En Francia la libertad es antigua: el despotismo, reciente. La libertad es más
antigua que el absolutismo de la monarquía moderna. Tiene aquella su raíz en la sociedad feudal, en la cual se ofrece como fraccionada y casi esparcida en infinidad de libertades particulares, cercada cada una en forma tal, que queda como oculta, pero a la vez protegida, A esta libertad nosotros la conocemos bajo el nombre de privilegio. Cuando la fuerza del Estado se reduce a una simple apariencia, la libertad solo puede subsistir en estas condiciones. A falta de una tutela superior y común, las fuerzas aisladas intentan, procurarse una protección por sí mismas, juntándose de acuerdo con su afinidad más cercana, logrando así aquella seguridad indispensable para la expansión de su actividad. Sin una relativa paridad de condiciones en el interior de cada orden o grupo, no sería posible hablar de libertad y de derecho, sino solo de lucha y de fuerza. La libertad, el derecho, para que tengan sentido, deben implicar un reconocimiento, esto es, una determinada reciprocidad. La Edad media es la edad del dominio exclusivo del Derecho privado: no existe un derecho público. Aristocracia y Monarquía. Las historias de Francia y de Gran Bretaña presentan, bajo este aspecto, una diferencia fundamental. (El Reino de Francia) Estrujado entre dos grandes monarquías, España y el Imperio, obligado a luchar incesantemente por la existencia, pronto siente la necesidad de concentrar sus fuerzas, venciendo la disgregación interna del feudalismo. Pero la monarquía que, con la colaboración de la clase burguesa, es la autora de esa concentración, no ataca formalmente los principios constitutivos del antiguo régimen, sino que coloca gradualmente sobre aquello la propia acción administrativa, de manera que llene su forma vacía e intacta con contenido nuevo. A la aristocracia solo indirectamente la combate, privándola del poder político mediante sus propios intendentes, reduciendo su fuerza económica, fuente de independencia y de prestigio, atrayéndola a la capital, lejos de sus bases naturales y de su radio de acción autónomo. La aristocracia, hasta entonces privilegiada, se convierte en clase parasitaria y servil. Pierde aquella capacidad y actitud que la habrían convertido en clase dirigente; y a medida que la habrían convertido en clase dirigente; y a medida que empeora su situación patrimonial y que los prejuicios de casta le impiden reconstituirla con el comercio y con la industria, la monarquía la sostiene y atiende económicamente, e incluso aumenta sus privilegios en el momento mismo en que menos razones existen para justificarles. En efecto, aquellos privilegios no habían constituido en su origen un atributo caprichoso, sino que implicaban una prestación con la que la aristocracia correspondía a favor de la comunidad. Con el excesivo fraccionamiento económico, la tierra también se pulveriza políticamente y se manifiesta cada vez con menos capacidad para resistir a las fuerzas agresivas de la industria y de las finanzas, que actúan en grandes masas concentradas, usurpando, incluso en los países predominantemente agrícolas, una parte desproporcionada del Poder público. Así sucede con las llamadas profesiones liberales que, surgidas y desarrolladas al margen de la propiedad territorial, han terminado por invertir la originaria relación de dependencia y por ejercer sobre la tierra una tiranía arbitraria y con frecuencia torpe. Pero también el empresario libre constituye una aparición fugaz en la escena histórica.