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I Preámbulo

Conocer las fuentes últimas de una disciplina intelectual es una función tan natural
y necesaria del entendimiento humano, que la propia evidencia nos demuestra la
lentitud con la que se hace consciente a aquellos que la trabajan y desarrolla. Pues
no por natural deja de ejercer una extraña reacción en la medida en que su
desvelamiento exige de un ejercicio por conocer incompatible con esa inclinación
natural con la que abrazamos la inmediatez -matriz, por cierto, fundante de lo
económico. Y, sin embargo, a pesar del esfuerzo creciente que han adoptado las
distintas ramas del saber en general y de lo económico en particular por
familiarizarse con su campo de acción, tal objetivo queda interrumpido si por ello
concebimos una paciente entrega hacia la Verdad. Porque no hay perseverancia que
goce de estima si de ella no podemos extraer el deleite supremo que equivale a
entender las razones que lo inclinan a saber el modo en que sabe. Solo así el
conocimiento de la cosa se expande hasta sus límites aclarando que lo que ella es
como expresión en esto o lo otro solo le pertenece a un instante de ese recorrido
más prolongado que apunta a esa suerte de auto-reconocimiento.
Pero por noble, este fin no está dado en revelarse a la manera en la que intuye el
juicio personal. Su abigarrada claridad exige ir superando las infinitas trabas que el
entendimiento se auto-impone y que hallan razones en esa innegociable inclinación
que todo ente de conocimiento tiene por descifrar lo denso de la realidad en una
unívoca y simple fórmula. Emanciparse de tales dominios para encaminarse hacia
los del oscuro bosque de la Verdad es óbice que impone toda traducción de la
realidad externa a su clarificación con arreglo al origen. Así, no hallaremos alegría
sostenida en ninguna búsqueda que no nos emancipe de la ilusión del juicio y de la
servidumbre de la opinión. Pero hasta llegar a ese estado del que solo
vislumbraremos su naturaleza abstracta es necesario enfocar el proceso a partir de
las distintas categorías, relaciones, formas, métodos y resultados que el
entendimiento va experimentando en su transitar hasta conformarse en ser para sí
el objeto de estudio. Sobre este propósito descansan las siguientes líneas que
razonamos a continuación.
II. Conjetura inicial
Emprendamos la marcha fijando el objeto de estudio en la disciplina de lo
económico. Ya desde la explicitación inmediata del concepto económico asaltan un
sinfín de matices y aclaraciones, del todo ingobernable, que pretendo enfrentarlo
desde una síntesis general para ir, solo desde allí, desmenuzando muy brevemente
su contenido de manera razonada.
Lo primero que de ello merece una atención precisa responde a la cuestión sobre
su origen. Largo y tendido se ha escrito sobre el compendio ensayístico de las
Riquezas de las Naciones en el que por virtud analítica se hallaría el inicio de un
proyecto intelectual autónomo en el campo de las ciencias de la escasez. Sin
embargo, esta popularizada confirmación académica funciona mucho más como
principio performativo que por las radicales implicaciones sobre lo que realmente
anuncia (división del trabajo, productividad, etcétera). La división del trabajo
elaborada en Smith se contrapone, por ejemplo, a la que popularizó dos mil años
antes Platón en el específico principio normativo con el que cada uno aspira a

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