con


Nate.
Pero cuando los grillos empiezan a gorjear, mi corazón se hunde.
Esta noche es diferente que cualquier otra noche.
Escucho una conmoción arriba, seguida por ruidos extraños. Unos pies que no
son las botas militares de Nate o las zapatillas Crocs de Irvin. (Me di cuenta de que
Ink es Irvin; ¿quién más podría ser?).
Escucho tacones baratos chasqueando como el seguro de un arma, y las
zapatillas y las botas bailando juntas. Escucho música creciendo hasta el máximo
volumen. Charlas. Voces chocando como espadas en mis oídos. Risas. Escucho
mujeres chillando y soltando risitas y exclamaciones. A hombres maldiciendo,
escupiendo y bebiendo. Hay una fiesta arriba, mientras yo estoy metida aquí,
pudriéndome en mis propios planes estúpidos para liberarme. Estoy terriblemente
enojada con Nate, aunque no somos amigos. Aunque no soy nada más que su víctima
y, si las cosas van acorde a mi plan, pronto no será nada de mí.
Confíe en él, le dije todo por lo que he pasado, ¿y esto es lo que hace?
Un golpe de odio rebana mi garganta. Desprecio a cada mujer que está en la
fiesta de arriba, y ni siquiera las conozco. La idea de que Nate acaricie, que bese, que
se siente (incluso que ahorque), con y a alguien más me hace querer gritar. Estoy
petrificada y posesiva por él a la misma vez. ¿Por qué? 108
Jesús, ¿qué me está pasando? Debería estar gritando con lo máximo de mis
pulmones, esperando que alguien lo notara. Pero no puedo persuadirme a hacerlo. La
parte absurda de mí me dijo que esperase. Tal vez vendrá por mí. Tal vez todavía
puedo salir de este lugar con él escoltada.
Nate.
No ha bajado para revisarme esta noche. No me ha traído mi comida todavía.
Mi hora de ducharme. Mi momento con Nate. ¿Una fiesta y él se olvida de todo sobre
mí?
Hombres. Nunca se debería confiar en ellos.
Mastico ruidosamente papas fritas duras, yaciendo en mi sábana mientras la ira
se fermenta dentro de mí. Esta noche no se suponía que fuera de esta manera. Se
suponía que él vendría, cenaría conmigo y se rompería completamente.
Lanzo la bolsa de papas al suelo y grito en la oscuridad, la música tragándose
el ruido.
Iggy Pop está rogando “I Wanna Be Your Dog” arriba. Abajo, me siento como
una mascota enjaulada. Sabía que iba a ser un inconveniente escuchar todo a través
de estas paredes de papeles, por el persistente zumbido de su viejo refrigerador.
La música es tan fuerte, que ni siquiera noto cuando en medio de la salvaje
fiesta, la puerta se abre.
Salto a mis pies cuando veo la luz derramarse desde el interior de la casa al
sótano. Tal vez la persona que abrió la puerta es un extraño buscando una caja de
cerveza y yo puedo lanzar un ataque sorpresa. Ay, soy saludada por la máscara de
Guy Fawkes, y Nate está parado allí, una camisa sucia y blanca pegada a su cuerpo,
como una fanática golfa. Sus vaqueros negros y rasgados y colgados bajos, ofreciendo
un vistazo de su estúpida V, su manga completa de monstruos escupiendo fuego
reptando por su musculoso brazo. Está sosteniendo una botella abierta de cerveza y
un plato de plástico con comida chatarra apilada al extremo. Pizza, ensalada de repollo
y papas fritas grasosas. Me giro y echo a un lado mi cabello.
—Oh. Tú.
—Sí, yo. —Suena juguetón, jovial y ebrio. Ha estado bebiendo. Y por el
arrastre de sus palabras que ya he pillado, mucho más de lo que uno debería—. ¿A
quién estabas esperando? ¿A Donald Trump?
—¿Honestamente? Estaba deseando que fuera un jodido policía. —Todavía no 109
lo miro, por una razón más allá de mi comprensión. No es un buen momento estar
enfurruñada. Él está balbuceando incoherentemente, borracho hasta el olvido y con
toda probabilidad, rompiendo algunas reglas de libertad condicional bastante fuertes.
La fiesta, el alcohol y el olor apestoso a marihuana que está en su ropa. Es cuando
debería hacerle romper hasta más reglas. Trabajar más duro para hacer un camino a
su corazón, no apartarlo hasta que esté al otro lado del planeta.
Seducir. Tomar. Destruir. Trata a los hombres como ellos te traten, Prescott.
—Te traje comida y un trago —ofrece él, de su brazo musculoso cuelga la
botella de cerveza. No me muevo de mi lugar en la esquina del cuarto, todavía
deprimida como una niña de dos años que acaba de descubrir que el mundo no gira
en torno a ella.
—Déjalo aquí. —Asiento hacia la mesa—. Ahora, no dejes que me quede de
pie en el camino de tu diversión. Regresa a tu fiesta.
De acuerdo, ¿quién es esta chica hablando en mi boca y qué ha hecho con la
manipuladora Prescott? Este sinsentido de novia celosa no soy yo. Jamás desde
Camden, he sido muy cuidadosa sobre no apegarme a alguien. Otro que un puñado de
noches de sexo ocasional desastrosos con que me comprometí, solo para probarme a
mí misma que todavía podía hacerlo, realmente no había prestado atención a la
población masculina por los pasados años.
Nate da un paso en el cuarto. Una brisa de frío se rompe por mi cráneo,
moviéndose hacia mi columna y haciendo cosquillas a los dedos de mis pies.
—Gírate. Voy a vendarte.
—¿Qué he hecho ahora? —Echo los brazos con desesperación, apartando un
mechón rubio de mis ojos con un soplido.
—Eres demasiado descarada para mi gusto —responde con tono provocador,
aclarándose—. Quiero pasar tiempo contigo, Club Campestre. Eso significa que me
quitaré esta máscara. No puedes ver mi cara. Deseo que pudieras, pero God tiene un
plan para mí, y no quiero que me corten la verga y se la den a Seb como suvenir —
dice, soltando una risita. Nunca he visto a Nate tan borracho. Tan intoxicado. Tan
agradable.
Se cierne más cerca, toma mi mano y me sacude hasta su cuerpo. Luego me
hace girar y envuelve la tela negra en mis ojos firmemente. Huelo la cerveza y los
salados refrigerios de barbacoa mientras él exhala una cargada respiración sobre mi
piel, sus labios rozando la parte de atrás de mi espalda fugazmente. Ruedo la cabeza
hacia atrás cuando el sonido de la máscara de plástico golpeando el suelo llena mis 110
oídos.
—¿Mejor? —ronroneo, enloqueciendo.
Se inclina hacia mi cuerpo, su piel pegándose en la mía.
—Mucho. Me gustas vendada.
—Yo te gusto de todas formas. —Me muerdo el labio, sin estar segura si
intento convencerlo a él o a mí. Necesito que se quiebre si quiero salir de aquí pronto.
Las buenas noticias: cualesquiera que sean las tentaciones que Nate tiene escaleras
arriba, su enfoque está únicamente en la chica bajo tierra—. ¿Me ayudas a tomar un
sorbo?
Me toma por la cintura y me gira para que lo encare. Nate nos lleva hacia la
esquina del cuarto, donde nos sentamos. La fiesta todavía está viva, pero he aprendido
una cosa o dos sobre Nate, y él no necesita gente a su alrededor. Necesita silencio, y
tal vez una buena historia que escuchar. Las fiestas son para la gente que escala de sus
mentes, no para hundirse en estas hasta ahogarte por sus pensamientos.
—La fiesta de Ink, ¿eh? —Le doy un ligero codazo, y la cerveza que él puso
en mi mano chapotea sobre el borde de la botella. Un chorro de líquido frío se derrama
en mis muslos desnudos, y no puedo verlo, pero puedo sentir sus ojos cayendo en mi
piel húmeda, calentando mi piel con deseo.
—¿Cómo lo descubriste?
—Tengo cuidado de aquellos que buscan multitudes constantes, no están para
nada solos —cito a Bukowski, y escucho su respiración tomar velocidad. Se pone
cachondo con la poesía. Un rarito que toma comodidad en las palabras de otras
personas. Como yo—. No necesitas entretenimiento barato.
—Le dije que es estúpido como la mierda. Tú podrías estar aporreando su
puerta gritando asesino sangriento —dice, provocándome. Corro la lengua sobre mis
dientes frontales.
—Bueno, no lo hice. Porque, Beat, sé que voy a salir de aquí antes de que
Camden y Godfrey lleguen a mí. ¿Recuerdas mi oferta de ayer? —Mi corazón late
más rápido. Todavía estoy avergonzada de ser victimizada. No quiero que me vea
como a una débil. Quiero que seamos iguales.
—¿Eres madre? —farfulla. Frunzo el ceño.
—¿Qué?
—¿Eres. Una. Jodida. Madre? 111
Se siente como un puñetazo en mi pecho, un recuerdo doloroso con que él me
ha abofeteado, y estoy contenta de que no pueda ver mis ojos a través de la tela negra
de mi venda.
—No. ¿Por qué preguntas?
—No hay razón. —Un hipo—. ¿Así que no tienes un hijo?
—No. —digo entre dientes, intentando no enfurecerme—. Ya te dije, Beat. Soy
solo yo en este mundo.
—Lo que te hicieron… Jesús, Prescott. Eso es tan jodido.
Nate está borracho. Oh, tan borracho. Una gran bendición, envuelta en un lazo
de satén rojo. Tomo un sorbo de mi cerveza, el líquido lavando mi garganta y
ofreciendo el tipo de confort que solo el trago puede, y me humedezco los labios,
sabiendo que sus ojos predadores están sobre mí.
—Esa es la jodida verdad. —Asiento.
—Entonces dime algo hermoso —grazna—. He tenido suficientes fealdades
para una vida.
—No hay nada que temer excepto al poder que les das a tus propios demonios.
Sally Gardner dijo eso.
—Buena cita. —Su voz sonríe. Yo le devuelvo la sonrisa.
—¿Puedo sentir tu rostro?
Bufa otra risa de la variedad de “borracho como la mierda”.
—No.
—¿Por favor, con una cereza en la punta?
—Nop.
—Gritaré.
—Te amordazaré con los pedazos extra de tela y empujaré el resto de la tela
por cada hoyo en tu cuerpo. No me tientes, porque voy a disfrutarlo. —Su tono es
plano, sincero y no del todo enojado. Pacífico. ¿Por qué esto es un afrodisíaco para
mí? Nunca lo tuve demasiado áspero. ¿Pero con Nate? En realidad, quiero que me
lastime. En la mejor y peor manera más posibles.
—Nunca me lastimarías —replico.
112
—Nunca, jamás, Club Campestre —promete suavemente—. Al menos que sea
divertido para ti, luego todas las apuestas están fuera.
—Y ya hemos establecido que te gusto.
—No. Tú lo dijiste.
—Muéstrame lo tuyo y yo te mostraré lo mío. Déjame tocar tu cara, y yo te
dejaré tocarme. En todas partes.
—Yo no soy como ellos. —Su voz se vuelve de acero—. No soy del tipo que
toma.
—No vas a tomar. Yo voy a dar. Con mucho gusto.
Silencio.
Consideración.
Separo los labios y me los lamo.
Persuasión.
Nate suspira a cambio.
Le interesa.
—Hazlo rápido. —Jala mis muñecas con su gran palma, poniendo mis manos
en sus mejillas cálidas antes de murmurar—: Cuchara de Plata, pequeña pervertida.
Lo primero que noto son sus pómulos. Son tan altos, están a nivel con sus
orejas. Cortos, prominentes y gloriosos. Tiene un arete Tragus asomándose por su
oreja izquierda, el cual casi tironeo, porque en lugar de un arete, él tiene un alfiler de
seguridad.
—Eso es genial. —Sonrío a ciegas, y por la tirantez en su piel, sé que hay una
sonrisa de suficiencia jugando en ese rostro perfecto también.
—Por supuesto que lo crees, CC.
—¿CC?
—Club Campestre.
Mis manos bajan por su mentón cuadrado, rozándose sobre sus labios. Querido
Dios, sus labios. Son tan llenos y suaves, se sienten como dos almohadas. Mis manos
se apresuran a su nariz. Como lo sospecho, es recta y estrecha.
113
Mi dedo índice corre sobre el hueso liso, y mucho para mí vergüenza, tomo un
aliento desigual.
—Eres espectacular, ¿no, pequeño bastardo? —Mi voz se sacude.
Él sonríe y suavemente muerde uno de mis dedos. Dientes rectos.
—Tú no estás nada mal.
Con el corazón tartamudeando en mi pecho, apretando mis piernas, sintiendo
el calor cosquilleando entre ellas. Esa es la primera vez que él ha dicho algo lindo
sobre mi apariencia. Me trago un gemido mientras mis manos continúan vagando por
su rostro, bebiéndome en cada pedazo de carne, hambrienta de mucho más de lo que
él está ofreciendo.
—Bésame —me escucho suplicar. No estoy segura de cuánto de esto soy yo
reclutando a Nate a mi equipo, y cuánto soy yo deseando a este chico-hombre.
Siento su garganta moverse de arriba abajo con un trago.
—Mierda, Pea. Vas a meterme en muchos problemas, y ya estoy en algunos
profundos.
—Entonces subiremos fuera de problemas juntos. Pateémosles el culo a los
problemas, Beat. Escurrámonos fuera de la alcantarilla, apuntemos el arma hacia
Godfrey, Sebastian y Camden y matemos todos nuestros problemas de una vez.
Reclamemos nuestras vidas de vuelta.
Su pulso tamborilea bajo mis dedos, salvaje y hambriento y tentado, y me
inclino más cerca de su cara.
—Bésame, Beat.
—Estás demente —grazna. No está equivocado.
Mi cuerpo está dolorido, ardiendo de deseo por un hombre que no he visto.
Nunca en mi vida me he sentido así. El sexo con Camden antes de que rompiéramos
era… bueno. Todo lo demás, dolorosamente adormecedor. Pero esto… ni siquiera
tiene nombre.
—Haremos un pacto para matar a todos esos bastardos por lo que nos hicieron.
En lugar de sacudirnos las manos por eso, nos besaremos por eso. Será nuestra
pequeña promesa de sangre, Beat.
—Pea.
114
—Beat…
Beat…
Beat…
Boom.
Me lanza contra la pared y sus labios se estrellan en los míos en un beso duro
y adictivo con la boca cerrada mientras me jala directamente contra su cuerpo de
acero. Jadeo por aire, pero antes de que me las arregle para tomar oxígeno, muerde mi
labio inferior y lo jala a su boca hasta que la carne se rompe, la herida curándose que
Seb ha causado rompiéndose mientras él chupa mi sangre. El horror se tuerce con una
pesada emoción dentro de mí, y arrastro los dedos a través de mi captor sin rostro,
jalando sus perfectos mechones. Él toma mi mentón con su mano, con mi labio todavía
en su boca, chupando duro, bebiéndose mi dolor.
La excitación gira a lo largo de mi cuerpo, la adrenalina bombeando en mis
venas haciendo que mi cuerpo entero zumbe con una electricidad desconocida que
nunca he sentido bajo el toque de una persona. Tal vez me estoy volviendo loca.
Tal vez es un lugar donde vale la pena ir.
—Promesa de sangre —gruñe él en mi boca con una cargada respiración,
levantándome del suelo como el hombre de las cavernas que es para que ambos
estemos parados. Me fija en la pared. Este monstruo de chico-hombre atractivo, crudo,
roto y sensible odia cuando los hombres me abofetean, pero no cometan errores; le
encanta lastimarme—. Hazme sangrar, Prescott.
Y lo hago. Lo hago sangrar. Muerdo la punta de su lengua, jalando lentamente,
tomando su lengua áspera en mi boca y chupándolo con un largo y ronco gemido que
estimula mi pecho, arde en mi estómago y termina estallando entre mis piernas. La
intensidad de su toque es tan intoxicante, que es casi como si me lamiera de arriba
abajo. Ya hemos saltado demasiadas barreras, y tengo una más para volcar sobre el
borde.
Sexo.
Él necesita tomarlo de mí, como el resto de ellos. Sería la máxima traición
contra Godfrey.
—Promesa de sangre —repito con abandono, nuestros labios presentándose los
unos a los otros, nunca dejando, nunca diciendo adiós. Avaros. Famélicos.
Desesperados—. Estamos en esto, juntos, Beat, cariño. Fóllame.
Sí. Fóllame. Contra las órdenes. Contra la lógica. Contra la jodida pared. 115
Su lengua hace círculos alrededor de la mía frenéticamente, su boca cayendo a
mi cuello, arrastrándose hacia abajo. Lame el punto sensible bajo mi oreja y baja para
morder mi pecho a través de la tela de mi vestido, dejando piel de gallina tan intensa
que estoy temblando como una hoja frágil. Él deja un camino de esa sangre pegoteada
que sacó de mis labios con cada pasada de su lengua. Siento mi humedad bajar por la
cara interna de mi muslo derecho, reptando hasta mi rodilla, mi cuerpo rogando por
algo de acción.
—¿No estás jodida después de lo que te hicieron? —gruñe él—. ¿No le temes
al sexo?
Tomo una de sus muñecas y guío su mano hacia la cara interna de mi muslo,
moviéndolo de arriba abajo por mi carne empapada.
—¿Puedo fingir esto, Beat? ¿Puedes fingir la lujuria?
—¿Por qué tú? —Un gemido que suena mucho como un ruego hace que su
pecho tiemble mientras me fija contra la pared, levantándome por lo que mis piernas
se envuelven alrededor de su cintura, su erección hinchada y furiosa, atrapándome
entre sus enormes brazos. Ahora él es que se muele contra mí, y su fuerza de voluntad
de resistirse a mí se está evaporando. Cada pequeña embestida de sus caderas golpea
otro clavo de su ataúd de autocontrol—. Puedo tener a cualquier coño del mundo… y
el único que quiero es tan tóxico como una hiedra venenosa.
—Beat. —Pongo la boca en su piel salada. No tengo idea de qué estoy
lamiendo con la venda puesta. Es incluso más caliente—. Puedes tenerme. Podríamos
tenerlo todo. Yo tengo el dinero. Podemos follar y huir, empezar de nuevo y dejar este
desastre.
Supongo que Nate está demasiado borracho para siquiera comprender lo que
sugerí, porque gruñe y tironea de la tela de mi vestido gris, queriendo desnudarme,
pero demasiado borracho para saber cómo.
—Me matará si te follo. —Me sujeta por el trasero y me levanta más,
acariciando su nariz perfecta y recta en mi garganta y chupando. El sexo es un
poderoso impulso, ¿y para un hombre joven recientemente salido de prisión? Podría
lanzarlo de un acantilado—. Pero tal vez me merezco la muerte. Y tal vez… —Su
diente encuentra mi lóbulo, tironeándolo—. Tal vez ya ni siquiera me importa.
—Fóllame —susurro en su boca otra vez, ambos temblando por la inminente
liberación.
Sus manos dejan mi cuerpo y la decepción se estrella en mí, pero solo por un
segundo, porque luego lo escucho palmearse su bolsillo trasero y buscar lo que podría 116
haber en su billetera. Lo escucho arrancando un condón y rompiendo el envoltorio.
—Nada de juego previo —gruñe.
—No hay problema. —Lamo su piel otra vez. Probablemente él podría perforar
con un misil dentro de mí, y yo estaría bien con eso. Sí, está con el asunto, pero, oh,
cómo disfruto trabajando mi encanto en él.
—Ha pasado un tiempo desde que he estado con alguien. —Escucho la
pegajosa goma mientras él se rueda el condón y las mariposas se quedaron a cargo en
mi pecho. ¿Estoy feliz porque estoy cerca de asegurar mi libertad, porque estoy por
tener sexo con un misterioso excriminal obviamente fuera de este mundo con un
cuerpo fantástico, o porque he planeado esta escena en mi cabeza más veces de lo que
me gustaría admitir desde que caí en su cautiverio?
Lo adivinaste. Todos los tres.
—¿Me lo estás diciendo porque te vas a venir rápido?
Sus manos encuentran mi cadera otra vez y me fija, echando duro mi cuerpo
contra el concreto con un golpe seco. Tironea mi ropa interior hacia abajo, sube mi
vestido sobre mi trasero y lo abofetea ligeramente.
—Eso también. Pero mayormente, porque esto va a ser brutal.
Toma las mejillas de mi trasero, me lanza hacia arriba por lo que mi trasero
está contra su erección, y se mete dentro de mí en un impulso.
Mierda. Es enorme. Y no me refiero a grande-bueno, tampoco. No. Él es
enorme como si debiera venir con una etiqueta de advertencia. Grito de dolor, mis
uñas clavándose en la pared para confortarme, pero nada puede apagar la agonía de
tenerlo dentro de mí. Nate es tan grueso, que mis muslos se extiendes
automáticamente incluso en esta posición.
Y él es tan grande, que golpea mi punto G sin siquiera intentarlo, lo cual es
bueno, porque él no está intentando complacerme. Y estoy bastante segura de que
tener sexo con él es el equivalente a experimentar el parto natural.
—Jesús —gimo, sin estar exactamente segura si es de placer o de dolor. En
lugar de bombear dentro de mí, sus dedos se hunden en la carne de mi trasero,
moviéndome al ritmo de su frenético trance. Brutalmente. Repetidamente.
Urgentemente.
—Cállate de una puta vez, Pea. —Me ignora mientras su polla golpea duro mi
punto G otra vez, haciendo que mi boca se agüe con un inminente orgasmo. No es 117
lindo, ni siquiera es sensual. Sus movimientos son oxidados, frenéticos, maníacos. Me
está follando como si estuviera intentando matarme, cada embestida como un cuchillo
que envía a mi frente a golpearse contra la pared. Sus desesperados gruñidos liberan
algo que ha estado profundamente enterrado dentro de él. Es sexo furioso, pero no soy
yo con quien él está enojado. No. Yo soy solo un hoyo donde él escupe la ira que ha
juntado a lo largo de los años.
Me folla porque quiere arruinar lo que le pertenece a Godfrey Archer y a su
hijo, y yo se lo permito, por la misma exacta razón.
Su mano se estrella en mi trasero, y yo arqueo la espalda en respuesta, mi
cabeza echada a la pared con un estruendo. Es como si vertiera agua caliente sobre
todo mi cuerpo. No lo frota o lo besa para mejor, y después del primero disparo de
dolor… felicidad. Pura felicidad.
—Haz eso otra vez.
—No me digas lo que tengo que hacer.
Pero me abofetea otra vez, y yo gimoteo su nombre.
—Beat —digo con un temblor, coreando como una orante al dios del sexo
detrás de mí, sabiendo que debería mantener la boca cerrada, pero además no puedo
detenerme. Él se estrella tan profundo dentro de mí, mi voz produce quejidos y
lloriqueos sin querer—. Sí… oh… oh… Nate.
No. No. NO.
Su cuerpo se tensa detrás de mí y la piel de gallina florece en su piel hasta las
puntas de sus dedos. Todavía está dentro de mí, su respiración desigual.
No estoy segura de qué me asusta más, el hecho de que no ha hablado en unos
segundos, el hecho de que todavía está dentro de mí, expandiendo mi cuerpo como si
alguien empujara una silla dentro de mí, o el hecho de que mi sexo crece alrededor de
él, caliente e incluso más cachondo por mi miedo. Trago.
—¿Ink? —pregunta secamente. Asiento, parcialmente diciéndole la verdad—.
Maldito Dios —sisea, todavía duro como una roca—. ¿Por cuánto tiempo lo has
sabido?
Cierro mis hinchados parpados fuertemente.
—Hace tiempo.
—Prescott —advierte.
—Una semana. 118
Con mi cuerpo tenso por el miedo, siento sus manos mientras él aparta mi
cabello y besa la parte de atrás de mi cuello, su otra mano todavía manteniendo mi
trasero en el aire por lo que estoy de puntillas. Suelta un largo y doloroso aliento.
Trago duro mientras su silencio llena cada centímetro del cuarto.
—¿Vas a matarme o a follarme? —Mis labios tiemblan.
Empuña mi cabello, llevando mi oído a su boca caliente.
—Primero, lo segundo —susurra de forma siniestra. Ha matado antes—. Y
luego, decidiré quién merece ser asesinado por esto.
Está en ello otra vez. Sujetando mi trasero en una manera que seguro dejaría
una marca desagradable, estrella sus caderas en mi carne de atrás para adelante.
Mantengo la boca cerrada mordiéndome el labio inferior duro, pero incluso eso no
evita que los gemidos escapen.
Estoy generando un sólido orgasmo, mis piernas tiemblan completamente, pero
Nate ni siquiera me advierte. Se impulsa una última vez y se vacía dentro de mí,
gimiendo contra mi espalda sudorosa por lo que parece ser un minuto entero. Siento
su condón expandirse con semen caliente. Se siente como si me rompiera el cuerpo y
abriera mis piernas con un cuchillo de carnicero.
Y me encanta.
Suelta mis caderas y yo me deslizo por la pared hasta que mis pies golpean el
suelo. Bajo mi vestido con un meneo, mi humedad uniendo mis muslos. ¿Qué
demonios acaba de pasar? Técnicamente, fue sexo. Pero física y mentalmente, se
sintió como una matanza. Nate da un paso atrás. Fue contra la orden de Godfrey y me
folló con todo lo que tenía y más. Sus pelotas vacías están en mi linda palma ahora.
Todos saben que Godfrey tiene un detector de mentiras en su oficina. Una
sesión con Nate y la aguja estará bailando como un hippie en Woodstock. Estoy segura
de que estamos pensando en lo mismo: todo ha cambiado ahora que él metió su verga
en mí.
—Maldición —murmura detrás de mí mientras la nueva realidad se fija sobre
el cuarto—. ¡Mierda, mierda, mierda!
Aunque mi espalda está todavía hacia él, puedo sentirlo caminar de un lado a
otro por la habitación. Estoy intentando no mortificarme por ello, porque mis planes
son mucho más grandes que ser medio rechazada por un hombre-chico raro con una
polla del tamaño de un cohete espacial. Aun así, escuece.
Pero sé su nombre. 119
Y él folló algo que le pertenece a Godfrey.
Está jodido.
—Escucha, Nate… —Antes de que tenga la oportunidad de girarme y lanzarme
hacia él con otra arenga, la puerta se cierra de golpe, las paredes alrededor de mí
traqueteando con el impacto. Espero unos segundos antes de quitarme la venda y de
mirar alrededor.
Se fue.
Pateo la comida y la cerveza que trajo para mí, recogiendo la máscara de Guy
Fawkes que se olvidó llevarse consigo antes de que se fuera corriendo y me quedo
mirándola, deseando que ésta cobre vida y luche conmigo.
No puedo creerle. No puedo creerme. No debería importarme que él saliera
corriendo. Solo estar entusiasmada que él haya jugado en mi plan, y que ahora puedo
manipularlo incluso más.
Nate Vela regresará. Sé que sí. Una fiesta entera no podría distraerlo. Vino por
mí. Se vino dentro de mí. No tenía interés en lo que sea que el mundo exterior tiene
que ofrecer. Desde el momento que llega a su casa cada día, su vida da vueltas
alrededor de mí.
¿El modo en que me folló hoy? Probó una cosa: este hombre me necesita tanto
como yo a él. Desesperadamente.

120
N ecesito salir de este desastre antes de que ella me asesine de una
manera que la armada entera de los Nazis locos trató y no había tenido
éxito. Ella va a arruinarme… y yo voy a permitírselo.
No. Esto para aquí.
No conozco a esta chica. Seguro como la mierda que no necesito a esta chica. 121
Esta chica, además de ser la dueña orgullosa de un coño mágico y liso al que tiendo a
responder como si le perteneciera a la misma Afrodita, no es nada para mí. Nada.
Jalará el gatillo sobre mí sin siquiera apuntar con un ojo. Joderá su camino hasta la
libertad incluso si fuera bajo los cuerpos de otros hombres. Como Irv, o Stan
Hathaway, o incluso el mismo Camden Archer. No se detendrá ate nada para tener de
vuelta su vida, y no puedo culparla.
Pero puedo terminar con esto.
Es problema de ella, no mío. Su tragedia, no la mía. Yo tengo mi puta tragedia
propia con que torturar los oídos de la gente. ¿Y esa mierda sobre un hijo? Puedo estar
ebrio, pero vi su rostro retorcerse cuando respondió.
Pequeña Pea, ¿en dónde estás escondiendo tu engendro, y quién mierda cuida
de ellos?
Tropezando fuera del sótano, todavía completamente borracho, tomo un
amplio paso sobre una chica desnuda en el suelo que se está masturbando al usar una
botella de cerveza vacía frente a una multitud entusiasta. Jodido Jesús, ¿con qué tipo
de personas se junta Irv en estos días?
Camino arduamente directo hacia el estéreo que está gimoteando “Hey” de The
Pixies y jalo el enchufe de la toma de corriente, sosteniendo el cable en mi mano como
un lazo, y señalándolo hacia Irv, quien está extendido en nuestro sofá, recibiendo una
mamada de una mujer con una minifalda, que se ve como si empujara los cincuenta y
tiene un rulo para cabello rosa pegado a su cráneo.
—Todo el mundo fuera de aquí. La fiesta terminó.
Irv se levanta rápidamente, encendiendo su lámpara unida a la alfombra llena
de huecos y mirándome fijamente como la gente espera que haga. Esto calla al cuarto
entero instantáneamente, lo cual es desafortunado, porque yo tengo a una mujer
enojada y fuerte en mi sótano, quien acaba de ser follada de seis maneras hasta el
domingo y bien podría estar gritando a todo pulmón.
—Calma tu enojado trasero, amigo. ¿Quién mierda eres para decidir? —
escupe. Estoy tan molesto con él por escupir mi nombre en los oídos de ella, que voy
a cortar su fea cara de culo frente a todas estas personas.
—Soy tu jodido compañero de piso, y cuando es necesario, también seré tu
maldito jefe. —Tomo un paso en su dirección, alzándome sobre él por al menos
quince centímetros—. Nunca acordé a invitar gente. Termina esta mierda antes de que
te estrangule en vivo. Ya tengo una soga. —Aprieto el cable en mi puño para dar
énfasis y lo levanto a su nivel visual—. Ahora, estúpido. 122
Diez minutos después, la casa está vacía. Soy solo yo, él y Prescott escaleras
abajo. La abandoné antes de siquiera subirme el cierre. Demonios, mi bóxer todavía
está húmedo con el semen que no tuve tiempo de quitar.
Intentando tragarme mi vergüenza (no debería importarme qué piensa ella de
mí, ella estaba rogando ser follada y yo le di lo que quería), lanzo mi almohada sobre
mi cara y la aprieto, medio deseando sofocarme a mí mismo hasta la muerte.
Pea.
Pensar en ella me pone tan duro que siento mi pulso latir en mi verga. Estoy
haciendo una tienda de campaña como un niño explorador de trece años con solo dar
vueltas a su nombre en mi cabeza. El sexo la ha roto, pero esta noche, no había error
de que se sintió completa, incluso si fuera por un segundo.
¿Qué hay en esta chica que es tan diferente?
Ella es “calle” sin ser una prostituta.
Inteligente sin ser pretenciosa.
Conoce su jodida literatura, pero además reconoce la coca mal mezclada desde
kilómetros, todo a la vez.
No. No es eso. Tiene que pelear, y quiere vivir. Está activamente buscando su
vida, mientras que yo dejo que la mía se deslice entre mis dedos.
Ella es vida, y yo la muerte.
Prescott Burlington-Smyth es todo lo que yo quiero ser. Una tormenta
moviéndose fuera de una situación de mierda a la velocidad de la luz, sin mirar atrás
para echar un vistazo a las causas de sus acciones.
¿Cómo se sintió su coño? Bien. Como recuerdo cómo se sienten otros coños
donde me he impulsado. Apretado y cálido como una sábana rizada, una dosis de
heroína para un tembloroso adicto. Pero nada especial. No brilla. No lanza billetes de
cien dólares y no le traerá paz al mundo. No se siente nada diferente a la última chica
que follé, en todos esos años. Y, aun así, ella es la única mujer que me pone duro. La
única.
La odio.
La deseo.
Necesito olvidarla. 123
Esa estúpida canción de The Pixies sigue sonando en mi cabeza, demasiado
tiempo después de que lo apagué, en repetición mientras ruedo en la cama.
Estamos encadenados. Estamos encadenados. Estamos encadenados.

Al día siguiente, llego a la mansión de la señora H. Blackhawk. Temo que vaya


a estar allí, pero aun así cumplo con sus locuras. Al minuto que entro a la casa,
desaparezco en el baño y me cambio a un bañador Speedos. El par favorito de ella.
Lo había comprado para mí como regalo de Pascuas. Tiende a dejar una propina más
grande cuando lo uso.
He estado pensando toda la noche y finalmente salí con un plan.
Voy a hacer dinero fácil, dejar que Cuchara de Plata se aleje de mí, todo
mientras mantengo mi distancia de ella.
Salvaré su vida, pero la mantendré fuera de la mía.
Necesito salir como el infierno de aquí. Si eso significa comprometer mi
dignidad, que así sea. No es como si valiera una mierda, de todas formas. La
Hermandad Aryan está detrás de mí. Godfrey o les ha permitido soltarse o no era lo
bastante poderoso para mantenerlos fuera de mi espalda. E incluso si él es capaz de
mantener mi trasero a flote, una vez que escuche que follé a Prescott con la ferocidad
suficiente para mover una puta montaña, voy a dormir con los peces. Y Prescott…
ella se lo diría en un latido. Si cae, se asegurará de que yo vaya con ella. No tengo
ilusiones de por qué ella me folló. Quería ventaja para hacer que la ayudase. ¿Adivina
qué? Jodí directamente en su plan.
—¡Oh, Nate! —La señora Hathaway corre del segundo piso bajando por el
vestíbulo, su camisón azul pálido libremente envuelto alrededor de su figura—.
¡Tahoe estuvo increíble! No pude dejar de pensar en cuánto te habría encantado. Vaya.
Speedos. ¿Cuál es la ocasión? ¿Me has extrañado también?
Difícilmente.
Literalmente. He estado ocupado intentando deshacerme de una persistente
rubia que sigue apareciendo en mi mente una y otra vez, poniéndome duro como la 124
mierda. En mi cabeza, ella me tienta con su trasero de lado a lado con esa sonrisa
burlona. Pea quería que le diera palmadas en ese trasero y lo hice. ¿Qué puedo decir?
Es cortesía común dar a tus invitados lo que quieren. Solo que ahora ella consume la
mitad de mi cerebro, llenándolo con pensamientos sucios. La otra mitad está
intentando averiguar cómo arreglar este desastre.
—¿Qué quiere que haga hoy, señora H? —Mi mandíbula se aprieta tan duro
que mis dientes casi se vuelven arena.
—A mí —bromea con un guiño, antes de darme un golpecito con su hombro
en mi pecho y moviéndose hacia su sillón, sus dedos delgados abrazando un tazón de
café—. Por el amor de Cristo, Nate, relájate. Puedes empezar regando las plantas y
llenando de abono los canteros. Eddie está de vacaciones. Otra vez. Juro que ese
hombre se va de vacaciones más que yo —dice sobre su paisajista. Yo solo estoy
demasiado feliz por salir de la casa. Es un día hermoso. Puedo ponerme mis
auriculares y dejar que las letras de Morrissey y Robert Smith se disuelvan en mi alma
como morfina.
Me giro y salgo, intentando no odiarla por degradarme como la mierda. Como
a Eddie. Como a todos. Apuesto a que fue una camarera arruinada antes de casarse
con Stan. Parece inclinada a burlarse de la gente con su dinero, está obligada a vengar
algún trauma jodido de su pasado.
—¡Nate, querido! —Su tenor me caza por el amplio corredor—. Asegúrate de
doblarte más abajo cuando limpies el camino de gravilla entre los canteros. ¡Tu trasero
es lindo cuando te acuclillas!

Riego las plantas con la manguera, mirando por ambos lados a las casas de los
vecinos. Me pregunto cuál de esas les pertenece a los padres de Prescott. ¿Por qué?
¿Por qué me importa cuál de las casas es de los Burlington-Smyth? ¿Y qué? ¿Para
poder reptar por la ventana de ella y mirar a través de la mierda en su cuarto color rosa
bebé? ¿Oler su ropa interior cuando nadie está mirando? ¿Frotarme una y derramar
mi semen en sus sábanas de Hello Kitty? O tal vez para poder darle un puñetazo a su
estúpido papá en la cara quinientas veces por entregar a su hija a Godfrey y a su grupo. 125
Todavía no me he recobrado de esa historia.
Pensando en esto y ahogando un pequeño lote de flores púrpuras en el proceso,
ignoro a la señora Hathaway, quien me tiende una emboscada por atrás. Mierda, no
quiero tratar con su mierda ahora.
—¿Qué se te metió, Nate? Estás actuando todo raro. Creo que las equináceas
tienen suficiente agua para el verano entero. ¿Por qué no te mueves al siguiente
cantero?
Dejo caer la mirada a la manguera y apunto como un arma a otro indefenso
cantero.
—Solo me pregunto quién puede permitirse esas grandes casas. Stan es dueño
de una empresa de contabilidad, pero ¿qué hacen tus otros vecinos para vivir?
¿Para qué preguntaste eso, estúpida mierda? Ahora ella pensará que estoy
intentando extraerle información para poder asaltar en sus casas, cuando en realidad,
el único crimen que me gustaría cometer es darme un festín con el coño que le
pertenece al hijo de un jefe inglés. Pero la señora H. siempre está de humor para
seguirme la corriente. Su mano encuentra mi espalda, la frota en movimientos
circulares mientras ambos nos quedamos mirando adelante al mar de mansiones
magníficas desde su porche frontal.
—Bueno, veamos. Esa es de los Simpson. Jugamos tenis con ellos cada
semana. Son el Viejo Dinero. —Resopla—. Petróleo texano. Luego la familia Cruz,
por allá. —Su dedo índice viaja en dirección de otra mansión—. Los abogados. Los
mejores del país. Pueden sacarte de cualquier cosa, si puedes permitírtelo. Easy-T por
allá, es un rapero. Los Greenspan son dueños de las casas de publicación en San
Francisco, y los Brown son de bienes raíces. Y esa —dice y señala a una villa
española, alardeando un exuberante jardín tropical y portones de hierro—, son los
Burlington-Smyth. Es sorprendente que la electricidad todavía esté conectada. La casa
le pertenece a Godfrey Archer ahora. Un lord inglés o un duque o… ah, no tengo idea
de qué es el hombre, además del hecho de que es el cliente de mi esposo. Negocios
oscuros, de todas maneras.
Doy un asentimiento pequeño e indiferente. Pues es así como Godfrey me
consiguió este trabajo. Todo está conectado, calculado y es intencional.
—Howard Burlington-Smyth era el alcalde de Manor Hill. Pero ya no más. —
Mi estómago hace un nudo solo por escuchar su nombre. Mi silencio le apunta a
continuar—. No conozco la historia completa… sabes cómo es esto, mientras más
cerrada es la comunidad, más profundo se entierran los secretos; pero la palabra en 126
Blackhawk Plaza es que la madre de la familia está sufriendo de esquizofrenia y ha
estado perdida desde la década pasada. Siempre pensé que Howard era viudo. Educar
a sus dos hijos solo le ganó puntos serios cuando corrió para alcalde. Pero eso fue
antes del… —Se calla, su mano deslizándose más abajo, masajeando las dos crestas
de mi espalda.
—¿Antes de qué? —casi espeto. Ella me da un vistazo antes de continuar
lentamente.
—Antes del escáldalo. Él estuvo involucrado en un trato oscuro bajo el
escritorio que le fue mal, y tuvo que vender su casa al tipo inglés. —Normalmente
ella podía decirme que fue atacada por cuarto osos grizzli de camino de vuelta a la
pista de tenis y yo me encogería de hombros por eso y ni siquiera le ofrecería una
bandita. Veo como si tuviera un perro en esta pelea. La mirada de la señora Hathaway
me escudriña, intentando pelar mis capas de indiferencia. Después de un silencio
estirado, finalmente dice—: ¿Por qué estás interesado en los Burlington-Smyth, Nate?
—No lo estoy. Solo hago charla. ¿No es eso lo que la gente rica como tú hace?
Eso parece calmarla y toma aire.
—Así que ahora los Burlington-Smyth viven en una casa que no les pertenece,
y Howard lanza favores por ahí para mantener ese techo caro sobre su cabeza. Creo
que es por eso por lo que fue expulsado de su posición en primer lugar. Dicen que…
—Deja caer la voz a un susurro, a pesar del hecho de que estamos solos en su
propiedad colosal—… él estuvo involucrado en tráfico de drogas. Conoce a gente en
el control de la frontera. Yo personalmente no lo creo. Él parece un hombre decente,
pero otra vez —dice con una sacudida de su cabeza—. Su hija salió del estado hace
unos años y su hijo, Preston… nadie lo ha visto en años. Así que no se sabe lo que
sucede en esa familia.
Me froto la parte de atrás de mi cuello, intentando quitarme mi reacción a su
historia. Apenas nos conocemos el uno al otro, pero supongo que entiendo que
Prescott vivía en el tipo de vida afortunada que yo no podía ni siquiera soñar, porque
no entiendo por completo el potencial de la vida. Protegidos. Ricos. Llenos. Pillo
vistazos de este tipo de vida aquí y allá. Cuando corto el césped del terreno de la
señora H. y veo mujeres delgadas como palos en vestidos de verano paseando a sus
perros poodles, empujando ostentosos carritos de bebé. Susurrando y bebiendo cafés
con hielo y tomando el teléfono sobre sus putas vacaciones familiares. La vida es una
cosa casual para ellos. Ni siquiera se dan cuenta de que un día, estarán muertos. Lo
saben, pero no lo notan. Hay una diferencia. La gente rica piensa que el Dinero puede
comprar sus caminos fuera de la oscuridad. Están equivocados. Venimos de la 127
oscuridad y regresaremos allá cuando terminemos. Nadie vive para siempre, y las
tumbas de todos son igual de oscuras.
Sé eso y, sorprendentemente, Prescott sabe eso también.
Todo este tiempo, Pea fue como yo. Los pedazos destruidos de su familia rota
están escondidos en pilas sobre jodidas pilas de secretos y los rumores que tienen a
toda su vecindad muriendo por desenterrar las esquirlas.
—Apestar ser un Burlington-Smyth —gruño. ¿Qué mierda? Estoy a un paso
de que se me crezca una jodida vagina. ¿Y qué si Prescott tuvo una vida de mierda?
Apuesto a que todavía es mucho menos jodida que la mía. Además, ya he decidido
que voy a reponer su vida. No hay necesidad de comprarle malditas flores para
compensar los hombres horribles con quienes tuvo que tratar.
La señora H. trepa más cerca, rozando mi brazo mientras sus ojos caen a mi
paquete, apretado en los Speedos de goma. Mis pelotas están sudando como si
estuvieran en una sauna. Han estado hormigueando por la atención de Pea por días.
Me pregunto qué tomará hacer que ella las chupe.
—Puedo decir un montón sobre esta vecindad si estás interesado, Nate —dice
ella. Supongo que me está hablando a mí, pero todavía está mirando mi porquería—.
Los Brown tienen un hijo bastardo y los Simpson se están divorciando. Puedes
quedarte cuando termines. Abriré una botella de Chardonnay.
—Gracias por la oferta, pero tengo planes. —Giro mi espalda hacia ella y
señalo con la manguera a una pila de flores.
Sí que tengo planes. Y están empezando a verse más y más locos con cada tic
del reloj.
Tic, toc.
¿Me voy a cambiar de equipo?
Tic, toc.
Jugar justo en la estrategia de Prescott.

128
Esa noche, envío a Irv para que le dé a Pea su comida y sus quince minutos de
hora del baño. Pero no sin antes de advertirle por veinte minutos sobre la importancia
de no ser un completo imbécil. Además, le pido generosamente que no sea voluntario
a dar más información crucial sobre mí, como mi apellido, mi matrícula, número de
seguridad social o estrella porno favorita.
Aunque en lo profundo, sé que es demasiado tarde. Ella está sobre mí. Sabe mi
nombre y sería capaz de juntar las piezas en una linda foto precisa para los policías.
Un excriminal de San Dimas llamado Nate, con tatuajes cubriendo solo la
mitad izquierda de su cuerpo.
Sí, no hay demasiados de esos caminando por ahí en el mundo.
Entonces otra vez, por el bien de mi conciencia, no puedo, corrección (no voy)
a devolverla con Godfrey después de todo lo que él ha hecho. Y si ella es madre
encima de todo, no voy a ser responsable por su hijo volviéndose un huérfano.
Voy a dejarla marchar y lo haré por mi cuenta, sin sus cincuenta de los grandes.
Tengo una sensación de que hacer esto juntos solo nos lanzaría en una piscina más
profunda de mierda. Además, es pequeña y rubia y con jodidas botas con tacón. Ella
solo me desaceleraría.
No hay manera de que yo vaya allí abajo otra vez. Ella ha estado manipulando
esta casa entera, reinándola con su dulce coño y citas filosóficas. Tengo algo en que
pensar, pero ir allá abajo significa que le pasaré la llave a mi verga para esta situación
completamente fuera de control.
Aunque envío a Irv a hacerse cargo de ella, mientras trato de leer Grito
Americano en la cama, todavía fuerzo los oídos para escucharlos. Escucho cada
maldición que deja los labios de él mientras le habla y cada comentario sarcástico que
ella le lanza. Sigo diciéndome que estoy escuchando por casualidad porque quiero
asegurarme de que él no le pegará otra vez, pero no es la verdad. No la verdad
completa, de todas formas. La verdad entera es que me gustaría escucharla si pregunta
por mí. No lo hace.
Cuando su tiempo llegue a su fin, regresará al sótano y no intentará entablar
una conversación.
Han sido trece días desde que llegó aquí. No demasiados más antes de que
vengan a llevarla.
Lo sabe. Pero no tiene idea de que me he decidido.
No van a tocar a esta chica otra vez. No permitiré que eso pase. 129
Si Prescott Burlington-Smyth muere, no será bajo mi custodia.
FEBRERO 27, 2010
“LA MUERTE ES LA CURA PARA TODAS LAS ENFERMEDADES”.
—THOMAS BROWNE

E
l. Tiempo. Es. Muerte.
130
Es por eso por lo que hay un reloj elevado en el
confinamiento en solitario, su aguja siempre se atasca a las 12:00.
¿Medianoche o mediodía? ¿Día o noche? No lo sabes, y después
de un momento, te deja de importar. Si quieres matar a una persona desde el interior,
olvídate de los cuchillos y las armas.
Usa un jodido reloj.
Saliendo después de una semana en el agujero, la luz del día se siente
antinatural y casi molesta. No estoy orgulloso de la razón de por qué fui lanzado al
hoyo, pero lo haría todo de nuevo si tuviera que hacerlo. Era la hora del patio, y yo
estaba peleando con un preso mientras los viejos escolares y Frank estaban mirando.
No recuerdo cuándo exactamente Marco desapareció de mi vista y Hefner entró en mi
visión. Pero cuando pasó, el miedo fluyó en mi barriga, por primera vez en mi vida.
Algo malo iba a pasar, lo sabía, pero no a mí.
Hefner dio dos pasos hacia mí y curvó los dedos alrededor de mi cuello.
—Tú, perra. —Sus amigos Aryan se agruparon detrás de él, armados con
sonrisas arrogantes y brillantes y no demasiado sensatas para acompañar a su
regodeo—. Si quieres permanecer vivo, tienes que unirte a tus hermanos.
Quité sus dedos y me aparté, estoico.
—No son mis hermanos.
—Eres blanco. —Un tipo detrás de él con un tatuaje en la frente da un paso al
frente, sosteniéndome en mi lugar—. Eso significa que eres un hermano.
—Hispano —corregí—. Y solo un jodido niño. Ahora quítense de mi cara.
—No te ves hispano. —¿Desde cuándo este grupo se volvió en un movimiento
de expertos genéticos?
—Deja al chico —dijo Frank, arrastrándose a mi lado. Él tenía la mitad de mi
altura y era delicado en constitución. Era viejo y débil, y ellos eran inmorales y
crueles.
—¿Dijo quién? ¿Tú? —Hefner empujó al viejo. Frank colapsó en el piso sucio.
Los amigos de Hefner lo levantaron, sujetando fuerte sus brazos. Tironeé a Hefner
por el cuello y lo lancé contra la verja—. Tócalo otra vez y estás muerto.
—¿Dejas que el viejo te monte, mierda atractiva? —La risa burbujeó fuera de
él—. No es por él por quien voy. Es por ti.
Esto me hizo sentir mejor. Puedo tratar con la Hermandad Aryan yo mismo.
Pero no tenía que arrastrar a Frank en este desastre. Lancé un puñetazo directo a la 131
cara petulante de Hefner, sabiendo que estaba por recibir una paliza por al menos
quince hombres, pero lo que pasó después me sorprendió.
Se giraron hacia Frank.
El tipo con la frente tatuada lo arrastró por el brazo a lo largo del campo, su
cuerpo frágil moliéndose contra el concreto agobiante. Sus amigos lo siguieron,
pateando y dándole puñetazos al viejo.
Había mostrado mi debilidad. Era Frank. Por lo que me patearon donde dolía.
A él.
Me lancé hacia ellos, quitando cuerpo por cuerpo hacia él, antes de que dos
Hermanos Aryan me sostuvieran en mi lugar y me pegaran a la pared mientras Hefner
estrangulaba a Frank con sus manos desnudas. Estaba sentado en el pecho de mi viejo
vecino en medio de un patio y apretando su garganta tan duro, que las venas en la
frente de Frank se asomaron como serpientes violetas. Yo grité hasta que mi garganta
se sintió en carne viva, hasta que mis pulmones sangraron y mis gritos se volvieron
jadeos trabajosos, pateando y empujando, intentando soltarme.
Estaba matando a Frank.
Estaba matando a Frank, y yo me quedé parado a un lado, dejando que eso
pasara.
Estaba matando a Frank y matando lo que quedaba de mi mundo sin sentido en
el proceso.
A Hefner no le importó. Él estaba condenado a cadena perpetua, de todas
formas. ¿Qué podían hacer? ¿Sentenciar su cuerpo podrido a otra vida sin libertad
condicional?
Cuando finalmente me solté, Frank se veía muerto. Los guardias estaban
rondando por el patio, aproximándose a nosotros con caras asesinas.
—Necesitas meterte en el hoyo o te matarán —susurró alguien en mi dirección,
y reconocí el acento. Me giré, perplejo—. Pégame, chico. Haz un desastre.
—¿Qué? —Escupí sangre. Ni siquiera me di cuenta de que estaba lastimado.
Godfrey era el preso más infame y peligroso, a un lado de la multitud mortal… ¿y
quería que le pegara?
—Si me pegas, te lanzarán al hoyo. Tu vida será considerada en peligro —
explicó tranquilamente, aunque los guardias estaban a segundos de llegar a nosotros—
. Hazlo sangriento, muchacho. Se ocuparán de los bastardos Aryan antes de que salgas 132
del confinamiento en solitario.
No estaba pensando. Solo hice lo que me dijeron. Balanceé mi puño y lo golpeé
tan duro, que rodó hacia atrás y colapsó en el suelo con un golpe seco.
Godfrey tenía razón.
Fui lanzado al hoyo, y al momento que salí, él había aclarado el desastre con
la Hermandad Aryan. Sé que estoy fuera del bosque porque ellos mantienen la
distancia de mí en el patio. En la cafetería. Cuando estoy en el trabajo. No me hablan
o se acercan a mí. Y sé que he abierto una deuda que será recolectada en algún punto.
El precio de mi libertad es mucho más caro de lo que el dinero podía comprar.
Pero no me importa.
Él no puede arruinar lo que ya está dañado.

MARZO 3, 2010
“DONDE LA PENA ESTÁ FRESCA, CUALQUIER INTENTO DE DESVIARLA
SOLO IRRITA”.
—SAMUEL JOHNSON
Beth me lleva a una esquina aislada en el almuerzo. Puedes vernos detrás de la
puerta de vidrio, la manera que ella pone las manos sobre mis hombros, como si
estuviera bien. Como si fuéramos amigos. Me dice que Frank no está muerto, y libero
el aliento que he estado conteniendo desde que me lanzaron en el agujero. Él había,
sin importar cómo, perdido su laringe y Hefner rompió su médula espinal y columna
cervical. El bastardo goleó los nervios importantes. M algo y C algo. Frank no será
capaz de hablar otra vez. O de caminar.
Pasará el resto de su vida en la cama.
Asistido por soporte vital.
Por mí.
Ella se ve como si quisiera besarme, la tela de su uniforme verde se frota contra
mi ropa anaranjada, y me giro para irme antes de que haga algo de lo que me
arrepentiré.
Como llorar.
O follarla. 133
O llorar y follarla.
Los viejos escolares ya no me quieren alrededor, y no puedo culparlos. Soy
responsable de lo que le pasó a Frank. Godfrey me señala que vaya a sentarme con su
grupo, pero no lo hago.
Una semana, dos semanas, tres meses… la soledad es algo terrible. Un primo
cercano a la muerte. Algunas veces, necesitas compañía, incluso si es del demonio.
Después de un mes de buscar a Godfrey, me derrumbo y me uno a ellos. Irvin,
el tatuador, está allí también. Seb, quién está cerca de sus tempranos cuarenta, me da
un golpecito en el hombro y me ofrece su melocotón. Tomo un jugoso mordisco de
este, mis ojos todavía apuntando sobre Sergio y el resto de los amigos de Frank. El
melocotón no sabe bien en mi boca. Algo agrio. Algo podrido. Tal vez no es el
melocotón. Tal vez soy yo.

MARZO 13, 2010


Me arrastro por mi veredicto en

ABRIL 16, 2011


Me aburrí por lo que conseguí algunos tatuajes nuevos y

OCTUBRE 3, 2012
“TODAS LAS COSAS PUEDEN CORROMPERSE CUANDO LAS MENTES
SON PROPENSAS AL MAL”.
—OVID
Godfrey llega a mi celda y me da un abrazo paterno. Sobre el último par de
años, eso es lo que él ha sido para mí. Una figura paternal. En mi mundo, eso significa
que es alguien que vive bajo el mismo techo y que me gustaría asesinar en algún
punto.
Si el patio fuera un circo, Godfrey sería el director. Él ordena peleas —peleas
sangrientas— solo para su entretenimiento. Maneja sus negocios en el exterior desde
los confines de estas paredes altas como si fuera su maldita oficina.
Estoy empezando a ver por qué el fiscal de distrito lanzó cada recurso que 134
tenían para encerrarlo aquí por cuarenta años por delito con tráfico de drogas cuando
estuvo en el juicio. Es un hombre peligroso. Su lugar está junto a otra gente peligrosa
y sin alma.
—Feliz cumpleaños, chico —me felicita. Me sujeta, siseando en mi oído—.
Conseguí un regalo apropiado para ti este año. Mucho mejor que un libro. ¿Quieres
acabar con Hefner? Tengo una buena apertura para que te guíes.
Sacudo la cabeza. Maté a un hombre, pero no soy un homicida. Todo lo mismo,
entiendo la orden subyacente en su invitación. Decir que no, no es una opción.
—Solo lo molestaré un poquito. —No romperé su columna, pero algunas
costillas… seguro. ¿Por qué no?
Encuentro a Hefner fregando ollas después de la cena. Los soldados de Godfrey
están detrás de mí, y hacen señales en la cocina para que los trabajadores se vayan a
la mierda con un asentimiento.
Todos se van excepto Hefner y yo.
Acecho hacia su dirección, mucho más grande en tamaño y presencia que el
puto inútil. He pasado mis años aquí ejercitándome y ganando músculo, mientras él
se pasó sus años revolviendo mierda y causando problemas.
Hefner se seca la frente con la parte de atrás de su brazo, silbando.
—Mira aquí. Está nuestro niño bonito. —Todavía suena alegre, pero debajo de
la sonrisa simulada yace el miedo. Puedo olerlo. El sudor ácido, los trabajosos jadeos.
Jodidamente asombroso. Quiero embotellarlo y olerlo cada vez que piense en Frank.
Paso las puntas de los dedos contra una fila de cacerolas y ollas que cuelgan
cuidadosamente junto a las estufas de cocina mientras doy zancadas hacia él sin
palabras, con los ojos muertos.
—No hagas algo de lo que te arrepentirás. —Sorbe, aun fregando la pileta—.
Tengo hermanos adentro y afuera.
Mi mano que está viajando por las ollas se detiene y arranco una pesada
bandeja de metal.
—Mataste a Frank.
—Él no está muerto —espeta. Traga. Detiene lo que está haciendo.
Asustado, asustado, asustado.
—Él está tan bien como muerto —corrijo—, igual que tú. 135
Le abofeteo en la cara con la bandeja. Tropieza hacia atrás, su espalda
chocando con la pared. Empujo la bandeja contra su centro, creando un hueco entre
dos de sus costillas. Estas chasquean y se rompen como ramitas, el sonido envía
escalofríos por mi espalda.
Hefner colapsa en el suelo, cayendo sobre un balde lleno de grasa.
Lo pateo en el medio dos veces, dejando que ruede sobre el grasoso suelo
mientras mis tenis Converse apuntan a sus puntos sensibles. Puntos que sangran
fácilmente. Boca. Nariz. Las partes menos carnosas de las piernas, tobillos y brazos.
Después de que termino de asaltarlo, cuando él está rojo y púrpura, me inclino,
mostrando los dientes junto a su oreja.
—La próxima vez, será tu verga la que cortaré en dos. Solo para darte un aviso.
Ahora, vuelve a limpiar, perra.
Hefner ofreció una sonrisa ensangrentada, viéndose como el Joker. No gritó o
lloriqueó ni una vez desde que le había dado una paliza. Nunca trató de devolver la
lucha tampoco.
—Él te tendió una trampa —masculló a través de dientes rotos, colapsado
contra una pared, con la cabeza rodando de lado a lado—. God me dijo que matara a
Frank. Frank trabajó para él en el exterior. Había un contrato en la cabeza de Frank
antes de que tu siquiera llegaras aquí, estúpida mierda. —Lanza la cabeza contra la
pared y se ríe maniáticamente—. Él siempre fue carne muerta. Oh, hombre, estás tan
jodido.
Estrellando la bandeja contra su cabeza, me apresuro a salir de la cocina,
dejando a Hefner herido, aun así, muy vivo. Salto por encima de la piscina de sangre
debajo de él, la ira y la furia agitando mi pecho. La furia detona en mi estómago, las
náuseas inundándome.
Estoy enfermo.
Estoy furioso.
Estoy jodido.
La mañana siguiente, descubro que Hefner fue golpeado hasta la muerte. No
por mí, pero asesinado, no obstante.
Fui encerrado.
Gran desastre.
Y de vuelta al confinamiento en solitario hasta nuevo aviso. 136
La gente divaga demasiado a menudo en prisión, y mucho más en una que tiene
una seguridad tan alta como el San Dimas, y especialmente cuando no hay pistas de
un arma homicida a la vista. Afortunadamente. Me di cuenta de que mierda como esta
podría pasar y corrí directo a los brazos de la oficial de penitenciaría Beth Bouscher
después del incidente sobre Hefner. Tengo una coartada infalible, pero eso no detiene
a la gente de sospechar.
La muerte del Hermano Aryan desata una revuelta en la prisión. La palabra es
que yo busqué represalia después de lo de Frank.
Tengo un motivo. Fui visto por las cámaras de seguridad, caminando en la
esquina oscura de la cocina. Los soplones llevan a soplones, así que nadie va a decir
una palabra incluso si el asesino de Hefner fue visto haciendo el hecho.
Las palabras son armas, y el arma en mí está siendo extendida por oficiales de
penitenciaría que están en la nómina de Godfrey. En las celdas, los pasillos, la
cafetería y en el exterior, donde la vida real contra la que tengo resentimiento está
esperando mi retorno. Charlatanes con bocas trabajando horas extra, y las buenas
almas de San Dimas están demasiado felices para dejar que el rumor se suelte.
Un rumor que el mismo Godfrey puso en boca de todos.
Godfrey sabe que ahora necesito su ayuda más que nunca.
Hefner fue un cretino, pero además tuvo razón. Mi tan llamado “figura paterna”
me tendió una trampa.
¿Y ahora? Todo lo que me queda por hacer es esperar a ver qué planes tiene
God para mí después.

NOVIEMBRE 8, 2014
“EL CAMINO MÁS RÁPIDO DE FINALIZAR LA GUERRA ES PERDERLA”.
—GEORGE ORWELL
Mi día de libertad es en dos semanas. La sentencia de Godfrey fue cortada. Él
ha sido perdonado, puesto en libertad con nada más que una bofetada en la muñeca.
Estará fuera en un mes. El gobernador, aunque no se crea, tiró de algunos hilos para
hacer que esto sucediera. Godfrey me dijo que Irv ya está esperándome en el exterior
y que puedo pasar la noche en su casa hasta que lo averigüe.
El mundo exterior es malo, pero Godfrey es peor. Él cosecha la opresión de la 137
gente, una central de corrupción. Para decirte que odiarlo sería un eufemismo. Él me
puso en una deuda que me encadenaría a sus buenas gracias para siempre. No hay
nada que me gustaría más que verlo a él y a su mano derecha, Sebastian, perder sus
vidas en un accidente desafortunado involucrando una arriesgada camioneta de
chatarra, gasolina, fuego y un jodido misil por si acaso.
Cualquier plan malvado que él tenga, estoy seguro de que mi sangre derramada
será una parte de él. Soy un peón, un soldado, un esclavo a su merced. Si no cumplo,
él va a desatar a la Hermandad Aryan y les permitirá darse un festín de mí vivo.
Por ahora, obedezco, me inclino en respeto y me rindo a vivir bajo el mismo
techo que Irvin el tatuador. Mientras espero a que mi destino sea sellado, sé una cosa
con seguridad: cualquier desastre donde aterricé en prisión, se va a poner mucho más
desagradable en el mundo real.

Nate no ha bajado en tres días, y la compañía más leal del miedo, el pánico,
rezuma dentro de mí. Conseguir las buenas gracias de Irv es un deber que es tan
igualmente imposible como estornudar con los ojos bien abiertos. Científicamente,
está obligado a fallar. Él es tan compasivo como una pared de ladrillos y contiene la
misma cantidad de células cerebrales.
Godfrey tenía razón. El tiempo es precioso. Aun así, paso mis días sin hacer
nada. Ya he leído Sueños de Bunker Hill cientos de veces. Mi pelota de estrés está
toda rota, la mayoría de esta diseminada en el suelo como tristes copos de nieve. Ya
no me quedan uñas, todas han sido despellejadas de mi piel durante mis intentos de
intentar quitar la madera en las ventanas tapadas.
Mi futuro depende de la buena voluntad de Nate, e incluso si debajo del interior
áspero y de la tinta barata se esconde un alma compasiva, él es un hombre primero.
Un hombre que probó ser justo como los otros. Tomó, luego se fue.
Si Nate no entra en razón, yo perderé la mía. ¿Qué pasará entonces? Atacaré a
Irvin con las manos desnudas e intentaré salir corriendo.
Podría ser asesinada.
Pero al menos no serán ellos los que me maten. 138
—Vamos, Nate. Regresa a mí —murmuro mientras abrazo mis rodillas a mi
pecho.
No, él no es como esos hombres que toman. Porque él además da.
Nate me dio una cosa que casi olvido cómo se siente.
Me dio esperanza.
G
írate y márchate.
Eso es lo que he estado diciéndome por los pasados diez
minutos. Estoy parado en medio de Draeger’s, un
supermercado pijo, pedante y caro como la mierda en
Blackhawk Plaza. He estado aquí dos veces antes. La señora Hathaway me envió a
comprarle sus comestibles mientras se escondía en casa después de una cirugía de 139
levantamiento de cuello y, ambas veces, quise escurrirme de mi cuerpo y correr de mi
vida, dejando una corteza de epidermis en el suelo, como una serpiente que se amolda
a su propia piel.
Me quedo aquí afuera como una buena idea en progreso.
Estoy sorprendido de no haber sido arrestado meramente por caminar por aquí
todavía.
Alzándome por al menos veinticinco centímetros sobre cualquier otra persona,
mi brazo lleno de tinta negra y mórbida se extiende fuera de mi camiseta sin mangas
negra como mi corte de cabello inusual y botas de cuero embarrados. Todos a mi
alrededor están usando chaquetas de punto de colores pastel y trajes elegantes. Incluso
hay un anciano con tirantes y una pajarita.
Pero no necesito hacerme amigo de estos pendejos. Solo necesito usar la
máquina del banco ATM de aquí, sacar un poco de dinero, regresar a casa, darle a
Prescott una montada y despegar.
No. Puedo sacar dinero en otro lado. No tiene que ser aquí, donde soy visto
como un fenómeno de circo.
Me giro y camino hacia las puertas automáticas, mis piernas intentando
desplomarse bajo el estrés de trabajar bajo el sol todo el día en el jardín de la señora
H.
Mi pie ya estaba tocando la acera, escucho al viejo con los tirantes detrás de
mí, diciendo:
—¡Oye, mira quién es! Howard Burlington-Smyth. No te he visto hace tiempo.
Giro rápidamente por instinto. Veo al estúpido aproximándose al señor Pajarita
cautelosamente, una pequeña canasta verde metida bajo su brazo, mirando
tímidamente en todas direcciones.
Odio. Hace espuma dentro de mí, consumiendo cada célula de mi cuerpo. Lo
odio tanto, que me toma largos segundos en registrar que se ve como atravesado por
una niebla de repulsión.
Howard Burlington-Smyth no se ve nada como su hija. Ella tiene cabello rubio,
labios llenos y un cuerpo curvilíneo que fue diseñado para toquetear. Su padre, por
otro lado, es alto, gordo y tiene cabello castaño oscuro, manchado con pedazos de
plateado.
Bajo la mirada a su canasta y veo una simple hogaza de pan, mantequilla y un
poco de comida enlatada. Luego recuerdo que la señora Hathaway me contó sobre él. 140
En bancarrota. La familia de Pea es considerada prácticamente pobre en esas partes.
—¿Cómo has estado? —le pregunta Pajarita al padre de mi cautiva. Pero
Howard sigue secando su sudorosa frente, mirando de derecha a izquierda. Su figura
sin forma está vestida con un traje barato. Se ve como un mesero de Olive Garden que
acaba de orinar el plato de alguien y tiene miedo de ser pillado. ¿De qué mierda está
asustado? Tal vez siente la presencia de alguien que gustosamente clavaría su cabeza
en uno de los picos decorativos de su portón de hierro.
—He estado muy bien. —Howard se aclara la garganta—. Mi esposa y yo
estamos buscando comprar un lugar en los Hampton. Para alejarnos de todo el ajetreo
de por aquí.
Mentiroso. La mamá de Prescott se fue.
—¿Eso es cierto? ¿Pero tus hijos no viven por aquí?
Miro a Howard, tal vez demasiado atentamente. Él ondea la mano, su rostro
enyesado con una sonrisa falsa.
—Preston está estudiando en Boston…
Preston está jodidamente perdido.
—Y Prescott… bueno, Dios sabe dónde está esa niña salvaje en estos días. Ella
nunca recoge el teléfono, sabes. Niños.
Esto es muy cierto. Dios sí sabe dónde está ella. Pero en alrededor de una hora
y media, no tendrá ni una jodida idea.
Un golpe de furia corre desde mi garganta hasta mi brazo, haciendo que mi
puño ahorque la billetera en mi mano.
—Ella siempre ha sido un espíritu bastante libre. Qué vergüenza de ella —dice
Pajarita. Jódete, viejo.
—Es así, ciertamente, pero hicimos lo que pudimos. —Sí, como tenderle una
trampa.
Los padres perdedores son un tema quisquilloso para mí.
Yo maté al mío por menos que renegarme; oh, el mío era mi dueño, bien. Tanto
que me pegaba cada vez que yo decía la palabra equivocada o actuaba del modo
equivocado.
Marcho directamente hacia Burlington-Smyth y los ojos del hombre se amplían
de terror con cada paso que doy. Me encanta la manera en que su rostro se drena de
sangre mientras mi hombro se roza contra el suyo, y siento su cuerpo tensarse contra 141
el mío. Continúo moviéndose lentamente sin mirar atrás. Esa fue una amenaza. Quise
que se callara y él lo hizo.
Nadie se preocupa por Prescott Burlington-Smyth.
Pero eso está por cambiar.
Al minuto que regreso a casa, salto del auto y me dirijo al sótano sin siquiera
tomar una ducha, poniéndome la máscara de Guy Fawkes que Irv recuperó del sótano
y ajustándomela en la cara mientras desciendo por las escaleras.
Nunca había tenido una noche. Antes de prisión, tenía sexo. Noches casuales
en autos y en urinarios y en jodidos parques nacionales en noches frescas. Pero no sé
cómo humillarme, nunca necesité hacerlo antes, y la única razón de que lo haga ahora
es porque quiero cambiar de bando.
Después de todo, soy un interruptor.
Encuentro a Pea intentando arrancar la manera de las ventanas, sus
movimientos indiferentes y desesperados a la misma vez. La sangre corre por sus
brazos, sin duda por sus dedos arruinados y sin uñas. Su cabeza se gira al sonido de
la puerta chirriando y es cuando noto que sus ojos no son nada más que hinchadas
hendiduras. Dudo que pueda ver a través de ellos en absoluto.
—Detente, Club Campestre. Nunca tendrás éxito.
Físicamente se encoge por mis palabras.
La chica va a salir de aquí viva y bueno, por una puerta abierta. Me dará dinero
para huir, y yo le daré una vida por la que volver a correr.
Pea me mira como si yo acabara de matar a su familia entera, mordiéndose los
labios para contener lo que sea que de verdad quiere decirme.
—¿Por qué estás aquí?
—Porque probablemente es donde pertenezco.
—¿Sí? —Su voz es ronca.
—Estás loca, eres impredecible y letal para mí. —Doy un paso en su
dirección—. Así que, sí. Estar a tu lado es exactamente donde debería estar.

142
J
aque mate, Godfrey. Tu reloj empieza a correr a partir de este
momento.
Debería alarmarme que estoy más emocionada ante la
posibilidad de matar a Godfrey y a Seb de lo que estoy sobre
recuperar mi vida. Pero la verdad es que la vida se ha convertido en una tarea difícil
de llevar a cabo durante los últimos años; me tomará un largo tiempo encontrar de 143
nuevo mi gusto hacia ella.
Está parado frente a mí, vistiendo su máscara y para mi desconcierto, los dedos
de mis pies se enroscan contra el suelo húmedo.
Aun a través de la máscara, su mentón es fuerte y alto. Hay algo increíblemente
arrogante sobre este hombre roto. Los dedos de Nate rozan la pared mientras camina
en mi dirección como un depredador.
—Lo jodí. Confiaste en mí, me contaste lo que te hicieron, luego fui e hice lo
mismo en los terrenos de estar borracho, cachondo y ser un idiota —admite, su tono
tranquilo—. Pero quiero que sepas una cosa. Soy un asesino, soy un matón, soy un
idiota, pero soy justo. En el minuto que me contaste tu historia, ya eras libre. Estas
paredes —golpea el concreto—, no significan nada. Hasta esta tarde, pensé que iba a
dejarte ir y luego me iría a hacer lo mío. Pero luego caí en cuenta de algo —dice y se
acerca más causando que mi mandíbula se afloje por la anticipación—. No he
terminado contigo, Pea, ¿y si de mí dependiera? Tampoco he terminado de follar
contigo.
Abrazo mi cuerpo, intentando protegerme de algo que ya está incrustado
profundo dentro de mí, de sacudirme la inminente calamidad que se está moviendo
hacia mí. Agita algo dentro de mí que no está listo para ser movido. No en este
momento y ciertamente, no por él.
—Nate. —Su nombre en mis labios suena como una advertencia. En algún
nivel, lo es. Se detiene, su máscara todavía ofreciendo esta salvaje sonrisa con ninguna
buena intención—. Todavía no quiero que nos separemos. Quiero que demos la vuelta
al reloj de arena. Desatemos el caos. Empecemos un baño de sangre.
Se detiene junto a mí. Sus manos caen a su cadera y levanta el borde de su
camiseta, frotando su paquete de seis.
—¿Prescott?
—¿Sí?
—Me voy a cambiar de bando.
Mis rodillas se vuelven de gelatina mientras mi cuerpo empieza a temblar con
liberada tensión.
Va a cambiar de bando.
Va a dejarme en libertad.
Dios, va a ayudarme a pegar juntos los pedazos de mi rota alma. 144
Todas las lágrimas que oculté de él comienzan a derramase, mi rostro húmedo
y feliz y mi corazón tan extremadamente lleno. Soy una llorona. Lloro cuando me
corto con un papel, cuando es ese momento del mes y cuando la mamá de Bambi se
muere. La única razón por la que todavía no he llorado frente a Nate es porque no dejo
que mis enemigos me vean romperme.
Pero no es un enemigo. Ya no.
—No te arrepentirás —digo, sacudiendo mi cabeza, intentando recuperar el
control de mis emociones. Necesita verme fuerte—. Juntos, derrotaremos su imperio.
Nate no responde, pero sus ojos son hambrientos detrás de la máscara. Caigo
en cuenta que estoy a punto de ver su rostro y algo perturbador se revuelve en mí. No
es que no quiera verlo. Lo hago. Estoy muriendo por poner mis ojos en el hombre con
quien tuve sexo, quien está a punto de regresarme mi vida, quien ha sido el centro de
mi mundo durante los últimos meses.
Pero no estoy lista.
Se ha convertido en una fantasía, una burbuja que no quiero reventar. Una
pluma de esperanza que está haciendo cosquillas, pero no tocándome de la forma en
que añoro. El minuto en que se quita la máscara, el misterio está resuelto y la realidad
golpea. Una realidad para la que no estoy completamente preparada, a pesar del hecho
de que lo he presionado durante mucho tiempo.
Una realidad que consiste en gente siendo asesinada, de nosotros huyendo, de
tratar de arreglárnoslas, de echar vistazos por encima de nuestros hombros, cada
segundo de cada día.
La vida comienza aquí.
Borra el espacio entre nosotros con un largo paso, sus abdominales chocando
con mi pecho. Mi respiración se entrecorta y mi columna hormiguea. Esto es malo.
No, malo es olvidar apagar el horno cuando sales de casa. Esto ese desastroso.
—¿A dónde irás después que todo esto termine, Pea? —Su máscara toca mis
labios.
—Iowa —respondo—. Quiero ir a algún lugar tranquilo.
—Cabo para mí —responde, su pulgar hundiéndose en su pecho—. Quiero ir
a algún lugar salvaje.
—Envíame una tarjeta postal. —Logro mostrar una débil sonrisa, pero se siente
incorrecta sobre mis labios.
145
Realmente no sabemos si saldremos vivos de esto e incluso si lo hacemos, lo
botaré y seguiré adelante con mi vida tan pronto como matemos a los bastardos.
Somos polos opuestos. Él es paz buscando color y yo soy una tormenta
buscando serenidad. Y en algún punto entre mi caos y su paz, nos encontramos el uno
al otro. Incluso más loco, queremos salvarnos el uno al otro.
—Pea. —Frota mi mentón con su pulgar, mirando mis labios con abrasadores
ojos—. Pelearé tu guerra mientras gano la mía, pero tienes que ser honesta conmigo.
Cuando te tomé como un animal, la noche de la fiesta… ¿te recordó a ellos?
—Fue diferente —respondo—. Intenso, sí. Salvaje. Pero me recordó que
todavía puedo disfrutar de cómo otro cuerpo se siente contra el mío. No pensaba que
pudiera hacerlo.
Su mandíbula se tensa y baja la mirada hacia sus palmas mientras habla.
—Me gustaría ser la persona que te recuerde eso de nuevo —dice, su
usualmente cortante tono, ahora suena más suave. Tal vez es solo lo que quiero
escuchar—. Seré lo que sea que quieras que sea. Salvaje, amable, bueno, malo, rudo,
delicado. Tu idiota.
Trago y miro mi pecho, parpadeando para alejar mi vergüenza.
—También me gustaría eso.
—¿Te gustaría eso en este momento de casualidad? —gruñe, su frente cayendo
contra la mía—. Ink está fuera de la ciudad. Alguna mierda familiar. Necesito estar
dentro de ti.
Ya estás dentro de mí, pienso. Entraste en el minuto en que me mostraste
misericordia, en el minuto en que decidiste cambiar de bando. Pero ya sé lo que quiere.
Quiere lo que todos los hombres quieren.
Quiere sexo. Mi carne, mi calor y lo que está entre mis muslos. Porque después
de todo, antes de convertirse en un asesino, un captor, un ávido lector e incluso mi
salvador, es la única cosa que odio: un hombre.
La única diferencia entre Nate y los otros es que… bueno, también deseo su
cuerpo.
—¿Vas a quitarte tu máscara? —pregunto, mirando hacia sus botas militares.
—¿Quieres que lo haga?
—Sí.
146
No.
Mis ojos todavía están mirando hacia sus pies cuando su máscara flota hasta el
suelo, aterrizando junto a sus zapatos. Esto es todo. El hombre misterioso que ha
estado ocupando mis pensamientos todo este tiempo está parado frente a mí, expuesto
y abierto, ofreciéndome todo lo que alguna vez le he pedido.
Arrastro mis ojos hacia arriba, deteniéndome sobre su entrepierna, sus caderas,
moviéndome por su abdomen plano, memorizando el triángulo de su cuerpo superior,
bronceado, cuello entintado y una vez que llego a su rostro…
Lo pierdo. Lo pierdo por completo.
Hermosa crueldad, eso es lo que es. Una belleza tan violenta que demanda ser
apreciada a pesar de mis mejores esfuerzos para ignorarla. De hecho, puedo escuchar
su rostro y es ruidoso. Gritándome que me hunda en sus perfectos rasgos.
Cada hueso en mi cuerpo se derrite y mi piel pica con la necesidad de tocarlo.
Sus pómulos son altos, prominentes como cuchillas y afilan su rostro en algo
que es despiadadamente masculino. Lo que es bueno, porque todo dentro de su cuerpo
es enfermamente bonito. Fuerte nariz romana, labios llenos con un arco de cupido,
levantados, ojos caídos de un depredador. Duros, oscuros, expresivos, perfectos.
Aparto la mirada antes que queme, como mirando directamente al sol. Muevo
mi mirada, sintiendo algo divertido trepar por mi cuello hacia mi rostro. Algo que no
he sentido en mucho tiempo, quizás nunca.
Algo que me prometí que nunca sentiría.
Estoy a punto de salir de aquí y en lugar de estar llena de alegría y éxtasis, me
niego a mirar directamente al rostro de mi nuevo compañero.
Abro mi boca, sin estar segura de lo que podría salir de ella, pero antes de que
tenga la oportunidad de decir algo, apoya una mano sobre la pared por encima de mi
cabeza. Sus ojos caen hacia mis labios, luego regresan a mis ojos.
—Prescott, déjame hacer cosas sucias. —Su ronco tono respira fuego en mi
cuerpo—. Déjame ensuciarte con lo que yo soy.
Cierro mis ojos. Puedo hacerlo. Puedo controlar mis emociones. Lo he hecho
tantas veces antes. Años de no dejar entrar a alguien me hizo resiliente a lo que sea
que los hombres tiren hacia mí.
Pero ¿cómo dejas entrar a alguien sin dejarlo llegar a ti? 147
Mis ojos viajan hacia los suyos y me atrevo a mirarlo de nuevo. Tan perfecto.
Tan repugnante e injustificadamente perfecto.
—¿Crees que puedes frotar tu suciedad contra mí? —Una sonrisa torcida jala
el lado derecho de mi boca—. Me gustaría verte intentarlo.
Esa es toda la invitación que necesita. Me levanta, al estilo bombero en un
brazo, y sube las escaleras rápidamente, tomando dos escalones a la vez.
Mis uñas ya están enterrándose en la piel de su espalda baja, exprimiendo el
olor de su virilidad y sudor, dulce y amargo y animalista.
—¿Follaremos, luego huiremos? —digo jadeando.
—No vamos a huir. Huir es para cobardes. Haremos esta mierda a paso
constante.
Camina la corta distancia desde el estrecho pasillo hasta su pequeña habitación,
que nunca he visto y azota la puerta al cerrar, conmigo todavía sobre su hombro. Antes
de que sepa lo que está sucediendo, me lanza hacia la cama como una muñeca de trapo
y me mira, todavía de pie.
Es enorme.
Alto.
Musculoso.
Y completamente impresionante. Esta no es la primera vez que he estado en la
cama con un hombre por voluntad propia desde que hui de donde los Archer, pero es
la primera vez que estoy asustada sobre cómo dejarlo una vez que se termine.
Antes de Nate, tuve sexo para probarme que todavía podía sentir.
Pero ¿con él? Voy a tener sexo y convencerme de que no lo hago.
—Eres hermoso —digo sin aire.
—Estás segura —responde tranquilizadoramente. Exactamente lo que
necesitaba escuchar.
—Hazme la paz, Beat. —Lo llamó por su apodo a propósito, mi sonrisa ladina
y maliciosa.
—Hazme la maldita tormenta, Pea —dice, haciendo lo mismo.
Se hunde en la cama por encima de mí, moliendo su enorme y escalofriante
dureza contra mi cuerpo. Mis piernas se abren justo en ese momento. ¿Conoces ese 148
viejo cliché que lees en los libros de romance, Nuestros cuerpos están hechos el uno
para el otro? Bueno, ese no es el caso con Nate y conmigo. Mi cuerpo fue hecho para
un hombre de tamaño promedio, mientras que él podría ser apto para una chica vikinga
o un elefante adulto. Es mucho más grande que yo, pero funciona. Para nosotros, es
perfecto.
Sus hinchados y llenos labios encuentran los míos. Calientes, feroces y
reconfortantes. Probablemente debería cerrar mis ojos como él lo hace, pero no puedo,
todavía incapacitada por su enorme atractivo. Lo observo con ojos muy abiertos
mientras nuestro beso se profundiza y su boca ataca la mía, su cuerpo moliéndose
contra el mío. Lo miro, mesmerizada, mientras siento su necesitada erección
asomándose entre mis muslos, apenas contenida por sus vaqueros y bóxer. El bastardo
no tiene ningún mal ángulo. En absoluto. Debe haber pasado todos sus años en la
cárcel caminando con su espalda presionada contra la pared.
Sus dedos extienden mis muslos rudamente y mi vestido se levanta más allá de
mi pecho. Su boca chupa mi pezón derecho largo y duro, provocándolo con flojos
círculos que crea con la punta de su lengua. Luego baja mis bragas de un tirón y
desliza su dedo índice dentro de mí. Nate es tan enorme; su dedo probablemente es
del tamaño de una polla normal. Matemáticas simples: Dos dedos = Dos pollas.
Su dedo se extiende por mis pliegues y arrastra mi humedad junto con ello.
Ambos observamos con asombro, con ojos medio cerrados bajo la neblina de lujuria.
Ya nunca me mojo. Solo para él, lo hago.
Usa mi humedad y frota el mismo dedo alrededor de mi clítoris, mi cabeza cae
sobre su barata y plana almohada.
—Aquí no hay reloj de arena, Pea. Conmigo, nos tomamos nuestro tiempo.
—Sí —gruño.
—Sí —repite con convicción mientras empieza a frotar el clítoris de arriba
abajo, su lengua golpeando la mía como si tratara de castigarme—. Mierda. —Beso—
. Jódete. —Mordida—. Godfrey.
Sonrío en su boca y me estiro para tocar su polla, el sonido de su cierre bajando
es la única cosa audible además de nuestros gemidos en la oscura habitación.
—Mierda. —Tomo su polla en mi mano—. Jódete. —Muevo mi palma hacia
arriba, frotando la punta, luego deslizo el líquido preseminal a lo largo de su
longitud—. Camden.
—Qué se jodan —concluye, estirándose hacia atrás y pasando su camiseta por 149
encima de su cabeza y tirándola al suelo. Su lengua encuentra mi cuello, girando hacia
abajo en suaves movimientos.
—Qué se jodan —concuerdo, dejándolo deslizar mi vestido hacia arriba
mientras me desviste, lo tira al suelo junto a sus vaqueros y observo su cabeza viajar
hacia el sur.
Besa con la lengua mis muslos interiores, su caliente lengua bailando en
apasionados círculos alrededor de mi carne hipersensible, solo pasando por encima de
mis pliegues, pero nunca tocándolos. Haciendo círculos, aplicando presión, luego
mordiendo suavemente. Le está dando a cada valle y curva en el área atención especial
y empiezo a tener espasmos, meciéndome contra su rostro, completamente poseída.
La lengua de Nate todavía ni siquiera ha tocado mi sexo, todavía está lamiendo mis
muslos, mordiendo mi piel… pero ya estoy en el camino hacia un furioso orgasmo.
Estremeciéndome por todos lados, empujándome contra su rostro, rogándole que me
saque de mi miseria. Cuando lo hace, cuando su hermosa y caliente boca se cierra
sobre mi clítoris, sus ásperas palmas me fijan contra su cama y no me deja moverme.
—Qué se joda Sebastian. —Jala mi clítoris entre sus dientes perfectamente
alineados y, de hecho, empujo mis puños contra sus hombros porque el orgasmo es
demasiado. Estoy perdiendo el control sobre mi cuerpo, mis músculos, mi piel, incluso
mis huesos. Mis caderas de mueven erráticamente al ritmo de su boca. Cada vez que
habla, su cargado aliento me hace cosquillas desde el interior, haciendo que cada
centímetro en mí hormiguee con placer—. Y qué se joda la Hermandad Aryan, qué se
joda San Dimas y qué se joda este mundo. Vamos a salir de aquí.
Exploto de placer y me sacudo de un lado a otro con un grito. Él se entera de
lo duro que me corro empujando su lengua profundamente en mi canal, encontrando
el calor saliendo de mí en una ola de satisfacción. Arremolina su lengua dentro de mí,
lamiendo cada gota de mi deseo por él.
Justo cuando pienso que no puedo soportarlo más, comienza a follarme con su
lengua, ignorando completamente mi estado físico actual como un estanque humano
de hormonas.
Estoy perdida. Estoy en llamas. He terminado. No, espera. Quiero más. Mucho
más.
—Dame mi billetera —dice, señalando en la dirección general de sus
pantalones junto a la cama. Me inclino, buscando en los bolsillos traseros, hasta que
la encuentro. Se la doy y la abre con una mano y saca un condón.
—¿Cuántos condones tienes en tu billetera en un momento dado? —Celos se 150
derraman en mi tono.
—Uno. Que nunca uso. —Se inclina hacia abajo para un beso exigente, tirando
de sus rodillas sobre mis piernas abiertas y deslizando el condón sobre su polla. Olvidé
preguntarle si incluso los hacen para su tamaño. ¿Qué es? ¿XXL?—. Las mujeres me
aburren —gruñe.
—Estoy bastante segura de que soy una mujer —respondo.
—No eres una mujer. —Guía su pene a mi entrada, hundiendo sus dientes en
su labio inferior—. Eres una tormenta.
Se empuja en mí y arqueo mi espalda del placer. No es tan doloroso como lo
fue la primera vez, probablemente porque sabía qué esperar esta vez. Me está
montando como si el diablo estuviera en su interior. Me aferro a él como si fuera un
huracán al que tengo que sobrevivir, y la cama cruje tan fuerte, que me temo que su
marco va a romperse. Cuando se viene, extendido sobre mí, con la frente pegada,
ambos goteando mojados en la pequeña habitación sin ventanas, de hecho, solté una
risa, mis labios buscando los suyos otra vez.
—¿Puedo pedirte un favor? —murmuro.
—Pídeme.
—Cuando finalmente consiga mis manos en Camden, quiero que me folles
delante de él con los ojos abiertos por palillos, como en La Naranja Mecánica. Lo
volvería loco. ¿Crees que puedes hacer eso por mí?
Se ríe entre dientes, una risa que sale de la boca de su estómago y hace que su
abdomen se estremezca contra mi estómago.
—Hagámoslo.
Follamos.
En su cama.
En su piso.
Contra cada superficie de esta mugrienta y horrible casa.
En el diminuto cuarto de baño donde robamos tantos momentos pequeños,
inquietantes, dolorosos y dichosos.
Contra los azulejos.
151
Bajo la ducha oxidada.
Mi sexo está ardiendo con la fricción implacable y mis entrañas se sienten
entumecidas. La mayoría de mis músculos abdominales, cuádriceps, incluso glúteos,
tiemblan bajo la tensión de trabajar su cuerpo con tanta fuerza. Pero seguimos
adelante.
En el mostrador de la cocina, los estantes detrás de nosotros sacudiéndose, su
contenido derramándose en el suelo.
Somos un terremoto y destruimos todo lo que encontramos.
La última vez que lo hacemos, estamos de vuelta en su cama. Todo mi cuerpo
palpita y mis músculos temblando como si pasé el último par de años trabajando los
campos bajo el sol. ¿Pero Nate? Él tiene todos sus veintipocos años para compensar,
en sentido sexual. Le toma exactamente veinte minutos en volver a recuperarse y al
minuto Nate Junior está listo, yo también.
Porque herido o no, sigue siendo Nate Vela.
No se supone que deba saber su apellido… ¿Pero me pregunto si él confía en
mí solo un poco ahora?
—¿Cuál es tu apellido? —Lo estoy montando al estilo vaquera al revés, sus
manos en mis caderas, rebotándome arriba y abajo. Al revés, porque ya no puedo darle
la oportunidad de tener acceso a mis palpitantes pezones. Acaba de pasar veinte
minutos chupándolos y mordiéndolos hasta que se volvieron de rosa a rojo, la carne
alrededor de ellos magullada y agrietada. En un momento, los arrastró tan lenta y
dolorosamente por sus dientes, que se estiraron como un caucho elástico durante unos
cinco segundos antes de que los dejara libres.
Se detiene solo por un segundo antes de gruñir:
—Sin ofender, Pastelito, pero no confío en ti ni con una puta cuchara de
plástico. De ninguna manera en el infierno estoy diciéndote mi apellido.
—No. —Jadeo—. No. —Mi voz coincide con el ritmo con el que se empuja en
mí—. Si vamos a hacer esto, necesitamos confiar en el otro.
Un murmullo renuente sale de su boca.
—Vela. Nate Vela.
—Soy Prescott Burlington-Smyth. —Serpenteo mi palma detrás de mí para un
apretón de manos y le echo un vistazo. Alza una ceja gruesa, sacudiendo mi mano
mientras sigue usando la otra para sostener mi cintura y conducir mi cuerpo sobre su
pene. 152
—Agradable follarte, Nate Vela.
—El gusto es mío.
Está a punto de mostrarme exactamente cuánto placer tiene, puedo sentirlo
expandiéndose dentro de mí, cuando oímos la puerta principal abriéndose, y luego
cerrarse de golpe.
Irvin.
Se suponía que estaría de visita familiar por los próximos dos días. ¿Qué pasó?
Dejo de moverme sobre Nate y giro mi cabeza. Nuestros ojos se encuentran.
Sin decir palabra, Nate sacude sus caderas hacia adelante una vez y me aprieta la
cintura, sus dedos clavándose en mi carne, y se viene dentro de mí. Abre su boca en
un gemido mudo, rueda sobre mí para que mi espalda golpee la pared junto a su cama
y se pone de pie, poniéndose de prisa sus calzoncillos y vaqueros rasgados negros.
Permanezco acostada en su cama, observando cada uno de sus movimientos. Por lo
que sé, podría devolverme al sótano en cualquier momento. Solo porque follamos por
las últimas tres horas no significa que realmente está en mi equipo.
Pero esta vez, no voy a entrar en el sótano, aunque eso signifique derramar
sangre. No importa de quién.
Oímos a su compañero de habitación moviéndose por la casa. Sus Crocs
chirriando en el pasillo mientras murmura para sí mismo. Él está orinando con la
puerta del cuarto de baño abierta, luego se mueve a la cocina, allanando la nevera.
—¿Qué vamos a hacer? —hablo, mi cabeza apoyada en mi mano. Nate me
lanza una mirada tranquila.
—Quédate aquí. No te muevas.
No cuentes con eso, amigo.
Miro su figura sin camisa salir de la habitación, cerrando la puerta detrás de él.
Tan pronto como lo hace, salto de la cama y abro de un tirón el cajón de su mesa de
noche.
Perfecto. Gracias, Nate. Yaciendo allí y esperando a que la abrace es una daga
de la vieja escuela. Me pongo mi ropa interior, tomo el arma y la meto en mi cinturilla.
Me pongo el vestido para ocultar a mi nueva mejor amiga. Cuando termino, presiono
mi oído en la puerta. Escucho sus voces amortiguadas y mi corazón se acelera.
Por favor, no me traiciones como todo el mundo. 153
Oigo el crujido de los muebles y el sonido de Irvin enojándose.
—¿Quieres que me ocupe de la perra? ¡Eso no es justo! Ni siquiera debía estar
aquí. No es mi culpa que mi maldita mamá se contagió la gripe.
Mi pulso se espesa contra mi garganta. ¿Ocuparse? ¿Qué?
—Hazlo —indica Nate.
—No. —Oigo la voz de Irvin acercándose a la habitación de Nate, los golpes
de dos juegos de pisadas sobre la alfombra. Mierda. Los dos van a venir por mí. Quizá
puedo encargarme de uno de ellos, aunque incluso eso es descabellado, ¿pero ambos?
¿Con solo la daga? Eso sería casi imposible.
Tropiezo hasta que mis rodillas golpean el borde de la cama de Nate.
—Es mejor que lo hagas —oigo el barítono de Nate. Esto es una pesadilla. Dejé
que el tipo entrara en mí, de nuevo, ¿y ahora va a hacer que su compañero de cuarto
me arroje al sótano?
Saco la daga y espero en una posición a la izquierda en frente de la puerta. Oigo
sus pisadas yendo y viniendo, algo más de arrastre de pies, y después de un rato, quién
sabe cuánto tiempo pasó, la puerta se abre, y corro directamente hacia el cuerpo
delante de mí y apuñalo la daga en su carne.
Nate.
—¡Mierda! —gruñe, tropezando, su espalda golpeando la pared. Me escapo, a
punto de apuñalarlo unas cuantas veces más mientras él cuida su bíceps sangrante
apretando la herida—. ¿Qué demonios estás haciendo?
—Te oí. —Apunto la daga ensangrentada en su cara, está furioso—. Enviaste
a Irvin a ocuparse de mí.
—Lo envié al maldito sótano, así podía encerrarlo allí. ¿Qué jodida mierda?
Hablas de confianza, pero no me das nada.
—Por supuesto que no confío en ti —grito, la histeria cerrándose en mi
garganta. ¿Qué parte de nuestro encuentro hasta ahora me habría hecho confiar en él?
¿La parte en la que me tomó como rehén, o la parte en la que me folló y luego
desapareció por unos días hasta mostrarse de nuevo a las puertas de mi propio infierno
personal? Ha pasado mucho tiempo desde que confié en un hombre, y solo porque
dice que cambió de equipo, no significa que le creo completamente.
—Bueno, eso tendrá que cambiar. —Hace un sonido de chasquido con su 154
lengua, mirando hacia abajo a su bíceps derecho y lentamente despegando su mano
para evaluar el daño. Me las arreglé para cortar profundamente. Bueno, por lo menos
tengo eso a mí favor en caso de que me encuentre comprometida en una pelea de
cuchillo.
Solo que ahora me siento mal por hacerle esto. No demasiado mal, merece
algún tipo de castigo por mi cautiverio. Pero probablemente no fue la mejor idea herir
al tipo que está a punto de ayudarme a huir y acabar con tres de los hombres más
peligrosos que me he cruzado.
—Bien. Estoy dispuesta a admitir que podría haber exagerado un poco la
reacción por mi parte. —Doblo mis brazos alrededor de mi sección media.
—¿Eso piensas? Vaya, se necesita una mujer grande para admitir eso. —
Muerde cada palabra, empujando su mano sana a través de su cabello—. Oye, Pea,
¿vas a estar en el pasillo con el cuchillo apuntándome durante mucho más tiempo o
estás lista para largamos de una jodida vez? —Casi ladra—. Ve a buscar el botiquín
de primeros auxilios. Está en la habitación de Irv. —Nate asiente con la barbilla hacia
la puerta justo enfrente de la suya—. En su escritorio.
Rápidamente agarro el kit y siento a mi sexy compañero de crimen en el
mostrador de la cocina mientras atiendo su herida, vendándola con fuerza. El naranja
del yodo se filtra alrededor de la tela blanca y su brazo parece una mierda, pero creo
que ha dejado de sangrar. Estoy de pie entre sus muslos mientras tiño su herida,
agradecida por cada segundo que lo toco, pero sabiendo que es exactamente por eso
que debo deshacerme de él lo antes posible.
—¿Estamos todos listos? ¿Hay que repasar nuestro plan una vez más? —
pregunto en voz baja mientras pongo otro paño blanco limpio sobre su brazo
musculoso. Puedo oír a Irvin golpear en la puerta del sótano, gritando y gritando y
maldiciendo como un loco.
—Empacamos nuestras cosas, cogemos el dinero y los documentos de
identidad falsos y desaparecemos a diferentes lugares y zonas horarias. —Se encoge
de hombros, con la voz ronca haciendo cosquillas en mi línea del cabello—. Plan
simple.
—Tenemos que matarlos primero. —Estoy afónica, pero aun así
determinada—. Nos van a seguir a cualquier lugar, hasta las profundidades del
infierno.
Sus ojos se encuentran con los míos y, por un breve momento, quiero que
seamos algo más. Algo normal. Un chico y una chica que viven en ciudades vecinas
y se reúnen en algún lugar neutral, en un lugar seguro, un club o un parque o en un 155
jodido Starbucks. Nuestras opciones son ilimitadas. No estoy rota por los anteriores y
terribles hombres. Él no está roto por una vida anterior horrible. Solo somos nosotros,
y la esencia de las oportunidades, de las primeras citas y picnics y rodando por la
hierba exuberante del verano, riéndonos en la boca del otro.
Por un breve momento, me imagino que entró en mi mundo sin destrozarlo,
sangrienta y desordenadamente, y que irrumpí en el suyo sin hacer que se enfrentase
al dilema de su vida.
Niego cuando me doy cuenta de a dónde he dejado que mi mente derive.
—Es o nosotros o ellos. —Mi pulso se acelera con urgencia.
—Sabes, Prescott, si quieres reparar tu alma, matar gente no es la manera de
hacerlo.
—Por supuesto que lo es. —Le beso el brazo envuelto sin romper el contacto
visual—. Porque cada uno de estos hombres siguen ocupando una parte de mi alma.
Tengo que recuperarla, ¿verdad?
Un indicio de una sonrisa encuentra la cara de Nate, pero desaparece tan rápido
como llegó.
Nuestras cabezas se elevan al unísono con el sonido ensordecedor de madera
astillada, y nos toma menos de un segundo darnos cuenta de que Irvin ha logrado tirar
la puerta abajo. Nate se levanta disparado de la mesa, poniéndose a un lado y
blindándome detrás de su espalda, cargando fuera de la pequeña cocina y hacia el
pasillo. El gesto no se me escapa, pero no me permito insistir en él.
Estás segura, dijo antes de tener sexo esta noche. Quizás sí.
Sigo sus pasos mientras acecha por el pasillo, donde Irvin ya está buscando su
móvil, el cual Nate debe haber lanzado a través de la habitación antes de que meterle
en el sótano. Está agarrando el teléfono y descartando la máscara de Guy Fawkes que
Nate había dejado en el suelo, una huella de un Crocs sucia aplastó el plástico y
desfiguró la cara sonriente. Esta es la primera vez que veo a Irvin sin su máscara de
esquí, y tiene la cara de una anguila albina.
—Voy a llamar a Godfrey. —Aparta sus ojos de mi cara y se vuelve a Nate, su
mandíbula temblando violentamente. Nunca he visto a alguien tan maníaco en mi
vida—. Estáis acabados, ¿me oís? ¡Jodidamente acabados!
Olvida empacar. Tenemos que huir ahora.
—Nate —digo, tocando la parte posterior masiva que me protege de su 156
compañero de habitación—. Es la hora.
Nate todavía está mirando a Irv y desearía que parase. No tenemos tiempo para
pensar en la traición.
Me deslizo en mis botas, sacando las llaves de la fuente de fruta y agarro a Nate
de la mano.
—Venga. Es un peso muerto. Godfrey nunca lo mantendrá con vida después
de nuestra huida —espeto, contenta de ver la cara de Irv tras el hombro de Nate
retorciéndose con horror sorprendido. Es la verdad y lo sabe.
Nate toma su máscara de la mano de Irv y sale rápidamente. Cierra la puerta
del conductor de su Tacoma y golpea el volante tres veces, tocando la bocina con
fuerza en el proceso. Lo observo sin palabras, sabiendo que no solo está enfadado con
Irvin, sino también consigo mismo. Está alejándose de su única oportunidad de
normalidad. De la libertad condicional. Del mundo real, y de su verdadera identidad.
Nunca podrá deshacer lo que está haciendo en este momento. ¿Yo? No he sido parte
del mundo real desde hace tanto tiempo, que casi no puedo extrañarlo. Él tampoco me
echa de menos. El caso en cuestión: estuve encerrada en un sótano durante dos
semanas, y aparte de unos pocos drogadictos que probablemente se preguntaron por
qué no les llevaba su suministro, a nadie le importó.
Aparte de él.
—¿Quieres que conduzca yo? —Intento no sonar demasiado llena de pánico.
Su cara está enterrada entre sus brazos contra el volante y le veo negar.
—¿A dónde?
—Oeste. Tenemos que pasar por mi casa, coger una tarjeta de crédito, ir al
cajero automático y conducir a Concord para obtener un automóvil nuevo. La placa
de tu matrícula será fácil de detectar.
Enciende el auto y empieza a conducir, en dirección a la señal de stop al final
de la calle y la atraviesa sin parpadear, acelerando hacia adelante mientras la carretera
y la oscuridad se tragan el camión. Me abrocho el cinturón, dándome el gusto de ver
su perfil. Magnífico en su belleza y tranquilo en su expresión. Lo que fuera que se
metió en él, lo atravesó.
Es un interruptor, pienso. Apuesto a que así es exactamente cómo se veía
cuando mató a su padre hace muchos años.
—¿Estás seguro de que volver a casa es una buena idea? Uno de los listos de
Godfrey podría estar esperando con un puto Magnum para nosotros. —Se inclina, 157
abre la guantera y saca un paquete de chicles. Mete uno de sabor a melocotón en su
boca y mastica, ofreciéndome el paquete con un gesto silencioso. Lo pongo de nuevo
en su lugar sin coger uno.
—No tiene idea de donde vivo. Confía en mí, si lo hiciera, no me habría
apuntado en el centro de Oakland. Lo habría hecho en silencio y profesionalmente,
disparándome en mi apartamento en el medio de la noche. Mi contrato de
arrendamiento está a nombre de otra persona. Le pagué bien por ello. No dejo huellas.
Nate asiente bruscamente.
—El tipo de los falsos pasaportes necesita saber que estamos de camino —me
recuerda.
—Le llamaré cuando llegue al apartamento. Salvé su contacto en todas y cada
una de mis tarjetas SIM. Me debe a lo grande. —Me siento atrás, intentando aliviar
algo de tensión de mis hombros. Estoy en el exterior. En una carretera. Con un hombre
hermoso y más grande que la vida que quiere quedarse hasta que los dos estemos fuera
de peligro. Un cielo negro como de seda está por encima de mí, colinas de arena
dorada envolviendo la carretera, respiro profundamente.
Libertad.
Sigo lanzando miradas por encima de mi hombro, asegurándome de que nadie
nos persigue. El camino está vacío. Los únicos testigos de nuestra escapada son las
estrellas, mirándonos como pares de ojos brillantes, esperando a ver cómo vamos a
salir de este lío. De lo contrario, estamos solo él y yo. Me gusta. Lo que es más
aterrador es que en realidad podría acostumbrarme a esto, a estar cerca de él.
—Debería haberlo hecho cuando salí por primera vez —piensa Nate en voz
alta, hundiendo sus dientes en su labio como tan desesperadamente quiero hacer en
este momento. Hemos pasado las últimas horas tocando y lamiendo y chupando y
mordiendo cada pieza de carne sobre el cuerpo del otro, y aun así no es suficiente.
—Todo ocurre por una razón. Me ayudarás a acabar los Archer y Seb, y te daré
tu dinero y todo lo que necesites para empezar de nuevo. Esta vida no tiene nada que
ofrecerte. Tienes que empezar de nuevo. Con un nuevo nombre. Bajo el pretexto de
alguien inocente. Eres inocente —fuerzo—. Ve a México. Vive la vida. Consigue una
casa en la playa. Comienza cada mañana con una margarita. Broncéate.
Me ofrece una de sus preciosas sonrisas, mirándome brevemente antes de
volver su atención a la carretera oscura.
—Voy a vivir en algún lugar donde el sol este brillando siempre —anuncia en
una voz que es casi infantil. Esto es nuevo. Y tan jodidamente adorable—. Como Cali, 158
pero menos jodidamente caro.
—Te lo mereces —le aseguro, apretando su mano que está apoyada en la
consola.
—Oye, ¿Prescott? —dice, después de un minuto—. Dime algo hermoso. —Me
aprieta la mano de vuelta—. Me gustan tus palabras. Tienes algo de cerebro sólido
entre esas orejas ligeramente grandes.
Me rio. Mis orejas son un poco más grandes que el resto de mi cabeza. Es por
eso por lo que mi cabello es tan largo.
—“¿Quieres volar? Tienes que renunciar a la mierda que pesa”. Toni Morrison,
Song of Salomon.
—Eso está muy bien, Pea.
—Lo intento.
—No, no lo haces. Eso es lo que jodidamente me gusta de ti.
Me gusta él también. No solo porque me dio la libertad. Sino porque trata mi
cuerpo más duramente que cualquiera de los hombres que me violaron, pero me hace
sentir muy apreciada.
Llegamos a mi apartamento cuando aún está todo negro. Es raro estar aquí, en
un barrio que nunca pensé que vería de nuevo. Se ve tan normal y ajeno a todo lo que
he pasado en el último par de semanas. Nate agarra mi mano y apoya mis nudillos
contra sus labios, haciéndome mirarle. Lo hago, y sus ojos color miel-amarillo-
verdoso extravagantes me dicen que estamos en la misma página.
En todo.
—Esto va a ser un infierno de un viaje.
—Está bien, conseguiremos un auto más rápido. —Sonrío, entonces procedo a
explicarme—. No puedo dejar que se salgan con lo que me hicieron. Para mí, es
personal. Moriré con ellos si tengo que hacerlo. Si alguna vez llega a pasar, si tengo
que morir con ellos, mátame si significa que ellos están muertos también.
Prométemelo, Nate.
Niega, pero no contesta.
—Mueve ese culo caliente, Pastelito. Tenemos algunos malos
persiguiéndonos. 159
espera.
N o juzgues al libro por su portada. ¿Recuerdas la portada de El
Guardián entre el Centeno? Fea como el pecado más oscuro cometido
en la tierra, pero una vez que saltas dentro, algo hermoso y crudo

Prescott.
160
En el exterior, ella es una carcasa genérica y atractiva. Pechos grandes y rubia,
no muy diferente a la chica de Legalmente Rubia. Frívola y envuelta en un vestido
caro. Entonces, cavas profundo, y descubres a una guerrera con cicatrices, audaz y
asustada. Una superviviente que no dejará que sus enemigos se salgan con la suya.
Una hermana bondadosa, una mujer cariñosa quien ha sido traicionada. Enojada pero
aun así linda, como una jodida canción de Pink. Ella es tanto. Ella es demasiado. Pero
entiendo porque los quiere muertos.
Godfrey.
Sebastian.
Camden.
Gustosamente le ayudaría con los primeros dos, porque tengo problemas con
ellos que son igual de profundos. Camden por otro lado, no es mi problema. Ayudaré
en lo que pueda, pero eso es cosa de ella.
Sigo a Prescott subiendo por las escaleras a su apartamento, observando sus
pantorrillas hinchándose mientras sube. No tomamos el elevador para asegurarnos que
su escalera esté despejada. Llega a una puerta de madera oscura, una de las pocas en
el limpio y casualmente alumbrado pasillo, y saca mi daga de la cinturilla de su ropa
interior. Jodidamente conservó la daga con la que me apuñaló. Y está por usarla para
irrumpir en su propio apartamento. Observo con asombro e ignoro mi polla pulsando.
Esta chica se las ha arreglado para ponerme duro de una forma que nadie más podría
por una razón.
Prescott es una tormenta. Y ella está arrastrando mi trasero más rápido que un
tornado, destrozando mierda a su paso sin siquiera darme la oportunidad para
retroceder y examinar el desastre que deja detrás.
No voy a darle un nombre a lo que siento por ella, pero hay una narrativa que
siempre está sobre mi cabeza como una guillotina cuando ella está cerca.
Estrellarse.
No es caer. Caer toma tiempo. Soy lanzado en lo que sea que esto es,
estrellándome rápido, golpeando cada maldita rama del Árbol de los Sentimientos en
mi camino hacia abajo antes de colisionar en el fondo con un escalofriante sonido.
Aterrizando tan fuerte, que dejo una jodida abolladura en la forma de mi corazón.
Destraba la puerta al forzar la daga contra la perilla en un ángulo perfecto,
empujándola y haciéndome señas con una inclinación de cabeza para que la siguiera.
La pequeña tiene movimientos. 161
Pea entra tranquilamente a su habitación y abre sus cajones mientras reviso su
apartamento. Es una habitación sencilla, alfombras beige, sofá negro, televisión de
pantalla plana, nada de fotografías, nada de muebles, nada de personalidad. No se
puso cómoda aquí, solo pasaba el rato. Pea abre la cremallera de una mochila en su
colchón desnudo y lanza un montón grueso de tarjetas de crédito atadas con una liga
de goma. Entonces procede a meter algo de ropa interior, un sostén, aproximadamente
quinientas pelotas para el estrés, dinero en efectivo que aparentemente ha estado
ocultando debajo de su cama y una caja de lata cubierta con imágenes de París y
Francia.
—¿Qué hay en la caja? —pregunto inquiero detrás de su espalda, sintiéndome
como un tonto. Solo estoy parado aquí sin hacer nada, tan útil como una jodida
alfombra.
—Heroína, crac, veneno para ratas —contesta llanamente, todavía
empacando—. Necesitamos ponernos creativos cuando les demos el golpe. Es
agradable tener algunos trucos bajo la manga. Voy a meterme a la ducha. —Su cajón
se cierra con un golpe. Quiero ir con ella. Demonios, quiero correrme dentro de ella.
Pero racionalmente sé que para que confíe en mí, necesito mantener mi polla en mis
pantalones hasta que esté lista para más. Ha sido abusada sexualmente y no voy a
pretender como si eso nunca hubiera pasado. Estamos cazando a los hijos de puta que
le hicieron esto y no descasaremos hasta que nuestros dedos estén embarrados con su
sangre. Además, este viaje no es sobre coños. Es sobre unos maravillosos y retorcidos
caminos, los cuales nos llevan hacia un destino: Libertad.
En una nota más práctica, alguien necesita estar vigilando en caso de que
Godfrey y su perro faldero aparezcan abajo con suficiente munición para aniquilar
Norte América.
—Haz que cuente. Yo vigilaré. —Hago con mis dedos una rendija en sus
persianas negras venecianas y miro a través de esta.
Duda un momento antes de tocarse la mejilla, como si le hubieran hecho un
cumplido. Lo que me hace sentir aún más idiota. Está conmovida porque no me meto
a la fuerza tanto en su baño como en su coño.
—Gracias. Ya vuelvo.
Le gusto a Prescott, pero todavía no confía en mí. Atranca su baño dos veces y
sé que mi daga todavía está en esa deliciosa ropa interior. Me preguntó mi nombre
completo, pero probablemente me mintió acerca de tener un niño cuando le pregunté
sobre eso. Necesito recordar que ella me está ocultando algunos secretos. No es de 162
confiar, de ninguna manera o forma.
Cuando Pea sale, viéndose fresca y más bonita de lo que jamás la he visto, la
esencia a cielo desprendiéndose de su cuerpo, se una a mí cerca de la ventana. No la
he dejado desde que entramos. Estoy mirando hacia su adormilada calle Danville,
contando autos, corredores y perros con correas lujosas. Este lugar, no le queda. Ella
nació para algo menos restringido. Más…caótico.
Lleva un vestido rojo sangre, que parece una camisa enorme pero que de alguna
manera abraza su cuerpo como si fuera un puto condón, y una chaqueta de cuero a
medida.
—¿Estamos listos para irnos? —pregunto. Asiente y lanza su mochila sobre su
hombro.
—Sí, le mandé un mensaje de texto a Hussein. Nos está esperando.
Asiento hacia la puerta.
—Vamos a terminar esta mierda.
—¿No quieres tomar una ducha rápida primero? —Todavía clavada en su
lugar. Camino directo hacia la puerta y murmuro un definitivo—: No —antes de
pararme de golpe sobre mis pisadas—. ¿Por qué necesito una?
—Bueno —dice con un encogimiento de hombros—. Apestas a sexo.
—¿Y eso es algo malo? —pruebo, subiendo una ceja.
—Es algo distractor. —Hay una sonrisa secreta en sus labios. No la he visto
antes e inmediatamente decido que me pertenece. Mirando hacia la puerta y de vuelta
a ella, estoy intentando averiguar si está haciendo tiempo antes de empezar con las
cosas sucias. Decir que no estoy contento de dejarla sola para que vigile por si Godfrey
y Seb aparecen es un eufemismo, pero si huelo como un pedo rancio, quiero
quitármelo de encima. Especialmente viendo que estoy esperando que ella haga el
siguiente movimiento, y sería favorable para mí si no oliera como un pescado podrido
de cinco días.
—Vigila la calle y grítame si algo está mal. Seré rápido.
—Siempre lo eres. —Menea sus cejas, apoyando uno de sus hombros contra la
pared de la su ventana.
—Jódete. —Golpeo su trasero lo suficientemente fuerte para que sea
considerado como una advertencia antes de desaparecer por la puerta de su baño,
quitándome la ropa mientras voy hacia mi punto de destino.
163
—Ya lo he hecho —grita desde la sala de estar—. Cinco veces esta noche, de
hecho.
Mi polla se sacude, pero mantengo la calma. Puedo tontear un poco, darle una
nalgada aquí y allá. Ama esa mierda, ¿pero sexo en todo el sentido de la palabra? Es
ella quien decide los sí y cuándo.
Me baño con sus productos lujosos de coco y vainilla, y para el momento en
que entro en la sala de estar, huelo tan bien que tengo que comprobar si todavía tengo
mis bolas intactas. Pea se está apretando en una bola de estrés, sus ojos color avellana
nunca dejando la ventana.
—¿Estás listo? Hussein está probablemente preguntándose dónde estamos.
Necesitamos movernos.
—Sí. —Arrebato la mochila de su mano y la balanceo sobre mi hombro—. ¿A
dónde? —pregunto, ya fuera de la puerta. Prescott se detiene, su mano en la perilla
mientras inspecciona su apartamento oscurecido una última vez. La tristeza me
atraviesa. No miré atrás cuando dejé a Irv, porque nunca me importó esa casa, o la
pequeña mierda que vivía en ella.
Pero este era el lugar donde aprendió que estaba bien estar rota.
El dolor es espeso en el aire, haciendo más difícil tomar una profunda
respiración, y me encuentro a mí mismo envolviendo una mano sobre su hombro,
plantando un beso precavido sobre su cabeza.
—Solo son paredes.
—Eso es lo que temo —su voz es vacía—. Tantas paredes que romper, en tan
poco tiempo.

Nuestra primera parada es el cajero automático cruzando la calle. Espero en el


auto. Prescott toma prestada mi sudadera con capucha negra y la jala sobre su rostro.
Corriendo hacia la máquina, observo mientras el profundo y negro cielo envuelve toda 164
su figura. La luz blanca expidiéndose de la pantalla del cajero automático resalta las
curvas de su rostro. Veo el contorno de la daga, mi jodida daga, bajo su vestido. No
confía en mí.
¿Y la peor parte? Tampoco confío en ella.
Mientras golpea la pantalla, mirando a izquierda y derecha, jugueteando con
un viejo teléfono móvil al que le ha metido una tarjeta SIM y envía un mensaje de
texto a un número desconocido, me doy cuenta de que realmente no sé cuál es su
próximo movimiento, y si implica comprometerme.
En otras palabras, pongo mi confianza, mi vida y lo queda de mi alma en una
chica que no confío lo suficiente como para que me sirva un vaso de agua sin
sospechar que lo envenene.
Salta dentro del auto con un fajo de billetes de cien dólares en su puño,
contando dinero lamiendo su pulgar y pasándolos rápidamente.
—Solo pude sacar mil dólares en una sola vez, pero nos servirá por hoy y
mañana. —Teclea una dirección en el GPS y lo coloca en su soporte—. ¿Qué? Me
estás mirando raro.
Ni siquiera me había dado cuenta de que la estaba mirando fijamente. Pero lo
hago.
Sacudo mi cabeza, y mi extraño humor, entonces pongo en marcha a Stella.
—Solo asegúrate de que mis cincuenta mil estén listos para la siguiente
semana. Ya tengo planes para eso. —Mi tono golpea contra su cara.
Pasamos nuestro viaje hacia Hussein, su distribuidor de autos iraní, en un
silencio relajante. Me da tiempo para pensar en lo que he hecho. El oficial de libertad
condicional estará tocando a mi puerta más pronto que tarde, e Irv le va a decir la
verdad. Que hui. Para entonces, necesito estar al menos fuera del estado, si no es que
del país.
Pero nadie me promete que lo estaré.
Rompo el silencio.
—¿Cuánto le tomará a tu chico producir nuestros pasaportes? —El rostro de
Prescott hace una mueca, sus ojos todavía fijos en la carretera.
—Estoy esperando que los tengamos para mañana en la mañana. Depende en
cuando lleguemos a Los Ángeles. Todavía necesitamos tomarnos las fotos y dárselas.
¿Por qué? ¿Ya saltando del barco?
Está intentando disimular su ansiedad con una risita. Está nerviosa, como 165
debería estarlo. Va a ser difícil acabar con tres grandes, enojados, poderosos hombres.
Prescott lo intentó una vez, y todos sabemos dónde la llevo eso.
—Tengo una semana como máximo para ir por ahí antes de que las autoridades
me den caza. Camden aún no está en los Estados Unidos. ¿Y francamente? —Le lanzo
una mirada, en parte para ver su reacción, pero sobre todo para fijarme en esos
labios—. Él no es mi maldito problema. No voy a esperar por él. Pero tomaremos a
Godfrey y Seb juntos antes que me vaya. Eso, te lo garantizo.
Bien, idiota, ahora vamos a intentar averiguar qué te ha hecho decir eso.
Tal vez quería demostrarme a mí mismo que no soy tan cobarde como para
matar a alguien que ni siquiera he conocido solo por una chica.
Todos tenemos vicios, y estoy comenzando a creer que Pea es el mío.
Prescott (todavía no puedo creer que cedí a llamarla así. También me resulta
difícil soportar el hecho que este estúpido nombre está creciendo en mi) estrecha los
ojos a rendijas y saca una bola para estrés, apretándola como si hubiese matado a su
cachorro.
—No te preocupes. Quiero a Camden para mí. Nunca fuiste parte del plan.
Touché.
Apagué el motor frente a un bungaló de un piso en Concord, y un hombre
moreno con una túnica azul sosteniendo una taza de café se pasea casualmente por la
puerta.
Ahora que el sol casi se ha elevado, el aire limpio de la mañana llega a mi nariz
y la realidad de lo que estamos haciendo se hunde. Presto atención a Hussein. Tiene
una semana de barba en el rostro y una cabeza llena de cabello negro. Cuando abre la
boca, un grueso acento acompaña sus palabras.
—Prescott, pequeña alborotadora, ¿cómo has estado?
Pea se desabrocha el cinturón y salta de la camioneta, cerrando la puerta en mi
rostro. A propósito, por supuesto. Camina a su lugar en la hierba amarilla y mete las
manos en la chaqueta de cuero.
Hombre, tiene un buen culo.
Enfócate, idiota.
—Créeme, no quieres saber —dice un poco más fuerte de lo necesario,
asegurándose de que estoy bastante cerca para escucharla—. Hola, Huss, necesito un 166
favor.
—Quieres decir, otro favor —dice, tomando un sorbo de su café—. Estoy
escuchando.
—Necesito cambiar este Tacoma por otro auto. De preferencia algo con una
matrícula de otro estado. Algo rápido, pero no llamativo.
Saldo de Stella y cierro la porta detrás de mí, caminando hacia ella. Ni siquiera
se da vuelta para reconocer mi presencia, y mucho menos presentarme al tipo.
—¿Por qué no cambiamos la matricula? No necesitamos reemplazar todo el
maldito auto. —Me enfurezco—. Todavía no puedo sepárame de Stella.
Ella se gira lentamente, su rostro todavía en blanco.
—¿Stella? —repite, inclinando la barbilla mientras me inspecciona—. Piensa
otra vez. Tu camioneta se parece más a una Gladys. Stella es el nombre de una chica
caliente.
La miro fijamente, pero esta vez, ella no se mueve.
—Y para responder tu pregunta, ¿de verdad quieres huir de los malos con tu
Tacoma roja con ventanas tintadas? Quiero decir, es una buena idea, pero tal vez
quieras caminar directamente a la oficina de Godfrey, bajarte los pantalones, colocar
tus bolas sobre su escritorio y darle el martillo para aplastarlas.
Le ofrezco el dedo medio, pero tiene un punto. Hussein ríe entre dientes detrás
de ella.
—Ustedes son lindos.
—Cállate —decimos ambos al unísono, todavía mirándonos el uno al otro.
Realmente quiero matarla, y realmente, quiero golpear esa mierda. No voy a mentir,
sin embargo, parte de su encanto es el hecho que es audaz, a pesar de mi tamaño e
historial, aunque haya sido quemada por hombres antes.
Hueso duro de roer, pero delicioso al mismo tiempo.
—Esta camioneta está en buenas condiciones —grazno—. Lo que quede del
trato termina en mi bolsillo.
—Bien. —Se encoge de hombros, regresando su atención a Hussein, quien está
sonriendo de oreja a oreja, todavía plantado en su césped delantero. Su desaliñada
hierba es lo opuesto a la exuberante y verde de la señora Hathaway. Me recuerda que,
en un día normal, ya habría salido a la carretera de camino a su casa para evitar el
tráfico. No es propio de mí no aparecer. Nunca me he tomado un día libre en mi vida. 167
Pero no voy a arriesgar mi cuello en nombre de la eficiencia. Después de todo,
Godfrey me consiguió el trabajo. No tengo ni idea de lo unido que está a Stan
Hathaway y hasta dónde está dispuesto a llegar su contable por él.
Prescott y Hussein intercambian palabras mientras continúo mirando fijamente
la parte de atrás de su cabeza, preguntándome como demonios llegué aquí y por qué
pongo mi futuro en las cuidadas manos de una rubia de veinticinco años de los
suburbios. Vamos a cambiar a Stella por un Corvette negro y destartalado. Cristales
tintados. Matrícula de Nevada. Bastante feo. Cuando Hussein se va a la parte de atrás
de su estacionamiento y dobla la esquina con él, resoplo una carcajada. No estoy
seguro del año del auto, pero basta con decir que tenemos más o menos la misma edad.
Hussein pone dinero en la mano de Pea y ella me da la diferencia sin contar los
billetes, antes de premiar al hombre de mediana edad con un abrazo y una palmada en
el hombro.
—Cuídate, Prescott —dice, mirándome con recelo. Asiento a modo de
despedida y me subo al asiento del conductor. Apenad puedo encajar en este bajo y
pequeño auto con mi altura y anchura. Las rodillas tocan el volante y necesito doblar
el cuello si no quiero que la cabeza golpee en el techo. Mierda, mi nariz está casi
tocando el parabrisas.
—Buena elección, Prescott. La próxima vez, ¿por qué no nos arreglamos con
un maldito monociclo? Eso sería divertido.
—¡Oye! —Lanza su bolsa al asiento trasero—. No es mi culpa que seas del
tamaño de un almacén de Costco. Este es un auto genial. Parece el Batimóvil.
—Esta golpeado y viejo —replico.
—Beatmóvil —concluye—. Lo llamaremos el Beatmóvil.
—Me gustabas más cuando tenías vendados los ojos y estabas encerrada en mi
sótano —murmuró, encendiendo el auto, el ruido del motor ruge a la vida.
—Y me gustabas más cuando estabas encerrado en una celda en San Dimas,
viendo como desperdiciabas tu juventud.
Sí. Lo arruine diciéndole que la abandonaría después de esta semana. ¿Lo peor
de todo? Ni siquiera quise decirlo.
Mierda, ni siquiera lo pensé.
Planear con anticipación requiere atención, y ahora mismo, lo único en lo que
me estoy enfocando es en mantenerme vivo y matar a Godfrey y Sebastian antes de
que nos maten. 168
¿Dónde voy a ir después de esta cruzada asesina? ¿Canadá? ¿México? ¿Qué
voy a hacer en México? Mi español no es lo suficientemente bueno para vivir allí. A
no ser que piense limitarme a pedir comida y a insultar equipos de fútbol el resto de
mi vida. Entonces, no tendré problema.
No. Me mudaré a Canadá, lo que me dará la ventaja lingüística. Pero carajo, el
clima. Se puede poner realmente frío. Aunque estaría a un estado lejos de Iowa.
Prescott podría visitarme todo el tiempo…espera, ¿qué mierda estoy pensando?
Visitándome en…guau. Baja la velocidad, semental. Ella es solo una mocosa quien te
está usando para salir adelante en el juego. Deberías hacer lo mismo. Saca la cabeza
del culo, Nate.
Afortunadamente, la Señorita Me Voy a la Puta Iowa me saca de mi ensueño.
Lanza la pelota antiestrés a mi sien y regresa a su mano.
—Tierra a Nate. Esta es la dirección a la que nos dirigimos. Y está repleto como
el infierno. —Señala el GPS con la mano que agarra la pelota—. No llegaremos a Los
Ángeles en otras seis o siete horas, si tenemos suerte.
—Estamos bien. Solo tendremos que detenernos en el primer centro comercial
que veamos en Los Ángeles, tomarnos las fotos para nuestras identificaciones falsas
y conseguir algo más de dinero. Llegaremos al centro de Los Ángeles antes de la hora
de la cena, le daremos a tu chico lo que necesite, nos registramos en un motel y
esperaremos. —Activo las luces intermitentes y cambio de dirección en la autopista,
bajando las ventanas y permitiendo que la caliente y espesa brisa de verano ingrese
en nuestro auto. El ruido del exterior traga la delicada voz de Prescott, pero todavía
puedo oírla gritar a través del viento.
—Eres una mierda por no esperar conmigo a Camden, Nate.
¿Eso es cierto? La chica sigue manteniendo una maldita daga en sus bragas.
Mi daga, por cierto, ¿y está enojada conmigo por no arrojarme debajo del autobús por
ella?
—Déjame preguntarte algo —comienzo. Mis fosas nasales se abren, y deslizo
las gafas de sol que recupere de Stella por el puente de mi nariz para cubrirme los
ojos, porque no puedo darle la oportunidad de ver lo que hay detrás de ellas—. Si tu
alma sensible está tan machacada porque no me quedo, ¿por qué no te vienes conmigo
a Canadá cuando acabemos? ¿No dijimos algo sobre un juramento de sangre?
—Puede que quieras replantearte ese incidente, porque, si no recuerdo mal, eso
ocurrió más o menos cuando me follaste y me abandonaste durante oh, ¿cuatro días o
así?
169
—Entré en razón. —Aprieto los dientes. Quería luchar contra ello. Contra
nosotros. Sea lo que sea esta cosa jodida, no quería ser parte de ella.
El Beatmóvil se detiene, y estamos atrapados en el tráfico, moviéndonos hacia
el sur de Concord a Los Ángeles. Observo a Prescott a través de mis gafas de sol
oscuras y sé que ella esta tan inquieta acerca de esto como lo estoy yo.
Estar parados no es una opción en nuestra situación. Hay un auto de policía a
cinco vehículos de distancia, y si ellos deciden detenernos, mi vida ha terminado.
—No voy a ir contigo a Canadá, o a Cabo, ni a donde quiera que vayas después
de que todo haya terminado —susurra Pea con fuerza, lamiéndose los labios—. Voy
a Iowa, como dije. Me mantuviste como rehén, por el amor de Dios.
—Devuélveme mi daga —suelto.
—No. Todavía no me has convencido de que eres lo suficientemente confiable
como para no apuñalarme en medio de la noche.
Vuelvo a mirar la carretera, sacudiendo la cabeza. Pasamos las siguientes
cuatro horas en silencio. Aprovecho el tiempo para reflexionar sobre el debate entre
México y Canadá. Me inclino por México. Está más cerca y hay menos posibilidades
de que me entreguen a los brazos abiertos de las autoridades estadounidenses.
Cuando llega la tarde y oigo que el estómago de Prescott se queja con fuerza,
me detengo en una gasolinera. Necesito estirar mis extremidades. Este auto me está
matando.
—¿Te gustaría escuchar nuestros especiales para hoy? Tenemos Twix de
entrante y Lays sabor barbacoa para el plato principal. —Asomo la cabeza por su
ventana. La rubia explosiva hace rebotar la suave bola de estrés en mi nariz un par de
veces mientras habla.
—Dos Red Bulls y un sándwich. Y papas fritas. Ah, y algo dulce. Chocolate.
Me gustaría una Pepsi dietética, también.
Vuelvo con aproximadamente el sesenta por ciento de la mercancía del
supermercado y enciendo el motor. Prescott ha echado gasolina mientras yo estaba
dentro. Gimo cuando mis rodillas vuelven a golpear el volante. No debería haber
dejado que aceptara este auto. Para el momento en que terminemos, estaré reducido a
la mitad de mi tamaño por permanecer dentro de esta cosa.
—Extraño a Stella, el Beatmóvil apesta —digo, volviendo al camino principal,
mientras Prescott levanta las manos en señal de desesperación. 170
—¿Podrías dejar de lloriquear? Lamento tener que destrozarte, pero
probablemente ya hay otro chico dentro de Stella en estos momentos, montándola
como si no hubiera mañana.
—Perra —canturreo, las nubes cremosas se alejan para dar paso a los azules y
rosas del sol. Este día está resultando jodidamente impresionante. Tal vez sea el clima.
—Estoy bromeando Nate, ¿ayudaría si te doy una mamada?
Mi cuello quema y mis ojos se humedecen ante la posibilidad. Bien,
definitivamente es la chica.
—Un poco, déjame lamer tu raja cuando lleguemos al motel. Eso me
devolvería la sonrisa.
Rueda los ojos con una mueca.
—Bien, pero mientras tanto, te ayudare a liberarte.
No me atrevo a apartar la mirada de la carretera. La sangre bombea con tanta
fuerza en mis venas que me sorprende no estar reventando como comida precocida en
microondas. Ni siquiera estoy seguro de que me guste que me dé una mamada. Es
probable que nos arroje al mar con esos labios en mi paquete. Después de todo,
estamos pasando por pueblos costeros. Es muy probable que lo haga.
—¿Aquí? —pregunto tranquilamente.
—¿Por qué no? —Retira el cabello de su rostro, mientras se va acercando—.
Son ventanas tintadas y he querido averiguar cuanto de ti puedo tomar, aunque
sospecho que sería solo la punta.
Aprieto mis mejillas para evitar mostrar una sonrisa de mierda del tipo
estúpido. Mi mano izquierda permanece en el volante, mientras que uso la derecha
para agarrarle la nuca con brusquedad y tirar de ella hacia mi regazo. Me baja la
cremallera y la ayudo levantando mi trasero del asiento para darle mejor acceso. Mi
polla esta hinchada, dura y lista para conocer de cerca esos labios rosados. Agarra mi
bóxer y acaricia mi polla con su mano, que se sacude en respuesta. Todavía no sé por
qué lo hace. No estábamos en buenos términos cuando salimos de la casa de Hussein,
y tenía la impresión de que me dejaría sudar antes de dejarme entrar en su coño o en
su boca de nuevo.
Prescott se inclina hacia abajo, siento su aliento cálido sobre mi polla, dejo caer
la cabeza hacia atrás y lucho por mantener los ojos abiertos. Chocar con un semáforo
nos ralentizaría, pero valdría la jodida pena si mi polla está en su boca. 171
En términos generales, no soy fan de las mamadas. Las chicas suelen ser
pésimas a la hora de conocer el ritmo y la cadencia que funciona en mí. Y Pea tiene
razón, la mayoría de las chicas no pueden ni siquiera meter la mitad de mi polla en
sus gargantas, de todos modos. Pero es la jodida Prescott Burlington-Smyth. Aceptaría
cualquier cosa que me ofreciera. Herpes incluido.
Siento su lengua arremolinándose en torno a mi punta, el doloroso deseo tensa
cada músculo de mi cuerpo. Su boca es sofocante y sus sedosos mechones pálidos,
pero sucios como su alma, se extienden por mi regazo como una lámina de oro. Aún
no me ha chupado, pero mis pelotas ya se están tensando, a punto de estallar.
—Oh mierda, Pastelito. —Tomo su cabello en un puño y arrastro su boca más
profundamente en mi ingle, sacudiéndome en el asiento tanto como el jodido auto me
lo permite, rogando por más contacto. Me dejo caer sobre el reposacabezas y lucho
por mantener una respiración constante. ¿Qué tiene esta chica que me hace olvidar
cómo respirar?
Abre su boca y me toma poco a poco con una lenta succión, luego la saca para
respirar. Y lo hace de nuevo y otra vez y otra vez.
Después de unos minutos de lamer y mordisquear mi longitud, incluso yo tengo
que admitir que da unas mamadas terribles. La autopista de California está llena de
baches, marcada por el impacto de los terremotos y el sol abrasador, y el auto golpea
un bache tras otro. Cada vez que lo hace y mi polla se encuentra con la parte posterior
de su garganta, ella se atraganta con un sonido espantoso. A veces mueve la mandíbula
de un lado a otro. Puedo sentir sus dientes. Es como recibir una mamada de un tiburón.
Pero, aunque no tiene ningún talento para chupar pollas, no quiero que pare. Su boca
está sobre mí y eso es suficiente para que quiera decirle cosas locas. Cosas que estoy
seguro de que soy incapaz de sentir, de todos modos.
A los diez minutos de la mamada, Prescott tira la toalla y endereza su postura,
con las cejas juntas. La rabia ilumina su rostro.
—No vas a correrte, ¿verdad? —Sus labios están hinchados y de un rosa
brillante. Pensar en el hecho que están inflamados porque estaban envueltos alrededor
de mi polla, pone una oscura y siniestra sonrisa en mi rostro.
—Nop.
—Pensé que habías dicho que siempre estabas caliente por mí.
—Lo estoy. —Es buen momento para decirle que no debería renunciar a su
trabajo como distribuidora de drogas, porque sus mamadas apestan—. Estoy
ahorrando mi esperma para el matrimonio. —Bromeo, pero ella no se ríe. Me observa 172
seriamente, las lágrimas se acumulan en el borde de sus ojos. Muevo la mirada
rápidamente del camino a su rostro y de vuelta al camino. No podemos detenernos, es
demasiado peligroso…
A la mierda.
Me coloco en el arcén de la autopista, a escasos centímetros de la línea divisoria
de hormigón, y levanto rápidamente el freno de mano.
—Oye, Pea, ¿qué sucede?
Sé que llora. Mucho. En las últimas semanas, he visto sus ojos rosados, la piel
hinchada bajo sus pestañas. Llora, pero nunca delante de los hombres. Siempre sola y
en la oscuridad. Entonces, ¿por qué ahora?
—Esto es estúpido. —Sacude la cabeza y se limpia una lágrima con la manga
de mi sudadera. Incluso ahora, parece triste, pero no indefensa—. Debemos continuar.
Todavía tenemos que tomarnos las fotos para las nuevas identificaciones.
—¿Por qué lloras? —insisto. Que se jodan las malditas fotos.
—Es estúpido, solo arranca el auto, nos estamos quedando sin tiempo.
—Dime que está mal.
Mira a través de la ventana, tocándola con las yemas de los dedos, obviamente
apenada.
—Sto sstada deno gstarte ms. —murmura entre dientes.
—¿Qué? —Me acerco más, me recompensa con un golpe de su pelota
antiestrés, justo en mi ingle esta vez.
—¡Estoy preocupada de ya no gustarte más! —grita, lanzando los brazos al
aire—. ¿Qué sucede si decides deshacerte de mí antes de llegar con Godfrey y Seb?
¿O al minuto de obtener tu nuevo pasaporte?
Tomo su rostro en mis manos sin pensarlo. La necesidad de tocar a esta chica
es abrumadora de una manera que jode cada una de las células trabajando en mi
cerebro. Cuidadosamente, toco su nariz con la mía, mis labios rosando sus labios
rosas, mirando fijamente a sus ojos.
—Si crees que alguna vez te abandonaría, estás completamente loca. Y si crees
que solo porque no me corrí, ya no te encuentro atractiva, eres una psicópata. Porque
no hay ningún lugar en el que prefiera estar que entre tus piernas. Y si crees que eres
una mercancía dañada por lo que te hicieron esos malvivientes, entonces eres una
idiota. Es todo lo contrario, Pea. Construyeron una mujer que es intocable. Mucha
gente ha intentado quebrarte, yo incluido. Pero tú eres más fuerte que todo, por eso 173
estamos sentados en este estúpido auto ahora, persiguiendo la libertad. ¿Crees que no
me gustas? —susurro contra su boca.
Estoy jodidamente loco por ti.
Es una verdad deprimente, una que no estoy dispuesto a admitir en voz alta.
Pero la cosa sobre la verdad es que a veces no necesitas buscarla, a veces ella te
encuentra a ti.
Yo no habría matado a Godfrey y Sebastian. Pero ella lo pidió, y, bueno, lo que
pide, lo tendrá. Al menos de mí.
—Me gustas —digo en voz baja, sin ser lo suficientemente estúpido para
entretenerme con la posibilidad de decirle toda la verdad—. Me gustas, está bien.
—También me gustas. —Su nariz roza la mía, en un beso de esquimal.
Respira, estúpido. Maldición, respira.
Me alejo y miro hacia atrás en la carretera mientras arranco el motor.
—Pero, yo jamás dije que era mercancía dañada.
—Pero lo piensas, lo cual es aún peor. Ahora, repite después de mí: No soy una
víctima, soy una maldita sobreviviente.
—No soy una víctima, soy una maldita sobreviviente. —Pone los ojos en
blanco, y piso el acelerador hasta el fondo, decidido a llegar a nuestro destino antes
que caiga la noche.
—Levanta la cabeza, Pastelito. No dejes que se caiga tu corona. Y para que
conste, no me corrí porque estabas usando tus dientes como si mi polla fuera hilo
dental. Créeme, estoy tan duro por ti, que la idea de registrarme en un motel esta noche
hace que mi mente trabaje horas extra.
—¿Quién dijo que compartiremos habitación? —pregunta con una sonrisa.
Esa es mi Prescott.
—Vamos a compartir una habitación. Y voy a lamer tu raja. Me debes una por
el Beatmóvil y la pérdida de Stella.
—Nate Vela, eres un hombre perverso.
—Y voy a violar cada orificio de tu cuerpo esta noche.

174
G
enial. Lloré delante de él.
Soy un bebé llorón. Durante mi cautiverio, me aseguré de
llorar cuando nadie me veía, porque recordaba lo que Camden me
dijo hace años. Nunca dejes que tus enemigos te vean quebrarse.
Tu indiferencia impide su victoria. Así que cuando Beat venía a verme, mis ojos
estaban siempre secos. 175
Nate se equivoca. No soy intocable. He sido tocada muchas veces. Cada huella
dejó cicatriz. Llevaría años borrar las marcas y desenterrar mi verdadero yo otra vez.
Me duermo acurrucada en mí misma, junto a él, mientras se come el resto del
viaje a Los Ángeles a una velocidad absurda. En cuanto llegamos a La La Land,
entramos en el primer centro comercial que encontramos, nos hacemos las fotos para
el pasaporte y salimos con los dedos entrelazados. No estoy segura de quién hace el
primer movimiento, es como si nuestras manos se conectaran magnéticamente. El
silencio que reina entre nosotros es cómodo, aceptable y, sobre todo, satisfactorio.
Pero le estoy ocultando secretos, al menos dos que le harían abandonar este acuerdo,
y espero por Dios que no lo descubra antes de que nos separemos.
Nate tiene su sudadera con capucha sobre la cabeza para ocultar los tatuajes,
aunque es difícil pasar desapercibido cuando eres un caliente montón de músculos de
un metro ochenta, y yo llevo mi mejor expresión inocente.
Es hora de ponerse manos a la obra.
Es en realidad alguien importante en el Departamento de Estado. Cuarenta
años. Peinado impecable. Un Walter White de la vida real, solo menos empático.
Nunca adivinarías lo que este trajeado y respetable hombre hace para ganarse unos
dólares extras. Pero el dinero extra es necesario para pagar su pequeña oscura adicción
a la cocaína.
Nadie sabe.
Ni siquiera su esposa y sus tres perfectos hijos.
¿Pero yo? Le vendí casi un kilo de cocaína cuando estaba en un viaje de
negocios a San Francisco y reduje su precio en un sesenta por ciento con la condición
de que me lo debería. Gran momento. Es hora de cobrar su deuda.
Es hora de que todos paguen sus deudas. 176
Nos encontramos con Bryan detrás de una panadería kosher en Fairfax Avenue.
Estoy devorando un babka de chocolate, tomando largos sorbos de mi americano y
viendo a Bryan y Nate a través de mis grandes gafas oscuras. Le di a Bryan nuestras
fotos con las yemas cubiertas de chocolate y él nos dice que, para mañana al mediodía,
ambos tendremos pasaportes bajo diferentes nombres.
Nate Vela morirá, y de las cenizas de su nombre maldito, un fénix llamado
Christopher Delaware se levantará.
En cuanto a Prescott Burlington-Smyth, si pensabas que mis padres me habían
cargado con un apellido desafortunado, te sorprenderías, porque el único nombre que
Bryan ha conseguido que se ajuste a mi perfil físico es Tanaka Cockburn. Y aunque
Tanaka es un nombre bonito…
Cockburn.
Nate rocía su café sobre la camisa de vestir blanca de Bryan cuando oye mi
nuevo nombre, y luego procede a darse la vuelta, a caminar hacia la esquina del
callejón y a apoyar las manos en las rodillas mientras su enorme espalda se sacude
con una risa salvaje e incontenible.
—No debería tener que pagar por un nombre así —murmuro sobre mi taza de
café.
Pero lo que Nate no sabe es que apenas estoy pagando por este servicio. Solo
estoy pagando la elaboración real de los pasaportes, que suma unos pocos cientos de
dólares.
No necesita descubrir que estoy arruinada y que no podré ayudarle de ninguna
manera a cruzar la frontera. ¿Cincuenta mil? No tengo ni cinco mil. Oye, no me
juzgues. Tú también harías lo mismo para salvar tu vida. Mentir a tu captor incluido.
¿Y su pregunta sobre si soy madre? Bueno, eso tampoco es de su incumbencia.
Viendo que tenemos 24 horas para quemar en Los Ángeles, Nate sugiere que
nos registremos en un motel y utilicemos el tiempo planeando nuestro próximo
movimiento con Godfrey y Sebastian.
Sigo queriendo que me desee, aunque no debería. Seducirlo ya no debería
formar parte del plan: ya soy libre. Pero la verdad es que lo deseo.
Intentando recordarme que él es un criminal, un asesino y un tipo que, hasta
hace unas horas, tenía toda la intención de devolverme a mi despiadado enemigo para
ser desollada viva y alimentar a su retorcido hijo, separé nuestras manos y las mantuve
para mí misma hasta que llegamos a nuestra siguiente parada. 177
Nos registramos en un motel en decadencia en un barrio conflictivo del centro
de la ciudad. El complejo de una sola planta está pintado de forma irregular en azul
bebé, con letras rosas que anuncian Palm Spring Apartments. Una emisora de música
pop mexicana nos da la bienvenida cuando entramos, y sus melodías son absorbidas
por un ruidoso ventilador portátil dirigido a una mujer grandota que lleva los labios
pintados de color caramelo en el mostrador de recepción. Su cabello rizado ha sido
violentamente alisado, un vestido floreado apenas cubre su enorme escote y una capa
de sudor empaña el 100% de su carne.
—No hay aire acondicionado —digo mientras finjo toser en mi puño cuando
Nate y yo entramos.
—Oye, Dorothy, creo que ya no estamos en Blackhawk. A menos que quieras
desperdiciar tu dinero en el maldito Chateau Marmont. Tú decides.
Hago una mueca. A estas alturas, probablemente tenga más dinero en su cuenta
bancaria que yo.
La mujer nos ignora, a pesar de que golpeo el timbre de su mostrador varias
veces. Cuando por fin levanta la vista de un libro erótico, es porque ve que Nate se
acerca por detrás de mí. Cuando él apoya los codos en su mostrador, ella le echa una
nube de humo de cigarrillo en el rostro. Su máscara de pestañas azul está tan
apelmazada que parpadear debe ser un ejercicio para ella.
Deja escapar un gruñido primitivo.
—Bueno, eres una delicia, ¿no es así, precioso?
¿Soy transparente? Nate y yo estamos claramente juntos. No estoy segura de
por qué me importa. No es mi novio y no es que vaya a huir con esta mujer de mediana
edad. Además, el bastardo probablemente esté acostumbrado. Todavía no le he visto
interactuar con el mundo exterior. Conozco al hombre del oscuro sótano, al captor que
me hará daño si desobedezco, pero algo me dice que no es la primera vez que una
mujer suelta algo embarazoso en dirección a Nate en la vida real.
Luce como la razón por la que las mujeres compran Pocket Rockets.
Probablemente esto le pasa todo el tiempo.
Nate apoya su cintura en el mostrador y hojea una revista de viajes arrugada,
masticando su chicle de melocotón, el sabor característico de su boca. Completamente
imperturbable por la atención que está atrayendo.
—Necesitamos una habitación —dice, ignorando su cumplido—. Una noche.
Una cama. Pagamos en efectivo. 178
—No hay problema, cariño. ¿Tu nombre? —Su bolígrafo flota sobre una
página que enumera las habitaciones. Casi ninguna está resaltada en amarillo como
ocupada. Dios mío. En este lugar ni siquiera se usan ordenadores. Espero que haya
una cerradura en la puerta.
—Pastelito —me pasa el brazo por encima del hombro, su boca invadiendo mi
mejilla con un gemido cargado—, ¿deberíamos reservarla bajo tu nombre? ¿Qué
dices? Sí, vamos a reservarla bajo tu nombre. —Se inclina hacia adelante y pronuncia
lentamente—: Tanaka C-o-c-k-b-u-r-n. Ese es su apellido. Cockburn.
—Cállate. —Le golpeo el brazo, apenas aguantando mi risa.
—¿Necesitas que te deletree eso otra vez? —Nate señala el formulario que
rellena la recepcionista, y ella se humedece los labios cuando su mirada se dirige a
sus dedos tatuados. Con el rostro de piedra y una compostura perfecta, continúa—,
Cockburn. Como una polla que arde. Ya sabes, como un efecto secundario de alguna
enfermedad de transmisión sexual.
No va a tener acceso por la puerta trasera esta noche si sigue así.
¿A quién estoy engañando? Él siendo gracioso solo mata cada intento de
aversión aún más.
Cinco minutos más tarde, Nate está sosteniendo una pequeña llave con un aro
rosa y ambos nos dirigimos a la habitación número 13. La recepcionista nos dirigió
(bueno, dirigió a Nate, fue la única persona a la que miró durante nuestro breve
encuentro con ella) a un bar que está al final de la calle y que sirve cerveza sin límite
a partir de las cinco de la tarde.
Incluso los pobres necesitan una hora feliz.
Resulta que yo necesito desesperadamente un trago. Podría ser una buena
manera de despejar mi mente y pensar en nuestro siguiente paso. Si todo va según lo
previsto, deberíamos estar de vuelta en el norte de California mañana por la noche.
¿Empezamos con Seb?
¿Empezamos con Godfrey?
La posibilidad de lastimar a esos dos envía una corriente caliente por mi
espalda.
—Vamos por unos tragos calle abajo —sugiero mientras Nate empuja la puerta
chirriante de nuestra habitación para abrirla. Entramos en un espacio pequeño y mal
ventilado, con el olor del humo rancio impregnado en cada sábana y mueble. Agujeros
de cigarrillo en el edredón y manchas amarillas e indiscernibles en las paredes. Rezo 179
una pequeña oración antes de entrar en el cuarto de baño, solo para encontrar una
bañera descascarillada. El conducto de ventilación cuelga del techo y el retrete está
sucio con los desechos de otras personas. Al girar la cabeza hacia Nate, veo que me
hace un gesto casual con la cabeza.
—No podemos arriesgarnos. Tenemos que pasar desapercibidos. Godfrey tiene
gente en todas partes, Cockburn. Lo sabes tan bien como yo.
—Deja de llamarme Cockburn. —Me pongo los botines y recojo mi salvaje
cabello ondulado en una coleta alta—. Necesito un trago.
— Iré a buscarte algo al supermercado del centro. —Se dirige a la ventana que
da a la calle, asomándose al exterior y buscando algo relacionado con Godfrey.
¿Debería estar tan alarmada como él? De alguna manera, me resulta difícil creer que
Godfrey ya nos haya descubierto. No tiene ni idea de que estamos en Los Ángeles.
Técnicamente, no tenemos nada que hacer aquí. Además, Archer ha pasado años y
años en prisión no muy lejos de mí y ninguno de sus hombres ha conseguido
atraparme. Ni siquiera una vez.
Pero he aprendido que no se debe a que no ha podido hacerlo. Solo quiso
mantenerme vivo para poder matarme él mismo.
Tal vez Nate no solo esté preocupado por Godfrey, sino también por la
Hermandad Aryan. Este tipo es prácticamente un hombre muerto caminando en el
estado de California. Tiene muchas razones para vigilar su espalda.
De todos modos, no voy a sentarme y pudrirme en esta habitación hasta que
nuestras identificaciones estén listas. Ir a la carretera a tomar unas copas no me va a
matar. Las posibilidades de ser vista y reconocida son inexistentes. Es solo un viejo y
pobre barrio en medio de Los Ángeles, donde Godfrey nunca ha puesto un pie.
Además, Nate ha disfrutado del mundo exterior desde hace tiempo. He pasado más de
dos semanas atrapada en su sótano, intentando salir consiguiendo solamente romper
mis uñas.
—Me voy.
Se da la vuelta y me empuja hacia su cuerpo sujetándome por el brazo, con un
rostro asesino.
—Ni siquiera lo pienses. Voy a darme una ducha ahora. Cuando salga, será
mejor que aún estés aquí, y que hayas conseguido el número de un buen lugar que
entregue comida grasosa. 180
Abro la boca, a punto de despotricar, pero él ya ha cerrado la puerta del baño
tras de sí.
El grifo se abre detrás de la puerta. Me aferro a mi bola de estrés con un apretón
de muerte. ¿Cree que necesito su permiso para ir al bar? Pues se va a llevar una
desagradable sorpresa.
Coloco mi mochila sobre el hombro y salgo disparada hacia la recepción. No
me detengo hasta llegar a un bar de la esquina llamado Three Bullets, el que
recomendó la recepcionista.
Empujo la puerta al pasar y me deslizo sobre uno de los taburetes, adornado
con nubes de espuma que crecen de su cuero negro rasgado. Golpeo la barra dos veces
con los nudillos y le pido al camarero lo que sea que haya en su menú de “todo lo que
puedas beber”.
Tres balas.
Godfrey.
Camden.
Sebastian.
Nate apreciaría la ironía. Tengo que dejar de pensar en lo que le gusta o no a
Nate. Mientras el viejo y calvo camarero me da mi vaso de cerveza tibia, decido que
me gusta este lugar. Tiene ese aire de bar de la vieja escuela. O bien los viejos obreros
barbudos de aquí no han oído hablar de la ley de no fumar que se aplica en California,
o simplemente la desobedecen. Un grupo de jubilados está jugando al póquer en una
mesa redonda detrás de mí, mientras que unos cuantos jóvenes engrasados que acaban
de regresar de sus trabajos manuales están sentados en la barra, echando un vistazo a
sus bebidas con la esperanza de encontrar las respuestas a cómo han acabado aquí.
Decoración barata y destrozada. Todo se está rasgando, todo apesta y todo está
sucio. Igual que mi alma.
Me tomo el primer trago de un tirón, estudiando mi entorno, y doy unos
golpecitos en el borde del vaso, pidiendo otro. Algunos hombres se fijan en mí. Me
miran. Me miran fijamente. Y aunque me hace sentir ligeramente incómoda, no me
asusta.
Ya no tengo miedo. Todo lo que he pasado me ha convertido en alguien a quien
no es fácil intimidar. Un tipo más o menos de mi edad, quizá un poco mayor, gira el 181
taburete junto a mí y su culo se posa en él. Me concentro en mi bebida, sabiendo que
tendré que sacármelo de encima.
—¿Estás de paso? —Va directo al grano. Le ofrezco un medio encogimiento
de hombros y bebo un sorbo de cerveza. La gente nos mira con atención. Soy la única
mujer en el bar, y apuesto a que, aparte de alguna visita ocasional de la recepcionista
de mi motel, este lugar no ha visto a una mujer entre sus cuatro paredes en toda su
vida.
—Te hubiera recordado de haberte visto antes. Eres bonita.
Me giro para enfrentarlo, sonriendo dulcemente. Quiero beber y pensar en mis
planes. No tener un rapidito en un baño sucio.
—¿Puedo solo disfrutar de mi bebida, por favor? Ha sido un largo día.
—Puedo hacer que sea una noche larga, también, si quieres. —El tipo me
examina. No es feo, pero tampoco es atractivo. Arrugo la nariz.
—Lo dudo.
No capta la indirecta y se acerca más, su pecho casi choca con el mío. Estoy
preparada para usar la daga. Preparada para demostrar a otro hombre que no se puede
jugar conmigo, pero espero no tener que llegar a eso. Atraer más atención es lo último
que necesito.
Todas las miradas están puestas en mí ahora, y la idea de que Godfrey puede
tener topos aquí después de todo, se desliza en mi mente. Oh, mierda. ¿Y si Nate tenía
razón? ¿Y si arruiné todo nuestro plan en nombre de cerveza barata?
—¿Tienes un novio? —Jesús. ¿El tipo sigue aquí?
—Sí, tiene un novio. —Escucho el tono cortante e indiferente que hace a mi
corazón estremecerse y desbordarse, detrás de mí. Nate—. También es un jodido
imbécil. Es mejor que intentes meter tu polla en un procesador de alimentos que follar
ese culo. Vamos, Cockburn. —Siento su enorme mano ahuecar mi abdomen, sus
dedos clavándose en mi piel con furia, diciéndome que la jodí, mientras me atrae
contra él, depositando un beso posesivo en mi sien—. Regresemos a nuestra
habitación. Miércoles es noche de anal.
Suelto unas risitas mientras Nate aplasta un billete de veinte dólares sobre la
barra y me jala para encontrarme todavía más junto a su cuerpo, guiándome de nuevo
hacia la húmeda y abrasadora noche.
Sé que tengo que liberarme de su toque.
182
Pero no lo hago.
De hecho, mientras me envuelve con su cuerpo, mi espalda rozando su pecho
flexionado mientras incómodamente nos tambaleamos a través de la calle de regreso
al motel, mi guardia está baja.
Tan baja que no hay nada separándome de mis emociones hacia él.
—¿Qué te dije acerca de ir al bar? —susurra en mi cráneo, haciendo a mi piel
estremecerse de una manera deliciosa.
—No eres mi jefe —contesto, intentando sonar indiferente. Entramos al motel
en ruinas, pasamos junto a la recepcionista y lo aparto, yendo más rápido—. Y ahora
no eres mi carcelero tampoco. Así que puedo hacer lo que quiera sin importarme una
mierda lo que pienses.
—Oh, Cockburn —dice, soltando ese estúpido apodo en mi cara de nuevo—.
¿Cuándo vas a superar el pequeño hecho de que te mantuve cautiva en mi sótano?
Deja de guardar rencores. Es mal karma.
Cuando entramos a la habitación, pone el cerrojo detrás de nosotros y mete la
llave en su bolsillo trasero. Me paro con las rodillas contra el borde de la cama y alzo
la cabeza.
—Estaba pensando algo en el bar. ¿Tras quién iremos primero, Godfrey o
Sebastian?
—Sebastian —responde, sin parpadear. Ahora que estamos solos, no me toca.
No busca la calidez de mi piel. ¿Es malo que ansíe constantemente la de él? Claro que
es malo. Me dijo que va a deshacerse de mí en una semana. Tengo que sacudirme ese
estúpido flechazo y darme cuenta de que no estará aquí para el siguiente jueves.
—Explica. —Abro mi mochila, revisando a través de mis cosas y
asegurándome que todo está allí. No la he abandonado ni una sola vez desde que
comenzamos este viaje, pero hacer inventario cuando me siento estresada o
arrinconada me tranquiliza. Estúpido, lo sé, pero tengo que mantener mis manos
ocupadas.
—Tiene más sentido. —Nate arquea una ceja en mi dirección—. Va a un club
gay en San Francisco todos los viernes. El excompañero de celda de Irvin lo ve allí
con regularidad. La oportunidad perfecta para descubrir dónde vive. —Nate camina
de regreso a la ventana y se asoma—. Seremos capaces de seguirlo a su casa y hacerlo
silenciosamente. También, si nos encargamos de Godfrey primero, por otra parte, Seb
estaría avisado y huiría. No tiene lazos con NorCal. Godfrey, por otra parte, no puede
simplemente irse a la mierda y huir. Tiene negocios aquí. No. Se quedará e incluso
esperará por nosotros. 183
Claramente, lo ha pensado.
—No tenemos un arma. —Me muerdo el labio inferior, arrastrando la piel
como papel a través de mis dientes mientras reflexiono sobre esto. Solía tener una
Glock, pero Godfrey la tomó. No va a ser fácil poner pronto mis manos en otra. Archer
supervisa y sabe de cada arma no registrada que está en el mercado en NorCal, y no
conozco a nadie que venda aquí en L.A.
—Tenemos muchas. No tenemos una pistola. Pero las pistolas son para los
cobardes, de todas maneras.
Cuando ve la duda derramándose en mi cara, gruñe con convicción.
—Te cubro la espalda, Pastelito. Puedo matarlo con un brazo atado a mi
espalda, sobre unos malditos patines. ¿Está claro?
Trago saliva, apartando la mirada, mis ojos ardiendo con las lágrimas
inminentes de emociones que no comprendo por completo. Que él esté cerca de mí es
tanto lo mejor como lo peor que me ha pasado. Estoy perdiendo el foco. Estoy
perdiendo el control. Estoy perdiéndolo.
—La venganza es un plato que se sirve frío, y de manera personal, Prescott.
Manos. Marcas. Huellas. Lío. Objetos afilados. Corazones palpitantes. Las pistolas
son para aquellos que muestran piedad. ¿Y de qué carecemos, mi querida prodigio?
Empuja su cara contra la mía, sus diabólicas cejas fruncidas.
—Piedad —respondo. Roza su pulgar sobre mi mejilla, bajando a mi boca,
arrastrando la suave capa de piel muerta de mis labios y tirándola pausadamente.
—Eso hacemos. No mostraron piedad, y no somos mejores personas.
Dios mío, este hombre es despiadado, pero tan suave cuando me maneja. No
puedo ni siquiera comenzar a leerlo.
Me aclaro la garganta.
—Ve a buscar algo para comer. —Suelto la orden para disfrazar la tormenta
que gira dentro de mí, pero estoy segura de que puede ver a través de mí. Mis mejillas
son de color rojo cereza, mi pulso es tan rápido que puedes verlo latir en mi cuello y
constantemente me humedezco los labios. Él asiente con sequedad y se va sin
preguntándome qué quiero, encerrándome dentro.
Pero no necesita preguntar, sabe lo que quiero.
Lo quiero a él. 184

Me despierto con los débiles destellos rojos del reloj en la mesita de noche.
Son las 3:30 a.m.
Tiempo.
Es mi única ventaja hoy en día. Otras personas, personas que tomaron, usaron
y abusaron de mí, se están quedando sin él.
Estirando mis brazos y extendiendo mis piernas sobre las sábanas frías, noto
que estoy sola. Mi garganta se mueve y parpadeo para quitarme el sueño.
¿Dónde está?
Mirando a mí alrededor, observo la habitación vacía a través de ojos vidriosos.
Recuerdo quedarme dormida minutos después de que se fuera a buscarnos comida,
pero nunca me despertó.
Cristo. Nunca debí haber confiado en este hombre.
Levantándome de un salto, abro la puerta del baño. Vacío. Soy consumida por
la oscura habitación, sola, y en lugar de lanzarme a mi mochila, asegurándome de que
no hubiese robado nada, lucho contra las lágrimas que silenciosamente fluyen por mis
mejillas. La idea de que me dejara me hace querer arrojarme de un edificio.
No se iría sin conseguir su pasaporte y 50 grandes primero ¿verdad?
Tal vez uno de los chicos de Godfrey se acercó a él. Mierda, quizás yo sea la
siguiente.
Después de revisar mi mochila y asegurarme de que todo lo que he traído
todavía está conmigo, recorro la habitación de un lado a otro. Solo usamos un teléfono
desechable, y lo tengo yo, así que no puedo llamarlo. Reviso la ventana que da a la
calle. Nada. Colocándome un par de sandalias que ni siquiera estoy segura si me
pertenecen, salgo de la habitación con mi mochila a cuestas, maldiciéndolo por tomar
la llave porque no puedo cerrar la puerta detrás de mí.
Estoy sudando cuando me acerco al vestíbulo, temiendo verme cara a cara con
mis enemigos ingleses. Con cada paso, mis oraciones se vuelven más fuertes. Al
principio solo están en mi cabeza. Luego vienen como cantos susurrados. Entrando 185
en el área de recepción vacía, escaneando, buscando, hiperventilando, paso junto a la
pequeña piscina que ofrece el lugar y una sombra azul aparece en mi periferia.
Giro mi cabeza con sorpresa y me detengo, chillando.
Nate.
Está nadando de un lado a otro lentamente, con gracia. Tomándose su tiempo.
Lo miro, permito que mi pulso reduzca la velocidad y limpio el sudor frío de mi frente
antes de salir de mi estupor y caminar hacia la piscina, sin hacer ruido. El motel está
prácticamente desierto, los únicos ruidos que se oyen son los sorprendidos silbidos de
una piscina que probablemente nunca ha sido utilizada y los gemidos de un Coyote
lejano.
Todavía estoy usando mi conjunto rojo y una pequeña chaqueta de cuero
cuando camino hacia él. Se encuentra de espaldas, pero cuando una ramita se rompe
debajo de mis sandalias, él gira bruscamente. Su expresión se relaja de tensa a pacifica
cuando nuestras miradas se encuentran.
—¿Qué diablos, Nate? —Disimulo el pánico que me llenaba hace unos
momentos enterrando las manos en los bolsillos de mi chaqueta, aunque hace calor
afuera. Siempre me visto con ropa linda. Me recuerda a mi vida anterior como
princesa Blackhawk. Pero siempre llevo puesto algo encime para esconder mi cuerpo.
Eso, sin embargo, es todo gracias a la segunda parte de mi vida, después de que los
Archer irrumpieran en ella. —¡Creí que habías dicho que traerías comida! —Se
supone que es una pregunta, pero sale como una acusación.
—Y lo hice. Estabas roncando. ¿Qué se supone que debía hacer? —Sus ojos se
reducen a peligrosas rendijas. Puedo verlo desde aquí. Incluso en la oscuridad de la
noche. Solo lleva puestos sus calzoncillos y se ve deliciosamente desnudo.
—Se suponía que no debías salir y nadar al aire libre, donde todos pueden verte.
¿Debería recordarte que estás violando tu libertad condicional, y que estamos huyendo
de criminales con sangre en sus manos?
La histeria me consume. Estaría temblando si no fuera por el hecho de que hace
300 grados afuera y llevo una maldita chaqueta de cuero. Nate se encoge de hombros
dentro de la piscina y me ignora por completo. Sacudo mi cabeza, exhalando.
—Eres tan estúpido, Nate. Actúas como si fuera la primera vez que estás en
una piscina —me giro, a punto de alejarme.
—Lo es —dice. Me congelo, girando lentamente. Sus ojos siguen la mano que
utiliza para salpicar el agua alrededor. 186
—¿Eh? —pregunto, dejando caer mi mochila al suelo. Mi cara está rosa pero
la noche cubre mi piel, manteniendo nuestro secreto.
—Sí —repite más fuerte—. Nunca he estado dentro de una piscina, aunque
limpio una regularmente donde trabajo en Blackhawk. Crecí en California, tengo
veintisiete años, y esta es mi primera vez. —Él suelta una carcajada, pero no es
amarga. No le importa nada lo que piense la gente, yo incluida. Nate parece siempre
haber sido muy consciente de sus circunstancias—. De todos modos, pensé probarla.
Mirar de qué se trata todo el alboroto. Por si acaso…
Por si acaso nos matan. Asiento, ofreciéndole una pequeña sonrisa sabia.
—¿Por qué es que solo tatuaste un lado de tu cuerpo? —Me paro en el borde
de la piscina. Quiero cambiar de tema, pero también estoy genuinamente interesada
en la respuesta.
—El lado desnudo representa mi virtud. Mis ambiciones. Mis buenas
intenciones. Y el otro lado… Ese es mi lado sucio. Violento y primitivo. Es el lado
que mata sin parpadear.
—Eres bueno —susurré.
—Y malo —argumenta—. Soy el tipo que te tomó como prisionera, para ser
asesinada por sacos de mierda, ¿recuerdas?
—Pero también el tipo que me acompañó y prometió ayudarme a buscar
venganza — sostengo.
—Y eso, hermosa, es por eso por lo que tengo una parte limpia. Incluso en mi
piel.
Incluso en tu corazón.
Sacudo la cabeza. Puede disfrutar mis palabras… Pero estoy loca por las de él.
Agachándome, mis rodillas tocan el suelo húmedo, nuestras miradas se
sostienen en silencio. Sus pestañas son cortinas húmedas oscuras y su boca es aún más
perfecta, goteando agua, bañada por la luz de la luna. Él respira fuertemente. No me
atrevo a respirar en absoluto. Completos opuestos, con tanto para darse el uno al otro.
Una tormenta y aguas tranquilas, podemos crear un desastre natural, pero sería
hermoso, roto y nuestro.
Bésame, mi corazón canta mientras mi mirada cae a sus labios. Por favor,
quiéreme.
—Me asusté cuando vi que no estabas en la habitación —admito. Él apoya su 187
cabeza contra la mía, nuestros cuerpos a centímetros uno del otro. Acércame.
—No estás escuchando cuando hablo, ¿verdad, Pastelito? Te dije que confiaras
en mí.
—No puedo confiar en un tipo que quiere dormir conmigo. Pero puedo confiar
incluso menos en un chico cuando no lo quiere —medio bromeo. Pero estoy asustada.
Tan asustada. Porque las probabilidades están en contra nuestra. Maldición, todo y
todos está en contra de nosotros.
Sus labios se ríen en los míos, y el retumbar de su pecho húmedo humedece mi
vestido. También mi ropa interior, a pesar del hecho de que no está cerca de ellos.
—Sabes, Pea, a pesar de que han pasado años desde que tú y Camden
rompieron, sé que, en algunos niveles, sigo siendo el maldito rebote. Esta es la primera
vez que te permites ser absorbida por algo que incluso se asemeja vagamente al
compañerismo. Necesito pisar con cuidado, averiguar qué estás dispuesta a darme en
este breve viaje nuestro. ¿Quieres saber la verdad? No sé cómo. Nadie ha tenido
cuidado con mis sentimientos, con mi confianza. Has sido abusada sexualmente.
Puedo escupir algunas mentiras diciendo que entiendo, pero eres demasiado lista y yo
muy honesto. No entiendo. Así que te dejaré hacer el primer movimiento. Si te toco,
necesito permiso, pero no te equivoques —dice. Luego me atrapa el labio inferior
entre los dientes y tira, al principio suavemente, y luego con fuerza suficiente para
tirarme en la piscina con él. De buena gana dejo que mi cuerpo caiga, pero él me
atrapa en el último momento—. Te deseo. Quiero tus palabras, tu cuerpo, tu cerebro
y tu pequeña bola de estrés rebotando contra mi cara, aunque es molesta. Quiero más
de lo que podrías darme, así que no te preocupes sobre esa parte, Cockburn.
Nuestros pechos están tan cerca ahora, siento sus latidos en mis propias
costillas. Y sus palabras. Las siento también. En todos lados. Lo he vuelto a hacer.
Solo que esta vez, es diez veces peor.
Me enamoré.
Caí en la lujuria
Caí en la estupidez.
Asiento, mi frente se balanceaba contra la suya, sintiéndome placentera pero
enferma.
—Gracias. —Mi voz grazna—. Por preguntar por lo que exigían. Por lo que
tomaron. Pero es innecesario contigo.
En silencio, le pido que me toque y empiezo a quitarme la ropa. Él da un paso 188
atrás en la piscina azul, observándome con ojos cargados de deseo. La chaqueta cae
al suelo primero, mi armadura contra los hombres. Mi vestido rojo y mis chanclas le
siguen y se desechan cerca de una tumbona a rayas amarillas y blancas. Me deslizo
en la piscina, vestida solo con el sujetador y las bragas, y voy directa a los brazos de
Nate.
El agua es fría, pero todo lo que siento es su calor.
Él toma mi boca con la suya y me besa desesperadamente, mis piernas se
envuelven alrededor de su cintura. Siento su necesidad por mí, y otra vez, estoy
sorprendida por mi reacción. No se siente sórdido o atemorizante. No sostiene una
promesa de algo devastador.
Arrastro mi lengua a lo largo de su cuello, succionando su pulso y su vida
dentro mí, mi espalda todavía presionando en la esquina de la piscina mientras su
erección se mueve arriba y abajo en mi estómago. Un gruñido sordo desaparece en mi
cabello cada vez que nuestras ingles se tocan. Él sabe salado y masculino como mi
propio cielo personal.
―Cockburn… ―Muerde mi lóbulo, su eje excavando entre mis piernas.
Nuestros labios se encuentran y nuestras lenguas se mueven juntas eróticamente. Ni
siquiera me importa que la gente pueda vernos desde las docenas de ventanas que dan
a la piscina. Que miren y se mueran de envidia. La vida es demasiado corta para
preocuparse por lo que piensen los demás.
Tiempo.
Quiero usarlo sabiamente tanto tiempo como él esté alrededor.
―Delaware ―Le devuelvo la broma contra su boca, jadeando con lo que
empieza a ser un orgasmo que se acumula entre mis piernas como una tormenta de
arena caliente del Sahara.
―Dime algo hermoso, Cockburn ―susurra dentro de mi oreja, acariciando mi
espalda baja encendiendo algo pecaminoso—. Dime algo hermoso como tú.
Escudriño mis pensamientos, aunque es muy difícil con sus manos vagando
por todo mi cuerpo.
―“Un poema comienza como un nudo en la garganta, una sensación de
malestar, una nostalgia, un mal de amores”. Robert Frost.
Labios calientes contra mi clavícula.
―¿Qué tan rudo me quieres esta noche, Pequeño Poema?
―Rudo ―jadeo. 189
―Gira.
Me giro y él levanta la parte superior de mi cuerpo para que esté tendido sobre
el concreto al lado de la piscina, mi mejilla descansando sobre la superficie. Siento
sus dedos quitándome la ropa interior, mi trasero frente a él. Sonríe en los azulejos
fríos bajo la noche calurosa.
―¿Qué estás haciendo, Delaware?
―No tengo un condón aquí ―dice, evitando mi pregunta, extendiendo las
mejillas de mi trasero con sus dedos firmes. La vergüenza hace cosquillas en mi
estómago. Nunca he hecho eso antes. No de buena gana, de todos modos. Godfrey me
sodomizó, pero no estaba allí cuando sucedió. Me quedé en blanco. Ahora, estoy aquí
completamente, lista para sentirlo.
Supero mis dudas y preocupaciones recordando que es Nate Vela. O
Christopher Delaware. Dejaría que ambas versiones de él me hicieran lo que
quisieran. Diablos, incluso dejaría que Beat lo tocara en cualquier momento del día.
―Eso podría ser un problema. ―Finjo inocencia, mis dientes aplastan la arena
arenosa y salada del suelo. Nate entierra un dedo en mi coño, tomando prestada mi
humedad y frotándola contra mi ano en círculos.
―Estoy limpio ―continúa―. Me hice un chequeo cuando salí de la cárcel, y
no he estado con nadie en el exterior.
Eso es una sorpresa, a menos que conozcas realmente a Nate. Las mujeres no
le interesan.
Las tormentas sí.
―¿Y en el interior?
Me da una fuerte nalgada, una bofetada que aterriza en la mejilla izquierda de
mi trasero y hace que mi rostro se estrelle contra el piso. El estruendo de su palma
contra mi piel rebota entre las palmeras, y le sigue un escozor rojo.
―Cuidado con lo que dices, Cockburn.
Me rio, sabiendo que este tipo es demasiado inteligente para ser homófobo. Me
encanta cuando me hace daño. El dolor se siente diferente bajo su toque.
Con él, nosotros compartimos, no distribuimos.
Con él, el dolor es solo otra manera de sentir. 190
Él extiende mi culo otra vez y pone su caliente lengua en la carne entre mi
trasero y mi sexo, dándome una lamida caliente y minuciosa. Me estremezco,
sintiendo cómo mis pezones erectos se rozan contra el concreto, y levanto el culo
hacia su rostro, pidiéndole más.
Hundiendo su cabeza en la piscina, se acerca con su boca a mi coño y empieza
a follarme con su lengua. Introduce su calor entre mis pliegues con fuerza y rapidez
desde atrás, con su nariz enterrada en mi culo. Gimoteo de necesidad, mis caderas se
agitan, se mecen, dan vueltas, buscan. Su mandíbula cuadrada me araña los muslos,
la barba incipiente me quema la piel de una forma casi demasiado dolorosa si no fuera
por el agua fría que me salpica con cada movimiento de su cabeza. Al cabo de unos
minutos, su boca se desplaza hacia el norte, hacia la raja de mi culo. Su lengua se
arremolina en mi agujero y me estremece todo el cuerpo, sacudiéndome contra su
rostro cada vez que presiona su lengua con fuerza contra mi piel, ejerciendo presión
sobre mi punto sensible.
Estoy empapada. Tan empapada.
―Estoy limpia también ―lloriqueo contra el suelo. Antes de Nate, no había
tenido sexo en un largo tiempo, y había visitado una clínica. Siento sus manos rozando
mi cintura mientras me arrastra de nuevo al agua, con su boca en mi hombro.
―Eres una flor delicada que me gustaría hacer pedazos, Pea. Pero solo con tu
permiso. ―Se baja los calzoncillos y se los quita. Los veo flotar a nuestro lado.
―Hazlo ―gruño.
Él lo hace.
Me hace pedazos.
Lo primero que noto no es que me penetre de golpe en el culo, no solamente la
punta, entra entero, sino el hecho de que mi rostro golpea el borde de la piscina y mi
labio se abre. Exactamente en el mismo lugar donde Seb me dejó sangrando. Pero la
experiencia es cualquier cosa menos similar. Chupo mi propia sangre y grito con una
mezcla de dolor y placer cuando él me levanta la cabeza, su palma en mi cuello, así
mi cabeza está al mismo nivel que su pecho.
―Perdón. No quería que te doliera. No de esta manera.
Golpe.
―Maldición, Prescott, mierda. 191
Golpe.
―Estás matándome.
Golpe.
―Y estoy amándolo.
Golpe.
Palabras tan hermosas, pronunciadas en un lugar tan feo, bajo las mismas
estrellas que vigilan a los que nos quieren muertos. Se clava en mí como si tratara de
moldearnos en uno solo, y con cada empujón, empiezo a creer que realmente puede
suceder. Mi corazón se abre un poco más con cada empujón.
Estoy enamorándome de este chico.
Voy a matar a dos personas con este chico.
Pronto, este chico me odiará cuando se dé cuenta de que no tengo forma de
pagarle y cumplir mi compromiso con él. Que le mentí sobre el dinero y le oculté la
verdad cuando me preguntó sobre otras cosas también.
Golpe.
Golpe.
Golpe.
Tenemos que apresurarnos y seguir nuestros caminos antes de que nos salga el
tiro por la culata a los dos. Nate Vela no es un tipo fácil de leer, pero nuestro final
sigue estando escrito en el cielo. Se lee desamor y muerte.
Golpe.
—Estoy viniéndome ―dice, y me arqueo hacia atrás en respuesta.
Probablemente me vendría también, si no hubiera estado tan ocupada con mis
estúpidos sentimientos por él―. ¿Estás cerca? —produce un siseo gutural entre los
dientes. Sacudo la cabeza, no.
―Vente dentro de mí, Nate.
El golpea un par de veces más antes de detenerse, y siento su cálida liberación
dentro de mí. Nos quedamos así unos instantes: él de pie en el suelo de la piscina,
sosteniendo mi culo contra su ingle, su posición favorita, antes de girarme para
ponerme de cara a él y clavar mi espalda a la pared. Mi culo está dolorido y estoy
segura de que no seré capaz de sentarme en al menos unos pocos meses. 192
―¿Te lastimé, Cockburn? —Sus ojos se dirigen a mi labio partido y me llena
de horror, porque vuelvo a sentir las lágrimas picando en la parte posterior de mis
ojos.
Estoy llevando esta asociación demasiado lejos.
―No. Bueno, sí, me dolió, pero igual lo disfruté.
―Entonces ¿por qué estás llorando? —Se echa el cabello hacia atrás,
frunciendo las cejas―. Dime.
Niego con la cabeza. Empieza a hacer un poco de frío en la piscina, pero no me
muevo.
―Oye, Nate, ¿puedo preguntarte algo? Y no te ofendas.
―Está bien.
―Estoy siendo seria.
―Yo también. ¿Sobre qué no debo ofenderme?
―¿Cuándo exactamente vamos a tomar caminos separados? Necesito tener
una fecha real en mi cabeza, para que podamos… ya sabes, planificar todo y
asegurarnos de que vamos con ventaja.
Nate mueve la mano sobre su hermoso cabello mojado, las gotas de agua
decoran sus gruesas cejas, sus pestañas y su fuerte mandíbula. Dios, su rostro. Solo
han pasado veinticuatro horas y ya soy adicta. ¿Cómo voy a vivir sin verlo todos los
días?
―¿Qué tal si el próximo miércoles me voy a México? Nos deja mucho tiempo
para eliminar a esos dos payasos. Camden tendrá que venir a los Estados Unidos una
vez que se entere de que su padre cayó muerto, así que tal vez incluso pueda ayudarte
con él. Una semana entera es suficiente. Confía en mí.
Asiento en silencio. Ahí lo tengo. Una fecha. Una fecha límite. Un final
definido y obvio para lo que sea que haya construido con este tipo.
―Gracias.
―Estás temblando ―dice, frotando mis brazos arriba y abajo, salpicando agua
alrededor de nosotros―. Vamos a regresar a la suite presidencial. Ordenar algo del
servicio de habitaciones ―bromea. Me rio un poco por fuera y me muero mucho por
dentro.
193
Diablos, estoy enamorada de tres hombres.
Beat, el delincuente.
Nate, el poeta.
Y Christopher Delaware, a quien ni siquiera conozco aún.
L
os tenemos. Los malditos pasaportes.
Es agridulce ver mi boleto a la libertad apretado en la pequeña
mano de Pea. Nunca he tenido un pasaporte, así que no soy un
experto, pero este se ve legítimo. Tiene mi rostro en él, y la identidad
de Christopher Delaware es real. Es decir, el pobre hijo de puta existe. Solo que ahora,
he vuelto a tener veinticinco años y aparentemente nací en Nebraska. 194
Nebraska comparte una frontera con Iowa, la pesadilla de mi existencia y la
próxima parada de Pea.
Mierda, ¿mencioné que odio Iowa?
Prescott tiene su nueva identificación. Me alegra que lo haga, porque es una
gran manera de cubrir su culo. Y qué gran culo que es. Hablando de eso, ha estado
caminando divertido todo el día hoy, así que me alegro de que pasamos la mayor parte
del día en el Beatmóvil, rumbo al norte de vuelta a Stockton. Sé que está dolorida
desde ayer, y debería sentirme culpable, ¿pero honestamente? No podría estar más
emocionado. Ella me dejó entrar en su culo. Eso es como un código para pídeme una
cita o algo así.
Estuve a punto de hacerlo. Por un segundo, cuando estábamos en la piscina,
estuve a punto de tirar por la ventana toda la mierda que me importaba mi seguridad
y solo ir a por ello. Quería preguntarle si le gustaría ir a cenar cuando todo esto
terminara. No aquí en California. Pero tal vez en otro lugar. Tal vez incluso en el
maldito Iowa, por lo que me importa. Después de todo, para entonces, seré
Christopher Delaware.
Luego lanzó lo de la fecha límite en mi cara y me recordó que solo somos un
arreglo de negocios con un poco de placer arrojado dentro.
Mucho placer arrojado dentro.
Aun así, es trabajo. Quería saber cuándo me iría, y le di una fecha exacta porque
me puso en un aprieto. No es que esté contando los días y las horas que me quedan
con ella, pero no voy a mentir, pica como una abeja.
Lanzo una mirada en su dirección desde el asiento del conductor, mirándola
apretar su bola de estrés, ojos fijos en la carretera.
―Tenemos que dormir en algún lugar fuera de Stockton. Cuanto más nos
adentremos en su territorio, mejores serán sus posibilidades de encontrarnos ―digo.
―Conozco un lugar en Lodi, tan lejano que ni siquiera el dueño está seguro de
dónde está exactamente. Voy a sacar la dirección. ―Gira su cuerpo hacia el asiento
trasero y juguetea con su mochila. Miro hacia abajo para comprobar la hora en el
tablero y veo que el tiempo está de nuestro lado. Debe ser una señal de Dios.
―Estoy estacionando para orinar y cargar un poco de gasolina.
―Genial. ―Me trata de manera cortante. Nunca había sido tan fría conmigo.
A la mierda, no tengo que gustarle, y probablemente sea mejor que no le guste.
Solo hará las cosas más fáciles cuando se vaya a Iowa. 195
Apago el motor y entro al baño mientras Prescott carga gasolina. Cada vez es
más difícil dejarla hacer las cosas por su cuenta sin el temor persistente de que se la
lleven de nuevo. Esta vez, puede que no esté allí para liberarla. Hago la meada más
rápida de la historia y, cuando vuelvo, la veo de pie a la salida de la gasolinera, junto
a un teléfono público, con un dedo metido en una oreja y la otra tapada por el móvil.
Está hablando con alguien animadamente.
¿Con quién coño está hablando y cómo es esa llamada más importante que
vigilar nuestro estúpido y poco práctico auto?
Doy una zancada en su dirección, sabiendo que me estoy entrometiendo y que
me importa un bledo. Nuestros destinos están encadenados por el momento. No se
trata de actuar como un novio celoso.
Porque no soy su novio.
Y no estoy celoso.
Correcto.
―Está bien ―dice y asiente en el teléfono―. Sí, por supuesto. Lo que quieras.
Lo que sea que necesites. Gracias de nuevo por atenderme, realmente lo aprecio.
Pea, ¿cortés y bien educada? Eso es nuevo e impropio. Cuando ella cuelga y
levanta una ceja en cuestión, cruzo los brazos sobre mis pectorales flexionados. Estoy
tenso, y no solo por esta llamada telefónica. Algo se siente mal. Está en el aire. Está
en sus ojos. Está en todas partes. La vida me enseñó a reconocer cuándo las cosas
están a punto de explotar, y en este momento, necesito un chaleco antibalas.
―¿Quién era?
―No es asunto tuyo ―gorjea con una sonrisa dulce. Tomo el dobladillo de su
chaqueta y la jalo hacia mi cuerpo, invadiendo su espacio personal.
―Suéltalo, Cockburn, o estoy montando tu culo en seco esta noche.
―Juro por Dios, Nate, llámame Cockburn una vez más y yo…
El teléfono público detrás de ella comienza a sonar. No prestamos atención. Al
principio, ni siquiera lo registramos en absoluto. Todo lo que escucho son fragmentos
de nuestra conversación. Algunas son cosas que le digo, algunas son cosas que ella
me dice.
―… tal vez que si no actuaras como una perra de corazón frío…
―… nunca conocí a alguien tan egocéntrico… 196
―El próximo miércoles no puede llegar lo suficientemente pronto…
Finalmente, cuando el teléfono público no deja de sonar durante un minuto
completo, y el sonido de alguna manera se vuelve ensordecedor, me doy cuenta de
que:
A) Nuestro auto fue dejado sin vigilancia y estamos en una maldita estación de
servicio deteriorada.
B) Los teléfonos públicos no suelen sonar, y mucho menos durante tanto
tiempo.
C) Será mejor que nos organicemos si queremos salir vivos de esto.
―Cállate, Prescott, lo digo en serio, solo cierra la maldita boca. ―Estoy
cansado de su comportamiento frío y caliente, y estoy realmente enojado con ella por
no permitirme saber con quién estaba hablando. Me está inquietando y me hace
desconfiar de la chica que me gusta.
La chica que me gusta. Estupendo. Así que me creció una vagina frondosa
después de todo.
Me dirijo hacia el teléfono público, lo levanto y lo presiono contra mi oído. Ni
siquiera tengo que decir hola. En el segundo que el receptor golpea mi piel, un acento
de los bajos londinenses se filtra desde el otro extremo.
―Hola, Nathaniel. Sabes, pensé que eras mucho más inteligente que esto. De
acuerdo, no un maldito genio, pero lo suficientemente inteligente como para saber que
mi juego es demasiado peligroso para ti. Tienes suerte de estar en medio de una
carretera.
Miro alrededor, intentando localizarle a él o a alguno de sus hombres de
confianza. ¿Dónde podrían estar? Los autos pasan a cada lado de la autopista, las
montañas doradas llenan cada rincón de nuestro paisaje. Hay otros dos autos y un
camionero holgazaneando alrededor de la gasolinera, así que apuesto a que
dondequiera que estén, la única razón por la que seguimos vivos es porque no pueden
apuntar directamente a nuestras cabezas sin fallar. Intento que no cunda el pánico,
pero una mirada a Prescott y empiezo a verlo todo rojo. Sus ojos se abren de par en
par en estado de shock cuando se da cuenta de con quién estoy hablando. Bueno,
técnicamente, aún no he hablado, pero eso está a punto de cambiar.
―Ya, ya, Nate. Sabes que soy un santo, así que estoy dispuesto a dejar pasar
esto. Solo por esta vez. Vuelve al auto. Actúa como si nada hubiera pasado.
Devuélvenos a la chica. Estaré esperando en mi oficina. Quiero que la entregues
directamente en mi puerta. Hazlo, y te ahorraré tu miserable y sin sentido vida. 197
¿Entendido?
El vello en mi nuca se levanta en señal de advertencia, pero me consuelo en
una cosa. God está en Blackhawk. De lo contrario, no me habría dirigido a su oficina.
Eso significa que alguien más nos está mirando. Y apuesto a que es su pequeño
soldado, Sebastian.
―¿Está claro? ―repite, esta vez más fuerte. Su urgencia no se me escapa.
―Sí ―respondo indiferentemente, apoyando un pie perezoso en un escalón
debajo del teléfono público, sosteniendo el receptor entre mi oreja y hombro. Mirando
intencionalmente como si no pudiera dar dos mierdas―. Pero hay un pequeño
problema.
―¿Y cuál sería?
―Ella no va a ser nada buena para ti.
―¿Cómo? ―Parece intrigado.
―Bueno… ―Miro fugazmente en su dirección. Ella me mira como si fuera el
Mesías, moviendo su peso entre sus pies nerviosamente, estrangulando la bola de
estrés en su puño―. Porque pronto, estarás muerto. ¿Y la gente muerta? Realmente
no necesitan compañía, Godfrey mi amigo.
Él suelta una risa que rebota en mi caja torácica, que no alcanza completamente
mi corazón, pero que tiene suficiente impacto para hacerme temblar.
―Si vas a disparar al rey, es mejor que te asegures de que está muerto. Soy
mucho más fuerte que tú, Nathaniel.
―Y yo estoy mucho más enojado, Godfrey ―advierto silenciosamente―.
Mejor que empieces a correr, porque no nos detendremos hasta que juguemos al puto
fútbol con tu cabeza. Ningún reloj de arena en el mundo nos detendrá esta vez.
Los ojos de Pea son tan grandes ahora, que puedo ver todo mi reflejo bailando
contra sus iris. Intento leer su rostro y, si no me equivoco, veo admiración, sorpresa,
pánico, ira y confusión. Es mucho, pero todo está ahí en esos ojos avellanos.
―Adiós, Godfrey. ―Sonrío satisfecho y cuelgo el teléfono con un fuerte
golpe. Prescott frota mi brazo, sus ojos brillantes y muy abiertos. Ella se ve
sorprendida, pero también hay algo suave detrás de esos marrones verdosos.
―No sé cómo… ―murmura, mirando a otro lado. Expresiones desgarradoras
de sorpresa, terror y gratitud pintan su rostro. Ella puede confiar en mí, y lo sabe. No 198
más de ir por ahí con mi daga en sus bragas―. Gracias.
―¿Con quién estabas hablando? ―Mi tono puede ser seco, pero mi corazón
está haciendo volteretas. La guío hacia el auto echando un brazo sobre su hombro,
principalmente para proteger todo su cuerpo desde atrás. No estoy seguro de por qué
estoy protegiendo su vida con la mía.
En realidad, lo sé. Pero decirlo en voz alta, o incluso pensar en ello, hace que
quiera golpear mi propio rostro. Prácticamente corremos hacia el auto, abriéndonos
paso para estar siempre cerca de los otros clientes de la gasolinera.
―Alguien llamado Dorian. Él dice que es el consejero de Preston. ―Está sin
aliento, intentando seguir mi ritmo―. Dorian dijo que Preston está en rehabilitación
en Vallejo. Se metió en problemas con el alcohol, pero ahora está mejorando. Eso es
realmente bueno. Eso significa que está vivo, Nate.
―¿Por qué no estaría vivo? ―Mis cejas se fruncen. Levanta los hombros.
―Siempre estuvo atormentado por muchas cosas. Nuestra familia, su
sexualidad, la vida en general. Pero esto… esto es un avance. Necesito ir allí, Nate.
Necesito ver a mi hermano.
Suenan campanas de alarma. Fuertes y ensordecedoras, llenan todos los
espacios entre mis oídos. No las oye, nublada por la euforia de haber encontrado a su
único y entrañable familiar. Pero parece jodidamente conveniente que Preston
aparezca justo cuando Godfrey y Sebastian lo hacen. En un centro de rehabilitación
en Vallejo, un lugar que no conocemos, un lugar con kilómetros y kilómetros de zonas
muertas donde pueden acorralarnos, atraparnos y acabar con nosotros.
Aun así, tengo que pisar alrededor de este tema cuidadosamente.
―Pastelito, ¿cuándo planeabas hacer eso?
―Mañana ―dice. Le abro la puerta y la empujo dentro, cerrándola en su
rostro―. Vamos, Nate. ―Su cabeza sale a través de la ventana abierta. Maldición,
¿quiere que le disparen entre los ojos?―. Sería rápido. Si sospechamos de algo,
volvemos. ¿Qué dices?
Maldición, no, ni una sola chance que nos arriesguemos.
―Pon tu cabeza en el auto, Cockburn. ―Empujo su frente dentro del
vehículo―. Y deslízate hacia abajo antes que te mate yo mismo.
Con eso, corro hacia mi lado del auto. Tenemos que volver a poner en marcha
este espectáculo de fenómenos, antes de que uno de los espías de Godfrey nos mate.
199
Subiendo al Beatmóvil, sabiendo perfectamente que nos están siguiendo,
zigzagueo por pequeñas ciudades, zonas residenciales pobladas y autopistas con
mucho tráfico. Hay una camioneta que pasa tan desapercibida como un payaso de
circo que nos sigue a cada paso. Me muerdo la lengua para no ladrarle. Está
jodidamente loca por querer ir detrás de Preston cuando nos están cazando como una
presa fácil en un campo abierto.
―Puedo ver a los bastardos. ―Traga con inquietud y sus ojos se entrecierran
en rendijas. Su mirada se cruza con la del joven negro de la camioneta, que conduce
detrás de nosotros, a través de nuestro espejo retrovisor. A su lado hay un blanco
gordo que sonríe como un cocodrilo. Si le pongo las manos encima, parecerá que ha
sido mutilado por uno.
Las rodillas de Pea tiemblan. Probablemente está a segundos de desmayarse.
Me alegro de que estemos en un lugar tan poblado, no pueden sacar un fusil de mierda
como la Hermandad Aryan.
—Revisa si hay embotellamiento en el tráfico —le hago señales a su teléfono
móvil con mi barbilla. —Quiero conseguir entrar en un punto muerto donde podamos
perderlos.
Prescott busca los caminos más congestionados, los marca en rojo en su
aplicación GPS, y es ahí donde nuestro auto se dirige. No pueden hacer ni una mierda
con el intenso tráfico que nos rodea.
Dos horas más tarde, cuando estamos seguros de que hemos perdido a los
intrusos, estamos de vuelta en la carretera principal, dirigiéndonos hacia el norte.
Tanto Prescott como yo estamos viendo todos nuestros espejos, asegurándonos que
no nos espían, pasan largos minutos antes que abra su boca de nuevo.
—Sé lo que piensas —comienza—. Pero el número se conecta directamente a
un centro de rehabilitación. Llame de nuevo y colgué cuando me pasaron con la
recepcionista. Es legítimo, Nate.
No es ningún problema marcar desde un número que no te pertenece. Hay
muchas formas de hackearlo, y estoy seguro de que Prescott lo sabe muy bien. No
quiere pensar en ello ahora, y no voy a molestarla con la verdad.
—Mira —exhala—. Esto no es parte de nuestro plan y tampoco parte de
nuestro arreglo. No tienes que venir conmigo.
—Quiero. —Mis palabras cortan la tensión en el aire. ¿Tengo? No. Sé que es
una trampa. Pero también sé que, si está caminando hacia los brazos abiertos de
Godfrey y Seb, iré con ella. No lo hará sola. Corrección: No lo hará en absoluto—.
Pero tienes que hacer que tu chico sea confiable, Cockburn. Dame un día. Un día es 200
todo lo que pido. Vamos por Seb esta noche. Vamos a sacarlo del camino y luego a
visitamos a tu hermano. ¿Bien?
Tiempo.
Estoy intentando comprar tanto tiempo como pueda, pero ahora mismo, es
jodidamente caro. Después de Sebastián, pediré un día más. Entonces mataremos a
Godfrey. Entonces podemos ir donde quieran que vayamos, porque nada de eso
importará más. No podrán hacerle daño a ella. A nosotros.
Prescott lo considera antes de asentir con la cabeza una vez.
—De acuerdo, ¿pero me prometes que lo haremos?
—Pastelito —le advierto—. Sabes que solo prometo cosas que puedo cumplir.
Para cuando llegue mañana, no estoy seguro de que todavía quieras hacerlo.
Sabiendo que Godfrey va a acechar cada uno de los moteles cercanos a
Stockton, decidimos darle una sorpresa y registrarnos en un Marriott en Santa Clara,
a unos cuantos kilómetros de distancia de los espías y soplones de Godfrey. El
Marriott cuenta con una seguridad de primer orden y, cuando nos registramos,
pedimos expresamente que nuestra habitación esté situada en medio de un pasillo. El
recepcionista nos mira como si fuéramos unos completos bichos raros, pero no hace
ninguna pregunta.
La alcancía de mil dólares de Prescott se está agotando, y cuando llevo su
mochila al cuarto le digo que es hora de ir al centro y conseguir algo más de efectivo.
Ella mueve el dobladillo de su andrajoso vestido rojo, mirando hacia abajo, luciendo
culpable, antes que su mirada se deslice hacia arriba para encontrarse con la mía. Una
sonrisa desinflada en su rostro me dice todo lo que no quiero oír. Acabo de salvar su
culo, diciéndole a Godfrey que lo mataré antes que le ponga las manos encima a ella
y todo este tiempo, ha estado ocultándome algo.
—Nate. —Sorbe por la nariz y deja de caminar, evitando mi rostro—. Por
favor, no te enojes.
Pero ya es demasiado tarde, ya lo estoy. Nos detenemos en la puerta de nuestra
habitación de hotel. Es difícil mantener la calma bajo el estrés de nuestra existencia
actual.
—¿Qué pasa ahora? —gruño.
—Hay algo que debes saber antes que nosotros… antes de que vayamos al
banco.
201
Maldición, no. ¿Más complicaciones? Esta chica es como una puta infección.
Se extiende dentro de ti, rápido, entonces antes de que te des cuenta… boom, estás
muerto.
—Escúpelo.
Sus ojos están fijos en el suelo. No tenemos tiempo para esta mierda.
—Prescott.
Solo inhala. ¡Mierda!
—Prescott, ¿estás en la quiebra?
No responde, solo sacude la cabeza, gruesas lágrimas cayendo desde sus
pestañas inferiores.
Maldita sea.
—¡Prescott! —Mi voz se eleva. Una tormenta inminente pasa por sus ojos. Mi
paz está colapsando ¿Cómo puede esta chica arruinar, y aun así, mejorarlo todo al
mismo tiempo? Siempre supe que la pequeña bruja era un fraude, pero mi polla me
arrastró hacia su desastre
Y ahora un órgano completamente diferente me impide golpear su rostro con
mi puño.
Me engañó. Me tendió una jodida trampa. No puede pagarme, no puede
ayudarme y estoy a punto de huir sin un centavo, sin un solo centavo a mi nombre.
Tengo unos quinientos dólares en mi cuenta bancaria, y tengo que retirarlos antes de
que mi agente de la condicional se dé cuenta de que he preferido una cruzada contra
los señores de la droga a quedarme sentado en mi casa en ruinas, jugando a ser bueno.
—¿Cuánto dinero tienes? —La sujeto a la pared por el cuello. No de forma
erótica. No con anhelo. Pero tampoco demasiado dolorosamente. Mis ojos le muestran
una película de terror que se convertirá en su realidad si no obedece, y ella se acomoda
rápidamente en su papel de cautiva y víctima, apretando los labios. Aprieto más
fuerte—. ¿Cuánto tienes? En todas tus cuentas bancarias. En total. ¿Cuál es tu
situación financiera? Será mejor que no me mientas.
—Alrededor de dos mil dólares —murmura asustada. Y lo odio. Y la odio. Mi
piel está ardiendo de ira—. Probablemente, dos mil.
Recojo su mochila del suelo con una mano y la sujeta con el otra, guiándola de
vuelta a los ascensores en un violento apretón.
—Retiraremos todo lo que tenemos ahora mismo. 202
—¿Por qué? —pregunta—. Puedo sacarlo cuando quiera. La policía no me
persigue.
—Todavía —la interrumpo—. No sabemos lo que Godfrey tiene reservado
para nosotros.
Diez minutos después, cancelamos la reserva de la habitación, nos devuelven
todo el dinero y entramos en el banco. Sacamos su dinero, casi 2.500 dólares. Yo hago
lo mismo. Acabo teniendo unos 780 dólares.
Con el dinero en mi bolsillo, Prescott no discute ni hace preguntas mientras me
entrega cada centavo que tiene, nos dirigimos hacia el norte, buscando un escondite.
No podemos quedarnos donde retiramos dinero. Es demasiado arriesgado.
Nos registramos en un pequeño motel en Martínez una hora más tarde, y la
razón por la que nos atrae es porque nadie aquí habla inglés y no hay manera que nos
rastreen. Se parece mucho a nuestro hotel en Los Ángeles, solo que no bajo la neblina
y el encanto de hacer esto juntos, estilo Bonnie y Clyde. No he hablado con ella desde
que descubrí que es casi tan pobre como yo.
Cerrando la puerta a otra destartalada mierda detrás de nosotros, le doy una
advertencia:
—Quédate aquí. No te muevas. No respires. —Entro en la ducha—. Mira por
la ventana y grita si ves cualquier cosa sospechosa.
En el momento en que el agua fría golpea mi piel, oigo un chillido. Ignóralo.
Probablemente se sentó en la cama derrumbada. Mejor aún, probablemente abrió la
puerta y se fue de nuevo. Esta vez no la perseguiré. Es su funeral si quiere seguir
vagando sola cuando los capos ponen una recompensa por su cabeza.
Otro chillido.
De pronto me doy cuenta de que Prescott puede tener compañía fuera.
Compañía que no ha invitado.
Subiendo a toda prisa mis vaqueros sobre mis muslos mojados, salgo y pateo
la puerta para abrirla. Una escena de terror se muestra ante mis ojos.
Ahí está el tipo que ha conducido la camioneta esta mañana, sentado encima
de Pea. Ella está inmovilizada debajo de él contra el sucio colchón, y él le está
lanzando puñetazos. Ella esquiva algunos, le araña los ojos con sus dedos sin uñas,
grita y patalea. Le está haciendo daño. Él grita, gira la cabeza violentamente, 203
intentando escapar de sus dedos. Mi tormenta lo está cegando con su fuerza. Una perra
despiadada. Mi perra despiadada.
Entonces noto un moretón enorme, rosado y fresco en su mejilla izquierda, y
un poco de sangre goteando de su nariz.
Mis fosas nasales se agitan y mi mandíbula se tensa. Abro los ojos y es como
si estuviera viendo todo a través de un videojuego de disparos en primera persona y
estuviera a punto de morir. Los bordes de mi visión se salpican de rojo y todo se
oscurece. En unos segundos, no podré ver nada en absoluto.
Le hizo daño a Pea y lo va a pagar.
Salto sobre su espalda y lo aparto de ella, arrastrándolo por su cuello y tirándolo
contra la pared. No va a morir. Va a vivir.
Peor para él.
Sujetándolo hasta que su cuerpo se moldea con los ladrillos expuestos, le
señalo con mi dedo índice que se me acerque. Su figura aparece junto a mí en un abrir
y cerrar de ojos. Mis dedos se hunden en la carne de su cuello, cortándole aire.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto al joven. Parece tener unos veinte años,
gordo, matón y feo. Hay una huella roja de la pequeña palma de ella sobre su mejilla.
—No te diré nada —sisea, junto con cualquier oxígeno que todavía quede en
él, y luego escupe sangre. Prescott me entrega mi puñal y lo meto profundamente en
su muslo, hasta que oigo romperse su pantalón cuando el canto le da un toque a través
del otro lado de su pierna.
—Bien, vamos a examinar tus opciones. —Me encojo de hombros, con una
sonrisa educada—. Me dices cuál es tu nombre y vivirás, además, te dejaré ir. Tengo
un pequeño mensaje para enviar a Godfrey, de todos modos. Sin embargo, si no
cooperas, te mataré, averiguaré quién eres, y luego iré y atacaré a tu familia. Viendo
que sabes quién soy, confío en que tomaras la opción correcta, sencillo, la opción
número uno. Ahora preguntaré de nuevo, ¿cómo te llamas?
—T-T-T-Tony —solloza, el moco corriendo hacia su boca. Maldito cobarde.
Esto hace que lo que Prescott pasó con la barbilla en alto sea mucho más admirable.
—Escúchame bien, T-T-T-Tony —repito burlonamente, sacando su teléfono
móvil de su bolsillo—. Llama a tu respaldo en la planta baja y diles que necesitas
ayuda para arrastrar nuestros cuerpos hacia abajo. Cuando llegue aquí, vamos a
sentarnos y a discutir su próximo movimiento. ¿Quedó claro? 204
Asiente frenéticamente y sigue mis instrucciones. Tres minutos más tarde, otro
tipo entra.
Negro y alto, y parece que ha visto un fantasma cuando entra en la habitación.
Prescott apunta con su bola antiestrés hacia la esquina donde T-T-T-Tony está
sentado.
—Por favor, siéntate. ¿Te gustaría beber algo? —Sus modales de clase alta
entran en acción y la boca de nuestro nuevo invitado se abre.
Arrastro la daga fuera del muslo del primer chico, lo más lentamente posible
para que duela más de lo necesario, y llevo la daga a la garganta del negro, la hoja
acariciando el pulso en su cuello.
—Sabes que has estado jugando para el equipo perdedor, ¿cierto? —La empujo
en la piel, produciendo una gota de sangre del tamaño de un guisante, antes de retirarla
y admirar la sangre en la punta de la hoja desde todos los ángulos—. La buena noticia
es que todavía puedes reparar tu error.
La daga vuela por la camiseta del chico y la desgarro casi por completo,
dejando que la sangre manche su ropa. Me agacho hasta las piernas y le corto los
pantalones. Luego vuelvo y lo golpeo en el rostro, así parecerá que ha estado en una
pelea. Mientras Tony está todavía desplomado contra la pared, mirando con horror
hacia su muslo herido, mientras sostiene su pierna como si estuviera a punto de huir
y dejarlo atrás en cualquier momento.
—Aquí, eso se ve mejor. Ahora, como dijo la dama, por favor, siéntate. —
Primero lo empujo por cabeza para que tropiece junto a su amigo herido y luego me
agachó.
—Caballeros, licencias para conducir. —Abro mi mano y espero que las
pongan en ella. Estoy empezando a pensar que esto es lo mejor que nos ha ocurrido,
ser descubiertos por dos de los chicos listos de Godfrey. Prescott escribe sus nombres
y dirección en la palma de su mano con una pluma que robamos del motel. Como si
alguna vez fuera a utilizarlos.
—Caleb. —Reviso la cartera del tipo negro, caminando de ida y vuelta en la
diminuta habitación que ahora está llena, con tres hombres adultos y mi chica dentro
de ella—. Veo que eres un papi con bebé. Es linda. Odiaría fastidiarla, ¿sabes? Mira
esa sonrisa. —Le paso la cartera a Prescott. Hay una niña pequeña, de alrededor de
dos años, en una foto detrás del sucio plástico de su cartera. Una grande e inocente
sonrisa adorna su dulce rostro, flores rosas en sus trenzas. Pea chasquea su lengua y 205
sacude su cabeza, siguiéndome el juego.
—Podemos obtener buen dinero si la vendemos del otro lado de la frontera.
Muy linda —concuerda, su rostro impasible. Casi me rio. Preferiría cortar mis
muñecas antes que lastimar a un niño, pero él no lo sabe. Piensa como un idiota. Y
tristemente, una parte de mí, la nueva parte fuera de San Dimas también piensa como
uno.
—¿Qué hay sobre este tipo? —Prescott asiente con su barbilla hacia Tony—.
¿A quién tiene que perder?
—Por favor. —Tony traga—. No.
—Sí —respondo, lanzando la cartera de Caleb hacia las manos de Pea y
revisando el papeleo de Tony—. Sabemos todo sobre ustedes. Pero solo necesitan
saber una cosa acerca de nosotros, para Godfrey y Seb, estamos muertos. Vayan ahí.
Díganles que nos mataron. Lleven nuestra ropa con ustedes. Tomen algo del cabello
de Prescott. Díganles que arrastraron nuestros cuerpos de noche, para evitar atraer la
atención. Háganlos pensar que no están en peligro. Desobedezcan y mataré a todos y
cada uno de sus familiares.
Tony vive en Stockton y a juzgar por el salvapantallas de su teléfono, tiene una
novia. Una a quien no le gustaría ver en un féretro.
—¿Cómo podemos estar seguros de que no nos delataran, de cualquier forma?
—Escucho a Pea interrogar desde detrás de mí. Es una buena pregunta, con una muy
buena respuesta.
—Nos tendrán en el altavoz de su teléfono durante todo el tiempo. Desde el
momento en que sus traseros toquen los asientos de su auto hasta el punto de destino
en la oficina de Godfrey. Intenten y háganle señas a él, garabateen algo o adviertan al
viejo y lo sabré. Iré directamente con sus familias. Tengo las direcciones.
—La orden de Godfrey era de llevarlos con vida —se burla Caleb, frotando su
hinchada mejilla.
—Dimos una buena pelea. Era una situación de vida o muerte. Él preferiría que
estuviéramos muertos a que todavía huyéramos. —Tonterías. Godfrey los matará, son
peso muerto, daño colateral, en el momento en que regresen con las manos vacías.
Pero eso no lo saben.
—¿Estás seguro? —Los brillantes ojos torcidos de Tony miran hacia Prescott,
quien está parada detrás de mí. Ella asiente. 206
—Positivo.
Acompañamos a Tony y a Caleb de regreso a la camioneta y presionamos el
botón de llamar. Escuchamos todo, sentados sobre la cama y escuchando a cada uno
de sus movimientos. Conducen silenciosamente, gruñendo y gimoteando durante todo
el camino. Escuchamos el ruidoso camino y la campana del elevador del edificio de
la oficina de Godfrey, que reconozco, y los escuchamos entregar las noticias que
pusimos en sus bocas.
Nada qué preocuparse.
Nate y Prescott están muertos.
Los cuerpos serán recuperados pronto después que la oscuridad caiga.
—¿Por qué debería creerles? —La voz de Godfrey está plagada de duda. Hay
movimiento en la línea, presumiblemente el sonido de los hombres sacando el mechón
de cabello de Prescott que arrancamos de su cráneo, desde la raíz, simplemente
tuvimos que hacerlo, untado con su propia sangre. Y sé que deben estar mostrándole
una de las pelotas antiestrés y un pedazo de mis vaqueros negros—. Iremos a Martinez
y obtendremos el resto en la noche. No podemos hacerlo a la luz del día.
—Mi gente lo manejara —gruñe God—. Será mejor que no estén mintiendo.
Más lloriqueos.
—Godfrey, nunca lo haríamos.
—Lo sé, porque entonces estarían muertos.
No, idiota. Para el momento en que te des cuenta de que estamos vivos, ellos
ya habrán empacado su mierda y a sus seres queridos y habrán huido de tus garras,
pienso para mí.
La conversación telefónica no termina hasta que se arrastran de vuelta al
agujero de donde salieron, pero no me preocupa que regresen a advertirle a Godfrey.
Puede que sea poderoso, pero no tan poderoso como su amor por sus familias.
Desconectamos la llamada telefónica que nos tuvo en espeso silencio durante horas,
nuestra única forma de comunicación fueron nuestros ojos. En el minuto en que
presiono y la línea se muere, Prescott se vuelve hacia mí, rosa sobre sus mejillas.
—Te lo iba a decir pronto —murmura, mirando sus manos descansando sobre
sus muslos—. Sobre estar en bancarrota. ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Dejarte que
me entregaras con Godfrey?
Sacudo mi cabeza. No es una respuesta, pero es lo único que tendrá en este 207
momento.
Estoy a punto de dirigirme al baño para intentar y terminar esa ducha que
comencé unas horas atrás. Prescott se pone de pie, parándose frente a mí. La evalúo,
mi labio inferior jalando mi superior con frustración.
—Estás en mi camino —advierto.
—Cariño… —Es la primera vez que me llama así y sus ojos avellana son dos
piscinas de miseria. Me ruegan algo. No estoy seguro qué, pero sé que ya es de ella—
. Cuando todo esto terminé, te daré todo lo que me quedé. Me alejaré de ti con nada
más que mi bolso. Te lo prometo, Nate. Solo, por favor, perdóname. No puedo
soportar la idea que me odies.
Ese es otro problema con el que tendré que lidiar. No puedo dejarla irse sin un
centavo. Es una solitaria y hermosa chica en este oscuro mundo y es tan pobre como
mis malditas habilidades sociales. Tendrá que pagar su próxima comida de alguna
manera.
Sé exactamente cómo.
Y nunca dejaría que sucediera.
—A dónde demonios fue todo tu dinero, ¿eh? —La empujo, enojado calor
recorriendo mi cuerpo—. Seguro que eras más que capaz de mantener un ostentoso
apartamento en Danville y la última vez que revise, el negocio del crac no estaba
exactamente en recesión. —Aleja la mirada, avergonzada. Sus ojos echan un vistazo
hacia el exterior a través de la sucia ventada, siguiendo los graciosos movimientos de
una pequeña ave.
—Investigadores privados. —Traga—. Quería descubrir lo que le sucedió a mi
hermano.
—Maldita sea —gruño, frotando mi rostro con mis palmas.
—Todos regresaron con la misma conclusión, o salió del país o está muerto.
Sollozo. Resoplido. Menos tormenta. Más sufrimiento.
Tengo que decirle.
—Mira, no traje el tema a colación hasta ahora porque no pensé que significara
una mierda, pero cuando estaba trabajando en Blackhawk, me topé con tu padre en
una tienda de víveres. Ha estado diciéndole a la gente que tu hermano se fue a la
universidad a la costa este.
Sus cejas se fruncen. 208
—Mi hermano abandonó la preparatoria —me dice y asiento. Eso es lo mismo
que dijo la señora Hathaway. Hay un segundo en que veo a sus ojos destellar con
entendimiento y se da cuenta lo que eso significa.
—Está ocultando algo. —Su mandíbula se tensa. Dejó caer mi frente para
encontrar su pequeña cabeza rubia. Conoce como van las cosas. Los hilos se conectan.
Las piezas se unen. Probablemente no está vivo, y si lo está, no está bien.
—Lo que sea que le sucediera, mi padre sabe.
Tiro suavemente de sus rizos rubios, plantando un beso en su cabeza.
—¿Qué más dijo?
No voy a decirle lo que dijo sobre ella. La forma en que la lastimo… es
diferente. No quiero romperla, no quiero cortar profundo. Solo quiero que su cuerpo
sienta lo que yo siento cuando la veo surgir a la vida en mis manos. No. Provocar
dolor real en ella, del tipo que se queda bajo tu piel, es algo que soy incapaz de hacer.
—Nada —miento—. Lo escuché charlando con un tipo que vestía una corbata
de moño.
—El señor Simpson —jadeo—. ¿Cómo lucía? ¿Mi papá?
—Como un saco de mierda que creó algo hermoso y no sabe cómo cuidar de
él. —La cruda verdad deja mi boca—. Olvídate de él, Cockburn. Es un don nadie.
Pero ¿qué más estás ocultando, Pea? Godfrey dijo algo sobre que tienes un hijo.
Sus ojos se estrechan y da un paso atrás.
—No. —Sacude su cabeza, luchando contra más lágrimas—. No tengo un hijo.
—¿Otra mentira? —Inclino mi cabeza hacia abajo, inspeccionándola. Está
ocultando algo.
—Lo juro, no soy una madre —termina en voz baja, alejando su mirada.
Hago un movimiento, retomando mi misión de la ducha, pero sus manos pasan
por mis abdominales, deteniéndome. Luego va y hace algo completamente irracional.
Me abraza. Me rodea completamente con ambos brazos. No creo que haya sido
abrazado, bueno, ¿nunca? Así que solo me quedo parado, pegado al suelo, sin saber
qué hacer, mis brazos sueltos en los costados de mi cuerpo. Ella me aprieta más fuerte,
enterrando su rostro en mi pecho, el aroma a su champú de coco llegando hasta mi
nariz. 209
—Lo siento. Y completamente entiendo su abandonas el barco. Tienes un
pasaporte falso, tienes el Beatmóvil. Te daré mi dinero. Todo tuyo. Solamente, por
favor… perdóname. Eso fue antes.
Ante que descubriéramos que éramos más que solo fugitivos con la misma lista
de objetivos.
La remuevo de mi cuerpo, manteniéndola a un paso de distancia de mí
sosteniendo sus hombros.
—La jodiste —gruño.
—Lo sé —murmura, pero su mentón está hacia arriba, fuego líquido en sus
ojos. Todavía mi jodida peleadora, lista para romper algunos huesos.
—Pero aquí está la cosa, Pea. —Froto su abierto labio inferior, el que sigue
curándose y abriéndose una y otra vez, antes de plantar un beso sobre su costra seca—
. Eres una mierda de persona. Una mentirosa, una estafadora y una bruja. Eres una
tormenta y quieres herir a quienes te hirieron. Eres mala. ¿Y cuándo te enojas? Eres
incluso peor. Capaz de mentir. De engañar. Incluso, sospecho, de matar. Y te amo.
Estoy sincera, desesperadamente, sin remordimientos, enamorado de tu lamentable
trasero.
Su boca se abre, probablemente porque acabo de hacer una ya de por sí
compleja situación incluso más explosiva, pero continúo, resuelto.
—¿Sabes por qué? Porque lograste hacer que me riera como nadie más lo ha
hecho. Me has hecho sonreír más en tres semanas de lo que he sonreído en todos mis
veintisiete años. Ese es pago suficiente, en mi opinión.
—¿Me amas? —susurra, señalándose a sí misma, incredulidad coloreando cada
rincón de su rostro. Asiento una vez.
—Lo hago. Te amo. —La amo.
—Dilo de nuevo.
—Te amo —digo en voz alta, entendiendo su necesidad de escucharlo.
Sin mamá. Sin papá. Dios sabe dónde está su hermano. Lo necesita. Lo va a
obtener. Le voy a dar todo antes que nos despidamos.
Borro el espacio que creé entre nosotros, lo odiaba de todas maneras.
—Amo a una chica llamada Cockburn —admito—, e incluso más vergonzoso,
amo a una chica llamada Prescott. Te amo, Pea. Te amo, señorita Burlington-Smyth.
¿A quién más? 210
Sus brazos rodean mi cuello, nuestros cuerpos pegándose. Ahí está esa sonrisa.
Esa hermosa y confiada sonrisa que incluso Sebastian no pudo remover con sus puños
y zapatos puntiagudos.
—Estoy segura de que puedes pensar en algunas otras cosas para decirme. Las
palabras son tu habilidad.
—Te amo, trasero caliente. —Tomo su trasero y lo aprieto, hasta que se encoge
con dolor y la libero lentamente, sabiendo que se encoge en el interior cada vez que
la lastimo—. Amo todo acerca de ti. Las pecas besadas por el sol sobre tus hombros
y tu gusto en libros y música y la forma en que te ríes, ese angelical cabello rubio y la
forma en que me dejas lamerte cuando sé que has tenido un largo y estresante día.
Se ríe, pero su rostro se retuerce con agonía. Ya sea que no salgamos de esta
mierda vivos, o lo hagamos, iremos por caminos separados. No puedo quedarme en
el país y ella no tiene nada que hacer en México. Además, la conozco para este
momento. Intentará y encontrará a su hermano, cavará hasta que la verdad la golpeé
en su hermoso rostro con una maldita pala.
Sus manos recorren mi pecho y cuando mira arriba, sus ojos son amenazantes.
—Echo de menos la sensación de tu pene llenando cada espacio en mi cuerpo
—admite.
—Él también te extraña —jadeo, tirando de ella hacia la cama y poniéndola
encima de mi regazo. Se sienta encima de mí como si fuera su padre y ella una niña
tímida, pero mis planes para ella son del tipo de mierda que los niños menores de
dieciocho no se supone que vean.
—Tal vez sea momento de que él y yo nos reunamos de nuevo. Liberar parte
de esa tensión. Esta noche es una gran noche.
Ella menea sus cejas. Acaricio mi pene.
—Muéstrame lo que tienes.
—Prepararte para sorprenderte, señor Delaware. —Su voz ronca se arrastra
hacia abajo, besando su camino desde mi garganta a mi pecho. Se detiene con sus
labios en mi cuello y me empuja hacia atrás, hasta que estoy acostado, entonces
continúa su viaje hacia el sur.
—Simplemente no chupes a Delaware junior. Eres terrible dando mamadas —
advierto cuando desabrocha mis jeans. ¿A quién le estoy mintiendo? Me muero por
esos labios encontrando mi pene de nuevo. 211
Mis jeans son arrojados a un lado y ella llena mi ingle de húmedos besos
hambrientos, sus ojos cerrados, y se ve afligida. No es el tipo de dolor que quiero que
tenga; no del tipo que puedo controlar.
Juego con su cabello, admirando la vista bajo mi pecho. No deja de besar la
carne hinchada de mi pene, arrastrando su lengua y tratándolo como una piruleta. Esto
es realmente muy bueno.
—Me encanta tu monstruosa polla —suspira y gime, dejando caer su cabeza
sobre la almohada plana. Su mano serpentea debajo de mí, y acaricia mi ano con un
dedo mientras masajea mis pelotas con el pulgar. Mierda.
—En realidad, me encanta toda esta área.
—Piensa mucho en ti, también —aseguro. Su boca encuentra mis pelotas.
Estoy tan excitado que la podría cegar con una inyección de esperma. Pasa un minuto
más o menos chupándolas, lamiendo lentamente, haciendo cosquillas, creando una
tensión que está pidiendo la liberación, antes de que eso suceda, tiro de ella y la lanzó
agresivamente, golpeando su espalda contra el colchón.
—Me encanta cuando eres bruto conmigo —continúa, pero la hago callar con
un beso—. Me recuerda a Beat. Con él me gustaría tener sexo esta noche.
Echo la cabeza hacia atrás y rio. Le daré lo que quiere si desea a Beat. Caray,
como que le echo de menos también. Él me liberó de un rostro que ha sido una
distracción y me ha objetivado como si fuera un jodido Conejito Playboy durante
años. Me apoyo sobre un codo y paso mi brazo hacia su mochila en la mesita de noche,
sacando la máscara.
—¿Estás segura de eso? Nate estaba de humor para sexo lento y divertido. Beat
es un hijo de puta enojado.
Ella asiente.
—Tiene buenas razones para estarlo. No lo dejas salir demasiado a menudo.
Dile que quiero que me destruya.
—Mensaje recibido.
Oigo el chasquido del caucho contra mi cráneo mientras me pongo la máscara
y la dispongo de forma que mis ojos miran los suyos a través de los agujeros
minúsculos. Se enrosca sobre sí misma, viéndose asustada de la mejor manera posible.
Ruedo un condón con una mano y tiro de su cabello para hacer que se levante
con la otra. Mi voz, que siempre es seca y grave, pero que es algo indulgente cuando
se dirige a Pea, se convierte en algo bestial. 212
—¿Estás asustada?
—Sí —dice sin aliento.
—Bueno. Al menos tus instintos están todavía bajo control.
La arrastro por su cabello hasta que cae al suelo, con sus rodillas golpeando la
madera con un fuerte golpe. Estoy por encima de ella, mi erección en su rostro. Gime
de dolor, frotándose las piernas lesionadas y mirándome para obtener más
instrucciones.
—Quítate el vestido. Sin ponerte de pie.
Se lo quita rápidamente, con sus ojos todavía fijos en el suelo, demasiado
ajustada como para mirar hacia arriba.
—Ahora arrastrarte hacia la ventana y siéntate sobre tu culo desnudo en el
alféizar. Frente a mí.
Ella comienza a gatear seductoramente, rodando sus caderas, un rastro de
humedad brillando hacia mí entre sus muslos. Su coño ya está salpicado con un poco
de vello que ha vuelto a crecer. Pateo su culo con un gruñido.
—Más rápido, Club de Campo. Tenemos asuntos que atender.
Para cuando me espera con sus piernas abiertas, sentada en el alféizar de la
ventana, con su cuerpo desnudo apretado contra el cristal, con todo el puto vecindario
mirando su blanco y lechoso culo, estoy a punto de reventar. El rosa de su coño se
asoma para mí recatadamente entre su parche rubio oscuro. Voy hacia ella,
completamente desnudo a excepción de mi máscara. Con cada paso que doy, se
encoge en una versión más pequeña de sí misma. Petrificada. Me encanta eso. Giro
mi cuello y mis dedos como si estuviera preparándome para una pelea. Cuando estoy
a unos centímetros de ella, me detengo.
—En serio hiciste un número en mí, ¿verdad, Cuchara de Plata?
Su mirada se desplaza hacia arriba y su barbilla sobresale.
—Por favor, hazme daño.
Le permito un pequeño momento de silencio y anticipación, y luego lo hago.
Golpeo mi pene enfundado entre sus muslos, finalmente sintiéndome de nuevo
en casa, y abofeteo su culo con un golpe que suena como un grito.
Tiempo. 213
Me gustaría que se congelara en este momento para poder tenerla así para
siempre. Nada en el mundo estará jamás a la altura de este momento. La follo contra
la ventana y miro a través de la cortina de su suave cabello como gime el nombre de
Beat una y otra y otra vez, hundiendo mis dedos sucios en su culo. Hay una pequeña
multitud formándose bajo nuestra ventana, unos hombres mexicanos regresando de
su día de trabajo y dos adolescentes negros. Uno de ellos se mete la mano dentro de
sus pantalones cuando vislumbra a mi chica rodando su cabeza hacia un lado, dejando
al descubierto sus labios de color rosa y sus largas pestañas tras su cabello largo y
pálido. Con cada empuje ella golpea contra la ventana, su piel sedosa presionándose
contra ella para que todos puedan verla y admirarla.
—Beat —grita, tocando la máscara, y siento mi semen haciendo su camino
hasta la punta de mi pene. Golpeo sus manos y utilizo la base de la palma de mi mano
para golpear su cabeza contra la ventana como una advertencia.
—No tocar.
—Pero, Beat —suspira de nuevo, un poco frustrada, su coño apretándose a mi
alrededor en un abrazo mortal. Está a punto de explotar sobre mi pene. Pea se revuelve
y mueve, rodando sus caderas frenéticamente, sus muslos internos mojados y
goteando con su deseo por la parte de mí a la que sea que está llamando. Ninguno de
los dos responde—. Tráeme a Nate de nuevo —suplica y muerde mi piel, intentando
quitarme la máscara de mi cara, pero no se lo permito. Todo intento de sacar la
máscara es recompensado con un fuerte azote. Ella se corre con fuerza, apretándose
con una fuerza que casi atrapa mi pene en su vagina—. Tengo que decirle algo
importante a Nate. —Su boca casi gotea de éxtasis.
Espero a que nuestras liberaciones disminuyan, lanzo otro vistazo a nuestra
audiencia y la aparto de la ventana. Tropieza en mi pecho y finalmente me saca la
máscara, casi rasgando la goma en el proceso.
—¿Nate? —Su incertidumbre casi me hace reír.
Estoy empapado en sudor y felicidad, pero sé que necesito meter mi culo en
esta ducha y salir de esta habitación antes de que la policía nos meta en la cárcel por
exhibicionismo. ¿No sería irónico?
—¿Sí?
La sorpresa llena su rostro, sus cejas frunciéndose.
—Te amo. Todo de ti. Tu rostro perfecto. Tu alma bella. Tus acciones feas.
—Dilo —exijo, recogiendo su cabello en una cola de caballo que dejo suelta 214
por encima de su hombro izquierdo—. De nuevo.
Sin madre. Sin padre. Sin hermanos. Lo necesito. Lo estoy consiguiendo. Voy
a tomar todo lo que esté dispuesta a darme antes de decir adiós.
—Te amo, Nate Vela. Y me asusta mucho. ¿Por qué tienes que ir y robar mi
corazón así?
No le contesto con palabras. No harán justicia a lo que tengo que decir. Beso
sus dulces labios que solo empiezan a cicatrizar tras abrirse de nuevo ayer. Un beso
profundo que no es en absoluto sexual. No diría que es romántico o suave, tampoco.
Pero es íntimo. Perezoso. Contenido. Feliz. Y tiene nuestros nombres en él.
La meto en el baño conmigo, y después de una rápida ducha juntos, estamos
fuera de la habitación y volvemos a la carretera. Todavía tenemos un par de horas que
quemar hasta la hora del espectáculo, pero no vamos a pasarlas como patos sentados
en el apartamento donde la gente de Godfrey nos encontró y un montón de hijos de
puta calientes nos observaban tener relaciones sexuales. Aparco fuera de un
Walgreens y Pea entra trotando a comprar algunas cosas para nuestra operación de
esta noche. Las puertas automáticas se la tragan, pero todavía pueden ver ese brillante
minivestido rojo mientras camina arriba y abajo por los pasillos.
Mientras la miro a través de los cristales tintados, trazo un plan. Algo que nos
ayude a salir de las arenas movedizas donde nos estamos ahogando. Va a ser aún más
difícil enfrentarme a mí mismo después hacerlo, pero tengo que hacer lo que pueda
para asegurarme de que tenemos la mejor oportunidad de conseguir salir de esta
mierda con vida. Cuando Pea termina de conseguir las jeringas y el quitaesmalte de
uñas, camina hacia fuera del Walgreens y entra al almacén vecino de todo a un dólar.
Golpeo el volante y la maldigo en silencio por hacer una parada sobre la que no me
informó.
Piensan que estamos muertos. Nadie sabe lo que estamos haciendo, sigo
recordándome. Pero no lo sé a ciencia cierta. Queriendo alejar mis nervios, agarro la
mochila que se dejó aquí para buscar mi chicle con sabor a melocotón. Lo encuentro
enterrado en el fondo de su bolso, junto con algo más que ni siquiera sabía que existía
todavía. Algo que olvidé incluso que tenía.
Saco mi cuaderno rojo y lo miro fijamente, moviéndolo en mis manos como si
fuera una especie de jodida varita mágica. Mi diario de prisión. Mis palabras. Ella
siempre dice que son tan bonitas, pero estas son mis palabras feas, a las que ella no
debería ser expuesta.
¿Lo ha leído? Por supuesto que lo ha leído. Maldita sea. Sabe mi historia de
principio a fin. Las partes horribles y las partes dolorosas. Mi mandíbula se aprieta 215
con tanta fuerza que casi se desencaja y se sale de mi boca. Ni siquiera noto cuando
entra de nuevo en el auto, cayendo en su asiento con un ataque de salvaje risa juvenil.
Las risas se apagan rápidamente cuando ve el diario en mi mano.
—Mierda. —Traga pesado, girando todo su cuerpo hacia el mío. No la miro.
Todavía estoy mirando mi viejo diario. Violado no es la palabra correcta para lo que
siento. Caído en desgracia se acerca, pero todavía no está cerca.
Agarra de la manija de la puerta, lista para huir, pero aprieto mis dedos en su
muslo.
—Cinco segundos para explicarte. Es mejor que sea bueno.
—Lo siento, lo tomé sin tu permiso. Lo metí en mi vestido cuando me sacaste
del sótano antes de que…
Antes de que follásemos como animales. Ella lo sabía todo sobre mí. Y todavía
quería hacerlo.
La amo.
—No se sentía bien dejar una parte de ti atrás en ese lugar horrible. Tus
palabras merecen la libertad, no estar en ese sótano sucio. Además… —duda.
—¿Además?
—Ese diario rojo me hizo enamorarme de ti —finaliza.
Pasan unos segundos antes de que le dé el cuaderno y mueva mi barbilla hacia
las bolsas de nylon que está sosteniendo.
—¿Tienes todo? —Asiente.
—¿Puedo quedarme tu diario cuando terminemos? Ibas a dejarlo atrás de todos
modos, y quiero llevar tus palabras conmigo donde quiera que vaya —dice en voz
baja, sin mirarme a los ojos.
—Quédate lo que quieras. —Me froto el rostro con frustración antes de mirar
lejos. Lo digo en serio también. Si ella quisiera mis pelotas, se las entregaría en un
segundo. Pero hombre, es difícil hablar sobre el día en que nos separemos—. Solo
mantenlo seguro.
—Es tuyo. Por supuesto que lo mantendré seguro —dice. Le creo.
En muchos sentidos, ella ya me ha salvado.

216
C
uando cae la noche, nuestra vigilancia se pone en marcha.
No nos sorprendió que Seb llegara al club vestido con un
elegante traje a cuadros gris y rojo, acompañado por dos
guardaespaldas.
Sebastian puede creer que estamos muertos, pero sabe que todavía hay una 217
posibilidad de que estemos tras él. ¿Y él? Está detrás de chicos jóvenes. El sexo es un
impulso tan poderoso como la venganza. Esta noche, él lo descubrirá.
Estamos sentamos en el interior de un Tacoma blanco que Nate robó más
temprano esta noche. Dijo que Seb podría reconocer el Beatmóvil y, además, echaba
de menos a Stella. Hicimos una parada en Oakland Oeste, donde se dirigió a un
callejón, arrancó una antena de uno de los vehículos estacionados, la metió en un
espacio en la puerta y sin esfuerzo golpeó el botón de desbloqueo.
—Parece que eres un experto cuando se trata de entrar en autos —dije con un
desdén silencioso cuando se metió en el asiento del conductor.
—Síp, bueno, tú no parecías fuera de tu elemento cuando irrumpiste en tu
apartamento. —Touché.
Miramos a Sebastian pasar sin dificultades las puertas de Think Pink, un club
nocturno gay justo en la curva de Mission Street, sin siquiera encontrarse cara a cara
con el gorila. Reconozco a los dos músculos que me sacaron de ese callejón de
Oakland la noche en que me encontró y me entregó a Nate.
No me siento mal de herir a sus soldados, ellos no derramaron una lágrima
cuando me entregaron al pabellón de los condenados a muerte, pero espero que Seb
no salga de aquí con una inocente y desprevenida aventura de una noche. Eso sería
una complicación que no necesitamos ahora.
Junto a mí, Nate está sacudiendo un encendedor distraídamente, moviendo su
mandíbula de lado a lado mientras mastica su chicle sabor melocotón. El fuego
engullido por sus enormes palmas está bailando sobre sus irises, revelando la paz
completa detrás de ellos.
No se ve como material de novio en este momento, a pesar de su buena
apariencia.
Ni siquiera se parece a Beat, el aterrador hombre enmascarado que toma
violentamente, pero con consentimiento.
Parece… un asesino
Y Godfrey le habló de mi hijo. Él sabe.
—¿Por qué no estás nervioso? —pregunto, moviéndome con incomodidad que
no tiene nada que ver con el pequeño espacio que compartimos y mirando la entrada
del club religiosamente. No podemos permitirnos perder a Seb. Con pocos medios y
apenas alguna información, esta noche es nuestra única oportunidad.
Nate se encoge de hombros, rodando su goma de mascar con la lengua. Tan 218
sereno. Tan repugnantemente sereno.
—Viola a hombres jóvenes. Tomó un pedazo del alma de mi chica. Es un tipo
malo y merece morir.
—¿Somos buenas personas? —Trago visiblemente, ignorando su observación
de que soy su chica. No puedo permitirme ahogarme en fantasías ahora mismo.
—Somos mejores que buenos. —Muestra una sonrisa que no llega a sus ojos—
. Somos justos.
Tres horas después de que entrara, Sebastian deja el club nocturno con sus dos
guardaespaldas detrás, sin un compañero masculino inocente. Mis palmas están
sudorosas. He estado limpiándolas constantemente sobre mis muslos desnudos.
¿Quién diablos aparece en un vestido para matar a alguien, de todos modos? Apuesto
a que hay un código de vestimenta razonable para este tipo de ocasiones. Bueno, al
menos es rojo, así que tengo la parte de la sangre cubierta.
Seb y sus hombres desaparecen en un llamativo Cadillac plateado y salen de la
ciudad y entran en el patio de juegos donde todo, tanto malo como bueno, sucede. La
Bahía Este.
Los seguimos en silencio, con cuidado de tener al menos dos autos entre
nosotros en todo momento. Nate está usando su sudadera con capucha y yo estoy
usando una gorra de los Raider. Por suerte, es sábado por la noche y las carreteras
están bastante concurridas, a pesar de la hora tardía.
El Cadillac se detiene frente a un edificio de apartamentos en Dublín, no muy
diferente del que yo vivía hace unas semanas. Seb sale del auto, y es casi demasiado
bueno para ser verdad, estoy literalmente frotando mis ojos con asombro, cuando lo
veo saludando velozmente a sus guardaespaldas antes de desaparecer a través de las
puertas de la recepción.
Jesucristo, ni siquiera están vigilando su apartamento desde adentro. Los está
dejando allí, en la calle, sentados en su auto, en el caso improbable de que
aparezcamos. El conductor dobla los brazos sobre su pecho y cierra los ojos, mientras
que el hombre en el asiento del pasajero saca un iPhone, jugando un juego, la pantalla
resplandeciente resaltando su nariz rota y una mandíbula de la forma de una roca.
Mi mirada se encuentra con la de Nate, y él ya está sonriendo de oreja a oreja.
Un golpe de suerte que cayó desde el cielo y justo en nuestros regazos.
Esperamos unos minutos más, mirando hacia arriba, observando la luz en el
segundo piso del edificio cuando se enciende. Nate desliza el auto más allá del cruce 219
de peatones, asegurándose de que hay una ruta de escape fácil en caso de que
necesitemos hacer un movimiento rápido, y una vez que el motor está apagado, se
vuelve hacia mí, agarrando mis hombros para que lo enfrente.
—¿Segura que quieres hacer esto? No te lo reprocharé si te acobardas. No hay
vergüenza en cambiar de opinión, Pastelito.
Bufo, sacudiendo la cabeza. Estos hombres van a caer. Le agradezco que me
diera una oportunidad de retroceder, pero quería matarlos antes de que él, y su polla
dorada, entraran en mi vida.
—Estoy bien —digo.
Se inclina hacia delante, agarrándome por la nuca y colocando un beso encima
de mi cabeza.
—No eres buena, eres la mejor.
Sacando las jeringas de la bolsa de Walgreens y la lata con las drogas, mezclo
un cóctel mortal de cocaína y removedor de esmalte de uñas, mezclándolos en algo
que dejará a sus guardaespaldas pidiendo su muerte. Conozco este crac en polvo, y
está lleno de los peores ingredientes que el mercado tiene para ofrecer. Si el amoníaco
y el veneno de rata directamente en las venas no los mata, el removedor de esmalte de
uñas terminará el trabajo.
Todo lo que necesito hacer es asegurarme de golpear el lugar correcto. Pero los
años de tratar con drogadictos que recurrían a clavar agujas en sus pies y genitales me
hizo un poco experta en anatomía humana cuando se trata de dónde clavar una aguja,
incluso en situaciones de batalla.
Deslizándose primero del auto, Nate, vestido con su máscara y sudadera con
capucha, camina en dirección al auto de ellos, con las manos metidas en los bolsillos.
Cuando se detiene frente a la ventana del conductor, la golpea con los nudillos
enguantados. Miro desde el Tacoma cuando la ventana rueda hacia abajo y una mano
carnosa danza en su dirección, intentando apuñalarlo en el estómago con un objeto
punzante. Esquiva elegantemente el cuchillo y tira el brazo del chico por la ventana,
rompiéndolo contra la puerta con un sonido que me hace tragar un nudo de vómito.
El brazo oscila ligeramente. La máscara de Nate se levanta y sus ojos se clavan en mí.
Es mi señal. Abro mi puerta y corro en su dirección, apretando las jeringuillas en un
apretón de muerte. Asiente con la cabeza hacia el hombre armado fracturado, y meto
una aguja en una agradable vena azul en su cuello. Nate ya está tratando con el chico
Candy Crush, que tuvo tiempo para rodear el auto con una pistola en la cintura, una
pistola a la que se aferra, pero no saca. Disparar a alguien en Main Street no es una 220
idea estelar. Incluso él lo sabe.
—Baja el arma. —Oigo el bajo gruñido goteando autoridad de Nate y de
inmediato llego a la deprimente comprensión de que necesitaba a alguien como él
todo este tiempo. Si él hubiera estado a mi lado cuando traté de derribar a mis
enemigos por primera vez, ya estarían desaparecidos—. La chica detrás de mí tiene
dos Magnum, y no dudará en hacer queso suizo de tu culo fofo si me apuntas con esa
mierda. Levanta tu manga y dame tu brazo.
—¿Y por qué demonios haría eso? —El hombre musculoso entra en pánico,
agitando la pistola en el aire, pero hacia nadie en particular—. ¿Para qué necesitan mi
brazo?
—Pastelito. —Nate me indica que me acerque. El tipo del brazo roto babea
espuma de su boca, teniendo arcadas a medida que mi cóctel mortal llena su torrente
sanguíneo con veneno puro, pero Candy Crush no puede verlo, dado que la parte
superior del cuerpo de su amigo está derramándose de la ventana en la dirección
contraria. Acorto la distancia con Nate y el tipo musculoso armado—. Dile al hombre
por qué necesitas su brazo.
—Así puedo envenenarte. —Sonrío. El tipo se da la vuelta e intenta echar a
correr hacia el edificio, pero Nate engancha sus dedos en la parte trasera del cuello de
su camiseta y lo gira sin esfuerzo en un callejón lateral detrás de un restaurante.
Hombre Musculoso es azotado contra un contenedor de basura y se estrella contra el
piso. Nate recoge su pistola y descarga el revólver, arrojando el arma en la basura.
Podríamos haber usado esa pistola.
Sé que las pistolas son para los cobardes, pero ¿qué demonios se cree que tengo
entre mis piernas, un In-N-Out Burger?
—Dame las llaves del departamento —le ladra Nate al guardaespaldas de Seb,
su voz inusitadamente alta.
—No las tengo.
Patada al estómago. Tipo Musculoso rueda en posición fetal, haciendo una
mueca y abrazándose el estómago. Nate lo levanta, abre la pesada tapa del contenedor
y le empuja la cara dentro. Las extremidades del hombre están sacudiéndose. No
puede respirar. Alzando la tapa, Nate lo alza del cabello y el hombre jadea, tragando
el oxígeno.
—Llaves, imbécil. No me hagas tener que revisarte.
221
—¡No tengo las llaves de su casa!
Otra patada, esta vez directo al rostro. Sangre. Sangre y polvo por todas partes.
La esencia de su vida escurriéndose me hace tener arcadas y temblar, pero por fuera,
estoy apoyando un hombro contra la pared, cruzada de brazos y riendo.
Este tipo ni siquiera se estremeció cuando Seb me secuestró de Oakland Street.
—¿Quieres saber lo que se siente cuando tus órganos explotan desde el
interior? Está a punto de pasar.
—¡Te lo dije! No tengo…
Otra patada, ésta a su espalda, pero no grita ni se retuerce esta vez, lo que me
hace poner una mano en la espalda de Nate. La paz puede ser violenta. He aprendido
eso de mi corto tiempo con él.
—Nene, el tiempo se está acabando. No vale la pena matarlo. Vamos.
Mi amante se agacha y mira a través de los vaqueros del hombre para si tiene
la llave. No la tiene. Creo que el hombre está desmayado o muerto, pero no nos
molestamos en comprobarlo cuando nos dirigimos de regreso a la calle principal.
Esperamos pacientemente detrás de una planta enorme decorando la entrada
del edificio, y una vez que un hombre ebrio en traje usa la pantalla táctil del teclado y
empuja la puerta principal, forzamos nuestra entrada, empujándolo en el interior.
Entramos a un vestíbulo que probablemente está conectado a un montón de cámaras.
No importa, nuestras caras están cubiertas hasta nuestros cuellos. Mi máscara de
Frankenstein no es para nada atractiva, pero cumple su propósito.
—¿Qué demo…? —El tipo de traje se tropieza en su camino más allá de los
sofás afelpados hacia los ascensores, y lo seguimos, Nate sosteniendo el centro de su
camisa de vestir como si fuera un perro con correa, apretando el botón del ascensor
con su dedo enguantado.
—Buenas noches, señor. —La voz de Nate es alegre como su máscara de Guy
Fawkes—. ¿La ha pasado bien esta noche?
El tipo lo mira fijamente con ojos como dos brillantes lunas y asiente
lentamente, sin prestarme atención. A pesar de mi aterradora máscara, todavía puedes
notar que soy pequeña y curvilínea, y una mujer.
Las puertas plateadas se abren y los tres entramos al ascensor, Nate todavía
sosteniendo al pobre hombre de la camisa.
—¿Piso? —pregunta amablemente. 222
—Dos. —La garganta del hombre sube y baja y nuestras máscaras se giran
hacia el otro en una celebración silenciosa.
—Es exactamente a donde nos dirigimos. ¿En qué departamento vive Sebastian
Goddard?
Los labios del tipo están fruncidos. Está mirando a la máscara de Beat con
miedo, atenuado por la sospecha.
—Mira —comienza—. No quiero problemas…
El ascensor vuelve a sonar, y Nate lo empuja en el pasillo del segundo piso con
un firme empujón.
—Te creo. Razón por la cual deberías comenzar a cantar en este momento.
¿Número del departamento?
—Pero…
—Nombre, niño.
—No lo sé. —El hombre exhala. Está mintiendo. Es ese tic en sus labios que
lo delata. La unidad habitacional es pequeña, y no hay más de diez departamentos en
cada piso.
—Intentemos de nuevo. —Nate arroja la espalda del hombre contra la pared,
lo bastante fuerte para romper un hueso o dos—. Esta vez, usaremos una cosita
llamada honestidad, ¿de acuerdo? Ten en cuenta que es tarde, y mi compañera tiene
toque de queda. Debería estar en mi cama en aproximadamente cuarenta minutos, y
cada minuto que estoy aquí, hablando contigo en lugar de follarla, es un terrible
inconveniente para ambos.
Me ruborizo y aprieto los muslos.
—Muéstrame la puerta de Sebastian Goddard. Ahora.
Esta vez, Nate acompaña su pedido con un puñetazo en la nariz del tipo, y su
cabeza encuentra una pintura con una lámina de cristal detrás de él. El marco se
rompe, lloviendo vidrio por toda la cara del hombre. Nate tiene que sacarlo tirando de
su corto y húmedo cabello.
—Está bien. Está bien. ¡Bien! Es el departamento 34. Ahora, por favor, solo
por favor, déjenme ir.
—Con gusto. Incluso te acompañaremos a tu casa. 223
El tipo mira entre Nate y yo como si esto fuera una terrible conspiración. Sin
embargo, Nate lo lleva a la esquina más alejada del pasillo, pasando a toda prisa por
el apartamento 34. Cuando me fijo en el número, el corazón me late tan fuerte contra
el pecho que me duelen las costillas. El tipo mira entre nosotros y su puerta, suspira y
saca las llaves, empujando la puerta entreabierta. Nate entra en su apartamento y yo
le sigo.
¿Qué está haciendo?
¿A dónde va a llevar esto?
Ya tenemos el número de departamento de Seb, ¿por qué sigue hostigando al
pobre hombre?
Nate camina alrededor de la sala, su puño todavía aferrado a la tela del cuello
del hombre.
—Bonito lugar. —Empuja al hombre hasta sentarse en el suelo bajo el
fregadero de la cocina y aprieta sus muñecas contra uno de los picaportes del gabinete.
Lo siguiente que hace es tomar la tela negra que usó para esposarme de su bolsillo
trasero y envolver los brazos del hombre tirantemente contra las puertas. Tan fuerte,
de hecho, que el hombre hace una mueca y sacude la cabeza de lado a lado,
conteniendo las lágrimas.
—Oh, mierda, oh, no —maldice el hombre, y Nate niega con la cabeza y me
echa un vistazo desde detrás de su hombro.
—Solo para dejarlo claro, fue mucho más divertido esposarte a ti, Pastelito.
Le muestro el dedo a Nate y se ríe. Amo tanto a este hombre, la necesidad de
estar cerca de él me abruma. Tan perfecto. Tan imperfecto. Irónicamente, en maneras
muy similares.
Nate se agacha, mete su mano en el bolsillo del tipo y saca su celular,
arrojándolo lejos. Este aterriza en el suelo en el lado opuesto de la sala con un golpe.
—Lo siento, amigo. No es personal. Pareces un buen chico, pero mira, no
podemos arriesgarnos a que llames a la policía. Gracias por tu cooperación y ten una
maravillosa semana. Y déjame ahorrarte la culpa… lo habríamos descubierto con o
son tu ayuda. Así que no pases un minuto pensando que fuiste responsable por la
muerte del señor Goddard. —Palmea la mejilla del trajeado un poco—. Que duermas
bien.
Nate se pone de pie, rodea mi hombro con su brazo y me lleva fuera del 224
departamento. Cerramos la puerta silenciosamente y salimos al pasillo. Cuando
llegamos a la puerta de Sebastian, sosteniéndonos de las manos, nuestros cuerpos
inhalan profundamente en perfecta armonía.
Está sucediendo. Recuperaré esa parte de mi alma.
—Es mío —susurro, más para mí que para él.
—Es tuyo —susurra Nate—. Yo también lo soy. Así como todo en este maldito
mundo, siempre y cuando esté a tu lado. Te amo, Tormenta.
—Te amo, Paz. —Mi corazón se abruma con emoción, fluyendo en oleadas
peligrosas. Es como sentir un orgasmo emocional, y alejo mis lágrimas con un
parpadeo. Cuando abro los ojos, Nate suelta mi mano, da un paso atrás, ganando
impulso, y patea la puerta con un fuerte golpe que llena el pasillo con ruido y mi
estómago con miedo.
—Sorpresa, hijo de puta —anuncia la máscara de Beat en el aire frío y débil
del apartamento de Sebastian Goddard—. ¿Adivina qué? Estamos vivos, bueno, y
jodidamente enojados.
Es hora del espectáculo.
La sala de Sebastian parece una sala psiquiátrica. Las paredes están muy
acolchadas, debido a su incapacidad para soportar el sonido de la vida. Los muebles,
el sofá, las pinturas e incluso el televisor son blancos. Todo es hueco, vacío y blanco.
Colocados ordenada y obsesivamente en líneas rectas. Nada está fuera de lugar y todo
tiene un propósito.
Nate se mueve suavemente hacia el dormitorio al final del pasillo.
Nuevamente, me encuentro siguiéndolo, pateándome mentalmente por pensar que
podría haberlo hecho yo sola.
Nate patea la puerta de la habitación de Seb para encontrarlo en pie, el arma en
su mano y cargándola con balas. Sus dedos temblorosos le fallan. Está usando bóxer
y una camisa blanca de vestir. Iba a dormir bien esta noche, pensando que estaba a
salvo. Me hace odiarlo aún más.
225
No he dormido bien en años. No desde lo que me hicieron.
Beat se precipita a su lado y le lanza un gancho directo a la mandíbula,
aturdiéndolo con el impacto de su fuerza. Sebastian tropieza y aterriza con la espalda
contra el armazón de la cama, su culo golpea el piso alfombrado. El arma cae y me
apresuro a tomarla y llenar el revólver con besos que me gustaría plantar en su piel,
como el que dejó en mi frente antes de decirnos adiós la última vez que nos vimos.
—¿Cómo…? —comienza, sin estar muy seguro de lo que está pasando.
—Busca, y encontrarás —explica Nate—. Te encontramos, hijo de puta.
—Se supone que están muertos —susurra.
—Sí, bueno —digo encogiéndome de hombros—, matarte sonaba mejor.
Mi idea de diversión es matar a todos.
—Recuerda lo que dijimos, Pastelito. Las armas son para los maricas. Solo
Seb, Godfrey y los otros como él las utilizan —me recuerda Nate, casualmente
tomando a Seb por el cuello. Sebastian ruge de dolor, de la misma manera que me
contuve cuando me lastimó hace menos de un mes. El hombre que amo lo saca de su
habitación con su control.
—Grita, y te cortaré las bolas y te dejaré desangrar mientras te amordazan.
Cállate, y deja que mi chica decida cómo quiere terminar contigo —canturrea Nate.
—Tu chica —escupe Seb—. Oh, Diabla. Siempre follando tu camino hacia
más drama.
—Y te encanta ver —le digo, todavía sosteniendo su arma cerca de mi muslo.
Todos nos dirigimos a la sala acolchada, donde el ruido es tragado por dentro y por
fuera.
—Ah, los hombres y su amor por los coños peligrosos —resopla Seb—. No
me sorprende que prefiera las pollas. Menos molestias.
Beat presiona la cara de Sebastian en el cuadro con la imagen más cercana, y
el golpe es tan intenso que, Seb casi se estrella contra la pared opuesta. Su rostro está
lleno de pequeños fragmentos de vidrio asomando en su piel.
—Oops. Al menos no gritaste como una perra esta vez. Buen perro.
Nate arroja a Sebastian al sofá y se arrodilla, para que esté a la altura de los
ojos detrás de la máscara.
—¿Sabes, Seb? De todas las cosas que hiciste en prisión, de todos los chicos
que violaste, la gente que estafaste, los asesinatos que tramaste, hay una cosa que 226
sobresale para mí. —Su voz es muy tranquila. Tan ligera. Él es mi paz, y tenerlo en
este momento asegura que no me deje arrastrar a una tempestad de miedo y dolor—.
Viste a mi chica ser violada —terminó Nate—. Y te masturbaste con ello.
Los pequeños y brillantes ojos de Seb viajan hasta encontrarse con los míos.
Cuando nuestras miradas se encuentran, él usa la fuerza que tiene para soltar una
sonrisa satisfecha.
—Fue jodidamente fantástico. Verlos lanzándola como una pelota de fútbol.
Padre e hijo. Pase tras pase tras pase. Patada tras patada tras patada.
Mi estómago se revuelve. Me balanceo ligeramente, sintiéndome mareada por
la humillación.
—No hay nada más erótico que ver una pequeña alma rompiéndose. —Su
soñadora sonrisa oculta su estado físico—. ¿Sabes? A veces ni siquiera estoy seguro
de si soy homosexual. Quizás no lo soy. Si no son jóvenes y lo desean, pierdo interés.
Pero ella…. —Sus ojos me recorren de una manera que me da ganas de abrazarme—
. Era una niña débil cuando llegó a nosotros, y mírala ahora. Un monstruo. Diabla.
Estoy orgulloso.
El puño de Nate aterriza en el rostro de Seb, clavándolo en la parte posterior
del sofá con un ruido sordo. Los fragmentos se entierran más profundo en su carne.
—¡Estúpido!
El rostro de Seb se balancea hacia atrás con una sonrisa sangrienta.
—Creo que la mejor parte fue cuando sangró. De su coño. De su culo. De su
boca. Dios, fue hermoso mirarlo. Los ricos y malcriados se volvieron pobres y rotos.
Otro golpe sigue, y esta vez oigo la nariz de Seb romperse. Él grita, luego gime,
luego se balancea, con mareos y desorientación, pero inquietantemente feliz. Él me
mira, inclinando la cabeza de lado, aparentemente sin inmutarse por el espeso charco
de sangre que se extiende sobre su alfombra blanca. No puedo detener las lágrimas.
Dejaría cualquier cosa para que se calle.
—¿Sabe que quedaste embarazada? —pregunta Seb, y mi visión se nubla con
espesa negrura—. ¿Qué tuvimos que interrumpir el embarazo para no tener ninguna
zorra más que cuidar?
Mis rodillas se vuelven de arena y siento que la mirada de Nate gira lentamente
en mi dirección. Levanto la mano que sostiene el arma de Seb hacia su cara, pero
estoy temblando. Temblando tanto, que temo que será Nate a quien termine
disparando.
227
—¿Pea? —Escucho su voz, y por primera vez, no es tan pacífica. Da miedo.
Nervios. Es una pesadilla.
Niego con la cabeza, tomando consuelo en el hecho de que las lágrimas son
invisibles bajo mi máscara de Frankenstein.
—Aléjate —ordeno. Él hace lo que le digo, todavía mirándome. Sé que dijo
que las armas son para maricas, pero tal vez soy una marica. Seb lo llevó demasiado
lejos. No. No le dije a Nate que me quedé embarazada cuando uno de estos gilipollas,
el infierno sabe si fue Godfrey o su hijo, me dejaron embarazada. Porque la forma en
que abortaron el bebé… Lo empujé tan profundamente en la parte trasera de mi
cabeza, a veces ni siquiera estoy segura de que sucedió en absoluto.
El arma se balancea en mi mano temblorosa, una danza de fuego y odio.
—No lo sabías. —Seb humedece sus labios hinchados en una sonrisa. Todo su
rostro está desfigurado y morado por los golpes de Nate—. Destrozada como un pez,
tirada en la ducha como una puta. En serio quería quedarse ese bebé —dice con una
risilla—. Pequeña estúpida.
Disparo a Sebastian James Goddard tres veces.
Tres balas.
Una en el pecho, una en el rostro y otra termina haciendo un agujero en su
elegante sofá de vinilo blanco. Permanezco allí durante largos segundos después,
dejándome analizarlo.
Maté a un hombre.
Maté a un hombre que abusó de mí.
Maté a un hombre que mató a mi bebé.
Maté a un hombre que ya no parece humano.
Todavía pegada al piso, mis pies inmóviles, no puedo dejar de mirar la cara de
Sebastian. O lo que queda de ella. Hay un agujero donde solía estar su nariz, y sangre
oscura, coágulos viscosos y otros desechos internos caen de ella. De alguna manera
se ve como el interior de una lasaña de carne después de que te tropezaste y la
derramaste por todo el piso. ¿Qué he hecho? ¿Qué hizo él?
Mi bebé.
La sangre de Sebastian contra el blanco contrastante de todo lo demás en la 228
habitación es hermoso. Casi pintoresco. Una sonrisa tranquila comienza a llegar a mi
boca. Pero no estoy feliz. Estoy en shock. La mano de Nate encuentra la mía. Me saca
a rastras por la puerta, subiendo las escaleras, y cuando se da cuenta de lo mal que
estoy, me levanta de un tirón y me mete bajo su axila, como si fuera un sobre que
tiene que entregar, y baja a toda prisa. Cuando llegamos al camión, me abrocha el
cinturón, pero se queda fuera.
—Tenemos que correr —articulo con urgencia.
—Paredes acolchadas —gruñe Nate—. Nadie escuchó nada. Regresaré en un
segundo.
Luego desaparece entre las puertas del edificio una vez más.
Odio que no esté a mi lado, paranoica por la posibilidad de que los hombres de
Godfrey vuelvan a secuestrarlo en mitad de la noche, como si fuera simplemente un
periódico que tu vecino puede tomar del porche de su casa. Mis temores, sin embargo,
no se materializan. Unos minutos más tarde, Nate salta al asiento del conductor y se
aleja de la escena del crimen después de arrojar algo en el maletero. La pistola todavía
está aferrada en mi mano. La suelto lentamente, sin darme cuenta de que cae al suelo
del auto, todavía profundamente traumatizada.
Conduce a un bloque de oficinas que no reconozco, pero en cuanto veo el
nombre de Royal Realty brillando en oro sobre un gran cartel junto a nombres de las
otras corporaciones, me pongo de rodillas. La compañía de los Archer. ¿Por qué está
haciendo esto?
—Maldición —murmura Nate, y me apresuro a limpiar mi desastre con toallas
de papel que agarro de mi mochila—. ¿Estás bien, Pastelito?
Asiento, pero es solo para no tener que pronunciar una mentira. No estoy bien.
Maté a un hombre, y no soy Nate. Estoy más enfadada y expreso más mi odio, soy
una locura impulsada por la venganza, pero no soy como él. Él es un asesino oscuro
y tranquilo. En paz. Su anormalmente hermoso rostro le fue dado, y no por accidente.
Es para disimular todas las cosas feas que es capaz de hacer sin batir una bonita
pestaña.
No es un mal hombre, pero es imparcial. Incluso cuando la justicia significa
hacer algo terrible. Se vuelve para mirarme, y el corazón se me hincha antes de
romperse en el pecho. No voy a sobrevivir separarme de este chico, pero ¿tengo
realmente una opción? ¿Puede aceptar y amar algo tan roto?
—No creo que deberías ver lo que va a suceder. Pero si lo haces, usa la máscara.
Este lugar está conectado como el maldito Pentágono. 229
Me besa suavemente en la comisura de los labios antes de colocarse la máscara
de Guy Fawkes y saltar, abriendo el maletero y tomando algo oscuro y redondo con
él. Me siento y lo veo desaparecer en el estacionamiento subterráneo del edificio,
corriendo por el ancho camino de hormigón y deslizándose bajo la barrera automática.
Pienso en la primera vez que vi la máscara de Beat. Dijo que la eligió porque
era la máscara más fácil de encontrar, pero sé la verdad. Guy Fawkes representa caos,
anarquía y hechos oscuros que se hacen a puerta cerrada.
Él representa la parte de nuestra relación que antes ni siquiera sabía que
anhelaba, pero despertó una parte de mí que no sabía que existía.
Puedo ser despiadada. Puedo matar. Puedo tomar a esos que merecen ser
castigados.
La fuerza de saber que, en cierto modo, él ya ha arreglado mi alma es lo que
me hace deslizar la máscara y empujar la puerta para abrirla. Entro en el
estacionamiento. Mis pequeños pies hacen muy poco ruido, pero se trata de Nate. Es
consciente de mi presencia.
Hay algo cinematográfico acerca de la visión de su enorme y musculosa
espalda mientras su puño agarra el cabello corto de Sebastian. No sé cuándo tuvo
tiempo de decapitar a mi archienemigo, pero su piel pastosa se transformó de blanca
a azulada en el poco tiempo que lleva muerto. La sangre gotea de lo que queda de su
garganta, pero es más bien un goteo molesto, como un grifo roto que gotea, gotea,
gotea.
El sonido de los pasos de Nate con sus botas militares resuena en las paredes
del estacionamiento vacío. Cuando llega a una plaza de estacionamiento pintada con
el título de Royal Realty, suelta la cabeza y la deja caer al suelo. Se arrodilla y saca
algo pequeño de su bolsillo trasero y lo coloca cuidadosamente junto a la cabeza de
Seb. Me adelanto unos pasos sin aliento para ver lo que ha hecho.
Es un pequeño reloj de arena. Algo que debía haber comprado cuando
estábamos en Los Ángeles, mientras fue a buscarnos algo de comida.
Tiempo.
Godfrey Archer se está quedando sin tiempo.
Abro la boca por primera vez desde que maté a Sebastian.
—Lo siento, usé el arma. Sé que las armas son para los cobardes.
Niega con la cabeza, sin darme una mirada, su espalda todavía hacia mí. 230
—Eres valiente. Demasiado valiente. Hiciste lo que tenías que hacer, y te
respeto muchísimo. ¿Entendido?
La necesidad de que me diga que todavía me quiere es devastadora y hace que
me falte el oxígeno. La muerte de Sebastián es la menor de mis preocupaciones en
este momento. Es lo que se ha revelado en esta visita lo que hace que las lágrimas se
desplacen por mis mejillas. Tuve un aborto violento a manos de Sebastian y Godfrey
cuando se enteraron de la cosa.
—Mi mundo termino ese día. —Mi voz es pequeña y triste.
—Lo sé. Pero estas construyendo uno mejor. Uno más fuerte. Puedes hacerlo,
Pastelito.

Nate me hace entrar en otra sucia habitación de motel, todas ellas están
comenzando a fundirse en mi cabeza, mientras tropiezo para seguirle el ritmo.
Lo que pasa con los traumas es que no se sabe realmente su alcance cuando se
ven desde dentro. Sin embargo, desde fuera, Nate debe ver algo increíblemente
alarmante, porque me atrae hacia sus brazos y me abraza tan fuerte que mis huesos
gritan de dolor.
—Me encanto —digo en voz baja contra el pecho de Nate. Su corazón late
contra mi oído en un ritmo lento y constante. Tiene el latido de un atleta. Solo una
cosa más que lo convierte en mi paz. Exhala aire caliente y con sabor a durazno en mi
cabello.
—Prométeme que no te romperás. Lo hiciste tan bien hoy. Tan bien.
—No tengo más fuerza. —Estoy temblando tan violentamente, me encuentro
con partes de su cuerpo que ni siquiera noto—. No tengo más lucha en mí.
Ahueca mi rostro en sus manos, así no puedo escapar de su penetrante mirada.
—Entonces te daré algo de la mía.
Meneando la cabeza, de repente me siento caliente. Muy caliente. Demasiado
caliente. Odio este lugar. Esta habitación. Esta vida. Me alejo de su tacto. 231
—Son monstruos, pero van a pagar por lo que te hicieron, todos ellos. Un día
cuando todo esto termine, un día, en el futuro, lo tendrás todo. Lo prometo. Un gran
hinchado vientre del hombre que amas.
Tú, quiero gritar. Tú eres el hombre que amo. Solo que nos prometimos
despedirnos. Sabiendo que estoy demasiado jodida ahora mismo para enfrentarme al
rechazo, sigo poniéndome en la situación más frágil en la que he estado nunca. El
rechazo podría matarme, pero no tengo otra opción.
Levanto los ojos para encontrarme con los suyos y mis labios se aplastan.
—Quiero ir contigo. Olvídate de Iowa. Olvídate de mis estúpidos sueños.
¿Puedo ir contigo, Christopher Delaware?
Su magnífico rostro muestra una maliciosa sonrisa y mi corazón palpita en mi
pecho.
—¿Por qué, señora Cockburn? Pensé que nunca lo pedirías.
Estoy demasiado agotada, sorprendida e irritada para sonreír. Pero me levanta
al estilo luna de miel y me lleva a la sucia cama. Nos sostenemos la mirada como si
ninguno de los dos creyera que somos lo suficientemente buenos para que la otra
persona se quede. En algún lugar bajo el doloroso recuerdo de mi embarazo… estoy
en paz. Ahora tengo un hogar, y es con Nate.
Nos quedamos dormidos como dos personas muertas en algún momento
después de que el sol se ponga sobre el horizonte. Creo que nunca he estado tan triste
en toda mi vida. Pero también feliz, y confundida. Esperanzada y sin esperanza. Soy
un desastre. Soy su desastre. Y eso es algo.
Es mucho.
Y mientras me quedo dormida, me pregunto… ¿podría eso posiblemente ser
todo?

232
C egado por todo el calvario del embarazo, me encuentro mirándola
mientras ronca suavemente, agotada por la vida. Jodido Jesús. Esta
chica ha pasado y visto muchas cosas en sus veinticinco años de vida.
Su equipaje debe pesar unas quinientas toneladas. Pero cargaré felizmente con
cualquier mierda que lleve en su corazón si eso significa pasar tiempo con ella.
Quiere que estemos juntos. Yo también quiero eso. Aunque sé eso, no cambia 233
el hecho de que necesito orinar fuera del estado, fuera del país, antes del fin de semana.
Hoy es domingo, un día después de haber matado a Sebastian, y no parece dispuesta
a salir de la cama. En realidad, eso es quedarse un poco corto. La verdad es que tiene
el rostro enterrado en la almohada, mientras llora, llora y sigue llorando.
Sorprendentemente, no se le acaban las lágrimas.
―Tenemos que levantarnos.
―Quiero ver a mi hermano.
―Primero vamos a matar a Godfrey.
―No. Quiero ir a Vallejo, ahora.
―De ninguna manera, Cockburn. Borra la idea de tu cabeza. No nos
acercaremos a ese lugar hasta que acabemos con Godfrey. Podría ser una trampa. ―Es
una trampa. Ella está demasiado distraída por el dolor para verlo. ―Empaca.
―No. Necesito a Preston.
Maldita sea.
Estoy empezando a sospechar que está al borde de la depresión. No puedo dejar
que eso suceda. Ella necesita una dosis de adrenalina, y ya que no puedo tratar de
follarla para mejorar su estado de ánimo, tengo una idea mejor. Una idea que puede
hacernos mucho bien a los dos, aunque sea una acción muy mala.
―Levántate de una puta vez. Nos vamos. ―Arrojo su mochila sobre la cama
en la que está enterrada. Ella no responde, así que le vuelvo a ordenar. Aun así, nada.
Puedo entender su estado de ánimo, incluso lo que siente. Después de todo, perdí a mi
madre y ni siquiera pude asistir a su funeral. Pero no tenemos tiempo para que se
enfade. Puede enfadarse todo lo que quiera cuando hayamos terminado. La agarro por
el brazo y la levanto de un tirón, acercándola a mi pecho.
—Lo estás superando, ¿me oyes? —gruño en su cara. No me mira, solo baja
los hombros y me deja guiarla hacia la puerta y hacia otro auto que robamos para
cubrir nuestras huellas. Esta vez elegí un Camaro. Para nuestro próximo acto,
necesitaremos algo rápido.
Conducimos hacia Danville, en dirección este. En algún momento, ella deja de
estar enfurruñada y se vuelve hacia mí. Puedo ver lo devastada que está por la forma
en que sus pómulos están hundidos y sus ojos están apagados. Los ojos de Prescott
solían brillar en la oscuridad para mí cuando bajaba al sótano cada noche.
―¿A dónde?
―Blackhawk. ―Me giro hacia el asiento trasero, todavía conduciendo, y saco 234
las dos máscaras de la bolsa de Walgreens. A estas alturas, la maldita bolsa puede
escribir unas putas memorias sobre nosotros—. Póntela después de que crucemos las
puertas.
Blackhawk es una comunidad cerrada, pero Prescott puede entrar sin
problemas. Es una residente. En realidad, yo también podría entrar directamente,
considerando que aún soy técnicamente empleado allí. Pero tendremos que ser rápidos
cuando huyamos, porque la gente rica es muy sensible a que le roben sus cosas.
Y estoy a punto de robar una mierda muy cara.
Se frota el rostro, levantando la vista y suspirando.
―¿Qué piensas hacer?
―Nada bueno, como siempre.
He sido acosado sexualmente durante meses. No con la clase de brutalidad que
ha recibido Prescott, pero sí lo suficiente como para sentirme un poco menos culpable
por ello.
Atravesamos las puertas sin problemas y dejo el motor en marcha mientras
aparco a unos cincuenta metros de la casa de la señora Hathaway. Aprendí sus horarios
durante el tiempo que fui su ayudante y sé que hoy, ella y Stan van a jugar al tenis en
casa de los Simpson. Es una lástima que tenga que hacerlo en un domingo soleado,
las calles están relativamente concurridas (aunque menos en los barrios soñolientos
de Blackhawk) y va a ser una putada escaparse si las cosas se tuercen. Le hago un
gesto a Pea para que siente el culo al volante.
―Necesitaremos movernos rápido. ¿Manejas como una chica? —le lanzo una
pulla, con curiosidad por ver si todavía tiene esos instintos asesinos.
―Nop, pero seguro que tú follas como una ―suelta. Me vuelvo en su dirección
y agarro mi polla, dirigiéndome ya hacia la mansión de la señora Hathaway.
―Eres adicta a esto. ―Me tapo el rostro con la máscara, aunque es inútil. Si
la señora H está en casa, me reconocerá a kilómetros de distancia. Se ha pasado los
últimos meses memorizando cada cresta de mis músculos y cada gota de tinta de mis
tatuajes. No me molesta. Sabrá que soy yo, pero si mi plan se cumple, mañana ya nos
habremos ido.
―Me atrapaste. ―Se abraza al volante, con una sonrisa tortuosa en sus
hermosos labios. Esa es mi chica. Seb la llamó Diabla, como si fuera algo malo. Es
una pequeña diabla, pero me gusta su marca de maldad―. Voy a montar esa polla
esta noche si vuelves con algo de dinero ―afirma. 235
―Vas a montar esta polla incluso si termino en la cárcel. Sabes que intentarías
colarte por mí.
Con eso, le doy la espalda y camino hacia la casa de la señora Hathaway como
si me perteneciera el lugar.
Con eso, le doy la espalda y avanzo a zancadas hacia la casa de la señora
Hathaway como si fuera el dueño del lugar. Los Hathaway tienen una alta puerta de
hierro forjado con pinchos dorados en la parte superior, pero la atravieso con facilidad.
La puerta principal puede estar cerrada, pero ellos siempre dejan las puertas del balcón
abiertas de par en par. A la señora Hathaway le gusta que el rellano esté aireado. Mis
zancadas son seguras y largas mientras paso por delante de las pequeñas fuentes y
estatuas esparcidas por sus enormes suelos de mármol, subo por la escalera de caracol,
directamente a su dormitorio y entro en el vestidor. Aquí, justo aquí, fue la primera
vez que intentó seducirme. Llevaba tres días en mi nuevo trabajo, cagado de miedo
por el mundo exterior y aún más preocupado por la posibilidad de cabrear a mi nuevo
jefe. He aprendido que la población femenina está divida en dos secciones: las mujeres
que se cuidan de delincuentes como yo, quienes creen que las violaría si tuviera la
oportunidad, y las mujeres que se calientan sobre mi pasado manchado. Lo último que
quería era estar en una habitación a solas con ella solo para descubrir que entra en la
primera categoría.
Me paro en el medio de su gigante armario, observando la madera de cerezo en
las paredes y las hileras e hileras de zapatos, trajes y vestidos. Dando tres pasos hacia
adelante, balanceo una pintura de una mujer levantando su cabello en un moño y la
gran caja fuerte de hierro me devuelve la mirada.
Hola, tú.
Tres oportunidades, eso es todo lo que tengo. Recuerdo a la señora Hathaway
diciéndome esto mientras se inclinaba en la caja fuerte, sacaba un látigo y unos puños
de cuero y los colgaba en sus manos.
―Aquí es donde mantengo mis juguetes. ―Sonreía seductoramente, pero mis
ojos se dirigieron a los enormes montones de dinero apilados detrás de ella en la caja
fuerte, al igual que en las películas. ¿Por qué tenían tanto dinero en efectivo? No lo
sé, y desde luego no fui tan estúpido como para preguntarlo. Pero ella vio el asombro
en mi rostro. Su mirada se dirigió a la caja fuerte cargada, y cuando se posó de nuevo
en mí, una sonrisa socarrona acompañó sus palabras.
—Pero tenga cuidado, señor Vela. Si va a intentar robar algo, asegúrese de que
tiene la contraseña correcta. Después de tres veces, tanto Stan como yo recibimos una 236
llamada telefónica automática y se avisa al policía local del barrio. Así es cómo
sabemos que alguien que no debería tener acceso a la caja fuerte está tramando algo
malo. ¿Estás tramando algo malo?
Tres intentos. Hay una combinación de cuatro dígitos, y solo sé que estos dos
viejos idiotas escogieron algo obvio como una fecha de boda o un cumpleaños o
alguna mierda.
Mi dedo enguantado se arrastra a través del botón número cuatro, porque
recuerdo que el cumpleaños de la señora Hathaway es en abril, cuando oigo la puerta
principal cerrarse abajo.
Bueno, mierda.
Me esfuerzo para escuchar y escucho un juego de pisadas, pero son zapatos de
tenis, así que no sé si pertenecen a un hombre o una mujer.
Si es Stan, puedo derribarlo sin siquiera parpadear.
Pero si es la señora Hathaway…
Oigo una voz femenina tarareando junto con el sonido de su estúpida piscina,
y sé con certeza que es ella. Está perdiendo el tiempo escaleras abajo haciendo que
demonios sabe qué, pero estará aquí arriba pronto. Una idea tan enferma, retorcida y
perfecta surge en mi cabeza, y hago la mierda más loca que se me ha ocurrido.
Quitándome la ropa, todo excepto mis calzoncillos, salto a su cama y espero.
Y espero.
Y espero.
Después de diez minutos, ella entra y suelta un grito, seguido por una risita,
seguido por abofetear sus mejillas como una idiota. Aturdimiento bailando sobre sus
descontrolados músculos faciales. Ahora está mirando mi polla como si fuera una
especie de santo grial.
—¡Oh, Dios mío! ¡Nate! ¿Dónde demonios has estado?
Mi cabeza está apoyada en una mano, y le doy lo que espero como la mierda
que sea una mirada seductora, porque no soy un buen farsante. Pero sí sé cómo
humedecer a las mujeres. Incluso años en la cárcel no podría quitarme eso.
—Desnúdate y ven aquí —ordeno bruscamente.
Gira la cabeza hacia la puerta abierta y se vuelve hacia mí, sus mejillas 237
enrojecidas. Tal vez sea porque jugó al tenis durante horas esta mañana, pero más que
probable, es porque me ve voluntariamente sin camisa, acostado en su cama.
—Stan está tomando bebidas en lo de los Simpson. Volverá dentro de cuarenta
minutos. —Otra risa se escapa de sus labios. Espero que el Señor Simpson y su
pajarita se ahoguen con sus estúpidos cócteles femeninos.
—Eso es nueve orgasmos. —Mi voz es plana y tranquila—. Para el cuarto, me
pedirás que me detenga. Ahora muéstrame esas hermosas tetas con las que he estado
soñando.
Acaricio el colchón mullido. Se adelanta con cautela, pero se detiene, con las
cejas fruncidas. Asombrosamente, su frente no se arruga ni una pulgada. Jodido Jesús.
Tiene suficiente Botox allí para esculpir a un bebé de tamaño real.
—¿Dónde has estado esta semana, Nate? He estado intentando llamarte.
—Quería luchar contra esto. —Me levanto de la cama, caminando hacia ella,
esperando que mis movimientos no revelen mi impaciencia. No tengo tiempo para
esta mierda. Levanto mi mano y le coloco un mechón de cabello detrás de su oreja.
La cosa más ridícula que un hombre puede hacer. No tengo ni idea de por qué la gente
lo hace. ¿Hay algo más sexy que ver los rizos rubios oscuros de Prescott desordenados
y enredados, sabiendo que una parte de la razón de que es un lío caliente es porque la
follé sin sentido?
—Estaba llegando a mi maldito límite, señora H. ¿Cuánto tiempo puede un
hombre honesto trabajar para usted, hacer frente a sus avances, sin romperse? Te
deseaba tanto, mantenerme lejos de ti era lo único que podía hacer para luchar contra
esto. Hasta que me di cuenta —digo y doy un paso más hacia ella, mis ojos se vuelven
rendijas mientras mi palma cubre una de sus mejillas. Se inclina hacia ella. Una
maldita inútil. Como robarle un dulce a un bebé—. Me di cuenta de que he terminado
de luchar. Quiero esto tanto como tú. Ahora dígame, señora H, ¿Cuán. Fuerte. Desea.
Ser. Follada?
Su rostro es rojo remolacha y cae de rodillas, sus pulgares enganchando cada
lado de mi bóxer. Un escalofrío incómodo recorre mi columna. Infiernos, no. Este
hombre pertenece a una chica, una que está sentada en un estúpido auto ahora mismo,
esperando a que él vuelva con el montón de dinero.
—Nena. —Hago un puño su cabello y saco su rostro de mi entrepierna. Mi
pene está tan blando y desinteresado. ¿Cómo no puede notarlo?—. Hemos esperado
tanto tiempo. Quiero el maldito combo completo. Dame el látigo y las esposas. Te
haré pasar un buen momento.
238
Con escepticismo apareciendo en su rostro, se levanta lentamente, sus ojos
buscando los míos. Todo lo que ve es una sonrisa ladina, y mi corazón salta mientras
rezo para que no vea la máscara de Guy Fawkes que arrojé debajo de mi ropa. Después
de largos y agonizantes segundos, gira hacia el armario y la pintura. Sigo sus pasos,
sabiendo lo hipersensible que es a mis movimientos.
—¿Por qué me estás siguiendo? —Su tono está temblando de emoción. Su
sospecha crece más allá de su deseo por mí. Esto necesita ser rectificado. Mantengo
una buena distancia entre la caja fuerte y yo, así que no puedo saltar sobre ella cuando
la abre.
—Quiero esposarte en el corbatero del anciano y follarte contra sus trajes
mientras gritas mi nombre. ¿Algún problema?
Sonríe por encima del hombro.
—Estás enfermo, ¿sabes?
—Estás a punto de descubrir cuánto, cariño.
Ella golpea el código en la caja fuerte, y mis ojos siguen sus dedos
religiosamente. 4.5.2.9.
4.5.2.9.
4.5.2.9.
4.5.2.9.
Canto la combinación en mi cabeza como un maldito chico del coro,
recitándola con una melodía pegadiza, y observo mientras saca las esposas de la caja
fuerte y me las da.
—Manos arriba, contra el estante. —La empujo hacia el lado izquierdo del
armario y ella hace lo que se le dijo. Sus muñecas al estante, la esposo con fuerza
suficiente para que apenas pueda colgar de un lado a otro, su cuerpo largo y erguido,
sus pies apenas tocando el piso. Frunzo el ceño, dejando su espacio personal de una
vez y sacudiendo la cabeza.
Está indefensa, enjaulada y encerrada en el corbatero. Me doy la vuelta y
regreso a la caja fuerte.
—¡Jesucristo, Nate! ¿Qué demonios? —Su voz es baja, pero en pánico.
—Lo siento. —Derribo la mitad de su armario y tiro mierda en el piso,
buscando algo que pueda usar para meter todo el dinero dentro—. Nunca planeé tomar
un centavo que no ganara de ti. No era mi intención. Por desgracia, la mierda sucede. 239
Y cuando lo hace… —Tecleo los números con los dedos firmes: 4.5.2.9. La puerta de
la caja fuerte plateada se abre, y todo el dinero me sonríe, como si estuviera feliz de
verme también. Camino de regreso al dormitorio principal, me visto y vuelvo a
recoger el dinero, metiéndolo en una de sus grandes bolsas, mi bóxer y mis bolsillos,
en cualquier lugar que pueda caber cien billetes—. Permíteme decir que agradezco la
ayuda.
—¡Ayuda! ¡¿Cuál ayuda?! ¡Nate! ¡Vuelve aquí de inmediato! ¡No puedes
hacer esto! Stan va a matarme si me ve así. ¿Cómo podría explicarle? —Hago una
pausa, la miro como si estuviera contemplando su pregunta. Se retuerce intentando
liberarse.
—Esa es una muy buena pregunta, y no es mi maldito problema.
—¡Tú, miserable! —Ella oscila de lado a lado—. No eres más que un estúpido
sirviente en bañador —escupe.
—Si, Bueno. —Tomo una cantidad obscena de dinero y lo meto en la parte
trasera de mis pantalones—. El hecho de que estés atada a un puto estante para
corbatas, menos de 4 minutos después de que entraste a tu habitación, no te hace
merecedora al premio de la persona más lista del mundo. Diviértete explicándole esto
a tu esposo, señora H.
Corro a través de la calle con la máscara puesta, mi cuerpo pesado con todo el
efectivo que me metí quien sabe dónde. ¿Tengo un dólar entre las mejillas del culo?
Demonios, si lo tengo. El auto robado espera por mí, el motor encendido y Pea sentada
detrás del volante con los anteojos en la punta de su nariz. Ella mira fijamente a la que
solía ser su casa, pero después fija su atención en mi cuando me deslizo en el asiento
del copiloto y le ordeno.
—Sácanos jodidamente rápido de aquí.
Atravesamos rápidamente el vecindario, y con cada kilómetro que ponemos
entre el auto y la casa de los Hathaway, siento menos pánico. Cuando cruzamos las
puertas, ella zigzaguea para salir del área rica de Danville, fuera de la ciudad, fuera
de la región, dirigiéndonos al Norte hasta Sacramento. Buena idea, necesitamos volar
bajo hasta esta noche.
—Tu cremallera. —Señala, mirando brevemente hacia mis jeans mientras
maniobra el vehículo. Debo concedérselo, ella es un espectáculo de primera clase,
sentada tras ese volante. Maneja como una Diabla y parece mucho más cómoda en el
pequeño y reducido espacio del auto deportivo que yo—. La tienes abierta. Por favor,
ilumíname sobre cómo es que tu polla salió a decir hola en casa de la señora Hathaway
Mantengo el rostro serio y me subo tranquilamente la cremallera, antes de 240
empezar a sacar montones y montones de billetes de cien dólares que debo contar.
A pesar de que espero que esté exaltada, permanece en silencio.
—¿Hiciste algo con ella? —Su voz se estremece.
Acomodo todos los fajos entre mis piernas para empezar a contar.
—Esta polla solo te saluda a ti, Pastelito. Ni siquiera la toque. En realidad, eso
sería una mentira. La até a un estante para corbatas.
Ella inhala, haciendo un giro en U en medio de una ciudad que no conozco.
Solo estamos avanzando, alejándonos de nuestra escena del crimen. Me acomodo en
mi asiento y cuento en silencio, con los ojos desorbitados mientras sigo añadiendo
más dígitos al número final.
Seis mil… ocho mil… no es de extrañar que se sintiese tan jodidamente pesado
en mi cuerpo. ¿Cuánto dinero guarda Stan Hathaway en su caja fuerte?
—¿Te ha tocado? —Escucho que Prescott pregunta desde el asiento a mi lado.
Aun murmuro las cantidades mientras le contesto.
—Creo que no.
—¿No lo crees o no lo sabes? —presiona y mi cabeza se dispara.
—¿Cuál es el problema, Cockburn?
Se muerde el interior de la mejilla, mientras golpea con los dedos sobre el
volante.
—Odio no saber que sucedió ahí dentro. —Encoje un hombro, viéndose
jodidamente adorable cuando lo hace. Tengo unos cuantos fajos más para contar, pero
ya estoy cerca de los catorce mil dólares.
—Llegué a la caja fuerte, ella entró tras de mí, así que tuve que actuar rápido.
Me quité el bóxer y esperé por ella, pretendiendo seducirla. No la toque. La até a un
estante, tomé el dinero y regresé con la chica de mis sueños, quien estaba esperándome
en el auto, alimentándose con temores inútiles, ¿quedó claro?
Finalmente se relaja, tomando una respiración profunda. Actúa como una tierna
novia celosa. Un deseo inesperado de que ella lo sea me apuñala.
Quiero tratarla como a una novia, desearía poder llevarla a un buen restaurant
o incluso a un autoservicio, pero es demasiado arriesgado salir del auto o hacer una
breve parada en una cadena de comida chatarra. Especialmente ahora, que no solo
Godfrey esta sobre nuestros talones, sino también la policía. A estas alturas,
probablemente hayan averiguado que he violado mi libertad condicional, que he 241
robado a mi anterior empleador y puede que incluso me hayan relacionado con el
asesinato de Sebastian Goddard. Todo es cuestión de tiempo, y un montón de mierda
ha pasado desde que desaparecí.
Como si se tratara de una señal, pasamos junto a una valla publicitaria digital,
y cuando veo mi rostro mirándome desde el panel, me ahogo con el propio aire que
respiro.

BUSCADO POR EL FBI


POR TRAFICO DE DROGAS
RECOMPENSA HASTA 25,000.

Pierdo el equilibrio y parpadeo asombrado. ¿Drogas? ¿Qué drogas? ¿De qué


putas drogas están hablando? Ni siquiera me drogo.
Godfrey.
Me busca el puto FBI, con mi rostro pegado en vallas publicitarias,
probablemente por todo este lado del estado, por culpa de Godfrey.
La vida se cierra sobre mí.
—Detén el auto —le ordeno a Prescott, cuyo rostro está más blanco que un gis.
Ella también lo vio.
Pea gira la cabeza de un lado a otro, intentando asegurarse de que es seguro
deslizarse hacia el arcén. Golpeo mi puño contra la consola.
—Estaciona el puto auto, Prescott.
Cuando lo hace, abro la puerta del pasajero, salgo a trompicones del auto y
trato de tomar todo el aire que puedo en mis pulmones. Todo el mundo está detrás de
mí. Tras nosotros. ¿Yo? Sé a lo que me enfrento. Perpetua en la cárcel o la muerte.
Pero Pea, ella no se merece esta clase de vida de mierda. Tenemos que salir de este
lugar lo antes posible.
Agachado, con las manos sobre las rodillas, respiro profundamente y siento su
mano rodeando mi espalda sudorosa con su toque reconfortante.
—Te amo. —Es todo lo que ella dice. Me tomo unos momentos ante de girarme
para enfrentarla.
Siendo justos, ¿cómo se volvió este mundo tan injusto con nosotros? 242
—-Esto va a ser una mierda —digo.
—Pero aun así iré contigo. Un viaje agradable, si me lo preguntas. —Su sonrisa
me hace querer respirar con normalidad, otra vez, así que lo intento. Esta chica está
lidiando con un hermano perdido, un padre perdedor, una madre desaparecida y un
aborto violento, y aun así ella sonríe. Para mí.
Me estiro y paso mi brazo sobre su hombro, acunándola en mi pecho.
—Cockburn… —empiezo.
—Lo sé —dice, cortándome—. No podemos permitirnos permanecer aquí.
Iremos por Godfrey esta noche, luego conduciremos a Vallejo para ver a Preston y
después tomaremos el primer vuelo a Londres para tratar con Camden. Tenemos
suficiente para los billetes, ¿verdad?
Preston no está en Vallejo, un grito gutural me hace cosquillas en la garganta,
listo para salir, pero solo asiento.
—Seguro.
—Bien. ¿Nate?
—¿Sí?
—Saldremos de esta.
—Apuesta tu culo a que lo haremos.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
—Te amo.
—Maldita sea, también te amo, Cockburn.

243
L
un desastre.
a noche cae sobre California para cuando veo los azules y rojos
brillando en mi espejo retrovisor. Intento mantener la calma, golpeando
el volante al son de “Hotel California” en la radio, pero por dentro soy

La policía nos está pidiendo que nos estacionemos en la orilla de la carretera,


y no hay manera que podamos evitar eso. 244
Nate está sentado junto a mí, su rostro en blanco, el dinero cuidadosamente
enrollado y guardado debajo de su asiento, bien escondido.
¿Así es como vamos a terminar? ¿Después de todo lo que hemos pasado? ¿Un
policía deteniéndonos a mitad de la carretera?
Me reclino en el respaldo del asiento, con ambas manos colocadas firmemente
en el volante después de acomodar mi cabello rubio y sentándome derecha como una
colegiala. La mandíbula de Nate está apretada y mira hacia adelante, a la carretera.
No se puede quebrar.
No lo dejaré.
No ahora, después de todo lo que hemos logrado.
Un oficial regordete en uniforme azul oscuro con una linterna camina
despreocupadamente de su camioneta SUV directo a mi puerta. Alumbra la luz en mi
cara, antes de acomodar su cinturón sobre su estómago redondo.
—Licencia y matrícula —ordena, su linterna moviéndose hacia el rostro de
Nate.
Mi corazón está latiendo tan rápido que estoy al borde de romper a llorar. En
su lugar, tomo mi cartera de la mochila y saco mi verdadera licencia de California,
con mi nombre legítimo. Nate podrá ser buscado por el FBI, pero yo todavía soy solo
una chica acicalada de Blackhawk para el mundo desprevenido.
Aunque sé que, si el policía reconoce a Nate, se acabó todo para mí. Caeré con
él. Nate también lo sabe, porque sus ojos casi se salen de sus órbitas de asombro
cuando le entrego al agente mi carné de conducir. Su mano se estremece junto a su
muslo, y espero que no haga ninguna estupidez para intentar librarme.
No quiero ser salvada, quiero ser suya.
—Prescott Burlington-Smyth, —el oficial repite mi nombre, mirando mi
papeleo. Asiento cortante—. Necesito la identificación de su compañero también.
—Por supuesto, ¿Chris? —Sonrío con dulzura hacia Christopher Delaware.
Con renuencia, saca su pasaporte, y lo paso. Las cejas del oficial se fruncen.
—¿No tiene licencia de conducir?
—Perdí mi cartera —contesta Nate—. Estoy esperando que me llegue una
nueva.
245
—Es gracioso. —El policía hojea su pasaporte—. No veo estampas en esta
cosa. Está nueva. ¿Planea ir algún lado?
—México — contesta Nate con calma—. Vacaciones familiares.
—Huh.
Esto va mal, lo sé, pero ¿qué podemos hacer? ¿Huir? Solo conseguiremos
atraer más atención no deseada. Golpeando el volante con los dedos y tragando saliva,
me veo exactamente como me siento: una bola de nervios a punto de explotar.
—Señorita, ¿está todo bien? —El oficial mete su cabeza por mi ventana, y abro
mi boca, estoy a punto de decir que todo está genial, cuando retrocede un paso y jala
su cinturón sobre su gran barriga.
—Salga del vehículo, por favor.
Mis dedos están temblando mientras presiono el botón de desbloqueo y mi
cabeza gira en dirección de Nate. Se ve tenso, severo; su frente arrugada en una
expresión que nunca había visto en él. Es la primera vez que se ve menos que el
hombre más delicioso y confiado en la tierra.
—Perdóname —susurra.
—¿Por qué? —Las lágrimas pican en la parte trasera de mis globos oculares, y
siento que mis pulmones se cierran. Me estoy ahogando, incapaz de conseguir aire.
Necesito respirar, pero una catástrofe inminente me está amenazando.
Por favor no trates de salvarme, le ruego con mis ojos. Solo te he conocido por
un corto tiempo, pero ya no puedo vivir sin ti.
—Te quiero viva y protegida. Esto termina aquí.
—Señorita, dije que salga del vehículo. —La voz chirriante del policía es más
fuerte ahora, crispando cada uno de mis nervios.
—Nate, ¡no! —lo llamo, golpeando el tablero mientras saca con fuerza el arma
que conseguimos de Seb y lo presiona en mi sien. Estoy temblando completamente.
El oficial retrocede y se agacha para ver mejor lo que se está desarrollando ante él. Se
queda con la boca abierta y sus ojos se abren de par en par.
—Dile a la perra que salga del auto. La secuestré por su dinero y ya no la
necesito. Quiero el auto y el efectivo, pero sobre todo, quiero que jodidamente se vaya.
Hazlo. —dice Nate con frialdad. 246
Jesucristo, ¡no!
Se está lanzando debajo del autobús por mí. Otra vez.
—Sal del auto —repite, su voz como el acero—. Afuera. Antes que ponga una
bala en tu jodido cráneo.
—Señorita, le pido que salga del vehículo inmediatamente —dice el oficial.
Nate sabe exactamente lo que está haciendo. Si salgo de este lío ahora mismo,
o van a arrestarlo, si no huye, o a matarlo, si lo intenta. Respecto a mí, podría salir
ilesa. Pero eso no es lo que quiero. No es por lo que me apunté. Estamos en esto juntos,
y no me importa si es buscado por la policía, Godfrey, la Hermandad Aryan y el FBI.
—Beat —le advierto. No importa si el oficial reconoció a Nate o no, porque
cada versión de él está rompiendo aproximadamente cinco mil reglas justo ahora.
—Sal —dice, está vez casi rogando. La mirada en su rostro me hace pedazos
en el interior—. Fue un buen paseo, pero ya terminamos. Salva tu trasero, Pea. —
Luego, en un susurro que solo yo puedo escuchar, dice—: Por favor.
En el fondo, el oficial está pidiendo refuerzos mientras me ruega que salga del
auto. Hay mucha conmoción, más luces azules y rojas se aproximan hacia nosotros y
el arma todavía está pegada a mi sien. Los ojos de Nate suplican. Realmente quiere
que me levante y me vaya, a pesar de que fue mi idea hacer que el mundo ardiera. Él
estaba haciendo las cosas bien hasta que yo irrumpí en su vida.
¿Y ahora quiere tomar mi culpa? ¿Arder en el infierno por mis pecados?
Este tipo está delirando. No lo voy a dejar. Jamás.
—Jódete —murmuro, haciendo girar la llave de la ignición y arrancando el
auto. Casi atropello los pies del oficial cuando presiono el pedal varias veces para
ganar más velocidad. El agrio aroma de goma quemada se filtra en mi nariz y abro mi
boca, tomando aire. Digan lo que quieran sobre este auto, pero es rápido. Más rápido
que Stella, Dios bendiga su corazón. O motor, en este caso.
—¿Qué demonios? —grita Nate cuando el auto se sacude bajo el esfuerzo de
su nueva velocidad—. ¡¿Qué. Demonios?! ¿Te das cuenta lo que acabas de hacer?
¿Por qué? ¿Por qué, Cockburn? ¿Por qué estás jodiendo tu vida intentando salvar a un
idiota sin futuro? —Está gritando y golpeando su asiento, la puerta, todos a su
alrededor excepto a mí. Aunque sospecho que soy lo único que quiere golpear en este
momento—. Estoy terminado, pero tú todavía puedes ir y vivir en la maldita Iowa,
que, por cierto, era el hogar de la persona que inventó el pan rebanado. ¿Sabías eso? 247
Yo sí. ¿Sabes por qué? Porque busqué en Google toda la mierda que pude encontrar
sobre el lugar en que querías vivir. Porque te amo. Maldita sea, ¡porque necesito que
estés viva y segura! Oríllate en este momento y ve con el Oficial Incompetente antes
que sea demasiado tarde. Hazlo en este maldito momento.
—¡No! —Presiono el pedal de nuevo, saliendo de la autopista y entrando en
un camino lateral. El oficial todavía ni siquiera tiene oportunidad de subirse en su
patrulla, pero sé que suficientemente pronto, la policía va a estar tras nosotros.
Espero que no termine en la televisión. Siempre me preguntaba quiénes eran
esos idiotas que realmente huían de la policía. Bueno, ahora somos nosotros.
—No te voy a dejar —le digo—. Y ya te lo dije, Iowa está fuera del panorama.
—Te dispararé. —Empuja el arma contra mis costillas. Entumecido dolor se
extiende por el área. No me encojo.
—No lo harás —digo tranquilamente—. Me amas.
—¡Maldita sea! —Patea el tablero con su larga pierna, incapaz de contener su
hirviente frustración—. Cockburn, no quieres ser encerrada de por vida. Por favor.
Por favor —ruega, juntando sus palmas, el arma apretada entre ellas—. Oríllate y deja
que te lleven. Ellos se encargarán de Godfrey. Les diré que yo maté a Seb. Por favor,
Prescott.
—No.
Gruñe por lo bajo por un momento, rodando su labio inferior en sus dedos
como siempre lo hace cuando piensa.
—Me mataré. —Repentinamente apunta el arma contra la base de su garganta,
justo debajo de su manzana de Adán, la cual está decorada con llamas danzantes y
demonios que ríen—. Hazlo, Cockburn. No te lo pediré de nuevo.
—Las armas son para los cobardes —siseo sus palabras hacia él, ni siquiera
dirigiéndole una mirada, mi concentración fija en el camino por delante—. Nunca te
matarías. Mucho menos con un arma.
Estamos adentrándonos más en el denso bosque. ¿Cuál bosque? ¿Quién
demonios lo sabe? No tengo idea de dónde estamos, solo sé que nos dirigimos hacia
el norte. Mierda. Si accidentalmente me dirigí hacia el Yosemite Park, nunca sabré
como salir de aquí. finalmente, Beat remueve el arma de su cuello y sacude su cabeza.
—Pastelito, ¿qué estás haciendo?
—No tengo idea. —Mis lágrimas hacen otra frustrante aparición—. Pero 248
quiero averiguarlo contigo a mi lado.
Frotando sus nudillos contra su mejilla, exhala audiblemente. Ruego en
silencio para que se le ocurra un plan, cualquier plan, que pueda sacarnos del bosque.
—Vuelve hacia el sur. Buscaremos algún lugar residencial. Tenemos que
deshacernos de este auto y encontrar otro.
Girando bruscamente para salir del bosque, regresamos a la autopista, sus
carriles divididos por un largo conjunto de altos árboles. Nos estamos dirigiendo hacia
el sur, iluminados por una hilera de patrullas yendo hacia el norte, presumiblemente
para intentar encontrarnos. Pronto, nos tropezamos con una verdadera joya. Es una
pequeña ciudad, desierta o al menos no completamente ocupada. La oscuridad nos
rodea, sin estar iluminada por las luces citadinas y nos toma exactamente tres minutos
abandonar el Camaro en un pantano y tomar un Kia Soul. Hablando de mantener un
perfil bajo. Hay una regla no escrita en algún lugar que no puedes comprar un Kia
Soul a menos que tengas entre cuarenta y ochenta años o tengas al menos tres
quejumbrosos niños en el asiento trasero.
Nate suspira con alivio cuando se desliza en el asiento del conductor y apoya
su frente contra el volante, disfrutando la sensación de espacio entre sus piernas y los
pedales. Apuesto que es mucho más agradable para él que el Corvette o el Camaro.
—Voy a preguntar una vez más. ¿Todavía quieres ir hacia Godfrey o quieres
que conduzcamos directamente hacia SFO y abordemos el primer avión que nos saque
de este maldito país? Olvídate de Vallejo. Siempre podemos regresar cuando la mierda
se enfríe.
Me dejo caer contra mi asiento y doblo mis manos sobre mi regazo. Sé lo que
quiere escuchar. Quiere escuchar que saldremos de aquí mientras podamos. Si es que
todavía podemos. Mientras más tiempo desperdiciemos, más son nuestras
posibilidades de ser atrapados.
Pero no puedo dejar que Godfrey camine libre y feliz y definitivamente no
puedo irme sin saber lo que le sucedió a mi hermano. La vida no valdría la pena vivirse
de esa manera.
—Aún tiene un pedazo de mi alma —digo, sin atreverme a levantar mis ojos
para ver lo que hay en los suyos—. Y mi hermano es la única razón por la que no me
rendí con la vida.
Hay un breve silencio antes que asienta.
249
—Entonces, vamos por ellos.
A
rcher recibió la cabeza de Sebastian, el reloj de arena y lo más
importante: el mensaje.
Godfrey era más inteligente, o al menos, más consciente de
nuestras habilidades, que Seb. Lo sé porque su mansión en
Danville está coronada por guardias. Y no cualquier guardia. Cerdos con las caras
rosadas, hinchadas de alcohol y tatuajes con tinta en la frente. 250
La Hermandad Aryan.
Diez, tal vez doce, hermanos se apoyan contra sus motos y furgonetas, los
brazos cruzados, observando el lujoso vecindario a través de ojos estrechados. Están
esperando por nosotros, sin duda. Godfrey pensó que sería bueno matar dos pájaros
de un tiro.
Ellos son el tiro, nosotros somos los pájaros.
Archer vive en una mansión de aspecto europeo, que se levanta gravilla suelta.
Parece recién plantada por el mal, regada por el miedo y convertida en algo oscuro y
peligroso, que destaca como un pulgar dolorido sobre el paisaje de California. La luz
en su terraza delantera está encendida. Está en casa. Sé dónde vive porque he tenido
que visitarlo unas cuantas veces desde que salimos, principalmente para entregarle
mierda relacionada con las drogas. Nunca me metí en las drogas, pero en ocasiones,
cuando su gente de contacto en Stockton no podía hacerlo, le hacía un favor y le
llevaba cosas del punto A al punto B.
Prescott gira hacia el asiento trasero, su hombro presiona contra el mío
mientras recupera la mochila y nuestras máscaras.
—Tenemos que deshacernos de ellos —dice, refiriéndose a la Hermandad—.
Puedes ser la carnada.
Giro la cabeza para mirarla. O no la he oído bien o está borracha. Esto último
es menos probable, ya que no nos hemos separado desde hace una mierda de tiempo.
—Repite eso, más fuerte ahora, así tendré una buena razón para doblarte por la
mitad contra ese árbol de allí y azotar tu culo hasta arrancarte la piel.
—Lo digo en serio. —Se lame los labios, volviéndose hacia mí—. Deshazte de
todos ellos y yo misma me encargaré de Godfrey. Tengo la pistola y la daga. Puedo
hacerlo.
—Tiene más armas en su casa de las que puedes imaginar, e incluso si,
hipotéticamente, fuera capaz de quitar a todos esos hijos de puta de en medio, no se
sabe quién te espera dentro. Y en caso de que lo hayas olvidado… —Le doy un tirón
a la capucha de su sudadera, aplastando nuestras narices—, tú llevas a todas partes el
corazón de la chica de la que estoy jodidamente enamorado. Ten más cuidado con su
vida. —Sacudo la cabeza—. Esto está fuera de discusión. No vas a entrar sola.
—Nate —comienza, su voz se agudiza, y yo aprieto mis labios contra los suyos.
Mierda, los he echado de menos. Hemos estado demasiado ocupados esquivando a la
policía en las últimas horas como para andar jugueteando. 251
—Pea —susurro en su boca—. Al diablo con esto. Demos la vuelta antes de
que nos vean. Tenemos toda la vida por delante. ¿A quién le importan estos hijos de
puta?
—A mí —dice mi chica, sus ojos viajando para encontrarse con los míos—. Lo
siento, Nate, pero a mí sí.
Ella abre la puerta del pasajero y sale corriendo antes de que yo tenga la
oportunidad de parpadear.
Sin el arma.
Sin la daga.
Pero con mi maldito corazón.
Corre directamente hacia la entrada de la mansión de Godfrey y el aire queda
atrapado en mis pulmones mientras tanteo para abrir mi propia puerta antes de que se
me congele la mano. Si salgo de este auto, estoy muerto. Ellos disparan cientos de
agujeros en mí sin ni siquiera vacilar, como en Gran Torino. No seré de mucha ayuda
para Prescott si estoy muerto. Bajo la cabeza y veo cómo Pea cruza la carretera,
corriendo directamente hacia los brazos de la Hermandad Aryan, y sé, simplemente
sé que mis malditos nervios no van a sobrevivir los próximos minutos.
En el momento en que dobla la esquina, los altos robles que cubren nuestro
auto la ocultan de mi visión, y estoy en la oscuridad.
Tirando de mi cabello hasta que quedan mechones negros en mis puños, me
enfurezco. Perra loca.
Me quedo dentro.
Voy a salir.
Mierda.
Haga lo que haga, basta con decir que me estoy volviendo loco.

252
E xhala en mi oído, su bigote blanco me hace cosquillas en la curva del
cuello mientras me aparta un mechón de cabello rubio. Es algo que
Camden solía hacer mucho y yo lo odiaba. Es cursi como el infierno.
―Este va a ser nuestro pequeño secreto, ¿verdad, mi querida niña?
―Siempre pensé que eras asexual. ―Mi mirada se detiene en el informe del 253
tiempo que baila en la televisión de pantalla plana. Va a ser una semana gloriosa, pero
por supuesto, no podré experimentarla. Sé lo que está por venir, pero tengo que
mantener la calma. No dejaré que me vea quebrarse―. Pensé que Camden fue una
casualidad. Que quizá probaste un coño una vez y resultó en un niño. No tienes esposa
y no estás divorciado. ¿Quién es la madre de Camden, de todos modos?
En realidad, no me importa. Solo quiero burlarme de él. En todo el tiempo que
he estado con Camden, siempre había guardado silencio sobre la identidad de su
madre. Dijo que no quería hablar de ella, que estaba fuera de los límites. Sé que él y
Godfrey están muy unidos, pero si su madre está viva y bien, es imposible que estén
en contacto.
―No es de tu incumbencia, cariño. En absoluto. ―Los fríos y agrietados labios
de Godfrey recorren mi clavícula mientras su palma se mueve por debajo de mi
camisa, cogiendo un pecho, haciendo rodar mi pezón entre sus dedos―. Si alguna vez
le dices a Camden que te he tocado, te cortaré en rodajas y te daré de comer a los
perros. Eres buena carne.
No respondo. Solo me recuerdo todos los buenos momentos para superar este
mal momento.
El helado de pistacho.
El olor del océano cuando rompe contra mis dedos en la arena.
Jugar al Monopolio en mi pijama con Preston y papá, atiborrados de comida
después de la cena de Navidad.
Saltar en mi cama de agua cuando la niñera no miraba.
La película Amélie.
Sentir el cosquilleo de las lágrimas en la nariz al leer un libro angustioso.
―Acuéstate ―dice, y lo hago, porque sé que puede matarme. Matarme y
decirle a Camden que intenté escapar y que uno de los guardias tuvo que detenerme.
No quiero morir. No hasta que descubra si hay una forma de salir de este infierno.
―No te preocupes, preciosa. Se acabará antes de que te des cuenta. Es cierto,
se sentirá como una eternidad cuando entre en ti. El tiempo. Se mueve de forma
diferente según nuestras circunstancias. Es muy lento cuando te torturan. Pero ¿cuáles
son tus opciones? —Voltea un reloj de arena que hay en la cómoda cerca de la
cama―. Resistir… y tu tiempo se ha acabado.
Godfrey me está quitando.
254
Me quita mi felicidad, mi alma y mi sexualidad. Tomando cosas que no tengo
intención de dar. Alcanza un tubo de vaselina que está junto a la cama y desliza sus
dedos en él. En las últimas semanas, Camden había sido el único en tomar. A veces
dejaba que Sebastian mirara, como castigo por lo que le había hecho. Pero esta es la
primera vez que Godfrey prueba.
Camden nunca habría accedido a algo así. Es posesivo y celoso, un príncipe
mocoso que se considera más digno que el rey loco.
Empiezo a llorar, mi cuerpo se agita contra las sábanas. Todavía no está
desnudo y ya estoy temblando como un periódico arrugado que intenta sobrevivir a
un huracán.
―Cristo ―gime Godfrey, molesto―. No puedo follarte apropiadamente. No
así.
Por un segundo, confundo su enfado con mis lágrimas con amabilidad, y
resoplo mientras me apoyo en los codos, pero entonces dice:
―Date la vuelta.
Con el estómago pegado a la fría sábana, le oigo deslizar el lubricante por su
polla desnuda con un sonido sordo antes de introducirse en mi apretado agujero.
Nunca me habían tocado ahí. Camden me pidió que lo hiciera cuando aún estábamos
juntos, pero le dije que no. Él lo respetó. Incluso después de haber roto.
pero su padre no lo sabe, y lo más probable es que no le importe.
Duele, y no solo físicamente. No tengo duda de que estoy sangrando. Pero lo
acepto y apenas gruño, con los labios apretados contra la almohada, cerrando los ojos.
No me romperé.
―Sabe, señorita Burlington-Smyth. Follarte por detrás es casi tan divertido
como hacérselo a tu padre. Debe ser bastante decepcionante, ser abandonada por tus
padres por culpa del dinero y la codicia.
Cielos azules después de la lluvia.
Jugar al escondite con el dulce niño de la vecina, Charlie.
Una taza de café recién hecho en el aeropuerto después de un largo vuelo.
Las primeras citas.
Los primeros besos.
Las primeras cosas.
255
No romperse. No romperse. No romperse.
Godfrey se corre dentro de mí, gime de placer y se aleja de mi cuerpo.
Al día siguiente, me viola de nuevo, esta vez introduciéndose en mi coño.
Tres semanas después, descubro que estoy embarazada. Godfrey nunca usó un
condón.
Tampoco Camden.
El bebé es un Archer.
Eso no hace que lo odie. En mi mente, somos NOSOTROS contra ELLOS.
Necesito salvarlo de los Archer no menos de lo que necesito salvarme a mí misma.
Solo yo le fallo a mi bebé.
Y es el momento en el que estoy desangrando un coágulo del tamaño de un
guisante, viéndolo navegar en el mar de rojo del inodoro, cuando me rompo de verdad.
Es ese momento que lo cambia todo, que me hace saber que está bien querer matarlos.
Le fallé a mi bebé.
Pero no me fallaré a mí.
Me dirijo a grandes zancadas a las puertas de madera de Godfrey, rodeada por
gente de la Hermandad Aryan. Con los ojos puestos en la puerta, me siento más segura
con cada paso que doy.
Me dejan pasar libremente, porque están sorprendidos.
Porque saben quién soy.
Y porque no pueden matarme: Godfrey quiere hacerlo él mismo.
Cuando llego al borde del camino empedrado que conduce a su entrada, un
hombre gordo con unos Levi's sucios y una camiseta blanca me empuja.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo?
—Él me quiere viva —digo con calma, haciendo rebotar una bola de estrés en
mi palma—. Pregúntale tú mismo. Dile que Prescott está aquí. Sola, y dispuesta a
hablar.
Espero que Nate se mantenga a una buena distancia de esta escena, pero sé que
está lívido con la forma en que manejé las cosas. Ni siquiera le pregunté antes de 256
cargar contra la casa de Godfrey, y ahora estoy frente a seis hombres fornidos de
aspecto nazi. Todos tienen la cabeza afeitada y tatuajes azules y descoloridos por todo
el cuerpo. Sus rostros están llenos de furia. La vida les falló, y ellos le fallaron a la
vida. Es un círculo vicioso, pero no siento ninguna simpatía por ellos. Todos tenemos
demonios. Los verdaderos luchadores los encadenan a la fosa de sus almas oscuras.
— Perra estúpida —escupe uno de ellos, su flema aterriza justo al lado de mi
bota—. Cree que puede mandarnos. Tu rico culo será violado si no cierras el pico.
—Pregúntale a Godfrey. —Mi barbilla está levantada, mi fachada en plena
exhibición—. Estoy aquí para cobrar. Él cree que es al revés, y lleva años
persiguiéndome. Será mejor que no le hagas esperar mucho más, o tu cabeza estará
en su plato esta noche.
Eso les hace reír. Son tan tontos que confunden mi pequeño tamaño con
debilidad. No me importa. No me atrevo a girarme para ver cómo está Nate. Si
siquiera me inmuto en su dirección, tratarán de ver a quién estoy buscando. Lo más
probable es que ya sepan que Nate y yo deberíamos estar juntos. Por eso han aceptado
vigilar a Godfrey en primer lugar.
Finalmente, uno de ellos, un hombre alto con una espesa barba rubia, se pone
el teléfono en la oreja.
—Está aquí. —Su tono es cortante—. Sola. Voy a enviar a cuatro tipos a buscar
por los alrededores para intentar encontrarlo.
Mi estómago se retuerce de dolor.
Huye, Nate. No es tu guerra.
Aunque lo que más me duele es mi estúpido orgullo. Me he metido en esta
situación porque me importaba más arruinar a Godfrey que darnos a Nate y a mí un
nuevo comienzo. Mientras el barbudo me guía hacia las profundidades del patio
delantero de Godfrey, tengo una epifanía. Si salimos vivos, hay muchas cosas que
quiero enseñarle y hacer con él. Quiero recrear todos esos momentos felices que
impidieron que me rompiera. Con él.
Ver una obra desgarradora en el teatro con él.
Tomar un helado de pistacho bajo el sol.
El océano rompiendo sobre nuestros dedos en la arena.
Las primeras citas.
Besos húmedos.
Revivir todo lo que me dio esperanza. Con. Él. 257
No huyendo, su voz resuena en mi cabeza mientras se abren las puertas dobles
de la mansión de Godfrey. Sino persiguiendo la libertad.
—Antes de que ponga un pie dentro de la casa, comprueba si lleva armas. —
La voz de Godfrey llega desde el segundo piso cuando alcanzamos el umbral, junto
con los débiles sonidos de la “Novena Sinfonía” de Beethoven. A Godfrey y a Camden
les gusta mucho la música clásica. Echo un vistazo a su vestíbulo. Es todo lo que
esperaba que fuera. Grande y construido para intimidar, con suelos de mármol,
muebles antiguos y el eco vacío de una casa que nunca llegó a convertirse en un hogar.
Todos nos escondemos detrás de muros que estamos desesperados por romper.
La única cosa personal que hay aquí es un espeluznante retrato de él y su hijo,
del tamaño de la pared, en medio del salón. Godfrey está de pie sobre un Camden
sentado, agarrando su hombro con orgullo. Ambos miran directamente a la persona
que los pintó. Ambos llevan trajes azul marino.
Sus miradas. El coro que suena de fondo. Un incómodo escalofrío me recorre.
—Has oído al hombre. Brazos a los lados.
Hago lo que me dice el hermano ario, aunque mi mente está en otra parte. Hace
menos de un mes, fue Nate quien me registró. Pero ya en ese momento, a los tres
minutos de nuestra relación, supe que había algo diferente en él.
No hay nada diferente en el hermano ario. Es un salvaje bárbaro, al igual que
todos los hombres de mi vida. Excepto uno.
Sus manos ásperas acarician las curvas de mis tetas al son de la música
dramática, se demoran, presionan, bajan hasta mi estómago y tantean mi sexo y mi
culo. Se ríe para sí mismo mientras pasa largos segundos deslizando su mano por mi
trasero. Permanezco estoica, sabiendo que no es tan divertido para él cuando la mujer
no está angustiada. Cuando su mano pasa de la longitud de mi brazo a la palma de mi
mano, la abre.
—¿Qué es esto?
—Una pelota antiestrés.
—Dámela.
—No. Está hecho de espuma. No es un arma. No seas ridículo.
—¿Godfrey? —Levanta la voz, sus ojos se clavan en los míos.
—Deja que se quede con su estúpido juguete. 258
Después de un poco más de toqueteo y tanteo, finalmente me suelta,
empujándome en dirección a la escalera.
—Godfrey. —Es mi turno para gritar, agarrando las barandillas doradas de la
elegante escalera con una mano y mi pelota antiestrés con la otra. Libero el pasamano
con un jadeo cuando me doy cuenta de lo que he hecho.
Huellas dactilares, estúpida.
—Esperaba que atendieras a tus invitados y tocaras algo de Wagner.
Seguramente estarían todos encima del bastardo antisemita. Ojalá no seas tan cobarde
como para tener a tus hombres arriba. Seremos solo nosotros dos, ¿no?
El estruendoso sonido de los violines y los chelos es inquietante antes de que
finalmente hable.
—No te preocupes, cariño. Estaremos completamente solos. Quiero eso tanto
como lo quieres tú. —Suelta una carcajada.
Mirando la primera escalera como si fuera un reto poner el pie adelante y
subirla, cierro los ojos e inhalo. Puedo hacerlo.
Subo, peldaño tras peldaño tras peldaño. A medida que lo hago, la música se
hace más fuerte, tragándose mis pensamientos. Cuando llego al amplio y largo pasillo
de su segunda planta, apenas tiemblo ya. El lugar está vacío, ocupado solo por la
intensa sinfonía de notas y acordes.
En cuanto estoy en su pasillo, su voz canta:
—Segunda habitación a tu izquierda.
Cámaras por todas partes, observo. Si salgo vivo de aquí, tengo que huir del
país cuanto antes. Hacer una parada en Vallejo es un deseo de muerte. Ya es
arriesgado, con el agente que nos detuvo y la persecución policial.
Empujo la puerta y me pongo delante de él.
Todavía está débil.
Sigue agarrando un bastón.
Todavía con sus estúpidos y grandes zapatos ortopédicos.
Al cerrar la puerta detrás de mí, me doy cuenta de que está solo. Su dormitorio
es sencillo, humilde incluso, con una cama de matrimonio, sin televisión y con paredes
tristes y desnudas. 259
—Me entristece lo que le hiciste a Sebastián —dice, levantándose de la cama
apoyándose en su bastón. Elimino la distancia que queda entre nosotros. Tirando de
la manga de mi chaqueta de cuero por encima de mis dedos, tomo un reloj de arena
que está sobre una mesa junto a su cama y le doy la vuelta.
— Recibió su merecido. Ahora es tu turno para saldar cuentas con el tiempo.
El estéreo está sonando en el fondo, cambiando de movimiento.
—No nos adelantemos —dice con una sonrisa—. Tengo que tomar un vuelo a
Londres esta noche y voy a abordarlo. No me perdería la boda de mi hijo por nada del
mundo.
Apretando mi pelota antiestrés fuertemente y soltándola lentamente, me encojo
de hombros.
—Si tú lo dices.
Godfrey saca una Glock de la parte de atrás de su bermuda y la apunta hacia
mí. Las armas son para los cobardes, me recuerdo cuando mi pulso se vuelve errático
y me mareo. Cuando miro hacia el cañón de su Glock, me doy cuenta de que no solo
es un arma, sino que es mi arma. El bastardo tuvo un lindo toque. Quiere terminar
conmigo con mi propia arma.
—Gracias por hacerlo tan fácil para mí. Atrapar a tu novio será cualquier cosa
salvo un reto. Y tú… —Sacude su cabeza, sonriendo—. Quería entregarte a Camden,
quería matarte desde adentro antes de masacrarte, pero te he menospreciado, Prescott.
Puedes dar verdaderos problemas. Ahora simplemente te quiero muerta.
—Halagador —digo, moviéndome flojamente hacia la cama y sentándome en
el borde, cruzando mis piernas en completa indiferencia. Mi arma sigue cada uno de
mis movimientos y los ojos de Godfrey se ensanchan con incredulidad. Lo confundo
y eso lo hace detenerse. Se está preguntando que tengo bajo la manga, cuando en
realidad, no tengo nada en absoluto.
La gente confundida no actúa con inteligencia, actúan estúpidamente. Estoy
contando con eso.
He estado en las puertas de la muerte tantas veces recientemente, pero nunca
tomé ese primer paso más allá del umbral. Una vez más no va a matarme. O tal vez lo
hará, pero es un riesgo que estoy dispuesta a tomar.
La garganta de Godfrey tiembla, su mirada pasa de la noche fuera de la ventana,
hasta la puerta que todavía está cerrada y luego de vuelta a mi inmutado rostro. 260
—¿Por qué nos odias tanto? A mí. Mi papá. Mi hermano… —Me atraganto,
pero mi expresión es glacial—. Normalmente no te metes con la clase alta. Te
mantienes con las almas desafortunadas, los que no pueden defenderse. ¿Por qué
nosotros?
Esta pregunta me ha estado molestando durante años y finalmente se escapa
entre mis labios. Hoy, tengo una corazonada, obtendré una respuesta. No importa lo
que esta noche suceda en esta habitación, solo uno de nosotros saldrá vivo de aquí.
Puede que no sea yo, pero eso ya no importa más. Cualquier secreto revelado dentro
de estas paredes no va a pasar más allá del umbral.
—Su nombre era Marcia. Era americana. Vivía justo aquí en San Francisco. —
El puño de Godfrey aprieta el arma más fuertemente. Parpadeo.
La madre de Camden.
—¿Era? —Mi pelota antiestrés sigo rebotando de un lado a otro, bailando en
mis manos—. ¿Está muerta?
—Lo está. —Asiente una vez—. Tu padre la mató.
Mi sangre se enfría, haciendo que todo mi cuerpo se entumezca. ¿Mi papá? Es
incapaz de lastimar gente deliberadamente. Es demasiado cobarde. Lo demostró una
y otra vez. Por la forma en que trataba a Preston. La forma en que me entregó. La
forma en que jugó el juego de Godfrey.
—Mi papá nunca… —comienzo.
—Fue un accidente —interrumpe Godfrey. Su tono es indiferente,
desconectado. Apagado—. Ni siquiera habías nacido. Camden era solo un bebé. Nos
acabábamos de mudar de Inglaterra a San Francisco para estar cerca de la familia de
Marcia. Marcia fue al otro lado del camino en la mitad de la noche para comprar
fórmula para Camden en el Seven Eleven. Camden había estado llorando tanto, que
estaba apurada y no cruzó por el lugar adecuado. Siempre usaba el cruce de peatones,
pero no esta vez. Tu papá no estaba borracho. No perdió el control del auto. No iba
por encima del límite de velocidad… —Los ojos de Godfrey se estrecharon sobre
mí—. Pero fue descuidado. A tu madre le afectó mucho, lo que le sucedió a Marcia.
Fue la primera en salir del auto y ver lo que quedó de ella. Tu madre perdió el control.
Eso fue lo que al final la llevó a su colapso nervioso y la razón por la que se registró
en su primera instalación de rehabilitación.
Mi corazón se congela en mi pecho, pero nunca dejo de rebotar la pelota, 261
porque es importante.
Sigue jugando con la pelota, Cockburn, la voz de Nate en mi cabeza me
provoca. Sigue moviéndola.
Mis padres nunca nos dijeron. Pero seguramente, papá lo sabía cuándo empezó
a hacer negocios con él…
—Tomé a Camden y regresé a Londres. No teníamos nada por qué quedarnos
en Estados Unidos luego de su muerte. Fue criado por niñeras mientras yo intenté
seguir adelante. Tu padre fue dejado libre, y no había nada que pudiera hacer al
respecto. Lo creas o no, en aquel entonces, no estaba tras él. Fue la llamada telefónica
lo que cambió todo.
Miro hacia otro lado. Alejando la presión de mis ojos con un parpadeo. Sigo
rebotando la pelota.
—¿La llamada telefónica?
Respiro hondo, apretando mis dientes. Esto no puede estar bien. Todo esto
sucedió… ¿debido a mi padre?
—¿Recuerdas lo que dije acerca de perdonar solo una vez? Una oportunidad,
nada más. El plan era arruinar a tu padre. No a ti o tu hermano. Pero cuando los lazos
de nuestros negocios se hicieron más estrechos y habías conocido a Camden, no puede
evitar que ustedes dos se enamoraran. Le dije que permaneciera alejado de ti. Le dije
que los Burlington-Smyth no eran nuestros aliados, sino nuestros enemigos. No
escuchó. Sabía quién eras, y eso lo dejó resentido.
¿Es por eso por lo que Camden fue infiel? ¿Para vengarse por su madre? ¿Para
vengar algo que no tuvo nada que ver conmigo? Estoy temblando, arrojando más
rápido la pelota de estrés de una mano a otra, haciéndole un apretón mortal cada vez
que cambia de mano.
No dejes de moverte. Su pistola sigue apuntándote, pero se está acostumbrando
a tus manos volando de un lado a otro.
—Entonces cuando vaciaste su cuenta bancaria y huiste con el dinero, no tuve
opción. Tuve que encargarme de ti también.
—¿Y Preston? —digo con los dientes apretados—. ¿Te hizo algo? ¿Es por eso
por lo que huyó?
—¿Huyó? —Godfrey da un paso cojo hacia mí, mi pistola ahora a centímetros
de mi rostro—. Si alguna vez llegas hasta Camden, algo que no harás, estoy seguro
de que será capaz de decirte lo que le sucedió al pequeño Preston. Tu hermano vino a 262
nosotros voluntariamente.
—¿Cuándo? ¿Dónde está?
No estoy segura de querer saber.
La música sinfónica se hace más fuerte, los violines chillando con horror.
—No me dejes arruinar toda la diversión. Ese es nuestra gran final. Lo sabrás
si sales de aquí. Pero… eso no va a suceder, ¿verdad?
Las lágrimas corren por mis mejillas. Me estoy rompiendo frente a él, porque
no hará ninguna diferencia. Estará muerto pronto. Las trompetas rugen.
—Es algo terrible, tomar una vida. Deberías saberlo. Tomaste la de Seb. Pero
a veces —dice Godfrey, inclinándose, presionando la pistola contra mis labios y
obligándolos a abrirse hasta que parece que estoy chupando el cañón. Nuestros ojos
están sosteniendo la mirada del otro. Tan cerca—. No tenemos elección.
Hazlo ahora, escucho la voz de Nate en mi cabeza.
Empujo la pelota antiestrés directamente contra el ojo izquierdo de Godfrey
con toda la fuerza. Se tambalea hacia atrás y cae el suelo con un ruido sordo,
sorprendido más que herido, y una bala se dispara de la pistola, cortando a través del
colchón. Me pongo de pie de un salto y arrebato la pistola de sus dedos. No es difícil
hacerlo, ya que está débil y tumbado en el suelo, incapaz de levantarse sin su bastón.
Tan débil. Tan preocupado. Tan muerto.
Las pistolas son para los cobardes.
Meto la pistola en la cintura de mi ropa interior y vuelvo a rodar mi vestido
hacia abajo. Caminando detrás de él, tomo el cuello de su camisa hawaiana y la
retuerzo alrededor de su cuello desde atrás, anudándola contra su garganta.
Cornos. Flautas. Caos. Guerra. Una sinfonía de vida y muerte en el fondo.
Ahora eso es más personal. El sonido que Godfrey está haciendo es
insoportable. Atragantándose y gorgoteando, jadeando por aire, intenta liberarse de la
camisa que está asfixiándolo hasta la muerte. Recuerdo lo que Nate escribió en su
diario sobre Frank. Cómo lo asfixiaron por órdenes de Godfrey.
Volviéndose rojo.
Miro el reloj de arena. La arena se está acabando, y aprieto su mandíbula con
mi mano libre, obligándolo a mirar el reloj de arena que odio tanto.
263
Tiempo.
Representa todo el mal en este mundo.
—Esto es por Nate —gruño, apretando con más fuerza la camisa, usando toda
la fuerza en mí, goteando sudor por todas partes. La tela corta su piel rosácea y
arrugada, creando un creciente collar de sangre alrededor de su garganta. La música
grita de dolor, absorbiendo los gritos de ayuda de Godfrey.
Volviéndose púrpura.
—Es también por Marcia. Apuesto que habría odiado ver en lo que se
convirtieron tú y tu hijo.
Volviéndose azul, y no luchando tan vigorosamente como hizo antes.
—Pero ¿sabes qué, Godfrey? Más que nada, es por mí. Cuando entré a este
lugar hoy, sobrepasada en número y trastornada, pensé para mis adentros que no
habría forma que fuera a irme de aquí en una pieza. Pero la necesidad de matarte era
demasiado fuerte. Ahora veo que Dios, el verdadero Dios, no tú, Godfrey, está de mi
lado. No porque sea buena, sino porque soy justa. Es por eso por lo que voy a ir a
Inglaterra, en ese avión que planeaste tomar esta noche y voy a matar a Camden. Voy
a tomar todo de aquellos que tomaron de mí y salvar a mi hermano. El tiempo es
demasiado precioso para segundas oportunidades, ¿recuerdas? Tus palabras.
Ante la mención del nombre de su hijo, Godfrey deja escapar un último sonido
de asfixia dolorido antes que su cuerpo quede laxo. Llevada por la paranoia y el miedo,
sigo asfixiándolo por unos pocos minutos más por si acaso. Luego, pongo dos dedos
en su garganta, comprobando su pulso. Nada. Es momento de descubrir cómo salir de
aquí con los Hermanos Aryan pululando fuera. No traje mi teléfono. Todavía lo tiene
Nate.
Consciente de la presencia de un cuerpo muerto en el cuarto, me asomo por la
ventana. No estoy segura de cuántos de ellos están parados detrás de la puerta de esta
habitación, pero hay por lo menos cuatro caminando de un lado a otro en la entrada
de la casa. Bajo la mirada, calculando la altura. Si salto hasta abajo, me romperé una
pierna. Tal vez una mano. Probablemente ambas. No seré capaz de huir lo bastante
rápido como para alejarme de ellos. Y no tengo idea cuán lejos debería correr. Tal vez
por kilómetros. Sin promesas de que Nate esté cerca.
Aunque sé que lo está. Conozco a mi amante. Mi hombre. Mi paz.
Dedos temblorosos cubiertos en el cuero gastado de mi chaqueta agarran el
picaporte, intentando abrirlo, cuando escucho un disparo. Luego otro más. 264
No provienen de mi pistola.
¿Qué demonios?
D
iez minutos más tarde, el chico oficialmente enloquece.
A la mierda. Voy a entrar y si muero, al menos el dolor de
saber que ella no lo logró, desaparecerá. Los muertos no sienten.
Los fantasmas no pueden ser perseguidos.
No sé cómo logré aguantar más de un segundo sabiendo que podría estar en 265
peligro. Lo que probablemente fueron solo diez minutos parecieron un puto siglo.
Sí, las armas son para los maricas, pero cuando se trata de la vida de Cockburn,
no soy valiente. Soy un marica. Puedo arriesgar mi propia vida. Tomar la pistola que
le robamos a Sebastian y resolver las cosas por mí mismo. ¿Pero Prescott? Usaré cada
truco sucio y lo sacaré para asegurarme de que esté a salvo.
Cuento las balas en el arma antes de entrar. Seis rondas.
Seis. Eso significa que todavía tendré que lidiar con algunos de ellos con mis
puños. Los primeros dos en caer son los Hermanos Aryan de pie en la puerta de
entrada. Nunca he usado una pistola, pero mi puntería es buena. Tengo manos firmes
y una destreza para hacer cosas violentas.
Con toda probabilidad, las personas de las casas vecinas escucharon los
disparos. Solo hay dos casas en la calle sin salida de Godfrey, y a juzgar por el hecho
de que permitieron que un grupo de delincuentes pasaran horas aquí sin llamar a la
policía, existe la posibilidad de que tenga un poco más de tiempo para poner mis cosas
en orden. Tal vez no están en casa en esta época del año, esos ricos bastardos. Solo
puedo confiar.
Asalto la casa y otros dos imbéciles corren hacia mí con puños y cuchillos.
Boom. Boom. Muertos.
—¿Pea? —grito, mirando alrededor del vestíbulo del espacio abierto. Puedo
ver la mayor parte de la cocina desde este ángulo, y está vacía. Subo las escaleras, de
dos a la vez, mis cuádriceps se tensan.
—¡Prescott! —Boom, pateo la primera puerta en el pasillo. Nada.
—¿Pastelito? —Mi voz se rompe. Otros dos Hermanos Aryan aparecen desde
la esquina más alejada del pasillo y les disparo de inmediato.
Me he quedado sin balas, pero me importa un carajo.
—Intenta patear algo, haz ruido —indiqué.
Si está muerta, quemaré toda esta casa, conmigo adentro. Pero no lo está. Es
más dura que Godfrey, y él ni siquiera lo sabe.
Tal vez lo descubrió.
Estoy a punto de patear la puerta de la segunda habitación cuando se abre, y
doy un paso atrás por instinto, solo para encontrar el rostro del amor de mi vida
mirándome. Con los ojos abiertos, sorprendida y temblorosa… pero sana y aún en pie. 266
Gracias a Dios.
—Jesús Cristo, Cockburn. ¿Por qué no me respondiste?
—Corrí y me escondí en su armario cuando oí disparos —murmura y se arroja
en mis brazos. La tomo en un abrazo sofocante, uno que con suerte la unirá
nuevamente. Cuando nos separamos, paso mis dedos sobre su rostro, su nariz y su
boca, luego toco su cabello. Hago inventario, asegurándome que todo todavía está allí.
—¿Dónde está Godfrey? —pregunto. Ella da un paso de costado y lo veo en el
suelo, con su camisa hawaiana desgarrada alrededor de su cuello. Ella lo mató con sus
manos.
—Las armas son para maricas. —Ella sonríe, presionando su cálida y dulce
boca contra la mía, y me da ganas de follarla aquí mismo en el piso, pero eso tendrá
que esperar.
—Vamos —tomo su mano—. Necesitamos repensar esta ley sobre las armas
de fuego. Si ves venir a alguien, dispárales. No tenemos tiempo y no tengo balas. —
Señalo hacia el arma que está agarrando.
Bajando las escaleras, se detiene cerca del primer escalón de la escalera, toma
mi manga y limpia la barandilla.
—¿Huellas dactilares? —pregunto. Ella asiente. Agarro a uno de los bastardos
nazis que yacen muertos al pie de la escalera y choco su cabeza contra ella. La sangre
salpica por toda la barandilla—. Eso lo cubrirá.
Salimos de la casa y entramos al auto en un tiempo récord. Cuando acelero el
motor, mi chica dice:
—Tenemos una parada más. Londres, Inglaterra.
—¿Qué pasa con Vallejo? —pregunto.
—Preston está con Camden. —Sonríe—. Puedo sentirlo. Además, tienes razón,
si él está en Vallejo, puedo volver por él cuando ya no nos busquen.
Inclino un sombrero imaginario hacia abajo.
El camino hacia el aeropuerto es tan rápido que apenas tenemos tiempo para
recuperar el aliento.
Mi chica solo tiene una última pieza para unir antes de que su alma esté
completa nuevamente. Tengo la intención de ayudarla en todo lo que pueda. 267
C on pasaportes falsos o sin ellos, tanto Nate como yo somos un manojo
de nervios cuando mostramos nuestras identificaciones en el punto de
control de seguridad. Probablemente, todos los agentes de la ley del
estado lo estén buscando ya, y por desgracia, su buen aspecto, sus interminables
tatuajes y su enorme complexión solo juegan en nuestra contra en este caso. Su rostro
es ridículamente memorable. 268
Le pedimos a la chica detrás del mostrador de United Airlines don billetes para
Londres, en el primer vuelo. Muevo mi peso de un pie a otro, masticando el interior
de la mejilla, mirando a todos y a todo como si quisieran hacerme daño.
Nate está estoico, tranquilo y en paz, pero también es humano. Hay una
tormenta dentro de él, también, simplemente la oculta mejor.
—¿Señora? —Su frente se arruga y sacudo la cabeza la cabeza.
—Mi padre acaba de morir y necesito apresurarme para llegar al funeral —le
digo desde detrás de mis grandes gafas de sol, aunque ya casi ha amanecido. Solo así
puedo justificar las gafas de sol.
—Lamento escuchar eso. —La joven coloca una mano bien cuidada sobre su
pecho y traslada su atención a mi acompañante. Sus ojos brillan con algo, y por un
segundo, me preocupa que reconozca a Nate. Pero no. No es el reconocimiento lo que
despierta su interés. Es el hecho de que es una obra maestra andante y parlante.
—Señor, ¿puede darme su pasaporte, por favor? —Ofrece una sonrisa, y él le
entrega el pasaporte de Christopher Delaware.
—Señor Delaware —murmura para sí misma. Él asiente una vez. Ella
comienza a introducir la información en el monitor de la pantalla táctil, con una
mirada escrutadora. Quiero gritarle que se detenga, pero sé que esa no es una buena
idea.
El corazón me late con fuerza y lo siento en todo el cuerpo, hasta en las yemas
de los dedos. Detrás de las gafas, mis ojos aterrizan en una fotocopia pegada en la
estación de trabajo de la mujer. En una de las varias que están etiquetadas como “no
vuela”, se ve el rostro de Nathaniel Vela.
Mierda, mierda, mierda.
Intento decirme a mí misma que ahora tiene un aspecto diferente. No se ha
afeitado en semanas y su cabello peinado hacia atrás es un revoltijo de rizos. Nate ha
cambiado después de lo que hemos pasado. Está más viejo, más frío.
Vuelve a tomar mi pasaporte y examina la foto, levantando los ojos hacia mí y
bajándolos a la foto. Un escalofrío me recorre los brazos y la espalda. Yo soy la
persona de la foto. Entonces, ¿por qué me cuesta tanto respirar?
Me tiemblan los ojos y quiero arañarme el rostro hasta despegarlo por
completo. Ella podría poner fin a todo nuestro viaje. No puedo permitir que eso
suceda.
Otra mirada al pasaporte. 269
Otra mirada hacia mi
Pensamientos felices.
Escuchar The Lovecats de The Cure en repetición.
Ser besada por un cachorro, húmeda y maloliente lengua, incluida.
Nate mirándome.
Nate sonriéndome.
Nate dentro de mí.
Nate, Nate, Nate.
¿Por qué no cruzamos la frontera con México en auto? ¿Cómo he podido ser
tan tonta?
Descuelga el teléfono en su puesto. No. Por favor, no lo hagas.
Habla por teléfono, pero no puedo oír lo que dice. El aire que me rodea es
blanco y está lleno de pánico. Nate me agarra la mano y la aprieta con fuerza. Esto no
puede estar pasándonos.
Quiero gritar, volver atrás en el tiempo, elegir otro escritorio, otro vuelo. Otro
plan. Debería haber prestado más atención a quién nos atendería.
No. No. No.
Llega su gerente. Es un hombre. No puedo ver nada más de él a través del
borrón de las lágrimas. Me hace preguntas. Mi fecha de nacimiento y otras cosas que
respondo en piloto automático. Recuerdo la fecha de nacimiento de Cockburn porque
he hecho los deberes.
Largos minutos pasan, pero nos dejan ir. Cuando lo hacen, estoy empapada de
sudor frío. Estoy tan húmeda que mis pies sin calcetines chirrían dentro de mis
botines.
Cuando nos devuelven los pasaportes con los billetes metidos dentro, grito de
alivio. Pasamos el control de seguridad, a pesar de que nuestra mochila está llena de
dinero. Mi novio me agarra por la cintura y me guía hasta la terminal. Atravesamos el
aeropuerto corriendo. No llevamos ninguna maleta. Solo mi mochila. Esto podría
suscitar algunas preguntas, pero nadie parece darse cuenta. Solo tenemos que subir al
avión y todo irá bien.
Tiempo.
270
Quiero que se mueva rápido y me lleve al otro lado del planeta.
Nate se desploma en una de las sillas de plástico de la puerta de embarque
mientras esperamos a que nuestro vuelo aborde y compro un zumo Jamba. Tiene el
rostro cubierto por la sudadera con capucha y se mantiene callado. Apoyo mi cabeza
en su muslo y me hago un ovillo. Estamos demasiado nerviosos para hablar.
Demasiado nerviosos incluso para parpadear. Solo nos quedamos sentados. Dos
personas mudas, deseando ser invisibles durante todo el vuelo.
Una vez que subimos al avión, suelto un enorme suspiro y cierro los ojos. No
es hasta que nuestro avión está en el aire que Nate vuelve a estar visiblemente bien.
De erguido y alerta, vuelve a ser el mismo de siempre. La dureza ha desaparecido,
sustituida por la mirada encantadora con la que nació. Cuando cruzamos la frontera
de California y la pantallita del reposacabezas muestra que estamos sobre Nevada, se
me escapa una pequeña sonrisa. Sus labios encuentran mi oído, y no le importa que
una azafata pase junto a nosotros con su carrito, ofreciendo bebidas.
―En cuanto aterricemos en el Reino Unido, nos registraremos en un hotel y
follaremos como salvajes. Todavía te debo un castigo por ponerte en plan G.I. Jane
con esos Hermanos Aryan.
Lamo mis labios y me volteo, mis dientes pasando sobre su barbilla
ligeramente.
―Te gustan las peligrosas, ¿verdad, Delaware?
―Sí, me gustan. ¿Y qué es más peligroso que un Cockburn?

Se queda dormido en la pequeña y estrecha silla, y yo me paso horas solo


mirándole. Lo quiero tanto que puedo sentir el peso de este amor en mi cuerpo. Juro
que es como si estuviera embarazada de sentimientos.
En muchos sentidos, él es lo único que me mantiene cuerda. En las últimas tres
semanas, me han secuestrado, me han metido en un sótano, he seducido a mi captor,
he huido con él, me he enamorado de él y he matado a dos personas. Y sé que Nate
mató al menos a seis más en la casa de Godfrey.
Esto no es una broma. Es un baño de sangre. Godfrey dijo que Camden tiene 271
la respuesta a la desaparición de Preston. La pregunta candente es: ¿realmente tiene a
Preston? La antigua Prescott no correría ningún riesgo. Iría a Vallejo antes de subir a
un avión, sin importar las consecuencias, para hacer todo lo posible por encontrar a
su hermano. Pero ya no soy la antigua Prescott. Nathaniel Vela me cambió. Cambió
mis prioridades. Cambió mi corazón.
Lo que me mantiene cuerda es saber que lo que estamos haciendo es correcto.
Maté a Sebastian, Godfrey, y ahora voy a matar a Camden, porque no merecen
vivir. Me quitaron la vida. No solo en el sentido espiritual. Literalmente me abrieron
con una percha, la metieron profundamente dentro de mí y me arrancaron la vida que
estaba creciendo. La vida que ellos mismos pusieron dentro de mí.
Ojo por ojo. Una vida por otra vida.
Aterrizamos en Heathrow, recibidos por un ligero frío londinense. Es suficiente
para hacer que me estremezca en mi minivestido rojo raído. Nate, que se ha despertado
tras ocho horas de sueño, se da cuenta y se quita la sudadera con capucha, sucia por
todo lo que hemos pasado, por encima de la cabeza y me la ofrece, y luego procede a
rodearme con su brazo.
Nos quedamos parados en la aduana durante cuarenta minutos antes de que nos
dejen salir, pero cuando lo hacen, cuando atravesamos esas puertas correderas de
cristal, pasamos por las tiendas Duty Free, pasamos por el punto de encuentro donde
decenas de personas esperan detrás de las barreras, agarrando globos y flores y
carteles con nombres que no conocemos, nos reímos. Una risa feliz y alegre. Lo hemos
conseguido. Tomados de la mano, nuestros pechos se agitan. Una sinfonía de
felicidad. Somos libres.
Ya no estamos en suelo estadounidense.
No más Hermandad Aryan.
No más FBI.
No más Sebastian Goddard.
No más Godfrey Archer.
Mis dedos se clavan en su espalda para darle otro abrazo de agradecimiento.
En medio de todo el caos del aeropuerto que ocurre a nuestro alrededor, se detiene,
me mira de frente, atrae mis manos entre las suyas y nivela esos ojos marrones miel
con los míos.
—Mi culpa, mi error, no está en las pasiones que tengo, sino en mi falta de
control sobre ellas —dice, repitiendo las palabras de su diario. Las palabras de su 272
primer tatuaje. Las palabras con las que tanto deseaba relacionarse—. Gracias por
ayudarme a encontrar mi pasión, Cockburn. Mi pasión, resulta que eres tú.
C
amden Archer no fue difícil de encontrar.
Ha estado en todas las noticias, dando entrevistas sobre la
muerte de su padre. Dijo que murió mientras dormía,
probablemente porque no quería decirle al mundo la horrible y
repugnante verdad. Camden es ahora oficialmente el heredero de los negocios de su
padre, y lo último que quiere es que la gente descubra lo que ocurrió en la casa de su 273
padre la noche en que Pea le quitó la vida.
La tan esperada boda de Archer con Lady Hilary Thompson (¿puedes creer esa
mierda? El tipo que violó a mi novia de forma continua se va a casar con una dama)
se cancela. Diría que me da pena, pero la verdad es que estoy deseando conocerlo para
que conozca mi puño.
Una cosa es segura: Camden Archer sabe que hemos matado a su viejo y que
vamos a por él. Su muerte no será tan fácil como la de Sebastian, o tan afortunada
como la de Godfrey. Necesitaremos más. Más recursos, más planificación, más suerte.
Más jodido todo.
Según las noticias, Camden voló a California para ocuparse de los arreglos del
funeral de su padre, y volverá el próximo viernes. Tenemos un plan trazado para él.
Volverá a la casa de su padre en Kent, pensando que le esperaremos cerca de su
apartamento de Marble Arch en Londres.
Pero se equivocará. Estaremos esperando en Kent. Esta vez, con armas reales
y una estrategia detallada de cómo acabar con él.
Mientras esperamos a que llegue a Inglaterra, tenemos algo de tiempo libre.
Los últimos cuatro días han sido nada menos que el maldito cielo.
Nada más aterrizar en Londres, Pea y yo nos registramos en Piccadilly
Backpackers, un albergue en el centro de la capital inglesa. Compartimos las duchas
y los baños comunes con graduados de instituto de toda Europa y Australia y
dormimos en el mismo nivel en una litera, acurrucados contra el otro como sardinas.
Desayunamos, comemos y cenamos patatas fritas Kettle y bebemos pintas de
Guinness en el Dublin Castle de Camden Town. En un momento dado, incluso
decidimos derrochar unas cuantas libras para entrar en el Music Room y escuchar la
actuación de un grupo indie local.
El grupo es una mierda, pero no nos importa. Nos besamos en un banco de
madera durante todo el concierto. Mis manos se deslizan dentro de su nueva falda de
Primark (nos hizo ir hasta Tooting Broadway porque no quería visitar el Primark de
Marble Arch. Le recuerda demasiado a Camden). Le meto los dedos a través de las
bragas empapadas delante de un montón de gente borracha que no conocemos.
Sofocando sus gemidos contra mis labios. Haciendo que se corra contra todo mi puño.
Vamos al Madame Tussauds y le hago una foto tocando las pelotas de David
Beckham, y ella me hace una foto fingiendo que me tiro a Kylie Minogue por detrás.
Posteriormente, nos echan del Madame Tussauds, pero nos reímos tanto
mientras salimos a trompicones que nos duelen los abdominales. Definitivamente, 274
merece la pena el tirón de orejas.
Nos colamos en los autobuses y nos quedamos de pie durante dos putas horas
en una cápsula del London Eye junto a una pareja japonesa que se pelea furiosamente
y su hijo, que mancha de mocos todo el cristal.
Por la noche, la tengo tan cerca que mi corazón se expande, llenando cada
centímetro de mi cuerpo. Le hago el amor y también le hago el odio, porque a veces,
el mejor tipo de sexo es el furioso que solo quieres que te saquen de tu sistema.
Pero en Londres, Prescott no pregunta por Beat. Pregunta por Nate. Por primera
vez en mi vida, escarbo en mi interior, intentando encontrar quién es él. Cómo actuaría
en la cama con la mujer que ama.
Resulta que puedo ser una pequeña mierda gentil. No es vainilla, todavía me
gusta morder y pellizcar y tirar de sus pezones y su clítoris hasta que me da un
manotazo en el hombro y se retuerce, pero Prescott me introduce en algo llamado
“sexo de relación”.
—Es básicamente un polvo perezoso. —Se pone encima de mí al estilo
vaquera, colocando sus dedos en los labios, besándolos y luego rozándolos con los
míos. Se mueve sin prisa y yo disfruto de la vista, con una sonrisa relajada en los
labios—. Así es como la gente folla cuando no está siendo perseguida por todo el
maldito mundo. —Me guiña un ojo.
—Hmm. —Deslizo las manos por su cuerpo, frotando sus pezones con los
pulgares antes de bajar para pasar el dedo por su clítoris hinchado—. No estoy
familiarizado con este concepto y, francamente, no me interesa. ¿Qué coño se supone
que voy a hacer con mi vida si nadie está detrás de mi culo?
—Vivirla —jadea, saboreando mi tacto en su piel. Pellizco su clítoris y muerdo
su muñeca—. Disfrutarla.
—La disfruto. —Chupo sus dedos. Oímos las risas de las italianas en la
habitación de al lado. Llevan días escuchando como tenemos sexo—. ¿Disfrutas
follando conmigo tanto como disfrutas matando gente, Cockburn?
—Sí —jadea—. Por supuesto.
Engancho mi dedo en su coño y lo enrosco. Entonces se inclina para besarme
y susurro en su rostro.
—Porque a veces creo que tienes más hambre de sangre que de polla.
Se pone encima de mí, temblando y sonriendo, y yo me corro dentro de ella,
gimiendo y riendo. 275
Podría acostumbrarme a esto. Vivir así para siempre. Aceptaría el maldito
equipaje de los Burlington-Smyth que trae consigo, Preston incluido. Pero mi chica
quiere matar al hombre que la arruinó, y lo haremos, de una forma u otra.
Ella tiene una pieza más de su alma para recoger.
Tratar con Camden hará estallar nuestra burbuja. Después de que terminemos,
averiguaremos dónde queremos vivir, qué queremos hacer.
Hoy, vamos a repasar nuestro plan para acorralarlo después del funeral de su
padre. Nos sentamos en una pequeña cafetería de Chelsea, jodidamente costosa, pero
este lugar es muy querido por el corazón de Pea. Es donde a menudo se escapaba de
su novio infiel para mirar escaparates. Me levanto del asiento, me estiro, engullo mi
pequeña taza de expreso de un tirón y la golpeo contra la mesa de madera.
—Voy a orinar. Espera aquí.
—No te preocupes, nunca me separaré de ti —dice con un guiño.
Le beso los labios y me dirijo al baño. Mientras hago pis, silbo y observo mi
polla con ojos perezosos. Últimamente ha estado enterrada en el coño y el culo de
Prescott tantas veces, que prácticamente puede llamarlos hogar. Me lavo las manos y
me miro en el espejo, y la sonrisa de comemierda que estoy luciendo estos días hará
que la gente piense que soy feliz. Sorprendentemente, lo soy. Estoy jodidamente feliz,
por primera vez en mi vida.
He pasado por tanta mierda, he matado a tanta gente recientemente, y aun así,
nunca me he sentido más vivo.
Vivo porque hay otro corazón por el que necesito vivir.
Está latiendo contra el mío cada noche.
Late. Late. Late.

276
M iro mi teléfono, mensajeando con un tipo de Brixton que ofrece
músculos de alquiler. Necesitaremos toda la ayuda que podamos
comprar cuando ataquemos a Camden en Kent. Escribo rápido, con
las yemas de los dedos golpeando furiosamente la pantalla, y me detengo cuando un
olor a colonia cara me llega a las fosas nasales. Mis manos se detienen y mis cejas se
fruncen. Me resulta familiar… y repugnante. 277
No me atrevo a levantar la vista de la pantalla.
—Diabla. —Su voz grave es tan escalofriante que parece la mismísima parca—
. Tan hermosa, besada por el sol californiano. Es una pena que no vuelvas a verlo.
Me levanto de mi asiento, a punto de atravesar la puerta y correr por mi vida,
pero estoy demasiado perpleja. Camden me estrecha en sus brazos antes de que tenga
la oportunidad de escaparme, envolviéndome en un abrazo. Sus brazos me rodean el
cuello como si fuéramos viejos amigos compartiendo un momento, y siento una hoja
presionando mi arteria carótida. La gente no puede verlo. Su mano está tapada por mi
largo cabello. Pero está ahí, y la demencia que gira en sus zafiros me dice que aún
está loco. Tan loco como para matarme.
Entierra su rostro en mi hombro mientras me abraza más fuerte, inhalando mi
aroma como un adicto que esnifa una línea de coca.
—Si muestras el más mínimo signo de sufrimiento, te cortaré el cuello y te
dejaré morir en este suelo, cariño.
Trago saliva, mirando el auto que lo espera afuera. Un llamativo Alfa Romeo.
Reconozco a su conductor a través de la ventanilla bajada. Simon. Solía llevarme
cuando Camden y yo estábamos juntos. Mi ex decía que éramos demasiado buenos
para el metro.
—Sígueme. No te preocupes, tu amante se unirá a ti pronto. —Toma una
servilleta de debajo de mi taza de café y anota su dirección con el mismo objeto con
el que me amenazó. Un extremo es un bolígrafo y el otro un cuchillo. Muy inteligente.
Y muy de Camden.
Dejo que me meta en el asiento trasero de su auto sin más razón que el hecho
de que estoy en shock. Se supone que no debería estar aquí. Pero lo está.
Camden se desliza en el asiento de cuero, cruza las piernas y enciende un
cigarrillo despreocupadamente. Mira por la ventana mientras habla.
—Me has hecho un gran favor. Siempre quise heredar el negocio familiar. Mi
viejo se descuidó con la edad y con el orgullo. Esas son las cosas que suelen matarte.
¿Debo atacarlo? Las puertas están cerradas y solo estamos nosotros y Simon.
Camden no es Nate. No es tan alto, fuerte y monstruoso. Como si me leyera la mente,
mi exnovio se encoge de hombros, dirigiendo su mirada hacia mí. Me echa humo en
el rostro mientras habla.
—¿Ves esta pluma? —me dice con los dedos su arma—. Es una hoja hecha a 278
medida. Afilada como un cuchillo de caza. Podría cortar tu piel como si fuera
mantequilla. Es preciosa, de verdad. Mi prometida me la compró para Navidad.
—Precioso. —Cruzo los brazos sobre el pecho, imitando su acento pijo—. Me
alegro de que ella alimente a tu psicópata interior. Yo lo dejé morir de hambre durante
años.
Camden se ríe y hace un gesto, acercándose a mí. Me aparta el cabello del
cuello y lo besa suavemente, hablándome en voz baja.
—He echado de menos nuestras bromas, Diabla.
Respiro. El olor a cigarrillo y a colonia cara me sofoca.
—Y yo no iría por ahí calificando a la gente de psicópata con tu historial. Tú
asesinaste a mi padre.
—Tu padre asesinó mi alma —le respondo con un siseo, acercándome tanto a
mi lado del auto que todo mi cuerpo queda presionado contra la puerta—. Y a mi bebé.
Deja escapar un gemido y me tuerce el rostro apretando mi mandíbula con la
palma de la mano, obligando a que nuestras miradas se encuentren.
—Mírame ahora, Prescott. ¿De verdad mi padre te ha violado?
Asiento lentamente, sin romper el contacto visual.
—Si no, no lo habría matado.
Sus azules se ahogan en mis avellanas. Se está perdiendo en lo más profundo
de mí, ¿y yo? Lo estoy arrastrando. Puedo verlo a través de sus pupilas dilatadas. La
compasión. El tipo que me compró un billete a Londres después de una primera media
cita bajo las estrellas. El tipo que se enamoró de una chica cuyo padre es el responsable
de que se haya quedado huérfano. Todo está ahí, en nuestra sucia y desordenada
verdad. Sus ojos caen sobre mis labios.
—Prescott —susurra. Se mueve para besarme, y yo aprieto los labios
instintivamente.
—Suéltame.
Es una orden.
—Nunca.
Es una promesa.
Me besa de nuevo, esta vez más fuerte, en la boca. Me da una pequeña náusea, 279
pero mantengo la compostura. Cuando sus labios se separan de los míos, sigue
mirándome fijamente, dando otra calada silenciosa a su cigarrillo.
—Dime la verdad, Prescott. ¿El gigante idiota es un peón?
Sacudo la cabeza lentamente.
—Estoy enamorada de él. —Encuentro la fuerza en mí para sonreír. Es lo
último que digo antes de que me golpee con el puño en la nariz y mis ojos se vuelvan
a oscurecer y vea estrellas.
Nate.
I ncluso antes de caminar de regreso a nuestro asiento junto a la ventana, sé
que algo va mal. Lo puedo sentir en mis huesos. Están fríos. Cuando rodeo
una esquina y Prescott no está sentada en el sofá con vistas a la concurrida
calle, el frío se convierte en calor. Cuando paseo hacia donde nos sentamos, cortando
a través del aire cargado que parece carecer de oxígeno, calor se convierte en
enfermedad. Hay una pequeña servilleta en la mesa con una dirección garabateada en 280
ella. La busco en Google Maps, sin sorprenderme al ver que está en Marble Arch.
Jodido Camden.
Salgo corriendo y pido un taxi, pero todos están ocupados. Son las primeras
horas de la tarde. Hombres y mujeres trajeados entran y salen de los taxis. El tiempo
se pierde, y odio que se me acabe. Ella me necesita ahora.
Finalmente, un taxi negro se detiene frente a mí y salto en él, golpeando en el
divisor frenéticamente, dándole la dirección.
Llegó a nosotros antes de que nosotros llegáramos a él. Nos engañó
haciéndonos creer que estaba fuera del país. Estábamos tan borrachos de ser felices
una vez en nuestras putas vidas, que perdimos la concentración.
El conductor está intentando entablar una conversación agradable a través de
la pantalla de plástico, pero pronto se da cuenta de que mi estado actual no me permite
realmente hablar. O respirar, para el caso.
Estábamos tan seguros de que Camden correría o se escondería tras soldados
corpulentos, sin cerebro, como el resto de ellos. Hemos cometido los mismos pecados
que hicieron que los relojes de arena de Sebastian y Godfrey se quedasen sin arena.
Nos pusimos cómodos. Y nos volvimos engreídos.
Pea y yo nos habíamos salido con la nuestra durante esos breves días. Sin
planearlo ni calcularlo, los derribamos, uno por uno. Era casi demasiado bueno para
ser verdad. Nos hizo sentir invencibles. Ahora, me preocupa que pronto descubra que
no lo somos.
Cuando el taxi se detiene frente al edificio de Archer, salgo corriendo, dejando
un montón de dinero detrás de mí. Tal vez más que una buena propina. Tal vez no lo
suficiente como para cubrir la tarifa. Corro por las escaleras hasta el segundo piso,
subiendo tres escalones a la vez, y abro la puerta sin llamar. Me encuentro con un
chico fornido en uniforme, un camarero o un conductor o quién carajos sabe. Se lanza
desde un sofá de lujo en la sala de estar en mi dirección, agitando un bolígrafo
vaporizador en su mano.
Con la adrenalina y la furia a flor de piel, le dejo correr hasta mi posición cerca
de la puerta antes de estampar su cabeza contra la pared más cercana. Pero entonces
lo siento. En mi estómago.
Me clava el bolígrafo en los abdominales con un rugido gutural, dejándolo
dentro mientras se desploma en el suelo. El olor de la sangre llega antes que el escozor
de la hoja. Luego lo veo. Y cuando lo veo, está por todas partes.
Todo lo rojo. 281
El bolígrafo no es un bolígrafo. El bolígrafo es una jodida daga. Y una
jodidamente afilada, también.
Me tambaleo hacia atrás, mirando el agujero en mi abdomen. No es demasiado
grande, pero sí demasiado profundo.
El hijo de puta me apuñaló. Necesito llegar a Prescott antes de que caiga muerto
por la pérdida de sangre o una jodida peritonitis.
Tal vez duela. Creo que sí. La bilis me sube por la garganta y una mancha de
sangre se extiende rápidamente por mi camisa blanca. Saco la daga de un tirón,
suspirando de alivio cuando no sale junto con mis intestinos, hago rodar a mi atacante
sobre su espalda y le apuñalo en la garganta. La daga se desliza por toda la carne hasta
tocar el suelo. Su cuerpo inerte cobra vida, se sacude una vez más antes de ceder y
caer muerto.
Bolígrafo en mano, salgo a trompicones al pasillo, con el goteo de mi sangre
resonando en el suelo. Veo una puerta entreabierta y sé lo que me espera dentro. La
abro de golpe. Quiero atravesarla como una ventisca, pero a cada paso que doy, mi
visión se vuelve más borrosa, mis pasos más vacilantes. ¿Me estoy muriendo? Puede
que sí. Pero no me importa.
Prescott.
El bastardo está de espaldas a la puerta. ¿Quién hace eso? ¿Quién le da la
espalda a su rival? Alguien que quiere morir.
Alguien que quiere ser sorprendido.
Alguien que sabe que no lo voy a matar porque tiene algo mío que quiero de
vuelta.
Me balanceo como un borracho, chocando con la pared y la cómoda de su
dormitorio, hasta que el cuchillo se aprieta contra su garganta. Probablemente pensó
que nunca llegaría tan lejos, que sería interceptado en el salón por su musculoso.
Sorpresa, escoria.
—Déjala ir.
Parpadeo furiosamente, intentando recuperar la concentración, y sé que estoy
goteando sangre sobre él, pero cuando la vista que tengo delante se registra, tengo
problemas más grandes que perder el conocimiento.
Camden Archer está tumbado en un sillón de felpa en su habitación, mirando
hacia una ventana. 282
Debajo de él, en el suelo, está sentada Prescott, golpeada hasta la médula.
Una pistola en la sien. Una mano envuelta alrededor de su cuello amoratado y
rojo. Siento que se me aprieta la garganta. Respira. Inhala. No pierdas la cabeza.
—Diabla era la única enfermedad de la que no podía deshacerme. —Su
elegante acento inglés suena tan lejano ahora mismo. Le está acariciando la cabeza.
¿Por qué le acaricia la cabeza? Quiero detenerlo, pero no puedo. Sé que, si no lo mato
pronto, yo también moriré. Pero no puedo arriesgarme a ponerle el cuchillo en la
garganta, porque podría apretar el gatillo—. ¿Qué tiene Prescott Burlington-Smyth
que hace a los hombres caer de rodillas? —se pregunta en voz alta. El cuerpo me falla,
me desplomo y me agarro al respaldo de su asiento para mantener el equilibrio. No le
importa que tenga el cuchillo apretado contra su garganta. Tengo la sensación de que
ya no le importa nada.
Pero a mí sí. Me importa mucho la chica que se ve obligada a sentarse entre
sus piernas. Y me destroza no poder salvarla.
—Está bien caer, Nathaniel. Todos nos caemos a veces. —Su arma acaricia el
cabello de su frente de una manera que es casi entrañable—. Sabes, te vi hace unos
años, cuando visité a mi padre en San Dimas. Nadie iba a visitarte. Estabas pasando
el tiempo en el patio. Parecías tan invisible dentro de ese gran cuerpo tuyo. Crees que
has encontrado algo por lo que vivir, pero ella me pertenece. El arte de dejar ir… —
se ríe—. Nunca fui bueno en eso.
—Mátanos a los dos y aléjate, Nate. Lo quiero muerto —ordena mi valiente
chica de fondo, pero ya no oigo bien. Todo se vuelve blanco. Las voces se apagan. Mi
reloj deja de sonar.
Soy egoísta. Nunca dejaré que la mate, aunque eso sea lo que ella quiera.
—Sí, Nathaniel. Mátanos a los dos. —Le oigo resonar a través del dolor rojo y
punzante que me palpita entre las sienes—. Nuestro tiempo se ha acabado.
Por primera vez desde que Pea y yo nos juntamos, me doy cuenta de algo. No
puedo salvarla. Esta vez, está sola.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que estoy en el suelo, con los ojos
muy abiertos por el terror. Miro fijamente las patas del sillón, la espalda de Pea entre
las piernas de Camden. Quiero moverme. Necesito moverme. Salir de mi piel y ser
fuerte para ella. Un río de sangre, mi sangre, empieza a correr hacia ella.
Luchando por mantener los ojos abiertos, intento hablar con ella, aunque 283
apenas puedo mover los labios. El blanco se convierte en negro, y el salvaje viaje que
hicimos juntos llega a su fin. Si hubiera una última cosa que pudiera sentir antes de
morir, querría que fuera su estúpida bola de estrés rebotando en mi rostro. Parecía tan
esperanzada y animada el día que salimos juntos de Stockton. Me hizo enamorarme
de ella. Todo ese espíritu. Ella brillaba, un cartucho de dinamita en la oscuridad de mi
existencia. Country Club no me dio ninguna opción. Me arrancó el corazón del pecho.
¿Es una sorpresa que solo se me ponga dura por una chica, que ella solo se moje por
mí? Ella me da tormenta, y yo le doy paz.
Pero ahora no puedo darle mi paz.
Porque me he ido.
D e aspecto tan sencillo, no podría destacar en un mar de negro. Pero
lleva trajes a medida, una sonrisa astuta y la confianza de un hombre
que nunca tuvo que contar sus monedas. Le gusta: Beber, follar y
utilizar el poder de su padre para salirse con la suya. Ama: A mí. Odia: Todo y todos
los que puedan interponerse entre él y yo.
284

—Baja el arma. —Mi tono es inestable. Mierda. Podría haber sido diferente, si
Nate no estuviera aquí. Me importaría mucho menos mi muerte.
Conozco a Camden, y si me mata, se afligirá por mí más de lo que se afligió
por su padre. Me ha estado acribillando a besos, mojados con lágrimas y con la saliva
de su apestoso cigarrillo, desde que me golpeó y me sacó de su auto. Le ordenó a
Simon que se quedara en el salón y esperara a Nate mientras me llevaba a su
dormitorio, besándome, llorando, disculpándose y dándome una bofetada en el rostro,
todo a la vez.
Tan enloquecido. Tan loco. Tan, tan demente.
Está divagando, algo sobre cómo podríamos haber sido grandes padres. No
escucho nada de lo que dice. El único sonido que rebota dentro de mi cráneo es Nate,
Nate, Nate.
Está herido. No puedo girarme para mirar debido al arma que se me clava en
la sien, pero la sangre… …la sangre de Nate se abre paso hasta mis pies. La veo correr
hacia donde estoy sentada en el suelo como un animal herido que suplica ser salvado,
el olor a cobre es tan fuerte que me llena la boca, aunque no está cerca de mi lengua.
Intentando no tener arcadas, muevo el cuello hacia delante y hacia atrás e inhalo
profundamente.
Por favor, no te mueras por mi culpa. Por favor, no te vayas.
Me dolería mucho más que las palizas que soporté de mi exnovio.
—Necesito llevarlo al hospital, Camden. No eres tu padre. No puedes
deshacerte de dos cuerpos sin dejar pruebas. Solo dime lo que quieres y lo haré.
Tira violentamente de mi cabello para que mi oído encuentre sus labios, la piel
de mi frente se estira por el impacto de su agarre.
—No puedes darme lo que quiero, porque ya se lo diste al pobre bastardo que
está muriendo en el suelo tras nosotros. Eso sería tu corazón, por cierto.
Mis malditas lágrimas me traicionan de nuevo. Me sacudo violentamente. Se
está muriendo. Mi paz, mi todo, podría ya haberse ido.
285
—Camden, lo que sea, dilo. Te lo daré. Vine aquí por mi hermano, no por ti —
mentí—. Ya superé lo que sucedió entre nosotros. Solo quiero recuperar a mi familia.
Y Nate es mi familia.
Intento sonar firme, pero no desesperada.
—No quiero tu vida, Prescott. Quiero lo que me propuse. Incluso después de
todo lo que me has hecho… a mi familia. Todo lo que quiero es a ti. Esa cosa fría que
late dentro de tu pecho —sisea, tomando mi pecho izquierdo y apretando fuertemente.
Siento orina goteando entre mis muslos, lo que provoca que mis ojos también
goteen—. Eso es lo que deseo.
—Entonces, tómame. Déjame llevarlo al hospital, libera a Preston y regresaré.
Lo prometo.
Nate tiene su pasaporte falso y le queda algo de dinero. Podría recuperarse y
ayudar a Preston. Completar mi misión en mi ausencia Confío en él. Eso si aún está
vivo. Podría quedarme atrás y convertirme en esclava de nuevo. Pero es un precio que
estoy dispuesta a pagar después de todo lo que él ha hecho por mí. Es un precio que
quiero pagar, sin importar las consecuencias.
Camden vuelve a colocar sus labios sobre mi cabeza, acariciándola como si
fuera una frágil muñeca. Es escalofriante. Su forma de tratarme como nada más que
un objeto.
—Extrañas a tu hermano.
Con cuidado de no reaccionar, observo fijamente a la pared. Camden quiere
exprimir mi desesperación y agonía. Derrumbarme solo hará que se entretenga.
—¿Cuántos años tiene ahora? —cavila Camden, sus dedos haciendo cosquillas
en el punto sensible detrás de mi oreja. Solía hacer eso cuando nos quedábamos
dormidos juntos. Ahora, lo hace para burlase.
—¿No deberías saberlo? Tu padre dijo que está contigo. —Me sorbo la nariz,
incapaz de seguir guardando esto dentro de mí.
Hay una pausa dramática de palabras y movimientos, antes de que vuelva a
pasar sus dedos por mi cabello. Su tono es tranquilo y displicente.
—Prescott, amor, ¿de qué estás hablando? Preston está muerto. —Siento un
disparo de dolor directo al corazón. Jala mi cabello un poco, lo suficiente para hacer
que queme mi cráneo, todavía peinando mis ondas rubias—. Prácticamente nos rogó
que lo matáramos. Después de que tuvieras encerrados a mi padre y a Sebastian
durante años —sonríe, recordándome el momento como si fuera un dulce recuerdo— 286
, me enojé y naturalmente, quise vengarme. Sé que no quieres mucho a tu padre, y
que tu madre está en un manicomio. Lo que me dejo con… —Extiende mi cuello,
obligándome a mirar su amplia sonrisa—. El querido hermano menor.
Quiero llorar, gritar, pero estoy demasiado paralizada para hacer cualquiera de
esas cosas. Preston ya no está vivo. Mi hermano. Mi única familia real. Nate, por la
falta de sonido o de respiración dificultosa, también está muerto.
Todo lo que me importa se ha ido.
—En retrospectiva, podrías haberlo manejado mejor. Vino a mí intentando
encontrarte. Mal momento.
Mierda, Preston, mierda. Le dije que no me buscara después que me diera el
dinero. Quería salvarme y fue asesinado por eso.
—Cuando se dio cuenta lo que te había hecho, fue demasiado. Le di dos
opciones: terminar siendo mi esclavo o decir adiós. Ni siquiera parpadeó. —Camden
apoya su frente sobre la mía y nuestros ojos se nivelan—. Preston presionó su frente
contra el cañón como un soldado. Tenía pelotas, le concederé eso.
Me estoy meando encima. Haciendo exactamente lo que quería que hiciera
Camden. Destrozada en un mosaico de dolor y agonía.
—¿Tiraste el gatillo? —Mis dientes castañean.
—Lo hice —confirma Camden—. Lo siento, Diabla. Estaba bastante enojado
contigo en ese entonces. Bueno, los dos nos pasamos un poco, ¿cierto? —Se ríe entre
dientes.
Mis puños se flexionan y mi visión se nubla.
—Por favor. No más muerte. Déjame llevar a Nate al hospital. ¿Me quieres?
Puedes tenerme. Solo déjalo ir.
Camden sacude la cabeza, suspirando con fuerza. Miro al hombre al que creía
amar y me odio por haberlo dejado entrar en mi vida. Su rostro destila malicia, su
habitual brillo arrogante sustituido por un resplandor de locura. Es la misma locura
que vi en los ojos de su padre antes de acabar con él. Una intensidad electrizante que
se apagará como un apagón en cuanto esté muerto. Me envuelve en el aroma de los
cigarrillos rancios y la fragancia de Royal Mayfair. Sus labios presionan mi garganta.
—Nunca serás mía. Vi la forma en que lo mirabas. Si te mantengo, me matarás.
Solo sería cuestión de tiempo. Eres un huracán, Diabla. No puedo arriesgarme a que
hagas estallar mi vida.
287
—No. —Sacudo mi cabeza—. No lo haré, no lo haré. Lo prometo. He
terminado. Déjame llevarlo y me iré. Tienes mi palabra.
Parece que se lo está pensando. Su mano sigue enterrada en mi cabello mientras
lo acaricia ligeramente. Con cariño. De forma enfermiza. ¿Está Camden a punto de
hacer lo correcto por una vez? Por fin me cree cuando digo que su padre me violó
todo el tiempo que estuve atrapada en ese apartamento.
—¿Qué pasó con nosotros, Prescott? Podríamos haber estado tan bien juntos.
Ahora tengo que matarte, así no me matarás.
—No, no lo hagas. Me mantendré lejos.
—Estarás desesperada y pobre —espeta. Su palma se mueve mientras lucha
contra el impulso de darme una bofetada—. Y volverás a hacer lo que haces mejor:
prostituirte. Si te dejo ir, necesitaré asegurarme de que estés cubierta financieramente.
La conversación me confunde. Mi cabeza está a punto de estallar. ¿Ahora
Camden quiere ayudarme? ¿Después de matar a mi hermano? ¿Después de matar a
mi amante?
—Mi padre te tocó. —Escucho su voz por encima de mi cabeza—.
Repetidamente.
Asiento, mis ojos en el suelo.
—Seb observaba. Era lo único que le hacía sonreír.
Cuando levanto la vista, una lágrima cuelga de sus hermosas pestañas. Es
entonces cuando veo que detrás del tramposo, del maltratador, del hombre que me
arruinó, del asesino de mi hermanito, sigue estando el chico de treinta años del que
una vez me enamoré. Sus ojos parpadean mientras los míos se apagan.
—Mátame —susurro. Lo digo en serio. Ya no tengo nada por lo que vivir sin
Nate y Preston.
Besa mis labios y lo dejo, porque ya no importa.
—No, Diabla. ¿Sabes qué es justo? La ruleta rusa. Un juego de azar y desafío.
Ahora, solo hay una ronda en mi revólver. Pero —dice y me roza suavemente el cañón
en las mejillas, susurrando en la concha de mi oído—, es mi bala de la suerte la que
está ahí. ¿Vida o muerte? Decisiones, decisiones. ¿Dónde quieres que apunte el arma?
—Sien. —Trago. Quiero que sea rápido.
—No es muy original, pero como gustes.
288
Siento el arma deslizándose contra mi sudorosa sien sin esfuerzo, hundiéndose
en mi carne como una desagradable migraña y cierro mis ojos.
El sonido del cilindro giratorio baila en mi oído, tan terriblemente cerca y
contengo mi aliento, el aire atrapado en mis pulmones. Quiero morir. Necesito
descansar. Necesito mi paz. Tal vez no sea en la forma de Nate, pero al menos estaría
tranquila. Al menos estaría a salvo.
El cilindro deja de girar y todo es iluminado por el silencio.
Clic.
¿Estoy viva?
No lo sé.
Siento que mi cuerpo se estremece frenéticamente, el sudor y mi propia orina
me hacen resbalar por el suelo. Pero también siento dolor. Necesito hacer algo.
Intentar levantar la mano o parpadear. ¿Por qué es tan difícil moverse? Mi cerebro me
ordena que haga algo, pero mi cuerpo no obedece.
Mi cerebro. Aún funciona. La comprensión envía escalofríos por mis brazos.
Estoy viva. Voy a estar bien. Sí Nate consigue salir de esta habitación conmigo.
Si no, la bala podría haber sido lo mejor que me pudo haber pasado.
—Camden —suplico. Él sabe lo que estoy pidiendo. Decirlo en voz alta es
innecesario.
—Este tipo no te merece. —Camden se echa hacia atrás en el sillón reclinable
y busca en sus pantalones su paquete de cigarrillos. Encendiendo uno, envía una nube
rancia al techo—. Además, probablemente esté muerto.
—Se acabó. Todos recibieron lo que merecían. Sigamos adelante —propongo.
Aparte de ti. Tú logras salir de esto intacto. Maté a su padre, pero a Camden solo le
importaba el dinero y el poder. La idea de dejar que se aleje de esto hace que la bilis
agria me haga cosquillas en la garganta, pero me importa más Nate.
—Te quiero fuera de mi vida y de esta isla, Prescott. Y estoy dispuesto a pagar.
Cien mil dólares. En efectivo. Si te vas de aquí y prometes no tomar represalias. Mira
esto como mi regalo de despedida para ti… y como mi disculpa por lo de Preston.
Va a dejarnos ir. En realidad, me quiere en su propia y jodida manera.
Mi voz tiembla.
—Lo prometo. 289
—Así que ahora —dice, mientras su mano serpentea hacia mi mandíbula, su
dedo metido bajo la barbilla, inclinándome hacia él—. Todo lo que necesito es un
recuerdo.
—Lo que sea. —Siento que su otro puño me agarra desde la base del cabello y
me arrastra hasta su entrepierna. Por un segundo, creo que sé lo que quiere decir y
estoy tentada de morderle la polla. Ya era bastante malo pasar por esto cuando mi
corazón no pertenecía a nadie más que a mí misma. Pero con Nate tumbado aquí,
nunca sería capaz de hacerlo.
—Algo de ti —continúa, girando mi cabeza para mirarlo. Colapso hacia atrás
y me reposiciono de forma que estoy sentada con el cuerpo frente al suyo. Eso le
gusta. Su sonrisa sugiere victoria.
—¿Qué? —Sigo mirando detrás de él, intentando captar algún vistazo de Nate.
—¿Un brazo? ¿Una oreja? —se pregunta en voz alta—. Un dedo. —Me agarra
la palma de la mano y la acaricia, su ceño se funde en una sonrisa—. has tenido unos
dedos preciosos. Finos, delicados… y míos.
Puntos blancos llenan mi visión. ¿Quiere uno de mis dedos? ¿Cómo diablos
podría…? Sé exactamente cómo. Ahora lo entiendo. Camden quiere castigarme. No
por lo que le hice a su padre y a Sebastian. Quiere torturarme por darle mi corazón a
alguien más.
—Esto es un castigo por Nate ¿verdad? —digo apretando los dientes.
Asiente una vez.
—Chica lista.
—Has pedido la mano de otra persona —argumento—. Puede que la boda se
posponga, pero aun así la vas a tomar como esposa.
—Matrimonio de conveniencia —dice simplemente y palmea mi mejilla, como
si fuera un adorable cachorro—. Es una maldita Lady. Y una rica, además. Pero mi
corazón siempre te pertenecerá a ti.
Sí, pero tu polla era de todas las demás. Pero ya no me importa, solo quiero
arrastrarme hacia Nate y llorarle silenciosamente. A la mierda mis dedos.
—Toma un dedo, Camden. Solo sé rápido.
Se levanta de su silla.
—Nunca fui de los que se entretienen cuando se trata de violencia.
290
En el momento en que sale de la habitación, me deslizo hacia la figura de Nate.
Hay tanta sangre a su alrededor que su camisa blanca está empapada. Lloro y me
agarro a sus frías mejillas, rogándole que diga algo, pero está inerte. Hay un ligero
pulso en su cuello. Necesito llevarlo al hospital lo antes posible. No llevo el teléfono
encima; Camden lo tiró de su auto cuando me secuestró, y si grito desde la ventana
pidiendo ayuda, mi exnovio podría retractarse de su oferta.
Camden vuelve a la habitación con una llave inglesa.
—Dame tu mano, bella dama. —Aún de pie, yo arrodillada ante él, su dedo
índice curvado para que me acerque. Lo hago—. Escoge un dedo.
Le ofrezco mi dedo meñique izquierdo.
—Oh. Vamos. Danos algo que en verdad extrañarías. ¿Qué tal el índice de tu
mano derecha?
—Bien —espeto. Solo toma el brazo entero y deja que atienda a mi novio,
quiero gritar.
Cuando el frío hierro toca mi huesudo dedo, hago una mueca de dolor y miro
hacia otro lado, pero cuando lo siento retorcerse contra mi piel, pienso en Nate. En
cómo se sentiría tenerlo todo con él. La vida que me ofreció. Ya la tendríamos si
hubiera dejado de lado mi sed de venganza. Ya ni siquiera quiero la vida de Camden.
Es tan vacía y sin sentido, ahora que sé cómo se siente el verdadero dolor.
No la llave inglesa. El dolor físico no es nada.
Nate.
Después que mis huesos se desconectan con un sonido aterrador, Camden saca
un cuchillo de su bolsillo trasero y corta la piel alrededor de este. El ardor es
agonizante. El dolor está en todos lados. Quiero que arranque toda mi extremidad de
manera que no sienta el dolor punzante entre mis dedos. Sacudo mi cabeza atrás y
adelante, conteniendo un grito.
—Ya está todo hecho —dice Camden alegremente, guardando la llave inglesa
en su bolsillo trasero y empuñando mi parte del cuerpo desgarrada—. Recuerda,
cariño, si vienes detrás de mí, arrancaré el resto de tus órganos uno por uno.
Colapso sobre mi estómago y gimo.
—Por favor déjame hacer una llamada telefónica. Tengo que llevarlo al
hospital —gimo de dolor.
—No te aproveches de mi bondad —se burla, riéndose para sí—. Arrástralo
hasta la calle. Son solo dos pisos. Adiós, amor. Ojalá fuera tan fuerte como para 291
matarnos a los dos. Pero la verdad es que te quiero demasiado para verte partir tan
joven. Disfruta lo que te queda de vida, Prescott. Yo tengo toda la intención de
disfrutar la mía.
Con eso, sale a grandes zancadas de la habitación con mi dedo agarrado
firmemente en su mano. Estoy confundida, pero no tengo tiempo para pensar en mi
grave situación. Camden me ha pillado, expuesta y desprevenida, armado con un
matón y un plan, dos cosas que no llevaba conmigo.
Todavía sangrando por donde solía estar mi dedo, agarro a Nate por el
dobladillo de sus jeans y lo arrastro fuera de la habitación hacia el pasillo. Pesa
muchísimo, es demasiado alto para que pueda maniobrar sola con él. Golpeo su cuerpo
inerte contra el marco de la puerta por accidente, pero ni siquiera se inmuta. Me arden
los brazos y me tiemblan las piernas por el esfuerzo de su peso, mientras lo arrastro
hasta la zona de la sala de estar del apartamento, un centímetro a la vez. Veo a Simon
tumbado en el suelo, con el cuello abierto. Arrastro a Nate fuera del apartamento, pero
este es un viejo edificio victoriano. No hay ascensor.
La adrenalina que explotó en mis venas se desvanece, y siento el dolor
punzante en mi mano y mis muslos pican con mi propia orina. Tengo que apresurarme
antes de desmayarme.
Con renuencia, doy la vuelta por detrás de la cabeza de Nate y lo agarro por los
hombros, cada brazo enganchado bajo una axila, y le protejo la cabeza. Lo deslizo por
las escaleras, mientras intento acercarlo a mí para que su cabeza no reciba un golpe.
Parece tan frágil, incluso con su enorme tamaño, con los ojos cerrados y ese agujero
en el estómago.
En el momento en que salgo del edificio, lo pierdo. Cada gramo de autocontrol
se evapora mientras grito pidiendo ayuda. Agarro a los desconocidos por el cuello,
manchándolos con mi sangre y mi sudor, rogándoles que llamen a una ambulancia,
sabiendo que también van a llamar a la policía, pero estoy demasiado ida para que me
importe. Atrapada en una burbuja hecha de locura, deseo desesperadamente estallar.
Es irónico, mi necesidad de ser fuerte por un hombre que es mi única debilidad.
No puedo perderlo. No puedo dejar ir mi paz.

292
Quince minutos después, ambos estamos en el hospital St. Mary's.
Nate es conducido a la sala de operaciones mientras yo lucho contra el personal
que intenta atender mi herida, exigiendo unirme a él.
El arte de dejar ir. Camden pensaba que a él se le daba mal, pero a mí se me da
peor.
Cinco horas después, mi mano está vendada y Nate se recupera en la otra
habitación. Ha perdido mucha sangre y han tenido que hacerle una transfusión, pero
Simon no ha conseguido llegar a ninguno de sus órganos internos. No me permitieron
quedarme a su lado, ya que no soy pariente cercana, pero en cuanto se despierta,
pregunta por mí. Una enfermera se acerca a mi triste mesa de plástico en la cafetería
y coloca su palma sobre mi mano vendada.
—¿Tu compañero dice que le gustaría ver a la señorita Cockburn?
Nate sigue sometido bajo montañas de morfina, pero aprieta mi mano sana
cuando nos encontramos. Sus labios están agrietados y tiene una intravenosa pegada
a su brazo.
—Está muerto —grazno tan pronto como mi culo golpea la silla al lado de su
cama. Estoy demasiado cansada para llorar—. Preston. Camden lo mató.
—Pastelito. —Su respiración es temblorosa, y acaricia mi palma con la suya.
No necesita decirme que lo siente. Su expresión facial lo dice todo, envuelta en dolor.
Lo supo todo el tiempo, no quise escuchar.
Nuestras frentes se encuentran y respiro un poco de paz. Frágil y herida, pero
todavía está allí. Solía mirar a Nate como alguien invencible que podía atrapar una
bala en su mano. Ahora sé que es mortal, como yo. Eso me hace amarlo aún más.
—Dime algo hermoso —dicen sus labios en los míos. Esta vez, no tengo que
buscar una respuesta en mi cerebro. Ninguna palabra escrita por otra persona puede
hacernos justicia.
—Nosotros —carraspeo—. Somos hermosos y feos y rotos… y todo.
Cuatro días después, la policía finalmente acepta el hecho que no obtendrá nada
de nosotros.
—Los soplones son unos cabrones —susurró Nate en mi cuello la primera vez
que llegaron a su habitación del hospital. Me apegué a mi historia que un grupo de
adolescentes encapuchados nos arrinconó en un callejón, apuñaló a Nate, cortó mi 293
dedo cuando no quise darles mi bolsa y escaparon con nuestro dinero. Solo somos dos
turistas americanos que quieren regresar a casa y lamer sus heridas. Es una loca
mentira que nadie cree, pero no se puede obligar a la gente a decir la verdad.
Especialmente a gente como nosotros.
Una semana después, somos libres. Yo sin un dedo, Nate con una nueva y
fresca cicatriz en el estómago. Simon golpeó un punto que ya estaba muy cubierto de
tinta. Su lado “contaminado” como Nate lo llama. La cicatriz no será visible debajo
el reloj steampunk garabateado en su estómago.
Tiempo.
Nuestras vidas enteras están por delante de nosotros ahora.
Necesito vivir la mía en memoria de mi amado hermano, quien no pudo
soportar escuchar lo mucho que sufrí a manos de tres monstruos. En memoria de mi
madre, que se volvió loca de dolor. Y con Nate en mente. Por todo el tiempo que
perdió en prisión. Siendo la perra de Godrey. Pero él no es un recuerdo. Es mi futuro.
Entramos en la estación del metro tomados de la mano, tomando el tren de
regreso a nuestra habitación para recoger nuestras cosas y mudarnos a un hotel que
puede acomodar mejor nuestra nueva y frágil situación.
El dedo que falta me molesta; se siente anormal hacer las cosas más simples,
desde pasar las páginas de un libro hasta navegar en la pantalla táctil de mi teléfono o
incluso hacer café.
Antes de entrar en la estación de metro, saco un ejemplar gratuito del Metro de
una pila de periódicos, mi mente suplicando por una distracción. Caminamos en
silencio a lo largo del andén antes de quedarme helada. El rostro de Camden me sonríe
desde la primera página, abrazando a una hermosa joven que parece una especie de
princesa pelirroja. “¡La boda está en marcha!” El titular lo celebra. Mis rodillas se
doblan y las náuseas vuelven a golpearme.
Las fosas nasales de Nate se agitan y agarra el periódico, lo hace una bola en
su puño y lo lanza detrás de su hombro sin mirar atrás.
Nuestro tren llega, y se encuentra arrastrándome hacia el interior. Este fue un
amargo recordatorio de mi derrota. Este hombre me violó, mató a mi hermano y
arruinó mi vida y se fue libre de castigo. Encima de todo, me sobornó con dinero y lo
tomé. Porque soy una cobarde. Porque soy una perdedora. Porque soy tan pobre como
él me trató. Una parte de mí quiere perseguirlo, mandar a la mierda el dinero y matarlo. 294
Pero una parte más grande sabe que valoro demasiado mi segunda oportunidad con
Nate como para joderlo de nuevo.
—Camden todavía está vivo. Perdimos —le digo a Nate, descansando mi
cabeza contra el asiento azul del metro y moviendo mi palma a través de mi rostro.
—No, Pastelito. —Atrae mi cabeza hasta su hombro—. Sobrevivimos.
N
i siquiera las prostitutas se ven tan alicaídas y deprimidas por
aquí.
No es una sorpresa, teniendo en cuenta que viven en un
lugar llamado Niza. Es lindo. Más que lindo, de hecho.
Tumbada sobre la Riviera Francesa, esta ciudad ofrece un delicioso helado, una playa
con pequeños guijarros, del tipo que se calientan bajo la calidez del sol y masajean 295
tus pies cuando caminas sobre ellos, y veleros. Hermosos y divinos veleros que puedes
mirar por horas en la rambla. Al otro lado de la calle, las prostitutas se paran y esperan
ser llamadas por los turistas.
Apestosa riqueza versus insufrible pobreza.
Ostentoso versus degradante.
Todo vive aquí, bajo el mismo sol y estrellas. Fuerte y débil. Los que dan y los
que toman. Igual que en Estados Unidos. Igual que en todas partes.
Pero aquí, no soy de las que da. No soy alguien débil. Soy un rostro nuevo y
puro.
Soy como la pequeña vagoneta que pasa a través de esta hermosa ciudad, las
bailarinas callejeras que salen todas las noches, haciendo un espectáculo frente a
docenas de turistas y los restaurantes de la avenida.
Niza no es linda. Niza es perfecta.
Debatimos mucho sobre dónde queríamos vivir luego de salir del hospital.
Recibimos la maleta llena con dinero en efectivo unas pocas horas luego de
irnos del hospital, Camden envió a uno de sus desagradables trabajadores a entregarlo,
y nos registramos en el Ritz. Nate y yo llamamos al servicio de habitación, pidiendo
que alguien nos entregara un mapa de Europa y le dio al botones una propina de
cincuenta por sus molestias. Extendimos el mapa sobre una cama gigante, comiendo
pizza grasosa y tomando cerveza fría mientras debatíamos sobre la pregunta en dónde
deberíamos vivir.
Al final, redujimos la lista a dos sitios: España y Francia.
Yo quería ir a Barcelona. Nate a Cannes.
Nos quedamos dormidos, todavía riñendo sobre cosas como el clima y la
atención médica. A ninguno de nosotros nos importaba demasiado en ese momento,
estábamos tan felices estando con otro, vivos y sanos, y tan deprimidos por no matar
a Camden, que nada más importaba.
Alrededor de las cinco a.m. a primera hora de la mañana, Nate me despertó de
la vieja manera, lamiéndome debajo de las sábanas. Su enorme cuerpo sobresalía de
las mantas encima de mí, haciéndolo parecer como si estuviera sufriendo de la mayor
tienda de campaña de la historia. Chupando con fuerza mi clítoris, haciendo que olas
cálidas traspasen debajo de mi ombligo, gruñó contra mí.
—Nos compré dos boletos para Niza, Francia. Niza tiene tu nombre en él. 296
—¿Lo tiene? —gemí, abriendo mis piernas para darle mayor acceso. Sus
dientes se frotaron contra mi coño, creando una deliciosa fricción que puso mis
pezones duros y sensibles.
—Leí un poco sobre Francia mientras despertabas a los muertos con tus
ronquidos. —Su voz estaba amortiguada mientras hablaba contra mi coño. El hecho
de que yo estaba gimiendo en voz alta no ayudaba, tampoco.
—Escuchémoslo.
—¿Sabías, Cockburn, que la Bahía de Niza fue llamada así tras un milagro que
sucedió en el siglo tres? Hubo una joven mujer cristiana que fue arrestada por su fe
en Palestina, justo al otro lado del Mediterráneo. Sus torturadores hicieron todo lo que
pudieron para convertir su fe, pero ella se mantuvo firme.
—Mujer ruda. —Sentí que mis muslos se estremecían contra su cabeza de
forma incontrolada, mis miembros se convertían en gelatina. Oh, Dios. Tan cerca.
—Me recuerda a una pequeña tormenta que conozco. Cuando sus torturadores
se dieron cuenta que ella no cedería, la decapitaron. Según la costumbre, luego de tal
ejecución, su cuerpo fue puesto en una balsa y enviado a través del mar.
—Malnacidos. —Aparté las mantas de su cuerpo, mis dedos retorciéndose en
su cabello. Monté su rostro con mis ojos cerrados, sintiendo mi boca hacerse agua de
placer.
—También me recordaron a algunas personas que conocemos. La lógica dicta
que su cuerpo debió ser profanado por las gaviotas. La lógica dicta que su hermosa
cabeza no habría logrado llegar más allá de Grecia antes de haberse podrido bajo el
sol. Pero la lógica no vive donde hay amor. El mito es, que los ángeles tomaron su
balsa y la guiaron a través del Mediterráneo hasta la Bahía de Niza. Su cuerpo llegó
prístino y sin tocar. Un milagro, más fuerte que las circunstancias y el mar.
Me vine con fuerza contra sus labios. Mi ángel quería llevarme a la Riviera
Francesa. No iba a discutir. Lo seguiría hasta las escaleras del paraíso o las fosas del
infierno. No importa dónde vayamos, siempre disfrutaré del viaje.
—La joven mujer se convirtió en una mártir, Santa Reparata, la santa patrona
de la Catedral de la vieja Niza —dijo mientras su rostro se alzaba de debajo para
encontrar el mío, sus labios brillando con mi pasión por él. Puse un suave beso contra
la piel caliente de su cuello.
—¿Qué sucedió con los ángeles? —Mi voz salió ronca por el sueño.
—Nombraron a la bahía por ellos —susurró—. Pero los ángeles no son el
punto. A ellos les importaba una mierda la gloria. Todo lo que querían era ver a la 297
chica atravesar su viaje y darle paz.
—Te quiero mucho. —Estreché su rostro, notando que el espacio donde alguna
vez estuvo mi dedo empezaba a sanar. Sobreviví a la tortura más grande del mundo
bajo los brazos de hombres poderosos, pero fue este chico roto de Stockton que logró
tomar mi corazón y mi alma, y sé que él es la única persona que alguna vez puede
romperme.
También sé que nunca lo haría.
—Mi mártir, mi tormenta, mi pasión… —Besó cada centímetro de mi rostro—
. Mi Cockburn —terminó con una gran risa.
Lo abracé, su mejilla contra la mía mientras inhalaba su aroma único.
—No, en serio. Mi polla arde jodidamente. Necesito disparar una carga. Abre
tus piernas, Country Club.

Le sonrío a mi vecino al otro lado del pasillo. Vivimos en un antiguo edificio


en la Rue Segurane, lo suficientemente cerca de todo lo que nos importa. Los jardines,
tiendas, restaurantes y paseos marítimos. Chris y yo tomamos largas caminatas cada
noche y tomamos nuestro café cada mañana en nuestro balcón con vistas al jade Mar
Mediterráneo.
—Bonjour, mademoiselle Cockburn. —Auralie, mi vieja y simpática vecina,
ni siquiera se molesta en bloquear su puerta después de cerrarla silenciosamente, para
no despertar a los jóvenes estudiantes que se pasan la noche de fiesta en el pasillo. Le
devuelvo la sonrisa y asiento, agachándome para acariciar a su viejo Yorkshire terrier.
A pesar de su amabilidad, Auralie, como el resto de mis vecinos, se niega a
comunicarse en inglés. No porque no lo hable. Sospecho que lo conoce perfectamente.
Es una cuestión de principios—. ¿Ça va? —pregunta su dulce voz. Siempre habla más
despacio para Chris y para mí. Todavía estamos aprendiendo, y si se me permite
añadir, somos unos estudiantes terribles hasta ahora.
—Jamais mieux —replican mis labios. Mejor que nunca. Nunca.
Salto por las escaleras como un niño de cuatro años en la mañana de Navidad,
guardando mis auriculares, La Valse D'Amelie proporciona una banda sonora de este
hermoso día de verano. 298
Todos mis favoritos. Recreados, con él.
Mi regalo me espera a una cuadra de donde vivimos, y no puedo esperar para
desenvolver lo que sea que esté vistiendo. Sosteniendo mi largo vestido amarillo de
verano justo encima de mis tobillos para no tropezar con él, me dirijo a uno de los
lugares que llamo hogar hoy en día.
Abriendo la puerta de la cafetería, entro en nuestro lugar. Lo llamamos Le
Journal Rouge. El diario rojo. Lo compramos porque parecía una porquería, pero por
dentro, era un alma en forma de biblioteca con cientos y cientos de libros. En inglés,
francés y español. En hebreo, mandarín y árabe. Los turistas vienen aquí y esconden
sus libros favoritos en nuestros estantes como si fuera el Muro de los Lamentos, su
deseo es inmortalizar su amor por sus novelas favoritas. Aquí, compartimos hermosas
palabras y arte desgarrador.
A los clientes les encanta sentarse aquí entre las dos y las cuatro de la tarde,
cuando todo lo demás está cerrado para el descanso vespertino. Beben nuestro terrible
café y leen nuestros maravillosos libros.
Mi novio levanta la mirada de la cafetera y golpea el porta filtros contra la
basura. Él limpia la varita de vapor con un paño de cocina y luego lo arroja sobre su
hombro. Inclinándose hacia adelante, con los codos apoyados en el mostrador, toma
mis manos entre las suyas. La gente lo mira extrañamente aquí en Niza. Él destaca
aún más, con su tamaño y sus siniestros tatuajes. No le importa. Nunca lo ha hecho.
—¿Qué puedo traerte? —Mis palmas desaparecen dentro de las suyas y él las
lleva a sus labios, besando mis nudillos, deteniéndose unos segundos más en el nudillo
sin un dedo.
—¿Me veo demasiado recatada en este vestido para decir algo como “tu polla
de 28 centímetros”? —Me rio en las mangas amarillas de mi vestido.
—Sí, lo haces —confirma, mirando a su alrededor como si estuviera buscando
a alguien. Es temprano en la mañana, de ahí por qué la tienda está ocupada como el
infierno. Hay mucha gente sentada en los sofás y taburetes de bar, bebiendo café y
comiendo pasteles—. Encuéntrame en el baño en dos minutos.
No hago preguntas. Ni siquiera quiero saber cómo planea descuidar su puesto
como barista. Lo que sí sé es que el rapidito que tuvimos esta mañana no va a ser
suficiente. Necesito más de él, ahora.
—Ahora menos hablar, más mostrarme ese buen culo mientras caminas hacia
el baño. Muévelo, Cockburn.

299
T
antos nombres apretujados en tan poco tiempo.
Beat.
Nate.
Christopher Delaware.
300
Prescott.
Pea.
Country Club.
Silver Spoon.
Tanaka Cockburn.
Y todo se reduce a una cosa al final: nosotros.
A Prescott le llevó un tiempo superar la muerte de Preston, pero sospecho que
en el fondo siempre supo que él no había sobrevivido. Su familia estaba destrozada,
después de destrozar a los Archer. No tiene otra opción que construir algo nuevo, y
espero que algún día lo haga conmigo.
Mi argumento durante los últimos dos meses era simple y válido: no puedo
estar con una chica cuyo apellido es Cockburn. Es vergonzoso. Para mí, para ella, para
todos los involucrados. Tanaka dijo que Cockburn es un apellido perfectamente
legítimo, e incluso sacó algunos datos de mierda de Internet, incluyendo una página
de Wikipedia de la actriz Olivia Wilde. Al parecer, su apellido original es Cockburn
(no se puede discutir, es legítimamente follable).
Dado que mi novia se negó a captar la indirecta, he decidido exponerlo de
forma jodidamente sencilla y directa, al estilo de Stockton. Nada de corazones ni de
tonterías de ponis rosas. Cuando llegó a la cafetería que tenemos juntos con su vestido
amarillo, ese que me recuerda que seguimos viviendo bajo el mismo sol que hace
resaltar las pecas de sus hombros, la dirigí al baño. Parece de oro con este vestido.
Pura. Apreciada. Preciosa.
Daniel, nuestro vecino de dieciocho años, que la ha estado mirando de una
manera que me hace desear cortarle la lengua y metérsela por la garganta, trotó desde
la esquina de la calle y observé desde la amplia ventana cómo entraba en Le Journal
Rouge, justo cuando ella desaparecía tras la puerta de madera del baño.
Ahora que está aquí, es la hora del espectáculo. Siempre estamos preparados
para la hora del espectáculo, Tanaka y yo.
—No tardaré mucho —gruño mientras me deslizo bajo el mostrador y cargo
hacia el baño.
Está esperándome de la misma forma que lo hizo la primera vez que tuvimos
sexo. Sus manos contra la pared, sus piernas abiertas. Me encanta ver su mano sin
dedo. La herida ha curado y ahora su exterior coincide con su interior. Imperfecta,
rota y herida, pero tan hermosa. Le subo el vestido largo y le bajo la cremallera. 301
—Nada de juegos previos —susurra Beat en su oído.
—No hay problema —dice, como lo hizo entonces. Conozco bien a esta mujer.
Siempre está mojada por mí. Para él. Para nosotros. Siempre.
La monto por detrás, como lo hice la primera vez. Solo que esta vez, no estoy
enojado. Un poco ansioso, sí, pero después de la mierda que he pasado por ella, es
mejor que diga que sí. Sostengo su cintura con una mano y deslizo la otra en mi
bolsillo trasero, sacando el anillo de compromiso que le compré la semana pasada.
Tenemos dinero, gracias al difunto Camden Archer, pero no es nada del otro mundo.
Solo un aro de plata con un pequeño diamante amarillo que brilla como su cabello
rubio. Enlazo mis dedos con los suyos mientras la follo y deslizo el anillo en su dedo
de compromiso.
No hace falta decir nada.
Sin declaraciones de amor.
Nada de “eres mía”.
Todo está dicho en la forma en que nos movemos juntos.
—Oh, Dios Mío, Nate. —Mi antiguo nombre se desliza entre sus rosados
labios. No puedo verle el rostro, pero puedo sentir su coño agarrando mi polla con
fuerza, como si estuviera a punto de ver las estrellas—. ¿Estás…?
—Lo estoy —confirmo—. Y lo haré. Cuidaré de ti. Jodidamente. Para siempre.
Eso es, si me lo permites. ¿Quieres?
—Sí —dice sin aliento.
Nos corremos juntos con fuerza, y la hago girarse para que me enfrente. Su
cabello está pegado a sus sienes, sudorosa y hermosa. Ella es toda ambición que he
tenido.
La amo como un esclavo, me arrodillo ante ella como un súbdito, me arrastro
hacia ella por la noche como un borracho y la adoro como un creyente.
Ella es mi verdad, mi mentira, mi tormenta y mi paz.
Prescott Burlington-Smyth, convertida en Tanaka Cockburn, pronto en Tanaka
Delaware, ha creado un caos distópico que solo ella gobierna, pero estoy feliz de ser
su soldado.
Godfrey.
Sebastian. 302
La Hermandad Aryan.
Y Camden, quien murió trágicamente en un letal accidente automovilístico en
las afueras de Londres de camino a unas vacaciones en York tres semanas después de
irnos al Reino Unido.
No me acobardé. Godfrey tenía razón: no soy un asesino, soy un homicida.
Pero con ella, no tengo ningún límite. Y me quitaré la puta vida para poner una sonrisa
en esos rosados labios. Vamos a estar bien. Vamos a quedarnos en un lugar dónde
nadie nos conoce y a nadie le importa. Vamos a hacer bebes franceses juntos.
Donde quiera que vayamos, vamos juntos.
—Te amo —me dice, con lágrimas en los ojos. Las aparto con besos. Es una
maldita blandengue.
El polvo se ha asentado sobre la sangre que hemos derramado. Nuestras vidas
anteriores han quedado atrás.
El futuro es brillante.
Y limpio.
Y lo más importante: es nuestro.
T
iempo.
Un sabio y vil hombre muerto una vez me dijo que se
mueve de manera diferente de acuerdo con las circunstancias.
Algunas veces es lento. Pero algunas veces… se mueve
exactamente como debería.
303
No quiero detenerme y definitivamente no quiero retroceder. En todo caso, una
parte de mí quiere presionar el botón de adelantar.
Por una vida sin pelotas antiestrés.
Por la felicidad doméstica.
Por los bebés.
Envejeciendo junto al hombre que ocupa cada centímetro de mi alma.
Todo lo que necesitas saber sobre la vida es que simplemente es como un reloj
de arena. Algunas veces estás abajo y algunas veces estás arriba.
Y en este momento, estoy arriba, cariño. Tan. Jodidamente. Alto.

Fin
304

L
.J. Shen es una autora best seller de libros de romance contemporáneo.
Vive en California con su esposo, su hijo y un gato perezoso.
Cuando no está escribiendo, disfruta leyendo un buen libro con
una copa de vino y poniéndose al día con sus programas favoritos en HBO y Netflix.
Sí, es así de fantástica.
305

También podría gustarte