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Este documento discute la naturaleza cambiante del conocimiento histórico y las dificultades en comprender el cambio y la permanencia. Argumenta que nuestro entendimiento de los períodos históricos está sujeto a revisiones y que debemos iluminar aspectos de manera parcial para entender mejor las tendencias. También explora la tensión entre lo inmutable y el cambio continuo, y cómo la razón busca puntos fijos en medio del devenir.
Este documento discute la naturaleza cambiante del conocimiento histórico y las dificultades en comprender el cambio y la permanencia. Argumenta que nuestro entendimiento de los períodos históricos está sujeto a revisiones y que debemos iluminar aspectos de manera parcial para entender mejor las tendencias. También explora la tensión entre lo inmutable y el cambio continuo, y cómo la razón busca puntos fijos en medio del devenir.
Este documento discute la naturaleza cambiante del conocimiento histórico y las dificultades en comprender el cambio y la permanencia. Argumenta que nuestro entendimiento de los períodos históricos está sujeto a revisiones y que debemos iluminar aspectos de manera parcial para entender mejor las tendencias. También explora la tensión entre lo inmutable y el cambio continuo, y cómo la razón busca puntos fijos en medio del devenir.
Nuestros conocimientos e investigaciones históricas tienen todavía pocos años.
Y sin embargo, ya están petrificados en sus fórmulas. Sus cuadros vienen condicionados por prejuicios no solo actuales sino pretéritos. Es muy lento el cambio de los conceptos sobre los puntos culminantes en las divisiones con que intentamos expresar la corriente de la vida pasada. Mas la hora de la revisión ha llegado, al fin, para muchas de las fórmulas acreditativas. Vacila, sobre todo, el esquema de los grandes periodos de la historia. Tampoco nos detendrá el temor de iluminar ciertos aspectos de un modo parcial, si con ello ganan en claridad las tendencias que queremos perseguir. Uno de los últimos problemas de toda existencia, una de las oposiciones primordiales, en todas las manifestaciones de la «necesidad metafísica», es la unión y la contraposición de la inmutabilidad y de las transformaciones, del reposo y del movimiento, del ser fijo y permanente y de la vida siempre cambiante. Apenas hay un rasgo que caracterice la estructura de lo dado inmediatamente en tomo nuestro y en nosotros mismos, de un modo más general que el de la transformación continua, del cambio en el tiempo. El nacimiento y la muerte, el vivaz desarrollo y la decadencia, son hechos básicos de toda cotidiana experiencia y fuentes de todo placer y dolor. Y en la medida en que nos acercamos a las cosas de nuestro contorno o a las de nuestro interior, parecen desvanecerse los rasgos de la inmutabilidad y del reposo, para presentársenos como un lento fluir inadvertido. Pero hay en nosotros, por otra parte, muchas cosas opuestas a la tendencia que trata de sumergirlo todo en la corriente del devenir. La experiencia nunca finalizada de las cosas duraderas y fijas, por encima de las cuales pasa sin afectarlas el estruendo de las mundanzas, y que se afirman y se mantienen sin dejar vislumbrar principio ni fin, es corroborada profundamente por las exigencias de la razón y del sentimiento. Lo fugitivo es inasequible al conocimiento. El interés de este reside en encontrar firmes puntos de apoyo, algo fijo, frente al devenir, o en el devenir mismo. El pensamiento ha buscado en todos los tiempos la sustancia en este sentido, lo persistente, lo que se puede comprender y no se disipa cuando la mano apretada de la ratio quiere sujetarlo. El verdadero devenir, el nacimiento de un ser de la nada o la desaparición de un ser en el no ser, resulta inconcebible a la razón, aunque sea aparentemente familiar a la experiencia sensible. La razón salva la dificultad, tratando de concebir lo mudable como una «me» modificación exterior, por decirlo así, de lo eterno e indestructible, de la «sustancia» (y esto no solo en la concepción de los principios científicos «de la conservación»). La divisa es: de la nada no sale nada y lo que existe no puede dejar de ser. Pero con esto no se resuelve en realidad el enigma, sino que se le desplaza simplemente a otro plano. La ≪voluntad≫ es el ≪verdadero yo≫ del hombre. No el yo, pienso, sino el yo quiero (quiero lo que debo), conduce realmente al contenido metafísico de mí y de toda existencia en general. Lo que en nosotros es más que fenómeno, lo ≪inteligible≫ (pero no realmente comprensible por medio del intelecto, ni perteneciente a este), es nuestra voluntad. La voluntad quiere elevarse por sí misma, afirmar su propia vida y plenitud de poder; este es su sentido y su grandeza. Todo lo intelectual está a su servicio, es un producto y un memo de su acción.
__completas. Es posible siempre y en todas direcciones progresar, profundizar, explicitar, aclarar. La verdad humana tiene una historia y escribe necesariamente una historia._La finitud de la verdad está relacion