Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Capítulo 4
La mundanidad del juego humano
Están marcadas por "formas de ver las cosas" universales a partir de las cuales se
integran en sus dominios particulares, en regiones de aspectos similares; y sin
embargo, por encima de tales distinciones, tienen, como cosas, la misma
estructura. Así, en el mundo descubrimos cosas determinadas por el eidos y la
categoría. El eidos y la categoría son modos diferentes de la determinación
universal de los seres. Cada ser tiene una especie -por ejemplo, algo no es
simplemente un mineral sino un granito, no es simplemente una planta sino un
roble, no es simplemente un animal sino un elefante. Pero lo que son
respectivamente en el marco de la especie y del género, lo son individualmente y
como ejemplos. Y, por más que las cosas se distingan de manera diversa según
la especie y el género, coinciden, sin embargo, en tener la estructura de la cosa,
que puede ser dispuesta en determinaciones categoriales. Entre todas las cosas
podemos distinguir la universalidad formal y categorial y el momento de la
individualidad singular. Y, además, podemos decir que no sólo son "mundanas"
las cosas que existen por naturaleza, sino también todas las cosas artificiales, todas
las creaciones de la libertad humana, que pertenecen al mundo; que, por tanto,
incluso lo que no está en absoluto incluido en la causalidad natural, que hasta
cierto punto "novedosamente" y "como de la nada" "irrumpe" en el contexto de
los seres ya existentes, no trasciende en absoluto el mundo, sino que se realiza en él.
Esto significa, evidentemente, que los seres del mundo interior no son de ninguna
manera1 una cantidad específica de cosas, aunque sean numerables para nosotros los
humanos, que no hay en ellos un quantum firmemente delimitado que esté sujeto
a continuas alteraciones y transformaciones, pero que en conjunto no puede ser
aumentado o reducido. La relación de las cosas del mundo interior con el
mundo-entero circundante e inclusivo quizá no se preste en absoluto a ser
orientada de forma válida por la representación popular de la relación entre un
mundo-cosas que es fijo en su cantidad y variable sólo en sus formaciones y un
mundo-contenedor. Además, las cosas del mundo interior tienen en cada caso un
lugar y un tiempo, tienen un espacio y poseen un lapso de tiempo, están en algún
lugar y en algún momento. Tienen una figura y una duración; la figura como
espacio propio de una cosa y la duración como tiempo propio de una cosa en
reposo o en movimiento están, respectivamente, situadas en una posición en el
espacio y están temporalizadas dentro del conjunto del tiempo. Las cosas pueden
"intercambiar" su ubicación entre sí, pueden cambiar de lugar, sin que por ello
tengan que renunciar a su forma propia, a su forma peculiar. Las cosas nunca
pueden intercambiar su posición en el tiempo, pero, con su marco temporal
siempre único, permanecen fijadas en una simultaneidad mucho mayor. Mientras
un proceso individual sigue su curso, al mismo tiempo innumerables procesos
siguen su curso con él. Ningún proceso individual está solo; siempre está en una
proximidad temporal de gran alcance con otros procesos y períodos de descanso.
Aunque el presente parece contraerse en un "ahora" puntual, sólo tiene esta
puntualidad frente al pasado y al futuro, frente a lo que ya no es y lo que todavía
no es. Pero el ahora como tal es "interminable" en la dimensión de la
simultaneidad, es inconmensurablemente vasto y amplio, está ahora "presente"
en todo el mundo; el ahora es mundial. (La medición del ahora, sin duda, es otra
190 | El juego como símbolo del mundo [197-198, 209-210]
¿los surcos, el mar detrás de las olas? Si, en lo que respecta al Ser, lo que es
problemático en grado sumo es si podemos hacer afirmaciones sobre él -por
ejemplo, que es, que está constituido de tal o cual manera, etc.-, si aquí es
cuestionable si podemos incluso predicar algo de él (lo que no presenta
simplemente un problema semántico), entonces esto también es válido, aunque
de manera aún más fuerte, para el mundo. ¿Es el mundo un mundo? Esta simple
pregunta es un problema abismal. ¿Se trata de algo parecido a la divinidad de
Dios [Göttlichkeit des Gottes]? En un principio, uno podría estar tentado de
hipotetizar un paralelismo y hablar de un doble uso del adjetivo "mundano". Sólo
el mundo es genuinamente mundano, se podría decir entonces. Las cosas son
mundanas en un sentido derivado, en la medida en que pertenecen esencialmente
al mundo, o mejor: pertenecen al mundo. Ser mundano, dicho de la cosa,
significa ser-dentro-de-la-totalidad [In-sein-im- All], significa fundamentalmente
intramundano. Y la intramundanidad incluye en sí misma la delimitación, la
individuación y la determinación de un individuo por múltiples
"universalidades". Así, el "límite" no es el fenómeno decisivo y rector de lo
intramundano como tal, sino el ser-en-el-todo [das In-sein-im-allhaften-
Ganzen]. Hay numerosas formas de estar en, que están estructuradas de manera
totalmente diferente: la relación de partes dentro de un todo cerrado, la relación
de momentos abstractos dentro de algo concreto, la relación de una cosa pequeña
dentro de una cosa más grande (el atril dentro de una sala de conferencias, la sala de
conferencias dentro de la universidad, esta universidad dentro de la ciudad y la
ciudad dentro del campo, etc.) -cada una de estas relaciones sería completamente
inconmensurable si se tomara como modelo para el estar en de los seres en el
mundo. La manera y el modo en que lo intramundano abarca otra cosa
intramundana y la contiene en sí misma, se fundamenta, por su parte, en el
singular engranaje de todas las cosas por el mundo-entero. Todos los seres son
finitos y están incluidos en el mundo in-finito. Se podría intentar en el
pensamiento emplear el término "mundano" de forma análoga al doble uso del
concepto "divino", y entonces decir: si "mundano" se aplica a las cosas, significa
por tanto siempre intramundano. Aunque todavía no sepamos exactamente qué
sentido se esconde en la intramundanidad de los seres, entendemos que este
concepto no puede aplicarse al mundo mismo: el mundo no es intramundano. La
intramundanidad es un rasgo fundamental de los seres en cuanto tales, que, por
cierto, está en su mayor parte oculto y que tampoco se capta en la consideración
directa de los seres por parte del pensamiento. Sin embargo, en el sentido de la
previsión del mundo mismo, "lo mundano" no es entonces ninguna cosa, no es
en absoluto un ser, ni pequeño ni enorme. A primera vista, parece que aquí se
obtiene una relación análoga a la del concepto de "di- videncia", donde podemos
distinguir el uso estricto y el análogo. Pero entre Dios, que es realmente divino, y
las cosas que están por debajo de Dios, que sólo pueden llamarse "divinas" en
sentido figurado, en la medida en que un reflejo del resplandor en el que Dios
habita brilla sobre ellas, se produce una verdadera separación; existe
196 | El juego como símbolo del mundo [203-204, 217-218]
en general una diferencia óntica como disparidad entre cosas distintas en especie
y también en número.
¿Existe también una diferencia de este tipo entre el mundo y los seres
intramundanos? Evidentemente, no. El mundo no es un marco externo en torno a
las cosas, no es un contenedor en el que se producen, como las patatas en un
saco o las joyas en una caja fuerte. Tampoco es un kratēr5 en el que todas las
cosas se entremezclan y mezclan, aunque ésta sea una de las metáforas más
antiguas. Abarca y envuelve todas las cosas y no está en sí mismo separado y
desligado de las cosas, sino que las cosas le pertenecen, y lo intramundano como
tal es un aspecto esencial del mundo. Lo que constituye la dificultad y la
gravedad del problema para el entendimiento humano es que siempre está
tentado a pensar la diferencia entre el todo y lo intramundano, una diferencia que
pertenece a la prevalencia del mundo mismo, sobre el modelo de una diferencia
entre las cosas, y así debe experimentar perpetuamente el fracaso de todo
planteamiento de este tipo. El mundo no está "en el mundo"; no es algo actual en
un campo total de cosas actuales y posibles. Si tiene en sí todo ser actual y todo
ser posible, ¿es él mismo, tomado como un todo, "actual" o "posible" o
"contingente" o "necesario"? ¿O al final estas palabras pierden su conocido y
común sentido?
¿Puede el mundo surgir y desaparecer, crecer y menguar, aparecer y desaparecer,
o abarca todo lo que surge y desaparece? ¿Oculta en sí mismo todo surgimiento
y desaparición de los seres? Pero si no conoce ningún surgimiento y, además, si
se excluye la aniquilación, ¿es entonces sin surgimiento y decadencia, siempre
idéntico a sí mismo, sin cambios, pero abarcando el intercambio de cosas? Este
pensamiento aparece en la antigua especulación sobre el mundo, junto con otras
proyecciones del pensamiento. El mundo adquiere los rasgos de la divinidad, es
pensado según el modelo de la constancia divina; algo que es intramundano,
aunque sea del orden más elevado, se coloca frente a la totalidad imperante y la
oculta, la oculta mediante un modelo de pensamiento que pretende explicar. En
la historia de la filosofía europea esto ha tenido casi6 incalculables y fatídicas
consecuencias y ha determinado decisivamente el estilo ontoteológico de la
metafísica. El panteísmo es la forma más clara de esta dudosa mezcla de religión
y sabiduría del mundo, y es una distorsión de la fe y del pensamiento. El mundo
no se capta en su estatus si se le llama "divino" y se le atribuyen los at- tributos
del ser más elevado. Entonces, sobre todo, se pensaría siempre que un
predominio del pensamiento personal, semejante al gobierno de los dioses, sería
la forma correcta en la que el mundo prevalece, en la que el mundo juega.
Entonces se falsifica en un juego de un jugador. Además, queda abierta la
cuestión de si el mundo, que abarca e implica la multiplicación incalculable de
las cosas que son una [einshafter Dinge], es por su parte algo que se puede
encontrar en absoluto a través de la distinción entre lo uno y lo múltiple. El
aspecto de las cosas y la estructura de la cosa están en ella. ¿Tiene ella misma un
eidos y una estructura categorial? ¿Existe por naturaleza o es un enorme artificial
Capítulo cuarto [204-205, 218-219]|| 197
¿tiene una ubicación y un período de persistencia? ¿No son más bien todas las
localizaciones y todos los periodos incluidos en ella? Incluso cuando se supone que
debemos especificar lo que entendemos bajo el vago título de "mundano", nos vemos
arrojados a un laberinto de preguntas. ¿Cómo podemos preguntarnos entonces por la
mundanidad del juego humano?
6. La mundanidad del juego en contraste con la interpretación
metafísica y mitológica
Si se llama al juego humano "mundano", se expresa así lo más evidente y superficial,
pero también lo más profundo de él y lo más rico en problemas. Nunca dejamos
de conocer el mundo y la mundanidad y nunca los conocemos plenamente. Nos
movemos dentro de un conocimiento familiar y al mismo tiempo deambulamos en un
laberinto ser- pentino. El mundo es lo familiar y al mismo tiempo lo insólito; enreda8
nuestra existencia con sus insondables distancias y es al mismo tiempo lo más
cercano y lo más íntimo, está ante todo autoconocimiento y ante todo lo conocido, en la
medida en que abre ante todo el espacio y el tiempo en que el yo es capaz de distinguirse
de los seres ajenos. La mundanidad no es un rasgo fundamental en el Ser de cada ser
del modo en que, por ejemplo, lo son la cosa y la sustancialidad; no puede ser
asumida respecto a las cosas individuadas, delimitadas y al mismo tiempo reunidas. En
primer lugar, permite la perspectiva del pensamiento metafísico, que interroga,
determina e identifica las cosas del mundo interior con respecto a sus estructuras de
Ser. La metafísica toca la problemática de la mundanidad de todos los seres
individuados cuando plantea la cuestión relativa a las determinaciones
"trascendentales" de las cosas, en la medida en que éstas son en cada caso algo
que es uno, verdadero y bueno, y, en la imbricación enigmática de la unicidad, la
verdad y el bien, son en cada caso seres. En el problema de los trascendentales, la
metafísica tradicional está mucho9 más cerca de la cuestión originaria del mundo
que en su disciplina "cosmológica" explícita10. La finitud de todo lo que es en el
modo de deter- minación y contorno como en el horismenon y en el modo de ad-
ducación denominativa como en el legomenon, significa una aparición en el
espacio-tiempo del mundo, significa la intramundanidad. La interpretación
metafísica del Ser ya no piensa específicamente en la intramundanidad de todas
las cosas finitas y no la experimenta como un problema acuciante. Se ha instalado en la
aparición mundial de los seres; tiene un punto de vista en ella, un enfoque y una
puesta en práctica de sus formas de pensamiento. Sin embargo, aquello dentro de lo
cual y en la perduración de lo que ocurre la aparición y la presencia de las cosas
individualizadas permanece así en la sombra de lo impensado. Un pensamiento de
vuelta a lo impensado aquí sigue sin camino ni puente, y tal vez sea durante mucho
tiempo más un tropiezo que un camino recto. Intentamos dar algunos pasos de
tropiezo con la cuestión de la mundanidad del juego humano.
198| El juego como símbolo del mundo [205-206, 219-221]
El ser se relaciona exclusivamente con otro ser, como si se relacionara con una
naturaleza que ha de ser transformada, con sus semejantes, a los que necesita
tanto para aparearse como para gobernar. El reino humano aparece "encerrado",
au- tarquizado en sí mismo, sin apuntar más allá de sí mismo. El ser humano que
trabaja, lucha y ama en cada caso se acopla a otro ser: se afana en él, lo somete a
su propio poder, se une a su pareja erótica. El trozo de "materia natural" que el
técnico trabajador remodela, el enemigo al que el guerrero se opone, las armas
del enemigo y las propias, la pareja amada y las cosas eternas relacionadas con
ésta, el hogar doméstico, la cama, la casa, etc.: todo ello está junto en la misma
actualidad abarcadora que el propio ser humano que trabaja, lucha y ama. Los
seres con los que trata son tan reales como él. En esta actualidad total abarcadora
hay ciertamente distinciones de diferentes modos de Ser: el ser humano es otro
que su herramienta o su arma o su cama. Y, sin embargo, esta heterogeneidad
está junta, aparece en una sola esfera de actualidad abarcadora. Lo contrario
ocurre con el juego. El juego no es una representación humana de la vida en la
que se involucra con los demás seres de su entorno. Ciertamente, esto también
ocurre. El que juega se apodera de ciertas cosas -ya sea que hayan sido
preparadas artística y específicamente para ello o no- como "objetos de juego".
La cosa con la que juega y los compañeros con los que entra en el juego son tan
reales como él, y también pertenecen a la misma dimensión de la actualidad.
Pero al jugar juntos alcanzan [erspielen] un mundo de juego irreal en el que
tienen sus papeles y que contiene objetos de juego de carácter imaginario. Así,
con el juego humano irrumpe una esfera "irreal" de sentido en una actualidad
total de cosas y procesos reales, una esfera que está aquí y sin embargo no está
aquí, ahora y sin embargo no está ahora. Con la designación de "irreal" no se
concibe todavía nada en absoluto, sino que sólo se expresa que el "mundo del
juego" se resiste a una simple asimilación en el contexto del mundo real, que su
"ilusoriedad [Scheinhaftigkeit]" impide colocarlo junto a otras cosas y contextos
de cosas y valorarlo como algo "actual". Y si describimos el mundo del juego
como una "apariencia [Schein]", se trata de distanciar expresamente esta
apariencia del mundo del juego de la apariencia que, por lo demás, es familiar y
que pertenece a lo dado de las cosas, por ejemplo, como "superficial", exterior o
arraigado en una concepción subjetiva errónea.
Cómo el mundo del juego es una apariencia: ésta es precisamente la
cuestión, el problema que hemos perseguido. La interpretación metafísica del
juego en los comienzos de la metafísica occidental nos dio la primera respuesta a
la cuestión de la naturaleza de esta apariencia: el mundo del juego-apariencia
tiene el carácter de una reproducción, incluso de un mero reflejo, y debe ser
determinado como mi- mesis. La "no-actualidad" significa un grado menor de
poder ontológico que el que corresponde a las cosas simplemente reales. El
juego es sólo la variación y la imagen posterior de las cosas ordinarias y, por
tanto, no tiene ningún valor epistemológico fundamental para la filosofía. Inter
206 | El juego como símbolo del mundo [213-214, 229-231]
¿lo in-finito y lo finito? ¿Puede concebirse una diferencia más dura y rígida?
¿Tal vez la diferencia entre el Ser y la nada? Pero, ¿la diferencia entre el Ser y la
nada supera realmente la diferencia entre el mundo y la cosa? Mientras
pensemos en el Ser como el Ser de los seres, es decir, de las cosas finitas,
también la nada sigue perteneciendo al mundo como límite, exceso y desaparición
de las cosas. Sólo se vuelve diferente cuando pensamos el Ser mismo a escala
mundial y en su totalidad [allheitlich] y, asimismo, la nada como la negación de la
totalidad del Ser. La especulación sobre el Ser y la nada permanece en su mayor
parte atascada en la perspectiva del Ser finito y limitado de las cosas intramundanas
y fragmentarias, incluso cuando -en Hegel- concibe la nada como nihilación,
como "negatividad".
¿Cómo y en qué sentido se puede hablar de un Ser del mundo en absoluto? ¿Abarca
el concepto de Ser incluso el concepto de mundo, o debe entenderse el mundo como
lo más primordial, lo que contiene el Ser y la nada de las cosas en sí mismo? ¿Forma
la cosmología parte de la ontología o la verdadera sabiduría filosófica sobre el
mundo [Weltweisheit] sobrepasa las formas de preguntar de la metafísica tradicional?
Se trata de cuestiones abiertas pero muy significativas que comienzan a formularse
paulatinamente y que vendrán a marcar la confrontación moderna con la historiade la
filosofía.
Volviendo a nuestro tema27, nos hemos planteado la cuestión de si puede haber
siquiera una metáfora cósmica, ya que efectivamente no existen afinidades estructurales
entre las cosas finitas y el mundo infinito. ¿Cómo se supone que el mundo puede
mostrarse en una cosa? ¿Cómo lo que pertenece al mundo se revela en lo que
pertenece a las cosas? Ciertamente, hay que mantener la inconmensurabilidad entre
el mundo y la cosa; hay que evitar, sobre todo, pensar en el mundo como una
cosa todopoderosa y gigantesca que se relacionaría con las cosas ordinarias
como la montaña con sus piedras o el mar con sus gotas de agua. La pedregosidad de
toda la montaña está en una piedra; la acuosidad de todo el mar está en una gota de
agua. Lo finito no es una partícula del mundo que se relacione con la totalidad
del mundo como una parte de una cosa con la totalidad de una cosa. La cosa
intramundana no es un mundo miniaturizado, como la piedra es la montaña
miniaturizada y la gota es el mar miniaturizado. Aquí nunca se trata de una relación
cuantitativa de lo pequeño a lo grande o viceversa. La relación entre el mundo y la
cosa no puede reducirse a algo cuantitativo; sin embargo, el quantum en general
puede presumiblemente remontarse a la espacialidad y la temporalidad del mundo.
El mundo y la cosa son inconmensurables [unvergleichlich] -sobre todo mientras
las relaciones de equivalencia [Gleichheit] y la correspondencia entre los seres
determinen la perspectiva del pensamiento. Se podría objetar a esto que no se habla
de "metáforas [Gleichnissen]" en absoluto cuando se juntan y ponen en relación
cosas homogéneas [gleichartige], sino cuando se comparan "cosas heterogéneas"
entre sí. Eso tiene sentido. Pero las cosas heterogéneas, a pesar de
Capítulo 4 [218-220, 236-237] | 211
todas sus diferencias, tienen sin embargo en común el hecho de que cada una es
un ser. Tanto si comparamos el corazón humano con una piedra insensible como
si comparamos a los seres humanos con los dioses, cada una de las cosas que
comparamos es en cada caso un ser: a pesar de la gran extensión de la diferencia, lo que
se mantiene separado y lo que se mantiene unido coinciden en la igualdad de ser
un ser. Sin embargo, esto no es válido para la cosa y el mundo. El mundo no es
como las cosas, y las cosas no son como el mundo. ¿Puede lo finito28 convertirse
en la metáfora de lo infinito?
Esto nunca podría ser así si lo finito como lo intramundano mismo no fuera un
aspecto del mundo mismo. Nuestra tarea es concebir la posibilidad y el sentido
de una metáfora cósmica que no procede de los seres intramundanos, sino del
mundo. La totalidad del mundo, como la totalidad que se encuentra más allá de
todas las finitudes, no puede volver a una cosa intramundana, ni aparecer allí en una
escala en miniatura. Pero el todo que prevalece puede "resplandecer" en un ser
intramundano, iluminar rasgos allí y sacar a la luz aspectos que son distintivos del
movimiento de la totalidad. El mundo resplandece en el ser humano como en el
ser que se distingue por una apertura comprensiva al mundo. Y la prueba del
resplandor del mundo en el ámbito humano se documenta de maneras siempre diferentes
en los diversos fenómenos básicos de nuestra existencia finita: de manera diferente en
el trabajo y la lucha que en el amor y los ritos funerarios, y de manera diferente en el
juego. ¿Qué características del mundo determinan el carácter lúdico del juego humano?
Responder a esta pregunta, incluso de forma inicial y preliminar, sigue siendo
extraordinariamente difícil. Las cosas se encuentran en el mundo en movimientos
múltiples que no aparecen al azar y tampoco desaparecen sin motivo. Su ir y venir
está determinado por conexiones fijas y regulares. El movimiento de las cosas del
mundo interior tiene un modus operandi fiable. Por mucho que cada cosa cambie y
por mucho que nada entre el cielo y la tierra se salve de la transformación
consumidora, ya que todas y cada una de las cosas se agotan finalmente y su
poder de ser perece, el modus operandi total de la transformación incesante sin
embargo permanece. El tejido de la actualidad persiste, mientras que las cosas
temporalmente actuales van y vienen, surgen y desaparecen, florecen y se marchitan.
Se trata de una visión a priori, como se dice en términos filosóficos. Las cosas están
entretejidas en un único contexto total que lo abarca todo, tienen en él su lugar y
su tiempo asignado, su florecimiento y su declive. Y la regularidad de este curso de
todas las cosas dentro del espacio-tiempo del mundo es conocida por nosotros
independientemente de toda experiencia fáctica, aunque se verifica y confirma
continuamente en y a través de la experiencia. Ahora bien, puede ocurrir que no
seamos capaces de fijar la regularidad de todos los sucesos del mundo interior de
manera suficientemente fiable en una fórmula, una ley; que nuestras
interpretaciones de la regularidad resulten demasiado cortas. Solemos caracterizar
como "causalidad" la regularidad del curso de todas las cosas: todo lo que ocurre
tiene una base para su ocurrencia, se fundamenta en una causa antecedente, y
sigue como su efecto. Es unilateral tomar sólo un modo de causalidad en
212 | El juego como símbolo del mundo [220-221, 237-239]
¿un jugador? El juego del mundo no puede ser el juego de un poder personal.
Mientras sigamos pensando algo con el concepto de persona y no dejemos que
se desvanezca en la niebla de una percepción meramente indeterminada del
pensamiento, debemos pensar también en un ser que se relaciona consigo mismo, un
ser que se distingue de otros seres por tal autorrelación. Por muy grande,
poderosa y potente que se represente la persona, ésta no puede ser pensada en
sentido estricto como omnipotente, poderosa en el sentido en que lo es la
totalidad, porque la autorrelación es una demarcación de otro. El omnipotente no
puede ser una persona, y ninguna persona puede ser omnipotente. El mundo no
es un dios, y ningún dios es el mundo entero. Los dioses pueden quizás jugar -de
manera similar pero superior- en comparación con el ser humano. La totalidad
no puede en absoluto jugar como las personas humanas o divinas. ¿Juega la
totalidad del mundo de forma diferente a las criaturas intramundanas cercanas al
mundo: los dioses y los seres humanos? La totalidad del mundo juega, pero no
como una persona ni de tal manera que alcance [erspielt] una "apariencia", una
"no realidad", una escena imaginaria. Si queremos hablar de un juego del
mundo, debemos transformar decisivamente nuestro pensamiento de las
estructuras lúdicas del juego humano, tratar de pensar de nuevo aquellos rasgos
por los que se presenta como derivado del prevalecer del mundo. El mundo se
impone al hacer surgir todas las cosas individuales, al hacer aparecer las cosas, al
dejar que se iluminen en el brillo del cielo y al devolverlas a la tierra que las
sostiene, al asignar a cada cosa dividida apariencia y forma, lugar y tiempo
asignado, florecimiento y marchitamiento. El mundo prevalece como poder de
individuación universal. Imprime a las cosas características específicas y
genéricas y, al mismo tiempo, individuales. Lleva desde su vientre todo lo
individuado y es al mismo tiempo también la tumba de todas las cosas. Es el
espacio-tiempo del surgimiento y la desaparición. El predominio del mundo
[Das welthafte Walten] en el mito y sublimado en la filosofía se interpreta
mediante modos de comprensión que son familiares en los fenómenos humanos
básicos. ¿La aparición de las cosas dentro y fuera del mundo y su desaparición
de nuevo en la tierra sin forma se produce de forma análoga a la manera en que
un artesano produce su producto acabado, por tanto, según el modelo del trabajo
humano? ¿O es análogo al modo en que los niños humanos son concebidos a
partir de la unión íntima del hombre y la mujer? ¿Es el mundo la mítica boda de
Gea y Ouranos? ¿Es un principio generador y de nacimiento? ¿Es el mundo la
guerra de dos potencias mundiales, una relación de dominación del principio de
la razón sobre lo que no tiene razón? ¿O es comparable al juego? ¿Un
predominio sin fundamento que incluye todos los motivos en sí mismo, una
producción sin objetivo que incluye todos los objetivos?
Pero, ¿hay alguien que juegue allí? La metáfora del juego fracasa como
semejanza cósmica si nos fijamos en la personalidad de un jugador y en el
carácter de la apariencia perteneciente a la escena del mundo del juego. Sólo en
una "semejanza" decididamente distorsionada y, por tanto, fragmentada,
podemos hablar de una obra de teatro del mundo. El juego del mundo no es el juego
de nadie, porque sólo en él hay primero alguien, personas, seres humanos,
Capítulo cuatro [223, 241-242] | 215
y dioses. Y el mundo del juego del mundo no es una "apariencia" [Schein], sino la llegada a la apariencia
[die Erscheinung]. La aparición es el surgimiento universal de todos los seres, cosas y acontecimientos
en una presencia común que integra todo lo individualizado en una presencia en medio de nosotros. Lo
que normalmente llamamos mundo es la dimensión del mundo de la presencia, la dimensión de la aparición
en la que las cosas están realmente separadas unas de otras, pero también integradas en la vecindad espacial y
temporal y conectadas entre sí por reglas estrictas. Pero el mundo es también el reino sin nombre de la ab- sencia,
del que las cosas surgen a la apariencia y en el que vuelven a desaparecer -suponiendo que Hades y Dionisio
sean lo mismo. 31 El juego del mundo, si ha de tener un sentido que pueda ser pensado, debe ser concebido
como la relación del mundo-noche con el mundo-día. En el problema de la individuación, la aparición de los
seres es sondeada, pensada en profundidades ausentes, que el día terrestre en la superficie nos oculta en
su mayor parte. Todos los seres son juguetes cósmicos, pero también todos los actores son sólo juguetes. La
aparición es una máscara, detrás de la cual "nadie", detrás de la cual nada, es -precisamente como la nada.
Convertir el juego del mundo en el tema del pensamiento especulativo es una tarea que aún queda por
realizar, que quizá sólo pueda aventurarse plenamente cuando se haya trabajado la tradición metafísica, que
oculta el juego y le es hostil32. ¿No pertenece entonces también a esta tarea que el ser humano se transforme a sí
mismo, que deje de buscar su medida por encima de las estrellas y de confundirse en el resplandor de los
dioses? Sin embargo33 sería cuestionable decir que el ser humano debe en adelante "conformarse", no a los
dioses intramundanos, sino al mundo imperante y juguetón y encontrar en él su futura medida.
Concluimos nuestro curso de pensamiento34 con un problema aún no resuelto del todo. 35 El ser humano -
como jugador- está abierto al mundo sobre todo cuando descarta todas las medidas y se mantiene en lo
ilimitado. Y así, tras un largo y arduo ejercicio conceptual, dejaremos que el pensador ditirámbico
"Zaratustra" tenga la última palabra:
Si alguna vez desplegara cielos tranquilos sobre mí y me elevara con mis propias alas hacia mis
propios cielos; si nadara juguetonamente36 en las profundas distancias de luz, y la sabiduría de los
pájaros de mi libertad viniera; pero la sabiduría de los pájaros habla así: "¡Contempla que no hay
arriba, ni abajo!
¡Lánzate alrededor, hacia fuera, hacia atrás, tú que eres luz! ¡Canta! No hables más".
(Los siete sellos)37