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tecnoautoritario: Aquí, la ocupación del poder no sólo trata de hacer posible, sino también de
dinamizar activa y planificadamente el proceso de modernización y de desarrollo, y no trata
primordialmente de corregir abusos del sistema establecido, sino de instaurar un nuevo
sistema o, dicho de otro modo, si bien nace en una coyuntura se orienta al establecimiento
de una nueva estructura. Por esta razón, la transición política chilena se articuló bajo unas
características muy diferentes a las de otros casos latinoamericanos, en el sentido de que el
legado autoritario impregnó la nueva institucionalidad democrática siendo un lastre
permanente en su desarrollo.
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? Al respecto, el profesor J. L. CEA sintetiza la confusión que existía en su momento
sobre el tema: Tales declaraciones obedecían a una confusa mezcla de principios filosóficos
aristotélico-tomistas, pronunciamientos afines con el corporativismo fascista, lugares
comunes de encendido antimarxismo, postulados antiestatales fundados en un liberalismo
extremo, exaltaciones históricas del autoritarismo aristocrático(...) En definitiva tan
heterogénea adición de conceptos no permitiría sistematizarlos en una doctrina, ni menos en
una teoría del gobierno. La denuncia de las fallas del sistema que provenía de 1925, ligada a
la arremetida de un liberalismo únicamente económico, de un antiestatismo visceral y del
mesianismo de los militares y, entre éstos, del Hombre Fuerte, operaron como elementos
que aglutinaron algo más esa confusa mezcla de conceptos.
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? El proceso constituyente chileno puede ser resumido del siguiente modo: En los años
siguientes al golpe de Estado, el gobierno de Pinochet promulgó diferentes Actas
Constitucionales que, a guisa de "leyes fundamentales", pretendían ir conformando un
cuerpo jurídico. En este sentido se promulgaron Actas relativas a la creación del Consejo de
Estado como cuerpo consultivo del Presidente, a las bases esenciales de la institucionalidad
chilena y a los derechos y deberes constitucionales. Esta situación técnicamente compleja
fue reconsiderada en el sentido de estimar más operativa una solución basada en la
confección de una ley fundamental única. De esta forma se realizaron varios borradores de
Constitución, de los que fue más conocido el elaborado por una Comisión presidida por el
jurista Ortúzar (M. ALCANTARA). En este sentido, también el profesor J. L. CEA ha
señalado lo siguiente: Mediante tres decretos leyes conteniendo otras tantas Actas
Constitucionales, en septiembre de 1976 se dieron pasos hacia una normalización relativa
de los derechos fundamentales, pero la pervivencia de las facultades extraordinarias en el
Presidente de la República o en la Junta [Militar de Gobierno], sin revisión judicial de su
ejercicio, convirtió a dichas Actas en proclamaciones principalmente semánticas(...) En ese
contexto, las reformas afectaron profundamente ciertos derechos humanos,
superlativamente la vida, la integridad personal y la libertad ambulatoria, derechos que se
vieron desamparados ante la renuencia de la Judicatura a protegerlos o, en todo caso, de
frente a la mentalidad positivista, formalista y exegética evidenciada por la mayoría de los
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"El ordenamiento jurídico representa una adecuada ecuación entre los valores
que deben respetarse con miras a la dignidad de la persona humana y las
exigencias del bien común, que son los factores que involucran el beneficio en el
orden privado y en la defensa del régimen institucional".5
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? Sentencia del Tribunal Constitucional, de 27 de octubre de 1983, Rol Nº 19,
considerando 9º.
5
? Corte Suprema, 28 de enero de 1986, considerando 3º.
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? Sentencia Rol Nº 245, considerando 42. La cual, a su vez, ha seguido el criterio
contenido en anterior Sentencia del Tribunal Constitucional (Rol Nº 33, de 24 de septiembre
de 1985, sobre el proyecto de Ley Orgánica del Tribunal Calificador de Elecciones), que
descartó la posibilidad de aceptar como elemento de interpretación el estricto tenor literal de
las normas, con prescindencia del resto de las disposiciones de la Carta Fundamental, y
declaró inadmisible el criterio que significara una pugna con las otras normas permanentes y
transitorias de la Constitución. En igual sentido se había pronunciado en el fallo sobre el
proyecto de Ley Orgánica de los Consejos Regionales de Desarrollo, Rol Nº 42, de 26 de
enero de 1987.
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Que, a su vez, son el sustento de un verdadero principio primario que sienta las
bases del Estado constitucional: el principio de juridicidad.
También hay que agregar que, como indica Luis LOPEZ GUERRA, la Constitución
positiviza unos principios de índole valorativa, y meta jurídicos, en el sentido de que
su validez no se reconduce sólo al campo jurídico. Pero ello –agrega- no supone dar
vía libre a las opiniones personales de los intérpretes de la Constitución sobre el
significado y alcance de esos valores, sino que la fijación de ese significado y
alcance ha de ser el resultado de un proceso lógico-jurídico, razonado, que no entre
en contradicción con la letra de la Constitución, y que conduzca a criterios
interpretativos estables.
Dentro de la estructura social, fluye con toda claridad la distinción entre sociedad y
Estado. La sociedad es lo que conocemos como el elemento humano del Estado.
Este elemento humano está conformado no sólo por individuos, sino por un
conjunto de personas, de familias y de formas sociales. Con esta amplitud, como
indica SILVA BASCUÑAN, la Ley fundamental constata con toda su riqueza y
complejidad dicho hecho sociológico, aludiendo no sólo a la sociedad (art. 1º incs.
2º y 3º), sino a la nación (art. 1º inciso 5º), a la comunidad nacional (art. 1º inciso
4º), al pueblo (art. 5º) y a los valores de distinta naturaleza, como los de seguridad
nacional o de seguridad social.
De este análisis, eso sí, se echa de menos alguna referencia del texto
constitucional a los pueblos originarios de Chile, como componente social que
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integran nuestra Nación. Entendida esta última, como una comunidad poseedora
de elementos objetivos y subjetivos, que en su propia organización puede cobijar
otras comunidades menores, a las cuales debe reconocer su autonomía y
promover su desarrollo. Por esta razón estaba en discusión en el Senado, la
reforma constitucional que introducía los siguientes dos incisos al artículo 1º de la
Carta: “La Nación chilena es indivisible. El Estado reconoce la diversidad de origen
de los chilenos que forman parte de la Nación y declara su especial preocupación
por las poblaciones indígenas originarias, a las cuales garantiza su derecho a
fortalecer los rasgos esenciales de su identidad”. Proyecto de reforma que
finalmente fue rechazado en la Comisión de Constitución del Senado. No
obstante, si existe una regulación específica en la llamada “Ley Indígena” (19.253
de 1993), en donde se regulan distintos derechos indígenas: derechos políticos y
participativos; derecho a la tierra; derechos culturales; derechos al desarrollo, etc.
Mucho de los cuales son una clara concretización y desarrollo de los propios
derechos constitucionales; sin embargo, otros serían solamente derechos de
configuración legal. Es decir, en esta esfera se estructurarían derechos vinculados
a la legalidad constitucional (derechos fundamentales) y otros relacionados a la
legalidad meramente legal, como acontece con los derechos culturales que se
consignan en el art. 7º de la ley indígena. Muy importante eso sí, la ley no
reconoce a los indígenas el carácter de pueblos, sino sólo de étnias y de
comunidades (cuestión que también fue capital para rechazar el proyecto de
reforma constitucional en la materia y para no aprobar el Convenio 169 de la OIT).
-Por último, en cuanto a los cuerpos intermedios, el inciso 3º del artículo 1º indica
que “el Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales
se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para
cumplir sus propios fines específicos”. Esto implica que el reconocimiento de su
autonomía es necesario para el cumplimiento de sus fines específicos, lo que
supone, eso si, una subordinación a las exigencias del bien común. Si se desvían
con sus fines parciales del bien común general, desaparece su autonomía.
Hasta ahora hemos explicado la sociedad como parte de la estructura social que
configura el ordenamiento constitucional. Resta analizar el otro componente de
esta estructura social, esto es, el Estado.
Al respecto su análisis hay que dividirlo en dos partes: por una parte, la
concepción instrumental del Estado y el bien común, y, por la otra, los deberes del
Estado.
En relación al concepto de bien común, dos serían los comentarios que habría que
realizar. En primer lugar, como indica el profesor NOGUEIRA, se trata de un
concepto de carácter personalista, pues, teniendo como base la primacía de la
persona humana, busca hacer efectiva la realización integral de cada persona en
todas sus dimensiones y de todas las personas que componen la sociedad. De ahí
que la Carta prescriba que es tarea del Estado “contribuir a crear las condiciones
sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad
nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los
derechos y garantías que esta Constitución establece”. En segundo término,
estimamos que el concepto de bien común que asume la Constitución, significa
hacer suya el discurso del republicanismo antiguo (bien común = res publica), lo
que está ligado a la comunidad política medieval y, más precisamente, a las ideas
aristotélico-tomistas, más asociadas a un personalismo trascendente-estamental.
Además, los estamentos sociales que vieron nacer la idea de bien común (y que
pretendían lograr un equilibrio, por esta vía, a la sociedad estamental de la época),
son incompatibles con el desarrollo de la actual sociedad moderna, pluralista,
dinámica y altamente difusa.
En lo concerniente a los deberes del Estado, el inciso final del artículo 1º destaca
que, dentro de la concepción instrumental que lo inspira y teniendo como
fundamento la dignidad y derechos de las personas y el bien común de éstas, el
Estado debe “resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la
familia, propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración armónica de
todos los sectores de la Nación y asegurar el Derecho de las personas a participar
con igualdad de oportunidades en la vida nacional”
Así, por ejemplo, el Tribunal Constitucional (en fallo de 26 de junio de 2001, Rol Nº
325 sobre la “restricción de vehículos catalíticos”) ha señalado que en situaciones
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Del mismo modo, la Constitución indica que “su administración será funcional y
territorialmente descentralizada, o desconcentrada en su caso, en conformidad
con la ley”. Con ello se incorporan los conceptos de descentralización y
desconcentración, como paliativos al concepto de centralización propio del Estado
unitario.
legitimidad del poder y la validez del Derecho. En este sentido la validez del
Derecho interno estatal encuentra su limitación en los tratados internacionales
sobre Derechos Humanos.
A la luz de la norma del art. 5º inc. 2º, se plantea el problema de descifrar ¿si la
enmienda introducida a dicha norma elevó o no a rango constitucional los tratados
internacionales sobre Derechos Humanos?
Sin embargo, este argumento sería de poco peso, ya que bien podría sostenerse
que un tratado en materia de Derechos Humanos se convierte en un
procedimiento secundario de Reforma Constitucional, establecido por el propio
constituyente al realizar la reforma de 1989, distinto del procedimiento derivado del
capítulo XIV de la Constitución.
promovidos por los órganos del Estado. Por ende, los tratados internacionales
mantienen la jerarquía de leyes (...) En virtud de la disposición en cuestión no
puede reformarse la Constitución, ya que no se establece ningún mecanismo de
reforma de la misma. Lo que sucede es que son los derechos esenciales los que
tienen rango constitucional y no los tratados internacionales y, además, no es el
Derecho Internacional el que determina cuando estamos en presencia de un
derecho esencial, puesto que si así fuera, se estaría reconociendo a la comunidad
internacional la posibilidad de ampliar la Constitución interna o de reformarla en
materia de derechos esenciales y no puede interpretarse la Constitución sin
respetar sus propios principios, en especial, el de supremacía constitucional”.
Sobre el particular también se ha dicho que “es un error el sostener que una
Constitución no puede establecer disposiciones diferentes para regular los
tratados en general, por una parte, y los tratados de Derechos Humanos, por otra,
sobre todo cuando hay diferencias tan substanciales en la naturaleza de los
últimos comparados con los primeros. La diferencia más significativa que justifica
una normativa disímil es que estos tratados no generan derechos y obligaciones
recíprocas entre los estados, sino que, por el contrario, crean, por una parte,
obligaciones de los estados para con los individuos que se encuentren bajo su
jurisdicción, los que adquieren a su vez derechos en contra de los primeros; y
conceden, por otra, derechos a los estados, para reclamar ante las instancias
internacionales correspondientes cuando un determinado estado parte ha
presuntamente violado el orden público internacional sobre Derechos Humanos”.
Otra opinión sobre el tema es la que señalan ex Ministro del Interior y ex Ministro
de Relaciones Exteriores José Miguel INSULZA y el Constitucionalista Humberto
NOGUEIRA, entre otros. Esta postura señala que ante la ausencia de una norma
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Ver actual Artículo 93 Nº 1 y Nº 3 de la CPR.
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Ver actual Artículo 93 Nº 6 y Nº 7 de la CPR
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Por último, al respecto cabe puntualizar que si bien los tratados internacionales
son, por regla general, equivalentes a las leyes puras y simples, esto ocurre con
excepción de los tratados que hagan referencia a Derechos Humanos. Por lo
tanto, el artículo 5º inciso 2º es una salvedad a lo dispuesto en el artículo 50 nº 1
de la Carta, por cierto que bajo condición de cumplir los requisitos ya señalados.
Por esta razón, como indica José Luis CEA, “que, cuando un derecho esencial o
fundamental está asegurado por la Constitución y también por un tratado,
entonces es indiferente cuál de ambos textos se invoca, pues repiten el mismo
concepto, con idéntica intención, aunque la redacción de los textos pueda diferir
en aspectos adjetivos (...) Pero es distinta la situación cuando un derecho esencial
está consagrado en un tratado ratificado por Chile y vigente en nuestro país,
derecho que, sin embargo, no se halla contemplado en texto expreso de la
Constitución. En esta situación de falta de coincidencia entre un tratado y la
Constitución ¿cuál prevalece? Si el tratado versa sobre derechos esenciales de la
persona, la respuesta es en nuestra opinión, que prima siempre el tratado, porque
se encuentra comprendido en el artículo 5º inciso 2º del Código supremo, el cual,
resulta ser, como parte del Capítulo I, jerárquicamente superior al resto de la
Constitución. Es decir, las normas de ese tratado son Constitución en sentido
material e, incluso, también en sentido formal. Existe complementación de uno y
otro texto, armonía entre ambos que conduce al fortalecimiento, exposición y
mayor vigencia de los derechos de la persona y de sus garantías”.
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Ahora bien, para abordar los presupuestos constitucionales sobre esta materia, se
deben distinguir los siguientes aspectos:
Para analizar esta disposición hay que determinar los dos conceptos
fundamentales que contiene, teniendo como apoyo lo que se ha indicado al
respecto por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional.
De su inciso primero, que establece que “los órganos del Estado deben someter
su acción a la Constitución y a las normas dictadas conforme a ella, y garantizar el
orden institucional de la República”, se desprenden dos tópicos relevantísimos: el
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El inciso tercero y final, cierra el artículo 6º indicando que “la infracción de esta
norma generará las responsabilidades y sanciones que determine la ley”; es decir,
consagra el principio de responsabilidad que es inherente a todo Estado de
Derecho. Quien ejerce el poder es responsable de ejecutar sus actos conforme al
ordenamiento jurídico (esto es, la llamada “constitucionalidad de la acción”); su
actuación al margen de la juridicidad permite hacer efectiva la responsabilidad
administrativa, penal, civil o política y aplicar las correspondientes sanciones. Esto
trae como consecuencia, que las actuaciones de los poderes públicos debe ser,
en general, controlada jurisdiccionalmente, es decir, debe verificar la conformidad
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El primer requisito significa que la toma de posesión del cargo debe ser previa y
regular, es decir, antes de ejercer el cargo y, además, la asunción del mismo debe
efectuarse en la forma que determine el ordenamiento jurídico. Como sucede, por
ejemplo, con el Presidente de la República en el artículo 27 inciso 4º.
Respecto a esta temática, el profesor CEA señala que esta disposición debe ser
interpretada en un sentido amplio, es decir que ella abarca todo acto u omisión
ocurrido en contravención al artículo 7º y no sólo con lo preceptuado en su inciso
2º. Además para este autor la interpretación amplia incluye tanto las infracciones
externas, formales o de procedimiento como las de índole interna, sustantiva o
que se refieren al fondo de las decisiones y conductas respectivas.
Durante las reformas del año recién pasado, se decidió consagrar en aquella
disposición vacante, dos principios fundamentales relativos al accionar de los
órganos del Estado en el cumplimiento de sus funciones: la probidad funcionaria y
la publicidad de las actuaciones de los órganos del Estado. Es así como el inciso
primero del nuevo texto señala, “El ejercicio de las funciones públicas obliga a sus
titulares a dar estricto cumplimiento al principio de probidad en todas sus
actuaciones”. La probidad, en el sentido constitucional, hace alusión a la “conducta
exenta de vicios de toda índole que deben observar todos quienes ejerzan
funciones públicas”, debiendo actuar y promover la transparencia en el
desempeño de sus labores para garantizar de este modo, un mayor respeto a los
derechos fundamentales de las personas. Lo anterior armonizado con el artículo
1º, inc. 4º de la Constitución que consagra el “Principio de Servicialidad del
Estado” en relación con la persona humana y con el artículo 5º, inc. 2º que señala
que “es deber de los órganos del Estado respetar y promover los derechos
esenciales que emanan de la naturaleza humana”.
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Por otra parte, cabe señalar que aunque la norma citada señale que la probidad
obliga a los “titulares” de funciones públicas, ésta expresión no debe entenderse
en un sentido restringido, sino más bien, referida a todos quienes ejerzan
funciones públicas, ya sea como titulares o integrantes de los distintos órganos del
Estado. La titularidad va referida a la función y no a la calidad que el agente
ocupe dentro del órgano respectivo.
ordinaria o de una norma infralegal sería inconstitucional, tanto por vicios de forma
como de fondo. Además, la excepción a este principio constitucional de publicidad
y su correlativa restricción al derecho de “libre acceso a la información” sólo puede
darse en virtud de las causales excepcionalísimas que la Constitución señala
taxativamente en el mismo artículo 8º.
amnistía, la cual extingue por completo la pena y todos sus efectos”; y Nº 4 “Por
indulto. La gracia del indulto sólo remite o conmuta la pena, pero no quita al
favorecido el carácter de condenado para los efectos de la reincidencia y demás
que determinen las leyes”.