Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
2
costo alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en
sus redes sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando
sus libros e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.
¡Disfruta de la lectura!
SINOPSIS ______________________ 4 18 __________________________ 190
PARTE I________________________ 6 19 __________________________ 203
1 _____________________________ 7 20 __________________________ 209
2 ____________________________ 15 21 __________________________ 223
3 ____________________________ 29 22 __________________________ 238
4 ____________________________ 42 23 __________________________ 241
5 ____________________________ 55 24 __________________________ 257
6 ____________________________ 62 25 __________________________ 266 3
7 ____________________________ 67 26 __________________________ 270
8 ____________________________ 79 27 __________________________ 277
9 ____________________________ 85 28 __________________________ 284
10 ___________________________ 93 29 __________________________ 292
PARTE II _____________________ 108 30 __________________________ 305
11 __________________________ 109 31 __________________________ 306
12 __________________________ 120 32 __________________________ 309
13 __________________________ 135 33 __________________________ 314
14 __________________________ 137 EPÍLOGO ___________________ 321
15 __________________________ 157 PRÓXIMO LIBRO _____________ 327
16 __________________________ 172 SOBRE LA AUTORA __________ 328
17 __________________________ 177
no tiene intención de casarse por amor. Su
Cruel Castaways #2
5
Entiendo que en nuestro trabajo, no importa si
es actuar o escribir, lo importante no es la fama
o el glamour, ninguna de las cosas con las que
solía soñar. Es la capacidad de aguantar.
6
Los techos son diferentes en Portofino.
Más plano, ancho, viejo.
Los edificios de color pastel brotan del suelo, tan apretujados que
no podrías deslizar ni un palillo entre ellos aunque lo intentaras. Los
yates en el puerto están atracados ordenadamente y espaciados por igual 7
entre sí. El mar Mediterráneo brilla bajo los últimos rayos de sol
persistentes cuando comienza a caer el atardecer.
Estoy holgazaneando en el balcón de la suite de mi hotel con vistas
a la Riviera italiana, observando una mariquita girando hacia atrás sobre
su eje, como Venus, en la barandilla de mármol.
Le doy la vuelta a la mariquita, ayudándola a encontrar su
equilibrio, luego tomo un sorbo de mi vino blanco. El menú de esta noche
está sobre mi regazo. El ragú de jabalí parece ser la opción más cara, lo
que significa que estoy obligado a pedirlo, solo para ver a los idiotas de
contabilidad sudar en sus platos de risotto cuando se den cuenta de que
esta conferencia les va a costar mucho más de lo que planearon gastar.
Los eventos corporativos son donde las buenas ideas van a morir.
Es un hecho bien conocido que cualquier secreto comercial que valga la
pena susurrar no será ventilado durante un evento formal de la empresa.
La información de mercado valiosa, como un arma, se negocia en los
callejones traseros de la industria.
Lo que nos trajo aquí no es mi lugar de trabajo. De hecho, no tengo
un lugar de trabajo del que hablar. Soy un lobo solitario. Un consultor
comercial cuantitativo pagado por hora por las compañías de fondos de
cobertura para ayudarlos a clasificar el conglomerado de inversiones
potenciales. En qué invertir, cuánto y cómo mantenerse al día con los
rendimientos anualizados que sus clientes esperan de ellos. Mis amigos
suelen decir que soy como Chandler de Friends. Que nadie tiene idea de
lo que hago de verdad. Pero mi trabajo es bastante sencillo: ayudo a los
ricos a hacerse aún más ricos.
—Voy a probarme este vestido nuevo —ronronea una voz femenina
detrás de la puerta del balcón—. No deberían ser más de diez minutos.
No bebas demasiado. Apenas eres civilizado con esos cabeza huecas con
esmoquin cuando estás sobrio.
Después de enviar el menú como un frisbee a una mesa cercana,
tomo el libro que está a mi lado y paso a la página siguiente. Respuestas
breves a las grandes preguntas, de Hawking.
Dado que estamos ubicados en el último piso del resort, tengo una
vista directa de prácticamente todos los demás balcones orientados al sur
con vistas al puerto.
Así es como los noto al principio.
Una pareja, dos terrazas más abajo de nosotros.
8
Son los únicos que están afuera, empapándose de los últimos rayos
del sol poniente. Sus cabezas rubias se balancean juntas. Su cabello es
amarillo maíz. El de ella es ticiano, una mezcla de dorado y rojo, como la
arena abrasada del desierto.
Él, lleva un traje elegante. Ella, un vestido burdeos. Algo sencillo,
de aspecto barato, casi vulgar. ¿Una prostituta? No. Los magnates de los
fondos de cobertura de Wall Street invierten en citas de apariencia caras.
Del tipo con armario empotrado de diseñador, tacones de suela roja y
modales de escuela privada. Las Pretty Women solo existen en los cuentos
de hadas y en las películas de Julia Roberts. Ni un alma en Manhattan
valora el encanto, la honestidad y la extravagancia en las mujeres.
No. Esta es una pueblerina. Tal vez una local ambiciosa que
encontró su camino hacia su cama con la esperanza de ganar una buena
propina.
La pareja comparte un melocotón y pegajosos besos jugosos. El
néctar se filtra por sus labios a medida que él le da de comer la fruta. Ella
sonríe mientras mordisquea la pulpa de la fruta, su mirada sosteniendo
la de él. Él la besa con avidez, y ella le muerde el labio inferior, con fuerza,
antes de que su boca se separe de la de ella para murmurar algo en su
oído.
La chica echa la cabeza hacia atrás y se ríe, dejando al descubierto
la pálida columna larga de su cuello. Me muevo en mi asiento, mi libro
cubriendo mi erección cada vez mayor. No estoy seguro de lo que me
excita más. El melocotón, la mujer o el hecho de que soy oficialmente un
voyeur. Probablemente, las tres cosas.
El hombre baja la cabeza y lame un rastro largo del néctar, sin
dejar que se desperdicie una buena oportunidad. Están apoyados contra
la barandilla, su cuerpo presionado contra el de ella.
Algo pasa entre ellos. Algo que hace que los vellos de mi cuello se
ericen. Lo que sea que estos dos estén disfrutando es algo que
actualmente no tengo.
No soy un hombre acostumbrado a cosas inalcanzables.
—¿Ya probaste el vino blanco? —La puerta de cristal chirría al
abrirse. Dirijo mi mirada hacia la persona a la que pertenece la voz—.
Demasiado anís y trufa, ¿verdad? —se burla mi cita y hace un puchero.
Aún está en su bata de baño. ¿Cuántas horas se necesitan para ponerse
un maldito vestido?
Tomo un trago del vino.
—Para mí sabe bien. Vamos a llegar tarde.
9
—¿Y te preocupas por las tardanzas desde…? —Arquea una ceja.
—No lo hago. Pero tengo hambre —sugiero rotundamente.
—Si juegas bien tus cartas, podría ser tu postre. —Sonríe
diabólicamente, ataviando el gesto con un guiño.
Agito el vino en la copa prístina.
—Sin postre, sin cita. Esto es quid pro quo, y no soy conocido por
mis ideas filantrópicas.
Pone los ojos en blanco.
—¿Al menos puedes fingir ser soportable?
—¿Puedes fingir que te gusto? —disparo de vuelta.
Ella jadea.
—Claro que me gustas. ¿Por qué otra razón estaría contigo?
—Podría pensar en treinta y tres millones de razones. —Ese es mi
valor neto antes de mi herencia inminente.
—Cristo, eres grosero. Mi madre tenía razón contigo. —Me cierra la
puerta de cristal en la cara.
Coloco el libro sobre la mesa, redirigiendo mi atención a la pareja
en el balcón. Aún están en eso, besándose sin preocupación en el mundo.
Él envuelve su cabello alrededor de su puño, tirando, levantando su
rostro y la besa con fuerza. Sus lenguas se arremolinan juntas
eróticamente. Ella acuna sus mejillas y sonríe, rozando sus dientes
superiores sobre su labio inferior. Mi polla se tensa de nuevo. Es
completamente suya, puedo decirlo, y esa convicción ciega de que ella le
pertenece, lo cómoda que se siente perteneciendo a otro ser humano, me
dan ganas de follármela hasta la locura solo para probar un punto.
Nadie es tuyo, y tú no perteneces a nadie. Todos somos enemigos
caídos intentando sobrevivir en este universo.
Él arrastra su boca por su cuello, amasando sus pechos,
empujando la cosa erizada hacia sus labios. El borde de su pezón rosado
sobresale de su vestido. Cuando su boca alcanza el valle entre sus tetas,
reacciona.
Ella lo empuja, jadeando. Tal vez sabe que tienen una audiencia.
Si está esperando que me avergüence, será mejor que se ponga cómoda,
porque eso no va a pasar. Son los que están follando en seco a plena
vista. Solo soy un hombre disfrutando de su pretenciosa copa de vino en
un perezoso día de verano. 10
La puerta de cristal se abre nuevamente, y vuelve a aparecer
Gracelynn Langston, esta vez con un vestido negro de gasa con
lentejuelas. Una pieza de Akris que le compré el día después de que
volviera a meterse en mi cama por enésima vez en esta década.
Este es el patrón de Gracelynn, o como yo lo llamo: el patrón Grace.
Me folla. Me deja. Se arrastra de vuelta. Siempre le sorprende encontrarse
en mi umbral, pensativa, a veces ebria, y siempre humillada.
Sin embargo, nunca me sorprende.
He llegado a aceptar lo que somos. Una pareja disfuncional y jodida
como lo fueron nuestros padres. Tal vez, menos el asalto físico.
Perfeccioné con los años el arte de manejar a mi hermanastra.
Usando su naturaleza explosiva para mi propio beneficio.
Ahora soy capaz de detectar el momento preciso en el que Grace
me va a dejar. Siempre es cuando nuestra relación comienza a sentirse
real y seria. Cuando el brillo lascivo de follar con tu hermanastro se
desvanece, y se queda con las secuelas. Con un hombre al que desprecia.
Un monstruo distante y taciturno. Un paria social, expulsado de la
sociedad educada de Wall Street con una prohibición de supervisión de
dos años por cargos de abuso de información privilegiada.
Y justo así, como un reloj suizo, al momento en que se retira, me
vuelvo distante, inaccesible; noto a las mujeres estratégicamente en la
calle. El tipo de mujeres que ella no aprueba. Aquellas que llevan
demasiado maquillaje y sus bolsos de diseñador de segunda mano con
todo el orgullo de una heredera hotelera.
Funciona a las mil maravillas. Grace siempre vuelve. No puede
soportarme. Pero no puede soportarlo aún más cuando tengo a otra
mujer envuelta en mi brazo.
—Sube la cremallera —exige ahora, balanceando sus caderas a
medida que camina hacia mí. Se da la vuelta, dándome la espalda. Cada
vértebra de su columna es pronunciada. Se las arregló para conservar su
cuerpo de bailarina mucho después de que abandonó el sueño.
Subo la cremallera por su espalda.
—¿Cuántas personas nos honrarán esta noche con su
mediocracia?
—Demasiadas, como de costumbre. —Habla con horquillas en la
boca mientras se mete el último de sus mechones en un peinado
recogido—. Al menos solo han invitado a los veinte mejores empleados y
11
a sus acompañantes. Gracias a Dios, ninguno de los asistentes
personales cabeza hueca.
Grace no me presenta como su novio. Más bien, como su
hermanastro, a pesar de que nuestros padres se han divorciado desde
que ambos fuimos a la universidad.
Pero de todos modos me presenta, porque soy muy conocido en el
negocio de las acciones. Temido, respetado, pero rara vez querido. Conoce
mi provecho, mi atractivo. Puede que sea la oveja negra del mundo de los
fondos de cobertura, pero aún sé cómo ganar dinero, y a la gente de Wall
Street le gusta mucho la gente que sabe cómo hacerlo. Es su truco de
fiesta favorito.
Mis dedos se demoran cuando veo la cicatriz en la parte superior
de su espalda. Aquella que me recuerda lo que le pasó. Lo que me pasó
hace veinticuatro años. Paso mi dedo sobre ella. Su piel se eriza hasta
piel de gallina, y se aleja como si la hubiera golpeado.
—¿Se nota mucho? —Se entretiene con un brazalete perfectamente
asegurado, aclarándose la garganta.
—No —miento, subiendo la cremallera. Me detengo. Algo se
apodera de mí. La necesidad de rozar mis labios contra su cicatriz.
Consolarla. Me resisto al instinto. En cambio, digo—: Estás lista, Venus.
—¿Venus?
—El planeta más caliente del sistema solar. —Guiño, canalizando
mi Christian Miller interior, mi amigo que de alguna manera logró
perfeccionar el arte de disfrutar de su relación, en lugar de convertirla en
un juego de adultos jodido como lo hice yo.
Casi puedo escuchar a Grace arrugar la nariz con desdén.
—Gracias a Dios que eres un friki reprimido. ¿Te imaginas si otras
personas se enteraran de tu peculiaridad astronómica? —resopla,
empujándose más lejos de mí—. Ahora todo lo que necesito es un par de
aretes. ¿Qué opinas, los pendientes de oro rosa con diamantes o las
aguamarinas?
El primer par, se lo compré para su vigésimo octavo cumpleaños,
superando deliberadamente el regalo de su entonces novio. Lo dejó esa
misma noche, horrorizada ante la perspectiva de terminar con un agente
inmobiliario de clase media que solo podía permitirse comprar los
Louboutins de la última temporada. Más tarde esperó en mi cama usando
nada más que dichos aretes. El último par fue un regalo mío después de
que terminé una aventura de tres meses con Lucinda, sí, su némesis de
la infancia, cuando Grace tardó demasiado en volver a mí después de una 12
de nuestras muchas rupturas.
Pobre, pobre Lucinda. Se llevó una sorpresa desagradable cuando,
al regresar de su gira por París como primera bailarina, se encontró a
Grace abrasando mi cama.
Mis regalos siempre están entrelazados con intención, propósito y
veneno. Son un sucio beso violento. Una mezcla de pasión y dolor.
—Las aguamarinas —digo arrastrando las palabras.
Ella se inclina, plantando un beso frío en mis labios. Quiero que se
mueva para poder ver si la pareja dos pisos más abajo ahora está follando
a plena vista. Su clase de perversión es mejor que la nuestra. Miro hacia
su balcón. La mirada de Grace sigue la mía.
Su boca se estira en una sonrisa maliciosa.
—Veo que has conocido a mi supervisor. Al menos, algo así.
—¿Conoces a ese idiota? —Tomo un sorbo de mi vino.
—¿Paul Ashcroft? Es el nuevo director de operaciones de Silver
Arrow Capital. Estoy segura de que lo he mencionado.
La empresa en la que Grace trabaja como analista.
Paul y su compañera nos dan la espalda. Ahora parecen estar
hablando y manteniendo sus manos quietas.
—Estoy seguro de que no lo has hecho. No es que parezca un
personaje memorable. —Señalo a la mujer de rojo con la barbilla—. Se
está poniendo bastante juguetón con la ayuda.
Grace deja escapar una risa encantada. Nada le produce más
alegría que ver cómo destrozan a otra mujer.
—Es una criatura sencilla, ¿no? Lo creas o no, le dio un anillo.
También uno caro.
Chasqueo la lengua.
—Es un administrador de fondos de cobertura. Las apuestas
arriesgadas son donde prospera.
—Ella es una graduada de Juilliard del Sur profundo. Les doy seis
meses —continúa Grace, entrecerrando los ojos para verlos mejor.
—Generoso de tu parte. —Me rio.
Conozco hombres como Paul. Tiburones de Manhattan que
13
glorifican a las bellezas sureñas de voz suave, solo para descubrir que los
opuestos pueden atraerse, pero no hacen una pareja decente. Siempre
termina en divorcio, una campaña de desprestigio mutuo y, si la mujer
trabaja lo suficientemente rápido, un cheque de pensión alimenticia
cuantioso todos los meses.
—Ya sabes como soy. Amabilidad es mi segundo nombre. Iré a
ponerme los pendientes. ¿Qué, no vas a usar corbata? —Grace hace
pucheros, mirándome. Estoy usando un suéter de cachemir negro y
pantalones de cuadros.
—Lo último que quiero es causar una buena impresión. —Vuelvo a
mi libro.
—Eres un rebelde sin causa.
—Por el contrario. —Paso una página—. Tengo una causa, quiero
que todos me dejen jodidamente en paz. Hasta ahora, ha ido muy bien.
Niega con la cabeza.
—Eres tan afortunado de tenerme.
Desaparece en nuestra habitación, tomando su actitud gigante y
emparejando su ego con ella.
Lanzo una última mirada a la pareja. Paul ya no está en el balcón.
Pero su esposa sí lo está, y me está mirando fijamente.
Atentamente. Con una ferocidad acusadora. Como si espera que
haga algo.
¿Ha notado que los miro fijamente?
Confundido, miro detrás de mí para asegurarme de que soy a quien
ella está mirando. No hay nadie más a la vista. Sus grandes ojos azules
e implacables se clavan aún más en los míos.
¿Es una situación de rehenes? Improbable. Parecía muy feliz de
besarse con su esposo hace solo unos minutos. ¿Está intentando
avergonzarme por verlos? Buena suerte con eso. Mi conciencia fue vista
por última vez a los diez, saliendo de una habitación de hospital con un
gruñido salvaje, haciendo agujeros en las paredes al salir.
Me encuentro con su mirada de frente, inseguro de lo que está
pasando, pero siempre feliz de participar en una confrontación hostil.
Arqueo una ceja.
Ella parpadea primero. Me rio suavemente, sacudiendo la cabeza,
14
a punto de volver a mi libro. Se limpia la mejilla rápidamente. Espera un
minuto… está llorando.
Llorando. En unas vacaciones lujosas en la Riviera italiana.
Mujeres, qué criaturas tan volubles. Siempre imposibles de complacer.
Pobre Paul.
Estamos encerrados una vez más en esa mirada extraña. Ella
parece poseída. Debería levantarme e irme. Pero se ve tan deliciosamente
vulnerable, tan fuera de lugar, una parte de mí quiere ver qué hará a
continuación.
¿Y desde cuándo me importa una mierda lo que hace la gente?
Me pongo de pie con frialdad, agarro mi libro, termino lo último de
mi vino, giro sobre mis talones y me alejo.
La señora Ashcroft podría tener un problema en sus manos.
Pero no es mío para arreglarlo.
Una hora más tarde, Grace revolotea entre sus colegas en el suelo
de mármol blanco y gris, sosteniendo una copa de champán. Se ríe
cuando es apropiado, frunce el ceño con empatía cuando es necesario y
me presenta diligentemente como su hermanastro y un extraordinario
mago de las finanzas.
15
Le sigo el juego. Mi objetivo final siempre ha sido hacer que Grace
sea mía para que todos la vean: mi padre, su madre, mis amigos. La
mujer se metió bajo mi piel. Está tatuada permanentemente en cada uno
de mis huesos, y no me detendré hasta exhibirla como mi posesión más
preciada.
De alguna manera, disfruto la forma en que minimiza nuestra
relación. Verás, cuanto más resalte Grace el hecho de que somos
hermanastros, más amarga será la píldora que más tarde tendrá que
tragar cuando lo hagamos público.
En mis fantasías más oscuras y crudas, Gracelynn Langston se
abre paso tartamudeando con una explicación de cómo terminó
casándose con la persona que presentó como su hermano durante años.
Llevará mi anillo. Pase lo que pase.
El restaurante está lleno de gente. Grace y yo pasamos un tiempo
hablando con Chip Breslin, el director general de la empresa. Se queja de
haber pasado el último mes recortando operaciones de alto impulso
debido a las políticas más estrictas de la Fed, y mira en mi dirección para
ver si me inclino al respecto. No doy consejos gratis. Especialmente
ahora, cuando mi propia cartera de negociación está paralizada por mi
nueva prohibición de dos años.
—Ah, vamos, Corbin, tíranos un hueso o dos. —Chip se ríe, yendo
al grano finalmente—. ¿Cómo ves el próximo trimestre? Mi amigo Jim en
Woodstock Trading dijo que mencionaste solo posiciones cortas.
—Soy un pesimista profesional. —Miro alrededor de la habitación,
buscando una distracción—. A pesar de todo, estoy en una pausa
impuesta y no voy a romper mi prohibición por habladurías.
—¡Ah, ni lo soñaría! —Se pone rojo, riendo torpemente.
—De hecho, acabas de preguntarme rotundamente —respondo
sutilmente.
Breslin sonríe y dice que tiene que ir a buscar a su esposa al bar.
—Ya sabes cómo es. —Me guiña un ojo y me da un codazo mientras
hace su salida.
De hecho, no lo sé. Grace posee un autocontrol impecable en todas
las áreas de su vida, además de su relación conmigo. Es impasible,
calculadora y despiadadamente egoísta, como yo.
—Ves, por esto es exactamente que no lo agradas a la gente. —
Grace tintinea sus uñas sobre su copa: cuadradas, pulidas, de color 16
nude—. Intentó hablar de negocios contigo, y lo rechazaste por completo.
—Hay un puñado de personas a las que no cobro por mi presencia,
y actualmente estoy buscando al treinta y tres punto tres por ciento de
ellas. —Mi mirada se sumerge en su escote. Creo que esta noche voy a
follarme sus tetas. A Grace no le gusta cuando me corro dentro de ella,
incluso con un condón, pero parece estar de acuerdo con casi cualquier
otra cosa que mi corazón (y mi polla) quiera.
—¿Estás intentando quitarme las bragas? —Sonríe.
—Esperaba que no estuvieras usando ninguna para empezar.
La sala se está colmando hasta el punto de que se está llenando y
sudando demasiado, pero nuestro lugar junto al bar permanece vacío.
—Todo el mundo está bloqueando la entrada. ¿A qué se debe todo
este alboroto? —La atención de Grace se desplaza hacia la entrada.
Me giro para ver qué está mirando. Paul y su pueblerina acaban de
entrar en la habitación. Todos corren hacia ellos. Incluyendo a Chip y su
esposa, esta última zigzagueando inestablemente, aferrada al brazo de su
esposo. La mayor parte de la atención se centra en la bella esposa rubia
de Paul, la principal fuente de entretenimiento de la fiesta. Como una
pintura de Andy Warhol, es vívida y colorida, rebosante en una
habitación llena de gente vestida de negro, gris y nude. Una cosita
curiosa. Su ropa demasiado llamativa, su sonrisa demasiado grande, sus
ojos explorando salvajemente cada centímetro del espacio en el que
acababa de entrar. La encuentro adorablemente infantil.
—¿Está repartiendo mamadas gratis allí? —pregunto en tono
conversacional, sabiendo que a mi novia de armario no le gusta que la
ignoren, especialmente por otra mujer.
—No lo descartaría. —Grace se muerde el interior de la mejilla, sus
fosas nasales dilatándose—. Winnie es el perrito faldero de todos. Envía
a Paul al trabajo con galletas vaqueras, receta de Laura Bush, y se ofrece
como voluntaria para organizaciones benéficas para niños, y…
—¿Su nombre es Winnie? —Frunzo el ceño hacia ella.
—Winnifred. —Pone los ojos en blanco—. Pintoresco, ¿verdad?
—Se casó con una caricatura. —Le sigo la corriente.
La chica es un osito de peluche que camina y habla. Y fue a
Juilliard, la escuela preferida de Grace cuando aún pensaba que tenía
una oportunidad como bailarina. Me sorprende que no muestre una
hostilidad más abierta hacia ella. Tal vez mi hermanastra finalmente
haya aprendido a manejar la competencia.
17
—Supongo que deberíamos ir a saludar. —Parece que Grace
prefiere vomitar en su propia boca antes que hacerlo.
En particular, no quiero besar el anillo de la Mary Sue que lloró en
su balcón y me miró mal, pero tampoco quiero que Grace se queje de que
no soy un jugador de equipo.
Nos acercamos a los Ashcroft tanto como podemos. Las mujeres
arremolinándose alrededor de Winnifred, exigiendo su receta de galletas,
mientras Paul la rodea posesivamente con su brazo. Grace se abre paso
a empujones hacia su esfera y besa al aire las mejillas de Paul.
—Hola. Qué bueno verlos a los dos. —Pasa a besar las mejillas de
Winnie, apretando sus brazos—. ¡Vaya, te ves impresionante, Winnifred!
No piensa que esta mujer se vea impresionante, con su vestido
vulgar y los tacones a rayas que probablemente compró en oferta en
Walmart.
—Tú también, Grace. —La sonrisa de Winnie es genuina y
sincera—. Parece que podrías estar en una película.
Tal vez, Maléfica.
—Este es mi hermanastro, Arsène Corbin. Tenemos muchos
negocios juntos, por lo que nos hemos acercado mucho en los últimos
años. —Grace me hace un gesto como si fuera una pieza de subasta en
una ceremonia de recaudación de fondos. Sonrío. La sobre explicación
siempre la delata. Si simplemente me presentara como su hermanastro,
tal vez la mitad de Manhattan no estaría susurrando a sus espaldas de
cómo me la follo regularmente.
Me estiro para estrechar la mano de Paul. Él sonríe.
—Señor Corbin, tu reputación te precede. ¿Cómo es la vida fuera
del mundo comercial?
—Tan insatisfactorio como la vida dentro de él. —Retiro mi palma
seca y áspera de la suya sudorosa—. Aunque, me mantengo ocupado
invirtiendo en activos más tangibles.
—Sí. He oído. Compraste una empresa de entrega y flete, ¿no? —
Paul se acaricia la barbilla—. Muy inteligente, en una era en la que las
compras en línea están en auge.
Parece la respuesta humana a la avena. Privilegiado, soso y
aburrido. He masticado suficientes hombres como Paul en mi vida para
conocer su regusto. Es el tipo de persona que engaña a su esposa con su
secretaria tan pronto como llega a la treintena. El tipo de hombre que
18
vigila a hombres como yo para ver qué estamos haciendo, dónde estamos
invirtiendo, y así tener ideas para sí mismo.
—Esta es mi esposa, Winnie. —Paul besa el hombro de la mujer
menuda. Ella vuelve toda su atención hacia mí, y finalmente, puedo verlo.
La razón por la que Paul decidió que ella valía más que una noche entre
las sábanas. Objetivamente hablando, es radiante. Su piel es rica y
resplandeciente, sus ojos brillantes y curiosos, su sonrisa contagiosa y
tranquilizadora. Es el tipo de mujer que la gente dice que ilumina la
habitación. Grace, por el contrario, es el tipo de mujer que hace que la
temperatura baje a nivel Ártico en cualquier lugar al que entre.
Incluyendo mi corazón.
Afortunadamente, no me atrae el tipo de chica de al lado de
Winnifred.
—¡Hola! —Winnie lanza sus brazos alrededor de mí en un medio
abrazo inapropiado. O no sabe guardar rencor o no me reconoce del
balcón.
Me alejo de su abrazo inmediatamente. Con suerte no es portadora
de ninguna enfermedad del ganado.
Paul se ríe, obviamente encontrando adorable la falta de formalidad
de su esposa.
—¿Dónde están sus asientos, Langston-Corbin?
—Aquí dice quince y dieciséis. —Grace muestra nuestras tarjetas
de invitación.
—Tenemos los diecinueve y veinte, así que supongo que tendrán
que tolerarnos un poco más —dice Paul alegremente.
Jodidamente divertido.
A medida que avanza la noche, también aumenta mi sospecha de
que, de hecho, Winnifred está embarazada. No prueba ni una gota de
alcohol, optando por el agua con gas toda la noche. No le gusta el plato
de carnes frías y se mantiene alejada de los que fuman vaporizadores y
cigarros. Sus viajes frecuentes al baño también me hacen preguntarme
si hay alguien durmiendo cómodamente la siesta directamente sobre su
vejiga.
Grace está ocupada metiendo su lengua en los anos de las
personas correctas. Afortunadamente, en sentido figurado. Está
discutiendo de trabajo con Chip, Paul y un tipo llamado Pablo, que es un
comerciante principal. Los tres hombres intentan atraerme para que
hable, pero los esquivo cortésmente. Como todas las criaturas exóticas,
no quiero particularmente que me espoleen a través de los barrotes de 19
una jaula con preguntas sobre mis acusaciones de uso de información
privilegiada. Y no tengo ninguna duda de que a todos aquí les gustaría
saber lo que hice para que solo me dieran una palmadita en la muñeca.
—No eres del tipo fanfarrón, ¿eh, Corbin? —Paul asiente
comprensiblemente después de otra respuesta lacónica de mi parte sobre
mis acciones minoristas preferidas—. Winnie es igual. No le gusta hablar
en absoluto de su trabajo.
—Eso es porque actualmente no tengo uno. —Winnie toma un
sorbo de su agua con gas, sus mejillas tiñéndose de rosa.
Me giro para mirarla. Un destello de interés se enciende dentro de
mí. ¿Hace más que jugar a la ama de casa? Eso es refrescante.
—Winnifred, ¿a qué te dedicas?
—Este año me gradué de Juilliard. Ahora solo estoy… supongo que,
¿entre audiciones? —Deja escapar una risita avergonzada, su acento
sureño casi cómico—. No puedo decir que estoy más ocupada que una
polilla en una manopla. Es difícil triunfar en la Gran Manzana. Lo que no
te mata te hace más fuerte, ¿verdad?
—O te debilita. —Me encojo de hombros—. En realidad, depende
del factor «qué».
Me mira con los ojos muy abiertos, la pequeña cosita sencilla.
—En eso tienes un punto.
—¿Crees que tienes lo que se necesita para tener éxito en Nueva
York? —pregunto.
—¿De otra manera estaría allí? —Y ahí está otra vez esa sonrisa.
Aquella repleta de toda la esperanza y bondad del mundo.
—La gente viene a Nueva York por muchas razones. La mayoría de
ellos no son aptos. ¿Cómo conociste a Paul?
Con cada pregunta, siento como si la estuviera desnudando. En
público. Deliberadamente. Y como todas las personas desnudas en
lugares públicos, está empezando a retorcerse, ahora moviéndose en su
silla.
—Bueno. —Se aclara la garganta—. Yo…
—¿Le serviste en su mesa en Delmonico's? —Me atrevo a
conjeturar. También podría ser Le Bernardin. Es un ocho sólido. Tal vez
incluso un nueve, con el vestido adecuado.
20
—En realidad, fui una hada en la fiesta de cumpleaños número
cuatro de su sobrina. —Frunce los labios en una línea delgada,
frunciendo el ceño.
—¿Una qué? —Escupiría mi vino si ella valiera la pena—. Disculpa,
no entendí eso.
Lo hice, pero esto es demasiado bueno para no repetirlo.
Entretenimiento estadounidense atemporal. La versión de libro de texto
de Chica Pobre Conoce a Ricachón Idiota.
Paul está inmerso en una conversación con Pablo y Grace, ajeno al
hecho de que estoy asando a la parrilla a su esposa como si fuera un
bistec de primera.
Winnifred endereza la espalda y me mira a los ojos en un intento
de demostrar que no me tiene miedo.
—Fui un personaje de hadas en la fiesta de cumpleaños de su
sobrina. Le pinté la cara con purpurina. No pudo dejar de reírse y estuvo
totalmente de acuerdo, incluso cuando dibujé a Tinkerbell en su mejilla.
Me di cuenta de que sería un buen material para padre. Así que, le di mi
número.
Apuesto a que el hecho de que probablemente se presentara en esa
fiesta en un auto antiguo que vale más que la casa de su familia tampoco
perjudicó sus posibilidades.
—Después de eso, nadie más tuvo ninguna oportunidad. —Paul,
alejándose de la conversación de Pablo y Grace, acaricia con la nariz el
hueco de su cuello y le da un beso con la boca abierta—. Ahora es mía
de por vida, ¿no es así, muñeca?
Apuesto a que piensa que esto sonó romántico y no como un
comercial para una novia por correo.
—Winnifred, ¿detecto un acento? —pregunto inocentemente.
Grace me lanza una mirada de detente en este preciso momento.
Siempre he tenido la costumbre de jugar con la comida; solo que ahora,
la persona que estoy masticando es la esposa descerebrada de su jefe.
—Soy de Tennessee. —Winnie traga visiblemente una vez más—.
Justo en las afueras de Nashville. Un pueblo llamado Mulberry Creek.
—¿El hogar de la mejor tarta de manzana en los cincuenta estados?
—Sonrío contra mi copa de vino.
—De hecho, somos más conocidos por nuestras galletas. ¡Ah! Y por
supuesto, nuestras tendencias endogámicas. —Me da una sonrisa 21
empalagosa.
Así que se defiende. Esto no lo vi venir.
—Vamos, muñeca. No hay necesidad de ser sarcástica. —Paul agita
su barbilla.
Si la llama muñeca una vez más, voy a romper mi copa de vino y
apuñalarlo en el cuello con un fragmento.
—¿Qué te hizo mudarte a Nueva York? —No me preguntes por qué
sigo molestando a esta mujer, porque no tengo ni puta idea.
¿Aburrimiento? ¿Tendencias sociópatas? Tu suposición es tan buena
como la mía.
Me mira fijamente a los ojos y dice:
—Bueno, por supuesto, por todas las grandes luces cegadoras.
También Sex and the City. Pensé, caramba, vivir allí debe ser como en
esas películas deslumbrantes. Ah, y no olvides esa canción de Alicia Keys.
Gran factor. Enorme.
Grace me pisotea por debajo de la mesa, lo suficientemente fuerte
como para romperme un hueso. Su rodilla choca con la superficie,
haciendo que los utensilios bailen en su lugar. Paul salta un poco hacia
atrás, sorprendido. Demasiado tarde. Estoy demasiado ido para que me
importe. Winnifred Ashcroft es lo único remotamente entretenido de este
evento, y darme un festín con su autoestima es más sabroso que comer
cualquier otro plato que se sirva aquí esta noche.
—Winnie es un poco sensible por ser una forastera. —Paul acaricia
la cabeza de su esposa como si fuera una chihuahua adorable.
—Pero, es como Sex and the City, ¿no? —le pregunto amablemente,
mientras el tacón de Grace se clava aún más en mi mocasín a modo de
advertencia, haciéndome polvo los dedos de los pies—. Encontraste a tu
señor Big.
—Paul es más un señor Medium, si el vistazo en el urinario fue una
indicación —bromea Chip. Todos ríen. Todos menos Winnie, que me mira
fijamente, preguntándose qué ha hecho para merecer esto.
Me pediste que me importara. De vuelta en el balcón. Ahora verás lo
descuidado que soy con los sentimientos de la gente.
—Está bien, Arsène, es hora de cambiar de tema. —Grace sonríe
disculpándose, tirando de mi manga—. La gente está aquí para divertirse,
no para que la interroguen.
Sé que Grace no está haciendo esto por la bondad de su corazón.
22
Es una mujer inteligente que quiere salir adelante. Ahora mismo estoy
cabreando a su jefe y su muñeca.
—En realidad, creo que es mi turno de hacer las preguntas. —
Winnie levanta la barbilla.
Me reclino, observándola con abierto placer. Es como esa pequeña
mariquita girando sobre su eje. Adorablemente desesperada. Lástima que
estoy absolutamente decidido con Grace, o la probaría durante unos
meses. Paul ni siquiera sería un obstáculo en mi camino. Este tipo de
mujeres van por el mejor postor, y tengo el bolsillo más profundo.
—Dispara —digo.
—¿A qué te dedicas? —pregunta.
—Soy multitalento.
—¿Haciendo qué?
Encogiéndome de hombros, digo arrastrando las palabras:
—Cualquier cosa que gane dinero.
—Estoy segura de que puedes ser más específico que eso. Esto
podría significar traficante de armas. —Cruza los brazos sobre su pecho.
Bien. Vamos a jugar.
—Acciones, corporaciones, divisas, materias primas. Aunque tengo
una prohibición reciente por tráfico de información privilegiada. Dos
años.
Todos los ojos se desplazan hacia nosotros. Aún tengo que abordar
el tema en esta sala, ya que heredé de mi padre el rasgo desagradable de
nunca darle a la gente lo que quiere.
—¿Por qué? —exige.
—Cargos por manipulación del mercado. —Antes de que pregunte
qué significa eso, le explico—: Dicen que tergiversé el material a los
inversores, entre otras malas conductas.
—¿Lo hiciste? —Winnifred sostiene mi mirada, luciendo infantil en
su inocencia.
Con toda la habitación mirando, me paso la lengua por el labio
inferior y sonrío.
23
—Winnifred, solo tengo un problema.
—¿Sólo uno? —Parpadea inocentemente antes de ceder—. ¿Y cuál
es tu problema?
—Nunca juego para perder.
Sus ojos, tan bonitos como lupinos, aún están en los míos. Un
pensamiento poco caritativo cruza mi mente. Probablemente se vería diez
veces mejor con los aretes de aguamarina de Grace. Verla con nada más
que esos aretes me traería mucha alegría. Ah, bueno. Tal vez Grace se
portará mal y me dejará pronto, y entonces tendré una aventura rápida
con esta cosita para recordarle a mi hermanastra que sigo siendo un
hombre con necesidades.
—¿Y la gente aquí te acepta? —Winnifred mira a nuestro alrededor,
sorprendida—. ¿A pesar de que saben que hiciste algo malo y socavaste
sus negocios?
—El perro ladra y la caravana avanza. —Me relajo—. Incluso las
personas que se preocupan dejan de preocuparse una vez que los
sentimientos se traducen en acción. Winnifred, los humanos son
criaturas notoriamente egoístas. Por eso los rusos invadieron Ucrania.
Por eso se dejó que los afganos se las arreglaran solos. Por eso hay una
crisis humanitaria en Yemen, Siria, Sudán, y ni siquiera te enteras.
Porque la gente olvida. Se enojan, y siguen adelante.
—Me importa. —Me enseña los dientes como un animal herido—.
Todas esas cosas me importan, y solo porque tú no lo hagas no significa
que los demás sean tan malos. Eres un hombre peligroso.
—¡Peligroso! —chilla Grace, forzando una risa—. Ah, no. Solo es un
gatito. Todos lo somos, en la familia. Contables inofensivos. —Se abanica,
balbuceando—. Lo que entiendo no es tan emocionante como el mundo
del espectáculo. Sabes, mi papá es dueño de un teatro. Solía ir allí todo
el tiempo cuando era niña. Lo encontraba totalmente encantador.
Si bien es cierto que Douglas es dueño de un teatro, Grace solo
fingió que le gustó al crecer para ganarse su aprobación. El teatro es un
campo de bajo margen. A Gracelynn solo le gustan las cosas que generan
dinero.
La misión de desvío es un éxito. Winnifred desvía su atención a
Grace y le hace preguntas sobre el Calypso Hall. Grace responde con
entusiasmo.
Mi teléfono comienza a sonar. Lo saco de mi bolsillo. El código de
área dice Scarsdale, pero no reconozco el número. Presioné declinar. Chip
intenta preguntarme algo sobre las acciones nórdicas.
24
Mi teléfono suena de nuevo. Mismo número. Presiono declinar.
Entiende la pista.
Malditos estafadores y su habilidad para usar números en tu
código de área.
La siguiente llamada llega de un número diferente, aún en Nueva
York. Estoy a punto de apagarlo cuando Grace apoya una mano sobre mi
muslo y dice con los dientes apretados, mientras escucha a Winnifred
hablar efusivamente sobre Hamilton:
—Podría ser el joyero. Por el collar que me compraste en Botsuana.
Contesta.
El teléfono suena por cuarta vez. Me excuso, poniéndome de pie, y
deambulo por la puerta del restaurante hacia el balcón que da al puerto.
Deslizo el botón verde.
—¿Qué? —escupo.
—¿Arsène? —pregunta una voz. Es vieja, masculina y vagamente
familiar.
—Desafortunadamente. ¿Quién es?
—Es Bernard, el asistente de tu padre.
Compruebo la hora en mi reloj. Son las cuatro de la tarde en Nueva
York. ¿Qué puede querer mi padre de mí? Rara vez hablamos. Hago el
viaje a Scarsdale un par de veces al año para mostrar mi rostro y hablar
de negocios familiares, supongo que, su idea de vinculación, pero aparte
de eso, somos prácticamente extraños. No lo odio exactamente, pero
tampoco me agrada. El sentimiento, o la falta de él, estoy seguro, es
mutuo.
—¿Sí, Bernard? —pregunto con impaciencia, apoyando los codos
en la barandilla.
—No sé cómo decir esto… —se interrumpe.
—Mi método preferible sería rápido y sin rodeos —sugiero—. ¿Qué
es? ¿El viejo se está casando otra vez?
Desde que se divorció de Miranda, mi padre se ha asegurado de
tener a otra mujer del brazo cada dos años. Ya no hace promesas. Nunca
se asienta. Una aventura con una mujer Langston es la cura más rápida
para creer en la noción del amor.
—Arsène… —Bernard traga pesado—. Tu padre… está muerto.
25
El mundo sigue girando. La gente a mi alrededor se ríe, fuma, bebe
y disfruta de una noche de verano italiana perfectamente templada. Un
avión pasa en el cielo, penetrando una nube blanca y gorda. La
humanidad no se inmuta por la noticia de que Douglas Corbin, el quinto
hombre más rico de los Estados Unidos, ha fallecido. ¿Y por qué debería?
La mortalidad sólo es un insulto para los ricos. La mayoría lo acepta con
triste resignación.
—Ah, ¿en serio? —me oigo decir.
—Tuvo un derrame cerebral esta mañana. El ama de llaves lo
encontró inconsciente alrededor de las diez y media, después de llamar a
su puerta varias veces. Sé que es mucho para digerir, y probablemente
debería haber esperado hasta que llegaras para decirte…
—Está bien —lo interrumpo, pasándome la palma de la mano por
la cara. Estoy intentando averiguar lo que estoy sintiendo en este
momento. Pero la verdad es que… no siento nada en absoluto. Sí, algunas
rarezas. La misma sensación que tienes cuando algo a lo que estabas
acostumbrado, un mueble, desaparece repentinamente, dejando un
espacio vacío. Pero no hay agonía, ni pena desgarradora. Nada que
indique que acabo de perder al único pariente vivo que tengo en este
mundo—. Debería regresar —me escucho decir—. Acortar el viaje.
—Eso sería ideal. —Bernard exhala—. Sé que es muy repentino.
Nuevamente, lo siento.
Lo pongo en altavoz y retiro el teléfono de mi oído, desplazándome
por los siguientes vuelos disponibles. Hay uno dentro de dos horas. Aún
puedo alcanzarlo.
—Te enviaré un mensaje de texto con los detalles de mi vuelo. Envía
a alguien a recogernos.
—Por supuesto —dice—. ¿La señorita Langston se unirá?
—Sí —respondo—. Querrá estar allí.
Es más cercana a papá que yo, la pequeña aduladora. Lo visita
cada dos fines de semana. El hecho de que Bernard sepa que ella está
conmigo me dice todo lo que necesito saber: papá sabía jodidamente bien
que me estaba follando a mi hermanastra y cotilleaba al respecto con la
ayuda. Gracioso, nunca me mencionó esto. Por otra parte, las mujeres
Langston han sido un tema doloroso para nosotros desde que me echó
para asistir a un internado.
Hago una parada técnica en el baño unisex antes de entrar al
26
restaurante. Necesitaba descomprimir la vejiga. Cuando salgo del
cubículo, escucho una voz débil viniendo de detrás de una de las puertas.
Un llanto salvaje y escalofriante. Como si alguien estuviera herido allí.
No es tu problema, me recuerdo.
Me arremango, me lavo las manos, mientras los lamentos se
vuelven más fuertes, más erráticos.
Ahora no puedo irme. ¿Y si alguien diera a luz a un bebé y lo dejara
ahogarse en el inodoro? Si bien nadie podría acusarme de tener
conciencia, ahogar a recién nacidos no es algo que esté feliz de respaldar.
Cierro el grifo y regreso al cubículo.
—¿Hola? —Apoyo un hombro contra él—. ¿Quién está ahí?
El llanto, que se convierte en hipos pequeños, no cede, pero
tampoco hay respuesta.
—Oye —lo intento, ahora más suave—. ¿Estás bien? ¿Debería
llamar a alguien?
¿Quizás la policía? ¿O alguien más a quien le importe de verdad?
Sin respuesta.
Me estoy quedando sin paciencia, y mis nervios están disparados
como están. Todo mi cuerpo se tambalea con las noticias de papá.
—Mira, o respondes o derribo la puerta.
El llanto es ahora más fuerte. Incontrolable. Doy un paso atrás
para tomar impulso y abro la puerta de una patada. Sale volando de sus
bisagras, y se estrella contra la gran pared del cubículo como una víctima
en una película de acción sangrienta.
Pero no encuentro un bebé o un animal herido.
Solo una Winnifred Ashcroft, acurrucada sobre el tanque del
inodoro con su vestido rojo, el maquillaje corrido por toda su cara,
bebiendo vino directamente de la botella. Su cabello es un desastre, y
está temblando como una hoja.
¿No está embarazada?
Pobre Avena Paul. Ni siquiera puede conseguir una esposa trofeo
sensata.
Lágrimas corren por sus mejillas. Le hizo una buena mella a esa
botella. Está a medio terminar. Ambos nos miramos el uno al otro en
silencio, enfrascados en una jodida competencia. Solo que ahora, está
27
claro que no espera que le pregunte qué le pasa.
—¿Estás en problemas? —suelto, preguntando principalmente
porque es mi deber cívico—. ¿Te está haciendo daño? ¿Abusando de ti?
Niega con la cabeza.
—¡Nunca serás la mitad de hombre que él es!
Ahí va mi misión de toda la vida.
Miro a nuestro alrededor, esperando a que se levante y desaloje el
baño. Es la criatura más extraña que he conocido.
—Mi esposo es asombroso —enfatiza, enfadándose, como si fuera
el que está llorando con una botella de alcohol encima de una colonia de
gérmenes.
—Tu esposo es tan insignificante como mi par de calcetines menos
favoritos, pero esa no es una conversación que me interese tener ahora
—respondo—. Ahora, si no hay nada que pueda hacer…
—Sí, no hay nada. Incluso si necesitara ayuda, no recurriría a ti
para obtenerla. Eres más egocéntrico que un poste de luz. —Se limpia la
nariz con el dorso de su brazo, sollozando—. Vete.
—Vaya, vaya, Winnifred. Pensé que todas las bellezas sureñas eran
dulces y agradables.
—¡Ya vete! —Se pone de pie de un salto y me cierra la puerta en la
cara, o al menos, lo que sea que quede de la puerta desequilibrada.
Por un momento breve, contemplo darle mi número, en caso de que
Paul abuse de ella. Pero entonces recuerdo que mi plato está lleno con mi
propia mierda con la que lidiar, incluyendo la muerte de Doug, la actitud
indecisa de Grace, mi carrera, etc.
Me doy la vuelta y me alejo.
Para decirle a Gracelynn Langston que su querido padrastro
finalmente ha estirado la pata.
28
Como todos los cuentos con moraleja, mi historia comenzó en una
gran mansión extensa. Con vidrieras, arcos apuntados, bóvedas de 29
crucería y contrafuentes.
Murales pintados, piezas de ajedrez de mármol talladas a mano y
grandes escaleras curvas.
Con una madrastra malvada y una hermanastra presumida.
La noche que lo cambió todo comenzó normalmente, como todos
los desastres.
Papá y Miranda se dirigieron a la ciudad para ver el estreno de La
gaviota de Chéjov en el teatro Calypso Hall y nos dejaron atrás. Lo hacían
a menudo. Miranda disfrutaba del arte, y papá disfrutaba de Miranda.
Sin embargo, nadie disfrutaba de nosotros, así que era nuestro trabajo
entretenernos entre sí.
Gracelynn, mi hermanastra, y yo aplastamos una caja de cartón
que habíamos robado de la cocina y nos turnamos para sentarnos en ella,
deslizándonos por las escaleras. Nos topamos con las amas de llaves a
medida que corrían entre las habitaciones, cargando cálidas toallas
esponjosas, ingredientes para la cena y trajes lavados en seco. Si
hubieran podido, nos habrían aplastado como a insectos. Pero no podían.
Éramos Corbin. Excusados, privilegiados y poderosos. Los elegidos de
Scarsdale. Destinados a aplastar, no a ser aplastados.
Nos deslizamos y deslizamos por las escaleras hasta que nuestros
traseros estuvieron rojos debajo de nuestras prendas de diseñador. Mi
espalda se sentía como gelatina por todos los golpes contra las escaleras.
Ninguno de los dos pensó en parar. No había muchas cosas que hacer en
este castillo. Los videojuegos estaban prohibidos («Hacen que la mente se
vuelva perezosa», decía papá), los juguetes ensuciaban («Y de todos
modos, son demasiado viejos para eso», resopló Miranda), y nos habíamos
quedado sin tarea para hacer.
Gracelynn estaba en medio del aire, deslizándose por la escalera,
cuando la puerta principal se abrió de golpe. Chocó con mi padre. Su
cara se estrelló contra sus zapatos, y dejó escapar un cómico resoplido.
—¿Qué demo…? ¡Arsène! —tronó mi padre al pie de la escalera,
esquivándola. Rastros de uñas adornaban sus mejillas—. ¿Qué es este
desastre?
—Solo estábamos…
—¿Decidieron lesionarse? ¿Crees que tengo tiempo para ir a
urgencias contigo? —escupió—. Ve a tu habitación. Ahora.
—Gracelynn. —Mi madrastra lo siguió rápidamente, cerrando la
puerta detrás de ella. No tenía que mirar sus uñas para saber que
30
estaban cubiertas con la sangre de mi padre. Cuando peleaban, ella
siempre hacía esto. Lo lastimaba—. Querida, ve a practicar tu ballet.
Papá y yo tenemos cosas de adultos que discutir.
Papá.
Él no era su papá.
Diablos, en realidad ni siquiera era mi papá.
Douglas Corbin no era una criatura paternal.
Sin embargo, por extraño que parezca, no odiaba a Gracelynn, la
hija de otro hombre, con la misma pasión que reservaba para mí.
—Lo siento, mamá.
—Está bien, cariño.
Gracelynn se levantó y se sacudió las rodillas. Subió las escaleras
a toda prisa, con un cartón arrugado debajo de la axila. Caminamos
arrastrando los pies por el pasillo oscuro. Ya sabíamos el resultado.
Ninguno de nosotros quería un asiento de primera fila para escuchar las
discusiones de papá y Miranda.
Todo lo que papá y Miranda hacían era pelear y reconciliarse. No
querían que estuviéramos presentes para ninguna de esas cosas. Así
comenzaron los juegos deslizándonos por las escaleras y la cuerda floja.
Por aburrimiento porque siempre estábamos tan solos.
—¿Crees que van a castigarnos? —me preguntó ahora.
Me encogí de hombros.
—No me importa.
—Sí… yo tampoco. —Gracelynn empujó su codo huesudo en mis
costillas—. Oye, ¿una carrera hasta mi habitación?
Negué con la cabeza.
—Nos vemos en el techo.
Caminó rápidamente por el mármol dorado, desapareciendo en su
habitación.
Cada vez que nos enviaban a nuestras habitaciones, trepábamos
por la escalera de incendios y nos quedábamos en el techo. Era una
manera de pasar el tiempo, y podíamos hablar de cualquier cosa sin que
los sirvientes espiaran y nos delataran.
Entré en la guarida de Gracelynn, que parecía algo que la propia
Barbie había diseñado. Tenía una cama tamaño queen con un dosel de
31
tul rosa, una chimenea blanca tallada y sillones reclinables tapizados. Su
equipo de ballet estaba esparcido.
Gracelynn amaba el ballet. No sabía por qué. El ballet claramente
no la amaba. Era una bailarina de mierda. No porque no fuera bonita,
sino porque solo era bonita. Apenas podía mover los pies e, irónicamente,
carecía de gracia.
La ventana estaba abierta. El viento hacía bailar las cortinas.
Incluso ellas bailaban mejor que Gracelynn.
Até mis zapatillas antes de sacar mi cuerpo por la ventana. Subí a
grandes zancadas la escalera de hierro empapada por la lluvia. Encontré
a Gracelynn apoyada contra una de las chimeneas, con los tobillos
cruzados, exhalando vapor como un dragón.
—¿Listo para la cuerda floja? —preguntó sonriendo.
La cresta del techo tenía un borde tan angosto que teníamos que
caminar un pie a la vez. Para nuestro juego, caminábamos por la cresta,
de chimenea a chimenea, lo más rápido que pudiéramos. Cada uno tenía
un turno. A veces nos tomábamos el tiempo y, muchas veces, sospechaba
que ella estaba haciendo trampa, por lo que nunca, jamás la dejaba
ganar.
—¿Me estás cronometrando, o qué? —Gracelynn sacudió su
barbilla hacia mí.
Asintiendo, saqué mi cronómetro de mi bolsillo.
—¿Lista para volver a comer polvo, hermanita?
Gracelynn tenía un problema. Su problema era yo. Era más
inteligente que ella, sacando mejores notas en los exámenes sin siquiera
estudiar. Era más atlético que ella: era una bailarina mediocre, mientras
que yo era el segundo mejor tenista de mi grupo de edad en todo el estado.
Naturalmente, también era mucho más rápido que ella. Siempre
ganaba. Nunca se me ocurrió dejarla tener una pequeña victoria. Era una
molesta mocosa privilegiada.
Yo también lo era, pero admitámoslo, llevaba mejor mis defectos.
—No voy a perder, tú… tú… ¡aliento a perro caliente! —se
atragantó, su cara poniéndose rosada.
Me reí.
—Tu tiempo comienza ahora, cara de pedo. —Levanté el
cronómetro en el aire. 32
—Sabes, me estoy cansando mucho de hacer esto. —Se recogió el
cabello, negro ónix, como sus ojos, atándolo en un moño de aspecto
doloroso—. Haciéndome invisible por ellos. Todos los padres de mis
amigos…
—Miranda y Doug no son padres —la interrumpí, entrecerrando los
ojos a medida que nubes grises se acumulaban sobre nuestras cabezas
como matones de patio de escuela. Iba a llover pronto—. Solo son
personas con niños. Hay una diferencia.
—¡Pero, no es justo! —Grace pisoteó—. Mamá me castiga cada vez
que tu papá la molesta.
Era un buen momento para señalar que era el saco de boxeo
personal de su madre. El pasatiempo favorito de Miranda era lamentarse
con mi padre de lo jodido que estaba.
No se ríe. No llora. No le interesa nada más que la astronomía y las
matemáticas, lo cual, discúlpame, Doug, simplemente no es normal para
un niño de diez. Tal vez hay algo mal con él. Le haríamos un perjuicio si no
hacemos algunas pruebas. ¡Ah, y no bosteza cuando otros lo hacen! ¿Has
notado eso? Eso demuestra una falta de simpatía. Podría ser un sociópata.
¡Un sociópata! Viviendo bajo nuestro techo.
No podía correr el riesgo de que Gracelynn corriera hacia su madre
con la impresión de que me importaba un comino, así que me mordí la
lengua.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Como en, he querido este tutú que los padres de Lucinda le
compraron en Moscú durante años. Está hecho a medida. Y la semana
pasada, mamá me dijo que consideraría encargarlo. Pero hoy, antes de ir
con tu padre al teatro, soltó una rabieta y dijo que de repente era
demasiado caro y que me quedaría pequeño demasiado rápido. ¡Todo
porque él la hizo enojar!
—¿Y te preocupas por el vestido estúpido porque…?
—Ars, no es un vestido. ¡Es un tutú!
—Si tú lo dices.
—¡Yo lo digo! ¡Lo diré todo el día!
—No quieres el tutú de Lucinda. Quieres su talento. Y eso no se
puede comprar en Rusia, ni en ningún otro lugar —dije con total
naturalidad.
Lucinda y Gracelynn estaban en el grado inferior al mío. Lucinda 33
era la chica que todas querían ser. Hermosa y amable, y por lo tanto
odiada por Grace y sus pequeños clones.
—No puedo creer que acabas de decir eso. —Apretó su mano en un
puño, agitándolo hacia mí—. Sabes, mamá tiene razón sobre ti.
—Tu mamá no tiene razón en nada. Ahora empieza a caminar. No
tengo todo el día —espeté, poniendo el cronómetro en marcha—. Está
activado.
—¡Uff! —gruñó—. ¡Te odio!
Empecé a contar los segundos en voz alta, sabiendo que la
asustaría.
—Argh. ¡Te mostraré! ¡Voy a ganar!
Levantó los brazos en el aire y comenzó a trotar rápidamente por el
techo. Demasiado rápido. Gracelynn prácticamente flotó sobre el borde,
cortando el aire como un ave de rapiña. Entró y salió de la niebla como
un avión. Se tambaleó de izquierda a derecha. Estaba casi en la
chimenea, pero ¿qué diablos? Podría caerse en cualquier segundo.
—Jesús —siseé—. Desacelera. ¿Qué estás hacien…?
Antes de que terminara mi oración, su pierna derecha no tocó la
superficie como una aguja. Resbaló, balanceándose hacia la izquierda
para recuperar el equilibrio. Su pierna derecha se torció bruscamente.
Dejó escapar un grito ahogado de sorpresa, lanzando sus brazos hacia
adelante para agarrar la chimenea. Se quedó un poco corta.
Gracelynn cayó por el costado del techo con un grito salvaje,
desapareciendo de vista. Mierda. Mis pulmones se cerraron, rechazando
el oxígeno. Mi primer pensamiento fue: ¿en qué estaba pensando?
Seguido de cerca por: papá va a asesinarme.
Esperé el golpe. Tal vez era un sociópata como dijo Miranda. ¿Quién
esperaba escuchar el cuerpo de su hermanastra golpeando el suelo desde
una altura de diez metros?
—¿Grace? —Mi voz terminó ahogada por la lluvia que comenzó a
caer sobre el techo—. ¡Maldita sea, Gracelynn!
—¡Aquí! —llamó ahogada.
El alivio se apoderó de mí. No estaba muerta. Me agaché para
sentarme en la cresta y me deslicé lentamente por el techo hasta llegar a
la canaleta.
Sus dedos estaban enroscados alrededor del tubo del desagüe. Su
cuerpo colgaba en el aire.
34
¿Debería ir a buscar a papá y Miranda? ¿Debería intentar
levantarla?
Mierda, no tenía ni idea. Nunca pensé que ninguno de nosotros
sería tan estúpido como para correr legítimamente por el techo como un
maníaco.
—Ayúdame —suplicó Gracelynn, con lágrimas y gotas de lluvia
corriendo por su rostro—. ¡Por favor!
Agarré sus muñecas y me incliné hacia atrás, comenzando a tirar.
Picos afilados de lluvia nublaron mi visión. Su piel estaba fría, húmeda y
resbaladiza. Sus muñecas tan delicadas que tenía miedo de romperlas.
Sus dedos arañaron mi piel, aferrando, mientras se agitaba, intentando
usarme como una escalera humana. Me sacó sangre, tal como su madre
le había hecho a mi padre esta noche.
Decidí que no iba a compartir el destino de Douglas Corbin. No iba
a sangrar nunca más por una mujer Langston.
—¡Tira más fuerte! —gimió—. Me estoy resbalando. ¿No puedes
ver?
Las plantas de mis pies ardieron a medida que intentaba subirla al
techo. Las probabilidades estaban en mi contra. También la física. Tenía
que subir cuesta arriba sobre las tejas mojadas mientras tiraba de
alguien con mi propio peso.
—Tienes que aferrarte a la canaleta. Tengo que llamar a papá.
—¡No puedo!
—Ambos vamos a caer.
—¡No me dejes!
¿Pensaba que quería matarla o algo así? También estaba a punto
de caer.
—Mira, puedo sostenerte por unos segundos más y darles un
descanso a tus brazos, pero luego tienes que sostener la cuneta por un
minuto o dos hasta que lleguen aquí.
Se deslizó de mi agarre unos centímetros. Se retorció en el aire
como un gusano.
—¡No! ¡No me dejes! No quiero morir.
—No mires hacia abajo —rugí, cayendo de rodillas, tirando más
fuerte, con todo lo que tenía en mí. Sentía como si mis miembros
estuvieran siendo arrancados de mi cuerpo. Pero ella era demasiado
35
pesada, estaba demasiado mojada—. Solo… solo mírame.
El peso apremiante e implacable de ella desapareció de repente. Mi
cuerpo se sacudió hacia atrás. La parte posterior de mi cabeza se estrelló
contra las tejas. Un chapoteo distante asaltó mis oídos.
Ella cayó.
Ella cayó.
Me arrastré frenético por la cuneta, entrecerrando los ojos,
intentando ver más allá de la lluvia, el barro y los arbustos espesos. Grace
había aterrizado en el dosel cubriendo la piscina vacía. El vientre era
profundo, y había agua a su alrededor.
Gracelynn no se movió. Sus piernas estaban en ángulos extraños
y supe inmediatamente, incluso antes de que comenzara a gritar, que
todo había terminado para ella.
No más disfraces de tul, tutús rusos o campamentos de baile en
Zúrich.
La carrera de ballet de mi hermanastra había terminado.
Y así mi vida como la conocía.
Las radiografías llegaron minutos después de que papá y yo
llegáramos al hospital.
No me había mirado, ni siquiera una vez, en todo el viaje hasta allí.
Le conté todo lo que había sucedido, tal vez omitiendo la parte en la que
la incité. No hace falta ser más santo que el Papa. Además, sobrevivió,
¿no?
—Pero, va a estar bien. ¿Cierto? —Lo perseguía ahora por el pasillo
de linóleo hasta su habitación. Estaba tan lleno de adrenalina que ni
siquiera podía sentir mis piernas.
—Por tu bien, será mejor que lo esté —gruñó, mirando al frente—.
De todos modos, ¿qué hacían ustedes dos allí?
—Jugábamos un juego.
Dejó escapar un resoplido.
—Juegas apuestas altas. Típico hombre Corbin. 36
¿Qué tenían que ver las apuestas con todo esto? Al menos, nunca
había apostado nada.
—¿Eso es bueno o malo? —pregunté.
—Hablando claramente, es una condición incurable derivada de
demasiado dinero, ego y tiempo. —Tiró de los dedos de sus guantes de
cuero—. Los Corbin tendemos a ser rebeldes con causa. Con suerte, la
tuya no es matar a tu hermana. Niño, controla tu personalidad.
Esto fue lo máximo que me hubiera hablado en meses, tal vez
incluso años, así que lo disfruté. No era que me ignorara en sí. Papá se
aseguraba de que obtuviera calificaciones excelentes, asistiera a mis
actividades extracurriculares, cosas así. Simplemente no hablábamos
demasiado.
El veredicto llegó junto con las radiografías. Gracelynn sufría de
dos piernas rotas y una dislocación espinal menor que requería cirugía.
También sufría de un mal caso de ser un pedazo de mierda.
Esto último no era un diagnóstico médico, pero no obstante, cierto.
Tan pronto como los analgésicos hicieron efecto y sus piernas estuvieron
enyesadas, me señaló con un dedo acusador, entrecerrando sus ojos
alquitranados.
—Fue él. Me hizo esto. Me empujó, mami.
Era la primera vez que en realidad me quedaba sin palabras. ¿La
empujé? Intenté salvarla, y ella lo sabía jodidamente bien.
—¡Puras mierdas! Corriste por la cornisa y caíste —dije
acaloradamente—. Intenté subirte. Casi me arrancas los brazos. Aquí,
puedo probarlo.
Subiéndome las mangas, me giré para mostrarle a papá y Miranda
las marcas que Gracelynn había dejado en mi piel. Estaban rojas,
profundas y en carne viva, y ya estaban a medio camino de convertirse
en cicatrices.
Gracelynn sacudió la cabeza con firmeza.
—Intentaste empujarme, así que luché contigo. Querías deshacerte
de mí. Tú mismo lo dijiste. Estabas cansado de compartir la atención de
mamá y papá.
Esto sonaba exactamente como el tipo de cosa que ella haría.
Odiaba llamar la atención de papá y Miranda. Siempre era negativo y me
metía en problemas.
Mi boca se abrió.
37
—¿Por qué estás mintiendo?
—¿Por qué estás mintiendo? —Enseñó los dientes—. Te han
pillado. ¡Solo confiesa! Podrías haberme matado.
—Ah, mi palomita. ¿Qué te ha hecho este monstruo? —Miranda
hundió la cara en el cuello de su hija, rodeándola con los brazos. Sonaba
como si estuviera llorando, pero apuesto a que sus ojos estaban secos.
Miré alrededor de la habitación, esperando… ¿qué? ¿Alguien que
cruce la puerta y me respalde? No había nadie en el mundo que pudiera
protegerme. Siempre supe eso, pero de repente, el peso de mi soledad
estaba presionando con fuerza contra mi pecho, haciéndome difícil
respirar.
—Hijo, mentir es la salida cobarde. —Los dedos de papá se
envolvieron firmemente alrededor de mi hombro, advirtiéndome que no
defendiera mi caso—. Confiesa y enfrenta las consecuencias como un
hombre.
No me creía.
Nunca iba a creerme.
Solo quería que esto desapareciera para él y para Miranda, de modo
que no hubiera más gritos, alaridos y bofetadas.
Gracelynn, a pesar de mis carencias en todos los aspectos en los
que sobresalía, seguía siendo su hija favorita. La niña normal. La que
reía, lloraba y bostezaba cuando los demás lo hacían.
La comprensión dolorosa de que estaba realmente solo en este
mundo se estrelló contra mí.
Mirando furiosamente a Gracelynn, con la mandíbula apretada y
los ojos muertos, me encogí de hombros.
—Seguro. La empujé. Lo único que lamento es que no pude
terminar el trabajo. Supongo que, mejor suerte la próxima vez.
Y entonces, Gracelynn lo asimiló. Que todo esto era real. No parte
de nuestros estúpidos juegos inventados. Pude verlo en sus ojos. El
destello de arrepentimiento, seguido por la adrenalina. El reconocimiento
de que lo que sea que estaba haciendo, estaba funcionando, al menos por
ahora. Que finalmente estaba ganando en algo contra mí.
Pero nunca la dejaría ganar. No si aún tenía aliento en mí.
38
Me di la vuelta y salí de la habitación del hospital, dejando atrás la
pobre imitación de lo que se suponía que era mi familia.
Más tarde esa noche, Miranda regresó del hospital sin Gracelynn.
Papá y yo esperábamos en el comedor, mirándonos las manos en silencio.
—Doug, una palabra —tajó Miranda, llamando a mi padre al piso
de arriba. Cerraron la puerta del dormitorio detrás de ellos. Presioné mi
oreja contra su puerta, mi boca seca.
—… demasiado, durante demasiado tiempo. Esto es negligencia
pura. En buena conciencia, no puedo permitir que mi hija se convierta
en presa en manos de tu hijo fuera de control. Doug, ya tuve suficiente.
Sabía lo que en realidad molestaba a Miranda de mí, y no tenía
nada que ver con Grace.
Me veía exactamente como mi madre, la difunta Patrice Chalamet.
Era un recordatorio constante de que ella había estado viva. Que
una vez, ella le había robado a Douglas Corbin. Que si no fuera por
Patrice, nunca hubiera nacido.
Gracelynn tampoco lo habría hecho.
Había una utopía alternativa para papá y Miranda. Una versión de
la realidad que casi habían logrado alcanzar. Y fue este servidor quien lo
cagó por todas partes.
Los sirvientes hablaban todo el tiempo de eso. Susurrando
mientras esponjaban las almohadas, nos preparaban comidas nutritivas,
nos llevaban a Gracelynn y a mí a nuestras prácticas de tenis y ballet.
Según cuenta la historia, Miranda y papá habían estado saliendo
de vez en cuando durante la universidad. Ella pasó por alto las
indiscreciones de Doug, sea lo que sea que signifique esa palabra, y no lo
perdería de vista. Cuando papá fue a la boda de un amigo en París hace
once años, Miranda había querido acompañarlo. Pero era un evento
privado, compuesto por cincuenta personas, sin invitaciones para
acompañantes.
Ahí es donde conoció a Patrice. Una glamurosa aspirante a actriz
de Rennes y dama de honor. Los dos tuvieron una aventura (nuevamente,
no tengo idea de lo que eso significaba), después de lo cual papá regresó 39
a Estados Unidos.
A Doug nunca se le ocurrió que Patrice llamaría a su puerta dos
meses después con una prueba de embarazo positiva, blanca como el
papel. La leyenda dice que vomitó sobre sus zapatos para probar su
punto antes de que él terminara de preguntarle qué estaba haciendo allí.
Y que Miranda estaba en su apartamento en ese momento, en condiciones
menos que decentes, había dicho un ama de llaves con sarcasmo.
Mi abuelo, el padre de papá, lo obligó a hacer lo correcto. Así que,
papá se casó con Patrice, una completa extraña.
Los sirvientes siempre decían que a mi abuelo nunca le gustó
Miranda.
Demasiado exigente. Demasiado escaladora social.
La respuesta de Miranda a la humillación pública había sido a
sangre fría. Quedó embarazada con la hija del mejor amigo de papá poco
después. Un hombre con el nombre de Leo Thayer. Un heredero
australiano de un imperio de exportación de carne. Su contratraición fue
tan perfecta que Gracelynn nació pareciéndose tanto a Leo que la prueba
de paternidad que Miranda le había enviado a papá para confirmar que
Gracelynn no era suya no había sido necesaria.
Las versiones variaron sobre lo que sucedió después. Escuché
algunas historias de algunos sirvientes. Pero la historia más popular era
la de cómo mi padre y Miranda habían reavivado su relación antes de que
Gracelynn y yo hubiéramos dejado la leche de nuestras nodrizas.
Solo que ahora Miranda no era la novia preciada, era la amante.
Hasta que murió Patrice, y la ascendieron a esposa.
Miranda, como su hija, no podía soportar perder ante nadie.
Especialmente un niño de diez.
—Hablaré con él —murmuró mi padre—. Le haré entender que lo
que hizo estuvo mal.
—Eso no es suficiente. ¿Crees que puedo dormir por la noche
sabiendo que tu hijo está al otro lado del pasillo de mi hija después de lo
que le hizo?
—Cariño, no sabemos qué pasó exactamente.
Me sorprendió que papá me defendiera, pero sabía que no se
mantendría firme por mucho tiempo. Ella lo desgastaría. Siempre lo
hacía. Y él, cegado por sus propios pecados, por su belleza, se sometería.
—Bueno, odio hacer esto, pero es él o nosotras. 40
—¿Y dónde debo ponerlo? —espetó papá con impaciencia—.
Miranda, es un niño. ¡No un maldito jarrón!
—Hay un internado no muy lejos de aquí. La academia Andrew
Dexter. El hijo de Elaine va allí. ¿El que estaba en ese programa de
superdotados? Tengo el folleto… —Escuché el crujido del papel.
Por supuesto que tenía el folleto a mano.
—¿Quieres que lo meta en una escuela privada al otro lado del
estado? —gruñó—. Jesús, Miranda, escúchate.
—Ah, vamos, Doug —dijo con dulzura—. Es un buen lugar. Ambos
sabemos que está estancado aquí académicamente. Le estarías haciendo
un favor. Podría estar desarrollando su potencial, en lugar de aburrirse
aquí y meterse en todo tipo de problemas. Nos encantaría tenerlo para
las fiestas y las vacaciones de verano. Sería mucho más manejable.
Y así me volví manejable.
Desterrado de mi propia casa por una mentira que mi hermanastra
había dicho para deshacerse de mí.
Por sus celos. Su codicia.
Gracelynn consiguió su tutú ruso. Lo pusieron detrás de un vidrio,
como la Cámara de la Armería en el Kremlin. Precioso e inalcanzable. Al
igual que sus aspiraciones de ballet.
También consiguió toda la atención de nuestros padres.
Aquí fue donde comenzó mi obsesión por Gracelynn Langston. El
hambre salvaje de conquistarla a toda costa.
El momento de la historia en que ganó lo único que importa: la
opinión pública.
Pero esto era un maratón, no una carrera corta.
Gracelynn estaba a punto de aprender la lección de la manera más
difícil.
Los Corbin siempre ganamos al final.
Incluso si eso significaba que tuviéramos que jugar sucio.
41
—Deténgase —instruye Grace después de que aterrizamos en
Newark horas más tarde.
El chófer enciende la luz intermitente, reduce la velocidad y detiene
el Cadillac hasta el arcén. Empuja la puerta para abrirla, sale
tambaleándose y vomita sobre los arbustos. 42
Ha estado llorando todo el vuelo hasta aquí, hablando con su
madre por teléfono. Grace no me preguntó ni una sola vez cómo me las
estaba arreglando. Tal vez asume, como su madre, que soy un sociópata,
incapaz de sentir.
O tal vez simplemente no le importa.
Lo peculiar es que ella no es del tipo emocional. Desmoronarse no
es su estilo.
Tambaleándose de vuelta en su asiento, se pone una mano sobre
la frente sudorosa.
—Arsène, duele tanto. No lo entenderías.
¿No lo haría?
Su egoísmo absoluto me quita el aliento. Los había tenido a ambos
al crecer. Miranda. Douglas. Nunca se disculpó por lo que me hizo.
Y es por eso que la quieres tanto. Porque es una obsesión. Una
fantasía inalcanzable. Una clase propia.
—También era mi padre —señalo rotundamente.
—Pero era más unido a mí —se queja infantilmente.
Volviendo mi mirada hacia la ventana, me muerdo la lengua hasta
que el sabor metálico de la sangre cubre mi boca.
—Mira, estoy exhausta. —Niega con la cabeza, más lágrimas
brotando de sus ojos. Creo que es la primera vez que la veo llorar. Incluso
cuando cayó del techo, fue dura al respecto—. Solo ya quiero llegar allí.
Chasqueo los dedos al conductor en respuesta.
—Acelera.
3En la mitología griega, las Erinias son personificaciones femeninas de la venganza que
perseguían a los culpables de ciertos crímenes.
el momento y las circunstancias. Te daré unos meses para suavizar las
asperezas. Preparar el terreno, por así decirlo.
—¿Casarnos? —Sus cejas se elevan, sus ojos se abren del todo con
placer abierto y descarado. Mantiene su emoción al margen, sin querer
reconocer su propia desventaja en nuestras negociaciones—. No pensé
que fueras de los que se casan.
—El matrimonio es un esfuerzo perfectamente pragmático. —Tomo
mi tenedor y le doy un mordisco al bistec poco hecho, su jugo
ensangrentado corriendo por mi lengua—. Soy un fanático de las
instituciones. Resisten la prueba del tiempo porque son funcionales. El
matrimonio es una buena inversión de bajo riesgo. Necesito herederos,
estabilidad y una casa fuera de esta maldita ciudad. Tampoco se me
escapa la desgravación fiscal.
Si bien este pequeño discurso no va a ganar ningún premio al
romance, da en el blanco. Ahora que Grace sabe que Douglas no la
convirtió en multimillonaria, tengo mi pie en su garganta. 73
—¿Esto es una propuesta de matrimonio? —Sus ojos oscuros casi
se salen de sus órbitas.
—Es una declaración de intenciones.
—Muy bien. —Le da una palmadita a su cabello radiante—.
Siempre que tenga un anillo lo suficientemente grande para ser visto
desde Marte. Quiero algo asqueroso y desagradable. Algo que hará que
todas las mujeres que conozco me desprecien.
No tengo el corazón para decirle que la mayoría de las mujeres que
conoce ya la odian.
O Grace es una mierda en las negociaciones y le di demasiado
crédito, o está desesperada por este trato. En cualquier caso, ha
renunciado a la lucha de buena gana, y me pregunto por qué. Ha pasado
la última década dejándome cada pocos meses y arrastrándome a través
de todo su drama… ¿solo para aceptar una propuesta? ¿Cuál es su
ángulo?
—Firmarás un acuerdo prenupcial —anuncio.
Su expresión cae.
—¿Por qué? No es como si alguna vez fuéramos a…
Levanto una mano.
—Grace, disfruto de ti. Más de lo que debería. Pero no te
equivoques. No confío más en ti que en el titular del National Enquirer de
mañana.
Suelta una carcajada.
—Eres terrible.
—Eso no puede ser una novedad para ti.
—Bien. Pero me reservo el derecho de que tres abogados revisen
este acuerdo prenupcial.
—Que sean cien, cariño. —No importa. Voy a salirme con la mía y
asegurarme de que mi riqueza esté a salvo de ella, al igual que mi padre
lo hizo con su madre.
—Ahora, espérame en el dormitorio mientras lavo los platos. —Me
levanto.
Al principio vacila, merodeando, como si tuviera algo más que
74
decir, luego se pone de pie.
Le doy la espalda cuando empieza a caminar. La observo desde el
reflejo de la ventana de la cocina.
—¿Dije que camines? Quise decir gatea.
Girando la cabeza, veo que su espalda se pone rígida mientras
piensa brevemente.
—Te gusta humillarme, ¿no?
No particularmente. Pero sé que a ella le gusta, y juego muy bien
nuestro juego.
—Ars, está bien. El problema es que, a mí también me gusta que
me humilles. Sé que no me amas… —Toma aire—. No, ni siquiera
intentes negarlo. Lo que sientes por mí no es amor. Es obsesión. Siempre
ha sido una obsesión. Aun así lo tomaré.
Se pone a cuatro patas lentamente y gatea hacia mi dormitorio, con
su magnífico trasero en el aire. De hecho, la amo. Por supuesto que la
amo. ¿Por qué si no iba a aguantar todo lo que me ha hecho pasar?
Quiero decirle que se levante. Pero algo me detiene. Un dolor
punzante que atraviesa mi pecho cada vez que recuerdo cómo me privó
de la única familia que conocía. Con qué crueldad me jodió.
Lavo los platos y la sartén, luego enjuago las copas de champán.
Mientras me seco las manos de camino al dormitorio, escucho correr el
agua en el baño.
Grace aparece en la puerta un minuto después, con un sexy
negligé4 de encaje negro.
Negligé. El apodo me hace estremecer. ¿Por qué estoy pensando de
repente en esa campesina? No importa. Su cara simplona ya ha
desaparecido de mi mente.
Grace se me acerca y pasa su uña por mi garganta.
—Estaba pensando… —La punta de su lengua viaja a lo largo de
su labio superior—. ¿Qué tal si te doy acceso VIP a mi entrada trasera?
La miro fijamente. ¿Me acaba de ofrecer sexo anal? ¿Como si
fuéramos adolescentes? Nunca lo hemos discutido. No tenía la impresión
de que esto fuera algo en lo que ella estaría interesada.
75
—¿Por qué? —cuestiono.
—¿Qué quieres decir? —Su sonrisa se desmorona. Esta no era la
reacción que buscaba—. Quiero hacer cosas especiales para ti. Vamos a
mudarnos juntos. Acabamos de hablar de matrimonio. —Traga pesado,
dando un paso atrás—. Además, siempre te han gustado las cosas poco
ortodoxas. Pensé que tal vez querías ponerte un poco pervertido.
No quiero que renuncie a cosas que no quiere dar porque las cartas
se han barajado y cambiado a mi favor.
—¡Ah, vamos! —Pone los ojos en blanco—. No finjas que no te gusta
cuando aprieto mis tetas y follas el espacio entre ellas hasta que te corres
en mi boca.
Definitivamente tenemos algo de trabajo pendiente en cuanto a las
palabras dulces.
Le doy una mirada nivelada.
—Esa idea nació cuando estabas aburrida y cachonda mientras
tenías tu período, ¿recuerdas?
—¡Bueno, ahora mi idea es tener sexo anal! —Me está gritando,
nunca un buen aspecto cuando intentas seducir a alguien—. ¿Qué es tan
difícil de entender?
4 Negligé: del inglés babydoll, pudiéndose también traducirse como «muñeca», de ahí
los comentarios siguientes con relación al apodo de Winnie.
—Dejemos esta oferta generosa para cuando te sientas menos
agradecida, y no esté tan borracho. —Empuño su cabello, extendiendo
su cuello—. Ahora sé una buena chica y ponte a cuatro patas para mí en
la cama. De todos modos, es tu mejor ángulo.
Lo hace, arrastrando las rodillas sobre el lino satinado.
—Mira la cabecera. No le quites los ojos de encima. —La rodeo como
un depredador, sabiendo que la está excitando.
Cuando me pongo un condón y finalmente la penetro por detrás, la
encuentro seca como un hueso. Me retiro lentamente, confundido, sin
querer lastimarla necesariamente.
—¿Te gustaría más tiempo? —Me aclaro la garganta, sintiéndome
sorprendentemente fuera de lugar.
Se estira y agarra el dobladillo de mi camisa.
—No. Continúa. Es solo que… el estrés me pone a veces así. Me 76
estoy divirtiendo.
—Sin ofender, pero te sientes como papel de lija —digo
rotundamente—. No es obligatorio tener sexo. —Me alejo de ella, a punto
de arrancar el condón de mi polla.
Se da la vuelta y tira de mi camisa desesperadamente.
—No, no. Por favor. Tienes que follarme.
—¿Por qué? —pregunto, estupefacto. Nunca hemos tenido un
problema como este, pero no veo la necesidad de follar esta noche si ella
no está dispuesta a hacerlo.
—¡Porque! —Está a punto de llorar—. Te he echado de menos y te
quiero dentro de mí, ¿de acuerdo? Deja de hacer tantas preguntas.
Tengo la extraña sensación de que hay más en esta noche que el
hecho de que no esté mojada. Por lo general, rebota en mi polla como si
fuera Sky Zone5. Algo le pasa, pero nunca me lo dirá.
—Por favor. —Empuja su trasero hacia mí, su voz urgente—. Hazlo.
Por favor. Por mí.
La follo a regañadientes, lento y con cuidado, sujetándola por la
cintura, observando su sedoso cabello azabache derramándose por su
espalda suave. Aún está prácticamente seca, pero cada vez que la veo
hacer una mueca, empujo mis dedos en su boca y uso su saliva como
5 Sky Zone: empresa con sede en Los Ángeles que opera parques de trampolines bajo
techo.
lubricante, masajeando su clítoris en el proceso con la vana esperanza
de que se humedezca un poco.
—¿Estás segura de que esto está bien? —pregunto bruscamente,
sintiéndome como un maldito estudiante de secundaria y odiando cada
momento.
—Es asombroso. Ohhh, justo así. Por favor.
—No parece que te estás divirtiendo.
—Los hombres saben tan poco del cuerpo femenino —gruñe—. No
me digas lo que estoy sintiendo. Tengo mi propio ritmo.
Cerrando los ojos, intento terminar lo más rápido que puedo. El
sexo es tan bueno como un café rancio. Estoy a media asta, contrariado
e inquieto. Así que, por primera vez en mi vida, gruño un poco, fingiendo
terminar, y luego me retiro lo más rápido que puedo.
Cuando se da la vuelta debajo de mí, sonríe, acariciando mis 77
mejillas.
—Eso fue muy divertido, ¿no?
Como moler mi pene sobre una lima de uñas.
—Épico —murmuro.
Se inclina hacia delante para besar un lado de mi boca.
Sosegado, me quito el condón mientras me dirijo al baño. Lo arrojo
a la basura y me dirijo al inodoro para orinar. Frunciendo el ceño, me
agacho para examinar el residuo rosa alrededor de la goma. Otra primera
vez indeseada.
—¿Grace?
—¿Mmm? —ronronea desde la habitación, agarrando el control
remoto y cambiando de canal.
—Creo que sangraste.
Su risa aguda sacude mis huesos a medida que resuena en mi
habitación.
—¿Lo hice? Ah, solía pasarme todo el tiempo en la universidad.
—¿Qué significa? —pregunto.
—Ni idea. En realidad, debería hacer que lo revisen. He estado muy
estresada desde el testamento. Ni siquiera usé mi vibrador ni una vez.
—Llama mañana a tu médico.
—Sí, señor.
Regreso al dormitorio y la observo, intentando despojarla de todas
las mentiras con las que está cubierta para descubrir la verdad. Pero es
tan buena en esto. En la farsa. Siempre ha sido una mentirosa
maravillosa.
—Está bien, futuro esposito. Ahora ven aquí. —Me alcanza y me
arrastra hacia la cama con ella—. Vamos a abrazarnos un poco.
¿Quién. Carajo. Es. Esta. Mujer?
—¿Desde cuándo nos abrazamos?
—¡Vamos a tener que empezar! —exclama, volviendo a su alegría
falsa—. Estamos a punto de casarnos, ¿cierto?
Intentamos ver algo juntos, pero Grace es alérgica a los
documentales, y me importan un carajo los estúpidos programas de
telerrealidad en los que la gente bebe, cotillea y vende casas. 78
Al final, la dejo ver algo en Bravo y me quedo dormido.
Tres meses después, llevo a Grace a Martha's Vineyard. Una
versión más pintoresca y menos glamurosa de Cape Cod. Los Hampton
sin brillo.
No disfruto Martha's Vineyard más que el baño público más
cercano, pero sé que alquilar una casa allí hace que Grace se sienta como 79
Michelle Obama.
—Arsène, Dios mío, me siento como la realeza. ¿Qué hice yo para
merecer esto? —comenta Grace efusivamente como esperaba, acunando
sus mejillas con asombro falso, girando en el vestíbulo amplio de una
mansión deslumbrante de Oak Bluffs.
Se las arregló para no estar disponible para mí incluso mientras vivía
bajo mi techo.
Pensé tontamente que mudar a Grace nos uniría más.
Casi lo contrario ha sido cierto. Grace trabaja horas absurdas y no
regresa a casa hasta las nueve o diez la mayoría de los días. Solo estos
últimos dos meses, pasó la mitad de sus fines de semana en Zúrich,
trabajando en una fusión complicada entre dos bancos privados
pequeños.
Se esfuerza, se lo concedo. Follamos como conejos. Me prepara el
desayuno, compra mis corbatas y colonias favoritas, y se esmera en
colgarse de mi brazo durante los eventos formales.
El episodio de sequía en el que sangró fue único. Hemos estado
teniendo sexo notablemente desde entonces. No ha vuelto a mencionar la
sugerencia anal, y se lo agradezco.
Dejó de presentarme como su hermanastro y comenzó a referirse a
mí como su compañero de aventuras. Un medio infeliz entre llamarme su
hermano y admitir rotundamente que mi polla vive gratis entre sus
piernas.
Los círculos financieros de Manhattan están llenos con noticias de
que, mientras esperaba que expirara mi prohibición, decidí mudar a mi
hermanastra para mi propio placer, y ella lo sabe. Es más, después de
años de Grace martillándoselos en la cabeza, mucha gente simplemente
piensa en nosotros como hermanos. Después de todo, nos parecemos.
Con nuestro cabello y ojos oscuros.
Todo es increíblemente desastroso y, por lo tanto, para mí, también
sumamente divertido.
—Te mereces esta escapada. —Meto los puños en los bolsillos
delanteros y la observo admirar las columnas imponentes y las
estanterías de pared a pared—. Ya casi no nos vemos.
—Pero cuando lo hacemos, es genial. ¿No crees? —Lanza sus
brazos alrededor de mi cuello, besándome.
Aparta su boca de la mía antes de que pueda devolverle el beso.
—¿Te he dicho lo bien que te ves hoy? —Sonríe alegre—. Como un
80
rey tosco. Dios, Ars, creo que nunca tendré suficiente de ti.
Me arrastra por el pasillo, trepándome como un árbol, quitándose
la ropa en el proceso, lista para su primer regalo de vacaciones.
—Estoy tan contenta de que estemos haciendo esto. Te extraño
tanto cuando no estamos juntos. No veo la hora de dejar este horrible
trabajo cuando nos casemos. —Su boca está caliente y ansiosa en mi
mandíbula, bajando por mi cuerpo—. Me comprarás un pequeño negocio
para mantenerme ocupada, ¿verdad? Un viñedo o algo.
Agarro su nuca y la estampo contra la pared, devorando su boca
en un beso castigador mientras nuestros cuerpos se funden. El calor se
arremolina entre nosotros como fuego.
—Estás a punto de conseguir todo lo que quiere tu corazón —
murmuro en su piel caliente.
Todo lo que no se merece. Los hombres Corbin tienen una cosa en
común: siempre saben cómo elegir a la mujer equivocada.
84
Estaba en casa por Navidad. O al menos, en el lugar técnicamente
conocido como mi casa. Si fuera por mí, me habría quedado en Andrew 85
Dexter. Con ese idiota de Riggs, que probablemente estaba buscando
formas creativas de prenderse fuego o saltar de techo en techo para pasar
el tiempo. O Nicky. Tranquilo, reservado y triste como podría haber
estado, no era un mal compañero. Tampoco era un completo idiota.
Siempre una ventaja en mi libro.
La verdad del asunto era que, estos dos huérfanos se sentían más
como mi familia que las criaturas desalmadas ocupando esta mansión.
Dichas criaturas ahora estaban irrumpiendo en el comedor,
ignorando por completo el hecho de que estaba sentado allí desayunando
mientras disfrutaba de un libro de astronomía.
—¡Doug, eres un bastardo egoísta! Eso es lo que eres. —Miranda
hundió sus garras en el respaldo de una silla de comedor tapizada,
escupiendo humo y fuego a mi padre, quien, por supuesto, la había
perseguido hasta aquí.
—Dulzura, mira quién habla. ¿Qué pensaste, que te dejaría
entregar esa propiedad a tu madre?
Oh-oh. Miranda cruzó una línea. Nunca te metas con la propiedad
de un Corbin sin permiso. Éramos un montón de tacaños. Pasé una
página en mi libro.
—¡No tenía dónde vivir! —chilló Miranda.
—Podríamos haberle alquilado un lugar. ¡Tengo personas que
alquilan propiedades! Clientes que pagan. ¿Qué estabas pensando?
En otras noticias, aún estaban completamente ajenos a mi
presencia. No es que me sorprendiera. Me preguntaba dónde estaba
Gracelynn. Había estado inusualmente callada desde que llegué allí, sin
duda pensando en formas de matarme sin dejar rastros.
—¡Estaba pensando que tendría el apoyo de mi esposo!
Demándame por hacer tal suposición. —Miranda agarró un jarrón del
medio de la mesa y se lo arrojó. Él lo esquivó ingeniosamente, con pericia,
recordándome que arrojarse objetos entre sí era algo cotidiano en esta
casa, similar a pasar la mermelada por la mesa en el desayuno.
—Bueno, ahora te corrijo. Me importaba. Ya no. No eres ni la mitad
de hermosa que cuando nos conocimos, y el doble de temperamental y
problemática. He terminado.
Sospechaba que Miranda y mi padre estaban al borde del divorcio.
No porque ella fuera terrible con él. Siempre había sido eso. Sino porque,
para variar, estaba empezando a notarlo y no parecía estar tan de
acuerdo con sus cambios de humor y demandas. 86
Miranda lo miró con una combinación de pánico e incredulidad. Me
recliné. Estaba disfrutando esto. ¿Por qué no debería? Esta mujer no
había sido más que horrible conmigo, y parecía que finalmente estaba
consiguiendo lo suyo. En cuanto a mi padre, tampoco era un ángel, y
verlo envejecer solo era un espectáculo que disfrutaría.
—Doug, ¿qué estás diciendo? —preguntó Miranda inhalando
bruscamente.
—Creo que deberías pasar la Navidad lejos de aquí. —Se apartó de
la pared, y se dirigió hacia la puerta.
—¿Hablas en serio? —Ahora corrió tras él.
—Sí. Los niños pueden quedarse conmigo. El cocinero está
haciendo una comida lo suficientemente grande, y no quiero que la
comida se desperdicie.
Jo, jo, jo. Feliz jodida Navidad. De mi familia disfuncional a la tuya.
—Uno de ellos está sentado justo aquí —dije suavemente,
resaltando un pasaje en mi libro. Nadie me reconoció—. Hablando de
comida, me están arruinando el apetito.
—Le preguntaré a Gracelynn qué quiere hacer. ¡Apuesto a que no
querrá pasar las fiestas contigo! —dijo Miranda con rencor.
—No estés tan segura —respondió Doug, que ya había atravesado
la mitad de la puerta—. Me adora, y sé a ciencia cierta que te odia a
muerte.
Ah, mira eso. ¿Problemas en el paraíso?
Era reconfortante saber que la infancia de Gracelynn había
terminado siendo tan jodida como la mía. Miranda se quedó en el
comedor, jadeando, cuando le di un mordisco a mi avena y volteé otra
página.
—Estoy segura de que estás encantado con toda esta escena. —
Miranda giró en mi dirección con un gruñido, intentando iniciar una
pelea.
Pasé mi mirada de mi libro a ella, sonriendo.
—Estoy más divertido que encantado. El regocijo es un sentimiento
tan intenso que dudo que puedas hacer o decir algo que me lleve a tales
alturas emocionales.
—Ah, tú y tus acertijos estúpidos. Nunca entiendo lo que quieres
decir. —Enseñó los dientes—. Siempre has sido raro y torpe, como tu
madre.
87
Solté una carcajada en toda regla ante esta pulla.
—Era rara, torpe y la primera esposa legítima de Douglas Corbin.
La madre de su primogénito. Su único heredero. Y podría estar muerta,
¿pero estos hechos? Mierda, te matan, Miranda.
—Dime. —Se inclinó hacia delante, hacia mí, con los ojos brillando
en sus cuencas—. ¿Por qué estás feliz por todo esto? No es que lo estés
pasando mal con Andrew Dexter.
Enderezándome, tamborileé mis dedos contra la parte posterior de
mi libro, pensando un poco.
—Supongo que, disfruto viendo el karma en acción. Convenciste a
este hombre para que arrojara a su hijo, su propia carne y sangre, a la
acera. ¿Y esperabas que él se quedara contigo? La lealtad no es un árbol.
No crece con el tiempo. O eres una persona leal o no lo eres. Douglas no
es leal. Es más, apuesto a que tampoco es fiel.
Siguió mirándome cuando recogí mi tazón de avena vacío y mi libro
y salí de la habitación, sabiendo que quería lastimarme pero que ya no
tenía el poder para hacerlo.
Papá resultó tener razón. Gracelynn decidió quedarse en la
mansión para Navidad mientras su madre escapaba a nuestra casa en
los Hampton, rodeándose de sus amigas divorciadas de Nueva York.
El beneficio de todo esto fue que, a lo largo de los años, me mudé
de residencia cada vez que estuve aquí de vacaciones y ahora vivía en un
ala separada de la casa, lejos de ella. Era perfectamente posible que no
la viera en absoluto si así lo deseaba.
Y deseaba hacerlo, porque era un grano en el culo.
Me las arreglé para evitarla durante toda la duración de las fiestas,
a excepción del mismo día de Navidad, en el que los tres intercambiamos
regalos.
Papá me compró un Shelby 427 Cobra de 1966 y mi hermanastra
una tiara vintage, de verdad, llena de diamantes. Gracelynn me compró
calcetines divertidos y un suéter. Le regalé a papá una caja de puros
grabada y, para Gracelynn, comida para serpientes y ratones árticos de 88
PetSmart. El regalo provocó una risita incómoda en ella y un murmullo
molesto en él, pero estaba demasiado preocupado por el colapso de su
matrimonio para regañarme por ello.
Soporté el día, hora a hora, minuto a minuto, hasta que se evaporó
en la noche y pude respirar de nuevo.
Pasó otro día, y luego otro. Fue algo hermoso mirar el calendario y
ver que mañana regresaría a Andrew Dexter, y Miranda aún no estaba
aquí, y Gracelynn, que estaba aquí en alguna parte, estaba tan miserable
y perdida como me había sentido mis dos primeros años en Andrew
Dexter.
La ocasión requería una celebración, y decidí bajar a la cocina en
medio de la noche para asaltar la nevera de vinos. No había planeado
beber esta noche, pero llevaría algunas botellas conmigo a los
dormitorios. Riggs y Nicky lo apreciarían, y tendríamos suficiente alcohol
para aguantarnos hasta Semana Santa.
Bajé las escaleras descalzo, abrí una bolsa de basura y comencé a
llenarla con botellas caras. Luego entré en la despensa a oscuras y
comencé a meter comida chatarra en una bolsa separada. Fue entonces
cuando escuché un resoplido suave a mis espaldas. De hecho, más que
nada un hipo. Me di la vuelta, pensando que era uno de los miembros del
personal, para encontrar a mi hermanastra de pie justo en frente de mí,
luciendo como un fantasma de lo que era antes.
Nos quedamos ahí en la despensa, mirándonos fijamente, la luz
tenue de la campana extractora fuera de la habitación lo único
iluminando nuestros rostros.
—¿Estás llorando? —me burlé. Sus ojos relumbraban; su cara
estaba mojada.
Se limpió las mejillas rápidamente, dejando escapar una carcajada.
—No seas ridículo. ¿Por qué iba a llorar?
—¿Porque tu vida familiar es inexistente, no tienes amigos de
verdad, ni talentos particulares, y una vez que tu belleza promedio se
desvanezca, estarás prácticamente frita? —ofrecí caballerosamente.
Dejó escapar una carcajada que sonó como un clavo arañando una
pizarra, antes de romper en un gemido salvaje. No lo entendía. Nada de
esto. Ella había ganado. Estaba aquí, y yo me había ido. No, no la había
perdonado. En el sentido de que aún me vengaría, siempre y cuando la
oportunidad lo requiriera. Pero a lo largo de los años, había aceptado la
89
situación por lo que era. Y nunca le dejé ver lo molesto que estaba por
eso. Dejar que alguien sepa que tienes una reacción emocional hacia ellos
era lo peor que podías hacer por ti mismo. Especialmente si no confiabas
en ellos con dichos sentimientos.
—Arsène, eres un imbécil, ¡no es de extrañar que le agrede más a
tu padre! —Empujó mi pecho, pero siguió llorando, casi histéricamente,
y ambos sabíamos que esto solo era un débil intento de su parte para
salvar las apariencias.
Lancé las bolsas de comida chatarra y bebidas alcohólicas sobre
un hombro, encogiéndome de hombros.
—Bueno, disfruta de tu crisis, hermanita. Te veo el próximo año. A
menos que Doug decida que finalmente se cansó de ustedes los Langston.
Intenté esquivarla, pero se empujó entre la puerta y yo.
—¡No! No te vayas.
Esta maldita molestia… miré mi reloj. Era tarde, pero aunque no
lo fuera, ningún momento era bueno para escuchar a Grace quejarse y
lloriquear.
—¿Quieres hablar de eso? —gruñí.
—De hecho. —Una sonrisa lenta se extendió por su rostro. Tenía
que admitirlo, era una cara agradable. Había superado su fase torpe. Y
no solo era sexy, sino que también estaba completamente fuera de los
límites. Lo cual, por supuesto, le hablaba a mi polla adolescente—. Podría
pensar en mejores usos para nuestras bocas, ya que estás a punto de irte
de aquí en unas pocas horas.
Tragué pesado, observándola con los ojos entrecerrados. El hombre
que se respetaba a sí mismo quería decirle que se fuera a masturbar en
la ducha. El adolescente hormonal en mí no podía esperar para saber si
le había dado un buen uso a esa lengua virginal suya desde la última vez
que nos besamos.
Arqueé una ceja, minimizando mi interés.
—Voy a necesitar que seas más específica que eso.
Ella sonrió, enmascarando su dolor.
—Como en, ¿decirte lo que quiero hacerte?
—Una demostración sería lo mejor.
—Está bien, vaquero.
90
Cerró la puerta detrás de ella. Encendí la luz. Quería ver todo
cuando sucediera. Una parte de mí no creía que esto estuviera pasando
(adolescente hormonal). Otra pensaba que estaba loco por dejar que sus
dientes se acercaran remotamente a mi polla (hombre que se respeta).
Pero cuando mi hermanastra me empujó hacia atrás, y mi columna
chocó con unas botellas altas de vidrio de agua con gas importada, decidí
arriesgarme. Gracelynn se arrodilló y se dedicó rápidamente a bajarme
los pantalones por las piernas. Ni siquiera quería un beso. Mi polla saltó
libre de mis pantalones de chándal. Estaba largo, duro y grueso,
habiendo escuchado la conversación entre nosotros y sabiendo la
partitura.
Ella lo agarró por la base, luciendo un poco vacilante. Estaba
bastante seguro de que esta era la primera vez que se encontraba cara a
cara con un pene. Me miró, bajo sus pestañas gruesas.
—¿A veces piensas en mí? ¿Cuando estás allí, en el internado?
Todo el tiempo. Y no cosas buenas.
—Si estás preguntando si quiero follarte, la respuesta es esta. —
Empujo mis caderas en su dirección, mi polla golpeando su mejilla.
—No, no en follar. ¿Quieres más? ¿Te… te gusto? —Sus ojos eran
suplicantes, pero sabía que no debía pensar que era genuina. Solo estaba
herida. Devastada por nuestros padres. Si le mostraba compasión, lo
usaría como un arma contra mí.
Pasé mis dedos por su cabello, moviéndolo detrás de su oreja con
una sonrisa.
—Gracelynn, no estoy aquí para decirte que eres bonita. Si quieres
chuparme la polla, adelante. Si no, muévete y déjame salir de aquí. Es
demasiado tarde.
Irónicamente, esto la hizo entrar en acción. Se volvió ardiente y
necesitada de mí. Excitada por la idea de intentar conquistarme. Sus
labios cubrieron mi corona, y fue con todo. Eché la cabeza hacia atrás,
un gruñido escapando de mi boca. Había disfrutado algunas mamadas
en el pasado, pero nunca con alguien que conociera. Esto se sentía
diferente. Como sumisión. Decidí que ver a Grace someterse a mí era
incluso mejor que hacerla llorar en su almohada siendo cruel con ella.
Porque cuando la lastimaba, solo me odiaba. Cuando la usaba, también
se odiaría después a sí misma.
En algún lugar en el fondo de mi mente, sabía que lo que
estábamos haciendo era extremadamente jodido. Querer que ella sufra. 91
Ponerme en peligro. Todo ello.
—¿Se siente bien? —preguntó alrededor de mi pene.
—Ve más profundo. —La agarré del cabello y la incliné un poco
hacia atrás, empujando más de mí dentro de ella. Ella se atragantó. Me
reí.
Lo dio todo, y cuando sentí que estaba a punto de correrme, le dije:
—Si no quieres mi semen en tu garganta, ahora es un buen
momento para alejarte.
Pero negó con la cabeza, dándome un pulgar hacia arriba y luz
verde para ir con todo. Lo hice. Fue algo hermoso, ver a Gracelynn de
rodillas ante mí, y decidí que me gustó mucho más que verla llorar.
No sabía por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo. Todo lo
que sabía era que cuando me corrí en su boca, cuando sus labios
estuvieron envueltos alrededor de mí, húmedos e incitantes, dejé de
pensar, dejé de sentir dolor y dejé de estar enojado.
El mejor antídoto para el amor debe ser el placer.
Se apartó, luego se abrió camino hasta mí, sus dedos sobre mi
pecho, dejando marcas. Mi polla aún estaba a media asta, húmeda por
su boca y mi semen. Me besó fuerte, y la dejé.
—Tu turno, hermanito. —Sonrió en nuestro beso.
—Es justo. —La empujé contra la encimera de mármol. La parte
posterior de su cabeza derribó algunas cajas de cereal, y llovieron sobre
nosotros. Estuve entre sus piernas en poco tiempo. Había visto suficiente
porno para saber lo que estaba haciendo, y por los muslos temblorosos
envueltos alrededor de mis orejas, sabía que la había hecho correrse.
—Solo recuerda que no me van los sentimientos. —Apretó mi
cabeza entre sus piernas.
—Estoy muy por delante de ti en el departamento sociópata. —
Mordí la parte interna de su muslo—. Grace, recuerda mis palabras. Pase
lo que pase, una parte de mí siempre, siempre querrá arruinarte.
92
—Cariño, no olvides enviarle un correo electrónico a Makayla sobre
la lista de invitados. —Grace está parada en la puerta de nuestro 93
apartamento, revisándose con su espejo de bolsillo en busca de manchas
invisibles de lápiz labial.
Nunca pensé que me encontraría discutiendo los méritos del beige
y el gris como un esquema de color para un evento de tres horas, pero
supongo que la vida es buena para lanzarte bolas curvas.
—¿Olvidar? Este será el punto culminante de mi día. —Salgo de
nuestro dormitorio, abrochándome la camisa de vestir.
Grace se va a Zúrich para otro fin de semana de trabajo
ininterrumpido. Rara vez enciende su teléfono cuando está allí. Detesto
cuando no puedo localizarla. Por eso me voy a encontrar esta noche con
Christian y Riggs en el New Amsterdam. El tiempo pasa más rápido
cuando te ahogas en suficiente alcohol como para llenar una piscina
olímpica.
—Le enviaré un correo electrónico esta noche.
—Dile que no quiero trabajar con la floristería que me recomendó.
¿La que afirma que usaron Catherine y Michael? —Se refiere a Catherine
Zeta-Jones y Michael Douglas como si vivieran abajo—. Leí en Yelp que
una entrega llegó al lugar con las flores completamente congeladas. Ah,
y se suponía que me enviaría las opciones de velas. Odio pensar que
cometa un error. En serio, ¿es mucho pedir profesionalismo en esta
ciudad? —Arruga la nariz.
—No lo olvidaré. —Me inclino y la beso larga y duramente, mi boca
moviéndose sobre la de ella a medida que agrego—: Y si vuelve a
arruinarlo, le mostraré la ira de mil hombres Corbin.
Envuelve sus brazos sobre mis hombros, devolviendo el beso
descuidado.
Mis manos se deslizan por su espalda y amasan su trasero.
—¿Qué tal otro rapidito para el camino?
—Uff. Ojalá tuviera tiempo. —Se libera de mí, girando su teléfono
en mi dirección para que pueda ver la pantalla. Hay una notificación
informándole que su conductor de Uber la está esperando abajo—. ¿En
otro momento? —Sonríe.
—Te obligaré a ello. —La beso una vez más—. Qué tengas un buen
vuelo.
Ella se demora, sonriéndome con algo que casi parece nostalgia. 94
—Sabes… —se interrumpe, sus hombros desplomándose. Es una
vista rara. Grace suele ser muy exigente con la buena postura—. Arsène,
en serio te amo. Sé que no lo crees. Al menos, no todo el tiempo. Pero es
verdad. Me alegra que nos hayamos elegido el uno al otro. Me alegra que
hayas ganado.
Todo mi cuerpo se ilumina. Es patético, lo mucho que anhelo su
aprobación. Esta debe ser la forma más lamentable de problemas de
mami que he presenciado hasta ahora.
—Oye, ¿Grace? —Tiro de su coleta oscura, guiñando un ojo—. Te
creo.
—¿Lo haces? —Se ilumina.
Asiento.
—Siempre seré tuya. —Besa un costado de mi boca.
—Siempre seré tuyo. —Beso la punta de su nariz—. ¿Qué te
gustaría para tu comida de bienvenida a casa? ¿Tailandés o birmano?
A Grace le gusta volver a casa para encontrar la mesa del comedor
puesta y un baño tibio preparado para ella.
Se da la vuelta, empujando su maleta hacia el vestíbulo, luego se
detiene, mostrándome una sonrisa gloriosa llena de dientes blancos y
rectos.
—Sorpréndeme.
Los golpes en mi puerta son persistentes, pero extrañamente
arrepentidos.
Como si la persona detrás no quisiera que abriera. Y por una buena
razón. No mucha gente vive para contar la historia de cómo me
despertaron en medio de la jodida noche sin previo aviso.
De todos modos, ¿qué hora es?
Tanteando en busca de mi reloj de mesa en la oscuridad, choco con
él. La hora dice 3:18 a.m. Cristo. ¿Quién carajo decide que las tres de la
mañana es un momento legítimo para una llamada social?
Espera un minuto. De hecho, conozco a alguien tan descuidado e
imprudente. Y estoy feliz de darle un puñetazo en la cara hasta la
95
Antártida por esta perturbación.
Otra racha de golpes suena en la puerta.
¿Quién lo dejó entrar? Es por eso que pago una cantidad ofensiva
de dinero cada mes por seguridad las 24 horas. Para que la gente no llame
a mi puerta en medio de la noche. Quienquiera que esté a cargo esta
noche de la recepción, se llevará la patada.
Suena el timbre. Una. Dos. Tres veces.
—Ya voy. —Nunca he dicho estas palabras con tan poco
entusiasmo—. Más vale que alguien esté muerto… —murmuro a medida
que meto mis pies en mis pantuflas, arrastrándome hacia la puerta,
vistiendo nada más que pantalones de chándal grises y un ceño fruncido
desdeñoso.
Abriendo mi puerta de golpe, empiezo con:
—Escucha muy bien, desperdicio de recursos mundanos. No me
importa si el lunes te vas a África y Christian no quiere que lleves tu ligue
a su casa como si fuera un Airbnb de bajo presupuesto…
El resto de las palabras mueren en mi garganta. No es Riggs. De
hecho, no es nadie que conozca.
Hay dos personas en mi umbral, un hombre y una mujer, con
uniformes azul oscuro de la policía de Nueva York y ceños fruncidos.
Ambos parecen haberse tragado un erizo de tamaño entero.
He tenido mi roce con la policía en el pasado, pero por lo general
son el IRS y la SEC causándome problemas, no los buenos oficiales de
policía. Soy un hombre de finanzas, con problemas de finanzas. Tal vez
alguien decidió quitarse la vida en la puerta de al lado y quiere saber si
escuché algo. Malditos socialités y sus estilos de vida caóticos.
—¿Quién murió? —preguntó, entrecerrando los ojos
—Señor Corbin, lo sentimos mucho. —La mujer inclina la cabeza.
De acuerdo, entonces, alguien murió, y es alguien que conozco.
Acabo de quedarme sin padres, y mi círculo social está limitado a
aquellos a los que debo tolerar absolutamente. Estoy suponiendo…
¿Riggs? Parece lo suficientemente tonto como para encontrar su muerte
temprana. Tal vez una cita de Tinder salió mal.
No puede ser Christian. Es demasiado responsable para meterse
en problemas.
96
—Soy el oficial Damien Lopez, y esta es mi colega, la oficial Hannah
Del Gallo —dice el hombre.
—Gracias por las sutilezas. Ahora pasen al remate —mascullo, no
estoy de humor para charlas.
—¿Es el prometido de Gracelynn Langston? —pregunta.
Mi corazón, intocable apenas unos segundos antes, ahora se siente
como si estuviera siendo apretado en sus puños. No ella.
—Sí. ¿Por qué?
—Lo sentimos mucho. —La mujer se muerde los labios. Su barbilla
tiembla—. Pero su prometida estuvo involucrada en un accidente aéreo.
Murió en el impacto.
No es verdad.
En realidad, no puedo explicar por qué no es cierto; solo sé que no
lo es.
Por eso no llamo a nadie.
Parece histérico, idiota e innecesario. No voy a creerlo hasta que
me muestren pruebas.
Me dirijo a la morgue del hospital en mi propio automóvil para
identificar el cuerpo. Los oficiales se reunirán allí conmigo.
Uno de los oficiales, Hannah, me dijo que llamó a Miranda
Langston, la pariente oficial más cercana de Grace. Dijo que Miranda
viene de Connecticut a la morgue, pero comprensiblemente, podría tardar
hasta la mañana. No he hablado con Miranda en más de una década,
excepto por el taciturno intercambio de condolencias durante el funeral
de Douglas. Pero se me ocurre que tal vez ni siquiera sepa que su hija y
yo estamos comprometidos. Con el espíritu de tener una relación jodida
al más alto grado, Grace y yo nunca hablamos de su madre de ninguna
forma o capacidad.
Lo que claramente no importa, ya que Grace está viva, y todo esto
es un malentendido terrible que terminará en que alguien sea
demandado.
Grace no puede haberse ido. Recién comenzamos nuestra vida
juntos. Tenemos planes. Una boda que organizar. Una luna de miel 97
reservada. Aún no ha renunciado, ha dado a luz a nuestros bebés, ha
tenido la boda de sus sueños. Su lista de deseos aún está llena, repleta
de planes e ideas.
Cada vez que me detengo en un semáforo, reviso las noticias locales
en mi teléfono, intentando encontrar informes del accidente de un avión
de United Airlines. No hay ninguno. Con cada segundo que pasa, se
intensifica mi sospecha de que se trata de un simple error humano.
Esto es puramente un caso de confusión de identidad. Estoy seguro
de ello. Grace vuela con United Airlines dos veces al mes. El vuelo en el
que está actualmente se encuentra sobre el Atlántico, dirigiéndose a
Zúrich.
Pensar que está dormida, con la mejilla aplastada contra una
ventana helada en primera clase, sin darse cuenta de todo este lío, me
inunda con una satisfacción cálida. Intento llamarla de nuevo, pero su
teléfono salta al correo de voz.
Esto no es raro, me recuerdo. Su teléfono siempre está apagado
cuando viaja a Zúrich.
Tal vez todo sea una gran broma.
Llego aturdido al hospital. Estaciono. Me tambaleo fuera del auto.
Relájate, idiota, ella está bien. No es ella.
Incluso si no lo es, no estoy particularmente interesado en ver el
cadáver de nadie esta noche, o cualquier otra noche.
Me dirijo al piso del sótano, donde está la morgue, pasando el área
del muelle de carga. El hedor de los productos de limpieza del hospital
asalta mis fosas nasales. Se profundiza con cada paso que doy, hasta que
mis pulmones arden. Necesito salir de aquí.
Los oficiales me esperan en el área de recepción. Es una pequeña
habitación azul verdosa, con una fila de bancos sencillos. El aire
acondicionado está a tope. Las paredes están llenas de soportes de
plástico ofreciendo folletos sobre terapias de grupo, funerarias y
fabricantes de ataúdes. Cero puntos por sutileza.
—¿El viaje estuvo bien? —pregunta la oficial Hannah
comprensivamente.
—Un puto placer. —Guardo las llaves de mi auto en el bolsillo—.
Terminemos con esto. Tienen a la persona equivocada, y no tengo tiempo
para esta mierda.
Su preocupado ceño fruncido de pobrecito no vacila. 98
—Entonces, esto es lo que sabemos hasta ahora. El avión privado
de la señorita Langston salió del aeropuerto de Teterboro a las doce y
cuarto de este viernes…
—¿Ves? —siseo—. Tienes los datos equivocados. Grace abordó un
vuelo de United Airlines a Zúrich. UA2988. Voló desde Newark.
Jesucristo, no puedo creer que el dinero de mis impuestos, que tanto me
costó ganar, se desperdicie en ti y en tus gustos.
El rostro de la oficial Hannah se retuerce, como si estuviera
martillando cada palabra en su piel. El oficial Damien permanece
tranquilo, su expresión ilegible, pero escribe cosas en un pequeño
cuadernito estúpido.
Qué bonito diario tienes ahí, Gossip Girl.
—Entiendo que esa puede ser la información que tiene… —
comienza ella.
—Esto no es una cuestión de opinión —digo bruscamente,
perdiendo todo rastro de decoro—. Es la verdad. Hubo una confusión con
la computadora o algo así. Grace tomó un vuelo comercial desde Newark.
Revisen de nuevo.
—Pudimos recuperar su pasaporte. —La oficial Hannah se aclara
la garganta, sus ojos encontrándose por primera vez con los míos.
Me quedo sin palabras. No puede ser. ¿Por qué Grace mentiría con
volar en privado?
¿Es posible que esta vez consiguieran una mejora y olvidó
decírmelo? Improbable, pero no del todo imposible.
Niego con la cabeza.
—¿Qué hay de Chip Breslin? ¿Paul Ashcroft? ¿Pablo Villegas?
¿También estaban en el avión?
Los dos oficiales intercambian miradas. Quiero agarrarlos por el
cuello y sacarles la información de una vez.
De repente, estoy al borde de la risa. Esto es ridículo. Es el tipo de
cosas que le suceden a otras personas. Personas sobre la que lees en los
periódicos. Personas que van a programas de entrevistas. Escriben
autobiografías desgarradoras. No a mí. No. A. Mí.
—Señor Corbin, mire, entiendo que esté molesto. Sin embargo,
nosotros… —comienza el oficial Damien.
Las puertas automáticas detrás de nosotros se abren. Una mujer 99
pequeña entra a toda prisa. Lleva una peluca marrón, un vestido amarillo
abultado con un aro, guantes de satén hasta el codo y mucho maquillaje.
Porque mi vida no es lo suficientemente extraña como lo es esta
noche.
—¡Señor! ¡Díganme que no es cierto! —gime la mujer extraña con
acento sureño.
Winnifred.
Vino directamente del teatro o desarrolló un sentido de la moda
extremadamente cuestionable entre Italia y ahora.
Su cintura esbelta no grita embarazo. Había olvidado preguntarle
a Grace si estaba embarazada. Parecía no tener importancia en ese
entonces, cuando estábamos metidos hasta el cuello en los preparativos
de la boda.
Ahora nunca tendría la oportunidad de preguntarle a Grace sobre
la improbable pareja Ashcroft.
Nunca tendría la oportunidad de hacer muchas cosas con ella.
—¿Dónde está? —demanda Winnifred, mirando frenéticamente de
diestra a siniestra—. ¡Necesito verlo!
Dos oficiales corren hacia ella, intentando calmarla.
Grace fue a Zúrich con Paul. Bueno, eso tiene sentido. Era su jefe.
—Veré si ya pueden darle acceso. —La oficial Hannah apoya su
mano en mi brazo—. No pude encontrar a la recepcionista, pero alguien
debería estar aquí para ayudarnos. El oficial Damien irá a ver si podemos
tener los registros dentales de los que estaban en el vuelo. Señor Corbin,
volveremos enseguida. Por favor, espere aquí.
Las palabras me pasan por encima. Estoy más centrado en
Winnifred, que parece la respuesta humana a un incendio en un
basurero, con lágrimas corriendo por su rostro, dejando rayas pálidas de
maquillaje. Está hablando con dos oficiales. Quizás tengan más
información que los dos payasos que llamaron a mi puerta. Aguzo el oído,
reconstruyendo partes de la conversación.
—… avión privado… piloto certificado… un profesional
experimentado…
—… inspección previa al vuelo… mal estado de los neumáticos…
no tiene ninguna responsabilidad legal, pero un abogado podrá darle más
información… 100
—… nadie está seguro… estas cosas lamentablemente pasan…
¿alguien a quien le gustaría llamar?
Una aguda agonía intensa me atraviesa por primera vez desde que
se desarrolló este espectáculo de mierda. La perspectiva se está volviendo
real, y con ella, las consecuencias de perder a la única persona en este
mundo que realmente me importa.
Todo lo que no sentí cuando murió Douglas (la tristeza, el dolor, la
impotencia) ahora está cortando mis órganos internos en tiras finas.
Quiero acercarme, escuchar todo. Al mismo tiempo, quiero que todos se
callen. Que esta pesadilla se vaya.
Grace, por encantadora que sea, no es la persona más confiable del
planeta Tierra.
Mintió a nuestros padres sobre mí.
Mintió al mundo sobre nuestra relación durante años.
Nada le impidió mentirme sobre los detalles de su vuelo.
Los dos oficiales hablando con Winnifred se marchan y nos dejan
solos en algún momento. Su mirada roja e inyectada en sangre se levanta
del suelo. Una vez que me registra, el reconocimiento entra en acción.
Parece que nada le gustaría más que golpearme con uno de los bancos
vacíos en la sala de espera.
—Deja de mirarme como un cervatillo. No son ellos —gruño,
enseñando los dientes como una bestia aterradora—. Tienen a las
personas equivocadas. Saldremos de aquí antes del amanecer.
—No puedes hablar en serio. —Deja escapar un gemido dolido—.
¿De verdad crees que es una confusión de identidad?
—Sí —digo secamente—. Y no estoy dispuesto a que una mujer
adulta usando un vestido de princesa de Disney me convenza de lo
contrario.
Gira la cabeza en la dirección opuesta y cierra los ojos, apretando
los labios. Qué me odie. Sólo me importa Grace.
Empiezo a caminar de un lado a otro. ¿Qué les está tomando tanto
tiempo? No puedes llamar a la gente para que reconozca un cuerpo en
medio de la noche y luego tenerlos esperando durante horas. Después de
sacar mi teléfono celular, busco en Google accidente de avión privado en
aeropuerto de Teterboro y hago clic en la pestaña de noticias. Hay un 101
único artículo al respecto, explicando vagamente que hubo un accidente
durante el despegue y que actualmente se están investigando los detalles.
Los oficiales regresan con una recepcionista de aspecto
somnoliento y los dos oficiales que vinieron con Winnifred.
Los cuatro oficiales nos piden a los dos que nos hagamos a un lado
con ellos para intentar armar la línea de tiempo.
—¿Saben cuál era el destino del avión? —pregunta el oficial
Damien.
—Zúrich —digo, al mismo tiempo que Winnifred responde—: París.
Le doy una mirada lastimosa.
—No todas las capitales europeas son iguales, campesina tonta.
Me da un placer enfermizo ser cruel con ella. Necesito desahogarme
en alguna parte, y es la víctima perfecta.
—Puedo confirmar que el avión se dirigía a París. —La oficial
Hannah está anotando algo en un bloc de notas que sostiene, sin apartar
la mirada de él.
Mi mandíbula se afloja. ¿París? ¿Grace iba a París? ¿Por qué?
—Hasta donde saben, ¿cuántas personas iban en el avión? —
continúa el oficial Damien, dirigiendo su atención a Winnifred, quien
obviamente tiene más información que yo.
—Mínimo, tres. —Se frota la barbilla, con los ojos del todo abiertos
y perdidos, como una adolescente aturdida—. Paul, Gracelynn y el piloto.
Aunque supongo que podría haber una azafata o dos. ¿Y un copiloto?
Dios, no sé nada de esas cosas.
No me jodas. Mi fuente de información actualmente usa aretes de
plástico amarillo.
—¿Tienen más información que puedan compartir con nosotros?
—pregunta la oficial Hannah.
Me quedo en silencio. No estoy ni jodidamente al tanto de lo que
sea que está pasando. Ahora, solo estoy esperando a que los oficiales se
vayan para poder interrogar a Dolly Parton Jr.
Ella duda antes de negar con la cabeza.
—No. Lo siento, esto es todo lo que me dijo.
La oficial Hannah parece apenada cuando pregunta: 102
—Señora Ashcroft, ¿sabe por casualidad si… viajaban por negocios
o… eh, placer?
Cerrando los ojos, siento que todo dentro de mí se derrumba,
ladrillo a ladrillo. Todo lo que construí a lo largo de los años se ha ido,
enterrado en cenizas. Los recuerdos. Los besos robados. Los juegos. Las
apuestas. El ganador. Todo se ha ido.
La voz de Winnifred suena muy lejos.
—Yo-yo no lo sé.
—¿No sabe si viajaban por negocios o placer? —repite el oficial
Damien groseramente.
—No.
—Entonces, ¿supongo que esto significa que no sabía que viajaban
juntos?
—Deja de hacer eso —lo reprende la oficial Hannah en voz baja.
—No —responde Winnifred, levantando la barbilla, orgullosa a
pesar de lo ridículo de su atuendo, esta situación y esta pregunta—. No
me dijo que viajaba con la señorita Langston.
—De acuerdo. —El oficial Damien se muerde el interior de la
mejilla, frustrado—. Gracias, señora Ashcroft. La buena noticia, si se le
puede llamar así, es que el piloto intentó aterrizar de forma segura en el
Hudson, de modo que los cuerpos están en, eh, condiciones presentables.
—Qué fantásticas noticias —digo arrastrando las palabras, incapaz
de detenerme—. Entonces se ahogaron, no se quemaron en las llamas.
Es una gran diferencia. Campesina, ¿no te enorgullece que el funeral de
tu marido sea un evento de ataúd abierto? —Le lanzo una sonrisa
deplorable.
Winnifred jadea como si acabara de darle una bofetada.
La oficial Hannah pone una mano en el hombro de Winnifred.
—La gente dice cosas terribles cuando están sufriendo —dice para
consolarla.
—Ah, decir cosas terribles es su truco de fiesta. No tiene nada que
ver con lo que está pasando aquí —dice la campesina mirándome de
reojo.
Finalmente, el oficial Damien recibe una llamada telefónica y los
oficiales asienten entre ellos.
103
—Volveremos en seguida.
Todos salen, murmurando entre ellos, dejándonos solos a la esposa
de Paul Ashcroft y a mí.
Me giro hacia ella.
—Tienes que contarme todo.
—¡Caray! ¿Me hablas a mí? —Golpea su dedo índice en su pecho,
acentuando aún más su acento sureño—. Porque no distingo Roma de
Reykjavík. Entonces, ¿por qué no tomas tu gran cerebro inteligente y tu
gigante actitud intolerable y te los metes por el cu…?
—Tregua. —Levanto mis palmas—. Sé que sabes más que yo. Eso
está claro para todos en un radio de cien kilómetros. Y aunque no
empezamos con el pie derecho, también está claro que ambos estamos en
medio de una tormenta de mierda, así que ahora sería un buen momento
para excusar mis modales y reconstruir lo que sucedió aquí.
—No —dice con decisión.
La miro fijamente, paralizado.
—¿Disculpa?
—No lo haré. —Se cruza de brazos—. Señor Corbin, no puedes ir
por ahí tratando a la gente como si fueran basura. Sin importar cuánto
dinero tengas en tu cuenta bancaria. Primero discúlpate.
Pequeña mier…
—Mis más sinceras disculpas. —Me inclino con exageración
deliberada—. Soy un hombre difícil acostumbrado a salirse con la suya
con un comportamiento deplorable. De ahora en adelante, lo pensaré dos
veces antes de abrir mi bocaza y descargar mi ira en la gente. ¿Podemos
seguir adelante?
Toma aire, y asiente.
—Bien. Ahora cuéntamelo todo.
—Paul compró a principios de mes dos boletos a París. Se suponía
que iba a ser una escapada romántica. Un botón de reinicio… —Vacila,
sin querer revelar demasiado—. Una oportunidad para pasar un tiempo
a solas.
Todo el peso de la traición se estrella contra mí ante la palabra
París. Grace iba con Paul a la ciudad más romántica del mundo. Solos.
No hace falta ser un genio para saber que tenían la intención de disfrutar
algo más que los pasteles locales y el champán. 104
Asiento alentadoramente.
—¿Y?
—Le dije que no podía ir. Acababa de conseguir mi primera
actuación en el teatro. Era un gran asunto para mí. Esta noche era mi
primer show. Soy Bella de La Bella y la Bestia. —Pasa una mano por su
vestido estúpido, como si fuera su posesión más querida. Una lágrima se
desliza desde su mejilla, hasta su cuello y sobre el vestido.
Este vestido quedará manchado para siempre con sus lágrimas. El
papel empañado con este momento, este lugar, esta escena. Justo como
nunca podré volver a conducir por este hospital sin pensar en Grace.
Nuestras vidas están a punto de cambiar para siempre.
No digo nada, dejándola continuar.
—Paul no podía cancelar las reservas de hotel, así que me preguntó
si me importaría si se llevaba a Phil, uno de sus amigos de la universidad.
Conozco a Phil. Fue su padrino y siempre venía a ver los partidos de
béisbol. Le dije que siguiera adelante… —se interrumpe.
No tiene que decirlo en voz alta. El resto es abundantemente claro.
Paul no se llevó a Phil. Se llevó a Grace. Y fueron atrapados con las manos
en la masa. Solo que ahora no están aquí para enfrentar las
consecuencias de sus acciones. Mis sentimientos se desvían
peligrosamente del «Bien, que se jodan», a «Grace, ¿por qué tuviste que
subirte a ese avión? ¿No era suficiente para ti?»
—¿Por qué no les dijiste eso? —exijo, buscando canalizar mi ira
hacia alguien que está aquí, que está presente, que está vivo—. A los
oficiales.
Lágrimas frescas llenan los ojos de Winnifred, y sus fosas nasales
se ensanchan.
—No voy a precipitarme. Confiaba en Paul.
—Claramente hizo un mal uso de esta confianza para pasar el fin
de semana follándose a mi prometida.
—Tal vez aprovechó a irse con él y tenía otros asuntos en París. No
sabemos qué pasó allí, y no voy a permitir que su nombre sea mancillado
de esa manera. —Levanta la barbilla.
Sigue siendo leal a él, y eso me vuelve loco porque el pendejo no
solo la engañó, sino que lo hizo con mi maldita futura esposa.
Quiero sacudirla y sacarle la ingenuidad como si fuera una 105
alcancía.
Entonces, me doy cuenta. Tiene un papel que desempeñar. La
esposa devota y cariñosa. Aquella que luego recibirá el gordo cheque del
seguro y la simpatía. No es que Winnifred no crea que Paul y Grace tenían
una aventura, es que a ella le importa un comino.
Probablemente cuando estaba vivo no le importaba con quién
follaba ese huevo sin sal mientras tuviera acceso a sus tarjetas de crédito.
—Cree lo que quieras creer. —Restriego mis palmas contra las
cuencas de mis ojos—. No es mi trabajo arrastrarte pataleando y gritando
a los reinos de la realidad, Bella.
—De todos modos, tu versión de la realidad es totalmente retorcida,
Bestia. —Se acurruca al otro lado de la habitación y pega la frente a la
pared.
Dejo escapar una carcajada.
—¿Acabas de llamarme bestia?
—Sí, pero me retracto —espeta—. La Bestia se redime. ¡Tú nunca
lo harás!
—¿Cómo no arrestaron a Paul por casarse contigo? —Me pregunto
en voz alta—. Tienes doce mentalmente.
—¡Bueno, nadie te obligó a hablar conmigo! —devuelve el golpe. Su
acento es más fuerte que nunca cuando está enojada—. Quédate en tu
lado de la habitación, y déjame en paz.
Ambos somos caparazones de nuestro antiguo yo. Sé exactamente
por qué estoy destrozado: acabo de perder el amor de mi vida, o lo más
parecido a uno que jamás haya tenido. ¿Pero cuál es su excusa?
En lugar de procesar la posible muerte de mi prometida, mi mente
comienza a perder el control, girando salvajemente por una madriguera
de conejo sin fin.
¿Grace amaba a Paul?
¿Quería dejarme por él?
¿Qué sentido tenía esta aventura absurda con él si iba a casarse
conmigo? ¿Si quería renunciar a su trabajo? Paul no era particularmente
atractivo, ni disfrutaba de una gran cantidad de materia gris.
¿Cuánto tiempo había estado pasando? ¿Ya estaban haciéndolo,
albergando este secreto, cuando todos estuvimos en Italia?
¿Grace estaba trabajando de verdad en Zúrich todos esos días, esas 106
semanas, esos meses? ¿O estaba con él?
¿Y dónde se encontraban cuando estaban solos? ¿Un hotel? ¿Un
Airbnb? ¿El apartamento que Grace se había negado a dejar de alquilar,
«por si acaso»?
Quiero saber todos y cada uno de los detalles sórdidos. Atiborrarme
de mi propio dolor hasta atragantarme con él.
—¿Señora Ashcroft? —Una mujer con una bata blanca sale por una
puerta plateada. Se quita las gafas gruesas y limpia los cristales con el
dobladillo de la manga.
La campesina alisa su vestido ridículo, cuadrando los hombros. La
mujer se hace a un lado, indicándole que la acompañe. Winnifred me
lanza una última mirada de mejor te mueres. Quiero decirle que puede
dejar toda la farsa de la viuda herida. Consiguió sus deseos. Es una viuda
joven y hermosa con millones en el banco, y nadie puede acusarla de
juego sucio. El sueño de toda cazafortunas.
Nos sostenemos la mirada por un momento. Espero que mis ojos
transmitan lo que cada hueso de mi cuerpo está gritando.
Deberías haber estado en el avión.
Deberías haber muerto. Tú.
La. Insulsa. Insignificante. Olvidable. Campesina.
No mi hermosa prometida sofisticada y experta en matemáticas.
No la astuta y seductora Gracelynn Langston. La mujer espectacular
que solo yo entendía.
—Por favor, sígame. —La mujer de la bata blanca la acompaña.
Winnifred obedece rápidamente y regresa diez minutos después, luciendo
cenicienta y pálida. Su hombro choca con mi brazo cuando sale de la
habitación, pero ni siquiera se da cuenta. Giro la cabeza para seguir sus
movimientos. Winnifred se derrumba a medio paso en el pasillo, en el
suelo, con la espalda encorvada, sollozando y sollozando.
No necesito preguntar. Lo sé. Vio a Paul allí dentro.
La mujer de la bata vuelve a salir por la puerta.
—¿Señor Corbin?
Cierro los ojos y presiono la parte posterior de mi cabeza contra la
pared.
Grace de alguna manera se las ha arreglado para deslizarse entre 107
mis dedos. Otra vez.
No la sujeté lo suficientemente fuerte, lo suficientemente cerca, lo
suficientemente bien.
¿Y esta vez? El agua no la salvó.
108
Mamá siempre me dice que lo más lindo que hice cuando era niña
fue llorar cada vez que «Space Oddity» de David Bowie sonaba en la radio. 109
Estoy hablando de un colapso total, salpicado de hipo y emociones
incontrolables.
—Te conmovías tanto por ello, sin importar cuántas veces lo
escucharas. Tocaba tu alma. Así fue como supe que eras una artista.
Dejas que el arte te toque. Así que para mí fue obvio que, algún día
podrías tocar a otros con él.
En estos días, no puedo derramar ni una lágrima para salvar mi
vida. Comerciales del Super Bowl. Películas cursis de Hallmark. Mujeres
empujando cochecitos en la calle. Personas sin vivienda. Guerras,
hambrunas, crisis humanitarias. Los yogures caducados que pertenecían
a Paul en la nevera. «Mad World» de Michael Andrews. La lista de cosas
que me suelen hacer llorar es larga y tediosa, pero mi cuerpo está todo
seco. En coma emocional, negándose a producir lágrimas.
Llora. ¡Siente algo, maldita sea! Solo una cosa, me reprendo
internamente mientras salgo del teatro, una ráfaga de calor húmedo
golpeándome la cara.
Nueva York usa su clima como un arma. Los veranos son largos y
pegajosos, y los inviernos son blancos y despiadados. En estos días,
parece que toda la ciudad se está derritiendo como un helado. Pero por
primera vez en años, el calor no me afecta. Todo lo que siento es un
escalofrío leve, gracias a los siete kilos que he perdido desde Paul.
Aun así, mis ojos están secos.
—No, no deberías llorar. Eres feliz —me reprendo en voz alta—.
Bien. Tal vez feliz no sea la palabra correcta… satisfecha. Sí. Estás
satisfecha con tu pequeño logro, Winnie Ashcroft.
Una cosa buena de Nueva York es que nadie te mira dos veces
cuando hablas contigo misma.
Camino a lo largo de Times Square, ajena a las vistas, los olores, la
festividad en el aire. En estos días, poner una pierna delante de la otra
requiere bastante esfuerzo.
Mi teléfono baila en mi bolsillo. Lo saco, deslizándolo para
responder a mi agente, Chrissy.
—No te preocupes. —Pongo los ojos en blanco—. Esta vez no olvidé
asistir a la audición.
Estos últimos meses he sido muy olvidadiza. Es comprensible,
siguen tranquilizándome todos, pero puedo decir que algunas personas
están al límite. En estos días rara vez me presento a audiciones,
110
reuniones y funciones sociales. Olvido comer, hacer ejercicio, llamar a
familiares y amigos. El cumpleaños de mi sobrina vino y pasó, y por
primera vez desde que nació, no hubo regalos lujosos, ni globos, ni la
visita sorpresa de la tía Winnie. La mayoría de los días estoy desplomada
en mi sofá, mirando a la puerta, esperando a que vuelva Paul.
Mamá y papá dicen que debería cortar por lo sano. Empacar y
regresar a Mulberry Creek.
Hay un trabajo con mi nombre en él en casa. Profesora de teatro
en mi antigua escuela secundaria.
Mamá dice que mi amor de la infancia, Rhys Hartnett, trabaja
ahora allí como entrenador de fútbol y puede mover todo tipo de hilos.
Afirma que es un trato hecho. Una excelente posición cómoda que asumir
mientras resuelvo las cosas. Pero la idea de dejar el apartamento que
Paul y yo compartimos me pone la piel de gallina.
Además, recibir favores de Rhys Hartnett después de nuestra
despedida desastrosa parece… mal.
—Sí, sé que decidiste honrarlos con tu presencia, por cierto, muy
caritativo de tu parte. —Chrissy se ríe al otro lado de la línea.
Paso junto a una bandada de turistas tomando selfis frente a vallas
publicitarias, riendo y chillando, sin ninguna preocupación en el mundo.
—¿Cómo supiste que aparecí? —Lanzo mis últimos dólares en la
mandíbula abierta de un estuche de violín de un artista callejero sin
perder el ritmo—. Señora, ¿ahora me está espiando?
—No, aunque a veces estoy tentada, solo para comprobar que estás
bien. Sabes que me preocupo mucho por ti.
Maldita sea Chrissy y su corazón de oro. Lo sé. Y, a decir verdad,
es una de las pocas personas en Nueva York que se preocupa por mí. Ella
y Arya, la mujer que dirige la organización benéfica en la que soy
voluntaria. La mayor parte de mi red social está de vuelta en Mulberry
Creek. Chrissy me tomó bajo su ala cuando firmé con ella en un principio.
Creo que vio en mí a alguien que fue alguna vez. Joven e impresionable,
recién bajada del autobús. Una presa fácil para los tiburones sedientos
de sangre de Nueva York. Ella vino de Oklahoma. Yo, de Tennessee. Pero
es la misma historia otra vez. Pueblerina intentando conquistar la Gran
Manzana.
—Bueno, señorita, para tu información, estoy bien y medio —
anuncio—. He estado comiendo todas mis verduras y practicando el
cuidado personal.
—Si crees que voy a creerme eso, te decepcionarás. Pero volveremos 111
sobre el tema más adelante. Vuelve a tu audición —dice Chrissy con
decisión.
Era la primera audición a la que asistía desde el accidente aéreo y
el único papel que me importaba desde que falleció Paul.
Quiero este papel. Necesito este papel.
—¿Qué hay de mi audición? —pregunto.
—Tengo algunas noticias.
Oh, no. Eso fue rápido. ¿En serio fue tan mala que no pudieron
esperar para abalanzarse en su teléfono y llamar a mi agente? La mujer
no pertenece al escenario.
—Chris, escucha. Lo intenté. Lo juro. Entré allí y lo di todo. Tal
vez…
—¡Nena, conseguiste el papel! —anuncia Chrissy.
Me congelo a mitad de camino. Un par de personas chocan conmigo
por detrás, murmurando blasfemias. Hacer una parada no anunciada en
una acera en Manhattan es una infracción de tráfico grave.
Espera… ¿tengo el papel?
Intento obtener placer de las noticias. Algún tipo de satisfacción o
algo que lo imite. Pero mi cuerpo está entumecido por fuera, vacío por
dentro. Me siento delgada como papel. Tan ligera, tan ingrávida, podría
ser transportada con la siguiente ráfaga de viento.
Winnie, derrama una lágrima.
Siempre había sido tan buena llorando. Cualquier ocasión, buena
o mala, impulsaba la ruptura de la presa.
¡Voy a trabajar! ¡Salir de casa! ¡Asistir a ensayos! ¡Memorizar líneas!
Voy a tener que ser un ser humano en pleno funcionamiento. Pero
de alguna manera, la única emoción que puedo reunir es miedo.
—Vas a ser Nina —gime Chrissy, sin inmutarse por mi silencio—.
¿Puedes creerlo? El sueño húmedo de toda actriz.
No está equivocada. Desde mis días en Juilliard como aspirante a
actriz, interpretar el papel de Nina ha sido una fantasía para la mayoría
de mis compañeras de estudios. La hermosa chica trágica y hambrienta
de fama de la obra de teatro La gaviota de Chéjov. La mujer que
representa la pérdida de la inocencia, el daño emocional, cuyos sueños
se convirtieron en polvo de hadas.
112
Tan apropiado. Por supuesto que obtuve el papel. Soy el papel.
—Nina —exhalo, cerrando los ojos a medida que manadas de gente
de la oficina pasan corriendo a mi lado, más allá de mí, a través de mí.
Estoy atrapada en una ola de cuerpos—. Voy a ser Nina.
Sentir el escenario bajo mis pies, las luces brillantes golpeando mis
ojos, y su calor. Volver a oler el sudor de otras personas. Robar bocados
de barritas energéticas entre ensayos. Todo lo que soñé cuando empaqué
una maleta pequeña y me fui de Mulberry Creek.
—Cariño, sé que las cosas han sido difíciles. —Chrissy baja la voz—
. Pero creo que este es el principio del fin. La oruga pronto se convertirá
en mariposa. Niña, te lo ganaste. Extiende esas alas. Vuela alto.
Asiento como si pudiera verme. Necesito un abrazo. Desearía que
alguien estuviera aquí para envolverme con sus brazos. También necesito
galletas de mantequilla. Montones y montones de galletas de suero de
leche de mamá.
—Dime que eres al menos un poco feliz. —La súplica en la voz de
Chrissy es inconfundible—. Suenas como si estuvieras asistiendo a tu
propio funeral.
—¿Estás bromeando? ¡Estoy feliz como una lombriz! —Giro
diestramente para evitar pasar por encima de un chihuahua diminuto
corriendo junto a su dueño, mintiendo abiertamente.
—El director, Lucas, quedó muy impresionado con tu actuación.
Lo llamó eléctrico. Deberían comunicarse conmigo con el cronograma y el
contrato en los próximos días. —Hay una pausa—. Dulzura, lo siento.
Hoy solo hablo de negocios. ¿Quieres que vaya esta noche? Podemos ver
Hallmark y relajarnos.
A Chrissy y a mí nos gustan nuestras películas de la misma manera
que nos gusta nuestra pizza: extra pegajosas y con vino tinto barato al
lado. Normalmente, aceptaría la oferta enseguida. Pero hoy, me gustaría
estar sola. Este trabajo nuevo simboliza mi regreso al mundo exterior.
Necesito digerirlo todo.
—Si no te importa, creo que esta noche será una tranquila. —
Sonrío, por costumbre, a la gente en la calle mientras hago mi viaje a mi
bloque de apartamentos. Nunca me devuelven la sonrisa, no en este
código postal, pero es un hábito que encuentro difícil de romper.
—Win, puedes con esto. Sólo quería hacerte saber que cuentas
conmigo. Disfruta tu noche.
Cuelgo y me desplazo por mi teléfono para mantener mi mente 113
ocupada. Tengo un mensaje sin leer de Pablo.
Pablo: Hola, lo siento, me perdí otra vez tu llamada. Estoy disponible
si quieres hablar.
Fue enviado a las cuatro y media de la mañana.
Pablo me ha estado evitando durante los últimos ocho meses.
También lo hace el resto del personal de Silver Arrow Capital. Chip,
Dahlia de recursos humanos y Phil, el mejor amigo de Paul. Todos han
sido cautelosos con lo que saben (o no saben) de la relación de Paul y
Grace. Aún no tengo idea de lo que mi esposo y esa mujer estaban
haciendo juntos ese día cuando terminaron sus vidas.
Es fácil especular que Paul y Grace tenían una aventura, pero algo
en mí se niega a creer que me traicionaría tan cruelmente.
Paul no era un ángel, pero tampoco era un villano. Además, me
amaba, sé que lo hacía. Y nunca había indicado que Grace fuera alguien
que le agradara. Lo contrario. Muchas veces me encontré reprendiéndolo
cuando él la acusó de ser egocéntrica y mandona cuando regresaba a
casa del trabajo.
Nunca conocí un dolor de cabeza más grande en mi vida. A ese tipo
Corbin le debe encantar el sufrimiento. Todo lo que hace es quejarse y
hacer demandas.
He estado intentado reconstruir la razón por la que Paul tomó ese
vuelo con Grace en los últimos meses. ¿En serio la llevó con él como una
ofrenda? ¿O fue algo lascivo? Pienso en nuestras conversaciones, reviso
sus cosas en nuestro apartamento intentando encontrar pistas.
Hasta ahora, no he encontrado ninguna evidencia de una aventura.
Nada que levante mis sospechas. Todo lo que poseía y mantenía cerca
era tan inocente. Álbumes de fotos, baratijas, su colección de sellos,
camisetas de béisbol firmadas.
A veces juego con la idea de llamar a esa criatura pomposa de
Arsène Corbin. Apuesto a que tiene todas las respuestas a mis preguntas.
A pesar de todas sus muchas fallas evidentes, parece un hombre
ingenioso. El tipo que es rápido para ponerse al día.
No tengo dudas de que descubrió todo lo que hay que saber de las
circunstancias que llevaron a Grace y Paul a estar en el mismo avión que
cobró sus vidas.
Pero no me atrevo a pedirle un favor. Ahora, si él fuera el que se
acercara a mí, sería un juego de pelota completamente diferente. ¿No 114
sería estupendo?
Un dolor sordo golpea detrás de mi frente. Dejo de desplazarme y
llamo a mamá. Rita Towles siempre se las arregla para levantarme el
ánimo, incluso cuando está en el contenedor de basura.
—¡Terroncito! —chilla de placer—. Tu papá y yo estábamos
hablando de ti. Está justo aquí a mi lado. ¿Te ardían las orejas? Me
preguntó si recordaba la vez que intentaste caminar con mis tacones
cuando eras niña y te rompiste el tobillo. Por supuesto que lo recuerdo.
Fui yo quien te llevó hasta el hospital mientras gritabas a los cielos.
Aún tengo una cicatriz pequeña en mi tobillo para mostrar eso.
—Fue una lección bien aprendida. Nunca más usé tacones —digo
con una sonrisa melancólica.
—Aparte del día de tu boda —me recuerda. Mi estado de ánimo se
marchita nuevamente. Todos los caminos siempre conducen a Paul.
—Mamá, fueron plataformas, no tacones. Y solo los usé por
cortesía.
Paul y yo nos casamos en mi iglesia local en Mulberry Creek.
Engullimos una botella de bourbon en el lugar de la boda y bailamos en
la noche, descalzos. Cuando me llevó a la luna de miel de mis sueños en
Tailandia, me subí al avión en pijamas que había empacado y comprado
para mí con anticipación, con los pies aún embarrados por la boda. Los
frotó en su regazo hasta que me quedé dormida en el vuelo largo. Solo
fue otra forma en que Paul era increíble. Considerado y siempre atento.
Aparte de las veces que no lo fue.
—Lizzy vendrá esta noche a cenar. Y sabes que Georgie siempre
está aquí. Así que voy a hacer tarta de durazno —dice sobre mis
hermanas.
—Maldición. Ojalá pudiera estar allí.
—¡Ah, pero puedes! Solo súbete a un avión y ven a vernos.
—Sobre eso… —me interrumpo—. Tengo noticias propias.
—Terroncito, ¿qué pasa?
Tomo aire profundamente, preparándome para mi anuncio.
—¡Conseguí trabajo! Un papel nuevo. Voy a ser Nina de La gaviota.
La línea se queda en silencio. Creo por un segundo que tal vez perdí
la recepción.
Papá es el primero en recuperarse.
115
—¿En serio? ¿En Broadway y todo eso?
Me estremezco.
—No exactamente Broadway. Pero es un teatro establecido en
Manhattan.
—¿Cuánto tiempo durará este trabajo? —continúa.
—Un año.
—Qué bien. —Mamá se aclara la garganta, la decepción cubriendo
su voz—. Esto es… quiero decir, es lo que querías. Estoy feliz por ti.
Puedo ver mi edificio de piedra rojiza en Hell's Kitchen por el rabillo
del ojo. Mis pies se sienten como plomo. Sé que entristecí a mis padres,
quienes pensaron que me estaba entusiasmando la idea de volver a casa.
Aún hay una parte de mí que también quiere irse a casa. Tampoco es
pequeña. Pero este papel es importante por muchas razones. Una de ellas
ni siquiera puedo pronunciarla en voz alta.
—Vaya, por favor. Me estás haciendo sonrojar con toda tu emoción
—murmuro, pero no hay rencor real en mi voz. Por mucho que me duela
admitirlo, los entiendo. Quieren nutrirme, ayudarme a recuperarme.
Vigilarme mientras estoy cerca.
—Simplemente no creo que sea una buena idea que estés sola ahí
afuera —dice mamá con un suspiro profundo—. ¿Tal vez debería ir? ¿Solo
por un par de semanas? ¿Hacerte tarta de durazno? No me interpondré
en tu camino. En absoluto. No te preocupes. Esta anciana puede
entretenerse por su cuenta.
—No, mamá —suplico, el pánico apoderándose de mí—. Estoy bien.
Lo prometo.
Una hora más tarde, entro a Calypso Hall para ensayar. Como el
lugar está cerrado hasta que comiencen los espectáculos de la matiné,
Jeremy, el guardia de seguridad diurno, me abre la puerta.
—Señora Ashcroft. Bonito día, ¿no? —me saluda.
Le devuelvo la sonrisa en respuesta, entregándole un biscotti y un
café que compré en el lugar italiano antes de venir aquí.
—El más encantador, Jeremy. Toma. Espero que esto endulce tu
día.
—Winnifred, eres demasiado amable para esta ciudad. —Suspira.
Avanzo detrás del escenario. Jeremy agita una mano frenética para
detenerme.
—¡Oiga, espere, señorita Ashcroft! ¿Ha visto esto? Impresionante,
¿no?
Me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con algo que no tengo
ni idea de cómo me perdí cuando entré. Es un póster del suelo al techo
de La gaviota. En lugar de mostrar a todos los actores, es un primer plano
de Rahim y yo.
LA GAVIOTA DE ANTON CHÉJOV.
PROTAGONIZADA POR: RAHIM FALLAHA, WINNIFRED ASHCROFT,
RENEE HINDS Y SLOAN BARANSKI
La toma es mía mirando a la cámara, Rahim parado detrás de mí,
susurrándome al oído. Es hermoso, tierno y erótico. Pero no puedo reunir
ninguna emoción y placer de ello. Mi corazón no se salta un latido, ni late
más rápido. Este es la cúspide de mi carrera, algo que hubiera hecho que
mi antiguo yo saltara de emoción, abrazara a Jeremy, besara el cartel,
tomara fotografías y se las enviara a todos en mi lista de contactos.
Me siento tan vacía que quiero gritar solo para llenar mi cuerpo con
algo.
Derrama una lágrima. Sólo una. Para demostrarte que puedes. ¡Por
Dios, eres una actriz!
140
—Bien por usted, señorita Ashcroft. —Jeremy inclina su sombrero
en mi dirección—. Bien merecido.
De alguna manera, paso todo el ensayo sin tener un colapso por no
tener un colapso por el cartel. ¿Volveré a sentir algo alguna vez? ¿Alegría?
¿Placer? ¿Celos? ¿Odio? A estas alturas, aceptaré cualquier cosa.
Rahim está de muy buen humor. Se apresura a admirar nuestro
cartel cuando es hora de nuestro descanso.
—¿Qué tan triste es que este lugar apeste tanto que nos
emocionemos con un cartel? —Rahim chasquea la lengua, examinándose
una vez más en la cosa del piso al techo—. ¿Sabes cuánto dinero
invirtieron en el marketing de Hamilton?
Lucas se pavonea entre ensayos. Aparentemente, por primera vez
en veinte años, críticos reales asistirán a un estreno en Calypso Hall.
Sonríe y se ríe con el equipo técnico, no se queja cuando dos de los chicos
de sonido se van a casa temprano, y abraza a la escenógrafa cuando
rompe un accesorio accidentalmente.
Cuando termina el ensayo, Renee y Sloan se lanzan a ver una
producción amateur de un amigo en común que se estrena esta noche.
—Hasta mañana, Win. Ah, y mi novia te agradece por el consejo de
las galletas. —Rahim también me besa en la mejilla al salir—. ¿La yema
y el azúcar moreno? ¡Una bendición!
—Dile que me llame cuando quiera. Esta cosa está llena de trucos
de recetas. —Toco mi sien—. ¡Pero recuerda, no compartas los secretos
comerciales con tu club de fieltro!
Se ríe, se da la vuelta y sale por la puerta. Entro en mi camerino.
Es un espacio minúsculo detrás del escenario, pero es todo mío.
Cierro la puerta detrás de mí, pego mi frente a la madera fría de la puerta
y respiro profundamente.
—Estás bien. Todo está bien —me digo en voz alta.
—Lamento discrepar —dice alguien arrastrando las palabras
detrás de mí, haciéndome saltar fuera de mi piel—. No muchas personas
que hablan solas están bien.
La voz, irónica y divertida, pertenece al único hombre por el que
tengo sentimientos estos días. Odio puro, para ser específicos. Encuentro
a Arsène sentado en un andrajoso sofá amarillo, con una pierna cruzada
sobre la otra, como el emperador imponente que es.
141
—Señor Corbin, qué sorpresa. —Mi corazón tartamudea en mi
pecho. Es la primera vez que siento el órgano en meses, y no me gusta
que este hombre torturado byroniano sea la razón—. ¿Qué te trae a mi
pequeña guarida?
—Actualmente estoy entre reuniones. Estoy pensando en adquirir
una sala de escape en Bryant Park. Con temática de mazmorra medieval.
Parecen estar de moda.
—Gracias por compartir. Significa mucho. Ahora, déjame ser
específica. ¿Qué estás haciendo en mi camerino? —Recojo mi cabello en
una coleta.
—¿Tu camerino? —Arquea una ceja escéptico—. No me había dado
cuenta de que eres tan ferozmente posesiva. Creciste con hermanos, ¿eh?
Sí, pero no voy a darle la satisfacción de compartir este dato con él.
Además, odio cómo su tono siempre es amistoso y burlón, como si
pudiera soportarme más que yo a él.
—También creciste con una hermana. Aunque no puedo decir que
te sintieras para nada muy fraternal con ella. —Cruzo mis brazos sobre
mi pecho, apoyándome contra la puerta—. Ve al grano. Tengo cosas que
hacer.
—Campesina, no sabía que te enseñaban sarcasmo en la buena
tierra de Dios. —Se pasa una mano por su muslo atlético, y resisto el
impulso de seguir el movimiento con la mirada—. Creo que es hora de
que intercambiemos notas de lo que sucedió esa noche. —Pasa el brazo
por el respaldo del sofá—. Todo lo que descubrimos después. Te mostraré
el mío y tú me mostrarás el tuyo, por así decirlo.
—No me gusta que me muestres nada. —Arrugo la nariz.
La verdad es que, quiero hacer esto. Mucho. La cantidad de veces
que he considerado acercarme a este hombre para preguntarle lo que
sabe es incontable. Pero tampoco confío en sus intenciones,
considerando nuestra breve historia.
Sus labios se tuercen en una sonrisa.
—Winnifred, ¿cuántas avemarías necesitas decir por mentir?
—No estoy mintiendo.
—Sí, lo haces. —Su sonrisa se ensancha—. Lo sé porque tus labios
están temblando.
—Incluso si quiero intercambiar notas… —pongo los ojos en
blanco—, ¿cómo sé que dirás la verdad? Podrías mentir solo para
142
fastidiarme. ¿Y si cumplo con mi parte del trato y tú te burlas de él?
—No tengo ningún interés particular en lastimarte —me asegura
con calma—. Ni te ahorraré ningún dolor. Simplemente quiero armar la
imagen más precisa de lo que sucedió.
—¿Y quieres obtener esta información de una, y cito, perra
cazafortunas como yo? —Fallo en mantener el dolor fuera de mis
palabras.
—¡Winnifred, querida! —Inclina la cabeza, rugiendo de risa. En
serio, quiero apuñalarlo. Justo en la garganta—. ¿No me digas que te
ofendiste? Cariño, siendo una cazafortunas no ganas nada más que
puntos brownie de mi parte. No olvides que trabajo en Wall Street, donde
la codicia es bienvenida, incluso celebrada.
—Eres una persona horrible. —Niego con la cabeza.
—Vaya, gracias. En cualquier caso, como dije, tengo unos minutos
libres y cierta información que seguro te interesará. Deduje que el ensayo
de Lucas ha terminado, así que si tienes ganas de intercambiar notas, no
hay mejor momento que el presente.
Toco mi barbilla, mi curiosidad despertó. La necesidad de saber
qué pasó es mayor que el deseo de jugársela. Además, no tengo otro lugar
donde estar ahora mismo. Mi horario está totalmente abierto y consiste
principalmente en mirar las paredes de mi apartamento.
—Está bien. —Cruzo el espacio diminuto entre la puerta y mi
tocador, dejándome caer en una silla frente a él—. Pero sé rápido.
Él niega con la cabeza.
—Aquí no.
—¿Por qué?
—Podríamos ser vistos.
—¿Y? —Estrecho mis ojos hacia él.
—Y no quiero que me relacionen contigo por numerosas razones,
todas ellas muy lógicas. —Me lo explica—. La principal es que,
técnicamente hablando, soy tu empleador. No deberíamos estar juntos
en una habitación cerrada.
—Dios, empleador. Esa es una gran palabra para alguien que
apenas nos paga el salario mínimo.
143
Vuelve a sonreír, satisfecho con los problemas que le estoy dando.
—Es un país libre. Si quieres trabajar en otro lugar, sería la última
persona en detenerte.
—No iré a tu apartamento. —Devuelvo la conversación a su tema
original.
—Campesina, me hieres. —Se pone de pie, abrochándose la
chaqueta—. Nunca le haría una insinuación a una empleada. Es de mal
gusto y ética dudosa.
—¿Esos no son tus rasgos definitorios? —Arqueo una ceja.
Se ríe en toda regla ante esto.
—Llamaré a dos taxis separados. ¿Cuál es tu talla de pantalón?
—Hmm, déjame ver. —Me retuerzo en mi asiento, tirando de la
etiqueta del tamaño de mis jeans—. Aquí dice que no es asunto tuyo.
Se le escapa otra risa sincera.
—Disculpa por alterar tus nociones sureñas. Pero aquí en Nueva
York, las mujeres no dejan que la talla de su vestido las defina.
—Mi talla no me define. Mi derecho a no responder a tus preguntas
personales sí.
—De todos modos, sígueme la corriente, solo por diversión. —Su
sonrisa, cuando es real, puede debilitar las rodillas de una mujer. Con
hoyuelos y juvenil, con la cantidad justa de sarcasmo. La pobre Grace no
tuvo ninguna posibilidad. Me pregunto si lo hicieron mientras estuvieron
bajo el mismo techo. Por supuesto que lo hicieron. Bueno, eso es un poco
sexy.
¿Desde cuándo pienso en cosas que son sexis?
—Pequeño o mediano. —Frunzo los labios—. Ahora me toca a mí
hacer una pregunta: ¿cuántos años tienes exactamente?
—¿Exactamente? Treinta y cinco, siete meses, tres días y… —Mira
su reloj—. Once horas, más o menos.
Parece mucho mayor que yo, y tengo veintiocho. Tal vez porque
tiene ese aura imponente.
—Un taxi llegará por ti en ocho minutos. Pero primero, ve a
cambiarte y ponte ropa de hombre —instruye Arsène, poniéndose de pie.
—¿Qué tiene de malo mi ropa actual? —Miro hacia abajo. Llevo una
camiseta sin mangas rosa y unos jeans casuales de GAP. Mis sandalias 144
son un par de segunda mano de Lizzy.
—Nada en absoluto —me asegura suavemente—. De todos modos,
necesito que te veas un poco más masculino.
—¿Masculino?
—Sí. Tienes que vestirte de hombre.
—¿A dónde diablos me llevas?
Ya está fuera de la puerta, de espaldas a mí.
—Ya verás.
156
Esta noche se espera que sea lo último que quiero ser: una parte
respetada y civilizada de la sociedad educada.
Arya Roth-Miller organiza su baile benéfico anual. Es por una
buena causa: el Hospital Infantil Saint John, algo que, en sí mismo, no
me haría salir de casa ni en un millón de años. 157
No. Estoy aquí porque el dolor en el cuello al que ella se refiere
como su esposo utilizó todas las herramientas de su arsenal para
asegurar mi presencia.
La idea general es hacer una gran donación, tomarme unas
cuantas fotos con personas cuyos nombres olvidaré antes incluso de que
los pronuncien, y volver a mi apartamento a leer un libro de astronomía
y comer restos de comida para llevar.
Pasé la tarde bebiendo, preparándome antes del baile. No hay nada
que me guste menos que tener que tolerar a personas que no conozco
durante mucho tiempo sobrio.
—¡Arsène, te ves increíble con ese esmoquin! —Arya se abalanza
sobre mí en cuanto atravieso la puerta del gran salón de baile del hotel
Pierre. Es un espacio exquisito, con lámparas de araña colgantes y
cortinas suficientes para ocultar Nueva Zelanda en su totalidad. A Grace
le hubiera encantado.
—Lo sé. —Beso ambas mejillas.
Christian aparece a su lado, envolviendo un brazo alrededor de la
cintura de su esposa.
—Cerdo, devuelve el cumplido.
—Arya. —Tomo la mano de la esposa de mi mejor amigo y levanto
sus nudillos hasta mis labios—. También te verás increíble en mi
esmoquin.
Arya, que lleva un vestido color pastel, se ríe, golpeando mi pecho.
—Ni siquiera sé por qué me agradas.
—Te agrado porque soy directo, divertido, y mantengo a tu esposo
en vilo —suministro.
—No olvides la humildad. Una de las cosas que más me gustan de
ti. Bueno, disfruta.
—Él nunca disfrutaría de algo tan íntegro y edificante como un
baile benéfico. —Christian niega con la cabeza, pero su esposa ya se está
alejando, pavoneándose y acercándose a los invitados que van entrando
en el salón. —Me entrega una copa de champán—. Sé que los humanos
no son lo tuyo. ¿Sobrevivirás?
Bebo todo el contenido como si fuera agua, y dejo la copa en una
bandeja que sostiene un camarero que pasa por allí.
—Apenas. Pero lo haré mejor después de cinco más de estos. 158
—Beber para olvidar tus problemas es un maldito cliché.
—¿Olvidar? —Ya tengo otra copa en la mano. Sonrío
irónicamente—. Christian, te aseguro que mis problemas pueden superar
a Usain Bolt. Ninguna parte de mí es tan tonta como para pensar que
puedo escapar de ellos.
—Entonces, ¿por qué mierda estás bebiendo? —Una mano golpea
mi espalda. Es Riggs. Me doy la vuelta para mirarlo. Lo encuentro con un
esmoquin que no sugiere que haya sido robado del Ejército de Salvación
(una mejora bienvenida de su atuendo habitual) y un bronceado que debe
haber conseguido en la Antártida. Lleva del brazo a una pelirroja bonita.
—Caballeros, es un placer presentarles a… —Riggs está a punto de
decirnos el nombre de su cita, si es que lo recuerda. Le hago un gesto con
la mano restándome importancia.
—Ahórratelo. Si tuviera lugar en mi mente para todas las mujeres
que nos presentaste, necesitaría más almacenamiento en la nube.
Christian medio se estremece, medio se ríe.
—Mis disculpas. —Se gira hacia la belleza de cabello escarlata—.
Nuestro amigo Arsène suele ser brusco, pero rara vez se equivoca.
Riggs me da un puñetazo en el brazo.
—Corbin, ¿qué tienes metido en el culo?
—Grace —responde Christian en mi nombre—. ¿Quién más sería
tan asqueroso como para acercarse a sus partes íntimas?
Ah, Grace. Incluso muerta, es su enemigo público número uno. Y
eso sin que sepan nada de la mierda sobre Paul. No he dicho ni una
palabra de la aventura de mi difunta prometida. No necesitaba parecer
patético además de ser un desgraciado bastardo afligido.
—Solo para mantenerte informado. —Riggs se gira hacia ella—.
Christian acaba de lanzar una indirecta a la prometida muerta de este
imbécil. Aquí no tenemos límites.
Ella respira entrecortadamente, mirando a Christian con horror.
—No finjas que te iría mejor si le pasara algo a Arya —murmuro
con mi bebida.
Christian me lanza una mirada lastimosa.
—No, moriría junto con ella. Con una diferencia: Arya nunca 159
intentó matar a su hermanastro…
—De hecho, insisto en que conozcan a mi encantadora cita. —Riggs
desvía la conversación antes de que se produzca una pelea a puñetazos.
Christian se presenta a la cita de Riggs. Los dos se enfrascan en
una conversación cortés después de que él le explique que a nadie le
agradaba demasiado mi prometida. Mi mirada se desvía sin entusiasmo
hacia las demás personas en el salón. Termino la segunda copa de
champán y pido una tercera. Las galas y los bailes eran lo que más le
gustaba a Grace. Es la primera vez que asisto a un acto oficial como
soltero.
La novedad de regresar al mundo sin ella del brazo es como cargar
con una extremidad fantasma de tres toneladas. Más específicamente, la
idea de que Grace ya no sea el objetivo final. El trofeo. El premio
definitivo.
En el mar de peinados y rostros pintados, encuentro uno que
reconozco.
Una masa de cabello rubio rojizo recogido en una coleta alta y
pasada de moda. Sé que es ella, aunque esté de espaldas a mí. Lleva un
vestido floreado con tirantes delgados para asistir a una maldita gala y,
aun así, se las arregla para acaparar todo el espectáculo. Su cuello es
largo y elegante, como el de un cisne, y parece igual de frágil.
Se da la vuelta, como si percibiera mi mirada. Su rostro es amplio,
franco y sonriente. Está radiante, y recuerdo la última vez que nos vimos,
cuando casi le provocó un infarto a Cory y casi me aniquila en el billar.
También bebía como un marinero irlandés, defendía al idiota de su
difunto esposo y exhibía una adorabilidad general que no podía decidir
si me repugnaba o divertía.
También se interesó por mi obsesión por la astronomía. Nadie más
lo hacía. Es la única razón por la que no estoy completamente disgustado
al verla aquí.
Me recuesto contra la pared y la observo mientras ríe y habla
animadamente con una multitud de hombres de aspecto ansioso. Está
significativamente mal vestida, pero una sonrisa genuina es una joya más
valiosa que cualquier collar de diamantes que se pueda comprar.
Riggs, naturalmente en sintonía con cualquier cosa que tenga un
par de pechos, sigue mi mirada y emite un murmullo que me dice que
está de acuerdo.
—Nuestro chico está dando señales de vida. Aunque, no puedo
culparlo. —Riggs sonríe contra su bebida—. Esas piernas quedarían 160
genial envueltas alrededor de mi cuello.
—Winnifred Ashcroft —proporciona la cita de Riggs fácilmente,
contenta de ser útil—. Es actriz. Vino aquí con su agente. Bueno, nuestra
agente —corrige, con una mordacidad quebradiza en su voz—.
Obviamente, Chrissy tiene sus favoritos.
No me disgusta particularmente ver aquí a Winnifred. Sin embargo,
estoy bastante borracho, lo que significa que no es el momento de hablar
con ella. No es tan fácil de manejar como parece, y aún no he obtenido
toda la información que necesito de ella.
—Regresaré a casa —digo, girándome hacia mi grupo de amigos.
—No antes de que Arya pronuncie su discurso. —Christian se
mueve delante de mí para bloquearme el paso—. Trabajó muy duro
organizando este evento.
—No creo que lo entiendas. —Aliso mi esmoquin—. No fue una
petición, sino un hecho declarado.
—Vaya, pero si es mi jefe favorito —me saluda por detrás un dulce
acento sureño.
—¿Jefe? —pregunta Christian sorprendido, asomándose por detrás
de mi hombro—. A Arya no le va a gustar eso.
—Cariño, debes haberte equivocado de persona. —Riggs le lanza
una sonrisa a Winnifred, y me da una palmada en el hombro—. Este
hombre de aquí no puede ser el favorito de nadie. Es tan adorable como
un grano jugoso lleno de pus.
—Gracias por la imagen. —Me deshago de su mano, dándome la
vuelta para mirarla.
—Hola, Winnie. —La pelirroja besa en el aire a Winnifred.
—¡Hola, Tiff! Escuché que te fue genial en ese piloto de comedia
romántica. —Mi empleada le da un abrazo cálido. Su necesidad de ser
linda y desinteresada me pone nervioso. Vuelve a centrar su atención en
mí—. No sabía que eras del tipo filantrópico.
—No lo es. —Christian mete una mano en su bolsillo delantero—.
Lo arrastré hasta aquí pataleando y gritando.
—No olvides los lamentos —digo inexpresivamente—. Estaba
desconsolado.
A pesar de ser una santurrona molesta, no se ve horrible con su
vestido sencillo y su coleta. Darme cuenta de eso es desagradable y
alarmante. Ni siquiera me gustan las rubias. Esta debe de ser la forma
que tiene la madre naturaleza de decirme que es hora de meter mi polla
161
en algún lugar húmedo y caliente. Después de todo, ha pasado casi un
año.
—¿Arsène? —Winnifred frunce el ceño—. ¿Está todo bien?
No he reconocido su existencia en los dos minutos que lleva aquí.
Ups.
Coloco mi mano en la parte baja de su espalda y rozo su mejilla
con mis labios, despreocupadamente.
—Winnifred, ¿sería inapropiado decirte que te ves hermosa?
—No, y por eso no lo harías.
Me rio. Lo más sorprendente de esta aburrida rubia
unidimensional que hace galletas es que posee ingenio. O al menos, algo
que se le parece.
Me estudia atentamente, como un padre preocupado.
—¿Estás… bien?
—Mejor que nunca.
Espero a que se vaya. Estoy borracho, cansado y no estoy de humor
para sacarle información.
—¿Seguro que no quieres que te llame un taxi? —Frunce el ceño.
Y lo haría. La señorita simpatía.
—Seguro, pero gracias.
—Bueno… —se demora—. Disfruta de la noche.
—Eso pretendo.
Cuando se va, tanto Christian como Riggs me miran, abiertamente
horrorizados.
—Nunca te he visto así. —La sonrisa de Riggs es lenta y burlona.
—Así, ¿cómo?
—Como un adolescente ingresado en urgencias con las bolas
atrapadas entre los aparatos metálicos de su novia —articula Christian
poéticamente—. Parecías sonrojado. Incómodo. ¿Me atrevo a decirlo?
Avergonzado.
—Mortificado. —Riggs apura un trago—. Se sonrojó. Yo lo vi. Tiff,
¿lo viste sonrojarse?
162
—¡Sí! —Tiff, agradecida de ser algo más que un adorno decorativo
a estas alturas, se une a mis dos amigos ansiosamente—. Su rostro está
todo rojo. Qué tierno. Winnie es una gran chica.
He conseguido pasar una semana entera sin arrinconar a
Winnifred en el Calypso Hall para pedirle más información. El
apartamento alquilado en París fue una gran revelación. ¿Qué más sabe?
¿Qué más se me ha pasado por alto?
Llevarla de vuelta a New Amsterdam es un gran no. Agredió a Cory.
El hombre tuvo que recibir dos puntos de sutura, que pagué
generosamente para mantener su boca cerrada. Apuesto a que fue su
primer roce con algo menos que perfecto, y me complace saber que la
corrompí, aunque solo fuera un poco.
—No me sonrojé —digo tajante.
—Sí, lo hiciste. Vas a tener que explicarnos los últimos cinco
minutos —anuncia Christian.
—No hay nada que explicar. Trabaja en Calypso Hall —digo.
Veo a Arya por el rabillo del ojo, moviéndose en nuestra dirección
a gran velocidad. Es hora de terminar con esta charla de chicas.
—Y, para su información, aunque no estuviera aún de luto por la
muerte prematura de mi prometida, perseguir a una empleada es de mal
gusto y está mal visto.
—Estoy percibiendo algunas vibras raras. —Riggs lame la yema de
su dedo índice y lo levanta en el aire, cerrando los ojos—. Sí, ahí está.
Hay vientos cachondos viniendo del este.
Estoy parado al este del imbécil.
—Aunque haya huracanes de calentura, te exijo que no actúes en
consecuencia. —La voz pertenece a Arya.
Me doy la vuelta, estudiándola.
—No me gusta que me den órdenes. ¿Cuál es tu punto?
—Esa chica es un ángel en la tierra. Visita a los niños del hospital
Saint John una vez a la semana. Se viste de hada y pinta sus rostros. A
ellos les encanta. La adoran —dice desesperada—. ¡Y yo la adoro! Es
viuda. Sabe lo que es el dolor. No quiero que vuelvan a lastimarla.
Así que se enteró, pero no sabe cómo sucedió. Buen trabajo,
Winnifred, por mantener nuestra mierda en privado y no dejar que la 163
gente sume dos y dos.
Christian observa a Winnifred mientras se dirige a quien supongo
que es su agente.
—Conocí antes a la chica. Parece amable, talentosa y atractiva. No
te preocupes, amor. Arsène no tiene ninguna posibilidad, aunque lo
intentara.
—El dinero habla —señala Riggs—. Y nuestro chico tiene mucho.
—No le importa el dinero. —Tiff, su cita, nos recuerda su existencia
decepcionante—. Estaba casada con alguien súper rico y firmó un
acuerdo prenupcial realmente mierda o lo que sea. Luego, cuando murió,
la dejó prácticamente sin nada. Ha estado haciendo trabajos ocasionales
para llegar a fin de mes.
El aire se llena de murmullos colectivos. Mis ojos siguen a
Winnifred. ¿Será verdad? ¿En serio se quedó sin nada? No me extrañaría,
sabiendo lo que sé de su difunto esposo. Y ella es demasiado ingenua
como para no protegerse a sí misma.
—De todos modos, está fuera de los límites. —Arya chasquea los
dedos delante de mis ojos, intentando captar mi atención—. ¿Entendido?
—Arya, disculpa. Debo haberte dado la falsa impresión de que me
importa un bledo lo que piense la gente. —Le ofrezco una sonrisa
sincera—. Una vez que me decido por una mujer, nadie puede salvarla.
Ni siquiera Dios.
Me alejo, dejando atrás a mi grupo de amigos. Me dirijo hacia el
balcón exterior. Este salón está demasiado lleno, hace demasiado calor,
es demasiado pretencioso. La brisa nocturna golpea mi rostro. Extiendo
los dedos sobre la amplia barandilla de ladrillos. Cuando miro hacia la
Quinta Avenida, la gente de abajo parece un hormiguero. Balancearme
en la barandilla es lo último que debería estar haciendo mi yo borracho.
Pero… ¿qué puedo perder?
No tengo madre, ni padre, ni prometida. Como Riggs señaló
caritativamente, no soy exactamente la persona más adorable en este
código postal. No hay nada que me ate a este universo, y empiezo a
sospechar que ésa es precisamente la razón por la que la gente asume
hipotecas, tiene hijos, se compromete: para que el suicidio no sea una
opción válida cuando las cosas vayan mal.
No es que esté contemplando el suicidio. Esta barandilla es ancha
y no muy larga. Puedo hacerlo.
164
Solo una vez, por los viejos tiempos. La voz de Grace es gutural y
tentadora en mi cabeza. Incluso más allá de la tumba, me incita a hacer
lo incorrecto.
Miro detrás de mi hombro, y me aseguro de que no haya moros en
la costa. Solo estoy yo afuera. Me subo a la barandilla, enderezándome
hasta ponerme de pie sobre la superficie. No miro hacia abajo.
El primer paso es sólido. El segundo me hace sentir vivo. Extiendo
los brazos en el aire, como hacíamos Grace y yo cuando éramos niños.
Cierro los ojos.
—Tómame el tiempo —balbuceo.
Y puedo escucharla respondiendo en mi mente. Tres. Dos. Uno.
¡Empieza!
Doy otro paso, y luego otro. Casi he llegado al final. Un paso más…
y mi pie no aterriza esta vez en la superficie dura. Todo es aire debajo.
Me balanceo. Pierdo el equilibrio. Me inclino hacia la izquierda. Todo
sucede deprisa. El recuerdo de Grace cayendo me golpea de nuevo.
Las lágrimas. Las súplicas. El silencio.
Voy a caer en la calle en unos segundos.
Idiota, no debiste haber hecho eso.
Estoy cayendo.
Unas afiladas garras desesperadas se hunden en mi brazo derecho
saliendo de la nada. Rasgan mi traje, tirando de mí hacia un lugar seguro.
Mi cuerpo se estrella contra una superficie dura. El suelo del
balcón. Soy un amasijo de extremidades. No todas mías. Algunas son
pequeñas, delgadas, calientes y de carne extraña.
Imbécil, cuenta tus bendiciones. No estás muerto.
Abro los ojos y ruedo sobre mi espalda. Me apoyo sobre mis codos
para ver quién es mi salvador.
Un rostro de querubín se interpone en mi campo de visión. Familiar
y angelical y absolutamente, más allá de cualquier duda, furioso.
—¡Ahora sí que en serio lo has hecho, tonto engreído! —gruñe
Winnifred, hace una bola con mi pajarita en su mano y golpea mi rostro—
. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Qué hubiera pasado si no
estuviera aquí? ¡No tengo palabras para describirte!
165
Está de pie sobre mí, su rostro tan rojo como un tomate maduro, y
sus ojos tan grandes que puedo ver mi reflejo en ellos.
—¿No las tienes? —pregunto despreocupado, acostado en el suelo
como si fuera el lugar más cómodo del edificio—. Bueno, aquí van algunas
sugerencias útiles: idiota, tonto, borracho, imbécil, cretino imprudente…
técnicamente, son dos palabras, pero…
Intenta abofetearme. Agarro su muñeca sin esfuerzo,
impidiéndoselo. Borracho o no, mis instintos rara vez fallan. Me pongo
de pie, con su muñeca delicada aún atrapada entre mis dedos. Me mira
fijamente con un odio absoluto. Fulgura en sus ojos de zafiro. Me inquieta
no poder odiarla tan apropiada y profundamente como debería. Es una
simplona. Una anécdota en mi vida. Nada más.
—Estoy seguro de que encontrarás una buena razón para
abofetearme a su debido tiempo, pero ese momento aún no ha llegado.
¿Qué decías? —Sonrío cordialmente cuando ambos nos paramos uno
frente al otro.
Ella se libera de mi agarre, tirando su mano hacia atrás.
—¡Eres un bastardo! —espeta en mi rostro—. Dime en qué estabas
pensando. ¿Hace mucho que tienes estos pensamientos? Nadie se sube
así a una barandilla. ¡Y además en la oscuridad! Cuando te vi a través de
la ventana, pensé…
Suelta veneno e ira con sus palabras, pero su voz entra por un oreja
y sale por la otra. No soy suicida. ¿Alcohólico? Sí, pero no llego a
autolesionarme. Sin embargo, Winnifred logró salvarme, mientras que yo
fracasé salvando a Grace. Dos veces.
Mis ojos siguen fijos en sus labios. Rosados, pequeños y deliciosos.
Es increíblemente dulce. Esa combinación entre virtud y rabia es
francamente pecaminosa. Ya no las hacen así. Especialmente en
Manhattan. Mi mente puede ser lenta, pero mis sentidos son agudos, y
reconozco una oportunidad cuando la veo.
Mis labios chocan torpemente contra los suyos. Agarro su nuca y
la atraigo hacia mí. La advertencia de Arya es un recuerdo lejano.
También lo es Calypso Hall, y el hecho de que ambos estamos
enamorados de otras personas, y que esas personas están muertas. La
realidad deja de existir, y lo único en lo que estoy enfocado es en la
persona que tengo frente a mí.
Es suave, dulce y diferente. Tan diferente que no puedo cerrar los
ojos e imaginar que es Grace, como quisiera. No hay ni una pizca de
alcohol en su aliento. No está el escozor amargo de un perfume 166
abrumador. Es puro manzanas acarameladas y perezosas noches de
verano de Tennessee. Es campanas de iglesia, té dulce y galletas.
Precisamente lo que desapruebo.
Nuestras lenguas bailan juntas. Aprieta las solapas de mi
esmoquin como si fuera a salir corriendo. No iré a ninguna parte. Quiero
levantarla, llevarla a mi apartamento y follármela hasta dejarla
inconsciente. Quiero a esa chica que se comió un melocotón como si fuera
una Lolita prohibida bajo el sol de la Riviera italiana, rezumando
sexualidad temeraria.
Sexualidad temeraria. Jesús. ¿Quién soy? Necesito sacar a esta
mujer de mi sistema lo antes posible.
Mis pulgares están en sus mejillas, debajo de sus pestañas,
mientras profundizo el beso, la aprieto hasta que su espalda queda
apoyada contra la pared…
Winnifred separa su boca de la mía en cuanto su espalda expuesta
toca el cemento. Levanta la mano, sin aliento, y me abofetea. Esta vez,
mi mejilla derecha vuela hacia un lado. Arde muchísimo. Froto mi mejilla
con la palma de la mano, sonriendo.
—Te lo has ganado —sisea.
Inclino la cabeza.
—Campesina, cuando tienes razón, tienes razón. Volviendo a tus
palabras de hace unos minutos, no soy suicida. Aunque, estoy jodido, lo
que podría explicar por qué me he pasado de la raya.
—¿Pasarte? —espeta con enfado—. Te cagaste en todo.
Me rio, pero doy un paso atrás. Depredador sexual no es un estilo
que me apetezca probar.
—Me devolviste el beso.
—¡No hice tal cosa! —Se sonroja con culpabilidad. Ups. Es la
segunda vez que saco a Winnifred de su zona de confort de esposa
perfecta.
—¿Qué te molestó esta vez de mi existencia? —pregunto
amablemente—. Y, por favor, ahórrate cualquier afirmación de que no lo
disfrutaste. Los dedos de tus pies se curvaron en tus sandalias y sentí tu
piel erizada.
167
Sus ojos se entrecierran a medida que intenta averiguar dónde y
cómo dirigir su siguiente golpe verbal. Estamos jugando. Pero a diferencia
de mis juegos con Grace, este es competitivo sin ser hostil. Los dos
queremos ganar, pero ninguna parte de mí está preocupada de que ella
sea capaz de envenenarme o matarme en el proceso. Lo más importante
de todo es que compartimos el mismo objetivo: los dos queremos saber
más de los amantes que nos dejaron atrás.
—Sabes. —Sonríe dulcemente y quita el polvo de mi chaqueta—.
Olvidé mencionar en el New Amsterdam que tengo una habitación llena
de pertenencias de Paul que aún no abrí. Me pidió que nunca pusiera un
pie en ella, antes de fallecer. Me pregunto cuántas cosas relacionadas con
Grace podríamos encontrar allí. —Me mira con sus ojos azules—. Las
opciones son ilimitadas.
Agarro su cintura con más fuerza. No me detengo a pensar por qué
diablos estoy sujetando a esta mujer tan molesta.
—¿Y me lo dices ahora?
—Mi error, ¿se suponía que debía estar en tu línea de tiempo, Señor
Gran Cerebro? —Agarra mis manos, las aparta de su cintura, se da la
vuelta y se aleja a mitad de la conversación. La sigo. Abre la puerta y
vuelve a entrar en el salón bullicioso. Sigo sus pasos, paralizado. Se
desliza con elegancia entre las bailarinas. Me abro paso a empujones y
codazos para seguirla. Somos un gato hambriento y un ratón muy
inteligente.
Quince segundos después, salimos del salón de baile. Winnifred
llama al ascensor y se gira en mi dirección.
—¿Por qué astronomía? —pregunta.
—¿Por qué ast… ? —Me interpongo entre ella y las puertas cerradas
del ascensor, confundido—. No cambies de tema. Cuéntame más de la
habitación.
Se encoge de hombros.
—Haré lo que quiera. Aquí el que está en desventaja eres tú.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque tú quieres saber más de lo que pasó con Grace y Paul,
mientras que a mí me aterroriza la verdad.
En realidad, no le creo. Creo que está igual de fascinada con lo que
pasó entre nuestros amantes. Pero no cambiará su postura.
168
—¿Cómo sabes que me gusta la astronomía? —Vuelvo la
conversación hacia ella. Olvidé preguntar en el New Amsterdam.
—Siempre llevas un libro de astronomía debajo del brazo. Había
uno en Italia, cuando estabas en el balcón, y otro la primera vez que
viniste a Calypso Hall. Es casi como tu ancla. Eso es lo que te mantiene
con los pies sobre la tierra, ¿no?
—No es una manta de seguridad. —Resoplo.
—Yo creo que sí. —Arquea una ceja.
—Por suerte no te pagan por pensar, sino por recitar frases que
han escrito mejores pensadores.
—Ahórratelo. —Levanta una mano—. Si pensaras que soy tan
estúpida, no te reirías como un colegial cada vez que hago un chiste.
Ahora háblame de tu fascinación por la astronomía.
No va a dejarlo pasar. Mejor le seguiré la corriente.
—La astronomía es física, y la física es absoluta. Es objetiva y, por
tanto, real. Hay quienes buscan respuestas en Dios. Yo recurro a la
ciencia. Me gusta el misterio del cosmos. Y me gusta desentrañarlo.
Piénsalo así: la Tierra explotará dentro de unos siete mil millones de años.
Para entonces, la mayor parte de la vida en ella probablemente se habrá
extinguido. Quien tenga la desgracia de sobrevivir tendrá que asistir a su
propia desaparición cuando el Sol absorba la Tierra, después de que
entremos en la fase de gigante roja y nos expandamos más allá de nuestra
órbita actual. A estas alturas, estaría bien tener un plan B. Sin duda,
ninguno de los dos estaremos aquí para ejecutarlo, pero pensar que tú y
yo podríamos ser parte de la solución… eso me entusiasma.
Y entonces me doy cuenta de que, nadie me había preguntado
nunca por mi amor a la astronomía. Grace trataba mis libros, mi título,
mi pasión, como si no fueran más que una planta de interior de plástico.
Riggs y Christian lo ignoran en gran medida. Papá nunca entendió la
fascinación, nunca entendió nada que no pudiera hacerle ganar más
dinero.
A Winnifred en realidad le importa.
El ascensor se abre. Amos entramos. No tengo ni idea de adónde
vamos. De hecho, no tengo ni idea de adónde va ella. Esta mujer no va a
dejar que la acompañe, vaya donde vaya.
—Entonces, ¿por qué optaste por fondos de cobertura? ¿Por qué no
la NASA? —Me estudia.
—Desde muy pequeño supe que heredaría la fortuna y la cartera
169
Corbin. Para no arruinar el legado familiar, necesitaba trabajar en
finanzas.
—¿Te importa el legado familiar?
—No particularmente —admito—. Verás, los Corbin tenemos una
maldición. Dos maldiciones, para ser exactos. Una de ellas es que
siempre intentamos superar a la última persona de la que heredamos el
imperio.
—Así que quieres ser mejor que tu padre, aunque no esté aquí para
presenciarlo. Entendido. Tiene mucho sentido. ¿Y cuál es la otra? —
Ladea la cabeza.
Sonriendo, me apoyo contra el espejo.
—Siempre nos enamoramos de la chica equivocada. De hecho, las
últimas siete generaciones de hombres de mi familia terminaron
divorciándose de sus mujeres.
—Eso es realmente triste.
—Podría pensar en cosas más tristes para torturar tu mente.
—Estoy segura de que puedes. —Sonríe con desgana—. Te gusta
torturar a las personas, ¿no?
—En realidad, no me importa lo suficiente —digo casualmente—. A
diferencia de ti, que te preocupas demasiado. Las obras de caridad, el
trabajo voluntario, las galletas, las sonrisas. Necesitas vivir un poco más
para ti y un poco menos para los demás.
Me mira fijamente, pero no dice nada. Toqué una fibra sensible y
sé qué pensará en eso cuando nos despidamos. No obstante, aún nos
quedan unos minutos que pasar juntos.
—Dime, ¿qué te apasiona, Winnifred?
Frota su barbilla, un tic que no puede ocultar.
—Principalmente el teatro. Desde que era pequeña, el escenario ha
sido mi vía de escape.
—¿De qué escapabas?
—De lo mismo que escapamos todos. —Pasa un dedo por el borde
del espejo del ascensor, solo para hacer algo con las manos—. De la
realidad, sobre todo.
El ascensor se abre. Ella se apresura a salir.
170
—¿Qué tenía de malo la realidad de Winnifred cuando era niña? —
Soy un perro con un hueso. La estoy persiguiendo por el vestíbulo,
haciendo un espectáculo de los dos, y no me importa. Tampoco me
importará mañana. Nunca me importó lo que la gente pensara de mí.
Siempre fue a Grace a quien le importaba una mierda.
—Bueno, si de verdad quieres saberlo, odiaba ser la chica de pueblo
pequeño, con grandes aspiraciones, que sabía muy bien que las personas
como tú siempre se interpondrían en mi camino, ridiculizándome y
menospreciándome siempre que fuera posible. Quería creer que podía ser
algo increíble, y el mundo no siempre me lo permitía.
Me detengo en la acera, justo cuando un Uber Toyota Camry negro
se detiene delante de nosotros. Ahora lo entiendo. Por eso Winnie me odia
con tanta pasión. Represento todo lo que ella teme y de lo que se siente
insegura. Y me he estado burlando de ella desde el momento en que nos
conocimos.
Tal vez porque a mí también me molesta lo que ella representa. Una
vida fácil y relajada. Donde correr tras el dinero y el prestigio sin aliento
es de mal gusto, no honorable.
Abre la puerta trasera del Camry.
Quiero perseguirla. Robarle otro beso, mientras pueda. Quizás
incluso decirle que mi única razón para burlarme de ella en Italia fue
porque era atractiva, demasiado follable, y la odié por eso.
¿Pero qué sentido tiene? Winnifred está demasiado absorta en su
amor por su esposo muerto. Incluso si no lo estuviera, solo he querido a
una mujer. Querer a otra parece extraño; a diferencia de montar en
bicicleta, no es una habilidad que puedas descuidar y retomar de
inmediato.
—Ah, por cierto. —Me lanza una última mirada, sujetando la
puerta—. ¿Ese beso? Cuatro de diez. Tal vez por eso Grace te engañó.
Besas muy mal.
Baja la cabeza y desaparece dentro del vehículo antes de cerrar la
puerta. El auto se desliza hacia el tráfico, dejándome en medio de una
nube de humo de escape.
Me rio para mis adentros, negando con la cabeza.
La campesina es diez de diez en entretenimiento.
171
Era mi primera vez en Italia, de hecho, en cualquier lugar fuera de
Estados Unidos, de modo que incluso lo viejo parecía nuevo. Los edificios 172
antiguos de colores pasteles se apilaban como sabores de helado
coloridos. El sol amarillo de agosto pintaba el paisaje con un pincel
antiguo.
Todo en Italia era más pequeño: las habitaciones, las carreteras,
los automóviles, las tiendas. La comida también sabía diferente. El queso,
las hierbas y los embutidos eran más pronunciados, de sabor más
intenso.
Paul, con la nariz roja y con muchas pecas por el calor, me aplastó
contra la barandilla del balcón de nuestro hotel. Sus manos se
envolvieron alrededor de mi cintura, su erección hundiéndose en mi
estómago. Le di un mordisco jugoso al melocotón que sostenía mientras
él mordisqueaba su camino hasta mi garganta, chupando el residuo del
néctar.
—Tan sabroso… tan adictivo… —murmuró, dejando caer su cabeza
más abajo, entre mis pechos. Me puse el mismo vestido burdeos con el
que había asistido al baile de graduación. Si bien ya no era esa chica que
tenía que contar sus centavos, usar el dinero de Paul para pagar vestidos
caros tampoco se sentía bien. Incluso si me rogaba que lo hiciera, y con
frecuencia.
—Es un melocotón muy sabroso. —Besé su oreja, haciéndome la
inocente.
Paul se alejó, la sonrisa de infarto que tanto amaba (su cara fresca,
tímida y buena), en plena exhibición.
—Estoy hablando de la mujer con la que me casé. Aún me pellizco
todas las mañanas al verte a mi lado. ¿Cómo tuve tanta suerte?
En algún lugar no muy lejano, música sonaba a todo volumen
desde una de las casas besando el paseo marítimo. Una pieza clásica
para piano. Envolví mis brazos alrededor de mi esposo. El melocotón
cayendo de mi mano. Lo besé profundamente, y fue perfecto. Dulce y
necesitado, con una promesa de lo que estaba por venir. En unos
minutos, iríamos al restaurante y Paul se entregaría a su papel. Un
miembro del club de chicos. Indiferente a las bromas machistas, engreído
y reservado.
Paul fue el primero en alejarse. Sus ojos azules buscaron los míos.
—Vamos al dormitorio. Aún tenemos unos minutos antes de la
cena.
Se me cayó el estómago.
Winnie, solo escúpelo. No hay nada de qué avergonzarse.
173
Besé la punta de su nariz.
—No podemos, vaquero. La tía Período está en la ciudad y trajo a
sus primos lejanos, Senos Doloridos y Barbilla con Granos.
—¿Tienes tu período? —Su sonrisa se desvaneció. Sus manos se
volvieron rígidas y frías a mi alrededor. Me dije que no debería ofenderme
ni enfadarme. Solo estaba tan decepcionado como yo. Era algo bueno.
¿Me gustaría que Paul fuera como Brian, el esposo de Lizzy? Antes de
tener a Kennedy, mi sobrina, lo intentaron durante tres años. Brian
siempre había sido tan apático cada vez que Lizzy tuvo su período.
Simplemente le acariciaría la cabeza y le diría que estaría bien.
—Sí. —Me rasqué el grano en la barbilla—. En el vuelo aquí. No
quería…
Decirte.
Decepcionarte.
¿Que me mires como lo haces ahora, como si hubiera fallado en
algún tipo de prueba?
No expresé mi frustración. Paul era demasiado decoroso para decir
algo insensible. Aun así, pude sentirlo en la forma en que me tocó en los
días y semanas después de que le dije que tenía mi período. Los
kilómetros que puso entre nosotros. Entre nuestros corazones.
—Sabes. —Se acercó a una pequeña mesa en el balcón,
desenroscando una botella de agua con gas—. Si en realidad no puedes
quedar embarazada de forma natural, deberías informar rápidamente a
tu médico. No me importa masturbarme en una taza. Sabes que soy un
tipo moderno. —Me lanzó una sonrisa encantadora por encima del
hombro—. Pero muñeca, tenemos que poner las cosas en marcha. Mamá
no es sutil con querer convertirse en abuela, y Dios sabe que Robert no
la convertirá en una.
Robert era su hermano, y se autoproclamaba soltero eterno. Se me
formó un nudo en la garganta del tamaño de Mississippi. Intenté tragarlo,
de parpadear para alejar el escozor en mis ojos.
—Mi médico dice que aún soy joven, que debería intentarlo
naturalmente durante al menos cuatro meses más antes de discutir los
próximos pasos.
—Bueno, entonces, ¿tal vez es hora de cambiar de médico? —Paul
sonrió alentador, tomando un sorbo de su bebida. No fue lo que dijo, ni 174
siquiera la forma en que lo dijo. Pero algo estaba mal cada vez que
abordábamos el tema de la reproducción. Después de todo, fui yo quien
le dijo a Paul en nuestra tercera cita que no quería perder el tiempo. Que
quería una gran familia y quería empezar a trabajar en una de inmediato.
Pareció cautivado por la idea. Nuestro período de cortejo fue rápido e
intenso. Me pidió que me casara con él incluso antes de que nos
mudáramos oficialmente juntos y pareció encantado cuando le pregunté
si la boda podía ser en Mulberry Creek.
Era perfecto. Lo contrario de las personas con fobia a las relaciones
con las que me encontré saliendo desde que aterricé en Nueva York. Paul
no era un niño, era un hombre. Sabía exactamente lo que quería: cuatro,
tal vez cinco hijos. La cerca blanca. La casa en Westchester. Una grande,
con columnas blancas y contraventanas negras y un jardín de rosas.
Quería chicos. Con suerte, atléticos. Aún recuerdo cómo terminó
embelesado la primera vez que escuchó que papá consiguió una beca
entera en la universidad por el béisbol y que Lizzy era una gimnasta
aclamada a nivel nacional.
—Winnie, tienes que amar tus genes. Juntos, vamos a hacer niños
superdotados.
Paul y yo habíamos comenzado a trabajar en tener hijos la primera
noche de nuestra luna de miel. Y cada semana a partir de entonces.
Habían pasado meses, pero aun así, sin suerte.
—Lo pensaré. —Le di la espalda, mirando el mar Mediterráneo. A
decir verdad, no iba a pensar en ello. Me gustaba el doctor Nam. También
confiaba en él. No quería tomar medicamentos y comenzar a pasar por la
FIV antes de que fuera absolutamente necesario. Y odiaba la presión
sofocante de meterme en la cama con mi esposo, sabiendo que lo único
que tenía en mente era embarazarme.
Por otra parte, siempre había tenido períodos irregulares. Fuertes,
a veces dolorosos. Siempre lo atribuí al estrés de la escuela, el trabajo y
las audiciones. Tal vez Paul tenía razón. Tal vez había algo más en todo
eso.
—Hazlo. —La voz de Paul fue decisiva a mis espaldas—. Ah, y
recuerda lo que dijo mi amigo Chuck.
Su amigo Chuck, con quien jugaba al golf y era médico especialista
en medicina maternofetal. Aparentemente, durante el almuerzo en
nuestro club de campo local, Paul consideró oportuno contarle de
nuestros problemas para concebir.
Después de todo, no había cumplido mi parte. Teníamos un trato 175
tácito. Matrimonio. Bebés. No había cumplido con mi parte del trato
hasta el momento.
—Dijo —escuché a Paul hablando por encima de la melodía del
piano desde uno de los balcones—, y cito: «debes alejarte del alcohol, las
bebidas energéticas, el cigarrillo y la cafeína». Ahora que lo pienso, bebes
mucho café, ¿no crees?
Tragué pesado.
—Dos tazas al día están bien. Bebes cuatro Ventis6. En un día
templado.
—Winnie, por favor. Sabes que no puedo soportar cuando estás
enojado conmigo. —Paul dejó caer un beso en la parte posterior de mi
hombro—. Sólo estoy preocupado por nosotros. Por el futuro de nuestra
familia. —Me rodeó con los brazos por detrás, sus dedos extendidos sobre
mi estómago plano. Quise vomitar—. Te amo, ¿de acuerdo? —Sus labios
rozaron mi oreja.
—También te amo. Solo necesito un minuto.
—Está bien. Esperaré adentro y me masturbaré. Verte con este
vestido fue demasiado.
Al momento en que escuché que la puerta de vidrio se cerró detrás
de mí, dejé caer la cabeza y comencé a llorar. Mis lágrimas fueron
calientes y furiosas. Imparables. Sentí como si el peso del mundo entero
6Ventis: significa 20, por lo que este tamaño de bebida contiene 20 onzas de café para
una bebida caliente y un expreso doble.
descansaba sobre mis hombros. Quería dejar de llevarlo. Quería
hundirme, dejar que me enterrara bajo tierra. De repente, estaba
cansada. Demasiado cansada para esta cena, para socializar, para todo
lo demás que me comprometí a hacer al casarme con él.
Inclinando mi cara hacia el sol, para que secara mis lágrimas, miré
hacia arriba. Unos pisos más arriba, noté a otra persona sentada en el
balcón de su hotel. Un hombre. Alto, bronceado y tal vez mayor.
Mis manos se crisparon. Tuve la tentación de limpiarme la cara de
modo que no me viera llorar.
Pero luego comprendí que me estaba mirando tan abiertamente,
con un interés tan intenso, que no tenía sentido. Me atrapó.
Encontré su mirada de frente, desafiándolo a decir algo, a hacer
algo.
Parecía el ángel de la muerte. No hermoso. Ni acogedor. Solo…
diferente a todos los demás. De una manera impresionante y aterradora.
176
Sostenía un libro de tapa dura con una foto del espacio exterior en la
portada.
¿Por qué estás aquí, en el momento más importante de mi vida? ¿Por
qué te importa?
Se puso de pie, se dio la vuelta y se alejó.
El telón de color rojo vino cae sobre el escenario. Rahim, Sloan,
Renee y yo agarramos nuestras manos sudorosas con un apretón mortal.
Todos estamos temblando. Puedo escuchar los latidos de mi propio
corazón a través del sonido de los vítores y aplausos.
Sobreviviste a una experiencia humana. Felicidades. 177
—Oye, Nina. —Rahim se inclina, y susurra en mi oreja—. Te has
lucido ahí fuera. Estoy orgulloso de ti.
Suelto una risita nerviosa y me pongo de puntillas para abrazarlo,
luego abrazo a los demás. Acabamos de presentar la primera función de
La gaviota con audiencia completa.
No solo todo salió a la perfección (la interpretación, la iluminación,
el diseño, la música), sino que hubo cuatro críticos importantes entre la
audiencia.
—¿A quién viste ahí fuera? —Sloan le da un codazo a Renee
mientras corremos entre bastidores, con las mejillas sonrojadas y
exultantes.
—The New York Times, The New Yorker, Vulture. —Renee arranca
la peluca de su cabeza, y seca el sudor de su frente—. Sloan, los grandes.
No recuerdo la última vez que hubo una función con audiencia completa
en Calypso Hall, ¡y mucho menos una a la que asistieran críticos!
—¿Y viste el cartel en Times Square? —Sloan palmea sus propias
mejillas, chillando—. Mi novio me envió una foto entre actos. Casi me
muero del impacto. No puedo creer que Corbin haya gastado tanto dinero
en marketing. Este lugar le importa un bledo.
—¿El «cartel en Times Square»? —Giro mi cabeza en su dirección—
. ¿Él hizo eso?
—Sí, chica. —Sloan me envuelve en un abrazo, haciéndome girar
en mi lugar—. Y es grande y glorioso. Solo tiene tu rostro, pero todos
nuestros nombres. Deberías hacerle una foto de camino al bar.
Arsène complació mi único deseo egoísta. Me permitió la
indulgencia de un cartel con mi rostro en él. A pesar de que nos fuimos
del New Amsterdam sin terminar nuestro juego. ¿Por qué?
Porque quiere que le des toda la información que tengas de Paul y
Grace. No le importas ni un centavo.
Pero también había algo más. Tengo el presentimiento de que
Arsène en realidad quiere sacar a relucir mi lado egoísta. Mostrarme que
yo, como él, solo me preocupo por mí. Me hace sentir incómoda. Sobre
todo, porque creo que tiene razón. Creo que, en el fondo, hay una parte
de mí que es egoísta. Solo que nunca la dejé salir.
¿Estuvo aquí esta noche? ¿Asistirá a la fiesta después? Con este
hombre no hay certezas. Va y viene a su antojo. Un renegado con traje. 178
No puedo dejar de pensar en nuestro beso. No estoy segura si me
emocionó, ofendió, encantó, o las tres cosas. Fue tan urgente, tan oscuro,
tan desesperado que me sentí como si estuviera bebiendo una poción
mágica. No sé nada de él desde la noche de la gala, lo cual, me recuerdo,
es bueno. Tendremos tiempo suficiente para averiguar lo que pasó entre
nuestros amantes. No hay necesidad de entablar una relación con ese
hombre horrible.
El elenco se cambia a su ropa de fiesta. Yo me pongo unos jeans,
una camiseta negra sin tirantes y brillo labial. Me recuerdo todo el tiempo
que odio a Arsène Corbin. Y aunque quiera verlo esta noche, solo es
porque es la principal fuente de entretenimiento de mi vida en estos días.
Nada más.
Renee y Sloan van juntos en taxi hasta el local. Rahim y yo
hacemos lo mismo, deteniéndonos frente a la valla de neón en Times
Square para que pueda posar delante del cartel.
Llegamos al Brewtherhood y lo encontramos repleto con todo el
elenco, el equipo, sus amigos y familiares, y algunas personas de la
industria. Avanzamos hacia la barra. Rahim ve a su novia pidiendo una
copa. Me da un apretón en el brazo.
—Iré a buscar a Bree y te traeré un trago. ¿Qué te apetece?
Mi corazón de Tennessee quiere whisky, pero después del incidente
en el New Amsterdam, sospecho que los licores no son mis amigos.
—Vino blanco. Asegúrate de que no sea demasiado sabroso. De
hecho, no puedo darme el lujo de emborracharme.
—Marchando un chardonnay asqueroso.
Escaneo el lugar, sabiendo exactamente a quién estoy buscando.
Me doy un tirón de orejas mental.
¿Qué te pasa? Eres exactamente como Nina. Atraída por un héroe
imposiblemente trágico. Un Trigorin. Un rebelde incomprendido con una
causa. Un enemigo caído.
Una fuerza magnética me empuja a mirar a mi derecha. Allí lo
encuentro. Apoyado en la pared, con una botella de cerveza en la mano y
una expresión insondable en su rostro. Lleva muy bien la elegancia. Lleva
todo muy bien. ¿Incluso… la depresión? No puedo evitar preguntarme si
tenía intención de caer aquella noche en el Pierre, o si solo fue un error
de borracho, como él dijo.
Quizás también se esté arrepintiendo del beso que vino después.
179
Quizás ni siquiera recuerde haberme besado. ¿Por qué me importa?
Aún soy una viuda muy dolida por haber perdido a su esposo. No debería
importarme ni un comino lo que esté pensando.
Entonces, me doy cuenta de que no está solo.
¿Trajo una cita?
Sí, trajo una cita. ¿Y qué? De nuevo, no te importa, ¿recuerdas?
Ella está justo a su lado, y comparten una conversación agradable.
Es hermosa. Alta, delgada como un palillo, con largo cabello negro y ojos
color medianoche. A diferencia de mí, está vestida para impresionar, con
un vestido blanco, con corpiño ajustado y espalda descubierta.
Mi estómago se revuelve. No pueden ser celos. ¿Yo? ¿Celosa? Ja.
Ni siquiera estuve celosa cuando Paul invitó a todos mis buenas amigas
a bailar lento en nuestra boda, incluyendo a Georgie, mi hermana. Dos
veces. Incluso cuando dejó de ser apropiado y empezó a verse un poco
raro (¡Gente de la gran ciudad!, se rio mamá).
Pero esta chica… es tan encantadora, y tan del gusto de Arsène.
Morena y misteriosa, como Grace.
—¡Sorpresa! —Un par de manos agarran mis hombros desde atrás.
Jadeo, y me doy la vuelta. Mamá (¡sí, mamá!) está de pie frente a mí, con
los brazos abiertos.
¡Mi madre en persona! Con su gran sonrisa, los ojos muy abiertos,
el peinado corto y sencillo, y el collar de cuentas de piedras preciosas que
la hace sentirse una auténtica primera dama.
—¡Terroncito! ¡Brillante estrella mía!
Me arrojo a sus brazos, aferrándome a ella como si mi vida
dependiera de ello.
—¡Mamá! ¿Qué estás haciendo aquí?
Me abraza con fuerza.
—¿Qué quieres decir? No me habría perdido tu estreno por nada
del mundo. Ah, Winnie, mírate. ¡Eres todo piel y huesos! Tu padre tenía
razón. Debí haber comprado un boleto hace seis meses y arrastrarte a
casa conmigo.
Me despego de ella, y miro su rostro. Está igual que siempre. La
misma ropa, el mismo cabello, la misma sonrisa. Me reconforta saber que 180
mis padres están exactamente como los dejé.
—¿Te quedarás? —pregunto, comprendiendo que va a entrar en mi
apartamento y verá que los zapatos, el yogur y los periódicos de Paul
siguen justo ahí, esperando ansiosos su regreso.
—Ah, terroncito, ojalá pudiera. Pero Kenny tiene mañana un
recital, y Lizzy me matará si me lo pierdo. Por no mencionar que Georgie
tiene otra vez alergias, y papá… ¡ah, ya conoces a papá! No puede hacer
nada sin mí. Solo quería estar hoy aquí para ti.
—¿Cuándo aterrizaste? —Sostengo sus manos como si fuera una
alucinación a punto de desaparecer de mi vista en cualquier momento.
—Esta mañana —responde Chrissy, interponiéndose entre
nosotras, con una taza de cerámica con su té quema grasas en la mano—
. Pasé el día mostrándole los alrededores. No queríamos que lo supieras
antes del espectáculo. Pensamos que ya estabas hecha un manojo de
nervios.
No necesito preguntarle a Chrissy para saber que compró los
boletos para mamá. Mis padres no son pobres, pero nunca derrocharían
en un viaje de unas horas. Estoy tan agradecida que podría llorar.
—Ah, Chrissy. —Hago una mueca, y la abrazo—. Gracias —le
susurro al oído—. Gracias, gracias, gracias.
—Regresaré al aeropuerto en un par de horas —anuncia mamá,
asimilando la escena con una expresión angustiada. Nunca le ha gustado
la escena de Manhattan—. Todo lo que en realidad quería era asegurarme
de que estuvieras bien.
—Estoy bien. ¡Mejor que bien! —Sonrío alegremente, esperando
que lo crea. Si consigo convencerla, estaré lista para mi actuación
ganadora del Oscar.
Los ojos de mamá están empañados y escépticos mientras me mira.
Su mano sigue en mi brazo, como si tampoco pudiera soportar la idea de
que me evapore en el aire.
—No creo que Nueva York sea buena para ti —dice finalmente con
los labios fruncidos—. Es cruel y agitada. Terroncito, no entiende tu
alma.
—Señora Towles, no podría estar más de acuerdo. —Chrissy salta
ingeniosamente a la conversación—. De hecho, iba a abordar este tema
esta noche con su hija.
—¿Ibas a hacerlo? —Frunzo el ceño. Esto es nuevo para mí. Chrissy
181
siempre me dice que no tengo nada que buscar en Mulberry Creek. Que
mi futuro me espera en algún lugar grande y contaminado y lleno de
oportunidades.
—Sí. —Chrissy bebe un sorbo de su té—. Deberías dirigirte a
Hollywood tan pronto como termine La gaviota. Si llegas allí en junio del
próximo año, podemos reservarte un montón de audiciones para la
temporada de pruebas.
—¿Hollywood? —Mamá echa la cabeza hacia atrás como si Chrissy
la hubiera abofeteado con la palabra—. ¡Cristo, eso es incluso peor que
Nueva York!
—¿Cómo? —pregunta Chrissy, parpadeando inocentemente—. Allí
se está bien. Soleado. Espacios abiertos. Todo el mundo es fanático de la
salud. Y señora Towles, yo la acompañaré algunos meses. Para
asegurarme de que nuestra chica está instalada.
—Parece que lo tienes todo planeado. —Miro a mi súper agente.
Ojalá hubiera hecho una parada en el bar. Me habría venido bien un
trago de algo fuerte y preferiblemente venenoso para esta conversación—
. Pero no estoy para nada segura de eso. ¿Y el apartamento?
—Puedes alquilarlo —me interrumpe Chrissy, y por el brillo en sus
ojos deduzco que sacarme del espacio que compartía con Paul forma
parte de su elaborado plan maestro. Quiere que me deshaga de sus cosas.
Que siga adelante.
Que me las arregle sola y deje de disculparme por lo que soy.
—Lo pensaré —miento.
—¿Pensar qué? —Lucas se acerca a nuestro rincón de la habitación
y me entrega una copa de vino—. Un caballero de armadura brillante
pensó que necesitabas uno de estos y me envió para salvar el día.
—¿Un caballero, dices? —Mi corazón da un brinco en mi pecho, y
siento mi cuello sonrojarse—. ¿Quién sería?
—Rahim, por supuesto. ¿Quién si no? —Lucas se ríe y me mira con
una expresión de: ¿estás bien?—. No quería interrumpir esta pequeña
reunión. ¿No es un encanto?
La decepción me golpea. Soy tan estúpida. ¿En serio esperaba que
Arsène se diera cuenta? ¿Que me enviara vino? El hombre trajo una cita
después de besarme tontamente, minutos después de que lo salvara de
la muerte. Es un tren descarrilado y la última persona a la que debería
querer.
—Rahim es genial —murmuro, tomando un sorbo generoso. Dios,
182
es un vino malo.
—¡Señora Towles, su hija es una auténtica joya! —exclama Lucas—
. La mejor Nina que he visto con mis propios ojos, y eso incluye a Saoirse
Ronan y, Dios me ayude, al amor de mi vida excluyendo a mi querido
esposo, Carey Mulligan. No puedo esperar a que lleguen las críticas.
Estuvo impresionante, impresionante. Incluso si no lloró.
Porque no puede, quiero gritar. Las lágrimas están más allá de mí.
—Siempre fue así —se jacta mamá—. ¿Te contó alguna vez cómo
lloró desconsoladamente la primera vez que escuchó «Space Oddity»?
Se produce una alegre conversación ruidosa entre Lucas, Chrissy
y mamá. En algún momento, Rahim, Renee y Sloan se unen a nosotros,
junto con sus parejas. El alegre ambiente victorioso es adictivo y me
olvido de mis problemas durante una hora, hasta que cada uno se va a
su rincón del bar, y mamá y yo volvemos a estar solas. Ella ladea la
cabeza, la sonrisa soñadora se desvanece de su rostro.
—Ahora que todos se han ido, dime, ¿cómo has estado de verdad?
—Mamá, sinceramente, mejor de lo que crees. Por supuesto,
trabajando mucho en la obra, pero ha sido una distracción bienvenida.
¡Y el cheque de pago! —exclamo—. Ahora podría quedarme con el
apartamento. Mamá, las cosas están mejorando. Lo juro.
—¿Y lo de ir al médico? —insiste, con las cejas fruncidas—. Por
favor, dime que tienes cita. Llevas posponiéndolo durante meses.
Las palabras me golpean como un balde de agua helada. Hice todo
lo posible por ignorar este tema (este problema) desde que Paul falleció.
Todo pasó a un segundo plano después del funeral, incluida mi salud.
—No lo he olvidado —murmuro.
—¿Qué estás esperando? —Intenta atrapar mi mirada, pero es en
vano. Mis ojos están clavados firmemente en un punto invisible detrás de
ella.
—Lo haré la semana que viene.
—No, no lo harás. ¡No lo has hecho hasta ahora!
—Ahora, ni siquiera importa. —Pongo los ojos en blanco,
sintiéndome otra vez como una adolescente—. Me siento bien. Saludable.
Estupenda.
—¿Según quién? —La súplica en su voz me deshace—. Por Dios,
terroncito… 183
—Mamá, aquí no. —Pisoteo, desesperada—. ¡Ya basta, por favor!
Mis últimas palabras salen más duras y fuertes de lo que pretendía,
atrayendo algunas miradas curiosas de las personas que nos rodean.
Mamá mira a su alrededor con impotencia, como si esperara que alguien
interviniera para hacerme entrar en razón. Normalmente, esa persona
sería Georgie. Siempre le gusta golpearme con la vara de la verdad. Pero
Georgie no está aquí para sermonearme.
—Esta conversación no ha terminado. —Agita su dedo en mi
rostro—. No si tengo que arrastrarte al médico yo misma. Bueno,
hablemos de otra cosa antes de que te despidas de tu madre. Algo
agradable. ¿Sabías que Jackie O'Neill tuvo un bebé? También uno muy
hermoso. Tengo una foto en mi teléfono en alguna parte…
Hablamos de otras cosas, pero el daño ya está hecho.
No puedo dejar de pensar en lo que dijo. Porque tiene razón.
No estoy bien.
Tengo que ir al médico.
Tarde o temprano.
Mamá se va en una ráfaga de besos, lágrimas y abrazos. Nos
quedamos en la acera fuera del bar. Insisto en acompañarla al
aeropuerto, pero ella se niega. Esto sigue y sigue hasta que el taxista
interfiere y dice:
—¡Señoras! Por favor, despídanse para que pueda seguir con mi
turno.
—Terroncito, no puedes venir. Es tu gran noche. Quédate con tus
amigos. Mañana te llamo. Te quiero.
Dicho esto, besa mi mejilla, entra en el taxi y se marcha. Se me
ocurre la idea de que podría pasarle algo en el avión, pero la aplasto tan
pronto como flota en mi cabeza. No. Nada de eso. Ni lo pienses. Tengo
más problemas que un libro de matemáticas, y no hay absolutamente
ninguna razón para desarrollar un miedo paralizante de volar además de
todo lo demás.
No quiero volver a la fiesta. Ahora que la adrenalina del espectáculo 184
ha desaparecido, no estoy de humor para fingir estar alegre.
Normalmente, Paul era el que me sacaba de momentos como este. Era mi
muleta.
Pero irme sin despedirme es de mala educación. Me arrastro hacia
el interior de mala gana. Veo el sombrero de fieltro de Lucas a lo lejos.
Está asintiendo, y habla animadamente con algunas personas de
Broadway. Me acerco a él, y siento que unos dedos se envuelven alrededor
de mi muñeca. Me detengo, y al levantar la vista, veo los oscuros ojos
entrecerrados de Arsène clavados en los míos. Sus labios esbozan una
sonrisa astuta.
—Campesina. ¿Era tu madre?
Me libero de su agarre con el ceño fruncido, recordando que trajo
una cita.
—¿Y a ti qué te importa?
—Es una mujer impresionante. —Ignora mi actitud, y su encanto
se eleva al máximo—. Lo cual es una muy buena noticia para la futura
tú de sesenta y tantos.
—Vaya, pues mi yo de veintitantos quiere que te largues. ¿Qué tal
si intentas ser un caballero y me complaces una vez?
El canalla me besó y ni siquiera abordó el tema.
—Vamos, Winnifred, no seas tan amargada. Es tu gran noche.
—Está menguando, ahora que hablamos —murmuro.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Ven. ¿Conoces a Gwendolyn? —Señala a su acompañante con la
botella de cerveza. Ella da un paso adelante y me sonríe, ofreciéndome la
mano para estrecharla—. Gwen, esta es Winnifred. Interpreta a Nina,
como habrás deducido de la obra.
Así que vino a ver la obra.
Con una cita, Winnie.
Estrecho la mano de Gwen.
—Encantada de conocerte. Espero que hayas disfrutado del
espectáculo.
—Fue fantástico. Trigorin y tú lo hicieron genial. —Gwen parece
encantada y realmente impresionada—. Y si se me permite añadir, he
visto muchas versiones de La gaviota.
Es llamativa, inteligente y elocuente. No hay nada que pueda
185
disgustarme de ella, aparte de su existencia. Por alguna razón, me
convenía más pensar que Arsène nunca superaría lo de Grace, al igual
que yo he terminado atascada con Paul.
—Eres muy amable. —Bajo la cabeza, sonrojándome—. Bueno, no
quiero entretenerlos. Debería irme y despedirme…
—¿Te vas tan pronto? —Arsène me mira, fingiendo sentirse
herido—. La noche acaba de empezar.
—Tal vez, para ti. Me voy a dormir.
—Antes de que se corte el pastel y se pronuncien los discursos.
Vaya, vaya, ni siquiera lo estás intentando, ¿verdad? —Arsène se
interpone entre la puerta y yo, una barrera fácil, aunque intencional—.
Especialmente cuando el futuro de Calypso Hall pende de un hilo. Sabes,
Winnifred, no me gustan mucho los teatros, y menos aún los empleados
holgazanes.
—Sí, soy consciente. —Cruzo los brazos sobre mi pecho. Gwen
sonríe en privado, divertida por nuestro intercambio—. Me arriesgaré.
¿Algunas palabras de despedida?
—Pareces preocupada. ¿Qué tienes en esa mentecita sencilla? —
Ladea la cabeza, más entretenido que preocupado.
—No es asunto tuyo. —Lo esquivo y avanzo directamente a la
puerta, sin despedirme. Apenas puedo manejarlo en un buen día, mucho
menos en uno cuando recuerdo mis problemas de salud.
Estoy casi en la puerta de madera cuando se me ocurre algo. Me
detengo, maldiciéndome en voz baja, me doy la vuelta bruscamente y
avanzo directamente hacia donde está parado. Que es, exactamente
donde lo dejé. Hay una sonrisa arrogante en su rostro. Se apoya
despreocupadamente en la barra de madera. El muy imbécil sabía que
iba a dar media vuelta. Lo lleva escrito en todo su rostro.
—Una cosa más. —Levanto un dedo entre nosotros.
—Dispara.
—El cartel publicitario.
Sus ojos pasan de burlones a alertas, pero no dice nada.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunto—. No tenías por qué hacerlo.
Nunca terminamos esa partida de billar.
—Caballerosidad, por supuesto. —Abre las manos teatralmente—.
Me dijiste que empezara por alguna parte, ¿no? 186
Sí, pero eso fue hace un segundo.
—Dudo que sepas deletrear la palabra, y mucho menos practicarla.
Se ríe, complacido.
—Tienes razón. Lo hice por razones puramente egoístas. Quería
asegurarme un buen rendimiento de mi inversión, y La gaviota parecía
que en realidad podría ganar unos cuantos dólares.
—Tampoco puede ser eso. —Mis manos se cierran en puños a los
costados de mi cuerpo. Estoy perdiendo la paciencia. Estoy harta de que
se burle de mí. De que me saque de mi zona de confort—. Hay muchas
formas de anunciar una obra que no incluyen acariciar mi ego.
—Ah, entonces admites que tienes ego.
—Uno pequeño. —Aprieto dos dedos.
—Sí, sí, lo sé. Estoy intentando cambiar eso. Winnifred, a nadie le
gusta el altruismo. Es un rasgo tan aburrido.
—¿Por eso me diste un cartel publicitario? ¿Para demostrarme que
soy vanidosa? —insisto.
Da un paso adelante, su boca a un suspiro de distancia de mi oreja.
Mi piel se eriza, y respiro con dificultad.
—Quizás solo necesitaba un cebo para atraerte a la conversación
de la que te alejaste aquella noche en el Pierre. ¿Lo conseguí?
Por supuesto que sí. Después de todo, aquí estoy. Atraída por él
como una polilla a una llama. Rezando como una colegiala desesperada
para que sus labios rocen mi oreja.
Me alejo de él bruscamente, comprendiendo que me tiene
exactamente donde quería.
—¿De qué quieres hablar?
—Solo tenemos un interés mutuo, y nos mantiene despiertos a los
dos por la noche.
Grace y Paul.
—De hecho, a juzgar por lo de esta noche, lo que te quita el sueño
no tiene nada que ver con tu difunta prometida. —Miro fríamente detrás
de él, buscando a Gwen.
—¿Celosa? —Levanta una ceja inquisitiva.
—No te hagas ilusiones —balbuceo.
187
—Ojalá fuera tan afortunado. Una joven y bella admiradora.
Además, recién salida del Cinturón Bíblico7.
Me rio incrédula, apartándolo.
—No soy la granjera tonta que crees que soy.
—Ah, sí. Eres muy observadora. Me asombra tu capacidad de
observación. —Mira despreocupadamente a su alrededor, lo que me hace
hacer lo mismo. Y entonces me doy cuenta…
—Espera, ¿dónde está Gwen?
Sus dientes blancos brillan. Está disfrutando demasiado de este
intercambio.
—¿Quién?
—¡Tu cita! —Estoy a punto de matarlo. Estoy segura de eso.
Mira a su alrededor, como si acabara de darse cuenta de que ella
se ha ido.
—Debe haberse ido. No sé por qué.
7 Cinturón bíblico: término coloquial utilizado para referirse a una extensa región de
los Estados Unidos donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social,
circunstancia que se manifiesta nítidamente en la forma de vida de la población, en la
moral y en la política.
—Me prestaste más atención a mí que a ella —digo
acaloradamente, sabiendo que estoy cayendo en su trampa—. Lo cual es
increíblemente grosero.
—¿Grosero? —De hecho, parece sorprendido—. A Grace le
encantaba cuando traía citas y las descuidaba en favor de ella a mitad de
la noche. Me atrevería a decir que era su pasatiempo favorito.
Grace suena como una verdadera pieza de trabajo.
—¿Supongo que esto fue una recurrencia?
Se encoge de hombros, metiendo las manos en los bolsillos
delanteros.
—Le gustaba que le recordaran a menudo su belleza, y
preferiblemente menospreciando a las demás.
—Bueno, algunas chicas están lo suficientemente seguras de sí
mismas como para no menospreciar a las demás. Tu relación en serio era 188
retorcida.
—Aunque secundo tu afirmación, creo que ambos estamos de
acuerdo en que Paul tampoco era el material del que están hechos los
barcos de ensueño.
Abro la boca para discutir con él, para defender a Paul, pero me
eluden las palabras adecuadas. Tiene razón. Paul me engañó con Grace.
Tiene los recibos que lo demuestran. Es una tontería pretender que
nuestra relación era a prueba de balas.
Sonríe al ver la expresión de mi rostro.
—¿Qué, no tienes respuesta? Muy bien, Winnifred. Estoy viendo
progresos, y me gusta.
—¿Y? —pregunto desapasionadamente—. ¿Adónde quieres llegar
con esta conversación?
—Como es obvio que este lugar te interesa tan poco como a mí, he
pensado que podríamos ir al apartamento de Grace y revisar sus cosas.
Ver si reconoces algo de Paul.
Una mujer inteligente diría que no a esta oferta. Ya hemos
establecido que Paul y Grace follaban a nuestras espaldas, y a menudo.
¿Qué sentido tiene hurgar en esta herida abierta y en carne viva?
Mi sospecha es que Arsène y yo seguimos haciéndolo porque nos
hace sentir algo; de lo contrario estamos completamente insensibles. El
dolor es un gran sustituto del placer. Ambos son sentimientos radicales,
aunque uno sea positivo y el otro negativo. Y tal vez, solo tal vez, Arsène
se sienta tan solo como yo, y este proyecto le recuerde que alguna vez
perteneció a alguien.
Después de todo, ¿eso no es lo que anhelamos? Pertenecer. ¿A una
familia, a unos padres, a una pareja, a una comunidad?
—¿Y bien? —pregunta—. ¿Qué me dices?
No.
Mañana tengo que madrugar.
Lo único que estamos haciendo es perjudicarnos a nosotros mismos.
Esto nos va a morder en el culo.
Sin embargo, al final soy como Arsène. Adicta a la sensación que
viene con el dolor.
—Llama un taxi. 189
El apartamento de Grace es lujoso y elegante. Todo es blanco o
negro. Hay mantas caras por todas partes y jarrones que antes estuvieron
llenos de flores frescas, estoy segura. Me doy una vuelta por el lugar
mientras Arsène enciende las luces.
—¿Y sigues pagando el alquiler de este lugar? —Observo la 190
chimenea de vidrio y las cortinas hechas a medida. Seguro que son
quince mil dólares al mes como mínimo, además de las facturas de los
servicios.
—Sí —responde brevemente, caminando hacia la cocina y
consiguiendo botellas de agua para ambos. Me tranquiliza ver que su
apartamento sigue equipado con bebidas. Hace que mi manía con Paul
parezca casi normal. Arsène también mantiene este lugar habitable.
—¿Por qué? —Me doy la vuelta para mirarlo—. Siempre sermoneas
a todos con el asunto de las inversiones inteligentes. ¿Qué lógica tiene
pagar el alquiler del antiguo apartamento de tu prometida muerta?
—No la tiene. —Apoya la cadera en la isla de la cocina, y bebe un
sorbo de agua—. No suelo hacer derroches irracionales. Esta es una
indulgencia rara, y espero que después de que terminemos con esto, me
resulte más fácil rescindir el contrato de arrendamiento.
Sus palabras calan profundamente, porque muchas veces también
desearía odiar a Paul. Sería la forma más fácil de olvidarlo.
Me acerco a Arsène, tomo la botella de agua que me ofrece y
desenrosco la tapa.
—¿Y cuándo esperas que terminemos con esto?
—Campesina, eso depende de tu cooperación.
—Deja de llamarme campesina.
—Deja de ofenderte por eso —responde—. No debería importarte lo
que piensen de ti. Nunca le hace bien a nadie. Y, en todo caso, la opinión
de las personas sobre ti es un reflejo de ellos mismos. No de ti.
—Siempre siento que esperas que me avergüence de dónde vengo.
—¿Y qué pasa si lo hago? —Se detiene en este punto—. ¿Por qué
deberías sucumbir a los deseos y expectativas de los demás? Tienes libre
albedrío y una mente admirable. Sigue callándome. Defiéndete. Nunca te
avergüences de dónde vienes. Una persona no tiene futuro sin antes
asumir su pasado.
—¿Y lo haces? —Inclino la cabeza hacia un lado—. ¿Ya has
asumido tu pasado?
Sus ojos se encuentran con los míos. Parece pensativo.
—Siguiente pregunta.
Sonrío. Lo atrapé. Es una victoria pequeña, pero una victoria al fin 191
y al cabo.
—Estás ocultando algo.
—Todos ocultamos algo. —Pone los ojos en blanco—. Algunos de
nosotros somos mejores guardando secretos.
Tiene razón.
—Entonces… ¿por dónde deberíamos empezar? —Miro a nuestro
alrededor.
—Su habitación. —Arsène se aparta de la isla y avanza hacia el
pasillo—. Donde probablemente pasaron la mayor parte del tiempo
juntos. Los muy bastardos.
237
—No estoy enamorado.
—Esta me la sé. ¿Quién es 10cc? —Riggs aprieta un timbre
imaginario a lo Jeopardy!8, y se bebe un trago.
Mis labios se aprietan con molestia. Christian me da una palmada
en el hombro, con su sonrisa comemierda desplegada. 238
—Lo siento, amigo, pero parece que sí.
—¿Porque dejo dormir en mi habitación de invitados a una mujer
cualquiera con la que estoy haciendo negocios? —Hago una mueca,
aborrecido.
No es que haya hecho pública la estancia de Winnifred en mi casa.
No, eso fue culpa de Riggs. Fiel a sus costumbres nómadas, se presentó
en mi apartamento la mañana después de que la campesina se quedara
a dormir, trayendo regalos en forma de café y panecillos. Alfred lo dejó
entrar. Ya estaba levantado, duchado, afeitado y después de mi
entrenamiento de tenis para entonces. Pero, Winnifred no. Y cuando salió
de la habitación de puntillas, con una sonrisa tímida en el rostro, Riggs
sacó conclusiones como un atleta olímpico.
—No. Porque nunca dejas entrar a nadie en tu apartamento, jamás,
y ella parecía estar en casa —replica Riggs.
Christian se acerca a la barra de la sala de billar del New
Amsterdam. Después de pasar desapercibido durante unas semanas y
dejar que Cory se recuperara de su pequeño encuentro con la campesina,
por fin puedo volver a dejarme ver por aquí. O al menos, así era, hasta
que estos dos imbéciles empezaron a destrozarme.
Y así lo hago.
Llamo a mi ginecoobstetra. Esta vez no cuelgo. No dejo que el
pánico se apodere de mí. La recepcionista anuncia alegremente que, de
hecho, mañana tiene un lugar alrededor del mediodía. Lo tomo con
ambas manos y le agradezco aproximadamente quinientas veces.
La recepcionista me recuerda que lleve mi tarjeta del seguro antes
de terminar la llamada, junto con una identificación con foto. Reviso mi
billetera después de colgar. No puedo encontrar la condenada tarjeta del
seguro. Ha pasado un buen tiempo desde que me cuidé, después de haber
pasado la mayor parte del año pasado en hibernación profunda.
Entonces, recuerdo que Paul puso nuestras tarjetas del seguro,
junto con nuestros pasaportes, certificados de nacimiento y tarjetas de
seguro social, en la caja fuerte de su armario.
Camino a nuestra habitación, ignorando las sábanas enredadas, y
abro el armario de Paul. La caja fuerte me devuelve la mirada. No tengo
la combinación para esto. Paul no la compartió conmigo. Nunca pensé
mucho en ello en ese momento. La confianza no había sido un problema
en nuestro matrimonio, o eso pensé.
252
Mi amplio conocimiento de las películas me recuerda que sólo tengo
tres intentos antes de que la caja fuerte se bloquee automáticamente.
Devano mi cerebro para saber cuál puede ser el código.
Intento primero su fecha de nacimiento. Error.
Intento mi cumpleaños, dejando escapar una risa irónica cuando
la luz parpadea en rojo. No me sorprende.
Mis sentidos arácnidos dicen que tiene que ser un cumpleaños.
Debe serlo. Paul carecía de la creatividad para idear cualquier otra
combinación. Siempre usaba fechas de cumpleaños. Solía burlarme de él
por eso. Sus contraseñas de Gmail, Facebook, Instagram… todas fechas
de cumpleaños. Por lo general, el suyo. Ni recordaba los cumpleaños de
sus padres. Estaba seguro de los meses, pero nunca de los días. Su
secretaria tenía que recordarle con una semana de anticipación que
comprara regalos y programara una llamada en su calendario.
Lo que me deja con otra persona.
Después de ir a la oficina de Paul, enciendo su computadora e inicio
sesión en su correo electrónico de la empresa, que sorprendentemente
aún funciona. Su nombre aparece en verde en el software interno de su
empresa. Mi corazón late fuerte en mi pecho. Oops. Está en línea.
Esperemos que nadie piense que ha vuelto de entre los muertos.
Reviso sus correos electrónicos hasta que encuentro lo que
necesito. Una hoja de cumpleaños compartida por algunos asistentes
personales que incluye a todos los empleados de Silver Arrow Capital y
sus cumpleaños.
Encuentro el de Grace. Nueve de enero. Regreso a la caja fuerte,
crujo mis nudillos y pulso los números 010991.
La luz verde parpadea, y la caja fuerte se abre sin esfuerzo. Las
náuseas recorren mi estómago, la bilis cosquillea en la parte posterior de
mi garganta. Qué maldito tramposo era aquel hombre. Agarro una pila
de tarjetas de plástico envueltas en una banda elástica del interior de la
caja fuerte. Ordenándolas. Encuentro la tarjeta del seguro. La guardo en
mis pantalones de chándal con manos temblorosas, empujando el resto
de las tarjetas de vuelta. Algo llama mi atención justo antes de girarme
para irme. Una caja, no más grande que una taza, en la esquina de la
caja fuerte. Es marrón y lisa. Meses atrás, incluso semanas atrás, lo
habría dejado en paz.
¿Ahora? Quiero saber. La agarro y abro. Hay un montón de
pañuelos negros perfumados cubriendo lo que hay debajo. Arrojo los
envoltorios a un lado, mi corazón latiendo tan fuerte que puedo sentir
sus golpes entre mis oídos. Lo primero que veo es una memoria USB. Lo 253
segundo es un trozo de papel enrollado como un mapa. No, unos cuantos
papeles. Cuadrados. Blancos. Desenrollo el grupo, y lo que veo me
aturde.
No. No. No.
Corro hacia el baño, arrodillándome frente al inodoro y vomito, con
arcadas incontrolables. Lágrimas corren por mi rostro. Todo mi cuerpo
está temblando.
Poniéndome de pie sobre mis piernas tambaleantes, regreso a
tropezones a la caja, que está tirada sobre la cama, y vuelvo a tomar las
fotos. Sí. Es exactamente lo que creo que es. Imágenes de ultrasonido,
indicando un pequeño frijolito de un bebé nadando con seguridad dentro
de su saco. Giro la imagen hacia el otro lado.
Primer escaneo. 6 semanas. ¡G + P = PJ!
Paul y Grace estaban esperando un hijo.
Iban a ser padres.
Arsène estaba equivocado. Iban a dejarnos por el otro. Paul nunca
habría dejado que otro hombre criara a su hijo. A pesar de todos sus
defectos, siempre había querido tener hijos. Una manada de pequeños
apestosos para llamarlos míos. Me acariciaba el trasero después de tener
sexo. Su forma de desear que quedara embarazada.
Lo que lleva a preguntarme: ¿qué pasó? ¿Dónde se habría torcido
su plan?
Vuelvo a examinar las fotos de la ecografía, ahora con más cuidado,
mientras la adrenalina da paso a emociones mucho más profundas.
Furia. Dolor. Shock. El nombre de la clínica y la fecha del escaneo indican
que se realizó hace algún tiempo. Pocas semanas después de Italia.
De repente, recuerdo la foto en la cuenta de Instagram de Grace.
La que estaba en el expediente del investigador privado.
Extraño a mi bebé
Pensé inocentemente que se refería a Paul. Pero no lo era.
Se refería a su aborto espontáneo.
Eso fue lo que les salió mal. Grace había tenido un aborto
espontáneo. ¿Mal presagio? Uno de ellos se había acobardado y decidió
quedarse con su pareja. Probablemente Grace, sabiendo lo que ahora sé
de Paul.
Grace triunfó donde yo había fallado. Casi le da un bebé. 254
Mi matrimonio fue una farsa.
El supuesto amor de mi vida fue una broma.
Estoy ardiendo y temblando de ira a medida que avanzo de regreso
a la oficina de Paul. Nunca he estado tan ofendida, tan herida en toda mi
vida. No puedo pensar con claridad, y me asusta, porque en este
momento no tengo el control total de mis acciones.
Meto la USB en la computadora de Paul y espero a que aparezca
una carpeta nueva en la pantalla, preparándome para lo peor. Una vez
que lo hace, presenta unas pocas docenas de videos. Sólo por las
miniaturas puedo decir que son videos antiguos. Es evidente que fueron
transferidos de una cinta de video antigua. Hago clic en uno y no
reconozco a las personas en el video. Esta no es la familia de Paul. Ni su
mamá, ni su papá, ni sus hermanos. Estos son completos extraños,
hermosos. Nunca los he visto en mi vida.
¿Quiénes son? ¿Por qué Paul tenía esto? ¿Lo estaba guardando
para un amigo? ¿Un colega?
Entonces comprendo… estas personas en los videos no son en
absoluto extraños.
Al menos, conozco a uno de ellos. Íntimamente.
Dios, Paul, ¿por qué participaste en los planes de esta mujer
horrible?
Paso aturdida la siguiente media hora. Guardo las imágenes de la
ecografía y la USB en un sobre de FedEx y llamo a un mensajero para
que lo envíe al apartamento de Arsène. No hay razón para levantar el
teléfono y llamarlo. Decidimos no volver a vernos. Es lo mejor, ya que lo
que estoy a punto de hacer lo sorprenderá a él y a quienes lo rodean hasta
la médula.
A continuación, llamo a Chrissy y le informo que voy a dejar La
gaviota. No contesta y voy directo al buzón de voz, lo cual es un gran
alivio.
Finalmente, les envió un mensaje de texto a Lucas, Rahim, Renee
y Sloan para disculparme sinceramente.
Querido elenco de La gaviota,
Sé que van a odiarme, y para ser honesta, tienen toda la razón
de hacerlo.
Lo que estoy a punto de hacer es ponerme en primer lugar e
255
ignorar sus mejores intereses.
Me voy por un tiempo. Como algunos de ustedes saben, perdí
a mi esposo hace casi un año.
Bueno, lo que no saben es que en las últimas semanas, he
perdido mucho más que eso.
He perdido la esperanza. Perdí mi fe en la humanidad. Perdí los
recuerdos preciosos que tengo de mi difunto esposo. Lo perdí todo.
Pero creo que también estoy empezando a ganar algo por primera
vez en años. Perspectiva.
Incluso si me quedara, no estoy segura de que habría hecho
una contribución valiosa en Calypso Hall. Sé que Penny hará un
trabajo increíble como Nina.
Aunque no espero que me perdonen ahora, espero que lo hagan
algún día, en un futuro lejano.
Los quiero de todo corazón,
Winnie.
Estoy siendo egoísta. Estoy poniéndome primero. Estoy usando
uno de los trucos de Arsène.
El último paso es hacer lo que debí haber hecho la semana después
de la muerte de Paul.
Hago una maleta pequeña, compro un boleto de ida a Nashville y
le doy la espalda para siempre a la ciudad de Nueva York.
256
Evito regresar a mi apartamento después de mi cita con la
campesina. Quedarme en la ciudad, cerca de la escena del crimen, sería
un error de proporciones épicas. En cambio, opto por quedarme en la
mansión Scarsdale, trabajando de forma remota, a una distancia segura
de ella.
257
Uno de nosotros necesita tomar decisiones lógicas aquí, y ese
alguien no es la encantadora mujer testaruda que dejé en un
apartamento de Hell's Kitchen. Winnifred es cautivadora, de la misma
manera que lo es una obra de arte: tentadora más allá de mi
comprensión. Mejor dejarla para que otro la aprecie. No tengo nada que
ofrecerle a una mujer en el departamento de romance. Incluso si lo
hiciera, sería una pareja inadecuada. Y después de todo, soy un hombre
que se enorgullece de seguir la razón.
No regreso a mi apartamento hasta el fin de semana, cuando
finalmente decido conducir de regreso a la ciudad. Entro a mi edificio,
agachando la cabeza en señal de reconocimiento cuando paso junto a
Alfred en la recepción.
—Señor Corbin, hay un paquete esperándolo. —Levanta un dedo
antes de que entre en el ascensor. Se agacha detrás de su escritorio y
saca una pequeña cosa de cartón. Lo tomo.
—¿Tuve visitas mientras estuve fuera?
—No, señor.
—Bien. —Incluso, fantástico. La campesina entendió el mensaje.
Sin llamadas. Sin visitas inesperadas. Buena niña.
Subo en el ascensor, entro en mi apartamento y arrojo el paquete
sobre la mesa del comedor. Probablemente mierda relacionada con el
trabajo. Puede esperar.
Me olvido de eso durante las próximas horas a medida que me
pongo al día con los correos electrónicos y recibo una llamada telefónica
de Riggs, quien está en Nápoles probando más que la comida italiana, y
de Christian, quien por alguna razón se ha autodesignado como el adulto
responsable y me pregunta cómo me va como si fuera mi madre.
Sólo un poco antes de irme a la cama recuerdo el paquete
esperando en mi comedor. Lo recojo y abro sin cuidado. Lo primero que
se desprende es una secuencia de papeles… ¿fotos de ultrasonido?
Confundido, doy la vuelta al paquete y miro por primera vez la
dirección del remitente. Winnie Ashcroft. Doy la vuelta a una de las
imágenes de ultrasonido.
Primer escaneo. 6 semanas. ¡G + P = PJ!
Está bien, de acuerdo. Resulta que, después de todo, había algo
interesante acechando en la casa Ashcroft. ¿Dónde lo encontró? ¿Y por
qué diablos soy tan indiferente a la idea de que Grace estuviera 258
embarazada del bebé de Paul?
El bebé de Paul. Ahora asimilo el significado de las palabras. Grace
siempre había insistido en que usáramos condones. Supongo que no
extendió esa regla a Paul. De lo contrario, no estaría tan segura de la
identidad del padre.
Así que Grace no estaba en contra de renunciar a la
anticoncepción. Estaba en contra de renunciar a la anticoncepción
conmigo. Quizás la idea de un esperma Corbin nadando dentro de ella le
repugnaba.
Preguntándome sobre la línea de tiempo de todo este desastre de
mierda, examino las imágenes con más cuidado. Veo la marca de tiempo
impresa en la parte inferior del ultrasonido. Tres semanas después de
Italia. Después de que Grace estuviera emocional, angustiada, no la de
siempre.
Tres semanas después de que le pidió al conductor que se detuviera
para poder vomitar en los arbustos y me hizo preguntarme si realmente
le importaba una mierda la muerte de Doug.
Las piezas caen juntas. Incluyendo el período en el que debe haber
perdido a su bebé. Primero, había desaparecido. Pensé que era por el
testamento, pero fue porque estaba pasando por una pérdida y duelo.
Luego, regresó inesperadamente la noche en que Riggs se suponía que
iría a mi casa, esperándome, ansiosa por complacerme, entretenerme,
conquistarme. Entonces había tomado una decisión. Paul ya no era una
apuesta segura. Tal vez, después de todo decidió quedarse con Winnifred.
Después de que eché a Riggs, cuando intentamos tener sexo, Grace
había estado dolorida. El sexo fue incómodo en el mejor de los casos, y
quise parar. Hubo rastros de sangre en el condón. Ella afirmó que era
estrés. No lo era. La verdad era que, su cuerpo se estaba curando del
trauma.
Estoy más perturbado por el hecho de haber tenido relaciones
sexuales con una mujer poco después de su aborto espontáneo que por
lo cerca que estuvo Grace de dejarme.
Así que. Grace quería dejarme y tener el hijo de otro hombre.
Esto me deja con el USB misterioso. La última pieza del
rompecabezas. La campesina hizo bien en enviarlos aquí. Me sorprende
que no intentara entregarlos personalmente.
Le dijiste que no lo hiciera. Dijiste específicamente que nunca más
volverán a verse.
Además, mi mentor interno está orgulloso de que ella decidiera
259
deshacerse de un fracasado como yo. Esto es exactamente lo que quería
que hiciera. Empezar a ponerse a sí misma en primer lugar.
Empujo el USB en mi computadora portátil. Aparece una serie de
videos en sucesión rápida. Hago clic en el primero. Aparece en la pantalla
el rostro de Patrice Corbin, de aspecto juvenil, cansado pero feliz.
Qué. Jodida. Mierda.
Tardo un minuto entero en superar el shock inicial y concentrarme
en lo que está pasando en el video. Para entonces, tengo que repetirlo.
Patrice balbucea y sonríe a un bebé malhumorado (supuestamente yo)
antes de ponerme en su pecho. Mi yo bebé succiona con avidez, un puño
enroscado alrededor de un mechón de su cabello negro para asegurarse
de que ella no vaya a ninguna parte. Ella me acaricia la cabeza (está llena
de cabello negro y lacio), y se ríe suavemente.
—Ah, lo sé —pronuncia en francés—. Tu comida no irá a ninguna
parte, y yo tampoco.
Algo extraño sucede dentro de mi cuerpo. Una ráfaga de nostalgia,
o tal vez de déjà vu. Un despertar. Al hacer clic para abrir otro video, veo
a mi yo bebé tambaleándose con nada más que un pañal en un
apartamento que no reconozco. Supongo que es el apartamento que
Patrice había alquilado en Nueva York. En el que supuestamente vivió
sola.
Mi madre corre detrás de mí, riéndose. Hay una conversación en
francés de fondo, posiblemente entre miembros de su familia, que deben
estar en la ciudad. Cuando finalmente me atrapa, me lanza por los aires
y sopla contra mi vientre, y yo me rio, encantado por el ruido resultante,
mis brazos regordetes extendiéndose para abrazarla.
Otro vídeo. Esta vez en la mansión Corbin. Tengo unos tres años y
ayudo a Patrice a envolver regalos de Navidad. Hablamos largo y tendido
sobre mariposas y moretones. Se detiene de vez en cuando, poniendo una
mano en mi brazo y me dice:
—¿Sabes qué? ¡Eres tan inteligente! Estoy tan contenta de tenerte.
Otro vídeo. Mamá y yo en un viaje de esquí. Intento comerme la
nieve, y ella vierte jugo concentrado sobre ella. Me animo, y la comemos
juntos.
Otro vídeo. Estamos haciendo un pastel. Me deja lamer el chocolate
del batidor.
En una lección de natación, usamos trajes de baño a juego (yo en
calzoncillos, ella en bikini) el mismo patrón de langosta.
260
Volamos una cometa. Choco con un banco, cayéndome y empiezo
a llorar. Patrice corre hacia mí, me levanta y besa mejor mi rodilla.
Elegimos juntos una tirita de superhéroe. Es la última de Spider-Man,
así que sugiere que vayamos juntos a la farmacia a comprar más.
¿Quién tomó estos videos? ¿Quién estaba detrás de la cámara?
Me siento, frotándome la sien. Aunque no recuerdo que sucediera
ninguna de esas cosas, ahora que he visto estos videos, piezas borrosas
de mi pasado encajan juntas en un rompecabezas más grande y
elaborado. Recuerdo el apartamento de Manhattan, estrecho y pasado de
moda. Recuerdo ir a Calypso Hall con mi madre cuando era muy
pequeño. Recuerdo que a menudo me llevaba en sus brazos.
Recuerdo sus peleas con mi padre, aunque a diferencia de su
relación con Miranda, no hubo muchos gritos ni se arrojaron objetos.
Patrice era tranquila y feroz, y sabía exactamente lo que quería. Y lo que
no quería: mi padre.
La recuerdo siendo buena. De buen corazón. Un espíritu libre. No
ausente, indiferente y desinteresada. Y recuerdo el día que se dio por
vencida, nos preparó una maleta y nos mudó a Manhattan. Cómo se
disculpó conmigo diez mil veces a medida que me aseguraba en el asiento
del automóvil y decía:
—Sé que mereces algo mejor. Te daré algo mejor. Lo prometo. Sólo
tengo que resolverlo.
Inclino la cabeza hacia atrás, cierro los ojos y hago una mueca, la
avalancha de recuerdos moviéndose a través de mi cuerpo como un
terremoto.
Mi madre no era un monstruo irreflexivo. Estaba llena de pasión,
diversión y compasión. Y mi padre estaba resentido con ella porque todos
esos rasgos positivos nunca estuvieron dirigidos a él. Eligió a Miranda, y
Patrice decidió seguir adelante. La sola idea de que ella siguiera adelante
sin él, que no luchara por él, lo hizo infringir el último castigo: me
envenenó contra ella. Empañó lo único que ella valoraba. Mis buenos
recuerdos de ella.
Me toma un par de horas repasar todos los videos. Los observo en
bucle, en trance, grabando cada momento en mi memoria. Cuando
termino, los guardo todos en mi Dropbox y quito el USB.
Me pregunto por qué, de todos los lugares, esta cosa llegó a casa
de Paul. Supongo que el contenido del paquete que recibí hoy era el
pequeña santuario de Grace por Paul. Grace estaba en posesión de este 261
USB y decidió guardarlo en algún lugar donde nunca lo encontrara. Eso
no podía haber sido en su apartamento. Tenía las llaves.
¿Por qué no me lo había dado?
La respuesta es clara. No quería que lo tuviera porque una parte
de ella me odiaba lo suficiente como para negarme esta tranquilidad.
Pensar que Patrice era un monstruo horrible funcionó a su favor. Cuanto
más roto estuviera, menos esperaría de ella. Mis expectativas del sexo
débil eran tan bajas que acepté fácilmente a una mujer que intentó
matarme cuando éramos adolescentes.
Grace nunca me amó. En el fondo, siempre lo supe, pero este USB
es el golpe final.
Lo sorprendente es que tampoco la amé nunca. Mientras estoy
sentado aquí, frente a una montaña de pruebas de su aventura, me
queda claro que el imbécil de Christian siempre tuvo razón.
Estaba obsesionado con ella.
Confundí fijación con afecto. Pero querer a mi hermanastra tenía
muy poco que ver con Grace como humana y mucho que ver con
demostrarme algo a mí mismo. Que, después de todo, había ganado. El
fin del juego, el juego más grande de todos, no era algo que pudiera
permitirme perder. Lo gracioso es que, de todos modos, lo perdí. Y
sobreviví para contarlo.
Lo único que siempre quise de Grace fue su total y absoluta
sumisión. No su cuerpo. Ni su amor. Ni sus bebés.
Esto explica todo. Por ejemplo, por qué me sentí engañado y robado
más que desconsolado cuando Grace falleció. Como si el universo me
hubiera jodido en un trato perfectamente bueno. Mi sensibilidad
empresarial había sido ofendida. Había invertido tiempo y recursos en
esta mujer, y me frustró cuando no vi un retorno.
La proximidad a la campesina no mejoró las cosas. Ver a la mujer
devastada mientras lloraba a su esposo sólo resaltó el hecho de que en
realidad no me importaba mucho mi prometida.
Espera. Rebobina. Mierda, mierda, mierda.
Winnifred.
Sabe que Grace estuvo embarazada. ¿Cómo debe sentirse, después
de luchar con su propia infertilidad?
Mirando mi reloj, veo que ya son más de las once. De todos modos
la llamo. Se acuesta tarde, con su cronograma de espectáculos. Aun así,
no contesta. Envío un mensaje de texto.
262
Yo: Respóndeme.
Nada.
Llamo de nuevo. Se me ocurre que algo muy malo podría haber
pasado entre la última vez que nos vimos y ahora. ¿Por qué envió el
paquete? ¿Por qué no traerlo para que ambos pudiéramos odiar a Grace
y Paul con una botella de vino, como gente civilizada, antes de follarnos
los sesos?
Claro, le dije que no, pero ¿desde cuándo esta mujer escucha nada
de lo que alguien tiene que decir? Menos a mí.
¿Y si la campesina está en problemas?
La idea me inquieta más de lo debido. Tomo mis llaves y voy al
estacionamiento, tomando las escaleras de tres en tres. El ascensor
puede tardar varios minutos, y el tiempo es esencial.
Intento llamarla mientras conduzco hacia su apartamento. La
llamada va directamente al correo de voz. Es nuevamente como la vez que
fui a identificar a Grace en la morgue, pero de alguna manera, mil veces
peor. Estoy horrorizado por mi reacción cuando Winnifred no me
responde, lo fuera de proporción que es en comparación con lo que sentí
cuando fui a ver el cadáver de mi prometida en medio de la noche, todo
tranquilo y sereno.
Estaciono frente a su edificio y subo corriendo las escaleras,
convenciéndome todo el tiempo de que mi sentido de responsabilidad
proviene de todo lo que hemos pasado juntos, y no, que la ciencia no lo
quiera, porque he desarrollado esas cosas molestas llamadas
sentimientos. Sólo quiero estar seguro. La mujer obviamente debe estar
alterada después de enterarse del hijo amado de su difunto esposo. Sólo
estoy siendo un buen samaritano.
¿Tú? ¿Un buen samaritano? La voz de Riggs se ríe en mi cabeza a
medida que me lanzo por encima de la barandilla para ahorrar tiempo. Si
el mundo dependiera de tus buenas intenciones, habría detonado mil
veces.
Cuando llego a su puerta, la golpeo con ambos puños. Histérico no
es mi apariencia más atractiva, pero no estoy aquí para dar vueltas.
—¡Campesina! —gruño—. Abre la maldita puerta antes de que la
derribe.
Esta noche puede o no terminar con mi arresto. Nunca olvidaré si
Christian me libera bajo fianza. 263
—¡Winnifred! —Vuelvo a llamar a la puerta. Puedo escuchar
movimientos provenientes de detrás de puertas cercanas. La gente
probablemente está mirando a través de sus mirillas, intentando medir
cuánto peligro represento para su amada vecina—. ¡Responde! —Golpeo
mi hombro contra su puerta con un gruñido—. ¡La maldita! —Vuelvo a
golpearla—. ¡Puerta!
Finalmente, escucho una puerta abrirse. Desafortunadamente, no
es la que estoy asaltando. Una mujer aparece al otro lado del pasillo.
Lleva una máscara facial verde y tiene rulos en el cabello.
—Por mucho que aprecie el gesto romántico, y no me
malinterpretes, lo aprecio totalmente, a menos que estés aquí para
recolectar dinero de la droga, Winnie no está aquí.
—¿Qué quieres decir con que no está aquí? —espeto, jadeando. La
gaviota debería haber terminado hace dos horas y media.
Se aprieta su bata de baño sobre la cintura.
—La vi irse tal vez hace un par de días con una maleta.
—Un par de… ¿qué? —digo resoplando—. No pudo haberlo hecho.
Está en un maldito espectáculo. Mi espectáculo. Le pago un salario.
Tenemos un contrato. No puede irse.
—Bueno, lo hizo.
—Eso es imposible —insisto—. ¿De dónde sacaste esa idea
estúpida?
—No le dispares al mensajero.
Entonces no me tientes.
—Aunque, me pregunto por qué se fue. Pareces un gran jefe.
—Esa pequeña, imprudente, egoísta, mie…
—Detente ahí mismo. —La mujer levanta una mano, sacudiendo la
cabeza—. No termines esa oración. Esa chica de la que hablas es una de
las mujeres más amables que he conocido. Sabes, el otro día la atrapé
pidiéndole a nuestra vecina una taza de azúcar. La mujer es madre
soltera y tiene dos trabajos para mantener a su hijo en este distrito
escolar.
—¿Y qué carajo importa? Le pidió a una madre soltera una taza de
azúcar, ¿quieres darle un premio Nobel por eso? —pregunto,
parpadeando lentamente.
La mujer enrojece bajo la máscara verde neón cubriéndole la cara. 264
—Entonces, le pregunté a Winnie por qué hizo eso. Winnie es una
humana responsable, y hornea. No hay forma de que necesitara azúcar.
¿Sabes lo que me dijo? —Se humedece los labios—. Me dijo que baja de
vez en cuando, y le pide a su vecina algo pequeño y barato para que la
vecina también se sienta siempre bienvenida a pedirle cosas a Winnie.
Comida, pasta de dientes, jabón. Esta era su forma de asegurarse de que
nuestra vecina supiera que están en pie de igualdad. No sé cuál es tu
historia con esta mujer, pero te puedo decir que no es egoísta. Es un
ángel en la Tierra, y si la perdiste, bueno, me inclino a creer que te lo
merecías.
Nunca la tuve en primer lugar.
Bajo las escaleras, con la cabeza palpitando y el corazón acelerado.
La mujer tuvo el descaro de empacar y marcharse de la ciudad como si
no tuviera ninguna responsabilidad alguna. ¿Cómo se atreve? Es mi
teatro. Mi espectáculo. Mi negocio.
¿Y te preocupas por este negocio desde…?, se burla Christian en mi
cabeza.
—Christian, cierra la puta boca —murmuro en voz alta, haciendo
pucheros hacia la calle como un maldito adolescente.
Recorro mis contactos hasta que encuentro el número de Lucas
Morton. Es el director. Él sabrá dónde está. Lucas responde al tercer
timbre.
—¿Sí?
—Soy Arsène.
Hay una pausa antes de que responda.
—¿Señor Corbin? ¿Está todo…?
—¿Dónde está Winnifred Ashcroft?
—Ah, Dios. —Suspira en una forma de no-me-hagas-empezar—.
¡Por fin, alguien con quien hablar! Se largó. Se fue de la ciudad. Su agente
me acabó de llamar de la nada hace dos días. Tan poco profesional. Penny
tuvo que intervenir y trabajar todas las noches. ¡Deberíamos demandarla!
—¿A dónde fue?
—¿Cómo podría saberlo? —grita—. Solo nos escribió un mensaje
diciendo que se iba por un tiempo. ¿A dónde? ¿Qué tiempo? Esto es lo
que no me gusta de trabajar con actores. Son propensos al dramatismo.
¿Qué vas a hacer al respecto? Este es un problema de verdad. ¿Sabes lo
difícil que será para mí entrenar a alguien más a estas alturas? No tengo 265
tiempo para encontrar y enseñar…
Le cuelgo el teléfono, y estoy de regreso en mi auto, ahora llamando
a Christian.
Porque Christian tiene a Arya.
Y Arya conoce a Winnifred, y a su agente.
El primer día de regreso a Mulberry Creek fue sin duda agitado.
—¡Tía Winnie! —Kenny lanza sus brazos alrededor de mi cuello,
salpicando mi cara con pegajosos besos de malvavisco—. ¡Te extrañé
tanto!
—¡Calabacita, también te extrañé! —La acurruco más cerca, mi 266
nariz dentro de su cabello rubio rizado. Me alejo, sonriendo—. ¿Cómo ha
estado mi chica favorita?
—Sin quejas. Bueno, en realidad, me duele un poco la espalda,
pero ¿qué puedes esperar cuando tienes treinta y cinco semanas de
embarazo? —responde Lizzy, mi hermana, la pregunta dirigida a Kenny.
Entra tambaleándose en la habitación, su vientre precediéndola. Me
pongo de pie y la abrazo. No soy tan pura de corazón como para no estar
celosa de ella, a pesar de que fue Lizzy, mi hermana mayor, quien me
enseñó cómo trenzar mi cabello y cortar mis jeans como los de Daisy
Duke9 con precisión quirúrgica.
Es absolutamente posible estar feliz por alguien y aun así estar
celosa de esa persona hasta el punto de las lágrimas.
—Te ves increíble —susurro a su oído.
—Te ves hambrienta —responde—. ¿Te has estado cuidando?
Esta es la parte donde digo seguro y espero que lo crean. Pero
mentir ya no parece tan llamativo. Hay algo liberador en derrumbarme
en la vieja cocina de mamá y que mis seres queridos me ayuden a recoger
los pedazos.
—No lo he hecho, pero estoy a punto de cambiar eso.
267
278
Al día siguiente, Georgie me arrastra a dos clases de Pilates y, al
día siguiente, Lizzy insiste en que le ayude a montar su nueva habitación
infantil.
Me deslizo en mi existencia pre-Paul como si fuera un viejo vestido
de graduación. Sin esfuerzo, pero me siento rara llevando mi antigua
vida. Mis días son un torbellino de llamadas sociales, cenas acogedoras,
fiestas en el jardín y paseos tranquilos junto al río.
Tres semanas después de llegar a Mulberry Creek, decido que tengo
demasiado tiempo libre. Acepto un puesto de voluntaria tres pueblos más
al norte, en Red Springs, en la frontera con Kentucky, como directora
teatral de una producción de Romeo y Julieta, montada por un grupo de
jóvenes desfavorecidos.
Me paso los viajes en auto bajando las ventanillas y poniendo
música country a todo volumen. Hago galletas sin sentirme como una
tonta por eso, y se las regalo a completos desconocidos. Le escribo a Arya
y Chrissy, y asisto a baby showers. Como comidas caseras y abrazo a la
gente que quiero, y cada vez que Paul se me pasa por la cabeza, no alejo
el pensamiento como si fuera una papa caliente en mi mano. Me permito
sentir el dolor. Y sigo adelante.
Sólo cuando Arsène se desliza en mi mente dudo por qué estoy
aquí. Lo cual es una tontería. Me dijo una y otra vez que no somos nada
para el otro. También lo demostró con su visita sorpresa en la que me
reprendió como si fuera un profesor. Y aun así, si está planeando
demandarme, no se está apresurando. Reviso mi buzón todos los días.
Sólo hay facturas y anuncios gastando papel.
Sigo sin llorar, incapaz de producir lágrimas, pero ya no me
angustia.
Mis amigos y mi familia me apoyan muchísimo. Especialmente
Rhys, es una estrella absoluta. Quedamos para jugar al billar una vez a
la semana y hablamos de nuestros años de instituto, de todas las cosas
de las que solíamos hablar. No hay nada en nuestros encuentros que
parezca una cita. La primera vez que quedamos para tomar una cerveza
y echar una partida rápida, le dije sin rodeos que no estoy preparada para
tener citas.
—Sinceramente, me lo imaginaba. —Sonríe y tira el taco por
encima de la mesa—. No puedo culparte, después de lo que has pasado.
Pero estoy dispuesto a esperar.
Esas palabras me atormentan por dos razones. La primera, porque 279
contienen una declaración de intenciones. Está dispuesto a esperarme,
lo que significa que está esperando algo. Quiere continuar donde lo
dejamos. Ahora comprendo que, a pesar del último año, a pesar de mi
idolatría por lo que Rhys y yo tuvimos después de lo que descubrí de Paul,
no creo necesariamente que sea una buena idea encender esta vieja
llama. Un fósforo mojado nunca se vuelve a encender, solía decir mi abue
cuando estaba viva.
La segunda cuestión, más apremiante, de lo que ha dicho Rhys es
que mi razón para no seguir adelante no tiene nada que ver con Paul.
Ha pasado casi un año. Un año para digerir lo que pasó, lo que
hizo, las cosas que nunca se pueden deshacer. Pagué mis cuotas de
viuda. Me afligí. Lloré. Me rompí. Me arreglé y volví a romperme. Paul no
me merecía: esto lo puedo decir ahora. Me veía bajo la misma luz que
todos sus amigos. Esos profesionales bien educados en colegios privados
con los que se codeaba. Era un trofeo. Un símbolo de estatus. Nada más.
No. La razón por la que no puedo pasar de Paul no es Paul. Es otra
persona.
Rhys me dice que hay un trabajo esperándome en el instituto local,
y ahora que trabajo con jóvenes, empiezo a considerarlo seriamente.
¿Eso es lo que quería hacer con mi vida cuando era adolescente?
No. Quería actuar. Estar en el escenario. Pero los sueños cambian. La
gente se transforma en diferentes versiones de sí mismos. Y la comodidad
es…
Terrible, completa la voz de Arsène en mi cabeza.
Cuando llega la llamada del ginecoobstetra, y me piden que vuelva
a la clínica, no me derrumbo como imaginaba. Reservo una hora, informo
a mi madre y a mis hermanas, me pongo un vestido soleado y tomo mis
llaves.
Tengo que dirigir una historia de amor.
La gente me necesita.
Arsène tenía razón. El compromiso es la felicidad.
283
—Tal vez está muerto.
Oigo la voz de Riggs antes de sentir algo, ¿un palo?, clavándose en
mi cuello. Siento la tentación de agarrarlo y partirlo, pero luego pienso
mejor. Si los ignoro lo suficiente, puede que me dejen en paz.
—No está muerto —dice Christian con convicción—. Eso sería 284
demasiado conveniente para nosotros. No. Va a alargar esta crisis
existencial hasta que mi hijo vaya a la universidad y tú te quedes sin
lugares en el mundo que visitar.
El libro de astronomía que he estado leyendo resbala de mi pecho
al suelo. Mantengo los ojos cerrados. Fue idea de Riggs y Christian
traerme a un complejo exclusivo en Cabo como si fuera una maldita dama
de la alta sociedad a la que quieren cortejar. Ninguna parte de mí
entiende el plan. En primer lugar, estoy perfectamente bien. Segundo,
aunque no lo estuviera, una villa soleada es el último lugar en el que me
pillarían voluntariamente. Tercero, y para colmo, tengo trabajo que
atender en casa. Esto es una estupidez. No unas vacaciones de lujo.
—¿Cuánto tiempo ha estado acostado así? —pregunta Riggs.
—¿Dos horas, quizás más? —responde Christian—. Ah, mierda, tal
vez está muerto. Dejémoslo aquí y volvamos al complejo. Si está muerto,
volveremos para encontrar su cuerpo medianamente bien.
Los oigo recoger sus pertenencias y, tras unos minutos de silencio,
abro los ojos cuando llego a la conclusión de que no hay moros en la
costa.
Me encuentro inmediatamente con dos pares de ojos observándome
fijamente. Me incorporo, y suelto un rugido.
—Idiotas, ¿qué les pasa?
—¡Está vivo! ¡Vivo! —Riggs gira sus palmas hacia el cielo, a lo
Frankenstein—. Y puedo decir que, es un poco más apuesto que un
cadáver reanimado.
Recojo el libro que se me ha caído y lo meto en la mochila. Estamos
sentados junto a una piscina sin bordes construida sobre un acantilado,
justo encima del océano Pacífico. Las formaciones rocosas, incluido el
famoso arco de Los Cabos, se extienden frente a nosotros, reflejado en
magníficos tonos rosas y amarillos a medida que el sol se pone. Este lugar
está al borde de la perfección, y sin embargo, el mundo nunca ha sido
tan imperfecto como estos días.
—Nos vamos mañana por la noche. —Riggs se deja caer en el borde
del sillón que estoy ocupando—. Y aún no nos has dicho qué te hace
poner mala cara como una cumpleañera sin pastel.
—En realidad, sabemos exactamente por qué está comportándose
como una cumpleañera sin pastel. —Christian toma asiento frente a
nosotros, y esto se parece mucho a una intervención. 285
Desplazo la mirada entre ellos y me encojo de hombros, negándome
a ceder.
—Estás enamorado —anuncia Christian, sin más—. No has sido
capaz de pensar en otra cosa, de salir con nadie más, de hacer cosas que
merezcan la pena. Tienes que decirle lo que sientes.
—¿Tengo que esperar a que conteste? Porque los muertos no son
conocidos por su correspondencia puntual —respondo con total
indiferencia.
—No estoy hablando de Grace —dice Christian casi en voz baja.
—Yo tampoco —digo con facilidad, poniéndome en pie y alzando mi
bolso al hombro—. Hablo de Winnifred Ashcroft, que está muy muerta
para mí después de lo que le hizo a Calypso Hall.
—El Calypso Hall te importa una puta mierda —dice Christian
pisándome los talones, negándose a dejar pasar la oportunidad del
enfrentamiento. Riggs es otra historia. Se queda atrás, después de que
su mirada se posara en una bonita mujer con un bikini rosa picante al
otro lado de la piscina—. Eliges estar enfadado con ella porque la ira es
un gran distractor. Muy útil para enmascarar el amor. Es el truco más
viejo del libro.
—No puedo enamorarme. —Mis zapatillas golpean ruidosamente
contra el suelo caliente mientras subo las escaleras de nuestro
complejo—. Siempre he sido incapaz de ello. El sentimiento que más se
le parece es la obsesión, y la última vez que me obsesioné con una mujer,
acabó muy mal.
El eufemismo del maldito siglo.
Me detengo ante nuestra puerta metálica, tecleo el código para
abrirla, y entro en el fresco complejo monstruoso.
Christian me agarra del hombro y me hace girar violentamente. Se
me cae el bolso. Lo miró fijamente, sin saber si debería darle un puñetazo
en la cara o alegrarme de que en realidad a alguien le importe una mierda.
—Mira, te he visto estos últimos meses. No eres tú. Mierda por
Dios, fuiste más tú cuando Grace murió. Al menos entonces, hiciste un
esfuerzo consciente para ser parte del mundo. O al menos fingir que lo
eras. Winnie se llevó con ella toda tu lujuria por la vida. Y para empezar,
no había mucho de eso. Venir al Cabo no era mi idea para una despedida
de soltero elaborada. Fue un último esfuerzo para que despejaras tu
mente y con suerte vieras que podrías estar perdiéndote algo aquí… 286
—Como, ¿qué? —grito, cansado de esta tontería—. ¿Qué me estoy
perdiendo exactamente, oh gran sabio? —Me rio en su cara,
apartándolo—. Noticia de última hora: Grace me engañó con Paul, el
esposo de Winnifred. Tuvieron una aventura. Eso fue lo que nos unió.
Nuestro desamor y decepción mutuos. No soy de los que chusmean, pero
lo haré en este caso, sólo porque sé que esto nunca saldrá de esta
habitación: Winnifred y yo nos acostamos. Conectamos. Se sintió bien.
También se sintió como una venganza. Ninguna parte de ella quiere tener
nada que ver conmigo. Y aunque me quisiera, como dije, no me va el
amor. Sólo es obsesión, y ella, desafortunadamente, merece más.
Me doy la vuelta y subo furioso por la escalera.
—¡Idiota! —Christian corre al pie de la escalera y se agarra con
fuerza a las barandillas—. ¡Maldito idiota! ¿Sabes cómo diferenciar entre
amor y obsesión?
Me detengo a medio paso, ligeramente curioso. Nunca he prestado
atención a esas cosas molestas. Sentimientos.
—Cuando amas a alguien, por lo general haces lo correcto por esa
persona. —Oigo la voz de Christian al pie de la escalera—. Incluso si no
es lo correcto para ti. Nunca dejaste en paz a Grace, ¿verdad? Aunque
sabías que eran tóxicos el uno para el otro. Jugaste con ella como un
gusano en un anzuelo. Pero ahora mírate. Eres un cobarde. Tienes tanto
miedo de joder esto con Winnie que ni siquiera lo empiezas. En vez de
eso, te sentarás, te lamentarás y fingirás que todo está bien. Te ahogarás
en más trabajo. Más alcohol. Más eventos sin sentido. Comprarás más
bienes que no necesitas. Más acciones que nunca venderás. Asumirás
más riesgos. ¿No lo entiendes? Nunca obtendrás el mismo subidón que
se produce al besar a la persona que amas. Sólo una cosa te dará ese
subidón: dejar de ser cobarde.
10Juego de palabras con el nombre del protagonista (Arsène) y Arson que al español
puede traducirse como «incendio provocado».
—Cariño, no solo es un pequeño desvío. Lo digo en serio. Quizás
no puedas tener hijos. Pero eso podría decirse de todas las mujeres que
no están embarazadas en este momento. Y que yo sepa, los hombres no
piden pruebas de fertilidad al médico antes de hacer la gran pregunta.
Por definición, la vida es una apuesta. A veces se gana, a veces se pierde.
Lo importante es, perder siempre con una sonrisa victoriosa.
Pero creo que es más que eso. En este juego de la vida, lo realmente
importante no es quién gana o quién pierde. Es que tú y tu pareja tengan
la misma meta. El mismo objetivo final.
Desde que Arsène se fue ayer, no pude dormir, no pude comer, ni
siquiera pude respirar bien. Todo lo que hice fue pensar en él y en su
oferta. Una oferta que no puedo rechazar, incluso si eso significa poner
mi corazón en juego una vez más.
—Pero… ¿qué hago? —Me acaricio la mejilla—. ¿Solo me presento
en su casa?
308
—Quiero decir… —Georgie se aparta de mí y toma su té helado—.
Teniendo en cuenta las circunstancias, una llamada telefónica sería
anticlimático. Sobre todo porque ya ha venido dos veces. Ese es un gesto
a nivel de Hugh Grant.
—Ni siquiera te gusta Hugh Grant. —Frunzo el ceño—. Una vez
dijiste que era un tonto sin gracia.
—Me gusta lo que representa, ¿de acuerdo? —Pone los ojos en
blanco, bebiendo con fuerza en su sorbete—. Ahora ve a hacer la maleta.
Esta habitación no es lo suficientemente grande para las dos.
Mi cuerpo se levanta por sí solo y me dirijo hacia nuestro
dormitorio, en un extraño trance inquebrantable.
Es hora de golpear a Arsène con la vara de la verdad. Aunque
primero tenga que admitirme dicha verdad.
Nueva York se ve fría y espléndida en una docena de tonos grises y
azules mientras viajo en taxi desde el aeropuerto de La Guardia hasta la
ciudad.
El otoño ha conquistado cada centímetro de Manhattan. Los
árboles están desnudos, altos, las ramas enroscándose en sí mismas, 309
marchitándose por la escarcha.
Mi primera parada es mi apartamento. Mi apartamento, no el de
Paul. Me paro ahí y lo observo durante unos minutos, con las manos en
las caderas, haciendo inventario por última vez.
Luego tomo todo el correo basura de mi buzón, abro una bolsa
grande y lo boto todo dentro.
Poseída por una energía que no he tenido en mucho tiempo, me
dirijo a la nevera, la abro de par en par y saco todos los yogures de Paul.
Su frasco de pepinillos. Sus batidos favoritos. Los pasteles de luna. Todo
se ha ido. Subo las mangas por mis codos y limpio la nevera hasta dejarla
reluciente. El residuo de comida caducada asalta mis fosas nasales, agrio
y persistente. No paro hasta que está impecable, riendo entre dientes
cuando recuerdo que había dejado de usar la nevera para no tener que
soportar el hedor de la comida.
Después, paso a los periódicos enrollados que guardé para él.
No va a volver. Incluso si lo hiciera, en otra vida, en otro universo,
podría comprarse su propio periódico. La única noticia que necesita es
esta: era un bastardo que intentó besar a mi hermana y dejó embarazada
a otra mujer mientras estuvimos casados.
Todos los periódicos van a reciclaje. Tengo que hacer tres viajes
escaleras abajo antes de que todo se haya ido, pero vale la pena.
A continuación, abro de par en par la puerta de la oficina de Paul.
Todos sus archivos van a la trituradora. Su computadora, sus monitores,
los empaqueto para donarlos a una organización benéfica. No quiero
ninguna prueba de que este hombre alguna vez vivió aquí. Porque no lo
hizo. En realidad, no.
Me lleva seis horas tener el apartamento en orden y completamente
libre de Paul. Cuando termino, estoy exhausta. Me arrastro a la ducha y
dejo que el agua abrasadora golpee mi piel. Cuando salgo, elijo un vestido
bonito y me maquillo.
Estoy guardando mi lápiz labial en mi bolso de maquillaje cuando
suena el timbre. Sonrío al espejo, sabiendo quién es, y camino
rápidamente por el pasillo. El lugar está impecable. Limpio, ordenado y
completamente mío. Huele a la vela de canela y vainilla que encendí
antes, un aroma que a Paul nunca le gustó (la canela le provocaba
náuseas) y abro la puerta.
Arya está al otro lado, sosteniendo a Louie, que ya no está tan
pequeño.
310
Me acerco a ella para tomarlo inmediatamente y él gorjea feliz,
acurrucado en mis brazos. Su peso es delicioso, y me rio cuando mete
sus dedos regordetes en mi boca.
—Louie, mantén tus manos quietas. —Arya se quita su bufanda y
la arroja sobre mi sofá—. Tengo la sensación de que tendré que decir muy
seguido esas palabras, teniendo en cuenta el éxito de su padre con las
damas antes de que nos juntáramos.
—Pasa. —Me rio, haciéndome a un lado para que pueda entrar.
Cuando lo hace, me doy cuenta de que no está sola. Chrissy
también está aquí, marchando con su característica taza de té para
quemar grasas y un cigarrillo eléctrico en la mano.
—Pensé que estabas en Los Ángeles con tu novio. —La abrazo
rápidamente antes de que se escape.
—Sí, lo estaba. —Me hace señas para que vayamos a la sala de
estar, y se deja caer en el sofá—. Pero entonces Arya me dijo que ibas a
volver, y no pude evitarlo. Especialmente cuando escuché el motivo de tu
llegada. Ahora, mira este lugar. ¡Es casi como si Paul nunca hubiera
vivido aquí!
Las tres miramos a nuestro alrededor asombradas mientras Louie
se contonea, intentando liberarse y deambular por el hogar.
—Ya era hora —digo.
—Estoy muy orgullosa de ti. —Arya me da un apretón—. Por todo
lo que hiciste hoy, y por todo lo que estás a punto de hacer. Ahora,
pásame mi paquete de mocos, por favor. Tengo algo que darte.
Le devuelvo a Louie, aunque a regañadientes, luego abro la palma
de la mano entre nosotras mientras ella busca en su bolso lo que le pedí.
—¿Estás segura de que a Christian no le importará? ¿Que me des
esto a mí? —pregunto. Es una violación a la intimidad y posesión.
Arya suelta una carcajada.
—Ah, le importará. Nunca dejará de reprochármelo. Pero, ¿de
verdad puede estar enfadado conmigo por mucho tiempo? No lo creo.
Además, una vez que entienda lo que está en juego, estará encantado.
Créeme. —Enrosca mis dedos alrededor de la llave—. El portero se llama
Alfred. Si te da problemas, dile que me llame.
Y así de fácil, tengo la llave del apartamento de Arsène.
311
Ahora todo lo que necesito es abrir su corazón.
324
—No es seguro —gruño con la mandíbula apretada. Esto bien
podría ser el eufemismo del siglo. Winnie y yo estamos en lo alto del tejado
de la mansión Corbin. La misma que vendí a Archie Caldwell como premio
de consolación por no conseguir Calypso Hall. Me alegro deshacerme de
esta caja de cemento de malos recuerdos. Puntos de bonificación: la mala
vibra de este lugar es tan mala que ni siquiera es como si le estuviera
haciendo un favor.
—¡Sígueme la corriente! —Winnie se apoya en el borde de la azotea,
estirando los brazos horizontalmente.
—Es un poco difícil cuando cada hueso de mi cuerpo me dice que
salte sobre ti y te jale de vuelta a un lugar seguro —murmuro
amargamente—. Baja de ahí. Si nos vamos ahora, aún podemos llegar al
espectáculo de las seis.
—No quiero ir al cine. —Winnie tiene una expresión adorable en su
rostro. Aquella que me desarma hasta la sumisión—. Quiero jugar a la
cuerda floja por última vez antes de evacuar este lugar. Por los viejos
tiempos.
—Los viejos tiempos apestaban —le recuerdo.
—Bueno, hagamos un gran recuerdo aquí antes de irnos.
Veo lo que está intentando hacer, y lo aprecio, de verdad, pero si
se lastima, me volveré jodidamente loco.
—¿Me estás cronometrando? —Winnie gira la cabeza para ver si
estoy tomando el tiempo. La mujer está chiflada. Afortunadamente, es mi
chiflada.
Estoy pensando en mi próximo movimiento cuando una idea me
viene a mi cabeza.
—Te cronometraré. Pero quiero ir primero.
Chasquea la lengua.
—Las damas primero.
Miro a mi alrededor.
—No veo ninguna dama por aquí. Pongamos las reglas: si ganas, si
terminas antes que yo, te daré lo que quieras.
Vacila, y luego cede.
—Bien. 325
Cruza la cornisa, se apoya contra la chimenea y saca su teléfono
del bolsillo.
—¿Listo? Te estoy cronometrando.
Colocándome en medio del borde, levanto los brazos, miro al frente
y respiro.
—Listo cuando tú lo estés.
—Adelante.
Doy un paso perezoso hacia delante. Luego, al cabo de unos
segundos, otro. Voy a terminar de caminar por esta cuerda floja en diez
minutos si puedo, sólo para asegurarme de que no se apresure. No puedo
permitirme perderla.
—¿Estás bromeando? —Winnie se ríe a mis espaldas, encantada—
. ¡Pensé que habías dicho que eran competitivos! Te estás moviendo a
paso de tortuga.
—Campesina, el tiempo es relativo.
—¡No me vengas con campesina! ¿Estás siendo lento a propósito?
—¿Eso es lo piensas de mí? —ladro—. Nunca juego para perder.
—Hmm —es todo lo que dice, cuando no llevo ni un cuarto de
camino hacia la otra chimenea. Tendrá toda una vida para cruzar su
camino hacia la seguridad. Toda una maldita hora, si eso es lo que
necesita.
Porque hay una cosa que Winnifred no sabe de mí. No necesita
saber.
Y es que siempre la dejaré ganar.
326
puede ser
Cruel Castaways #3
328