Está en la página 1de 329

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene

2
costo alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en
sus redes sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando
sus libros e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.

¡Disfruta de la lectura!
SINOPSIS ______________________ 4 18 __________________________ 190
PARTE I________________________ 6 19 __________________________ 203
1 _____________________________ 7 20 __________________________ 209
2 ____________________________ 15 21 __________________________ 223
3 ____________________________ 29 22 __________________________ 238
4 ____________________________ 42 23 __________________________ 241
5 ____________________________ 55 24 __________________________ 257
6 ____________________________ 62 25 __________________________ 266 3
7 ____________________________ 67 26 __________________________ 270
8 ____________________________ 79 27 __________________________ 277
9 ____________________________ 85 28 __________________________ 284
10 ___________________________ 93 29 __________________________ 292
PARTE II _____________________ 108 30 __________________________ 305
11 __________________________ 109 31 __________________________ 306
12 __________________________ 120 32 __________________________ 309
13 __________________________ 135 33 __________________________ 314
14 __________________________ 137 EPÍLOGO ___________________ 321
15 __________________________ 157 PRÓXIMO LIBRO _____________ 327
16 __________________________ 172 SOBRE LA AUTORA __________ 328
17 __________________________ 177
no tiene intención de casarse por amor. Su

prometida siempre ha sido un medio para un fin, una mujer a la que


quiere conquistar. Pero cuando muere repentinamente en un accidente,
el gran plan de Arsène se desmorona.
Aún conmocionado por la muerte de su prometida, conoce a
una actriz en apuros que consigue un papel

codiciado en una obra de teatro en su teatro… y sabe cosas de su


difunta prometida que nadie más sabe. ¿El único problema? No se 4
soportan.
Entre bastidores del teatro de Arsène, Winnie comienza a bajar la
guardia en torno al multimillonario tempestuoso. Ella aprecia su ingenio y
afecto peculiar por la astronomía. Y Arsène, hastiado como está, respeta
la personalidad testaruda de Winnie.

La tragedia y la traición los unen, pero

Cruel Castaways #2
5
Entiendo que en nuestro trabajo, no importa si
es actuar o escribir, lo importante no es la fama
o el glamour, ninguna de las cosas con las que
solía soñar. Es la capacidad de aguantar.
6
Los techos son diferentes en Portofino.
Más plano, ancho, viejo.
Los edificios de color pastel brotan del suelo, tan apretujados que
no podrías deslizar ni un palillo entre ellos aunque lo intentaras. Los
yates en el puerto están atracados ordenadamente y espaciados por igual 7
entre sí. El mar Mediterráneo brilla bajo los últimos rayos de sol
persistentes cuando comienza a caer el atardecer.
Estoy holgazaneando en el balcón de la suite de mi hotel con vistas
a la Riviera italiana, observando una mariquita girando hacia atrás sobre
su eje, como Venus, en la barandilla de mármol.
Le doy la vuelta a la mariquita, ayudándola a encontrar su
equilibrio, luego tomo un sorbo de mi vino blanco. El menú de esta noche
está sobre mi regazo. El ragú de jabalí parece ser la opción más cara, lo
que significa que estoy obligado a pedirlo, solo para ver a los idiotas de
contabilidad sudar en sus platos de risotto cuando se den cuenta de que
esta conferencia les va a costar mucho más de lo que planearon gastar.
Los eventos corporativos son donde las buenas ideas van a morir.
Es un hecho bien conocido que cualquier secreto comercial que valga la
pena susurrar no será ventilado durante un evento formal de la empresa.
La información de mercado valiosa, como un arma, se negocia en los
callejones traseros de la industria.
Lo que nos trajo aquí no es mi lugar de trabajo. De hecho, no tengo
un lugar de trabajo del que hablar. Soy un lobo solitario. Un consultor
comercial cuantitativo pagado por hora por las compañías de fondos de
cobertura para ayudarlos a clasificar el conglomerado de inversiones
potenciales. En qué invertir, cuánto y cómo mantenerse al día con los
rendimientos anualizados que sus clientes esperan de ellos. Mis amigos
suelen decir que soy como Chandler de Friends. Que nadie tiene idea de
lo que hago de verdad. Pero mi trabajo es bastante sencillo: ayudo a los
ricos a hacerse aún más ricos.
—Voy a probarme este vestido nuevo —ronronea una voz femenina
detrás de la puerta del balcón—. No deberían ser más de diez minutos.
No bebas demasiado. Apenas eres civilizado con esos cabeza huecas con
esmoquin cuando estás sobrio.
Después de enviar el menú como un frisbee a una mesa cercana,
tomo el libro que está a mi lado y paso a la página siguiente. Respuestas
breves a las grandes preguntas, de Hawking.
Dado que estamos ubicados en el último piso del resort, tengo una
vista directa de prácticamente todos los demás balcones orientados al sur
con vistas al puerto.
Así es como los noto al principio.
Una pareja, dos terrazas más abajo de nosotros.
8
Son los únicos que están afuera, empapándose de los últimos rayos
del sol poniente. Sus cabezas rubias se balancean juntas. Su cabello es
amarillo maíz. El de ella es ticiano, una mezcla de dorado y rojo, como la
arena abrasada del desierto.
Él, lleva un traje elegante. Ella, un vestido burdeos. Algo sencillo,
de aspecto barato, casi vulgar. ¿Una prostituta? No. Los magnates de los
fondos de cobertura de Wall Street invierten en citas de apariencia caras.
Del tipo con armario empotrado de diseñador, tacones de suela roja y
modales de escuela privada. Las Pretty Women solo existen en los cuentos
de hadas y en las películas de Julia Roberts. Ni un alma en Manhattan
valora el encanto, la honestidad y la extravagancia en las mujeres.
No. Esta es una pueblerina. Tal vez una local ambiciosa que
encontró su camino hacia su cama con la esperanza de ganar una buena
propina.
La pareja comparte un melocotón y pegajosos besos jugosos. El
néctar se filtra por sus labios a medida que él le da de comer la fruta. Ella
sonríe mientras mordisquea la pulpa de la fruta, su mirada sosteniendo
la de él. Él la besa con avidez, y ella le muerde el labio inferior, con fuerza,
antes de que su boca se separe de la de ella para murmurar algo en su
oído.
La chica echa la cabeza hacia atrás y se ríe, dejando al descubierto
la pálida columna larga de su cuello. Me muevo en mi asiento, mi libro
cubriendo mi erección cada vez mayor. No estoy seguro de lo que me
excita más. El melocotón, la mujer o el hecho de que soy oficialmente un
voyeur. Probablemente, las tres cosas.
El hombre baja la cabeza y lame un rastro largo del néctar, sin
dejar que se desperdicie una buena oportunidad. Están apoyados contra
la barandilla, su cuerpo presionado contra el de ella.
Algo pasa entre ellos. Algo que hace que los vellos de mi cuello se
ericen. Lo que sea que estos dos estén disfrutando es algo que
actualmente no tengo.
No soy un hombre acostumbrado a cosas inalcanzables.
—¿Ya probaste el vino blanco? —La puerta de cristal chirría al
abrirse. Dirijo mi mirada hacia la persona a la que pertenece la voz—.
Demasiado anís y trufa, ¿verdad? —se burla mi cita y hace un puchero.
Aún está en su bata de baño. ¿Cuántas horas se necesitan para ponerse
un maldito vestido?
Tomo un trago del vino.
—Para mí sabe bien. Vamos a llegar tarde.
9
—¿Y te preocupas por las tardanzas desde…? —Arquea una ceja.
—No lo hago. Pero tengo hambre —sugiero rotundamente.
—Si juegas bien tus cartas, podría ser tu postre. —Sonríe
diabólicamente, ataviando el gesto con un guiño.
Agito el vino en la copa prístina.
—Sin postre, sin cita. Esto es quid pro quo, y no soy conocido por
mis ideas filantrópicas.
Pone los ojos en blanco.
—¿Al menos puedes fingir ser soportable?
—¿Puedes fingir que te gusto? —disparo de vuelta.
Ella jadea.
—Claro que me gustas. ¿Por qué otra razón estaría contigo?
—Podría pensar en treinta y tres millones de razones. —Ese es mi
valor neto antes de mi herencia inminente.
—Cristo, eres grosero. Mi madre tenía razón contigo. —Me cierra la
puerta de cristal en la cara.
Coloco el libro sobre la mesa, redirigiendo mi atención a la pareja
en el balcón. Aún están en eso, besándose sin preocupación en el mundo.
Él envuelve su cabello alrededor de su puño, tirando, levantando su
rostro y la besa con fuerza. Sus lenguas se arremolinan juntas
eróticamente. Ella acuna sus mejillas y sonríe, rozando sus dientes
superiores sobre su labio inferior. Mi polla se tensa de nuevo. Es
completamente suya, puedo decirlo, y esa convicción ciega de que ella le
pertenece, lo cómoda que se siente perteneciendo a otro ser humano, me
dan ganas de follármela hasta la locura solo para probar un punto.
Nadie es tuyo, y tú no perteneces a nadie. Todos somos enemigos
caídos intentando sobrevivir en este universo.
Él arrastra su boca por su cuello, amasando sus pechos,
empujando la cosa erizada hacia sus labios. El borde de su pezón rosado
sobresale de su vestido. Cuando su boca alcanza el valle entre sus tetas,
reacciona.
Ella lo empuja, jadeando. Tal vez sabe que tienen una audiencia.
Si está esperando que me avergüence, será mejor que se ponga cómoda,
porque eso no va a pasar. Son los que están follando en seco a plena
vista. Solo soy un hombre disfrutando de su pretenciosa copa de vino en
un perezoso día de verano. 10
La puerta de cristal se abre nuevamente, y vuelve a aparecer
Gracelynn Langston, esta vez con un vestido negro de gasa con
lentejuelas. Una pieza de Akris que le compré el día después de que
volviera a meterse en mi cama por enésima vez en esta década.
Este es el patrón de Gracelynn, o como yo lo llamo: el patrón Grace.
Me folla. Me deja. Se arrastra de vuelta. Siempre le sorprende encontrarse
en mi umbral, pensativa, a veces ebria, y siempre humillada.
Sin embargo, nunca me sorprende.
He llegado a aceptar lo que somos. Una pareja disfuncional y jodida
como lo fueron nuestros padres. Tal vez, menos el asalto físico.
Perfeccioné con los años el arte de manejar a mi hermanastra.
Usando su naturaleza explosiva para mi propio beneficio.
Ahora soy capaz de detectar el momento preciso en el que Grace
me va a dejar. Siempre es cuando nuestra relación comienza a sentirse
real y seria. Cuando el brillo lascivo de follar con tu hermanastro se
desvanece, y se queda con las secuelas. Con un hombre al que desprecia.
Un monstruo distante y taciturno. Un paria social, expulsado de la
sociedad educada de Wall Street con una prohibición de supervisión de
dos años por cargos de abuso de información privilegiada.
Y justo así, como un reloj suizo, al momento en que se retira, me
vuelvo distante, inaccesible; noto a las mujeres estratégicamente en la
calle. El tipo de mujeres que ella no aprueba. Aquellas que llevan
demasiado maquillaje y sus bolsos de diseñador de segunda mano con
todo el orgullo de una heredera hotelera.
Funciona a las mil maravillas. Grace siempre vuelve. No puede
soportarme. Pero no puede soportarlo aún más cuando tengo a otra
mujer envuelta en mi brazo.
—Sube la cremallera —exige ahora, balanceando sus caderas a
medida que camina hacia mí. Se da la vuelta, dándome la espalda. Cada
vértebra de su columna es pronunciada. Se las arregló para conservar su
cuerpo de bailarina mucho después de que abandonó el sueño.
Subo la cremallera por su espalda.
—¿Cuántas personas nos honrarán esta noche con su
mediocracia?
—Demasiadas, como de costumbre. —Habla con horquillas en la
boca mientras se mete el último de sus mechones en un peinado
recogido—. Al menos solo han invitado a los veinte mejores empleados y
11
a sus acompañantes. Gracias a Dios, ninguno de los asistentes
personales cabeza hueca.
Grace no me presenta como su novio. Más bien, como su
hermanastro, a pesar de que nuestros padres se han divorciado desde
que ambos fuimos a la universidad.
Pero de todos modos me presenta, porque soy muy conocido en el
negocio de las acciones. Temido, respetado, pero rara vez querido. Conoce
mi provecho, mi atractivo. Puede que sea la oveja negra del mundo de los
fondos de cobertura, pero aún sé cómo ganar dinero, y a la gente de Wall
Street le gusta mucho la gente que sabe cómo hacerlo. Es su truco de
fiesta favorito.
Mis dedos se demoran cuando veo la cicatriz en la parte superior
de su espalda. Aquella que me recuerda lo que le pasó. Lo que me pasó
hace veinticuatro años. Paso mi dedo sobre ella. Su piel se eriza hasta
piel de gallina, y se aleja como si la hubiera golpeado.
—¿Se nota mucho? —Se entretiene con un brazalete perfectamente
asegurado, aclarándose la garganta.
—No —miento, subiendo la cremallera. Me detengo. Algo se
apodera de mí. La necesidad de rozar mis labios contra su cicatriz.
Consolarla. Me resisto al instinto. En cambio, digo—: Estás lista, Venus.
—¿Venus?
—El planeta más caliente del sistema solar. —Guiño, canalizando
mi Christian Miller interior, mi amigo que de alguna manera logró
perfeccionar el arte de disfrutar de su relación, en lugar de convertirla en
un juego de adultos jodido como lo hice yo.
Casi puedo escuchar a Grace arrugar la nariz con desdén.
—Gracias a Dios que eres un friki reprimido. ¿Te imaginas si otras
personas se enteraran de tu peculiaridad astronómica? —resopla,
empujándose más lejos de mí—. Ahora todo lo que necesito es un par de
aretes. ¿Qué opinas, los pendientes de oro rosa con diamantes o las
aguamarinas?
El primer par, se lo compré para su vigésimo octavo cumpleaños,
superando deliberadamente el regalo de su entonces novio. Lo dejó esa
misma noche, horrorizada ante la perspectiva de terminar con un agente
inmobiliario de clase media que solo podía permitirse comprar los
Louboutins de la última temporada. Más tarde esperó en mi cama usando
nada más que dichos aretes. El último par fue un regalo mío después de
que terminé una aventura de tres meses con Lucinda, sí, su némesis de
la infancia, cuando Grace tardó demasiado en volver a mí después de una 12
de nuestras muchas rupturas.
Pobre, pobre Lucinda. Se llevó una sorpresa desagradable cuando,
al regresar de su gira por París como primera bailarina, se encontró a
Grace abrasando mi cama.
Mis regalos siempre están entrelazados con intención, propósito y
veneno. Son un sucio beso violento. Una mezcla de pasión y dolor.
—Las aguamarinas —digo arrastrando las palabras.
Ella se inclina, plantando un beso frío en mis labios. Quiero que se
mueva para poder ver si la pareja dos pisos más abajo ahora está follando
a plena vista. Su clase de perversión es mejor que la nuestra. Miro hacia
su balcón. La mirada de Grace sigue la mía.
Su boca se estira en una sonrisa maliciosa.
—Veo que has conocido a mi supervisor. Al menos, algo así.
—¿Conoces a ese idiota? —Tomo un sorbo de mi vino.
—¿Paul Ashcroft? Es el nuevo director de operaciones de Silver
Arrow Capital. Estoy segura de que lo he mencionado.
La empresa en la que Grace trabaja como analista.
Paul y su compañera nos dan la espalda. Ahora parecen estar
hablando y manteniendo sus manos quietas.
—Estoy seguro de que no lo has hecho. No es que parezca un
personaje memorable. —Señalo a la mujer de rojo con la barbilla—. Se
está poniendo bastante juguetón con la ayuda.
Grace deja escapar una risa encantada. Nada le produce más
alegría que ver cómo destrozan a otra mujer.
—Es una criatura sencilla, ¿no? Lo creas o no, le dio un anillo.
También uno caro.
Chasqueo la lengua.
—Es un administrador de fondos de cobertura. Las apuestas
arriesgadas son donde prospera.
—Ella es una graduada de Juilliard del Sur profundo. Les doy seis
meses —continúa Grace, entrecerrando los ojos para verlos mejor.
—Generoso de tu parte. —Me rio.
Conozco hombres como Paul. Tiburones de Manhattan que
13
glorifican a las bellezas sureñas de voz suave, solo para descubrir que los
opuestos pueden atraerse, pero no hacen una pareja decente. Siempre
termina en divorcio, una campaña de desprestigio mutuo y, si la mujer
trabaja lo suficientemente rápido, un cheque de pensión alimenticia
cuantioso todos los meses.
—Ya sabes como soy. Amabilidad es mi segundo nombre. Iré a
ponerme los pendientes. ¿Qué, no vas a usar corbata? —Grace hace
pucheros, mirándome. Estoy usando un suéter de cachemir negro y
pantalones de cuadros.
—Lo último que quiero es causar una buena impresión. —Vuelvo a
mi libro.
—Eres un rebelde sin causa.
—Por el contrario. —Paso una página—. Tengo una causa, quiero
que todos me dejen jodidamente en paz. Hasta ahora, ha ido muy bien.
Niega con la cabeza.
—Eres tan afortunado de tenerme.
Desaparece en nuestra habitación, tomando su actitud gigante y
emparejando su ego con ella.
Lanzo una última mirada a la pareja. Paul ya no está en el balcón.
Pero su esposa sí lo está, y me está mirando fijamente.
Atentamente. Con una ferocidad acusadora. Como si espera que
haga algo.
¿Ha notado que los miro fijamente?
Confundido, miro detrás de mí para asegurarme de que soy a quien
ella está mirando. No hay nadie más a la vista. Sus grandes ojos azules
e implacables se clavan aún más en los míos.
¿Es una situación de rehenes? Improbable. Parecía muy feliz de
besarse con su esposo hace solo unos minutos. ¿Está intentando
avergonzarme por verlos? Buena suerte con eso. Mi conciencia fue vista
por última vez a los diez, saliendo de una habitación de hospital con un
gruñido salvaje, haciendo agujeros en las paredes al salir.
Me encuentro con su mirada de frente, inseguro de lo que está
pasando, pero siempre feliz de participar en una confrontación hostil.
Arqueo una ceja.
Ella parpadea primero. Me rio suavemente, sacudiendo la cabeza,
14
a punto de volver a mi libro. Se limpia la mejilla rápidamente. Espera un
minuto… está llorando.
Llorando. En unas vacaciones lujosas en la Riviera italiana.
Mujeres, qué criaturas tan volubles. Siempre imposibles de complacer.
Pobre Paul.
Estamos encerrados una vez más en esa mirada extraña. Ella
parece poseída. Debería levantarme e irme. Pero se ve tan deliciosamente
vulnerable, tan fuera de lugar, una parte de mí quiere ver qué hará a
continuación.
¿Y desde cuándo me importa una mierda lo que hace la gente?
Me pongo de pie con frialdad, agarro mi libro, termino lo último de
mi vino, giro sobre mis talones y me alejo.
La señora Ashcroft podría tener un problema en sus manos.
Pero no es mío para arreglarlo.
Una hora más tarde, Grace revolotea entre sus colegas en el suelo
de mármol blanco y gris, sosteniendo una copa de champán. Se ríe
cuando es apropiado, frunce el ceño con empatía cuando es necesario y
me presenta diligentemente como su hermanastro y un extraordinario
mago de las finanzas.
15
Le sigo el juego. Mi objetivo final siempre ha sido hacer que Grace
sea mía para que todos la vean: mi padre, su madre, mis amigos. La
mujer se metió bajo mi piel. Está tatuada permanentemente en cada uno
de mis huesos, y no me detendré hasta exhibirla como mi posesión más
preciada.
De alguna manera, disfruto la forma en que minimiza nuestra
relación. Verás, cuanto más resalte Grace el hecho de que somos
hermanastros, más amarga será la píldora que más tarde tendrá que
tragar cuando lo hagamos público.
En mis fantasías más oscuras y crudas, Gracelynn Langston se
abre paso tartamudeando con una explicación de cómo terminó
casándose con la persona que presentó como su hermano durante años.
Llevará mi anillo. Pase lo que pase.
El restaurante está lleno de gente. Grace y yo pasamos un tiempo
hablando con Chip Breslin, el director general de la empresa. Se queja de
haber pasado el último mes recortando operaciones de alto impulso
debido a las políticas más estrictas de la Fed, y mira en mi dirección para
ver si me inclino al respecto. No doy consejos gratis. Especialmente
ahora, cuando mi propia cartera de negociación está paralizada por mi
nueva prohibición de dos años.
—Ah, vamos, Corbin, tíranos un hueso o dos. —Chip se ríe, yendo
al grano finalmente—. ¿Cómo ves el próximo trimestre? Mi amigo Jim en
Woodstock Trading dijo que mencionaste solo posiciones cortas.
—Soy un pesimista profesional. —Miro alrededor de la habitación,
buscando una distracción—. A pesar de todo, estoy en una pausa
impuesta y no voy a romper mi prohibición por habladurías.
—¡Ah, ni lo soñaría! —Se pone rojo, riendo torpemente.
—De hecho, acabas de preguntarme rotundamente —respondo
sutilmente.
Breslin sonríe y dice que tiene que ir a buscar a su esposa al bar.
—Ya sabes cómo es. —Me guiña un ojo y me da un codazo mientras
hace su salida.
De hecho, no lo sé. Grace posee un autocontrol impecable en todas
las áreas de su vida, además de su relación conmigo. Es impasible,
calculadora y despiadadamente egoísta, como yo.
—Ves, por esto es exactamente que no lo agradas a la gente. —
Grace tintinea sus uñas sobre su copa: cuadradas, pulidas, de color 16
nude—. Intentó hablar de negocios contigo, y lo rechazaste por completo.
—Hay un puñado de personas a las que no cobro por mi presencia,
y actualmente estoy buscando al treinta y tres punto tres por ciento de
ellas. —Mi mirada se sumerge en su escote. Creo que esta noche voy a
follarme sus tetas. A Grace no le gusta cuando me corro dentro de ella,
incluso con un condón, pero parece estar de acuerdo con casi cualquier
otra cosa que mi corazón (y mi polla) quiera.
—¿Estás intentando quitarme las bragas? —Sonríe.
—Esperaba que no estuvieras usando ninguna para empezar.
La sala se está colmando hasta el punto de que se está llenando y
sudando demasiado, pero nuestro lugar junto al bar permanece vacío.
—Todo el mundo está bloqueando la entrada. ¿A qué se debe todo
este alboroto? —La atención de Grace se desplaza hacia la entrada.
Me giro para ver qué está mirando. Paul y su pueblerina acaban de
entrar en la habitación. Todos corren hacia ellos. Incluyendo a Chip y su
esposa, esta última zigzagueando inestablemente, aferrada al brazo de su
esposo. La mayor parte de la atención se centra en la bella esposa rubia
de Paul, la principal fuente de entretenimiento de la fiesta. Como una
pintura de Andy Warhol, es vívida y colorida, rebosante en una
habitación llena de gente vestida de negro, gris y nude. Una cosita
curiosa. Su ropa demasiado llamativa, su sonrisa demasiado grande, sus
ojos explorando salvajemente cada centímetro del espacio en el que
acababa de entrar. La encuentro adorablemente infantil.
—¿Está repartiendo mamadas gratis allí? —pregunto en tono
conversacional, sabiendo que a mi novia de armario no le gusta que la
ignoren, especialmente por otra mujer.
—No lo descartaría. —Grace se muerde el interior de la mejilla, sus
fosas nasales dilatándose—. Winnie es el perrito faldero de todos. Envía
a Paul al trabajo con galletas vaqueras, receta de Laura Bush, y se ofrece
como voluntaria para organizaciones benéficas para niños, y…
—¿Su nombre es Winnie? —Frunzo el ceño hacia ella.
—Winnifred. —Pone los ojos en blanco—. Pintoresco, ¿verdad?
—Se casó con una caricatura. —Le sigo la corriente.
La chica es un osito de peluche que camina y habla. Y fue a
Juilliard, la escuela preferida de Grace cuando aún pensaba que tenía
una oportunidad como bailarina. Me sorprende que no muestre una
hostilidad más abierta hacia ella. Tal vez mi hermanastra finalmente
haya aprendido a manejar la competencia.
17
—Supongo que deberíamos ir a saludar. —Parece que Grace
prefiere vomitar en su propia boca antes que hacerlo.
En particular, no quiero besar el anillo de la Mary Sue que lloró en
su balcón y me miró mal, pero tampoco quiero que Grace se queje de que
no soy un jugador de equipo.
Nos acercamos a los Ashcroft tanto como podemos. Las mujeres
arremolinándose alrededor de Winnifred, exigiendo su receta de galletas,
mientras Paul la rodea posesivamente con su brazo. Grace se abre paso
a empujones hacia su esfera y besa al aire las mejillas de Paul.
—Hola. Qué bueno verlos a los dos. —Pasa a besar las mejillas de
Winnie, apretando sus brazos—. ¡Vaya, te ves impresionante, Winnifred!
No piensa que esta mujer se vea impresionante, con su vestido
vulgar y los tacones a rayas que probablemente compró en oferta en
Walmart.
—Tú también, Grace. —La sonrisa de Winnie es genuina y
sincera—. Parece que podrías estar en una película.
Tal vez, Maléfica.
—Este es mi hermanastro, Arsène Corbin. Tenemos muchos
negocios juntos, por lo que nos hemos acercado mucho en los últimos
años. —Grace me hace un gesto como si fuera una pieza de subasta en
una ceremonia de recaudación de fondos. Sonrío. La sobre explicación
siempre la delata. Si simplemente me presentara como su hermanastro,
tal vez la mitad de Manhattan no estaría susurrando a sus espaldas de
cómo me la follo regularmente.
Me estiro para estrechar la mano de Paul. Él sonríe.
—Señor Corbin, tu reputación te precede. ¿Cómo es la vida fuera
del mundo comercial?
—Tan insatisfactorio como la vida dentro de él. —Retiro mi palma
seca y áspera de la suya sudorosa—. Aunque, me mantengo ocupado
invirtiendo en activos más tangibles.
—Sí. He oído. Compraste una empresa de entrega y flete, ¿no? —
Paul se acaricia la barbilla—. Muy inteligente, en una era en la que las
compras en línea están en auge.
Parece la respuesta humana a la avena. Privilegiado, soso y
aburrido. He masticado suficientes hombres como Paul en mi vida para
conocer su regusto. Es el tipo de persona que engaña a su esposa con su
secretaria tan pronto como llega a la treintena. El tipo de hombre que
18
vigila a hombres como yo para ver qué estamos haciendo, dónde estamos
invirtiendo, y así tener ideas para sí mismo.
—Esta es mi esposa, Winnie. —Paul besa el hombro de la mujer
menuda. Ella vuelve toda su atención hacia mí, y finalmente, puedo verlo.
La razón por la que Paul decidió que ella valía más que una noche entre
las sábanas. Objetivamente hablando, es radiante. Su piel es rica y
resplandeciente, sus ojos brillantes y curiosos, su sonrisa contagiosa y
tranquilizadora. Es el tipo de mujer que la gente dice que ilumina la
habitación. Grace, por el contrario, es el tipo de mujer que hace que la
temperatura baje a nivel Ártico en cualquier lugar al que entre.
Incluyendo mi corazón.
Afortunadamente, no me atrae el tipo de chica de al lado de
Winnifred.
—¡Hola! —Winnie lanza sus brazos alrededor de mí en un medio
abrazo inapropiado. O no sabe guardar rencor o no me reconoce del
balcón.
Me alejo de su abrazo inmediatamente. Con suerte no es portadora
de ninguna enfermedad del ganado.
Paul se ríe, obviamente encontrando adorable la falta de formalidad
de su esposa.
—¿Dónde están sus asientos, Langston-Corbin?
—Aquí dice quince y dieciséis. —Grace muestra nuestras tarjetas
de invitación.
—Tenemos los diecinueve y veinte, así que supongo que tendrán
que tolerarnos un poco más —dice Paul alegremente.
Jodidamente divertido.
A medida que avanza la noche, también aumenta mi sospecha de
que, de hecho, Winnifred está embarazada. No prueba ni una gota de
alcohol, optando por el agua con gas toda la noche. No le gusta el plato
de carnes frías y se mantiene alejada de los que fuman vaporizadores y
cigarros. Sus viajes frecuentes al baño también me hacen preguntarme
si hay alguien durmiendo cómodamente la siesta directamente sobre su
vejiga.
Grace está ocupada metiendo su lengua en los anos de las
personas correctas. Afortunadamente, en sentido figurado. Está
discutiendo de trabajo con Chip, Paul y un tipo llamado Pablo, que es un
comerciante principal. Los tres hombres intentan atraerme para que
hable, pero los esquivo cortésmente. Como todas las criaturas exóticas,
no quiero particularmente que me espoleen a través de los barrotes de 19
una jaula con preguntas sobre mis acusaciones de uso de información
privilegiada. Y no tengo ninguna duda de que a todos aquí les gustaría
saber lo que hice para que solo me dieran una palmadita en la muñeca.
—No eres del tipo fanfarrón, ¿eh, Corbin? —Paul asiente
comprensiblemente después de otra respuesta lacónica de mi parte sobre
mis acciones minoristas preferidas—. Winnie es igual. No le gusta hablar
en absoluto de su trabajo.
—Eso es porque actualmente no tengo uno. —Winnie toma un
sorbo de su agua con gas, sus mejillas tiñéndose de rosa.
Me giro para mirarla. Un destello de interés se enciende dentro de
mí. ¿Hace más que jugar a la ama de casa? Eso es refrescante.
—Winnifred, ¿a qué te dedicas?
—Este año me gradué de Juilliard. Ahora solo estoy… supongo que,
¿entre audiciones? —Deja escapar una risita avergonzada, su acento
sureño casi cómico—. No puedo decir que estoy más ocupada que una
polilla en una manopla. Es difícil triunfar en la Gran Manzana. Lo que no
te mata te hace más fuerte, ¿verdad?
—O te debilita. —Me encojo de hombros—. En realidad, depende
del factor «qué».
Me mira con los ojos muy abiertos, la pequeña cosita sencilla.
—En eso tienes un punto.
—¿Crees que tienes lo que se necesita para tener éxito en Nueva
York? —pregunto.
—¿De otra manera estaría allí? —Y ahí está otra vez esa sonrisa.
Aquella repleta de toda la esperanza y bondad del mundo.
—La gente viene a Nueva York por muchas razones. La mayoría de
ellos no son aptos. ¿Cómo conociste a Paul?
Con cada pregunta, siento como si la estuviera desnudando. En
público. Deliberadamente. Y como todas las personas desnudas en
lugares públicos, está empezando a retorcerse, ahora moviéndose en su
silla.
—Bueno. —Se aclara la garganta—. Yo…
—¿Le serviste en su mesa en Delmonico's? —Me atrevo a
conjeturar. También podría ser Le Bernardin. Es un ocho sólido. Tal vez
incluso un nueve, con el vestido adecuado.
20
—En realidad, fui una hada en la fiesta de cumpleaños número
cuatro de su sobrina. —Frunce los labios en una línea delgada,
frunciendo el ceño.
—¿Una qué? —Escupiría mi vino si ella valiera la pena—. Disculpa,
no entendí eso.
Lo hice, pero esto es demasiado bueno para no repetirlo.
Entretenimiento estadounidense atemporal. La versión de libro de texto
de Chica Pobre Conoce a Ricachón Idiota.
Paul está inmerso en una conversación con Pablo y Grace, ajeno al
hecho de que estoy asando a la parrilla a su esposa como si fuera un
bistec de primera.
Winnifred endereza la espalda y me mira a los ojos en un intento
de demostrar que no me tiene miedo.
—Fui un personaje de hadas en la fiesta de cumpleaños de su
sobrina. Le pinté la cara con purpurina. No pudo dejar de reírse y estuvo
totalmente de acuerdo, incluso cuando dibujé a Tinkerbell en su mejilla.
Me di cuenta de que sería un buen material para padre. Así que, le di mi
número.
Apuesto a que el hecho de que probablemente se presentara en esa
fiesta en un auto antiguo que vale más que la casa de su familia tampoco
perjudicó sus posibilidades.
—Después de eso, nadie más tuvo ninguna oportunidad. —Paul,
alejándose de la conversación de Pablo y Grace, acaricia con la nariz el
hueco de su cuello y le da un beso con la boca abierta—. Ahora es mía
de por vida, ¿no es así, muñeca?
Apuesto a que piensa que esto sonó romántico y no como un
comercial para una novia por correo.
—Winnifred, ¿detecto un acento? —pregunto inocentemente.
Grace me lanza una mirada de detente en este preciso momento.
Siempre he tenido la costumbre de jugar con la comida; solo que ahora,
la persona que estoy masticando es la esposa descerebrada de su jefe.
—Soy de Tennessee. —Winnie traga visiblemente una vez más—.
Justo en las afueras de Nashville. Un pueblo llamado Mulberry Creek.
—¿El hogar de la mejor tarta de manzana en los cincuenta estados?
—Sonrío contra mi copa de vino.
—De hecho, somos más conocidos por nuestras galletas. ¡Ah! Y por
supuesto, nuestras tendencias endogámicas. —Me da una sonrisa 21
empalagosa.
Así que se defiende. Esto no lo vi venir.
—Vamos, muñeca. No hay necesidad de ser sarcástica. —Paul agita
su barbilla.
Si la llama muñeca una vez más, voy a romper mi copa de vino y
apuñalarlo en el cuello con un fragmento.
—¿Qué te hizo mudarte a Nueva York? —No me preguntes por qué
sigo molestando a esta mujer, porque no tengo ni puta idea.
¿Aburrimiento? ¿Tendencias sociópatas? Tu suposición es tan buena
como la mía.
Me mira fijamente a los ojos y dice:
—Bueno, por supuesto, por todas las grandes luces cegadoras.
También Sex and the City. Pensé, caramba, vivir allí debe ser como en
esas películas deslumbrantes. Ah, y no olvides esa canción de Alicia Keys.
Gran factor. Enorme.
Grace me pisotea por debajo de la mesa, lo suficientemente fuerte
como para romperme un hueso. Su rodilla choca con la superficie,
haciendo que los utensilios bailen en su lugar. Paul salta un poco hacia
atrás, sorprendido. Demasiado tarde. Estoy demasiado ido para que me
importe. Winnifred Ashcroft es lo único remotamente entretenido de este
evento, y darme un festín con su autoestima es más sabroso que comer
cualquier otro plato que se sirva aquí esta noche.
—Winnie es un poco sensible por ser una forastera. —Paul acaricia
la cabeza de su esposa como si fuera una chihuahua adorable.
—Pero, es como Sex and the City, ¿no? —le pregunto amablemente,
mientras el tacón de Grace se clava aún más en mi mocasín a modo de
advertencia, haciéndome polvo los dedos de los pies—. Encontraste a tu
señor Big.
—Paul es más un señor Medium, si el vistazo en el urinario fue una
indicación —bromea Chip. Todos ríen. Todos menos Winnie, que me mira
fijamente, preguntándose qué ha hecho para merecer esto.
Me pediste que me importara. De vuelta en el balcón. Ahora verás lo
descuidado que soy con los sentimientos de la gente.
—Está bien, Arsène, es hora de cambiar de tema. —Grace sonríe
disculpándose, tirando de mi manga—. La gente está aquí para divertirse,
no para que la interroguen.
Sé que Grace no está haciendo esto por la bondad de su corazón.
22
Es una mujer inteligente que quiere salir adelante. Ahora mismo estoy
cabreando a su jefe y su muñeca.
—En realidad, creo que es mi turno de hacer las preguntas. —
Winnie levanta la barbilla.
Me reclino, observándola con abierto placer. Es como esa pequeña
mariquita girando sobre su eje. Adorablemente desesperada. Lástima que
estoy absolutamente decidido con Grace, o la probaría durante unos
meses. Paul ni siquiera sería un obstáculo en mi camino. Este tipo de
mujeres van por el mejor postor, y tengo el bolsillo más profundo.
—Dispara —digo.
—¿A qué te dedicas? —pregunta.
—Soy multitalento.
—¿Haciendo qué?
Encogiéndome de hombros, digo arrastrando las palabras:
—Cualquier cosa que gane dinero.
—Estoy segura de que puedes ser más específico que eso. Esto
podría significar traficante de armas. —Cruza los brazos sobre su pecho.
Bien. Vamos a jugar.
—Acciones, corporaciones, divisas, materias primas. Aunque tengo
una prohibición reciente por tráfico de información privilegiada. Dos
años.
Todos los ojos se desplazan hacia nosotros. Aún tengo que abordar
el tema en esta sala, ya que heredé de mi padre el rasgo desagradable de
nunca darle a la gente lo que quiere.
—¿Por qué? —exige.
—Cargos por manipulación del mercado. —Antes de que pregunte
qué significa eso, le explico—: Dicen que tergiversé el material a los
inversores, entre otras malas conductas.
—¿Lo hiciste? —Winnifred sostiene mi mirada, luciendo infantil en
su inocencia.
Con toda la habitación mirando, me paso la lengua por el labio
inferior y sonrío.
23
—Winnifred, solo tengo un problema.
—¿Sólo uno? —Parpadea inocentemente antes de ceder—. ¿Y cuál
es tu problema?
—Nunca juego para perder.
Sus ojos, tan bonitos como lupinos, aún están en los míos. Un
pensamiento poco caritativo cruza mi mente. Probablemente se vería diez
veces mejor con los aretes de aguamarina de Grace. Verla con nada más
que esos aretes me traería mucha alegría. Ah, bueno. Tal vez Grace se
portará mal y me dejará pronto, y entonces tendré una aventura rápida
con esta cosita para recordarle a mi hermanastra que sigo siendo un
hombre con necesidades.
—¿Y la gente aquí te acepta? —Winnifred mira a nuestro alrededor,
sorprendida—. ¿A pesar de que saben que hiciste algo malo y socavaste
sus negocios?
—El perro ladra y la caravana avanza. —Me relajo—. Incluso las
personas que se preocupan dejan de preocuparse una vez que los
sentimientos se traducen en acción. Winnifred, los humanos son
criaturas notoriamente egoístas. Por eso los rusos invadieron Ucrania.
Por eso se dejó que los afganos se las arreglaran solos. Por eso hay una
crisis humanitaria en Yemen, Siria, Sudán, y ni siquiera te enteras.
Porque la gente olvida. Se enojan, y siguen adelante.
—Me importa. —Me enseña los dientes como un animal herido—.
Todas esas cosas me importan, y solo porque tú no lo hagas no significa
que los demás sean tan malos. Eres un hombre peligroso.
—¡Peligroso! —chilla Grace, forzando una risa—. Ah, no. Solo es un
gatito. Todos lo somos, en la familia. Contables inofensivos. —Se abanica,
balbuceando—. Lo que entiendo no es tan emocionante como el mundo
del espectáculo. Sabes, mi papá es dueño de un teatro. Solía ir allí todo
el tiempo cuando era niña. Lo encontraba totalmente encantador.
Si bien es cierto que Douglas es dueño de un teatro, Grace solo
fingió que le gustó al crecer para ganarse su aprobación. El teatro es un
campo de bajo margen. A Gracelynn solo le gustan las cosas que generan
dinero.
La misión de desvío es un éxito. Winnifred desvía su atención a
Grace y le hace preguntas sobre el Calypso Hall. Grace responde con
entusiasmo.
Mi teléfono comienza a sonar. Lo saco de mi bolsillo. El código de
área dice Scarsdale, pero no reconozco el número. Presioné declinar. Chip
intenta preguntarme algo sobre las acciones nórdicas.
24
Mi teléfono suena de nuevo. Mismo número. Presiono declinar.
Entiende la pista.
Malditos estafadores y su habilidad para usar números en tu
código de área.
La siguiente llamada llega de un número diferente, aún en Nueva
York. Estoy a punto de apagarlo cuando Grace apoya una mano sobre mi
muslo y dice con los dientes apretados, mientras escucha a Winnifred
hablar efusivamente sobre Hamilton:
—Podría ser el joyero. Por el collar que me compraste en Botsuana.
Contesta.
El teléfono suena por cuarta vez. Me excuso, poniéndome de pie, y
deambulo por la puerta del restaurante hacia el balcón que da al puerto.
Deslizo el botón verde.
—¿Qué? —escupo.
—¿Arsène? —pregunta una voz. Es vieja, masculina y vagamente
familiar.
—Desafortunadamente. ¿Quién es?
—Es Bernard, el asistente de tu padre.
Compruebo la hora en mi reloj. Son las cuatro de la tarde en Nueva
York. ¿Qué puede querer mi padre de mí? Rara vez hablamos. Hago el
viaje a Scarsdale un par de veces al año para mostrar mi rostro y hablar
de negocios familiares, supongo que, su idea de vinculación, pero aparte
de eso, somos prácticamente extraños. No lo odio exactamente, pero
tampoco me agrada. El sentimiento, o la falta de él, estoy seguro, es
mutuo.
—¿Sí, Bernard? —pregunto con impaciencia, apoyando los codos
en la barandilla.
—No sé cómo decir esto… —se interrumpe.
—Mi método preferible sería rápido y sin rodeos —sugiero—. ¿Qué
es? ¿El viejo se está casando otra vez?
Desde que se divorció de Miranda, mi padre se ha asegurado de
tener a otra mujer del brazo cada dos años. Ya no hace promesas. Nunca
se asienta. Una aventura con una mujer Langston es la cura más rápida
para creer en la noción del amor.
—Arsène… —Bernard traga pesado—. Tu padre… está muerto.
25
El mundo sigue girando. La gente a mi alrededor se ríe, fuma, bebe
y disfruta de una noche de verano italiana perfectamente templada. Un
avión pasa en el cielo, penetrando una nube blanca y gorda. La
humanidad no se inmuta por la noticia de que Douglas Corbin, el quinto
hombre más rico de los Estados Unidos, ha fallecido. ¿Y por qué debería?
La mortalidad sólo es un insulto para los ricos. La mayoría lo acepta con
triste resignación.
—Ah, ¿en serio? —me oigo decir.
—Tuvo un derrame cerebral esta mañana. El ama de llaves lo
encontró inconsciente alrededor de las diez y media, después de llamar a
su puerta varias veces. Sé que es mucho para digerir, y probablemente
debería haber esperado hasta que llegaras para decirte…
—Está bien —lo interrumpo, pasándome la palma de la mano por
la cara. Estoy intentando averiguar lo que estoy sintiendo en este
momento. Pero la verdad es que… no siento nada en absoluto. Sí, algunas
rarezas. La misma sensación que tienes cuando algo a lo que estabas
acostumbrado, un mueble, desaparece repentinamente, dejando un
espacio vacío. Pero no hay agonía, ni pena desgarradora. Nada que
indique que acabo de perder al único pariente vivo que tengo en este
mundo—. Debería regresar —me escucho decir—. Acortar el viaje.
—Eso sería ideal. —Bernard exhala—. Sé que es muy repentino.
Nuevamente, lo siento.
Lo pongo en altavoz y retiro el teléfono de mi oído, desplazándome
por los siguientes vuelos disponibles. Hay uno dentro de dos horas. Aún
puedo alcanzarlo.
—Te enviaré un mensaje de texto con los detalles de mi vuelo. Envía
a alguien a recogernos.
—Por supuesto —dice—. ¿La señorita Langston se unirá?
—Sí —respondo—. Querrá estar allí.
Es más cercana a papá que yo, la pequeña aduladora. Lo visita
cada dos fines de semana. El hecho de que Bernard sepa que ella está
conmigo me dice todo lo que necesito saber: papá sabía jodidamente bien
que me estaba follando a mi hermanastra y cotilleaba al respecto con la
ayuda. Gracioso, nunca me mencionó esto. Por otra parte, las mujeres
Langston han sido un tema doloroso para nosotros desde que me echó
para asistir a un internado.
Hago una parada técnica en el baño unisex antes de entrar al
26
restaurante. Necesitaba descomprimir la vejiga. Cuando salgo del
cubículo, escucho una voz débil viniendo de detrás de una de las puertas.
Un llanto salvaje y escalofriante. Como si alguien estuviera herido allí.
No es tu problema, me recuerdo.
Me arremango, me lavo las manos, mientras los lamentos se
vuelven más fuertes, más erráticos.
Ahora no puedo irme. ¿Y si alguien diera a luz a un bebé y lo dejara
ahogarse en el inodoro? Si bien nadie podría acusarme de tener
conciencia, ahogar a recién nacidos no es algo que esté feliz de respaldar.
Cierro el grifo y regreso al cubículo.
—¿Hola? —Apoyo un hombro contra él—. ¿Quién está ahí?
El llanto, que se convierte en hipos pequeños, no cede, pero
tampoco hay respuesta.
—Oye —lo intento, ahora más suave—. ¿Estás bien? ¿Debería
llamar a alguien?
¿Quizás la policía? ¿O alguien más a quien le importe de verdad?
Sin respuesta.
Me estoy quedando sin paciencia, y mis nervios están disparados
como están. Todo mi cuerpo se tambalea con las noticias de papá.
—Mira, o respondes o derribo la puerta.
El llanto es ahora más fuerte. Incontrolable. Doy un paso atrás
para tomar impulso y abro la puerta de una patada. Sale volando de sus
bisagras, y se estrella contra la gran pared del cubículo como una víctima
en una película de acción sangrienta.
Pero no encuentro un bebé o un animal herido.
Solo una Winnifred Ashcroft, acurrucada sobre el tanque del
inodoro con su vestido rojo, el maquillaje corrido por toda su cara,
bebiendo vino directamente de la botella. Su cabello es un desastre, y
está temblando como una hoja.
¿No está embarazada?
Pobre Avena Paul. Ni siquiera puede conseguir una esposa trofeo
sensata.
Lágrimas corren por sus mejillas. Le hizo una buena mella a esa
botella. Está a medio terminar. Ambos nos miramos el uno al otro en
silencio, enfrascados en una jodida competencia. Solo que ahora, está
27
claro que no espera que le pregunte qué le pasa.
—¿Estás en problemas? —suelto, preguntando principalmente
porque es mi deber cívico—. ¿Te está haciendo daño? ¿Abusando de ti?
Niega con la cabeza.
—¡Nunca serás la mitad de hombre que él es!
Ahí va mi misión de toda la vida.
Miro a nuestro alrededor, esperando a que se levante y desaloje el
baño. Es la criatura más extraña que he conocido.
—Mi esposo es asombroso —enfatiza, enfadándose, como si fuera
el que está llorando con una botella de alcohol encima de una colonia de
gérmenes.
—Tu esposo es tan insignificante como mi par de calcetines menos
favoritos, pero esa no es una conversación que me interese tener ahora
—respondo—. Ahora, si no hay nada que pueda hacer…
—Sí, no hay nada. Incluso si necesitara ayuda, no recurriría a ti
para obtenerla. Eres más egocéntrico que un poste de luz. —Se limpia la
nariz con el dorso de su brazo, sollozando—. Vete.
—Vaya, vaya, Winnifred. Pensé que todas las bellezas sureñas eran
dulces y agradables.
—¡Ya vete! —Se pone de pie de un salto y me cierra la puerta en la
cara, o al menos, lo que sea que quede de la puerta desequilibrada.
Por un momento breve, contemplo darle mi número, en caso de que
Paul abuse de ella. Pero entonces recuerdo que mi plato está lleno con mi
propia mierda con la que lidiar, incluyendo la muerte de Doug, la actitud
indecisa de Grace, mi carrera, etc.
Me doy la vuelta y me alejo.
Para decirle a Gracelynn Langston que su querido padrastro
finalmente ha estirado la pata.

28
Como todos los cuentos con moraleja, mi historia comenzó en una
gran mansión extensa. Con vidrieras, arcos apuntados, bóvedas de 29
crucería y contrafuentes.
Murales pintados, piezas de ajedrez de mármol talladas a mano y
grandes escaleras curvas.
Con una madrastra malvada y una hermanastra presumida.
La noche que lo cambió todo comenzó normalmente, como todos
los desastres.
Papá y Miranda se dirigieron a la ciudad para ver el estreno de La
gaviota de Chéjov en el teatro Calypso Hall y nos dejaron atrás. Lo hacían
a menudo. Miranda disfrutaba del arte, y papá disfrutaba de Miranda.
Sin embargo, nadie disfrutaba de nosotros, así que era nuestro trabajo
entretenernos entre sí.
Gracelynn, mi hermanastra, y yo aplastamos una caja de cartón
que habíamos robado de la cocina y nos turnamos para sentarnos en ella,
deslizándonos por las escaleras. Nos topamos con las amas de llaves a
medida que corrían entre las habitaciones, cargando cálidas toallas
esponjosas, ingredientes para la cena y trajes lavados en seco. Si
hubieran podido, nos habrían aplastado como a insectos. Pero no podían.
Éramos Corbin. Excusados, privilegiados y poderosos. Los elegidos de
Scarsdale. Destinados a aplastar, no a ser aplastados.
Nos deslizamos y deslizamos por las escaleras hasta que nuestros
traseros estuvieron rojos debajo de nuestras prendas de diseñador. Mi
espalda se sentía como gelatina por todos los golpes contra las escaleras.
Ninguno de los dos pensó en parar. No había muchas cosas que hacer en
este castillo. Los videojuegos estaban prohibidos («Hacen que la mente se
vuelva perezosa», decía papá), los juguetes ensuciaban («Y de todos
modos, son demasiado viejos para eso», resopló Miranda), y nos habíamos
quedado sin tarea para hacer.
Gracelynn estaba en medio del aire, deslizándose por la escalera,
cuando la puerta principal se abrió de golpe. Chocó con mi padre. Su
cara se estrelló contra sus zapatos, y dejó escapar un cómico resoplido.
—¿Qué demo…? ¡Arsène! —tronó mi padre al pie de la escalera,
esquivándola. Rastros de uñas adornaban sus mejillas—. ¿Qué es este
desastre?
—Solo estábamos…
—¿Decidieron lesionarse? ¿Crees que tengo tiempo para ir a
urgencias contigo? —escupió—. Ve a tu habitación. Ahora.
—Gracelynn. —Mi madrastra lo siguió rápidamente, cerrando la
puerta detrás de ella. No tenía que mirar sus uñas para saber que
30
estaban cubiertas con la sangre de mi padre. Cuando peleaban, ella
siempre hacía esto. Lo lastimaba—. Querida, ve a practicar tu ballet.
Papá y yo tenemos cosas de adultos que discutir.
Papá.
Él no era su papá.
Diablos, en realidad ni siquiera era mi papá.
Douglas Corbin no era una criatura paternal.
Sin embargo, por extraño que parezca, no odiaba a Gracelynn, la
hija de otro hombre, con la misma pasión que reservaba para mí.
—Lo siento, mamá.
—Está bien, cariño.
Gracelynn se levantó y se sacudió las rodillas. Subió las escaleras
a toda prisa, con un cartón arrugado debajo de la axila. Caminamos
arrastrando los pies por el pasillo oscuro. Ya sabíamos el resultado.
Ninguno de nosotros quería un asiento de primera fila para escuchar las
discusiones de papá y Miranda.
Todo lo que papá y Miranda hacían era pelear y reconciliarse. No
querían que estuviéramos presentes para ninguna de esas cosas. Así
comenzaron los juegos deslizándonos por las escaleras y la cuerda floja.
Por aburrimiento porque siempre estábamos tan solos.
—¿Crees que van a castigarnos? —me preguntó ahora.
Me encogí de hombros.
—No me importa.
—Sí… yo tampoco. —Gracelynn empujó su codo huesudo en mis
costillas—. Oye, ¿una carrera hasta mi habitación?
Negué con la cabeza.
—Nos vemos en el techo.
Caminó rápidamente por el mármol dorado, desapareciendo en su
habitación.
Cada vez que nos enviaban a nuestras habitaciones, trepábamos
por la escalera de incendios y nos quedábamos en el techo. Era una
manera de pasar el tiempo, y podíamos hablar de cualquier cosa sin que
los sirvientes espiaran y nos delataran.
Entré en la guarida de Gracelynn, que parecía algo que la propia
Barbie había diseñado. Tenía una cama tamaño queen con un dosel de
31
tul rosa, una chimenea blanca tallada y sillones reclinables tapizados. Su
equipo de ballet estaba esparcido.
Gracelynn amaba el ballet. No sabía por qué. El ballet claramente
no la amaba. Era una bailarina de mierda. No porque no fuera bonita,
sino porque solo era bonita. Apenas podía mover los pies e, irónicamente,
carecía de gracia.
La ventana estaba abierta. El viento hacía bailar las cortinas.
Incluso ellas bailaban mejor que Gracelynn.
Até mis zapatillas antes de sacar mi cuerpo por la ventana. Subí a
grandes zancadas la escalera de hierro empapada por la lluvia. Encontré
a Gracelynn apoyada contra una de las chimeneas, con los tobillos
cruzados, exhalando vapor como un dragón.
—¿Listo para la cuerda floja? —preguntó sonriendo.
La cresta del techo tenía un borde tan angosto que teníamos que
caminar un pie a la vez. Para nuestro juego, caminábamos por la cresta,
de chimenea a chimenea, lo más rápido que pudiéramos. Cada uno tenía
un turno. A veces nos tomábamos el tiempo y, muchas veces, sospechaba
que ella estaba haciendo trampa, por lo que nunca, jamás la dejaba
ganar.
—¿Me estás cronometrando, o qué? —Gracelynn sacudió su
barbilla hacia mí.
Asintiendo, saqué mi cronómetro de mi bolsillo.
—¿Lista para volver a comer polvo, hermanita?
Gracelynn tenía un problema. Su problema era yo. Era más
inteligente que ella, sacando mejores notas en los exámenes sin siquiera
estudiar. Era más atlético que ella: era una bailarina mediocre, mientras
que yo era el segundo mejor tenista de mi grupo de edad en todo el estado.
Naturalmente, también era mucho más rápido que ella. Siempre
ganaba. Nunca se me ocurrió dejarla tener una pequeña victoria. Era una
molesta mocosa privilegiada.
Yo también lo era, pero admitámoslo, llevaba mejor mis defectos.
—No voy a perder, tú… tú… ¡aliento a perro caliente! —se
atragantó, su cara poniéndose rosada.
Me reí.
—Tu tiempo comienza ahora, cara de pedo. —Levanté el
cronómetro en el aire. 32
—Sabes, me estoy cansando mucho de hacer esto. —Se recogió el
cabello, negro ónix, como sus ojos, atándolo en un moño de aspecto
doloroso—. Haciéndome invisible por ellos. Todos los padres de mis
amigos…
—Miranda y Doug no son padres —la interrumpí, entrecerrando los
ojos a medida que nubes grises se acumulaban sobre nuestras cabezas
como matones de patio de escuela. Iba a llover pronto—. Solo son
personas con niños. Hay una diferencia.
—¡Pero, no es justo! —Grace pisoteó—. Mamá me castiga cada vez
que tu papá la molesta.
Era un buen momento para señalar que era el saco de boxeo
personal de su madre. El pasatiempo favorito de Miranda era lamentarse
con mi padre de lo jodido que estaba.
No se ríe. No llora. No le interesa nada más que la astronomía y las
matemáticas, lo cual, discúlpame, Doug, simplemente no es normal para
un niño de diez. Tal vez hay algo mal con él. Le haríamos un perjuicio si no
hacemos algunas pruebas. ¡Ah, y no bosteza cuando otros lo hacen! ¿Has
notado eso? Eso demuestra una falta de simpatía. Podría ser un sociópata.
¡Un sociópata! Viviendo bajo nuestro techo.
No podía correr el riesgo de que Gracelynn corriera hacia su madre
con la impresión de que me importaba un comino, así que me mordí la
lengua.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Como en, he querido este tutú que los padres de Lucinda le
compraron en Moscú durante años. Está hecho a medida. Y la semana
pasada, mamá me dijo que consideraría encargarlo. Pero hoy, antes de ir
con tu padre al teatro, soltó una rabieta y dijo que de repente era
demasiado caro y que me quedaría pequeño demasiado rápido. ¡Todo
porque él la hizo enojar!
—¿Y te preocupas por el vestido estúpido porque…?
—Ars, no es un vestido. ¡Es un tutú!
—Si tú lo dices.
—¡Yo lo digo! ¡Lo diré todo el día!
—No quieres el tutú de Lucinda. Quieres su talento. Y eso no se
puede comprar en Rusia, ni en ningún otro lugar —dije con total
naturalidad.
Lucinda y Gracelynn estaban en el grado inferior al mío. Lucinda 33
era la chica que todas querían ser. Hermosa y amable, y por lo tanto
odiada por Grace y sus pequeños clones.
—No puedo creer que acabas de decir eso. —Apretó su mano en un
puño, agitándolo hacia mí—. Sabes, mamá tiene razón sobre ti.
—Tu mamá no tiene razón en nada. Ahora empieza a caminar. No
tengo todo el día —espeté, poniendo el cronómetro en marcha—. Está
activado.
—¡Uff! —gruñó—. ¡Te odio!
Empecé a contar los segundos en voz alta, sabiendo que la
asustaría.
—Argh. ¡Te mostraré! ¡Voy a ganar!
Levantó los brazos en el aire y comenzó a trotar rápidamente por el
techo. Demasiado rápido. Gracelynn prácticamente flotó sobre el borde,
cortando el aire como un ave de rapiña. Entró y salió de la niebla como
un avión. Se tambaleó de izquierda a derecha. Estaba casi en la
chimenea, pero ¿qué diablos? Podría caerse en cualquier segundo.
—Jesús —siseé—. Desacelera. ¿Qué estás hacien…?
Antes de que terminara mi oración, su pierna derecha no tocó la
superficie como una aguja. Resbaló, balanceándose hacia la izquierda
para recuperar el equilibrio. Su pierna derecha se torció bruscamente.
Dejó escapar un grito ahogado de sorpresa, lanzando sus brazos hacia
adelante para agarrar la chimenea. Se quedó un poco corta.
Gracelynn cayó por el costado del techo con un grito salvaje,
desapareciendo de vista. Mierda. Mis pulmones se cerraron, rechazando
el oxígeno. Mi primer pensamiento fue: ¿en qué estaba pensando?
Seguido de cerca por: papá va a asesinarme.
Esperé el golpe. Tal vez era un sociópata como dijo Miranda. ¿Quién
esperaba escuchar el cuerpo de su hermanastra golpeando el suelo desde
una altura de diez metros?
—¿Grace? —Mi voz terminó ahogada por la lluvia que comenzó a
caer sobre el techo—. ¡Maldita sea, Gracelynn!
—¡Aquí! —llamó ahogada.
El alivio se apoderó de mí. No estaba muerta. Me agaché para
sentarme en la cresta y me deslicé lentamente por el techo hasta llegar a
la canaleta.
Sus dedos estaban enroscados alrededor del tubo del desagüe. Su
cuerpo colgaba en el aire.
34
¿Debería ir a buscar a papá y Miranda? ¿Debería intentar
levantarla?
Mierda, no tenía ni idea. Nunca pensé que ninguno de nosotros
sería tan estúpido como para correr legítimamente por el techo como un
maníaco.
—Ayúdame —suplicó Gracelynn, con lágrimas y gotas de lluvia
corriendo por su rostro—. ¡Por favor!
Agarré sus muñecas y me incliné hacia atrás, comenzando a tirar.
Picos afilados de lluvia nublaron mi visión. Su piel estaba fría, húmeda y
resbaladiza. Sus muñecas tan delicadas que tenía miedo de romperlas.
Sus dedos arañaron mi piel, aferrando, mientras se agitaba, intentando
usarme como una escalera humana. Me sacó sangre, tal como su madre
le había hecho a mi padre esta noche.
Decidí que no iba a compartir el destino de Douglas Corbin. No iba
a sangrar nunca más por una mujer Langston.
—¡Tira más fuerte! —gimió—. Me estoy resbalando. ¿No puedes
ver?
Las plantas de mis pies ardieron a medida que intentaba subirla al
techo. Las probabilidades estaban en mi contra. También la física. Tenía
que subir cuesta arriba sobre las tejas mojadas mientras tiraba de
alguien con mi propio peso.
—Tienes que aferrarte a la canaleta. Tengo que llamar a papá.
—¡No puedo!
—Ambos vamos a caer.
—¡No me dejes!
¿Pensaba que quería matarla o algo así? También estaba a punto
de caer.
—Mira, puedo sostenerte por unos segundos más y darles un
descanso a tus brazos, pero luego tienes que sostener la cuneta por un
minuto o dos hasta que lleguen aquí.
Se deslizó de mi agarre unos centímetros. Se retorció en el aire
como un gusano.
—¡No! ¡No me dejes! No quiero morir.
—No mires hacia abajo —rugí, cayendo de rodillas, tirando más
fuerte, con todo lo que tenía en mí. Sentía como si mis miembros
estuvieran siendo arrancados de mi cuerpo. Pero ella era demasiado
35
pesada, estaba demasiado mojada—. Solo… solo mírame.
El peso apremiante e implacable de ella desapareció de repente. Mi
cuerpo se sacudió hacia atrás. La parte posterior de mi cabeza se estrelló
contra las tejas. Un chapoteo distante asaltó mis oídos.
Ella cayó.
Ella cayó.
Me arrastré frenético por la cuneta, entrecerrando los ojos,
intentando ver más allá de la lluvia, el barro y los arbustos espesos. Grace
había aterrizado en el dosel cubriendo la piscina vacía. El vientre era
profundo, y había agua a su alrededor.
Gracelynn no se movió. Sus piernas estaban en ángulos extraños
y supe inmediatamente, incluso antes de que comenzara a gritar, que
todo había terminado para ella.
No más disfraces de tul, tutús rusos o campamentos de baile en
Zúrich.
La carrera de ballet de mi hermanastra había terminado.
Y así mi vida como la conocía.
Las radiografías llegaron minutos después de que papá y yo
llegáramos al hospital.
No me había mirado, ni siquiera una vez, en todo el viaje hasta allí.
Le conté todo lo que había sucedido, tal vez omitiendo la parte en la que
la incité. No hace falta ser más santo que el Papa. Además, sobrevivió,
¿no?
—Pero, va a estar bien. ¿Cierto? —Lo perseguía ahora por el pasillo
de linóleo hasta su habitación. Estaba tan lleno de adrenalina que ni
siquiera podía sentir mis piernas.
—Por tu bien, será mejor que lo esté —gruñó, mirando al frente—.
De todos modos, ¿qué hacían ustedes dos allí?
—Jugábamos un juego.
Dejó escapar un resoplido.
—Juegas apuestas altas. Típico hombre Corbin. 36
¿Qué tenían que ver las apuestas con todo esto? Al menos, nunca
había apostado nada.
—¿Eso es bueno o malo? —pregunté.
—Hablando claramente, es una condición incurable derivada de
demasiado dinero, ego y tiempo. —Tiró de los dedos de sus guantes de
cuero—. Los Corbin tendemos a ser rebeldes con causa. Con suerte, la
tuya no es matar a tu hermana. Niño, controla tu personalidad.
Esto fue lo máximo que me hubiera hablado en meses, tal vez
incluso años, así que lo disfruté. No era que me ignorara en sí. Papá se
aseguraba de que obtuviera calificaciones excelentes, asistiera a mis
actividades extracurriculares, cosas así. Simplemente no hablábamos
demasiado.
El veredicto llegó junto con las radiografías. Gracelynn sufría de
dos piernas rotas y una dislocación espinal menor que requería cirugía.
También sufría de un mal caso de ser un pedazo de mierda.
Esto último no era un diagnóstico médico, pero no obstante, cierto.
Tan pronto como los analgésicos hicieron efecto y sus piernas estuvieron
enyesadas, me señaló con un dedo acusador, entrecerrando sus ojos
alquitranados.
—Fue él. Me hizo esto. Me empujó, mami.
Era la primera vez que en realidad me quedaba sin palabras. ¿La
empujé? Intenté salvarla, y ella lo sabía jodidamente bien.
—¡Puras mierdas! Corriste por la cornisa y caíste —dije
acaloradamente—. Intenté subirte. Casi me arrancas los brazos. Aquí,
puedo probarlo.
Subiéndome las mangas, me giré para mostrarle a papá y Miranda
las marcas que Gracelynn había dejado en mi piel. Estaban rojas,
profundas y en carne viva, y ya estaban a medio camino de convertirse
en cicatrices.
Gracelynn sacudió la cabeza con firmeza.
—Intentaste empujarme, así que luché contigo. Querías deshacerte
de mí. Tú mismo lo dijiste. Estabas cansado de compartir la atención de
mamá y papá.
Esto sonaba exactamente como el tipo de cosa que ella haría.
Odiaba llamar la atención de papá y Miranda. Siempre era negativo y me
metía en problemas.
Mi boca se abrió.
37
—¿Por qué estás mintiendo?
—¿Por qué estás mintiendo? —Enseñó los dientes—. Te han
pillado. ¡Solo confiesa! Podrías haberme matado.
—Ah, mi palomita. ¿Qué te ha hecho este monstruo? —Miranda
hundió la cara en el cuello de su hija, rodeándola con los brazos. Sonaba
como si estuviera llorando, pero apuesto a que sus ojos estaban secos.
Miré alrededor de la habitación, esperando… ¿qué? ¿Alguien que
cruce la puerta y me respalde? No había nadie en el mundo que pudiera
protegerme. Siempre supe eso, pero de repente, el peso de mi soledad
estaba presionando con fuerza contra mi pecho, haciéndome difícil
respirar.
—Hijo, mentir es la salida cobarde. —Los dedos de papá se
envolvieron firmemente alrededor de mi hombro, advirtiéndome que no
defendiera mi caso—. Confiesa y enfrenta las consecuencias como un
hombre.
No me creía.
Nunca iba a creerme.
Solo quería que esto desapareciera para él y para Miranda, de modo
que no hubiera más gritos, alaridos y bofetadas.
Gracelynn, a pesar de mis carencias en todos los aspectos en los
que sobresalía, seguía siendo su hija favorita. La niña normal. La que
reía, lloraba y bostezaba cuando los demás lo hacían.
La comprensión dolorosa de que estaba realmente solo en este
mundo se estrelló contra mí.
Mirando furiosamente a Gracelynn, con la mandíbula apretada y
los ojos muertos, me encogí de hombros.
—Seguro. La empujé. Lo único que lamento es que no pude
terminar el trabajo. Supongo que, mejor suerte la próxima vez.
Y entonces, Gracelynn lo asimiló. Que todo esto era real. No parte
de nuestros estúpidos juegos inventados. Pude verlo en sus ojos. El
destello de arrepentimiento, seguido por la adrenalina. El reconocimiento
de que lo que sea que estaba haciendo, estaba funcionando, al menos por
ahora. Que finalmente estaba ganando en algo contra mí.
Pero nunca la dejaría ganar. No si aún tenía aliento en mí.
38
Me di la vuelta y salí de la habitación del hospital, dejando atrás la
pobre imitación de lo que se suponía que era mi familia.

Más tarde esa noche, Miranda regresó del hospital sin Gracelynn.
Papá y yo esperábamos en el comedor, mirándonos las manos en silencio.
—Doug, una palabra —tajó Miranda, llamando a mi padre al piso
de arriba. Cerraron la puerta del dormitorio detrás de ellos. Presioné mi
oreja contra su puerta, mi boca seca.
—… demasiado, durante demasiado tiempo. Esto es negligencia
pura. En buena conciencia, no puedo permitir que mi hija se convierta
en presa en manos de tu hijo fuera de control. Doug, ya tuve suficiente.
Sabía lo que en realidad molestaba a Miranda de mí, y no tenía
nada que ver con Grace.
Me veía exactamente como mi madre, la difunta Patrice Chalamet.
Era un recordatorio constante de que ella había estado viva. Que
una vez, ella le había robado a Douglas Corbin. Que si no fuera por
Patrice, nunca hubiera nacido.
Gracelynn tampoco lo habría hecho.
Había una utopía alternativa para papá y Miranda. Una versión de
la realidad que casi habían logrado alcanzar. Y fue este servidor quien lo
cagó por todas partes.
Los sirvientes hablaban todo el tiempo de eso. Susurrando
mientras esponjaban las almohadas, nos preparaban comidas nutritivas,
nos llevaban a Gracelynn y a mí a nuestras prácticas de tenis y ballet.
Según cuenta la historia, Miranda y papá habían estado saliendo
de vez en cuando durante la universidad. Ella pasó por alto las
indiscreciones de Doug, sea lo que sea que signifique esa palabra, y no lo
perdería de vista. Cuando papá fue a la boda de un amigo en París hace
once años, Miranda había querido acompañarlo. Pero era un evento
privado, compuesto por cincuenta personas, sin invitaciones para
acompañantes.
Ahí es donde conoció a Patrice. Una glamurosa aspirante a actriz
de Rennes y dama de honor. Los dos tuvieron una aventura (nuevamente,
no tengo idea de lo que eso significaba), después de lo cual papá regresó 39
a Estados Unidos.
A Doug nunca se le ocurrió que Patrice llamaría a su puerta dos
meses después con una prueba de embarazo positiva, blanca como el
papel. La leyenda dice que vomitó sobre sus zapatos para probar su
punto antes de que él terminara de preguntarle qué estaba haciendo allí.
Y que Miranda estaba en su apartamento en ese momento, en condiciones
menos que decentes, había dicho un ama de llaves con sarcasmo.
Mi abuelo, el padre de papá, lo obligó a hacer lo correcto. Así que,
papá se casó con Patrice, una completa extraña.
Los sirvientes siempre decían que a mi abuelo nunca le gustó
Miranda.
Demasiado exigente. Demasiado escaladora social.
La respuesta de Miranda a la humillación pública había sido a
sangre fría. Quedó embarazada con la hija del mejor amigo de papá poco
después. Un hombre con el nombre de Leo Thayer. Un heredero
australiano de un imperio de exportación de carne. Su contratraición fue
tan perfecta que Gracelynn nació pareciéndose tanto a Leo que la prueba
de paternidad que Miranda le había enviado a papá para confirmar que
Gracelynn no era suya no había sido necesaria.
Las versiones variaron sobre lo que sucedió después. Escuché
algunas historias de algunos sirvientes. Pero la historia más popular era
la de cómo mi padre y Miranda habían reavivado su relación antes de que
Gracelynn y yo hubiéramos dejado la leche de nuestras nodrizas.
Solo que ahora Miranda no era la novia preciada, era la amante.
Hasta que murió Patrice, y la ascendieron a esposa.
Miranda, como su hija, no podía soportar perder ante nadie.
Especialmente un niño de diez.
—Hablaré con él —murmuró mi padre—. Le haré entender que lo
que hizo estuvo mal.
—Eso no es suficiente. ¿Crees que puedo dormir por la noche
sabiendo que tu hijo está al otro lado del pasillo de mi hija después de lo
que le hizo?
—Cariño, no sabemos qué pasó exactamente.
Me sorprendió que papá me defendiera, pero sabía que no se
mantendría firme por mucho tiempo. Ella lo desgastaría. Siempre lo
hacía. Y él, cegado por sus propios pecados, por su belleza, se sometería.
—Bueno, odio hacer esto, pero es él o nosotras. 40
—¿Y dónde debo ponerlo? —espetó papá con impaciencia—.
Miranda, es un niño. ¡No un maldito jarrón!
—Hay un internado no muy lejos de aquí. La academia Andrew
Dexter. El hijo de Elaine va allí. ¿El que estaba en ese programa de
superdotados? Tengo el folleto… —Escuché el crujido del papel.
Por supuesto que tenía el folleto a mano.
—¿Quieres que lo meta en una escuela privada al otro lado del
estado? —gruñó—. Jesús, Miranda, escúchate.
—Ah, vamos, Doug —dijo con dulzura—. Es un buen lugar. Ambos
sabemos que está estancado aquí académicamente. Le estarías haciendo
un favor. Podría estar desarrollando su potencial, en lugar de aburrirse
aquí y meterse en todo tipo de problemas. Nos encantaría tenerlo para
las fiestas y las vacaciones de verano. Sería mucho más manejable.
Y así me volví manejable.
Desterrado de mi propia casa por una mentira que mi hermanastra
había dicho para deshacerse de mí.
Por sus celos. Su codicia.
Gracelynn consiguió su tutú ruso. Lo pusieron detrás de un vidrio,
como la Cámara de la Armería en el Kremlin. Precioso e inalcanzable. Al
igual que sus aspiraciones de ballet.
También consiguió toda la atención de nuestros padres.
Aquí fue donde comenzó mi obsesión por Gracelynn Langston. El
hambre salvaje de conquistarla a toda costa.
El momento de la historia en que ganó lo único que importa: la
opinión pública.
Pero esto era un maratón, no una carrera corta.
Gracelynn estaba a punto de aprender la lección de la manera más
difícil.
Los Corbin siempre ganamos al final.
Incluso si eso significaba que tuviéramos que jugar sucio.

41
—Deténgase —instruye Grace después de que aterrizamos en
Newark horas más tarde.
El chófer enciende la luz intermitente, reduce la velocidad y detiene
el Cadillac hasta el arcén. Empuja la puerta para abrirla, sale
tambaleándose y vomita sobre los arbustos. 42
Ha estado llorando todo el vuelo hasta aquí, hablando con su
madre por teléfono. Grace no me preguntó ni una sola vez cómo me las
estaba arreglando. Tal vez asume, como su madre, que soy un sociópata,
incapaz de sentir.
O tal vez simplemente no le importa.
Lo peculiar es que ella no es del tipo emocional. Desmoronarse no
es su estilo.
Tambaleándose de vuelta en su asiento, se pone una mano sobre
la frente sudorosa.
—Arsène, duele tanto. No lo entenderías.
¿No lo haría?
Su egoísmo absoluto me quita el aliento. Los había tenido a ambos
al crecer. Miranda. Douglas. Nunca se disculpó por lo que me hizo.
Y es por eso que la quieres tanto. Porque es una obsesión. Una
fantasía inalcanzable. Una clase propia.
—También era mi padre —señalo rotundamente.
—Pero era más unido a mí —se queja infantilmente.
Volviendo mi mirada hacia la ventana, me muerdo la lengua hasta
que el sabor metálico de la sangre cubre mi boca.
—Mira, estoy exhausta. —Niega con la cabeza, más lágrimas
brotando de sus ojos. Creo que es la primera vez que la veo llorar. Incluso
cuando cayó del techo, fue dura al respecto—. Solo ya quiero llegar allí.
Chasqueo los dedos al conductor en respuesta.
—Acelera.

Diez días después, la mansión Corbin está repleta de gente. No de


la misma manera que había estado llena cuando mi padre organizaba
sus fiestas épicas al estilo Gran Gatsby cuando Grace y yo éramos niños.
El servicio conmemorativo ha sido planificado con elegancia y se
ejecutó a la perfección. Los proveedores de servicios de catering flotan
entre los invitados, llevando platos de comida para picar y alcohol. Un
43
pianista toma pedidos detrás de un piano de cola dorado. Viejos clásicos
que mi padre solía escuchar: «Bohemian Rhapsody», «Imagine», «Your
Song».
Estoy de pie en la esquina de la habitación con mis amigos desde
la adolescencia (de hecho, mis únicos amigos) Christian y Riggs.
Christian es un abogado que posee un bufete importante, mientras que
Riggs es un fotógrafo profesional y posiblemente el prolífico creador de
algunas ETS1 nuevas. Christian trajo consigo a su esposa, Arya.
—Lamentamos mucho tu pérdida. —Arya me envuelve en un
abrazo, negándose a soltarme. Es más de lo que Grace ha hecho en los
últimos diez días. Por otra parte, Arya es una humana real y plena capaz
de simpatía. Grace es una versión femenina de mí. Lo que hace que la
experiencia sea aún más peculiar, porque ha estado destrozada de la
nada por la muerte de Doug.
—Está bien. No éramos unidos. ¿Dónde está el bebé? —Me alejo de
ella, mirando alrededor. Arya dio a luz hace unos meses a una cosa
rosada y chillona que parece un contador calvo. En silencio, y solo para
mí, puedo admitir que quiero lo que Christian tiene con Arya, tal vez
porque sé que nunca podría suceder.
—El bebé tiene nombre. —Las cejas de Christian se fruncen—. Es
Louie. Y está en casa, con la niñera. ¿Pensaste que lo traeríamos a un
velorio?

1 ETS: siglas para enfermedades de transmisión sexual.


—No pensé en absoluto en él —admito con frialdad—. Solo buscaba
conversación.
Christian me mira con exasperación.
—Amigo, socializar no es tu fuerte. Cíñete a ganar dinero.
—¿Por qué no eran unidos? —Arya pone una mano alentadora en
mi brazo—. Tú y tu padre.
—Buena suerte consiguiendo una confesión de este tipo —resopla
Riggs, pasándose una mano por su cabello dorado en cámara lenta—. Ars
no es del tipo que habla de esas cosas. Voy a la barra. Amigo, no es que
no me interese tu historia triste, pero… ah, espera. Así es. No me interesa.
—Guiña un ojo y se pavonea hacia el otro lado de la habitación.
No me extrañaría que intentara ligar aquí. Riggs es desvergonzado
en su búsqueda de mujeres como si acabara de enterarse de su existencia
solo el mes pasado.
44
—Es un cliente. —Christian levanta su teléfono en el aire,
indicando una llamada entrante—. Y no uno feliz. Vuelvo enseguida.
—¿Y bien? —Arya sigue mirándome fijamente.
Levanto un hombro.
—Mi padre y yo nunca estuvimos de acuerdo.
—¿Desde cuándo? —Inclina la cabeza hacia un lado.
—Desde mi concepción. —Dejé escapar una risa irónica—. Se
aseguró de que recordara que solo se casó con mi madre porque estaba
embarazada de mí. Como si mi espermatozoide escapara de sus bolas en
la oscuridad de la noche y encontrara mi camino entre sus piernas. Sin
asumir ninguna responsabilidad personal. Cuando murió mi supuesta
madre, él se casó con su exnovia ni siquiera dos años después.
Supuestamente habían tenido una aventura durante su breve
matrimonio. Pero está bien, he oído que Patrice tampoco era nada del
otro mundo en el departamento de la paternidad.
Sueno tan amargo como una pinta de Guinness. La verdad es que
me importan una mierda mis padres ausentes. Solo quiero que Arya
cambie de tema y se ciña a temas seguros, como el clima.
Ella asiente.
—Suena como si fuera todo un personaje. Me identifico. Amar a
alguien que no merece nuestro amor es el castigo más grande que uno
puede soportar.
Una sonrisa sardónica toca mis labios.
—¿Recuérdame por qué amamos a las personas por lazos de sangre
y no por mérito?
Arya considera mi pregunta.
—Porque la humanidad no sobreviviría de otra manera. La gente
por lo general no es muy simpática —dice con naturalidad—. Mira, sé
que ahora no estás sintiendo el dolor. Las cosas están demasiado
recientes, demasiado calientes para procesarlas. Tal vez nunca lo hagas.
Y sé que, en su mayor parte somos extraños. Pero como alguien que ha
tenido una relación muy compleja con su padre, solo quiero que sepas,
si alguna vez necesitas hablar con alguien… —Pone una mano en mi
brazo—. Ese alguien podría ser yo. Lo entenderé y nunca juzgaré.
—Te lo agradezco. —Y lo hago. Me habría gustado enamorarme de
una mujer como Arya. Fuerte, inteligente y compasiva. Alguien que es la
jefa de una organización benéfica en su tiempo libre. Trágicamente, estoy 45
en el mercado solo por una ninfa egocéntrica.
—¿Cómo va el negocio de las relaciones públicas? —Cambio de
tema.
—Excelente. —Arya sonríe—. Nunca me quedo sin trabajo, porque
la gente nunca se queda sin problemas.
—¿Y la organización benéfica que diriges? —Olvidé de qué se
trataba. Algo con niños. Christian no suele pedir favores, lo que significa
que tendré que asistir a la estúpida gala benéfica que organiza todos los
años.
Arya abre la boca para responderme justo cuando Riggs regresa
pavoneándose con vino, nos entrega las copas a Arya y a mí, y toma un
sorbo de la suya.
—¿Se acabó la charla de chicas? ¿Ars está listo para comprar su
primer sujetador de entrenamiento?
Arya le da un empujón juguetón.
—Riggs, madura.
Hace una mueca, algo entre horrorizado y asqueado.
—Señora, ni de casualidad.
—¿Estamos apostando a que a Arsène le crecerá un corazón en su
pecho vacío? —Christian reaparece desde la terraza, deslizando su
teléfono de nuevo en su bolsillo.
—Cerca. —Riggs engulle su vino como si fuera Gatorade—. Tu
esposa me acaba de decir que madure.
Christian planta un beso en la frente de Arya.
—Antes aterrizaremos en el sol.
—Probablemente Riggs sería el primer idiota que aceptaría ir allí a
tomar fotografías —señalo. La risa suena en el aire.
Me alegro de que estén aquí. Mi principal grupo de apoyo. Las
personas en las que confío. Crecimos juntos. Luchamos contra las
probabilidades juntos. Y ganamos juntos.
Veo a Alice Gudinski por el rabillo del ojo, la madrina espiritual de
Christian, Riggs y yo.
—Vine todo el camino desde Florida lo más rápido que pude. —Se
acerca a nosotros y me besa en ambas mejillas. Lleva un vestido floreado
y colorido y parece un pájaro exótico, a diferencia de alguien que asiste a 46
un funeral. Me aprieta fuerte, susurrándome al oído—: Para decirte, ya
era hora. Ese viejo pedorro no te merecía como hijo. Espero que lo sepas.
—Me da unas palmaditas en la espalda en un gesto más maternal que el
que Miranda me ofreció jamás.
—Alice, también hola a ti. —Christian se ríe a su lado—. ¿Olvidaste
tus modales?
Ella se gira para también abrazarlo y besarlo.
—Los superé cuando enviudé. La vida es demasiado corta para ser
una dama de buen comportamiento.
Jodidos hombres.
El pianista comienza a tocar «Friends in Low Places». A mi pedido.
No solo es apropiado ahora que Douglas es comida para gusanos, sino
que también sé cuánto despreciaba mi padre la música country. Es mi
despedida irónica.
—Christian, Riggs, Alice, muy amables de su parte al mostrar sus
respetos. —Grace separa la multitud de personas, acercándose a
nosotros. Lleva un vestido negro con los hombros descubiertos y un
delineador dramático. Se ve impecable incluso de duelo.
En los diez días desde que falleció mi padre, Grace ha estado
actuando como un fantasma de sí misma. Se tomó días libres, lo cual
pensé que era físicamente incapaz de hacerlo. La mayoría de los días, no
se levantó de la cama antes del mediodía. Sé que hay más en su
comportamiento que Douglas, y la única razón por la que no estoy
presionándola para obtener información es porque estoy dejando que las
cosas se desarrollen orgánicamente para ver en qué estará pensando.
Grace se estira para estrechar las manos de mis dos amigos, luego
gira sobre sus tacones puntiagudos hacia Arya.
—Lo siento, no escuché tu nombre. Eres la nueva novia de
Christian, ¿verdad?
Arya sonríe, dejando que el insulto intencional le resbale.
—Puedes llamarme Arya. O la esposa de Christian. No soy exigente.
—Lo siento. —Grace deja escapar una risa gutural—. Aunque es
comprensible, estos días estoy un poco demasiado preocupada para
seguir el ritmo de tu pequeña pandilla.
Me recuerdo que esta mujer es perfecta para mí. Por múltiples
razones. Todas ellas prácticas y testarudas. Tenemos el mismo gusto, los
mismos valores, los mismos deseos. Christian tiene a Arya, y mira, son 47
felices. Supongo que, tan feliz como su miserable trasero puede serlo. Mi
hermanastra y yo también podemos tener eso. O al menos una versión
jodida de eso.
Sí, Grace puede ser desagradable, pero yo también. Conquistar el
corazón de Grace siempre ha sido mi objetivo final. Unos cuantos
comentarios vulgares a mis amigos no van a cambiar eso.
—Lamento tu pérdida —le dice Christian a Grace con una voz que
indica que no podría estar más feliz de que ella esté sufriendo. Mis tres
amigos saben lo que Grace me hizo cuando éramos niños. Ninguno de
ellos ha encontrado cualidades redimibles en su versión adulta actual.
—Gracias. Fue tan horrible para mí. —Grace aferra sus perlas.
—Apuesto que, también para Arsène —señala Arya.
—Por supuesto. —Grace lo descarta con frivolidad—. Es solo que…
bueno, Doug y yo éramos muy unidos. Teníamos algo especial, ¿sabes?
—Si tuviera un centavo por cada vez que una mujer de piernas
largas en esta sala dijera esas palabras… —Riggs se ríe detrás de su copa
de vino—. Ahora que lo pienso, incluyendo a tu madre.
Alice deja escapar una risa escandalosa. Arya se une a ella.
—Porque eso es justo lo que necesitas. —Arya inmoviliza a Riggs
con una mirada juguetona—. Una cuenta bancaria más gorda.
Riggs es un multimillonario que necesita más dinero como Grace
necesita más diamantes. La mejor parte es que, a pesar de su riqueza,
vive una vida terriblemente modesta. Su falta de necesidad de
impresionar lo lleva a decir cosas que nadie más en la sala pensaría en
pronunciar. Por eso acababa de darle una paliza verbal a mi novia.
—Riggs, qué vergüenza. No todo es una broma. —Grace se retira
dramáticamente.
—Dulzura, bájate del pedestal. —Riggs bebe su bebida—. Ambos
sabemos qué te atrajo de los Corbin, y no es su personalidad. Sin ofender,
Ars.
—No me ofendo, imbécil. —Levanto mi bebida hacia él.
—Toda esta conversación es inapropiada y de mal gusto. —Grace
mira fijamente a Riggs. Quiere una disculpa, pero eso nunca va a
suceder.
Riggs inclina la cabeza, fingiendo apenarse.
—Grace, mis disculpas. Por favor, cuéntame más de lo apropiado. 48
No hay nadie de quien desee que me sermoneen más que una mujer que
se folla a su hermanastro.
—Mmm. —Christian gira su bebida, mirándola—. Definitivamente
he estado en funerales más tradicionales en mi vida, pero prefiero este.
Está bastante emocionante.
El rostro de Grace enrojece. Se gira para mirarme, esperando que
intervenga.
—¿Vas a quedarte ahí y dejar que me hable así? —exige.
Aliso mi traje.
—Si prefieres puedo sentarme.
Arya deja escapar una risita ahogada, al igual que Alice.
—Bueno, gracias por venir. Se agradece. —Grace se da la vuelta,
echando humo, y luego vuelve con su madre y un grupo de sus amigos.
Christian me da un codazo, haciendo un gesto con su bebida hacia
ella.
—¿Recuérdame qué es lo que ves en ella?
—Belleza. Elegancia. Falta de sumisión.
—¿Sabes quién también encaja en esa descripción? —Alice
bosteza—. Un guepardo, y no compartiría la cama con uno.
—Es la tilde sobre la palabra antipática. —Riggs se pone poético,
tomando otra bebida de una bandeja cercana.
Observo las pantorrillas tonificadas de Grace a medida que se
pavonea.
—Amigo, eso es un extra. No una molestia.
—No puedo creer que esto venga de mí, pero te arrepentirás de
revisar el aceite de esa mujer. —Riggs silba bajo.
—No hay mejor antídoto que el propio veneno. —Chasqueo la
lengua.
—¿Puedo recordarte que intentó arruinarte? —Christian y sus
rasgos de Clark Kent listos para la cámara se oscurecen—. También casi
lo consiguió. Y aun así, estás obsesionado con ella.
—Y la obsesión… —Arya se hunde los dientes superiores en el labio
inferior—, es un veneno potente. Tiene un sabor muy dulce y puede 49
confundirse fácilmente con el amor.
Soy muy consciente de que lo que Grace y yo compartimos para la
mayoría de las personas no se clasifica como amor. Pero es grande,
desinhibido y eterno. Esto es lo que Christian y Riggs no entienden: Grace
y yo nunca tenemos que conformarnos con una amistad con sexo, el
estado predeterminado de toda pareja que ha estado junta más de dos o
tres años.
Nuestro sexo siempre es enojado, caliente y hostil. Nuestra
animosidad infinita.
Cambié la comodidad por la pasión. La seguridad por el deseo.
Gracelynn Langston es una acción arriesgada, pero siempre he jugado en
el lado peligroso.
—No estoy obsesionado con ella —digo, con una diversión
sarcástica en mi voz—. Estoy obsesionado con tenerla. Son las
circunstancias las que impulsan toda esta operación.
—Estás equivocado —insiste Arya—. Las circunstancias no
importan. Lo que importa es que terminarás estando con alguien que no
se preocupa por ti. Noticias de última hora, Ars: el mundo está lleno de
personas a las que no les importas. Así que, al elegir a tu pareja, en
realidad quieres asegurarte de encontrar a alguien que esté de tu lado.
Riggs se masajea la mandíbula.
—Lamento interrumpir su charla motivacional, pero su
desconsolada hermanastra afligida se ve muy feliz en este momento.
Siguiendo la mirada de Riggs, veo a Grace junto a Chip, Paul y
Pablo. Sus compañeros acudieron a mostrar sus condolencias. Grace se
ríe de algo que Chip dice, golpeando su pecho juguetonamente, sin
importarle nada.
Sin querer, ciertamente sin querer, me encuentro escaneando la
habitación en busca de Winnifred. Si Paul está aquí, tal vez trajo a su
esposa.
No es que esté interesado en ella. Quiero ver si ya está mostrando
un bulto. Si estaba en lo cierto. Quiero ver si sus ojos azules aún están
tristes y angustiados.
Da la casualidad de que no está aquí. Bien. Fantástico. Más alcohol
para mí.
—Bueno, esto es aburrido —se lamenta Riggs, tomando un
entremés de una bandeja pasando y arrojándolo a su boca—. Voy a
intentar superar la hora pico de regreso a la ciudad. 50
—¿Con qué auto? —pregunta Christian con un interés exagerado.
A pesar de toda su riqueza, Riggs no posee ningún artículo de valor. Ni
auto, ni apartamento, ni siquiera un jodido mueble básico de IKEA. Cada
vez que está en la ciudad, se queda en lo de Christian o en mi casa.
Riggs le lanza una mirada medio aturdida.
—Cierto. Vine contigo. Bueno, buscaré un Uber.
—No es necesario. Alquilé un auto. —Alice le da palmaditas en la
espalda—. Y de todos modos, vine aquí para mostrar mi respeto a Ars, no
a su padre. Lo cual ya hice. Te daré un aventón. Corbin, cariño, te veré
pronto.
—Nos vemos, y gracias por el sashimi. —Riggs se despide.
Salen de la habitación. Riggs se detiene para felicitar a algunas de
las amigas atractivas de Grace por sus atuendos como si estuviéramos
en un desfile de modas. Obtiene un número y muchas risitas
inapropiadas. El hombre es tan despreocupado como el envoltorio de un
condón en una fiesta de fraternidad. Aunque cronológicamente tiene
treinta y cuatro, basándome únicamente en su comportamiento, no le
daría más de diecisiete en un buen día. La mejor de las suertes para la
mujer que intente domar al hijo de puta.
—Tienes que encargarte de la situación con Grace. —Christian se
gira para mirarme tan pronto como Riggs y Alice se pierden de vista—.
Cuando la mierda explote, nadie te ayudará a ordenar.
—Tienes razón, es mi mierda. Así que, hazme un favor y mantente
al margen. —Le doy una palmada en la espalda, inclinándome ante su
esposa—. Arya, encantado de verte como siempre.

—¿No quería ser incinerado? —Grace se quita los aretes frente al


espejo de mi baño. Vivo en un rascacielos en Billionaires' Row2. Una torre
de 1400 pies con vistas a Central Park.
Me desabrocho los mocasines, descansando en el banco tapizado
al pie de mi cama.
—Así es.
—Entonces, ¿por qué decidiste enterrarlo? —Se materializa desde
el baño, estrujándose las manos con crema.
51
—Precisamente por eso.
Me acerco a mi vestidor para guardar mis zapatos. Grace cae en la
cama con un suspiro, mirando su teléfono con un puchero aburrido.
—Eres cruel.
—Y te encanta jodidamente —digo suavemente.
—¿Crees que él estaba al tanto de lo que le estaba pasando cuando
tuvo el derrame cerebral? —Suena pensativa.
Ojalá.
—No lo sé —digo en su lugar, dejándome caer al otro lado de la
cama. Empiezo a desabrocharme los botones de la camisa—. No me
importa.
—¿Crees que pensó en nosotros? ¿Los pocos segundos antes de
que muriera?
Aunque no estoy contento con la muerte de Douglas (nunca son
buenas noticias cuando alguien muere en tu vecindad), no entiendo por
qué Grace está intentando humanizar al hombre.
—Tal vez —respondo enfadado—. ¿Por qué importa?

2Billionaires' Row (literalmente, «avenida de los multimillonarios») nombre dado a un


conjunto de rascacielos residenciales de lujo, construidos o en proyecto, dispuestos
aproximadamente a lo largo del lado sur de Central Park en Manhattan, Nueva York.
—Ah, por ninguna razón. Es solo que, ya sabes… —Deja caer su
teléfono en el colchón, girando su cabeza hacia mí—. Mamá dijo que Doug
me dejó algo en su testamento.
Me quedo inmóvil, mis dedos deteniéndose alrededor de uno de los
botones. El aire entre nosotros crepita con competencia silenciosa;
considero mis próximas palabras, sabiendo que hemos comenzado un
nuevo juego de ajedrez mental.
—No me había dado cuenta de que Miranda y Douglas estuvieran
en contacto.
Se presiona contra mí. Sus manos se entrelazan sobre mi espalda,
amasándola en un masaje.
—Lo estaban. Estaban en conversaciones de reconciliación. Doug
le había estado indicando que estaba cansado de sus novias sin sentido,
y ya sabes cómo mamá rompió con Dane no hace mucho tiempo. —Me
observa atentamente en busca de una reacción. Nuestras espadas 52
imaginarias aún están guardadas, nuestros dedos ansiosos por
esgrimirlas—. Pero no estoy segura de qué tan serios fueron.
—Eso es muy conveniente. —Sonrío.
—¿Qué estás insinuando? —Frota mi espalda.
—Nada. —La empujo, dejo que mi camisa se deslice por mis
hombros, y la arrojo a los pies de la cama—. Ya veremos si hizo algunos
cambios de última hora en su testamento.
No me importa ni un ápice el dinero de Douglas. Tengo lo suficiente
por mi cuenta. Lo que sí me importa es que Miranda ponga sus garras en
algo que no se merece. También Grace. Habían estado holgazaneando a
su alrededor en busca de sobras durante décadas.
—Voy a tomar un trago. —Salgo del dormitorio y me dirijo a la sala
de estar. Me sirvo dos dedos de whisky. Lo sorbo, con un hombro apoyado
en la pared, mirando ceñudo la vista de Central Park.
Douglas jodiéndome con un testamento de última hora antes de
estirar la pata es una posibilidad válida. Le gustaba Grace mucho más.
Solo el infierno sabe lo que sentía por Miranda. Habían tenido sus
altibajos. ¿Pero yo? Siempre había sido un hueso en su garganta. Mi
indiferencia hacia él, hacia su riqueza, junto con mi independencia
financiera y mental siempre lo hicieron sentir castrado y sin importancia.
Por otra parte, soy su hijo biológico. Doug siempre se preocupó por
mantener la fortuna en la familia.
Las manos de Grace se arrastran sobre mi pecho desde atrás,
extendiéndose sobre el vello oscuro.
Su cuerpo desnudo se presiona contra mi cuerpo sin camisa.
Sus tetas están calientes, sus pezones erectos. Mordisquea un lado
de mi cuello, lamiendo y mordiendo suavemente. Sus pechos se sienten
pesados. ¿Finalmente ha ganado algo de peso?
—Ven a la cama, grandísimo gruñón —ronronea en mi oído,
mordisqueando la concha.
Miro el fondo de mi vaso de whisky.
—Provócame, hermanita.
Acuna mi entrepierna por detrás. Estoy duro. Ella arrastra su
mano más arriba, la empuja dentro de mis pantalones y cierra su puño
alrededor de mi eje.
—¿Te masturbo?
53
Dejo mi whisky en una mesa cercana, la agarro de la muñeca y tiro
de ella para que se pare frente a mí.
Le doy la vuelta como si fuera una muñeca de trapo, la inclino sobre
una mesa auxiliar, agarro una de sus caderas y uso mi mano libre y mis
dientes para rasgar el envoltorio de un condón. Siempre tengo
preservativos a mano en el bolsillo.
Estoy dentro de ella en segundos. Está empapada.
La monto por detrás, cerrando los ojos, recordando todos esos
tiempos.
Cuando me apuñaló por la espalda.
Cuando me lastimó.
Cuando tomó lo que era mío y se burló de mí con eso.
Demasiado para tener el dichoso jodido cuento de hadas que otros
tienen.
Grace termina primero. Siempre lo hace. Nada la excita más que
saber que el hombre que más detesta la está follando.
Me corro unos minutos después. Me quito el condón de un tirón en
mi camino al baño, paso por un espejo del piso al techo en el pasillo y me
detengo.
Soy extremadamente atlético. Juego al tenis seis veces a la semana.
Soy relativamente joven. Bastante atractivo, y más rico de lo que nadie
puede ser.
Puedo encontrar una mujer decente. Del tipo de Arya. Una
compañera compasiva, inteligente y atractiva cuyo deseo de toda la vida
no sea verme arder en el infierno. Y, sin embargo, Christian y Riggs tienen
razón. La única mujer para la que tengo ojos es mi venenosa hermanastra
voluble.
—Esto estuvo bueno, ¿no? —pregunta cuando salgo del baño.
Asiento.
—¿Quieres ver una película?
Necesito descomprimir después del velorio.
—En realidad, voy a trabajar un rato en el balcón. —Grace está
desconectando su computadora portátil de su cargador en mi 54
habitación—. Mientras el clima sigue siendo agradable y todo eso.
Nunca compartimos una cama para algo más que dormir y tener
sexo. Nunca vemos películas juntos. Vamos a museos, picnics,
vacaciones.
Nunca hacemos nada que sea remotamente parecido a una pareja.
—Está bien, tengo mis propios proyectos que atender. —Me dirijo
a mi oficina y cierro la puerta.
Es hora de llamar al abogado de los bienes de papá y ver qué
infierno me preparó antes de morir.
Mi taxi se detuvo frente a la mansión Corbin. Salté fuera, con una
bolsa de lona colgando de cada uno de mis hombros. Entrecerré los ojos 55
hacia los arcos de la mansión que solía llamar hogar. Ante la puerta
cerrada. La calzada vacía.
No sabía por qué esperaba que alguien me estuviera esperando
aquí. ¿No había aprendido nada en mis años en la academia Andrew
Dexter?
Las vacaciones de verano iban a ser largas, solitarias y llenas de
tensión. Debería haberme quedado atrás.
Arrastré mi trasero hasta la entrada y levanté mi puño para llamar
a la puerta antes de recordar: A la mierda, este lugar algún día será mío.
La empujé para abrirla por completo. Los sirvientes corrían de un
lado a otro. Ni rastro de papá, Miranda y Gracelynn.
—Arsène, bienvenido a casa. Tu padre me pidió que te dijera que
él, tu hermanastra y tu madrastra fueron al club de campo. Hay un
torneo de golf. —Bernard se detuvo frente a mí, con un archivo manila
bajo el brazo—. Deberían volver pronto. ¿Necesitas ayuda para
instalarte? ¿Tal vez, un refrigerio?
Negué con la cabeza.
Subí a mi habitación y arrojé las bolsas al suelo. Miré a mi
alrededor, y no hizo falta ser un genio para ver lo que había sucedido
aquí. Gracelynn se había apoderado de mi espacio. No era todo rosa ni
nada por el estilo, pero mi armario estaba abierto y lleno de zapatillas
brillantes. El escritorio estaba lleno de sus libros de texto, marcadores en
colores pasteles y notas adhesivas en forma de corazón. Había gomas
para el cabello en mi cama sin hacer.
¿Qué carajo? Este lugar tenía docenas de habitaciones. Podría
haber elegido cualquiera de ellas como su segunda habitación. Pero esto
no era casual. Estaba intentando enviar un mensaje: ya no era parte de
esta casa.
Me arrojé desafiante sobre la cama, y restregué mi cuerpo sin
duchar sobre la ropa de cama, solo para ser imbécil. Luego miré al techo.
La cama aún olía a Gracelynn. Su champú, su perfume francés y su
esmalte de uñas costoso. ¿ Por qué durmió aquí? Parecía algo tan extraño
de hacer.
La puerta de entrada en el piso de abajo se abrió y cerró. Risa llenó
el vestíbulo. Papá. Miranda. Gracelynn. Hablando animadamente. Mis
entrañas se retorcieron de ira.
Qué jodidamente encantador: lograron convertirse en una familia 56
feliz al momento en que me volví «manejable».
—Está aquí —escuché anunciar a una de las sirvientas, y supe que
estaba hablando de mí. Pero mientras esperaba (diez, quince, veinte
minutos) nadie de mi supuesta familia llamó a mi puerta.
Así permaneció durante las siguientes horas. Una batalla de
voluntades y ego. ¿Quién se acercaría primero a quién? Papá o yo. Solo
que era un maldito quinceañero y él era el hombre adulto que eligió a su
esposa sobre su hijo.
Saltarse la cena fue una obviedad. Mi estómago gruñó de hambre,
pero preferiría morir antes que perder este juego de ego con papá. Cuando
todos se fueron a la cama, bajé a la cocina de puntillas y me comí tres
platos de las sobras. Luego subí al techo a través de la ventana del cuarto
de lavado, y miré las estrellas.
Vi a Mercurio, Saturno, Venus, Marte y Júpiter. Si entrecerraba los
ojos con fuerza, incluso podía pretender ver los anillos de Saturno. Las
estrellas me calmaban. Su existencia. Saber que había universos por ahí
que eran mucho más grandes que mi existencia de mierda.
Proporciones. Sí, por eso me gustaba tanto la astronomía. Ponía
todo en proporción.
No me presenté al desayuno a la mañana siguiente. Una
conversación tensa llegó hasta mi habitación. Doug ya estaba
rompiéndose, sabiendo que su único heredero prefería beber su propia
orina que compartir una mesa de comedor con él.
Al mediodía, papá y Miranda enviaron a Gracelynn a llamar a mi
puerta.
—Adelante —dije, después de dejarla esperar fuera de mi
habitación durante nueve minutos enteros, e incluso grité con
frustración—: Vamos, sé que estás ahí.
Empujó la puerta para abrirla. Se había vuelto más alta. Tenía
granos en la barbilla, y tenía aparatos ortopédicos de colores. No se veía
bien, y eso me hizo feliz.
Había ganado músculos durante nuestro tiempo separados. Sabía
que me veía atractivo porque me coqueteaban todo el tiempo. Y sabía que
Gracelynn pensaba lo mismo, porque no podía dejar de mirarme.
Se mordió el interior de la mejilla, apretando el pomo de la puerta
con fuerza.
—Vamos al cine. Mamá y papá preguntaron si quieres
acompañarnos.
57
—Ella no es mi madre, y él no es tu padre —dije pragmáticamente,
haciendo rebotar una pelota de tenis en el techo y de vuelta a mí
repetidamente—. Y paso.
—Ni siquiera sabes lo que vamos a ver. —Sonó quejumbrosa y un
poco estresada. No quería decepcionar a Doug y Miranda. Después de
todo, ser la hija favorita era su trabajo de tiempo completo.
—A menos que sea un espectáculo en vivo de ti recibiendo calzón
chino por cada una de las personas con las que fuimos a la escuela, no
me interesa.
—Veo que no has cambiado en absoluto. —Su barbilla llena de
granos tembló.
—Por supuesto que lo hice. —Sonreí, mi mirada aún fija en la
pelota rebotando—. Ya no me importas. En lo más mínimo.
—¡Soy tu hermanastra!
—Eres una mentirosa.
Se dio la vuelta y cerró la puerta detrás de ella.
Los días pasaron lentamente, pero a medida que pasaron, la
determinación dentro de mí aumentó.
Doug se rompió primero. Llamó a mi puerta cinco días después de
nuestra guerra fría, invitándome a jugar golf con sus amigos. Negarme
no fue una dificultad: odiaba el golf y prácticamente lo despreciaba a él.
Las noches fueron mucho más agradables. Más silenciosas y
menos calurosas. Subí al techo con una linterna, un libro de astronomía
y un telescopio que había comprado después de trabajar en trabajos
ocasionales entre clases durante el año. Doug me había dado una tarjeta
de crédito para usar, pero nunca la toqué, por principios.
Leí sobre galaxias enanas, agujeros negros y bosones de Higgs.
Comí la comida de un día entero en el techo, sin molestarme en limpiar
las sobras, sabiendo que atraería todo tipo de animales. Me acosté boca
arriba, con las manos metidas debajo de la cabeza, y me pregunté. Me
pregunté cómo sería la chica con la que terminaría casándome. Me
gustaban las mujeres de cabello oscuro, así que supuse que sería 58
morena. Pensé que sería seria e inteligente. Tal vez, una científica. Y
tendría grandes tetas. Y me dejaría tocarlas todo el tiempo.
No sería como Miranda, como Gracelynn, o incluso como Patrice.
Nos casaríamos, esta chica hipotética y yo. Y mi «familia» asistiría
a la ceremonia; sería frío y distante con ellos. Y sabrían que ya no los
necesitaba. Que ahora tenía mi propia familia.
Esta chica, la chica de mis sueños, iba a venir de una familia
numerosa y feliz. Pasaríamos todas nuestras festividades con ellos.
Tendríamos tradiciones, suéteres navideños feos a juego y fiestas.
Fueron los sueños los que me mantuvieron en marcha. Porque
donde había sueños, había esperanza.
Después de tres semanas de soledad, Doug logró arrastrarme a la
cancha de tenis. Sabía que me gustaba jugar y me sobornó con la
promesa de una barbacoa coreana y cerveza después.
Papá lo intentó a su manera retrógrada. En los días siguientes, me
dejó beber cerveza con sus amigos estelares en el club de campo después
de mis partidos de tenis (los gané todos). Y no me obligó a pasar tiempo
con Miranda y Gracelynn.
De hecho, logré evitar al dúo durante seis semanas enteras. Casi
toda la duración de mis vacaciones de verano. Hasta que una noche,
cuando estaba en el techo, leyendo sobre mecánica cuántica, escuché un
ruido proveniente del lado opuesto de la chimenea. Me senté, mirando
detrás de mi hombro. Encontré a Gracelynn de pie en la cresta con su
pijama amarillo pálido, los puños en las caderas.
Estaba a solo unos treinta centímetros de mí, mirándome desde
arriba.
—En caso de que te lo estés preguntando, las cosas son perfectas
sin ti. —Intentó forzar una sonrisa de suficiencia, pero me di cuenta de
que estaba nerviosa. Sus ojos estaban muy abiertos y desesperados.
—No lo hacía, pero gracias por la actualización —dije con
indiferencia—. Puedes quedarte con los dos y con esta mansión horrible.
La vida aquí es aburrida. Me estoy divirtiendo en la escuela.
Mentiras, mentiras y más mentiras. La academia Andrew Dexter
era estricta y estaba llena de matones y personal abusivo, pero no iba a
darle el placer de decirle eso.
—Sabes. —Se tocó la barbilla pensativamente—. Pienso en esa
noche todos los días. ¿Cómo es que no intentaste decirle la verdad a tu
59
padre? Solo… lo dejaste pasar.
Lo intenté. Él no escuchó.
Doblé una página de mi libro y lo dejé a un lado.
—¿Para qué? Conseguí lo que quería. No ver tu fea cara todos los
días.
—¿De verdad quisiste decir lo que dijiste? ¿Que ya no te importo?
—Su fachada cayó, y con ella, su sonrisa burlona.
—Con cada fibra de mi cuerpo.
—Bueno, para tu información, ¡también te odio!
—¿Estamos en los Premios de Hechos Inútiles y Divertidos? —Miré
a nuestro alrededor con asombro antes de alcanzar mi libro con un
bostezo—. ¿Por qué mierda crees que me importa?
La siguiente parte sucedió muy rápido. Gracelynn dejó escapar un
gruñido y se agachó, intentando empujarme por las tejas. Tropecé, aún
a unos pasos de distancia, antes de lograr agarrar el tubo de ventilación.
Aún estaba a unos metros del borde. Gracelynn gimió de frustración,
usando sus piernas para patearme. Quería matarme. Romperme el cuello
directamente. La chica era una psicópata.
—¡Cae! ¡Ah, ya muere! —Pateó sus piernas desesperadamente,
intentando alcanzar mi cuerpo. Enrosqué una mano alrededor del tubo
de ventilación y agarré uno de sus pies con la otra, luego tiré de ella hacia
mí. Ella jadeó, girándose sobre su estómago, intentando abrirse camino
hacia arriba como un gato mojado en una bañera.
No solté su tobillo, pero trepé por la cornisa con ella. Cuando
llegamos a la cresta, la volteé boca arriba y me senté a horcajadas sobre
su cintura. No podía arriesgarme a que volviera a intentar matarme.
Levantó los puños en el aire, intentando atrapar mi nariz, mi
mejilla, mi cuello. Agarré sus dos muñecas y las estrellé a cada lado de
su cabeza. Gimió de dolor. Necesité todo de mí para no golpearla.
—¿Cuál es tu problema? ¿Eh? —grité.
Jadeaba debajo de mí. Su pecho subiendo y bajando. No llevaba
sujetador. Tragué pesado, sintiéndome raro y hormigueante, y ni la mitad
de furioso de lo que debería estar. Y apestaba, porque aunque la odiaba,
no odiaba su cuerpo.
—Bésame. —Se lamió los labios, su mirada oscura posándose en
mi boca.
60
—¿Qué? —pregunté, confundido.
Intentó liberarse, riendo.
—Bésame, idiota. Quiero que seas el primero.
¿No la habían besado antes? Tenía casi mi edad. Aún era virgen,
pero había besado a muchas, besado e incluso follado con los dedos a
dos chicas en un torneo de esquí el invierno pasado.
Además, y más importante, ¿por qué yo?
—Me odias —espeto.
—«El odio y el amor son los mismos amantes bajo una máscara
diferente». Una vez escuché esta frase en alguna parte, y me hizo pensar
en ti. —Me sonrió, batiendo sus pestañas. Y ahí fue cuando comprendí lo
que estaba pasando. Le gustaba la lucha. La pelea. Los juegos. Veía la
relación de Doug y Miranda, y quería recrearla. Lo que yo veía como
abuso, ella lo veía como pasión.
Mi mano se deslizó desde su muñeca hasta su cuello. Le puse un
poco de presión. No tanto como para lastimarla, pero lo suficiente para
decirle que no estaba bromeando. Bajé mi rostro hacia el de ella. Sus
párpados revolotearon; se le cortó la respiración. Su estúpido cuerpo se
derrumbó, sus músculos se aflojaron, mientras se preparaba para un
beso. Me incliné hacia adelante. Mis labios estaban a un suspiro de los
de ella cuando dejé de moverme, dejando que esos últimos centímetros
entre nosotros se sintiera como un kilómetro entero.
—Eres una niña tonta, muy tonta. Si alguna vez intentas volver a
matarme… —Mi agarre en su cuello se tornó más fuerte—. Voy a
romperte tu bonito cuello, incluso si me encierran por ello. La próxima
vez, no estarás gritando que viene el lobo, serás devorada por él. Con
huesos y todo.
Antes de que pudiera enderezar mi columna y largarme de una
jodida vez de allí, saltó hacia adelante y sus labios tocaron los míos. Me
robó un beso. Fue descuidado y lleno de lengua y metal. Me supo a
veneno. Como un enjuague bucal alcohólico y una chica que no tenía por
qué querer, pero de todos modos quería.
—Sabes a veneno —susurré en su boca.
Ella sonrió, mordiendo mi labio inferior muy fuerte, hasta que el
sabor metálico de la sangre explotó en nuestras bocas.
—Tal vez así es cómo terminaré matándote. —Lamió la sangre de
mi boca—. Con amabilidad. 61
—Esto podría no significar ni mierda. —Christian avanza unos
centímetros frente a la mesa de billar, sosteniendo su taco como un rifle.
Dispara un cañón perfecto—. Estás leyendo demasiado en esto.
Estoy sentado en el sillón reclinable detrás de él en el New
Amsterdam. Un club de caballeros privado en la esquina de la calle 62
Sexagésima Novena. Es el club más exclusivo de Nueva York y, por lo
tanto, relativamente vacío.
Christian, Riggs y yo hemos estado visitando el lugar desde que
Riggs nos informó que ya no podíamos ir a Brewtherhood, nuestro pub
favorito, porque se había follado a la mayoría de las clientes, asistentes
al pub y algunos de los proveedores de suministros.
—Lo dudo. —Paso una página en el libro de astronomía que estoy
leyendo, con una pipa metida a un lado de mi boca—. Hoy fui a ver a su
abogado patrimonial. No pudo darme detalles, pero dijo que Grace heredó
algo de valor.
—Eso podría significar cualquier cosa. Podría significar la maldita
porcelana china. ¿Cuándo puedes ver el testamento? —Christian deja su
taco a un lado para levantar su cerveza y tomar un trago.
—Deberían enviarme una copia física en cualquier momento.
—Pero, ¿por qué tu papá le dejaría algo a Grace? —Riggs frunce el
ceño, moviéndose alrededor de la mesa de billar para examinar dónde
quiere hacer su mejor tiro—. ¿No era el remanente de semen de su ex
mejor amigo?
Dejo la pipa.
—Ser todo un personaje bipolar corre en la familia Corbin. Darle
algo que pensó que yo querría sería el mejor «vete a la mierda» que podría
darme. Creo que nunca me perdonó.
—¿Por qué? —Christian frunce el ceño.
—Por nacer. —Sonrío.
—Disculpa mi francés, no fuiste quien empujó su polla en tu
madre. —Riggs toma un trago de su bebida.
—Los rencores, como la ropa interior sin entrepierna, tienen muy
poco sentido. —Christian me da una palmada en el hombro—. ¿Qué crees
que dejó para ella?
¿El hotel de la Quinta Avenida? ¿El yate? ¿El jet privado de
multipropiedad? Las opciones son ilimitadas. Los Corbin vienen de
dinero antiguo. Tan antiguo que se puede remontar a la Francia del siglo
XVIII. Mis antepasados comieron pastel con María Antonieta.
—Es difícil saberlo. —Arrojo mi libro sobre una mesa—. Douglas
tenía muchos activos y cero escrúpulos. Lo único que sé con certeza es
que no podría haberle dado demasiado. No somos conocidos por nuestra
generosidad.
—Aunque, hay un lado positivo en todo esto. —Riggs se apoya en
63
su taco como si fuera un bastón, con los tobillos cruzados y una sonrisa
ganadora de presentador de concursos en su rostro.
Arqueo una ceja de forma cuestionadora.
—Ilumíname.
—Ahora está muerto, y tienes la oportunidad del último
movimiento. Para aprovechar a tu favor lo que sea que esté en el
testamento.
—¿A qué te refieres?
—Puedes tentarla con cualquier cosa que ella no obtenga. —Riggs
usa su taco para rascarse la espalda, con las cejas arqueadas—. Querías
conquistarla, ¿no? Así es cómo das el golpe final. Cómo ganas.
Estrecho los ojos.
—No te tenía por el tipo astuto.
—Ah, puedo ser jodidamente despiadado. —Riggs me desestima
con una risita—. Simplemente nunca me importa lo suficiente como para
mostrar ese lado de mí.
Eh.
Voy a aprovechar la situación al máximo.
Aunque signifique poner en llamas el legado de Douglas Corbin.
Llega tres días después. Un sobre manila con firma requerida.
Alfred de recepción me llama para decirme que está aquí. Salgo de mi
apartamento descalzo.
—¿Quién lo entregó? ¿UPS? —Arranco la carpeta de los dedos del
anciano.
Él niega con la cabeza.
—Entregado personalmente por un tipo con traje de aspecto
importante. Hijo, espero que te vaya bien.
En el ascensor, reúno cada gramo de mi autocontrol para no
romper el sobre marrón en pedazos. Eso sería exactamente lo que mi
padre habría querido. No puedo arriesgarme a la posibilidad infinitesimal
de que exista una vida después de la muerte, y su espíritu me esté
64
observando desde arriba.
Alzo el dedo medio, luego lo apunto abajo, hacia el suelo.
—Sospecho que terminaste en el infierno, pero también hay
suficientes posibilidades de que sobornaras a un ángel por un lugar en
el cielo.
Cuando regreso a mi apartamento, arrojo el sobre como un disco
volador sobre el escritorio de mi oficina, voy a la cocina, me preparo una
taza de café y luego regreso. Abro el sobre con mi abrecartas, luego saco
cuidadosamente la pila de papeles, recordándome internamente por
millonésima vez que no me importa de ninguna manera.
Pero lo hago. Me importa, y maldita sea, me está matando.
Sé que mi brillo se atenuaría ante los ojos de Grace si Doug la
hiciera tan rica como yo. Uso mi pedigrí, mi prestigio, los miles de
millones de mi familia para retenerla. Si eso desaparece, podría irse para
siempre.
Y si se va para siempre, pierdo. Pierdo verdadera y finalmente
nuestra guerra de tres décadas.
Aquí vamos.
Paso por alto las partes aburridas y me sumerjo directamente en lo
importante. Comienzo a leer los artículos.
La mayoría de las propiedades, salvo el edificio de oficinas en
Scarsdale que pasó al socio comercial de papá, ahora me pertenece a mí.
El dinero líquido, los bonos y las cuentas bancarias van a mí, en
su totalidad. Ahora su cartera de inversiones es mía. También su avión
privado de multipropiedad. Incluso recibo los autos, los muebles antiguos
y las feas reliquias familiares.
Obtengo todo lo que ha poseído.
Miranda Langston no recibe nada. Ni siquiera las conservas de la
despensa. Ni siquiera sus mejores putos deseos. Grace tampoco parece
estar consiguiendo nada. ¿De qué diablos estaba hablando el abogado
patrimonial cuando dijo que le dejó algo de valor?
Miro el archivo confundido. ¿Qué me estoy perdiendo?
Y entonces lo veo. Al final del testamento. Gracelynn Langston ha
recibido Calypso Hall. El pequeño teatro a poca distancia de Times
Square, está descuidado y necesita una renovación desesperadamente.
65
Si funciona en absoluto, debe ser una ruina. Sospecho que la única razón
por la que no ha cerrado hasta ahora es porque demasiados turistas no
pueden conseguir boletos de Broadway a tiempo y terminan asistiendo a
un espectáculo allí.
El lugar no vale el inmueble que ocupa. Y la mejor parte es que es
un edificio histórico, así que quienquiera que lo compre tendrá que
conservarlo como un teatro. Por lo tanto, es invendible. Al menos, no por
un buen precio.
Grace no es ni un centavo más rica de lo que era antes de este
testamento.
Grandes noticias para mí.
Un bombazo para ella.
Me reclino, reflexionando en esto: ¿cuál fue el ángulo de Douglas?
¿Qué estaba planeando lograr privándome de este agujero de mierda
glorificado?
Entonces, me golpea.
Calypso Hall se compró originalmente cuando mi madre se mudó
en un principio a los EE.UU. Escuché a los sirvientes decir que ella estuvo
sola y aburrida durante su embarazo conmigo. Para tranquilizarla, mi
padre decidió regalarle algo para mantenerla ocupada y fuera de su
camino. Dado que Patrice era una aspirante a actriz, le compró este teatro
fallido. La nombró directora general y, al más puro estilo Corbin, le dijo
que no escatimara ni un centavo para que fuera un éxito.
Había pasado días y noches allí, mimando cada detalle, cada
utilería del escenario, cada espectáculo. Algunos decían que en realidad
le dio la vuelta y lo hizo rentable durante unos meses. Mi padre no me
habló mucho de ella, pero sí dijo que nada más nacer, me arrojó en brazos
de una niñera y siguió trabajando en el teatro, olvidándose por completo
de mi existencia.
Ars, era el único que te quería. Somos tú y yo, muchacho. Para
siempre.
Una de las únicas gracias salvadoras de Douglas fue el hecho de
que me acogió cuando mi madre se mudó a Manhattan y vivió una vida
sin mí.
No estoy seguro de por qué papá pensó que me molestaría darle a
Grace algo que mi difunta madre disfuncional una vez amó, pero no dio
en el blanco por mil metros o más.
En todo caso, darle a Grace algo sentimental y sin valor fiscal solo 66
demuestra lo poco que conocía a su hijastra.
Sonriendo, giro la silla de mi oficina para mirar hacia la ventana
del piso al techo. Si tengo una copia, eso significa que Grace también
tiene una.
Está a punto de descubrir que acabo de convertirme en uno de los
hombres más ricos del país. Acuñada más allá de sus sueños más
salvajes. La va a matar, pero también la atraerá.
Y así comienza otro juego entre nosotros. Un juego de cobardía.
¿Quién cederá primero, levantará el teléfono y llamará? ¿Admitir la
derrota? ¿Aceptar su destino y finalmente inclinarse ante este sórdido
arreglo y todo lo que conlleva?
Es un buen momento para recordarle a Grace algo que podría
haber olvidado.
Siempre gano.
—Gracias por dejarme quedarme contigo. —Riggs sale
tambaleándose del taxi detrás de mí, jodidamente borracho. 67
Miro mi reloj.
—Dejar es una gran palabra. Imbécil, me seguiste a casa. Tuve muy
pocas opciones en el asunto.
—Ars, vamos. Todo el mundo quiere un acosador. Significa que lo
lograste en la vida. —Me da una palmada en la espalda con buen humor,
sus rizos dorados cayendo por su frente amplia a medida que niega con
la cabeza.
—Eres una criatura tan extraña —me quejo.
—Dijo la sartén al cazo.
Bajamos por la calle hasta mi apartamento. Le pedí al taxista que
nos dejara antes de que llegáramos a nuestro destino, preocupado de que
mi amigo de la infancia vomitara sobre sus asientos de cuero.
Riggs se mete los puños en los bolsillos delanteros, y silba
desafinadamente.
—¿Cuál es tu próximo destino? —pregunto, intentando calmar mi
mente. Grace no me ha contactado estas últimas dos semanas. Sé que
aún está digiriendo la pérdida de su ventaja sobre mí. Tanto ella como yo
sabemos que a través de este testamento, me volví demasiado importante
para que ella siguiera jugando.
Sabe que pediré concesiones, concesiones importantes. Y está
esperando su momento.
—Al norte de Yakarta —responde Riggs.
Murmuro impasible.
—Eso es en Indonesia, cerdo inculto. —Se ríe.
—¿Cuándo te vas?
—La próxima semana. —Patea una lata de refresco vacía en la
acera directamente a un bote de basura, en un tiro libre con efecto que
avergonzaría a Beckham—. Por tres semanas. En cierto modo, es un
privilegio, ya que el año pasado gané la Foto del Año.
La foto era de un rayo tocando el ala de una grulla canadiense.
Captó a toda la bandada despegando al mismo tiempo, volando en la
misma dirección. El fondo era todo morado y azul.
No tengo ninguna duda de que Riggs está lleno de toda la materia
oscura con la que nacen los artistas. Pero sea cual sea la oscuridad que
reside en él, se asegura de que nadie la vea. El atractivo hombre 68
despreocupado persiguiendo faldas y aventuras es la versión que todos
tienen, incluidos sus mejores amigos. En cierto modo, sospecho que está
más jodido que Christian y yo juntos.
Empujo la puerta de cristal de mi edificio con el hombro. Nos
dirigimos al ascensor.
—Alfred, buen hombre. —Riggs choca los puños con mi portero de
setenta años mientras lo arrastro adentro—. ¿Cómo está Suzanne? ¿La
cirugía de cadera salió bien?
—Mejor que bien, señor Riggs. Gracias por enviar flores, fue muy
amable de su parte. Ya está en pie. Me alegro de que haya vuelto. Señor
Corbin, yo…
—Alfred, ahora no —gruño, avanzando hacia el ascensor. Riggs
puede ser un tipo bueno con los proveedores de servicios, pero también
tiene unos ochenta kilos de músculos que tengo que cargar en este
momento, y está jodidamente ebrio.
—Pero señor…
—Dije que estoy ocupado.
Riggs sabe el nombre de la esposa de Alfred. Increíble. Será mejor
que ese pendejo alquile un apartamento en la ciudad el próximo año. Mi
lugar no es un albergue, y está empezando a sentirse demasiado cómodo
aquí.
Subimos en el ascensor. Riggs me mira de reojo.
—Cretino, ¿dónde están tus modales? Alfred es un caballero mayor.
—No me importa si es el mismo Papa. —Empujo la puerta de mi
apartamento para abrirla—. Ahora haz algo útil y pídenos comida. Tú
invitas. —Llego a la mitad de la sala de estar antes de darme cuenta de
que Riggs se ha congelado. Está de pie frente a mi sofá, con la boca
abierta y los ojos muy abiertos.
Me detengo.
Mira mi sofá.
Grace está tumbada sobre él, completamente desnuda, excepto por
un par de tacones altos con suela roja. Está profundamente dormida. Sus
pezones rosados están erectos, y tiene piel de gallina por todo el cuerpo.
¿Qué. Puta. Mier…?
—Santos ravioles. —Riggs silba—. Estoy empezando a entender
toda esta mierda perversa de follarte a tu hermana. Aún no es lo mío, 69
pero estoy ampliando mis horizontes.
—Te abriré otro agujero si no te vas de aquí ahora mismo. —Me
vuelvo hacia él, temblando de ira y euforia.
Finalmente. Maldita sea, finalmente. ¿Qué le tomó tanto tiempo?
—Pero necesito un lugar donde quedarme. —Sonríe
provocativamente, disfrutando de verme retorcerme.
—Nueva York es el hogar de seiscientos setenta hoteles. Ve a
quedarte en uno de ellos.
—Hermanos antes que putas. —Riggs finge levantar su bolso del
suelo y colgárselo al hombro. Chasquea los dedos y baja la cabeza—. Ah,
es cierto. Es tu hermana. —Sale por la puerta y la cierra de un portazo,
pero no antes de saludarme—. ¡Diviértete!
Me apoyo en el borde de la mesita de café y miro a Grace durante
unos segundos. Su expresión es pacífica. Así es cómo sé que todo es un
acto. Grace suele tener el ceño fruncido cuando está dormida. Como si
usara ese tiempo de inactividad para contemplar la dominación mundial.
—Sé que estás despierta —digo.
Imagino que se dio cuenta de que no estaba solo cuando entramos
y no estaba de humor para explicar su estado de desnudez.
Su rostro no se inmuta.
Suspiro.
—Riggs se ha ido, tenemos atrasada una conversación importante,
y puede que mañana por la mañana no esté de humor para la caridad,
una vez que el efecto del alcohol desaparezca.
Sus ojos se abren lentamente. Se sienta erguida, haciendo
pucheros como la princesa mimada que es.
—Uf, odio a la mayoría de tus amigos, pero ese se lleva la palma.
Actúa como un chico de fraternidad.
No digo nada. Han pasado dos semanas. Debería estar de rodillas
sirviéndome ahora mismo.
—Te preparé puré de papas con mantequilla extra y trocitos de
cebolla, justo como a ti te gusta. —Se estira como un gato perezoso,
lanzándome una sonrisa—. Y hay un bistec sazonado esperando ser
echado en la sartén.
Me examina, esperando mis palabras.
70
Inclino la cabeza en dirección a la cocina.
—¿Y bien? El bistec no se va a hacer solo.
Se levanta. Azoto su trasero suavemente en su camino a mi cocina,
admirando sus piernas largas en esos tacones. Gira los hombros
mientras saca el bistec crudo de la nevera, probablemente para aliviar la
tensión acumulándose en su cuerpo.
—Grace. —Mi voz es fría como una cuchilla afilada, viajando por
su cuello.
—¿Mmm?
—Ven aquí cuando hayas terminado.
A medida que espero a que se fría mi bistec, disfruto de una copa
de Moet & Chandon y una buena mamada. Está de rodillas, bombeando
la cabeza con entusiasmo de un lado a otro, asimilando más de mí de lo
que normalmente hace. Estoy de pie casualmente junto a la ventana,
observando la oscuridad envolviendo el parque lleno de árboles mientras
Grace empuña mi polla, chupando mis bolas en su boca, masajeándolas
con la lengua.
Gané. Lo sé. Ella lo sabe. Aun así, la satisfacción de tenerla en la
palma de mi mano no es tan tangible, tan gloriosa como imaginé que
sería. La parte divertida de Grace era siempre, siempre, la persecución.
La cena es agradable. Me sonríe con frecuencia, acariciando mi
mano y preguntando si todo está a mi gusto. Lo está.
—Por cierto, felicitaciones por el testamento. —Finalmente llega al
punto cuarenta y cinco minutos después de que la desperté.
—Extraña elección de palabras, pero gracias. Felicidades por el
teatro. —Corto un trozo jugoso de bistec y lo meto en mi boca—. ¿Qué
vas a hacer con él?
—Ah, no sé. —Hace girar su copa de champán por el tallo, perdida
en sus pensamientos—. Tengo una llamada con mi asesor financiero la
próxima semana. Entonces sabré más. No crees que haya una manera
de convertir esto en una empresa rentable, ¿verdad, Ars?
Creo que es una ruina sin fin diseñado para apaciguar a las mujeres
de las que los hombres Corbin están enamorados y es un desperdicio de
ladrillos y cemento.
—No.
—Entonces, tal vez lo venda.
71
—No esperes un ingreso sustancial. Hará falta mucho dinero y
algunos milagros para renovar ese lugar y hacerlo atractivo.
—Eres tan inteligente. —Grace suspira, sonriéndome—.
Volveremos a este tema después de que le eche un buen vistazo. Estoy
segura de que puedes ayudarme con ese gran cerebro tuyo.
Dejo el tenedor, harto de esta farsa tediosa.
—¿Qué te tomó tanto tiempo?
Cruza sus brazos a la defensiva.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a venir aquí. No te hagas la tonta.
—Nada. No… no sé. —Lanza sus manos al aire—. ¿Puedes
culparme? Supongo que es difícil, aceptar el hecho de que estoy
enamorada de mi hermanastro. Un hermanastro con el que no siempre
he sido amable. Ha sido un mes bastante difícil.
—¿Enamorada de mí? —balbuceo.
El momento, la conveniencia de ello, lo hace todo tan transparente.
No está enamorada de mí. Tal vez, de mi dinero. Y por mucho que quiera
casarme con ella, sus mentiras son transparentes en el mejor de los casos
y ofensivas en el peor.
—Arsène, por supuesto estoy enamorada de ti. ¿Por qué si no
estaría contigo durante tantos años?
Porque eres una Erinia3 buscando llamar la atención, y simplemente
no puedes dejar que se desperdicie una buena perspectiva de matrimonio.
Grace tiene treinta y tres. Aún joven, pero no tanto como para no
pensar en con quién querría procrear algún día. Es una criatura
calculadora, siempre cinco pasos por delante en el juego. Cuando se trata
de empresas rentables, yo soy una.
—¿Me amas? —pregunto de nuevo, sentándome.
—Sí. —Entrecierra los ojos, moviéndose incómodamente en su
asiento—. ¿Por qué es tan extraño para ti? ¿No me amas?
—No estoy seguro.
Pero lo estoy. Estoy seguro y más. Estoy seguro y jodido como una
prostituta diurna, porque amarla no me trae alegría. Ni complacencia. He
llegado a pensar en el amor como un guardia de prisión. Algo que te
molesta, no aprecias.
72
—Tu declaración repentina es terriblemente conveniente. Voy a
tener que pedir algunos comprobantes por este supuesto amor —prosigo
arrastrando las palabras.
—Tuviste tu polla literalmente en mi boca no hace ni veinte
minutos. ¡Mientras estabas enviando mensajes en tu teléfono! —
retumba, sus mejillas calientes con furia.
Le ofrezco una sonrisa fría.
—Te gusta sentirte un poco mancillada. Te ayuda a relajarte
después de ser una tocapelotas todo el día en el trabajo.
Pone los ojos en blanco.
—Quieres pruebas, está bien. ¿Qué tienes en mente?
Estamos teniendo esta conversación como si estuviéramos
haciendo negocios. Me gusta. Cuán afines somos.
—Quiero que te mudes conmigo —digo secamente.
Ella asiente.
—Está bien. Puedo hacer eso. ¿Qué otra cosa?
—También te casarás conmigo —continúo de manera casual—.
Aunque entiendo que esta puede ser una noticia delicada, considerando

3En la mitología griega, las Erinias son personificaciones femeninas de la venganza que
perseguían a los culpables de ciertos crímenes.
el momento y las circunstancias. Te daré unos meses para suavizar las
asperezas. Preparar el terreno, por así decirlo.
—¿Casarnos? —Sus cejas se elevan, sus ojos se abren del todo con
placer abierto y descarado. Mantiene su emoción al margen, sin querer
reconocer su propia desventaja en nuestras negociaciones—. No pensé
que fueras de los que se casan.
—El matrimonio es un esfuerzo perfectamente pragmático. —Tomo
mi tenedor y le doy un mordisco al bistec poco hecho, su jugo
ensangrentado corriendo por mi lengua—. Soy un fanático de las
instituciones. Resisten la prueba del tiempo porque son funcionales. El
matrimonio es una buena inversión de bajo riesgo. Necesito herederos,
estabilidad y una casa fuera de esta maldita ciudad. Tampoco se me
escapa la desgravación fiscal.
Si bien este pequeño discurso no va a ganar ningún premio al
romance, da en el blanco. Ahora que Grace sabe que Douglas no la
convirtió en multimillonaria, tengo mi pie en su garganta. 73
—¿Esto es una propuesta de matrimonio? —Sus ojos oscuros casi
se salen de sus órbitas.
—Es una declaración de intenciones.
—Muy bien. —Le da una palmadita a su cabello radiante—.
Siempre que tenga un anillo lo suficientemente grande para ser visto
desde Marte. Quiero algo asqueroso y desagradable. Algo que hará que
todas las mujeres que conozco me desprecien.
No tengo el corazón para decirle que la mayoría de las mujeres que
conoce ya la odian.
O Grace es una mierda en las negociaciones y le di demasiado
crédito, o está desesperada por este trato. En cualquier caso, ha
renunciado a la lucha de buena gana, y me pregunto por qué. Ha pasado
la última década dejándome cada pocos meses y arrastrándome a través
de todo su drama… ¿solo para aceptar una propuesta? ¿Cuál es su
ángulo?
—Firmarás un acuerdo prenupcial —anuncio.
Su expresión cae.
—¿Por qué? No es como si alguna vez fuéramos a…
Levanto una mano.
—Grace, disfruto de ti. Más de lo que debería. Pero no te
equivoques. No confío más en ti que en el titular del National Enquirer de
mañana.
Suelta una carcajada.
—Eres terrible.
—Eso no puede ser una novedad para ti.
—Bien. Pero me reservo el derecho de que tres abogados revisen
este acuerdo prenupcial.
—Que sean cien, cariño. —No importa. Voy a salirme con la mía y
asegurarme de que mi riqueza esté a salvo de ella, al igual que mi padre
lo hizo con su madre.
—Ahora, espérame en el dormitorio mientras lavo los platos. —Me
levanto.
Al principio vacila, merodeando, como si tuviera algo más que
74
decir, luego se pone de pie.
Le doy la espalda cuando empieza a caminar. La observo desde el
reflejo de la ventana de la cocina.
—¿Dije que camines? Quise decir gatea.
Girando la cabeza, veo que su espalda se pone rígida mientras
piensa brevemente.
—Te gusta humillarme, ¿no?
No particularmente. Pero sé que a ella le gusta, y juego muy bien
nuestro juego.
—Ars, está bien. El problema es que, a mí también me gusta que
me humilles. Sé que no me amas… —Toma aire—. No, ni siquiera
intentes negarlo. Lo que sientes por mí no es amor. Es obsesión. Siempre
ha sido una obsesión. Aun así lo tomaré.
Se pone a cuatro patas lentamente y gatea hacia mi dormitorio, con
su magnífico trasero en el aire. De hecho, la amo. Por supuesto que la
amo. ¿Por qué si no iba a aguantar todo lo que me ha hecho pasar?
Quiero decirle que se levante. Pero algo me detiene. Un dolor
punzante que atraviesa mi pecho cada vez que recuerdo cómo me privó
de la única familia que conocía. Con qué crueldad me jodió.
Lavo los platos y la sartén, luego enjuago las copas de champán.
Mientras me seco las manos de camino al dormitorio, escucho correr el
agua en el baño.
Grace aparece en la puerta un minuto después, con un sexy
negligé4 de encaje negro.
Negligé. El apodo me hace estremecer. ¿Por qué estoy pensando de
repente en esa campesina? No importa. Su cara simplona ya ha
desaparecido de mi mente.
Grace se me acerca y pasa su uña por mi garganta.
—Estaba pensando… —La punta de su lengua viaja a lo largo de
su labio superior—. ¿Qué tal si te doy acceso VIP a mi entrada trasera?
La miro fijamente. ¿Me acaba de ofrecer sexo anal? ¿Como si
fuéramos adolescentes? Nunca lo hemos discutido. No tenía la impresión
de que esto fuera algo en lo que ella estaría interesada.
75
—¿Por qué? —cuestiono.
—¿Qué quieres decir? —Su sonrisa se desmorona. Esta no era la
reacción que buscaba—. Quiero hacer cosas especiales para ti. Vamos a
mudarnos juntos. Acabamos de hablar de matrimonio. —Traga pesado,
dando un paso atrás—. Además, siempre te han gustado las cosas poco
ortodoxas. Pensé que tal vez querías ponerte un poco pervertido.
No quiero que renuncie a cosas que no quiere dar porque las cartas
se han barajado y cambiado a mi favor.
—¡Ah, vamos! —Pone los ojos en blanco—. No finjas que no te gusta
cuando aprieto mis tetas y follas el espacio entre ellas hasta que te corres
en mi boca.
Definitivamente tenemos algo de trabajo pendiente en cuanto a las
palabras dulces.
Le doy una mirada nivelada.
—Esa idea nació cuando estabas aburrida y cachonda mientras
tenías tu período, ¿recuerdas?
—¡Bueno, ahora mi idea es tener sexo anal! —Me está gritando,
nunca un buen aspecto cuando intentas seducir a alguien—. ¿Qué es tan
difícil de entender?

4 Negligé: del inglés babydoll, pudiéndose también traducirse como «muñeca», de ahí
los comentarios siguientes con relación al apodo de Winnie.
—Dejemos esta oferta generosa para cuando te sientas menos
agradecida, y no esté tan borracho. —Empuño su cabello, extendiendo
su cuello—. Ahora sé una buena chica y ponte a cuatro patas para mí en
la cama. De todos modos, es tu mejor ángulo.
Lo hace, arrastrando las rodillas sobre el lino satinado.
—Mira la cabecera. No le quites los ojos de encima. —La rodeo como
un depredador, sabiendo que la está excitando.
Cuando me pongo un condón y finalmente la penetro por detrás, la
encuentro seca como un hueso. Me retiro lentamente, confundido, sin
querer lastimarla necesariamente.
—¿Te gustaría más tiempo? —Me aclaro la garganta, sintiéndome
sorprendentemente fuera de lugar.
Se estira y agarra el dobladillo de mi camisa.
—No. Continúa. Es solo que… el estrés me pone a veces así. Me 76
estoy divirtiendo.
—Sin ofender, pero te sientes como papel de lija —digo
rotundamente—. No es obligatorio tener sexo. —Me alejo de ella, a punto
de arrancar el condón de mi polla.
Se da la vuelta y tira de mi camisa desesperadamente.
—No, no. Por favor. Tienes que follarme.
—¿Por qué? —pregunto, estupefacto. Nunca hemos tenido un
problema como este, pero no veo la necesidad de follar esta noche si ella
no está dispuesta a hacerlo.
—¡Porque! —Está a punto de llorar—. Te he echado de menos y te
quiero dentro de mí, ¿de acuerdo? Deja de hacer tantas preguntas.
Tengo la extraña sensación de que hay más en esta noche que el
hecho de que no esté mojada. Por lo general, rebota en mi polla como si
fuera Sky Zone5. Algo le pasa, pero nunca me lo dirá.
—Por favor. —Empuja su trasero hacia mí, su voz urgente—. Hazlo.
Por favor. Por mí.
La follo a regañadientes, lento y con cuidado, sujetándola por la
cintura, observando su sedoso cabello azabache derramándose por su
espalda suave. Aún está prácticamente seca, pero cada vez que la veo
hacer una mueca, empujo mis dedos en su boca y uso su saliva como

5 Sky Zone: empresa con sede en Los Ángeles que opera parques de trampolines bajo
techo.
lubricante, masajeando su clítoris en el proceso con la vana esperanza
de que se humedezca un poco.
—¿Estás segura de que esto está bien? —pregunto bruscamente,
sintiéndome como un maldito estudiante de secundaria y odiando cada
momento.
—Es asombroso. Ohhh, justo así. Por favor.
—No parece que te estás divirtiendo.
—Los hombres saben tan poco del cuerpo femenino —gruñe—. No
me digas lo que estoy sintiendo. Tengo mi propio ritmo.
Cerrando los ojos, intento terminar lo más rápido que puedo. El
sexo es tan bueno como un café rancio. Estoy a media asta, contrariado
e inquieto. Así que, por primera vez en mi vida, gruño un poco, fingiendo
terminar, y luego me retiro lo más rápido que puedo.
Cuando se da la vuelta debajo de mí, sonríe, acariciando mis 77
mejillas.
—Eso fue muy divertido, ¿no?
Como moler mi pene sobre una lima de uñas.
—Épico —murmuro.
Se inclina hacia delante para besar un lado de mi boca.
Sosegado, me quito el condón mientras me dirijo al baño. Lo arrojo
a la basura y me dirijo al inodoro para orinar. Frunciendo el ceño, me
agacho para examinar el residuo rosa alrededor de la goma. Otra primera
vez indeseada.
—¿Grace?
—¿Mmm? —ronronea desde la habitación, agarrando el control
remoto y cambiando de canal.
—Creo que sangraste.
Su risa aguda sacude mis huesos a medida que resuena en mi
habitación.
—¿Lo hice? Ah, solía pasarme todo el tiempo en la universidad.
—¿Qué significa? —pregunto.
—Ni idea. En realidad, debería hacer que lo revisen. He estado muy
estresada desde el testamento. Ni siquiera usé mi vibrador ni una vez.
—Llama mañana a tu médico.
—Sí, señor.
Regreso al dormitorio y la observo, intentando despojarla de todas
las mentiras con las que está cubierta para descubrir la verdad. Pero es
tan buena en esto. En la farsa. Siempre ha sido una mentirosa
maravillosa.
—Está bien, futuro esposito. Ahora ven aquí. —Me alcanza y me
arrastra hacia la cama con ella—. Vamos a abrazarnos un poco.
¿Quién. Carajo. Es. Esta. Mujer?
—¿Desde cuándo nos abrazamos?
—¡Vamos a tener que empezar! —exclama, volviendo a su alegría
falsa—. Estamos a punto de casarnos, ¿cierto?
Intentamos ver algo juntos, pero Grace es alérgica a los
documentales, y me importan un carajo los estúpidos programas de
telerrealidad en los que la gente bebe, cotillea y vende casas. 78
Al final, la dejo ver algo en Bravo y me quedo dormido.
Tres meses después, llevo a Grace a Martha's Vineyard. Una
versión más pintoresca y menos glamurosa de Cape Cod. Los Hampton
sin brillo.
No disfruto Martha's Vineyard más que el baño público más
cercano, pero sé que alquilar una casa allí hace que Grace se sienta como 79
Michelle Obama.
—Arsène, Dios mío, me siento como la realeza. ¿Qué hice yo para
merecer esto? —comenta Grace efusivamente como esperaba, acunando
sus mejillas con asombro falso, girando en el vestíbulo amplio de una
mansión deslumbrante de Oak Bluffs.
Se las arregló para no estar disponible para mí incluso mientras vivía
bajo mi techo.
Pensé tontamente que mudar a Grace nos uniría más.
Casi lo contrario ha sido cierto. Grace trabaja horas absurdas y no
regresa a casa hasta las nueve o diez la mayoría de los días. Solo estos
últimos dos meses, pasó la mitad de sus fines de semana en Zúrich,
trabajando en una fusión complicada entre dos bancos privados
pequeños.
Se esfuerza, se lo concedo. Follamos como conejos. Me prepara el
desayuno, compra mis corbatas y colonias favoritas, y se esmera en
colgarse de mi brazo durante los eventos formales.
El episodio de sequía en el que sangró fue único. Hemos estado
teniendo sexo notablemente desde entonces. No ha vuelto a mencionar la
sugerencia anal, y se lo agradezco.
Dejó de presentarme como su hermanastro y comenzó a referirse a
mí como su compañero de aventuras. Un medio infeliz entre llamarme su
hermano y admitir rotundamente que mi polla vive gratis entre sus
piernas.
Los círculos financieros de Manhattan están llenos con noticias de
que, mientras esperaba que expirara mi prohibición, decidí mudar a mi
hermanastra para mi propio placer, y ella lo sabe. Es más, después de
años de Grace martillándoselos en la cabeza, mucha gente simplemente
piensa en nosotros como hermanos. Después de todo, nos parecemos.
Con nuestro cabello y ojos oscuros.
Todo es increíblemente desastroso y, por lo tanto, para mí, también
sumamente divertido.
—Te mereces esta escapada. —Meto los puños en los bolsillos
delanteros y la observo admirar las columnas imponentes y las
estanterías de pared a pared—. Ya casi no nos vemos.
—Pero cuando lo hacemos, es genial. ¿No crees? —Lanza sus
brazos alrededor de mi cuello, besándome.
Aparta su boca de la mía antes de que pueda devolverle el beso.
—¿Te he dicho lo bien que te ves hoy? —Sonríe alegre—. Como un
80
rey tosco. Dios, Ars, creo que nunca tendré suficiente de ti.
Me arrastra por el pasillo, trepándome como un árbol, quitándose
la ropa en el proceso, lista para su primer regalo de vacaciones.
—Estoy tan contenta de que estemos haciendo esto. Te extraño
tanto cuando no estamos juntos. No veo la hora de dejar este horrible
trabajo cuando nos casemos. —Su boca está caliente y ansiosa en mi
mandíbula, bajando por mi cuerpo—. Me comprarás un pequeño negocio
para mantenerme ocupada, ¿verdad? Un viñedo o algo.
Agarro su nuca y la estampo contra la pared, devorando su boca
en un beso castigador mientras nuestros cuerpos se funden. El calor se
arremolina entre nosotros como fuego.
—Estás a punto de conseguir todo lo que quiere tu corazón —
murmuro en su piel caliente.
Todo lo que no se merece. Los hombres Corbin tienen una cosa en
común: siempre saben cómo elegir a la mujer equivocada.

La propuesta es un calvario tranquilo y digno. Encuentro de mal


gusto cuando la gente les pide a otros que se casen con ellos en lugares
públicos, donde es imposible que su pareja se niegue.
Llevo a Grace a una buena cena, compro una buena botella de vino
y, cuando volvemos a la casa de alquiler, le regalo un gigantesco anillo
de diamantes.
—Dios mío. ¡Qué inesperado! ¿Es el Catherine? —canturrea, acepta
y me da una mamada de veinte minutos que resulta en dos analgésicos
para su mandíbula después.
Es feliz. Lo suficientemente feliz como para tararear, reír e incluso
comer un trozo de pastel de postre. Tan feliz que me besa cuando damos
un paseo por la playa y se aferra a mí, acariciando mi cuello, y no puede
dejar de hablar de cómo quiere iniciar una organización benéfica cuando
deje de trabajar.
Nos vamos a casar. Misión cumplida. Y aun así. Y aun así. No
puedo decir que estoy realmente satisfecho. Llegué a la cima del Everest,
solo para descubrir que apenas puedo respirar allí.
La noche antes de regresar a Nueva York, llevé a Grace a un club 81
náutico. Mastica su ensalada verde y agita sus dedos delicados, dejando
que el anillo de compromiso atrape los últimos rayos de sol filtrándose a
través de las ventanas de vidrio.
Mirándolo, decido que Christian tenía razón sobre lo que dijo
cuando lo llevé a comprar anillos a principios de este mes. Alguien va a
cortarle el dedo a esta mujer para poder hacerse con esta joya. Hago una
nota mental para comprarle un anillo más atenuado para las funciones
diarias. Preferiría mucho que todas las extremidades de mi futura esposa
permanecieran intactas.
Grace está hablando ahora animadamente. Algo de nuestros
padres. Mis ojos siguen lanzándose al anillo. Es imposible apartar la
mirada. Parece incómodo de llevar. Ocupa tanto espacio en su mano
huesuda.
Es una declaración. Una que a la gente adinerada no le gusta
hacer.
Soy tan rico que me doy asco. Inclínate, campesino.
Este es el tipo de pieza que esperaría que usara Cardi B. No una
mujer gentil educada en una escuela privada de Scarsdale. Pero Grace
siempre se sintió menos. Tal vez porque su padre se mudó a Australia
antes de que ella naciera. Tal vez porque fue hecha en pecado, en secreto,
en vergüenza, con el único propósito de lastimar a mi padre.
—Arsène, ¿has estado escuchando algo de lo que acabo de decir?
—Grace frunce el ceño, sacándome de mi ensimismamiento.
Parpadeo, tomando un sorbo de mi agua con gas.
—Lo siento, perdí el hilo de mis pensamientos. Por favor, repite eso.
Se sonroja, luciendo un poco avergonzada.
—Estaba hablando del testamento. —Se humedece los labios, sus
ojos moviéndose nerviosamente alrededor de la habitación llena de gente.
—¿Qué pasa con eso?
—Bueno, ahora que estamos comprometidos, tal vez sea mejor si
repasamos nuestros testamentos individuales. Ya sabes, por si acaso.
—¿Por si acaso, qué? —Mi mandíbula se aprieta.
—Pasa cualquier cosa.
—Define cualquier cosa.
Grace intentó matarme al menos una vez en nuestra vida
(intencionalmente, a diferencia de lo que le hice a ella). Lo cual, llámenme
82
jodidamente romántico empedernido, fue una vez más lo que tu pareja
debería hacer. Fue hace mucho tiempo, pero no me extrañaría que mi
bella prometida astuta lo intentara de nuevo.
Es una mujer muy ingeniosa, y soy un hombre muy rico.
Agita su muñeca, riéndose pensativamente.
—Sé que estás pensando en esa época. Eso solo fue una estúpida
represalia adolescente. Era una niña. Totalmente hormonal. Lóbulo
frontal subdesarrollado, etcétera.
—Tu lóbulo frontal subdesarrollado no es asunto mío. Tu
conciencia subdesarrollada lo es.
Hace pucheros.
—Esa no es una forma muy amable de hablarle a tu prometida.
Sonrío, el dorso de mis dedos rozando su mejilla.
—La amabilidad no es un rasgo que busquemos en el otro.
—¿Ni siquiera pensarás en eso? ¿Por mí? —Sus ojos son dos
diamantes de ónix—. Sabiendo lo mucho que significa eso para mí. La
confianza, obviamente. No el dinero. Solo la confianza.
No es como si tengo una familia viva a quien darle mis posesiones.
Si mañana muriera, es probable que Grace obtenga al menos una buena
parte de todo lo que poseo. Junto con Miranda, alguien a quien no quiero
ni cerca de mis mierdas.
Aun así, no hace falta ser un genio para ver que las intenciones de
Grace son todo menos puras. Los dos estamos en la treintena, sanos y
sin peligro inmediato de cobrar nuestras fichas.
—No —digo rotundamente.
—¿No? —Parpadea, luciendo genuinamente sorprendida. No está
acostumbrada a esa palabra, especialmente de mí.
—No —repito—. No tengo la intención de pensar en eso.
—Ah… bueno, entiendo. —Pero no lo hace. Por eso se desinfla como
un globo.
—Planeo dejar todo lo que poseo a la Sociedad Planetaria —
continúo.
Alcanza las perlas en su cuello, jugando con ellas.
—Está bien. No… no debería haber preguntado.
83
Que alguien le dé a la mujer un premio Razzie. Es terrible para
hacer el papel inocente.
—Puedes cancelar el compromiso ahora mismo —la insto, casi
burlonamente—. Si esto es un factor decisivo para ti.
Niega con la cabeza, una risa aguda burbujeando de su garganta.
—Eso no será necesario. En serio, sólo era una sugerencia. Estoy
bien con lo que elijas. No me caso contigo por tu dinero.
Por supuesto que sí. Y lo peor es que sé que, no la voy a negar.
Ponerla a prueba, seguro. Pero nunca seguiré adelante. Conseguirá lo
que quiere. La incluiré en mi testamento, y viceversa.
—Grace.
—¿Sí, mi amor? —Intenta una sonrisa débil. Falla.
—Esta semana visitaremos a mi abogado y haremos los cambios
necesarios.
Sus hombros se hunden en alivio. Sonríe, ahora sonríe de verdad,
todas sus facciones iluminándose, como una flor inclinada hacia el sol
en el primer día de la primavera. Nunca la había hecho sonreír así.
Una oleada de posesividad y deseo me atraviesa.
Es mía. Sus dedos huesudos. Sus ojos astutos. Su corazón negro.
Todo mío.
—Gracias por confiar en mí. —Se estira sobre la mesa, agarra mi
mano, aprieta. Su mano está fría y seca—. Te amo.
Me prometo no beber ni comer nada de lo que haga en el futuro a
menos que tome un primer sorbo o bocado.
—También te amo.
Y lo hago. La amo. Estoy seguro de ello.
Pero también sé una cosa con certeza: un leopardo nunca cambia
sus manchas.

84
Estaba en casa por Navidad. O al menos, en el lugar técnicamente
conocido como mi casa. Si fuera por mí, me habría quedado en Andrew 85
Dexter. Con ese idiota de Riggs, que probablemente estaba buscando
formas creativas de prenderse fuego o saltar de techo en techo para pasar
el tiempo. O Nicky. Tranquilo, reservado y triste como podría haber
estado, no era un mal compañero. Tampoco era un completo idiota.
Siempre una ventaja en mi libro.
La verdad del asunto era que, estos dos huérfanos se sentían más
como mi familia que las criaturas desalmadas ocupando esta mansión.
Dichas criaturas ahora estaban irrumpiendo en el comedor,
ignorando por completo el hecho de que estaba sentado allí desayunando
mientras disfrutaba de un libro de astronomía.
—¡Doug, eres un bastardo egoísta! Eso es lo que eres. —Miranda
hundió sus garras en el respaldo de una silla de comedor tapizada,
escupiendo humo y fuego a mi padre, quien, por supuesto, la había
perseguido hasta aquí.
—Dulzura, mira quién habla. ¿Qué pensaste, que te dejaría
entregar esa propiedad a tu madre?
Oh-oh. Miranda cruzó una línea. Nunca te metas con la propiedad
de un Corbin sin permiso. Éramos un montón de tacaños. Pasé una
página en mi libro.
—¡No tenía dónde vivir! —chilló Miranda.
—Podríamos haberle alquilado un lugar. ¡Tengo personas que
alquilan propiedades! Clientes que pagan. ¿Qué estabas pensando?
En otras noticias, aún estaban completamente ajenos a mi
presencia. No es que me sorprendiera. Me preguntaba dónde estaba
Gracelynn. Había estado inusualmente callada desde que llegué allí, sin
duda pensando en formas de matarme sin dejar rastros.
—¡Estaba pensando que tendría el apoyo de mi esposo!
Demándame por hacer tal suposición. —Miranda agarró un jarrón del
medio de la mesa y se lo arrojó. Él lo esquivó ingeniosamente, con pericia,
recordándome que arrojarse objetos entre sí era algo cotidiano en esta
casa, similar a pasar la mermelada por la mesa en el desayuno.
—Bueno, ahora te corrijo. Me importaba. Ya no. No eres ni la mitad
de hermosa que cuando nos conocimos, y el doble de temperamental y
problemática. He terminado.
Sospechaba que Miranda y mi padre estaban al borde del divorcio.
No porque ella fuera terrible con él. Siempre había sido eso. Sino porque,
para variar, estaba empezando a notarlo y no parecía estar tan de
acuerdo con sus cambios de humor y demandas. 86
Miranda lo miró con una combinación de pánico e incredulidad. Me
recliné. Estaba disfrutando esto. ¿Por qué no debería? Esta mujer no
había sido más que horrible conmigo, y parecía que finalmente estaba
consiguiendo lo suyo. En cuanto a mi padre, tampoco era un ángel, y
verlo envejecer solo era un espectáculo que disfrutaría.
—Doug, ¿qué estás diciendo? —preguntó Miranda inhalando
bruscamente.
—Creo que deberías pasar la Navidad lejos de aquí. —Se apartó de
la pared, y se dirigió hacia la puerta.
—¿Hablas en serio? —Ahora corrió tras él.
—Sí. Los niños pueden quedarse conmigo. El cocinero está
haciendo una comida lo suficientemente grande, y no quiero que la
comida se desperdicie.
Jo, jo, jo. Feliz jodida Navidad. De mi familia disfuncional a la tuya.
—Uno de ellos está sentado justo aquí —dije suavemente,
resaltando un pasaje en mi libro. Nadie me reconoció—. Hablando de
comida, me están arruinando el apetito.
—Le preguntaré a Gracelynn qué quiere hacer. ¡Apuesto a que no
querrá pasar las fiestas contigo! —dijo Miranda con rencor.
—No estés tan segura —respondió Doug, que ya había atravesado
la mitad de la puerta—. Me adora, y sé a ciencia cierta que te odia a
muerte.
Ah, mira eso. ¿Problemas en el paraíso?
Era reconfortante saber que la infancia de Gracelynn había
terminado siendo tan jodida como la mía. Miranda se quedó en el
comedor, jadeando, cuando le di un mordisco a mi avena y volteé otra
página.
—Estoy segura de que estás encantado con toda esta escena. —
Miranda giró en mi dirección con un gruñido, intentando iniciar una
pelea.
Pasé mi mirada de mi libro a ella, sonriendo.
—Estoy más divertido que encantado. El regocijo es un sentimiento
tan intenso que dudo que puedas hacer o decir algo que me lleve a tales
alturas emocionales.
—Ah, tú y tus acertijos estúpidos. Nunca entiendo lo que quieres
decir. —Enseñó los dientes—. Siempre has sido raro y torpe, como tu
madre.
87
Solté una carcajada en toda regla ante esta pulla.
—Era rara, torpe y la primera esposa legítima de Douglas Corbin.
La madre de su primogénito. Su único heredero. Y podría estar muerta,
¿pero estos hechos? Mierda, te matan, Miranda.
—Dime. —Se inclinó hacia delante, hacia mí, con los ojos brillando
en sus cuencas—. ¿Por qué estás feliz por todo esto? No es que lo estés
pasando mal con Andrew Dexter.
Enderezándome, tamborileé mis dedos contra la parte posterior de
mi libro, pensando un poco.
—Supongo que, disfruto viendo el karma en acción. Convenciste a
este hombre para que arrojara a su hijo, su propia carne y sangre, a la
acera. ¿Y esperabas que él se quedara contigo? La lealtad no es un árbol.
No crece con el tiempo. O eres una persona leal o no lo eres. Douglas no
es leal. Es más, apuesto a que tampoco es fiel.
Siguió mirándome cuando recogí mi tazón de avena vacío y mi libro
y salí de la habitación, sabiendo que quería lastimarme pero que ya no
tenía el poder para hacerlo.
Papá resultó tener razón. Gracelynn decidió quedarse en la
mansión para Navidad mientras su madre escapaba a nuestra casa en
los Hampton, rodeándose de sus amigas divorciadas de Nueva York.
El beneficio de todo esto fue que, a lo largo de los años, me mudé
de residencia cada vez que estuve aquí de vacaciones y ahora vivía en un
ala separada de la casa, lejos de ella. Era perfectamente posible que no
la viera en absoluto si así lo deseaba.
Y deseaba hacerlo, porque era un grano en el culo.
Me las arreglé para evitarla durante toda la duración de las fiestas,
a excepción del mismo día de Navidad, en el que los tres intercambiamos
regalos.
Papá me compró un Shelby 427 Cobra de 1966 y mi hermanastra
una tiara vintage, de verdad, llena de diamantes. Gracelynn me compró
calcetines divertidos y un suéter. Le regalé a papá una caja de puros
grabada y, para Gracelynn, comida para serpientes y ratones árticos de 88
PetSmart. El regalo provocó una risita incómoda en ella y un murmullo
molesto en él, pero estaba demasiado preocupado por el colapso de su
matrimonio para regañarme por ello.
Soporté el día, hora a hora, minuto a minuto, hasta que se evaporó
en la noche y pude respirar de nuevo.
Pasó otro día, y luego otro. Fue algo hermoso mirar el calendario y
ver que mañana regresaría a Andrew Dexter, y Miranda aún no estaba
aquí, y Gracelynn, que estaba aquí en alguna parte, estaba tan miserable
y perdida como me había sentido mis dos primeros años en Andrew
Dexter.
La ocasión requería una celebración, y decidí bajar a la cocina en
medio de la noche para asaltar la nevera de vinos. No había planeado
beber esta noche, pero llevaría algunas botellas conmigo a los
dormitorios. Riggs y Nicky lo apreciarían, y tendríamos suficiente alcohol
para aguantarnos hasta Semana Santa.
Bajé las escaleras descalzo, abrí una bolsa de basura y comencé a
llenarla con botellas caras. Luego entré en la despensa a oscuras y
comencé a meter comida chatarra en una bolsa separada. Fue entonces
cuando escuché un resoplido suave a mis espaldas. De hecho, más que
nada un hipo. Me di la vuelta, pensando que era uno de los miembros del
personal, para encontrar a mi hermanastra de pie justo en frente de mí,
luciendo como un fantasma de lo que era antes.
Nos quedamos ahí en la despensa, mirándonos fijamente, la luz
tenue de la campana extractora fuera de la habitación lo único
iluminando nuestros rostros.
—¿Estás llorando? —me burlé. Sus ojos relumbraban; su cara
estaba mojada.
Se limpió las mejillas rápidamente, dejando escapar una carcajada.
—No seas ridículo. ¿Por qué iba a llorar?
—¿Porque tu vida familiar es inexistente, no tienes amigos de
verdad, ni talentos particulares, y una vez que tu belleza promedio se
desvanezca, estarás prácticamente frita? —ofrecí caballerosamente.
Dejó escapar una carcajada que sonó como un clavo arañando una
pizarra, antes de romper en un gemido salvaje. No lo entendía. Nada de
esto. Ella había ganado. Estaba aquí, y yo me había ido. No, no la había
perdonado. En el sentido de que aún me vengaría, siempre y cuando la
oportunidad lo requiriera. Pero a lo largo de los años, había aceptado la
89
situación por lo que era. Y nunca le dejé ver lo molesto que estaba por
eso. Dejar que alguien sepa que tienes una reacción emocional hacia ellos
era lo peor que podías hacer por ti mismo. Especialmente si no confiabas
en ellos con dichos sentimientos.
—Arsène, eres un imbécil, ¡no es de extrañar que le agrede más a
tu padre! —Empujó mi pecho, pero siguió llorando, casi histéricamente,
y ambos sabíamos que esto solo era un débil intento de su parte para
salvar las apariencias.
Lancé las bolsas de comida chatarra y bebidas alcohólicas sobre
un hombro, encogiéndome de hombros.
—Bueno, disfruta de tu crisis, hermanita. Te veo el próximo año. A
menos que Doug decida que finalmente se cansó de ustedes los Langston.
Intenté esquivarla, pero se empujó entre la puerta y yo.
—¡No! No te vayas.
Esta maldita molestia… miré mi reloj. Era tarde, pero aunque no
lo fuera, ningún momento era bueno para escuchar a Grace quejarse y
lloriquear.
—¿Quieres hablar de eso? —gruñí.
—De hecho. —Una sonrisa lenta se extendió por su rostro. Tenía
que admitirlo, era una cara agradable. Había superado su fase torpe. Y
no solo era sexy, sino que también estaba completamente fuera de los
límites. Lo cual, por supuesto, le hablaba a mi polla adolescente—. Podría
pensar en mejores usos para nuestras bocas, ya que estás a punto de irte
de aquí en unas pocas horas.
Tragué pesado, observándola con los ojos entrecerrados. El hombre
que se respetaba a sí mismo quería decirle que se fuera a masturbar en
la ducha. El adolescente hormonal en mí no podía esperar para saber si
le había dado un buen uso a esa lengua virginal suya desde la última vez
que nos besamos.
Arqueé una ceja, minimizando mi interés.
—Voy a necesitar que seas más específica que eso.
Ella sonrió, enmascarando su dolor.
—Como en, ¿decirte lo que quiero hacerte?
—Una demostración sería lo mejor.
—Está bien, vaquero.
90
Cerró la puerta detrás de ella. Encendí la luz. Quería ver todo
cuando sucediera. Una parte de mí no creía que esto estuviera pasando
(adolescente hormonal). Otra pensaba que estaba loco por dejar que sus
dientes se acercaran remotamente a mi polla (hombre que se respeta).
Pero cuando mi hermanastra me empujó hacia atrás, y mi columna
chocó con unas botellas altas de vidrio de agua con gas importada, decidí
arriesgarme. Gracelynn se arrodilló y se dedicó rápidamente a bajarme
los pantalones por las piernas. Ni siquiera quería un beso. Mi polla saltó
libre de mis pantalones de chándal. Estaba largo, duro y grueso,
habiendo escuchado la conversación entre nosotros y sabiendo la
partitura.
Ella lo agarró por la base, luciendo un poco vacilante. Estaba
bastante seguro de que esta era la primera vez que se encontraba cara a
cara con un pene. Me miró, bajo sus pestañas gruesas.
—¿A veces piensas en mí? ¿Cuando estás allí, en el internado?
Todo el tiempo. Y no cosas buenas.
—Si estás preguntando si quiero follarte, la respuesta es esta. —
Empujo mis caderas en su dirección, mi polla golpeando su mejilla.
—No, no en follar. ¿Quieres más? ¿Te… te gusto? —Sus ojos eran
suplicantes, pero sabía que no debía pensar que era genuina. Solo estaba
herida. Devastada por nuestros padres. Si le mostraba compasión, lo
usaría como un arma contra mí.
Pasé mis dedos por su cabello, moviéndolo detrás de su oreja con
una sonrisa.
—Gracelynn, no estoy aquí para decirte que eres bonita. Si quieres
chuparme la polla, adelante. Si no, muévete y déjame salir de aquí. Es
demasiado tarde.
Irónicamente, esto la hizo entrar en acción. Se volvió ardiente y
necesitada de mí. Excitada por la idea de intentar conquistarme. Sus
labios cubrieron mi corona, y fue con todo. Eché la cabeza hacia atrás,
un gruñido escapando de mi boca. Había disfrutado algunas mamadas
en el pasado, pero nunca con alguien que conociera. Esto se sentía
diferente. Como sumisión. Decidí que ver a Grace someterse a mí era
incluso mejor que hacerla llorar en su almohada siendo cruel con ella.
Porque cuando la lastimaba, solo me odiaba. Cuando la usaba, también
se odiaría después a sí misma.
En algún lugar en el fondo de mi mente, sabía que lo que
estábamos haciendo era extremadamente jodido. Querer que ella sufra. 91
Ponerme en peligro. Todo ello.
—¿Se siente bien? —preguntó alrededor de mi pene.
—Ve más profundo. —La agarré del cabello y la incliné un poco
hacia atrás, empujando más de mí dentro de ella. Ella se atragantó. Me
reí.
Lo dio todo, y cuando sentí que estaba a punto de correrme, le dije:
—Si no quieres mi semen en tu garganta, ahora es un buen
momento para alejarte.
Pero negó con la cabeza, dándome un pulgar hacia arriba y luz
verde para ir con todo. Lo hice. Fue algo hermoso, ver a Gracelynn de
rodillas ante mí, y decidí que me gustó mucho más que verla llorar.
No sabía por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo. Todo lo
que sabía era que cuando me corrí en su boca, cuando sus labios
estuvieron envueltos alrededor de mí, húmedos e incitantes, dejé de
pensar, dejé de sentir dolor y dejé de estar enojado.
El mejor antídoto para el amor debe ser el placer.
Se apartó, luego se abrió camino hasta mí, sus dedos sobre mi
pecho, dejando marcas. Mi polla aún estaba a media asta, húmeda por
su boca y mi semen. Me besó fuerte, y la dejé.
—Tu turno, hermanito. —Sonrió en nuestro beso.
—Es justo. —La empujé contra la encimera de mármol. La parte
posterior de su cabeza derribó algunas cajas de cereal, y llovieron sobre
nosotros. Estuve entre sus piernas en poco tiempo. Había visto suficiente
porno para saber lo que estaba haciendo, y por los muslos temblorosos
envueltos alrededor de mis orejas, sabía que la había hecho correrse.
—Solo recuerda que no me van los sentimientos. —Apretó mi
cabeza entre sus piernas.
—Estoy muy por delante de ti en el departamento sociópata. —
Mordí la parte interna de su muslo—. Grace, recuerda mis palabras. Pase
lo que pase, una parte de mí siempre, siempre querrá arruinarte.

92
—Cariño, no olvides enviarle un correo electrónico a Makayla sobre
la lista de invitados. —Grace está parada en la puerta de nuestro 93
apartamento, revisándose con su espejo de bolsillo en busca de manchas
invisibles de lápiz labial.
Nunca pensé que me encontraría discutiendo los méritos del beige
y el gris como un esquema de color para un evento de tres horas, pero
supongo que la vida es buena para lanzarte bolas curvas.
—¿Olvidar? Este será el punto culminante de mi día. —Salgo de
nuestro dormitorio, abrochándome la camisa de vestir.
Grace se va a Zúrich para otro fin de semana de trabajo
ininterrumpido. Rara vez enciende su teléfono cuando está allí. Detesto
cuando no puedo localizarla. Por eso me voy a encontrar esta noche con
Christian y Riggs en el New Amsterdam. El tiempo pasa más rápido
cuando te ahogas en suficiente alcohol como para llenar una piscina
olímpica.
—Le enviaré un correo electrónico esta noche.
—Dile que no quiero trabajar con la floristería que me recomendó.
¿La que afirma que usaron Catherine y Michael? —Se refiere a Catherine
Zeta-Jones y Michael Douglas como si vivieran abajo—. Leí en Yelp que
una entrega llegó al lugar con las flores completamente congeladas. Ah,
y se suponía que me enviaría las opciones de velas. Odio pensar que
cometa un error. En serio, ¿es mucho pedir profesionalismo en esta
ciudad? —Arruga la nariz.
—No lo olvidaré. —Me inclino y la beso larga y duramente, mi boca
moviéndose sobre la de ella a medida que agrego—: Y si vuelve a
arruinarlo, le mostraré la ira de mil hombres Corbin.
Envuelve sus brazos sobre mis hombros, devolviendo el beso
descuidado.
Mis manos se deslizan por su espalda y amasan su trasero.
—¿Qué tal otro rapidito para el camino?
—Uff. Ojalá tuviera tiempo. —Se libera de mí, girando su teléfono
en mi dirección para que pueda ver la pantalla. Hay una notificación
informándole que su conductor de Uber la está esperando abajo—. ¿En
otro momento? —Sonríe.
—Te obligaré a ello. —La beso una vez más—. Qué tengas un buen
vuelo.
Ella se demora, sonriéndome con algo que casi parece nostalgia. 94
—Sabes… —se interrumpe, sus hombros desplomándose. Es una
vista rara. Grace suele ser muy exigente con la buena postura—. Arsène,
en serio te amo. Sé que no lo crees. Al menos, no todo el tiempo. Pero es
verdad. Me alegra que nos hayamos elegido el uno al otro. Me alegra que
hayas ganado.
Todo mi cuerpo se ilumina. Es patético, lo mucho que anhelo su
aprobación. Esta debe ser la forma más lamentable de problemas de
mami que he presenciado hasta ahora.
—Oye, ¿Grace? —Tiro de su coleta oscura, guiñando un ojo—. Te
creo.
—¿Lo haces? —Se ilumina.
Asiento.
—Siempre seré tuya. —Besa un costado de mi boca.
—Siempre seré tuyo. —Beso la punta de su nariz—. ¿Qué te
gustaría para tu comida de bienvenida a casa? ¿Tailandés o birmano?
A Grace le gusta volver a casa para encontrar la mesa del comedor
puesta y un baño tibio preparado para ella.
Se da la vuelta, empujando su maleta hacia el vestíbulo, luego se
detiene, mostrándome una sonrisa gloriosa llena de dientes blancos y
rectos.
—Sorpréndeme.
Los golpes en mi puerta son persistentes, pero extrañamente
arrepentidos.
Como si la persona detrás no quisiera que abriera. Y por una buena
razón. No mucha gente vive para contar la historia de cómo me
despertaron en medio de la jodida noche sin previo aviso.
De todos modos, ¿qué hora es?
Tanteando en busca de mi reloj de mesa en la oscuridad, choco con
él. La hora dice 3:18 a.m. Cristo. ¿Quién carajo decide que las tres de la
mañana es un momento legítimo para una llamada social?
Espera un minuto. De hecho, conozco a alguien tan descuidado e
imprudente. Y estoy feliz de darle un puñetazo en la cara hasta la
95
Antártida por esta perturbación.
Otra racha de golpes suena en la puerta.
¿Quién lo dejó entrar? Es por eso que pago una cantidad ofensiva
de dinero cada mes por seguridad las 24 horas. Para que la gente no llame
a mi puerta en medio de la noche. Quienquiera que esté a cargo esta
noche de la recepción, se llevará la patada.
Suena el timbre. Una. Dos. Tres veces.
—Ya voy. —Nunca he dicho estas palabras con tan poco
entusiasmo—. Más vale que alguien esté muerto… —murmuro a medida
que meto mis pies en mis pantuflas, arrastrándome hacia la puerta,
vistiendo nada más que pantalones de chándal grises y un ceño fruncido
desdeñoso.
Abriendo mi puerta de golpe, empiezo con:
—Escucha muy bien, desperdicio de recursos mundanos. No me
importa si el lunes te vas a África y Christian no quiere que lleves tu ligue
a su casa como si fuera un Airbnb de bajo presupuesto…
El resto de las palabras mueren en mi garganta. No es Riggs. De
hecho, no es nadie que conozca.
Hay dos personas en mi umbral, un hombre y una mujer, con
uniformes azul oscuro de la policía de Nueva York y ceños fruncidos.
Ambos parecen haberse tragado un erizo de tamaño entero.
He tenido mi roce con la policía en el pasado, pero por lo general
son el IRS y la SEC causándome problemas, no los buenos oficiales de
policía. Soy un hombre de finanzas, con problemas de finanzas. Tal vez
alguien decidió quitarse la vida en la puerta de al lado y quiere saber si
escuché algo. Malditos socialités y sus estilos de vida caóticos.
—¿Quién murió? —preguntó, entrecerrando los ojos
—Señor Corbin, lo sentimos mucho. —La mujer inclina la cabeza.
De acuerdo, entonces, alguien murió, y es alguien que conozco.
Acabo de quedarme sin padres, y mi círculo social está limitado a
aquellos a los que debo tolerar absolutamente. Estoy suponiendo…
¿Riggs? Parece lo suficientemente tonto como para encontrar su muerte
temprana. Tal vez una cita de Tinder salió mal.
No puede ser Christian. Es demasiado responsable para meterse
en problemas.
96
—Soy el oficial Damien Lopez, y esta es mi colega, la oficial Hannah
Del Gallo —dice el hombre.
—Gracias por las sutilezas. Ahora pasen al remate —mascullo, no
estoy de humor para charlas.
—¿Es el prometido de Gracelynn Langston? —pregunta.
Mi corazón, intocable apenas unos segundos antes, ahora se siente
como si estuviera siendo apretado en sus puños. No ella.
—Sí. ¿Por qué?
—Lo sentimos mucho. —La mujer se muerde los labios. Su barbilla
tiembla—. Pero su prometida estuvo involucrada en un accidente aéreo.
Murió en el impacto.

No es verdad.
En realidad, no puedo explicar por qué no es cierto; solo sé que no
lo es.
Por eso no llamo a nadie.
Parece histérico, idiota e innecesario. No voy a creerlo hasta que
me muestren pruebas.
Me dirijo a la morgue del hospital en mi propio automóvil para
identificar el cuerpo. Los oficiales se reunirán allí conmigo.
Uno de los oficiales, Hannah, me dijo que llamó a Miranda
Langston, la pariente oficial más cercana de Grace. Dijo que Miranda
viene de Connecticut a la morgue, pero comprensiblemente, podría tardar
hasta la mañana. No he hablado con Miranda en más de una década,
excepto por el taciturno intercambio de condolencias durante el funeral
de Douglas. Pero se me ocurre que tal vez ni siquiera sepa que su hija y
yo estamos comprometidos. Con el espíritu de tener una relación jodida
al más alto grado, Grace y yo nunca hablamos de su madre de ninguna
forma o capacidad.
Lo que claramente no importa, ya que Grace está viva, y todo esto
es un malentendido terrible que terminará en que alguien sea
demandado.
Grace no puede haberse ido. Recién comenzamos nuestra vida
juntos. Tenemos planes. Una boda que organizar. Una luna de miel 97
reservada. Aún no ha renunciado, ha dado a luz a nuestros bebés, ha
tenido la boda de sus sueños. Su lista de deseos aún está llena, repleta
de planes e ideas.
Cada vez que me detengo en un semáforo, reviso las noticias locales
en mi teléfono, intentando encontrar informes del accidente de un avión
de United Airlines. No hay ninguno. Con cada segundo que pasa, se
intensifica mi sospecha de que se trata de un simple error humano.
Esto es puramente un caso de confusión de identidad. Estoy seguro
de ello. Grace vuela con United Airlines dos veces al mes. El vuelo en el
que está actualmente se encuentra sobre el Atlántico, dirigiéndose a
Zúrich.
Pensar que está dormida, con la mejilla aplastada contra una
ventana helada en primera clase, sin darse cuenta de todo este lío, me
inunda con una satisfacción cálida. Intento llamarla de nuevo, pero su
teléfono salta al correo de voz.
Esto no es raro, me recuerdo. Su teléfono siempre está apagado
cuando viaja a Zúrich.
Tal vez todo sea una gran broma.
Llego aturdido al hospital. Estaciono. Me tambaleo fuera del auto.
Relájate, idiota, ella está bien. No es ella.
Incluso si no lo es, no estoy particularmente interesado en ver el
cadáver de nadie esta noche, o cualquier otra noche.
Me dirijo al piso del sótano, donde está la morgue, pasando el área
del muelle de carga. El hedor de los productos de limpieza del hospital
asalta mis fosas nasales. Se profundiza con cada paso que doy, hasta que
mis pulmones arden. Necesito salir de aquí.
Los oficiales me esperan en el área de recepción. Es una pequeña
habitación azul verdosa, con una fila de bancos sencillos. El aire
acondicionado está a tope. Las paredes están llenas de soportes de
plástico ofreciendo folletos sobre terapias de grupo, funerarias y
fabricantes de ataúdes. Cero puntos por sutileza.
—¿El viaje estuvo bien? —pregunta la oficial Hannah
comprensivamente.
—Un puto placer. —Guardo las llaves de mi auto en el bolsillo—.
Terminemos con esto. Tienen a la persona equivocada, y no tengo tiempo
para esta mierda.
Su preocupado ceño fruncido de pobrecito no vacila. 98
—Entonces, esto es lo que sabemos hasta ahora. El avión privado
de la señorita Langston salió del aeropuerto de Teterboro a las doce y
cuarto de este viernes…
—¿Ves? —siseo—. Tienes los datos equivocados. Grace abordó un
vuelo de United Airlines a Zúrich. UA2988. Voló desde Newark.
Jesucristo, no puedo creer que el dinero de mis impuestos, que tanto me
costó ganar, se desperdicie en ti y en tus gustos.
El rostro de la oficial Hannah se retuerce, como si estuviera
martillando cada palabra en su piel. El oficial Damien permanece
tranquilo, su expresión ilegible, pero escribe cosas en un pequeño
cuadernito estúpido.
Qué bonito diario tienes ahí, Gossip Girl.
—Entiendo que esa puede ser la información que tiene… —
comienza ella.
—Esto no es una cuestión de opinión —digo bruscamente,
perdiendo todo rastro de decoro—. Es la verdad. Hubo una confusión con
la computadora o algo así. Grace tomó un vuelo comercial desde Newark.
Revisen de nuevo.
—Pudimos recuperar su pasaporte. —La oficial Hannah se aclara
la garganta, sus ojos encontrándose por primera vez con los míos.
Me quedo sin palabras. No puede ser. ¿Por qué Grace mentiría con
volar en privado?
¿Es posible que esta vez consiguieran una mejora y olvidó
decírmelo? Improbable, pero no del todo imposible.
Niego con la cabeza.
—¿Qué hay de Chip Breslin? ¿Paul Ashcroft? ¿Pablo Villegas?
¿También estaban en el avión?
Los dos oficiales intercambian miradas. Quiero agarrarlos por el
cuello y sacarles la información de una vez.
De repente, estoy al borde de la risa. Esto es ridículo. Es el tipo de
cosas que le suceden a otras personas. Personas sobre la que lees en los
periódicos. Personas que van a programas de entrevistas. Escriben
autobiografías desgarradoras. No a mí. No. A. Mí.
—Señor Corbin, mire, entiendo que esté molesto. Sin embargo,
nosotros… —comienza el oficial Damien.
Las puertas automáticas detrás de nosotros se abren. Una mujer 99
pequeña entra a toda prisa. Lleva una peluca marrón, un vestido amarillo
abultado con un aro, guantes de satén hasta el codo y mucho maquillaje.
Porque mi vida no es lo suficientemente extraña como lo es esta
noche.
—¡Señor! ¡Díganme que no es cierto! —gime la mujer extraña con
acento sureño.
Winnifred.
Vino directamente del teatro o desarrolló un sentido de la moda
extremadamente cuestionable entre Italia y ahora.
Su cintura esbelta no grita embarazo. Había olvidado preguntarle
a Grace si estaba embarazada. Parecía no tener importancia en ese
entonces, cuando estábamos metidos hasta el cuello en los preparativos
de la boda.
Ahora nunca tendría la oportunidad de preguntarle a Grace sobre
la improbable pareja Ashcroft.
Nunca tendría la oportunidad de hacer muchas cosas con ella.
—¿Dónde está? —demanda Winnifred, mirando frenéticamente de
diestra a siniestra—. ¡Necesito verlo!
Dos oficiales corren hacia ella, intentando calmarla.
Grace fue a Zúrich con Paul. Bueno, eso tiene sentido. Era su jefe.
—Veré si ya pueden darle acceso. —La oficial Hannah apoya su
mano en mi brazo—. No pude encontrar a la recepcionista, pero alguien
debería estar aquí para ayudarnos. El oficial Damien irá a ver si podemos
tener los registros dentales de los que estaban en el vuelo. Señor Corbin,
volveremos enseguida. Por favor, espere aquí.
Las palabras me pasan por encima. Estoy más centrado en
Winnifred, que parece la respuesta humana a un incendio en un
basurero, con lágrimas corriendo por su rostro, dejando rayas pálidas de
maquillaje. Está hablando con dos oficiales. Quizás tengan más
información que los dos payasos que llamaron a mi puerta. Aguzo el oído,
reconstruyendo partes de la conversación.
—… avión privado… piloto certificado… un profesional
experimentado…
—… inspección previa al vuelo… mal estado de los neumáticos…
no tiene ninguna responsabilidad legal, pero un abogado podrá darle más
información… 100
—… nadie está seguro… estas cosas lamentablemente pasan…
¿alguien a quien le gustaría llamar?
Una aguda agonía intensa me atraviesa por primera vez desde que
se desarrolló este espectáculo de mierda. La perspectiva se está volviendo
real, y con ella, las consecuencias de perder a la única persona en este
mundo que realmente me importa.
Todo lo que no sentí cuando murió Douglas (la tristeza, el dolor, la
impotencia) ahora está cortando mis órganos internos en tiras finas.
Quiero acercarme, escuchar todo. Al mismo tiempo, quiero que todos se
callen. Que esta pesadilla se vaya.
Grace, por encantadora que sea, no es la persona más confiable del
planeta Tierra.
Mintió a nuestros padres sobre mí.
Mintió al mundo sobre nuestra relación durante años.
Nada le impidió mentirme sobre los detalles de su vuelo.
Los dos oficiales hablando con Winnifred se marchan y nos dejan
solos en algún momento. Su mirada roja e inyectada en sangre se levanta
del suelo. Una vez que me registra, el reconocimiento entra en acción.
Parece que nada le gustaría más que golpearme con uno de los bancos
vacíos en la sala de espera.
—Deja de mirarme como un cervatillo. No son ellos —gruño,
enseñando los dientes como una bestia aterradora—. Tienen a las
personas equivocadas. Saldremos de aquí antes del amanecer.
—No puedes hablar en serio. —Deja escapar un gemido dolido—.
¿De verdad crees que es una confusión de identidad?
—Sí —digo secamente—. Y no estoy dispuesto a que una mujer
adulta usando un vestido de princesa de Disney me convenza de lo
contrario.
Gira la cabeza en la dirección opuesta y cierra los ojos, apretando
los labios. Qué me odie. Sólo me importa Grace.
Empiezo a caminar de un lado a otro. ¿Qué les está tomando tanto
tiempo? No puedes llamar a la gente para que reconozca un cuerpo en
medio de la noche y luego tenerlos esperando durante horas. Después de
sacar mi teléfono celular, busco en Google accidente de avión privado en
aeropuerto de Teterboro y hago clic en la pestaña de noticias. Hay un 101
único artículo al respecto, explicando vagamente que hubo un accidente
durante el despegue y que actualmente se están investigando los detalles.
Los oficiales regresan con una recepcionista de aspecto
somnoliento y los dos oficiales que vinieron con Winnifred.
Los cuatro oficiales nos piden a los dos que nos hagamos a un lado
con ellos para intentar armar la línea de tiempo.
—¿Saben cuál era el destino del avión? —pregunta el oficial
Damien.
—Zúrich —digo, al mismo tiempo que Winnifred responde—: París.
Le doy una mirada lastimosa.
—No todas las capitales europeas son iguales, campesina tonta.
Me da un placer enfermizo ser cruel con ella. Necesito desahogarme
en alguna parte, y es la víctima perfecta.
—Puedo confirmar que el avión se dirigía a París. —La oficial
Hannah está anotando algo en un bloc de notas que sostiene, sin apartar
la mirada de él.
Mi mandíbula se afloja. ¿París? ¿Grace iba a París? ¿Por qué?
—Hasta donde saben, ¿cuántas personas iban en el avión? —
continúa el oficial Damien, dirigiendo su atención a Winnifred, quien
obviamente tiene más información que yo.
—Mínimo, tres. —Se frota la barbilla, con los ojos del todo abiertos
y perdidos, como una adolescente aturdida—. Paul, Gracelynn y el piloto.
Aunque supongo que podría haber una azafata o dos. ¿Y un copiloto?
Dios, no sé nada de esas cosas.
No me jodas. Mi fuente de información actualmente usa aretes de
plástico amarillo.
—¿Tienen más información que puedan compartir con nosotros?
—pregunta la oficial Hannah.
Me quedo en silencio. No estoy ni jodidamente al tanto de lo que
sea que está pasando. Ahora, solo estoy esperando a que los oficiales se
vayan para poder interrogar a Dolly Parton Jr.
Ella duda antes de negar con la cabeza.
—No. Lo siento, esto es todo lo que me dijo.
La oficial Hannah parece apenada cuando pregunta: 102
—Señora Ashcroft, ¿sabe por casualidad si… viajaban por negocios
o… eh, placer?
Cerrando los ojos, siento que todo dentro de mí se derrumba,
ladrillo a ladrillo. Todo lo que construí a lo largo de los años se ha ido,
enterrado en cenizas. Los recuerdos. Los besos robados. Los juegos. Las
apuestas. El ganador. Todo se ha ido.
La voz de Winnifred suena muy lejos.
—Yo-yo no lo sé.
—¿No sabe si viajaban por negocios o placer? —repite el oficial
Damien groseramente.
—No.
—Entonces, ¿supongo que esto significa que no sabía que viajaban
juntos?
—Deja de hacer eso —lo reprende la oficial Hannah en voz baja.
—No —responde Winnifred, levantando la barbilla, orgullosa a
pesar de lo ridículo de su atuendo, esta situación y esta pregunta—. No
me dijo que viajaba con la señorita Langston.
—De acuerdo. —El oficial Damien se muerde el interior de la
mejilla, frustrado—. Gracias, señora Ashcroft. La buena noticia, si se le
puede llamar así, es que el piloto intentó aterrizar de forma segura en el
Hudson, de modo que los cuerpos están en, eh, condiciones presentables.
—Qué fantásticas noticias —digo arrastrando las palabras, incapaz
de detenerme—. Entonces se ahogaron, no se quemaron en las llamas.
Es una gran diferencia. Campesina, ¿no te enorgullece que el funeral de
tu marido sea un evento de ataúd abierto? —Le lanzo una sonrisa
deplorable.
Winnifred jadea como si acabara de darle una bofetada.
La oficial Hannah pone una mano en el hombro de Winnifred.
—La gente dice cosas terribles cuando están sufriendo —dice para
consolarla.
—Ah, decir cosas terribles es su truco de fiesta. No tiene nada que
ver con lo que está pasando aquí —dice la campesina mirándome de
reojo.
Finalmente, el oficial Damien recibe una llamada telefónica y los
oficiales asienten entre ellos.
103
—Volveremos en seguida.
Todos salen, murmurando entre ellos, dejándonos solos a la esposa
de Paul Ashcroft y a mí.
Me giro hacia ella.
—Tienes que contarme todo.
—¡Caray! ¿Me hablas a mí? —Golpea su dedo índice en su pecho,
acentuando aún más su acento sureño—. Porque no distingo Roma de
Reykjavík. Entonces, ¿por qué no tomas tu gran cerebro inteligente y tu
gigante actitud intolerable y te los metes por el cu…?
—Tregua. —Levanto mis palmas—. Sé que sabes más que yo. Eso
está claro para todos en un radio de cien kilómetros. Y aunque no
empezamos con el pie derecho, también está claro que ambos estamos en
medio de una tormenta de mierda, así que ahora sería un buen momento
para excusar mis modales y reconstruir lo que sucedió aquí.
—No —dice con decisión.
La miro fijamente, paralizado.
—¿Disculpa?
—No lo haré. —Se cruza de brazos—. Señor Corbin, no puedes ir
por ahí tratando a la gente como si fueran basura. Sin importar cuánto
dinero tengas en tu cuenta bancaria. Primero discúlpate.
Pequeña mier…
—Mis más sinceras disculpas. —Me inclino con exageración
deliberada—. Soy un hombre difícil acostumbrado a salirse con la suya
con un comportamiento deplorable. De ahora en adelante, lo pensaré dos
veces antes de abrir mi bocaza y descargar mi ira en la gente. ¿Podemos
seguir adelante?
Toma aire, y asiente.
—Bien. Ahora cuéntamelo todo.
—Paul compró a principios de mes dos boletos a París. Se suponía
que iba a ser una escapada romántica. Un botón de reinicio… —Vacila,
sin querer revelar demasiado—. Una oportunidad para pasar un tiempo
a solas.
Todo el peso de la traición se estrella contra mí ante la palabra
París. Grace iba con Paul a la ciudad más romántica del mundo. Solos.
No hace falta ser un genio para saber que tenían la intención de disfrutar
algo más que los pasteles locales y el champán. 104
Asiento alentadoramente.
—¿Y?
—Le dije que no podía ir. Acababa de conseguir mi primera
actuación en el teatro. Era un gran asunto para mí. Esta noche era mi
primer show. Soy Bella de La Bella y la Bestia. —Pasa una mano por su
vestido estúpido, como si fuera su posesión más querida. Una lágrima se
desliza desde su mejilla, hasta su cuello y sobre el vestido.
Este vestido quedará manchado para siempre con sus lágrimas. El
papel empañado con este momento, este lugar, esta escena. Justo como
nunca podré volver a conducir por este hospital sin pensar en Grace.
Nuestras vidas están a punto de cambiar para siempre.
No digo nada, dejándola continuar.
—Paul no podía cancelar las reservas de hotel, así que me preguntó
si me importaría si se llevaba a Phil, uno de sus amigos de la universidad.
Conozco a Phil. Fue su padrino y siempre venía a ver los partidos de
béisbol. Le dije que siguiera adelante… —se interrumpe.
No tiene que decirlo en voz alta. El resto es abundantemente claro.
Paul no se llevó a Phil. Se llevó a Grace. Y fueron atrapados con las manos
en la masa. Solo que ahora no están aquí para enfrentar las
consecuencias de sus acciones. Mis sentimientos se desvían
peligrosamente del «Bien, que se jodan», a «Grace, ¿por qué tuviste que
subirte a ese avión? ¿No era suficiente para ti?»
—¿Por qué no les dijiste eso? —exijo, buscando canalizar mi ira
hacia alguien que está aquí, que está presente, que está vivo—. A los
oficiales.
Lágrimas frescas llenan los ojos de Winnifred, y sus fosas nasales
se ensanchan.
—No voy a precipitarme. Confiaba en Paul.
—Claramente hizo un mal uso de esta confianza para pasar el fin
de semana follándose a mi prometida.
—Tal vez aprovechó a irse con él y tenía otros asuntos en París. No
sabemos qué pasó allí, y no voy a permitir que su nombre sea mancillado
de esa manera. —Levanta la barbilla.
Sigue siendo leal a él, y eso me vuelve loco porque el pendejo no
solo la engañó, sino que lo hizo con mi maldita futura esposa.
Quiero sacudirla y sacarle la ingenuidad como si fuera una 105
alcancía.
Entonces, me doy cuenta. Tiene un papel que desempeñar. La
esposa devota y cariñosa. Aquella que luego recibirá el gordo cheque del
seguro y la simpatía. No es que Winnifred no crea que Paul y Grace tenían
una aventura, es que a ella le importa un comino.
Probablemente cuando estaba vivo no le importaba con quién
follaba ese huevo sin sal mientras tuviera acceso a sus tarjetas de crédito.
—Cree lo que quieras creer. —Restriego mis palmas contra las
cuencas de mis ojos—. No es mi trabajo arrastrarte pataleando y gritando
a los reinos de la realidad, Bella.
—De todos modos, tu versión de la realidad es totalmente retorcida,
Bestia. —Se acurruca al otro lado de la habitación y pega la frente a la
pared.
Dejo escapar una carcajada.
—¿Acabas de llamarme bestia?
—Sí, pero me retracto —espeta—. La Bestia se redime. ¡Tú nunca
lo harás!
—¿Cómo no arrestaron a Paul por casarse contigo? —Me pregunto
en voz alta—. Tienes doce mentalmente.
—¡Bueno, nadie te obligó a hablar conmigo! —devuelve el golpe. Su
acento es más fuerte que nunca cuando está enojada—. Quédate en tu
lado de la habitación, y déjame en paz.
Ambos somos caparazones de nuestro antiguo yo. Sé exactamente
por qué estoy destrozado: acabo de perder el amor de mi vida, o lo más
parecido a uno que jamás haya tenido. ¿Pero cuál es su excusa?
En lugar de procesar la posible muerte de mi prometida, mi mente
comienza a perder el control, girando salvajemente por una madriguera
de conejo sin fin.
¿Grace amaba a Paul?
¿Quería dejarme por él?
¿Qué sentido tenía esta aventura absurda con él si iba a casarse
conmigo? ¿Si quería renunciar a su trabajo? Paul no era particularmente
atractivo, ni disfrutaba de una gran cantidad de materia gris.
¿Cuánto tiempo había estado pasando? ¿Ya estaban haciéndolo,
albergando este secreto, cuando todos estuvimos en Italia?
¿Grace estaba trabajando de verdad en Zúrich todos esos días, esas 106
semanas, esos meses? ¿O estaba con él?
¿Y dónde se encontraban cuando estaban solos? ¿Un hotel? ¿Un
Airbnb? ¿El apartamento que Grace se había negado a dejar de alquilar,
«por si acaso»?
Quiero saber todos y cada uno de los detalles sórdidos. Atiborrarme
de mi propio dolor hasta atragantarme con él.
—¿Señora Ashcroft? —Una mujer con una bata blanca sale por una
puerta plateada. Se quita las gafas gruesas y limpia los cristales con el
dobladillo de la manga.
La campesina alisa su vestido ridículo, cuadrando los hombros. La
mujer se hace a un lado, indicándole que la acompañe. Winnifred me
lanza una última mirada de mejor te mueres. Quiero decirle que puede
dejar toda la farsa de la viuda herida. Consiguió sus deseos. Es una viuda
joven y hermosa con millones en el banco, y nadie puede acusarla de
juego sucio. El sueño de toda cazafortunas.
Nos sostenemos la mirada por un momento. Espero que mis ojos
transmitan lo que cada hueso de mi cuerpo está gritando.
Deberías haber estado en el avión.
Deberías haber muerto. Tú.
La. Insulsa. Insignificante. Olvidable. Campesina.
No mi hermosa prometida sofisticada y experta en matemáticas.
No la astuta y seductora Gracelynn Langston. La mujer espectacular
que solo yo entendía.
—Por favor, sígame. —La mujer de la bata blanca la acompaña.
Winnifred obedece rápidamente y regresa diez minutos después, luciendo
cenicienta y pálida. Su hombro choca con mi brazo cuando sale de la
habitación, pero ni siquiera se da cuenta. Giro la cabeza para seguir sus
movimientos. Winnifred se derrumba a medio paso en el pasillo, en el
suelo, con la espalda encorvada, sollozando y sollozando.
No necesito preguntar. Lo sé. Vio a Paul allí dentro.
La mujer de la bata vuelve a salir por la puerta.
—¿Señor Corbin?
Cierro los ojos y presiono la parte posterior de mi cabeza contra la
pared.
Grace de alguna manera se las ha arreglado para deslizarse entre 107
mis dedos. Otra vez.
No la sujeté lo suficientemente fuerte, lo suficientemente cerca, lo
suficientemente bien.
¿Y esta vez? El agua no la salvó.
108
Mamá siempre me dice que lo más lindo que hice cuando era niña
fue llorar cada vez que «Space Oddity» de David Bowie sonaba en la radio. 109
Estoy hablando de un colapso total, salpicado de hipo y emociones
incontrolables.
—Te conmovías tanto por ello, sin importar cuántas veces lo
escucharas. Tocaba tu alma. Así fue como supe que eras una artista.
Dejas que el arte te toque. Así que para mí fue obvio que, algún día
podrías tocar a otros con él.
En estos días, no puedo derramar ni una lágrima para salvar mi
vida. Comerciales del Super Bowl. Películas cursis de Hallmark. Mujeres
empujando cochecitos en la calle. Personas sin vivienda. Guerras,
hambrunas, crisis humanitarias. Los yogures caducados que pertenecían
a Paul en la nevera. «Mad World» de Michael Andrews. La lista de cosas
que me suelen hacer llorar es larga y tediosa, pero mi cuerpo está todo
seco. En coma emocional, negándose a producir lágrimas.
Llora. ¡Siente algo, maldita sea! Solo una cosa, me reprendo
internamente mientras salgo del teatro, una ráfaga de calor húmedo
golpeándome la cara.
Nueva York usa su clima como un arma. Los veranos son largos y
pegajosos, y los inviernos son blancos y despiadados. En estos días,
parece que toda la ciudad se está derritiendo como un helado. Pero por
primera vez en años, el calor no me afecta. Todo lo que siento es un
escalofrío leve, gracias a los siete kilos que he perdido desde Paul.
Aun así, mis ojos están secos.
—No, no deberías llorar. Eres feliz —me reprendo en voz alta—.
Bien. Tal vez feliz no sea la palabra correcta… satisfecha. Sí. Estás
satisfecha con tu pequeño logro, Winnie Ashcroft.
Una cosa buena de Nueva York es que nadie te mira dos veces
cuando hablas contigo misma.
Camino a lo largo de Times Square, ajena a las vistas, los olores, la
festividad en el aire. En estos días, poner una pierna delante de la otra
requiere bastante esfuerzo.
Mi teléfono baila en mi bolsillo. Lo saco, deslizándolo para
responder a mi agente, Chrissy.
—No te preocupes. —Pongo los ojos en blanco—. Esta vez no olvidé
asistir a la audición.
Estos últimos meses he sido muy olvidadiza. Es comprensible,
siguen tranquilizándome todos, pero puedo decir que algunas personas
están al límite. En estos días rara vez me presento a audiciones,
110
reuniones y funciones sociales. Olvido comer, hacer ejercicio, llamar a
familiares y amigos. El cumpleaños de mi sobrina vino y pasó, y por
primera vez desde que nació, no hubo regalos lujosos, ni globos, ni la
visita sorpresa de la tía Winnie. La mayoría de los días estoy desplomada
en mi sofá, mirando a la puerta, esperando a que vuelva Paul.
Mamá y papá dicen que debería cortar por lo sano. Empacar y
regresar a Mulberry Creek.
Hay un trabajo con mi nombre en él en casa. Profesora de teatro
en mi antigua escuela secundaria.
Mamá dice que mi amor de la infancia, Rhys Hartnett, trabaja
ahora allí como entrenador de fútbol y puede mover todo tipo de hilos.
Afirma que es un trato hecho. Una excelente posición cómoda que asumir
mientras resuelvo las cosas. Pero la idea de dejar el apartamento que
Paul y yo compartimos me pone la piel de gallina.
Además, recibir favores de Rhys Hartnett después de nuestra
despedida desastrosa parece… mal.
—Sí, sé que decidiste honrarlos con tu presencia, por cierto, muy
caritativo de tu parte. —Chrissy se ríe al otro lado de la línea.
Paso junto a una bandada de turistas tomando selfis frente a vallas
publicitarias, riendo y chillando, sin ninguna preocupación en el mundo.
—¿Cómo supiste que aparecí? —Lanzo mis últimos dólares en la
mandíbula abierta de un estuche de violín de un artista callejero sin
perder el ritmo—. Señora, ¿ahora me está espiando?
—No, aunque a veces estoy tentada, solo para comprobar que estás
bien. Sabes que me preocupo mucho por ti.
Maldita sea Chrissy y su corazón de oro. Lo sé. Y, a decir verdad,
es una de las pocas personas en Nueva York que se preocupa por mí. Ella
y Arya, la mujer que dirige la organización benéfica en la que soy
voluntaria. La mayor parte de mi red social está de vuelta en Mulberry
Creek. Chrissy me tomó bajo su ala cuando firmé con ella en un principio.
Creo que vio en mí a alguien que fue alguna vez. Joven e impresionable,
recién bajada del autobús. Una presa fácil para los tiburones sedientos
de sangre de Nueva York. Ella vino de Oklahoma. Yo, de Tennessee. Pero
es la misma historia otra vez. Pueblerina intentando conquistar la Gran
Manzana.
—Bueno, señorita, para tu información, estoy bien y medio —
anuncio—. He estado comiendo todas mis verduras y practicando el
cuidado personal.
—Si crees que voy a creerme eso, te decepcionarás. Pero volveremos 111
sobre el tema más adelante. Vuelve a tu audición —dice Chrissy con
decisión.
Era la primera audición a la que asistía desde el accidente aéreo y
el único papel que me importaba desde que falleció Paul.
Quiero este papel. Necesito este papel.
—¿Qué hay de mi audición? —pregunto.
—Tengo algunas noticias.
Oh, no. Eso fue rápido. ¿En serio fue tan mala que no pudieron
esperar para abalanzarse en su teléfono y llamar a mi agente? La mujer
no pertenece al escenario.
—Chris, escucha. Lo intenté. Lo juro. Entré allí y lo di todo. Tal
vez…
—¡Nena, conseguiste el papel! —anuncia Chrissy.
Me congelo a mitad de camino. Un par de personas chocan conmigo
por detrás, murmurando blasfemias. Hacer una parada no anunciada en
una acera en Manhattan es una infracción de tráfico grave.
Espera… ¿tengo el papel?
Intento obtener placer de las noticias. Algún tipo de satisfacción o
algo que lo imite. Pero mi cuerpo está entumecido por fuera, vacío por
dentro. Me siento delgada como papel. Tan ligera, tan ingrávida, podría
ser transportada con la siguiente ráfaga de viento.
Winnie, derrama una lágrima.
Siempre había sido tan buena llorando. Cualquier ocasión, buena
o mala, impulsaba la ruptura de la presa.
¡Voy a trabajar! ¡Salir de casa! ¡Asistir a ensayos! ¡Memorizar líneas!
Voy a tener que ser un ser humano en pleno funcionamiento. Pero
de alguna manera, la única emoción que puedo reunir es miedo.
—Vas a ser Nina —gime Chrissy, sin inmutarse por mi silencio—.
¿Puedes creerlo? El sueño húmedo de toda actriz.
No está equivocada. Desde mis días en Juilliard como aspirante a
actriz, interpretar el papel de Nina ha sido una fantasía para la mayoría
de mis compañeras de estudios. La hermosa chica trágica y hambrienta
de fama de la obra de teatro La gaviota de Chéjov. La mujer que
representa la pérdida de la inocencia, el daño emocional, cuyos sueños
se convirtieron en polvo de hadas.
112
Tan apropiado. Por supuesto que obtuve el papel. Soy el papel.
—Nina —exhalo, cerrando los ojos a medida que manadas de gente
de la oficina pasan corriendo a mi lado, más allá de mí, a través de mí.
Estoy atrapada en una ola de cuerpos—. Voy a ser Nina.
Sentir el escenario bajo mis pies, las luces brillantes golpeando mis
ojos, y su calor. Volver a oler el sudor de otras personas. Robar bocados
de barritas energéticas entre ensayos. Todo lo que soñé cuando empaqué
una maleta pequeña y me fui de Mulberry Creek.
—Cariño, sé que las cosas han sido difíciles. —Chrissy baja la voz—
. Pero creo que este es el principio del fin. La oruga pronto se convertirá
en mariposa. Niña, te lo ganaste. Extiende esas alas. Vuela alto.
Asiento como si pudiera verme. Necesito un abrazo. Desearía que
alguien estuviera aquí para envolverme con sus brazos. También necesito
galletas de mantequilla. Montones y montones de galletas de suero de
leche de mamá.
—Dime que eres al menos un poco feliz. —La súplica en la voz de
Chrissy es inconfundible—. Suenas como si estuvieras asistiendo a tu
propio funeral.
—¿Estás bromeando? ¡Estoy feliz como una lombriz! —Giro
diestramente para evitar pasar por encima de un chihuahua diminuto
corriendo junto a su dueño, mintiendo abiertamente.
—El director, Lucas, quedó muy impresionado con tu actuación.
Lo llamó eléctrico. Deberían comunicarse conmigo con el cronograma y el
contrato en los próximos días. —Hay una pausa—. Dulzura, lo siento.
Hoy solo hablo de negocios. ¿Quieres que vaya esta noche? Podemos ver
Hallmark y relajarnos.
A Chrissy y a mí nos gustan nuestras películas de la misma manera
que nos gusta nuestra pizza: extra pegajosas y con vino tinto barato al
lado. Normalmente, aceptaría la oferta enseguida. Pero hoy, me gustaría
estar sola. Este trabajo nuevo simboliza mi regreso al mundo exterior.
Necesito digerirlo todo.
—Si no te importa, creo que esta noche será una tranquila. —
Sonrío, por costumbre, a la gente en la calle mientras hago mi viaje a mi
bloque de apartamentos. Nunca me devuelven la sonrisa, no en este
código postal, pero es un hábito que encuentro difícil de romper.
—Win, puedes con esto. Sólo quería hacerte saber que cuentas
conmigo. Disfruta tu noche.
Cuelgo y me desplazo por mi teléfono para mantener mi mente 113
ocupada. Tengo un mensaje sin leer de Pablo.
Pablo: Hola, lo siento, me perdí otra vez tu llamada. Estoy disponible
si quieres hablar.
Fue enviado a las cuatro y media de la mañana.
Pablo me ha estado evitando durante los últimos ocho meses.
También lo hace el resto del personal de Silver Arrow Capital. Chip,
Dahlia de recursos humanos y Phil, el mejor amigo de Paul. Todos han
sido cautelosos con lo que saben (o no saben) de la relación de Paul y
Grace. Aún no tengo idea de lo que mi esposo y esa mujer estaban
haciendo juntos ese día cuando terminaron sus vidas.
Es fácil especular que Paul y Grace tenían una aventura, pero algo
en mí se niega a creer que me traicionaría tan cruelmente.
Paul no era un ángel, pero tampoco era un villano. Además, me
amaba, sé que lo hacía. Y nunca había indicado que Grace fuera alguien
que le agradara. Lo contrario. Muchas veces me encontré reprendiéndolo
cuando él la acusó de ser egocéntrica y mandona cuando regresaba a
casa del trabajo.
Nunca conocí un dolor de cabeza más grande en mi vida. A ese tipo
Corbin le debe encantar el sufrimiento. Todo lo que hace es quejarse y
hacer demandas.
He estado intentado reconstruir la razón por la que Paul tomó ese
vuelo con Grace en los últimos meses. ¿En serio la llevó con él como una
ofrenda? ¿O fue algo lascivo? Pienso en nuestras conversaciones, reviso
sus cosas en nuestro apartamento intentando encontrar pistas.
Hasta ahora, no he encontrado ninguna evidencia de una aventura.
Nada que levante mis sospechas. Todo lo que poseía y mantenía cerca
era tan inocente. Álbumes de fotos, baratijas, su colección de sellos,
camisetas de béisbol firmadas.
A veces juego con la idea de llamar a esa criatura pomposa de
Arsène Corbin. Apuesto a que tiene todas las respuestas a mis preguntas.
A pesar de todas sus muchas fallas evidentes, parece un hombre
ingenioso. El tipo que es rápido para ponerse al día.
No tengo dudas de que descubrió todo lo que hay que saber de las
circunstancias que llevaron a Grace y Paul a estar en el mismo avión que
cobró sus vidas.
Pero no me atrevo a pedirle un favor. Ahora, si él fuera el que se
acercara a mí, sería un juego de pelota completamente diferente. ¿No 114
sería estupendo?
Un dolor sordo golpea detrás de mi frente. Dejo de desplazarme y
llamo a mamá. Rita Towles siempre se las arregla para levantarme el
ánimo, incluso cuando está en el contenedor de basura.
—¡Terroncito! —chilla de placer—. Tu papá y yo estábamos
hablando de ti. Está justo aquí a mi lado. ¿Te ardían las orejas? Me
preguntó si recordaba la vez que intentaste caminar con mis tacones
cuando eras niña y te rompiste el tobillo. Por supuesto que lo recuerdo.
Fui yo quien te llevó hasta el hospital mientras gritabas a los cielos.
Aún tengo una cicatriz pequeña en mi tobillo para mostrar eso.
—Fue una lección bien aprendida. Nunca más usé tacones —digo
con una sonrisa melancólica.
—Aparte del día de tu boda —me recuerda. Mi estado de ánimo se
marchita nuevamente. Todos los caminos siempre conducen a Paul.
—Mamá, fueron plataformas, no tacones. Y solo los usé por
cortesía.
Paul y yo nos casamos en mi iglesia local en Mulberry Creek.
Engullimos una botella de bourbon en el lugar de la boda y bailamos en
la noche, descalzos. Cuando me llevó a la luna de miel de mis sueños en
Tailandia, me subí al avión en pijamas que había empacado y comprado
para mí con anticipación, con los pies aún embarrados por la boda. Los
frotó en su regazo hasta que me quedé dormida en el vuelo largo. Solo
fue otra forma en que Paul era increíble. Considerado y siempre atento.
Aparte de las veces que no lo fue.
—Lizzy vendrá esta noche a cenar. Y sabes que Georgie siempre
está aquí. Así que voy a hacer tarta de durazno —dice sobre mis
hermanas.
—Maldición. Ojalá pudiera estar allí.
—¡Ah, pero puedes! Solo súbete a un avión y ven a vernos.
—Sobre eso… —me interrumpo—. Tengo noticias propias.
—Terroncito, ¿qué pasa?
Tomo aire profundamente, preparándome para mi anuncio.
—¡Conseguí trabajo! Un papel nuevo. Voy a ser Nina de La gaviota.
La línea se queda en silencio. Creo por un segundo que tal vez perdí
la recepción.
Papá es el primero en recuperarse.
115
—¿En serio? ¿En Broadway y todo eso?
Me estremezco.
—No exactamente Broadway. Pero es un teatro establecido en
Manhattan.
—¿Cuánto tiempo durará este trabajo? —continúa.
—Un año.
—Qué bien. —Mamá se aclara la garganta, la decepción cubriendo
su voz—. Esto es… quiero decir, es lo que querías. Estoy feliz por ti.
Puedo ver mi edificio de piedra rojiza en Hell's Kitchen por el rabillo
del ojo. Mis pies se sienten como plomo. Sé que entristecí a mis padres,
quienes pensaron que me estaba entusiasmando la idea de volver a casa.
Aún hay una parte de mí que también quiere irse a casa. Tampoco es
pequeña. Pero este papel es importante por muchas razones. Una de ellas
ni siquiera puedo pronunciarla en voz alta.
—Vaya, por favor. Me estás haciendo sonrojar con toda tu emoción
—murmuro, pero no hay rencor real en mi voz. Por mucho que me duela
admitirlo, los entiendo. Quieren nutrirme, ayudarme a recuperarme.
Vigilarme mientras estoy cerca.
—Simplemente no creo que sea una buena idea que estés sola ahí
afuera —dice mamá con un suspiro profundo—. ¿Tal vez debería ir? ¿Solo
por un par de semanas? ¿Hacerte tarta de durazno? No me interpondré
en tu camino. En absoluto. No te preocupes. Esta anciana puede
entretenerse por su cuenta.
—No, mamá —suplico, el pánico apoderándose de mí—. Estoy bien.
Lo prometo.

Nuestro apartamento, supongo que ahora es mi apartamento, es


un apartamento moderno de dos dormitorios. Con una cocina abierta,
vistas al este del horizonte de Manhattan y lo que a los agentes
inmobiliarios les gusta llamar carácter. Me encanta todo al respecto. Los
taburetes de cuero acolchado junto a la isla de granito negro en la cocina,
las obras de arte que Paul y yo recolectamos de los pequeños mercados
de pulgas en nuestra luna de miel y, sobre todo, la forma en que el lugar
aún está empapado de su presencia. Hinchado con la promesa y la 116
expectativa de que regresará en cualquier momento.
Que empujará la puerta para abrirla con su sonrisa de presentador
de programa diurno y anunciará: ¡Cariño, estoy en caaaaaasssaaaaa!
Me alzará en el aire, me besará fuerte y preguntará cómo está su
chica favorita.
Sus zapatillas deportivas aún están junto a la puerta. Su cepillo de
dientes está metido en una taza junto a nuestro lavabo doble, las cerdas
torcidas como un diente de león maduro. Paul se restregaba los dientes
hasta el punto de sangrar.
Me da un consuelo extraño que sus yogures aún estén en el
refrigerador, ordenados por fechas ahora vencidas, aunque sé que no
deberían estarlo. Que sus lentes de contacto de repuesto aún están
posados junto al grifo de su lavabo, esperando a que se los pongan.
Es por eso que no quiero que mis padres me visiten. Se supone que
no debo quedarme con estas cosas. Los accesorios cotidianos que ya no
usará. Sus píldoras recetadas en botellas naranjas, las gafas de lectura
en su mesita de noche, completo con el periódico abierto que había estado
leyendo, el artículo que nunca terminó devolviéndome la mirada. «Minería
del fondo del mar».
The New Yorker tiene la culpa de la fea forma en que nos
separamos.
La última vez que lo vi, tuvimos una discusión.
Lo había estado molestando para que cancelara nuestra
suscripción al periódico. Nunca lo tocaba, y soy alérgica a las noticias del
mundo y la ansiedad que provoca. Crecí con frugalidad y no me gustaba
cómo Paul tiraba el dinero sin otra razón que la de poseerlo. Esa noche
hizo un espectáculo al abrir el periódico, leyó la mitad de un artículo, lo
dejó a un lado y prometió que leería el resto cuando regresara de su viaje
a París.
No cierres el periódico. Lo retomaré, había advertido. Por Dios que lo
haré. La única razón por la que no me lo llevo es porque Phil siempre quiere
hablar de béisbol cuando tomamos vuelos juntos.
Nunca lo hice. Se quedó ahí. Cada periódico nuevo que recibo todos
los días está enrollado y esperando en una pila en la despensa a que Paul
llegue y lo lea. Como si un día pudiera materializarse, entrar aquí y
preguntarme qué se perdió estos últimos ocho meses.
Paseando por el apartamento, paso mis dedos por los libros en los
estantes, una mezcla de mis clásicos favoritos y su Jack Reacher, y los 117
electrodomésticos de acero inoxidable que elegimos juntos.
La realidad se abre camino hasta mis entrañas. No puedo
permitirme conservar este lugar. Aunque Paul había pagado la hipoteca
antes de casarnos («Mala inversión», argumentó, pero yo quería vivir en
un lugar que fuera completamente mío), y heredé la propiedad como su
esposa, había demasiadas facturas acumulándose cada mes.
El impuesto a la propiedad, el estacionamiento, la comida, la
atención médica y el transporte me hacen echar mano del dinero del
seguro que recibí todos los meses desde que falleció.
Paul y yo habíamos firmado un acuerdo prenupcial blindado a
pedido de sus padres, lo que significa que no estoy tan bien como la gente
podría sospechar. En ese momento, no pensé mucho en eso, porque la
idea de separarme de Paul era una locura para mí.
Va a ser un asco vender, mudarse y dejar todos sus recuerdos
atrás.
Quizás este nuevo papel de Nina en La gaviota me ayude a
mantenerme a flote, pero lo dudo. Solo es un contrato de un año, y no un
trabajo en Broadway. No se puede ganar mucho dinero.
Suena el timbre. Salto hacia atrás, tomada por sorpresa, antes de
recordar que pedí la comida favorita de Paul. Banh xeo y chả cá. Corro
hacia la puerta, doy propina al repartidor y abro una botella barata de
vino tinto. Dejo dos platos frente al televisor en la mesita de café. También
le sirvo una copa a Paul y coloco comida en su plato, sacando todo el
maíz tierno a mano porque lo odia. Aunque me muero de hambre, espero
hasta que cargue Netflix antes de dar el primer bocado. Era una molestia
suya.
Muñeca, al menos ten los modales de saltarte la introducción. La
comida no va a escaparse.
¿Ya estoy desquiciada, sirviendo un plato entero al fantasma de mi
esposo muerto? Absolutamente. ¿Me importa? No. Es una de las raras
ventajas de vivir completamente sola. No tengo que ocultar mi locura.
—Querido, esta noche vamos a ver The Witcher. Sé que no es lo
tuyo, pero Henry Cavill es mío, y no hay nada que puedas hacer al
respecto —bromeo, comenzando el primer episodio mientras tomo un
bocado del esponjoso panqueque de arroz relleno—. Es una decisión
ejecutiva. Debería haber sido más cuidadosa. De esa manera tendrías
algo que decir en el asunto.
Los miércoles eran nuestras noches de comida vietnamita para 118
llevar y televisión. Paul recogía la comida cuando regresaba del trabajo
mientras yo limpiaba el apartamento, hacía las compras y planchaba su
ropa. Mantengo viva la tradición, aunque él ya no está. Bueno, menos
planchar su ropa. Ni siquiera pretendo extrañar esa parte.
Mantengo una conversación ociosa con el lado del sofá de Paul a
medida que como.
¿Qué tal tu día?
De hecho, el mío fue bastante bueno. ¡Fui a una audición y lo
conseguí! Gracias por creer siempre en mí. Por decirme que lo iba a lograr.
Mi papel como Bella tuvo una muerte rápida la noche en que murió
Paul. A la mañana siguiente, Chrissy llamó al teatro y les contó de mi
situación, y dejé el espectáculo. La pérdida se sintió minúscula en el gran
esquema de las cosas, pero meses después, a veces me preguntaba si
habría sido posible salir adelante. Tal vez si hubiera tenido algo que me
mantuviera en marcha, no estaría tan insensible.
Cuando termina el episodio, recojo la mesita de café y lavo los
platos. Paso la cerradura y el cerrojo de la puerta.
En la cocina, me lleno tres vasos altos de agua y me los bebo todos.
Me gusta despertarme al menos un par de veces cada noche. Hago una
inspección pequeña alrededor del apartamento, asegurándome de que
estoy realmente sola. Siempre he tenido miedo de dormir sola. En
Juilliard, tenía un montón de compañeros de piso y, antes de eso,
compartí una habitación con mis dos hermanas. No hay duda de que no
soy buena para estar sola.
Apago las luces de camino al dormitorio, pero me detengo frente a
una puerta cuando llego al pasillo.
La oficina de Paul. La puerta está cerrada. Sé dónde está la llave,
pero no la he usado desde que se fue.
Cuando estaba vivo, Paul pasaba incontables horas en su oficina
de la casa. Lo vi cientos de veces ahí dentro, cuando entraba a llevarle
café, agua o simplemente para recordarle que era hora de tomar un
descanso. Es solo otra oficina, con montones de documentos, una
pantalla Apple y una cantidad impía de archivadores.
Me había pedido que no la abriera cada vez que la cerraba.
Muñeca, recuerda, secretos comerciales. Además, me gusta la idea
de tener una isla propia. Un lugar privado que solo me pertenece.
Y yo, ciegamente leal, fiel sin reservas, decidí nunca romper esta
regla. Incluso ahora, después de todos estos meses, la oficina sigue
cerrada.
119
Esperando a que lo traicione, como supuestamente él me traicionó
a mí.
—¡Es Elsa! ¡Elsa está aquí! —La pequeña Sienna, de solo seis años
y residente en la unidad de rehabilitación pediátrica de Saint John, me
llama desde su cama. Estira sus brazos, agitando los dedos cuando entro
en su habitación. Me inclino para abrazarla, mi falsa peluca sintética
rubio blanquecino haciéndole cosquillas en la cara, haciéndola reír.
120
—Hueles a plástico —dice ella.
Sin importar cuán deprimida me sienta, hay una cosa que nunca
me pierdo: mi trabajo voluntario en el Hospital de Niños de Saint John.
Me sirve para tranquilizarme, más que ayudar a los pequeños
guerreros a salir adelante. No hay nada como ver a un niño inocente
peleando una batalla de adultos para poner tus propios problemas en
perspectiva. Doy gracias al Señor todos los días que encontré a Arya
Roth-Miller y pude unirme a su organización benéfica. Que hablamos en
esta fiesta al azar hace tres años, y cuando dijo que me llamaría y me
daría los detalles de su organización benéfica, lo hizo de verdad. No solo
gané perspectiva y algo para nutrir el alma, también gané una amiga.
—Vaya, si es mi soldado favorita. —Me dejo caer junto a Sienna en
una silla de visitas, y coloco mi kit de maquillaje en su mesita de noche.
Sobre ella hay una caja de plástico transparente que consta de docenas
de cuadrados pequeños, pastillas dentro, junto con botellas de agua a
medio terminar y algunos dulces—. ¿Dónde están tus papis?
—Es el cumpleaños de mi hermanito Cade. Así que lo llevaron a
Chuck E. Cheese para celebrarlo con su clase. ¡Pero no te preocupes!
Dijeron que me conseguirían algo delicioso. —Me lanza una sonrisa
medio desdentada. Mi corazón se derrite en mi pecho.
Ah, Sienna.
—Bien. Te tendré toda para mí. Entonces, ¿quién quieres ser hoy?
—Agito mis cejas—. ¿Minnie Mouse? ¿Una mariposa? ¿Un dragón? ¡Ya
sé! ¿Quizás un arcoíris?
Sienna se humedece los labios, enderezándose las gafas sobre su
nariz. Se revuelve en su cama, estirándose para rascarse debajo de la
manta cubriendo sus piernas. O, mejor dicho, su pierna. La izquierda fue
cortada en un accidente automovilístico hace tres semanas. Tiene un
caso de miembro fantasma, y sigue sintiendo la pierna que no está.
—¡Quiero ser Mirabel de Encanto! —anuncia—. Porque no es
necesario tener un superpoder para ser un héroe.
—¡Si, ese es el espíritu! —Ya estoy en mi teléfono, buscando
tutoriales de cómo dibujar a Mirabel—. Los superpoderes son aburridos.
No tienen mérito. Lo que importa es el poder que encontramos en
nosotros mismos.
Ahora, si tan solo pudiera escuchar mi propio consejo.
Sienna es una delicia para maquillar. Por lo general, hablo con los
niños mientras trabajo en sus rostros. Sienna me dice que es posible que
la den de alta a fin de mes y que regrese a su clase. 121
—Y al principio, me darán una silla de ruedas, pero después dijeron
que me darán una pierna biónica súper genial y ¡será justo como antes
del accidente! —dice emocionada—. Tendré que ponérmela todas las
mañanas cuando despierte.
Me alejo cuando termino, y le devuelvo la sonrisa.
—¡Eso suena como la cosa más genial del mundo!
—¿Cierto? —Sus ojos se iluminan.
—De verdad. ¡Podrías caminar, bailar, nadar, hacer cualquier cosa!
Después de Sienna, es el turno de Tom (cirugía de columna), y
después de Tom viene Mallory (fibrosis quística). Doy la vuelta, y el tiempo
pasa sin el dolor habitual que acompaña a respirar y operar en el mundo
sin Paul.
Cuando termino, llamo al ascensor. Se abre y sale Arya Roth-Miller,
la directora de la fundación con la que estoy trabajando en este proyecto
y la única otra amiga, además de Chrissy, que se molesta en visitarme
una vez al mes.
—Winnie. —Sonríe, retrocediendo en el ascensor—. Justo con
quien estaba esperando encontrarme. Déjame acompañarte fuera de
aquí.
La sigo hasta el ascensor y pulso el botón de la planta baja,
sonriéndole a Arya. Me encanta que tenga su propio negocio de relaciones
públicas, una familia, ¡un bebé!, pero aún encuentra tiempo para hacer
este trabajo.
—¿Estoy en problemas? —Me rio—. ¿Por qué querrías hablar
conmigo?
—¿Problemas? —pregunta, frunciendo el ceño—. ¿Ya tengo
expresión de mamá malhumorada? ¿Por qué piensas eso?
Me encojo de hombros.
—Normalmente te gusta ponerte al día con un café, no en el
ascensor.
—Bueno, primero, quería felicitarte por conseguir el papel de Nina.
Chrissy me dijo. ¡Estoy tan orgullosa de ti!
Asiento, sonrojándome profundamente.
—Segundo, voy a dar un baile benéfico dentro de unas semanas, y
me encantaría que vinieras. Es una cosa de tres mil por plato.
122
Bendito Dios. ¿Qué van a servir en este evento, un bistec hecho de
oro puro?
—Muchas gracias por la oferta. No estoy… quiero decir, ya sabes
cómo me gusta ser reservada…
Traducción: soy tan pobre que bien podría tener una planta rodadora
como mascota.
—¡Jesús, no tendrás que pagar! —Arya agita su mano. Siento mis
oídos sonrojándose de vergüenza—. Pero quiero que estés allí. Eres uno
de nuestros voluntarios más dedicados. Winnie, a nadie le importan esos
niños como a ti. Y siempre preguntan por ti, en específico. Algunos de los
padres estarán allí y, bueno, no puedo darme el lujo de no tenerte allí.
—Entonces, allí estaré.
Será el primer evento público al que asista desde que falleció Paul,
pero al menos tengo una buena excusa. Caridad. Además… extraño un
poco ver a la gente. Bailar. Ponerme un vestido bonito.
—¡Maravilloso! —Arya aplaude justo cuando las puertas del
ascensor se abren y salgo a trompicones—. Le diré a Christian. ¡Le
encantará volver a verte!
Apuesto a que sí. Su esposo, Christian, aprueba todo lo que ama
su esposa, incluidos sus amigos. Me doy la vuelta, sonriéndole
débilmente.
—Bueno… hasta luego.
—¡De ninguna manera! —Niega con la cabeza cuando las puertas
se cierran—. No hasta luego. Hasta pronto. Saldremos pronto. Te llamare
esta noche. Oye, ¿y Winnie?
Me giro para mirarla.
—Te queremos. Recuerda eso.

—¿Pensarás en mí? —Apoyo una mano sobre el rostro de Rahim,


mirando sus ojos oscuros.
Acaricia mi mano en respuesta. Dejo escapar un jadeo suave ante
su toque. Una sonrisa se curva en sus labios.
123
—Por supuesto que lo haré. Pensaré en cómo te veías a la luz del
sol, ¿recuerdas? En ese vestido maravilloso…
Sus labios se acercan. Siento su calor. El chicle de canela en su
aliento. Las patillas falsas adornando sus mejillas. ¿Puedo hacer esto?
¿De verdad puedo besar a otro hombre? ¿Tan pronto?
Mi corazón se hunde más con cada centímetro que devora entre
nosotros. Siento que se desliza por mi cuerpo. Filtrándose al suelo,
sangrando en las grietas de la madera desgastada. No puedo respirar. No
puedo hacer esto. Sus labios se acercan, más calientes.
Sáquenme de aquí.
Quiero correr. No puedo correr. Estoy paralizada. Los labios de
Rahim casi rozan los míos…
—¡Yyyyy, corten! —Lucas revienta su chicle, cayendo sobre un
asiento color burdeos en la primera fila del teatro.
—Salvada por la campana —susurra Rahim en mi boca,
inclinándose para besarme suavemente en la mejilla.
Retrocedo bruscamente, como si me acabara de abofetear. Él
agarra mis hombros, enderezándome.
Rubor se desliza por sus mejillas bronceadas.
—Winnie, lo siento. No quise decirlo de esa manera. Quiero decir…
no voy a besarte durante los ensayos si puedo evitarlo. Estoy seguro de
que Lucas lo entenderá.
—¡Dios mío, no! Sólo estaba… me quedé en blanco. —Avergonzada
de que me hayan pillado perdiendo el control por un besito en los labios
en el escenario, agacho la cabeza y finjo que los últimos minutos no han
sucedido.
—Está bien, repasemos esta escena una vez más, esta vez con un
beso. —Lucas hojea las páginas de la obra, inclinándose hacia un lado y
diciendo algo al oído de su asistente.
—Oye, Winnie, ¿recuerdas las galletas que trajiste el primer día del
ensayo? —pregunta Rahim.
—Sí, las galletas con chispas de chocolate, pretzeles, papas fritas y
café de la abue. —Sonrío. Cada vez que voy a un lugar nuevo, siempre
llevo un lote nuevo de galletas. Una tradición de las mujeres Towles para 124
endulzar cada relación.
—Estoy seguro de que había un ingrediente secreto allí. —Rahim
chasquea los dedos—. ¿Qué era? La textura era increíble.
—Agrega otra yema y azúcar moreno adicional para humedad. —
Guiño—. Te enviaré la receta si prometes no mostrársela a nadie.
—Las mujeres de mi club de fieltro se sentirán decepcionadas, pero
estoy seguro de que lo entenderán —bromea.
Calypso Hall está vacío por lo demás. Hay más gente detrás del
escenario, pero aquí solo está Rahim, que interpreta a Trigorin; Lucas;
su asistente; y yo. Y, por supuesto, el escenario de arcos dorados, un mar
de asientos burdeos, entrepisos y palcos como nuestra audiencia. Es un
teatro antiguo. Pequeño y acogedor, y en necesidad de reparación. Pero
aún se siente como en casa.
—La misma escena. Desde el inicio. —Lucas golpea su boina—. En
realidad no. Denme de nuevo la escena de resolución. Tenemos que
concretarlo, y ahora mismo no están brillando. ¡Brillen, unicornios!
¡Brillen!
He memorizado La gaviota de principio a fin. Cada palabra está
tallada en mi cerebro. Sueño todos los días despierta con las aspiraciones
de Nina. Siento su desesperación por la noche, cuando doy vueltas en la
cama. Es liberador, deslizarse en la mente de un personaje ficticio.
Experimentar el mundo a través de los ojos de una chica rusa con
problemas del siglo XIX.
Hacemos lo que se nos dice, sumergiéndonos directamente en la
escena de resolución. Rahim dispara sus líneas a gran velocidad,
floreciendo bajo las luces severas. Su carisma es adictivo. Sigo su
ejemplo, cobrando vida en este escenario cuadrado y mágico que me
ofrece total libertad para ser otra persona. A pesar de que estamos en la
parte de los ensayos de los cambios, la anotación y el bloqueo, ya me
siento como ella. Como esta ingenua chica superficial que se cree
enamorada de un novelista. Empujo el pecho de Rahim, lanzo mis manos
al aire, me rio como una maníaca y doy vueltas como una tormenta.
Nina. La chica provinciana desesperada, arriesgada y soñadora.
La puerta del teatro se abre de golpe. Puedo ver por el rabillo del
ojo a una criatura parecida a un demonio. Alto y oscuro, llenando el
marco como un agujero negro.
La energía en la habitación cambia. Los vellos de mi brazo se
erizan.
125
Fuerzo mi atención de vuelta a Rahim.
Enfócate. Enfócate. Enfócate.
Trigorin y Nina están peleando. Escupo mis líneas. Pero ya no brillo
bajo las luces del teatro. Un sudor frío se acumula en la parte posterior
de mi cuello. ¿Quién es esta persona que acaba de entrar? Es un ensayo
general, cerrado al público.
Lucas y su asistente aún no han visto al intruso. Pero parezco
sintonizarme con él mientras desciende la escalera hacia el escenario. No
está solo. Hay alguien detrás de él. Sus movimientos son elegantes y
sutiles, como los de un tigre.
Trigorin está al borde de un colapso. Nina marcha adelante.
Le digo a Rahim que lo amaba. Que le di un hijo. Mis ojos escaldan
con lágrimas sin derramar. Esta parte se siente como cavar en mis
propias entrañas con una cuchara oxidada. Es la parte en la que Nina
acepta su existencia superficial y artificial.
Estoy en medio de mi monólogo, ese monólogo, el que toda
aspirante a actriz se encuentra recitando frente al espejo de su
dormitorio, usando su cepillo de pelo como micrófono, cuando veo por el
rabillo del ojo a Lucas poniéndose de pie de un salto. Se quita la boina de
la cabeza y la aprieta como un mendigo, esperando que se acerque la
figura alta.
—Corten… ¡corten! —grita como un maníaco—. Tómense diez
minutos, muchachos.
Rahim y yo nos detenemos. Mi mirada se dirige a los dos hombres
que entraron al teatro.
Cuando veo su rostro, los planos afilados de su mandíbula, los iris
negros, ninguna parte de mí se sorprende.
Él es la única persona que ha logrado que mi piel se erice y mi boca
se seque con una simple mirada. Su mera existencia me vuelve del revés.
Arsène Corbin.
Destaca como un coyote en un gallinero, vestido con unos
pantalones negros ajustados, zapatos con tiras de cuero y un suéter de
cachemira. Tal vez esté demasiado lejos para saberlo, pero no se ve
demasiado desconsolado desde donde estoy parada. No hay signos
reveladores obvios de ojos inyectados en sangre, cabello despeinado o
una barba descuidada.
Este hombre está vestido de punta en blanco, ha visto a su
peluquero recientemente, está bien afeitado y encajaría perfectamente en
126
una gala elegante.
Quiero arremeter contra él. Gritarle en la cara. Decirle que es un
ser humano horrible por su comportamiento durante la noche en que
descubrimos que nuestros seres queridos se habían ido.
—¿Winnie? —Lucas enarca una ceja con impaciencia—.
¿Escuchaste lo que dije?
Quiere que me vaya. Lo que sea que esté pasando aquí es privado.
Pero no puedo moverme. Mis pies están congelados en el escenario
desgastado.
—Escuchó. Sus piernas deben estar acalambradas por tanto estar
de pie. —Escucho a Rahim reírse con buen humor. Enlaza su brazo con
el mío y me arrastra detrás del escenario. Mis pies resuenan sobre la
madera dura.
—Por favor, dime que estás bien. Me salté el tutorial de primeros
auxilios que nos hicieron tomar cuando fui temporal como salvavidas en
los Hampton. No es mi confesión más orgullosa, pero no tengo la menor
idea de qué hacer si estás teniendo un derrame cerebral —sisea Rahim,
sin dejar de sonreír ampliamente.
—N-no estoy teniendo un derrame cerebral —me las arreglo para
tartamudear.
—Gracias a Dios. A todos nos vendría bien más galletas de tu abue.
Renee, que interpreta a Irina, me pasa un vaso de plástico con agua
entre bastidores. Sloan, que interpreta a Konstantin, me hace sentar en
una silla plegable junto a un estante lleno de disfraces.
Sloan pone sus manos sobre mis hombros.
—Ahora respira profundamente. ¿Es asmática? ¿Alérgica?
¿Necesitamos un Epipen? —Se vuelve hacia Rahim.
Rahim se encoge de hombros con impotencia.
—No es necesario —respondo, aún temblorosa, aunque no creo que
Arsène me haya notado—. Solo estoy un poco conmocionada. Lo siento.
—¿Qué fue todo eso? —Renee levanta una ceja.
—Solo tuve este calambre horrible en el pie. Ni siquiera podía
moverme —miento descaradamente, levantando el vaso de plástico en
agradecimiento, tomando un sorbo de agua—. Ya me siento mejor.
—A veces me pasa eso en medio de la noche. —Sloan asiente con
127
simpatía—. Deberías usar complementos con magnesio. Niña, te cambian
la vida.
—¿Quién era ese tipo? —Rahim, joven, llamativo, con un
espectáculo de Broadway fallido en su haber, señala el escenario—.
Simplemente entró allí como si fuera el dueño del lugar.
—Es porque lo es —dice Sloan inexpresivamente, pareciéndose a
todos los galanes rubios que has visto en las películas—. Arsène Corbin.
Pez gordo de Wall Street durante el día, dueño de la mitad de esta ciudad
de noche. Aunque, no estoy seguro de qué lo trajo aquí. No le importa ni
mierda este teatro pequeño. No es del tipo artístico. Probablemente solo
vino para mostrarse y recordarle a Lucas quién maneja los hilos del
dinero.
—¿Qué hilos del dinero? —espeta Renee amargamente—. El lugar
es un basurero, y no está gastando ni un centavo en él.
—¿Cómo sabes todo esto? —pregunto a Sloan.
Sloan se encoge de hombros.
—La gente habla.
—Bueno, ¿dicen que es un completo imbécil horrible? —gruño,
incapaz de detenerme.
—De hecho, lo hacen, pero ahora que lo mencionas, me encantaría
seguir escuchándote. —Los ojos de Sloan se iluminan—. Aún me falta
oírte usar un lenguaje obsceno, pequeña Winnie. Debe ser bastante
horrible. ¿Qué ha hecho? Más importante aún, ¿a quién se lo ha hecho?
El hombre es delicioso.
Mis colegas saben que soy una viuda joven, pero no saben mucho
de Paul. No saben de su tal vez aventura con Grace. No saben que Arsène
y yo estamos unidos por una tragedia terrible.
Mi corazón aún está fuera de control cuando Renee, Rahim y Sloan
levantan la vista para mirar algo detrás de mí. Sus bocas se aflojan
colectivamente.
—¿Qué? —Suspiro, dándome la vuelta. Y ahí está nuevamente.
Arsène Corbin, esta vez de cerca. Hermoso, sí. De la misma manera que
lo es un volcán activo. Fascinante desde una distancia segura, pero nada
que me gustaría tocar. Y ahora lo veo. El único signo de devastación. Lo
mismo que veo todos los días en el espejo. Sus ojos, una vez agudos,
sensuales y llenos de una risa sardónica, ahora están apagados y
mortecinos. Se parece al ángel de la muerte.
128
—¡Hola! —saluda Sloan alegremente, como si no me hubiera pedido
que le contara los chismes—. Señor Corbin, es maravilloso conocerte por
fin…
—Señora Ashcroft. —La voz de Arsène es aterciopelada—. Sígueme.
No tengo intención de darle el drama que anhela. He visto la sonrisa
petulante de este hombre cuando me interrogó en Italia. Me pongo de pie
y me arrastro detrás de él, dándole un pequeño encogimiento de hombros
petulante al salir. No hay necesidad de despertar las sospechas de los
otros actores.
—¿A dónde? —pregunto a medida que cruzamos el escenario y nos
dirigimos hacia los camerinos—. ¿Al infierno?
Su espalda es musculosa y delgada. Es obvio que aún está activo,
atlético, haciendo ejercicio. Devastado un rábano. Apuesto a que está
teniendo el mejor momento de su vida.
—Absolutamente no. Ese es mi hábitat natural, y no estás invitada
a mi casa.
—En ese caso, déjame en paz —espeto.
—Me temo que tampoco puedo hacer eso.
Se detiene en uno de los vestidores y empuja la puerta para abrirla.
Me hace señas para que entre primero. Vacilo. Arsène no parece del tipo
que agreda físicamente a una mujer, no parece del tipo que ensucie sus
preciosas manos de multimillonario tocando a una tonta como yo, pero
sé que sus palabras pueden ser más letales que sus puños.
Me observa con una mezcla de impaciencia y curiosidad. Ahora que
estamos cerca y solos, su máscara indiferente cae unos centímetros. Su
mandíbula está apretada; su boca está vuelta hacia abajo. Comprendo
que, los últimos meses no han sido fáciles para él. Mantiene sus
emociones excepcionalmente cerca. Es la primera vez que considero que
estamos en el mismo barco de mierda. ¿Y si ambos somos miserables, y
él es mejor para ocultarlo?
—¿Quieres una invitación especial? —pregunta Arsène secamente
cuando no hago ni un movimiento para entrar en la habitación.
—¿Emitirías una? —pregunto alegremente, sabiendo lo mucho que
mi acento irrita sus nervios.
Resopla.
—Sugiero que acabemos con esto lo antes posible. Ninguno de
nosotros quiere prolongar esto, y al menos uno de nosotros tiene mejores
lugares para estar en este momento. 129
Entro en el vestidor. Cierra la puerta. El lugar es minúsculo y está
repleto. Mi espalda termina presionada contra un tocador lleno de
maquillaje. Botes abiertos de polvo fijador, sombra de ojos y brochas.
Lápices labiales rotos están desplegados como crayones. Enterrados
debajo de ellos hay lotes de correo de admiradores y tarjetas de
felicitación.
Arsène me arrincona. No sé si lo hace intencionalmente o si
simplemente es demasiado imponente físicamente para esta caja de
zapatos de lugar. No obstante, está lo suficientemente cerca para que
pueda oler su loción para después del afeitado, la menta en su aliento, el
producto para el cabello que lo hace lucir tan elegante y reluciente como
un titán.
—Tienes que irte —dice con decisión.
—Me pediste que viniera aquí. —Me cruzo de brazos, haciéndome
la tonta intencionalmente.
—Buen intento, campesina. —Sacude una mota invisible de su
suéter de cachemir, como si mi presencia aquí lo ensuciara—. Estás
despedida, con efecto inmediato. Serás compensada por tu tie…
—No eres el director, ni el productor. —Dejo escapar un grito, la ira
subiendo a través de mi pecho—. No puedes hacer eso.
—Puedo y lo hago.
Arremeto con mis palmas hacia adelante, empujándolo. No se
mueve. Simplemente me mira fijamente, con lástima aburrida en su
expresión.
Dios. Lo toqué físicamente. Esto no es agresión, ¿verdad? Vengo de
un lugar donde una bofetada en la cara, en el contexto correcto, es
comprensible, incluso justificada. Sin embargo, los neoyorquinos se rigen
por reglas diferentes.
Pero Arsène no parece estar en peligro de desmayarse o llamar a la
policía. Limpia la pelusa donde acaban de estar mis manos.
—Señora Ashcroft, permíteme recordarte que soy el propietario de
Calypso Hall. Puedo decir quién se queda y quién se va.
—Señor Corbin, permíteme recordarte que tu director, Lucas
Morton, me contrató. Firmamos un contrato. No he hecho nada malo. La
obra se estrena en dos semanas. La actriz de respaldo aún no se ha
aprendido toda la obra. No encontrarás un reemplazo capacitado a 130
tiempo.
—Todos son reemplazables.
—Ah, ¿sí? —Arqueo una ceja, sabiendo que ambos estamos
pensando en las mismas personas. Las personas que dejaron agujeros
evidentes en nuestros corazones.
—Sí. —Sus fosas nasales se ensanchan—. Todos.
No puedo perder este trabajo. Por demasiadas razones para contar.
—Pero, no Nina. —Mi voz cae cuando me encuentro de frente con
su mirada—. Nina es una criatura única en la vida. Sé que probablemente
no hayas leído La gaviota…
—¿Una chica de campo ignorante y enamorada desesperada por
convertirse en parte de un mundo al que no pertenece? —pregunta
suavemente, su voz tan seca como el desierto del Sahara.
Bueno, entonces, supongo que lo leyó.
Se estira para tomar mi barbilla y cierra mi boca con un
movimiento tan delicado que no puedo confiar plenamente en que me
haya tocado de verdad.
—Campesina, no parezcas tan sorprendida. Mi antiguo internado
es el alimentador no oficial de Harvard y Yale. Los aprendí todos. Los
ingleses, los rusos, los griegos. Incluso los pocos estadounidenses que
lograron abrirse camino en la literatura famosa del mundo.
Casi olvido lo horrible que es. Condescendiente, desdeñoso y, lo
peor de todo, feliz de serlo. Entonces, recuerdo lo último que me dijo
cuando estuvimos en la morgue. Cómo era una cazafortunas que
probablemente estaba feliz de librarse de su esposo rico.
Decidí usar su hastío en su contra.
—Bien. —Aparté su mano de un manotazo—. Despídeme. Veamos
cómo funciona eso para ti.
Me echa un vistazo, intentando leer entre líneas.
—Claro, déjame explicártelo, en caso de que tu gran cerebro no
puede resolverlo. —Recalco aún más mi acento, golpeándome el pecho
con el dedo—. Esta campesina va a correr al tabloide más cercano y
venderá su historia. ¿No conoces a las actrices? Señor Corbin, somos una
raza en busca de fama. ¿Y qué dijo una vez Andy Warhol? La mala
publicidad no existe. —Le guiño un ojo—. Además, mi historia encaja
como anillo al dedo en la narrativa cultural actual. Hombre rico, blanco 131
y poderoso persigue a viuda indefensa intentando triunfar en la cruel
Gran Manzana. —Presiono mis palmas juntas, mirando hacia el cielo—.
Piénsalo. Nuestra historia es tan jugosa. ¡Las lenguas se agitarán durante
meses! Mi amado esposo atrapado con tu prometida, con las manos en
la masa, rumbo a unas vacaciones románticas en París. ¡Apuesto a que
ninguno de nosotros podrá salir de nuestros apartamentos sin ser
atrapados por los paparazis!
No hay absolutamente ninguna manera de que pueda hacer algo
así, pero él no lo sabe. Piensa lo peor de mí.
Me cree. También es una persona muy reservada. Lo sé, porque
cuando se supo la noticia de Paul y Grace, alguien (siempre supuse, del
lado de Arsène) vendió a los periódicos la misma historia. Sobre un viaje
de trabajo que salió mal. Un accidente terrible que cobró la vida de dos
compañeros de trabajo, infinitamente dedicados a sus seres queridos,
que buscaban firmar un acuerdo de fusión urgente. Hubo un artículo en
TMI, un sitio de chismes en línea, especulando que Paul y Grace eran
más que colegas, pero fue eliminado en cuestión de minutos.
El brazo de Corbin es largo, poderoso y está al alcance de la
mayoría de las cosas en esta ciudad. Pero no puede estar a cargo de todos
los tabloides, todos los periódicos, todos los canales de televisión. Alguien
querrá comprar lo que estoy dispuesta a vender, y ambos lo sabemos.
Avanza lentamente. El ceño fruncido en su rostro haciéndolo
parecer un dios pagano. Este hombre está acostumbrado a asustar a la
gente. Bueno, no va a asustarme.
—Tu presunción, que cualquier cosa, y mucho menos tú, puede
tocarme, sin mencionar humillarme, es entrañable. —Su mirada se
mueve por mis rasgos como una cuchilla, una sonrisa sardónica tirando
de un lado de sus labios—. Tienes suerte de que soy un gran admirador
de los oportunistas. Son mi raza favorita de personas. Ahora, ¿tienes
algún otro plan de respaldo para evitar que te despida? Y deja el acento
exagerado. Campesina, no estás engañando a nadie.
Mi estómago está lleno de serpientes venenosas. Odio a Arsène por
hacerme luchar por el trabajo que tanto me costó ganar. Pasé la audición
por mérito. No tiene derecho a hacer esto.
De repente, recuerdo el lenguaje de amor de este hombre: el dinero.
—Seguro. Además de la parte de los chismes, también está el
asunto legal. Puedo volar lo que queda de este lugar y convertirlo en una
empresa aún más costosa para ti. Señor Corbin, imagínate el titular. —
Enmarco mis dedos en el aire—. La actriz Winnifred Ashcroft demanda
por despido injustificado. 132
—No está mal querer que la mujer cuyo esposo se follaba a mi
prometida muerta esté lejos de mí.
—Nueva York es muy grande y, que yo sepa, no has puesto un pie
en Calypso Hall en décadas antes de hoy. —Enrollo un rizo que se me
escapó de la coleta a lo largo de mi dedo—. Nunca le prestaron atención
a este lugar en las décadas que tu familia lo poseyó. Tampoco gastaron
ni un centavo en restaurarlo. Solo fue cuando te vi aquí que recordé lo
que Grace dijo en Italia…
—¡No pronuncies su nombre! —arremete, enseñando los dientes
como un monstruo.
El cuello de Arsène se sonroja. Me sorprende, y me doy cuenta de
que nunca lo consideré completamente humano. Es tan formidable que
lo único que parece remotamente mortal en él es que aparentemente se
preocupaba por su prometida.
Bajarle las muescas a este hombre es relajante. Había estado en
un punto de desventaja las dos veces que nos vimos. Aunque
técnicamente sigue siendo mi jefe, al menos esta vez no tengo que lidiar
con una calamidad inmediata como lo hice en Italia y en la morgue.
—Dime, Arsène. —Mi voz se suaviza—. ¿Sigues con tu prohibición
comercial?
—No —dice rotundamente.
—Ya veo. —Hago un puchero, tocando mis labios—. No querrías
volver a sacudir el barco legal, ¿verdad?
—No hay absolutamente ninguna conexión entre el Calypso Hall y
mi prohibición de la SEC.
—No —coincido—. Pero sabes cuán lentas y rechinantes giran las
ruedas de la ley. Sin mencionar todos los honorarios legales que tendrás
que desembolsar por este fracaso de teatro. —Miro a mi alrededor,
abanicándome—. Vas a estar completamente en rojo si te demando. Y lo
haré. Porque ambos sabemos que no tienes una buena razón para
despedirme.
—Si te quedas… —Elige cuidadosamente sus palabras. Mi corazón
corroído late salvajemente en mi pecho, recordándome para variar que
está aquí, que aún está funcionando—. Voy a hacer tu vida tan miserable
que te arrepentirás del día en que naciste.
Inclinándome hacia adelante, me acerco tanto a él que nuestras 133
narices casi se tocan. Huele a sándalo, musgo y especias. Como maderas
oscuras. Nada como Rahim. Nada como Paul. Nada como nadie que haya
conocido.
—Señor Corbin, entiendo que estás acostumbrado a salirte con la
tuya ya que la gente te teme, odia o está en deuda contigo. Bueno, en el
sur tenemos un dicho. Parece que te revolcaron en el barro.
Frunce el ceño.
—Suena como una frase obscena para ligar.
—Los caballos sudan mucho cuando corren rápido. Sobre todo
debajo del sillín. Un buen jinete siempre se preocupa de pasear a su
caballo y dejar que se enfríe antes de llevarlo de regreso al establo. Luego
se cepillan. Tú… —Ahora es mi turno de darle una mirada fría de pies a
cabeza. No sé lo que me pasa. Por lo general, soy la amable, la confiable,
votada como la más probable para dirigir una organización benéfica en
la escuela secundaria. Pero Arsène me obliga a salir de mis ataduras. Es
salvaje y apenas civilizado. Así que, decido dejar mi personalidad de chica
buena en la puerta—. Te ves demacrado. Claro, aún te vistes como
corresponde, y tu corte de cabello probablemente cueste más que mi
atuendo entero, pero no hay luz detrás de esos ojos. No hay nadie en
casa. Señor Corbin, puedo derribarte. Y puedes apostar tu último dólar
a que puedo defenderme.
Como sé muy bien que este es el mejor monólogo que he
pronunciado que no haya sido escrito por un dramaturgo, decido
retirarme mientras tengo la ventaja. Paso junto a él, derribando una pila
de partituras en mi camino, junto con un jarrón de flores. Mis manos
están temblando. Mis rodillas chocan entre sí.
Empujo la puerta para abrirla, y me digo que casi ha terminado.
Estoy casi fuera de peligro.
Pero luego abre la boca, cada una de sus palabras como una bala
en mi espalda.
—Deberías haber sido tú.
Me detengo. Mis pies se vuelven de mármol.
Muévanse, les ordena mi cerebro desesperadamente. No escuchen
a este hombre horrible.
—Pienso en ello cada día. —Su voz se desplaza por la habitación,
como humo, envolviéndome—. Si tan solo no te hubieran dado ese papel
estúpido, ella aún estaría aquí. Todo habría estado bien.
¿Lo haría?
134
¿Grace seguiría siendo suya, aunque se fuera a París con otro
hombre?
¿Paul seguiría siendo mío? ¿Incluso si no resultara ser la mujer
que quería para él cuando se casó conmigo? ¿En serio conocíamos a las
personas que amábamos?
—Ah, señor Corbin. —Suelto una risa amarga, mirando detrás de
mi hombro—. Tal vez habrías sido feliz, pero no puedes decir lo mismo
de tu prometida. Por eso estaba en ese avión a París. —Doy el golpe final—
. Para ser amada por alguien que sabe amar.
Finalmente, logro mover mis piernas. Me alejo antes de que caiga
la primera lágrima.
Pero entonces recuerdo: ya no tengo el simple placer de llorar.
No sé qué me sorprende más. Ver a Winnifred Ashcroft en mis
dominios, o toda la ira fresca que se encendió en mí cuando sus ojos
azules se encontraron con los míos desde el otro lado del teatro.
El dolor, la ira, la agonía carnal me golpearon con toda su fuerza.
Como si los últimos nueve meses nunca hubieran sucedido. 135
Parece ser una actriz decente. Por supuesto, esto no tiene nada que
ver con por qué he decidido quedarme con ella. Tampoco sus pequeños
trucos sobre demandarme o filtrarlo a la prensa. No fueron más que
mordidas de cachorros: con la intención de lastimar pero nada más que
divertido.
—Regresemos a mi oficina. —Ralph, el abogado de mi patrimonio
que me acompañó a Calypso Hall para darme una estimación aproximada
de lo que podría valer este agujero de mierda, hace un gesto hacia la calle.
Estamos parados en la acera fuera del lugar que heredé de Grace.
He estado ignorando este hoyo financiero durante la mayor parte del año,
mientras trabajaba horas extra para volver a inflar mi lista de clientes e
implementar diferentes modelos matemáticos para tomar decisiones de
inversión con rendimientos deliciosos. El negocio está en auge, lo que me
ayuda a olvidar que Grace ya no está aquí, al menos hasta que llega la
noche y, con ella, los recuerdos.
—Dame un segundo para pensar. —Levanto mi palma hacia Ralph,
masajeando mi sien con mi mano libre.
No disfruto especialmente de las obras de teatro, ni de ninguna
forma de arte sin fines lucrativos, y no soy sentimental. No hay razón
para que me quede con este teatro. A la única persona a la que le gustó
fue a mi difunta madre, y en lo que respecta a los humanos, tenía
reputación de ser terrible.
Es por eso que vine hoy aquí. Para obtener un número que luego
podría dar a los compradores potenciales y deshacerme de él.
Restregárselo a mi madre muerta es solo una ventaja.
—Seguro. ¿Un café mientras pones a trabajar tu materia gris? —
Ralph apunta un pulgar detrás de su hombro, señalando un Krispy
Kreme.
—Negro, sin azúcar.
Como tu corazón, señala la voz molesta de Winnie en mi cabeza.
¿Ahora está allí?
—Entendido. —Saluda y desaparece dentro.
Ralph vuelve a salir del Krispy Kreme para darme una taza blanca.
—¿Listo para hablar de algunos números difíciles? —Me lanza una
sonrisa jovial—. Caminemos. Mi oficina está al final de la cuadra, y Becky
siempre me regaña por mis diez mil pasos al día. 136
—De hecho, decidí recapacitar.
Ahogándose con su café, tose medio sorbo.
—¿Recapacitar en qué?
—Venderlo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Ralphy, no me di cuenta de que debía racionalizar mis decisiones
contigo.
—¡No! —Agita una mano, sonrojándose—. Simplemente parecías
tan seguro…
—Lo único de lo que estoy seguro en este momento es que no me
importa tu opinión.
—Está bien, está bien. Solo mantenme informado, ¿quieres?
Giro sobre mis talones y camino hacia mi apartamento.
La razón por la que decidí prescindir del trabajo de Winnifred es
sencilla. Aún tengo preguntas de la noche que cambió mi vida.
¿Y Winnie? Podría tener las respuestas.
Chrissy desliza un trozo de su focaccia de romero en mi plato.
Termino de sorber mi pasta napolitana.
—Gracias. ¿Quieres un poco de mi pasta?
—¿Querer? Siempre. ¿Debería? No en esta vida —gime Chrissy,
tomando un sorbo de su té para quemar grasa—. Necesitas comer, y bien. 137
De lo contrario, tu familia me hará responsable.
—Mamá ladra, pero no muerde. No le hagas caso. —Sé que mi
familia desvergonzada le envía correos electrónicos a Chrissy de mí,
pidiéndole actualizaciones semanales de mi vida. También sé que Chrissy
disfruta de eso. Le encanta ser mi mejor amiga/salvadora designada.
—Pero, no está equivocada. Eres todo piel y huesos. —Mi agente
me lanza una mirada preocupada—. ¿No escuchaste que las heroínas
chic están de moda? Niña, esta es nuestra era. Las curvas kilométricas y
el apetito están de moda.
—Como si fuera a dejar que la gente de Vogue me diga cuánto debo
pesar —resoplé.
Decidimos tener un brunch rápido antes de mi ensayo. Invitamos
a Arya, pero estaba demasiado ocupada con el trabajo para venir. Ha
pasado una semana desde que Arsène entró al teatro y me dejó
tambaleándome. No ha visitado el lugar desde entonces, pero tampoco
me ha despedido. Cuando Rahim, Sloan y Renee me preguntaron por qué
me llevó a un lado, mentí y dije que quería asegurarse de que estaba bien
después de mi calambre en la pierna.
Ya saben, responsabilidad de salud y seguridad. Lo último que
necesita es que nos lesionemos y nos quejemos de la madera hundida en
el escenario.
Odio mentir. No sólo por las implicaciones morales. Soy una
mentirosa terrible. Viene con el territorio de tener muy mala memoria.
Pero nadie puede averiguar lo que nos une a Arsène y a mí. No quiero ser
compadecida, susurrada, juzgada; sobre todo, no quiero que piensen lo
peor de Paul. No cuando ni siquiera yo puedo digerir la idea de que me
fue infiel.
Chrissy baja su tenedor y me lanza la Mirada. Aquella que mamá
perfeccionó cuando estaba en la escuela secundaria y me escapé para
besarme con Rhys justo después de la iglesia del domingo.
—Winnie, tenemos que hablar.
—Ah, conozco esa línea. —Parto otro trozo de pan, lo sumerjo en el
aceite de oliva y el vinagre y me lo meto en la boca—. Chris, no puedes
romper conmigo. Eres la única amiga que tengo en esta ciudad olvidada
de Dios.
—Tienes que seguir adelante. —Sigue seria.
—¿Seguir adelante? —Me ahogo, genuinamente horrorizada por la
idea—. ¡Ha pasado menos de un año!
138
No puede querer decir en serio que debo volver a tener citas. Tal
vez está pensando que debería adoptar una mascota o salir más seguido.
No es que éstas ideas parezcan más atractivas que las citas, nada ha
sonado atractivo desde que Paul se fue, pero al menos no son
escandalosas.
—No me vengas con eso. —Chrissy toma un sorbo de su té
maloliente para quemar grasa—. Paul no era un santo torturado. Era un
hijo de puta infiel.
—Eso es pura especulación. No lo sabemos —rechiné.
—Lo sabemos. —Chrissy golpea su vaso sobre la mesa—. Tú no.
Todo el mundo a tu alrededor lo sabe. Simplemente no dicen nada porque
ya has pasado por suficiente.
¿Mis padres y hermanas piensan lo mismo? ¿Que Paul tuvo una
aventura?
—No tienes ninguna razón para sentarte y suspirar por él.
Ordenarle comida, hacer todo el ritual previo al accidente —dice con
convicción, girando en su silla para indicarle a nuestra mesera que traiga
la cuenta. Sus ojos permanecen en mí.
Sí. Puede que Chrissy me haya pillado o no manteniendo mi
tradición de comida para llevar con Paul.
—Mira —gimo—. Incluso si me engañó, lo cual no digo que lo
hiciera, compartimos toda una historia juntos. Pasamos por mucho. No
puedo simplemente olvidarme de él. No es tan sencillo.
—¡Exactamente mi punto! Otra razón por la que deberías seguir
adelante. Si te hizo esto después de todo lo que pasaste, entonces lo
siento, pero no debería ser perdonado ni llorado. Nadie te juzgará si
sigues adelante.
La comida deliciosa me sabe a barro en la boca. La camarera desliza
la cuenta entre nosotras. Intento agarrarla, pero Chrissy es más rápida.
Sonríe, agitando las cejas mientras deja caer su tarjeta de crédito en el
tarjetero de cuero negro y se lo devuelve a la camarera.
—El punto es que, es hora de que sigas adelante, antes de que el
mundo siga adelante sin ti. Dulzura, los tiempos difíciles nunca duran.
Pero, las personas… —Chrissy se acerca para sujetar mi mano a medida
que la camarera se apresura con su tarjeta de crédito—. La vida es bella
y salvaje, y no espera a que tú decidas participar en ella. Tienes que 139
arrojarte de cabeza al agua. ¿Y cuándo lo hagas? Asegúrate de chapotear.

Una hora más tarde, entro a Calypso Hall para ensayar. Como el
lugar está cerrado hasta que comiencen los espectáculos de la matiné,
Jeremy, el guardia de seguridad diurno, me abre la puerta.
—Señora Ashcroft. Bonito día, ¿no? —me saluda.
Le devuelvo la sonrisa en respuesta, entregándole un biscotti y un
café que compré en el lugar italiano antes de venir aquí.
—El más encantador, Jeremy. Toma. Espero que esto endulce tu
día.
—Winnifred, eres demasiado amable para esta ciudad. —Suspira.
Avanzo detrás del escenario. Jeremy agita una mano frenética para
detenerme.
—¡Oiga, espere, señorita Ashcroft! ¿Ha visto esto? Impresionante,
¿no?
Me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con algo que no tengo
ni idea de cómo me perdí cuando entré. Es un póster del suelo al techo
de La gaviota. En lugar de mostrar a todos los actores, es un primer plano
de Rahim y yo.
LA GAVIOTA DE ANTON CHÉJOV.
PROTAGONIZADA POR: RAHIM FALLAHA, WINNIFRED ASHCROFT,
RENEE HINDS Y SLOAN BARANSKI
La toma es mía mirando a la cámara, Rahim parado detrás de mí,
susurrándome al oído. Es hermoso, tierno y erótico. Pero no puedo reunir
ninguna emoción y placer de ello. Mi corazón no se salta un latido, ni late
más rápido. Este es la cúspide de mi carrera, algo que hubiera hecho que
mi antiguo yo saltara de emoción, abrazara a Jeremy, besara el cartel,
tomara fotografías y se las enviara a todos en mi lista de contactos.
Me siento tan vacía que quiero gritar solo para llenar mi cuerpo con
algo.
Derrama una lágrima. Sólo una. Para demostrarte que puedes. ¡Por
Dios, eres una actriz!
140
—Bien por usted, señorita Ashcroft. —Jeremy inclina su sombrero
en mi dirección—. Bien merecido.
De alguna manera, paso todo el ensayo sin tener un colapso por no
tener un colapso por el cartel. ¿Volveré a sentir algo alguna vez? ¿Alegría?
¿Placer? ¿Celos? ¿Odio? A estas alturas, aceptaré cualquier cosa.
Rahim está de muy buen humor. Se apresura a admirar nuestro
cartel cuando es hora de nuestro descanso.
—¿Qué tan triste es que este lugar apeste tanto que nos
emocionemos con un cartel? —Rahim chasquea la lengua, examinándose
una vez más en la cosa del piso al techo—. ¿Sabes cuánto dinero
invirtieron en el marketing de Hamilton?
Lucas se pavonea entre ensayos. Aparentemente, por primera vez
en veinte años, críticos reales asistirán a un estreno en Calypso Hall.
Sonríe y se ríe con el equipo técnico, no se queja cuando dos de los chicos
de sonido se van a casa temprano, y abraza a la escenógrafa cuando
rompe un accesorio accidentalmente.
Cuando termina el ensayo, Renee y Sloan se lanzan a ver una
producción amateur de un amigo en común que se estrena esta noche.
—Hasta mañana, Win. Ah, y mi novia te agradece por el consejo de
las galletas. —Rahim también me besa en la mejilla al salir—. ¿La yema
y el azúcar moreno? ¡Una bendición!
—Dile que me llame cuando quiera. Esta cosa está llena de trucos
de recetas. —Toco mi sien—. ¡Pero recuerda, no compartas los secretos
comerciales con tu club de fieltro!
Se ríe, se da la vuelta y sale por la puerta. Entro en mi camerino.
Es un espacio minúsculo detrás del escenario, pero es todo mío.
Cierro la puerta detrás de mí, pego mi frente a la madera fría de la puerta
y respiro profundamente.
—Estás bien. Todo está bien —me digo en voz alta.
—Lamento discrepar —dice alguien arrastrando las palabras
detrás de mí, haciéndome saltar fuera de mi piel—. No muchas personas
que hablan solas están bien.
La voz, irónica y divertida, pertenece al único hombre por el que
tengo sentimientos estos días. Odio puro, para ser específicos. Encuentro
a Arsène sentado en un andrajoso sofá amarillo, con una pierna cruzada
sobre la otra, como el emperador imponente que es.
141
—Señor Corbin, qué sorpresa. —Mi corazón tartamudea en mi
pecho. Es la primera vez que siento el órgano en meses, y no me gusta
que este hombre torturado byroniano sea la razón—. ¿Qué te trae a mi
pequeña guarida?
—Actualmente estoy entre reuniones. Estoy pensando en adquirir
una sala de escape en Bryant Park. Con temática de mazmorra medieval.
Parecen estar de moda.
—Gracias por compartir. Significa mucho. Ahora, déjame ser
específica. ¿Qué estás haciendo en mi camerino? —Recojo mi cabello en
una coleta.
—¿Tu camerino? —Arquea una ceja escéptico—. No me había dado
cuenta de que eres tan ferozmente posesiva. Creciste con hermanos, ¿eh?
Sí, pero no voy a darle la satisfacción de compartir este dato con él.
Además, odio cómo su tono siempre es amistoso y burlón, como si
pudiera soportarme más que yo a él.
—También creciste con una hermana. Aunque no puedo decir que
te sintieras para nada muy fraternal con ella. —Cruzo mis brazos sobre
mi pecho, apoyándome contra la puerta—. Ve al grano. Tengo cosas que
hacer.
—Campesina, no sabía que te enseñaban sarcasmo en la buena
tierra de Dios. —Se pasa una mano por su muslo atlético, y resisto el
impulso de seguir el movimiento con la mirada—. Creo que es hora de
que intercambiemos notas de lo que sucedió esa noche. —Pasa el brazo
por el respaldo del sofá—. Todo lo que descubrimos después. Te mostraré
el mío y tú me mostrarás el tuyo, por así decirlo.
—No me gusta que me muestres nada. —Arrugo la nariz.
La verdad es que, quiero hacer esto. Mucho. La cantidad de veces
que he considerado acercarme a este hombre para preguntarle lo que
sabe es incontable. Pero tampoco confío en sus intenciones,
considerando nuestra breve historia.
Sus labios se tuercen en una sonrisa.
—Winnifred, ¿cuántas avemarías necesitas decir por mentir?
—No estoy mintiendo.
—Sí, lo haces. —Su sonrisa se ensancha—. Lo sé porque tus labios
están temblando.
—Incluso si quiero intercambiar notas… —pongo los ojos en
blanco—, ¿cómo sé que dirás la verdad? Podrías mentir solo para
142
fastidiarme. ¿Y si cumplo con mi parte del trato y tú te burlas de él?
—No tengo ningún interés particular en lastimarte —me asegura
con calma—. Ni te ahorraré ningún dolor. Simplemente quiero armar la
imagen más precisa de lo que sucedió.
—¿Y quieres obtener esta información de una, y cito, perra
cazafortunas como yo? —Fallo en mantener el dolor fuera de mis
palabras.
—¡Winnifred, querida! —Inclina la cabeza, rugiendo de risa. En
serio, quiero apuñalarlo. Justo en la garganta—. ¿No me digas que te
ofendiste? Cariño, siendo una cazafortunas no ganas nada más que
puntos brownie de mi parte. No olvides que trabajo en Wall Street, donde
la codicia es bienvenida, incluso celebrada.
—Eres una persona horrible. —Niego con la cabeza.
—Vaya, gracias. En cualquier caso, como dije, tengo unos minutos
libres y cierta información que seguro te interesará. Deduje que el ensayo
de Lucas ha terminado, así que si tienes ganas de intercambiar notas, no
hay mejor momento que el presente.
Toco mi barbilla, mi curiosidad despertó. La necesidad de saber
qué pasó es mayor que el deseo de jugársela. Además, no tengo otro lugar
donde estar ahora mismo. Mi horario está totalmente abierto y consiste
principalmente en mirar las paredes de mi apartamento.
—Está bien. —Cruzo el espacio diminuto entre la puerta y mi
tocador, dejándome caer en una silla frente a él—. Pero sé rápido.
Él niega con la cabeza.
—Aquí no.
—¿Por qué?
—Podríamos ser vistos.
—¿Y? —Estrecho mis ojos hacia él.
—Y no quiero que me relacionen contigo por numerosas razones,
todas ellas muy lógicas. —Me lo explica—. La principal es que,
técnicamente hablando, soy tu empleador. No deberíamos estar juntos
en una habitación cerrada.
—Dios, empleador. Esa es una gran palabra para alguien que
apenas nos paga el salario mínimo.
143
Vuelve a sonreír, satisfecho con los problemas que le estoy dando.
—Es un país libre. Si quieres trabajar en otro lugar, sería la última
persona en detenerte.
—No iré a tu apartamento. —Devuelvo la conversación a su tema
original.
—Campesina, me hieres. —Se pone de pie, abrochándose la
chaqueta—. Nunca le haría una insinuación a una empleada. Es de mal
gusto y ética dudosa.
—¿Esos no son tus rasgos definitorios? —Arqueo una ceja.
Se ríe en toda regla ante esto.
—Llamaré a dos taxis separados. ¿Cuál es tu talla de pantalón?
—Hmm, déjame ver. —Me retuerzo en mi asiento, tirando de la
etiqueta del tamaño de mis jeans—. Aquí dice que no es asunto tuyo.
Se le escapa otra risa sincera.
—Disculpa por alterar tus nociones sureñas. Pero aquí en Nueva
York, las mujeres no dejan que la talla de su vestido las defina.
—Mi talla no me define. Mi derecho a no responder a tus preguntas
personales sí.
—De todos modos, sígueme la corriente, solo por diversión. —Su
sonrisa, cuando es real, puede debilitar las rodillas de una mujer. Con
hoyuelos y juvenil, con la cantidad justa de sarcasmo. La pobre Grace no
tuvo ninguna posibilidad. Me pregunto si lo hicieron mientras estuvieron
bajo el mismo techo. Por supuesto que lo hicieron. Bueno, eso es un poco
sexy.
¿Desde cuándo pienso en cosas que son sexis?
—Pequeño o mediano. —Frunzo los labios—. Ahora me toca a mí
hacer una pregunta: ¿cuántos años tienes exactamente?
—¿Exactamente? Treinta y cinco, siete meses, tres días y… —Mira
su reloj—. Once horas, más o menos.
Parece mucho mayor que yo, y tengo veintiocho. Tal vez porque
tiene ese aura imponente.
—Un taxi llegará por ti en ocho minutos. Pero primero, ve a
cambiarte y ponte ropa de hombre —instruye Arsène, poniéndose de pie.
—¿Qué tiene de malo mi ropa actual? —Miro hacia abajo. Llevo una
camiseta sin mangas rosa y unos jeans casuales de GAP. Mis sandalias 144
son un par de segunda mano de Lizzy.
—Nada en absoluto —me asegura suavemente—. De todos modos,
necesito que te veas un poco más masculino.
—¿Masculino?
—Sí. Tienes que vestirte de hombre.
—¿A dónde diablos me llevas?
Ya está fuera de la puerta, de espaldas a mí.
—Ya verás.

El taxi se detiene frente a un edificio blanco de bellas artes. Es


vasto e impresionante, y parece antiguo. ¿Qué es? ¿Un hotel? ¿Un edificio
de oficinas? Mis sentidos se disparan a toda marcha. No había tenido
tanta adrenalina corriendo por mis venas desde… desde…
Nunca. Nunca nadie te empujó tan lejos de tu zona de confort.
—Señor, aquí es —anuncia el taxista.
Señor. Después de mi intercambio extraño con Arsène, fui y agarré
algo de ropa de un montón de extras para un musical de la época
victoriana. Llevo una camisa de algodón color marfil, un chaleco cruzado,
un esmoquin y unos pantalones de vestir. Mi cabello está metido dentro
de un sombrero marrón de repartidor de periódicos, oculto a la vista.
Estoy bastante segura de que me parezco a Oliver Twist.
Empujo la puerta del taxi para abrirla y subo los escalones de dos
en dos hacia el edificio. No tengo el número de Arsène, así que no tengo
ni idea si ya está dentro o no. Cuando llego a la gran puerta negra, veo
una etiqueta dorada en ella.
THE NEW AMSTERDAM
CLUB DE CABALLEROS
SOLO MIEMBROS
No tenía ni idea de que aún existían clubes de caballeros. Levanto
mi puño, a punto de llamar a la puerta, cuando resuena una voz detrás
de mí.
—Si fuera tú, no haría eso. 145
Me doy la vuelta y, por supuesto, es Arsène, que tiene la costumbre
de materializarse de la nada como un demonio, narrando cada uno de
mis movimientos. Aquí, en la jungla de asfalto de Manhattan, a plena luz
del día, me veo obligada a ver que no solo es un hombre, sino que además
es impresionante. Su espeso cabello negro azabache; mandíbula
cuadrada; barbilla prominente; y los pómulos altos le dan el atractivo de
un caballero de la era antigua.
—Campesina, ese es un aspecto bastante peculiar. —Su voz
complacida es extrañamente adictiva. Me pregunto si ya se ha seguido
adelante. Si está viendo a alguien más. De alguna manera, creo que no.
Arsène es el tipo de hombre que tiene un gusto muy particular.
—Dijiste que me vistiera como un hombre. —Frunzo el ceño.
—Uno nacido en este siglo.
—Lo siento, nos quedamos sin hombres hípster de Brooklyn con
camisas a cuadros, barbas depiladas y anteojos Warby Parker —gruño
con sarcasmo.
Pasa junto a mí para teclear un código secreto en la cerradura
eléctrica de la puerta.
—Winnifred, me diviertes. Aún no has renunciado a tu
individualidad extraña para encajar. ¿Esta vibra desinhibida e inocente?
Está empezando a gustarme.
—Estoy segura de que hubo un cumplido debajo de toda esa
palabrería condescendiente, pero si está bien, me gustaría mantener las
cosas profesionales entre nosotros. —Me alejo de él, solo para
demostrarme que no me siento halagada. Y en realidad, no lo estoy.
—Bueno, es hora de que le des un buen uso a tus habilidades de
actuación, porque si descubren que eres mujer, hay una pequeña,
diminuta posibilidad de que te arresten por allanamiento.
—¿Disculpa? —rujo, encontrándome una vez más irritada por este
hombre imposible—. ¿Qué diablos estabas…?
Empuja la puerta con el hombro para abrirla y me da un empujón
ligero adentro. Ya estoy metida en esta situación. Es un gran pasillo, todo
pilares y columnas de piedra caliza y ricas alfombras de color beige.
Hombres con traje y ropa de golf cara pasan de largo. Algunos de ellos
asienten en reconocimiento a Arsène. Todos parecen variaciones de los
amigos de Wall Street de Paul.
146
Sigo los pasos rápidos de Arsène, intentando controlar mi pánico.
El sudor se acumula debajo de mis axilas y nuca.
—¿Y si me atrapan? —le susurro-grito.
—Solo di que eres Júpiter.
—¿Júpiter? —pregunto, confundida.
—Que eres la limpiadora. ¿Sabes que Júpiter aspira y absorbe
cometas y meteoros? Una estimación que leí sugiere que si Júpiter no
absorbiera objetos en su esfera, la cantidad de proyectiles masivos que
golpearían la Tierra sería diez mil veces mayor.
—Eso es… bueno saberlo.
Arsène se acerca a un recibidor amplio.
—Cory, necesito un espacio privado para mi sobrino y para mí.
¿Qué hay disponible? —Chasquea los dedos al hombre detrás del
mostrador de recepción.
—Señor Corbin. —Cory sonríe, escribiendo en su teclado—. No
sabía que tenía sobrinos. ¿Es de por aquí?
—Del campo. —Arsène agita una mano—. Es su primera vez en
Nueva York. Está un poco deslumbrado.
Y está a punto de golpearte en la espalda si no tienes cuidado.
—Tenemos la sala de billar número dos, o la cancha de tenis.
Arsène me dirige su mirada de halcón.
—La sala de billar —murmuro en voz baja. Soy genial en el billar.
Rhys me enseñó cuando salíamos. Incluso fuimos y ganamos algunos
torneos de aficionados juntos.
Cory, que me escucha, hace un gesto hacia el lado derecho del
vestíbulo.
—Caballeros, espero que disfruten de este establecimiento, y de
Manhattan.
Cinco minutos después, estamos en una sala de billar vacía llena
de estantes llenos de libros antiguos y una barra de licores
completamente surtida. Sillas tapizadas en cuero están esparcidas a
nuestro alrededor.
Arsène se coloca detrás de la barra, claramente en su hábitat
natural.
147
—Querido sobrino, ¿qué puedo servirte por tus problemas?
Miro a mi alrededor, aún hipnotizada. No había entrado en el
mundo de los ricos y corruptos desde que Paul falleció. No lo he
extrañado, pero olvidé cómo me hacía sentir. Como si estuviera usando
la piel de otra persona.
—Cualquier cosa que normalmente no pueda pagar. —Me encojo
de hombros.
—No mantienen las cosas exclusivas en la barra libre. Vamos a ver.
—Pasa un dedo por una fila de botellas—. ¿Estará bien un Bowmore?
Lo inmovilizo con una mirada fija de: ¿qué es eso?
Otra sonrisa devastadora.
—Escocés. Malta. Más o menos de tu edad.
—¿Y cuántos años crees que tengo?
—Veinte.
—Ocho —corrijo. Veintiocho.
—¿Tienes ocho? Bueno, ¿puedo sugerir una visita al dermatólogo?
Ciertamente pareces más allá de la pubertad, y ahora me siento
totalmente culpable por tener pensamientos inapropiados sobre ti en
Italia.
¿Los tuvo, en serio? Empujo esta gran información al fondo de mi
mente, no puedo confiar en que sea verdad, y me doy un recorrido por la
gran sala.
Arsène sirve un vaso para cada uno de nosotros, se acerca y me
entrega el mío. Tomo un sorbo lento. El líquido ámbar es al principio
cálido, abrasando un camino por mi garganta. Luego, una sensación de
calma inunda mis extremidades, como si acabara de entrar en un baño
relajante.
Hace un gesto con la mano que sostiene el whisky a las sillas.
—Siéntate.
—Quiero jugar.
No he hecho nada divertido desde que murió Paul. Ahora que estoy
aquí, estoy pensando… ¿por qué no? Todo lo demás en esta situación es
extraño. Seguramente, sacar una partida de billar de esto no será una
traición tan terrible contra mi difunto esposo.
148
—No.
—¿Por qué? —pregunto, tragando más líquido.
—Nunca juego para perder.
Encuentro refrescante que no asuma que soy una mala jugadora,
como muchos hombres antes que él.
—Puede que no pierdas. —Lamo el residuo de whisky de mi labio
inferior.
—Lo haré. —Parece completamente tranquilo con sus debilidades,
lo que también es interesante.
—¿Cómo lo sabes?
—Hasta ahora no te has acobardado. —Cruza la habitación a
grandes zancadas, de espaldas a mí, y examina las estanterías—. Si
quieres jugar, significa que eres buena en eso.
Tal vez sea el whisky, o tal vez solo sea el hecho de que en realidad
no he interactuado por un tiempo con nadie más que con Chrissy, Arya
y mis colegas, pero en lugar de dejarlo pasar, tomo un taco. Después de
acercarme a la mesa verde, coloco el marco triangular encima.
—Pequeña rebelde —dice Arsène, recogiendo su propio taco—.
Bien, jugaré.
—Ha pasado un tiempo desde que hice algo divertido. —Vuelvo a
ajustar mi sombrero, metiendo un mechón de cabello rubio rojizo dentro.
—¿Qué vamos a apostar? —pregunta.
Lo pienso.
—Si gano, quiero que pagues por un cartel enorme y anuncies La
gaviota. Ya sabes, una de las ubicaciones elegantes de Times Square.
Mínimo tres días.
—Te haré un mejor propuesta. Una semana entera, el mejor bloque
disponible. Y si gano, renuncias —responde, parado en el lado opuesto
de la mesa de billar que yo.
La acidez estalla en mi boca. Aún quiere que me vaya.
—Y yo que pensaba que eras medianamente humano —resoplé—.
Debí haber…
—Winnifred. —Sonríe, encantado.
149
—¿Qué?
—No voy a ganar.
—Pero tu…
—Y solo para que conste, me encanta que de todas las cosas que
pude haber hecho por Calypso Hall (reparar los pisos, los asientos, poner
una capa nueva de pintura en las paredes) elegiste algo para ti. Muy
revelador. El altruismo me parece un rasgo tan aburrido.
Me sonrojo furiosamente porque tiene razón. Podría haberle pedido
que arreglara el teatro. Nunca me consideré egoísta, pero algo en este
hombre me inspira a querer conseguir cosas para mí. Tal vez porque es
tan inexcusablemente egoísta.
Toma mi mano inerte entre las suyas, la sacude y comienza a jugar.
De hecho, Arsène es excepcionalmente malo en esto. No da excusas
ni se frustra como Paul cada vez que demostró ser menos que adecuado
en el lanzamiento de hachas o en el baloncesto. Por el contrario. Cada
vez que deslizo otra bola en una tronera, deja escapar una risa
encantada. Nunca estoy segura si se está riendo conmigo, por mí o de mí.
Pero me estoy divirtiendo por primera vez en meses, así que elijo no
preguntar.
Jugamos en silencio los primeros minutos. Así que, cuando
empieza a hablar casi me pilla con la guardia baja.
—Supongo que nuestro punto de partida es que ambos estamos de
acuerdo en que estaban teniendo una aventura.
Mi taco choca con la superficie, creando un rasgón en ella cuando
pierdo el agarre. Me enderezo.
—No. No estamos de acuerdo.
—Lo hicieron. —Arsène retrocede, su voz firme y baja.
—¿Por qué? ¿Porque siempre eliges creer lo peor de las personas?
—Me apoyo en mi taco.
—Durante al menos nueve meses. —Ignora mi pregunta.
—¿Nueve meses? —Algo dentro de mí se afloja. Eso no puede ser
cierto.
—Sí. —Arsène toma su turno, enviando la bola roja rayada
directamente en una tronera.
150
—¿Cómo lo sabes? —Intento inclinar mi taco sobre la mesa y, de
nuevo, resbala.
Si esto es cierto… si Arsène dice la verdad… entonces eso
significa…
Siento, por primera vez en meses. Ah, siento mucho. Enojo. Ira.
Dolor. Quiero la sangre de Paul. Quiero resucitarlo y matarlo de nuevo.
¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Cómo podría?
No es que no lo haya sospechado. Es que hasta ahora me dije que
podía haber otras explicaciones. Y seguí pensando que incluso si tuvieron
una aventura, fue reciente. No una cosa en curso. Tal vez, una cosa de
hace un mes.
—Contraté a un investigador privado. —Cruza los tobillos—. Grace
y Paul habían estado frecuentando un hotel no muy lejos de su oficina.
Todos los recibos son de los nueve meses anteriores al accidente aéreo.
Todo pagado en efectivo.
Suelto el taco ruidosamente. Me tambaleo hasta la barra para
llenar mi vaso de whisky vacío hasta el borde con más licor, como si fuera
té dulce. Tomo un trago.
—¿De cuándo es el primer recibo?
El rostro de Arsène es ilegible, una máscara en blanco.
—Trece de septiembre.
—Dices, ¿el trece?
Asiente. Cierro los ojos, la bilis cubriendo mi garganta.
—Me falta contexto. —La voz de Arsène se cuela en mi cuerpo—.
¿Qué tiene de significativo la fecha?
Niego con la cabeza. Es demasiado personal. Además, no tiene
nada que ver con por qué estamos aquí.
—Necesito un minuto. —Dejo mi vaso, mi bebida derramándose por
todas partes—. ¿Dónde está el baño?
Me señala la dirección, en silencio. Me dirijo allí aturdida. Me
encierro en uno de los cubículos, me arranco el chaleco del pecho, me lo
meto en la boca y grito hasta que mis cuerdas vocales están en carne
viva. Muerdo la tela hasta que me sangran las encías.
Quiero incendiar toda la ciudad de Nueva York hasta los cimientos.
Retroceder en el tiempo. Quedarme en Tennessee, en la comodidad de mi
familia. Podría haber tenido una buena vida. Sí, no sería actriz en
Broadway, pero ahora no lo soy. Al menos tendría a Rhys (el dulce Rhys
151
confiable y caballeroso) y un trabajo seguro en una escuela secundaria,
y gente en quien apoyarme cuando las cosas se pusieran difíciles.
Incluso a través de todo este dolor, toda esta devastación, no puedo
encontrar mis lágrimas. Parpadeo rápido, intentando producir humedad
en mis ojos, pero es en vano.
—¡Ah, Paul! —aúllo en el cubículo, golpeando la pared—. ¡Idiota!
Permitiéndome unos minutos más para recomponerme, regreso a
la sala de billar. Arsène espera donde lo dejé, junto a la mesa de billar,
su postura imperial.
Me frunce el ceño cuando entro.
—¿Qué estás mirando? —arremeto—. ¿Nunca habías visto a
alguien tener una crisis nerviosa?
—He visto muchas. Y lo creas o no, la tuya ni siquiera me da una
alegría particular —dice secamente—. Pero te quitaste el sombrero, y
también el chaleco. Supongo que quieres pasar la noche en la comisaría.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que tiene razón. Metí el
chaleco en un bote de basura después de dejarlo ensangrentado en el
baño, y ahora es visible que tengo senos debajo de mi camisa de vestir de
algodón. Mi cabello rubio se derrama por mis hombros.
Aun así, no puedo reunir suficiente energía para preocuparme.
Vuelvo a mi vaso de whisky, tomo otro sorbo y me dejo caer en un
sillón reclinable de cuero.
—Dime algo bueno del espacio.
—¿Qué? —Levanta una ceja. Lo atrapé con la guardia baja.
—¡Distráeme! —rujo.
—Está bien. Cierra tus ojos.
Lo hago, increíblemente. Necesito un segundo para respirar,
incluso si mi terapeuta designado en este momento es el mismo Satanás.
—Hace unos tres mil millones de años, Marte probablemente
parecía un tranquilo centro turístico junto al océano. Hay algunos fósiles
y cráteres interesantes en Marte que sugieren que un río lo atravesó. Esto
significa que, posiblemente, hubo vida en Marte. Tal vez no como lo
conocemos, pero no obstante vida.
—¿Crees en los alienígenas? —murmuro, con los ojos aún
152
cerrados.
—¿Creer en ellos? —pregunta, sorprendido—. No conozco ninguno,
así que es difícil decir que creo en ellos. ¿Creo en su existencia?
Ciertamente. La pregunta es: ¿están lo suficientemente cerca como para
ser descubiertos y, lo que es más importante, queremos descubrirlos?
—Sí —suspiro—. Tal vez no. Los humanos nos han defraudado.
¿Por qué probar suerte con otras especies?
Se ríe y me doy cuenta de que mi humor le divierte extrañamente.
—Creo que solo es cuestión de tiempo antes de que encontremos
biología en algún lugar que no sea en el planeta Tierra. Es
extremadamente vano pensar que estamos solos en un espacio de mil
millones de galaxias, que consta de más estrellas que granos de arena y
miles de millones de planetas.
—No quiero conocerlos —digo.
—No creo que lo hagas. Al menos, no en nuestra vida.
—Gracias —digo.
—¿Por qué? —pregunta.
—Por distraerme de lo que pensé cuando dijiste el trece de
septiembre. —Hay un silencio breve entre nosotros. Soy la primera en
hablar de nuevo—. Paul tenía un apartamento en París.
—¿Cómo dices? —Arsène toma asiento frente a mí, de repente
atento y vivo.
—Comencé a hacerme cargo de las cuentas después de su muerte.
Era bueno con los números, de modo que normalmente era su
jurisdicción. Una de las facturas pendientes era el pago atrasado del
alquiler de un apartamento en el octavo distrito. —Miro el fondo del vaso
fijamente.
—El área de los Campos Elíseos —agrega.
Asiento.
—Buena ubicación. Lo mapeé en Google.
Arsène considera mis palabras. Puedo decir que ya está digiriendo
esta información, encajándola en un rompecabezas en su cabeza.
—No me mires así —siseo a la defensiva—. Sus padres están
construyendo una casa en la Provenza. Pensé que, con todas las idas y 153
venidas, los ayudaba con las modificaciones.
Ahora que lo digo en voz alta, suena como una excusa débil. ¿Por
qué Paul me ocultaría tal cosa? Sin mencionar que la Provenza ni siquiera
está cerca de París.
—¿No te había dicho que había reservado un hotel en París? —
pregunta—. ¿Esa vez que se suponía que irías con él en un viaje
romántico?
—Bueno, sí. —Me muerdo el labio inferior.
—¿Alguna vez has visto esas reservas de hotel?
—Ahora que lo pienso… —Tomo otro sorbo. No lo he hecho. Había
creído en la palabra de Paul.
Arsène me mira, pero no dice nada. No tiene que hacerlo. Ya me
siento lo suficientemente estúpida.
—Nunca tuvo la intención de llevarme con él. —Dejo que mi cabeza
caiga entre mis hombros.
—Es posible que supiera que conseguirías el trabajo. Fue una
producción pequeña, ¿no? Incluso podría haber movido algunos hilos
para que sucediera. Silver Arrow Capital tiene una gama de clientes
amplia. Algunos de ellos están en las juntas fuera de Broadway.
Inclinándome hacia adelante, entierro mi cara en mis manos. Mi
cabello se derrama a ambos lados de mí. Arsène no dice nada. No espero
que lo haga. En cierto modo, incluso lo prefiero. Estoy cansada de las
palabras vacías. La cantidad de clichés que me dicen es agotadora.
Pequeña, se pone mejor.
Esto también pasará.
¿Has probado la terapia? Hizo maravillas por mi sobrina…
—¿Señor Corbin? —Oigo la voz de Cory—. Solo quería asegurarme
de que todo esté a su satisfacción…
Las palabras mueren en su boca. Mi cabeza se levanta de golpe. Sé
que me han pillado. Puede ver, por mi cabello y cuerpo delgado, que soy
una mujer. Miro a Cory a los ojos. Arsène se levanta. Está a punto de
decir algo. No quiero quedarme para saber en cuántos problemas estoy
metida. Y definitivamente no voy a pasar una noche en la cárcel. Agarro
mi bolsa de mensajero y salgo corriendo por la puerta, empujando a Cory
en mi salida. Su espalda golpea contra la pared.
154
—Lo siento, lo siento —murmuro—. Lo siento mucho.
No miro atrás.
No vacilo cuando escucho a Arsène decir mi nombre.
Sigo corriendo, atravesando puertas, pasillos, aire, empujando a
invitados, meseros y empleados. Salgo a la calle y descanso las manos
sobre las rodillas, el sol golpeándome en la espalda.
Paul me engañó.
Chrissy tenía razón. Nunca me amó.

Cuando llego a casa, mi contestador automático parpadea en rojo.


Aunque soy un desastre, decido escuchar los mensajes. Siempre puedo
devolverle mañana la llamada a mamá, y escuchar una voz amistosa
podría hacerme bien.
Presiono el botón mientras me dirijo al lavavajillas, luego busco un
vaso limpio y lo lleno con agua del grifo.
La voz que inunda mi habitación no pertenece a ninguno de los
miembros de mi familia, pero es una que puedo reconocer incluso
dormida.
—¿Winnie? Sí. Hola. Soy Rhys. —Pausa. Risa incómoda. Algo se
retuerce en mi corazón, agrietándolo, dejando que la nostalgia se filtre—
. No hemos hablado desde que fui al funeral de Paul. No sé por qué estoy
llamando. —Otra pausa—. En realidad, lo hago. Lo sé. Quería
preguntarte cómo estás. Sé que acabas de conseguir un gran trabajo, por
cierto, felicidades. ¿No te dije que eras demasiado grande para esta
ciudad? —Su risa suave resuena a través de mi apartamento como las
campanas de una iglesia, devolviéndome a lo cómodo, a lo familiar—. De
todos modos… sólo comprobaba cómo estás. Tu mamá me dio este
número. Imagino que estarás muy ocupada allí, no hay prisa en que
vuelvas. Las cosas están bien en casa. Normal. Aburrido. —Otra risita—
. Supongo que siempre he sido un poco aburrido. Ese era mi problema,
¿eh? Así que, sí. Llámame. Te extraño. Adiós.
El mensaje termina. El vaso se desliza entre mis dedos y se hace
añicos en el suelo ruidosamente.
Rhys Hartnett está equivocado. Nunca fue aburrido. Siempre fue 155
perfecto a mis ojos. Pero la perfección es algo de lo que es fácil alejarse
cuando tienes dieciocho, acabas de recibir una carta de aceptación de
Juilliard y los sueños en tu cabeza crecen salvajes, largos y libres como
malas hierbas.
Llega otro mensaje. Esta vez de mi hermana Lizzy.
—¡Hola, Win! Ha pasado tiempo, así que pensé en ver qué está
pasando contigo. Te amamos. Te echamos de menos. Kenny quiere
saludar a su tía favorita. ¿Verdad, Kenny? —La risa de un niño inunda
mi apartamento, haciendo que mi estómago vacío se encoja.
—¡Hola, tía Winnie! ¡Te amo! Pero también amo a la tía Georgie —
arrulla Kenny.
—De todos modos —interviene Lizzy—. Llámanos. ¡Adiós!
Hay un último mensaje. Esta vez de Chrissy.
—Ah, y otra cosa. —Comienza directamente desde la mitad de
nuestra conversación de hoy—. Paul no solo era un ser humano
desagradable, no a la cara, sino a tus espaldas, sino que también era
terrible en la cama, ¿recuerdas?
Ahogo una risita. No era terrible. Pero había tenido mejores. Eso es
todo lo que le dije, una noche de borrachera cuando Paul estaba
irónicamente en Europa, probablemente follándose a Grace.
—Me dijiste que la mejor parte de tu vida sexual era el juego previo.
¡Es como disfrutar el pan de cortesía más que el plato principal! He dicho.
Ahora abre una cuenta en Tinder y vive tu mejor vida. Órdenes del
médico.
Me levanto, decidiendo que el vidrio hecho añicos podía esperar
hasta mañana. Camino hacia el pasillo. Me detengo frente a la oficina de
Paul.
Traicionarlo y abrir la puerta ya no parece un acto tan pecaminoso,
sabiendo lo que sé después de mi conversación con Arsène.
Paul nunca me amó.
Esto es lo que ahora sé que es verdad. Pero como una parte de mí
aún lo ama, paso frente a la puerta y no a través de ella.
Algún día, me prometo. Pero hoy no.

156
Esta noche se espera que sea lo último que quiero ser: una parte
respetada y civilizada de la sociedad educada.
Arya Roth-Miller organiza su baile benéfico anual. Es por una
buena causa: el Hospital Infantil Saint John, algo que, en sí mismo, no
me haría salir de casa ni en un millón de años. 157
No. Estoy aquí porque el dolor en el cuello al que ella se refiere
como su esposo utilizó todas las herramientas de su arsenal para
asegurar mi presencia.
La idea general es hacer una gran donación, tomarme unas
cuantas fotos con personas cuyos nombres olvidaré antes incluso de que
los pronuncien, y volver a mi apartamento a leer un libro de astronomía
y comer restos de comida para llevar.
Pasé la tarde bebiendo, preparándome antes del baile. No hay nada
que me guste menos que tener que tolerar a personas que no conozco
durante mucho tiempo sobrio.
—¡Arsène, te ves increíble con ese esmoquin! —Arya se abalanza
sobre mí en cuanto atravieso la puerta del gran salón de baile del hotel
Pierre. Es un espacio exquisito, con lámparas de araña colgantes y
cortinas suficientes para ocultar Nueva Zelanda en su totalidad. A Grace
le hubiera encantado.
—Lo sé. —Beso ambas mejillas.
Christian aparece a su lado, envolviendo un brazo alrededor de la
cintura de su esposa.
—Cerdo, devuelve el cumplido.
—Arya. —Tomo la mano de la esposa de mi mejor amigo y levanto
sus nudillos hasta mis labios—. También te verás increíble en mi
esmoquin.
Arya, que lleva un vestido color pastel, se ríe, golpeando mi pecho.
—Ni siquiera sé por qué me agradas.
—Te agrado porque soy directo, divertido, y mantengo a tu esposo
en vilo —suministro.
—No olvides la humildad. Una de las cosas que más me gustan de
ti. Bueno, disfruta.
—Él nunca disfrutaría de algo tan íntegro y edificante como un
baile benéfico. —Christian niega con la cabeza, pero su esposa ya se está
alejando, pavoneándose y acercándose a los invitados que van entrando
en el salón. —Me entrega una copa de champán—. Sé que los humanos
no son lo tuyo. ¿Sobrevivirás?
Bebo todo el contenido como si fuera agua, y dejo la copa en una
bandeja que sostiene un camarero que pasa por allí.
—Apenas. Pero lo haré mejor después de cinco más de estos. 158
—Beber para olvidar tus problemas es un maldito cliché.
—¿Olvidar? —Ya tengo otra copa en la mano. Sonrío
irónicamente—. Christian, te aseguro que mis problemas pueden superar
a Usain Bolt. Ninguna parte de mí es tan tonta como para pensar que
puedo escapar de ellos.
—Entonces, ¿por qué mierda estás bebiendo? —Una mano golpea
mi espalda. Es Riggs. Me doy la vuelta para mirarlo. Lo encuentro con un
esmoquin que no sugiere que haya sido robado del Ejército de Salvación
(una mejora bienvenida de su atuendo habitual) y un bronceado que debe
haber conseguido en la Antártida. Lleva del brazo a una pelirroja bonita.
—Caballeros, es un placer presentarles a… —Riggs está a punto de
decirnos el nombre de su cita, si es que lo recuerda. Le hago un gesto con
la mano restándome importancia.
—Ahórratelo. Si tuviera lugar en mi mente para todas las mujeres
que nos presentaste, necesitaría más almacenamiento en la nube.
Christian medio se estremece, medio se ríe.
—Mis disculpas. —Se gira hacia la belleza de cabello escarlata—.
Nuestro amigo Arsène suele ser brusco, pero rara vez se equivoca.
Riggs me da un puñetazo en el brazo.
—Corbin, ¿qué tienes metido en el culo?
—Grace —responde Christian en mi nombre—. ¿Quién más sería
tan asqueroso como para acercarse a sus partes íntimas?
Ah, Grace. Incluso muerta, es su enemigo público número uno. Y
eso sin que sepan nada de la mierda sobre Paul. No he dicho ni una
palabra de la aventura de mi difunta prometida. No necesitaba parecer
patético además de ser un desgraciado bastardo afligido.
—Solo para mantenerte informado. —Riggs se gira hacia ella—.
Christian acaba de lanzar una indirecta a la prometida muerta de este
imbécil. Aquí no tenemos límites.
Ella respira entrecortadamente, mirando a Christian con horror.
—No finjas que te iría mejor si le pasara algo a Arya —murmuro
con mi bebida.
Christian me lanza una mirada lastimosa.
—No, moriría junto con ella. Con una diferencia: Arya nunca 159
intentó matar a su hermanastro…
—De hecho, insisto en que conozcan a mi encantadora cita. —Riggs
desvía la conversación antes de que se produzca una pelea a puñetazos.
Christian se presenta a la cita de Riggs. Los dos se enfrascan en
una conversación cortés después de que él le explique que a nadie le
agradaba demasiado mi prometida. Mi mirada se desvía sin entusiasmo
hacia las demás personas en el salón. Termino la segunda copa de
champán y pido una tercera. Las galas y los bailes eran lo que más le
gustaba a Grace. Es la primera vez que asisto a un acto oficial como
soltero.
La novedad de regresar al mundo sin ella del brazo es como cargar
con una extremidad fantasma de tres toneladas. Más específicamente, la
idea de que Grace ya no sea el objetivo final. El trofeo. El premio
definitivo.
En el mar de peinados y rostros pintados, encuentro uno que
reconozco.
Una masa de cabello rubio rojizo recogido en una coleta alta y
pasada de moda. Sé que es ella, aunque esté de espaldas a mí. Lleva un
vestido floreado con tirantes delgados para asistir a una maldita gala y,
aun así, se las arregla para acaparar todo el espectáculo. Su cuello es
largo y elegante, como el de un cisne, y parece igual de frágil.
Se da la vuelta, como si percibiera mi mirada. Su rostro es amplio,
franco y sonriente. Está radiante, y recuerdo la última vez que nos vimos,
cuando casi le provocó un infarto a Cory y casi me aniquila en el billar.
También bebía como un marinero irlandés, defendía al idiota de su
difunto esposo y exhibía una adorabilidad general que no podía decidir
si me repugnaba o divertía.
También se interesó por mi obsesión por la astronomía. Nadie más
lo hacía. Es la única razón por la que no estoy completamente disgustado
al verla aquí.
Me recuesto contra la pared y la observo mientras ríe y habla
animadamente con una multitud de hombres de aspecto ansioso. Está
significativamente mal vestida, pero una sonrisa genuina es una joya más
valiosa que cualquier collar de diamantes que se pueda comprar.
Riggs, naturalmente en sintonía con cualquier cosa que tenga un
par de pechos, sigue mi mirada y emite un murmullo que me dice que
está de acuerdo.
—Nuestro chico está dando señales de vida. Aunque, no puedo
culparlo. —Riggs sonríe contra su bebida—. Esas piernas quedarían 160
genial envueltas alrededor de mi cuello.
—Winnifred Ashcroft —proporciona la cita de Riggs fácilmente,
contenta de ser útil—. Es actriz. Vino aquí con su agente. Bueno, nuestra
agente —corrige, con una mordacidad quebradiza en su voz—.
Obviamente, Chrissy tiene sus favoritos.
No me disgusta particularmente ver aquí a Winnifred. Sin embargo,
estoy bastante borracho, lo que significa que no es el momento de hablar
con ella. No es tan fácil de manejar como parece, y aún no he obtenido
toda la información que necesito de ella.
—Regresaré a casa —digo, girándome hacia mi grupo de amigos.
—No antes de que Arya pronuncie su discurso. —Christian se
mueve delante de mí para bloquearme el paso—. Trabajó muy duro
organizando este evento.
—No creo que lo entiendas. —Aliso mi esmoquin—. No fue una
petición, sino un hecho declarado.
—Vaya, pero si es mi jefe favorito —me saluda por detrás un dulce
acento sureño.
—¿Jefe? —pregunta Christian sorprendido, asomándose por detrás
de mi hombro—. A Arya no le va a gustar eso.
—Cariño, debes haberte equivocado de persona. —Riggs le lanza
una sonrisa a Winnifred, y me da una palmada en el hombro—. Este
hombre de aquí no puede ser el favorito de nadie. Es tan adorable como
un grano jugoso lleno de pus.
—Gracias por la imagen. —Me deshago de su mano, dándome la
vuelta para mirarla.
—Hola, Winnie. —La pelirroja besa en el aire a Winnifred.
—¡Hola, Tiff! Escuché que te fue genial en ese piloto de comedia
romántica. —Mi empleada le da un abrazo cálido. Su necesidad de ser
linda y desinteresada me pone nervioso. Vuelve a centrar su atención en
mí—. No sabía que eras del tipo filantrópico.
—No lo es. —Christian mete una mano en su bolsillo delantero—.
Lo arrastré hasta aquí pataleando y gritando.
—No olvides los lamentos —digo inexpresivamente—. Estaba
desconsolado.
A pesar de ser una santurrona molesta, no se ve horrible con su
vestido sencillo y su coleta. Darme cuenta de eso es desagradable y
alarmante. Ni siquiera me gustan las rubias. Esta debe de ser la forma
que tiene la madre naturaleza de decirme que es hora de meter mi polla
161
en algún lugar húmedo y caliente. Después de todo, ha pasado casi un
año.
—¿Arsène? —Winnifred frunce el ceño—. ¿Está todo bien?
No he reconocido su existencia en los dos minutos que lleva aquí.
Ups.
Coloco mi mano en la parte baja de su espalda y rozo su mejilla
con mis labios, despreocupadamente.
—Winnifred, ¿sería inapropiado decirte que te ves hermosa?
—No, y por eso no lo harías.
Me rio. Lo más sorprendente de esta aburrida rubia
unidimensional que hace galletas es que posee ingenio. O al menos, algo
que se le parece.
Me estudia atentamente, como un padre preocupado.
—¿Estás… bien?
—Mejor que nunca.
Espero a que se vaya. Estoy borracho, cansado y no estoy de humor
para sacarle información.
—¿Seguro que no quieres que te llame un taxi? —Frunce el ceño.
Y lo haría. La señorita simpatía.
—Seguro, pero gracias.
—Bueno… —se demora—. Disfruta de la noche.
—Eso pretendo.
Cuando se va, tanto Christian como Riggs me miran, abiertamente
horrorizados.
—Nunca te he visto así. —La sonrisa de Riggs es lenta y burlona.
—Así, ¿cómo?
—Como un adolescente ingresado en urgencias con las bolas
atrapadas entre los aparatos metálicos de su novia —articula Christian
poéticamente—. Parecías sonrojado. Incómodo. ¿Me atrevo a decirlo?
Avergonzado.
—Mortificado. —Riggs apura un trago—. Se sonrojó. Yo lo vi. Tiff,
¿lo viste sonrojarse?
162
—¡Sí! —Tiff, agradecida de ser algo más que un adorno decorativo
a estas alturas, se une a mis dos amigos ansiosamente—. Su rostro está
todo rojo. Qué tierno. Winnie es una gran chica.
He conseguido pasar una semana entera sin arrinconar a
Winnifred en el Calypso Hall para pedirle más información. El
apartamento alquilado en París fue una gran revelación. ¿Qué más sabe?
¿Qué más se me ha pasado por alto?
Llevarla de vuelta a New Amsterdam es un gran no. Agredió a Cory.
El hombre tuvo que recibir dos puntos de sutura, que pagué
generosamente para mantener su boca cerrada. Apuesto a que fue su
primer roce con algo menos que perfecto, y me complace saber que la
corrompí, aunque solo fuera un poco.
—No me sonrojé —digo tajante.
—Sí, lo hiciste. Vas a tener que explicarnos los últimos cinco
minutos —anuncia Christian.
—No hay nada que explicar. Trabaja en Calypso Hall —digo.
Veo a Arya por el rabillo del ojo, moviéndose en nuestra dirección
a gran velocidad. Es hora de terminar con esta charla de chicas.
—Y, para su información, aunque no estuviera aún de luto por la
muerte prematura de mi prometida, perseguir a una empleada es de mal
gusto y está mal visto.
—Estoy percibiendo algunas vibras raras. —Riggs lame la yema de
su dedo índice y lo levanta en el aire, cerrando los ojos—. Sí, ahí está.
Hay vientos cachondos viniendo del este.
Estoy parado al este del imbécil.
—Aunque haya huracanes de calentura, te exijo que no actúes en
consecuencia. —La voz pertenece a Arya.
Me doy la vuelta, estudiándola.
—No me gusta que me den órdenes. ¿Cuál es tu punto?
—Esa chica es un ángel en la tierra. Visita a los niños del hospital
Saint John una vez a la semana. Se viste de hada y pinta sus rostros. A
ellos les encanta. La adoran —dice desesperada—. ¡Y yo la adoro! Es
viuda. Sabe lo que es el dolor. No quiero que vuelvan a lastimarla.
Así que se enteró, pero no sabe cómo sucedió. Buen trabajo,
Winnifred, por mantener nuestra mierda en privado y no dejar que la 163
gente sume dos y dos.
Christian observa a Winnifred mientras se dirige a quien supongo
que es su agente.
—Conocí antes a la chica. Parece amable, talentosa y atractiva. No
te preocupes, amor. Arsène no tiene ninguna posibilidad, aunque lo
intentara.
—El dinero habla —señala Riggs—. Y nuestro chico tiene mucho.
—No le importa el dinero. —Tiff, su cita, nos recuerda su existencia
decepcionante—. Estaba casada con alguien súper rico y firmó un
acuerdo prenupcial realmente mierda o lo que sea. Luego, cuando murió,
la dejó prácticamente sin nada. Ha estado haciendo trabajos ocasionales
para llegar a fin de mes.
El aire se llena de murmullos colectivos. Mis ojos siguen a
Winnifred. ¿Será verdad? ¿En serio se quedó sin nada? No me extrañaría,
sabiendo lo que sé de su difunto esposo. Y ella es demasiado ingenua
como para no protegerse a sí misma.
—De todos modos, está fuera de los límites. —Arya chasquea los
dedos delante de mis ojos, intentando captar mi atención—. ¿Entendido?
—Arya, disculpa. Debo haberte dado la falsa impresión de que me
importa un bledo lo que piense la gente. —Le ofrezco una sonrisa
sincera—. Una vez que me decido por una mujer, nadie puede salvarla.
Ni siquiera Dios.
Me alejo, dejando atrás a mi grupo de amigos. Me dirijo hacia el
balcón exterior. Este salón está demasiado lleno, hace demasiado calor,
es demasiado pretencioso. La brisa nocturna golpea mi rostro. Extiendo
los dedos sobre la amplia barandilla de ladrillos. Cuando miro hacia la
Quinta Avenida, la gente de abajo parece un hormiguero. Balancearme
en la barandilla es lo último que debería estar haciendo mi yo borracho.
Pero… ¿qué puedo perder?
No tengo madre, ni padre, ni prometida. Como Riggs señaló
caritativamente, no soy exactamente la persona más adorable en este
código postal. No hay nada que me ate a este universo, y empiezo a
sospechar que ésa es precisamente la razón por la que la gente asume
hipotecas, tiene hijos, se compromete: para que el suicidio no sea una
opción válida cuando las cosas vayan mal.
No es que esté contemplando el suicidio. Esta barandilla es ancha
y no muy larga. Puedo hacerlo.
164
Solo una vez, por los viejos tiempos. La voz de Grace es gutural y
tentadora en mi cabeza. Incluso más allá de la tumba, me incita a hacer
lo incorrecto.
Miro detrás de mi hombro, y me aseguro de que no haya moros en
la costa. Solo estoy yo afuera. Me subo a la barandilla, enderezándome
hasta ponerme de pie sobre la superficie. No miro hacia abajo.
El primer paso es sólido. El segundo me hace sentir vivo. Extiendo
los brazos en el aire, como hacíamos Grace y yo cuando éramos niños.
Cierro los ojos.
—Tómame el tiempo —balbuceo.
Y puedo escucharla respondiendo en mi mente. Tres. Dos. Uno.
¡Empieza!
Doy otro paso, y luego otro. Casi he llegado al final. Un paso más…
y mi pie no aterriza esta vez en la superficie dura. Todo es aire debajo.
Me balanceo. Pierdo el equilibrio. Me inclino hacia la izquierda. Todo
sucede deprisa. El recuerdo de Grace cayendo me golpea de nuevo.
Las lágrimas. Las súplicas. El silencio.
Voy a caer en la calle en unos segundos.
Idiota, no debiste haber hecho eso.
Estoy cayendo.
Unas afiladas garras desesperadas se hunden en mi brazo derecho
saliendo de la nada. Rasgan mi traje, tirando de mí hacia un lugar seguro.
Mi cuerpo se estrella contra una superficie dura. El suelo del
balcón. Soy un amasijo de extremidades. No todas mías. Algunas son
pequeñas, delgadas, calientes y de carne extraña.
Imbécil, cuenta tus bendiciones. No estás muerto.
Abro los ojos y ruedo sobre mi espalda. Me apoyo sobre mis codos
para ver quién es mi salvador.
Un rostro de querubín se interpone en mi campo de visión. Familiar
y angelical y absolutamente, más allá de cualquier duda, furioso.
—¡Ahora sí que en serio lo has hecho, tonto engreído! —gruñe
Winnifred, hace una bola con mi pajarita en su mano y golpea mi rostro—
. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Qué hubiera pasado si no
estuviera aquí? ¡No tengo palabras para describirte!
165
Está de pie sobre mí, su rostro tan rojo como un tomate maduro, y
sus ojos tan grandes que puedo ver mi reflejo en ellos.
—¿No las tienes? —pregunto despreocupado, acostado en el suelo
como si fuera el lugar más cómodo del edificio—. Bueno, aquí van algunas
sugerencias útiles: idiota, tonto, borracho, imbécil, cretino imprudente…
técnicamente, son dos palabras, pero…
Intenta abofetearme. Agarro su muñeca sin esfuerzo,
impidiéndoselo. Borracho o no, mis instintos rara vez fallan. Me pongo
de pie, con su muñeca delicada aún atrapada entre mis dedos. Me mira
fijamente con un odio absoluto. Fulgura en sus ojos de zafiro. Me inquieta
no poder odiarla tan apropiada y profundamente como debería. Es una
simplona. Una anécdota en mi vida. Nada más.
—Estoy seguro de que encontrarás una buena razón para
abofetearme a su debido tiempo, pero ese momento aún no ha llegado.
¿Qué decías? —Sonrío cordialmente cuando ambos nos paramos uno
frente al otro.
Ella se libera de mi agarre, tirando su mano hacia atrás.
—¡Eres un bastardo! —espeta en mi rostro—. Dime en qué estabas
pensando. ¿Hace mucho que tienes estos pensamientos? Nadie se sube
así a una barandilla. ¡Y además en la oscuridad! Cuando te vi a través de
la ventana, pensé…
Suelta veneno e ira con sus palabras, pero su voz entra por un oreja
y sale por la otra. No soy suicida. ¿Alcohólico? Sí, pero no llego a
autolesionarme. Sin embargo, Winnifred logró salvarme, mientras que yo
fracasé salvando a Grace. Dos veces.
Mis ojos siguen fijos en sus labios. Rosados, pequeños y deliciosos.
Es increíblemente dulce. Esa combinación entre virtud y rabia es
francamente pecaminosa. Ya no las hacen así. Especialmente en
Manhattan. Mi mente puede ser lenta, pero mis sentidos son agudos, y
reconozco una oportunidad cuando la veo.
Mis labios chocan torpemente contra los suyos. Agarro su nuca y
la atraigo hacia mí. La advertencia de Arya es un recuerdo lejano.
También lo es Calypso Hall, y el hecho de que ambos estamos
enamorados de otras personas, y que esas personas están muertas. La
realidad deja de existir, y lo único en lo que estoy enfocado es en la
persona que tengo frente a mí.
Es suave, dulce y diferente. Tan diferente que no puedo cerrar los
ojos e imaginar que es Grace, como quisiera. No hay ni una pizca de
alcohol en su aliento. No está el escozor amargo de un perfume 166
abrumador. Es puro manzanas acarameladas y perezosas noches de
verano de Tennessee. Es campanas de iglesia, té dulce y galletas.
Precisamente lo que desapruebo.
Nuestras lenguas bailan juntas. Aprieta las solapas de mi
esmoquin como si fuera a salir corriendo. No iré a ninguna parte. Quiero
levantarla, llevarla a mi apartamento y follármela hasta dejarla
inconsciente. Quiero a esa chica que se comió un melocotón como si fuera
una Lolita prohibida bajo el sol de la Riviera italiana, rezumando
sexualidad temeraria.
Sexualidad temeraria. Jesús. ¿Quién soy? Necesito sacar a esta
mujer de mi sistema lo antes posible.
Mis pulgares están en sus mejillas, debajo de sus pestañas,
mientras profundizo el beso, la aprieto hasta que su espalda queda
apoyada contra la pared…
Winnifred separa su boca de la mía en cuanto su espalda expuesta
toca el cemento. Levanta la mano, sin aliento, y me abofetea. Esta vez,
mi mejilla derecha vuela hacia un lado. Arde muchísimo. Froto mi mejilla
con la palma de la mano, sonriendo.
—Te lo has ganado —sisea.
Inclino la cabeza.
—Campesina, cuando tienes razón, tienes razón. Volviendo a tus
palabras de hace unos minutos, no soy suicida. Aunque, estoy jodido, lo
que podría explicar por qué me he pasado de la raya.
—¿Pasarte? —espeta con enfado—. Te cagaste en todo.
Me rio, pero doy un paso atrás. Depredador sexual no es un estilo
que me apetezca probar.
—Me devolviste el beso.
—¡No hice tal cosa! —Se sonroja con culpabilidad. Ups. Es la
segunda vez que saco a Winnifred de su zona de confort de esposa
perfecta.
—¿Qué te molestó esta vez de mi existencia? —pregunto
amablemente—. Y, por favor, ahórrate cualquier afirmación de que no lo
disfrutaste. Los dedos de tus pies se curvaron en tus sandalias y sentí tu
piel erizada.
167
Sus ojos se entrecierran a medida que intenta averiguar dónde y
cómo dirigir su siguiente golpe verbal. Estamos jugando. Pero a diferencia
de mis juegos con Grace, este es competitivo sin ser hostil. Los dos
queremos ganar, pero ninguna parte de mí está preocupada de que ella
sea capaz de envenenarme o matarme en el proceso. Lo más importante
de todo es que compartimos el mismo objetivo: los dos queremos saber
más de los amantes que nos dejaron atrás.
—Sabes. —Sonríe dulcemente y quita el polvo de mi chaqueta—.
Olvidé mencionar en el New Amsterdam que tengo una habitación llena
de pertenencias de Paul que aún no abrí. Me pidió que nunca pusiera un
pie en ella, antes de fallecer. Me pregunto cuántas cosas relacionadas con
Grace podríamos encontrar allí. —Me mira con sus ojos azules—. Las
opciones son ilimitadas.
Agarro su cintura con más fuerza. No me detengo a pensar por qué
diablos estoy sujetando a esta mujer tan molesta.
—¿Y me lo dices ahora?
—Mi error, ¿se suponía que debía estar en tu línea de tiempo, Señor
Gran Cerebro? —Agarra mis manos, las aparta de su cintura, se da la
vuelta y se aleja a mitad de la conversación. La sigo. Abre la puerta y
vuelve a entrar en el salón bullicioso. Sigo sus pasos, paralizado. Se
desliza con elegancia entre las bailarinas. Me abro paso a empujones y
codazos para seguirla. Somos un gato hambriento y un ratón muy
inteligente.
Quince segundos después, salimos del salón de baile. Winnifred
llama al ascensor y se gira en mi dirección.
—¿Por qué astronomía? —pregunta.
—¿Por qué ast… ? —Me interpongo entre ella y las puertas cerradas
del ascensor, confundido—. No cambies de tema. Cuéntame más de la
habitación.
Se encoge de hombros.
—Haré lo que quiera. Aquí el que está en desventaja eres tú.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque tú quieres saber más de lo que pasó con Grace y Paul,
mientras que a mí me aterroriza la verdad.
En realidad, no le creo. Creo que está igual de fascinada con lo que
pasó entre nuestros amantes. Pero no cambiará su postura.
168
—¿Cómo sabes que me gusta la astronomía? —Vuelvo la
conversación hacia ella. Olvidé preguntar en el New Amsterdam.
—Siempre llevas un libro de astronomía debajo del brazo. Había
uno en Italia, cuando estabas en el balcón, y otro la primera vez que
viniste a Calypso Hall. Es casi como tu ancla. Eso es lo que te mantiene
con los pies sobre la tierra, ¿no?
—No es una manta de seguridad. —Resoplo.
—Yo creo que sí. —Arquea una ceja.
—Por suerte no te pagan por pensar, sino por recitar frases que
han escrito mejores pensadores.
—Ahórratelo. —Levanta una mano—. Si pensaras que soy tan
estúpida, no te reirías como un colegial cada vez que hago un chiste.
Ahora háblame de tu fascinación por la astronomía.
No va a dejarlo pasar. Mejor le seguiré la corriente.
—La astronomía es física, y la física es absoluta. Es objetiva y, por
tanto, real. Hay quienes buscan respuestas en Dios. Yo recurro a la
ciencia. Me gusta el misterio del cosmos. Y me gusta desentrañarlo.
Piénsalo así: la Tierra explotará dentro de unos siete mil millones de años.
Para entonces, la mayor parte de la vida en ella probablemente se habrá
extinguido. Quien tenga la desgracia de sobrevivir tendrá que asistir a su
propia desaparición cuando el Sol absorba la Tierra, después de que
entremos en la fase de gigante roja y nos expandamos más allá de nuestra
órbita actual. A estas alturas, estaría bien tener un plan B. Sin duda,
ninguno de los dos estaremos aquí para ejecutarlo, pero pensar que tú y
yo podríamos ser parte de la solución… eso me entusiasma.
Y entonces me doy cuenta de que, nadie me había preguntado
nunca por mi amor a la astronomía. Grace trataba mis libros, mi título,
mi pasión, como si no fueran más que una planta de interior de plástico.
Riggs y Christian lo ignoran en gran medida. Papá nunca entendió la
fascinación, nunca entendió nada que no pudiera hacerle ganar más
dinero.
A Winnifred en realidad le importa.
El ascensor se abre. Amos entramos. No tengo ni idea de adónde
vamos. De hecho, no tengo ni idea de adónde va ella. Esta mujer no va a
dejar que la acompañe, vaya donde vaya.
—Entonces, ¿por qué optaste por fondos de cobertura? ¿Por qué no
la NASA? —Me estudia.
—Desde muy pequeño supe que heredaría la fortuna y la cartera
169
Corbin. Para no arruinar el legado familiar, necesitaba trabajar en
finanzas.
—¿Te importa el legado familiar?
—No particularmente —admito—. Verás, los Corbin tenemos una
maldición. Dos maldiciones, para ser exactos. Una de ellas es que
siempre intentamos superar a la última persona de la que heredamos el
imperio.
—Así que quieres ser mejor que tu padre, aunque no esté aquí para
presenciarlo. Entendido. Tiene mucho sentido. ¿Y cuál es la otra? —
Ladea la cabeza.
Sonriendo, me apoyo contra el espejo.
—Siempre nos enamoramos de la chica equivocada. De hecho, las
últimas siete generaciones de hombres de mi familia terminaron
divorciándose de sus mujeres.
—Eso es realmente triste.
—Podría pensar en cosas más tristes para torturar tu mente.
—Estoy segura de que puedes. —Sonríe con desgana—. Te gusta
torturar a las personas, ¿no?
—En realidad, no me importa lo suficiente —digo casualmente—. A
diferencia de ti, que te preocupas demasiado. Las obras de caridad, el
trabajo voluntario, las galletas, las sonrisas. Necesitas vivir un poco más
para ti y un poco menos para los demás.
Me mira fijamente, pero no dice nada. Toqué una fibra sensible y
sé qué pensará en eso cuando nos despidamos. No obstante, aún nos
quedan unos minutos que pasar juntos.
—Dime, ¿qué te apasiona, Winnifred?
Frota su barbilla, un tic que no puede ocultar.
—Principalmente el teatro. Desde que era pequeña, el escenario ha
sido mi vía de escape.
—¿De qué escapabas?
—De lo mismo que escapamos todos. —Pasa un dedo por el borde
del espejo del ascensor, solo para hacer algo con las manos—. De la
realidad, sobre todo.
El ascensor se abre. Ella se apresura a salir.
170
—¿Qué tenía de malo la realidad de Winnifred cuando era niña? —
Soy un perro con un hueso. La estoy persiguiendo por el vestíbulo,
haciendo un espectáculo de los dos, y no me importa. Tampoco me
importará mañana. Nunca me importó lo que la gente pensara de mí.
Siempre fue a Grace a quien le importaba una mierda.
—Bueno, si de verdad quieres saberlo, odiaba ser la chica de pueblo
pequeño, con grandes aspiraciones, que sabía muy bien que las personas
como tú siempre se interpondrían en mi camino, ridiculizándome y
menospreciándome siempre que fuera posible. Quería creer que podía ser
algo increíble, y el mundo no siempre me lo permitía.
Me detengo en la acera, justo cuando un Uber Toyota Camry negro
se detiene delante de nosotros. Ahora lo entiendo. Por eso Winnie me odia
con tanta pasión. Represento todo lo que ella teme y de lo que se siente
insegura. Y me he estado burlando de ella desde el momento en que nos
conocimos.
Tal vez porque a mí también me molesta lo que ella representa. Una
vida fácil y relajada. Donde correr tras el dinero y el prestigio sin aliento
es de mal gusto, no honorable.
Abre la puerta trasera del Camry.
Quiero perseguirla. Robarle otro beso, mientras pueda. Quizás
incluso decirle que mi única razón para burlarme de ella en Italia fue
porque era atractiva, demasiado follable, y la odié por eso.
¿Pero qué sentido tiene? Winnifred está demasiado absorta en su
amor por su esposo muerto. Incluso si no lo estuviera, solo he querido a
una mujer. Querer a otra parece extraño; a diferencia de montar en
bicicleta, no es una habilidad que puedas descuidar y retomar de
inmediato.
—Ah, por cierto. —Me lanza una última mirada, sujetando la
puerta—. ¿Ese beso? Cuatro de diez. Tal vez por eso Grace te engañó.
Besas muy mal.
Baja la cabeza y desaparece dentro del vehículo antes de cerrar la
puerta. El auto se desliza hacia el tráfico, dejándome en medio de una
nube de humo de escape.
Me rio para mis adentros, negando con la cabeza.
La campesina es diez de diez en entretenimiento.

171
Era mi primera vez en Italia, de hecho, en cualquier lugar fuera de
Estados Unidos, de modo que incluso lo viejo parecía nuevo. Los edificios 172
antiguos de colores pasteles se apilaban como sabores de helado
coloridos. El sol amarillo de agosto pintaba el paisaje con un pincel
antiguo.
Todo en Italia era más pequeño: las habitaciones, las carreteras,
los automóviles, las tiendas. La comida también sabía diferente. El queso,
las hierbas y los embutidos eran más pronunciados, de sabor más
intenso.
Paul, con la nariz roja y con muchas pecas por el calor, me aplastó
contra la barandilla del balcón de nuestro hotel. Sus manos se
envolvieron alrededor de mi cintura, su erección hundiéndose en mi
estómago. Le di un mordisco jugoso al melocotón que sostenía mientras
él mordisqueaba su camino hasta mi garganta, chupando el residuo del
néctar.
—Tan sabroso… tan adictivo… —murmuró, dejando caer su cabeza
más abajo, entre mis pechos. Me puse el mismo vestido burdeos con el
que había asistido al baile de graduación. Si bien ya no era esa chica que
tenía que contar sus centavos, usar el dinero de Paul para pagar vestidos
caros tampoco se sentía bien. Incluso si me rogaba que lo hiciera, y con
frecuencia.
—Es un melocotón muy sabroso. —Besé su oreja, haciéndome la
inocente.
Paul se alejó, la sonrisa de infarto que tanto amaba (su cara fresca,
tímida y buena), en plena exhibición.
—Estoy hablando de la mujer con la que me casé. Aún me pellizco
todas las mañanas al verte a mi lado. ¿Cómo tuve tanta suerte?
En algún lugar no muy lejano, música sonaba a todo volumen
desde una de las casas besando el paseo marítimo. Una pieza clásica
para piano. Envolví mis brazos alrededor de mi esposo. El melocotón
cayendo de mi mano. Lo besé profundamente, y fue perfecto. Dulce y
necesitado, con una promesa de lo que estaba por venir. En unos
minutos, iríamos al restaurante y Paul se entregaría a su papel. Un
miembro del club de chicos. Indiferente a las bromas machistas, engreído
y reservado.
Paul fue el primero en alejarse. Sus ojos azules buscaron los míos.
—Vamos al dormitorio. Aún tenemos unos minutos antes de la
cena.
Se me cayó el estómago.
Winnie, solo escúpelo. No hay nada de qué avergonzarse.
173
Besé la punta de su nariz.
—No podemos, vaquero. La tía Período está en la ciudad y trajo a
sus primos lejanos, Senos Doloridos y Barbilla con Granos.
—¿Tienes tu período? —Su sonrisa se desvaneció. Sus manos se
volvieron rígidas y frías a mi alrededor. Me dije que no debería ofenderme
ni enfadarme. Solo estaba tan decepcionado como yo. Era algo bueno.
¿Me gustaría que Paul fuera como Brian, el esposo de Lizzy? Antes de
tener a Kennedy, mi sobrina, lo intentaron durante tres años. Brian
siempre había sido tan apático cada vez que Lizzy tuvo su período.
Simplemente le acariciaría la cabeza y le diría que estaría bien.
—Sí. —Me rasqué el grano en la barbilla—. En el vuelo aquí. No
quería…
Decirte.
Decepcionarte.
¿Que me mires como lo haces ahora, como si hubiera fallado en
algún tipo de prueba?
No expresé mi frustración. Paul era demasiado decoroso para decir
algo insensible. Aun así, pude sentirlo en la forma en que me tocó en los
días y semanas después de que le dije que tenía mi período. Los
kilómetros que puso entre nosotros. Entre nuestros corazones.
—Sabes. —Se acercó a una pequeña mesa en el balcón,
desenroscando una botella de agua con gas—. Si en realidad no puedes
quedar embarazada de forma natural, deberías informar rápidamente a
tu médico. No me importa masturbarme en una taza. Sabes que soy un
tipo moderno. —Me lanzó una sonrisa encantadora por encima del
hombro—. Pero muñeca, tenemos que poner las cosas en marcha. Mamá
no es sutil con querer convertirse en abuela, y Dios sabe que Robert no
la convertirá en una.
Robert era su hermano, y se autoproclamaba soltero eterno. Se me
formó un nudo en la garganta del tamaño de Mississippi. Intenté tragarlo,
de parpadear para alejar el escozor en mis ojos.
—Mi médico dice que aún soy joven, que debería intentarlo
naturalmente durante al menos cuatro meses más antes de discutir los
próximos pasos.
—Bueno, entonces, ¿tal vez es hora de cambiar de médico? —Paul
sonrió alentador, tomando un sorbo de su bebida. No fue lo que dijo, ni 174
siquiera la forma en que lo dijo. Pero algo estaba mal cada vez que
abordábamos el tema de la reproducción. Después de todo, fui yo quien
le dijo a Paul en nuestra tercera cita que no quería perder el tiempo. Que
quería una gran familia y quería empezar a trabajar en una de inmediato.
Pareció cautivado por la idea. Nuestro período de cortejo fue rápido e
intenso. Me pidió que me casara con él incluso antes de que nos
mudáramos oficialmente juntos y pareció encantado cuando le pregunté
si la boda podía ser en Mulberry Creek.
Era perfecto. Lo contrario de las personas con fobia a las relaciones
con las que me encontré saliendo desde que aterricé en Nueva York. Paul
no era un niño, era un hombre. Sabía exactamente lo que quería: cuatro,
tal vez cinco hijos. La cerca blanca. La casa en Westchester. Una grande,
con columnas blancas y contraventanas negras y un jardín de rosas.
Quería chicos. Con suerte, atléticos. Aún recuerdo cómo terminó
embelesado la primera vez que escuchó que papá consiguió una beca
entera en la universidad por el béisbol y que Lizzy era una gimnasta
aclamada a nivel nacional.
—Winnie, tienes que amar tus genes. Juntos, vamos a hacer niños
superdotados.
Paul y yo habíamos comenzado a trabajar en tener hijos la primera
noche de nuestra luna de miel. Y cada semana a partir de entonces.
Habían pasado meses, pero aun así, sin suerte.
—Lo pensaré. —Le di la espalda, mirando el mar Mediterráneo. A
decir verdad, no iba a pensar en ello. Me gustaba el doctor Nam. También
confiaba en él. No quería tomar medicamentos y comenzar a pasar por la
FIV antes de que fuera absolutamente necesario. Y odiaba la presión
sofocante de meterme en la cama con mi esposo, sabiendo que lo único
que tenía en mente era embarazarme.
Por otra parte, siempre había tenido períodos irregulares. Fuertes,
a veces dolorosos. Siempre lo atribuí al estrés de la escuela, el trabajo y
las audiciones. Tal vez Paul tenía razón. Tal vez había algo más en todo
eso.
—Hazlo. —La voz de Paul fue decisiva a mis espaldas—. Ah, y
recuerda lo que dijo mi amigo Chuck.
Su amigo Chuck, con quien jugaba al golf y era médico especialista
en medicina maternofetal. Aparentemente, durante el almuerzo en
nuestro club de campo local, Paul consideró oportuno contarle de
nuestros problemas para concebir.
Después de todo, no había cumplido mi parte. Teníamos un trato 175
tácito. Matrimonio. Bebés. No había cumplido con mi parte del trato
hasta el momento.
—Dijo —escuché a Paul hablando por encima de la melodía del
piano desde uno de los balcones—, y cito: «debes alejarte del alcohol, las
bebidas energéticas, el cigarrillo y la cafeína». Ahora que lo pienso, bebes
mucho café, ¿no crees?
Tragué pesado.
—Dos tazas al día están bien. Bebes cuatro Ventis6. En un día
templado.
—Winnie, por favor. Sabes que no puedo soportar cuando estás
enojado conmigo. —Paul dejó caer un beso en la parte posterior de mi
hombro—. Sólo estoy preocupado por nosotros. Por el futuro de nuestra
familia. —Me rodeó con los brazos por detrás, sus dedos extendidos sobre
mi estómago plano. Quise vomitar—. Te amo, ¿de acuerdo? —Sus labios
rozaron mi oreja.
—También te amo. Solo necesito un minuto.
—Está bien. Esperaré adentro y me masturbaré. Verte con este
vestido fue demasiado.
Al momento en que escuché que la puerta de vidrio se cerró detrás
de mí, dejé caer la cabeza y comencé a llorar. Mis lágrimas fueron
calientes y furiosas. Imparables. Sentí como si el peso del mundo entero

6Ventis: significa 20, por lo que este tamaño de bebida contiene 20 onzas de café para
una bebida caliente y un expreso doble.
descansaba sobre mis hombros. Quería dejar de llevarlo. Quería
hundirme, dejar que me enterrara bajo tierra. De repente, estaba
cansada. Demasiado cansada para esta cena, para socializar, para todo
lo demás que me comprometí a hacer al casarme con él.
Inclinando mi cara hacia el sol, para que secara mis lágrimas, miré
hacia arriba. Unos pisos más arriba, noté a otra persona sentada en el
balcón de su hotel. Un hombre. Alto, bronceado y tal vez mayor.
Mis manos se crisparon. Tuve la tentación de limpiarme la cara de
modo que no me viera llorar.
Pero luego comprendí que me estaba mirando tan abiertamente,
con un interés tan intenso, que no tenía sentido. Me atrapó.
Encontré su mirada de frente, desafiándolo a decir algo, a hacer
algo.
Parecía el ángel de la muerte. No hermoso. Ni acogedor. Solo…
diferente a todos los demás. De una manera impresionante y aterradora.
176
Sostenía un libro de tapa dura con una foto del espacio exterior en la
portada.
¿Por qué estás aquí, en el momento más importante de mi vida? ¿Por
qué te importa?
Se puso de pie, se dio la vuelta y se alejó.
El telón de color rojo vino cae sobre el escenario. Rahim, Sloan,
Renee y yo agarramos nuestras manos sudorosas con un apretón mortal.
Todos estamos temblando. Puedo escuchar los latidos de mi propio
corazón a través del sonido de los vítores y aplausos.
Sobreviviste a una experiencia humana. Felicidades. 177
—Oye, Nina. —Rahim se inclina, y susurra en mi oreja—. Te has
lucido ahí fuera. Estoy orgulloso de ti.
Suelto una risita nerviosa y me pongo de puntillas para abrazarlo,
luego abrazo a los demás. Acabamos de presentar la primera función de
La gaviota con audiencia completa.
No solo todo salió a la perfección (la interpretación, la iluminación,
el diseño, la música), sino que hubo cuatro críticos importantes entre la
audiencia.
—¿A quién viste ahí fuera? —Sloan le da un codazo a Renee
mientras corremos entre bastidores, con las mejillas sonrojadas y
exultantes.
—The New York Times, The New Yorker, Vulture. —Renee arranca
la peluca de su cabeza, y seca el sudor de su frente—. Sloan, los grandes.
No recuerdo la última vez que hubo una función con audiencia completa
en Calypso Hall, ¡y mucho menos una a la que asistieran críticos!
—¿Y viste el cartel en Times Square? —Sloan palmea sus propias
mejillas, chillando—. Mi novio me envió una foto entre actos. Casi me
muero del impacto. No puedo creer que Corbin haya gastado tanto dinero
en marketing. Este lugar le importa un bledo.
—¿El «cartel en Times Square»? —Giro mi cabeza en su dirección—
. ¿Él hizo eso?
—Sí, chica. —Sloan me envuelve en un abrazo, haciéndome girar
en mi lugar—. Y es grande y glorioso. Solo tiene tu rostro, pero todos
nuestros nombres. Deberías hacerle una foto de camino al bar.
Arsène complació mi único deseo egoísta. Me permitió la
indulgencia de un cartel con mi rostro en él. A pesar de que nos fuimos
del New Amsterdam sin terminar nuestro juego. ¿Por qué?
Porque quiere que le des toda la información que tengas de Paul y
Grace. No le importas ni un centavo.
Pero también había algo más. Tengo el presentimiento de que
Arsène en realidad quiere sacar a relucir mi lado egoísta. Mostrarme que
yo, como él, solo me preocupo por mí. Me hace sentir incómoda. Sobre
todo, porque creo que tiene razón. Creo que, en el fondo, hay una parte
de mí que es egoísta. Solo que nunca la dejé salir.
¿Estuvo aquí esta noche? ¿Asistirá a la fiesta después? Con este
hombre no hay certezas. Va y viene a su antojo. Un renegado con traje. 178
No puedo dejar de pensar en nuestro beso. No estoy segura si me
emocionó, ofendió, encantó, o las tres cosas. Fue tan urgente, tan oscuro,
tan desesperado que me sentí como si estuviera bebiendo una poción
mágica. No sé nada de él desde la noche de la gala, lo cual, me recuerdo,
es bueno. Tendremos tiempo suficiente para averiguar lo que pasó entre
nuestros amantes. No hay necesidad de entablar una relación con ese
hombre horrible.
El elenco se cambia a su ropa de fiesta. Yo me pongo unos jeans,
una camiseta negra sin tirantes y brillo labial. Me recuerdo todo el tiempo
que odio a Arsène Corbin. Y aunque quiera verlo esta noche, solo es
porque es la principal fuente de entretenimiento de mi vida en estos días.
Nada más.
Renee y Sloan van juntos en taxi hasta el local. Rahim y yo
hacemos lo mismo, deteniéndonos frente a la valla de neón en Times
Square para que pueda posar delante del cartel.
Llegamos al Brewtherhood y lo encontramos repleto con todo el
elenco, el equipo, sus amigos y familiares, y algunas personas de la
industria. Avanzamos hacia la barra. Rahim ve a su novia pidiendo una
copa. Me da un apretón en el brazo.
—Iré a buscar a Bree y te traeré un trago. ¿Qué te apetece?
Mi corazón de Tennessee quiere whisky, pero después del incidente
en el New Amsterdam, sospecho que los licores no son mis amigos.
—Vino blanco. Asegúrate de que no sea demasiado sabroso. De
hecho, no puedo darme el lujo de emborracharme.
—Marchando un chardonnay asqueroso.
Escaneo el lugar, sabiendo exactamente a quién estoy buscando.
Me doy un tirón de orejas mental.
¿Qué te pasa? Eres exactamente como Nina. Atraída por un héroe
imposiblemente trágico. Un Trigorin. Un rebelde incomprendido con una
causa. Un enemigo caído.
Una fuerza magnética me empuja a mirar a mi derecha. Allí lo
encuentro. Apoyado en la pared, con una botella de cerveza en la mano y
una expresión insondable en su rostro. Lleva muy bien la elegancia. Lleva
todo muy bien. ¿Incluso… la depresión? No puedo evitar preguntarme si
tenía intención de caer aquella noche en el Pierre, o si solo fue un error
de borracho, como él dijo.
Quizás también se esté arrepintiendo del beso que vino después.
179
Quizás ni siquiera recuerde haberme besado. ¿Por qué me importa?
Aún soy una viuda muy dolida por haber perdido a su esposo. No debería
importarme ni un comino lo que esté pensando.
Entonces, me doy cuenta de que no está solo.
¿Trajo una cita?
Sí, trajo una cita. ¿Y qué? De nuevo, no te importa, ¿recuerdas?
Ella está justo a su lado, y comparten una conversación agradable.
Es hermosa. Alta, delgada como un palillo, con largo cabello negro y ojos
color medianoche. A diferencia de mí, está vestida para impresionar, con
un vestido blanco, con corpiño ajustado y espalda descubierta.
Mi estómago se revuelve. No pueden ser celos. ¿Yo? ¿Celosa? Ja.
Ni siquiera estuve celosa cuando Paul invitó a todos mis buenas amigas
a bailar lento en nuestra boda, incluyendo a Georgie, mi hermana. Dos
veces. Incluso cuando dejó de ser apropiado y empezó a verse un poco
raro (¡Gente de la gran ciudad!, se rio mamá).
Pero esta chica… es tan encantadora, y tan del gusto de Arsène.
Morena y misteriosa, como Grace.
—¡Sorpresa! —Un par de manos agarran mis hombros desde atrás.
Jadeo, y me doy la vuelta. Mamá (¡sí, mamá!) está de pie frente a mí, con
los brazos abiertos.
¡Mi madre en persona! Con su gran sonrisa, los ojos muy abiertos,
el peinado corto y sencillo, y el collar de cuentas de piedras preciosas que
la hace sentirse una auténtica primera dama.
—¡Terroncito! ¡Brillante estrella mía!
Me arrojo a sus brazos, aferrándome a ella como si mi vida
dependiera de ello.
—¡Mamá! ¿Qué estás haciendo aquí?
Me abraza con fuerza.
—¿Qué quieres decir? No me habría perdido tu estreno por nada
del mundo. Ah, Winnie, mírate. ¡Eres todo piel y huesos! Tu padre tenía
razón. Debí haber comprado un boleto hace seis meses y arrastrarte a
casa conmigo.
Me despego de ella, y miro su rostro. Está igual que siempre. La
misma ropa, el mismo cabello, la misma sonrisa. Me reconforta saber que 180
mis padres están exactamente como los dejé.
—¿Te quedarás? —pregunto, comprendiendo que va a entrar en mi
apartamento y verá que los zapatos, el yogur y los periódicos de Paul
siguen justo ahí, esperando ansiosos su regreso.
—Ah, terroncito, ojalá pudiera. Pero Kenny tiene mañana un
recital, y Lizzy me matará si me lo pierdo. Por no mencionar que Georgie
tiene otra vez alergias, y papá… ¡ah, ya conoces a papá! No puede hacer
nada sin mí. Solo quería estar hoy aquí para ti.
—¿Cuándo aterrizaste? —Sostengo sus manos como si fuera una
alucinación a punto de desaparecer de mi vista en cualquier momento.
—Esta mañana —responde Chrissy, interponiéndose entre
nosotras, con una taza de cerámica con su té quema grasas en la mano—
. Pasé el día mostrándole los alrededores. No queríamos que lo supieras
antes del espectáculo. Pensamos que ya estabas hecha un manojo de
nervios.
No necesito preguntarle a Chrissy para saber que compró los
boletos para mamá. Mis padres no son pobres, pero nunca derrocharían
en un viaje de unas horas. Estoy tan agradecida que podría llorar.
—Ah, Chrissy. —Hago una mueca, y la abrazo—. Gracias —le
susurro al oído—. Gracias, gracias, gracias.
—Regresaré al aeropuerto en un par de horas —anuncia mamá,
asimilando la escena con una expresión angustiada. Nunca le ha gustado
la escena de Manhattan—. Todo lo que en realidad quería era asegurarme
de que estuvieras bien.
—Estoy bien. ¡Mejor que bien! —Sonrío alegremente, esperando
que lo crea. Si consigo convencerla, estaré lista para mi actuación
ganadora del Oscar.
Los ojos de mamá están empañados y escépticos mientras me mira.
Su mano sigue en mi brazo, como si tampoco pudiera soportar la idea de
que me evapore en el aire.
—No creo que Nueva York sea buena para ti —dice finalmente con
los labios fruncidos—. Es cruel y agitada. Terroncito, no entiende tu
alma.
—Señora Towles, no podría estar más de acuerdo. —Chrissy salta
ingeniosamente a la conversación—. De hecho, iba a abordar este tema
esta noche con su hija.
—¿Ibas a hacerlo? —Frunzo el ceño. Esto es nuevo para mí. Chrissy
181
siempre me dice que no tengo nada que buscar en Mulberry Creek. Que
mi futuro me espera en algún lugar grande y contaminado y lleno de
oportunidades.
—Sí. —Chrissy bebe un sorbo de su té—. Deberías dirigirte a
Hollywood tan pronto como termine La gaviota. Si llegas allí en junio del
próximo año, podemos reservarte un montón de audiciones para la
temporada de pruebas.
—¿Hollywood? —Mamá echa la cabeza hacia atrás como si Chrissy
la hubiera abofeteado con la palabra—. ¡Cristo, eso es incluso peor que
Nueva York!
—¿Cómo? —pregunta Chrissy, parpadeando inocentemente—. Allí
se está bien. Soleado. Espacios abiertos. Todo el mundo es fanático de la
salud. Y señora Towles, yo la acompañaré algunos meses. Para
asegurarme de que nuestra chica está instalada.
—Parece que lo tienes todo planeado. —Miro a mi súper agente.
Ojalá hubiera hecho una parada en el bar. Me habría venido bien un
trago de algo fuerte y preferiblemente venenoso para esta conversación—
. Pero no estoy para nada segura de eso. ¿Y el apartamento?
—Puedes alquilarlo —me interrumpe Chrissy, y por el brillo en sus
ojos deduzco que sacarme del espacio que compartía con Paul forma
parte de su elaborado plan maestro. Quiere que me deshaga de sus cosas.
Que siga adelante.
Que me las arregle sola y deje de disculparme por lo que soy.
—Lo pensaré —miento.
—¿Pensar qué? —Lucas se acerca a nuestro rincón de la habitación
y me entrega una copa de vino—. Un caballero de armadura brillante
pensó que necesitabas uno de estos y me envió para salvar el día.
—¿Un caballero, dices? —Mi corazón da un brinco en mi pecho, y
siento mi cuello sonrojarse—. ¿Quién sería?
—Rahim, por supuesto. ¿Quién si no? —Lucas se ríe y me mira con
una expresión de: ¿estás bien?—. No quería interrumpir esta pequeña
reunión. ¿No es un encanto?
La decepción me golpea. Soy tan estúpida. ¿En serio esperaba que
Arsène se diera cuenta? ¿Que me enviara vino? El hombre trajo una cita
después de besarme tontamente, minutos después de que lo salvara de
la muerte. Es un tren descarrilado y la última persona a la que debería
querer.
—Rahim es genial —murmuro, tomando un sorbo generoso. Dios,
182
es un vino malo.
—¡Señora Towles, su hija es una auténtica joya! —exclama Lucas—
. La mejor Nina que he visto con mis propios ojos, y eso incluye a Saoirse
Ronan y, Dios me ayude, al amor de mi vida excluyendo a mi querido
esposo, Carey Mulligan. No puedo esperar a que lleguen las críticas.
Estuvo impresionante, impresionante. Incluso si no lloró.
Porque no puede, quiero gritar. Las lágrimas están más allá de mí.
—Siempre fue así —se jacta mamá—. ¿Te contó alguna vez cómo
lloró desconsoladamente la primera vez que escuchó «Space Oddity»?
Se produce una alegre conversación ruidosa entre Lucas, Chrissy
y mamá. En algún momento, Rahim, Renee y Sloan se unen a nosotros,
junto con sus parejas. El alegre ambiente victorioso es adictivo y me
olvido de mis problemas durante una hora, hasta que cada uno se va a
su rincón del bar, y mamá y yo volvemos a estar solas. Ella ladea la
cabeza, la sonrisa soñadora se desvanece de su rostro.
—Ahora que todos se han ido, dime, ¿cómo has estado de verdad?
—Mamá, sinceramente, mejor de lo que crees. Por supuesto,
trabajando mucho en la obra, pero ha sido una distracción bienvenida.
¡Y el cheque de pago! —exclamo—. Ahora podría quedarme con el
apartamento. Mamá, las cosas están mejorando. Lo juro.
—¿Y lo de ir al médico? —insiste, con las cejas fruncidas—. Por
favor, dime que tienes cita. Llevas posponiéndolo durante meses.
Las palabras me golpean como un balde de agua helada. Hice todo
lo posible por ignorar este tema (este problema) desde que Paul falleció.
Todo pasó a un segundo plano después del funeral, incluida mi salud.
—No lo he olvidado —murmuro.
—¿Qué estás esperando? —Intenta atrapar mi mirada, pero es en
vano. Mis ojos están clavados firmemente en un punto invisible detrás de
ella.
—Lo haré la semana que viene.
—No, no lo harás. ¡No lo has hecho hasta ahora!
—Ahora, ni siquiera importa. —Pongo los ojos en blanco,
sintiéndome otra vez como una adolescente—. Me siento bien. Saludable.
Estupenda.
—¿Según quién? —La súplica en su voz me deshace—. Por Dios,
terroncito… 183
—Mamá, aquí no. —Pisoteo, desesperada—. ¡Ya basta, por favor!
Mis últimas palabras salen más duras y fuertes de lo que pretendía,
atrayendo algunas miradas curiosas de las personas que nos rodean.
Mamá mira a su alrededor con impotencia, como si esperara que alguien
interviniera para hacerme entrar en razón. Normalmente, esa persona
sería Georgie. Siempre le gusta golpearme con la vara de la verdad. Pero
Georgie no está aquí para sermonearme.
—Esta conversación no ha terminado. —Agita su dedo en mi
rostro—. No si tengo que arrastrarte al médico yo misma. Bueno,
hablemos de otra cosa antes de que te despidas de tu madre. Algo
agradable. ¿Sabías que Jackie O'Neill tuvo un bebé? También uno muy
hermoso. Tengo una foto en mi teléfono en alguna parte…
Hablamos de otras cosas, pero el daño ya está hecho.
No puedo dejar de pensar en lo que dijo. Porque tiene razón.
No estoy bien.
Tengo que ir al médico.
Tarde o temprano.
Mamá se va en una ráfaga de besos, lágrimas y abrazos. Nos
quedamos en la acera fuera del bar. Insisto en acompañarla al
aeropuerto, pero ella se niega. Esto sigue y sigue hasta que el taxista
interfiere y dice:
—¡Señoras! Por favor, despídanse para que pueda seguir con mi
turno.
—Terroncito, no puedes venir. Es tu gran noche. Quédate con tus
amigos. Mañana te llamo. Te quiero.
Dicho esto, besa mi mejilla, entra en el taxi y se marcha. Se me
ocurre la idea de que podría pasarle algo en el avión, pero la aplasto tan
pronto como flota en mi cabeza. No. Nada de eso. Ni lo pienses. Tengo
más problemas que un libro de matemáticas, y no hay absolutamente
ninguna razón para desarrollar un miedo paralizante de volar además de
todo lo demás.
No quiero volver a la fiesta. Ahora que la adrenalina del espectáculo 184
ha desaparecido, no estoy de humor para fingir estar alegre.
Normalmente, Paul era el que me sacaba de momentos como este. Era mi
muleta.
Pero irme sin despedirme es de mala educación. Me arrastro hacia
el interior de mala gana. Veo el sombrero de fieltro de Lucas a lo lejos.
Está asintiendo, y habla animadamente con algunas personas de
Broadway. Me acerco a él, y siento que unos dedos se envuelven alrededor
de mi muñeca. Me detengo, y al levantar la vista, veo los oscuros ojos
entrecerrados de Arsène clavados en los míos. Sus labios esbozan una
sonrisa astuta.
—Campesina. ¿Era tu madre?
Me libero de su agarre con el ceño fruncido, recordando que trajo
una cita.
—¿Y a ti qué te importa?
—Es una mujer impresionante. —Ignora mi actitud, y su encanto
se eleva al máximo—. Lo cual es una muy buena noticia para la futura
tú de sesenta y tantos.
—Vaya, pues mi yo de veintitantos quiere que te largues. ¿Qué tal
si intentas ser un caballero y me complaces una vez?
El canalla me besó y ni siquiera abordó el tema.
—Vamos, Winnifred, no seas tan amargada. Es tu gran noche.
—Está menguando, ahora que hablamos —murmuro.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Ven. ¿Conoces a Gwendolyn? —Señala a su acompañante con la
botella de cerveza. Ella da un paso adelante y me sonríe, ofreciéndome la
mano para estrecharla—. Gwen, esta es Winnifred. Interpreta a Nina,
como habrás deducido de la obra.
Así que vino a ver la obra.
Con una cita, Winnie.
Estrecho la mano de Gwen.
—Encantada de conocerte. Espero que hayas disfrutado del
espectáculo.
—Fue fantástico. Trigorin y tú lo hicieron genial. —Gwen parece
encantada y realmente impresionada—. Y si se me permite añadir, he
visto muchas versiones de La gaviota.
Es llamativa, inteligente y elocuente. No hay nada que pueda
185
disgustarme de ella, aparte de su existencia. Por alguna razón, me
convenía más pensar que Arsène nunca superaría lo de Grace, al igual
que yo he terminado atascada con Paul.
—Eres muy amable. —Bajo la cabeza, sonrojándome—. Bueno, no
quiero entretenerlos. Debería irme y despedirme…
—¿Te vas tan pronto? —Arsène me mira, fingiendo sentirse
herido—. La noche acaba de empezar.
—Tal vez, para ti. Me voy a dormir.
—Antes de que se corte el pastel y se pronuncien los discursos.
Vaya, vaya, ni siquiera lo estás intentando, ¿verdad? —Arsène se
interpone entre la puerta y yo, una barrera fácil, aunque intencional—.
Especialmente cuando el futuro de Calypso Hall pende de un hilo. Sabes,
Winnifred, no me gustan mucho los teatros, y menos aún los empleados
holgazanes.
—Sí, soy consciente. —Cruzo los brazos sobre mi pecho. Gwen
sonríe en privado, divertida por nuestro intercambio—. Me arriesgaré.
¿Algunas palabras de despedida?
—Pareces preocupada. ¿Qué tienes en esa mentecita sencilla? —
Ladea la cabeza, más entretenido que preocupado.
—No es asunto tuyo. —Lo esquivo y avanzo directamente a la
puerta, sin despedirme. Apenas puedo manejarlo en un buen día, mucho
menos en uno cuando recuerdo mis problemas de salud.
Estoy casi en la puerta de madera cuando se me ocurre algo. Me
detengo, maldiciéndome en voz baja, me doy la vuelta bruscamente y
avanzo directamente hacia donde está parado. Que es, exactamente
donde lo dejé. Hay una sonrisa arrogante en su rostro. Se apoya
despreocupadamente en la barra de madera. El muy imbécil sabía que
iba a dar media vuelta. Lo lleva escrito en todo su rostro.
—Una cosa más. —Levanto un dedo entre nosotros.
—Dispara.
—El cartel publicitario.
Sus ojos pasan de burlones a alertas, pero no dice nada.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunto—. No tenías por qué hacerlo.
Nunca terminamos esa partida de billar.
—Caballerosidad, por supuesto. —Abre las manos teatralmente—.
Me dijiste que empezara por alguna parte, ¿no? 186
Sí, pero eso fue hace un segundo.
—Dudo que sepas deletrear la palabra, y mucho menos practicarla.
Se ríe, complacido.
—Tienes razón. Lo hice por razones puramente egoístas. Quería
asegurarme un buen rendimiento de mi inversión, y La gaviota parecía
que en realidad podría ganar unos cuantos dólares.
—Tampoco puede ser eso. —Mis manos se cierran en puños a los
costados de mi cuerpo. Estoy perdiendo la paciencia. Estoy harta de que
se burle de mí. De que me saque de mi zona de confort—. Hay muchas
formas de anunciar una obra que no incluyen acariciar mi ego.
—Ah, entonces admites que tienes ego.
—Uno pequeño. —Aprieto dos dedos.
—Sí, sí, lo sé. Estoy intentando cambiar eso. Winnifred, a nadie le
gusta el altruismo. Es un rasgo tan aburrido.
—¿Por eso me diste un cartel publicitario? ¿Para demostrarme que
soy vanidosa? —insisto.
Da un paso adelante, su boca a un suspiro de distancia de mi oreja.
Mi piel se eriza, y respiro con dificultad.
—Quizás solo necesitaba un cebo para atraerte a la conversación
de la que te alejaste aquella noche en el Pierre. ¿Lo conseguí?
Por supuesto que sí. Después de todo, aquí estoy. Atraída por él
como una polilla a una llama. Rezando como una colegiala desesperada
para que sus labios rocen mi oreja.
Me alejo de él bruscamente, comprendiendo que me tiene
exactamente donde quería.
—¿De qué quieres hablar?
—Solo tenemos un interés mutuo, y nos mantiene despiertos a los
dos por la noche.
Grace y Paul.
—De hecho, a juzgar por lo de esta noche, lo que te quita el sueño
no tiene nada que ver con tu difunta prometida. —Miro fríamente detrás
de él, buscando a Gwen.
—¿Celosa? —Levanta una ceja inquisitiva.
—No te hagas ilusiones —balbuceo.
187
—Ojalá fuera tan afortunado. Una joven y bella admiradora.
Además, recién salida del Cinturón Bíblico7.
Me rio incrédula, apartándolo.
—No soy la granjera tonta que crees que soy.
—Ah, sí. Eres muy observadora. Me asombra tu capacidad de
observación. —Mira despreocupadamente a su alrededor, lo que me hace
hacer lo mismo. Y entonces me doy cuenta…
—Espera, ¿dónde está Gwen?
Sus dientes blancos brillan. Está disfrutando demasiado de este
intercambio.
—¿Quién?
—¡Tu cita! —Estoy a punto de matarlo. Estoy segura de eso.
Mira a su alrededor, como si acabara de darse cuenta de que ella
se ha ido.
—Debe haberse ido. No sé por qué.

7 Cinturón bíblico: término coloquial utilizado para referirse a una extensa región de
los Estados Unidos donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social,
circunstancia que se manifiesta nítidamente en la forma de vida de la población, en la
moral y en la política.
—Me prestaste más atención a mí que a ella —digo
acaloradamente, sabiendo que estoy cayendo en su trampa—. Lo cual es
increíblemente grosero.
—¿Grosero? —De hecho, parece sorprendido—. A Grace le
encantaba cuando traía citas y las descuidaba en favor de ella a mitad de
la noche. Me atrevería a decir que era su pasatiempo favorito.
Grace suena como una verdadera pieza de trabajo.
—¿Supongo que esto fue una recurrencia?
Se encoge de hombros, metiendo las manos en los bolsillos
delanteros.
—Le gustaba que le recordaran a menudo su belleza, y
preferiblemente menospreciando a las demás.
—Bueno, algunas chicas están lo suficientemente seguras de sí
mismas como para no menospreciar a las demás. Tu relación en serio era 188
retorcida.
—Aunque secundo tu afirmación, creo que ambos estamos de
acuerdo en que Paul tampoco era el material del que están hechos los
barcos de ensueño.
Abro la boca para discutir con él, para defender a Paul, pero me
eluden las palabras adecuadas. Tiene razón. Paul me engañó con Grace.
Tiene los recibos que lo demuestran. Es una tontería pretender que
nuestra relación era a prueba de balas.
Sonríe al ver la expresión de mi rostro.
—¿Qué, no tienes respuesta? Muy bien, Winnifred. Estoy viendo
progresos, y me gusta.
—¿Y? —pregunto desapasionadamente—. ¿Adónde quieres llegar
con esta conversación?
—Como es obvio que este lugar te interesa tan poco como a mí, he
pensado que podríamos ir al apartamento de Grace y revisar sus cosas.
Ver si reconoces algo de Paul.
Una mujer inteligente diría que no a esta oferta. Ya hemos
establecido que Paul y Grace follaban a nuestras espaldas, y a menudo.
¿Qué sentido tiene hurgar en esta herida abierta y en carne viva?
Mi sospecha es que Arsène y yo seguimos haciéndolo porque nos
hace sentir algo; de lo contrario estamos completamente insensibles. El
dolor es un gran sustituto del placer. Ambos son sentimientos radicales,
aunque uno sea positivo y el otro negativo. Y tal vez, solo tal vez, Arsène
se sienta tan solo como yo, y este proyecto le recuerde que alguna vez
perteneció a alguien.
Después de todo, ¿eso no es lo que anhelamos? Pertenecer. ¿A una
familia, a unos padres, a una pareja, a una comunidad?
—¿Y bien? —pregunta—. ¿Qué me dices?
No.
Mañana tengo que madrugar.
Lo único que estamos haciendo es perjudicarnos a nosotros mismos.
Esto nos va a morder en el culo.
Sin embargo, al final soy como Arsène. Adicta a la sensación que
viene con el dolor.
—Llama un taxi. 189
El apartamento de Grace es lujoso y elegante. Todo es blanco o
negro. Hay mantas caras por todas partes y jarrones que antes estuvieron
llenos de flores frescas, estoy segura. Me doy una vuelta por el lugar
mientras Arsène enciende las luces.
—¿Y sigues pagando el alquiler de este lugar? —Observo la 190
chimenea de vidrio y las cortinas hechas a medida. Seguro que son
quince mil dólares al mes como mínimo, además de las facturas de los
servicios.
—Sí —responde brevemente, caminando hacia la cocina y
consiguiendo botellas de agua para ambos. Me tranquiliza ver que su
apartamento sigue equipado con bebidas. Hace que mi manía con Paul
parezca casi normal. Arsène también mantiene este lugar habitable.
—¿Por qué? —Me doy la vuelta para mirarlo—. Siempre sermoneas
a todos con el asunto de las inversiones inteligentes. ¿Qué lógica tiene
pagar el alquiler del antiguo apartamento de tu prometida muerta?
—No la tiene. —Apoya la cadera en la isla de la cocina, y bebe un
sorbo de agua—. No suelo hacer derroches irracionales. Esta es una
indulgencia rara, y espero que después de que terminemos con esto, me
resulte más fácil rescindir el contrato de arrendamiento.
Sus palabras calan profundamente, porque muchas veces también
desearía odiar a Paul. Sería la forma más fácil de olvidarlo.
Me acerco a Arsène, tomo la botella de agua que me ofrece y
desenrosco la tapa.
—¿Y cuándo esperas que terminemos con esto?
—Campesina, eso depende de tu cooperación.
—Deja de llamarme campesina.
—Deja de ofenderte por eso —responde—. No debería importarte lo
que piensen de ti. Nunca le hace bien a nadie. Y, en todo caso, la opinión
de las personas sobre ti es un reflejo de ellos mismos. No de ti.
—Siempre siento que esperas que me avergüence de dónde vengo.
—¿Y qué pasa si lo hago? —Se detiene en este punto—. ¿Por qué
deberías sucumbir a los deseos y expectativas de los demás? Tienes libre
albedrío y una mente admirable. Sigue callándome. Defiéndete. Nunca te
avergüences de dónde vienes. Una persona no tiene futuro sin antes
asumir su pasado.
—¿Y lo haces? —Inclino la cabeza hacia un lado—. ¿Ya has
asumido tu pasado?
Sus ojos se encuentran con los míos. Parece pensativo.
—Siguiente pregunta.
Sonrío. Lo atrapé. Es una victoria pequeña, pero una victoria al fin 191
y al cabo.
—Estás ocultando algo.
—Todos ocultamos algo. —Pone los ojos en blanco—. Algunos de
nosotros somos mejores guardando secretos.
Tiene razón.
—Entonces… ¿por dónde deberíamos empezar? —Miro a nuestro
alrededor.
—Su habitación. —Arsène se aparta de la isla y avanza hacia el
pasillo—. Donde probablemente pasaron la mayor parte del tiempo
juntos. Los muy bastardos.

No es que deba sorprenderme, pero encuentro cosas que sitúan a


Paul y Grace juntos en la escena del crimen.
Hay un reloj de acero inoxidable con esfera rosa nacarada, idéntico
al que me regaló por Navidad, en el joyero de Grace. Ambos relojes están
grabados, y con la misma fuente. También hay una sudadera con
capucha que Paul solía llevar y desapareció misteriosamente en uno de
sus viajes de negocios, cuidadosamente guardada en su armario, y un
tarro de un tipo muy particular de pasteles de luna en su cocina, con los
que Paul estaba obsesionado, y que yo había tenido que encontrar para
él incluso cuando no era Año Nuevo Lunar.
Su ADN está por todas partes. Y ni siquiera estaban a menudo
aquí. Arsène tenía llaves de este apartamento, lo que significa que Grace
solo podía alojar a Paul aquí cuando él estaba fuera de la ciudad.
—¿Sabes qué? En realidad, esperaba encontrar más —murmuro
cuando Arsène y yo nos desplomamos en el sofá de Grace—. Viendo que
tuvieron una aventura durante al menos nueve meses.
—Pero considera esto —replica—. Ella sabía que entraba aquí
cuando quería. Campesina, las galletas son reveladoras. Muestran un
nivel de intimidad. Si fuera una aventura pasajera, no conocerían sus
preferencias culinarias.
Apoyo la cabeza en el sofá, y cierro los ojos.
—¿Por qué no nos dejaron? —murmuro, abriendo los ojos.
Encuentro a Arsène observándome de un modo extraño. Algo entre
192
fastidio y sorpresa.
—Bueno. —Sonríe irónicamente—. Porque yo era demasiado rico,
y tú eras demasiado buen partido como para renunciar. No creo que Paul
y Grace planearan dejarnos por el otro. Simplemente querían
fastidiarnos. Para Grace, se trataba de no pertenecerme. Esta era su
forma de asegurarse de que no se había rendido ante mí por completo.
Con Paul… —Se detiene y me mira de reojo—. Hmm, ahora me pregunto.
¿Qué hiciste para enojarlo? ¿Quemaste tu famosa tarta de manzana?
Ojalá fuera eso…
Sé exactamente en qué fallé con Paul.
Por supuesto, prefiero morir antes que compartir esto con Arsène.
—No tienes que decirlo. —Me da una palmadita en la rodilla—. La
respuesta está en tu rostro. Pobre Winnifred.
Siento que me pongo colorada, y estoy a punto de arremeter contra
él, de decirle lo que pienso. Entonces, se me ocurre algo.
—Sabes, creo que Paul estaba enojado por quién era. Quiero decir,
creo que le gustaba como idea, no como persona. La rubiecita íntegra de
esposa con el acento bonito que hacía galletas y trabajaba de voluntaria
en hospitales y sabía cómo lanzar un hacha. Pero luego vio cómo me
miraron sus colegas, Chip y Pablo e incluso Grace, y se sintió… no sé,
decepcionado.
—¿Decepcionado, cómo?
—De que en realidad no me vieran como su igual. Una oponente
digna. Ah. —Agito la mano, riendo a través del dolor—. No es que no les
agradara. Les caía bien. Pero del mismo modo en que te gusta un
cachorro. Me veían adorable y desechable. Y después de que el avión se
estrellara, cuando llamé a Chip y a Pablo una y otra vez, pidiéndoles,
suplicándoles respuestas, que me aclararan por qué Paul y Grace estaban
juntos, ninguno de los dos contestó a mis llamadas. Al principio se
disculparon por eso, pero pronto dejé de recibir sus incómodos mensajes
de texto y empecé a recibir los de sus asistentes personales.
—Te trataron como si fueras basura —dice sin rodeos.
Niego con la cabeza.
—Me trataron como si fuera una inútil, porque lo era.
—Para ellos —subraya—. Nunca vuelvas a ponerte en una
situación en la que dejes que la gente piense que eres inútil, Winnifred.
Siempre se aprovecharán de ello. Sé que yo lo hice. 193
Sé que está hablando de nuestro intercambio en Italia, y mi
estómago se revuelve.
Se levanta y se dirige hacia la puerta.
—Vamos a comer algo. Toda esta charla sobre infidelidad y traición
me está dando hambre.
Miro mi celular.
—Es la una de la madrugada.
—Sí, lo es, y ninguno de los dos cenó. Lo sé porque te estuve
observando durante seis horas.
Esta sensación extraña de florecer bajo la inesperada luz del sol se
estrella contra mí. ¿Lo hizo? ¿Me observó? ¿Se dio cuenta? Es tentador
fingir que le gusto, incluso si sé que no puede ser verdad.
—No creo que tengamos las mismas preferencias culinarias. —
Intento esquivar la oferta.
—Te sorprenderías.
—¿Dónde quieres ir? —Me pongo en pie antes de darme cuenta,
siguiéndolo.
Me hace un gesto con la mano, restándole importancia.
—Ya lo verás.
Diez minutos más tarde, estamos en un restaurante de mala
muerte, escondido en la parte trasera de una tienda de delicatessen
cubana que está abierta toda la noche. Atravesamos la propia bodega
antes de bajar los pocos escalones que conducen a su sótano, donde hay
un puñado de mesas redondas, música cubana a todo volumen,
camareros y comensales riendo y hablando alegremente. Una nube
espesa de humo de cigarro se cierne sobre la sala. Me sorprende que
Arsène frecuente este lugar. No está bañado en oro ni tiene estrellas
Michelin.
Nos llevan a una mesa pequeña. Pido los calamares al ajillo, y él el
lechón asado. La comida llega en tiempo récord, servida en platos que
encontrarías en la cocina de tu tía. Ni siquiera coinciden, cosa que me
encanta. Por primera vez en meses (quizás años) me siento a gusto en
194
Manhattan. Este lugar parece la casa de alguien. Carece del glamour y
las pretensiones que suele tener todo lo que se encuentra en este código
postal.
—Me gusta este lugar —admito.
—Me lo imaginaba. —Se concentra profundamente en su comida.
Debería estar cansada, pero no lo estoy. Tal vez sea la adrenalina
del espectáculo, o ver a mamá, o tal vez sea ir al apartamento de Grace y
encontrarme frente a frente con las fechorías de Paul. No importa lo que
sea, en realidad estoy completamente despierta mientras comemos.
—Entonces, ¿has estado saliendo con gente regularmente desde
que Grace…? —Abordo el tema a medida que como un trozo de calamar.
—No he salido con nadie desde que murió Grace. Ni quiero hacerlo.
Nunca me han gustado las relaciones.
—Has estado comprometido. —Pincho otro calamar con el tenedor,
apuntándolo.
—Grace fue una mujer única en la vida. —Toma un bocado
generoso de su asado—. Solo tengo una vida; por lo tanto, no espero
encontrar a alguien como ella.
—Entonces, ¿no piensas seguir nunca adelante? —pregunto,
extrañamente triste, aunque no debería importarme.
—¿Y tú? —Levanta la vista de su plato.
Muerdo mi labio, y lo pienso.
—Espero que sí. La lógica dicta que lo haré, en algún momento. Y
para ser honesta, desde que descubrí que realmente me engañó…
—Debería facilitar las cosas —completa Arsène—. Con énfasis en
la parte debería.
Lo entiende. Que no merezcan nuestro amor no significa que
podamos dejar de amarlos.
—Entonces, ¿qué fue eso con Gwen? —insisto.
Lo desestima con un gesto de la mano.
—Gwen es una vieja amiga. A veces somos el refuerzo del otro. No
quería que el equipo de Calypso Hall me molestara esta noche, y ella me
sirvió de amortiguador entre las personitas y yo.
La forma en que lo dice, personitas, como si no fuera un mortal, me
recuerda que a pesar de su ternura sorprendente hacia mí, sigue siendo
195
una criatura peligrosa.
Me recuesto en mi asiento.
—Y ahora mírate. Aquí sentado, nada menos, con una campesina
sureña. ¡Ah, cómo han caído los poderosos!
—Ambos sabemos por qué estamos aquí. Sin pretensiones. Sin
ilusiones sobre quiénes somos y qué queremos. —Termina el último
bocado y, antes de tragar, un camarero salta entre nosotros, le entrega
un puro hecho a mano y lo enciende para él—. ¿Quieres uno? —Arsène
me señala con el cigarro encendido.
Niego con la cabeza. Arsène hace una mueca, como si leyera mis
pensamientos.
—Campesina, vamos. Inténtalo. Romper el molde debería ser una
de nuestras prioridades.
El camarero se queda mirándome con curiosidad. Decido obedecer,
sobre todo porque nunca he fumado un puro y porque Arsène, a pesar
de sus muchos y evidentes defectos, se perfila como un enemigo divertido.
Tomo uno, y dejo que el camarero lo encienda.
—No inhales —instruye Arsène, estudiándome atentamente con la
mirada—. Absorbes la nicotina a través de la membrana mucosa de la
boca.
Hago lo que me dice, de todos modos tosiendo un poco.
—Dios mío, huele a calcetines en llamas.
—Aceite y alquitrán. —Se ríe—. Se supone que ninguno de los dos
debe ser consumido por el cuerpo humano.
—Eres una mala influencia. —Lo miro de reojo, apartando el puro
de mi rostro. He terminado. Vine, vi, tosí un pulmón. Se acabó.
Arsène se inclina hacia delante, y me mira fijamente.
—Ojalá alguien te hubiera corrompido hace tiempo, y lo suficiente
como para que olfatearas a una comadreja como Paul Ashcroft y no le
dieras nunca una oportunidad. Podría haberte ahorrado muchos
disgustos, ¿sabes? Si te hubiera conocido primero.
—Estabas con Grace.
—De vez en cuando. —Levanta un hombro. Estoy confundida en
cuanto a por qué estamos hablando de un escenario hipotético en el que
podríamos haber salido—. Advertirte de los lobos de Wall Street te habría 196
salvado de ese imbécil.
—Nadie podría haberlo sabido. —Apago el cigarro en un cenicero.
—Ah, yo podría. —Se sienta más erguido—. En Italia, cuando te
humillé públicamente y él hizo la vista gorda.
—Bueno, ¿en qué te convierte eso? —Muestro mis dientes con
enojo—. Si no en un imbécil aún más grande que Paul.
Él asiente, imperturbable.
—Cierto, pero mi prometida siempre supo eso de mí. Nunca
necesitó un príncipe. Solo un enemigo interesante con quien pasar el
tiempo.
Cada vez que pienso en la relación de estos dos, me dan ganas de
llorar. Parecía haber tanta hostilidad y tristeza entre ellos. Entonces, me
recuerdo que no debería juzgarlos. Al menos Arsène y Grace se
conocieron tal como eran. Nunca llegué a conocer al hombre que
compartió un apartamento, una vida, una cama conmigo.
Una vez que terminamos, salimos a la noche. Empiezo a caminar
en dirección a mi apartamento, y él me sigue. Nuestro tiempo está
llegando a su fin, y me siento aliviada y decepcionada a la vez. No estoy
segura de lo que siento por este hombre. En un momento, encuentro su
presencia reconfortante y gratificante. Al otro, quiero apuñalarlo en el
cuello.
—¿De verdad vas a vender el teatro de tu familia? —pregunto
mientras caminamos calle abajo.
—Sí.
Me rodeo con los brazos, sintiendo el frío de la noche.
—Bien. Quizás el próximo propietario de hecho se esfuerce un poco.
Arregle todo lo que haya que arreglar.
—No cuentes con eso. —Chasquea la lengua—. No te ofendas, pero
el lugar es un verdadero despilfarro de dinero. Ahora, ¿qué tal si volvemos
al asunto que nos ocupa? Nuestra transacción. Más específicamente, la
oficina de Paul. —Se detiene bruscamente en medio de la acera, haciendo
que yo también me detenga. Nos quedamos uno frente al otro. Por
primera vez en mucho tiempo, su rostro está serio. Me dan ganas de
suavizar las arrugas entre sus cejas—. Quiero que me dejes entrar.
—¿Por eso me dejaste entrar en el apartamento de Grace?
197
Aunque no seamos amigos, me resulta decepcionante que todo lo
que hace por mí, conmigo, sea siempre a consecuencia de su obsesión
por Grace.
—Sí —dice sinceramente—. Y no tengo ningún inconveniente en
que vengas a mi apartamento y lo revises. Aunque, debo advertirte, hay
cámaras por todas partes en mi edificio, y las posibilidades de que Paul
haya estado alguna vez allí son similares a las de dar a luz
espontáneamente a una anguila.
—No puedo dejarte entrar en su oficina. Eso sería quebrantar la
confianza que Paul depositó en mí —digo lentamente—. Aunque fuera
una basura certificada, yo me mantengo en un estándar más alto.
—¿Pero no quieres saber? —Sus ojos brillan con picardía.
—¿Saber qué?
—Qué otras cartas guardo en la manga. Aún tengo más
información de él —insinúa—. Mucho más para que explores, aprendas
y odies.
—Primero quiero ver el expediente —le digo—. Del investigador
privado.
—Haz lo que quieras. —Se ríe entre dientes.
—Y hay una regla básica que quiero establecer aquí y ahora, antes
de continuar este viaje hacia la detonación de la privacidad de nuestros
seres queridos y nuestra lealtad hacia ellos.
—Campesina, solo dime.
Muerdo mi labio inferior.
—Nunca, jamás vuelvas a besarme.
Hay un instante de silencio antes de que eche la cabeza hacia atrás
y se ría alegremente.
—Te doy mi palabra. Mantendré mis labios, y otros órganos, para
mí.
—No fue tan fácil para ti hacer eso en la gala. —Reanudo la marcha,
intentando que no se note el tono insultado en mi voz. Él sigue mi ritmo,
dejando escapar una sexy carcajada gutural.
—Sí, bueno, como ya se ha establecido, estaba muy borracho y
solo. Estoy seguro de que estarás de acuerdo que, no es una buena
combinación.
—Ahórrame tus excusas. No vuelvas a tocarme.
198
—¿Por qué? —pregunta, genuinamente interesado—. Perdona mi
sinceridad, no mucha gente la usa hoy en día, pero no es como si
hubieras traicionado a Paul. Actualmente se encuentra a dos metros bajo
tierra, en avanzado estado de descomposición…
—¡Arsène! —gruño, deteniéndome una vez más en el lugar.
—… después de engañarte durante la gran mayoría de tu
matrimonio breve. —Ignora mi indignación y sigue adelante—. Mientras
yo estoy aquí, muy vivo, y me atrevo a decir que mucho más atractivo que
esa avena con piernas y corte rapado de cabello. Y tampoco puedes
decirme que no me encuentras atractivo, porque puede que estuviera
borracho durante aquel beso, pero mis oídos funcionaban bien. Y
Winnifred, recuerdo los latidos de tu corazón golpeando contra mi pecho.
Cómo gemías y temblabas…
—¡Detente! —Lo empujo desesperadamente, apartándolo de un
empujón, mi rostro caliente por la vergüenza y algo más. Algo oscuro y
depravado. ¿Necesidad?—. ¡Solo detente! No me importa que me haya
engañado. No me importa que fuera un bastardo. Aun así era mi esposo.
Arsène me mira con indiferencia, esperando a que pase la
tormenta.
—Ahora, por favor, déjame en paz. Puedo caminar sola a casa.
—No —dice tajante—. Me encargaré de que llegues allí a salvo.
Comienzo a moverme en dirección a mi apartamento.
—Oooh. Suenas como un buen chico sureño.
—No hace falta que me insultes. —Reanuda la marcha—. Volviendo
a nuestra conversación original, puedes ver el expediente del investigador
privado cuando quieras, con la condición de que después me des acceso
a la oficina de Paul. Además, prometo no besarte cada vez que nos
veamos.
—Gracias —digo remilgadamente.
Sonríe.
—Ya me besarás tú solita.
—¡Sigue soñando! —grito infantilmente.
Ya casi hemos llegado a mi apartamento, y el sol empieza a asomar
por los tejados. ¿Adónde se fue la noche? He pasado diez horas con este
hombre sin darme cuenta.
Me detengo junto a la puerta y levanto mi barbilla.
199
—Me pondré en contacto cuando esté lista para ver el expediente.
—Una última pregunta. —Arsène apoya un brazo cerca de mi oreja
contra mi edificio. Es tan despreocupado, tan hermoso, que es
enloquecedor pensar que es, era, el hombre de una mujer.
—¿Qué?
—Escuché a tu madre decir que deberías ir al médico. ¿Estás bien?
Sí. No. No lo sé. Tengo demasiado miedo para comprobarlo.
—Adiós, Arsène —digo, riendo despreocupadamente.
Abro la puerta de entrada y la cierro en sus narices.
Después de todo, para él, esto sería otra anécdota exótica de la que
reírse de camino a casa.
Para mí, es mi vida. Mi destino. Mi corazón roto.

Despierto con el sonido de mi teléfono, el despertador y el timbre


de la puerta sonando simultáneamente. Gimiendo contra la almohada de
Paul (aún me gusta olerla por la noche, fingiendo que su olor persiste),
me despego de las sábanas cálidas.
Golpeo el despertador. Al momento en que alcanzo mi teléfono, la
llamada se ha cortado. Entrecierro los ojos y miro la pantalla, demasiado
brillante para mis ojos somnolientos. Una cadena de mensajes de texto
entra en sucesión rápida.
Lucas: DIME QUE HAS LEÍDO EL TIMES. DIME QUE LO HICISTE.
DIOS MÍO. OH DIOS MÍO. NENA, ERES FAMOSA.
Rahim: Después de esto, tenemos que pedir un aumento de $$$,
LOL.
Rahim: Por cierto, ¿llegaste bien a casa?
Mamá: Hola, terroncito. Regresé a casa sana y salva. El vuelo
transcurrió felizmente sin incidentes. Todos te envían saludos. ¡Te
queremos y estamos muy orgullosos de ti!
Chrissy: ¿Seguro que no quieres pensar en Hollywood? Este se
perfila como el año de Winnie Ashcroft. Nena, ahora mismo estás de moda.
200
Vuelve a sonar el timbre y salto de la cama, golpeando mi dedo del
pie contra el marco de la cama en mi camino para alcanzar la puerta.
—Hijo de puta… —murmuro a medida que abro la puerta de un
tirón. Espero ver a Chrissy al otro lado, pero en vez de eso, es un
repartidor con uniforme amarillo y morado. Pone en mis manos un iPad
con un lápiz táctil.
—¿Winnifred Ashcroft? Por favor, firme aquí.
Firmo. Cuando termino, me pasa una gruesa pila de periódicos y
revistas.
—Espera, ¿quién me envió esto?
El tipo se encoge de hombros.
—Señora, solo estoy aquí para entregar cosas.
Se da la vuelta y se aleja.
Extiendo todas las revistas sobre la mesa del comedor y abro la
sección de teatro de cada una de ellas. Hay cuatro críticas nuevas de La
gaviota.
«En un conjunto lleno de actores relativamente veteranos, Ashcroft
brilla como la trágica heroína de la obra, con su sedosa mirada soñadora
y su fragilidad coqueta».
«Broadway tiene mucho por lo que responder. Es inaudito, casi
criminal, que Winnifred Ashcroft aún no haya engalanado ninguno de sus
escenarios».
Incluso las críticas menos entusiastas siguen siendo algo
favorables.
«Aunque no se puede acusar a Calypso Hall de producir obras de
gran calidad y que inviten a la reflexión en los últimos años (o en absoluto),
la versión de Lucas Morton de una de las obras más famosas de Chéjov
puede que no sea una reinvención de la rueda, pero proporciona un sólido
escape fascinante de la realidad».
Dejo los periódicos y hundo las palmas de mis manos en las
cuencas de mis ojos. Por supuesto que me veía trágica en el escenario.
Eso es porque soy trágica.
Los primeros brotes de verdadero resentimiento brotan en mi
interior cada vez que veo el apellido Ashcroft junto a mi nombre. Me 201
parece un error. No soy una Ashcroft. Los padres de Paul apenas atienden
mis llamadas cada vez que intento acercarme y ver cómo están. Soy una
Towles. Siempre lo he sido.
Y no solo es eso. Finalmente estoy comenzando a asimilar el
verdadero significado de lo que Paul ha hecho. Me cargó con su apellido
cuando siempre debí haber sido Winnifred Towles. La chica ingenua de
Mulberry Creek que soñó a lo grande, y finalmente lo logró.
Arsène tiene razón. Paul y Grace no merecen nuestra simpatía,
lealtad, o devoción. Tiene razón en muchas cosas. Nunca debería
sentirme inútil. Y está bien tener un poco de ego. Es mejor que anularse
solo para ser «la esposa de».
Y hay una cosa más en la que tiene razón…
Debo llamar al médico.
Tomo el teléfono y hago la llamada.
—Grupo Médico Sullivan OB-GYN, ¿en qué puedo ayudar? —
contesta una voz alegre. Abro la boca para pedir una cita, pero no sale
ninguna palabra.
Necesito ver a mi médico.
Me tienen que hacer algunas pruebas.
No estoy bien, puede que nunca lo esté, y tengo miedo de lo que
pueda significar.
—¿Diga? ¿Hola? —pregunta la recepcionista desde el otro lado de
la línea.
Cuelgo, me levanto de un salto y me dirijo al baño. Agarro los
bordes del lavabo y me miro en el espejo.
—Winnie Ashcroft, eres una cobarde. Una maldita cobarde. Quiero
que me devuelvas a Winnie Towles.
Por primera vez en mucho tiempo, reconozco el rostro que me mira.
Veo a la chica de Mulberry Creek. Sus pecas. Desafío. Esperanzas.
Sueños. La risa en sus ojos.
—¡Winnie! —Sujeto el espejo con las manos. Asombro y alivio se
arremolinan en mi interior. Veo a la chica que visita a los niños en el
hospital para hacerlos felices. La chica que se escabulló con Rhys
Hartnett, capitán del equipo de fútbol, durante la noche del baile de
graduación y perdió su virginidad en el vestuario de los chicos mientras
él, disculpándose, amortiguaba sus gemidos con sus besos. La misma 202
chica que se presentó en el aeropuerto de Nashville con media ciudad
detrás de ella cuando se despidió de Tennessee y se mudó a Nueva York.
La chica que enseñaba a los niños de los vecinos a dar volteretas
sobre el césped de su casa. Que disfrutaba en secreto yendo a la iglesia
todos los domingos, porque le daba una sensación de comunidad, de
arraigo. La que leía los clásicos y soñaba a lo grande, imaginándose en la
piel de Jane Eyre y Elizabeth Bennet.
Me encanta esta chica. Aún está aquí, y fue la que me salvó anoche
en ese escenario.
—Es bueno tenerte de vuelta. —Toco el espejo, sonriendo—. Ahora,
por favor, ¿puedes decirle a tu nuevo yo que necesitas hacerte un
chequeo?
Parpadeo y, en un abrir y cerrar de ojos, todo desaparece. Soy yo
otra vez. Winnie Ashcroft. Con las mejillas hundidas y golpeada por la
vida. Traicionada e insegura.
Solo que esta vez, sé exactamente quién necesito ser para poner mi
vida en orden.
Winnie Towles.
Dos semanas después, me siento en un restaurante frente a Archie
Caldwell. Archie es un viejo conocido de la academia Andrew Dexter. Vive
en Londres, y cada vez que está en Nueva York, me arrastra a los
establecimientos más horribles. Estrella Michelin, con manteles extra
blancos, diseños minimalistas y comida que parece muestras de Costco
servidas en porcelana inmensa. 203
—¿Cómo lo estás llevando con…? Ya sabes. —Archie hace una
mueca.
—¿La muerte de mi prometida? —ofrezco directamente, tomando
una cucharada de caviar enclavado en un recipiente con hielo—. La vida
sigue adelante —digo arrastrando las palabras.
—Amigo, ese es el espíritu. —Se estira sobre la mesa para
palmearme el brazo con torpeza—. No es el fin del mundo. Ah, bueno,
supongo que lo es, para ella. De todos modos, ¿debería pedirnos otro
rosado de toronja y algún postre?
—Puedes, si quieres seducirme, pero Archie, seré honesto. Estás
demasiado casado, y soy demasiado heterosexual. Tus posibilidades no
se ven bien.
Archie y yo, aunque amigos, no hemos sido cercanos en años. Lo
que significa que me llamó aquí por una razón. Puedo oler las intenciones
de la gente a kilómetros de distancia. Archie está aquí para presentar una
oferta comercial. Me gustaría escucharlo más que su parloteo sin sentido
sobre bonos series I y dividendos de acciones.
Archie se ríe y se rasca la nuca, no muy acostumbrado a ir al grano.
—Me parece bien. Al menos, puedo apreciar tu jodida honestidad.
La verdad es que… bueno, empecemos desde el principio. —Se aclara la
garganta, señalando a un camarero por la cuenta—. Sadie y yo vamos a
mudarnos este enero a Nueva York.
—Ah, ¿sí? —pregunto desapasionadamente. Sadie es su esposa.
Para ser exactos, tercera esposa. Las cambia como calcetines.
—Sí. Verás… hemos tenido nuestra propia pequeña tragedia en
nuestra familia. —El rostro de Archie se torna cabizbajo.
—Ah. —Me reclino.
—Perdimos prematuramente a nuestra querida Daisy.
—Lo siento —digo—. No sabía que Sadie y tú estaban esperando.
—¿Espe…? —El rostro de Archie se retuerce confundido antes de
agitar las manos—. No, no, lo entendiste mal. Daisy era la King Charles
spaniel de Sadie. Que perro tan encantador. Se lo regalé a Daisy por
Navidad, pero la pobre cachorrita murió de moquillo canino poco
después. Sadie se lo tomó mal. Estuvo totalmente devastada durante
mucho tiempo.
Un perro. 204
Está comparando la muerte de Grace con la de un perro.
Mi rostro es inexpresivo, lo sé, he practicado el arte de que me
importe un carajo durante muchos años, pero por dentro estoy ardiendo
de rabia.
—Por favor. —Levanto una palma—. La historia es demasiado
profunda. No digas más. Entonces, ¿te mudas a Nueva York?
Archie, captando el sarcasmo, parece nervioso.
—Bueno, sí, y verás, Sadie va a aburrirse mucho aquí mientras
ayudo a papá con ese edificio espantoso que está intentando comprar…
—Archie, resume. —Miro mi reloj.
—… y escuché por ahí, entre los compañeros de Andrew Dexter que
frecuentan New Amsterdam, que estás en el mercado vendiendo ese
pequeño y pintoresco teatro tuyo. El Calypso Hall, ¿verdad? Sadie
siempre tuvo una pasión por el teatro, le encanta el West End, y con La
gaviota ya un éxito rotundo, creo que le dará algo que hacer mientras
esté aquí. Un sentido de propósito, por así decirlo.
Lo miro fijamente, preguntándome ociosamente qué es lo que lo
hace ser como es: ¿una abundancia de estupidez, o privilegios? Quizás
una combinación de ambos. No tengo ninguna duda de que el apellido de
su familia está en la biblioteca de Cambridge, adonde fue a estudiar. No
hay forma de que este imbécil haya entrado por méritos propios.
Abro la boca para responderle, pero se me adelanta.
—Antes de que digas algo, tengo una oferta que no puedes
rechazar.
—Suena como un desafío. —Sonrío.
—Dicen que Calypso Hall vale seis coma dos.
—Dicen muchas cosas. —Juego con la servilleta sobre la mesa.
Dicho rumor fue iniciado por mí. Ralph me dijo que, en teoría, vale mucho
menos.
—Te ofrezco ocho millones de dólares si firmas esta semana.
Hay un segundo de silencio a medida que digiero su oferta. Es poco
ortodoxo, tal vez incluso un poco extremo, hacer una oferta tan alta en
un negocio tan lamentable. No hay lógica detrás de esto, solo la necesidad
de pacificar a su esposa exigente.
Cada hueso pragmático de mi cuerpo me dice que acepte. No
llegará una oferta mejor, con o sin el éxito de La gaviota. 205
Tal vez sea porque Archie comparó la muerte de Grace con la de un
perro, o tal vez porque ni siquiera se molestó en ir al funeral de mi
prometida. Demonios, incluso podría ser el éxito repentino e inesperado
de Calypso Hall en las últimas dos semanas, pero no tengo ninguna prisa
por venderlo, sea cual sea la suma.
—De hecho, es un número obsceno. —Levanto la vista para
encontrar su mirada ansiosa pegada a mi cara.
—Te lo dije. —Archie chasquea la lengua, satisfecho—. Entonces,
¿hablo con mi abogado?
—Si quieres, y disfrutas de una conversación cara. —Me pongo de
pie, alisándome el suéter de cachemir—. Desafortunadamente, Calypso
Hall no está a la venta actualmente. No hay trato.
Busco en mi billetera algunos billetes y los arrojo en la vecindad
general de Archie antes de salir del restaurante. El aire ya no es
ácidamente caliente, marcando los primeros signos del otoño. Dejo que
mis piernas me lleven sin rumbo fijo por las calles. No tengo adónde ir ni
nadie a quien ver.
Hay algo en mi enfrentamiento con Archie que me inquieta.
Normalmente no dejo que mis sentimientos dicten mis acciones. Soy
pragmático. Por lo general, Archie comparando a Grace con su perro no
sería una razón para rechazar una oferta perfectamente buena. Siempre
he sido capaz de separar con éxito mis sentimientos de mis decisiones
comerciales.
Hasta ahora.
¿Por qué?
No es que mi amor por Grace haya crecido en las últimas semanas.
Me detengo frente a Calypso Hall, sorprendido de encontrarme
aquí. Ni siquiera está de camino a mi apartamento.
Han pasado dos semanas desde que Winnifred me dijo que se
pondrá en contacto para nuestro intercambio de información, y hasta
ahora no he sabido nada de ella. Al ver que no sabe mi número o mi
dirección, no estoy exactamente sorprendido. Ponerme a disposición de
ella constantemente es de mala educación, pero un pequeño empujón en
la dirección correcta no vendría mal.
Mientras recuerdes que no es capricho, son negocios. La mujer es
aburrida. Ingenua, dulce y muy por debajo de ti. Recuerda eso.
Entro en el teatro, paseando por la taquilla y las concesiones. En 206
un mal día, que es la mayoría de los días en Calypso Hall, el lugar está
vacío, excepto por algunos estudiantes de arte y turistas poco
entusiastas. Ahora, está repleto de familias, parejas, forasteros.
Después de empujar la puerta con el hombro, entro al teatro en
medio de la obra, apoyándome contra la pared. Espero ver a Winnifred,
pero en cambio, es su reemplazo, que trabaja dos veces por semana
cuando Winnifred está libre. Una chica llamada Penny.
Penny, vete a la mierda.
Corre por el escenario, llora, gime, se arroja sobre Trigorin. Pero le
falta esa cosa especial de Winnifred que convierte a Nina de una heroína
trágica en una criatura peligrosa. La Nina de Penny es simplemente
trágica. Nada más. Nada menos.
¿Pero la de Winnifred? Es una fuerza que gana poder y velocidad.
Buena esa, idiota. No estás en absoluto encaprichado.
Me voy con un resoplido, sabiendo en el fondo que debo vender este
maldito teatro, y para ayer.

Pasa otra semana.


Riggs está en la ciudad, de regreso de Finlandia. Arya llevó a Louie
a visitar a un amigo en Omaha, lo que significa que Christian para variar
no está fuera de servicio. Nos reunimos en Brewtherhood. Riggs lleva una
gorra de béisbol y mantiene la cabeza gacha, intentando pasar de
incógnito. Nunca entendí su fascinación por las mujeres. Considero que
tolerar a una persona es demasiado, y mucho menos a varias cada
semana.
Tomo una cerveza japonesa tras otra y hojeo mi libro de astronomía
cada vez que la conversación se torna aburrida, lo que sucede a menudo.
La discusión se inclina en algún momento en el territorio de los
padres. Los tres somos huérfanos. De hecho, soy el único que tuvo un
padre hasta no hace mucho. Christian y Riggs han estado así desde la
adolescencia. No es que Doug pudiera ser considerado el padre de nadie.
—Sabemos que tu padre fue una mala excusa como padre, pero
¿qué hay de tu madre? —Riggs me da un codazo para llamar mi atención.
207
Doblo una página y le envío una mirada de descontento.
—¿Qué hay de ella?
—Nunca nos hablaste de ella.
—Murió cuando yo tenía seis. Apenas recuerdo cómo se ve, sin
mencionar sus rasgos de personalidad.
Y no me fío en lo que sí recuerdo. Crecí con la idea de que Patrice
Corbin fue un verdadero monstruo, una agenda promovida por Douglas.
La esencia de esto era que ella se preocupaba más por Calypso Hall que
por mí y pasaba sus días lo más lejos humanamente posible del clan
Corbin.
Sabía que tenía un apartamento en Manhattan, y que se quedaba
allí regularmente cuando era un niño. También tenía un amante, Douglas
se aseguró de hacérmelo lamentar, probablemente para borrar sus
propias fechorías. Según mis pocos recuerdos de ella, Patrice era dulce y
bonita. Pero por otra parte, ¿qué sabía yo? Solo era un niño estúpido.
—¿Tuviste una buena relación con ella? —pregunta Christian.
—Tenía seis —reitero—. En aquel entonces, tenía una relación
amena con todo lo que no fuera brócoli.
—Solo estamos intentando descubrir qué te hizo ser como eres —
explica Riggs, con una sonrisa de oreja a oreja. Lanza un brazo alrededor
de mi hombro—. Ya sabes, un jodido loco que pensaba que Gracelynn
Langston era una buena idea.
—Ah, sí. Porque soy el único aquí que tiene una relación
problemática con el sexo débil. —Vuelvo mi atención a mi libro.
—No es solo eso —explica Christian—. Que no recuerdes mucho a
tu madre no es fuera de lo común. El hecho de que no hayas puesto
ningún esfuerzo o recursos en descubrir nada de ella… bueno, eso para
mí es sospechoso.
Tomo mi cerveza, levanto mi libro y me despido de ellos.
—Caballeros, gracias por la evaluación psicológica. Conserven sus
trabajos diarios.
Me voy con eso.
En casa, saco un viejo álbum de fotos, el único que tengo, y hojeo
fotos de mi madre y mías antes de su accidente de navegación. Christian
y Riggs no están completamente equivocados: no he dedicado ni un
minuto a pensar en mi madre en décadas.
208
No tenía mucho sentido. Era una humana terrible, posiblemente
peor que mi padre.
La primera foto es de ella sosteniéndome cuando era un recién
nacido, mirándome con orgullo. Se ve agotada, así que supongo que era
un bebé tan difícil como un adulto. La segunda es de ella de pie sobre mí,
sosteniendo mis manos, mientras me tambaleo en lo que deben haber
sido mis primeros pasos, usando solo un pañal. En la tercera, ambos
lanzamos al aire hojas de color amarillo anaranjado, vestidos para el
otoño. La cuarta es de Patrice y yo haciendo un pastel juntos, luciendo
desastrosos y felices.
No se parece al demonio que mi padre la hizo parecer. De hecho,
muy bien podría haber sido una santa. Nunca lo sabré ya que ambos
están total y absolutamente muertos.
La verdad, desafortunadamente, enterrada junto con ellos.
—¿Cómo que se ha ido? —pregunto a Jeremy cuatro semanas
después del estreno de La gaviota.
—Desapareció. Ya no está aquí. Se perdió. Puf. —Jeremy chasquea
los dedos en un gesto mágico.
—¿Cómo el poster puede simplemente… desaparecer? —Miro a 209
nuestro alrededor en el vestíbulo, aún con la esperanza de encontrarlo
enrollado y metido en un rincón—. Ocupaba todo el vestíbulo.
Jeremy agito los brazos con impotencia.
—Señora Ashcroft, lo siento. Ya no estaba cuando llegué esta
mañana.
El gran póster, protagonizado por Rahim y por mí, ya no está.
Supongo que se lo llevaron unos mal vivientes. Robar recuerdos de
Broadway era importante cuando asistía a Juilliard. Pero la gente solía
robar cosas pequeñas. Llaveros y accesorios minúsculos dejados en el
escenario. No un póster entero.
—Llegaremos al fondo de esto. —Lucas agita su dedo en el aire, ya
está en su teléfono. Está tan angustiado que se le ha caído el sombrero,
y no se ha molestado en recogerlo—. Iré a la dirección y pediré ver las
cintas de anoche. Podrían ser los de la limpieza, intentando ganar dinero
rápido en eBay.
—Vamos. —Rahim pone una mano en mi hombro—. Tenemos un
espectáculo que hacer. No te preocupes por el póster. Lo recuperaremos.
—¿Pero, y si no lo hacemos? —pregunto—. Es un póster caro. Y era
bueno para el negocio. La gente podía verlo desde afuera. Tuvimos visitas
gracias a él.
Ya estamos en desventaja, prácticamente sin presupuesto, con el
póster perdido.
—No pienses en ello —dice Rahim—. No podemos hacer otra cosa
que triunfar en el escenario.
Y así lo hacemos. El espectáculo es explosivo. Me siento una
persona diferente en el escenario. Tal vez porque soy una persona
diferente una vez que las luces brillantes golpean mi rostro. Soy la
antigua Winnie. La que dejé atrás en Mulberry Creek. Ella toma el control
cada noche y salva el día.
Tan pronto como bajo del escenario, la realidad me alcanza y me
siento agotada. Las dos últimas semanas han sido duras. Sigo
adaptándome a la idea de que Paul tenía una vida secreta, y no una de
la que se hubiera sentido orgulloso. Hace cuatro días, finalmente lavé sus
fundas de almohada. Acomodé sus zapatillas en la zapatera. Recordar
cada segundo del día al hombre que tuvo un romance con su compañera
de trabajo ya no me reconforta como antes, sabiendo lo que ahora sé.
Salgo por la puerta trasera del teatro. Aún hay algunos
espectadores esperando conseguir un autógrafo. Sonrío, me hago fotos y 210
firmo entradas y postales.
Cuando la multitud se dispersa, me dirijo al final del callejón para
tomar un taxi. Casi estoy en la acera cuando una mano me agarra del
brazo y me empuja hacia un pequeño tramo de escaleras que lleva a la
parte trasera de un restaurante.
Jadeando, me alejo y salgo a la calle. Unas manos firmes rodean
mi cintura antes de que pueda salir corriendo. Me tiran hacia atrás y mi
espalda choca con un torso firme y musculoso.
—Campesina —se burla Arsène en mi oído. Se me eriza el vello de
la nuca, pero lo que siento no es miedo. Es emoción.
Lo reconozco como una vieja canción de cuna. Su olor. Su altura.
La firmeza de su cuerpo. Dios, estoy más que jodida.
—Eres una mujer difícil de inmovilizar.
—Inmovilizarme no debería estar en tu lista de cosas por hacer —
gruño—. Esto es acoso sexual.
—Mis disculpas. —Da un generoso paso atrás, dejándome espacio
para girarme y mirarlo mal—. He estado esperando noticias tuyas sobre
nuestro pequeño intercambio de información.
Cierto. ¿Por qué más me buscaría? ¿Para preguntarme cómo he
estado? Dios no lo quiera, ¿prestar atención al Calypso Hall?
—De hecho, es bueno que estés aquí. —Enderezo mi espalda—.
Tengo un asunto pendiente contigo.
Ladea la cabeza. Ahora tengo toda su atención.
—Alguien robó el póster de La gaviota del vestíbulo. —Pongo mis
manos en la cintura—. No está.
—Para eso está seguridad. ¿Han sacado los vídeos de vigilancia?
—Lucas está trabajando en ello ahora mismo. Mientras tanto, sé
que no te gusta gastar dinero en el teatro, pero necesitamos uno nuevo.
—Habla con contabilidad. —Se apoya contra una barandilla
metálica, con rostro de aburrimiento y desánimo—. No tengo ninguna
relación directa con el teatro, y ahora que estoy jodidamente empeñado
en venderlo, tienes suerte de que siga pagando la factura de la luz.
—Nos van a joder. —Niego con la cabeza—. Sin póster no hay trato.
Su risita burlona resuena dentro de mí, oscura y degradante.
211
—Vaya, Winnifred, esto suena mucho a extorsión. ¿Te ha crecido
un centímetro más de esa valentía que te he estado recomendando que
tengas?
¿Cómo sigue vivo este hombre? ¿Cómo es que nadie lo mató?
—Ahórrate las burlas infantiles. —Levanto una mano—. Ambos
sabemos que quieres entrar en la oficina de Paul más de lo que yo quiero
tener ese expediente en mis manos.
Sus ojos oscuros brillan en la oscuridad.
—Esto es muy decadente e impropio. ¿Alguna vez le hiciste esto a
Paul?
No. Nunca le he hecho esto a nadie. Él es la única persona que me
hace sentir valiente.
—¿Cómo te atreves? —gruño—. Ni siquiera te compares con él. Él
era…
—El santo patrón de la fidelidad y el refinamiento. Lo sé, lo sé. —
Se aparta, bajando las escaleras con un bostezo provocador—. Si me
preguntas, todo millonario que se precie debería ser chantajeado por la
mujer que ama, al menos una vez. Es muy emocionante para un hombre
poderoso de su posición. La idea de entregar el control.
No tengo ni idea de lo que está hablando. Paul se habría
horrorizado si alguna vez le hubiera hecho este tipo de cosas.
—¿Nos vas a conseguir el póster o no? —Muerdo mi uña con
impaciencia, siguiéndolo.
Mira por detrás de su hombro, y me sonríe.
—Sí. Pero esta vez, con todo el reparto en él. No has demostrado
ser una aliada ingeniosa. No te mereces las ventajas.
—Ya te lo he dicho. —Levanto mis manos al aire—. Lo haremos.
—¿Cuándo? No hay mejor momento que el presente. Ven a mi
apartamento ahora y mira el expediente, y luego podemos fijar una fecha
para que vaya a tu casa a mirar en la oficina de Paul.
—Esta noche no puedo —me apresuro a decir, alcanzándolo
mientras camina hacia la calle principal. ¿Desde cuándo lo persigo?
—Vaya, ¿por qué?
Porque entonces te irás de mi vida y dejaré de sentir esas mariposas
que siento en la boca del estómago cada vez que estás cerca. No quiero
212
dejar de sentir. Hace mucho que no siento, y creo que me volveré loca si
vuelvo a estar insensible.
Es patético, pero mientras Arsène siga buscándome, no me siento
tan sola en este lugar.
—Esta noche tengo planes. —Esto, sorprendentemente, no es
mentira.
—Genial. Te acompaño.
—¿Qué? ¡No! —Me detengo en la acera, estirando el cuello para
intentar hacer señas a un taxi amarillo—. No estás invitado.
—¿Por qué no? —pregunta despreocupado, sin ofenderse lo más
mínimo.
Miro a mi alrededor, preguntándome si lo dice en serio.
—¿No se te ha ocurrido que puedo tener planes con la gente?
—¿Qué gente?
—Con amigos.
—No tienes amigos. —Se ríe con facilidad—. Eres una marginada,
como yo. Bueno, no como yo —corrige, haciendo señas a un taxi. Es
mucho más alto que yo y probablemente sea visible para todos los
conductores desde Long Island—. Tengo algunos amigos, aunque procuro
evitarlos. Pero tú, todos tus verdaderos amigos están a kilómetros de
distancia. Echas de menos la compañía, y no la tienes. En realidad, te
estoy haciendo un favor.
Un taxi hace señales en nuestra dirección. El martilleo familiar de
mi corazón latiendo desbocado hace que mi pecho se hunda. Por eso no
me he acercado a Arsène en las últimas semanas. Aunque me moría por
saber más de Paul, no podía arriesgarme. Ésta sensación. De
enamorarme de nuevo. Y con otro imbécil rico de Nueva York. Sin duda,
este es otro error de Winnie Ashcroft. Winnie Towles se habría buscado a
otro agradable y digno Rhys Hartnett.
—No quiero que me acompañes. —Escupo las palabras.
El taxi se detiene delante de nosotros, y Arsène pone una mano en
el techo para impedirle conducir mientras terminamos la conversación.
—No harás más que hablar de Paul y Grace, y ya estoy harta de
escuchar de ellos —añado.
—Te juro por mi vida que, esta noche no escucharás sus nombres
213
de mis labios. —Levanta los dedos en un gesto de niño explorador—.
¿Adónde vamos? ¿Sirven alcohol? —Me abre la puerta, me deslizo en el
asiento trasero y él me sigue.

Veinticinco minutos después, estamos sentados en una pared de


ladrillo rojo, con los pies colgando en el aire. Frente a nosotros hay un
mar de autos estacionados. Y frente a ellos, Breakfast at Tiffany's
proyectándose en la parte trasera de un edificio blanco y austero de
Brooklyn.
—A ver si lo entiendo. —Arsène abre una bolsa de Skittles—. ¿Ibas
a ir a un autocine sin auto?
—Sí.
—¿Sola?
—También sí. —Meto mi mano en una bolsa de palomitas. La sal y
la mantequilla pegándose a mis dedos—. Me gusta sentarme al aire libre
cuando aún hace calor. Me recuerda a casa.
Pero esta noche no hace nada de calor. El otoño está sintiéndose
en lo que queda de verano, y el aire es frío y cortante. Tengo una
chaqueta, pero apenas me ayuda a mantener a raya los escalofríos.
—No es seguro —señala.
—Hasta ahora he sobrevivido. Ten un poco de confianza en la
gente.
—Nunca. —Mira a nuestro alrededor, luego me mira con el ceño
fruncido—. Te estás congelando. Espera aquí.
Salta de la pared, y deja la bolsa de Skittles abierta en mis manos.
Intento centrar mi atención en la película, pero es inútil. Mis ojos siguen
a Arsène religiosamente. Tengo curiosidad por saber qué hará a
continuación. Atraviesa despreocupado una fila de autos, pasando junto
a camionetas y Teslas. Se detiene delante de un BMW, se inclina hacia
delante y golpea la ventanilla del conductor. ¿Qué demonios está
haciendo? Me acerco al borde, desesperada por escuchar las palabras
que intercambia con la persona detrás del volante.
—¿Cuánto por alquilar tu auto el resto de la noche?
—Hombre, jódete. —El tipo de adentro se ríe incrédulo.
214
—El sexo no es una moneda de cambio, pero agradezco la oferta.
Compraste este auto por… ¿cuánto? ¿Treinta y cinco mil? ¿Después de
añadir todas las ventajas? Tiene cinco años. Conozco el modelo. Un auto
pierde el setenta por ciento de su valor en los primeros cuatro años. Te
daré diez mil si me lo prestas por esta noche. Puedes recogerlo aquí por
la mañana.
—Sí, amigo. De acuerdo. —El tipo se burla—. ¿Y esperas que me lo
crea?
—Espero que uses tus neuronas, aceptes la oferta única en la vida
y hables a un taxi, más pronto que tarde.
No puedo decidir si lo que está haciendo es romántico, loco,
estúpido o las tres cosas. Me pregunto si Arsène usó estos grandes gestos
con Grace. Decido que, sí, lo hizo. Es una persona ecléctica e
inconformista. Entonces, me pregunto qué clase de prometido habría sido
para ella. De alguna manera, no lo veo estresado por los bebés de la
misma manera que Paul. Parece extrañamente seguro de sí mismo y
tranquilo. No tendría prisa por reproducirse sólo para demostrar algo.
—¿Cómo vas a pagarme? —pregunta el tipo.
—Apple Pay. Ahora mismo. —Arsène levanta su teléfono entre los
dos, arqueando una ceja gruesa.
—Bien. —El tipo desvía la atención de Arsène a su novia en el
asiento del pasajero—. Lo siento, nena. Te compensaré. —Luego se vuelve
hacia Arsène—. De todos modos, ¿por qué haces esto?
—Mi cita tiene frío. —Arsène hace un gesto hacia mí. Agacho la
cabeza y rezo para que nadie vea mi rostro.
—En mi opinión, es una cita costosa. Más vale que valga la pena.
—El tipo le da a Arsène su número de teléfono y sale del auto—. Vamos,
nena. Te llevo a Peter Luger. También pediremos todos los entrantes.
Arsène me hace una señal con la mano para que lo acompañe, y
ambos nos deslizamos en el BMW. Es raro estar en el auto de otra
persona. Con el olor de su desodorante, el paquete de chicles a medio
terminar en el portavasos, el ambientador con forma de árbol colgando
del retrovisor.
—Eres tan vergonzoso —es mi agradecimiento a Arsène mientras
continuamos viendo la película.
—De nada —responde él generosamente, haciéndome sonrojar otra
vez.
—Por favor, quería morirme.
215
—Sí. De hipotermia. Y yo iba a ser cómplice, la última persona que
te viera con vida.
—No te entiendo. —Lo miro entrecerrando los ojos—. Haces cosas
bonitas por mí, pero eres un imbécil al respecto todo el tiempo.
Vuelve a prestar atención a la pantalla.
—Suena como la antítesis de tu difunto marido, que decía todas
las cosas correctas pero actuaba como un imbécil.
Llevamos más de la mitad de la película, aunque no puedo
concentrarme, cuando Arsène vuelve a hablar.
—No lo entiendo. —Se mete un puñado de Skittles en la boca—. La
heroína es esencialmente una criminal y una prostituta, y su interés
amoroso, Paul, cobra por sexo. ¿Qué tiene de romántica esta película?
—¡Es sobre una chica que está en su mejor momento en la vida! —
grito—. Intenta sobrevivir y mantenerse a sí misma y a su hermano, que
está en la guerra.
—… acostándose con hombres extraños —termina—. ¿Acaso las
mujeres no se han pasado las últimas décadas quemando sujetadores
para desafiar este tipo de estereotipos?
—Espera. —Frunzo el ceño, y me encuentro con su mirada—. ¿No
se supone que yo soy la mojigata aquí?
—Si te sirve de ayuda, también creo que Paul es un pedazo de
idiota. Se merecen el uno al otro.
—¿Qué Paul? —contrarresto—. ¿Este o el mío?
—¡Ah! —Me sonríe, y me siento hermosa y viva bajo su mirada.
Como si fuera el sol italiano, nutriéndome de formas que no puedo
explicar—. No eres tan tonta, ¿verdad, campesina? La respuesta es, los
dos.
—Bueno. —Me acomodo un mechón de mi cabello detrás de la
oreja—. A las mujeres les encanta esta película.
—Ya lo creo. —Mira a nuestro alrededor, observando el autocine.
Efectivamente, la mayoría son parejas, con algunas combinaciones de
madre e hija y amigas en los autos—. No sé por qué, pero tengo la
sensación de que a mi madre le encantaba esta película. Me recuerda a
ella.
—¿Le encantaba?
216
—Murió cuando yo tenía seis.
Me siento como si hubiera desbloqueado un nivel imposible en un
videojuego, y ahora necesito concentrarme de verdad para pasarlo. Este
hombre nunca se ha abierto a mí antes así.
—¿Cómo sucedió? —Desvió toda mi atención hacia él.
—De la forma habitual de los ricos. Un accidente de barco. —Su
mandíbula se aprieta por reflejo.
—No te gusta hablar de ello.
—No es eso. —Se pasa su dedo índice por la barba en su
mandíbula—. Es que no estoy acostumbrado.
Me mira con una mezcla de gratitud y alivio. En serio, ¿nadie le
había hablado antes de esto?
—No es que importe. Al parecer, me odiaba a muerte. Bueno, mi
padre decía que pasó cuatro semanas en total conmigo en todo el tiempo
que ambos estuvimos vivos.
—¿Y tú qué crees? —pregunto.
Es increíble que esperara creer lo peor de su madre. Aunque no
fuera la mejor madre, ¿por qué dejarías que tu hijo supiera eso de su
difunta madre?
—No lo sé —admite—. No parece una villana por las fotos y mis
recuerdos vagos de ella, pero como sabemos, Satanás suele venir en un
paquete bonito con lazo de raso. Pregúntale a Gra… —empieza, pero se
detiene al recordar que esta noche no debemos hablar de ellos. Su
expresión se vuelve plana—. Pregúntale a cualquiera que haya jugado
con el diablo.
—¿Y por eso decidiste jugar con él? —presiono—. ¿Quiero decir, el
diablo? ¿Porque pensaste que encontrarías a tu madre en ella? —Ahora
estoy hablando de Grace. Paul me había hablado, de pasada, de la
relación turbulenta que tenían los hermanastros cuando hablaba de ella.
—Nunca lo había pensado así. —Se inclina hacia atrás, sonriendo,
el cinismo volviendo a sus rasgos—. Supongo que sí tengo problemas de
mami. Tenía mala opinión de mi madre, así que elegí a una mujer igual
de carente en el departamento maternal. ¿Qué te hizo elegir a tu demonio?
Me apoyo en el reposacabezas y frunzo el ceño.
217
—Lamento decirlo pero, no tengo problemas de padre. Crecí
escuchando a la gente decir que no lo lograría. Que nunca saldría de la
pequeña ciudad en la que crecí. Pau, mi diablo —me corrijo sonriendo—,
era un hombre de mundo. Rico, prometedor, innovador, todo lo que creía
que me sacaría de mi papel de pueblerina. Su mera existencia en mi
esfera prometía una vida grande y brillante. Funcionó, en su mayor parte.
Porque durante los buenos tiempos… él fue genial. El mejor.
Hace una mueca.
—Lástima que no nos midan en base por nuestros buenos
momentos. Es lo que hacemos en los malos momentos lo que nos
convierte en lo que somos.
Lo miro con asombro. Tiene razón. Paul fue brillante cuando las
cosas fueron bien. Pero cuando nos topábamos con un obstáculo, no
podía contar con él. No en los lugares que importaban.
Nos miramos fijamente y no sé por qué, pero hay algo en este
momento que me parece monumental y crudo. De repente, y quizás por
primera vez en años, siento mi condición de mujer con intensidad. No
sólo como un hecho, sino como un ser.
—Deja de mirarme así —digo por fin, aunque tampoco puedo
apartar la mirada. Es como si estuviéramos en trance.
—¿Así cómo? —Arquea una ceja.
—Como si fuera carne cruda.
—Eres absolutamente masticable —bromea, con el amago de una
sonrisa pasando por su rostro—. De acuerdo. Tú primero.
Seguimos mirándonos. Dios santo, si mis hermanas estuvieran
aquí, se echarían a reír. Nunca se me ha dado bien ocultar mis
sentimientos.
Necesito todo lo que hay en mí para volver a mirar la película. Pasan
unos instantes y vuelvo a mirarlo, solo para darme cuenta de que no ha
dejado de observarme.
—Deberíamos irnos. —Se endereza de repente, con voz ronca.
—¿Por qué?
—Porque estoy a punto de hacer algo de lo que ambos nos
arrepentiremos.
Trago pesado, y me humedezco los labios. Tengo el reto en la punta
de la lengua. Sus ojos están fijos en los míos, esperando, evaluando, 218
suplicando. De repente, me siento desnuda. Como cuando me miró en
Italia. Como si no hubiera barreras entre nosotros.
—No voy a arrepentirme —susurro finalmente.
—Maldición. —Cierra los ojos, y echa la cabeza hacia atrás. Dos
cosas son obvias para mí: se siente atraído por mí, pero no quiere sentirse
atraído—. Sí, lo harás.
—No, no lo haré —digo, ahora más alto—. Créeme.
—Bien. —Borra el espacio entre nosotros en cuestión de segundos,
y de repente está a mi lado—. Porque nunca me arrepentí de aquel primer
beso. Ni por un nanosegundo, Winnifred.
Me agarra de la nuca y me acerca bruscamente, sus labios chocan
con los míos. El beso es al principio tierno, como si estuviera
comprobando la temperatura. Cuando abro la boca, señal de mi rendición
final, gime. Su lengua envuelve la mía y profundiza el beso hasta
convertirlo en algo totalmente distinto. Hambriento y desesperado. El
mundo gira a nuestro alrededor. Siento que pierdo el control de la
gravedad, pero aun así lo beso con más fuerza y rodeo su cuello con los
brazos. Y cuando aún no es suficiente, y la consola central insiste en
separarnos, hago lo increíble y me levanto de un salto, subiéndome
encima de él, a horcajadas sobre su cintura delgada.
Sabe a Skittles y Coca-Cola y a alguien nuevo y excitante. Entierra
sus dedos en mi cabello, que está recogido en una coleta, antes de
utilizarlo para mirar mi rostro y levantar mi cuello. Me pasa la lengua por
el cuello, saboreando el sudor que aún me queda del espectáculo de esta
noche. Hace ruidos de felicidad que nunca había oído a un hombre. Una
mezcla entre un murmullo y un gemido. Su rostro desaparece entre el
valle de mis pechos a través de mi camiseta.
—He querido hacer eso desde Italia. Desde que te vi en aquel balcón
y parecías un regalo. —Su voz es apenas un susurro. Tanto que, ni
siquiera sé si lo ha dicho de verdad o está todo en mi cabeza. Pero pensar
que me ha deseado durante tanto tiempo me hace sentir embriagada de
poder. Vengativa contra Paul y Grace, y tan increíblemente caliente por
él. Meto la mano en su pantalón y lo acaricio. Está ardiendo de calor y
duro como una piedra. Observo cómo se balancea la parte superior de su
cabeza. Está lamiendo un rastro, el contorno de mis pechos a través de
mi camiseta.
Aprieto su polla.
—Más.
Me mira, aturdido y un poco ruborizado. 219
—¿Segura?
Asiento.
Le doy besos alentadores por todo el rostro, los labios, el cuello.
Sus movimientos son rápidos y desesperados, y me produce placer verlo
urgido por una vez, y sobre todo porque lo es por mí.
Su polla salta entre nosotros, larga y dura, y yo deslizo mi trasero
fuera del asiento, hacia el suelo, antes de atrapar su punta en mi boca,
aún aturdida por estar haciendo esto. Con otra persona. Con alguien
nuevo. Alguien aterrador.
—Ah, mierda. —Busca a tientas en el costado de su asiento,
intentando encontrar una manera de tirar hacia atrás la maldita cosa,
para permitirme más espacio para tomar más de él—. Estúpido BMW.
Winnie, dame un minuto.
Winnie. Nunca me llama así. Me divierte y me sorprende que sea
Winnie en su cabeza, incluso cuando insiste en llamarme Winnifred. No
lo obedezco. En vuelvo mi puño alrededor de su pene y bajo la cabeza,
pasándole la lengua por la punta. Sisea con un placer tan intenso que
juraría que está bañado en dolor.
—Maldición. Por favor.
—¿Por favor, qué? —me burlo.
—Espera un segundo. Si no encuentro el botón correcto, arrancaré
el maldito asiento de su base. Valdría la pena, pero no podría volver a
mirarme en el espejo de la misma manera.
Me rio, con la boca aún alrededor de él. Una perla salada de semen
golpea la punta de mi lengua. Y luego, he aquí que encuentra el botón y
empuja el asiento lo más lejos posible del volante. Reclina el respaldo
hasta quedar casi acostado. Me lo meto todo en la boca y caigo de rodillas
sobre el suelo pegajoso, con los envoltorios de los chicles y las migas de
comida clavándose en mis rodillas. Los cristales ni siquiera están
tintados. ¿Qué estoy haciendo?
Me pone una mano en mi cabello y me mira con ojos entrecerrados
y excitados. Está tan concentrado que creo que voy a correrme sólo de
ver su expresión. Nuestras miradas se cruzan en su torso esbelto. Me
encantaría verlo sin camiseta. Pero, me recuerdo, nunca me permitiría
llegar tan lejos. Ya he cruzado demasiados límites con este hombre. La
próxima vez que lo vea, será para intercambiar información, y entonces 220
habremos terminado. Tenemos que terminar. Su corazón aún pertenece
a una mujer muerta, incluso si el mío está empezando a revivir
lentamente de la hibernación en la que Paul lo ha puesto.
—Para —gime, acariciándome el cabello. No como una cita rápida
que conoces en una aplicación, sino como un amante—. Estoy a punto
de correrme, y no quiero que sea en todo el auto de este pobre imbécil.
El permiso para dejarlo acabar dentro de mi boca está en la punta
de mi lengua. Consigo no pronunciarlo, por un milagro. No estamos
juntos, y sé que me arrepentiré mañana por la mañana. Me levanta de
un tirón antes de que encuentre el equilibrio y me hace caer de espaldas
en el asiento que él ocupaba. Ahora está encima de mí, flotando como
una sombra oscura. Me sonríe. El corazón me da un vuelco en el pecho.
Incontenible. Esta es la palabra que usaría para describirme ahora
mismo.
—¿Ya te arrepientes? —Se lanza a besarme con fuerza. Niego con
la cabeza, sin querer romper el beso—. Bien —murmura en mi boca.
Su mano se mueve entre nosotros, buscando mis jeans a tientas.
El botón de arriba se suelta y Arsène baja la cremallera. En lugar de
meterme la mano en la ropa interior, desliza la tela hacia un lado, me
acaricia el centro y me encuentra húmeda y caliente.
Otro gruñido se desliza entre sus labios.
No me pregunta qué me gusta, como hizo Paul cuando nos
acostamos por primera vez. Se lo había dicho, claro. Le di una lista
completa y detallada de lo que debía y no debía hacer. Paul lo hizo todo
bien, llevándome pacientemente al clímax, como el caballero que era.
Pero nunca hizo nada inesperado.
Arsène no es paciente ni inseguro. Me acaricia y hunde los dedos,
explorando con una avidez apenas controlada, pasando el pulgar por mi
clítoris, hasta que encuentra tentativamente un punto que me hace
retorcerme de deseo y corcovear bajo él. Se queda en ese punto, y su boca
pasa de mis labios a mi pecho derecho. Sus dientes empujan la camiseta
y el sujetador, y su lengua se arremolina alrededor de mi pezón.
Me está poniendo del revés, haciéndome sentir de nuevo como si
tuviera dieciséis, como si fuera la primera vez que mi ropa interior se
puso pegajosa y húmeda en la parte trasera de la camioneta de Rhys. Me
siento querida, hermosa y sensual. Sólo sus dedos dentro de mí me llevan
al límite. Todo mi cuerpo tiembla de necesidad. Estoy a punto de
desmoronarme en sus brazos, y ni siquiera me importa. Tendré toda una
vida para darme excusas por lo que está pasando ahora. Por una vez
fuera del escenario, estoy totalmente inmersa en un momento. 221
—Estoy cerca…
Me frota más rápido, más profundo, con mis palabras. El placer es
tan intenso que me retuerzo y siseo, deshaciéndome en sus dedos,
haciendo que me suelte.
Un golpe en la puerta del conductor detiene el momento.
Dios mío.
Arsène extiende su mano libre rápidamente para cubrir mi
modestia, y a lo largo de mi pecho, mientras gira la cabeza hacia la
ventana. Se asegura de cubrirme casi por completo, para que no puedan
ver nada.
—¿Sí? —pregunta, sereno y distante—. ¿En qué puedo ayudarla?
—Puede dejar de tocar a su mujer en el asiento delantero mientras
hay niños viendo la película —resopla una mujer molesta, por lo que
parece.
Espera a que oigas que no soy su mujer, sino la viuda del amante
de su prometida muerta….
—¿Puedo intentar sobornarte para que te lleves a tus preciosos
hijos y lo que quede de su inocencia y te largues de aquí? —pregunta
Arsène amablemente.
—¡Ni lo sueñes! —Ella levanta la voz.
—¿Qué tal diez mil? Por supuesto, el número es negociable.
—¡Llamaré a la policía! —Veo por el rabillo del ojo que le está
sacudiendo su puño, y se me escapa una risita. Arsène se apresura a
mover la mano, y me tapa la boca con la palma para amortiguar mis
risitas. El espacio entre mis muslos sigue palpitando, caliente y
necesitado. Siento mi pulso ahí.
—Tomaré eso como un no —dice arrastrando las palabras.
—¡Fuera de aquí! —grita—. Y no creas que no anoté tu matrícula.
—Ah, espero que sí. —Él se ríe y vuelve a subir la ventanilla.
Cuando no hay moros en la costa, me mira. Compartimos un
momento de silencio antes de echarnos a reír juntos. Creo que nunca me
había reído tanto en toda mi vida.
—Temo que vas a tener que hacer el paseo de la vergüenza
conmigo, ya que le dije al amigo al que le compré el auto que lo dejaría
aquí.
222
—Extrañamente, me parece bien. —Sonrío—. Y ni siquiera estoy
segura de por qué.
—Porque así tendremos la oportunidad de intercambiar números,
y no tendré que perseguirte otra vez para nuestra transacción comercial.
Todo el aire sale de mis pulmones, como si hubiera pinchado un
globo con una aguja.
Incluso cuando no dice sus nombres, se ciernen sobre nosotros.
Empapados en el aire. Empapados en nuestra piel.
Grace y Paul. Paul y Grace.
Acabamos de compartir un momento íntimo, nuestro primer
encuentro sexual desde que perdimos a nuestros seres queridos, y esto
es lo que tiene en mente.
Suelto una carcajada, sin querer demostrarle lo herida que estoy.
—Bueno, entonces… lo primero es lo primero, quítate de encima,
jefe.
Cumple rápidamente, rodando sobre el asiento del copiloto.
—Lo que sea por ti, empleada del mes.
Llamo a Arsène dos días después. Quedamos en vernos por la
noche en su casa. Somos profesionales y tajantes, casi clínicos, y me
pregunto cómo una persona puede besarte de una manera y tratarte de
otra en la misma semana.
Como tengo todo el día libre, me sobra tiempo para pensar. Me 223
quedo en pijama, me preparo una taza de café (tres tragos. ¡Toma eso,
Paul!), enciendo mi computadora y busco mi estado en Google. Lo sé, es
una estupidez. Lo primero que te dicen los médicos es que no entres en
Internet y te auto diagnostique. «Cada uña encarnada se convierte en la
palabra con C», solía decirnos mamá cuando Georgie, Lizzy y yo nos
derrumbábamos en ataques de histeria cada vez que despertábamos con
una marca azul en la piel.
Escribo todos los síntomas que he experimentado a lo largo de los
últimos años. Calambres menstruales horribles, dolores paralizantes,
infertilidad, calambres aleatorios…
La misma palabra aparece en la pantalla una y otra vez.
Endometriosis. Hago clic en la definición, respiro hondo y me preparo
para lo peor.
Las mujeres que padecen endometriosis tienen problemas para
concebir y, de hecho, pueden no concebir en absoluto.
Dice que la enfermedad es incurable. Se puede medicar, pero
nunca curar. En otras palabras, puede que nunca tenga hijos biológicos
propios.
Y así como así, el dolor por la muerte y la traición de Paul se reduce
al tamaño de una nota adhesiva, dejando sitio a algo más grande en mi
pecho. Se hincha y se eleva, asfixiándome.
Permanentemente infértil.
Estoy en plena crisis, caminando de un lado a otro. Y aun así. Aun
así. No me atrevo a llorar. Por la terrible perspectiva de nunca tener hijos.
¿Qué me pasa?
Me dirijo hacia mi habitación. Tomo el estúpido despertador de
Paul y lo arrojo por la habitación. Se parte en dos.
El tiempo. Nunca estuvo de mi parte.
Luego tomo su periódico, lo rompo y lo arrojo al suelo. Entro en el
baño, abro un armario y saco todos los test de embarazo y kits de
ovulación medio vacíos. Los arrojo a la basura. Ya no los necesito.
Finalmente, me dejo caer en la cama y grito contra la almohada.
No es el fin del mundo, ¿verdad?, me tranquiliza una voz razonable
en mi interior. Aún hay maneras. La adopción. La maternidad subrogada.
Pero todos son caros, largos y burocráticos. Además, el embarazo no es
sólo el objetivo final. Mi sensación de fracaso como mujer es tan inmensa
que en este momento me detesto.
224
Un golpe en la puerta me hace levantar la cabeza de la almohada.
No espero a nadie. Lo que significa que podría ser Arsène. ¿No podía
esperar hasta esta noche?
Tal vez me extraña.
Giro sobre mi espalda, a punto de meter mis pies en las pantuflas
y dirigirme a la puerta, antes de oír una voz.
—¿Winnie? Soy yo, Chris. Abre la puerta. Sé que estás ahí. Es tu
día libre y no tienes vida. —Suelta una risa torpe.
Mi corazón se hunde. Es toda la evidencia que necesito para darme
cuenta de que estoy real y seriamente jodida. ¿Por qué pensé que sería
Arsène? ¿Por qué quería que fuera él? Pertenece a otra persona. Su
corazón, polvoriento y torcido que esté, siempre latirá al ritmo del tambor
de Grace. Vuelvo a enterrar el rostro en la almohada, ignorando los golpes
insistentes y el timbre de la puerta, sin sentirme ni siquiera medio
culpable por ello.
Endometriosis.
Paul, ¿no te alegras de no estar aquí? Habrías tenido que fingir que
no estabas decepcionado. Habrías tenido que hacer tu parte, decir todo lo
correcto, ser un caballero al respecto, pero no habría cambiado cómo te
sentías. Jugado por la dulce e ingenua mujer con la que pensabas que
podrías esconderte en los suburbios y tener hijos. Si Paul estuviera aquí,
si lo supiera, se quedaría un año, quizás dos. Antes de que su aventura (o
varias de ellas) salieran intencionadamente a la luz. Antes de que
empezara a fabricar peleas.
Me haría dejarlo. Modificar la narrativa para que encajara en su
universo de chico bueno.
Simplemente no funcionó. Lo intentamos. A veces las personas
simplemente se distancian.
Me recuerda a la debacle Brangelina en el pasado. La gente
arremetió contra Jennifer Aniston: ¿por qué no le había dado hijos?
¿Estaba demasiado obsesionada con su figura? ¿Era demasiado egoísta?
¿Demasiado egocéntrica? ¿Demasiado infértil? En cualquier caso,
¡imperdonable! Y luego, por supuesto, vino Angelina. Quien lo convirtió
en padre. De repente, tenían una camada. Todos sabemos cómo resultó
eso. Los niños no son pegamento. No pueden arreglar un matrimonio.
Igual que la infertilidad no es un martillo. No puede, ni debe, romperte.
El timbre sigue sonando, pero lo ignoro. 225
Chrissy puede esperar. Por ahora, sólo estamos mi nueva mejor
amiga y yo.
La agonía.

Llego a casa de Arsène con quince minutos de retraso. No quiero


que sepa que he esperado todo el día nuestro encuentro. Que estuve
preparada con tres horas de antelación, usando mis jeans más
favorecedores, un bonito suéter negro y el único par de zapatos bonitos
que tengo.
Como no quería parecer ansiosa, o peor aún, interesada, me
maquillé lo mínimo posible. Un poco de base, máscara de pestañas y un
brillo de labios rosa, que también me di unos ligeros golpecitos en los
pómulos para crear un rubor brillante.
Abre la puerta con ropa de trabajo, la camisa desabrochada
revelando un poco de vello oscuro. Está descalzo, habla por teléfono y me
hace señas con la mano para que entre.
Esto me desconcierta. Al fin y al cabo, fue muy atento conmigo en
el autocine. Generoso, juguetón, casi romántico; ahora es la misma
estatua fría que conocí en Italia.
Arsène me da la espalda y avanza hacia la cocina. Lo sigo,
enderezando mi espalda e ignorando los signos evidentes de riqueza
detestable emanando de todos los electrodomésticos y muebles de acero
inoxidable en sus dominios. Si el apartamento de Grace insinúa riqueza,
el suyo lo grita a los cuatro vientos. Su vista por si sola es deliciosa.
—Desde el principio, me alejaría de las criptomonedas. Son
demasiado vulnerables a las medidas represivas del gobierno. Si hay algo
con lo que siempre podemos contar, es con la capacidad del gobierno
para joder un canal de inversión perfectamente bueno —le dice a la
persona que está al otro lado de la línea.
Miro a mi alrededor, insegura. No esperaba este tipo de bienvenida.
—Hmm —responde Arsène a su cliente—. No estoy seguro. Déjame
hacer los números y comprobarlo. —Señala un asiento en su mesa, y
tomo asiento—. Ken, espera un segundo. Winnifred, ¿qué puedo
ofrecerte? ¿Café? ¿Agua? ¿Té?
226
Esperaba que tomáramos algo más fuerte. Claramente, él y yo no
estamos en la misma página esta noche. La ira empieza a hervir en mis
venas, diluida por la humillación. Estúpida, estúpida mujer.
—Agua está bien, gracias —digo formalmente.
Me trae una botella de agua FIJI y desaparece por el pasillo, luego
vuelve con un sobre de manila grueso, que deja frente a mí sobre la mesa.
—No me sorprende. —Se ríe, inmerso en una conversación con
Ken—. Los fondos de cobertura orientados a las acciones tienen una
exposición neta baja. Casi nunca lidio con esos derrochadores de tiempo.
Para mí es un trabalenguas, así que abro el expediente sin
esperarlo y saco la pesada pila de papeles. La mayoría son fotos, algo que
no esperaba. Están bien impresas y son de buena calidad. Ni siquiera
estoy segura de lo que estoy viendo. ¿Cómo el investigador privado pudo
capturar fotos de Paul y Grace después de que hubieran fallecido?
Y sin embargo, eso es exactamente lo que tengo en mis manos.
La primera foto es de Grace sentada en el regazo de Paul, sonriendo
a la cámara. La foto está tomada por otra persona, y el telón de fondo
parece ser una fiesta. Una fiesta de trabajo, para ser exactos. ¿Por qué
serían tan abiertamente íntimos en público?
Tal vez su aventura era el secreto peor guardado de Silver Arrow
Capital.
Esto explica por qué ninguno de los colegas de Paul quiso
responder a mis preguntas sobre él. Prefirieron enviarme flores antes que
contestar el teléfono.
La segunda foto es de ambos en París. París. Donde compartieron
un apartamento. Una segunda vida doméstica llena de felicidad. La
ventana detrás de ellos está abierta, con vistas a la Torre Eiffel. No se
están tocando, lo que es casi peor. Grace parece estar sirviendo comida
a un pequeño grupo de personas mientras Paul abre una botella de vino.
Esto va más allá de la traición. Comprendo que, esto no era una aventura,
era una historia de amor.
La tercera imagen es peculiar. No sé qué pensar de ella. Solo es de
Grace. Con los ojos hinchados y cansada. Está acostada sobre una cama,
con la boca en un puchero. Hay un pie de foto de Instagram debajo de su
rostro que dice: extraño a mi bebé
Voy a adivinar que ese bebé es mi difunto marido.
227
La última foto es la que me rompe. Es una foto de Paul y Grace
besándose en toda regla, en Italia. Reconozco el fondo como la palma de
mi mano. Los yates. La bahía. Los edificios color pastel. Casi puedo oler
la salmuera, el aceite de oliva y la flor de los árboles cercanos. Lo
estuvieron haciendo incluso con sus parejas cerca.
Agarro un montón de documentos con un suave jadeo, y los arrojo
encima de las fotos para no tener que mirarlos. Se habían reunido en
privado en Italia. Antes de aquella cena horrible, ya que Arsène y Grace
se marcharon precipitadamente en mitad de ella.
Paul la besó antes de besarme a mí en ese balcón.
Estuvo dentro de ella antes de que su boca recorriera las partes
más sensibles de mi cuerpo.
Luego compartió un melocotón conmigo. Me dijo que quería tener
un hijo conmigo. Me sermoneó por mi consumo de café.
—Lo siento. —Arsène se sienta a mi lado, y arroja su teléfono
inteligente al otro lado de la mesa—. Es un cliente nuevo. Tuve que fingir
que me importaba.
Ya estoy llena de rabia. No me queda más remedio que arremeter
contra él, el hombre que no solo me ha mostrado más pruebas de las
indiscreciones de Paul, sino que me ha tratado como si fuera una visita
inoportuna desde que entré en este apartamento.
—¿De dónde sacó el investigador privado todas estas fotos?
—Grace tenía una cuenta secreta de Instagram —responde—.
Finstagram, creo que lo llaman los jóvenes.
—¿Por qué sería tan tonta? —grito.
Arsène se encoge de hombros.
—No tengo redes sociales, así que la posibilidad de que la
descubriera era escasa. Además, estaba en privado. Le permitía a Paul
dejar comentarios coquetos sin que tú los vieras.
—¿De su perfil real? —balbuceo. Él asiente. Me dan ganas de
vomitar.
—Se amaban de verdad, ¿no? —Me tiempla mi labio. ¿De qué otra
forma puedo explicar la frecuencia, la intensidad, con la que llevaron a
cabo su aventura? Era casi como si rogaran que los descubrieran.
Los ojos de Arsène buscan algo en mi rostro, una reacción que no
le doy. Al cabo de un momento, su atención vuelve al expediente grueso. 228
—Sí. Supongo que se amaban. Éramos sus apuestas seguras. Pero
ellos eran el refugio seguro del otro.

Reviso el resto del expediente. Es exhaustivo. No es que esperara


menos de un hombre como Arsène. Aunque hay que decir que, no parece
ni la mitad de desconsolado de lo que pensé que estaría cuando
revisamos el material.
Paul y Grace compartieron un apartamento en París y viajes
quincenales a su hotel favorito de Manhattan. También fueron juntos a
esquiar a Saint Moritz, sus colegas los trataron como una pareja, y
planeaban comprarse un apartamento juntos en el SoHo, no muy lejos de
mi casa. Ya habían hecho una oferta al momento de su muerte. La
contingencia se frustró cuando fallecieron.
Hubo regalos, vacaciones y planes para el futuro. Cenas
románticas, salidas de compras, e incluso apodos. Él la llamaba Gigi.
Gigi es mucho mejor que muñeca.
No levanto la cabeza de los papeles durante horas. Quizás más que
horas. Quizás días. ¿Quién sabe? Estoy tan absorta en toda esta
información nueva… los detalles… los mensajes… los correos
electrónicos. Hay tantos correos de trabajo. ¿Cómo los consiguió el
investigador privado?
—Creo que es hora de abrir el brandy. —Arsène recoge todo lo que
tengo delante de un tirón, ordena las páginas y fotos pulcramente, y las
vuelve a meter en el sobre. Se levanta y vuelve con dos copas y una
licorera. Nos sirve a los dos una cantidad generosa, empujando la mía
por la mesa hasta que golpea mi codo—. Necesitas una distracción —
reflexiona.
—Necesito una bala en la cabeza —murmuro.
Me estudia durante un rato largo.
—Marte es rojo porque está cubierto de óxido de hierro, que es
básicamente óxido. También es el principal candidato a ser el próximo
lugar en el que vivirían los humanos.
—¿Cuál es tu punto? —Lo miro con un suspiro.
229
—Mi punto es que —toma un sorbo de su bebida—, si algo no
funciona bien o está oxidado, como tu corazón, no significa que no pueda
sobrevivir.
—Sigo sin entenderte —miento.
—Vamos, campesina. Has esquivado una bala. ¿Te imaginas
enterarte de todo esto a los cuarenta y cinco, después de haberle dado a
Paul todos tus mejores años, además de dos cesáreas no planificadas, los
pechos caídos y un sueño de Broadway destrozado para demostrarlo?
Respondo con un gruñido ante esta broma impropia.
Me cubro el rostro con las manos. La copa cae al suelo, derramando
su contenido por todo el suelo. El cristal se rompe. Ni siquiera tengo
fuerzas para disculparme. Al menos hasta ahora, podía decirme que Paul
había estado desahogándose con Grace, después de toda la tensión que
se había ido acumulando en nuestro matrimonio. Ahora, incluso esa
débil excusa se ha ido. Lo que tenía con ella no fue sucio ni lascivo.
Estaban enamorados. Del todo. Simplemente tolerando la existencia de
Arsène y mía.
—Winnifred. —La voz de Arsène es ahora brusca. Se levanta. No
levanto la cabeza para mirarlo—. Ya déjalo. Debes haber tenido una idea.
Las personas no tienen aventuras de meses si no se quieren.
—No es por eso que estoy rota. —Uso la manga de mi suéter negro
para limpiarme la nariz. Ni siquiera me importa ser un desastre feo y
lleno de mocos. Un fajo de pañuelos limpios se materializa en mi periferia,
los agarro y me limpio la nariz con ellos sin ni siquiera dar las gracias. Y
aun así, no hay lágrimas. No hay lágrimas. No hay lágrimas.
—Entonces, ¿por qué estás así? —Su voz es paciente pero para
nada emocional.
—Porque no puedo culparlo. —Miro a Arsène, con sus ojos negros
como el alquitrán, su mandíbula dura y su expresión imperturbable—.
No cumplí con todo lo que él pensó que conseguiría cuando se casó
conmigo. No soy la mujer que viste en Italia. No soy dulzura pura, calidez
y tartas de melocotón. Ni… ¡ni siquiera sé hacer una tarta de melocotón!
Levanto las manos, y después entierro mi rostro en ellas.
—No estaba preparado para este tipo de confesión —dice con
sarcasmo—. ¿Debería avisar a los federales? ¿Tal vez a la Interpol? Es un
secreto demasiado grande para quedarse entre estas paredes.
—Sé serio por un segundo. Te estoy diciendo que soy una gran
decepción.
230
—Hablo en serio —dice Arsène sin ton ni son—. Eres un ser
humano complejo, no una acción por la que apostó. Si pensó que tenía
una apuesta segura, el idiota es él. No tú.
—¡Para! —Me levanto de mi asiento. Los cristales crujen bajo mi
zapato—. No me defiendas. No soy esa chica sureña de la que Paul se
había enamorado. ¡Soy la zorra que intentó conseguir un trabajo en
Calypso Hall, y lo consiguió, para poder acercarse a ti! —Ahora que la
confesión está arrancada de mi boca, no puedo parar—. Arsène, quería
conocerte porque sabía que eras un hombre de recursos que podía arrojar
algo de luz sobre lo que ocurrió entre Grace y Paul. Quería tus
conocimientos, tu información, tus medios. Quería usarte para
acercarme a la verdad. Sabía que eras el dueño. Todo fue premeditado.
Quería que pensaras que fue tu idea intercambiar notas. Pero sólo acepté
el trabajo porque necesitaba tener este expediente en mis manos. —
Señalo el sobre manila—. Soy una manipuladora, débil y asquerosa
excusa de mujer, y quería utilizarte. ¡Soy egoísta, como dijiste!
En lugar de mostrarse atónito, dolido, molesto, sorprendido
(cualquiera de esas cosas) sonríe con esa sonrisa suya, ladeada y
mundana, que me vuelve más loca que una cucaracha rociada.
—¡Vaya, campesina, esas son noticias maravillosas! Bebe. —Me
tiende la copa de brandy. Me bebo la mitad de un trago—. La única razón
por la que te dejé conservar tu trabajo es porque quería que
intercambiáramos notas —continúa—. Y siempre supe que eras egoísta.
Eres humana. Está en el ADN. Sólo quería que lo reconocieras para que
empezaras a pedir cosas para ti.
—A eso me refiero. —Devuelvo la copa a su mano,
miserablemente—. Somos criaturas deplorables.
—Prefiero ingeniosos. Y siento ser yo quien te lo diga, pero no eres
ni la mitad de astuta y corrupta de lo que crees. Que aceptaras un trabajo
en Calypso Hall no perjudicó a nadie. Grace era un millón de veces más
astuta y despiadada, y como puedes ver, a Paul no le importó ni un ápice.
En cualquier caso, por si necesitas oír esto, sigues siendo la persona más
íntegra que he conocido en toda mi vida. Por favor, no me lo agradezcas,
no lo considero un cumplido. —Levanta la mano y niega con la cabeza,
como si fuera una causa perdida—. Y sigo pensando que eres demasiado
buena para Paul.
No puedo creer que esto esté a punto de terminar. Que pronto
vendrá a mi casa, entrará en la oficina de Paul y encontrará lo que ha
estado buscando (o no), y no volveremos a vernos. 231
—A Paul le gustaba que fuera buena. —Cruzo los brazos sobre el
pecho.
—Paul nunca te entendió —dice Arsène sin rodeos, completamente
impasible ante la idea de disgustarme aún más—. Te consideraba un
estereotipo de belleza sureña. Eras un símbolo de estatus, como un auto
italiano o un buen traje. Al momento en que te quedaste corta en su idea
de «La casa de la pradera», perdió el interés y siguió adelante. Pero para
entonces, ya tenías un anillo en el dedo, así que pensó ¿por qué no
hacerte la madre de su bebé e ir a buscar a su verdadero amor? Dudo
que pensara que lo atraparías.
Esto me golpea demasiado cerca y explica demasiadas cosas que
no podía entender de mi relación cuando Paul estaba vivo.
Respiro hondo, y me tranquilizo.
—Gracias por compartir tu opinión no solicitada conmigo. Creo que
voy a volver a casa. Podemos arreglar que vayas…
—Quédate. —Es una orden, no una petición, y antes de darme
cuenta me lleva a su salón y me sienta en el sofá. Obedezco, atónita. Mete
su copa entre mis dedos y me dice que vuelve enseguida. Lo veo de reojo
limpiando el desastre que he dejado. Todos los cristales rotos. Sorbo el
brandy. Lo trago suavemente. Al cabo de unos instantes, Arsène se une
a mí con una copa propia.
—¿Crees que alguna vez lo haremos? —le pregunto, pero miro
fijamente el fondo de mi copa.
—¿Hacer qué? —pregunta.
—Ocupar Marte.
Sonríe con satisfacción, reconociendo que no quiero saber nada del
planeta, sino de mi corazón.
—Creo que quizás hubo algún tipo de vida en Marte en algún
momento. En cualquier caso, ahora es demasiado frío, polvoriento y seco
para ser habitable. Pero esto podría cambiar. Puedo vernos invirtiendo
en hacer hábitats artificiales y convirtiéndonos en marcianos si realmente
nos lo proponemos, si realmente lo intentamos. —Sus ojos se fijan en los
míos, intensos y urgentes. Como no digo nada, se encoge de hombros—.
Quiero decir… no nosotros. La humanidad en general. Llevará algún
tiempo.
Asiento, acurrucándome en el silencio durante unos minutos.
—Dime qué tienes en esa cabecita —me dice.
232
Trago pesado antes de hablar.
—Solo pienso que es tan simbólico que lo que nos haya unido, a ti
y a mí, haya sido una obra que trata del amor no correspondido. Porque
eso es lo que estamos viviendo los dos. Piensa en cómo empieza todo.
Nina es cortejada por Konstantin, que está enamorado de Masha, quien,
a su vez, también es objeto de Medvedenko. Nadie consigue lo que quiere.
La vida amorosa de todos es insatisfecha. Todos son infelices.
—Es cierto, la vida es un lío. Vivir es una lección de resistencia. —
Arsène asiente—. Y la resistencia es una lección de humildad. El
problema de la humanidad es que todo el mundo quiere una vida sencilla
y cómoda. Pero esa es una existencia terrible. ¿Cómo puedes apreciar los
buenos momentos si no has afrontado los malos? Y… —continúa Arsène,
observándome a medida que bebo el resto de mi copa—. Sigues olvidando
una cosa: Nina sobrevivió. Encontró su camino. Aguantó.
—¿Crees que alguna vez superarás lo de Grace? —Dejo la copa
vacía sobre la mesita. Ya estoy bastante intoxicada, después de haber
bebido con el estómago vacío.
—No. —Arsène se apresura a rellenar mi copa con más brandy. Me
da un vuelco el corazón, y comprendo que esta confesión hiere mis
sentimientos de verdad—. No he hecho ninguna declaración de celibato.
Y ninguna parte de mí quiere seguir suspirando por ella. Pero soy un
hombre práctico y, desde el punto de vista práctico, no creo que ninguna
mujer pueda compararse.
Bebo un poco más para sacudirme la sensación de inquietud que
acompaña la compresión de que Arsène nunca va a estar en el mercado
del amor.
—Quizás debería volver a Mulberry Creek.
—¿Y hacer qué? —Me mira burlonamente, con esa sonrisa burlona
preparada en su rostro—. ¿Ordeñar vacas?
—En primer lugar, ni siquiera tenemos vacas. —Lo inmovilizo con
una mirada—. Tendré a mi familia, mis amigos, mi círculo. Tendré a…
Rhys.
—¿Quién es Rhys?
—Mi exnovio. Rompimos cuando me mudé a Nueva York.
Estábamos muy bien juntos. Es un chico bueno.
Arsène pone los ojos en blanco.
—Por favor, mátame si el primer adjetivo que me viene a la cabeza
233
para describir a mi exnovia es bueno.
Me rio.
—Ser bueno es un gran rasgo.
—Eso no te hará pasar a los libros de historia. —Me saluda con su
copa.
—No todo el mundo quiere entrar en esos libros —señalo.
Pone una expresión de asco.
—Malgastadores de oxígeno.
Esto me hace reír.
—Ya no te odio tanto como hace unas semanas —admito.
—Bueno, entonces aquí tienes algo para pensar. —Se gira hacia
mí—. Rompiste con Rhys por una razón. Nunca lo olvides.
La licorera de brandy se vacía a medida que avanza la noche.
Arsène trae el expediente, y volvemos a ver las fotos juntos, pero esta vez
no es tan terriblemente devastador como la primera vez. En algún
momento, suena el timbre. Pidió comida. Comida para el alma. Mi
favorita. Chuletas de cerdo fritas, col rizada, pan de maíz, macarrones
con queso y tarta de mermelada de albaricoque. Ni rastro de tarta de
melocotón. En realidad, piensa en todo.
Comemos, tomamos mucha agua y luego volvemos a beber.
Me pongo descarada. Tal vez incluso un poco imprudente. Después
de todo, es Arsène. Nunca me amará. No es que lo quiera. Pero tampoco
me traicionará.
Porque nunca será mío.
—Tengo que confesarte algo. —Me meto las manos entre los
muslos.
—¿Es una bomba tan grande como la de las tartas de melocotón?
Mi corazón tiene un límite. —Coloca la mano sobre su pecho esculpido.
—Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie. —Ignoro su
broma. Creo que estoy arrastrando las palabras, lo cual es una excelente
razón para no decirle lo que pienso. Pero estoy satisfecha con la comida
y relajada con el alcohol, y el estado de ánimo entre nosotros es tan
diferente de lo que fue en el autocine. Esta noche, tiene una vibra
diferente. La de mejor amigo. El chico en el que se puede confiar. Y no es
que tenga a nadie más con quien hablar. 234
—Tienes mi palabra. A menos que sea muy jugoso, entonces iré a
The Enquirer.
Gimiendo, empujo su hombro con la esperanza de despertar algo
en su interior que lo incite a besarme. Ni hablar. Esta noche está
actuando diferente. Seguro de sí mismo, como siempre, pero también
reservado.
—Probablemente soy infértil.
Las palabras estallan entre nosotros. Tomo aire, y continúo.
—Bueno, probablemente no. Más bien seguramente. ¿Recuerdas
cuando me viste en Italia? Estaba hecha un lío en el baño.
Mis oídos se calientan cuando pienso en ese momento. Asiente
despacio, mirándome fijamente.
—Eso fue porque tuve una discusión fuerte con Paul al respecto.
—Ya veo. —Se acaricia la barbilla—. La primera vez que hablamos
de ellos, en el New Amsterdam, ¿recuerdas?, pareció que tuviste un
momento revelador cuando te dije que habían empezado a tener una
aventura. ¿Por qué?
Trago pesado, y me miro los pies.
—Porque fue más o menos cuando Paul y yo habíamos hablado de
la posibilidad de que yo tuviera problemas de fertilidad. Sentí que en
cierto modo se rindió conmigo y siguió adelante con ella.
Arsène no dice nada durante un rato, casi como si no me hubiera
oído. Está claro que ha sido un error. Me da vergüenza esperar a que
responda, así que me levanto.
—¿Dónde está el baño?
—La segunda puerta a tu izquierda en el pasillo.
Después de vaciar mi vejiga, vuelvo al salón y lo encuentro sentado
en la misma posición en el sofá. Me arrepiento de haberle contado lo de
mi infertilidad. No sé lo que esperaba, pero no era apatía total.
—Me alegro por ti —dice desde su sitio en el sofá.
Parpadeo, pensando que quizás no le he oído bien.
—¿Te alegras por mí?
Asiente.
—¿Por qué? 235
—Porque en realidad no tienes el corazón roto por Paul. Tienes el
corazón roto por la forma en que terminaron su relación, y porque él no
te quiso lo suficiente como para aceptarte a pesar de lo que consideras
tu imperfección. Ese es un excelente punto de partida. Seguirás adelante,
y encontrarás a otra persona. Alguien que se dé cuenta de que el valor de
una persona no se mide por su aparato reproductor y tenga una buena
vida. Probablemente con el Buen Rhys o un tipo parecido. Paul se
convertirá en un recuerdo lejano, una anécdota.
Sacudo la cabeza, entrecerrando mis ojos hacia él.
—Eres un idiota.
—¿Por qué? —Me mira tomando mi pequeño bolso de mano y mi
teléfono.
—Eres tan insensible con todo.
—¿Querías que me sintiera devastado por ti? —Se levanta para
seguirme a través de su apartamento.
Sí, sí, quería.
Me detengo en la puerta, me doy la vuelta y extiendo los brazos.
—¡Quería que me consolaras!
Se me queda mirando, un poco confundido.
—¿Por qué me miras así? ¿Qué tiene de malo querer que te
consuelen? ¿No has consolado a nadie en tu vida?
Nos quedamos quietos un momento antes de que hable.
—No. —Su voz es baja, desolada—. Nunca —admite—. No sé por
dónde empezar.
Vacilando entre regañarlo o enseñarle, me decido por lo segundo.
Después de todo, sé cómo fue su infancia. Un padre distante, ninguna
madre y una madrastra que lo desterró de su casa.
—Hay varias maneras. —Me muerdo el labio inferior—. Mi favorita
es abrazarnos y dormir abrazados. Mamá siempre me abrazaba para
dormirme cuando tenía un mal día. Incluso cuando era adolescente. Los
abrazos son un gran desestresante.
Cuadra los hombros.
—Abrazar. Seguro. Puedo hacerlo.
—Pero, ¿por qué? —Lo miro con una mezcla de incredulidad y
sospecha—. ¿Por qué complacerme? 236
Me lanza una sonrisa sarcástica.
—Porque aún no has cumplido tu parte del trato, ¿por qué si no?
No estoy segura de creerle, no quiero creerle, pero sigo caminando
hacia sus brazos abiertos como una polilla a la llama. Pongo mi mejilla
sobre su pecho, esperando sentir su corazón acelerarse como lo hace el
mío.
—Si nos acurrucamos en tu cama, no quiero que pase nada raro.
—Hablo contra el rico tejido de su camisa.
—Yo… no, no puedes entrar en mi dormitorio. —Coloca su mano
en la parte baja de mi espalda, y me lleva a una pequeña habitación de
invitados con una cama matrimonial.
—¿Por qué?
Mira a su alrededor, como buscando una excusa.
—No dejo que la gente entre en mi cama.
—Nunca lo habías mencionado. —Frunzo el ceño.
—Tampoco he hablado contigo de mis proezas de cama —dice con
facilidad, pero hay algo que no está del todo bien. Este hombre no parece
tan sentimental como para jurar no llevar a una mujer a su cama porque
Grace durmió allí una vez. Por suerte para él, estoy demasiado borracha
y agotada para interrogarlo al respecto.
Minutos después, estoy en una cama extraña, sus brazos
rodeándome, sus labios en mi cabello y mi respiración tranquila.
—Ya, ya —dice—. Todo estará bien. ¿Lo estoy haciendo bien?
—Lo estás haciendo muy bien.

237
—No estoy enamorado.
—Esta me la sé. ¿Quién es 10cc? —Riggs aprieta un timbre
imaginario a lo Jeopardy!8, y se bebe un trago.
Mis labios se aprietan con molestia. Christian me da una palmada
en el hombro, con su sonrisa comemierda desplegada. 238
—Lo siento, amigo, pero parece que sí.
—¿Porque dejo dormir en mi habitación de invitados a una mujer
cualquiera con la que estoy haciendo negocios? —Hago una mueca,
aborrecido.
No es que haya hecho pública la estancia de Winnifred en mi casa.
No, eso fue culpa de Riggs. Fiel a sus costumbres nómadas, se presentó
en mi apartamento la mañana después de que la campesina se quedara
a dormir, trayendo regalos en forma de café y panecillos. Alfred lo dejó
entrar. Ya estaba levantado, duchado, afeitado y después de mi
entrenamiento de tenis para entonces. Pero, Winnifred no. Y cuando salió
de la habitación de puntillas, con una sonrisa tímida en el rostro, Riggs
sacó conclusiones como un atleta olímpico.
—No. Porque nunca dejas entrar a nadie en tu apartamento, jamás,
y ella parecía estar en casa —replica Riggs.
Christian se acerca a la barra de la sala de billar del New
Amsterdam. Después de pasar desapercibido durante unas semanas y
dejar que Cory se recuperara de su pequeño encuentro con la campesina,
por fin puedo volver a dejarme ver por aquí. O al menos, así era, hasta
que estos dos imbéciles empezaron a destrozarme.

8 Jeopardy!: concurso de televisión estadounidense creado por Merv Griffin, de


conocimientos con preguntas sobre numerosos temas.
—Parecía una mujer que acababa de despertar y se sentía
incómoda rodeada de dos hombres extraños —lo corrijo—. No hay nada
entre nosotros. Como dije antes, su esposo trabajaba con Grace.
Por encima de mi cadáver voy a admitir ante Riggs y Christian que
siempre tuvieron razón sobre mi difunta prometida. Que me engañó. Lo
que, desafortunadamente, hace de Winnifred una aliada improbable,
aunque importante. Incluso mi trasero amargado necesita alguien con
quien hablar.
—Todo esto es muy convincente, por no decir fascinante. —Riggs
se pone de pie, metiendo su teléfono en el bolsillo delantero—. Pero tengo
que irme. La revista Discover está haciendo un gran editorial sobre
naufragios históricos, y quiero que me lo encarguen. Es un encargo de
cinco destinos. Tengo una reunión con su editor en jefe.
—¿Esas revistas siguen ganando dinero? —Cruzo una pierna sobre
la otra. La prensa es una industria obsoleta.
239
Pone sus ojos azules en blanco.
—No todo gira en torno al dinero.
—Todas las cosas importantes lo hacen —replico.
Riggs me sonríe con lástima.
—Por eso nunca has sido verdaderamente feliz. Sigues intentando
encontrarle el precio a la alegría.
—Está bien, Doctor Phil.
—De hecho, lo saqué de una galleta de la fortuna en Panda
Express.
Y se larga de la habitación pavoneándose. Christian me da una
bebida nueva antes de sentarse.
—Volvamos a la conversación. —Se alisa la corbata—. Creo que
Arya ya mencionó que no te quiere cerca de la chica Ashcroft.
—Y creo que le mencioné acertadamente que no acepto órdenes de
gente que no me paga un porcentaje alto por mis servicios.
—Mira. —Va al grano—. Arya no es propensa al dramatismo. Si se
preocupa por alguien, me inclino a creer que es algo especial. Hay
muchos peces en el mar. Si lo que buscas es sexo…
—El sexo nunca se trata de sexo. —Me levanto, abrochándome la
chaqueta—. Se trata de poder, placer, gratificación, pero nunca sólo sexo.
Lo que significa que sin importar lo que quiera de ella, no es sexo.
No es que no se me pasara por la cabeza tener a Winnifred la noche
que se quedó a dormir. Lo hizo. Un millón de veces. ¿Pero cuál sería el
punto? Nos vamos a separar en unos días, y no hay necesidad de hacer
las cosas innecesariamente más difíciles para ella.
Es una chica buena, aunque demasiado inocente y dócil para mi
gusto.
Ya ha sufrido bastante sin tener que mezclar una aventura con otro
bastardo de primera.
—Y no te debo una explicación. Lo que haga con Winnifred, para
Winnifred y por Winnifred sólo es asunto nuestro. No estoy seguro de qué
autoridad tienes para ser el caballero de armadura brillante. Casi
arruinas la vida de tu mujer cuando ustedes dos «sólo tenían sexo». No te
metas en mis asuntos, y no me meteré en los tuyos. —Me dirijo a la
puerta, deteniéndome sólo un momento—. Ah, y mándale saludos al
pequeño Louie.
240
Dos días después de mi autodiagnóstico, Chrissy aparece en mi
puerta. Está armada con una cantidad impía de folletos y artículos. Los
arroja sobre mi mesita en señal de triunfo, su versión de «hola».
—¿Qué es todo eso? —Levanto el cuello desde la cocina.
—Todo tipo de información útil. —Chrissy se anima, dedicándome 241
su sonrisa más alegre mientras fuma su cigarrillo electrónico—.
Principalmente sobre cómo la gente queda embarazada con
endometriosis. Quiero decir, no es imposible. Hay formas, tratamientos,
curas. De hecho, un montón de opciones.
Acomoda todos los folletos en una línea sobre mi mesa. Estoy
empezando a arrepentirme de haberle dicho mis sospechas. Sé que tiene
buenas intenciones, pero no me gusta tocar el tema. Pongo un terrón de
azúcar de la vieja escuela en cada uno de nuestros cafés y llevo las
bebidas calientes. Toma un sorbo, cierra los ojos y gime.
—¿Cómo consigues que sepa tan bien?
—Con azúcar de verdad, achicoria y sólo una gota de sorgo. Así es
como mi abue solía hacerlo.
Tomo asiento en el sofá, y ella se apresura a seguirme y se lanza a
hablar de negocios.
—Ayer hablé con Lucas. Dijo que estarán ocupados por los
próximos tres meses. Cree que podrían continuar por un segundo año.
¿Cómo te sientes con eso? Sé que hablamos de Hollywood…
—No voy a ir a Hollywood. —Dejo mi taza sobre la mesa. Odio
decepcionarla, pero darle falsas esperanzas sería peor. La boca de Chris
se curva en un puchero, pero no dice nada.
Coloco mi mano en su rodilla.
—Gracias por la sugerencia. En serio, lo aprecio. Pero no creo estar
lista. De hecho, en realidad quiero tomar un día a la vez después de que
terminemos La gaviota. No creo haberme permitido recuperarme por
completo después de lo que pasó.
—¿Quieres decir que, tampoco estás segura si vas a firmar por un
segundo año con Calypso Hall? —Chrissy frunce el ceño.
Humedezco mis labios, asintiendo.
—En este momento, no voy a decir sí o no. Todo lo que digo es que
he terminado de darme una fecha límite para «mejorar». Haré lo que sea
mejor para mí mentalmente. Ahora mismo, no sé qué es eso. Pero sé que
ir a Hollywood no es algo que quiera perseguir. No me importa la fama y
el glamour. Me importa el arte.
—Ah, Winnie. —Chrissy suspira, colocando su café en un
portavasos, y se acerca a mí. Envuelve un brazo alrededor de mi
hombro—. ¿Cómo diablos me las arreglé para encontrar a la única actriz 242
en la ciudad de Nueva York a la que no le importa todo el lujo? Cariño,
siempre te preocupaste por lo importante.
Sonrío.
—Tal vez elegiste mal.
—Ah, elegí a la mejor. —Se pone de pie, limpiándose los ojos. Mira
a su alrededor, como si de repente se diera cuenta de dónde está—. El
lugar se ve muy bien. No sé cómo explicarlo, pero lo hace.
Aparte de meter las zapatillas de Paul en la zapatera, no he hecho
ningún cambio. Pero creo que sé lo que quiere decir. Incluso los muebles
no parecen estar conteniendo la respiración esperando que mi esposo
regrese.
—Gracias —respondo.
—Sólo prométeme una cosa —pide Chrissy—. Dale un vistazo a los
folletos que traje. Win, no voy a mentirte. Sé que estás en un estado de
desesperación, pero hay mucho más en la vida por delante. ¿Y parte de
eso? De hecho, es condenadamente bueno, como dices.

Cuando Chrissy se va a casa, me siento mucho mejor. Por


supuesto, esto no dura mucho. Un nuevo temor me inunda cuando miro
de reojo el reloj en mi cocina mientras hago un intento poco entusiasta
de ordenar el lugar. Arsène debería estar aquí en cualquier momento.
Vamos a incursionar juntos en la oficina de Paul. El santuario de Paul,
que ha estado cerrado durante casi un año, desde que murió.
Arsène llega tarde. Aprovecho el tiempo para ir a mi dormitorio y
ponerme un vestido informal color salvia. Nada lujoso, pero es un vestido
con el que sé que me veo bien. Suena el timbre. Cuando me apresuro a
subir la cremallera de mi prenda, mi piel se engancha en la cremallera.
—Auch. Condenada cremallera.
Gimo a medida que avanzo a la puerta. Cuando la abro, él está
parado al otro lado, y es como si nunca nos hubiésemos despedido. Hay
algo tan familiar en él. Tan peligrosamente reconfortante.
—Llegas tarde —digo apoyándome en el marco de la puerta. ¿De
qué otra manera puedo saludar a este hombre, que pasó toda la noche
hace dos días abrazándome, peinándome el cabello, susurrándome al 243
oído que todo iba a estar bien? Luego, al día siguiente, cuando desperté
y su amigo estaba allí, Arsène pareció distraído e impaciente, apenas
conteniéndose para echarme de su apartamento.
—Campesina, el tiempo es una experiencia subjetiva. —Pasa a mi
lado como si fuera el dueño del lugar, entrando en mi apartamento,
dándose un recorrido. Lo está asimilando todo mientras permanezco de
pie junto a la puerta—. Así que este era el dominio de Paul.
Finjo desinterés, inclinándome sobre la isla de la cocina.
—Nuestro dominio. Diseñamos juntos el lugar.
Esta noche huele, sabe y se siente a despedida. La finalidad está
espesa en el aire, asfixiándome. Arsène y yo iremos por caminos
separados después de esto. Sin más secretos por descubrir, sin más
heridas por hurgar. Se irá de mi vida, y probablemente venderá Calypso
Hall en sucesión rápida.
—Eso es dulce —dice Arsène arrastrando las palabras, apartando
los ojos de una pintura en la pared de la sala para mirarme—. Dijiste que
tenías problemas de infertilidad. ¿Alguna vez congelaste tus óvulos?
Mejor aún, ¿embriones? Aún podrías tener un pequeño manojo de alegría
de él.
Parpadeo, digiriendo la forma despreocupada en la que abordó este
tema personal. No sé si debería estar indignada o divertida.
—¿Cómo eso es asunto tuyo? —pregunto.
—No lo es. —Se acerca al aparador y revisa los objetos como si
fuera la escena de un crimen—. Pero soy un solucionador de problemas,
y cuando se me presenta uno, generalmente encuentro una solución.
—¿Y entonces qué? ¿Consigo un vientre de alquiler? Cuestan una
fortuna.
—Sí, en Estados Unidos. Pero hay agencias…
—Bueno, no congelamos nada —respondo tajante.
E incluso si lo hubiéramos hecho, no querría usarlos, sabiendo todo
lo que sé.
—Lástima. —Arsène vuelve a poner un jarrón en su lugar y gira en
mi dirección—. Bueno, ¿dónde está la llave?
Saco la pequeña cosa del bolsillo de mi vestido y la cuelgo entre
nosotros.
—¿Crees que vamos a odiar lo que sea que averigüemos? —Trago
244
pesado.
—Eso espero —responde—. Hace que sea más fácil dejarlo ir.
Y entonces estamos justo allí. Frente a la puerta que he estado
mirando durante meses como si fuera la boca abierta de un león. Respiro
profundo, antes de girar la llave en su agujero.
—Dios, sigues enamorada de él. Eso es patético. —Las palabras se
arrastran sobre mi espalda desde atrás, como garras.
—Dijo el sartén al cazo —murmuro.
Se le escapa una risita.
—Ah, Winnifred.
¿Qué? Quiero arremeter contra él. ¿Qué estoy perdiéndome? ¿En
qué somos diferentes? Pero no importa, y no me acercaría a la paz interior.
Giro la llave y abro la puerta.
La oficina de Paul es una visión de la medianía. Archivos apilados
ordenadamente en su escritorio. Una fila de tres pantallas adornadas con
notas adhesivas. Hay archiveros, fotos polvorientas de nosotros en su
escritorio y una pelota antiestrés. Nada destaca. Nada grita escándalo.
Adúltero. Infiel.
Arsène se mueve rápidamente a un lado de la habitación.
—Me encargo de los archiveros, tú revisa los cajones de su
escritorio.
Saca todos los archivos de ellos, luego cada cubículo de archivo, lo
pone boca abajo y los palmea desde todos los ángulos para ver que no
haya nada escondido dentro.
—Ten cuidado. No hay necesidad de destruir sus cosas —gruño.
—Campesina —responde, ya sentado en el suelo, con las mangas
arremangadas hasta los codos—. Tienes que dejar de ser leal a la gente
que no te ha sido leal. No es un rasgo de gracia. De hecho, es un poco
desagradable.
—Esto no se trata de Paul. —Meto las manos en los cajones,
rebuscando entre notas, bolígrafos, una calculadora y algunos
resaltadores—. Se trata de tu hambre de distracción.
—Al menos tengo hambre de algo. —Sus palabras me cortan
directamente—. Cuando hayas terminado con los cajones, enciende la
245
computadora y avíseme si requiere un código de inicio de sesión, ¿de
acuerdo?
Trabajamos en silencio durante la siguiente hora. La computadora
no requiere un código. Al mismo tiempo, no encontramos nada de interés
en ella. Los archiveros también resultan ser inútiles. Revisamos las
cartas, abrimos las fotos, enrollamos las alfombras, buscamos escondites
donde Paul podría haber guardado algo en secreto, pero es una decepción
tras otra. No hay nada en la oficina que sugiera que Paul haya sido alguna
vez algo más que un administrador de fondos de cobertura aburrido y
casado.
Empiezo a sentirme tonta en algún momento y en realidad estoy,
extrañamente, enojada con Paul. He erigido esta oficina para que sea el
santo grial de todos los secretos, y no hay nada en ella. Siento que estoy
decepcionando a Arsène.
Por qué me importa decepcionar a este hombre está más allá de mí,
pero lo hace.
Pasa otra hora. Volvemos a revisar todo lo que repasamos antes.
Nuestros nervios están disparados, y el silencio se amontona sobre
nosotros, como un peso muerto. No dejamos piedra sin remover. Pero ya
no somos amistosos, ni apasionados con el otro, ni siquiera levemente
civilizados. La tensión está en todas partes, enredándose alrededor de
nuestras extremidades como la hiedra.
—Detente. —La voz de Arsène corta el silencio. Es repentina y hace
que jadee mientras hojeo otro de los archivos de los clientes de Paul—.
Tú y yo sabemos que no vamos a encontrar nada aquí. Es una pérdida
de tiempo.
—Eso no puede ser cierto. —Aprieto el archivo más cerca de mi
pecho—. Paul estaba tan tenso con su oficina. Tan reservado…
—Eso es porque tiene información confidencial de compañías que
valen miles de millones de dólares. No porque haya dejado las bragas de
Grace debajo de la impresora. —Se levanta del suelo. Una fina capa de
sudor cubre su frente—. Hicimos lo mejor que pudimos.
¿Eso es todo? ¡No puede irse! No así. No tan pronto.
Lo sigo fuera de la habitación, abatida.
—Bueno, ¿sabes? Es tarde y ni siquiera te he ofrecido nada de
comer, por no hablar de beber…
Se baja las mangas por sus antebrazos musculosos.
—No te preocupes por eso. Tengo algunas sobras en mi
246
refrigerador.
Aun así, sigo detrás de él. Fuera del pasillo, a la sala de estar, y
hacia la puerta. El pánico se enciende en mi pecho. Arsène puede ser
insensible, frío y lleno hasta el borde de veneno, pero ha sido un amigo
durante las últimas semanas. Una especie de hermano de armas.
—Campesina, qué tengas una buena vida. —Abre la puerta
abruptamente.
—¡Alto!
Esta extraña voz estridente, me doy cuenta, salió de mí.
Él se detiene, aún de espaldas a mí. No se mueve, esperando que
caiga el otro zapato. Necesito decir algo. Lo que sea, Winnie. Finalmente,
encuentro mi voz.
—Aún hay algunas cosas que quiero que veas. Álbumes… cosas
como esas. Tal vez me he perdido algo.
Arsène se da la vuelta para mirarme. Su expresión es
completamente ilegible.
—Sé que es duro. Hay un nivel de aceptación ligado a que nos
despidamos. Descubrimos todo lo que había que encontrar, y nada de
eso fue bueno. Después de que me vaya de aquí esta noche,
probablemente no nos volvamos a ver. Y tú última conexión con Paul se
habrá ido. Lo entiendo. —Pero no lo entiende en absoluto. Mi pena por
Paul es independiente de mi relación con él. Para mí, Arsène se convirtió
en su propia entidad. No sólo un medio para un fin—. Pero es mejor
arrancarlo como una tirita.
—Mañana podemos arrancarlo como una tirita —me escucho decir,
aunque nada en mi cerebro autorizó que estas palabras salieran de mi
boca—. Esta noche, podemos vengar lo que nos hicieron. Cerrar el
círculo.
—¿Cómo?
Humedezco mis labios, mirando mis pies.
—Podemos tener sexo.
Su sola mirada me da un latigazo. Puedo decir que piensa que es
una idea terrible.
—¿Estás borracha? —Entrecierra los ojos.
Resoplo.
247
—No me digas que no lo has pensado.
—No —arrastra las palabras. Luego, en caso de que no haya sido
claro—: Quiero decir, sí, por supuesto que lo he pensado, pero esta es
una idea terrible. Incluso para ti, campesina.
Aunque mientras dice eso, también está cerrando la puerta detrás
de él para permitirnos cierto grado de privacidad.
—¿Por qué no? Fuiste tú quien no podía dejar de besarme…
—El problema no es la atracción. —Da un paso adelante y quita un
mechón de cabello de mi cara—. El problema es que va a complicar las
cosas, resurgir problemas, y muy posiblemente hará que tu corazoncito
sangrante confunda sexo de rebote con sentimientos. Además, aún está
el pequeño problemita de que técnicamente soy tu jefe.
—No por mucho tiempo —señalo—. Quieres vender Calypso Hall. Y
no estés tan seguro de que me gustarás mágicamente sólo porque
dormimos juntos. —Miento descaradamente—. Además, piensa en la
venganza…
—La represalia es una noción primitiva y contraproducente. No
haré o dejaré de hacer las cosas en función de lo que Grace hubiera
pensado de ellas.
Maldita sea él y su lógica. Puedo decir que ha tomado una decisión.
Se aleja.
Recojo los harapos de mi orgullo y doy un paso atrás. No pienso
rogar.
—Está bien, entonces. —Enderezo mi columna vertebral—. No te
retendré más tiempo. Espero que tengas una buena vida, Arsène.
—Las probabilidades no van bien, pero gracias. Lo mismo va para
ti.
Se da la vuelta, abre la puerta, se aleja y la cierra suavemente.
Miro hacia la puerta por unos momentos. Entonces, caigo de
rodillas y dejo escapar un gemido de autocompasión. Ojalá pudiera llorar
por esto, pero, como siempre, las lágrimas no salen. Aunque, la angustia
es real, y no sé por qué. Si es por el rechazo, la desilusión o la idea de
que otro capítulo sobre Paul haya terminado en mi libro.
Tardo unos minutos para serenarme. Cuando finalmente lo
consigo, me levanto y giro hacia la oficina de Paul. La intuición me dice
que estoy perdiéndome algo. El timbre suena. Congelándome. No estoy
248
de humor para compañía. Doy otro paso hacia la habitación de Paul.
—Campesina, abre.
Después de acercarme a la puerta principal, pego mi frente contra
ella, cerrando los ojos.
—¿Por qué? —suspiro—. Dame una buena razón.
—¿Una? —Su voz está tan cerca que sé que él también está
apoyado contra la puerta—. Maldita sea, porque nos merecemos esto.
Abro la puerta y él está allí de pie, jadeando, como si hubiera
subido corriendo los tramos de escaleras. Su cabello es un desastre. Sus
mejillas están sonrojadas. Parece vivo. No recuerdo la última vez que este
hombre pareció más que un cadáver preservado perfectamente hermoso.
—Déjame aclarar una cosa. —Levanta un dedo—. No nos
volveremos a ver después de esta noche. Naciste para cosas más grandes
que ser el bomboncito del brazo de otro hombre que nunca podría amarte.
—Sí —respondo, igual de jadeante. Lo único que se interpone entre
nosotros es el espacio estrecho del umbral.
—No habrá más cenas, ni más películas, ni más abrazos después
de esto.
—Ni más planes, ni más información por compartir —agrego,
asintiendo.
—Esto. —Señala entre nosotros—. ¿Es consensuado, no?
—Sí. —Inclino mi barbilla hacia abajo, mirándolo—. Quiero tener
sexo contigo.
—También quiero tener sexo contigo —admite ahogado, llevando la
cabeza hacia atrás y cerrando los ojos—. Mierda, me cuesta pensar en
algo que haya deseado más que esto.
¿Nada? ¿Ni siquiera Grace?
Chocamos y explotamos en una unidad, sus manos en mi cabello,
mis labios fusionados con los suyos. Está entrando a tropezones en mi
apartamento, con una mano apretada alrededor de mi cintura,
besándome frenéticamente, desesperadamente, a medida que lucha por
quitarme el vestido. Mis brazos serpentean alrededor de sus hombros. Mi
espalda golpea la pared, pero su mano acuna mi cabeza, protegiéndome.
—¿Dónde está la maldita cremallera? —gime en nuestro beso, su
lengua arremolinándose alrededor de la mía, sumergiéndose en mi cuello.
—En el costado de mi vestido. Pero ten cuidado, la cremallera…
249
Antes de que pueda completar la oración, la cremallera baja,
atrapando la piel alrededor de mis costillas. Dejo escapar un siseo.
Arsène echa la cabeza hacia atrás bruscamente, sobrio.
—Lo siento. Mierda. Más lento. —Frota su pulgar sobre la carne
donde mi piel está enrojeciendo—. ¿Estás bien?
Asiento, desabrochando su camisa mientras mi vestido cae al
suelo. Lo pateo. Desabrocha mi sujetador, su lengua y boca ya están
donde quiero que estén. Su camisa cae. También sus pantalones. En
menos de un minuto, estamos completamente desnudos uno frente al
otro. Separándose de repente de mí, dando un paso atrás.
—Espera —dice agitado—. Déjame mirar. Quiero saciarme. He
estado fantaseando con este momento durante demasiado tiempo como
para devorarte rápidamente. —Sacude la cabeza, riéndose un poco de sí
mismo.
Permanezco ahí de pie con los brazos a los costados, la barbilla
levantada, como la escultura de la Venus de Milo, orgullosa, alta y
tranquila. Me examino a través de sus ojos. Mi estatura modesta, mis
pechos demasiado pequeños, mis rodillas tambaleantes. Mi falta de
gracia. Pero sin importar lo cohibida que esté, la satisfacción está escrita
claramente en su rostro. Está disfrutando cada centímetro de mí.
—Sabes. —Rodeándome perezosamente, completamente desnudo,
como un depredador al acecho—. Cuando te vi en Italia, tuve la aguda
sensación de que Paul te eligió porque te vio como una inversión. Una
obra de arte destinada a aumentar su valor a lo largo de los años. Algo
diferente, precioso, único en su clase; y él tenía razón. Winnifred, no eres
como las demás. —Se detiene detrás de mí. Enterrando su cara en mi
hombro, sus labios calientes rozando mi piel. Está sujetándome por
detrás, todo su cuerpo pegado al mío—. No eres nada como las otras
mujeres. Nada que ver con otras personas. Pero, como todas las obras de
arte, estás destinada a romperte.
Sus labios recorren mi cuello una vez más, sus manos amasan mis
pechos desde atrás. Mi cabeza cae hacia un lado, permitiéndole acceder
para hacer su magia, mientras arqueo mi espalda, hundiendo mi trasero
contra su erección.
—Entonces, rómpeme.
—No puedo. —Sus labios tocan el lóbulo de mi oreja—. Ya estás
rota.
Giro la cabeza, atrapando sus labios con los míos y nos besamos 250
otra vez. Estoy lista para él. El vacío dentro de mí se intensifica. De
alguna manera, nos encontramos en el suelo, hambrientos y medio
civilizados, besándonos, nuestros dedos hundiéndose, acariciando y
lamiendo y exigiéndonos más el uno del otro.
—Dime que tienes un condón por aquí. —Sus manos separan mis
muslos, abriéndolos bruscamente—. De lo contrario, podría morir por la
pérdida de sangre en mi viaje a la bodega más cercana.
—No, no tengo condones. Pero estoy limpia… —Dudo—. Y como ya
establecimos, en realidad no puedo quedar embarazada.
Deja de besarme. Sus ojos se encuentran con los míos. Hay una
lucha detrás de ellos.
—También estoy limpio.
El resto no se habla. Se coloca entre mis piernas y, con un empujón
rápido, está dentro de mí, llenándome por completo. Nunca me he sentido
tan deseada, tan sexy, en toda mi vida. Comienza a moverse dentro de
mí.
—Ah, esto no es bueno. —Deja caer su cabeza en mi pecho,
besando el valle entre mis pechos.
Paso mis dedos por su cabello sedoso, el miedo invadiéndome.
—¿No lo es? ¿Quieres que yo…?
—No, eres estupenda. Mierda, eres perfecta. —Aún está dentro de
mí—. Lo que quiero decir con que esto no es bueno, es que es demasiado
bueno. Increíblemente bueno. Estoy a punto de correrme, y solo llevo dos
embestidas. Nunca he… —Levanta la cabeza, y se sonroja por completo.
¡Qué maravilla!—. Nunca lo he hecho sin condón.
—Ah. —El alivio me inunda y lo abrazo con más fuerza,
moviéndome debajo de él, girando mis caderas, haciéndolo enloquecer—
. Córrete cuando quieras. También estoy cerca.
—Dios, Winnifred. Eres tan dulce, incluso cuando estás
matándome.
Encontramos nuestro ritmo. Es rápido e intenso. Urgente y
necesitado. Cuando se corre dentro de mí, ahogo un grito de lo bien que
se siente.
Se queda a dormir después. Descansa en la cama que Paul y yo
compartimos una vez. O, más bien, yace en el lugar de Paul. Más alto y
corpulento en marco. Sus ojos oscuros observándome, en lugar de esos
ojos azules claros que solía ver desde el otro lado de la almohada. 251
Dormimos muy poco en nuestra última noche juntos. Tenemos
sexo, luego nos alejamos, hablamos un poco. Su brazo está sobre mí en
un gesto posesivo que extrañaré. Y entonces está nuevamente dentro de
mí, besando, mordiendo, gimiendo. A veces nos fusionamos incluso antes
de terminar una conversación. Somos un lio revuelto y delicioso.
Estoy muerta para el mundo cuando sale el sol. La buena clase de
agotamiento se apodera de mí. Mis huesos se sienten pesados, y estoy
arrullada en un sueño profundo. Cuando despierto, el reloj marca las
11:20 a.m., y Arsène no está a la vista. Salgo de una cama que huele a
extraño y camino a la cocina. Medio emocionada después de la noche que
he tenido, medio devastada porque este es el final.
Hay una nota esperándome, pegada a la máquina de café, donde él
sabe que la veré. Es su regalo de despedida. Su bandera blanca.
Llama al doctor.
—A.

Y así lo hago.
Llamo a mi ginecoobstetra. Esta vez no cuelgo. No dejo que el
pánico se apodere de mí. La recepcionista anuncia alegremente que, de
hecho, mañana tiene un lugar alrededor del mediodía. Lo tomo con
ambas manos y le agradezco aproximadamente quinientas veces.
La recepcionista me recuerda que lleve mi tarjeta del seguro antes
de terminar la llamada, junto con una identificación con foto. Reviso mi
billetera después de colgar. No puedo encontrar la condenada tarjeta del
seguro. Ha pasado un buen tiempo desde que me cuidé, después de haber
pasado la mayor parte del año pasado en hibernación profunda.
Entonces, recuerdo que Paul puso nuestras tarjetas del seguro,
junto con nuestros pasaportes, certificados de nacimiento y tarjetas de
seguro social, en la caja fuerte de su armario.
Camino a nuestra habitación, ignorando las sábanas enredadas, y
abro el armario de Paul. La caja fuerte me devuelve la mirada. No tengo
la combinación para esto. Paul no la compartió conmigo. Nunca pensé
mucho en ello en ese momento. La confianza no había sido un problema
en nuestro matrimonio, o eso pensé.
252
Mi amplio conocimiento de las películas me recuerda que sólo tengo
tres intentos antes de que la caja fuerte se bloquee automáticamente.
Devano mi cerebro para saber cuál puede ser el código.
Intento primero su fecha de nacimiento. Error.
Intento mi cumpleaños, dejando escapar una risa irónica cuando
la luz parpadea en rojo. No me sorprende.
Mis sentidos arácnidos dicen que tiene que ser un cumpleaños.
Debe serlo. Paul carecía de la creatividad para idear cualquier otra
combinación. Siempre usaba fechas de cumpleaños. Solía burlarme de él
por eso. Sus contraseñas de Gmail, Facebook, Instagram… todas fechas
de cumpleaños. Por lo general, el suyo. Ni recordaba los cumpleaños de
sus padres. Estaba seguro de los meses, pero nunca de los días. Su
secretaria tenía que recordarle con una semana de anticipación que
comprara regalos y programara una llamada en su calendario.
Lo que me deja con otra persona.
Después de ir a la oficina de Paul, enciendo su computadora e inicio
sesión en su correo electrónico de la empresa, que sorprendentemente
aún funciona. Su nombre aparece en verde en el software interno de su
empresa. Mi corazón late fuerte en mi pecho. Oops. Está en línea.
Esperemos que nadie piense que ha vuelto de entre los muertos.
Reviso sus correos electrónicos hasta que encuentro lo que
necesito. Una hoja de cumpleaños compartida por algunos asistentes
personales que incluye a todos los empleados de Silver Arrow Capital y
sus cumpleaños.
Encuentro el de Grace. Nueve de enero. Regreso a la caja fuerte,
crujo mis nudillos y pulso los números 010991.
La luz verde parpadea, y la caja fuerte se abre sin esfuerzo. Las
náuseas recorren mi estómago, la bilis cosquillea en la parte posterior de
mi garganta. Qué maldito tramposo era aquel hombre. Agarro una pila
de tarjetas de plástico envueltas en una banda elástica del interior de la
caja fuerte. Ordenándolas. Encuentro la tarjeta del seguro. La guardo en
mis pantalones de chándal con manos temblorosas, empujando el resto
de las tarjetas de vuelta. Algo llama mi atención justo antes de girarme
para irme. Una caja, no más grande que una taza, en la esquina de la
caja fuerte. Es marrón y lisa. Meses atrás, incluso semanas atrás, lo
habría dejado en paz.
¿Ahora? Quiero saber. La agarro y abro. Hay un montón de
pañuelos negros perfumados cubriendo lo que hay debajo. Arrojo los
envoltorios a un lado, mi corazón latiendo tan fuerte que puedo sentir
sus golpes entre mis oídos. Lo primero que veo es una memoria USB. Lo 253
segundo es un trozo de papel enrollado como un mapa. No, unos cuantos
papeles. Cuadrados. Blancos. Desenrollo el grupo, y lo que veo me
aturde.
No. No. No.
Corro hacia el baño, arrodillándome frente al inodoro y vomito, con
arcadas incontrolables. Lágrimas corren por mi rostro. Todo mi cuerpo
está temblando.
Poniéndome de pie sobre mis piernas tambaleantes, regreso a
tropezones a la caja, que está tirada sobre la cama, y vuelvo a tomar las
fotos. Sí. Es exactamente lo que creo que es. Imágenes de ultrasonido,
indicando un pequeño frijolito de un bebé nadando con seguridad dentro
de su saco. Giro la imagen hacia el otro lado.
Primer escaneo. 6 semanas. ¡G + P = PJ!
Paul y Grace estaban esperando un hijo.
Iban a ser padres.
Arsène estaba equivocado. Iban a dejarnos por el otro. Paul nunca
habría dejado que otro hombre criara a su hijo. A pesar de todos sus
defectos, siempre había querido tener hijos. Una manada de pequeños
apestosos para llamarlos míos. Me acariciaba el trasero después de tener
sexo. Su forma de desear que quedara embarazada.
Lo que lleva a preguntarme: ¿qué pasó? ¿Dónde se habría torcido
su plan?
Vuelvo a examinar las fotos de la ecografía, ahora con más cuidado,
mientras la adrenalina da paso a emociones mucho más profundas.
Furia. Dolor. Shock. El nombre de la clínica y la fecha del escaneo indican
que se realizó hace algún tiempo. Pocas semanas después de Italia.
De repente, recuerdo la foto en la cuenta de Instagram de Grace.
La que estaba en el expediente del investigador privado.

Extraño a mi bebé
Pensé inocentemente que se refería a Paul. Pero no lo era.
Se refería a su aborto espontáneo.
Eso fue lo que les salió mal. Grace había tenido un aborto
espontáneo. ¿Mal presagio? Uno de ellos se había acobardado y decidió
quedarse con su pareja. Probablemente Grace, sabiendo lo que ahora sé
de Paul.
Grace triunfó donde yo había fallado. Casi le da un bebé. 254
Mi matrimonio fue una farsa.
El supuesto amor de mi vida fue una broma.
Estoy ardiendo y temblando de ira a medida que avanzo de regreso
a la oficina de Paul. Nunca he estado tan ofendida, tan herida en toda mi
vida. No puedo pensar con claridad, y me asusta, porque en este
momento no tengo el control total de mis acciones.
Meto la USB en la computadora de Paul y espero a que aparezca
una carpeta nueva en la pantalla, preparándome para lo peor. Una vez
que lo hace, presenta unas pocas docenas de videos. Sólo por las
miniaturas puedo decir que son videos antiguos. Es evidente que fueron
transferidos de una cinta de video antigua. Hago clic en uno y no
reconozco a las personas en el video. Esta no es la familia de Paul. Ni su
mamá, ni su papá, ni sus hermanos. Estos son completos extraños,
hermosos. Nunca los he visto en mi vida.
¿Quiénes son? ¿Por qué Paul tenía esto? ¿Lo estaba guardando
para un amigo? ¿Un colega?
Entonces comprendo… estas personas en los videos no son en
absoluto extraños.
Al menos, conozco a uno de ellos. Íntimamente.
Dios, Paul, ¿por qué participaste en los planes de esta mujer
horrible?
Paso aturdida la siguiente media hora. Guardo las imágenes de la
ecografía y la USB en un sobre de FedEx y llamo a un mensajero para
que lo envíe al apartamento de Arsène. No hay razón para levantar el
teléfono y llamarlo. Decidimos no volver a vernos. Es lo mejor, ya que lo
que estoy a punto de hacer lo sorprenderá a él y a quienes lo rodean hasta
la médula.
A continuación, llamo a Chrissy y le informo que voy a dejar La
gaviota. No contesta y voy directo al buzón de voz, lo cual es un gran
alivio.
Finalmente, les envió un mensaje de texto a Lucas, Rahim, Renee
y Sloan para disculparme sinceramente.
Querido elenco de La gaviota,
Sé que van a odiarme, y para ser honesta, tienen toda la razón
de hacerlo.
Lo que estoy a punto de hacer es ponerme en primer lugar e
255
ignorar sus mejores intereses.
Me voy por un tiempo. Como algunos de ustedes saben, perdí
a mi esposo hace casi un año.
Bueno, lo que no saben es que en las últimas semanas, he
perdido mucho más que eso.
He perdido la esperanza. Perdí mi fe en la humanidad. Perdí los
recuerdos preciosos que tengo de mi difunto esposo. Lo perdí todo.
Pero creo que también estoy empezando a ganar algo por primera
vez en años. Perspectiva.
Incluso si me quedara, no estoy segura de que habría hecho
una contribución valiosa en Calypso Hall. Sé que Penny hará un
trabajo increíble como Nina.
Aunque no espero que me perdonen ahora, espero que lo hagan
algún día, en un futuro lejano.
Los quiero de todo corazón,
Winnie.
Estoy siendo egoísta. Estoy poniéndome primero. Estoy usando
uno de los trucos de Arsène.
El último paso es hacer lo que debí haber hecho la semana después
de la muerte de Paul.
Hago una maleta pequeña, compro un boleto de ida a Nashville y
le doy la espalda para siempre a la ciudad de Nueva York.

256
Evito regresar a mi apartamento después de mi cita con la
campesina. Quedarme en la ciudad, cerca de la escena del crimen, sería
un error de proporciones épicas. En cambio, opto por quedarme en la
mansión Scarsdale, trabajando de forma remota, a una distancia segura
de ella.
257
Uno de nosotros necesita tomar decisiones lógicas aquí, y ese
alguien no es la encantadora mujer testaruda que dejé en un
apartamento de Hell's Kitchen. Winnifred es cautivadora, de la misma
manera que lo es una obra de arte: tentadora más allá de mi
comprensión. Mejor dejarla para que otro la aprecie. No tengo nada que
ofrecerle a una mujer en el departamento de romance. Incluso si lo
hiciera, sería una pareja inadecuada. Y después de todo, soy un hombre
que se enorgullece de seguir la razón.
No regreso a mi apartamento hasta el fin de semana, cuando
finalmente decido conducir de regreso a la ciudad. Entro a mi edificio,
agachando la cabeza en señal de reconocimiento cuando paso junto a
Alfred en la recepción.
—Señor Corbin, hay un paquete esperándolo. —Levanta un dedo
antes de que entre en el ascensor. Se agacha detrás de su escritorio y
saca una pequeña cosa de cartón. Lo tomo.
—¿Tuve visitas mientras estuve fuera?
—No, señor.
—Bien. —Incluso, fantástico. La campesina entendió el mensaje.
Sin llamadas. Sin visitas inesperadas. Buena niña.
Subo en el ascensor, entro en mi apartamento y arrojo el paquete
sobre la mesa del comedor. Probablemente mierda relacionada con el
trabajo. Puede esperar.
Me olvido de eso durante las próximas horas a medida que me
pongo al día con los correos electrónicos y recibo una llamada telefónica
de Riggs, quien está en Nápoles probando más que la comida italiana, y
de Christian, quien por alguna razón se ha autodesignado como el adulto
responsable y me pregunta cómo me va como si fuera mi madre.
Sólo un poco antes de irme a la cama recuerdo el paquete
esperando en mi comedor. Lo recojo y abro sin cuidado. Lo primero que
se desprende es una secuencia de papeles… ¿fotos de ultrasonido?
Confundido, doy la vuelta al paquete y miro por primera vez la
dirección del remitente. Winnie Ashcroft. Doy la vuelta a una de las
imágenes de ultrasonido.
Primer escaneo. 6 semanas. ¡G + P = PJ!
Está bien, de acuerdo. Resulta que, después de todo, había algo
interesante acechando en la casa Ashcroft. ¿Dónde lo encontró? ¿Y por
qué diablos soy tan indiferente a la idea de que Grace estuviera 258
embarazada del bebé de Paul?
El bebé de Paul. Ahora asimilo el significado de las palabras. Grace
siempre había insistido en que usáramos condones. Supongo que no
extendió esa regla a Paul. De lo contrario, no estaría tan segura de la
identidad del padre.
Así que Grace no estaba en contra de renunciar a la
anticoncepción. Estaba en contra de renunciar a la anticoncepción
conmigo. Quizás la idea de un esperma Corbin nadando dentro de ella le
repugnaba.
Preguntándome sobre la línea de tiempo de todo este desastre de
mierda, examino las imágenes con más cuidado. Veo la marca de tiempo
impresa en la parte inferior del ultrasonido. Tres semanas después de
Italia. Después de que Grace estuviera emocional, angustiada, no la de
siempre.
Tres semanas después de que le pidió al conductor que se detuviera
para poder vomitar en los arbustos y me hizo preguntarme si realmente
le importaba una mierda la muerte de Doug.
Las piezas caen juntas. Incluyendo el período en el que debe haber
perdido a su bebé. Primero, había desaparecido. Pensé que era por el
testamento, pero fue porque estaba pasando por una pérdida y duelo.
Luego, regresó inesperadamente la noche en que Riggs se suponía que
iría a mi casa, esperándome, ansiosa por complacerme, entretenerme,
conquistarme. Entonces había tomado una decisión. Paul ya no era una
apuesta segura. Tal vez, después de todo decidió quedarse con Winnifred.
Después de que eché a Riggs, cuando intentamos tener sexo, Grace
había estado dolorida. El sexo fue incómodo en el mejor de los casos, y
quise parar. Hubo rastros de sangre en el condón. Ella afirmó que era
estrés. No lo era. La verdad era que, su cuerpo se estaba curando del
trauma.
Estoy más perturbado por el hecho de haber tenido relaciones
sexuales con una mujer poco después de su aborto espontáneo que por
lo cerca que estuvo Grace de dejarme.
Así que. Grace quería dejarme y tener el hijo de otro hombre.
Esto me deja con el USB misterioso. La última pieza del
rompecabezas. La campesina hizo bien en enviarlos aquí. Me sorprende
que no intentara entregarlos personalmente.
Le dijiste que no lo hiciera. Dijiste específicamente que nunca más
volverán a verse.
Además, mi mentor interno está orgulloso de que ella decidiera
259
deshacerse de un fracasado como yo. Esto es exactamente lo que quería
que hiciera. Empezar a ponerse a sí misma en primer lugar.
Empujo el USB en mi computadora portátil. Aparece una serie de
videos en sucesión rápida. Hago clic en el primero. Aparece en la pantalla
el rostro de Patrice Corbin, de aspecto juvenil, cansado pero feliz.
Qué. Jodida. Mierda.
Tardo un minuto entero en superar el shock inicial y concentrarme
en lo que está pasando en el video. Para entonces, tengo que repetirlo.
Patrice balbucea y sonríe a un bebé malhumorado (supuestamente yo)
antes de ponerme en su pecho. Mi yo bebé succiona con avidez, un puño
enroscado alrededor de un mechón de su cabello negro para asegurarse
de que ella no vaya a ninguna parte. Ella me acaricia la cabeza (está llena
de cabello negro y lacio), y se ríe suavemente.
—Ah, lo sé —pronuncia en francés—. Tu comida no irá a ninguna
parte, y yo tampoco.
Algo extraño sucede dentro de mi cuerpo. Una ráfaga de nostalgia,
o tal vez de déjà vu. Un despertar. Al hacer clic para abrir otro video, veo
a mi yo bebé tambaleándose con nada más que un pañal en un
apartamento que no reconozco. Supongo que es el apartamento que
Patrice había alquilado en Nueva York. En el que supuestamente vivió
sola.
Mi madre corre detrás de mí, riéndose. Hay una conversación en
francés de fondo, posiblemente entre miembros de su familia, que deben
estar en la ciudad. Cuando finalmente me atrapa, me lanza por los aires
y sopla contra mi vientre, y yo me rio, encantado por el ruido resultante,
mis brazos regordetes extendiéndose para abrazarla.
Otro vídeo. Esta vez en la mansión Corbin. Tengo unos tres años y
ayudo a Patrice a envolver regalos de Navidad. Hablamos largo y tendido
sobre mariposas y moretones. Se detiene de vez en cuando, poniendo una
mano en mi brazo y me dice:
—¿Sabes qué? ¡Eres tan inteligente! Estoy tan contenta de tenerte.
Otro vídeo. Mamá y yo en un viaje de esquí. Intento comerme la
nieve, y ella vierte jugo concentrado sobre ella. Me animo, y la comemos
juntos.
Otro vídeo. Estamos haciendo un pastel. Me deja lamer el chocolate
del batidor.
En una lección de natación, usamos trajes de baño a juego (yo en
calzoncillos, ella en bikini) el mismo patrón de langosta.
260
Volamos una cometa. Choco con un banco, cayéndome y empiezo
a llorar. Patrice corre hacia mí, me levanta y besa mejor mi rodilla.
Elegimos juntos una tirita de superhéroe. Es la última de Spider-Man,
así que sugiere que vayamos juntos a la farmacia a comprar más.
¿Quién tomó estos videos? ¿Quién estaba detrás de la cámara?
Me siento, frotándome la sien. Aunque no recuerdo que sucediera
ninguna de esas cosas, ahora que he visto estos videos, piezas borrosas
de mi pasado encajan juntas en un rompecabezas más grande y
elaborado. Recuerdo el apartamento de Manhattan, estrecho y pasado de
moda. Recuerdo ir a Calypso Hall con mi madre cuando era muy
pequeño. Recuerdo que a menudo me llevaba en sus brazos.
Recuerdo sus peleas con mi padre, aunque a diferencia de su
relación con Miranda, no hubo muchos gritos ni se arrojaron objetos.
Patrice era tranquila y feroz, y sabía exactamente lo que quería. Y lo que
no quería: mi padre.
La recuerdo siendo buena. De buen corazón. Un espíritu libre. No
ausente, indiferente y desinteresada. Y recuerdo el día que se dio por
vencida, nos preparó una maleta y nos mudó a Manhattan. Cómo se
disculpó conmigo diez mil veces a medida que me aseguraba en el asiento
del automóvil y decía:
—Sé que mereces algo mejor. Te daré algo mejor. Lo prometo. Sólo
tengo que resolverlo.
Inclino la cabeza hacia atrás, cierro los ojos y hago una mueca, la
avalancha de recuerdos moviéndose a través de mi cuerpo como un
terremoto.
Mi madre no era un monstruo irreflexivo. Estaba llena de pasión,
diversión y compasión. Y mi padre estaba resentido con ella porque todos
esos rasgos positivos nunca estuvieron dirigidos a él. Eligió a Miranda, y
Patrice decidió seguir adelante. La sola idea de que ella siguiera adelante
sin él, que no luchara por él, lo hizo infringir el último castigo: me
envenenó contra ella. Empañó lo único que ella valoraba. Mis buenos
recuerdos de ella.
Me toma un par de horas repasar todos los videos. Los observo en
bucle, en trance, grabando cada momento en mi memoria. Cuando
termino, los guardo todos en mi Dropbox y quito el USB.
Me pregunto por qué, de todos los lugares, esta cosa llegó a casa
de Paul. Supongo que el contenido del paquete que recibí hoy era el
pequeña santuario de Grace por Paul. Grace estaba en posesión de este 261
USB y decidió guardarlo en algún lugar donde nunca lo encontrara. Eso
no podía haber sido en su apartamento. Tenía las llaves.
¿Por qué no me lo había dado?
La respuesta es clara. No quería que lo tuviera porque una parte
de ella me odiaba lo suficiente como para negarme esta tranquilidad.
Pensar que Patrice era un monstruo horrible funcionó a su favor. Cuanto
más roto estuviera, menos esperaría de ella. Mis expectativas del sexo
débil eran tan bajas que acepté fácilmente a una mujer que intentó
matarme cuando éramos adolescentes.
Grace nunca me amó. En el fondo, siempre lo supe, pero este USB
es el golpe final.
Lo sorprendente es que tampoco la amé nunca. Mientras estoy
sentado aquí, frente a una montaña de pruebas de su aventura, me
queda claro que el imbécil de Christian siempre tuvo razón.
Estaba obsesionado con ella.
Confundí fijación con afecto. Pero querer a mi hermanastra tenía
muy poco que ver con Grace como humana y mucho que ver con
demostrarme algo a mí mismo. Que, después de todo, había ganado. El
fin del juego, el juego más grande de todos, no era algo que pudiera
permitirme perder. Lo gracioso es que, de todos modos, lo perdí. Y
sobreviví para contarlo.
Lo único que siempre quise de Grace fue su total y absoluta
sumisión. No su cuerpo. Ni su amor. Ni sus bebés.
Esto explica todo. Por ejemplo, por qué me sentí engañado y robado
más que desconsolado cuando Grace falleció. Como si el universo me
hubiera jodido en un trato perfectamente bueno. Mi sensibilidad
empresarial había sido ofendida. Había invertido tiempo y recursos en
esta mujer, y me frustró cuando no vi un retorno.
La proximidad a la campesina no mejoró las cosas. Ver a la mujer
devastada mientras lloraba a su esposo sólo resaltó el hecho de que en
realidad no me importaba mucho mi prometida.
Espera. Rebobina. Mierda, mierda, mierda.
Winnifred.
Sabe que Grace estuvo embarazada. ¿Cómo debe sentirse, después
de luchar con su propia infertilidad?
Mirando mi reloj, veo que ya son más de las once. De todos modos
la llamo. Se acuesta tarde, con su cronograma de espectáculos. Aun así,
no contesta. Envío un mensaje de texto.
262
Yo: Respóndeme.
Nada.
Llamo de nuevo. Se me ocurre que algo muy malo podría haber
pasado entre la última vez que nos vimos y ahora. ¿Por qué envió el
paquete? ¿Por qué no traerlo para que ambos pudiéramos odiar a Grace
y Paul con una botella de vino, como gente civilizada, antes de follarnos
los sesos?
Claro, le dije que no, pero ¿desde cuándo esta mujer escucha nada
de lo que alguien tiene que decir? Menos a mí.
¿Y si la campesina está en problemas?
La idea me inquieta más de lo debido. Tomo mis llaves y voy al
estacionamiento, tomando las escaleras de tres en tres. El ascensor
puede tardar varios minutos, y el tiempo es esencial.
Intento llamarla mientras conduzco hacia su apartamento. La
llamada va directamente al correo de voz. Es nuevamente como la vez que
fui a identificar a Grace en la morgue, pero de alguna manera, mil veces
peor. Estoy horrorizado por mi reacción cuando Winnifred no me
responde, lo fuera de proporción que es en comparación con lo que sentí
cuando fui a ver el cadáver de mi prometida en medio de la noche, todo
tranquilo y sereno.
Estaciono frente a su edificio y subo corriendo las escaleras,
convenciéndome todo el tiempo de que mi sentido de responsabilidad
proviene de todo lo que hemos pasado juntos, y no, que la ciencia no lo
quiera, porque he desarrollado esas cosas molestas llamadas
sentimientos. Sólo quiero estar seguro. La mujer obviamente debe estar
alterada después de enterarse del hijo amado de su difunto esposo. Sólo
estoy siendo un buen samaritano.
¿Tú? ¿Un buen samaritano? La voz de Riggs se ríe en mi cabeza a
medida que me lanzo por encima de la barandilla para ahorrar tiempo. Si
el mundo dependiera de tus buenas intenciones, habría detonado mil
veces.
Cuando llego a su puerta, la golpeo con ambos puños. Histérico no
es mi apariencia más atractiva, pero no estoy aquí para dar vueltas.
—¡Campesina! —gruño—. Abre la maldita puerta antes de que la
derribe.
Esta noche puede o no terminar con mi arresto. Nunca olvidaré si
Christian me libera bajo fianza. 263
—¡Winnifred! —Vuelvo a llamar a la puerta. Puedo escuchar
movimientos provenientes de detrás de puertas cercanas. La gente
probablemente está mirando a través de sus mirillas, intentando medir
cuánto peligro represento para su amada vecina—. ¡Responde! —Golpeo
mi hombro contra su puerta con un gruñido—. ¡La maldita! —Vuelvo a
golpearla—. ¡Puerta!
Finalmente, escucho una puerta abrirse. Desafortunadamente, no
es la que estoy asaltando. Una mujer aparece al otro lado del pasillo.
Lleva una máscara facial verde y tiene rulos en el cabello.
—Por mucho que aprecie el gesto romántico, y no me
malinterpretes, lo aprecio totalmente, a menos que estés aquí para
recolectar dinero de la droga, Winnie no está aquí.
—¿Qué quieres decir con que no está aquí? —espeto, jadeando. La
gaviota debería haber terminado hace dos horas y media.
Se aprieta su bata de baño sobre la cintura.
—La vi irse tal vez hace un par de días con una maleta.
—Un par de… ¿qué? —digo resoplando—. No pudo haberlo hecho.
Está en un maldito espectáculo. Mi espectáculo. Le pago un salario.
Tenemos un contrato. No puede irse.
—Bueno, lo hizo.
—Eso es imposible —insisto—. ¿De dónde sacaste esa idea
estúpida?
—No le dispares al mensajero.
Entonces no me tientes.
—Aunque, me pregunto por qué se fue. Pareces un gran jefe.
—Esa pequeña, imprudente, egoísta, mie…
—Detente ahí mismo. —La mujer levanta una mano, sacudiendo la
cabeza—. No termines esa oración. Esa chica de la que hablas es una de
las mujeres más amables que he conocido. Sabes, el otro día la atrapé
pidiéndole a nuestra vecina una taza de azúcar. La mujer es madre
soltera y tiene dos trabajos para mantener a su hijo en este distrito
escolar.
—¿Y qué carajo importa? Le pidió a una madre soltera una taza de
azúcar, ¿quieres darle un premio Nobel por eso? —pregunto,
parpadeando lentamente.
La mujer enrojece bajo la máscara verde neón cubriéndole la cara. 264
—Entonces, le pregunté a Winnie por qué hizo eso. Winnie es una
humana responsable, y hornea. No hay forma de que necesitara azúcar.
¿Sabes lo que me dijo? —Se humedece los labios—. Me dijo que baja de
vez en cuando, y le pide a su vecina algo pequeño y barato para que la
vecina también se sienta siempre bienvenida a pedirle cosas a Winnie.
Comida, pasta de dientes, jabón. Esta era su forma de asegurarse de que
nuestra vecina supiera que están en pie de igualdad. No sé cuál es tu
historia con esta mujer, pero te puedo decir que no es egoísta. Es un
ángel en la Tierra, y si la perdiste, bueno, me inclino a creer que te lo
merecías.
Nunca la tuve en primer lugar.
Bajo las escaleras, con la cabeza palpitando y el corazón acelerado.
La mujer tuvo el descaro de empacar y marcharse de la ciudad como si
no tuviera ninguna responsabilidad alguna. ¿Cómo se atreve? Es mi
teatro. Mi espectáculo. Mi negocio.
¿Y te preocupas por este negocio desde…?, se burla Christian en mi
cabeza.
—Christian, cierra la puta boca —murmuro en voz alta, haciendo
pucheros hacia la calle como un maldito adolescente.
Recorro mis contactos hasta que encuentro el número de Lucas
Morton. Es el director. Él sabrá dónde está. Lucas responde al tercer
timbre.
—¿Sí?
—Soy Arsène.
Hay una pausa antes de que responda.
—¿Señor Corbin? ¿Está todo…?
—¿Dónde está Winnifred Ashcroft?
—Ah, Dios. —Suspira en una forma de no-me-hagas-empezar—.
¡Por fin, alguien con quien hablar! Se largó. Se fue de la ciudad. Su agente
me acabó de llamar de la nada hace dos días. Tan poco profesional. Penny
tuvo que intervenir y trabajar todas las noches. ¡Deberíamos demandarla!
—¿A dónde fue?
—¿Cómo podría saberlo? —grita—. Solo nos escribió un mensaje
diciendo que se iba por un tiempo. ¿A dónde? ¿Qué tiempo? Esto es lo
que no me gusta de trabajar con actores. Son propensos al dramatismo.
¿Qué vas a hacer al respecto? Este es un problema de verdad. ¿Sabes lo
difícil que será para mí entrenar a alguien más a estas alturas? No tengo 265
tiempo para encontrar y enseñar…
Le cuelgo el teléfono, y estoy de regreso en mi auto, ahora llamando
a Christian.
Porque Christian tiene a Arya.
Y Arya conoce a Winnifred, y a su agente.
El primer día de regreso a Mulberry Creek fue sin duda agitado.
—¡Tía Winnie! —Kenny lanza sus brazos alrededor de mi cuello,
salpicando mi cara con pegajosos besos de malvavisco—. ¡Te extrañé
tanto!
—¡Calabacita, también te extrañé! —La acurruco más cerca, mi 266
nariz dentro de su cabello rubio rizado. Me alejo, sonriendo—. ¿Cómo ha
estado mi chica favorita?
—Sin quejas. Bueno, en realidad, me duele un poco la espalda,
pero ¿qué puedes esperar cuando tienes treinta y cinco semanas de
embarazo? —responde Lizzy, mi hermana, la pregunta dirigida a Kenny.
Entra tambaleándose en la habitación, su vientre precediéndola. Me
pongo de pie y la abrazo. No soy tan pura de corazón como para no estar
celosa de ella, a pesar de que fue Lizzy, mi hermana mayor, quien me
enseñó cómo trenzar mi cabello y cortar mis jeans como los de Daisy
Duke9 con precisión quirúrgica.
Es absolutamente posible estar feliz por alguien y aun así estar
celosa de esa persona hasta el punto de las lágrimas.
—Te ves increíble —susurro a su oído.
—Te ves hambrienta —responde—. ¿Te has estado cuidando?
Esta es la parte donde digo seguro y espero que lo crean. Pero
mentir ya no parece tan llamativo. Hay algo liberador en derrumbarme
en la vieja cocina de mamá y que mis seres queridos me ayuden a recoger
los pedazos.
—No lo he hecho, pero estoy a punto de cambiar eso.

9 Daisy Duke: personaje ficticio, interpretado por Catherine Bach, de la serie de


televisión estadounidense The Dukes of Hazzard.
—¡Bueno, entonces! —Mamá aplaude en el fondo, sonando alegre—
. Hablando de comida, ¿qué tal un poco de tarta de manzana y té dulce?
Nos sentamos en nuestra mesa pequeña, comemos nuestro peso
en una tarta pegajosa con helado de vainilla, y bebemos tazas de té dulce.
Kennedy me muestra sus nuevos movimientos de ballet, y yo la aplaudo.
Papá llega a casa del trabajo, abrazándome y diciéndome que me
ama. Me disuelvo como mantequilla en sus brazos.
Después Georgie, mi hermanita, irrumpe en la cocina, de regreso
de su trabajo como instructora de Pilates. Salta sobre mí, atrapándome
en sus extremidades.
—Dios mío, Georgie. ¡Eres como un labrador!
—Maldita sea, claro que sí. ¡Siempre he sido tu perra favorita!

267

Una vez que Lizzy y Kenny se despiden, amigos de la ciudad se


detienen para abrazarme y ponerse al día. Tomo una ducha rápida y me
pongo mi pijama, luego reviso mi teléfono por primera vez hoy. Tengo
varias llamadas perdidas de Chrissy, Arya y Rahim. Ninguna de Arsène.
Supongo que, una vez que superó su ira inicial al descubrir el embarazo
de Grace y cómo ocultó los videos de su madre, siguió adelante.
Un golpe en la puerta principal me saca de mi ensimismamiento.
Mamá y papá están en la cama, y Georgie acaba de entrar en la ducha.
Camino descalza hasta la puerta y la abro.
Al otro lado de la puerta se encuentra un hombre al que no pensé
que volvería a ver.
Mi asunto pendiente. El amor que dejé atrás.
Rhys.
El hombre no ha cambiado en absoluto. Aún tiene esa misma cara
triangular de bebé. Con su sonrisa llena de dientes y sus ojos de cachorro
entrecerrados. Lleva bermudas caqui y sandalias, y un suéter Henley
burdeos. Se parece al mismo chico que dejé atrás. Sólo que no sé si soy
la misma chica que era entonces.
—Winnie. —Sus ojos se iluminan.
—¡Dios mío, Rhys Hartnett! —Lo atraigo en un abrazo. Se ríe con
buen humor, abrazándome de lado.
—Espera, un momento. Hay una tarta entre nosotros. Para ser
exactos, tarta de persimón. Tu favorito. Cuando mamá se enteró de que
estabas en la ciudad, insistió en hacerte uno.
Me alejo y tomo la tarta de sus manos.
—¿Cómo está la señora Hartnett?
—¡Fantástica! —Sonríe—. Mi hermano le dio un nuevo nieto el mes
pasado, así que obviamente la mantienen ocupada.
Aparentemente, no puedo evitar el tema de los niños y bebés.
Lo acompaño a las mecedoras en nuestro porche delantero. Coloco
la tarta sobre la mesa y tomo asiento.
—Lo siento, no te respondí después de que me llamaste. Las cosas
han estado realmente agitadas.
268
—Lo imaginé. —Rhys toma asiento a mi lado—. Ni siquiera puedo
imaginar por lo que has pasado. ¿Estás bien?
—Estoy llegando a eso. —Sonrío—. ¿Cómo has estado?
—Genial —afirma, y le creo. Los hombres como Rhys tienden a
hacer el bien, ser buenos y sentirse bien—. Aparte de ese pequeño
momento de recaída cuando comencé a salir accidentalmente con una
fugitiva hace dos años.
—¡Una fugitiva! —Me ahogo con mi saliva—. ¡Rhyssy, cuéntame!
Quiero todo el chisme.
—Está bien. —Pasa los dedos por su melena perfecta—. Pero
promete no reírte.
—Prometo reírme. Claramente esquivaste una bala. ¡Guau, una
convicta!
—¡Una fugitiva! —corrige, haciéndome reír más fuerte—. Hay una
gran diferencia. Hace unos dos años, una mujer llamada Jessica se mudó
a Mulberry Creek de la nada. Alquiló la casa en la esquina de Main y
Washington. La de los Bradley. Comenzó a asistir a todos los festivales y
reuniones de la ciudad. Envió a su hijo al primer grado de la primaria
local. Era genial. Los dos, de verdad. También el niño. La gente decía que
se divorció de un magnate del petróleo y se mudó aquí para alejarse de
la ciudad. Por eso estaba tan bien económicamente.
—Pero, ¿lo estaba? —Lo examino, sabiendo que hay un brillo
travieso en mis ojos.
Sacude la cabeza, golpeándose la frente con la mano.
—Fraude a personas mayores.
Hablamos hasta entrada la noche. De la muerte de Paul y los meses
que siguieron. Rememoramos. De sus partidos de fútbol y nuestras
sesiones de besos y esa vez que perdí una apuesta y, después de que
anotó un touchdown, lo dejé chuparme el dedo del pie en público.
Cuando el sol está a punto de esconderse, Rhys se levanta y se
quita el polvo de sus bermudas caqui.
—Bueno, parece que ya he tomado suficiente de tu tiempo. Lo
siento.
—No lo hagas. —Poniéndome también de pie, buscando un
abrazo—. Fue genial ponerse al día. Necesitaba esto. 269
Duda, lanzando una mirada insegura detrás de su hombro, a su
camioneta.
—Entonces, um, siéntete libre de decir que no. Pero, me
preguntaba, si tal vez, ya que estás de regreso, y yo estoy aquí, y esta
ciudad no tiene mucho que ofrecer en el sector del entretenimiento en
comparación con Manhattan… —Toma aire, riendo torpemente—. ¿Te
gustaría tomar una taza de café conmigo? ¿Alguna vez? ¿Tal vez?
Tomo su mano y la aprieto.
—Rhyssy, me encantaría.
Llego a Nashville, Tennessee, dispuesto a cometer un asesinato
capital. Lo único que me detiene es el hecho de que la mujer a la que me
gustaría estrangular será añorada por muchos, incluyéndome, para mi
puta vergüenza.
Nashville es bulliciosa, colorida y demasiado alegre para ser una 270
gran ciudad. El sol lo pinta todo con un filtro amarillo mantequilla.
Me meto en un taxi y le doy al conductor la dirección de Mulberry
Creek que me han dado. Arya me hizo prometer que no le daría problemas
a Winnifred, una promesa que pienso romper de todo corazón. Fue ella
quien me dio el número de Chrissy. ¿Y Chrissy? Sólo me pidió que la
mantuviera informada.
No he visto ni sabido nada de Winnie desde que tomó un vuelo de
vuelta a casa. Por favor, si vas allí, dime cómo está.
Fue su única petición a cambio de la dirección de su cliente. Pero
ahora, mientras mi teléfono parpadea con su nombre, no puedo evitar
mandarla directamente al buzón de voz. En cierto modo, la culpo en parte
de este error. Debería haber tenido más controlada a su clienta. Debería
haberle impedido, por chantaje o por alguna razón, que se fuera de Nueva
York.
¿Qué clase de mujer abandona un papel protagonista en un teatro
de Manhattan sin siquiera avisar con dos semanas de antelación? ¿Y qué
clase de persona se lo permite?
De Nashville a Mulberry Creek hay una hora en auto, y un montón
de campos abiertos sin nada entre ellos. Los espacios abiertos me
producen inquietud. Aunque pasé gran parte de mi juventud en un
internado en una mansión a las afueras de Nueva York, hay un cierto
estado de ánimo, una tranquilidad en los campos infinitamente extensos,
que me resulta desconcertante.
Llego a la casa de la infancia de Winnifred cuando el sol se oculta
tras antiguos robles rojos. Es una casita blanca con un porche caído,
mecedoras, un columpio y plantas en macetas. Hay una bicicleta rosa de
niño volcada en el césped delantero.
—Espere aquí —instruyo al conductor antes de bajar del auto.
Tengo muy poca fe en hacer cambiar de opinión a esta mujer testaruda.
Mucho menos que pueda apelar a su sentido común. Primero, porque he
venido sin un plan. Segundo, porque Winnifred (¿desde cuándo la llamo
Winnifred y no campesina?) nunca ha valorado mucho el sentido común.
Esto es lo que la hace impredecible, diferente y fresca. Su capacidad para
elegir fácil y alegremente el camino menos transitado.
Subo las escaleras de su casa y llamo a la puerta. Los ruidos de
una cena familiar asaltan mis oídos.
—Georgie, ¿no vas a comer nada de la langosta? Por el amor de
Dios, no estás en una de tus dietas vegetarianas, ¿verdad? —escucho
decir a la madre de Winnifred. 271
—¡No es una dieta, estoy en cuaresma!
—Ni siquiera estamos en febrero.
—Winnie no ha comido nada, y no veo que te quejes de ella. Y al
menos estoy siendo una buena cristiana.
—Las gradas de nuestro instituto no estarían de acuerdo —le dice
Winnifred a su hermana. Sonrío a pesar de mis mejores intenciones.
Maldición, solo admítelo, idiota. No odias a esta mujer tanto como
quieres. Ni siquiera cerca. Ni siquiera cerca de cerca.
—¿Me estás delatando? —jadea Georgie—. Porque ya que estamos
en el tema, mamá y papá pueden querer saber de tu pequeño encuentro
en la noche con…
—¿Me estás delatando? —escucho replicar a mi empleada—.
¡Georgie, no has cambiado nada!
—Por supuesto que sí. Ahora estoy más flaca que tú.
Vuelvo a golpear la puerta tres veces seguidas y me alejo. No parece
que Winnifred lo esté pasando mal. Su familia parece agradable. Pero aún
me debe un espectáculo, y no me gusta que me roben cosas.
La puerta se abre de golpe y delante de mí se para una mujer que
debe ser Georgie. Parece tener exactamente la edad de Winnifred, solo
que más alta. Su cabello es de un rojo más oxidado que el rubio
anaranjado de Winnifred, su estructura ósea es menos refinada y
agradable.
—Hola. —Tiene un trozo de alubia metido en la comisura de los
labios, como un cigarrillo—. ¿En qué puedo ayudarte, extraño citadino
apuesto?
Así que, Winnifred se quedó con la personalidad y la belleza. Pobre
Georgie.
—Estoy aquí por Winnifred. —Las palabras, aunque ciertas, me
sorprenden. Se me ocurre que nunca me había parado frente a la puerta
de una chica, pidiéndole que saliera. Rara vez había salido con alguien
antes de Grace, y cuando lo hice, limité mi comunicación con dichas citas
a sórdidos escarceos. Entonces ocurrió lo de Grace, y vivíamos juntos o
teníamos nuestros propios apartamentos. No había ningún misterio,
ningún estrés o valor añadido en perseguirla. A lo largo de mi vida, me
había ahorrado la vergüenza básica de pararme delante de un completo
desconocido, pidiendo ver a su querido pariente. 272
—¿Quién pregunta? —Georgie arquea una ceja y sonríe.
—Un extraño citadino apuesto —digo rotundamente.
Se ríe.
—Sé específico.
—Su jefe.
—¿Jefe? —La sonrisa de Georgie se transforma en un ceño
fruncido—. Pareces un empresario importante, y ella trabaja en el teatro.
—No por mucho tiempo, si no viene aquí rápidamente y se explica.
—Espera aquí. —Georgie desaparece dentro de la casa, medio
cerrando la puerta tras de sí. Un minuto después, Winnifred está afuera,
abrigándose los hombros con una chaqueta. Levanta la barbilla para
mirarme, y lo único que veo en sus azules nórdicos es temor y una leve
acusación. No esperaba que nadie viajara hasta aquí para confrontarla.
Sus mundos de Nueva York y Mulberry Creek han estado separados
hasta ahora, y pensó que podría mantenerlo así.
—Hola, Winnifred.
—Hola. —Se pone roja en cuanto nuestros ojos se cruzan—. ¿Qué
estás… haciendo aquí?
Vaya pregunta, campesina. Ojalá lo supiera. Claro, jodiste al
Calypso Hall, y no aprecio a los empleados perezosos, pero tengo gente
en nómina con la capacidad para hacer mi trabajo sucio y buscarte por
sí mismos.
La verdad es que, no tengo ni la más remota idea de por qué estoy
aquí.
—Tenemos que hablar en privado —le digo.
—¿Vas a gritarme? —Entrecierra los ojos, su desafío volviendo con
toda su fuerza.
Lo considero un momento.
—No. Si lo hago sólo gritarías más fuerte.
Asiente.
—Hay un río a kilómetro y medio de aquí. Caminemos.
—¿No deberías decirle a tu familia dónde estarás? —pregunto.
Me echa un vistazo y sonríe.
273
—No. Si alguien va a ahogar a alguien, seré yo.
Ambos salimos del porche y bajamos por la calle poco pavimentada
de su barrio. Cada casa está a varios acres de distancia.
—¿Cómo has estado? —pregunta a medida que nos abrimos paso
por el arcén.
—Bien. Excelente. ¿Por qué no iba a estarlo? —gruño.
Se vuelve hacia mí lentamente, con una mirada divertida.
—Por nada, sólo estaba entablando una conversación cortés.
—Nunca fuimos cortés con el otro, ¿por qué romper una racha
perfecta?
Me echa otra mirada. ¿Por qué estoy nervioso? Soy un hombre
hecho y derecho.
—¿Qué tal si vamos directamente a lo importante? —Cierro las
manos detrás de la espalda—. Me debes un interés amoroso.
—¿Disculpa?
—A Nina —especifico—. Abandonaste La gaviota. Tú reemplazo no
es bien recibido.
Lucas me ha estado llamando sin parar, rogándome que intente
encontrar a la estrella de su espectáculo. Penny no lo está llevando muy
bien. Tal vez rogar no sea la palabra correcta. Pero llamó una vez. Fue
por accidente, pero lo hizo. Y cuando le pregunté cómo le iba a Penny,
me contestó:
—Ah, bueno, un crítico teatral de Vulture la describió el otro día
como «poseedora del carisma de una uña encarnada». Así que, en general,
diría que las cosas podrían ir mejor.
—¿Desde cuándo te importa el Calypso Hall? —Winnifred
entrecierra los ojos.
—Claro que me importa. Es el negocio familiar.
—Quieres venderlo.
—Una razón más para querer que funcione bien y obtener
ganancias.
—Y aun así, no invertirías ni un céntimo en él, aunque se esté
cayendo a pedazos.
—Los próximos propietarios lo renovarán. —Qué mujer tan
274
enloquecedora. ¿A dónde quiere llegar?
—Lo siento —dice, cruzando los brazos sobre el pecho mientras
acelera—. Comprendo que mis acciones tienen consecuencias, graves,
pero no tenía elección. Estaba en un lugar muy oscuro. No podía
quedarme en Nueva York después de lo que descubrimos.
—Has madurado mucho en los últimos meses —señalo.
—De hecho, lo hice —dice—. Pero tú también.
Los elefantes (Paul y Grace) en la habitación han sido reconocidos,
y ahora sería una buena oportunidad para abordar el tema del embarazo,
los vídeos de mi madre, la traición. Pero no lo hago. Esto no servirá a mi
propósito. Estoy aquí para llevarla de vuelta a Nueva York, no para
recordarle por qué huyó.
—La oscuridad es todo lo que conozco —respondo secamente—. Sin
embargo, no me ves esquivando compromisos a diestra y siniestra sólo
porque esté de mal humor.
—No es mal humor. —Su tono cambia, el borde de su voz más
prominente—. No podía soportar la idea de quedarme en ese
apartamento.
—¿Por qué no dijiste nada? Te habríamos encontrado un
alojamiento apropiado en Manhattan. —Pateo una piedra pequeña en el
camino.
—No se trata sólo del apartamento. —Niega con la cabeza—. Se
trata de mi futuro.
—¡No tendrás futuro si no vuelves a Nueva York inmediatamente!
—Me detengo en seco, a unos cientos de metros del río del que me habló.
Estoy gritando. ¿Por qué carajo estoy gritando? Creo que no he gritado
en toda mi vida adulta. No. Tacha eso. Tampoco levanté la voz cuando
era niño. Es algo tan común.
Me vuelvo hacia ella y, por primera vez en meses, no, años, estoy
verdadera y soberanamente molesto.
—Voy a tomar un vuelo de vuelta a casa dentro de cinco horas, y
espero que me acompañes. Tienes un contrato anual con Calypso Hall.
Me importa un carajo tu estado mental, como a nadie le importa una
mierda el mío. Los contratos están para ser cumplidos.
—¿O qué? —Su expresión endurece. La dulce Winnie Ashcroft ya
no parece tan dulce. Quizás nunca fue ese manojo de inocencia y galletas 275
de avena que la gente creía que era. O tal vez simplemente está creciendo
delante de mí, y ya no se dejará mandonear por nadie. Paul. El mundo.
Por mí.
—O… —Me inclino hacia delante, con una leve sonrisita en los
labios—. Te demandaré, y de todos modos, tendrás que volver.
Hace un segundo, no creí que fuera posible odiarme más de lo que
ya me odio. Pero estaba muy equivocado. Porque la mirada de Winnifred
me da ganas de vomitar mis órganos internos y luego darme un festín
con ellos. Por primera vez, decepcionar a alguien significa algo para mí.
Abre la boca. La cierra. Luego la vuelve a abrir.
—¿Quieres decirme que, después de todo lo que hemos pasado
juntos, vas a demandarme porque me fui de la ciudad y tu teatro tiene
que conformarse con una actriz temporal, para un papel al que se
presentaron más de dos mil mujeres?
—Sí.
—¿Esto es lo poco que significa para ti todo lo que me ha pasado a
mí, a ti? —Busca en mis ojos. No va a encontrar nada allí. Hace décadas
que perfeccioné el arte de no mostrar emociones—. Ah, Dios. —Da un
paso atrás, sacudiendo la cabeza con una risita oscura—. En serio no te
importa, ¿verdad?
No digo nada. ¿Cómo es que yo soy el malo aquí?
Es la que se fue sin siquiera despedirse.
Es la que renunció a su papel.
—Te has rendido —respondo suavemente—. ¿Qué sentido tenía
todo este viaje? ¿De encontrarnos? ¿De descubrir la verdad? ¿Si te niegas
a quedarte y luchar por lo que fuiste a Nueva York? Solo volviste
corriendo con tu mami y tu papi. A los arcoíris y las tartas. Al lugar que
sabes muy bien que es demasiado pequeño para ti, demasiado poco
inspirador para ti, demasiado equivocado para ti.
—Nuestras necesidades cambian a medida que envejecemos. —
Levanta los brazos al aire—. ¡Está bien conformarse con la comodidad!
—Es terrible conformarse con cualquier cosa —gruño—. La
comodidad es lo último que debería sentir una veinteañera ambiciosa y
talentosa. Ni siquiera deberías estar a cien metros de la comodidad.
Me mira con una frustración que cala hasta los huesos.
—No voy a volver —dice finalmente.
276
—Por supuesto que sí. Terminarás tu contrato; y luego te irás. No
te preocupes, estaré encantado de pagarte el boleto de vuelta a
Villamierda. —Miro a mi alrededor, frunciendo el ceño.
Aprieta los labios, cerrando los ojos.
—Quizás nunca lo entenderás, y está bien. El viaje de cada persona
es diferente. Pero debí haber hecho esto hace meses. Venir aquí, ordenar
mis pensamientos, dar sentido a todo lo que me ha pasado. Siento haber
ignorado mi responsabilidad. Sé que no es justo para Lucas, el elenco y
para ti. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás y no aceptar el papel.
No puedo creer que me sienta decepcionado. Nunca siento nada
por las acciones de otras personas. Poner tu fe en otra persona va en
contra de todo lo que me han enseñado a lo largo de los años. Quiero
gritarle en la cara. Decirle que no es justo.
Suspira y se mira las zapatillas, que ahora están cubiertas de polvo.
—De todos modos, gran parte de por qué lo acepté fue para
acercarme a ti. Pero no puedo volver. Ahora no. Tal vez nunca. Este es mi
momento de anteponerme. Sin importar el precio.
Y solo así, a un lado de una carretera rural, y por primera vez en
toda mi vida, una chica me abandona.
Se da la vuelta y se aleja, dejándome en una nube de polvo amarillo.
Al día siguiente voy al ginecoobstetra y me hacen muchas pruebas.
Mamá y Georgie me toman de la mano. También están allí después para
llevarme a Cottontown a almorzar y a una terapia de compras para que
no piense en los resultados, que llegarán en las próximas cuatro
semanas.
277
Es cuando echamos un vistazo a los vestidos que Georgie posiciona
un perchero lleno de prendas entre nosotras como si fuera un
confesionario, mirándome con los ojos muy abiertos.
—Necesito decirte algo.
—Sé que fuiste tú quien robó y destrozó mi vestido favorito que me
hizo la abue el último año —digo secamente, tirando de la etiqueta de un
bonito vestido amarillo.
Georgie sacude la cabeza.
—Ah, Winnie, negaré haber destruido ese vestido hasta mi último
aliento. No se trata de eso. Necesito decirte algo para lo que nunca he
tenido valor. Mamá lo sabe. También Lizzy.
—Está bien… —Levanto la mirada para observarla—. Continúa.
La garganta de Georgie se bambolea cuando traga nerviosa.
—Paul. —Se humedece los labios—. La noche que te casaste…
estaba muy borracho… e intentó besarme. Justo antes de la ceremonia.
No me forzó ni nada parecido, pero lo intentó. Lo aparté de un empujón
y lo regañé; luego corrí a ver a mamá y se lo conté todo.
Sigo mirándola fijamente, pero no digo nada. ¿Qué puedo decir? Le
creo a Georgie. También le habría creído si me lo hubiera dicho en esa
ocasión. Por eso, supongo, mamá le dijo que no lo hiciera.
—¿Qué te dijo? —pregunto. Me preocupa más cómo reaccionó mi
familia que Paul. Ya sé que es una basura.
Mamá está fuera de la tienda, trayéndonos café helado con nata
montada extra.
—Dijo que lo dejara pasar. Que podrían ser los nervios de su parte.
Pero que, si volvía a suceder, definitivamente debíamos decírtelo.
Por eso mi familia no ha hablado de Paul desde el funeral. Vieron
a través de la farsa del chico bueno. No les gustaba. O al menos, tenían
serias reservas.
—No estás enfadada, ¿verdad? —pregunta Georgie, poniéndome su
cara de cachorrito.
Sonrío.
—No. Pero la próxima vez, dímelo, siempre. Me gustaría saberlo.

278
Al día siguiente, Georgie me arrastra a dos clases de Pilates y, al
día siguiente, Lizzy insiste en que le ayude a montar su nueva habitación
infantil.
Me deslizo en mi existencia pre-Paul como si fuera un viejo vestido
de graduación. Sin esfuerzo, pero me siento rara llevando mi antigua
vida. Mis días son un torbellino de llamadas sociales, cenas acogedoras,
fiestas en el jardín y paseos tranquilos junto al río.
Tres semanas después de llegar a Mulberry Creek, decido que tengo
demasiado tiempo libre. Acepto un puesto de voluntaria tres pueblos más
al norte, en Red Springs, en la frontera con Kentucky, como directora
teatral de una producción de Romeo y Julieta, montada por un grupo de
jóvenes desfavorecidos.
Me paso los viajes en auto bajando las ventanillas y poniendo
música country a todo volumen. Hago galletas sin sentirme como una
tonta por eso, y se las regalo a completos desconocidos. Le escribo a Arya
y Chrissy, y asisto a baby showers. Como comidas caseras y abrazo a la
gente que quiero, y cada vez que Paul se me pasa por la cabeza, no alejo
el pensamiento como si fuera una papa caliente en mi mano. Me permito
sentir el dolor. Y sigo adelante.
Sólo cuando Arsène se desliza en mi mente dudo por qué estoy
aquí. Lo cual es una tontería. Me dijo una y otra vez que no somos nada
para el otro. También lo demostró con su visita sorpresa en la que me
reprendió como si fuera un profesor. Y aun así, si está planeando
demandarme, no se está apresurando. Reviso mi buzón todos los días.
Sólo hay facturas y anuncios gastando papel.
Sigo sin llorar, incapaz de producir lágrimas, pero ya no me
angustia.
Mis amigos y mi familia me apoyan muchísimo. Especialmente
Rhys, es una estrella absoluta. Quedamos para jugar al billar una vez a
la semana y hablamos de nuestros años de instituto, de todas las cosas
de las que solíamos hablar. No hay nada en nuestros encuentros que
parezca una cita. La primera vez que quedamos para tomar una cerveza
y echar una partida rápida, le dije sin rodeos que no estoy preparada para
tener citas.
—Sinceramente, me lo imaginaba. —Sonríe y tira el taco por
encima de la mesa—. No puedo culparte, después de lo que has pasado.
Pero estoy dispuesto a esperar.
Esas palabras me atormentan por dos razones. La primera, porque 279
contienen una declaración de intenciones. Está dispuesto a esperarme,
lo que significa que está esperando algo. Quiere continuar donde lo
dejamos. Ahora comprendo que, a pesar del último año, a pesar de mi
idolatría por lo que Rhys y yo tuvimos después de lo que descubrí de Paul,
no creo necesariamente que sea una buena idea encender esta vieja
llama. Un fósforo mojado nunca se vuelve a encender, solía decir mi abue
cuando estaba viva.
La segunda cuestión, más apremiante, de lo que ha dicho Rhys es
que mi razón para no seguir adelante no tiene nada que ver con Paul.
Ha pasado casi un año. Un año para digerir lo que pasó, lo que
hizo, las cosas que nunca se pueden deshacer. Pagué mis cuotas de
viuda. Me afligí. Lloré. Me rompí. Me arreglé y volví a romperme. Paul no
me merecía: esto lo puedo decir ahora. Me veía bajo la misma luz que
todos sus amigos. Esos profesionales bien educados en colegios privados
con los que se codeaba. Era un trofeo. Un símbolo de estatus. Nada más.
No. La razón por la que no puedo pasar de Paul no es Paul. Es otra
persona.
Rhys me dice que hay un trabajo esperándome en el instituto local,
y ahora que trabajo con jóvenes, empiezo a considerarlo seriamente.
¿Eso es lo que quería hacer con mi vida cuando era adolescente?
No. Quería actuar. Estar en el escenario. Pero los sueños cambian. La
gente se transforma en diferentes versiones de sí mismos. Y la comodidad
es…
Terrible, completa la voz de Arsène en mi cabeza.
Cuando llega la llamada del ginecoobstetra, y me piden que vuelva
a la clínica, no me derrumbo como imaginaba. Reservo una hora, informo
a mi madre y a mis hermanas, me pongo un vestido soleado y tomo mis
llaves.
Tengo que dirigir una historia de amor.
La gente me necesita.
Arsène tenía razón. El compromiso es la felicidad.

Un mes se convierte en tres. Arya me llama todas las semanas para


asegurarse de que estoy bien y aseverar que no está enfadada por haber
abandonado su obra benéfica. Chrissy va un paso más allá y me hace
una visita. Es una visita cargada, aunque agradable. Sigue triste con mi
280
decisión de irme. Ya que ella se quedó para limpiar mi desastre. Pero
también estoy animada por el hecho de que en realidad es más que una
simple agente. Que haya hecho el viaje a Mulberry Creek para verme a
pesar de que mi futuro en su agencia pende de un hilo.
Salimos para una noche de chicas en Nashville.
—Bienvenida a nuestro Broadway. —Estiro los brazos mientras la
llevo por las calles empapadas de neón de Nashville. Los edificios bajos
de ladrillo rojo están cargados de carteles de guitarras y cerveza. Puede
que no sea tan lujoso como Nueva York, pero es entretenido. Entramos
en un bar de mala muerte donde el suelo está pegajoso y la lista de
canciones sólo incluye a Blake Shelton y Luke Bryan.
Nos tomamos unos tragos, pedimos una cesta de champiñones
rebozados en cerveza y los bajamos con una cerveza local. Mientras
chupa su cigarrillo eléctrico, Chrissy me cuenta que está saliendo con
alguien. Que él vive en Los Ángeles y que está pensando en mudarse allí.
—Hace tiempo que está en tu agenda. —Doy un sorbo a mi cerveza
helada—. Mudarse al oeste. Quizás sea la señal definitiva de que deberías
dar el salto.
—Tal vez. Ya veremos. —Chrissy frunce el ceño—. ¿Y qué hay de
ti? Por favor, dime que has estado viendo a alguien y que ya no estás
obsesionada con él.
Cuando dice él, pienso inmediatamente en Arsène, aunque sé que
se refiere a Paul.
—No estoy obsesionada con él —confirmo, lo cual es cierto. Al
menos, sobre Paul—. Pero tampoco estoy saliendo con nadie. Sólo
averiguando cosas de fertilidad. Cosas del plan de vida.
Hablamos un poco más. No me pregunta por las pruebas, y no le
doy ninguna información voluntaria. No estoy avergonzada en sí. Solo soy
un poco más precavida que en Nueva York, cuando veía todo a través de
la bruma al rojo vivo y frenética de la posibilidad de que nunca fuera
madre biológica.
Quiero mencionar a Arsène en la conversación. Preguntarle si ha
hablado con él. Sé que se enteró de mi dirección a través de ella. Me
encantaría tener una migaja de información de él. Cualquier cosa
serviría. Ahora que no sé nada de él desde hace meses, me odio por cada
segundo que no aprecié cuando estuvo aquí en Tennessee. Debí haberlo
prolongado de alguna manera. Invitarlo a cenar. Preguntarle por los
videos. Qué pensó de ellos.
Estaba tan ocupada defendiéndome que no tuve tiempo de 281
disfrutar su proximidad.
Vino a arrastrarte de vuelta a Nueva York de la oreja, me recuerdo.
Difícilmente un gran gesto romántico.
—¿Hola? ¿Win? ¿Estás ahí? —Chrissy chasquea los dedos delante
de mi cara.
Me siento más erguida.
—Sí. Creo que, los tragos me afectaron.
—¿Oíste algo de lo que dije? —Envuelve sus brazos sobre el pecho.
—Algo sobre Jayden, ¿verdad? —Jayden es su novio nuevo.
Pone los ojos en blanco, y suspira.
—Muy bien, escúpelo. ¿Qué pasa?
—¿Qué pasa con qué? —Parpadeo, confundida.
—¿Qué es lo que has estado queriendo decir y/o preguntar desde
que llegué? Sé que me estás ocultando algo.
Me muerdo los labios. Una señal de que estoy muy nerviosa. Pero
al final, no puedo contenerme.
—¿Has hablado con Arsène? —suelto de golpe.
Se sienta derecha, sonriendo como el gato que consiguió la crema.
—Ah, Arya me debe cincuenta pavos. Mis sentidos nunca me fallan.
—¿Arya? —Parpadeo, confundida—. ¿Por qué hablaste con Arya de
esto?
—Bueno, al principio, no le pareció buena idea darle a Arsène tu
dirección. Dijo que era un matón de primera categoría. Pero pensé que
había algo más. Un hombre no se levanta y persigue a una empleada. Se
necesita pasión para llegar a un lugar sin ser invitado.
—¿Y qué le dijiste? —exijo.
—Que hasta donde sé, Arsène y tú tenían una relación cordial y
profesional, y compartieron algunas notas de sus difuntos seres
queridos, pero hasta ahí. Estuvo de acuerdo conmigo.
Asiento, aliviada.
—Pero. —Chrissy engulle el resto de su cerveza y golpea la jarra
contra la barra pegajosa—. También pensé que le gustabas como algo
más que una amiga, lo cual, según Arya, era imposible, porque
aparentemente no le van los sentimientos. Bueno, no me importa lo que
282
quiera hacer, en la práctica, captó muchos sentimientos hacia ti, y eso
no tiene cura.
Hace una pausa, ladeando la cabeza para examinar la cuestión con
más detenimiento.
—Y también me pareció extraño que decidieras hu… mudarte
después de que te las arreglaras para salir adelante sin Paul en Nueva
York. El momento fue sospechoso.
—No hui —exclamo, recordando las palabras de Arsène.
—Claro, cariño. Claro.
—No has respondido a mi pregunta. —Me meto los últimos
champiñones en la boca y mastico—. ¿Has hablado con él recientemente?
Sacude la cabeza.
—No recientemente, y en realidad, en absoluto. No ha contestado
a mis llamadas. Por lo que sé, rompió tu contrato a la vista de todos el
día que volvió de Tennessee, y montó un gran escándalo, según Lucas.
Eso fue lo último que se supo de él en Calypso Hall. Es un hombre difícil
de localizar. Obviamente, podría probar con Arya, pero ¿cuál es el punto?
Quería hablar con él de algunas de mis actrices prometedoras, pero estoy
bastante segura de que ese puente ya se quemó.
No me siento ni la mitad de culpable de lo que debería por esta
información. De hecho, me preocupa más su muestra pública de
desprecio hacia mí. ¿Romper mi contrato delante de un público? Es tan
impropio del hombre que conocí en Nueva York. La criatura indiferente y
distante. Parecía el tipo de hombre que no se tomaba nada en serio. Debe
odiarme de verdad.
—Por favor, no pongas esa cara —suspira Chrissy—. Ojalá no te lo
hubiera dicho. ¿A quién le importa lo que piense? No es como si fuera el
dueño de Broadway. Además, es un imbécil muy conocido en la ciudad.
Nadie va a juzgarte por dejarlo.
Suelto una carcajada medio estrangulada, sólo porque sé que ella
espera algún tipo de reacción. Pero en el fondo, quiero llorar.

283
—Tal vez está muerto.
Oigo la voz de Riggs antes de sentir algo, ¿un palo?, clavándose en
mi cuello. Siento la tentación de agarrarlo y partirlo, pero luego pienso
mejor. Si los ignoro lo suficiente, puede que me dejen en paz.
—No está muerto —dice Christian con convicción—. Eso sería 284
demasiado conveniente para nosotros. No. Va a alargar esta crisis
existencial hasta que mi hijo vaya a la universidad y tú te quedes sin
lugares en el mundo que visitar.
El libro de astronomía que he estado leyendo resbala de mi pecho
al suelo. Mantengo los ojos cerrados. Fue idea de Riggs y Christian
traerme a un complejo exclusivo en Cabo como si fuera una maldita dama
de la alta sociedad a la que quieren cortejar. Ninguna parte de mí
entiende el plan. En primer lugar, estoy perfectamente bien. Segundo,
aunque no lo estuviera, una villa soleada es el último lugar en el que me
pillarían voluntariamente. Tercero, y para colmo, tengo trabajo que
atender en casa. Esto es una estupidez. No unas vacaciones de lujo.
—¿Cuánto tiempo ha estado acostado así? —pregunta Riggs.
—¿Dos horas, quizás más? —responde Christian—. Ah, mierda, tal
vez está muerto. Dejémoslo aquí y volvamos al complejo. Si está muerto,
volveremos para encontrar su cuerpo medianamente bien.
Los oigo recoger sus pertenencias y, tras unos minutos de silencio,
abro los ojos cuando llego a la conclusión de que no hay moros en la
costa.
Me encuentro inmediatamente con dos pares de ojos observándome
fijamente. Me incorporo, y suelto un rugido.
—Idiotas, ¿qué les pasa?
—¡Está vivo! ¡Vivo! —Riggs gira sus palmas hacia el cielo, a lo
Frankenstein—. Y puedo decir que, es un poco más apuesto que un
cadáver reanimado.
Recojo el libro que se me ha caído y lo meto en la mochila. Estamos
sentados junto a una piscina sin bordes construida sobre un acantilado,
justo encima del océano Pacífico. Las formaciones rocosas, incluido el
famoso arco de Los Cabos, se extienden frente a nosotros, reflejado en
magníficos tonos rosas y amarillos a medida que el sol se pone. Este lugar
está al borde de la perfección, y sin embargo, el mundo nunca ha sido
tan imperfecto como estos días.
—Nos vamos mañana por la noche. —Riggs se deja caer en el borde
del sillón que estoy ocupando—. Y aún no nos has dicho qué te hace
poner mala cara como una cumpleañera sin pastel.
—En realidad, sabemos exactamente por qué está comportándose
como una cumpleañera sin pastel. —Christian toma asiento frente a
nosotros, y esto se parece mucho a una intervención. 285
Desplazo la mirada entre ellos y me encojo de hombros, negándome
a ceder.
—Estás enamorado —anuncia Christian, sin más—. No has sido
capaz de pensar en otra cosa, de salir con nadie más, de hacer cosas que
merezcan la pena. Tienes que decirle lo que sientes.
—¿Tengo que esperar a que conteste? Porque los muertos no son
conocidos por su correspondencia puntual —respondo con total
indiferencia.
—No estoy hablando de Grace —dice Christian casi en voz baja.
—Yo tampoco —digo con facilidad, poniéndome en pie y alzando mi
bolso al hombro—. Hablo de Winnifred Ashcroft, que está muy muerta
para mí después de lo que le hizo a Calypso Hall.
—El Calypso Hall te importa una puta mierda —dice Christian
pisándome los talones, negándose a dejar pasar la oportunidad del
enfrentamiento. Riggs es otra historia. Se queda atrás, después de que
su mirada se posara en una bonita mujer con un bikini rosa picante al
otro lado de la piscina—. Eliges estar enfadado con ella porque la ira es
un gran distractor. Muy útil para enmascarar el amor. Es el truco más
viejo del libro.
—No puedo enamorarme. —Mis zapatillas golpean ruidosamente
contra el suelo caliente mientras subo las escaleras de nuestro
complejo—. Siempre he sido incapaz de ello. El sentimiento que más se
le parece es la obsesión, y la última vez que me obsesioné con una mujer,
acabó muy mal.
El eufemismo del maldito siglo.
Me detengo ante nuestra puerta metálica, tecleo el código para
abrirla, y entro en el fresco complejo monstruoso.
Christian me agarra del hombro y me hace girar violentamente. Se
me cae el bolso. Lo miró fijamente, sin saber si debería darle un puñetazo
en la cara o alegrarme de que en realidad a alguien le importe una mierda.
—Mira, te he visto estos últimos meses. No eres tú. Mierda por
Dios, fuiste más tú cuando Grace murió. Al menos entonces, hiciste un
esfuerzo consciente para ser parte del mundo. O al menos fingir que lo
eras. Winnie se llevó con ella toda tu lujuria por la vida. Y para empezar,
no había mucho de eso. Venir al Cabo no era mi idea para una despedida
de soltero elaborada. Fue un último esfuerzo para que despejaras tu
mente y con suerte vieras que podrías estar perdiéndote algo aquí… 286
—Como, ¿qué? —grito, cansado de esta tontería—. ¿Qué me estoy
perdiendo exactamente, oh gran sabio? —Me rio en su cara,
apartándolo—. Noticia de última hora: Grace me engañó con Paul, el
esposo de Winnifred. Tuvieron una aventura. Eso fue lo que nos unió.
Nuestro desamor y decepción mutuos. No soy de los que chusmean, pero
lo haré en este caso, sólo porque sé que esto nunca saldrá de esta
habitación: Winnifred y yo nos acostamos. Conectamos. Se sintió bien.
También se sintió como una venganza. Ninguna parte de ella quiere tener
nada que ver conmigo. Y aunque me quisiera, como dije, no me va el
amor. Sólo es obsesión, y ella, desafortunadamente, merece más.
Me doy la vuelta y subo furioso por la escalera.
—¡Idiota! —Christian corre al pie de la escalera y se agarra con
fuerza a las barandillas—. ¡Maldito idiota! ¿Sabes cómo diferenciar entre
amor y obsesión?
Me detengo a medio paso, ligeramente curioso. Nunca he prestado
atención a esas cosas molestas. Sentimientos.
—Cuando amas a alguien, por lo general haces lo correcto por esa
persona. —Oigo la voz de Christian al pie de la escalera—. Incluso si no
es lo correcto para ti. Nunca dejaste en paz a Grace, ¿verdad? Aunque
sabías que eran tóxicos el uno para el otro. Jugaste con ella como un
gusano en un anzuelo. Pero ahora mírate. Eres un cobarde. Tienes tanto
miedo de joder esto con Winnie que ni siquiera lo empiezas. En vez de
eso, te sentarás, te lamentarás y fingirás que todo está bien. Te ahogarás
en más trabajo. Más alcohol. Más eventos sin sentido. Comprarás más
bienes que no necesitas. Más acciones que nunca venderás. Asumirás
más riesgos. ¿No lo entiendes? Nunca obtendrás el mismo subidón que
se produce al besar a la persona que amas. Sólo una cosa te dará ese
subidón: dejar de ser cobarde.

Cuando llego a casa, lo primero que hago es mirar el correo. Es


inútil. Winnifred lleva meses sin ponerse en contacto conmigo, desde que
dejamos las cosas agriamente en Mulberry Creek. En el correo no hay
más que invitaciones a actos, bailes benéficos y conferencias. Lo dejo todo
amontonado en la mesa del comedor y me meto en la ducha.
Mi teléfono suena con una llamada entrante cuando salgo. Con la
toalla aún enrollada en la cintura, deslizo el dedo por la pantalla. Arya.
287
¿Qué podría querer? Normalmente, no me importaría lo suficiente
como para contestar. Pero ahora, viendo que podría haber una
posibilidad de que ella aún está en contacto con mi decepcionante
empleada, hay una razón para que la escuche.
—Sabía que responderías. —Suena arrogante.
Traducción: sé que estás esperando migajas de información sobre
Winnifred.
—Arya, eres un genio. ¿Cómo puedo ayudarte?
Camino de vuelta a mi dormitorio, elijo un buen traje y una corbata
elegante. Esta noche no hay razón para quedarse sentado y
malhumorado. Christian tiene razón. La vida tiene que seguir adelante,
y pienso aceptar una de las muchas invitaciones que tengo sobre la mesa
del comedor.
—Ah, no sé si puedes ayudarme, pero estoy segura de que puedo
ayudarte a ti.
La pongo en altavoz y me abotono la camisa de vestir.
—Suenas como un vendedor que está a punto de joderme. Di lo que
quieres decir.
—Acabo de colgar el teléfono con Winnie. La llamé para ponerme al
día, como todas las semanas.
—¿Y? —preguntó despreocupadamente, mi corazón ya latiendo
más rápido.
—Y me comentó que aceptó un trabajo en Mulberry Creek. Arsène,
se está quedando allí.
Una oleada de náuseas se apodera de mí. Lo ignoro. No pasa nada.
Nunca debió ser así.
—Bien por ella —digo, sintiendo un mal sabor en la boca—. Espero
que sea feliz en Mulberry Creek, porque en Nueva York no tiene nada que
esperar en cuanto a empleo.
—Arsène —reprocha Arya—. Habla con ella. En serio.
—Pensé que me dijiste que me mantuviera alejado de ella.
—¡Eso era antes!
—¿Antes de tener un implante cerebral?
—Puedo oírte. Estás en altavoz —dice Christian en el fondo.
—Antes de darme cuenta de que te importaba —dice Arya 288
resoplando.
Aprieto los labios. Quiero gritar.
—Ella no me importa más que cualquier otro empleado exitoso que
me haya ayudado a ganar dinero —insisto—. Ahora te pido a ti y a tu
esposo entrometido que no se metan en mis asuntos. Winnifred Ashcroft
no significa nada para mí.
Cuelgo.
Salgo. Una cena a dos manzanas de mi apartamento. Me mezclo.
Coqueteo. Hablo de trabajo. Incluso contemplo llevar a casa a alguien.
Riggs, Christian y Arya están equivocados. Me estoy divirtiendo. Aunque
no recuerde el nombre del anfitrión o qué carajo estamos celebrando
aquí.
—Oye, Arsène. —Me doy la vuelta después del postre, en el salón,
para encontrar un hombre al que reconozco ligeramente como Chip, el
jefe de Grace en Silver Arrow Capital. Lleva a una mujer que no es su
esposa del brazo, y no le da ni un poco de vergüenza. Sonrío con tristeza.
La gestión de fondos de alto riesgo es genial para los bolsillos y desastrosa
para la moral—. Pensé que podrías ser tú. —Me da una palmada en el
hombro.
Chip. Chip que guardó el secreto de Paul y Grace. Chip que lo sabía
todo. Chip que ignoró a Winnifred durante meses cuando le suplicó
respuestas. Chip, Chip, Chip.
Dándome la vuelta completamente, decido jugar su juego.
—Chuck, ¿verdad?
—Chip.
—Cierto. Lo recuerdo, de Italia. —Chasqueo los dedos, y me vuelvo
hacia su acompañante—. Señora Chip, mis más sinceras disculpas, no
capté su nombre en Italia. ¿Cómo era?
La mujer tiene la decencia de parecer mortificada. Se desenreda del
hombre y se presenta como Piper. Es muy atractiva. De una manera
obvia, de chica de hermandad. Rizos rubios apretados, buenas tetas y
una sonrisa que apuesto a que les costó una fortuna a sus padres, pero
que la hizo pasar por varios concursos de belleza. Chip ignora el golpe
deliberado por mi parte.
—Te vi en la lista de los quince mejores gestores de fondos de
cobertura del Post. ¿Por qué no expandes tu empresa? Un lobo solitario
es más débil frente a una manada —dice.
—Está bien. No soy un lobo. Soy un maldito tigre.
289
—Aun así. —Se ríe, moviéndose inquieto.
—Acabas de decir que viste mi nombre en el Post. No vi el tuyo. Tal
vez debería ser yo quien diera los consejos no solicitados.
A Chip se le cae la cara de vergüenza.
—Corbin, ¿me estoy perdiendo algo? ¿He hecho algo para
molestarte?
Aparte de mantener en secreto el romance entre Paul y Grace, no
mucho. Ni siquiera me molesta esa parte. Pero la forma en que él y Pablo
trataron a Winnifred después de lo que paso aún me molesta. No se
merecía nada de esto.
—Para nada. —Sonrío.
—Porque… —Duda antes de mirar a los lados y bajar la voz—.
Siempre tuve un presentimiento, pero nunca una idea concreta de lo que
estaba pasando. Corbin, debes saber que tenemos una política estricta
de no confraternización en Silver Arrow Capital. Claro, Paul y Grace
parecían cercanos, pero nunca más allá de lo que consideraba normal.
Como me está soltando este discursito con una mujer que podría
pasar por su hija colgada del brazo, voy a archivar esto en mi carpeta de
gran montón de mierdas.
Cuando no contesto durante un minuto insoportable, haciéndole
saber que no me trago lo que me está vendiendo, Piper cambia de postura
y se vuelve hacia mí.
—¿Te importaría llevarme a casa?
—En absoluto. —Sonrío cordialmente a Chip antes de darle la
espalda—. Te espero en la puerta.

Diez minutos después, Piper y yo estamos en mi auto. Me da su


dirección (vive al otro lado en Brooklyn) y se disculpa por el viaje largo.
—Está bien —digo escuetamente. No es que haya nada
esperándome en casa. Cada minuto fuera es un minuto que no termino
tentado a llamar a Winnifred.
290
—O… —Piper se muerde el labio inferior, y me mira desde el asiento
del copiloto—. ¿Podemos ir a tu casa y tomo el tren por la mañana? Así
te ahorras la molestia.
No estoy seguro si Piper sabe quién soy y lo que valgo, o si sólo
busca pasar un buen rato, pero me da igual. Será una forma encantadora
de distraerme de Winnifred. No he estado con una mujer desde la
campesina, y esta podría ser una de las razones por las que sigo
pensando tanto en ella.
Sí. Eso es. Estoy tan acostumbrado a ser consumido por la mujer
con la que me acuesto, y Winnifred no es más que una extensión de mi
fascinación por Grace. Piper es justo lo que recetó el doctor. Será
manejable, como les gustaba decir a Miranda y mi padre.
—Podríamos. Aunque debo ser claro: no busco una relación seria.
Mi prometida falleció hace un año, y no estoy preparado para
comprometerme a nada más allá de esta noche.
Detengo el auto, dándole la oportunidad de decirme que cambió de
opinión y quiere que la lleve a casa. Me da igual. Pero Piper cuadra los
hombros, asiente y dice:
—Una noche me parece bien. De todos modos, estoy decepcionada.
Chip… no me dijo que estaba casado. —Suspira y añade—: Ah, y siento
mucho tu pérdida.
Llegamos a mi piso y Piper, después de jadear ruidosamente al ver
mi salón, me pregunta dónde está el baño. Le señalo la dirección.
—¿Puedo conseguirte algo? ¿Agua? ¿Café? ¿Vino? ¿Un taxi de
vuelta a casa?
Espera, ¿de dónde salió eso?
Sacude la cabeza y sonríe.
—Ahora vuelvo. No te vayas.
Ah, sí. Porque no hay nada que desee más que salir de aquí y dejar
a una completa extraña en mi apartamento.
Mientras espero, me acerco a la mesa del comedor, donde antes he
dejado todo el correo. La pila de fotos de ultrasonido y el USB que
Winnifred me envió hace tantos meses siguen allí. Conecto el USB al
portátil y me siento. Hago doble clic en uno de los vídeos donde estoy con
mi madre y me froto las sienes. 291
Maldita sea.
La pérdida que me golpea es doble.
En primer lugar, siento el dolor de no conocer a mi madre. De no
pasar tiempo con ella. De vivir las tres últimas décadas pensando que no
fue más que una narcisista egocéntrica cuando, en realidad, me adoraba
y me quería mucho más que Douglas.
Y luego está Winnifred. Quien pensó que era importante para mí
ver estos vídeos. Quien se aseguró de que tuviera estos recuerdos.
Voy viendo los vídeos, uno tras otro.
Es posible que Christian tenga razón. Que, de hecho, esté
enamorado de Winnifred.
Que lo que tengo por ella no es obsesión. Que es exactamente por
lo que mantengo mi distancia. Soy veneno, y ella se merece algo mejor.
Mierda. Estoy enamorado, ¿no? Qué lamentable. Y nada menos, de
la campesina.
Piper sale del baño y se baja el minivestido con una risita.
—Estoy lista cuando quieras —anuncia.
Levanto la vista del portátil, cierro la pantalla y suspiro.
—Piper, lo siento, pero creo que te llevaré a casa. No puedo darte
lo que me pides esta noche.
Romeo y Julieta es un éxito increíble.
Mamá, papá, Lizzy, Georgie, Rhys y mis amigos llegaron al
espectáculo para brindar su apoyo. Mis estudiantes lo han hecho
perfecto, todas y cada una de las partes de la obra, y en el fondo de mi
corazón se alberga la esperanza. 292
Claro, no es lo que crecí soñando que haría. El olor del suelo
desgastado del escenario, las luces brillantes en mis ojos, las miradas
expectantes… estas son las cosas por las que vivo, pero dirigir se acerca
bastante a la actuación. Y es muy divertido trabajar con niños. No me
arrepiento de haber aceptado la oferta de trabajo de mi antiguo instituto
para dirigir el club de teatro.
No cuando Whitney, que interpreta a Julieta, da su monólogo final
en el escenario, y repito las palabras absorta, mis labios dando forma a
sus palabras sin sonido.
No cuando Jarrett, que interpreta a Romeo, bebe el veneno, y
lágrimas casi corren por mis mejillas.
No cuando el público ovaciona de pie a los niños.
Cuando cae el telón.
Cuando pienso en cierto hombre que vive a unos estados de aquí,
y en el hecho de que está obsesionado con Marte casi tanto como yo lo
estoy con «Space Oddity» de Bowie, ¿no es una coincidencia?
No. No me arrepiento en absoluto de haber aceptado el trabajo.
Porque aunque haya vida en Marte… no hay ninguna para mí en Nueva
York.
Dos semanas después de la obra de Romeo y Julieta, cedo a las
peticiones de Rhys y salimos. Esta vez, es una cita. Rhys llama a mi
puerta, con un ramo de flores en su mano. Lo observo desde mi
habitación mientras Georgie apoya la cadera en la puerta, sorbiendo té
helado.
—Mi padre está fuera hoy, así que considérame el padre
preocupado designado. Rhys Hartnett, ¿cuáles son tus intenciones con
nuestra Winnie?
—Cenar, besarla y, más adelante, casarme con ella —responde sin
perder un segundo.
Georgie echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Rhys, Dios mío. Aún tan tierno como un pollo a la parmesana.
Salgo del dormitorio. Es curioso, no siento las mariposas
habituales que acompañan a una cita. Lo atribuyo a que Rhys es Rhys.
Mi Rhys. Mi red de seguridad. No todo tiene que ser eléctrico y excitante.
293
Una relación también puede ser estable y cómod… nop, no voy a decir
esa palabra. Ni siquiera en mi cabeza.
Tomo las rosas de sus manos.
—Gracias por las flores.
—Bueno, las compré para tu mamá, pero como veo que tus padres
no están aquí… —Guiña un ojo—. Tendré que dárselas a la mujer más
hermosa de Tennessee.
Subimos a su auto y conducimos hacia el sur, a Nashville. No
pregunto adónde vamos. Supongo que a un restaurante italiano llamado
Bella, donde tuvimos nuestra primera cita.
Resulta que no me equivoco. Una hora más tarde, estamos en Bella,
e incluso nos acomodan en la misma mesa.
Cuando la mesera llega para tomar nuestra orden, Rhys y yo nos
miramos por encima del borde de nuestros menús y compartimos una
sonrisa de complicidad.
—Pediré las albóndigas —digo.
—Para mí, el calzone y el mejor vino del menú. —Rhys le devuelve
nuestros menús. Ambos pedimos exactamente lo mismo que la primera
vez que estuvimos aquí, menos el vino. Igual que la vez siguiente—.
Solíamos venir aquí cada aniversario y pedir lo mismo, ¿recuerdas? —
Rhys vuelve su atención hacia mí, tomando un sorbo de su vino.
Asiento.
—Se convirtió en tal costumbre para nosotros que casi fue
supersticioso. Incluso me parecía mal cuando quería pedir otras cosas
del menú. Porque lo que teníamos funcionaba tan bien.
Y en este momento, no me refiero sólo a la comida italiana.
Rhys se extiende sobre la mesa y toma mi mano entre las suyas
por encima del mantel a cuadros rojos y blancos.
—Me gusta cómo funciona este sitio. Me gusta que el menú, el
mantel, el personal no cambia, y nosotros tampoco.
He cambiado, pienso. He cambiado mucho. Ese es el problema.
—Y sólo pienso. —Rhys mira a su alrededor, a las paredes de
ladrillo, a las mesas iluminadas con velas, a las bandejas gigantes de
pizza desplegadas sobre las mesas—. Podemos venir aquí el próximo
aniversario, digamos, después de comprometernos. Y luego otra vez, 294
cuando estés embarazada. Año tras año. Bebé tras bebé. Traeremos aquí
a nuestros hijos. Nuestros… ¡nuestros nietos! —Sus ojos se iluminan
animadamente—. Esto podría ser lo nuestro. Una tradición. Por eso te
traje aquí. —Me mira con ojos tan feroces, tan esperanzados, que quiero
llorar—. Para recordarte que lo que tuvimos fue bueno, real y valió la
pena. Aún podemos recuperarlo, si estás dispuesta a intentarlo.
En lugar de sentir vértigo, todo lo que siento es terror. Ya he hecho
antes esto. He visto esta película. Y estoy empezando a sospechar que
hubo algo más en la ruptura con Rhys que mi sueño de Juilliard.
—No lo sé —admito en voz baja. Mi mano se escapa de debajo de la
suya, justo cuando la mesera se acerca para rellenarnos las copas. Me
meto las manos entre los muslos, mirando hacia abajo. Cuando ella se
retira, continúo—: Hay una parte de mí que quería darnos una segunda
oportunidad desde que Paul murió. Creo que, en cierto modo, para mí
siempre simbolizaste las cualidades que debe tener un hombre bueno. Sé
que nunca me engañarías, nunca me mentirías, nunca te antepondrías
a nadie. Y esas cosas siguen siendo verdad… —Respiro hondo—. Pero
Rhys, te equivocas. Hemos cambiado. Le he tomado el gusto a la gran
ciudad, y ahora soy adicta. Fui tras mi sueño… y tú fuiste tras el tuyo.
Miro alrededor, dándome cuenta de que Rhys nunca quiso la vida
que yo deseaba para mí. Siempre ha sido feliz aquí. ¿Y por qué no iba a
serlo?
—Y nuestras vidas. —Levanto los ojos para mirarlo, y su expresión
hace que se me parta el corazón. Sabe lo que se avecina, y se está
preparando para ello. Cada músculo de su rostro está tenso—. No están
hechas para estar juntas. Ahora lo comprendo, en este restaurante. No
quiero saber dónde estaré el año que viene. O dentro de cinco años. O en
una década. Quiero ir a donde me lleve mi trabajo. Quiero que la vida me
sorprenda. Puede que no sea lo más racional del mundo… pero es lo que
quiero.
Traga pesado, a punto de decir algo, cuando la mesera nos
interrumpe de nuevo, esta vez trayendo nuestros platos. Miro mis
albóndigas, y lo único que pienso es que debí haber pedido pizza. Y eso
lo dice todo. Las cosas no se sienten bien con Rhys. Quizás hacía tiempo
que no lo estaban, incluso antes de irme de Mulberry Creek.
Que un hombre sea perfecto no significa que sea perfecto para ti.
Rhys da varias vueltas a su plato y al final lo deja sobre la mesa
mientras se aclara la garganta.
—¿Puedo ser honesto contigo?
—Siempre.
295
—Tenía un presentimiento. —Rompe el borde del calzone, donde
está todo el pan crujiente, y se lo mete en la boca. Sé que esto no es un
plan de «no puedes romper conmigo porque yo estoy rompiendo contigo»,
porque no es el estilo de Rhys—. Al principio, cuando volviste, me
emocioné. Solía pensar, ¿o tal vez esperar?, que el asunto de la actuación
solo fuera una fase. Que madurarías y te darías cuenta de que tu lugar
en el mundo estaba aquí. Pero aunque has sanado de forma
impresionante aquí, no voy a mentir, no pareces feliz. Y te he visto feliz.
Algo falta, y ese algo no es Paul. Lo sé, porque he visto vídeos tuyos en
YouTube cuando actuaste en La gaviota. Parecías viva en ese escenario.
Ahora pareces menos viva. Y la verdad es que… —Sonríe con tristeza—.
Me merezco algo más que una novia infeliz y sin logros que siempre se
preguntaría lo que podría haber sido. Y tú mereces más que conformarte
con un trabajo que no querías en primer lugar.
Y como si fuéramos imanes, los dos nos levantamos de nuestros
asientos, nos alejamos de la mesa tentativamente, y nos fundimos en un
abrazo. Entierro el rostro en su hombro. Sollozo y, por primera vez en
más de un año, siento que estoy a punto de llorar. No sé qué me destroza
más. El hecho de que Rhys no sea el hombre que quiero, o el hecho de
saber quién es.
Un hombre que nunca va a tenerme.
Un enigma que sólo siente amor por su prometida muerta.
Despierto con la casa vacía, el día después de mi cita con Rhys.
Con Georgie en el trabajo y mis padres fuera el fin de semana por una
boda, decido poner el lugar en orden. Después, hago una visita a la
señora E, una vecina mayor. Le prometí que la llevaría al centro para una
reunión del club de lectura. Nos detenemos antes para disfrutar de una
tarta de limón, un poco de té y ponernos al día.
Cuando estaciono el auto de mis padres frente a mi porche, una
visión extraña cobra vida ante mí. La de un hombre de pie frente a mi
puerta, con su silueta alta, imponente y oscura (tan oscura que puedo
sentir cómo desciende la temperatura a su alrededor) sosteniendo un
ramo de flores. Apago el motor y me siento ahí, contemplando la increíble
visión que tengo ante mí.
No puedo verle el rostro, porque está de espaldas a mí, pero puedo
296
ver las flores, y no son las románticas rosas rojas que Rhys trajo ayer.
No. Son preciosas, coloridas y sorprendentes. Dalias rojas, orquídeas
púrpuras, tulipanes rosas y gazanias amarillas. Lilas pálidas, caléndulas
naranjas y margaritas preciosas. Es intenso, deslumbrante, gigante y
desordenado. Tan desordenado. Me deja sin aliento, igual que el hombre
que lo sostiene.
Se me acelera el pulso, y se me revuelve el estómago. Respiro
profundo, y el oxígeno llega al fondo de mis pulmones. Empujo la puerta
del conductor y me dirijo hacia él, subiendo la escalera hasta el porche.
Se da la vuelta cuando me ve a través del reflejo de la puerta de cristal y
la tela metálica.
Me detengo delante de él. Quiero arrojar mis brazos a su cuello y
abrazarlo, pero no sé qué es apropiado y qué no lo es. No sé lo que somos
para el otro. Es el tipo de hombre que nunca te muestra a qué atenerte
con él.
—Estás… aquí. —Parpadeo, aun preguntándome si todo es un
sueño.
¿Un sueño o una pesadilla? ¿Puedes volver a poner tu corazón en
juego?
Me entrega las flores, completamente relajado, como si la última
vez que estuvo aquí no hubiera acabado en una tercera guerra mundial.
—Para ti.
—Son… muchas flores. —observo.
—Una para cada faceta de tu personalidad —comenta secamente—
. Aún tengo que determinar si eres demasiado dulce o asertiva.
—No me demandaste. —Entrecierro los ojos.
—Sí, bueno, pensé que sería un inconveniente terrible si alguna
vez decidía salir contigo.
—¿Si tú decidías salir conmigo? —Arqueo una ceja, sonriendo. Así
no se pide una cita a una mujer. Al mismo tiempo, cada célula de mi
cuerpo florece. Estoy tan emocionada que, existe la posibilidad real de
que esté a punto de vomitar sobre sus zapatos. Que no puedo permitirme
en absoluto reemplazar, ya que aún no he empezado mi nuevo trabajo y
sigo pagando las facturas de un apartamento vacío en Manhattan—. Lo
último que supe es que, destrozaste mi contrato delante de un auditorio
en el Calypso Hall. Eso no es exactamente material del que están hechas
las declaraciones de amor. 297
Se acerca a una de las mecedoras del porche y toma asiento,
cruzando las piernas por los tobillos sobre la mesa.
—Vamos, Winnifred, no es propio de ti guardar rencor.
—No es propio de ti preocuparte tanto por una empleada. —Sigo de
pie, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Por qué estás aquí?
Me mira, y el desprecio burlón desaparece. Creo que nunca había
visto su expresión tan expuesta.
—¿Sabes por qué Marte lleva el nombre del dios de la guerra? —
reflexiona mirando al cielo—. Es porque tiene dos lunas llamadas Deimos
y Fobos. Los dos caballos que tiran el carruaje del dios de la guerra. Para
mí, esos caballos son mis amigos, Riggs y Christian. Tienen la molesta
costumbre de hacerme entrar en razón.
—¿Estás drogado? —Entrecierro los ojos—. Acabo de preguntarte
por qué estás aquí.
—Te diré exactamente por qué estoy aquí. Pero primero, siéntate.
—Palmea el asiento a su lado—. Y cuéntame todo de tu nueva vida en
Mulberry Creek. Sin escatimar detalles.
Es una situación extraña, pero por otra parte, todas mis
interacciones con Arsène suelen ser un poco extrañas. Creo que eso es lo
que me atrajo de él en primer lugar. La deliciosa sensación de no saber
nunca qué será lo siguiente que va a decirme.
Me siento a su lado, juntando los dedos para no frotarme la
barbilla.
—Dime. —Se inclina hacia delante, con los codos sobre las
rodillas—. ¿Qué has estado haciendo?
Las palabras salen de mí sin previo aviso. Sin cuidado. Como si las
he guardado todas para él. Le hablo de mis hermanas, del nuevo bebé de
Lizzy, de mi trabajo como voluntaria, de Romeo y Julieta y mi próximo
trabajo. Intento parecer optimista, aún insegura de sus motivos y sin
querer parecer desesperada por él.
Ha dicho que quizás saldría conmigo, no que tenga intención de
invitarme a salir. E incluso si quiere salir conmigo, ¿debería querer salir
con él? Es mil veces más peligroso de lo que era Paul. Más sofisticado,
mordaz y despiadado. Si perder a Paul me hizo pedazos, perder a Arsène
me reduciría a polvo.
Por último, pero no menos importante, Arsène vive en Nueva York. 298
Ahora vivo en Tennessee, y me he comprometido a empezar a trabajar
dentro de tres semanas. Esa es razón de sobra para no revelar mis cartas.
—¿Y el bebé de Lizzy? Ah, es una muñequita. ¡Demasiado tierna
para las palabras! —jadeo.
—Hablando del bebé de Lizzy. —Se reclina nuevamente en el
asiento—. ¿Has visto al médico para discutir tus opciones de concepción
futuras?
—Es una de las primeras cosas que hice al llegar aquí —confirmo.
—¿Y?
—Tenía razón —digo en voz baja, mirándome las manos en el
regazo—. Es endometriosis. Un crecimiento de tejido alrededor del útero.
La mía está en una fase moderada, también conocida como fase tres de
cuatro. No es un desastre total, pero va a dificultar mucho más mi camino
hacia la maternidad. —No he hablado del diagnóstico con nadie más que
con mi médico. Me sorprende que me abra a Arsène con tanta facilidad
cuando aún no he tenido esta conversación con mamá ni con mis
hermanas.
—¿Cuál es el siguiente paso? —pregunta.
—Bueno. —Me muerdo el labio inferior—. Mi médico dice que
debería congelar mis óvulos. O, mejor aún, embriones. Duran más y
tienen mejor tasa de éxito.
—¿Pero…? —Mira mi rostro, inclinándose hacia delante. Vuelve a
hacer eso de que su cuerpo está completamente sincronizado con el mío.
Me recuerda que tener sexo con él es una experiencia eufórica. Siento un
hormigueo en la nuca, y me sudan las palmas de las manos.
Decido arriesgarme y simplemente decirle la pura verdad.
—Aún tengo que pensarlo. Es muy caro, y no puedo permitírmelo.
Al menos, no todo. Especialmente ahora, cuando no tengo el… eh…
—Esperma de Paul —termina Arsène por mí, poniéndose de pie
bruscamente, como un hombre de negocios—. Bueno, te daré los dos.
Lo miro a través de mis pestañas, confundida.
—¿Qué quieres decir?
—Necesitas dinero y esperma. Te daré las dos cosas. Lo haré por ti
—dice con decisión.
—Pero… ¿por qué?
Abre la boca para contestar. Oigo el portazo de un auto frente a mi 299
porche, y el sonido de que se cierra automáticamente. Arsène cierra la
boca de golpe y frunce el ceño. Me levanto, miro a la persona que sube
las escaleras del porche y se me encoge el corazón.
Hablando del peor momento de la historia.
—Hola, Rhys. —Espero sonar amistosa y no asesina. No es culpa
de Rhys que estuviera en medio de la conversación más importante de mi
vida—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Rhys mira a Arsène con sorpresa e insatisfacción, levantando mi
suéter en el aire entre nosotros.
—Ayer te olvidaste esto en mi auto. Te lo habría dado antes, pero
el entrenamiento se retrasó.
Mis ojos se dirigen a Arsène. Veo que ha echado cuentas, que
deduce que Rhys es mi exnovio. El mismo que escapó. Arsène esboza una
sonrisa de satisfacción y se sienta como un rey aburrido, una señal clara
de que su molestia se está disparando.
—Eh, gracias. Rhys, este es Arsène. Arsène, este es Rhys.
Se dan la mano, y Arsène ni siquiera se molesta en levantarse.
—¿Un viejo amigo? —pregunta mi ex amablemente.
—Dios, no. No puedo hacerme amigo de mujeres con las que quiero
follar. —Arsène se ríe, deliberadamente grosero—. No, estoy aquí para
hacerle a Winnifred una proposición ilícita.
El rostro de Rhys palidece, y sus ojos se desorbitan. Cristo.
—Bueno, ¡muchas gracias por el suéter! Ya sabes que paso frío. Ja,
ja. —Le pongo una mano en el brazo y lo acompaño hasta el auto. Estoy
a punto de echarlo, y no me siento bien por ello. Por otro lado, creo que
podría morir si Arsène y yo no terminamos pronto nuestra conversación.
Mi exnovio se dirige a trompicones hacia su auto, mirando por detrás del
hombro.
—Winnie, ¿quién es este tipo? Suena como el hermano mayor de
Satanás.
—No te preocupes por él —canturreo—. Es sorprendentemente
tolerable una vez que llegas a conocerlo.
—No lo sé. —Rhys se detiene frente a su Jeep, pero no hace ningún
movimiento para entrar—. Siento que debería quedarme aquí,
asegurarme de que estás bien.
—Puedo encargarme de esto yo sola. —Sonrío con fuerza.
300
Por favor, vete, por favor.
—Pero…
—¡Dios mío! —Lanzo las manos al aire, perdiendo la paciencia—.
Rhys, sé que tienes buenas intenciones, pero por favor, deja que me
ocupe de esto. Ya soy mayorcita, y llevo más de una década haciendo lo
mío sin tu ayuda.
Por fin lo entiendo. Todo vuelve a mí a una velocidad increíble. La
razón por la que me fui de aquí. No todo fue por Juilliard. Parte de ello
fue la sensación sofocante de ser mimada por todo el mundo, incluyendo
a Rhys, pero no exclusivamente.
Si bien es cierto que siempre tenía buenas intenciones, también se
excedía con frecuencia. Me había defendido con uñas y dientes delante
de la señora Piascki, nuestra profesora de física, cuando había
suspendido su clase en décimo grado, lo que hizo que me odiara durante
el resto de mis años de instituto. Cuando Georgie y yo discutíamos, él
siempre defendía mi caso y le rogaba que hablara conmigo, cuando lo
único que quería era que me dejara en paz. Y siempre que me enfadaba
con él, que no era a menudo, lo atribuía a que estaba aburrida o tenía la
regla.
Entonces no me gustó.
Ahora no me gusta.
Rhys me mira horrorizado.
—Nadie ha dicho que no sepas manejarte sola.
—No, no lo has dicho, pero sigues pensándolo. Si no, no actuarías
así.
Eso hace que se calle. Aprieta los labios, y dirige la mirada hacia
donde Arsène me espera en el porche.
—Supongo que tienes razón. Lo siento, Winnie. A veces
simplemente… no sé. Me dejo llevar cuando me preocupo por la gente.
—Estoy bien. —Lo rodeo con los brazos y aprieto, asegurándole que
no estoy enfadada con él—. Te llamo mañana, ¿de acuerdo?
Se mete en el auto y, gracias a Dios, se va. Vuelvo con Arsène, que
está esperándome en el porche con su habitual sonrisa divertida, como
si todo esto fuera una gran broma para él. Sólo que ahora estoy sobre él.
No le hace gracia. Y le importa. Es su mecanismo de defensa cuando trata
con la gente.
301
—Veo que tu reencuentro lacrimógeno con el perfecto Rhys va bien
—comenta.
Pongo los ojos en blanco y me dejo caer en la mecedora a su lado.
—Me gustas mucho más cuando no eres sarcástico.
Inclina la cabeza hacia el cielo, dejando escapar un suspiro.
—Entonces, no tengo ninguna posibilidad. Mejor tomo mis cosas y
vuelvo a casa.
—Ya basta —espeto—. Di lo que viniste a decir. Estábamos en
medio de algo.
—Cierto. —Se golpea la rodilla—. ¿Dónde estábamos?
—Creo que estabas a punto de ofrecerte a ser el padre de mis hijos
hipotéticos y pagar por todo el deleite.
—¿Hijos? —Sus cejas se disparan—. Creí que sólo querías uno.
Niego con la cabeza.
—Tres. Y necesitaré un vientre de alquiler para gestarlos. Lo que
también cuesta un dineral. ¿Sigues interesado?
No estoy considerando en serio esto, y él tampoco. Este sólo es uno
de sus muchos juegos. Estoy segura de ello.
—Sigo interesado —dice rotundamente. Maldito sea él y su sentido
del humor extraño.
Sonrío de forma ladeada.
—Podemos dar vueltas en círculos para siempre, pero quiero saber
por qué estás aquí de verdad. Con flores.
¿En serio quieres invitarme a salir? ¿Y de verdad estoy a punto de
abandonar todo de lo que hui y decir que sí?
—Acabo de decírtelo —dice, despacio y con una irritación
marcada—. He venido a pedirte salir, pero también, si quieres, a darte
bebés. ¿Qué es tan difícil de entender?
—Bueno —digo, soltando una carcajada incómoda—, eso suele
pasar sólo después de haber tenido unos cuantos años buenos con el
otro. Actúas como si quisieras darme bebés ahora.
—No hay mejor momento que el presente —me informa con
severidad.
Me cubro la boca con las manos, riendo histéricamente, hasta el 302
punto de tener hipo.
—Arsène, ¿quieres que me tome en serio esto? Nos conocemos bien
desde hace menos de un año.
—El tiempo no es un buen indicador para nada. Conocí a Grace
desde antes de que supiera atarse bien los cordones, y me defraudó. No
puedes convencerme de que esto no es una buena idea, porque ya he
tomado una decisión, y nunca hago malas inversiones.
Me quedo sin palabras, así que solo lo observo, esperando más.
Hace unos meses, este hombre me gritó que no era más que una
empleada suya, me amenazó y luego procedió a destruir mi contrato
públicamente. Cuando vino aquí la primera vez, no hizo ninguna señal
que indicara que quería algo más que retorcerme el cuello. ¿De dónde
viene todo esto? ¿Y en serio tengo tanta suerte, o mala suerte, según se
mire, de que el hombre del que me enamoré también se enamoró de mí?
—¿Todo esto es tan… repentino? —consigo decir, finalmente.
—¡Winnifred, mierda por Dios! —Se levanta y alza los brazos,
exasperado—. No me digas que esto sale de la nada. Mi necesidad de
estar cerca de ti y a tu lado en todo momento dejó de tener que ver con
Grace y empezó a tener que ver contigo muy, muy pronto. Desde que
saliste corriendo del New Amsterdam después de derribar al pobre Cory
al suelo.
—En ese entonces actuaste como si fuera una pueblerina. —Lo
miro fijamente, confundida.
—Eso es porque para mí, lo eras. ¿Y qué? También eras la criatura
más exasperante, divertida, dulce y fascinante que jamás hubiera visto.
Esas dos cosas no son mutuamente excluyentes. En realidad, nunca se
trató de ellos. Grace y Paul, que Dios me ayude, estoy cansado de decir
sus nombres una y otra vez. Fueron una excusa. Algo a lo que recurrir
cada vez que cuestionabas por qué estaba en tu esfera, en tu línea de
visión, cada vez que quería entrar en tus ensayos, en tu apartamento y
en tu cama. No se trató de ellos desde que entré en el teatro y te vi. —Se
detiene, frunciendo el ceño, reflexionando—. Tal vez incluso desde Italia.
¿Quién sabe? Yo no, y no me interesa averiguarlo. Estoy completamente
consumido por ti, y he pasado un infierno durante los últimos meses
intentando olvidarte.
—Pero Grace…
—Lo que sentía por Grace ni siquiera empieza a arañar la superficie
de lo que siento por ti. Eres la única mujer que me ha hecho sentir digno
sin la armadura de las propiedades, el dinero y el pedigrí. No te importa 303
ninguna de esas cosas. Y eso te hace especial. Eres exactamente lo
opuesto a Grace.
Mi mente corre a quinientos kilómetros por hora. Me va a llevar un
mes, quizás dos, digerir toda esta conversación. Ni siquiera sé por dónde
empezar.
—Entonces, ¿por qué insististe en no besarme en tu apartamento,
la noche que me abrazaste? —Por fin encuentro mi voz, y suena
entrecortada. Lágrimas escuecen en la parte posterior de mis ojos, sin
llegar a salir—. ¿Por qué quisiste marcharte la noche que entramos en la
oficina de Paul?
—Porque era demasiado. —Empieza a pasearse por mi porche,
murmurando, más para sí mismo que para mí—. Sabía que si te tenía,
nunca te dejaría ir, y no dejarte ir no era una opción, porque seguías
perdidamente enamorada de Paul. No quería meterme en otra situación
desastrosa, de obsesionarme con una mujer que nunca podría ser mía.
Una vez fue suficiente. De hecho, más que recomendable.
Se detiene. Me mira impotente.
—Soy Marte, y podría haber vida en mí. Debería haberla. Gracias
a ti. Winnifred, ardo por ti. Y estoy cansado de vivir en el frío. Vuelve a
Nueva York. Haz que el lugar sea habitable. Para los dos. Por favor.
Estoy tentada. Ah, estoy muy tentada. Pero aún no estoy segura de
que sea lo correcto. Dejar todo atrás otra vez y volver al lugar donde cada
horrible recuerdo mío fue creado. Y hay otra parte de mí. Una parte más
aprensiva que piensa en mí como Nina. La Nina de Chéjov. Y si soy Nina,
él debe ser Trigorin. Un maestro en convertir el amor en una obsesión
malsana como lo hizo con su prometida. Intentaría arruinarme sin
proponérselo, y lo conseguiría.
—¿En qué estás pensando? —pregunta con urgencia. Me levanto,
y me estrecha en sus brazos.
Cierro los ojos.
—Quiero creer cada palabra que sale de tu boca, porque estoy
enamorada de ti desde aquel momento en Italia en que nuestras miradas
se cruzaron y el mundo dejó de existir. Pero temo que soy otra obsesión.
Otra gran idea que podría convertirse en una realidad deslucida para ti.
No quiero cambiar toda mi vida y mudarme a Nueva York por otro
hombre. Puede que tú ardas por mí, pero a mí me aterra quemarme.
Cuando abro los ojos, su rostro sigue tierno y esperanzado. Quiero
decir que sí. Pero en última instancia, y sobre todo después de lo que me
hizo pasar Paul cuando intentamos quedarnos embarazados, tengo que 304
anteponerme a mí misma. Hacer todas las preguntas correctas. Y aún no
estoy segura de cuáles son.
—No voy a defraudarte —dice en voz baja—. Ponme a prueba.
—Necesito tiempo. —Estoy orgullosa de mí. Orgullosa de mi
capacidad de ponerme en primer lugar para variar. Incluso si estoy
frustrada con la idea de volver a despedirme.
Esta es la parte en la que espero que se cierre en banda. Que se
vuelva indiferente, distante, pero me sorprende al darme un beso en la
frente, un roce suave como una pluma, antes de alejarse.
—Estaré esperando.
—Puede que nunca vuelva. —Levanto la vista, buscando en su
rostro… algo. No sé qué. Pero ya no seguirá convenciéndome. Puedo verlo
en su mirada. Ha dicho lo que tenía que decir, y ahora la pelota está en
mi tejado.
Sonríe, me pasa un mechón de cabello por detrás de la oreja y besa
la punta de mi nariz.
—Igual seguiré esperando.
—¿No tengo una fecha límite? —pregunto.
Niega, sonriendo.
—Winnifred, creo firmemente que te vendría muy bien un poco de
amor incondicional, y eso es exactamente lo que voy a ofrecerte.
Lo interesante de saludar es que no tienes ni idea de lo difícil que
será despedirse de esa misma persona.
Cuando conocí a Winnifred bajo el implacable sol del Mediterráneo,
pensé en ella como en un juguete. Ahora, sentado en un avión que me
llevará de Nashville a Nueva York, me doy cuenta de que siempre fue el 305
fin del juego.
Lo ha sido todo desde aquel primer momento, allí mismo, en aquel
restaurante, cuando me desafió. Cuando me ridiculizó. Cuando se negó
a encajar en el estereotipo que le había atribuido.
Es muy probable que no vuelva a verla. Vine aquí a decir lo que
tenía que decir, y ahora es su decisión.
Sólo me queda la esperanza de que recuerde lo que nos unió.
Porque nunca han sido ellos, sino nosotros.
Y si bien es cierto que soy un hombre engreído, manipulador y muy
sinuoso, también soy una persona de muchos ángulos.
Y como sabemos, los ángulos lo son todo en la vida.
Por eso la puesta del sol en Marte tiene aspecto azul.
—Winnie y Arnie sentados en un árbol. B-E-S-Á-N-D-O-S-E…
Le doy un puñetazo en el brazo a mi hermana antes de dejar caer
la cabeza entre los brazos en la mesa de la cocina. Papá y mamá siguen
fuera, y Georgie prácticamente está radiante, sentada a mi lado,
sorbiendo su té helado. 306
—No estés tan triste. Esto es algo bueno. —Hojea una revista
brillante que hay sobre la mesa, sus uñas perfectamente cuidadas
deteniéndose cada vez que ve un anuncio de algo que le gusta—. Nunca
te vi así por Paul. Todo en él era tan vainilla. —Levanta la mirada para
asegurarse de que le presto toda mi atención—. Estabas como existiendo
en piloto automático. Me pregunté durante un tiempo, qué le había hecho
Paul a mi hermana y su descaro. Pero ahora veo que ha vuelto. ¿Quién
iba a decir que lo único que necesitabas era un multimillonario alto y
sexy de la ciudad que apareciera en tu puerta con declaraciones de amor
espontáneas?
—Amaba a Paul —protesto.
—No, amabas la idea de Paul. Amabas lo que te ofrecía. La linda
familia feliz y la valla blanca. Y ser la esposa de un hombre que es más
que el hijo de un ranchero cualquiera en Tennessee.
—Eso es muy superficial —señalo—. Y falso.
—¿Porque la gente suele empezar a salir por razones altruistas y
filosóficas? —Arquea una ceja—. Por favor. La gente se siente atraída por
otras personas por cosas superficiales. Pretender lo contrario es insultar
la inteligencia de ambas. Al menos lo que tienes con Arnie parece ser un
poco más serio que eso.
—Es Arsène.
—¿Arson10? —jadea—. No iría tan lejos. Quiero decir, parece un
poco tóxico, pero no lo suficiente como para dar la alarma.
—Hablo en serio. —Doy un sorbo a mi café, envolviendo la taza
entre mis dedos para calentarme—. Georgie, no sé si puedo hacer esto.
Volver a Nueva York. Arriesgarme. Después de todo lo que ha pasado.
—Por favor, Jesús llamó. Necesita que le devuelvas su cruz. —
Georgie cierra de golpe su revista—. ¿Podemos saltarnos esta parte?
Ambas sabemos que irás. Estarías loca si no fueras. Amas a ese hombre.
—Pero me está ofreciendo exactamente lo mismo que Paul. Y mira
cómo terminó mi relación anterior.
Por supuesto, le conté todo lo que pasó a Georgie. Todo lo malo.
Las cosas con Grace.
Mi hermana se levanta y rodea mi silla. Me pone las manos en los
hombros y masajea mis músculos doloridos con los pulgares.
307
—El desamor es una razón terrible para no darle una segunda
oportunidad al amor. Es como renunciar a la comida por intoxicación.
O… o… ¡no sé! Como evitar el helado porque no te gusta un sabor. El
amor tiene mucho más que ofrecer que el desamor. Es esperanza. Son
mariposas. Es sabiduría. Es familia y refugio. Paz y bebés.
Me aferro a una de sus manos sobre el hombro, dejando escapar
un suspiro tembloroso.
—Puede que no sea capaz de tener hijos. Dice que no le importa,
pero ¿y si le importa? Georgie, ¿y si lo hace?
Se detiene un momento. Lleva tiempo dando vueltas a este tema,
intentando obtener más información. Yo, por mi parte, nunca le he dado
una respuesta. Demasiado asustada de derrumbarme si abordaba el
tema. Pero ya no. Ahora todo está al descubierto.
Georgie se repone. Se aclara la garganta y vuelve a masajearme los
hombros.
—¿Y si se cae el cielo? ¿Y si mañana nos cae un meteorito encima?
¿Y si estalla una guerra entre Canadá y nosotros? Lo sé, son simpáticos,
pero ¿podemos fiarnos de verdad de gente que compra leche en bolsas?
He visto algo de eso en las noticias. Winnie, es una cosa. Y es real.
—Gracias por el pequeño desvío. —La miro, sonriendo.

10Juego de palabras con el nombre del protagonista (Arsène) y Arson que al español
puede traducirse como «incendio provocado».
—Cariño, no solo es un pequeño desvío. Lo digo en serio. Quizás
no puedas tener hijos. Pero eso podría decirse de todas las mujeres que
no están embarazadas en este momento. Y que yo sepa, los hombres no
piden pruebas de fertilidad al médico antes de hacer la gran pregunta.
Por definición, la vida es una apuesta. A veces se gana, a veces se pierde.
Lo importante es, perder siempre con una sonrisa victoriosa.
Pero creo que es más que eso. En este juego de la vida, lo realmente
importante no es quién gana o quién pierde. Es que tú y tu pareja tengan
la misma meta. El mismo objetivo final.
Desde que Arsène se fue ayer, no pude dormir, no pude comer, ni
siquiera pude respirar bien. Todo lo que hice fue pensar en él y en su
oferta. Una oferta que no puedo rechazar, incluso si eso significa poner
mi corazón en juego una vez más.
—Pero… ¿qué hago? —Me acaricio la mejilla—. ¿Solo me presento
en su casa?
308
—Quiero decir… —Georgie se aparta de mí y toma su té helado—.
Teniendo en cuenta las circunstancias, una llamada telefónica sería
anticlimático. Sobre todo porque ya ha venido dos veces. Ese es un gesto
a nivel de Hugh Grant.
—Ni siquiera te gusta Hugh Grant. —Frunzo el ceño—. Una vez
dijiste que era un tonto sin gracia.
—Me gusta lo que representa, ¿de acuerdo? —Pone los ojos en
blanco, bebiendo con fuerza en su sorbete—. Ahora ve a hacer la maleta.
Esta habitación no es lo suficientemente grande para las dos.
Mi cuerpo se levanta por sí solo y me dirijo hacia nuestro
dormitorio, en un extraño trance inquebrantable.
Es hora de golpear a Arsène con la vara de la verdad. Aunque
primero tenga que admitirme dicha verdad.
Nueva York se ve fría y espléndida en una docena de tonos grises y
azules mientras viajo en taxi desde el aeropuerto de La Guardia hasta la
ciudad.
El otoño ha conquistado cada centímetro de Manhattan. Los
árboles están desnudos, altos, las ramas enroscándose en sí mismas, 309
marchitándose por la escarcha.
Mi primera parada es mi apartamento. Mi apartamento, no el de
Paul. Me paro ahí y lo observo durante unos minutos, con las manos en
las caderas, haciendo inventario por última vez.
Luego tomo todo el correo basura de mi buzón, abro una bolsa
grande y lo boto todo dentro.
Poseída por una energía que no he tenido en mucho tiempo, me
dirijo a la nevera, la abro de par en par y saco todos los yogures de Paul.
Su frasco de pepinillos. Sus batidos favoritos. Los pasteles de luna. Todo
se ha ido. Subo las mangas por mis codos y limpio la nevera hasta dejarla
reluciente. El residuo de comida caducada asalta mis fosas nasales, agrio
y persistente. No paro hasta que está impecable, riendo entre dientes
cuando recuerdo que había dejado de usar la nevera para no tener que
soportar el hedor de la comida.
Después, paso a los periódicos enrollados que guardé para él.
No va a volver. Incluso si lo hiciera, en otra vida, en otro universo,
podría comprarse su propio periódico. La única noticia que necesita es
esta: era un bastardo que intentó besar a mi hermana y dejó embarazada
a otra mujer mientras estuvimos casados.
Todos los periódicos van a reciclaje. Tengo que hacer tres viajes
escaleras abajo antes de que todo se haya ido, pero vale la pena.
A continuación, abro de par en par la puerta de la oficina de Paul.
Todos sus archivos van a la trituradora. Su computadora, sus monitores,
los empaqueto para donarlos a una organización benéfica. No quiero
ninguna prueba de que este hombre alguna vez vivió aquí. Porque no lo
hizo. En realidad, no.
Me lleva seis horas tener el apartamento en orden y completamente
libre de Paul. Cuando termino, estoy exhausta. Me arrastro a la ducha y
dejo que el agua abrasadora golpee mi piel. Cuando salgo, elijo un vestido
bonito y me maquillo.
Estoy guardando mi lápiz labial en mi bolso de maquillaje cuando
suena el timbre. Sonrío al espejo, sabiendo quién es, y camino
rápidamente por el pasillo. El lugar está impecable. Limpio, ordenado y
completamente mío. Huele a la vela de canela y vainilla que encendí
antes, un aroma que a Paul nunca le gustó (la canela le provocaba
náuseas) y abro la puerta.
Arya está al otro lado, sosteniendo a Louie, que ya no está tan
pequeño.
310
Me acerco a ella para tomarlo inmediatamente y él gorjea feliz,
acurrucado en mis brazos. Su peso es delicioso, y me rio cuando mete
sus dedos regordetes en mi boca.
—Louie, mantén tus manos quietas. —Arya se quita su bufanda y
la arroja sobre mi sofá—. Tengo la sensación de que tendré que decir muy
seguido esas palabras, teniendo en cuenta el éxito de su padre con las
damas antes de que nos juntáramos.
—Pasa. —Me rio, haciéndome a un lado para que pueda entrar.
Cuando lo hace, me doy cuenta de que no está sola. Chrissy
también está aquí, marchando con su característica taza de té para
quemar grasas y un cigarrillo eléctrico en la mano.
—Pensé que estabas en Los Ángeles con tu novio. —La abrazo
rápidamente antes de que se escape.
—Sí, lo estaba. —Me hace señas para que vayamos a la sala de
estar, y se deja caer en el sofá—. Pero entonces Arya me dijo que ibas a
volver, y no pude evitarlo. Especialmente cuando escuché el motivo de tu
llegada. Ahora, mira este lugar. ¡Es casi como si Paul nunca hubiera
vivido aquí!
Las tres miramos a nuestro alrededor asombradas mientras Louie
se contonea, intentando liberarse y deambular por el hogar.
—Ya era hora —digo.
—Estoy muy orgullosa de ti. —Arya me da un apretón—. Por todo
lo que hiciste hoy, y por todo lo que estás a punto de hacer. Ahora,
pásame mi paquete de mocos, por favor. Tengo algo que darte.
Le devuelvo a Louie, aunque a regañadientes, luego abro la palma
de la mano entre nosotras mientras ella busca en su bolso lo que le pedí.
—¿Estás segura de que a Christian no le importará? ¿Que me des
esto a mí? —pregunto. Es una violación a la intimidad y posesión.
Arya suelta una carcajada.
—Ah, le importará. Nunca dejará de reprochármelo. Pero, ¿de
verdad puede estar enfadado conmigo por mucho tiempo? No lo creo.
Además, una vez que entienda lo que está en juego, estará encantado.
Créeme. —Enrosca mis dedos alrededor de la llave—. El portero se llama
Alfred. Si te da problemas, dile que me llame.
Y así de fácil, tengo la llave del apartamento de Arsène.
311
Ahora todo lo que necesito es abrir su corazón.

Por supuesto que quería que Arsène estuviera en casa cuando


llegara a Nueva York. Pero en cuanto aterricé y llamé a Arya para
comunicarle que había llegado, me dijo que Arsène le mencionó a
Christian que estaría en Londres hasta tarde esta noche para firmar un
acuerdo de venta de Calypso Hall.
Una pizca de tristeza apretó mi vientre. Es cierto que necesita
mucho cariño y no siempre fue un establecimiento próspero, pero el
Calypso Hall tiene mucho encanto. Tiene su belleza. Algo que no puedo
identificar. Y además, perteneció a su madre. A Patrice. Su último pedazo
de ella. La verdadera ella.
Pero quiero estar aquí, esperándolo, cuando regrese de Londres.
Sobre todo porque recuerdo que una vez dijo que nadie lo había esperado
nunca en casa. Siempre fue una estrella solitaria, moviéndose en el
oscuro universo vasto.
Con la llave que me dio Arya, abro la puerta de su apartamento.
Una oleada de placer me inunda. Huele como él. Ese aroma único de
Arsène que hace que mis rodillas tiemblen.
Su apartamento está exactamente igual que la última vez que
estuve aquí.
Miro el teléfono, y me doy cuenta de que tengo unas horas más
para quemar hasta que llegue. Decido dar una vuelta por el lugar. Arsène
nunca lo hizo, y dado que la última vez que nos separamos me dijo que
me quería, me cuesta creer que tenga problemas con eso.
Primero, vuelvo a la habitación de invitados donde me abrazó. Las
sábanas están planchadas, y la habitación está perfectamente ordenada.
Como si nunca hubiera estado allí. No sé qué esperaba… ¿que la cama
estuviera sin hacer, como la habíamos dejado? No es el estilo de Arsène.
Deambulo por el pasillo. Entro en el baño. Abro los armarios, mis oídos
calentándose ante mi propia desfachatez. Sólo tiene curitas, analgésicos
y antiácidos.
Me detengo cuando llego a su dormitorio. Mi mano está en el pomo.
Una parte irracional de mí teme encontrarlo allí con otra persona. No sé
por qué. Es obvio que no está aquí. Arya me dijo que fue a encontrarse 312
con un colega pomposo suyo que fue a la academia Andrew Dexter con
él.
Pero desde Paul…
No. Que se joda Paul. Has seguido adelante. Ya no vas a dejar que
lo que pasó en el pasado dicte tu futuro.
Empujo la puerta para abrirla. En cuanto lo hago, todo el oxígeno
abandona mis pulmones.
Porque está aquí.
En tamaño real y colgado en su pared. Donde debería estar la
televisión. Justo delante de su cama. Y es tan magnífico como lo
recuerdo.
El póster de La gaviota.
El enorme que se «perdió» mágicamente hace tantos meses. Con el
primer plano de mi rostro.
Fue Arsène quien se lo llevó. Quien lo robó. Quien manipuló las
cámaras y ocultó las malditas imágenes de sí mismo apoderándose de la
cosa.
Mi rostro me devuelve la mirada. Parezco tranquila… tal vez incluso
un poco soñadora.
Pero no puede estar aquí. No puede ser él. El póster fue tomado tan
pronto en nuestra relación… o lo que sea que comenzó entre nosotros.
Esto es… ¿cómo?
Sus palabras de la última vez que lo vi, en mi porche, me persiguen
ahora.
Mi necesidad de estar cerca de ti y a tu lado en todo momento había
dejado de tener que ver con Grace y había empezado a tener que ver
contigo muy, muy pronto. Desde que saliste corriendo del New Amsterdam
después de derribar al pobre Cory al suelo.
No mintió. En serio le gusté desde el primer momento.
Me acerco al póster y presiono una mano contra mi rostro impreso.
Algo húmedo y extraño acaricia mi mejilla. Extiendo una mano para
limpiarla y, al examinar la punta del dedo, descubro una lágrima
perfectamente redonda, transparente y salada mirandome fijamente.
Estoy llorando.
¡Estoy llorando! 313
Ya no estoy maldita, ni entumecida, ni soy incapaz de sentir
plenamente.
Las lágrimas empiezan a correr de inmediato por mi rostro. Unos
fuertes gemidos vulnerables escapan desde mi pecho y de mi boca. Lloro
por todo el año que no pude. Lloro por la muerte de Paul. Por lo que me
hizo. Por Grace. Por lo que le hizo a Arsène. Por perder mi papel de Nina.
Por ganar perspectiva. Por Rhys. Por Arsène, por esconderse durante
décadas tras un muro de erudición e ingenio.
Sobre todo, lloro por mí. Pero, sorprendentemente, no son lágrimas
de desesperación o autocompasión, sino de alivio.
Me siento valiente. Más fuerte de lo que nunca he sido. Y tan
increíblemente esperanzada.
Atravesé el infierno y caminé por el fuego, sólo para salir del otro
lado, con cicatrices y magulladuras, pero más fuerte que nunca.
Ardo por ti, dijo. Y estoy dispuesta a arder por él.
Caigo en la cama de Arsène y lloro, lloro y lloro durante horas.
Lloro hasta quedarme dormida en la comodidad del aroma del
hombre que amo.
Mi teléfono explota cuando voy en el Uber de regreso a mi
apartamento desde el aeropuerto.
Christian: Sucedió algo cuando no estaba.
Arsène: No te ayudaré a enterrar ningún cuerpo.
314
Christian: ¿Crees que te pediría algo así por mensaje de texto?
¿Crees que soy tan tonto?
Arsène: No hagas preguntas para las que no estás preparado para
escuchar la respuesta. ¿Qué pasó?
Christian: Arya se llevó las llaves de repuesto de tu apartamento.
Arsène: Me siento halagado, pero no es mi tipo.
Christian: Winnie se las pidió, IMBÉCIL.
Intento que mi corazón deje de latir como un mazo, pero es inútil.
Pensar que Winnifred está ahora mismo en mi apartamento hace que mi
pulso se vuelva loco. Ni siquiera me molesto en responder a Christian.
Solo reviso la aplicación de tráfico en mi teléfono, que me alerta que, como
de costumbre, hay un atasco de tráfico en mi calle.
Golpeo mi pie contra el piso del auto. ¿Sería exagerado sobornar a
todos los imbéciles que tenemos delante para que se hagan a un lado y
nos dejen pasar?
Cuando estamos a unas cinco cuadras de mi edificio, le digo al
conductor que se detenga y le arrojo un fajo de billetes.
—¿Vas a caminar el resto del camino? —pregunta sorprendido—.
Es un poco peligroso en mitad de la noche…
Pero ya estoy fuera, corriendo como un maníaco. Cuando llego a
mi edificio, la puerta de la escalera está cerrada. Maldigo en voz alta,
pateo un cubo de basura y llamo al ascensor. La espera dura una
eternidad. También el trayecto hasta mi apartamento. Luego entro, y mi
sala de estar está completamente vacía. Sin Winnifred.
Examino la cocina y la sala de estar, luego me dirijo rápidamente
a mi dormitorio, donde la encuentro acostada en la cama, profundamente
dormida. Verla así, sola, me deja sin aliento.
Dividido entre mi necesidad de despertarla y hablar con ella, y su
necesidad de dormir hasta calmar su agotamiento, gana esta última, me
deslizo en la cama, la rodeo con mis brazos y entierro la nariz en su
cabello rojizo.
No hay forma de que pueda dormir. La adrenalina corriendo por
mis venas puede mantenerme despierto por sí sola hasta bien entrado el
próximo año. Pero solo abrazarla es suficiente. Después de unos minutos
sin movernos, la siento agitarse entre mis brazos. Un gemido suave
escapa de sus labios y sus manos rodean las mías, presionándome aún
más contra ella.
315
—Oye, ¿Marte? —murmura—. Cuéntame algo interesante del
universo.
Cierro los ojos, sonriendo contra su cabello.
—Hay un planeta hecho de diamantes. Tiene el doble de tamaño
que la Tierra y está cubierto de grafito y diamantes.
Y, si tuviera la oportunidad, te daría un anillo con un diamante aún
más grande. Si dices que sí.
Pero, por supuesto, la campesina no es Grace. A ella no le interesan
las joyas caras.
—Apuesto a que es hermoso —susurra. Escalofríos recorren mi
piel, y beso el costado de su oreja.
—No tan hermoso como tú.
Entrelaza sus dedos con los míos y arrastra mi mano por su pecho.
Su corazón late como un tambor, cada latido golpeando mi palma. Mío.
No lleva sujetador, y su pezón se vislumbra a través de su vestido.
Mi pulgar masajea su pezón con suavidad, y mi boca se aferra a la curva
de su cuello y hombro. Mi polla está hinchada, dolorida por ella. Rueda
sobre mí y se sienta a horcajadas sobre mis caderas, mirándome con un
hambre descarada, y no puedo creer que alguna vez haya follado con una
mujer que no fuera ella. Una persona que no me miró como ella lo hace
ahora. Como si fuera todo su mundo. Su luna, sus estrellas, la Vía Láctea
y las galaxias a su alrededor.
—Campesina, te extrañé. —Suelto una sonrisa diabólica. Se inclina
hacia delante y me calla con un beso obsceno.
La sangre ruge en mis venas. Desabrocho mi cinturón mientras ella
sube su vestido. Tiro de sus bragas a un lado y me deslizo dentro de ella.
Me cabalga, lenta y burlonamente, nuestra mirada nunca rompiéndose.
—Pensé que nunca dejabas entrar a una mujer en tu cama. —
Muerde mi cuello y gira las caderas, encontrándome a medio camino,
como si conociera mi cuerpo como la palma de su mano.
—¿Qué querías que dijera? —gimo, mi placer es tan intenso que
apenas puedo respirar—. Lo siento, no puedes entrar en mi habitación
porque robé un póster gigante tuyo de tu lugar de trabajo. P.D., ¿por
favor, no presentes una orden de restricción en mi contra?
—¿Por qué hiciste eso?
—¿Convertirme en tu acosador? —Empujo dentro de ella,
mirándola profundamente a los ojos. Intento concentrarme en la
316
conversación para no explotar después de cinco minutos—. Lo creas o
no, fue premeditado.
Se acerca para besarme.
—No. Tomar el póster.
—Para poder sentirme siempre cerca de ti.
Esto la complace, y acelera el ritmo a medida que tiro de la parte
delantera de su vestido, liberando sus pechos magníficos. Sujeto uno con
mis dedos y chupo uno de sus pezones con avidez. Su cabeza cae sobre
mi hombro.
—Arsène.
—Winnie.
Se detiene. Por un momento, creo que algo sucedió. Endereza la
espalda, aunque todavía estoy dentro de ella. Siento mi pulso en mis
bolas. Mi polla gritaría si pudiera.
—¿Qué? —pregunto.
—Me llamaste Winnie.
Sonrío.
—Es tu nombre.
—Nunca me llamas por mi apodo. Aparte de esa vez, solo me has
llamado Winnifred o campesina.
La acuesto boca arriba con un movimiento rápido, inmovilizándola
debajo de mí y hago todo esto sin separarme de ella ni una sola vez. Beso
la punta de su nariz.
—Eso es porque todos te llaman así, y siempre quise que me
recordaras.
Acaricia mi mejilla.
—No hubo ni un solo momento desde Italia en el que no te haya
recordado.
Me abalanzo sobre ella. El sonido de piel contra piel llena el aire.
Es brutal. Es hambriento. No se parece en nada a lo que estoy
acostumbrado. Estamos en nuestra propia burbuja. No quiero salir
nunca.
Jadea, clavando sus uñas en mi espalda, como si estuviera a punto
de desmoronarse. Empujo dentro de ella, aún más fuerte, más rápido,
casi maníacamente. Porque no tengo ninguna garantía de que la veré
317
mañana. Nadie me prometió que esto era un comienzo y no una
despedida. Aún no hemos hablado, y la sensación de urgencia se apodera
de cada uno de mis huesos.
—Voy a correrme, voy a correrme —jadea.
Se arquea debajo de mí, tiene espasmos alrededor de mi polla y, de
repente, se siente más caliente, mucho más caliente, y mis bolas se
tensan cuando me corro dentro de ella.
Cuando me desplomo encima ella, ambos estamos sudorosos y
agotados. Dos sacos de miembros inútiles. Tan humanos, tan mortales,
que casi da risa que lo que compartíamos ahora fuera divino. Cuando me
alejo un poco para darle espacio, aplastar hasta la muerte a la mujer que
amo no está en mis planes, se ve confundida y vulnerable.
—¿Estás bien? —pregunto.
Presiona sus labios juntos.
—Eso depende de cómo vaya a ser nuestra próxima conversación.

Después de ducharnos juntos, nos vestimos con el sonido de la


ciudad despertando. Winnifred se apoya en el póster que robé, con los
brazos apretados detrás de su espalda. Me mira fijamente mientras me
visto. Es un gesto pequeño, pero no estoy acostumbrado a que me
observen. Decido que me gusta.
—¿Y si nunca podemos tener bebés? —espeta en la habitación. La
pregunta resuena entre las paredes.
—Entonces, nunca tendremos bebés. —Subo un calcetín por mi
pie—. ¿Por qué tiene que haber un si al respecto? ¿Desde cuándo los
bebés determinan la solidez de una relación, o la falta de ella?
—Puede que nunca podamos tener bebés biológicos. —Sus ojos
brillan con el tono azul rosado del amanecer, como dos diamantes. Está
pensando en Paul. Piensa en la decepción, el dolor, la traición. Está
preocupada de que la historia se repita.
—¿Quieres decir que, podremos pasar nuestro tiempo viajando por
todo el mundo, creando recuerdos, viviendo la gran vida y follando las
veinticuatro horas del día? Intentaré soportar la carga de semejante
escenario. —Me levanto, pero no hago ningún movimiento hacia ella. Aún 318
no.
—Ah, habla en serio. —Pisotea en mi piso de granito.
—Hablo en serio. —Sonrío—. No me importa si nunca tenemos
hijos. Graba mis palabras.
—Por otra parte, podríamos tener muchos niños. Tres, ¡quizás
cuatro! —dice acalorada—. Me gustan los bebés. Amo los niños. Y si
pudiéramos adoptar, sin duda querría hacerlo. ¿Cómo te sentirías al
respecto?
—Supongo que, agotado. —Clavo mis talones en la alfombra de
felpa que hay debajo de la cama, dándole a entender que nada de lo que
diga me hará salir corriendo—. Y emocionado. La casa siempre estará
llena. Nunca me aburriré. Por regla general, prefiero los niños a las
personas de tamaño normal. Aún no han renunciado a cada parte de su
individualidad para encajar, y ven el mundo a través de un prisma
fascinante.
Lo que no digo es que, me encantaría una segunda oportunidad.
Una familia de verdad. Un lugar propio. Que creo que Winnifred será una
madre increíble, como Patrice, y que quiero que tenga todo lo que su
corazón desee.
Toma una respiración profunda. Cierra los ojos. Sus paredes se
están rompiendo. Puedo sentir cómo se derrumban, ladrillo a ladrillo.
—Los dos tuvimos relaciones muy tóxicas —susurra, aún con los
ojos cerrados.
—Sí. Y hemos aprendido mucho de ellas. Esto se siente diferente.
Maduro. Totalmente sensato. Se siente como si hubiera desmantelado
algo inestable y lo hubiera reconstruido, pero mejor.
Abre los ojos y humedece sus labios.
—Siento haber abandonado La gaviota. Estuvo mal por mi parte…
—Me importa un carajo La gaviota —la interrumpo—. Nunca se
trató de la obra. Nunca se trató de tu compromiso con ella. Siempre se
trató de nosotros.
Clava los dientes en su labio inferior, considerando esto.
—Sí. Supongo que sí. No podías esperar a deshacerte del Calypso
Hall, ¿verdad? Por cierto, ¿qué tal Londres?
Sonrío. ¿Quiere hablar de esto ahora mismo? Clásico de Winnie.
—Hermosa. Fría. Gris. El restaurante fue fantástico. —Hago una
pausa por un momento—. Pero no pude hacerlo. El Calypso Hall sigue
319
siendo mío.
Inclina la cabeza hacia un lado, mirándome divertida.
—¿Lo es?
—Sí.
—¿Por qué?
—Bueno… —Doy un paso tentativo hacia ella. Permanece inmóvil,
no me invita a acercarme pero tampoco se aparta de mí—. Invertí
quinientos mil en renovaciones y una remodelación completa hace
apenas unas semanas. Empezarán a trabajar en él cuando termine La
gaviota.
Cubre su boca con su mano, sus ojos resplandeciendo.
—¡No lo hiciste! —Pisotea fuerte, tan llena de alegría que no puedo
evitar inclinar la cabeza hacia atrás y reír.
—Lo hice.
—Pero… ¿por qué? —Sacude la cabeza con incredulidad.
—Iba a vendérselo a Archie Caldwell, un viejo amigo mío, si se le
puede llamar así. Lo quería para su esposa, que se muda aquí y busca
un proyecto para entretenerse. Pero entonces comprendí que, si todo va
según lo previsto, quizás yo también tenga una esposa que querría
quedarse con Calypso Hall. Además, resulta que soy un idiota
sentimental. Mi madre adoraba este teatro, y… bueno, yo la adoraba a
ella. De todos modos, no quise hacer ningún movimiento drástico de
negocios sin consultarte primero.
—¿A mí? —Golpea un dedo en su pecho, levantando las cejas.
—A ti. —Una sonrisa se extiende por mis labios.
—Tus negocios son tuyos, no míos. —Niega con la cabeza.
Me rio.
—Lo mío es tuyo, mientras tú seas mía. Este es el trato. Y nunca
hago malos tratos.
—¿Por qué volaste a Londres en primer lugar? —Frunce el ceño,
confundida.
Agito una mano en su dirección.
—Archie comparó la pérdida del querido perro de su esposa con la
muerte de Grace, así que quise colgar la zanahoria en su rostro antes de 320
decirle personalmente que nunca tendría Calypso Hall.
—Eres realmente terrible. —Muerde su labio inferior.
Suspiro.
—Lo sé. De todos modos, ¿me amas? —Sonrío esperanzado.
Como no dice nada, solo se queda mirando, me acerco a ella.
—En caso de que no lo haya dejado claro hasta ahora, no soy Paul.
No estoy interesado en un acuerdo prenupcial. O en una máquina de
bebés. O en una mujer que haga galletas para mis colegas. Quiero una
compañera. Un igual. Quiero que seas exactamente quién eres. —Doy
otro paso, luego otro. Ahora estoy pegado a ella. El calor de su cuerpo se
mezcla con el mío. Está presionada contra su póster. El póster frente al
que me fui a dormir cada noche durante meses, imaginando que estaba
a mi lado. Que compartíamos la misma casa—. Y quién eres es de quien
me enamoré —termino.
Envuelve sus brazos alrededor de mis hombros y se pone de
puntillas para besarme. Gruño en nuestro beso, envolviendo mis brazos
alrededor de ella.
—Arsène Corbin, no iré a ninguna parte. Te guste o no, siempre
estaré en tu casa. Siempre te esperaré, como el póster. Ahora soy tu
familia.
Le creo.
—Soy una gaviota.
Sólo que no simbolizo la destrucción, como Treplev derribó a la
gaviota en la obra de Chéjov.
Represento la libertad, la sanación y la tranquilidad.
321
Una vez leí en alguna parte que las gaviotas son una de las pocas
especies de la Tierra capaces de beber agua salada. Qué increíble debe
ser. Desafiar así a la naturaleza.
Las luces del teatro golpean con fuerza sobre mi rostro a medida
que termino mi monólogo, con Rahim a mi lado. Mis pies están firmes en
el escenario, y sé que ese es mi sitio.
Y cuando pronuncio mi línea de cierre, cuando se abre el telón,
cuando el público se pone de pie ovacionándonos, y tomo las manos de
mis colegas (mi segunda familia, mi hogar lejos de casa), sé que tomé la
decisión correcta. Que quedarme en Mulberry Creek nunca fue mi
vocación.
—No puedo creer que casi dejaras todo esto —susurra Rahim en
mi oído, como si leyera mi mente.
—No puedo creer que no corrieras detrás de mí para detenerme. —
Aprieto su mano en la mía.
Se ríe.
—Hubo momentos en que estuve tentado de hacerlo.
Entre bastidores, mamá, papá, Lizzy y Georgie me esperan. Georgie
salta sobre mí, anudando sus piernas a mi alrededor en un abrazo
perezoso, como siempre.
—Dios mío, ni siquiera apestas un poco. ¿Qué es lo contrario de
avergonzado?
—¿Orgulloso? —murmuro, aplastada contra su pecho.
—¡Sí! —exclama—. Eso es lo que siento por ti ahora mismo.
—¡Georgie! —reprende mamá, despegando a mi hermana de mí
mientras rio sin aliento—. Qué cosa tan terrible para decirle a tu
hermana.
Mamá me da un abrazo feroz, y tiemblo un poco en sus brazos. El
turno de Lizzy y papá son los siguientes.
—Pueden decirme directamente si necesito encontrar un trabajo
nuevo —les digo. Aunque no lo digo en serio. Podría tener el talento
interpretativo de un Twinkie caducado, y aun así no renunciaría a mi
sueño. Sobre todo porque Lucas tuvo la amabilidad de devolvérmelo
antes de enterarse que estoy a punto de ser la dueña del Calypso Hall.
Winnie, no me agradas ni un poco, y quiero que lo sepas. Pero nadie
hace a Nina mejor que tú.
322
Al final resultó que, aprendí a gustarme en el proceso, porque
ahora mis manos van a estar llenas. También voy a abrir una clase de
teatro en Brooklyn, gratis, para jóvenes en riesgo.
—Cariño, lo hiciste increíble —dice papá.
—¡Tan bien que lloré tres veces! —brama Lizzy.
—Siempre lloras —señala Georgie, mirándola de reojo—. Lloraste
literalmente cuando se quedaron sin tu mantequilla de maní favorita en
el supermercado.
Estoy a punto de dar la vuelta y buscar a la única persona que
anhelo ver ahora, pero Chrissy y Arya, esta última con el pequeño Louie
en brazos, se lanzan hacia mí desde la distancia como jugadores de rugby
poseídos.
—¡Es tan bueno tenerte de vuelta! —Arya besa mis mejillas.
—Literalmente —añade Chrissy, arrancando a Louie de los brazos
de Arya y arrullándolo—. Pensé que Lucas iba a cometer un asesinato si
no encontraba una nueva Nina adecuada. ¿Sabes que solía llamarme
cinco veces al día preguntándome si podía traerte de vuelta? Sugirió en
algún momento que te sedáramos.
—Ya estoy aquí, y me están pateando el trasero por abandonarlo.
—Me rio, robándole un Louie dormido de sus manos, respirando al dulce
niño.
Lucas me obliga a quedarme después de los shows para hablar un
rato con él, y asegurarle que no iré a ninguna parte. También ha
cambiado el póster de La gaviota para que todo el elenco apareciera antes
que yo. Es justo. No debería haberme dado una segunda oportunidad
después de lo que pasó en primer lugar.
—Maldita sea, claro que sí. Puede que te perdone por lo que hiciste,
pero nunca lo olvidaré. —Lucas se materializa de la nada, colocando un
brazo sobre mi hombro.
Estirando el cuello, intento ver a través de la multitud que nos
rodea.
—¿Buscas a alguien? —se burla Chrissy—. Win, pareces distraída.
Sabe exactamente a quién estoy intentando encontrar.
—¿Dónde está? ¿Llega tarde? —exijo, deseando que mi corazón no
lata tan rápido y fuerte sólo de pensar en él.
323
—Nunca. —La tosca voz oscura que conozco y amo suena áspera
detrás de mí. Se acerca sigilosamente y besa mi omóplato, luego se inclina
y besa la mejilla de Louie mientras está en mis brazos. Somos la viva
imagen de una familia perfecta.
Arsène y yo conseguimos congelar algunos de nuestros embriones,
pero decidimos esperar hasta después de nuestra boda para intentar
tener hijos.
Aún no tenemos fecha para la boda, pero me propuso matrimonio
con un anillo preciosos que perteneció a su difunta madre. Es un honor
llevar el anillo de Patrice, y será un honor aún mayor hacer feliz al hijo
de esta mujer magnífica como su esposa.
¿Y si los embriones no sirven? Bueno, hay más formas de crear una
familia, y estoy dispuesta a explorarlas todas.
Mi cabeza cae sobre el pecho de mi prometido, y él se inclina,
capturando mi boca con la suya en un beso.
—Aw. Qué asco —escucho a Riggs, el amigo de Arsène, haciendo
arcadas—. Aquí hay niños, literalmente.
—Ya no son tan jóvenes —dice Christian, el esposo de Arya, con
tono inexpresivo. Se acerca a mí, tomando a Louie de mis manos—. Ya
saben, en caso de que su pequeño saludo se convierta en algo menos que
apto para mayores de trece.
Me doy la vuelta para mirar a mi futuro esposo.
—Cuéntame algo fuera de este mundo. —Mis labios se mueven
sobre la piel de su cuello.
—Los planetas pueden flotar por el espacio eternamente sin una
estrella madre. Van a la deriva por la galaxia. Los astrónomos creen que
en algún momento fueron «expulsados» de su sistema familiar. Son como
rebeldes con una mochila y cincuenta dólares a su nombre, pero
sobreviven de algún modo.
—Bueno, ya no tendrás que ir a la deriva. —Beso su barbilla, su
mejilla, su nariz—. Ahora tienes un planeta de origen. Me tienes a mí.

324
—No es seguro —gruño con la mandíbula apretada. Esto bien
podría ser el eufemismo del siglo. Winnie y yo estamos en lo alto del tejado
de la mansión Corbin. La misma que vendí a Archie Caldwell como premio
de consolación por no conseguir Calypso Hall. Me alegro deshacerme de
esta caja de cemento de malos recuerdos. Puntos de bonificación: la mala
vibra de este lugar es tan mala que ni siquiera es como si le estuviera
haciendo un favor.
—¡Sígueme la corriente! —Winnie se apoya en el borde de la azotea,
estirando los brazos horizontalmente.
—Es un poco difícil cuando cada hueso de mi cuerpo me dice que
salte sobre ti y te jale de vuelta a un lugar seguro —murmuro
amargamente—. Baja de ahí. Si nos vamos ahora, aún podemos llegar al
espectáculo de las seis.
—No quiero ir al cine. —Winnie tiene una expresión adorable en su
rostro. Aquella que me desarma hasta la sumisión—. Quiero jugar a la
cuerda floja por última vez antes de evacuar este lugar. Por los viejos
tiempos.
—Los viejos tiempos apestaban —le recuerdo.
—Bueno, hagamos un gran recuerdo aquí antes de irnos.
Veo lo que está intentando hacer, y lo aprecio, de verdad, pero si
se lastima, me volveré jodidamente loco.
—¿Me estás cronometrando? —Winnie gira la cabeza para ver si
estoy tomando el tiempo. La mujer está chiflada. Afortunadamente, es mi
chiflada.
Estoy pensando en mi próximo movimiento cuando una idea me
viene a mi cabeza.
—Te cronometraré. Pero quiero ir primero.
Chasquea la lengua.
—Las damas primero.
Miro a mi alrededor.
—No veo ninguna dama por aquí. Pongamos las reglas: si ganas, si
terminas antes que yo, te daré lo que quieras.
Vacila, y luego cede.
—Bien. 325
Cruza la cornisa, se apoya contra la chimenea y saca su teléfono
del bolsillo.
—¿Listo? Te estoy cronometrando.
Colocándome en medio del borde, levanto los brazos, miro al frente
y respiro.
—Listo cuando tú lo estés.
—Adelante.
Doy un paso perezoso hacia delante. Luego, al cabo de unos
segundos, otro. Voy a terminar de caminar por esta cuerda floja en diez
minutos si puedo, sólo para asegurarme de que no se apresure. No puedo
permitirme perderla.
—¿Estás bromeando? —Winnie se ríe a mis espaldas, encantada—
. ¡Pensé que habías dicho que eran competitivos! Te estás moviendo a
paso de tortuga.
—Campesina, el tiempo es relativo.
—¡No me vengas con campesina! ¿Estás siendo lento a propósito?
—¿Eso es lo piensas de mí? —ladro—. Nunca juego para perder.
—Hmm —es todo lo que dice, cuando no llevo ni un cuarto de
camino hacia la otra chimenea. Tendrá toda una vida para cruzar su
camino hacia la seguridad. Toda una maldita hora, si eso es lo que
necesita.
Porque hay una cosa que Winnifred no sabe de mí. No necesita
saber.
Y es que siempre la dejaré ganar.

326
puede ser

multimillonario, pero sabe que el


dinero no puede comprar la
felicidad. Mantiene su estado
financiero en secreto y toma a sus
mujeres de la misma manera que
toma sus comidas: una diferente tres
veces al día. Eso es hasta que es
atrapado durmiendo con una
periodista casada por nada menos 327
que su asistente ambiciosa.

quiere dos cosas en la

vida: casarse bien y permanecer en


los Estados Unidos. Así que, cuando
su casi prometido se va para
«encontrarse a sí mismo» y su visa de trabajo se acerca a su vencimiento,
Duffy recurre a lo único que le queda: el chantaje. Afortunadamente,
Riggs necesita una excusa para permanecer en Nueva York tanto como
ella, de modo que su primer encuentro los lleva rápidamente a un
compromiso a regañadientes.
Armados con estrictas reglas de la casa y su disgusto mutuo, Riggs
y Duffy pronto descubren que no se puede negar la chispa entre ellos…

Cruel Castaways #3
328

L.J. Shen es una autora con éxito de ventas de libros de


romance contemporáneo. Vive en California con su esposo, su
hijo y un gato perezoso.
Cuando no está escribiendo, disfruta leyendo un buen
libro con una copa de vino y poniéndose al día con sus
programas favoritos en HBO y Netflix.
Sí, es así de fantástica.
329

También podría gustarte