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GUIDO DE RUGGIERO (1888) Roma

En Francia la libertad es antigua: el despotismo, reciente. La libertad es más


antigua que el absolutismo de la monarquía moderna. Tiene aquella su raíz en la
sociedad feudal, en la cual se ofrece como fraccionada y casi esparcida en
infinidad de libertades particulares, cercada cada una en forma tal, que queda
como oculta, pero a la vez protegida, A esta libertad nosotros la conocemos bajo
el nombre de privilegio. Cuando la fuerza del Estado se reduce a una simple
apariencia, la libertad solo puede subsistir en estas condiciones. A falta de una
tutela superior y común, las fuerzas aisladas intentan, procurarse una protección
por sí mismas, juntándose de acuerdo con su afinidad más cercana, logrando así
aquella seguridad indispensable para la expansión de su actividad. Sin una relativa
paridad de condiciones en el interior de cada orden o grupo, no sería posible
hablar de libertad y de derecho, sino solo de lucha y de fuerza. La libertad, el
derecho, para que tengan sentido, deben implicar un reconocimiento, esto es, una
determinada reciprocidad. La Edad media es la edad del dominio exclusivo del
Derecho privado: no existe un derecho público. Aristocracia y Monarquía.
Las historias de Francia y de Gran Bretaña presentan, bajo este aspecto, una
diferencia fundamental. (El Reino de Francia) Estrujado entre dos grandes
monarquías, España y el Imperio, obligado a luchar incesantemente por la
existencia, pronto siente la necesidad de concentrar sus fuerzas, venciendo la
disgregación interna del feudalismo. Pero la monarquía que, con la colaboración
de la clase burguesa, es la autora de esa concentración, no ataca formalmente los
principios constitutivos del antiguo régimen, sino que coloca gradualmente sobre
aquello la propia acción administrativa, de manera que llene su forma vacía e
intacta con contenido nuevo. A la aristocracia solo indirectamente la combate,
privándola del poder político mediante sus propios intendentes, reduciendo su
fuerza económica, fuente de independencia y de prestigio, atrayéndola a la capital,
lejos de sus bases naturales y de su radio de acción autónomo.
La aristocracia, hasta entonces privilegiada, se convierte en clase parasitaria y
servil. Pierde aquella capacidad y actitud que la habrían convertido en clase
dirigente; y a medida que la habrían convertido en clase dirigente; y a medida que
empeora su situación patrimonial y que los prejuicios de casta le impiden
reconstituirla con el comercio y con la industria, la monarquía la sostiene y atiende
económicamente, e incluso aumenta sus privilegios en el momento mismo en que
menos razones existen para justificarles. En efecto, aquellos privilegios no habían
constituido en su origen un atributo caprichoso, sino que implicaban una
prestación con la que la aristocracia correspondía a favor de la comunidad.
Con el excesivo fraccionamiento económico, la tierra también se pulveriza
políticamente y se manifiesta cada vez con menos capacidad para resistir a las
fuerzas agresivas de la industria y de las finanzas, que actúan en grandes masas
concentradas, usurpando, incluso en los países predominantemente agrícolas,
una parte desproporcionada del Poder público. Así sucede con las llamadas
profesiones liberales que, surgidas y desarrolladas al margen de la propiedad
territorial, han terminado por invertir la originaria relación de dependencia y por
ejercer sobre la tierra una tiranía arbitraria y con frecuencia torpe. Pero también el
empresario libre constituye una aparición fugaz en la escena histórica.

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