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Moderadoras
Molly & Tolola
Traductoras
Clau V
EstherC
Guadalupehyuga
Laura A
Larissa
Ms. Lolitha
Molly
RRZOE
Tolola
Corrección
Carolina, Clau V & Tolola
Lectura Final
Bella’
Diagramación
Tolola
Índice
Sinopsis
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
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33
Epílogo
Sobre la Autora
Sinopsis
La primera vez que conocí a Hudson Rothschild fue en una boda.
Recibí una invitación inesperada a uno de los lugares más elegantes de la
ciudad.
Hudson era el padrino de boda y posiblemente el hombre más
hermoso que jamás había visto. Me pidió que bailara y nuestra química fue
fuera de serie.
Sabía que no era una buena idea involucrarme con él, considerando la
boda en la que estaba. Pero nuestra conexión era intensa y me lo estaba
pasando genial.
Aunque la diversión se detuvo cuando Hudson descubrió que yo no
era quien había dicho que era. ¿Ves esa inesperada invitación que recibí?
Bueno, en realidad no estaba dirigida a mí, se la enviaron a mi excompañera
de habitación que había dejado un cheque sin fondos por el alquiler de dos
meses y se había mudado en medio de la noche. Supuse que me debía una
noche de fiesta cara, pero supongo que, técnicamente, estaba irrumpiendo
en la boda.
Una vez atrapada, no pude salir de allí lo suficientemente rápido.
Mientras corría hacia la puerta, podría haber agarrado algunas botellas de
champán caro de las mesas que pasaba, todo mientras el hermoso y enojado
padrino de boda estaba detrás de mí.
Afuera, me subí a un taxi. Mi corazón rebotó contra mis costillas
mientras conducíamos por la cuadra, pero al menos había escapado ilesa.
O eso pensé.
Hasta que me di cuenta de que había dejado mi teléfono en la mesa.
Adivina quién lo encontró.
Esta es la loca historia de cómo nos conocimos Hudson Rothschild y
yo. Pero créeme, es solo la punta del iceberg.
1
Stella
—No puedo hacer esto... —Me detuve a mitad de la escalera de
mármol.
Fisher se detuvo unos pasos delante de mí. Caminó de regreso a
donde yo estaba.
—Claro que puedes. ¿Recuerdas la vez que nos encontrábamos en
sexto grado y debiste hacer esa presentación sobre tu presidente favorito?
Eras un manojo de nervios. Pensaste que olvidarías todo lo que habías
memorizado estando ahí parada con todos mirándote.
—Sí, ¿qué pasa con ello?
—Bueno, esto no es diferente. Superaste eso, ¿no?
Fisher había perdido la cabeza.
—Todos mis miedos se hicieron realidad ese día. Me paré frente a la
pizarra y comencé a sudar. No podía recordar una sola palabra que escribí.
Todos en la clase se quedaron mirando y luego tú me abucheaste.
Fisher asintió.
—Exactamente. Tu peor miedo se hizo realidad y, sin embargo,
viviste para ver otro día. De hecho, ese día resultó ser el mejor día de tu
vida.
Negué con la cabeza, desconcertada.
—¿Cómo es eso?
—Esa fue la primera vez que estuvimos en la misma clase. Pensé que
eras solo otra chica molesta como el resto de ellos. Pero ese día después de
la escuela, me atacaste por burlarme de ti mientras intentabas hacer tu
presentación. Eso me hizo percatarme de que no eras como las otras chicas.
Y ese mismo día decidí que seríamos mejores amigos.
Sacudí la cabeza.
—No hablé contigo durante el resto del año escolar.
Fisher se encogió de hombros.
—Sí, pero te gané el siguiente año, ¿no? Y ahora mismo te sientes un
poco más tranquila que hace dos minutos, ¿o no?
Suspiré.
—Supongo.
Levantó un codo cubierto en esmoquin.
—¿Entramos?
Tragué. A pesar de lo aterrorizada que estaba por lo que haríamos,
tampoco podía esperar a ver cómo lucía el interior de la biblioteca
acondicionado para una boda. Pasé innumerables horas sentada en estos
escalones, preguntándome sobre la gente que transitaba.
Fisher esperó pacientemente con el codo extendido mientras yo
debatía un minuto más. Finalmente, con otro fuerte suspiro, tomé su brazo.
—Si terminamos en la cárcel, deberás pagar la fianza por los dos.
Estoy demasiado arruinada.
Mostró su sonrisa de estrella de cine.
—Trato hecho.
Mientras subíamos los escalones restantes hasta las puertas de la
Biblioteca Pública de Nueva York, repasé todos los detalles que discutimos
en el Uber de camino hacia aquí. Nuestros nombres para la noche eran
Evelyn Whitley y Maximilian Reynard. Max se encontraba en el sector
inmobiliario (su familia era propietaria de Reynard Properties) y yo obtuve
mi MBA en Wharton y recientemente me mudé nuevamente a la ciudad.
Ambos vivíamos en el Upper East Side, al menos esa parte era cierta.
Dos camareros uniformados con guantes blancos estaban en las
altísimas puertas de entrada. Uno sostenía una bandeja con copas de
champán y el otro un portapapeles. Aunque mis piernas de alguna manera
siguieron adelante, mi corazón se sentía como si estuviera intentando
escapar de mi pecho y despegar en la dirección opuesta.
—Buena noches. —El camarero del portapapeles asintió—. ¿Me
pueden dar sus nombres, por favor?
Fisher no se inmutó cuando repartió la primera de lo que sería una
noche llena de mentiras.
El hombre, que noté que tenía un auricular, examinó su lista y asintió.
Extendió una mano para que entráramos y su compañero nos entregó una
copa de burbujeante a cada uno.
—Bienvenidos. La ceremonia tendrá lugar en la rotonda. Los asientos
para la novia están a su izquierda.
—Gracias —dijo Fisher. Tan pronto como estuvimos fuera del
alcance del oído, se acercó—. ¿Ves? Pan comido. —Bebió un sorbo de
champán—. Oooh, esto es bueno.
No sabía cómo se hallaba tan tranquilo. Por otra parte, tampoco tenía
idea de cómo se las arregló para convencerme de esta locura. Hace dos
meses, regresé a casa del trabajo y encontré a Fisher, que también era mi
vecino, saqueando mi refrigerador en busca de sobras, algo común.
Mientras comía milanesa de pollo de dos días, yo me senté en la mesa de la
cocina a revisar mi correo y tomar una copa de vino. Mientras hablábamos,
abrí la parte trasera de un sobre de gran tamaño sin verificar la dirección del
frente. La invitación de boda más impresionante estaba en su interior, en
blanco y negro con serigrafia laminada dorada en relieve. Era como una
obra de arte dorada. Y la boda era en la Biblioteca Pública de Nueva York,
de todos los lugares, justo cerca de mi antigua oficina y donde comúnmente
me sentaba y almorzaba en las icónicas escaleras. No había visitado el lugar
en al menos un año, así que me sentía muy emocionada de poder asistir a
una boda en ese lugar.
Aunque no tenía ni idea de quién se casaba… ¿un pariente lejano que
había olvidado, tal vez? Los nombres ni siquiera me resultaban vagamente
familiares. Cuando volteé el sobre, rápidamente me percaté de por qué.
Abrí el correo de mi ex compañera de cuarto. Agh. Imagínate. No fui yo
quien fue invitada a una boda de cuento de hadas en uno de mis lugares
favoritos del mundo.
Pero después de un par de copas de vino, Fisher me convenció de que
debería ir yo y no Evelyn. Era lo menos que podía hacer mi inútil
excompañera de habitación por mí, había dicho. Después de todo, se había
escabullido en medio de la noche, se había llevado algunos de mis zapatos
favoritos y el cheque que había dejado por los dos meses de renta atrasada
que debía había rebotado. Como mínimo, debería poder asistir a una lujosa
boda de mil dólares el plato en su lugar. Dios sabía que ninguno de mis
amigos se casaría en un lugar como aquel. Para cuando terminamos la
segunda botella de merlot, Fisher decidió que iríamos en lugar de Evelyn:
iríamos a la boda para pasar una noche divertida, cortesía de mi inútil
excompañera. Fisher incluso había llenado la tarjeta de respuesta,
escribiendo que asistirían dos invitados y la guardó en su bolsillo trasero
para enviarla al día siguiente.
Honestamente, me había olvidado de nuestros planes borrachos hasta
hace dos semanas cuando Fisher llegó a casa con un esmoquin que le pidió
prestado a un amigo para las próximas nupcias. Me resistí y le dije que no
asistiría a una boda cara para gente que no conocía, y él hizo lo de siempre:
hacerme pensar que su mala idea no era tan mala.
Hasta ahora. Me detuve en medio del amplio vestíbulo de lo que
probablemente era una boda de doscientos mil dólares y sentí que
literalmente podría orinarme en los pantalones.
—Bebe tu champán —me dijo Fisher—. Te ayudará a relajarte un
poco y devolverle algo de color a tus mejillas. Parece que estás a punto de
intentar decirle a la clase por qué te gusta tanto John Quincy Adams.
Miré a Fisher con los ojos entrecerrados, aunque él me sonrió en
respuesta sin inmutarse. Estaba segura de que nada me ayudaría a relajarme.
Sin embargo, bebí el contenido de mi copa.
Fisher deslizó una mano casualmente en el bolsillo de su pantalón y
miró a su alrededor con la cabeza en alto, como si no le temiera a nada en el
mundo.
—No he visto a mi vieja amiga fiestera Stella en mucho tiempo —
dijo—. ¿Podría salir a jugar esta noche?
Le entregué mi copa de champán vacía.
—Cállate y ve a buscarme otra copa antes de que salga disparada.
Se rio entre dientes.
—No hay problema, Evelyn. Simplemente siéntate e intenta no
descubrir nuestra tapadera antes de que siquiera podamos ver a la hermosa
novia.
—¿Hermosa? Ni siquiera sabes cómo es ella.
—Todas las novias se ven hermosas. Por eso usan velo, para que no
puedas ver lo feo y así todo es mágico en su día especial.
—Eso es tan romántico.
Fisher me guiñó un ojo.
—No todo el mundo puede ser tan bonito como yo.
Tres copas de champán me ayudaron a calmarme lo suficiente como
para sentarme durante la ceremonia de la boda. Y la novia definitivamente
no necesitaba un velo. Olivia Rothschild, u Olivia Royce, como sería ahora,
era preciosa. Se me llenaron los ojos de lágrimas al ver al novio pronunciar
sus votos. Era una pena que la feliz pareja no fueran realmente mis amigos,
porque uno de sus padrinos de boda era increíblemente atractivo. Podría
haber soñado despierta que Livi, así es como la llamé en mi cabeza, me
conectaría con el amigo de su nuevo esposo. Pero por desgracia, esta noche
era una artimaña y no una historia de Cenicienta.
La hora del cóctel tuvo lugar en una hermosa habitación en la cual
nunca antes había estado. Estudié las obras de arte del techo mientras
esperaba en el bar por mi bebida. Fisher me había dicho que necesitaba ir al
baño, pero tenía la sensación de que realmente se escabullía para hablar con
el guapo camarero que lo estuvo mirando desde que entramos.
—Aquí tiene, señorita. —El camarero me acercó un trago.
—Gracias. —Eché un vistazo rápido a mi alrededor para ver si
alguien prestaba atención antes de sumergir mi nariz dentro del vaso e
olfatear profundamente. Definitivamente no es lo que pedí.
—Ummm, discúlpeme. ¿Es posible que haya hecho esto con ginebra
Beefeater y no con Hendricks?
El camarero frunció el ceño.
—No lo creo.
Olfateé por segunda vez, ahora segura de que estaba equivocado.
La voz de un hombre a mi izquierda me tomó por sorpresa.
—Ni siquiera lo probaste, pero ¿crees que le echó la ginebra
equivocada?
Sonreí cortésmente.
—La ginebra Beefeater está hecha con enebro, cáscaras de naranja,
almendra amarga y tés mezclados, lo que produce un sabor a regaliz. La
Hendricks está hecha de enebro, rosa y pepino. Cada una tiene un olor
diferente.
—¿La estás bebiendo sola o con hielo?
—Ninguna. Es un gin martini, por lo que tiene vermouth.
—¿Pero crees que puedes oler que usó la ginebra equivocada, sin
siquiera probarlo? —La voz del tipo dejó en claro su incredulidad.
—Tengo muy buen sentido del olfato.
El hombre miró por encima de mi hombro.
—Oye, Hudson, tengo cien dólares que dicen que no puede notar la
diferencia entre ambas ginebras si las alineamos.
La voz de un segundo hombre provino de mi derecha, esta un poco
detrás de mi hombro. El sonido era profundo, pero aterciopelado y suave,
algo así como la ginebra que el camarero debería haber usado para hacer mi
bebida.
—Que sean doscientos, y entro.
Al volverme para ver al hombre dispuesto a apostar por mis
habilidades, sentí que mis ojos se agrandaban.
Oh. Vaya. El chico guapo de la fiesta nupcial. Me le quedé viendo
durante la mayor parte de la boda. Era guapo desde lejos, pero de cerca era
impresionante de una manera que hizo que mi vientre se agitara: cabello
oscuro, piel bronceada, una mandíbula cincelada, labios carnosos y
deliciosos. La forma en que estaba peinado su cabello, hacia atrás y con
raya a un lado, me recordó a una estrella de cine de antaño. Lo que no había
podido ver desde la última fila durante la ceremonia fue la intensidad de sus
ojos azul océano. Esos estaban escaneando mi rostro como si fuera un libro.
Me aclaré la garganta.
—¿Apostarás doscientos dólares a que puedo identificar la ginebra?
El hombre hermoso dio un paso adelante y mi sentido del olfato se
animó. Eso huele mejor que cualquier ginebra. No me encontraba segura de
si era su colonia o algún tipo de gel de baño, pero fuera lo que fuera, tomó
todo lo que estaba en mi poder para no inclinarme hacia él y respirar
profundamente. El hombre pecaminosamente sexy olía tan bien como lucía.
Ese emparejamiento era mi criptonita.
Hubo un toque de diversión en su voz.
—¿Me estás diciendo que es una mala apuesta?
Negué con la cabeza y me volví para hablar con su amigo.
—Iré con tu pequeña apuesta, pero también apostaré doscientos.
Cuando mis ojos volvieron al apuesto hombre a mi derecha, la
esquina de su labio se movió levemente.
—Bien. —Levantó la barbilla hacia su amigo—. Dile al cantinero que
sirva un trago de Beefeater y otro de Hendricks. Colócalos frente a ella y
que nos diga cuál es cuál.
Un minuto después, levanté el primer vaso y lo olfateé.
Honestamente, ni siquiera era necesario que oliera al otro, aunque lo hice de
todos modos, solo para estar segura. Maldita sea... debería haber apostado
más. Esto era demasiado fácil, como quitarle un caramelo a un bebé.
Empujé un trago hacia adelante y hablé con el camarero que esperaba.
—Este es el Hendricks.
El cantinero pareció impresionado.
—Ella está en lo correcto.
—Maldición —resopló el tipo que comenzó este juego. Rebuscó en
su bolsillo delantero, sacó una cartera impresionante y con ello
cuatrocientos dólares. Lanzándolos en nuestra dirección encima de la barra,
negó con la cabeza—. Lo recuperaré el lunes.
El Tipo Guapísimo me sonrió mientras buscaba su dinero. Una vez
que tomé el mío, bajó la cabeza para susurrarme al oído:
—Buen trabajo.
Oh Dios. Su cálido aliento envió un escalofrío por mi columna. Había
pasado demasiado tiempo desde la última vez que tuve contacto con un
hombre. Lamentablemente, mis rodillas se sentían un poco débiles. Pero me
obligué a ignorarlo.
—Gracias.
Alcanzó alrededor de mí la barra y levantó uno de los tragos. Se lo
llevó a la nariz y olfateó antes de volver a dejarlo y oler el otro.
—No huelo nada diferente.
—Eso solo significa que tienes un sentido del olfato normal.
—Ah, ya veo. ¿Y el tuyo es... extraordinario?
Sonreí.
—Pues sí, lo es.
Parecía divertido cuando me entregó uno de los tragos y levantó el
otro para brindar.
—Por ser extraordinario —dijo.
Generalmente no era bebedora de tragos, pero ¿qué diablos? Choqué
mi vaso con el suyo antes de drenarlo. Tal vez el alcohol ayudaría a calmar
los nervios que este hombre parecía haber despertado de golpe.
Dejé mi vaso de trago vacío en la barra junto al suyo.
—Supongo que esto es recurrente entre ustedes dos, ya que tu amigo
planea recuperarlo el lunes.
—La familia de Jack y la mía son amigas desde que éramos niños.
Pero las apuestas comenzaron cuando fuimos a la misma universidad. Soy
fan de Notre Dame y él es fanático de USC, basquetbol. En ese entonces
estábamos en quiebra, así que solíamos apostar una descarga pistola taser en
los juegos.
—¿Una descarga de taser?
—Su padre era policía. Le dio un taser para guardarla debajo del
asiento del auto en caso de emergencia. Pero no creo que se imaginara a su
hijo recibiendo descargas de cincuenta mil voltios cuando una intercepción
de último minuto hacía perder a su equipo.
Negué con la cabeza.
—Eso es un poco loco.
—Definitivamente no es nuestra decisión más sabia. Al menos gané
mucho más que él. Un pequeño daño cerebral podría ayudar a explicar
algunas de sus elecciones en la universidad.
Me reí.
—Entonces, ¿hoy fue solo una continuación de ese patrón?
—Bastante. —Sonrió y extendió su mano—. Soy Hudson, por cierto.
—Encantada de conocerte. Soy St… —Me detuve justo a tiempo—.
Soy Evelyn.
—Entonces, ¿eres aficionada a la ginebra, Evelyn? ¿Es por eso que no
olí nada diferente entre las dos?
Sonreí.
—No me consideraría aficionada a la ginebra, no. Para ser honesta,
sobre todo bebo vino. ¿Pero mencioné mi ocupación? Soy química de
fragancias, una perfumista.
—¿Haces perfume?
Asentí.
—Entre otras cosas. Desarrollé aromas para una empresa de
cosméticos y fragancias durante seis años. A veces era un perfume nuevo,
otras veces era el aroma de una toallita desmaquillante, o tal vez un
cosmético que necesita un olor más agradable.
—Estoy bastante seguro de que nunca había conocido a un
perfumista.
Sonreí.
—¿Es tan emocionante como esperabas?
Se echo a reír entre dientes.
—¿Cuál es exactamente la formación para un trabajo como ese?
—Bueno, tengo una licenciatura en química. Pero puedes tener toda la
educación que desees y aun así no podrás hacer el trabajo a menos que
también tengas hiperosmia.
—Y eso es…
—Una mayor capacidad para distinguir los olores, mayor agudeza
olfativa.
—¿Entonces eres buena oliendo mierda?
Me reí.
—Exactamente.
Mucha gente piensa que tiene un buen sentido del olfato, pero
realmente no comprenden cuán elevado es el sentido para alguien con
hiperosmia. Demostrar siempre funcionaba mejor. Además, tenía muchas
ganas de saber qué colonia llevaba. Entonces, me incliné y tomé una
inhalación profunda de Hudson.
Exhalando, dije:
—Jabón Dove.
No parecía completamente vendido.
—Sí, pero esa es una elección de jabón bastante común.
Sonreí.
—No me dejaste terminar. Dove Hidratación Fresca. Tiene pepino y
té verde, también un ingrediente común en las ginebras, por cierto. Y usas
el champú L'Oreal Elvive, igual que yo. Puedo oler el extracto de flor de
gardenia tahitensis, el extracto de flor de rosa canina y un ligero toque de
aceite de coco. Ah, y usas desodorante Irish Spring. En realidad, no creo
que estés usando colonia.
Las cejas de Hudson se levantaron.
—Eso es impresionante. El grupo de la boda se quedó en un hotel
anoche y olvidé empacar mi colonia.
—¿Cuál usas normalmente?
—Ah… no puedo decírtelo. ¿Qué haremos en nuestra segunda cita de
entretenimiento si no jugamos la prueba de olfateo?
—¿Nuestra segunda cita? No me di cuenta de que tendríamos una
primera.
Hudson sonrió y me tendió su mano.
—La noche es joven, Evelyn. ¿Bailas conmigo?
Un nudo en la boca del estómago me advirtió que era una mala idea.
Se suponía que Fisher y yo debíamos mantenernos unidos y limitar el
contacto con otras personas para minimizar nuestras posibilidades de ser
atrapados. Pero mirando alrededor, mi cita no se encontraba a la vista.
Además, este hombre era muy magnético. De alguna manera, antes de que
mi cerebro terminara de debatir los pros y contras, me encontré poniendo
mi mano en la suya. Nos condujo a la pista de baile y envolvió un brazo
alrededor de mi cintura, dirigiéndome con el otro. No es de extrañar que
supiera bailar.
—Entonces, Evelyn con el extraordinario sentido del olfato, nunca te
había visto antes. ¿Eres una invitada o una acompañante? —Miró alrededor
de la habitación—. ¿Algún tipo me está mirando mal a mis espaldas en este
momento? ¿Necesitaré sacar el taser de Jack del auto para alejar a un novio
celoso?
Me reí.
—Estoy aquí con alguien, pero él es solo un amigo.
—El pobre...
Sonreí. El coqueteo de Hudson era exagerado, pero lo aguanté.
—Fisher está más interesado en el tipo que reparte champán que en
mí.
Hudson me abrazó un poco más.
—Me gusta tu cita mucho más que hace treinta segundos.
Se me puso la piel de gallina cuando bajó la cabeza y su nariz rozó
brevemente mi cuello.
—Hueles increíble. ¿Estás usando uno de los perfumes que haces?
—Así es. Pero no es uno que se pueda pedir. Me gusta la idea de tener
un verdadero aroma característico con el cual alguien pueda recordarme.
—No creo que necesites el perfume para ser recordada.
Me dirigió por la pista de baile con tanta gracia que me pregunté si
habría tomado lecciones profesionales. La mayoría de los hombres de su
edad pensaban que bailar lento significaba balancearse hacia adelante y
hacia atrás y apretar una erección contra ti.
—Eres un buen bailarín —comenté.
Hudson respondió haciéndonos girar.
—Mi madre era bailarina de salón profesional. Aprender no era una
opción; era un requisito si quería que me alimentaran.
—Eso es realmente genial. ¿Alguna vez consideraste seguir sus
pasos?
—Absolutamente no. Crecí viéndola sufrir con bursitis, que genera
inflamación en las articulaciones de la cadera, fracturas por estrés,
desgarros de ligamentos; definitivamente no es la profesión glamorosa que
pretenden que sea en todos esos programas de televisión de concursos de
baile. Debes amar lo que haces para un trabajo como aquel.
—Creo que debes amar la profesión para cualquier trabajo.
—Ese es un muy buen punto.
La canción llegó a su fin y el maestro de ceremonias les dijo a todos
que tomaran sus asientos.
—¿Dónde estás sentada? —me preguntó Hudson.
Señalé el lado de la habitación donde Fisher y yo estábamos sentados.
—En algún lugar de allí. Mesa dieciséis.
Asintió.
—Te acompañaré.
Nos aproximamos a la mesa en el mismo momento que Fisher,
provenía de otra dirección. Miró entre Hudson y yo, y su rostro hizo la
pregunta que no dijo en voz alta.
—Umm… este es mi amigo Fisher. Fisher, este es Hudson.
Hudson extendió su mano.
—Encantado de conocerte.
Después de estrechar la mano de un Fisher silencioso, que parecía
haber olvidado cómo hablar, se volvió hacia mí y tomó mi mano una vez
más.
—Debería volver a mi mesa con el resto del grupo.
—Bueno.
—¿Me guardas un baile para más tarde?
Sonreí.
—Me encantaría.
Hudson se volvió para alejarse y luego se volvió. Mientras caminaba
hacia atrás, gritó:
—En caso de convertirte en una Cenicienta y desaparezcas, ¿cuál es
tu apellido, Evelyn?
Afortunadamente, él usando mi nombre falso me recordó que no le
diera mi nombre real como casi lo había hecho la primera vez.
—Es Whitley.
—¿Whitley?
Oh, Dios. ¿Conocía a Evelyn?
Sus ojos recorrieron mi rostro.
—Hermoso nombre. Te veré más tarde.
—Ajá... está bien, seguro.
Cuando Hudson se encontraba apenas fuera del alcance del oído,
Fisher se inclinó hacia mí.
—Se supone que mi nombre es Maximilian, cariño.
—Dios mío, Fisher. Tenemos que irnos.
—No. —Se encogió de hombros—. No es la gran cosa. De todos
modos, inventamos a Maximilian. Soy tu acompañante. Nadie sabe el
nombre de la persona que trajo Evelyn. Aunque todavía quiero interpretar a
un magnate inmobiliario.
—No, no es por ello.
—¿Entonces qué?
—Tenemos que irnos porque él sabe...
2
Stella
Fisher tomó un sorbo de cerveza.
—Solo estás paranoica. El tipo no sabe. Observé su rostro cuando
dijiste el apellido de Evelyn, y lo único que notó fue lo hermosa que eres.
Negué con la cabeza.
—No, puso una cara extraña. Yo lo vi.
—¿Cuánto tiempo estuviste hablando con el chico?
—No lo sé. ¿Quizás quince minutos? Lo conocí en el bar y luego me
invitó a bailar.
—¿Parecía el tipo de hombre que se avergonzaría de hacer una
pregunta si tuviera una preocupación?
Pensé en ello. Realmente, no lo parecía. Hudson se mostró más audaz
que tímido.
—No, pero…
Fisher apoyó una de sus manos en cada uno de mis hombros.
—Respira hondo.
—Fisher, debemos irnos.
El maestro de ceremonias volvió y les pidió a todos educadamente
que tomaran sus asientos, ya que la cena estaba a punto de ser servida.
Fisher sacó mi silla.
—Al menos comamos. Si todavía quieres huir después de terminar,
nos vamos. Pero te lo digo, solo estás siendo paranoica. El tipo no tiene ni
idea.
Mi instinto me pedía retirarnos en este preciso momento, pero cuando
escaneé la habitación, noté que éramos los últimos de unos pocos rezagados
que no nos habíamos sentado, y la gente nos miraba.
Suspiré.
—Bien. Cenaremos y luego saldremos de aquí.
Fisher sonrió.
Hablé en voz baja, consciente de los otros invitados sentados en la
mesa que groseramente ignoramos.
—Por cierto, ¿dónde estabas?
—Hablando con Noah.
—¿Quién es Noah?
—Un lindo camarero. Será actor.
Puse los ojos en blanco.
—Por supuesto. Se suponía que permaneceríamos juntos, ya sabes.
—No parecía que estuvieras demasiado sola. ¿Quién era ese Adonis,
de todos modos? Sabes que me disgusta cuando tienes en tu vida un hombre
más guapo que yo.
Suspiré.
—Él era súper guapo ¿verdad?
Fisher bebió su cerveza.
—Yo se lo haría.
Ambos nos reímos.
—¿Seguro de que no crees que se haya percatado de nada? No lo
dices solo porque quieras quedarte, ¿verdad?
—No, estamos absolutamente bien.
De alguna manera, me relajé un poco durante la cena. Aunque eso
significó que estuve más involucrada en el mesero que se mantuvo
refrescando mi bebida sin mi autorización, que decidiendo si Fisher tenía o
no la razón. No era que hubiese dejado de pensar que Hudson sabía que
éramos unos impostores, sino más bien que el zumbido de mis gin martinis
me dejó incapaz de que me importara si lo hacía.
Después de limpiar nuestros platos, Fisher me invitó a bailar y pensé
¿por qué no? Una chica podría tener una noche peor que bailar con dos
hombres guapos. Así que salimos a la pista de baile para escuchar una
canción pop pegadiza, y cuando la música disminuyó, Fisher me tomó en
sus brazos.
A mitad de camino, nos reíamos en nuestra propia burbuja cuando un
hombre tocó a mi compañero en el hombro.
—¿Te importa si interrumpo?
Hudson.
Mi corazón comenzó a latir fuertemente en mi pecho. No estaba
segura de si era la perspectiva de estar nuevamente en los brazos del
magnífico hombre, o la posibilidad de ser descubierta.
Fisher sonrió y dio un paso atrás.
—Cuida bien de mi chica.
—Oh, tengo la intención de hacerlo.
Algo en la forma de sus palabras me hizo sentir incómoda. Aunque
Hudson me tomó en sus brazos y comenzó a movernos al ritmo de la
música, tal como había hecho antes.
—¿Te diviertes? —me preguntó.
—Ummm… Sí. Este es un lugar muy agradable para una boda. Nunca
estuve aquí antes.
—¿De quién dijiste que eras invitada? ¿La novia o el novio?
No te lo dije.
—De la novia.
—¿Y cómo se conocen?
Mierda. Levanté la mirada y la boca de Hudson estaba curvada en lo
que lucía una sonrisa, pero definitivamente no del tipo divertido. Era más
cínica que jovial.
—Yo, eh, solíamos trabajar juntas.
—¿Oh? ¿Fue en Inversiones Rothschild?
Quise seguirle la corriente. Quizás Hudson sintió que podría hacer
precisamente eso, porque a menos que fue mi imaginación, su agarre sobre
mí se intensificó. Tragué.
—Sí. Trabajé para Inversiones Rothschild.
Lo único que sabía de la poca relación con Evelyn era que trabajaba
como recepcionista y no soportaba a su jefe. Solía referirse a él como El
Imbécil GQ.
—¿Y en qué posición sería eso?
Esto empezaba a parecer un interrogatorio.
—Como recepcionista.
—¿Recepcionista? ¿Pero pensé que eras perfumista?
Mierda. Correcto. No había estado pensando antes, cuando fui
honesta respecto a mi profesión.
—Yo, uhh, estoy empezando mi propio negocio, y las cosas se
retrasaron, así que necesitaba un ingreso.
—¿Y qué tipo de negocio es el que estás iniciando?
Al menos esta parte no era mentira.
—Se llama Signature Scent. Es una línea de perfumes por correo,
completamente personalizados.
—¿Cómo funciona eso?
—Enviamos veinte pequeñas muestras de olor para que la persona
califique del uno al diez, junto con un cuestionario detallado. De acuerdo
con los tipos de olores que les gustan y sus respuestas a nuestra encuesta,
creamos un aroma solo para ellos. Creé un algoritmo que crea la fórmula en
función de la información que recopilamos.
Hudson escaneó mi rostro. Parecía que intentaba resolver algún tipo
de rompecabezas. Cuando volvió a hablar, su tono era más suave.
—Creo que es realmente una buena idea.
Tal vez fuera el alcohol lo que alimentaba mis nervios, pero
repentinamente me ofendió que pareciera sorprendido.
—¿Crees que porque soy rubia no tendría ninguna buena idea?
Hudson mostró lo que sospechaba podía ser una sonrisa verdadera,
pero rápidamente la ocultó volviendo a su rostro estoico. Me miró fijamente
durante mucho tiempo mientras yo contenía la respiración, esperando haber
sido llamada un fraude.
Finalmente, dijo:
—¿Vendrías conmigo por un momento?
—¿A dónde?
—Tengo que dar un discurso, y esperaba que pudieras estar cerca. Tu
hermoso rostro me dará el estímulo que necesito.
—Umm… seguro.
Hudson sonrió, pero nuevamente, algo se sintió mal. Lo que él pedía
parecía suficientemente inocente, sin embargo, por la manera en que tomó
mi mano y me llevó a la parte delantera de la sala, traté de convencerme de
que toda la rareza estaba en mi cabeza, derivada de mi conciencia culpable.
Habló con el maestro de ceremonias y luego caminamos hacia un lado
de la pista de baile para esperar. Nos paramos uno al lado del otro cuando la
canción terminó y el maestro de ceremonias pidió a los invitados que
volvieran a tomar asiento.
—Damas y caballeros, me gustaría presentarles a una persona muy
importante para los recién casados. Él es el hermano de nuestra hermosa
novia y un buen amigo a nuestro gallardo novio. ¡Démosle un gran aplauso
a nuestro padrino, Hudson!
Oh, mierda. ¡Es hermano de la novia!
¡El Imbécil GQ!
Hudson se inclinó hacia mí.
—Quédate aquí donde pueda ver tu hermoso rostro, Evelyn.
Asentí y sonreí, aunque tenía ganas de vomitar.
Durante los siguientes diez minutos, Hudson pronunció un discurso
elocuente. Habló de cómo su hermana pequeña había sido un dolor en el
culo, y lo orgulloso que estaba de la mujer que se convirtió. Cuando explicó
que su padre y su madre habían fallecido, me asfixié un poco. La
admiración por su hermana era evidente y su discurso fue una mezcla a
partes iguales de seriedad y diversión. Mientras hablaba, dejé escapar un
profundo suspiro de alivio de que él no mencionó nada inusual sacado de la
manga. Era una pena que lo conociera en estas circunstancias, y que me
hubiese presentado con un nombre falso, porque Hudson parecía un gran
partido.
Al final de su discurso, levantó su copa.
—Por Mason y Olivia. Que tengan amor, salud y riqueza, pero lo más
importante es que tengan una larga vida juntos para disfrutarlo todo.
Un murmullo de salud recorrió la sala antes de que todos bebieran, y
pensé que ese era el final del discurso. Pero no lo era. En lugar de
devolverle el micrófono al maestro de ceremonias, Hudson se volvió y me
miró directamente. La sonrisa malvada que se deslizó por su rostro me dio
escalofríos, y no en el buen sentido.
—A continuación —dijo—, tengo un regalo especial para todos
ustedes. A la querida amiga de mi hermana, Evelyn, le gustaría decir
algunas palabras.
Mis ojos se agrandaron.
Continuó.
—Tiene una gran historia sobre cómo se conocieron. Es muy
entretenida, y no puede esperar para compartirla con ustedes esta noche.
Hudson caminó hacia mí con el micrófono en la mano. Sus ojos
brillaron con diversión, pero me preocupé de que sus zapatos brillantes
estuvieran a punto de ser decorados con vómito.
Le hice señas de que se fuera y negué con la cabeza, pero eso solo lo
incitó.
Habló por el micrófono mientras tomaba mi mano.
—Evelyn parece estar teniendo un caso de nerviosismo. Es un poco
tímida. —Me haló hacia él y di dos pasos inseguros hacia el centro de la
habitación antes de cavar mis talones y negarme a moverme más lejos.
Hudson se rio y volvió a levantar el micrófono.
—Parece que necesita un poco de ánimo. ¿Qué dicen, señoras y
señores? ¿Podemos dar una ronda de aplausos para ayudar a Evelyn a
acercarse y decir algunas palabras?
La multitud empezó a aplaudir. Quería que el suelo se abriera y mi
cuerpo rígido cayera en un pozo sin fondo. Pero se volvía más claro a cada
segundo que la única forma de salir de esto era caminar con dificultad.
Todos los ojos se encontraban puestos en mí y no podía salir ilesa.
Contemplé salir corriendo, pero decidí que era mejor tener solo unas
cuantas personas persiguiéndome que toda la sala.
Así que respiré hondo, me acerqué a la mesa de invitados más cercana
y le pregunté a un anciano al azar si su bebida contenía alcohol. Cuando
dijo que era vodka con hielo, me serví y me tragué todo el contenido. Luego
alisé mi vestido, eché los hombros hacia atrás, levanté la barbilla y me
acerqué a Hudson, agarrando el micrófono con mi mano temblorosa.
Sonrió y se inclinó para susurrarme al oído:
—Buena suerte, Evelyn.
La habitación se silenció y podría sentir gotas de sudor formándose en
mi frente y labio superior. Un nudo del tamaño de una pelota de golf estaba
atrapado en el medio de mi garganta, y mis dedos de las manos y los pies
hormigueaban. Todos los ojos se encontraban puestos en mí y me dediqué a
pensar en una historia, cualquier historia. Finalmente logré pensar en algo,
aunque debería improvisar un poco. Pero eso era normal para esta tarde, de
todos modos, ¿no es así?
Aclaré mi garganta.
—Hola…
Había estado sosteniendo el micrófono con la mano derecha. Al notar
que temblaba, levanté la izquierda y la coloqué sobre la otra para ayudarme
a mantenerla firme. Luego respiré hondo.
—Hola. Soy Evelyn. Olivia y yo nos conocimos en el jardín de
infancia.
Cometí el error de mirar hacia la mesa donde se hallaban sentados los
recién casados. La cara de la novia estaba arrugada en la confusión, y
permaneció mirando mientras susurraba algo a su marido.
Será mejor que haga esto rápido…
—Como mencionó Hudson, quería compartir cómo Livi y yo nos
conocimos. Me acababa de mudar a la ciudad a mitad del año escolar y no
tenía muchos amigos. En ese entonces era muy tímida. Mi piel pálida se
ponía roja cada vez que se enfocaba demasiada atención en mí, así que
evitaba hablar en clase a toda costa. Un día, bebí una botella entera de agua
durante el recreo al aire libre. Realmente necesitaba utiliza el baño cuando
llegamos a entrar, pero el señor Neu, nuestro maestro, ya había comenzado
una lección, y yo no quería interrumpirlo. Para empezar, medía como dos
metros y medio y daba miedo, y la idea de levantar la mano y que todos los
niños se volvieran y me miraran cuando dijera mi nombre me asustaba por
completo. Así que lo sostuve durante toda su lección, y chico, ese hombre
podría hablar.
Miré a la novia.
—¿Recuerdas cómo el señor Neu seguía hablando y contaba todos
esos chistes cursis realmente malos? ¿Y luego era el único que se reía?
La novia me miró como si estuviera absolutamente loca. Estaba
bastante segura de que tenía razón.
Durante los siguientes cinco minutos, parloteé una y otra vez, de pie
frente a una habitación llena de gente diciéndoles cómo corrí al baño
cuando el maestro finalmente dejó de hablar. Pero todos los puestos estaban
ocupados y ya no pude aguantarlo más. Detallé como tuve que volver al
aula con el pantalón mojado y traté de ocultarlo, pero un niño lo había visto
y gritó: “¡Mira! La chica nueva se orinó en los pantalones”. Había estado
absolutamente mortificada, los ojos rebosados de lágrimas, hasta que mi
amiga vino a mi rescate. En un acto de valor que se convertiría en un
vínculo inquebrantable para las dos, Olivia se hizo pis en su pantalón y
luego se levantó y les dijo a todos que la hierba estuvo mojada durante el
recreo y nos habíamos sentado en ella.
Cerré mi historia contándole a una habitación llena de rostros
sonrientes cómo mi mayor deseo para la feliz pareja era que “tuvieran el
mismo amor y risas que había compartido con la novia desde hace muchos
años”. Levantando una mano, levanté una copa imaginario.
—Un brindis por los novios.
La gente empezó a aplaudir y supe que necesitaba usar el tiempo para
salir de allí. Hudson seguía de pie a un lado, y si no estaba equivocada, creí
que podía tener un poquito de orgullo por mí por no derrumbarme. Sus ojos
brillaban y me miraba fijamente mientras me acercaba y presionaba el
micrófono contra su pecho.
Cubrió la parte superior del micrófono y sonrió.
—Entretenido.
Le mostré mis blancos y relucientes dientes a través de una exagerada
sonrisa y torcí mi dedo para que se inclinara más cerca.
Cuando lo hizo, le susurré al oído:
—Eres un imbécil.
Hudson dejó escapar una risa profunda mientras me alejaba, sin mirar
atrás para ver si me seguía. Por suerte, Fisher ya caminaba hacia mí, así que
no tuve que buscarlo para salir de aquí.
Sus ojos estaban tan abiertos como platillos.
—¿Estás borracha? ¿Qué diablos pasó ahí arriba?
Lo agarré del brazo y seguí caminando.
—Debemos salir de aquí rápido. ¿Tienes mi bolso?
—No.
Mierda. Debatí dejarlo, pero mi licencia y tarjeta de crédito se
hallaban adentro. Así que giré a la izquierda y fui directo a nuestra mesa.
Por el rabillo del ojo, vi Hudson y al novio hablando con el maître y
apuntando en nuestra dirección.
—¡Mierda! Tenemos que darnos prisa. —Corrí el resto del camino a
nuestra mesa, agarré mi bolso, y di la vuelta. Después de dos pasos, giré.
—¿Qué estás haciendo? —dijo Fisher.
Agarré una botella sin abrir de Dom Pérignon de nuestra mesa.
—Esto se va conmigo.
Fisher negó con la cabeza y se rio mientras nos dirigíamos hacia la
puerta. En el camino, tomamos botellas de champán de cada mesa que
pasamos. Los invitados confundidos no tenían idea de qué hacer con la
escena, pero nos movíamos demasiado rápido para que pudieran comentar.
Para cuando llegamos a la salida, teníamos los brazos llenos y al menos
teníamos una gran cantidad de champán.
En el frente, tuvimos suerte de que algunos taxis amarillos se
detuvieran, esperando en el semáforo. Saltando al primero vacío, Fisher
cerró la puerta de golpe y ambos nos pusimos de rodillas sobre el asiento
para mirar por la ventana trasera. El maître y los dos tipos de seguridad que
estuvieron revisando las identificaciones más temprano, estaban a mitad de
la escalera de mármol. Hudson se encontraba en la cima, apoyado
casualmente contra un pilar de mármol y bebiendo una copa de champán
mientras observaba la locura de nuestra partida. La sangre corrió por mis
oídos mientras miraba de un lado a otro entre el semáforo y los hombres
que se acercaban a nosotros. Justo cuando llegaron a la acera y se apearon,
el rojo cambió a verde.
—¡Vamos! ¡Vamos! —le grité al taxista.
Pisó el acelerador y Fisher y yo permanecimos de rodillas, mirando
por la ventana trasera mientras los hombres se alejaban más. Una vez que
giramos a la derecha en la esquina, me di la vuelta y me dejé caer en el
asiento. No podía recuperar el aliento.
—¿Qué diablos pasó, Stella? Un minuto te divisé bailando con un
hombre hermoso que se veía completamente atraído por ti, y al siguiente
contabas una historia loca en una habitación repleta de gente. ¿Estás
borracha?
—Incluso si lo estuviera, estaría aterradoramente sobria.
—¿Qué te pasó?
—No es lo que me pasó, es quién.
—No estoy siguiéndote .
—¿Conoces al hermoso hombre con el que estaba hablando?
—¿Sí?
—Bueno, resulta que sabía todo… —Una sensación de pánico se
apoderó de mí mientras me percataba de que no estaba segura de dónde se
hallaba mi teléfono. Frenética, abrí mi bolso y comencé a sacar cosas.
Claramente, no estaba dentro, pero simplemente tenía que estar.
Negándome a aceptar lo que había hecho, di vuelta a la bolsa y vacié el
contenido en mi regazo.
Sin teléfono.
¡Sin maldito teléfono!
—¿Qué estás buscando? —cuestionó Fisher.
—Por favor dime que tienes mi teléfono.
Sacudió la cabeza.
—¿Por qué debería tenerlo?
—Porque de no tenerlo, significa que lo dejamos sobre la mesa en la
boda…
3
Hudson
—Señor Rothschild, tiene una llamada telefónica.
Resoplé y presioné el intercomunicador.
—¿Quién es?
—Es Evelyn Whitley.
Arrojando mi bolígrafo sobre mi escritorio, contesté el teléfono y me
recliné en mi silla.
—Evelyn, gracias por devolverme la llamada.
—Por supuesto. ¿Cómo estás, Hudson?
Lo suficientemente frustrado para llamar a la molesta amiga de mi
hermanita a la que no le quería dar trabajo, pero lo hice de todos modos,
solo para que dicha amiga molesta dejara de presentarse al trabajo hace
dos meses y desapareciera sin aviso alguno.
—Estoy bien, ¿y tú?
—Bastante bien. Aunque Luisiana es realmente húmeda en
comparación con Nueva York.
¿Allí es a donde escapaste? No me importaba, y una pequeña charla
con Evelyn no estaba en mi apretada agenda para hoy.
—La razón por la hice que mi asistente te encontrara, es que una
mujer vino a la boda de Olivia haciéndose pasar por ti.
—¿Por mí? ¿De verdad? ¿Quién haría eso?
—Esperaba que lo comentaras.
—Dios, no tengo ni idea. Ni siquiera creo que Liv me invitara a su
boda. Definitivamente no recibí una invitación.
—Mi hermana dijo que la envió por correo justo cuando te fuiste de la
ciudad. Fue a tu antigua dirección aquí. ¿Tu correo se reenvía o alguien lo
recibe por ti?
—Recibo casi todo mi correo en electrónico: facturas telefónicas,
tarjetas de crédito y demás. Así que no hice que redireccionaran el correo.
Mi antigua compañera de cuarto todavía vive en el apartamento, así que
podría haberlo recibido.
—¿Tenías una compañera?
—Sí, Stella.
—¿Quizás fue Stella?
Evelyn se rio.
—No lo creo. Definitivamente no es el tipo de colarse en las bodas.
—Cuéntame algo. ¿Cómo es tu antigua compañera de cuarto?
—No lo sé… Cabello rubio, tal vez de un metro sesenta y ocho, piel
pálida, bonitas curvas… lentes. Zapatos talla siete.
El color del cabello, curvas agradables y la descripción de la piel
coincidían, y supuse que posiblemente pudo llevar lentes de contacto. Pero,
¿quién diablos da el tamaño del zapato como parte de una descripción
física?
—¿Por casualidad tu compañera tendría el hábito de olfatear cosas?
—¡Sí! Stella es una especie de desarrolladora de perfumes para Estée
Lauder. O al menos lo era antes de irme. Solo fuimos compañeras de
habitación durante un año más o menos, pero ella siempre olía cosas, un
poco extraño, si lo preguntas. También tenía el hábito de contar historias
largas cuando todo lo que yo hacía era una pregunta simple y de regalar
barras de chocolate a la gente. Pero, ¿cómo supiste que olfatea? Oh, Dios
mío. ¿Fue Stella quien fue a la boda haciéndose pasar por mí?
—Aparentemente pudo haber sido, sí.
Evelyn se rio.
—No pensé que fuese capaz.
Del poco tiempo que pasé con ella, me di cuenta de que era capaz de
elevarse a la altura de las circunstancias y sorprender a mucha gente. La
mayoría habría salido corriendo por la puerta si se les incitara a tomar el
micrófono. Pero Stella no. Ella había sido un desastre tembloroso, sin
embargo, se recompuso y tomó lo que le serví. No estaba seguro de lo que
era más atractivo: la forma en que lucía, el no intimidarse ante un desafío, o
la forma en que me llamó imbécil antes de despegar.
Habían transcurrido ocho días desde la boda de mi hermana, y todavía
no había podido sacarme a la maldita mujer de la cabeza.
—¿Cuál es el apellido de Stella? —pregunté.
—Bardot. Como la actriz de cine de antaño.
—¿Tienes algún número de teléfono particular de ella?
—Así es. Lo tengo en mi teléfono. Puedo reenviarte su información
de contacto después de que colguemos, si quieres.
—Sí. Eso sería de gran ayuda.
—Está bien.
—Gracias por la información, Evelyn.
—¿Quieres que la llame? ¿Qué le diga que debe pagar el costo de
asistir o algo?
—No, eso no es necesario. Preferiría que realmente no le mencionaras
esta conversación, si llegaras a hablarle.
—De acuerdo… seguro. Lo que digas.
—Adiós, Evelyn.
Después de colgar, me froté la barbilla y miré por la ventana a la
ciudad.
Stella Bardot... qué haré, qué voy a hacer contigo...
Abriendo el cajón de mi escritorio, saqué el iPhone que el equipo de
banquetearía me envió el otro día. Dijeron que lo encontraron en la mesa
dieciséis. Había hecho que mi asistente llamara a todos los que estaban
ubicados en esa mesa, a excepción de la mujer misteriosa. Nadie había
perdido un teléfono. Así que me encontraba bastante seguro de a quién
pertenecía. La única pregunta era, ¿qué haría con ello?
***
Helena, mi asistente, asomó la cabeza a la sala de conferencias.
—Señor Rothschild, lamento interrumpir, pero hay alguien aquí para
verlo. No tiene cita, pero afirma que usted la invitó.
Extendí mis manos, señalando a las personas sentadas alrededor de la
mesa.
—Estoy en medio de una reunión. No tengo nada programado en este
momento.
Se encogió de hombros.
—Eso es lo que pensé. Le dejaré saber que está ocupado.
—¿Quién es?
—Su nombre es Stella Bardot.
Bueno, bueno, bueno... Cenicienta finalmente vino a recoger su
zapatilla de cristal, ¿verdad? Habían pasado seis días desde que le envié un
mensaje a través de una nota, por lo que asumí que la señorita Bardot no
tendría las bolas de aparecer. Tenía la antigua dirección de Evelyn en
nuestros registros de la compañía, por lo que podría haber sido agradable y
regresarle su teléfono. ¿Pero cuán divertido habría sido eso? En cambio, le
había enviado una tarjeta de visita con una nota escrita en la parte posterior.
Si quieres lo que dejaste, ven a buscarlo.
—¿Puedes por favor decirle a la señorita Bardot que estoy ocupado,
pero que si puede esperar, iré a reunirme con ella tan pronto termine aquí?
—Claro, por supuesto. Se lo haré saber. —Helena cerró la puerta de la
sala de conferencias.
Mi reunión duró cuarenta minutos más, pero probablemente debería
haberla terminado después de dos transcurridos, ya que saber lo que
aguardaba en el vestíbulo me distrajo completamente. Finalmente regresé a
mi oficina, llevando los archivos de la sala de conferencias.
—¿Le gustaría que trajera a la señorita Bardot? —preguntó Helena
mientras pasaba su escritorio.
—Dame cinco minutos y luego hazla pasar, por favor.
No tenía idea de lo que diría cuando la Pequeña Señorita Intrusa
entrara. Por otra parte, no era yo el que debía explicar nada. Así que decidí
ser todo oídos y ver a dónde iba la conversación.
Lo cual fue algo bueno, porque en el momento en que entró en la
puerta de mi oficina, apenas pude recordar mi propio nombre.
Evelyn, o más bien Stella, era incluso más hermosa de lo que
recordaba. En la boda, su cabello se encontraba recogido, pero ahora estaba
suelto; rizos rubios y ondulados enmarcaban su piel de porcelana. Llevaba
anteojos de gran tamaño y montura gruesa que le brindaba un aspecto sexy
de bibliotecaria, y el sencillo vestido de tirantes azul marino y los zapatos
planos que llevaba la hacían lucir más diminuta que en la boda.
Manteniendo mi rostro lo más impasible posible, me levanté e hice un
gesto hacia las sillas para invitados al otro lado de mi escritorio.
—Por favor, tome asiento.
Se mordió el labio inferior, pero, sin embargo, entró en mi oficina.
—¿Por favor podrías cerrar la puerta detrás de ti, Helena? —le pedí a
mi asistente.
Asintió.
—Por supuesto.
Stella y yo tuvimos un pequeño concurso de miradas antes de que ella
plantara su trasero en un asiento al otro lado de mi escritorio.
—No creí que recogieras tu zapatilla de cristal, Cenicienta.
Cruzó las piernas y así sus manos sobre la rodilla.
—Créeme, si tuviera otra opción, no estaría aquí.
Arqueé una ceja.
—¿Debería estar ofendido? En realidad, deseaba que vinieras de
visita.
Frunció los labios.
—Apuesto a que sí. ¿Qué tipo de humillación debería esperar hoy?
¿Llamarás a todos los empleados para que se rían y señalen?
Mi labio tembló.
—No lo tenía planeado. Pero si eso es lo tuyo...
Suspiró.
—Mira, lamento lo sucedido. Ya le escribí a la novia una carta de
disculpa y envié un pequeño obsequio a la dirección del remitente de la
invitación. No quería causar ningún daño. Cuando llegó la invitación, la
abrí accidentalmente, y unas copas de vino más tarde, mi amigo Fisher y yo
inventamos la idea de que deberíamos colarnos. Estaba enojada con mi
compañera de cuarto, la persona a la cual se le envió la invitación. Ella se
había mudado a mitad de la noche, llevándose un montón de mi ropa y
zapatos cuando lo hizo. Y justo ese día, el cheque que me dejó para pagar la
deuda de dos meses de renta que tenía había rebotado. Y para colmo, fue mi
último día en mi trabajo, así que realmente necesitaba su mitad del alquiler.
—Se detuvo un momento, como para tomar aliento—. Sé que nada excusa
lo cometido. Una boda se supone que es un acontecimiento sagrado e
íntimo para compartir con las familias y amigos, pero quiero que sepas que
es la primera vez que hago algo por el estilo. —Sacudió la cabeza—.
Además, podría no haberlo hecho si fuera en otro lugar, pero amo esa
biblioteca. Trabajé a una cuadra de distancia durante los últimos seis años y
almorcé en los escalones más veces de las que podría contar. Moría por ir a
un evento allí.
Me rasqué la barbilla y examiné su rostro. Parecía sincera.
—¿Por qué tardaste tanto en venir a recoger tu teléfono?
—¿La verdad?
—No, prefiero que inventes una historia como la que contaste en la
boda. Porque eso terminó tan bien...
Puso los ojos en blanco y dejó escapar un gran suspiro.
—No planeaba venir en absoluto. Incluso salí y compré un nuevo
iPhone. Sin embargo, debo pagar el alquiler en unos días, y estoy en
quiebra porque he invertido hasta el último centavo que tengo en mi puesta
en marcha del negocio, que ahora se ha retrasado. Tengo catorce días para
devolver el teléfono caro, y el último es hoy. No puedo pagar mil dólares
por un teléfono nuevo, especialmente ahora que no tengo compañera con
quien compartir las cuentas. Necesito devolver el teléfono o llamar a mi
padre y pedirle prestado dinero. Ante la elección de venir aquí y afrontar las
consecuencias por hacer algo estúpido, o llamar a mi padre… Bueno, aquí
estoy.
Mi hermana ni siquiera se molestó por lo que sucedió en su boda. Por
supuesto que estaba confundida respecto a quién era la mujer que contó esa
historia acerca de su infancia, pero cuando le expliqué que la atrapé
pretendiendo ser un invitado, Olivia se había vuelto contra mí por poner a la
mujer en tal situación, en vez de haberla acompañado en silencio hasta la
puerta. Para ser honesto, me sentí un poco mal una vez que Stella comenzó
a sudar y palidecer con el micrófono en la mano. Pero estaba molesto
porque me hubiese mentido. En el fondo, sabía que era en parte porque una
mujer que me mentía a la cara me traía algunos recordatorios de mierda.
Tampoco ayudaba que mi hermanita hubiera elegido casarse en el mismo
lugar en la que fue mi propia boda tan solo siete años antes. Así que quizás
mi enfado con Stella podría haber estado un poco fuera de lugar.
Abriendo el cajón de mi escritorio, saqué el teléfono y lo deslicé hacia
el otro lado de mi escritorio.
—Gracias —dijo Stella. Lo recogió y pasó un dedo por la pantalla. El
teléfono se iluminó y vi cómo se arrugaba la frente—. Todavía está
completamente cargado. ¿Lo cargaste?
Asentí.
—Estaba muerto cuando el proveedor de banquetearía lo envió al día
siguiente de la boda.
Asintió, pero pude ver no había contestado la pregunta que tenía en su
mente.
—¿Intentaste… adivinar mi código?
Me las arreglé para mantener mi cara seria, a pesar de que eso era
exactamente lo que había hecho. Ella no tenía necesidad de saber que pasé
una hora probando diferentes combinaciones para abrir la maldita cosa
porque tenía tanta curiosidad por la mujer que salió corriendo de la boda.
Así que esquivé su pregunta y apreté mis dedos, hablando en un tono
severo.
—Necesitaba encenderlo para ver si aún tenía un código, ¿no es así?
Stella negó con la cabeza y deslizó el teléfono en su bolso.
—Oh, sí. Por supuesto. Tienes razón.
Nos miramos el uno al otro durante unos segundos, hasta que el
silencio se volvió incómodo.
—Está bien, bueno... —Se puso de pie—. Debería irme.
Tan jodido como lo era, no me encontraba listo para su despedida.
Tenía cien preguntas que quería que respondiera, como qué hizo su padre
para que no quisiera llamarlo, o por qué se retrasó el lanzamiento de su
negocio. Pero en cambio, seguí su ejemplo y me levanté.
Extendió su mano sobre mi escritorio.
—Gracias por guardar mi teléfono en un lugar seguro, y nuevamente,
disculpas por lo sucedido.
Tomé su mano pequeña en la mía y la sostuve un poco demasiado.
Pero de haberse percatado, no dijo nada.
Después de liberarme, Stella se volvió para irse, pero luego se dio la
vuelta. Abrió la cremallera de su bolso y rebuscó en él. Sacando algo, lo
ofreció.
—¿Te gusta el chocolate?
Estaba confundido como el infierno, pero asentí.
—Así es.
—Tengo una barra Hershey’s en mi bolso en todo momento para
emergencias. Tiene anandamida, que es un neurotransmisor y te ayuda a
sentirte más feliz. —Se encogió de hombros—. A veces los regalo a
personas que parecen necesitarlos, pero la mayoría de las veces termino
comiéndomelas. Me encanta el chocolate. Le envié a tu hermana un regalo
de disculpa, pero en cambio nada a ti. Es todo lo que tengo como ofrenda de
paz.
¿Esta mujer me estaba entregando una barra de chocolate por ponerla
en evidencia por colarse en un evento de setecientos dólares el plato? Tenía
que reconocerlo, ella era única.
Levanté mis manos.
—Está bien. Estamos bien. Quédatelo.
Mantuvo el brazo extendido.
—Me haría sentir mejor que lo aceptaras.
Me las arreglé para contener mi risa mientras lo tomaba de su mano.
—De acuerdo. Gracias.
Stella se volvió a colocar el bolso en el hombro y se dirigió a la
puerta. La seguí para abrirla, pero se detuvo de nuevo abruptamente. Esta
vez, en lugar de ofrecer una barra de chocolate, se inclinó hacia mí e inhaló
profundamente.
—Retrouvailles —dijo.
Hablaba un poco de francés y sabía que se traduce como reunión o
algo por el estilo.
Al ver la confusión en mi rostro, sonrió.
—Es la colonia que estás usando ¿verdad? Se llama Retrouvailles.
—Oh… Sí, creo que sí.
—Tienes buen gusto. Gusto caro. Pero bueno. Yo lo creé.
—¿De verdad?
Asintió y su sonrisa se amplió.
—Te queda bien. Las colonias huelen diferente en todos.
Maldita sea, tenía una bella sonrisa. Al admirarla, mis ojos se posaron
en sus labios.
Mierda. Tenía ganas de morderlos.
—¿Rocías la colonia en tus puntos de pulso? —Señaló hacia el hueco
en la parte inferior de la garganta—. ¿Por aquí?
Prácticamente salivé, mirando su delicado cuello.
—Supongo que sí.
—Es por ello que perdura tanto tiempo. Los perfumes y colonias se
reactivan con el calor corporal. Muchos hombres se rocían los lados del
cuello, pero la parte inferior de la garganta es una de las áreas más calientes
porque la sangre bombea cerca de la superficie de la piel. Es por eso que la
mayoría de las mujeres también se rocían en las muñecas y detrás de las
orejas.
—¿Llevas alguno? —pregunté.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Perfume?
Asentí.
—Sí, uno desarrollado por mí.
Mantuve mis ojos fijos en los de ella mientras me inclinaba
lentamente hacia adelante. No dio su brazo a torcer cuando llegué a unos
centímetros de que nuestras narices se tocaran, luego hundí la cabeza hacia
un lado, colocando la nariz cerca de su oído, e inhalé profundamente.
Olía jodidamente increíble.
De mala gana, eché la cabeza hacia atrás.
—Te quedan bien tus creaciones también.
Sonrió una vez más, pero el ligero brillo de sus ojos me dijo que
también se sentía un poco fuera de lugar.
—Gracias, y gracias de nuevo por todo, Hudson.
Se volvió una vez más para salir de mi oficina, y cuando cruzó el
umbral, una extraña sensación de pánico se apoderó de mí.
—Stella, espera...
De nuevo se detuvo y miró hacia atrás.
Antes de que pudiera detenerme, la mierda más loca escapó de mi
boca.
—Cena conmigo.
4
Stella
—¿Ya tuviste alguna noticia del Príncipe Azul? —Fisher abrió la
nevera y sacó un recipiente de restos de la cena de ayer, a pesar de que solo
eran las siete de la mañana.
Negué con la cabeza e intenté ocultar mi decepción.
—Probablemente sea lo mejor.
—Cuánto ha transcurrido… ¿cómo una semana?
—Ocho días. No es que esté contando. —Por supuesto que estoy
contando.
Me miró de arriba abajo.
—¿Por qué estás vestida tan temprano?
—Acabo de regresar de ver el amanecer.
—Sabes, puedes configurar el fondo de tu computadora con algunos
amaneceres y atardeceres muy agradables y dormir hasta tarde. —Fisher
abrió la tapa del recipiente Tupperware y atravesó con el tenedor una
chuleta de pollo empanada como si fuera una piruleta. Mordió un pedazo.
—No es lo mismo, pero gracias. Umm... ¿quieres que lo caliente?
¿Qué te entregue un plato y un cuchillo para cortarlo? O mejor aún, ¿te
preparo unos huevos para desayunar?
—No es necesario. —Se encogió de hombros y dio otro mordisco—.
¿Por qué no lo llamas?
Miré a mi mejor amigo sin comprender.
—No puedo llamarlo.
—¿Por qué no?
—Porque probablemente cambió de opinión. ¿Olvidas cómo nos
conocimos? Me sorprende que incluso pidiera mi número de teléfono. Estoy
pensando que fue un lapso temporal en su cordura y lo pensó mejor después
de mi partida. Además, tengo una cita mañana, de todos modos.
—¿Con quién?
—Ben.
—¿El chico que conociste en línea? Eso fue hace un par de semanas,
¿no?
—Sí. Se suponía que debía salir con él hace unos días, pero cancelé.
—¿Cómo es que cancelaste?
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Simplemente tenía que
hacerlo.
Fisher me miró.
—Buen intento. Pero no creo nada. Esperabas que el Príncipe Azul
llamara y querías tener tu agenda libre.
—No esperaba la llamada de Hudson.
—¿Has revisado tu teléfono en busca de mensajes perdidos más de
una vez esta semana?
—No —dije demasiaaado rápido y sonando completamente
defensiva.
De hecho, lo hice un par de veces al día. Pero sabía cómo operaba
Fisher. Era implacable. Aquello lo convertía en un buen abogado. Si
encontraba una pequeña cuerda colgando, seguía tirando y tirando hasta que
el suéter entero se desenredaba. Así que no le entregaría ese hilo en bandeja
de plata.
Me estudió.
—Creo que estás llena de mierda.
Puse los ojos en blanco.
—Sabes, puedes salir con más de una persona a la vez...
Afortunadamente, nuestra conversación fue interrumpida por el
timbre de mi teléfono fijo, el comercial.
—Me pregunto quién llama al teléfono de negocios un sábado.
Supongo que podría ser un proveedor en Singapur. Allá todavía es viernes,
¿verdad?
Fisher se rio entre dientes.
—Camino equivocado. Hoy es domingo.
—Oh.
Encontré el teléfono en la sala de estar, donde se encontraba encima
de una caja de muestras. Acuné el auricular en mi hombro mientras
levantaba la caja también.
—¿Hola?
—Hola, ¿Stella Bardot?
Regresando a la cocina, abrí la caja y saqué uno de los pequeños
frascos de vidrio empacados dentro.
—Soy yo. ¿Quién habla?
—Mi nombre es Olivia Royce.
El frasco se deslizó de mi mano. Chocó contra el azulejo de la cocina
con un fuerte estruendo metálico, pero afortunadamente, no se rompió.
Busqué a tientas para agarrar el teléfono de donde estaba en equilibrio sobre
mi hombro.
—¿Dijiste Olivia Royce?
—Lo hice. Espero que no te importe mi llamada. No pude encontrar
una página web, pero cuando busqué en Google el nombre de tu empresa,
apareció este número, así que me arriesgué.
—Umm… No, en absoluto. Por supuesto que no importa.
—Recibí tu nota y regalo. Cuando le conté a mi hermano que lo
enviaste, me dijo que comenzabas una nueva compañía de perfumes que
hacía aromas personalizados. Me gustaría pedir algunos perfumes para mis
damas, pero no pude encontrarte en línea.
—Uhh... el sitio web no está listo todavía.
—Maldición. Entonces, ¿puedo encargártelos directamente?
—Claro. Por supuesto.
—¡Oh! ¿Eso es genial! He estado luchando, intentado averiguar qué
conseguir a cada chica. Quiero algo personalizado y especial. Esto es tan
perfecto. Me encanta el mío, por cierto. Gracias por hacerlo.
No lograba superar esta conversación. ¿Olivia me llamaba para hacer
un pedido, no para recriminarme por arruinar su boda? ¿Era posible que no
se percatara de que era la misma persona? No lo creía, dado que le había
mandado su regalo u una nota en la misma caja, y ella obviamente habló de
mí con Hudson.
—Gracias a ti. Yo, eh, puedo enviarte algunos kits y hacer de tus
pedidos una prioridad una vez me digan sus gustos.
—Oh, no. Quiero que sea una sorpresa. Las conozco demasiado, tal
vez podría decirte lo que usan normalmente, cosas sobre ellas y puedas
pensar en algo.
No estaba segura de que sería tan eficaz como siempre, pero no
existía manera en el infierno de haberle dicho que no.
—Claro, eso suena bien.
—¿Te parece el lunes a las doce y media?
Mi frente se arrugó.
—Umm… las doce y media está bien.
—De acuerdo. ¿Funcionaría para ti encontrarnos en Café Luce en la
calle 53? ¿Está demasiado lejos para ti? ¿Vives aquí en la ciudad?
Mis ojos se ampliaron. ¿Quería reunirse conmigo en persona? Supuse
que eso significaba que programaría en su agenda mandarme un correo o
darme una llamada.
—Sí, vivo en la Ciudad. Y Café Luce suena bien.
—¡Perfecto! Es una cita. ¡Gracias, Stella! No puedo esperar a
conocerte.
Diez segundos después, la línea se encontraba muerta. Me quedé
mirando mi teléfono. Fisher observó toda la conversación reproducirse en
mi rostro.
—¿Quién era? —dijo.
—Olivia Royce.
—¿Y ella es?
—La novia en cuya boda nos colamos.
***
Al día siguiente, llegué veinte minutos antes a la cafetería. Ben había
querido recogerme para nuestra cita, pero prefería reunirme con la gente a
la que no conocía mucho en público, así me hallaba siempre en pleno
control de cuándo podría marcharme. Compré un café con leche
descafeinado y me senté en un sofá al lado del mostrador. Mi cafetería local
siempre tenía periódicos y revistas para que la gente los hojeara mientras
bebían sus caros cafés, así que tomé The New York Times y comencé a
hojear la sección de modas. A mitad de camino, me congelé cuando vi una
foto. Después de parpadear un par de veces para asegurarme de que no
imaginaba cosas, acerqué el papel para leer el anuncio.
Olivia Paisley Rothschild y Mason Brighton Royce se casaron el trece
de Julio en la Biblioteca Pública de Nueva York en Manhattan. El
reverendo Arthur Finch, un sacerdote episcopal, ofició el acto.
La señora Royce, de veintiocho años, a quién el novio llama Livi, es
vicepresidenta de marketing. Se graduó de la Universidad de Pennsylvania
y cursó una maestría en Administración de Negocios de Columbia.
Es hija de Charlotte Bianchi Rothschild y Cooper E. Rothschild,
ambos fallecidos, de la ciudad de Nueva York. La boda fue organizada por
su hermano, Hudson Rothschild.
El señor Royce, también de veintiocho años, fundó su propia firma de
TI y se especializa en seguridad y cumplimiento. Se graduó de la
Universidad de Boston y cursó una maestría en Tecnología de la
Información de la Universidad de Nueva York.
No podía creer que me había tropezado con su anuncio de la boda.
¿Cuáles eran las posibilidades? No había leído el New York Times un
domingo en años, por lo que se sentía como una extraña coincidencia.
Fisher siempre decía que si expresas ideas positivas, las cosas positivas
volverán a ti. Eso podría explicarlo. Sin duda pensé lo suficiente durante la
última semana y media en un determinado hombre que pidió mi número,
pero nunca llamó.
A principios de esta semana, estuve saltando canales y me encontré
con Bailando con las Estrellas. Aunque nunca lo había visto, por alguna
razón lo mantuve encendido. Cuando las parejas bailaban lento, me
recordaron lo que sentí estar en los brazos de Hudson en la boda de su
hermana. Lo cual terminó recordándome cuánto ritmo tenía, lo que condujo
a mi mente preguntarse en qué otra cosa podría ser de ayuda su buen ritmo.
Luego, el viernes por la noche cuando Fisher vino después del trabajo, me
trajo una botella de ginebra Hendricks. Me recordó la forma en que mis
brazos estallaron en piel de gallina cuando Hudson me susurró al oído: “La
noche es joven, Evelyn. Baila conmigo”.
Nunca en un millón de años esperé su invitación a salir cuando me
presenté con el rabo entre las piernas en su oficina para recoger mi teléfono.
Pero una vez hecho, me dejé llevar por la imaginación. Incluso cancelé mi
segunda cita con Ben. Pero después de trascurrir más de una semana
esperando a que sonara mi teléfono, finalmente me di cuenta de que era
tonto evitar a un tipo perfectamente agradable, uno que había llamado
varias veces, solo porque otro tipo podría marcar mi número.
Ben entró unos minutos antes de la hora en que se suponía que nos
encontráramos. Eché un último vistazo a la foto de la boda en el periódico
antes de cerrarla. Estaba decidida a no arruinar mi cita dejando que los
pensamientos de otro hombre se filtraran.
—Hola. —Ben depositó un beso en mis labios.
Era apenas nuestro segundo beso, ya que el primero había sido al final
de nuestra última cita, pero fue bastante agradable. No hubo cosquilleo, y
no hubo piel de gallina en mis brazos, pero estábamos en medio de una
tienda de café, por lo que ¿qué esperaba? Cuando Ben se retiró, me entregó
una caja de chocolate Godiv que no noté que tenía en su mano.
—Iba a traerte flores, pero pensé que deberías llevarlas contigo toda
la noche. Probablemente puedas guardarlo en tu bolso.
Sonreí.
—Es muy considerado de tu parte. Muchas gracias.
—Hice una reserva en un restaurante de carnes. Después, si te
apetece, hay un club de comedia al lado con una noche de micrófono
abierto.
—Eso suena genial.
—¿Preparada para irnos?
—Sí.
Tomé mi taza de café vacía y la tiré a la basura al salir. Cuando
alcancé la manija de la puerta, Ben se adelantó.
—Por favor, permíteme.
—Gracias.
Afuera miré a la izquierda y luego a la derecha.
—¿Hacia dónde vamos?
—El restaurante está a pocas cuadras de aquí. Es en Hudson.
—¿Calle Hudson?
—Sí, ¿es muy lejos para caminar con tacones? Puedo conseguirnos un
Uber.
—No, no. Está bien. —Pero en serio... ¿Calle Hudson?
Empezamos a caminar.
—No he probado el lugar todavía —dijo Ben—. Pero tiene críticas
increíbles, así que espero que sea bueno.
—¿Cómo se llama?
—Hudson’s.
Tuve que reprimir mi risa. ¿Hudson's en la calle Hudson? Demasiado
para no permitir que los pensamientos de otra persona se filtraran esta
noche…
5
Stella
Llegué al restaurante unos minutos tarde el lunes, a pesar de que
había salido de mi apartamento muy temprano. El tren local a la parte alta
de la ciudad decidió convertirse en un tren expreso y saltarse mi parada.
Cuando entré, Olivia ya se encontraba sentada en una mesa. Se veía
tan diferente fuera de su atuendo de boda que casi no la reconocí. Pero ella
saludó y sonrió como si fuéramos viejas amigas.
Existía esta idea salvaje atrapada en mi cabeza que ella realmente no
quería ordenar ningún perfume, sino que atraerme aquí para poderme soltar
todo lo que tenía en mente personalmente, o mejor aún, hacer que me
detuvieran. Su sonrisa tentadora hizo mucho para disipar mi paranoia.
—Hola. —Bajé la caja en mis brazos en un asiento vacío y saqué la
silla frente a ella—. Lamento llegar tarde. Mi tren se saltó la parada.
—No hay problema. —Extendió la mano y me ofreció de la canasta
de pan, mostrándome que estaba vacía—. Como puedes ver, me mantuve
ocupada. No había comido un carbohidrato en seis meses antes de mi boda.
Por lo tanto, he pasado las últimas semanas recuperando el tiempo perdido.
—Recolocó la cesta en la mesa y sostuvo su mano hacia mí—. Soy Olivia
Rothschild, por cierto. Maldición, no. Soy Olivia Royce ahora. Todavía no
puedo acostumbrarme a ello.
Sonreí, aunque estaba hecha un manojo de nervios.
—Stella Bardot. —Suponiendo que lo mejor que podía hacer era
limpiar el aire, respiré hondo—. Mira, Olivia, lamento mucho lo sucedido.
No suelo ser el tipo de persona que se cola en una boda.
Ladeó la cabeza.
—¿No lo eres? Es una pena. Creí que nos llevaríamos tan bien. Me
colé en una graduación una vez.
Mis ojos se agrandaron.
—¿Lo hiciste?
Olivia se rio entre dientes.
—Sí. Y me besuqueé con la cita de una de las chicas y llegué a casa
con el labio hinchado.
Mis hombros se aflojaron.
—Oh, Dios mío. No tienes idea de cómo me tranquiliza saber que no
estás enojada.
Me despidió.
—Tranquila. No vuelvas a pensar en ello. Me impresionó bastante la
historia que contaste. ¿Alguien realmente orinó sus pantalones por ti?
Sonreí tristemente. El recuerdo de la verdad era agridulce ahora,
considerando que mi hermana y yo ya no hablábamos.
—En realidad, fui yo quien hizo eso, y ocurrió en el preescolar. Mi
hermana es un año menor y tuvo un accidente durante la práctica para el
concurso de Navidad. Un niño señaló su trasero mojado y se burló de ella.
No podía dejarla allí sola.
—Bien. Mi hermano es mayor. Él siempre ha sido ridículamente
protector conmigo. Pero no estoy segura de que hubiese ido tan lejos como
para orinarse en el pantalón para salvarme. —Tomó un sorbo de su bebida
—. Pensándolo bien, probablemente lo haría. Solo que nunca admitiría el
hecho para protegerme. Probablemente diría que se orinó en la ropa y yo lo
copié.
Nos reímos.
—Hudson me contó cómo llegaste a estar en la boda. No estaba
sorprendida cuando me dijo lo que Evelyn te hizo, marcharse en medio de
la noche y sin pagar el alquiler. Ella siempre ha sido poco fiable. En el
primer año de la universidad, fuimos juntas a las vacaciones de primavera.
Conoció a un chico diez años mayor que nosotras y solo hablaba francés. Al
segundo día del viaje, me desperté con una nota diciendo que se había ido a
Francia para conocer a la familia del chico porque estaba enamorada. Me
dejó sola en Cancún, sola. La perra se llevó mi par de zapatos favoritos con
ella.
—Oh, Dios mío. ¡También se llevó mis zapatos favoritos cuando se
marchó!
Nos reímos de nuevo y Olivia continuó.
—También le robó algo a Lexi, la ex esposa de mi hermano. Los dos
tuvieron una pelea y se dejaron de hablar. Luego hablé con mi hermano
para que le diera un trabajo y, después de unos meses, dejó de aparecer. Él
nunca me dejará en paz al respecto. El hombre puede guardar rencor para
siempre.
—Hudson definitivamente no parece tan indulgente como tú.
—Eso es decir poco. Es muy sobre protector. Cuando tenía dieciséis
años y tuve mi primer novio, Hudson solía sentarse en las escaleras y
esperar a volver a casa por la noche. Por supuesto, eso significaba que
recibía un beso en la mejilla en lugar de una agradable sesión de besos de
buenas noches. Me siento mal por Charlie. Probablemente no se permitirá
tener citas hasta los cuarenta.
—¿Charlie?
—La hija de Hudson.
Asentí. No tenía idea de por qué, pero no esperaba que él tuviera una
hija. Aunque, ciertamente, no sabía mucho sobre el hombre más allá de que
era realmente guapo, olía divino, sabía cómo bailar y no había llamado en
diez días desde que le proporcioné mi número de teléfono.
—¿Qué edad tiene su hija?
—Seis pero se comporta de dieciséis. —Se echó a reír—. Está tan
jodido.
El camarero vino a tomar nuestro pedido, y ni siquiera habíamos
mirado el menú todavía. Olivia pidió una ensalada balsámica de pera con
pollo. Eso sonaba bien, así que hice lo mismo.
—Entonces... —Olió su muñeca—. Dime cómo hiciste para hacer el
mejor perfume que he olido alguna vez en mi vida. Estoy completamente
obsesionado con él.
Sonreí.
—Gracias. Tomé mis pistas de tu boda. Tenías gardenias como centro
de mesa y en tu ramo, así que lo usé como punto de partida. Escuché a una
de las mujeres en la mesa donde estaba sentada decir que ibas a Bora Bora
en tu luna de miel. Así que supuse que te debía gustar la playa y agregué un
poco de calone, que proporciona ese toque de brisa marina. Y luego tu
vestido era tradicional, pero con un cinturón de seda rojo brillante, así que
pensé que podrías ser un poco osada.
—Eso es increíble. Incluso la botella es perfecta.
—Ese diseño fue uno del que me enamoré, pero que realmente no está
en venta. Es importado desde Italia, y no pude hacerlo funcionar dado mi
escaso presupuesto de arranque.
—Qué lástima. Es tan bonito.
—Espero poder incluirlo sobre la marcha.
Durante la siguiente hora, le expliqué cómo funcionaba Signature
Scent. Le di a Olivia la demostración completa: ella olfateó los veinte
pequeños muestrarios y los calificó, y luego le hice todas las preguntas que
eventualmente aparecerían en el sitio web como parte del proceso de
pedido. Hizo un montón de preguntas, pareciendo muy interesada en el lado
comercial de las cosas. Escribí notas sobre cada uno de los miembros de su
fiesta nupcial, y escogió las botellas para cada uno de ellos.
—Entonces, ¿cuándo se lanza Signature Scent? —me preguntó
mientras terminábamos.
Fruncí el ceño.
—No estoy segura.
—¿Cómo es eso? Parece que tienes todo listo para comenzar.
—Lo hago, he planeado sabiamente, de todos modos. Pero encontré
algunos problemas de financiación. Es una larga historia, pero tenía un
socio y tuve que comprarlo. Usé una buena parte de los fondos de negocio
que teníamos para comprar inventario, por lo que comprar su parte drenó
cada centavo de lo que había quedado. A pesar de que estaba bien, porque
tenía una línea de crédito comercial lo suficientemente grande como para
que todavía fuera capaz de hacer el lanzamiento. Había aplicado para el
préstamo casi un año antes, por si acaso me encontraba corta. Pero cuando
fui a utilizarlo por primera vez, el banco me dijo que debía hacer una
actualización anual para mantener abierta la línea de crédito. No había sido
consciente de ello. Acababa de dejar mi trabajo en Estée Lauder, y cuando
anotó que había cambiado de empleo, retiró mi línea de crédito. Si hubiese
pasado un par de días antes, no habría tenido que dejar nota al respecto y
todo habría ido correctamente.
—Oh, eso apesta.
Asentí.
—Lo hace. Y ningún banco quiere prestar dinero a alguien
desempleado. Solicité con la Administración de Microempresas. Ellos eran
más o menos mi última esperanza.
El camarero trajo la cuenta. La alcancé, aunque odiaba perder un
centavo estos días. Era lo menos que podía hacer por la mujer en cuya boda
me colé.
Pero Olivia se adelantó.
—Este almuerzo corre por mi cuenta. Te invité.
—No puedo dejar que lo hagas. Ya te debo una comida.
Me hizo señas con la mano para restarle importancia y sacó su
billetera de su bolso. Metió su tarjeta de crédito en el folio de cuero de la
cuenta y lo cerró.
—Absolutamente, no. Insisto.
Antes de poder seguir discutiendo, levantó la mano y el camarero se
abalanzó y tomó la cuenta.
Suspiré, sintiéndome como una perdedora.
—Gracias. Lo aprecio.
—En cualquier momento.
Caminamos afuera juntas. Yo iría a la parte alta de la ciudad a hacer
algunos recados y ella se dirigía al centro de regreso al trabajo, así que nos
despedimos. Olivia me dio un abrazo como si fuéramos las viejas amigas
que dije que éramos en su boda.
—Tendré listos tus perfumes la próxima semana —le dije—. Puedo
enviártelos a ti, o a cada persona individual, si lo prefieres.
Sonrió.
—Llámame cuando estén listos y veremos qué hacemos.
—De acuerdo. Lo haré
***
Una semana después, estaba hasta los ojos en cartón.
—Esta es la última. —Fisher apiló la última de las cajas en la parte
superior de una montaña de ya metro y medio de alto. Se subió la camiseta
y usó la parte inferior para secarse el sudor de la frente—. Será mejor que
hagas pronto esa pasta manicotti por todo este levantamiento que me hiciste
hacer hoy.
—Prometo que la haré. No me percaté de lo mucho que tenía
acumulado en esa unidad de almacenaje. No puedo creer que hubiese
doscientas cajas allí dentro. —En mi esfuerzo continuo para reducir costos,
enlisté a Fisher para ayudarme a reubicar todo, desde mi costosa unidad de
almacenaje a mi apartamento. Dado que ya no tenía compañera, había
suficiente espacio aquí.
Fisher se extendió detrás de él, hacia la cintura de sus pantalones
cortos.
—Casi lo olvido. Recogí nuestro correo en mi último viaje. Este
paquete que recibiste se está cayendo a pedazos. Parece como si el cartero
lo destripó cuando intentó introducirlo en tu buzón para que entrara.
Todo estaba húmedo por el sudor de la espalda. Mi nariz se arrugó.
—Asqueroso. Ponlo ahí para mí, por favor.
Fisher arrojó la pila sobre la mesa de la cocina y los sobres se
abrieron en abanico. El logo en la esquina de uno me llamó la atención. La
AME. Lo recogí y lo examiné.
—Oh, Dios mío. Este es un sobre pequeño. Eso no es una buena
señal.
—¿Quién lo envía?
—La Administración de Microempresas. Se suponía que debían
tomar una decisión sobre el préstamo que solicité en dos o tres semanas.
Apenas han pasado dos.
—Eso es genial. Es probable que les encantara tanto tu negocio que
no pudieran esperar para aprobarte.
Negué con la cabeza.
—Cuando se aplica para algo y regresan un sobre delgado, nunca es
una buena señal. Es como encontrar un sobre blanco de tamaño regular
cuando esperas respuesta de la universidad en la cual aplicaste, en lugar del
sobre marrón grande que envían con todas las cosas de tu bienvenida. Si me
hubiesen aprobado, esto sería grueso.
Fisher puso los ojos en blanco.
—La mayoría de las cosas se hacen en línea en estos días. Deja de ser
tan negativa y abre la maldita cosa. Apuesto a que hay un nombre de
usuario y una contraseña para que ingreses a su sitio web y firmes lo que
sea que necesites firmar.
Solté un profundo suspiro.
—No tengo una buena sensación, Fisher. ¿Qué haré si me rechazan?
Ya apliqué en los tres bancos. Nadie concede un préstamo a un
desempleado. Fui una idiota al dejar mi trabajo y pensar que podría hacer
algo con este negocio. Ya ocuparon mi lugar en Estée Lauder, y la mayoría
de los trabajos decentes para los químicos de perfumes ahora están en el
extranjero. ¿Qué diablos haré? ¿Cómo pagaré el alquiler?
Fisher puso sus manos sobre mis hombros.
—Respira hondo. Ni siquiera sabes el contenido del sobre todavía.
Por lo que sabemos, podría ser una carta simplemente agradeciéndote por
aplicar, o diciéndote que hay un retraso en el proceso.
Me encontraba demasiado nerviosa para abrirlo, así que le tendí el
sobre a mi amigo.
—Hazlo tú. Yo no puedo.
Fisher negó con la cabeza, pero abrió el sobre. Observé, conteniendo
la respiración mientras sus ojos escaneaban las primeras líneas. El ceño
fruncido que se formó en las comisuras de sus labios me dijo todo lo que
necesitaba saber.
Cerré los ojos.
—Oh, Dios...
—Lo lamento, Stella. Dijeron que no tienes suficiente tiempo en el
negocio o un flujo de caja positivo lo suficientemente fuerte. Pero, ¿cómo
diablos se supone que debes tenerlos cuando no brindan un préstamo para
ayudarte a poner el negocio en marcha?
Suspiré.
—Lo sé. Es básicamente lo mismo que dijeron todos los bancos.
—¿Puedes empezar poco a poco, adquirir experiencia y volver a
presentar la solicitud?
Deseé que fuera tan fácil.
—No tengo ni los empaques suficientes de algunas de las muestras
que necesito poner en las cajas que utilizarían las personas para poder
ordenar.
Fisher se pasó la mano por el cabello.
—Mierda. Tengo nueve mil dólares en el banco que ahorraba para un
día lluvioso. Son tuyos. Ni siquiera debes pagarme.
—Te amo por ofrecerlo, Fisher. Realmente lo hago. Pero no puedo
tomar tu dinero.
—No seas ridícula. Eres mi familia y esos es justo lo que hacen las
familias.
No quería insultar a mi amigo, pero nueve mil dólares no estarían ni
cerca de ser suficientes para arrancar.
—Ya me las ingeniaré con algo. Pero gracias por la generosa oferta.
Significa muchísimo para mí que incluso consideres hacer eso.
—¿Sabes lo que esto requiere?
—¿Qué?
—Dom Pérignon. Buscaré una de esas caras botellas de champán que
nos quedan de esa boda.
—¿Esto requiere una celebración? ¿Estamos celebrando el rechazo de
mi préstamo o el hecho de que mi apartamento ahora es un almacén?
Fisher me besó en la frente.
—Celebramos que todo saldrá bien. Recuerda, si no piensas en
positivo, las cosas positivas no suceden. Enseguida regreso.
Mientras desaparecía en su apartamento al lado del mío, miré a mi
alrededor. Mi sala de estar era un desastre total, lo cual me parecía
apropiado ahora mismo, ya que mi vida lo igualaba. Hacía un año, había
estado comprometida para casarme, tenía un gran trabajo de seis cifras,
había ahorrado lo que la mayoría de las personas de veintisiete años no
acumulaban hasta que tenían cuarenta, y el sueño de un emocionante nuevo
negocio. Ahora mi exnovio estaba comprometido con otra persona, yo me
encontraba desempleada y en quiebra, y mi nuevo negocio emocionante se
sentía más como una soga alrededor de mi cuello.
Permanecí contemplando la carta de denegación del préstamo que se
hallaba sobre la mesa durante un minuto, luego la hice una bola y la arrojé
hacia el cubo de basura de la cocina. Por supuesto, fallé. Aturdida, revisé mi
correo, que en su mayoría eran solo anuncios, y luego decidí abrir el
paquete roto que había llegado. Supuse que todavía más de las muestras de
producto que había pedido antes de que el banco cerrara mi línea de crédito,
productos que de ninguna manera sería capaz de pagar. Pero cuando abrí la
caja, no eran muestras de ingredientes de perfume. En su lugar, era un
diario que gané en eBay. Ya me había olvidado de eso por completo, en
vista de que gané la subasta hace casi tres meses completos. El envío desde
el extranjero podía tardar una eternidad, y este había venido de Italia.
Normalmente, cuando llegaba un nuevo diario, casi no podía esperar a
leer el primer capítulo. Pero este era solo un recordatorio de doscientos
cuarenta y siete dólares desperdiciados. Lo dejé en la mesa de café de la
sala de estar y decidí ir a lavarme antes de que Fisher regresara con el
champán.
Diez minutos después, cuando salí del baño, encontré a mi mejor
amigo tirado en mi sofá, bebiendo champán y hojeando el nuevo diario.
—Sabes que esta mujer no escribe en español ¿verdad? —Fisher
tendió una copa de champán para mí.
Lo tomé y me dejé caer en la silla frente a él.
—Es italiana. Y es hombre. Lo que significa que pagué de más y
todavía necesito traducirlo.
Los diarios de hombres siempre eran un premio en los sitios de
subastas porque eran muy raros. La última vez que compré uno francés, me
costó trescientos dólares, más ciento cincuenta dólares por un traductor.
Bebí un sorbo de champán.
—Ha estado acumulando polvo durante un tiempo. Derrochar para
una traducción no está tan alto en mi lista de prioridades como poder comer
el próximo mes.
Fisher negó con la cabeza y arrojó el viejo y destartalado diario sobre
la mesa de café.
—Pensé que dejaste de leerlos después de lo sucedido el año pasado
cuando te dejaste atrapar demasiado.
Suspiré.
—Me caí del vagón.
—Eres un pájaro extraño, mi Stella Bella. ¿Lo sabes?
—Lo dice un hombre que colecciona las pegatinas que remueve de
los plátanos en el interior de la puerta de su armario de abrigos.
Mi teléfono comenzó a sonar en mi bolsillo, así que lo saqué y leí el
nombre parpadeando en la pantalla.
—Bueno, esto es apropiado. Es la mujer cuyo champán robamos.
—Dile que envíe más.
Me reí y deslicé el dedo para responder.
—¿Hola?
—Hola Stella. Es Olivia.
—Hola Olivia. Gracias por devolverme la llamada. Quería hacerte
saber que ya tengo los perfumes preparados para tu fiesta de bodas.
—Estoy tan emocionada de verlos. U olerlos. O verlos y olerlos. Lo
que sea.
Sonreí.
—Espero que a tus amigos les gusten.
—Le dije a algunas personas sobre lo que haces, y todos están
interesados en tener una fragancia exclusiva. ¿Sabes cuándo estará
funcionando tu sitio web?
Fruncí el ceño.
—No en el futuro previsible, desafortunadamente.
—Oh, no. ¿Qué pasó?
—La AME rechazó mi solicitud de préstamo. Hoy acabo de recibir la
carta.
—Idiotas. Lo lamento.
—Gracias.
—¿Qué harás?
—No lo sé.
—¿Qué opinas de tener un socio? Alguien que viene con una infusión
de efectivo a cambio de un interés en el negocio.
Realmente lo había considerado, pero no conocía a nadie que tuviera
mucho dinero.
—Quizás. Voy a pensarlo. Esta noche tomaré unas copas para olvidar.
Pero mañana empezaré a formular un nuevo plan de juego.
—Bueno. Esa es la actitud correcta.
—Gracias. Entonces, ¿a dónde quieres que envíe tus perfumes?
—Podríamos encontrarnos mañana, ¿si estás libre? Mi dama de honor
se marcha en dos días para ir a trabajar a Londres durante unos meses.
Quedé de reunirme con ella para cenar mañana por la noche. Me encantaría
darle el suyo, si no es un problema que pase a recogerlos.
—No, no hay problema en absoluto.
—¡De acuerdo! Tengo una reunión por la mañana. ¿Está bien si te
envío un mensaje cuando termine para avisarte una hora? Debería poder ir a
donde sea que estés.
—Claro. Bien. Entonces, hablamos mañana.
Después de colgar, Fisher dijo:
—Solo tú harías amistad de la mujer después de haberte colado en su
boda.
Me encogí de hombros.
—Olivia realmente es genial. Voy a darle todos los perfumes que hice
para su fiesta como un regalo de disculpa, en lugar de cobrarle. Pensé que
era lo menos que podría hacer.
—Veamos si tiene más fiestas en las que podamos colarnos. —
Levantó la botella de champán antes de volver a llenar la copa—. No
podremos volver a licor barato después de esto. —Sorbió la mitad de la
copa y dejó escapar un exagerado aaah—. Por cierto, asumo que no has
escuchado nada de tu Príncipe Azul, o me habrías dicho algo.
Fruncí el ceño.
—Nop. Cuando almorcé con Olivia, no mencionó nada que me
hiciera pensar que sabía que él me invitó a salir. Así que tampoco dije nada.
Aunque me dijo que solía ser rencoroso.
—Él se lo pierde.
No dije nada, pero sentía como que yo también lo perdía. Algo sobre
Hudson se introdujo debajo de mi piel, y había estado emocionada por la
posibilidad de salir con él. De hecho, no recordaba la última vez que me
había emocionado y anticipando una llamada de un hombre como con él.
Lo cual fue la razón por la que, cuando no siguió adelante, sentí que pesó
sobre mí un poco más de lo permitido. Pero, bueno. Ben era... agradable.
Durante las siguientes dos horas, Fisher y yo drenamos esa botella y
una botella de vino que tenía abierta en mi nevera. Al menos una cosa salió
bien esta semana: me las arreglé para cargar lo suficiente como estaba
previsto. Cuando bostecé, Fisher captó la indirecta.
—Muy bien, me iré. No debes fingir un bostezo para liberarte de mí.
—No fue fingido.
—Por supuesto que no.
Se puso de pie, llevó nuestras copas y las dos botellas vacías a la
cocina. Cuando regresó, me encontraba debatiéndome entre dormir en la
cómoda silla en la que actualmente estaba encorvada o irme a la cama.
Fisher se inclinó y me besó en la frente.
—Te amo. Todo irá mejor mañana.
Teniendo en cuenta que probablemente me despertaría con dolor de
cabeza, lo dudaba. Pero odiaba ser una aguafiestas.
—Gracias nuevamente por todo, Fisher. También te amo.
Tomó el diario que aún estaba en la mesa de café.
—Me llevaré esto y lo tendré traducido para tu cumpleaños el
próximo mes.
—Ajá, no tendré veintiocho en un buen tiempo. Tu cumpleaños es el
mes próximo. ¿Estás haciendo lo que hiciste el año pasado?
—Sí, todos los regalos son para ti, porque eres mi mejor regalo.
Además, hacerte feliz me hace feliz, Stella Bella. Solo no dejes que este
diario se haga cargo de tu vida.
6
Stella
Hace quince años
***
***
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***
***
***
***
***
Fue algo bueno que no hubiera hecho esa apuesta, no es que alguna
vez hubiera admitido que había pasado las últimas tres malditas horas
viendo cada movimiento de Stella en el escenario. Cuando Jack me dijo que
querían a Stella al aire, una parte de mí no estaba seguro de que fuera una
decisión comercial inteligente. Claro, era hermosa y la cámara
probablemente la amaría, pero no tenía experiencia. Aunque después de
estar sentado durante las últimas horas y observarla, entendí completamente
lo que la anfitriona había visto que la hizo querer que Stella fuera parte del
lanzamiento.
Era apasionada y divertida, y tenía una cualidad inocente que te hacía
creer todo lo que decía allí, como si fuera demasiado honesta para mentir.
Demonios, quería comprar el maldito perfume y era dueño de parte de la
empresa.
Un poco después de las cinco, finalmente terminaron el rodaje. Stella
habló con la anfitriona y el equipo durante un rato, luego se giró para mirar
a la audiencia. Se cubrió las cejas con las manos, protegiéndose los ojos de
la luz del techo. Al encontrarme todavía sentado en la cuarta fila de atrás,
sonrió y se dirigió a las escaleras al costado del escenario. Me paré y
caminé por el pasillo para encontrarme con ella.
—Oh, Dios mío —dijo—. ¡Eso fue muy divertido!
—Parecía que lo estabas pasando bien.
—Espero no parecer un bicho raro. —Levantó las manos y movió los
dedos—. Me sentí… como si me hubieran electrocutado o algo así. No de la
manera de cocinar tus órganos, sino como una descarga ininterrumpida de
energía que recorre mi cuerpo.
Me reí.
—Lo hiciste genial, entretenido, pero sincero. —Me volví al oír el
sonido de la puerta del escenario detrás de nosotros abriéndose y
cerrándose. Jack había vuelto y el cabrón no estaba solo. Iba a patearle el
culo escuálido.
Se acercó, luciendo una gran sonrisa de regodeo.
—Hudson, te acuerdas de Brent, ¿verdad?
Apreté los dientes y extendí la mano.
—Así es. ¿Cómo te va, Brent?
Todavía estábamos estrechando nuestras manos cuando los ojos del
imbécil se fijaron en Stella. No pude soltar mi mano lo suficientemente
rápido.
—No creo que nos hayamos conocido. Brent Fenway.
Stella sonrió.
—¿Fenway como el parque?
—El mismo. ¿Alguna vez has estado allí?
—En realidad, no lo he hecho.
—Tal vez pueda llevarte alguna vez.
¿En serio? ¿Había estado en la habitación menos de treinta segundos
y ya estaba coqueteando con ella? ¿Cuánto tiempo hasta que la orine como
si fuera un hidrante?
Jack me miró y se balanceó hacia adelante y hacia atrás sobre sus
talones. Parecía muy orgulloso de sí mismo.
—Suena como una cita divertida. ¿No crees, Hudson?
Lo miré.
—Soy fanático de los Yankees.
—Vi a Robyn cuando venía. Quiere vernos. —Jack señaló la puerta
por la que acababa de entrar—. Está en su oficina. Está al final del pasillo.
—Bien. —No podría decir que me molestó decirle adiós a Brent tan
pronto. Asentí—. Me alegro de verte. —Extendí una mano a Stella—.
Después de ti...
Jack negó con la cabeza.
—En realidad, ella solo pidió vernos a ti ya mí, Hudson. Stella puede
quedarse aquí. Estoy seguro de que Brent puede hacerle compañía.
Brent mostró una sonrisa que quería golpear.
—Absolutamente.
En el momento en que estuvimos en el pasillo, Jack picó al oso.
—Brent se ve bien, ¿no?
Lo fulminé con la mirada en respuesta.
—Hacen una linda pareja, Stella y él.
—Has dejado claro tu punto. Ahora ve y dile que se ponga
jodidamente a trabajar.
Jack sonrió.
—No puedo hacer eso. No trabaja para mí.
Por suerte para mi amigo, Robyn salió de su oficina.
—Ahí están. Tengo buenas noticias para compartir.
Tuve que enyesarme una cara feliz cuando todo lo que quería era
matar a mi amigo y usar su cuerpo flácido como un bate para noquear al
chico lindo en el estudio.
—Estamos aquí, y acaban de terminar en el escenario grabando el
segmento de Signature Scent —dijo Jack—. Creo que ya estamos flotando
en buenas noticias.
Robyn me entregó un paquete de papeles.
—Por lo general, probamos productos potenciales con un grupo de
enfoque antes de aceptarlos, para ver si atraen a nuestra audiencia conocida
y para averiguar qué es lo que más querrán saber sobre el producto. No
tuvimos tiempo para eso con Signature Scent desde que fue un añadido de
última hora, pero hoy teníamos un grupo aquí para otro proyecto. Hice que
Mike, el productor del segmento, se acercara sigilosamente con unos
minutos de lo que grabamos más temprano en el día, y lo probó por las
nubes. Creo que necesitamos aumentar nuestro pronóstico de ventas.
Miré los números. Ella no estaba bromeando.
¿Qué tan probable es que compre el producto? El 94% dijo que es
extremadamente probable.
¿Ha encontrado un producto similar en algún otro lugar? El 0% dijo
que sí.
Cuán identificable era el anfitrión invitado: el 92% dijo que era
identificable.
Y así en tres páginas de números que fueron realmente notables. Las
hojeé, revisándolas todas.
—Esto es... —Negué con la cabeza—. Es increíble.
—¿Sabes qué más es? —dijo Jack. Ambos lo miramos—. Causa de
celebración.
***
***
***
***
***
—Vaya. Esto es hermoso. —Stella se acomodó en su asiento, mirando
el océano. La llevé a Geoffrey’s en Malibú porque era una hermosa noche y
cenar en su terraza de atrás significaría una inmejorable vista panorámica
del Océano Pacífico. Tacha eso: lo que ella estaba mirando no le llegaba ni
a los talones a lo que yo estaba mirando.
—Tú eres hermosa.
Stella se sonrojó.
—Gracias.
Me encantaba que fuera tan humilde. La mujer realmente no tenía
idea de que había hecho girar cada cabeza en el lugar cuando entramos al
restaurante.
—¿Has estado aquí antes?
—Sí. Un cliente me trajo aquí hace unos años. En la mayoría de los
lugares tienes buena vista o buena comida. Este es uno de los raros lugares
donde consigues ambos.
Levantó la servilleta de tela de la mesa y la colocó sobre su regazo.
—Realmente estoy hambrienta.
Mis ojos se posaron en sus labios, pintados con el mismo labial rojo
intenso que usó en la sesión. Creo que debería estar agradecido de que
normalmente usara algo más discreto, porque de lo contrario no podría
hacer ni un poco de trabajo en la oficina.
Levanté mi vaso de agua, sin apartar los ojos de ella.
—Yo también estoy hambriento.
Stella captó el tono sugerente de mi voz y sus ojos se encontraron con
los míos con un brillo.
—¿Sí? Dígame, señor Rothschild, ¿cuál es su idea de una comida
satisfactoria?
Podría sentir que empezaba a endurecerme debajo de la mesa. Estar
cerca de ella me hacía sentir como un virgen de quince años cachondo. ¿Y
me llama señor Rothschild? Nunca me habían llamado la atención los
juegos de roles, pero veía una escena jefe/empleado en nuestro futuro
próximo.
Me aclaré la garganta.
—Será mejor que cambiemos de tema.
Ella me miró con un rostro verdaderamente inocente.
—¿Por qué?
Eché un vistazo a nuestro alrededor. Las mesas estaban cerca, así que
me incliné hacia adelante y bajé la voz.
—Porque estoy pensando mucho acerca de lo que realmente deseo
comer.
Se sonrojó.
—Oh.
La camarera vino a preguntar por nuestras bebidas. Stella examinó la
carta de vinos mientras yo me sentía aliviado de tener un minuto para
controlarme. Parecía tener una mente con un solo pensamiento esta noche, y
no quería darle la impresión de que el sexo era lo único que me interesaba
de ella, aunque ciertamente me había sentido así últimamente. Solo era
nuestra primera cita, por lo que probablemente debería abstenerme de
decirle que cada vez que se sonrojaba no podía dejar de preguntarme de qué
color se volvería su piel cremosa cuando se corriera.
Cuando la camarera desapareció para buscar nuestro vino, dirigí la
conversación hacia un territorio más seguro.
—Entonces, ¿qué vas a conquistar ahora que Signature Scent está casi
lista para funcionar?
Stella se reclinó en su silla.
—Sabes, Robyn me preguntó lo mismo durante uno de los descansos
en el set hace un par de semanas. Preguntó si tenía planes para lanzar
productos complementarios, como colonia para hombres o cualquier otra
cosa relacionada con la belleza.
—¿Eso es lo que te gustaría lograr?
Se encogió de hombros.
—Quizás. Pero no tengo ninguna prisa. Creo que me gustaría
asegurarme de que todo va bien con Signature Scent por un tiempo. Trabajé
en ello mientras trabajaba a tiempo completo durante mucho tiempo, y
luego, después de dejar mi trabajo, me dediqué aún más a ello. —Stella se
detuvo y miró hacia el océano. Sonriendo, dijo—: Creo que me gustaría
alcanzar la felicidad primero.
La camarera trajo nuestro vino. Stella hundió la nariz en el vaso para
inhalar y sonrió, así que supe que sería bueno. Después, la camarera llenó
nuestras copas y dijo que estaría de vuelta en unos minutos para tomar
nuestro pedido.
—¿Estás diciendo que tu sistema de felicidad no está funcionando? —
bromeé.
—No, en absoluto. Solo es que... trabajar catorce horas al día puede
traer satisfacción financiera, pero no es lo único que importa.
Mis ojos vagaron por su rostro.
—He empezado a darme cuenta de eso.
Ella sonrió y ladeó la cabeza.
—¿Eres feliz?
—Por el momento, mucho.
Se echó a reír.
—Me alegro. Pero me refería a en general, en tu vida.
Bebí un sorbo de vino y pensé un poco.
—Esa es una gran pregunta. Creo que hay cosas en mi vida que me
hacen muy feliz: mi trabajo, tener estabilidad financiera, mis amigos, mi
familia, mi actual situación. —Le guiñé un ojo—. Pero también hay cosas
con las que no estoy satisfecho, como no ver a mi hija cada noche cuando
llego a casa, volver a una casa vacía...
Stella asintió.
—Creo que mucho de la razón por la que he estado luchando para ser
feliz en el último año o dos ha sido que mi vida resultó muy diferente a lo
que preví. Necesitaba dejar de lado lo que pensaba que debía ser mi vida
para poder escribir una nueva historia.
Y pensar que, cuando conocí a esta mujer, pensé que era inusual.
Unos meses más tarde me di cuenta de que tiene el agarre firme en la vida,
y que era yo quien tenía mucho que aprender. Aún más loco que eso, estaba
esperando que, cuando escribiera esa nueva historia, yo llegara a ser parte
de ella.
22
Hudson
No pude evitar besarla.
Después de todo un día y una noche mirándola sin apenas un toque,
comenzaba a sentirme como un hombre que no había comido en días, y ella
era un filete grande y jugoso. Así que, cuando el chico del estacionamiento
salió corriendo a buscar mi auto, tiré de la mano de Stella y la empujé hacia
un costado del edificio.
—¿Qué estás haciendo?
—Comiéndote la cara.
Se rio.
—¿Comiéndome? Eso no suena demasiado romántico.
—Créeme. —Envolví con un brazo su cintura y la apreté contra mí,
mientras mi otra mano agarraba su cuello e inclinaba su cabeza donde
quería—. Te cortejaré, susurraré en tu oído, te enviaré notas para hacerte
saber que estoy pensando en ti. Es posible que desees proteger tu teléfono
cuando estés cerca de otras personas antes de abrir mis mensajes.
Se mordió el labio inferior y gemí.
—Dame eso. —Mi boca descendió sobre la de ella, y me sorprendió
muchísimo cuando me agarró el labio y me mordió.
Echando la cabeza hacia atrás ligeramente con mi carne entre los
dientes, me mostró una sonrisa malvada.
—Podría comerme tu cara primero.
Los dos seguíamos riendo cuando sellé mi boca sobre la suya en un
largo beso. El sonido de una pareja cercana fue lo único que me impidió
toquetearla fuera del restaurante.
Regresamos a la estación del valet y, cuando nuestro auto de alquiler
se detuvo, le dije con un gesto al chico que se fuera mientras le abría la
puerta a Stella. Le di una propina mientras ella entraba.
Me alegré de que fuera un viaje largo para mostrarle toda la basura
turística, porque necesitaba algo de tiempo para recuperarme después de ese
beso.
Acomodándome detrás del volante, me abroché.
—Estaba pensando que podríamos llegar al letrero de Hollywood y
luego ir a Hollywood Boulevard para dar un paseo. Ahí es donde está el
Paseo de la Fama. Quizás mañana podamos visitar el muelle de Santa
Mónica, Venice Beach y algunos otros lugares.
—¿Te importaría un cambio de planes? —preguntó—. Estaba
pensando que podríamos volver al hotel.
Por mucho que odiara la basura turística, tenía muchas ganas de
mostrarle los alrededores. Definitivamente no estaba listo para poner fin a
nuestra primera cita oficial. Pero hoy había sido un día largo para ella, así
que oculté mi decepción.
—Por supuesto. Claro. Debes estar cansada. No estaba pensando.
—En realidad... —Se acercó y puso su mano en mi muslo—. No
estoy cansada en absoluto.
Y ... la mujer seguía sorprendiéndome. Giré mi cabeza y atrapé su
mirada.
—¿Estás segura?
Asintió con una sonrisa tímida.
—¿Cuánto tiempo dura el viaje de regreso? No estaba prestando
atención en el camino hacia aquí.
—Es como media hora. —Puse el auto en marcha—. Pero llegaré allí
en veinte minutos.
***
Repetí a Stella diciéndome que quería volver al hotel una y otra vez
en mi mente mientras rompía media docena de leyes de tránsito de camino.
Dejó sus cartas sobre la mesa. Quería estar a solas conmigo, pero no quería
asumir que eso significaba que quería tener sexo. Tendría que recordar eso,
porque tendía a ir de cero a cien cada vez que mis labios tocaban los suyos.
Habíamos ido a cenar temprano ya que habíamos planeado hacer
turismo después, así que cuando entramos en el vestíbulo del hotel eran
apenas las ocho en punto.
—¿Quieres tomar una copa en el bar? —le pregunté.
—No he tocado el mini bar de mi habitación y está bastante bien
surtido.
Sonreí.
—A tu habitación, entonces...
De vuelta en su suite, Stella se quitó los zapatos mientras yo iba
detrás de la barra para ver qué tenía. No había estado exagerando; la cosa
tenía más opciones que cualquier habitación de hotel en la que me hubiera
alojado yo.
Levanté una botella de merlot y una de ginebra.
—¿Estás de humor para más vino o algo diferente?
Stella estaba rebuscando en su bolso. Suspiró con exasperación
mientras lo arrojaba sobre el sofá.
—¿Tienes condones?
Bien entonces. Algo diferente entonces.
Dejé las botellas y salí de detrás de la barra, manteniendo unos metros
de distancia entre nosotros.
—Sí, los tengo.
—¿Contigo, ahora?
Me reí.
—Sí, conmigo, ahora.
Tragó.
—Volví a tomar la píldora hace unas semanas, pero debes tomarla un
mes completo antes de estar protegida.
Me acerqué un paso más a ella.
—Estamos bien.
—¿Cuántos tienes contigo?
Mis cejas saltaron.
—¿Grandes planes para la noche?
Mostró la sonrisa más tonta del mundo.
—Ha pasado tiempo para mí. Muchísimo.
Sonreí y acorté la distancia entre nosotros. Aparté el cabello de su
hombro, me incliné y dejé un suave beso sobre su piel cremosa.
—Tengo dos conmigo. Pero tengo más en mi maleta en mi habitación.
—Está bien... —Apartó la mirada unos segundos, y pude ver las
ruedas en su cabeza girando mientras sus ojos perdían el enfoque.
—¿Hay algo más de lo que quieras hablar?
No pude terminar la pregunta porque Stella se lanzó hacia mí.
Atrapado con la guardia baja, tropecé unos pasos hacia atrás, pero me las
arreglé para mantenerla en mis brazos. Había escuchado el dicho trepar
como un árbol antes, pero nunca lo experimenté. De un solo golpe, saltó,
envolvió con sus piernas mi cintura y con sus brazos mi cuello, y sus labios
se estrellaron contra los míos.
—Te deseo —murmuró entre nuestros labios unidos.
Menos mal que no estaba seguro de a dónde se dirigían las cosas. Su
entusiasmo fue una sorpresa total, pero me encantó. Habría ido lento, me
habría tomado mi tiempo para no apurar las cosas. ¿Pero esto? Esto era
mucho mejor. Teníamos toda la noche para ir despacio. Con grandes pasos,
la llevé a través de la sala de estar y hasta el dormitorio. Stella empujó sus
tetas contra mí y frotó sus piernas abiertas contra mi ya dura polla.
Gruñí.
—Y yo aquí pensando que querías romance.
—Creo que prefiero que me comas la cara ahora mismo.
La dejé en la cama y me arrodillé.
—Cariño, eso no es lo que me voy a comer...
Estaba tan jodidamente consumido con la idea de enterrar mi cara
entre sus piernas que no pude ser amable al quitarle las bragas. Levanté la
mano, agarré el endeble material de su tanga y lo arranqué directamente de
su cuerpo. El grito ahogado que salió de su boca fue casi suficiente para
hacer que me corriera, y aún no me había puesto un dedo encima.
Le di un codazo a una de sus piernas y coloqué la otra por encima de
mi hombro. Su coño estaba hermosamente desnudo y reluciente,
haciéndome salivar. No podía esperar a devorarla. Aplastando mi lengua,
me sumergí con una larga caricia, lamiendo de un extremo al otro. Cuando
llegué a su clítoris, lo metí en mi boca y tiré profundamente.
—Ahh... —Se arqueó, alejándose de la cama.
El sonido me enloqueció. Estaba tan emocionado que no fue
suficiente tener solo mi lengua en la acción. Así que empujé toda mi cara
contra su coño mojado, usando mi nariz, mejillas, mandíbula, dientes y
lengua. Y, mientras estaba allí, me detuve para inhalar profundamente. Más
tarde tendría que recordar ver si Stella podía desarrollar esto como uno de
sus malditos aromas personalizados, solo para mi colección privada.
Sus caderas se movieron contra mí mientras chupaba y sorbía y,
cuando gritó mi nombre, supe que estaba cerca de venirse. Así que metí dos
dedos en ella. Los músculos de Stella se tensaron mientras entraba y salía.
Cuando su espalda se arqueó de nuevo, extendí la mano y presioné
sus caderas contra el colchón, manteniéndola inmovilizada mientras
continuaba mi banquete.
Gimió.
—Ah... voy... ah...
Empecé a preocuparme de acabar al mismo tiempo que ella. Y, si ese
fuera el caso, mi final se llevaría a cabo en unos pantalones de trescientos
dólares y parecería un adolescente. Pero el sonido de ella perdiendo el
control era jodidamente bueno, y en realidad no me importaba una mierda si
llegaba a eso, porque no había forma de que pudiera detenerme.
Las uñas de Stella se clavaron en mi cuero cabelludo. Tiró de mi
cabello mientras gemía más y más fuerte y luego... de repente me soltó, y
supe que estaba viniéndose.
—Oh, Dios... Ohhhhhhh... Dios...
Seguí en eso, lamiéndola hasta que cada último temblor pasó por su
cuerpo. Luego me limpié la cara con el dorso de la mano y me arrastré
sobre la cama, flotando sobre ella.
Stella había cerrado los ojos con fuerza, pero la sonrisa más grande se
extendió por su rostro. Se tapó los ojos con un brazo para ocultarlos.
—Oh, Dios mío. Qué vergüenza.
—¿De qué estás avergonzada?
—Básicamente te ataqué.
—Y fue lo mejor que me ha pasado desde que tengo memoria. —Le
aparté el brazo de la cara y abrió un ojo—. Ataca cada vez que te apetezca.
Ella se mordió el labio.
—Eres... realmente bueno en eso.
Sonreí.
—Soy muy bueno en muchas cosas. La noche acaba de empezar,
cariño.
Abrió el otro ojo y su rostro se suavizó.
—Me llamaste cariño. Me gusta eso.
—Bueno. —Le besé los labios suavemente antes de levantarme de la
cama.
Stella se apoyó en los codos y me miró mientras me ponía los zapatos.
—¿A dónde vas?
—A mi cuarto.
—¿Por qué?
Caminé de regreso y la besé en la frente.
—Para conseguir el resto de los condones. Dos no son suficientes ni
de cerca.
23
Stella
Nunca dormía hasta tarde.
Colocando el teléfono en la mesa de noche, recordé las muchas
razones por las que dormí hasta casi el mediodía. ¿Cuántas veces tuvimos
sexo Hudson y yo? ¿Tres? ¿Cuatro? Hacía años que no tenía sexo más de
una vez en un período de veinticuatro horas. Incluso al principio de las
cosas con Aiden solo podía recordar un puñado de veces que tuvimos sexo
dos veces, y ciertamente nunca fue nada más que eso. Una sonrisa se
extendió por mi cara cuando recordé anoche y esta mañana temprano.
Hudson era insaciable. En realidad, ambos lo éramos. Lo hicimos con
él encima, yo encima, abrazados por detrás... Pero mi favorita había sido
esta mañana temprano con ambos acostados de lado y hablando. Nunca
olvidaré la conexión que tuvimos cuando entraba y salía de mí y nos
mirábamos a los ojos. Fue posiblemente la cosa más íntima que jamás
hubiera experimentado. Incluso pensar en ello me dejó sin aliento.
Aun sonriendo al recuerdo, decidí que tal vez despertaría al señor
Dormilón con mi boca. Me di la vuelta, esperando encontrar a Hudson
profundamente dormido, pero en cambio todo lo que encontré fue una cama
vacía.
Me apoyé sobre un codo y llamé:
—¿Hudson?
No hubo respuesta.
Pero ahora que estaba despierta necesitaba levantarme y responder a
la Madre Naturaleza. Al bajar de la cama, me dolía el cuerpo. Pero
preferiría unos cuantos dolores a cambio de horas de placer cualquier día de
la semana.
Cuando terminé en el baño, decidí tomar mi teléfono para ver si
Hudson me había dejado un mensaje. Pero mientras rodeaba los pies de la
cama noté algo en su almohada, una caja blanca con un lazo rojo y una nota
adhesiva amarilla.
Tengo una llamada en conferencia a las once y media. No quería
despertarte. Volveré cuando termine.
Quédate desnuda.
H
P.D. Empecemos a escribirlo.
¿Empezamos a escribirlo?
¿Qué diablos significaba eso?
No estaba segura, pero mi sonrisa resplandecía cuando desaté el lazo
rojo y abrí la caja. Dentro había un hermoso libro forrado en cuero. Me
llevó un minuto darme cuenta del significado, pero cuando lo hice mis ojos
se llenaron de lágrimas.
Empecemos a escribirlo. Anoche en la cena le dije a Hudson que
había luchado por ser feliz porque las cosas no salieron como imaginé, que
necesitaba dejar atrás el pasado y escribir una nueva historia.
Dios, primero la más bella experiencia sexual que hubiera tenido,
ahora un hermoso regalo. Podría acostumbrarme a esto.
Durante la siguiente media hora prácticamente floté mientras me
duchaba y arreglaba para el nuevo día. Cuando empecé a maquillarme, oí
cómo se abría y cerraba la puerta de mi suite.
—¿Hudson?
—¿Stella?
Me reí entre dientes.
—Estoy en el baño arreglándome.
Hudson entró con dos bolsas. Levantó una y le habló a mi reflejo en
el espejo.
—Desayuno. —Levantó la otra bolsa—. Almuerzo. No estaba seguro
de qué te apetecería.
—Si hay café en cualquiera de esas dos, seré tu mejor amiga de por
vida.
Abrió una bolsa y levantó un contenedor de poliestireno.
—Supongo que eliminamos a Jack. Tendré que avisarle.
Sonreí cuando me di la vuelta y acepté el café.
—Muchas gracias por el diario. Es hermoso, y el sentimiento significa
mucho para mí.
Hudson asintió. Sacó un segundo recipiente de café de la bolsa y
levantó la lengüeta de plástico de la parte superior.
—También tenían diarios. Pero no estaba seguro de si escribías en
uno o simplemente preferías husmear en el de otras personas.
—En realidad nunca he escrito en un diario. Lo cual es gracioso,
porque compré el primero con la intención de escribir en él. Me llevó por
un camino completamente diferente.
—Oh, y tan diferente...
Me reí.
—Cállate. ¿Cuándo lo compraste, de todos modos? Debes haberte
levantado muy temprano para ir a la tienda y dejarlo allí antes de que me
despertara.
—Lo recogí después de salir a correr esta mañana.
—¿Fuiste a correr? Yo tengo suerte de haber llegado de la cama a la
ducha.
Hudson se rio.
—Bueno, termina aquí, sal y come algo para que tengas algo de
energía. Quiero ponerme en camino para mostrarte los lugares de interés
para que podamos volver al hotel temprano.
—Bien. Solo necesito secarme el cabello, así que tal vez diez
minutos. En realidad... mejor que sean quince. Me encanta este baño.
Las cejas de Hudson se fruncieron.
—¿Te encanta el baño?
—Uhhh, sí. —Agité mis manos para expresar lo obvio—. Es como
diez veces más grande que el que tengo en casa, tiene una bañera, y mira
toda esta hermosa iluminación.
Hudson sonrió.
—Creo que te va a gustar mi casa.
—¿Estás diciendo que tienes un gran baño con una bañera?
Asintió.
—Definitivamente eres mi nuevo mejor amigo.
***
Me sostuvo la mano.
Nunca lo habría adivinado.
Le sonreí a Hudson. Me contempló con recelo.
—¿Qué?
—Nada. —Me encogí de hombros—. Me estás tomando de la mano.
—¿No debería hacerlo?
—No, me encanta. No habría asumido que eras de los que dan la
mano
Hudson sacudió la cabeza.
—No estoy seguro de si eso es un cumplido o debería sentirme
insultado.
Caminamos por Hollywood Boulevard durante la última media hora,
leyendo los nombres de las estrellas en la calle. Hasta el día de hoy,
habíamos ido a Muscle Beach en Venice (pensé que sería más elegante; las
pesas estaban realmente todas oxidadas.), el cartel de Hollywood (me
engañó para que hiciera senderismo... puaj), y el muelle de Santa Mónica
(nota personal: los hombres machos preferían montar una rueda de la
fortuna destartalada que admitir que tienen un poco de miedo a las alturas.
La piel bronceada de Hudson adoptó un hermoso tono verde.).
—Es solo una cosa de pareja.
—¿Y qué?
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. ¿Es eso lo que somos?
Hudson dejó de caminar abruptamente.
—¿En serio?
—¿Qué? No quise asumirlo solo por lo de anoche.
Hudson frunció el ceño.
—Bueno, déjame aclararte eso. Lo somos.
No pude ocultar la sonrisa que creció en mi cara.
—De acuerdo... novio.
Sacudió la cabeza y empezó a caminar de nuevo.
Después de otra hora y una docena o más de cuadras caminando,
fuimos al Hotel Roosevelt a un lugar elegante que servía hamburguesas y
las mejores papas fritas con trufa para la cena.
—¿Cuál es tu comida favorita? —Lo señale con una papa frita.
—Tranquila. Macarrones con queso.
—¿En serio?
—Sí. Charlie y yo hemos probado ya... cuarenta y dos marcas del que
viene en cajas
Me reí.
—No tenía ni idea de que hubiera cuarenta y dos marcas de cajas de
macarrones con queso.
—Hacemos uno la mayoría de los fines de semana que pasa conmigo.
Terminamos con los del supermercado, así que ahora los compro por
Internet. Tiene un gráfico con nuestros puntajes.
—Eso es muy gracioso.
Hudson bebió su cerveza.
—¿Y qué hay de ti?
—Estas papas fritas con trufa están en segundo lugar. Pero tendría que
decir tortellini carbonara, de los que tienen guisantes y trocitos de jamón.
—¿Lo haces tú misma?
Fruncí el ceño.
—No, mi madre solía hacérmelo. De hecho, también hace unos
macarrones con queso al horno increíbles. No tengo ninguna de las recetas.
Bajando la mirada, unté la papa en el kétchup. Me entristeció pensar
en el tiempo que había pasado desde que hablé con mi madre.
Hudson debe haber notado mi silencio.
—Mencionaste que no hablas con tu padre —dijo—. ¿Tú y tu mamá
no son cercanas?
Suspiré.
—No hemos hablado en más de un año. Solíamos ser muy cercanas.
Hudson se quedó callado por un momento.
—¿Quieres hablar de ello?
Sacudí la cabeza.
—En realidad no.
Asintió.
Intenté volver a comer y no arruinar el día. Odiaba pensar en lo que
pasó, y mucho menos hablar de ello. Pero ahora que el tema había surgido
sabía que no debía dejar pasar la oportunidad por completo. Contarle a
Hudson al menos algo de lo que pasó entre Aiden, mi familia y yo podría
ayudarlo a entender un poco más mis problemas de confianza.
Así que respiré profundamente.
—Te conté que mi ex me engañó, pero no mencioné que mis padres
también me traicionaron.
Hudson dejó su hamburguesa y me prestó toda su atención.
—Bien...
Bajé la mirada.
—Sabían lo de la aventura de Aiden.
—¿Y no te lo dijeron?
Bajé la mirada, sintiéndome avergonzada.
—No, no dijeron ni una palabra. Fue un desastre. —No me atreví a
contar el resto de la sórdida historia.
Hudson sacudió la cabeza.
—Mierda. Lo siento.
Asentí.
—Gracias. Honestamente, en retrospectiva, no era Aiden quien fue
tan difícil de superar. Fue que también perdí a mi familia al mismo tiempo.
—Fruncí el ceño—. Echo de menos hablar con mi madre.
Hudson se pasó una mano por su cabello.
—¿Crees que puedes perdonarla y superarlo en algún momento?
Durante el último año, no había pensado que eso fuera posible. Estaba
tan amargada y triste por todo que, en cierto modo, podría haber hecho a
mis padres tan responsables como a Aiden. Tal vez me costó ser feliz por
primera vez en mucho tiempo, pero hoy no me sentía tan amargada y no
estaba segura de si le guardaría rencor a mi familia para siempre.
Sacudí la cabeza.
—No sé si puedo olvidar. Pero tal vez podría tratar de perdonar.
¿Serías capaz de fingir que nunca sucedió si estuvieras en mi situación?
—Nunca he estado en una situación similar para poder decirlo con
seguridad, pero como alguien que ha perdido a ambos padres no quisiera
tener remordimientos cuando se fueran. No creo que perdonar a tus padres
signifique que estés excusando su comportamiento. Creo que perdonar es
más bien no dejar que destruyan tu corazón más.
Sentí sus palabras en mi corazón.
—Vaya. ¿De dónde vienes, Hudson Rothschild? Eso fue profundo y
maduro. Los hombres a los que suelo atraer son superficiales e inmaduros.
Sonrió.
—Me parece recordar que me encontraste en una boda en la que te
colaste.
—Oh, sí... supongo que sí. Bueno, al menos uno de nosotros es
maduro.
Durante las siguientes horas disfrutamos de la puesta de sol de
Malibú, de la buena comida, el vino y de la compañía del otro. Ahora que
había cedido a mis sentimientos sentía como si alguien les hubiera puesto
fertilizante en vez de solo alimentarlos con agua. Tenía el corazón lleno y
satisfecho. Y ese sentimiento permaneció conmigo durante toda la noche y
todo el camino de regreso a mi suite del hotel.
Me acosté en la cama, viendo a Hudson desnudarse y admirando la
vista. Cuando se desabrochó la camisa y la tiró en una silla cercana, no
estaba segura de dónde mirar primero, sus pectorales esculpidos,
abdominales bien definidos o la V profunda que me hacía la boca agua.
Hudson se desabrochó el cinturón y se bajó la cremallera, haciendo que mis
ojos se dieran un festín con otra de mis partes favoritas de su cuerpo: la
sexy línea de vello hasta su entrepierna. Había tanto que disfrutar de este
hombre que pensé que tal vez debería quedarse ahí un rato, completamente
desnudo.
Se inclinó para salir de sus pantalones, y pude ver el tatuaje que corría
por el lado de su torso. Lo había visto anoche, pero en ese momento
estábamos demasiado ocupados embelesados por el otro como para
preguntarle sobre ello.
Levanté mi barbilla, señalando el tatuaje.
—¿Es el latido del corazón de alguien?
Hudson asintió. Dobló su cuerpo y levantó el brazo para darme una
vista mejor.
—Mi padre tenía un gran sentido del humor y una risa muy distintiva.
Era una verdadera carcajada, que sonaba como si viniera de algún lugar
profundo dentro de él. Cualquiera que lo conociera la reconocía, y siempre
hacía sonreír a la gente a su alrededor, incluso a los extraños. Estuvo en el
hospital durante la última semana de su vida. Un día, estaba de visita
mientras le hacían un electrocardiograma de cabecera. Contó un chiste cursi
y empezó a reírse. El chiste no era tan gracioso, pero el sonido de su risa
nos hizo reír a los tres, al técnico, a mi padre y a mí. Por alguna razón no
podíamos parar de reír. Tuvo que rehacer el electrocardiograma porque la
lectura tenía todos estos grandes picos. Los electrodos habían captado la
risa del corazón de mi padre. Le pregunté a la enfermera si podía quedarme
la impresión que iba a tirar, y me la dieron unos días después de su muerte.
—Eso es increíblemente dulce.
Hudson sonrió con tristeza.
—Era un hombre muy bueno.
—¿Y dónde está tu cicatriz?
—¿Cicatriz?
—La semana pasada dije que nunca había salido con nadie con un
tatuaje o una cicatriz, y tú dijiste que tenías ambos.
—Ah. —Dobló su cuerpo en la otra dirección y levantó su brazo para
revelar una línea dentada de tres pulgadas.
—Tengo unas cuantas, pero este es probablemente el peor.
—¿Cómo la conseguiste?
—Fiesta de la fraternidad. Borracho, un tobogán y un palo escondido
bajo la lona.
—Ay.
—No fue mi mejor momento. No era tan grande al principio. Jack me
ayudó a vendarlo, y luego se abrió más cuando seguí saltando en el
tobogán.
—¿Por qué no paraste después de cortarte?
Se encogió de hombros.
—Teníamos una apuesta.
Sacudí la cabeza.
—¿Ganaste, al menos?
La sonrisa de Hudson era adorable.
—Gané.
Terminó de desvestirse, y yo seguí admirando su increíble físico.
Al verme mirarlo fijamente una vez más, Hudson entrecerró los ojos.
—¿Qué está pasando en esa cabeza tuya?
Le hablé a su cuerpo, sin querer levantar los ojos todavía.
—Perdí meses yéndome sola a la cama cuando podría haber pasado
mi tiempo tocando eso. ¿Qué te parece quedarte ahí un rato para que pueda
echar una buena y larga mirada? ¿Tal vez dos o tres horas? Eso debería
bastar.
Se rio y terminó de quitarse los pantalones antes de subirse a la cama
y flotar sobre mí. Llevando el dedo a sus labios, tracé el contorno. Hudson
me agarró la mano y la levantó para depositar un suave beso.
—¿Por qué me rechazaste tanto tiempo? Y no me insultes diciendo
que es porque soy un inversor en tu negocio. Ambos sabemos que eso es un
montón de mierda.
—Solo me invitaste a salir una vez.
Hudson puso una cara que decía y una mierda.
—Tanto monta monta tanto. Sabías que estaba interesado desde el
primer día. Dejé la pelota en tu cancha, pero aun así te hice saber que estaba
interesado muchas veces.
Suspiré.
—Lo sé. Supongo que... solo estaba asustada.
—¿De qué?
Sacudí la cabeza.
—Mi última relación y sus secuelas fueron muy difíciles de superar.
Tengo miedo de salir lastimada otra vez... miedo de ti...
—¿De mí?
—Sí. Me pones nerviosa de muchas maneras. Incluso ahora, Hudson.
La mayoría de las cosas en mi vida me han parecido muy buenas desde
fuera: el matrimonio de mis padres, mi compromiso. Soy el tipo de mujer
que cree en el “felices para siempre”, un cuento de hadas. A veces eso me
ciega y me impide ver cosas que no quiero ver. Pensé que era una idealista,
pero después de que mi ex me jodiera, me hizo preguntarme si era solo una
tonta. Además, eres básicamente el Príncipe Azul, un rostro hermoso, con
ese cuerpo, exitoso, amable cuando quieres serlo, maduro, independiente...
—Me encogí de hombros—. Eres casi demasiado bueno para ser verdad, y
supongo que tengo miedo de caer en un cuento de hadas otra vez. Sabes,
Fisher y yo solíamos referirnos a ti así.
La frente de Hudson se arrugó.
—¿Referirte a mí cómo?
—Como el Príncipe Azul.
Apartó la mirada un momento antes de que sus ojos se encontraran
con los míos.
—No soy el Príncipe Azul, cariño. Pero me gustas mucho.
—¿Por qué?
—¿Por qué me gustas?
Asentí.
—Por muchas razones. Me gusta que, cuando te di ese micrófono en
la boda de Olivia, aceptaras el reto y luego me llamaras imbécil con fuego
en los ojos. No te echas atrás. Eres intrépida, aunque de alguna manera
piensas que eres cobarde. Me encanta que, aunque hayas pasado por
situaciones de mierda, te niegues a deprimirte. En lugar de dejar que toda la
mierda negativa de la vida te coma inventaste un sistema de felicidad. Me
encanta que, cuando ves a una mujer sin hogar, le des una barra de
Hershey’s porque sabes lo que puede hacer algún químico en su cerebro
para ayudarla a sentirse un poco mejor, aunque sea unos pocos minutos. Me
encanta que seas creativa e inventes tu propio producto, y que seas lo
suficientemente inteligente como para escribir un algoritmo que yo no
tendría ni idea de cómo formular. Y me encanta que seas testaruda y no te
rindas.
Miró mi cuerpo y luego se tomó un segundo para examinar mi cara
antes de sacudir la cabeza.
—Todo eso, además de tu aspecto. La mejor pregunta es, ¿qué razón
tendría para no que no me gustaras?
Mis ojos empezaron a lagrimear. Hudson se inclinó y presionó sus
labios contra los míos.
—¿Te sientes asustada ahora mismo? —susurró.
Mi pulso se aceleró.
—Más que nunca.
Sonrió.
—Bien.
—¿Bien? ¿Como si quisieras que tuviera miedo?
—No... pero al menos no estoy solo en esto. Solo tenemos miedo de
las cosas que más significan para nosotros.
Le acaricié la mejilla.
—Estoy muy feliz de que me hayas esperado.
—Sabía que valía la pena esperar.
Hudson presionó su boca contra la mía con un beso apasionado.
Habíamos pasado gran parte de las últimas veinticuatro horas en esta cama
con nuestras bocas entrelazadas, pero este beso se sintió diferente, más
lleno de emoción que nunca. Me sostuvo la cara entre sus manos, y yo
rodeé su cuello con mis brazos. Pero lo que empezó lento se calentó
rápidamente. Nuestro beso se volvió salvaje y ferviente mientras nos
ayudábamos a deshacernos de la ropa que nos quedaba.
Había una sensación frenética en el aire. Aun así, algo en la forma en
que Hudson me miraba a los ojos me decía que sabía que aún era frágil en
muchos sentidos. Nunca apartamos la mirada del otro mientras se alineaba
con mi entrada y se empujaba dentro de mí. Hudson la tenía gruesa, y había
pasado más de un año desde que tuve sexo hasta anoche. Así que se tomó
su tiempo, yendo despacio mientras se hundía más profundamente con cada
medido empuje. Una vez estuvo completamente asentado, acercó sus
caderas, y pude sentir su pelvis presionando contra mi clítoris. Se sentía tan
bien, tan perfectamente correcto. Mi corazón estaba tan lleno como mi
cuerpo, y mis emociones se volvieron casi imposibles de contener. Las
lágrimas me picaban los ojos, los cuales cerré en un intento de contenerlas.
—Abre, cariño. —La voz de Hudson era ronca.
Mis ojos se abrieron de par en par y se encontraron con los suyos. Lo
que vi hizo imposible contener las lágrimas. Los ojos de Hudson estaban
tan llenos de emoción como los míos. Permanecimos así, conectados de
todas las maneras posibles, mientras nuestros orgasmos se construían. No
queriendo que el momento terminara, intenté contenerme mientras sus
empujes eran más y más rápidos. Pero los sonidos que resonaban por la
habitación me hicieron titubear. Nuestros cuerpos húmedos chocando entre
sí mientras me follaba con cuerpo y alma.
—Hudson...
Su mandíbula se tensó mientras seguía adelante.
—Déjalo ir... déjalo ir todo.
Y lo hice. Con un grito voraz, mi cuerpo tomó el control de mi mente,
y olas y olas de éxtasis me recorrieron. Justo cuando empezó a menguar, el
orgasmo de Hudson me golpeó, y su calor derramándose en mí hizo que mi
cuerpo continuara ondulando con ondas de choque.
Después, no tenía ni idea de cómo podía levantar la cabeza, y mucho
menos estar semiduro mientras salía de mí.
—Vaya... eso fue...
Hudson sonrió y me besó suavemente.
—Demasiado bueno para ser verdad —susurró.
Le devolví la sonrisa, y un poco de esperanza se encendió en mi
interior.
Tal vez, solo tal vez, él sería el único hombre que no me
decepcionara.
24
Stella
Hace dieciséis meses
***
***
***
***
***
—Yo, eh, Fisher olvidó su llave, así que asumí que era él.
Hudson y yo nos quedamos mirándonos. Me sentía tan nerviosa
después de haber hablado de él durante horas que no sabía qué decir o
hacer. Demonios, llevaba una semana sin saber qué decir o hacer.
Finalmente, suspiró.
—¿Está bien si entro?
—Oh… sí, claro. Lo siento.
Cerré la puerta detrás de él y traté de recuperar mi ingenio, pero
estaba tan nerviosa que no podía entender cómo funcionar. De nuevo nos
miramos con torpeza.
Hudson tuvo que romper nuestro silencio.
—Lamento no haber llamado primero.
Apreté la esquina de mi toalla.
—Está bien.
—¿Lo está? No llamé porque pensé que dirías que no si lo hiciera, y
ahora mismo siento que no está bien que esté aquí.
Odiaba haberlo hecho sentir incómodo.
—Lo siento. Simplemente no te estaba esperando. Fisher se acaba de
ir y bebimos vino, y estaba a punto de darme una ducha rápida y meterme
en la cama.
Él frunció el ceño.
—Puedo irme…
—No, no... —Negué con la cabeza—. No tienes que irte.
Hudson atrapó mi mirada.
—Esperaba que pudiéramos hablar.
Asentí y señalé con el pulgar la puerta de mi dormitorio.
—Claro, sí. Déjame ir a cerrar el agua y vestirme.
—¿Por qué no te duchas? Esperaré.
Necesitaba unos minutos para ordenar mis pensamientos. Había
planeado deliberar al menos unos días sobre cómo decirle lo que sabía.
Ahora solo disponía del tiempo necesario para ducharme.
—Si no te importa, sería genial. Gracias. —Señalé hacia el sofá—.
Siéntete como en casa.
En la ducha, tenía la cabeza revuelta y me sentí un poco mareada.
Pero no tenía tiempo para eliminarlo todo por completo, así que me quedé
bajo el agua, cerré los ojos y respiré profundamente hasta que sentí que el
mundo había dejado de girar tan rápido.
No había una manera fácil de comenzar la conversación que
necesitaba tener, y ya no podía esconderme detrás de las dudas que había
fabricado sobre la información. Todo encajaba. Incluso Fisher estaba
convencido. Así que supuse que tendría que empezar desde el principio.
Hudson ya sabía que leía los diarios, y estaba bastante segura de que le
había hablado de aquel en el que la mujer se casó en la Biblioteca Pública
de Nueva York. Así que supuse decirle algo así como, leí este diario hace
un tiempo... así es como empezaría. ¿Pero entonces, qué? ¿Diría “Oye, por
cierto, ¿alguna vez sospechaste que tu esposa estaba teniendo una
aventura?” Eso me hizo hiperventilar.
¿Y si me equivoco?
¿Y si tengo razón?
¿Y si contárselo le quita lo más sagrado de su vida?
¿Estaría arruinando la vida de una niña?
¿Querría saberlo yo si mi papá no fuera realmente mi papá?
Oh, Dios. Ese pensamiento hizo que mi cabeza girara aún más. Por la
manera en que mis padres se acostaban con gente, era muy posible que mi
padre no fuera mi padre.
Oh Señor. ¿A quién le importa mi familia? Ojalá fuera a mí a quien le
estuviera pasando, no a Hudson y su hermosa niña.
Durante el resto de mi ducha, pensamientos aleatorios aparecieron en
mi cabeza y alterné entre tratar de seguirles el ritmo y tratar de calmarme
con una respiración lenta. ¿Moriría si saliera por la ventana de mi
habitación para escapar? Cuando mis manos comenzaron a aflojarse, supe
que tenía que arreglar mis cosas.
Así que cerré el agua, me sequé, me cepillé el cabello y me puse una
sudadera y una camiseta antes de limpiar el vapor del espejo y darme una
pequeña charla de ánimo interna.
Todo saldrá bien. No importa cuál sea el resultado, al final las cosas
encajarán de la forma como deben hacerlo. Puede que sea un camino lleno
de baches, pero si un diario sobre un hombre por el que estoy loca llegó a
mis manos antes de conocerlo hay una razón para ello. De alguna manera
Dios puso esto en mis manos y, al final, todo saldrá bien.
Respiré hondo por última vez y me susurré:
—Ahora todo está en manos del destino. —Luego abrí la puerta del
dormitorio.
Solo para descubrir que no estaba en manos del destino.
Estaba en las de Hudson.
Porque había dejado el diario en la mesa de café y él lo estaba
leyendo.
Levantó la mirada.
—¿Por qué diablos tienes el diario de mi exmujer?
31
Hudson
—No lo entiendo. ¿Por qué vendería Lexi su diario en eBay, y cómo
diablos terminaste con él?
Stella sacudió la cabeza.
—No compré ese diario en eBay. Evelyn me lo regaló por mi
cumpleaños.
—¿Evelyn? ¿Evelyn Whitley?
—Sí.
—¿Cómo lo consiguió Evelyn?
—No tengo ni idea.
—¿Cuándo te lo dio?
—Para mi cumpleaños el año pasado, hace unos dieciocho meses.
No estaba seguro de qué demonios estaba pasando, pero sabía que
Evelyn y Lexi ya no se hablaban. Recordé un día hace un par de años
cuando fui a recoger a Charlie, y mi exmujer estaba de un humor
particularmente perra. Me había preguntado si seguía en contacto con
Evelyn. Por supuesto que no. Evelyn era amiga de mi hermana, y no una a
la que le tuviera mucho cariño para empezar.
—Acabo de leer la primera página. Empieza el día que nos
conocimos.
Stella estaba pálida.
—Ya lo sé.
Me froté la nuca, sintiendo algo entre embaucado y enojado, pero
traté de mantener la calma.
—¿Recibiste por casualidad el diario de mi exmujer? ¿De la mujer
que fingías ser la noche que nos conocimos?
—Suena descabellado. Me doy cuenta de eso. Pero, sí, eso es lo que
pasó. No tenía ni idea de que era de tu exmujer hasta la otra noche.
—¿La otra noche? ¿En mi casa, cuando dijiste que tenías un dolor de
cabeza y saliste corriendo?
Ella asintió.
—Fue entonces cuando todo encajó.
Había repasado esa noche en mi cabeza una docena de veces, tratando
de averiguar qué demonios había pasado. Un minuto estábamos bien y
riéndonos, y al siguiente ella estaba fuera de la puerta. Sacudí la cabeza.
—No lo entiendo, Stella.
Ella suspiró.
—¿Crees que podemos sentarnos a hablar de esto?
Me pasé una mano por el cabello.
—Siéntate. Yo necesito estar de pie.
Vacilante, se acercó a la silla y se sentó. Empecé a caminar por la sala
de estar.
—¿Qué pasó la otra noche en mi casa?
Stella bajó la mirada y les habló a sus manos.
—Charlie dijo su nombre completo, y lo recordé de un diario que leí
hace un tiempo. ¿Recuerdas que te dije que había leído el diario de una
mujer que se casó en la biblioteca? ¿Que solía ir a sentarme en las escaleras
y buscar a la gente sobre la que había leído?
Estaba muy confundido.
—¿Nos buscabas a Lexi y a mí?
Stella asintió.
—No lo sabía en ese momento, pero sí... supongo que sí.
Parecía incrédulo que el diario de mi exmujer pudiera caer en las
manos de mi nueva novia por coincidencia. Pero incluso si eso era
exactamente lo que había pasado, todavía no entendía por qué Stella se
asustó tanto el otro día.
Levanté el diario.
—¿Así que esto es por lo que me has estado evitando? ¿Porque te
diste cuenta de que habías leído el diario de mi exmujer?
Ella continuó evitando mis ojos.
—Sí.
Me paseé unas cuantas veces, tratando de ver el rompecabezas
completo, pero me faltaban algunas piezas.
—¿Por qué? Si todo esto fue una gran coincidencia, ¿por qué no me
lo dijiste?
Stella estuvo callada mucho tiempo. Eso me estaba asustando.
—Respóndeme, Stella.
Levantó la mirada por primera vez. Tenía los ojos llenos de lágrimas,
y parecía completamente angustiada. Me sentí dividido entre querer
abrazarla y querer gritarle por cualquier locura que tuviera.
Desafortunadamente, esta última ganó, y espeté:
—Maldita sea, Stella. ¡Contéstame!
Ella saltó a su asiento y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—Porque... hay cosas... en las entradas del diario.
—¿Qué cosas?
Lexi y yo no tuvimos una gran relación, especialmente al final. Pero
nunca fui cruel con ella. No le había dado nada para que escribiera sobre lo
que asustara a Stella.
Stella empezó a llorar más fuerte.
—No quiero hacerte daño.
No podía soportar verla alterada, así que me acerqué y me arrodillé
delante de ella. Empujando mechones de pelo mojado de su cara, hablé en
voz baja.
—Relájate. Deja de llorar. Nada de lo que Lexi haya podido escribir
en un diario me va a hacer daño. Esto me duele, verte tan alterada. ¿Qué
está pasando, cariño?
Tratar de calmarla solo pareció molestarla más. Sollozaba, con los
hombros colgando. Así que la acerqué para darle un abrazo y la sostuve
hasta que se calmó un poco. Una vez que lo hizo, levanté su barbilla para
que nuestros ojos se encontraran.
—Háblame. ¿Por qué estás tan alterada?
Sus ojos saltaron entre los míos, y sentí como si estuviera viendo
cómo se rompía su maldito corazón.
—Lexi... —Se sorbió los mocos—. Habla de tener una aventura.
Pestañeé unas cuantas veces.
—Está bien... Bueno, no sabía que tenía una aventura. Pero supongo
que no puedo decir que esté sorprendido. La atrapé en mentiras sobre cosas
sin sentido a lo largo de los años, y en un momento dado sospeché que
podría estar viendo a alguien, aunque siempre lo negó. Lexi es bastante
egoísta e hizo algunas cosas turbias, incluyendo esconder dinero y
desaparecer hasta tarde por la noche. ¿Eso es lo que te ha estado
carcomiendo? ¿Creíste que me molestaría averiguarlo? No es agradable
oírlo, pero esa parte de mi vida se ha acabado.
Stella cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Hay más.
—Bien... ¿qué? ¿Qué es?
—El hombre con el que se acostaba, escribió que era tu mejor amigo.
Mi cara se arrugó.
—¿Jack?
—Nunca dice su nombre, pero se refiere a él con la letra J... y... —
Stella tragó una vez más y respiró profundamente—. Lexi no sabe quién es
el padre.
Tenía que estar en una seria negación, porque no tenía ni idea de qué
demonios estaba hablando.
—¿Padre de quién? ¿Qué quieres decir?
El labio de Stella tembló.
—Charlie. No sabe quién es el padre de Charlie. Se acostaba con
ambos en el momento en que fue concebida.
***
***
***
Querido Diario,
Esta noche Stella se durmió delante de mí, y la observé. De vez en
cuando había un pequeño tic en la comisura de su labio, y su boca se
levantada. No duró mucho, un segundo o dos, pero lo encontré
hipnotizante. Espero que estuviera soñando conmigo, porque quiero hacer
realidad todos sus sueños, como ella ha hecho los míos.
Hudson
Otra de mis favoritas era unas cuantas páginas atrás. Era una historia
que nunca me había contado, pero me calentó el corazón.
Querido Diario,
Hoy llevé a Charlie a desayunar y le dije que Stella se mudaba.
Después, íbamos caminando a casa y pasamos por un parque. Dentro había
dos niñas pequeñas, tal vez un año más jóvenes que ella. Saltaban con los
ojos muy abiertos y con grandes sonrisas en sus rostros. Señalé a las niñas
y dije: “¿por qué crees que están tan entusiasmadas?”. La respuesta de
Charlie fue: “tal vez la novia de su papá también se mude con ellas”.
Hudson
Querido Diario,
Hoy fui de compras. No sé mucho de joyería, así que me llevé a mi
hermana conmigo. Fue un verdadero dolor de cabeza.
Sonreí, imaginando a Hudson y Olivia haciendo compras. Su idea de
comprar era entrar en una tienda con el propósito de comprar tres trajes y
salir en media hora. Olivia, por otro lado, no compraba tanto como se
paseaba. Se proponía comprar un par de zapatos para combinar con un
vestido y regresaba a casa con un nuevo juego de comedor, un abrigo para
Mason, un juguete para Charlie, y algún aparato electrónico para la oficina
de The Sharper Image. Los zapatos que se propuso comprar ya no eran
necesarios, porque también tenía un vestido nuevo.
De hecho, estuve con ella una vez cuando fue a comprar zapatos para
un traje y regresó a casa con un conjunto completamente diferente, solo
para darse cuenta de que aún necesitaba zapatos para el nuevo artículo que
había traído a casa. Olivia era la mujer que salía de un centro comercial con
catorce bolsas de compras diferentes. Hudson era un hombre que pedía que
le enviaran sus trajes cuando terminaran de ser confeccionados, para no
tener que volver a la tienda.
Pero, cuando volví a leer, me di cuenta de que Hudson no mencionó ir
de compras con su hermana. Tampoco llegó a casa con ninguna joya nueva
recientemente... Así que, curiosamente, regresé a mi diario.