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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos
Al Staff Excomulgado: Marifj22, Mdf30,
Marisaruiztejada y Nelly Vanessa y por la
Traducción, Pau Belikov por la Corrección de la
Traducción, Bibliotecaria70, Laavic y Pily1 por la
Corrección, Leluli por la Diagramación y la

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


Lectura Final de este Libro para El Club De Las
Excomulgadas…

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que


nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras
Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan
siempre. A Todas….

¡¡¡Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Aviso Excomulgado
El Club de Las Excomulgadas ha realizado
este proyecto de fan traducción Sin Ánimo
De Lucro Alguno.

Está hecho por Fans para Fans, Siendo su

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Distribución Complemente Gratuita.

No ha tenido en ningún momento el objetivo


de quebrantar la propiedad intelectual del
autor o reemplazar el original. Su Único fin
es incentivar y entretener con la lectura en
nuestro idioma.

Así mismo las Incentivamos a Comprar Las


Obras de Nuestras Autoras Favoritas, ya
sea en el idioma original o cuando estén
disponibles en español, para seguir
disfrutando de estas grandes novelas.

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El Club de las Excomulgadas

Argumento
Cuando Diamond da su vida en un acto desinteresado, se le concede su más
ferviente deseo: convertirse en una mujer para poder ganar el corazón de su amado
amo.

Pero convertirse en un ser humano no es tan fácil como parece. Trampas y


más trampas acechan por todas partes mientras ella lucha por superar su naturaleza
interna. Si falla esta prueba, volverá a convertirse en un gato, y entonces, perderá el
amor de Eddie para siempre.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 1
Diamond rodó en su parche de hierba favorita, la luz del sol del sur de
Florida calentando su vientre. Extendiendo su pata ampliamente sobre un trébol de
cuatro hojas, lo agarró con su dedo suplementario. Un gato polidáctilo, disfrutaba
de sus patas especiales.

Los gritos ahogados de un niño atravesaron el aire, casi ensordeciéndola,


enfriando su alma. Gruñidos horribles la mortificaron, congelando su sangre.
Entonces lo olió. Moho y muerte. El demonio del barrio había vuelto, cazando sin

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piedad a una nueva víctima.

La alarma la inundó, se arrastró más cerca del sonido, su corazón en la


garganta. Los aterrorizados gritos pertenecían al niño que vivía al lado, a ese que le
gustaba abrazarla hasta que casi la asfixiaba.

No sabía lo que un gato podría hacer para frustrar a un voraz caimán, pero
no podía mantenerse al margen y dejar que el ogro hiciera daño al niño.

Maullando tan fuerte como pudo, pidió refuerzos, esperando que ya no


fuera demasiado tarde. Siempre y cuando el niño gritara, todavía estaba vivo.
Mientras hubiera vida, había esperanza, aunque fuera escasa.

Pasando disparada a través del césped, saltó por encima de la cerca, golpeó
el suelo y se quedó mirando la horrible escena, su pelaje erizado. La letal criatura
perseguía al niño a una velocidad asombrosa. Era mucho más ágil de lo que el
voluminoso curtido tenía derecho a ser. Las enormes mandíbulas abiertas
ampliamente, y Diamond sabía que el joven no tenía ninguna defensa contra sus
asquerosos dientes afilados, como navajas. La gigantesca criatura se lo tragaría
entero. La única posibilidad del niño era si alguien tomaba su lugar; ahora. Los
segundos de su vida seguían haciendo tic tac perdiéndose.

No había nadie más a la vista, humano o animal. ¿Dónde estaba el apestoso


perro Napoleón cuando lo necesitaba? Nunca perdía una oportunidad para hacerle la
vida imposible, pero al menos podía ayudarla en una extrema emergencia. Eddie
debía haberlo encerrado.

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El Club de las Excomulgadas
El terror la envolvió. Rezando para que fuera reencarnada y subiera de
categoría en su siguiente vida, Diamond se lanzó entre el muchacho y el monstruo,
sus garras afiladas y listas para triturar sus ojos desalmados. “Lucha contra alguien
que pueda defenderse, monstruo”. Exponiendo sus colmillos, arqueó su espalda y sus
orejas se aplanaron contra su cabeza.

—Un aperitivo antes del plato principal. —La asquerosa criatura se burló,
azotando su larga cola.

— ¡Corre! —le gritó al chico catatónico, frustrada porque no podía


entenderla. ¿Por qué, oh, por qué los humanos no podían entenderla? Ella los entendía.

Reuniendo su valor, la adrenalina se apoderó de su cuerpo. Gritó para

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distraer al monstruo, reflejándose valientemente en sus ojos negros y desalmados.
Su cola apuntada al cielo rígidamente. Su pelaje blanco erizado sobre su espalda
arqueada. Sus ojos normalmente claros brillaban casi tan oscuros como los del
caimán.

Gruñendo, sus garras completamente extendidas, sus colmillos listos, golpeó


el largo hocico del monstruo mientras siseaba:

— ¡Déjalo en paz!

Largas, profundas cicatrices grabaron el curtido hocico. Con un gruñido de


dolor, el demonio se giró hacia ella, chasqueando sus enormes fauces. Nunca había
visto una boca tan enormemente horrible. La bestia casi podía tragar al niño entero.
Seguramente a ella la ingeriría de un solo bocado.

Crujientes dientes desgarraron su carne, y un dolor insoportable la inundó.


Alivio cortó a través del agonizante dolor cuando el padre del niño corrió y apartó
a su hijo a un lugar seguro y luego trató de sacarla haciendo palanca de las
mandíbulas de la criatura. Queriendo ser valiente, trató de no llorar, pero fue en
vano. Nunca siquiera había soñado que un dolor tan insoportable pudiera existir.
Al final, afortunadamente, la oscuridad descendió.

***

—Lo has hecho bien, mi preciosa Diamond. Tu noble sacrificio salvó al


niño —la más hermosa voz melosa que Diamond jamás había oído la envolvió en

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seda.

Abrió un ojo y miró detenidamente en dirección a la embriagadora voz. Su


visión borrosa lentamente se despejó. La humana más encantadora que hubiera
visto alguna vez le sonreía serenamente. El ser angelical parecía flotar sobre
mullidas nubes blancas. Rayos de la luz del sol perforaban su transparente y
brillante cuerpo. Mechones de cabello como cuervo se rizaban sobre sus hombros
hasta su cintura estrecha.

La memoria de Diamond volvió a trozos. Destellos del chiquillo


aterrorizado, tratando de escapar de un monstruo, la apuñalaron. Entonces vio
unas fauces enormes y filas de dientes espantosos. Estremeciéndose, apretó sus ojos

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fuertemente cerrados contra las horribles imágenes que la bombardearon.

—No te asustes, pequeña. Estás a salvo aquí.

¿Aquí?

Diamond se atrevió a echar otro vistazo a su alrededor aéreo, y se dio cuenta


que, también, flotaba en meras briznas de aire. Asustada, clavó sus uñas para
agarrarse, sus patas cortaron el invisible aire. El oxígeno llenó sus pulmones pero
no podía exhalarlo. Jadeando, le preguntó a la mujer:

— ¿Dónde es aquí?

—Estás en el Cielo, mascota mía. Me llaman Venus, la Diosa del amor. Yo


te traje aquí. —Una sonrisa brillante curvó los hermosos labios de la diosa y
encendió sus exquisitos rasgos.

— ¿El Cielo?

¿Dónde estaban todos los ratones de oro? ¿Los cuencos de oro de leche fresca? ¿La
carne cruda cortada en pedacitos del tamaño de un bocado?

Entonces un pensamiento mucho más conmovedor la golpeó de lleno en el


pecho, haciendo que su corazón doliera insoportablemente.

— ¿Nunca volveré a ver a mi amo Eddie otra vez? ¡Pero estará muy triste!
¿Qué hará sin mí? ¿Quién va a cuidar de su casa? ¿Contra quién se acurrucará por
la noche?

—Un alma verdaderamente noble. —Venus sonrió satisfecha sobre ella—.

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Tu preocupación está aún con tu amo.

Diamond no estaba exactamente segura de cuán nobles eran sus


sentimientos en lo que respecta a su amo, así que cubrió sus ojos de la mirada
exigente de Venus. Había lamentado cada noche no poder estar en su cama, en sus
brazos en un ambiente totalmente diferente; que ella pudiera ser una mujer
humana…

Venus la recogió en sus sedosos brazos y jugó con el dedo suplementario de


Diamond. Le susurró en su oído, su aliento cálido y haciéndole cosquillas:

—Puedo leer tus pensamientos.

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¡Imposible!

Los ojos de Diamond se agrandaron. Curvó su pata alrededor del dedo de la


mujer. Sus bigotes se movieron nerviosamente mientras su cola se envolvía
alrededor de su cuerpo. Nunca antes un ser humano había podido leer sus
pensamientos. Por supuesto, nunca había sido capaz de conversar con un humano
antes, tampoco. Este Cielo era el lugar más extraño que jamás había visto, y eso
incluía a todas las imágenes en movimiento que había visto en esa pequeña caja de
la sala de estar de Eddie que la transportaba a destinos lejanos.

Venus dijo:

—El Cielo está más allá de tus sueños más queridos. Estamos en el área de
recepción. Pero me pregunto… no era tu hora de morir. Tenías que pasar varios
años más en la Tierra.

Diamond contuvo el aliento. ¿Significaba eso que la diosa podría devolverla a su


amo? ¡Qué maravilloso!

Venus le frotó detrás de sus orejas, haciendo que ronroneara.

—Um… ¿puedo enviarte de vuelta? —La bella miró fijamente al espacio,


con la mirada turbia.

Diamond contuvo la respiración esperando con toda su alma. ¡Por favor!


Quería ver a Eddie tanto que dolía.

Después de un largo momento, Venus miró abajo hacia ella.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Te gustaría volver a la Tierra como un ser humano?

Diamond parpadeó. Siempre había esperado poder ser una mujer humana
para poder amar a Eddie, pero no se había atrevido a soñar que su fantasía alguna
vez pudiera convertirse en realidad. Habría saltado a las fauces del cocodrilo antes
si lo hubiera sabido.

—Me encantaría y estaría eternamente agradecida. Pero, ¿dónde viviré?

—Dondequiera que quieras vivir, por supuesto. Como ser humano, tendrás
la libertad de elegir por ti misma. —Una brisa suave movió las faldas de Venus
alrededor de sus piernas.

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— ¿Con Eddie? —El latido del corazón de Diamond se convirtió en un
sofocante redoble de tambor ante la idea de vivir con Eddie como una hembra
humana.

La diosa retiró los mechones sueltos de cabello oscuro de sus ojos.

—Eso no te lo puedo garantizar. Pero puedo devolverte a su barrio, y


entonces tendrás que hacer tu propio camino. Date prisa y decide, tengo otra
misión presionando a la espera de mi atención.

— ¡Sí! —Diamond saltó de gozo. Cualquier oportunidad era mejor que


nada. Echaba de menos a Eddie tanto, que apenas podía respirar.

—Encuentra una manera de hacer que Eddie te ame, pequeña. Se ese


espíritu dulce y suave que eres, y él verá el tesoro que eres. ¿Todavía quieres que te
cambie en un ser humano? Di las palabras.

— ¡Sí, por favor! Usaré todas mis artimañas para hacer que Eddie se
enamore de mí. Acariciaré su cabeza y me acurrucaré en su regazo. Lo lameré por
todas partes. Cazaré para él. Mi amo no será capaz de resistirse.

Un leve ceño fruncido tiró de los labios de Venus, estropeando su impecable


cara.

—Una advertencia, mi Diamond. Una vez que te transforme, serás humana


en el exterior y tendrás muchos rasgos humanos, pero tu corazón y alma siempre
serán parte felinos. Si quieres encajar y tomar tu nuevo lugar legítimo, debes
protegerte contra tu vieja naturaleza. Con el tiempo, se hará más fácil, pero tienes

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El Club de las Excomulgadas
mucho que aprender. El mundo humano es complejo.

Las esperanzas de Diamond se estrellaron.

— ¿No crees que pueda adaptarme? Pero he vivido con los seres humanos
durante toda mi vida. Conozco a los humanos tan bien. —Había prestado mucha
más atención a los humanos que a sus hermanos que habían pensado que su
obsesión con su amo y su especie era demencial.

—Sin embargo, aún hablas de cazar para alimentarte, y lo llamas “mi amo”.
Los seres humanos rara vez cazan, especialmente no las mujeres de hoy en día…

¡Qué retroceso!

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—Las mujeres nacen para cazar, era su deber atrapar la comida para su
familia.

La diosa con el cabello del color del cuervo sacudió su cabeza.

—No en el mundo humano. Las mujeres humanas abren cajas y latas para
comer, en vez de recolectar alimentos. Piden comida a los restaurantes. Tienes
mucho que aprender.

Venus golpeteó su dedo contra sus labios y se paseo delante de Diamond.

—Quizás me precipité demasiado con mi recompensa. Quizás los gatos no


pueden encajar en el mundo humano. Ni siquiera sabrás cómo leer, o escribir… o
cocinar. —Venus mordisqueó su labio y se arrodilló al lado de Diamond.

¡No! No podía cambiar de opinión ahora.

La alarma golpeó a través de Diamond, levantándose sobre sus patas


traseras para acariciar la mejilla de Venus con una pata suave.

—No puedes prometerme la luna y las estrellas y luego arrancármelas. Sé


que puedo aprender. Por favor, dame una oportunidad. Nadie podría amar a mi
amo de la manera que yo lo hago.

— ¿Y no me culparás si todo no es perfecto? ¿Si Eddie no cae desesperada e


irrevocablemente enamorado de ti? ¿Si no encuentras el mundo humano tan a tu
gusto como soñabas? —La indecisión cruzó los preocupados ojos de Venus.

Diamond sostuvo su pata sombríamente.

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—No te reclamaré nada, su gracia. Estaré agradecida por una segunda
oportunidad de vivir, de estar simplemente con mi amo, si me elige como su
compañera verdadera o no.

La indecisión vaciló a través de los ojos oscuros de Venus.

—Tus emociones se intensificarán. Tu corazón se hinchará y serás capaz de


aguantar mucho más dolor del que nunca imaginaste.

—Estoy segura. Por favor, conviérteme en una mujer. Estoy ansiosa por ver
a qué me pareceré.

Una sonrisa indulgente brilló en la cara de la diosa.

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— ¿No echarás de menos tu exquisito pelaje?

Diamond sacudió su cabeza enérgicamente.

—Será más fácil mantenerme limpia, y no estaré tan caliente en el momento


más cálido del año.

— ¿No echarás de menos tus bigotes?

—No trataré de arrastrarme bajo las camas y en sitios estrechos. —No lo


necesitaría.

— ¿No echarás de menos tu agilidad? No serás capaz de correr tan rápido o


saltar tan alto.

—Pero seré capaz de elevarme a las alturas del amor y adquirir


conocimientos más allá de cualquier otro gato desde la creación del universo.

Los labios de Venus se curvaron hacia arriba ante eso, y ella asintió en
aprobación. Luego se puso seria otra vez.

—No vas a tener nueve vidas otra vez.

— ¿Tenía nueve vidas cuando del cocodrilo me tragó? Estoy aquí, ¿no?

—Sí, mi pequeña Diamond. Tienes razón. —La diosa dio un golpecito de su


dedo contra su pleno labio inferior—. Tengo que poner una condición. Te daré seis
meses para ganar el amor del varón humano. Si en ese tiempo, no lo has logrado,
deberás volver a tu antiguo ser y vivir el resto de tus días como un gato. ¿Estás de
acuerdo con mis términos?

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¡Oh, sí!

Diamond podría encontrar el amor en seis meses humanos. ¿Después de todo


era el equivalente de tres años y medio permaneciendo como humano? Diamond lamió sus
labios, sus bigotes moviéndose nerviosamente con impaciencia.

—Estoy de acuerdo. ¿Cuán pronto puedo volver?

— ¿Por qué no ahora? —Venus colocó al gato suavemente sobre sus patas,
retrocedió unos pasos y golpeó su cabeza con un cetro de oro. Una luz radiante
salió, bañando a Diamond con su luminiscencia.

La anticipación salvaje se disparó a través de ella, comenzando en su

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corazón y girando hasta la punta de su cola, que estaba hacia arriba en línea recta.

— ¿Todavía tendré pelaje blanco?

—Cabello, Diamond. Vas a tener que vigilar cada palabra que salga de tu
lengua para que no te delates a ti misma. Los humanos no tienen pelaje. Tendrás
cabello ahora, y sí, serás una rubia platino. No voy a cambiar tu esencia. Tus ojos
aún serán ámbar también. Descúbrelo por ti misma.

Extrañas sensaciones temblaron por la espalda de Diamond, sacudiendo su


corazón. Sus patas cambiaron, hinchándose, y latiendo. El pelaje se encogió y
simplemente desapareció ante sus asombrados ojos dejando una carne rosada
lampiña y lisa. Sus garras se retrajeron y luego los dedos de los pies se alargaron en
unos delicados dedos, un pie humano. Los dobló, y sintió mucha más agilidad que
los de que sus patas nunca tuvieron.

Se giró cuando su cola empezó a palpitar. Se metió en su cuerpo mientras su


torso se estiraba y retorcía en formas nuevas. Sus patas se dividieron, las traseras
haciéndose largas y curvilíneas, las delanteras brotando como los dedos de sus pies
lo habían hecho justo segundos antes. Entonces sus tetillas se aplanaron, excepto
dos que se redondearon en dos exuberantes orbes en forma de melón. Parpadeó
hacia abajo, estaba bien dotada, desnuda, y cubrió los rizos plateados entre sus
piernas con su nueva mano.

—Ahora estás rehecha a mi imagen. —La resplandeciente sonrisa de Venus


la bañó. La diosa la rodeó, y miró de cerca—. Debo decirte que eres una mujer

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hermosa.

¡Qué maravilla!

Complacida, una gran sonrisa tiró de los labios de Diamond. Hizo una
profunda reverencia en homenaje.

La forma de un hombre brilló a su atención al lado de Venus. Transparente


como la mujer, la luz del sol cruzaba a través de él. También llevaba una sábana
blanca envuelta alrededor de él y una hoja de parra rodeaba su cabello, plateado
como la luna. A diferencia de la bella diosa, un ceño empañaba sus perfectos
rasgos.

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— ¿Qué te está tomando tanto tiempo, Vee? Padre ha estado buscándote en
cada centímetro del Cielo.

Suspirando, Venus dijo:

—Parece que estoy siendo convocada, por tanto es el momento de que


regreses. —La diosa la besó en la mejilla y la miró con mucho amor—. Buena
suerte. Sé feliz. Y ten cuidado. Recuerda, solo tienes seis meses para hacer que
Eddie se enamore de ti.

Diamond asintió y tragó saliva, apartando la duda constante de que seis


meses no le dieran el tiempo suficiente. En el tiempo de los humanos, no era
mucho, o así le había oído decir a él.

—Haré todo en mi poder para que Eddie se enamore de mí. —Qué ganas
tenía de que la abrazara y la hiciera estremecerse con besos largos, que
estremecieran su alma, estar bajo su hechizo.

—Tienes un alma poco común. No me arrepentiré de darte esta


oportunidad. —El resplandor interior de la bella irradió hacia el exterior, bañando a
Diamond en su calor.

—Voy a hacer que te sientas orgullosa de mí. —Con el corazón henchido de


esperanza y alegría, sintió un hormigueo por todas partes. Pronto estaría con Eddie
y la amaría tanto como ella lo amaba.

—Ven, hermana —dijo el hermano de Venus, su voz resonando con


fastidio—. Padre cada vez se está impacientando más. Sabes que piensa que estás

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El Club de las Excomulgadas
loca por convertir a los gatos en humanos y a los humanos en sapos. Todavía está
furioso por la vez que convertiste a ese príncipe en una rana, y él parloteó sobre sus
proezas para ese bardo de labios sueltos que las extendió por todo el país.

Venus puso los ojos en blanco e inclino una sonrisa traviesa en dirección a
Diamond.

—Padre debería superarlo ya. Fue hace cerca de un milenio atrás. Y convertí
al charlatán en un dragón para que lo único que pudiera soltar fuera su aire
caliente.

El joven, que parecía mucho más sabio y corto en perder los estribos, miró
detenidamente al sol que bajaba.

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—El tiempo se acaba. Haz lo que debas, pero no me metas en tus aventuras.
No necesito la ira de Padre sobre mi cabeza. Su memoria es eterna.

—Él debería ser tan largo en el perdón. Mil años es demasiado tiempo para
guardar rencor. No es de extrañar que tenga tan terrible ardor de estómago. —
Venus agitó su mano con un floreo, y un espejo se cernió sobre su nariz—. Mira lo
guapa que te ves como una humana.

Diamond miró detenidamente la impecable piel alabastrina, las mejillas


sonrosadas del color de las flores del cerezo y los exuberantes labios, rosados como
las petunias del jardín de Eddie. Fiel a la palabra de Venus, el cabello de su cabeza
era plateado. No marfil como su pelaje había sido, pero ligeramente más de un
matiz dorado. Con todo, se convertía en una humana impresionante.

—Me apruebo. —Esperemos que Eddie lo hiciera también.

—Cuando cuente tres, aparecerás de nuevo en la Tierra. Buena suerte. Que


el amor florezca entre vosotros. —La diosa la abrazó y su aliento dulce hizo
cosquillas en el liso cuello de Diamond.

Venus dio un paso atrás y le guiñó un ojo mientras una sonrisa soñadora
curvaba sus labios.

—Recuerda, la gente concina su carne y come con tenedores. No comen las


cabezas u ojos. Y beben sus líquidos, no lo hacen a lengüetadas con sus lenguas.

Diamond no pudo evitar la sonrisa melancólica que curvó sus labios.

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Pronto, consideraría a Eddie en un nivel mucho mayor.

La diosa tocó a Diamond con la varita otra vez, cantando:

—Uno. Dos. Tres.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 2
Eddie limpió la suciedad de sus manos en sus vaqueros. Su corazón
dolorido, ofreció una oración solemne en honor a su amada gata. Su fiel perro
Napoleón estaba sentado a su lado. Un raro gato del tipo Hemmingway1, su
Diamond había sido un gran modelo y una mascota aún más maravillosa. La
pequeña estatua que había colocado en su lugar de descanso favorito bajo el árbol
de ficus la conmemoraría y la mantendría en su corazón para siempre. La única
portada de revista que había vendido había sido de ella, por lo que ahora serviría

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como un maravilloso homenaje. No sabía si tendría el corazón para presentar las
fotos finales para la publicación. Probablemente solo las colgaría en su galería
privada.

Napoleón ladró con excitación, y corrió a la parte trasera del patio. Saltó
sobre la alambrada, meneando su cola rechoncha, y emanando una felicidad que
Eddie deseaba poder sentir de nuevo.

Eddie lo miró durante unos segundos, y cuando no vio nada, terminó el


servicio. Probablemente más patos nadando por el canal. No se necesitaba mucho
para excitar a un perro.

Cuando se giró para regresar a la casa y limpiarse, Napoleón comenzó a


ladrar en serio. Curioso, Eddie se encaminó a la parte trasera del patio para
comprobar de qué se trataba el escándalo. Un movimiento junto al borde del agua
llamó su atención, y se movió con precaución, incluso aunque estuviera en su patio
vallado. Desde el reciente incidente en el que había perdido a su Diamond, vigilaba
el canal muy de cerca por si podia evitar otra tragedia.

¿Qué demonios?

Parpadeó, y volvió a mirar. Podría jurar que una mujer desnuda se paseaba
junto a la orilla.

Meciéndose hacia atrás sobre sus piernas, su pulso se aceleró. Era todo lo

1
Tipo de gato con un dedo más suplementario en sus patas.

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El Club de las Excomulgadas
que podía hacer para reprimir un silbido de admiración. Un montón de cosas
extrañas habían estado pasando en su tranquilo barrio últimamente, pero todavía
no podía creer a sus propios ojos. Tenía que estar soñando.

Pero, ¡oh, qué visión! Si estaba soñando, no quería despertarse nunca. Cabello
dorado besado por el sol rozaba las proporcionadas caderas del espejismo. La
cortina sedosa escondía su cuerpo en un paso, y luego se abría para revelar sus
exuberantes pechos con los pezones rosados en la punta al siguiente. Chispas de oro
brillaban en su cabello con cada balanceo de sus caderas.

Tenía que estar alucinando. Había estado trabajando como un esclavo


demasiado tiempo bajo el sofocante sol de Florida del Sur. Debía haber horneado

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su podrido cerebro. ¿Había desperdiciado meses buscando una modelo, y ahora imaginaba
que este regalo simplemente había caído del cielo para su beneficio personal? ¡Estaba
enloqueciendo definitivamente!

Aún así, sería un tonto si dejara que esta visión se alejara sin intentarlo.
Había renunciado a encontrar a la mujer adecuada para modelar la nueva línea de
trajes de baño que había sido encargado de fotografiar.

—Gracias, Dios —murmuró en voz baja, poniendo su pena en un segundo


plano hasta que estuviera en mejores condiciones para enfrentarse a ella.

Poco a poco, la niebla que enturbiaba su cerebro se levantó. Si alguien más


viera a esta ninfa desnuda en un barrio suburbano, llamaría a la policía. Él, por el
contrario, pensaba que la mujer desnuda estaba extremadamente decente, pero
sabía que los policías no estarían de acuerdo. Los payasos la arrastrarían a la
central de la ciudad, la acusarían por exhibición impúdica y la asustarían
mortalmente.

Peor aún, no era seguro para una mujer caminar por ahí desnuda en Fort
Lauderdale, ni siguiera por este pequeño barrio normalmente somnoliento.
Tampoco este canal era muy seguro para pasar el rato. Solo el otro día, lo
impensable casi había pasado cuando un caimán había salido de su seno y
amenazado al chico del vecino. En el proceso, el monstruo había asesinado a su
mascota y todavía le dolía por el pequeño gato dulce que solía ronronear como una
motora, calentando su corazón. Incluso extrañaba la forma en que solía frotarse

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El Club de las Excomulgadas
contra sus tobillos cuando competía con Napoleón por su comida.

Decidido a poner su mente en conocerla y jugar un poco al caballero de


brillante armadura, la siguió.

—Te ves un poco perdida, Lady Godiva. ¿Necesitas ayuda?

Una sonrisa angelical cruzó los labios de la ninfa, guerreando con las
preguntas en sus ojos.

— ¿Lady Godiva?

¿Nunca había oído de Lady Godiva? ¿De qué planeta había venido?

—Realmente no deberías pasear por aquí así.

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Lady Godiva echó un vistazo a su figura desnuda y se sonrojó con gracia.

—No tengo ropa.

Tragó saliva, y sus manos se pusieron húmedas. ¿Cómo podía alguien no tener
nada de ropa? Se quitó su camisa, la puso sobre ella, y la abrochó. Sus faldones
apenas caían por la coyuntura de sus piernas. Sus pezones se destacaban contra el
suave algodón haciendo el conjunto casi más erótico que su completa desnudez.

A esta corta distancia, su cautivador aroma flotaba por el aire alrededor de


él. Solo un toque de agua salada se aferraba a ella. Tal vez era una sirena que había
nadado tierra adentro por equivocación. Esto tenía casi tanto sentido como
cualquier otra cosa.

¿Una sirena? Estaba enloqueciendo de verdad. Se sacudió mentalmente,


tratando de borrar las imposibles fantasías lujuriosas de su mente.

—Gracias. —Cuando la belleza deslumbrante se lamió sus carnosos labios,


sonriéndole, su corazón se derritió y su pene se puso de pie en alerta completa.
Levantó sus grandes ojos ambarinos hacia él, tan hermosos que podría ahogarse en
ellos—. No sé.

Bizarro. Era la mujer más bella que había visto jamás, pero también era la
más extraña.

— ¿No sabes si te puedo ayudar?

Sacudió la cabeza despacio, atrapando los rayos de sol en su cabello muy

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El Club de las Excomulgadas
rubio. El temor brilló en sus ojos cuando miró alrededor como si nunca hubiera
visto tales cosas antes. Él volvió a inclinarse hacia una teoría del más allá.

—Se ve tan pequeño.

¿Pequeño? ¿Comparado con qué? Los pinos rozaban el cielo en su patio trasero
mientras el sol moteaba la hierba a través de su sombra cubierta de musgo.

—Esto es Fort Lauderdale. —Parte de la gran metrópoli de Miami, Fort


Lauderdale, no era exactamente una pequeña ciudad.

—Es agradable.

Definitivamente bizarro. Si se quedaran aquí fuera mucho más tiempo,

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alguien llamaría a la policía. No era una opción.

— ¿Vives por aquí?

La tristeza revoloteó sobre los hermosos labios carnosos de Lady Godiva.

—En mi otra vida.

¿Ahora estaba reencarnada?

— ¿Estás visitando a alguien en el vecindario? ¿Qué tal si te acompaño a la


casa? —Una pesada ansiedad se agitó en su mente. No podía decir por qué, pero
esta mujer levantaba sus instintos de protección. Tal vez porque se veía tan
inocente, tan ingenua.

Ella metió su glorioso cabello detrás de su oreja, su sonrisa desvaneciéndose


en una línea sombría.

—No tengo ningún lugar donde ir. No hay lugar donde puedas llevarme.

— ¿Cuándo fue la última vez que comiste? —maldijo por lo bajo ya que
parecía que esta hermosa mujer estaba sola.

Ella frunció el ceño y pareció mirar hacia dentro.

—No recuerdo cuando. ¿Tal vez ayer?

Su propio estómago gruñó en compasión. Esta damisela en apuros estaba


definitivamente necesitando un rescate, no era su línea habitual de trabajo.

—Es asombroso que todavía puedas mantenerte en pie.

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El Club de las Excomulgadas
Preocupado porque retrocediera, levantó su mano hacia ella despacio.
Encantado cuando puso su pequeña, delicada y cálida mano en la suya
confiadamente, colmándola con su sonrisa. Corrientes eléctricas se dispararon por
su brazo.

—Ven conmigo. Vamos a conseguir un poco de comida para ti antes que


sufras un colapso. Tenemos que avisar a tu familia dónde estás antes que llamen a
la policía. —Tomó su brazo y la dirigió a su casa.

La tristeza se extendió por sus exquisitos rasgos, sacudió la cabeza y su


camisa se elevó de un modo alarmante.

—No tengo familia.

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Avergonzado, aunque fascinado, miró hacia otro lado. Tenía que tener a
alguien.

— ¿Amigos?

—Ninguno.

Tal vez tenía amnesia. Se estaba quedando sin teorías plausibles. Ésta
parecía la más lógica de cualquiera que hubiera considerado hasta ahora. No podía
seguir llamándola Lady Godiva.

— ¿Cómo te llamas? ¿Tienes alguna identificación?

En el momento que las palabras salieron de sus labios, puso los ojos en
blanco. ¡Idiota! ¿Dónde podría guardar una mujer desnuda una identificación?

—Me llamo Dia… —hizo una pausa, una mirada de horror revoloteando en
su cara.

— ¿Diana? —Desconcertado puso el nombre junto y arriesgó una conjetura,


preguntándose por qué la mirada de terror. Las sospechas lo carcomían. Algo no
tenía sentido.

Inmediatamente se iluminó, el resplandor de su sonrisa le robó el aliento.

—Sí. Es Diana.

El hermoso y elegante nombre le quedaba bien. Cerró la puerta corredera de


cristal cuando ella pasó y la cerró con llave. Luego echó las persianas verticales a

20
El Club de las Excomulgadas
través de la ventana no fuera que los vecinos curiosos se asomaran a su dominio.
Las personas que vivían en los pisos al otro lado del canal podrían espiar
directamente en su sala de estar si quisieran, y no estaba de humor para alardear sus
asuntos delante de nadie.

— ¿Cuál es tu apellido?

La consternación retorció sus exquisitos rasgos otra vez, tirando de su


corazón, contra su mejor juicio. Después de que pasara una pausa, con los ojos
bajos, admitió:

—Venus.

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¿Por qué era tan vacilante para dar su apellido? ¿Debería ponerse en contacto con las
autoridades por ayuda? Lo pensaría durante un rato. Mientras tanto, no veía daño en
darle algo de comida.

—No soy exactamente Emeril Lagasse, pero puedo preparar algo


comestible. ¿Te parece bien atún o pollo?

La luz saltó en sus ojos y su estómago gruñó.

—Adoro el pescado y la carne. Son mis favoritos.

De acuerdo. Le habían dicho eso en un montón de citas. Cuanto más


hablaba Lady Godiva, más extraña sonaba.

—Un sándwich de atún será. —Se detuvo en la puerta, su mano curvándose


alrededor del marco. Extendiendo su mano libre hacia ella, se presentó—. A
propósito, soy Eddie.

—Gracias, Eddie. —Cuando tomó su mano, su corazón tiró. Una hermosa


sonrisa alboreó en su cara cuando acarició su nombre y sus rodillas se volvieron tan
débiles que tuvo que apoyarse contra la pared.

Tenía que conseguir controlarse. Este no era el momento para pensar en sí


mismo y las preocupantes sensaciones que esta mujer evocaba. Diana necesitaba
ayuda. Hizo los sándwiches y le entregó un plato. Entonces sirvió dos vasos de té
helado y los llevó a la mesa de la cocina y reclamó la silla junto a ella.

Olisqueó la bebida, y arrugó su nariz. Procedió a alejar el vaso de ella e


ignorarlo.

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El Club de las Excomulgadas
Tomó la indirecta.

— ¿Preferirías una soda o un zumo para beber?

Diana le premió con una sonrisa brillante.

—Me encantaría un poco de leche, si tuvieras. Si no, agua estaría bien.

Eddie retiró raspando su silla y se dirigió a la nevera.

—Un gran vaso de leche llegará enseguida. —Sirvió un vaso y lo puso


delante de ella.

Una sonrisa agradecida iluminó su rostro, y se llevó el vaso a los labios. En


lugar de beberla, la lamió con su lengua.

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Raro y más extraño. Tuvo que apartar su mirada fija de su invitada.

Pero no fue lo bastante rápido y cuando ella captó su mirada fija, sus ojos se
ensancharon, y el color desapareció de sus mejillas. Su lengua se congeló a mitad
de camino, y miró bizqueando hacia la leche antes de tomar un cuidadoso sorbo.

¿De qué acaba de ser testigo? ¿Tenía algún significado especial?

— ¿Hay algún lugar al que pueda llevarte? ¿Cualquier cosa que pueda hacer
para ayudarte?

Ella remontó la yema de su dedo alrededor del borde de su vaso y pareció


meditarlo.

—No sé.

No podía recordar o no quería que lo supiera. Era el momento de implicar a


las autoridades.

—Voy a llamar a la policía y ellos podrán ayudarte a encontrar a tu gente.

La alarma ardió en sus ojos, y gritó:

— ¡No! Por favor, no lo hagas.

Su reacción le sorprendió. Quería ayudarla, no traumatizarla. Tampoco


quería albergar a una fugitiva, no es que pudiera imaginar a una mujer tan dulce
como una criminal peligrosa.

— ¿Estás en algún tipo de problemas con la ley?

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El Club de las Excomulgadas
—No, te lo juro.

—Entonces, ¿cuál es el problema? No puedo simplemente enviarte a la calle


sin tener a donde ir. Podría llevarte a un refugio y podrían ayudarte a encontrar un
trabajo y un lugar donde vivir. —No sonaba como una muy buena solución, pero
se estaba quedando sin opciones, y los trabajadores sociales que cubrían los hogares
estarían mucho mejor equipados para ayudarla.

Una expresión triste pellizcó su cara, para ser ahuyentada por una de
esperanza y deseo.

— ¿No me podría quedar aquí contigo?

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Parpadeó. ¿Quería quedarse con él? ¿Qué se suponía que iba a hacer con ella?
¿Cómo podría ayudarla? Entonces un pensamiento extraño, tal vez brillante lo
golpeó. Realmente necesitaba a una modelo, y ella realmente necesitaba una fuente
de ingresos.

— ¿Alguna vez has modelado?

— ¿Modelado? —Inclinó la cabeza y arrugó la nariz de una manera que le


fascinaba. Realmente tenía un extraño, aunque maravilloso rostro expresivo, que se
trasladaría muy bien en una foto. Y sabía sin ninguna duda que tenía una figura de
dinamita hecha para ser modelo de bañadores.

Con paciencia, explicó:

—Modelar es cuando alguien toma fotos de ti para un anuncio.

Para su alivio, asintió.

—Me han tomado un montón de fotos. Mi am... amigo solía tomar un


montón de fotos mías. Decía que la cámara me amaba.

— ¿Dónde podemos encontrar a tu amigo? ¿Tienes su número de teléfono y


dirección? —La esperanza llameó en sus entrañas. Finalmente llegaban a algún
sitio.

—No… —Un postigo bajó sobre su cara y frunció los labios.

— ¿Cómo se llama tu amigo?

Una mirada de un ciervo ante unos faros cruzó a través de sus ojos y se

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El Club de las Excomulgadas
tensó durante varios segundos. A pesar que no era un detective y no tenía
formación policial, su reacción no le pareció como la de alguien que no recordaba.
Más bien, parecía no querer que él descubriera un secreto. ¿Podría estar asustada de
ese llamado amigo? De ser así, no quería presionarla. En cambio, le daría un pequeño
espacio y tiempo. Suponía que no le haría daño dejarla quedarse unos días.

Retrocediendo, dejó caer el asunto del amigo.

—Necesito una modelo y tú necesitas un trabajo. ¿Qué te parece? ¿Estás


dispuesta a darle una oportunidad? Tengo un cuarto extra donde podrás quedarte
hasta que puedas pararte por tu cuenta. —Esperaba no lamentar su impulsiva
oferta. Haría algunas comprobaciones discretas para no alarmarla. Esperaba que

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comenzara a confiar en él y se abriera.

El alivio inundó sus ojos y la tensión visiblemente bajó. Una sonrisa


orgullosa curvó sus labios.

—Siempre aterrizo sobre mis propios pies.

Ahora fue su turno para sentir alivio.

—Me alegra oírlo.

***

Eddie llevó a Diana de nuevo a la sala de estar y le hizo señas para que se
sentara en el sofá.

—Tienes la cara y la figura perfecta para lanzar la línea de trajes de baño que
estoy fotografiando. Te garantizo que tendremos éxitos juntos. ¿Te interesa?

— ¡Sí! —No pudo reprimir su entusiasmo, estaba tan excitada, y sin


embargo, se preguntó cómo lo había disgustado para que prácticamente la hubiera
echado. Trató de aplacar su entusiasmo altísimo. No era una propuesta de
matrimonio verdadera, pero al menos estaría cerca de él—. ¿Cuándo comenzamos?

— ¡Whoa! Ni siquiera hemos hablado de las condiciones. Ya sabes,


salario… arreglo de vivienda. —El escepticismo destelló en sus ojos oscuros y su
nuez se balanceó en su garganta—. ¿No estás interesada?

Realmente, no podría importarle menos algo llamado salario. Mientras


pudiera vivir en su casa, con su amo, tener comida y refugio, estaba satisfecha,

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El Club de las Excomulgadas
extasiada incluso. Pero la actitud de Eddie la alertó de que esperaba que ella se
preocupara y que encontrara peculiar que hubiera estado tan ansiosa por aceptar su
oferta sin saber tales detalles pertinentes.

—Oh, por supuesto —dijo, tratando de cubrir su desliz, obviamente penoso.


Las cutículas molestaban en sus dedos, sobre todo cuando se ponía nerviosa, y las
empujó mientras trataba de conseguir poner sus nervios bajo control—. Mi misión
en la vida es complacerte.

El pulso en la base del cuello de Eddie corrió más rápido y se movió


incómodamente en su asiento mientras la miraba fijamente.

—Si realmente quieres decir eso, puedes ser demasiado buena para ser

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verdad.

— ¡Oh, sí, lo hago! ¡Lo soy! —Ansiosa de agradar, se deslizó hacia adelante
y se sentó tiesa como un palo—. Me encantará modelar trajes de baño. —Sea lo
que fuera eso.

La mirada fija de Eddie ardía, haciendo que ardiera su piel.

—Te verás como la dinamita.

Esperaba que eso fuera bueno.

— ¡Gracias! ¡Gracias! —Fue su turno para exhalar de alivio. El aliento que


había estado conteniendo salió de golpe. ¡Sí, estoy en casa!

—Sígueme. Te mostraré tu habitación. —Eddie se subió los pantalones y se


levantó en toda su estatura.

La emoción vibró a través de sus venas. ¡Su propia habitación! Corrió


escaleras arriba a la habitación de invitados, se quedó de pie en medio y tuvo ganas
de abrazarse por tanta alegría que la inundó. ¡Un cuarto entero propio para ella! No
más ser expulsada de la cama, tirada del sofá, o sacada por la puerta cuando
quisiera tomar una siesta. ¡El Cielo!

Eddie se apoyó contra la jamba de la puerta, con los brazos cruzados sobre
el pecho. El ceño fruncido estaba de vuelta y lamentó que la hubiera mirado así
más hoy de lo que había hecho en los tres últimos años.

— ¿Cómo sabes que esta era la habitación que iba a darte?

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El Club de las Excomulgadas
Se volvió hacia él y consiguió una agradable sonrisa. ¡Ratas! Estaba
cometiendo demasiados errores y empezaba a sospechar que algo no estaba bien, y
no podía permitirse eso. Más que nada en el mundo, quería quedarse con él.
Tendría que ser mucho más cuidadosa.

—Lo sé… porque esta es la única habitación de invitados.

— ¿Cómo sabrías eso? ¿O que estaba en el piso de arriba?

—Tus cosas personales están en el otro dormitorio. Y no hay nada personal


en esta habitación. —El espartano cuarto contenía estanterías para libros vacías,
una colcha clara, y un armario vacío. Ningún adorno llenaba los estantes y las
superficies, perfecto para que se acurrucara. Ningún libro por allí. No parecía que

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viviera aquí. Ni siquiera un rastro de su hermoso pelaje permanecía sobre la cama.
La otra habitación tenía todas sus cosas y fotografías, muchas de ellas de sí misma.
No había mentido cuando le dijo que había sido fotografiada a menudo. La cámara
de Eddie la había adorado e incluso su foto había aparecido en la portada de una
revista de gatos una vez.

—Mi casa es tu casa 2.

Nunca le había oído decirlo antes, y no lo había oído salir de esa caja de la
televisión que le gustaba mirar, tampoco. Le debió haber dado una mirada en
blanco ante las incomprensibles palabras, ya que dijo:

—Mi casa es tu casa.

Como antes. Su casa. Su declaración sonó absolutamente maravillosa, como


la hierba gatera.

Un bostezo se apoderó de ella, el cual trató de sofocar con su mano de forma


ineficaz. Lo que no daría por acurrucarse en un agradable cojín suave y darse un
lánguido baño de lengua. Miró la cama con nostalgia.

Eddie asintió ante su bostezo y dijo:

—Parece que necesitas un poco de descanso. Siéntete libre de tomar una


siesta.

2
N.T: frase que aparece en español en el texto original.

26
El Club de las Excomulgadas
¡Genial! Podría manejar eso.

—Eso suena celestial. —Se sentó en la cama y se acurrucó al lado de la


almohada.

Las cejas de Eddie se juntaron en una única línea y se encaminó hacia ella.
Inclinándose abajo, retiró la ropa de cama.

—Estarás más cómoda debajo de las sábanas.

Diana quería aplanar sus orejas hacia atrás por otro error, pero el cartílago
no se movía, frustrándola. Había visto a Eddie dormir innumerables veces para
saber que la gente por lo general se arrastraba dentro de la cama y descansaban sus

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cabezas en una almohada. Venus le había advertido que tuviera cuidado, y debía
estar decepcionada de ella, si estaba observando. Una vez que descansara y su
cabeza estuviera clara de nuevo, haría un mejor trabajo. ¡Tenía que hacerlo! No podía
permitir que Venus la devolviera, lejos de Eddie.

Si tan solo se concentrara lo suficiente, era lo bastante observadora, para


poder llevarlo a cabo, haciendo que Venus se sintiera orgullosa de ella y lo más
importante, ganando el amor de Eddie. Tendría que mirar en esa caja de televisión
mucho para estudiar las costumbres humanas, si tuviera alguna esperanza de éxito.
Deseó haber prestado más atención a esta antes. Pero sus oídos habían sido más
sensibles en su antigua vida, y emitía unos sonidos que hacía que le dolieran. Con
una audición menor, es de esperar que ya no fuera un problema.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 3
El perro aulló, despertándola con un sobresalto. Diana saltó de la cama,
buscando a su antiguo enemigo, pero debía estar en la planta baja. La luz brillante
de la mañana entraba por la ventana, enfocándola. Obviamente, ya no era un ser
nocturno. ¿Eddie habría intentado despertarla? A juzgar por la altura del sol, habían
pasado varias horas.

Estirándose, levantó sus brazos bien alto por encima de su cabeza y se


ejercitó las contracturas de sus hombros. Curvarse en una pelota no había sido la

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mejor idea desde su reencarnación debido a su estructura ósea diferente. Los seres
humanos no eran tan ágiles como los gatos. Una lástima. Tomó nota de ello para
futuras referencias, infeliz de lo larga que se iba volviendo su lista de cosas para
recordar. ¿Podría alguna vez aprender todo lo que necesitaba saber?

Con su estómago gruñendo, se dirigió a la cocina y rebuscó por alimento a


través de los armarios, a sabiendas que la carne fresca y el pescado se almacenaban
en la caja fría. Había tratado de meterse dentro una vez tras los deliciosos olores y
casi había muerto cuando Eddie había cerrado la puerta, atrapándola en su interior.
Afortunadamente, la había rescatado antes de que se convirtiera en una gata-cubito.
Pero todavía le daba escalofríos aunque se decía a sí misma que era demasiado
grande para seguir cabiendo dentro del diminuto compartimento, así que no había
peligro de quedar atrapada.

Sacó un par de latas y cajas que tenían representadas bonitas imágenes que
le hacían la boca agua. Pescado en pequeñas latas le recordaba a su comida favorita
húmeda de gato y hacía que le retumbara el estómago. Leche cremosa y deliciosa, y
un hermoso queso amarillo que le daba ganas de ronronear. La pregunta era, ¿cómo
podía hacer que eso fuera tentador y comestible para que los humanos lo comieran? Cuando
recordó, Eddie solía mezclar la comida en esos contenedores que parecían platos de
comida de tamaño ideal, con que los gatos soñaban, así que los buscó y encontró
uno grande.

Complacida, abrió la leche y el queso con los dientes, derramándolos sobre


la parte superior de la encimera y el suelo.

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El Club de las Excomulgadas
La frustración la llenó cuando no pudo encontrar la manera de abrir la lata
poco cooperativa y suprimió un gemido. Las uñas no funcionaron. Ni siquiera los
dientes. ¡Cómo echaba de menos a sus colmillos!

Confundida, miró hacia los aparatos mecánicos en la cocina preguntándose


si uno de ellos la perforaría. No podía entender los garabatos en la máquina de
cocción o las otras cosas en la encimera. Intimidada, las miró fijamente durante
varios minutos, pensando cómo hacer que funcionaran. Los retortijones de hambre
hacían que le doliera el estómago, golpeó la lata contra la encimera, haciendo un
escándalo horrible.

— ¡Whoa! Parece que esa leche y el queso te atacaron. —Con su cabello

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rebelde todavía húmedo por la ducha, y los faldones de su camisa cayendo por
detrás, Eddie se pavoneó en la habitación, mirando el desastre que había hecho.
Jabón y colonia perfumaban su cuerpo arremolinándose alrededor de sus fosas
nasales. Olfateó con satisfacción, deseando envolverse en los maravillosos aromas,
o mejor aún, junto a ese hombre cálido.

Lo primero es lo primero. Levantó la lata poco cooperativa, mirándola casi


bizca.

— ¿Cómo abro esto?

Eddie se rascó la cabeza y miró a su alrededor.

— ¡Ajá! El abrelatas está escondido detrás de las latas. Aquí está el


sinvergüenza. —Extendió la mano detrás de unos grandes cuencos claros sellados
que contenían granos y polvos blancos y sacó una caja metálica rectangular.
Observó embelesada mientras él abría la lata, tomando notas mentales para
referencia futura.

—Gracias. —Cuando le entregó la lata abierta, sus dedos se rozaron.


Saltaron chispas y ella apartó la mano con brusquedad. A pesar de lo agradable que
había sido, su toque nunca le había hecho eso antes. Estas sensaciones humanas
amenazaban con abrumarla.

—Supongo que sería de ayuda si te muestro todos mis escondites y cómo


funciona el horno. —Procedió a sacar las toallas de papel y la ayudó a limpiar el lío
lechoso. Luego le explicó cómo hacer funcionar los fogones y le dio un recorrido

29
El Club de las Excomulgadas
por los armarios—. Te dejo con ello. Ninguna mujer quiere un hombre a sus pies en
la cocina.

El término "a sus pies" suscitó recuerdos de cuando ella solía rozarse contra
sus piernas cada vez que preparaba comida. Podía soportar por completo invertir
sus roles y tenerlo frotándose contra ella.

***

El perro empezó a ladrar como un loco.

Casi al mismo tiempo, Eddie olió el humo, y empezó a toser. Tal vez los
vecinos de al lado estaban haciendo un asado afuera. Estaban a favor de las

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brochetas shish con sabor a nogal y los grandes filetes jugosos que le hacían la boca
agua. La de Napoleón también, obviamente. Había pasado demasiado tiempo
desde que había usado la parrilla en el exterior. Ahora que tenía un invitado,
tendría que encender el asador y descongelar un par de suculentos filetes.

El olor se hizo más fuerte en el estudio donde trabajaba en el escritorio de su


ordenador, y frunció el ceño. No venía de afuera. Retirando la silla hacia atrás, se
levantó de un salto y siguió el olor. Cuando Diana tosió fuertemente y los ladridos
del perro se hicieron más frenéticos, su corazón dio un vuelco. Justo al llegar al
pasillo, vio volutas de humo que flotaban a lo largo del techo.

¡Mierda!

— ¡Diana! ¿Dónde estás?

—En la cocina. ¡Ayuda! —La tos de Diana empeoró.

La adrenalina ardió en sus venas acelerándolo a toda marcha. Con sus


entrañas apretadas, corrió hacia la cocina.

Las llamas bailaban alegremente en la cocina, consumiendo sus hornillos y


el armario cercano. El hollín se aferraba a las paredes y los armarios.

Las condenadas llamas parecían estar vivas y trataban de apoderarse de la


mujer que saltaba hacia atrás y hacia adelante, haciendo arcadas debido al humo.
Para empeorar las cosas, el perro loco saltaba alrededor enloquecidamente.

¡Mierda! Su casa estaba en llamas.

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El Club de las Excomulgadas
—Retrocede y saca al perro fuera. —Apretando los dientes, Eddie agarró el
extintor de la pared, y apagó las llamas. Negó con la cabeza, examinando los
daños.

Qué desastre.

Diana caminó hacia atrás con una expresión sombría que volvía gris su tez.
Temblando, con sus ojos color ámbar turbios, se quedó mirando el desorden.

—Lo siento. Pensé que el agua amarilla apagaría el fuego, no que lo haría
más grande.

Masajeándose las contracturas de la parte posterior de su cuello, suspiró.

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Ella pudo haber muerto. Era condenadamente afortunada que el fuego no hubiera
explotado en su bonita cara. Al menos no había quemaduras visibles. La cocina
podía ser reparada. Esto le daría una excusa para reemplazar los feos armarios de
color mostaza.

— ¿Estás bien? ¿No te quemaste o sí?

Se tapó la boca con la mano y tosió. Sus ojos estaban abiertos tan
ampliamente que casi ocupaban la mitad de su cara.

—No. Ninguna quemadura. Solo estoy un poco inestable. No sabía que eso
podría pasar.

—Tengo todo bajo control. ¿Por qué no vas a limpiarte?

Cubierta de mugre, con hollín aferrándose a su cabello, asintió.

—Buena idea. —Se precipitó por las escaleras hacia el piso superior, y
pronto se oyeron pasos por encima.

Mientras Eddie hacía un inventario de los daños, el agua de la ducha


corriendo golpeó el piso sobre su cabeza, recordándole cómo su apretada agenda no
le permitiría fácilmente perder un día en una búsqueda tan mundana como elegir
una nueva cocina y armarios. Se preocuparía por la casa después. Primero tenía
que ganar los medios para financiar las reparaciones. Su primera prioridad era
equipar y fotografiar a su nueva modelo, una belleza que seguramente estaba de pie
casi directamente encima de él sin una puntada de tela que cubriera sus deliciosas
curvas.

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El Club de las Excomulgadas
Brasas de un tipo diferente ardieron en la ingle de Eddie. Invitar a su nueva
modelo a mudarse con él, no había sido una de sus ideas más brillantes. Todavía no
tenía ni idea de dónde venía o qué tipo de pasado escondía. Definitivamente no
podía ir por ahí con una erección cada vez que ella se bañaba. Diablos, todo lo que
tenía que hacer era respirar y él se convertía en una hormona gigante. ¿Cómo se
suponía que iba a poder mantener su mente en el trabajo?

El agua dejó de correr por encima y apenas unos instantes después, Diana
bajó lentamente por las escaleras usando su camiseta vieja que se balanceaba
seductoramente a la altura de sus muslos. Sonrojada adorablemente, Diana lo miró
coquetamente a través de sus absurdamente largas pestañas.

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—Espero que no te importe que tomara esto prestado, pero no sabía qué
ponerme.

Eddie tragó saliva, su pulso latió violentamente. Los pezones de ella estaban
apretados seductoramente contra la tela. La sangre bombeó con furia a través de
sus venas y el bulto en sus pantalones se hinchó, volviéndose incómodo.

Asintiendo, con su cabello húmedo encrespado dulcemente alrededor de sus


mejillas, Diana giró sobre sus talones desnudos y se alejó, su trasero suavemente
redondeado meciéndose provocativamente, haciendo que su boca se secara. Salió
por la puerta de atrás y murmuró mientras se arrodillaba para acariciar al perro.

— ¿Estás bien, Napoleón?

Sus palabras trajeron a Eddie de vuelta a la realidad, y apartó con


brusquedad su mirada de sus curvas peligrosas. ¿Ahora sabía el nombre del perro? No
le había presentado a Napoleón. Era cada vez más extraño. ¿Lo habría estado observando
antes de que se conocieran oficialmente?

Pero mantuvo sus pensamientos privados, escondiéndolos para referencia


futura. Tendría que poner a su viejo amigo —detective— privado de la universidad
al tanto de ella, para que desentrañara algunos de sus misterios. La última cosa que
necesitaba era un problema. Tan pronto como pudiera tener un momento de
privacidad, haría la llamada y pondría las cosas en movimiento.

—Lo mínimo que puedo hacer es ayudar a limpiar el desorden. —Deambuló

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El Club de las Excomulgadas
hacia la cocina y barrió el desorden.

Inclinándose, barrió la basura en un recogedor. Su sexy trasero se contoneó


en el aire y la parte posterior de la camiseta se subió, dejando al descubierto su
desnudez.

Qué vista deliciosa. El sudor apareció en su frente. Hipnotizado, no pudo


apartar la mirada de su trasero. ¿La sirena estaba tratando de seducirlo? O tal vez no
había planeado que él viera sus tesoros femeninos. Sin embargo, no estaba siendo
exactamente cuidadosa acerca de cómo ocultar sus mercancías de su ávida mirada.
Tal vez quería ver qué tan caliente podía ponerle. ¿Qué clase de juego estaba jugando el

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bombón?

Sintiéndose más caliente que la arena abrasadora de la playa, anhelaba un


respiro. Oh, síp. Nunca había tenido una reacción hacia una mujer como esa
anteriormente, se había creído incapaz de excitarse tanto. Tendría que tomar una
ducha fría o masturbarse bastante antes de que pudiera dormir un poco. Resopló
ante la ironía de que una ducha era la responsable de meterlo en esta condición.

El objeto de su deseo se dio la vuelta, lanzándole una sonrisa pícara,


robándole el aliento.

El regocijo pícaro en sus ojos le hizo preguntarse si podía leer su mente, no


es que eso fuera muy difícil en estos momentos. Infiernos, una mujer tendría que ser
ciega y sorda para no notar su reacción hacia ella. El aumento de su respiración y el
bulto de su erección lo delataban notoriamente.

Inclinó la rodilla para ocultar su obvia respuesta de ella, y trató de tragarse


sus maldiciones. ¿En qué estaba pensando, teniendo tales pensamientos eróticos con una
mujer que acababa de conocer? ¿Su propia empleada, dicho sea de paso? Una de la cual, no
sabía nada.

—Voy a recompensarte por esto —dijo con voz ronca, su timbre de voz
meloso le recubrió, haciéndole tragar saliva, y tratando de menguar su resolución.
¿Se estaba imaginando la seducción sedosa en su voz? ¿O es que la anhelaba?

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El Club de las Excomulgadas
Le dolían los músculos. Anhelaban ser liberados de esa posición imposible,
y se retorció alrededor para frotarse el cuello tenso.

—No te preocupes por esto. Para eso está el seguro. La cocina necesitaba
una nueva mano de pintura y los armarios eran viejos.

Se acurrucó contra su espalda.

—Ven, deja que te ayude.

Esas manos mágicas que tenían la intención de aliviar su cuello y sus


hombros inflamaron el incendio infernal que ya le abrasaba. Sus senos se frotaron

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contra su espalda, robándole el aliento, y aspiró una bocanada de aire. Si se giraba
ahora, esos senos atrevidos se frotarían contra su pecho, y su pene podría frotarse
contra su estómago. No podía permitir que eso ocurriera a pesar que lo anhelaba
más que a cualquier otra cosa.

Comenzó a girarse cuando un golpe en la puerta irrumpió a través de su


confusión.

— ¿Eddie?

Agradecido por el indulto de último minuto antes de hacer algo


increíblemente estúpido, Eddie se apartó de la seducción y se puso de pie.

—Aquí estoy. —Se alejó, no completamente seguro de si estaba agradecido


por esa salvada en el momento oportuno.

Shawna, su asistente, entró en la casa a sus anchas, balanceando su maletín.


Se detuvo en seco cuando vio a Diana en la sala de estar. Sus ojos se estrecharon en
la otra mujer mientras recorría su estado de desnudez. Con sus fosas nasales
dilatadas, su mirada saltó hacia la cocina carbonizada y luego de nuevo a él.

—Tengo la película que solicitaste. ¿Quién es ella?

Eddie juró para sus adentros, tomó el maletín, y lo puso en el rellano de la

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El Club de las Excomulgadas
escalera, el único lugar seco en toda la planta baja. Todo lo que necesitaba en ese
momento era que una empleada insistente y curiosa se metiera en sus asuntos
privados.

—Es nuestra nueva modelo; Diana. Se quedará aquí hasta que pueda salir
adelante.

— ¿Se está quedando aquí, en esta casa, contigo? —La incredulidad trinó en
la voz mortalmente calmada de Shawna. Su pecho se hinchó y entrecerró los ojos,
que brillaban peligrosamente.

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—Sip. —No iba a darle explicaciones de lo que hacía en su propia casa a su
empleada.

— ¿Qué pasó aquí?

El ceño de Shawna se frunció aún más mientras sus tacones cliqueaban con
resolución en las baldosas de terrazo mientras echaba un vistazo alrededor de la
cocina destruida.

—Fuego en la cocina. —No tenía ganas de darle una explicación detallada.

— ¿Estáis todos bien? —Como si a ella no pudiera importarle menos si la


otra mujer estaba viva, la mirada de Shawna repasó fríamente a Diana. Fue un
milagro que no se convirtiera en un cubito.

No siendo afectada, al parecer, por el frío ártico, su nueva modelo bostezó y


se estiró a su lado, la camiseta levantándose peligrosamente alta, mostrando una
larga extensión de esos sedosos muslos de infarto. Era demasiado sensual para su
paz mental y Shawna lucía como si quisiera destrozar en pedazos a esa belleza
rubia.

Era muy consciente que su asistente tenía planes para él, pero nunca la había
tomado en serio. Ahora sentía el peligro, como si se enfrentara a un animal salvaje
atrapado.

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El Club de las Excomulgadas
—Estamos bien.

Incómodo con la situación, hizo una señal a Diana para que se uniera a
ellos.

—Shawna, conoce a Diana, nuestra nueva modelo. Diana, me gustaría que


conocieras a mi asistente.

Shawna detestaba el título de secretaria, ya que sentía que la degradaba, por


lo que para mantener la paz, la tranquilizó.

La morena irritada se enfrentó a él, con tormentas de fuego explotando en

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sus ojos.

—Tú contrataste a una modelo sin decirme una palabra. Mmm... Podría
haber jurado que éramos un equipo.

—Soy el jefe. —Nunca había pasado las decisiones de gestión a su asistente


antes y estaría condenado si empezara ahora. No le hacía falta que eso sentara un
precedente y definitivamente no necesitaba un dolor de cabeza más grande.

Diana dio un paso adelante, tendiéndole una delgada mano a la otra mujer
en señal de saludo.

—Me alegro de conocerte...

Nada sorprendente, Shawna ignoró el gesto de Diana y empujó un dedo


tembloroso hacia la rubia.

— ¿Por qué no está vestida?

Fue el turno de Eddie de responderle con frialdad.

—Sus ropas se ensuciaron así que me pidió prestadas algunas de mis cosas.

El ceño de Shawna se profundizó.

36
El Club de las Excomulgadas
— ¿No tiene ninguna otra muda de ropa?

Por ridículo que le sonara a él también, no estaba dispuesto a dejarle saber


que estaba de acuerdo, cosa que podría enviarla directamente a las autoridades.
Todavía no estaba preparado para llevar sus preguntas a ellos. Con algo de suerte,
nunca tendría la necesidad de hacerlo.

—No.

—Déjame ver si entendí bien; ¿esta mujer salió de debajo de una roca? ¿Y la
estás empleando?

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Los hombros de Diana cayeron y la sonrisa se desvaneció de su cara
anteriormente alegre.

—No fue mi intención causar problemas. Me iré. —Se abrió paso entre ellos
y se dirigió a la puerta, descalza, vestida con solo su camiseta.

No podía dejarla vagar por las calles en esa condición absurda, y no iba a
leer sobre ella en los titulares de mañana. Bloqueando la puerta, se negó a dejarla
escapar; se dijo a sí mismo que era por su seguridad.

— ¿Te pedí que te fueras o te dije que estabas causando problemas?

—N…. no. —Diana parpadeó una lágrima de sus ojos llorosos y ésta colgó
precariamente de sus pestañas enmarañadas.

La ira se arremolinó en sus entrañas, y se volvió y clavó a su asistente con


una mirada letal.

—Gracias por la película, Shawna. Eso es todo lo que necesito por ahora. Te
veré en la oficina mañana por la mañana.

Con la nariz elevada en el aire, Shawna resopló saliendo de la casa, y cerró


la puerta detrás de ella con un portazo, haciendo que se sacudieran las paredes
delgadas. Nada sorprendente, Napoleón ladró furiosamente.

37
El Club de las Excomulgadas
***

Más tarde esa noche después de un día agotador, Eddie atenuó las luces de
la planta baja, en preparación para caer en la cama.

Diana debía haberse escabullido discretamente a su habitación cuando su


atención se había desviado. Con un suspiro, se encaminó hasta su cama y se tendió
en esta.

Justo cuando iba a cerrar los ojos, una figura angelical flotó hacia él.
Cerniéndose en la zona entre la vigilia y el sueño, no estaba seguro de si el ángel era

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de verdad o una visión. Una niebla plateada brillaba a su alrededor. Su aroma elevó
su excitación e hizo que su sangre circulara furiosamente hacia su pene.

La exquisita criatura se acurrucó contra su estómago. Entonces, se inclinó


hacia adelante y comenzó a masajear sus hombros tensos. Se deslizó a lo largo de
su cuerpo, y su camiseta de algodón se sintió suave contra su pene inflamado.

Seguro de que estaba soñando, gimió su placer y no detuvo su mano de


explorar las deliciosas curvas amoldándose a su longitud dura como una roca.
Cuando la sirena gimió a coro, deslizó una mano debajo de su camiseta,
complacido de no encontrar ninguna prenda restrictiva que le negara el acceso a sus
encantos femeninos. Se retorció contra él deliciosamente cuando deslizó una mano
por la cara interna de su muslo.

Con su carne en llamas, dejó que su mano viajara más al norte. Separó sus
labios hinchados con el dedo y lo deslizó en su interior.

Caliente y resbaladiza, se retorció contra él, gimiendo más fuerte. Sus


pezones se irguieron en pequeñas cuentas duras que se frotaron contra su pecho a
través de la prenda que la cubría. Cuando la lengua de ella chasqueó sobre su
garganta, encendió un sendero intensamente erótico al bajar por su pecho,
haciéndole temblar incontrolablemente. Mucho más y explotaría.

El deseo lo engulló más rápidamente. Un anhelo primitivo de disparar su

38
El Club de las Excomulgadas
semen dentro de ese cuerpo voluptuoso lo asaltó.

Le hizo darse vuelta para que se moldeara perfectamente a él. Con un


gruñido, empujó en esa resbaladiza vagina celestial. Incapaz de resistir la tentación,
se hundió hasta la empuñadura.

Con los labios hambrientos chupó sus pezones masculinos, mientras sus
manos exploraban su espalda. La realidad nunca había sido tan maravillosa y
esperaba que ese sueño durara para siempre.

Anhelando saborearla, se elevó lo suficiente como para tirar de su camiseta

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por sobre su cabeza. Atrajo un pezón dentro de su boca, alargándolo. Dulce como
el néctar, no podía conseguir lo suficiente. Quería tirar del globo entero en su boca,
pero le ofrecía mucho más que un bocado. Chupando con avidez, bombeó con más
fuerza.

Sus uñas arañaron su espalda, pero el dolor nunca había sido tan exquisito.

Con sus pulmones a punto de estallar, la liberación llegó mientras aplastaba


a la mujer de su fantasía en su contra, inundándola con su semilla. Si solo el sexo
fuera la mitad de caliente en la vida real, nunca saldría de la cama.

39
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 4

Diana casi llegó a su clímax con Eddie, pero se contuvo deseando prolongar
el éxtasis. Se deleitó en la sensación de su semilla inundándola, derramándose por
sus piernas y cubriendo el interior de sus muslos.

Empujándolo fuera de ella, se puso de rodillas, presentándole su trasero. Lo


meneó delante de su rostro, tentándolo.

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Cuando gruñó y empujó su pene con fuerza en su interior, embistiéndola
casi hasta su útero, ella gritó en éxtasis. Su lujuria ardiente la excitaba. Estirándola
mientras se deslizaba dentro y fuera de ella, la llenó, causando que olas de placer se
vertieran sobre ella.

¡El Nirvana!

Potente como sabía que sería, sus manos crearon un calor febril contra su
piel. Inclinándose sobre ella, le ahuecó los senos, masajeando sus pezones entre sus
dedos. Lamiendo su espalda, la aplastó contra la cama, su pene anidado entre sus
nalgas. Cuando sondeó con un largo dedo en su ano, jadeó y se frotó contra éste
con avidez.

Su liberación fue caliente e intensa, provocando la de él, haciendo que sus


fuegos artificiales iluminaran su mundo.

Acurrucándose contra su calidez, ronroneó en su contra. Ese todavía era su


lugar como siempre lo había sido y siempre lo sería. Muy pronto, ella ganaría su
corazón. Si no se sentía atraído por ella, no podría excitarlo a un punto tan febril.

Inmensamente complacida, se dio unas palmaditas a sí misma donde su


semilla residía. Así era como debía ser. Nadie podía amarlo como lo hacía. Nadie
cuidaría de él y de sus hijos como lo haría.

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El Club de las Excomulgadas
Pronto, su semilla llenaría su vientre todas las noches. Sería una fiebre en su
sangre, que él no sería capaz de mantener sus manos o su lengua alejadas de ella.
Su cuerpo estaría dolorido por ella, y sería todo suyo.

***

Cuando despertó a la mañana siguiente, Eddie se sentía más maravilloso de


lo que había estado en años. Fragmentos de su sueño se repitieron en su mente y le
costó reprimir la sonrisa secreta que curvó sus labios. Ese había sido un ángel de los
sueños, hecho a sus especificaciones exactas.

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Dejó que Diana durmiera y se dirigió a su garaje convertido en oficina,
ubicado en la planta baja.

— ¿Realmente no has contratando a esa “poca cosa”?

Shawna, quien ya era difícil en el trabajo, lo recibió en su oficina con su


cuaderno de notas.

Con un largo suspiro, se sentó en su escritorio.

—Puedo contratar a quien me da la gana. En caso que lo hayas olvidado,


soy el jefe. —Aunque había tenido dudas acerca de la idoneidad de Diana, no le
daría a su altiva asistente la satisfacción de despedir a la mujer de su empleo.

La boca de Shawna se abrió, quedando boquiabierta.

—Pensé que valorabas mi opinión.

— ¿Acaso te la pedí?

Tal vez era hora de cambiar de asistente por una más dócil. Había
aguantado su actitud durante demasiado tiempo y ella no parecía darse cuenta que
su título de asistente significaba que lo asistía, no que le ordenaba. Ya había tenido
suficiente y era hora de hacer algo al respecto.

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El Club de las Excomulgadas
—Cierra la puerta y toma asiento.

Cuando la morena se hubo sentado en la silla frente a él, cruzó las manos
sobre el escritorio y se inclinó hacia adelante.

—Este acuerdo no está funcionando...

Toda la sangre se drenó de la cara de ella. La furia contorsionó su rostro


normalmente bonito, borrando todo rastro de belleza mientras se inclinaba hacia él.

— ¿No crees que estás exagerando? Estás dejando que tu pequeña cabeza
gobierne sobre tu gran cabeza.

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—No. Eres tu quien exagera, señorita Moran. —Echando humo ante las
presunciones de su asistente, garabateó una cantidad generosa de indemnización en
un cheque, lo arrancó de su libreta, y lo empujó hacia ella—. Limpia tu escritorio
ahora y vete tranquilamente. Aquí está el cheque por un mes de indemnización. Si
quieres que apruebe el subsidio de desempleo, te irás sin una escena.

Shawna retorció las manos sobre su regazo. Sombras revolotearon por sus
ojos.

—Lo siento, Eddie. Estaba equivocada. No puedo darme el lujo de perder


mi trabajo. Si prometo no sobrepasar mis límites de nuevo, ¿puedo conservar mi
puesto?

Reprimió un suspiro. Se preguntó por qué todo lo que ella decía o hacía le
molestaba. Como no era un monstruo sin corazón, su súplica le conmovió. Anuló
el cheque y se lo metió en el bolsillo.

—Una oportunidad más. Pero espero que trates a nuestra nueva empleada
con el mismo respeto y cortesía que haces con todos los demás. ¿Lo has entendido?

Shawna asintió y bajó la cabeza.

—Sí, Eddie.

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El Club de las Excomulgadas
—Adelante, ve. —La despidió con un gesto, sin ánimo de seguir soportando
su rebelión. Y añadió sin alzar la vista—: Cierra la puerta al salir, por favor.

La cerró suavemente, encerrándolo en su habitación silenciosa.

Incapaz de concentrarse en el trabajo, su mente permanecía en su modelo.


Deambulando hacia la parte principal de la casa, esperó encontrar a Diana
despierta.

Diana estaba echándole un vistazo al refrigerador con avidez cuando la


encontró.

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— ¿Te interesa ganarte tu sustento? ¿Estás lista para hacer tu primera sesión
en la playa? —Sonrió ante la visión de ella en su camiseta; y nada más—. En
primer lugar, nos detendremos en el centro comercial y te compraremos un nuevo
guardarropa. ¿Te gustaría eso?

—Me encantaría —contestó con una ronquera que se envolvió alrededor de


su corazón hinchado.

Podía acostumbrarse a su voz cálida y ronca. No podía esperar a verla en


traje de baño.

—Mi hermana dejó un par de sus cosas en el armario de repuesto la última


vez que estuvo de visita. Es aproximadamente de tu tamaño por lo que deberían
adaptarse a ti. Ponte uno de sus trajes y luego recogeremos algunas roscas de pan
en el camino.

43
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 5
—Fabuloso, muñeca. Vas a llevarnos a la cima —dijo Eddie, mientras
Diana le hacía el amor a su cámara. Anhelaba que le hiciera el amor a él y era lo
único que podía hacer para no seducirla. Un regalo del cielo, era justo lo que
necesitaba para poner en marcha su negocio en ciernes. Rezó para que ella no se
fuera.

Pero una vez que los medios de comunicación conocieran a la deslumbrante


belleza, las lucrativas ofertas financieras seguramente vendrían rodando. ¿Cómo

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podría mantenerla feliz y trabajando para él?

Haciendo un mohín con los labios, la sexual gatita se contoneó


sugestivamente. Las oscuras areolas de sus pezones se tensaban contra la sedosa
tela, haciendo que se le secase la boca. Desinhibida, orgullosa de su cuerpo, ella
haría perfectamente las calientes páginas centrales.

Tanto como lo excitaba, su reacción se volvía familiarmente embarazosa


mientras sus jeans se volvían insoportablemente apretados. La próxima vez que
estuviera con ella en público, usaría pantalones sueltos.

—Espera un segundo.

Reprimió una mueca y se metió una camiseta extra grande por la cabeza.

—Toda esta ropa es tan restrictiva. —La sirena hizo un bonito puchero, lo
que hizo que su boca se secase.

¿Qué ropa? Ella se estaba desbordando de su ceñido traje de baño.

Aunque lo mataran, no podría pensar en una respuesta plausible. A nivel


personal, deseaba que pudieran renunciar a la molesta ropa, también. El sol los
mantendría calientes y si eso fallaba, estaba seguro que Diana podría encontrar una
manera. Pero entonces él no tendría ingresos, por lo tanto, no podría comer. Pensó

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El Club de las Excomulgadas
rápidamente, el instinto de conservación ganando por un pelo.

—Conseguiremos una dolorosa quemadura solar si no nos cubrimos.

Ella se acarició el brazo y luego cerró el espacio entre ellos y lo acarició.

—No soy tan peluda como tú. Esta piel desprotegida no es muy práctica.

¿Peludo? Ella tenía una inclinación a usar descripciones extrañas, que


siempre lo hacían repensar las palabras. Bajo la mirada, en el interior de su
camiseta para asegurarse de que no se estaba convirtiendo en un hombre lobo y
cerciorándose de que no era tan peludo.

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Su toque lo inflamó e hizo todo lo posible para no dejar caer la cámara que
había recuperado del suave lecho de arena. Nunca, una ligera caricia había lanzado
su escala de Richter interna a tales alturas. El vello de su brazo parecía haber
desarrollado terminaciones nerviosas y ansiaba más. Tragando saliva, luchó por
centrarse en conseguir que esta sesión acabara antes que se fuera la luz.

— ¿No voy a quemarme con el sol? No tengo una camiseta como tú —ella
bizqueó hacia el brutal sol cayendo sobre ellos. Resplandecía intensamente,
brillante.

—El protector solar que te pusiste antes debería protegerte, pero puedo
ponerte más, para estar seguros. —La verdad era que, llevaba protector solar de
larga duración, pero sus dedos anhelaban trazar los contornos de sus deliciosas
curvas.

Un gesto tiró de las comisuras de sus labios.

—Pero si la protección solar nos protege, ¿para qué necesitamos la ropa?

Su obstinación con el tema de la desnudez lo dejó perplejo, pero encantado.


Asustado de que estuviera cayendo bajo su hechizo, murmuró de forma inaudible:

—Porque me arrestaran por andar desnudo.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Va en contra de la ley? —Frunció el ceño y su nariz se arrugó—. ¿Por
qué?

Maldita sea, tenía buen oído.

—Porque sí. —Eso zanjaba la cuestión. Estaba loca. O era de Marte. O tal
vez se había criado en una colonia nudista. ¿Se había criado aislada, poco acostumbrada
a la playa? Tendría que planear con tiempo la próxima sesión y llevarla a Miami
Beach o a Barbados, donde estaba permitido bañarse desnudo.

Recogió el protector solar y se acercó a él, el sexy balanceo de sus caderas lo

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puso positivamente hambriento, pero no de comida.

— ¿Me lo pones?

Aceptó el tubo, aturdido, sus dedos hormigueando por tocarla. Una vez que
sus dedos rozaran su provocativa piel, tenía miedo de no ser capaz de dar marcha
atrás. No solo arruinaría la sesión, podría provocar una alteración del orden
público.

—Extiende tus manos —dijo, con la voz ronca. Ignorando su mohín, roció
una generosa cantidad de crema en las palmas de ella.

No tardó mucho en darse cuenta, que el mero hecho de tenerla poniéndose


la loción, no salvaría su cordura.

Descaradamente, deslizó su mano dentro del sujetador del bikini y se frotó


sensualmente. Él se quedó con la boca abierta, estupefacto.

— ¿No quieres fotografiarme? —Moviéndose más sensualmente de lo que


podía estar legalmente permitido, estaba siendo despiadadamente provocadora.

—Más que nada, cariño. —Casi más que otra cosa, pero la otra cosa era
definitivamente ilegal.

Tragando saliva, apuntó su cámara y disparó varios rollos de película

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El Club de las Excomulgadas
mientras ella le ponía la ingle más dura de lo que nunca había estado. Cuando
deslizó su mano dentro de la parte inferior de su bikini, estirando el escaso material,
tanto que podía ver la sombra de sus enmarañados rizos, sus palmas se pusieron
más sudorosas. Con su resbaladizo agarre, estuvo a punto de dejar caer la cámara.
Nunca había hecho unas fotos tan calientes, nunca había tenido una modelo tan
fantástica. Lisa y llanamente, estaba hecha para esto; si no los metían en la cárcel
primero.

Cuando se metió en la carpa para ponerse otro traje, dándole la oportunidad


de recuperar el aliento, se hundió en la arena. Apoyó la espalda contra el espinoso
tronco de un cocotero, mientras miraba hacia el mar. Un gigantesco crucero

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atravesaba las olas en su salida del puerto. El brutal sol le hizo estirarse por el
protector solar.

—Eddie, ¿puedes ayudarme aquí? —La voz sonó más dulce de lo que nunca
lo había llamado, literal o figurativamente.

—Por supuesto. —Se preguntó que necesitaría de él, mientras se levantaba.


Entrando a la carpa, se deslizó en la fresca penumbra.

—Se ha roto el tirante y pensé que podrías ser capaz de ayudarme a


solucionarlo. —Se giró, tratando sin éxito de alcanzar el resbaladizo tirante que
colgaba por su espalda. Aparentemente imperturbable, se puso frente a él. Uno de
los lados de la parte superior de su bikini colgaba sobre su estómago, revelando un
pecho desnudo.

No es que fuera la primera vez que la había visto desnuda, pero maldita sea
si no le estaba lanzando una calculadora sonrisa de “ven aquí” como para hacerle
olvidar el trabajo y seducirla en el interior de esta tienda.

—No he traído ningún alfiler. Olvídate de ese y ponte el plateado que hay
ahí.

Contoneándose hacia él, estiró los brazos hacia atrás y se desabrochó el


sujetador, dejándolo caer al suelo, a sus pies. Luego le subió la camiseta lentamente

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El Club de las Excomulgadas
y se la quitó, dejándola caer encima de su sujetador. Lascivamente, se acercó más,
frotando sus pechos contra su pecho, haciendo que la tierra temblara bajo sus pies.

— ¿Puedo ayudarte a ponerte un poco más de protector solar?

Sus pechos presionados contra su pecho se sentían como el cielo y lo único


que podía hacer era respirar. Sus manos le acariciaron el pecho, provocándolo sin
piedad. No estaba dispuesto a hacerle la guerra a sus amotinados pies, para
obligarlos a separarse de ella. Incapaz de resistirse a su oferta, él asintió con la
cabeza.

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—No me vendría mal.

— ¿Por qué no eres modelo? —No debía haber oído hablar del espacio
personal, o tal vez no creía en ello mientras sus pezones le rozaban todo el rato,
mientras le aplicaba la loción.

Cuando sus dedos se deslizaron peligrosamente cerca de la cintura del


pantalón, dejó escapar una respiración entrecortada.

—Seríamos un gran equipo —dijo, frotando las palmas sobre su pecho,


elevando la frecuencia de su pulso, disparándolo fuera de control.

El pulso de Eddie palpitaba peligrosamente y podía sentir la vena


hinchándose en su cuello. No tenía ninguna duda de que serían un equipo
fantástico. Pero necesitaba tiempo para que su mente aceptara sus costumbres
bohemias y no sabía si podría coincidir con su visión despreocupada de la vida.
Por no hablar que no había habido tiempo para que su investigación produjera
algún resultado.

—Apenas nos conocemos el uno al otro... —Y sin embargo, incluso


mientras lo decía, la extraña familiaridad regresó, atormentándolo, haciéndolo un
mentiroso. No podía decidir si era un ángel o un demonio, pero definitivamente era
una muy peligrosa seductora.

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El Club de las Excomulgadas
***

Eddie estaba buenísimo, su piel resbaladiza y brillante, de manera que todo


lo que Diana quería hacer era frotarse contra él y volverlo tan loco como él la
volvía a ella. Extendiendo la mano, lo acarició bajo la barbilla y se lamió los labios
sugestivamente. Hirviendo a fuego lento, dejó que su hambrienta mirada lo
devorara como él la devoraba.

— ¿Te gusta?

Su respiración superficial le dijo que a él le gustaba mucho la vista.

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Embriagándola, sus feromonas se mezclaban con las suyas, creando una
combinación muy explosiva.

Sus desnudos pezones se arrugaron y ella bajó la mirada hacia ellos,


asombrada. Sus pezones felinos nunca habían reaccionado de esta manera.

La mirada de Eddie estaba pegada a cada uno de sus movimientos, pero se


mantuvo inmóvil como una roca, con la notable excepción de su creciente erección,
fascinantemente abultada en su traje. Una cosa que la fascinaba más que su propia
forma humana desnuda era el cuerpo de él desnudo. Los machos humanos eran
magníficos, al igual que los machos de la mayoría de las especies. Su propia
especie, corrección, su antigua especie, era una excepción.

Echaba de menos su sabor intenso y salado, y anhelaba deslizar su lengua


hacia abajo por su desnudo pecho, buscando previamente territorio prohibido. Ya
no tendría que limitarse a lamerle los dedos, la cara o mordisquearle los lóbulos de
sus orejas. Parecía como si él fuera a darle la bienvenida a sus lamidas en algunos
otros lugares muy íntimos y excitantes. El por qué los humanos tenían que ocultar
sus hermosos cuerpos era algo que nunca entendería. La gran bola amarilla en el
cielo, sin duda, calentaba sus cuerpos sin pelaje. La ropa era demasiado sofocante e
incómoda, incluso los trajes de baño.

Observando abiertamente todos sus movimientos, él se mantenía en pie


estoicamente.

49
El Club de las Excomulgadas
***

— ¿Quieres fotografiarme así?

Eddie tragó.

—Serías la página central más bonita que he visto en mi vida, pero, eh, no
hago ese tipo de fotografías.

Consciente de que una mueca se dibujó en sus labios, ella se acercó a él.

— ¿No crees que los hombres querrían verme con solo la mitad de un traje

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de baño? —Completamente irritada, se señaló la parte inferior del bikini. Yendo
hacia la puerta de la tienda, salió a la luz del día, hacia un grupo de jóvenes que
estaban jugando al voleibol.

Eddie fue tras ella, levantando arena detrás de él.

—No puedes pasear por Fort Lauderdale Beach casi desnuda —dijo entre
dientes—. ¡Vuelve aquí!

Lanzando su sedosa melena por detrás de sus hombros, lo azotó en la cara


con ella.

—Voy a demostrar que tengo razón.

Antes que pudiera detenerla, saludó jovialmente y llamó su atención con su


voz más dulce.

— ¿Pueden ustedes, grandes y fuertes hombres, hacerme un favor? —


Adoptó una sexy pose, sus pechos turgentes sobresaliendo, deleitándose con su
femenino poder.

Los hombres se volvieron, sus ojos muy abiertos, y el balón golpeó a uno de
ellos en la cabeza, aturdiéndolo. Su pandilla lo abandonó, y la rodearon como una
manada de gatos machos en celo.

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El Club de las Excomulgadas
—Cualquier cosa que podamos hacer por ti —dijo arrastrando las palabras
un joven desgarbado con una cola de caballo recogida en su nervudo cuello.

Uno de sus amigos más bajo y más corpulento le dio un codazo, echándolo
a un lado y avanzó hacia ella, hinchando su amplio pecho.

—Lo que quieras, cariño. ¿Necesitas un hombre?

Se permitió ronronear, muy consciente de que Eddie estaba, prácticamente,


gruñendo detrás de ella, como un compañero frustrado.

Disfrutando de la adulación masculina, aumentó su radiante sonrisa y

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balanceó la parte superior del bikini en la punta de su dedo.

—Necesito su opinión masculina, caballeros. ¿Comprarían este bikini para


sus novias si me vieran anunciándolo solo llevando la mitad?

—Ya lo creo, cariño.

— ¡Diablos, síp!

— ¡Compraría la tienda!

***

Con el ceño profundamente fruncido, clavándola con su mirada oscura,


Eddie la cubrió con su camiseta y la condujo de vuelta a la carpa.

— ¿Quieres estar en una orgia y terminar en la cárcel? —Y añadió en voz


baja—: Si no algo peor.

— ¿Una orgia? —Probó el término desconocido en los labios—. ¿Qué es


eso?

Eddie la enfrentó una vez que estuvieron de vuelta en el interior de la oscura


carpa, sus puños en las caderas.

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El Club de las Excomulgadas
—Dos segundos más y toda la horda habría saltado sobre ti en público.

Frunció el ceño, extrañando su antigua y excelente visión nocturna. ¿Cómo


podían los humanos funcionar tan bien con tan pobre visión? Y eran demasiado rígidos
para saltar bien. Echaba de menos su antigua agilidad. Ni siquiera podía saltar
sobre la encimera de la cocina, sin correr el riesgo de herirse gravemente. Con el
ceño fruncido, trató de descifrar el significado.

— ¿Saltar?

La comprensión floreció en su mente y le sonrió, satisfecha de sí misma.

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— ¿Quieres decir follar?3

Una extraña expresión parpadeó a través de sus ojos y desapareció tan


rápidamente que se preguntó si se lo había imaginado. Odiaba estar tan ciega, tan
torpe y casi indefensa. Además de perder su aguda visión, había perdido también su
agudo sentido del olfato, por lo que no podía recoger su aroma para evaluar con
precisión su nivel emocional.

—Extraña manera de decirlo, pero síp. Somos malditamente afortunados de


que algún ladrón no robara todo mi equipo fotográfico mientras hacías tu numerito.
—La hirviente ira se elevó de él.

—Estás enojado conmigo.

Con sus fosas nasales resoplando, sus ojos contrariados en su sombrío


rostro, él desbordaba con energía negativa.

—Malditamente correcto.

Atrapada. El pelo en la nuca se le erizó y le hormigueaba.

Entonces, él soltó un suspiro contenido y se pasó dedos temblorosos por su

3
N.T.: En ingles jump es saltar, ella lo confunde con hump, follarse a alguien.

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El Club de las Excomulgadas
pelo.

—Soy el jefe. Tomo las decisiones y no voy a tener modelos desnudas en


mis fotos, y sobre todo ¡no en medio de una horda de universitarios calientes!

¿Jefe? ¿Algo como un amo?

De repente, la idea de un amo no la atraía. Había sido independiente como


gato, y todavía valoraba su independencia como ser humano. Más y más cada día.

Levantando su barbilla, se quitó su camiseta y la empujó hacia él, fuego


ardiendo en sus venas.

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—Estás cometiendo un gran error, jefe. El sexo vende. —Su estudio de la
televisión la había llevado a esa conclusión. Los seres humanos estaban en celo
todo el tiempo, no solamente dos o tres veces al año. Deberían tener muchas
dificultades para reproducirse si necesitaban un impulso sexual tan fuerte. Ahora
que era uno de ellos, su cuerpo había florecido y se excitaba cada vez que Eddie se
acercaba a ella, cuando sea que escuchara su voz, incluso a través de la caja que él
llamaba teléfono. Solo pensar en el hombre, la ponía tan caliente que estaba a
punto de arder hasta las cenizas.

Contra toda lógica, estaba caliente en más de un sentido en este momento.


Casi lo suficientemente loca como para desnudar sus colmillos, luchó contra la
vertiginosa y hormigueante sensación amenazando con apoderarse de ella.

—El sexo no lo es todo. Vístete así podremos salir de aquí antes que
tengamos más problemas. —Le abrochó la parte superior del bikini y luego se
vistió, colgándose la cámara al hombro.

Su reacción le molestó más de lo que lo haría el agua en su cara. Si esto


continuaba así, su misión fracasaría miserablemente.

—Si la carpa se está moviendo, no vayas a llamar, hermano —se burló una
sarcástica y desconocida voz.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Ves lo que quiero decir? Despreciables gamberros —maldijo Eddie entre
dientes mientras desarmaba la carpa y se la metía bajo el brazo. Se alejó,
levantando arena.

Corrió tras él, la brisa del mar agitando sus largos mechones fuera de su
cara, enfriándola. No le gustaba cuando Eddie estaba enfadado.

— ¿Lista para la segunda ronda con un hombre de verdad, bombón? Haré


que todos tus sueños se hagan realidad —dijo un estúpido joven, mirándola
descaradamente mientras él ignoraba a Eddie—. Te garantizo que puedo hacer
mucho más por ti que este tipo viejo.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


Miró al pomposo zoquete con desdén y se volvió hacia Eddie. No le gustaba
la actitud del hombre y sintió que era el momento que ellos se fueran. Agarrándolo
de la mano, lo engatusó.

—Vamos a casa.

Eddie no se movió, excepto para plantar firmemente los pies separados,


como si estuviera en posición de descanso en un desfile.

—Pídele disculpas a la dama —demandó, sus ojos entrecerrados


amenazadoramente.

Tomó una profunda respiración y se interpuso entre ellos, no estaba


impresionada por este inoportuno espectáculo masculino de bravuconería en su
nombre, justamente todo lo contrario. Por mucho prefería al hombre cariñoso y
comprensivo que la había limpiado y vestido con tanta ternura, el único que había
adorado su cuerpo.

—No hace falta. Vamos a casa.

El hombre se echó a reír y sus amigos se unieron.

— ¿Ella te azota, amigo?

54
El Club de las Excomulgadas
—Eso no se parece mucho a una disculpa. —Eddie apretó los puños a los
costados.

Diana agarró el brazo de Eddie y tiró.

—No valen la pena. —No valía la pena que él se hiciera daño por ella ni
quería que ninguno de ellos saliera herido. Cuando los gatos machos se peleaban,
siempre acababan sangrando con trozos de sus orejas perdidos. Las orejas de Eddie
eran adorables tal como estaban y no quería que cualquier parte de él saliera
dañada.

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Podía sentirlo en plena ebullición debajo de sus dedos y sus esperanzas de
una solución pacífica disminuyeron. Cuando los gatos machos captaban el olor de
una hembra en celo, no daban marcha atrás con facilidad. Si ella estaba en celo, era
solo para Eddie, pero estos jóvenes no podían notar la diferencia. Se sentía un poco
más que culpable por desatar su ira.

Finalmente, después de un interminable momento, mientras el sol brillaba


sobre su cabeza, y el sudor corría entre sus pechos, Eddie soltó un bufido.

—La dama tiene razón. No valen la pena.

Girando sobre sus talones y levantando la ardiente arena tras de él, se alejó
tan rápidamente que se vio obligada a trotar para mantenerse a su ritmo. Una
ominosa sombra se deslizó sobre ella y tomó una entrecortada bocanada de aire,
meros segundos antes que el matón larguirucho agarrase el hombro de Eddie,
haciéndolo girar y tumbándolo sobre la arena.

Los pelos de su nuca se erizaron instantáneamente, ella se volvió en un


ataque felino y siseó. Enseñando sus colmillos, arañó la cara del atacante, dejando
unas furiosas marcas rojas.

El hombre se tambaleó lejos de ella gateando, disparando miradas asustadas


por encima de su hombro.

55
El Club de las Excomulgadas
—Mantente lejos de mí, perra loca. O presentaré cargos.

Respirando con dificultad, sus músculos apretados, le gritó:

— ¡Tú atacaste primero! ¡Nosotros presentaremos cargos!

—Retrocede, princesa guerrera —dijo Eddie jadeando, reteniéndola—. Será


mejor que nos vayamos antes que regrese con sus amigos para un segundo asalto.
Ayúdame a recoger el resto del equipo. Es un milagro que todo siga aquí.

Ella mantuvo una estrecha vigilancia sobre el hombre por el rabillo de su ojo
mientras apresuradamente reunía el equipo. Se hizo una nota mental: no coquetear

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con otros gatos machos.

***

Cuando llegaron a casa, estaba ansiosa por escapar de mal humor de Eddie.
La playa había sido claustrofóbica, con la multitud ahogándola. Estar en contacto
con la naturaleza siempre había actuado como un bálsamo, así que ¿por qué no lo
hacía ahora?

—Voy a dar un paseo. No he hecho ningún ejercicio hoy.

Eddie cerró el sedán y la miró por encima del techo, su reflejo ondeando a
través del brillante metal. Una suave brisa le agitó el cabello, arrojándoselo sobre la
frente, suavizando su taciturna expresión.

—Síp. Claro. Necesito una ducha fría. Ten cuidado con el canal.

Canal...

Horror de los horrores.

Tensándose, los horribles recuerdos se estrellaron sobre ella. Aunque el sol


brillaba sobre su cabeza, y no había ninguna nube gris en el cielo, se sintió
repentinamente helada.

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El Club de las Excomulgadas
—Un cocodrilo casi atrapó a uno de los niños del barrio. —Después de una
larga pausa, miró fijamente hacia las oscuras aguas—. Mató a mi mascota.

Ella comenzó a asentir, y entonces calló su argumento. Él pensaría que era


extraño que tuviera esa información. En su lugar, le puso gentilmente la mano en el
antebrazo.

—Lamento mucho escuchar eso. Debes echarla terriblemente de menos.

Se tensó y la miró ante eso.

— ¿A ella? ¿Has oído hablar de esto?

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¡Ratas!

Las trampas conversacionales estaban por todas partes.

—Uno de los vecinos me lo mencionó. Vi varias fotos de ella. Debe haber


sido muy especial para que la fotografiaras tanto.

Su expresión se cerró, como si hubiera bajado una persiana de golpe.

—Síp. Mira, todavía es muy reciente y no quiero hablar de ello. Ese maldito
cocodrilo nunca ha sido capturado, así que ten cuidado.

¡Doble ratas!

El aliento se le quedó atascado en la garganta. ¿El desalmado todavía podría


estar al acecho por los alrededores? El miedo hasta los huesos casi la paraliza.

—No te preocupes. Me quedaré en el camino.

—Buena idea. —Eddie apartó el brazo de su agarre y retrocedió hacia la


puerta—. Espero no haberte asustado demasiado. Solo ten cuidado y mantente
alejada del canal.

Demasiado tarde. La mención del monstruo le garantizaba un ataque de

57
El Club de las Excomulgadas
nervios.

Conflictivas emociones la golpearon y se abrazó a sí misma. Pero no estaba


sola en su dolor. El dolor de él le hacía daño, y no podía decirle que realmente no
lo había dejado. Aunque el amor en su voz le calentó el corazón. Así que, había
sido muy especial para él.

—Está bien. Voy a ser muy cuidadosa. Lo prometo.

Asintiendo, Eddie desapareció en la casa sin decir nada más. Cuando la


puerta se cerró detrás de ella y las ventanas temblaron, hizo una mueca.

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Una mamá pato con una docena de patitos pasó contoneándose por delante,
mientras se sacudían el agua de sus plumas. La boca se le hizo agua, los devoró con
la mirada. Conocía muy bien a esa mamá pato. Se había escapado de sus garras en
más de una ocasión y una vez la atacó. Sorprendida de que el ave no la pudiera
sentir como el enemigo y que se paseara como si no fuera una amenaza, su mirada
absorta los siguió. Bueno, ya no era una cazadora, ¿no? Esos días se habían ido
para siempre. Sin embargo, la gorda ave la fascinaba y le hizo salivar.

Deambuló por el tranquilo camino hacia la torre de la iglesia que sobresalía


sobre un grupo de altos pinos.

A mitad del camino divisó a un rechoncho gato atigrado de color amarillo


descansando en una sección de hierba moteada por el sol, bajo una gran mimosa.

Reconoció a su buena amiga Trinity y la llamó en voz baja. En el momento


en que el maullido salió de sus labios, se quedó sin aliento y se llevó la mano a la
boca, rogando para que nadie la hubiera escuchado. Comprobando los patios
próximos, no detectó a ningún humano cerca.

Trinity entrecerró un ojo abierto y miró hacia ella. Maulló suavemente:

— ¿Te conozco? Tu olor me recuerda a una vieja amiga.

Cruzó el patio, las largas hojas de hierba le hacían cosquillas en los tobillos,

58
El Club de las Excomulgadas
los tréboles eran suaves y esponjosos bajo sus nuevas sandalias con abalorios.
Sentándose en la hierba junto a la gata, puso las piernas al lado de su amiga. De
nuevo, maulló suavemente, feliz porque todavía podía entender y hablar el idioma.

—Soy yo. Tú amiga, Diamond.

—Diamond pasó al otro mundo. —Las cejas de Trinity se juntaron y su cola se


quedó quieta—. Estas tratando de engañarme.

Diana se metió los largos mechones desordenados detrás de las orejas y miró
fijamente a los ojos de su amiga.

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—Te estoy diciendo la verdad. ¿Cuántos seres humanos conoces que puedan hablar la
lengua felina? He sido resucitada en esta nueva forma. Fue mi recompensa por salvar la vida
de un niño del vecindario.

Trinity ni pestañeó, pero arañó la hierba bajo sus patas, como solía hacer
cuando tenía algo difícil sobre lo que reflexionar. Sus ojos ambarinos brillaron y se
echó hacia atrás lejos de Diana.

—Podrías ser un demonio.

— ¿Recuerdas esa vez que peleamos con Brutus el matón? —Brutus era el
mezquino Doberman de un ex vecino—. Me quedé atrapada debajo de la cerca cuando
lo distrajiste hasta que pudiera zafarme, casi te mató.

Los recuerdos de ese día, aún la perseguían, enviando escalofríos por su


espina dorsal. Se sentía muy feliz de que los vecinos se hubieran mudado, aunque
ahora estuviera por encima de la bestia.

—Lo recuerdo. —Pero Trinity todavía la miraba como si tuviera tres colas y
dos cabezas.

— ¿Qué hay de la vez que te confié que estaba enamorada de mi amo y me dijiste que
estaba loca?

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El Club de las Excomulgadas
Recogió un trébol de tres hojas y lo hizo girar entre sus dedos, oliendo su
dulce fragancia y gozando del veraniego olor que siempre había amado tanto.
Tentada de masticar el delicioso trébol verde como le había encantado hacer, le
hizo dar un pequeño bocado y se lamió los labios.

¡Humm, para chuparse los dedos!

—A Diamond le encantaban los tréboles, también. —El asombro se entretejía en


el áspero contralto de Trinity—. Nunca he visto a un ser humano comer tréboles antes.

—A Diamond todavía le encanta. ¿Es tan difícil creer en la reencarnación? ¿O que

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soy Diamond? La Madre Tierra se renueva a sí misma cada primavera. Los seres como
nosotros también se renuevan.

—Nadie más ha venido antes y me ha dicho que se había reencarnado. ¿Por qué no lo
hicieron, si pasa todo el tiempo?

Diana dio otro mordisco a la verde exquisitez, ponderando el enigma.

—La mayoría de los seres renacen como bebés, con sus recuerdos borrados. La diosa
que me resucitó me dijo que estaba agradecida por mi sacrificio, que mi tiempo en la Tierra
aún no había terminado, que me permitía vivir el tiempo que tenía asignado, como humana,
porque mi mayor deseo era convertirme en la compañera humana de Eddie. Deseaba que él
me amara tanto como yo lo amo.

—Tal vez —pronunció Trinity lentamente, lamiéndose la pata—. Suena como


una cosa humana.

Ella sacó la artillería pesada. Trinity no podía pasar por alto el conocimiento
de este dato.

— ¿Recuerdas cómo me confiaste que ibas a tener los gatitos de Sinbad?

La mirada asombrada de Trinity colisionó con la suya.

—No se lo confié a nadie, más que a Diamond.

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El Club de las Excomulgadas
¡Bingo!

Susurró al oído de su amiga:

—Si yo no fuera Diamond, ¿podría saberlo?

— ¡Diamond, eres tú! Ha pasado tanto tiempo desde que te he visto. —Trinity le
lamió la mano extendida con su áspera lengua.

¡Aleluya! ¡Por fin!

—Tuvimos cuatro hermosos gatitos. Todos ellos han encontrado un hogar, menos

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uno.

Trinity se levantó sin prisa y se estiró, su cola en dirección al sol.

—Ven a conocer a mi pequeño amor. Me temo que mi amo se la llevara a un refugio


humano si no encuentra una casa pronto.

Diana se estremeció. Qué desafortunada. Siguió a Trinity hasta el porche


trasero, donde la gatita deambulaba. Como su madre, era una gata atigrada de
color amarillo con conmovedores ojos topacio. Palmoteó encantada y sonrió.

—Es hermosa como su mamá, quien es mi buena amiga. Si ella es la última que
queda, los otros deben haber sido impresionantes.

Trinity se unió a su gatita, suspiró y la lavó con la lengua.

—Es tímida con los extraños. Todos los humanos quieren a una señorita
Personalidad.

Díselo a ella. Lo recordaba bien.

Diana se inclinó para no asustar a la gatita. Le guiñó un ojo con


complicidad.

—Conozco algunos secretos de los gatos, así que apuesto que le agradaré. ¿Cómo se

61
El Club de las Excomulgadas
llama?

—Rosie, porque le gusta comerse los pétalos de las rosas de mi amo. Dice que saben
mejor que la hierba gatera.

—Ven aquí, Rosie — la llamó Diana, le tendió la mano, agitando los dedos.
Chasqueó la lengua, de la manera en que Eddie solía llamarla cuando volvía de una
excursión nocturna al aire libre.

Diana maulló suavemente, implorándole a la gatita que la inspeccionara.

— ¿Quieres venir a casa a vivir conmigo? Vivo más abajo del camino, por lo que aún

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podrás visitar a tu mamá.

—No vas a tener una casa mejor —dijo Trinity, empujando a su pequeña con la
nariz—. No podrás encontrar un lugar más perfecto.

—Pero no quiero dejarte, mamá. —El patetismo en la aguda voz de Rosie


rompió el corazón de Diana. Tenía los ojos húmedos cuando se frotó contra su
madre—. Quiero quedarme contigo. Te quiero.

Trinity besó a su bebé.

—También te quiero, preciosa. Pero nuestro amo no permitirá que te quedes. Al


menos, de esta manera estarás cerca y podremos visitarnos. Tía Diamond mantendrá su
palabra. Ella es de la familia.

—Lo prometo —dijo Diana, conteniendo las calientes lágrimas, con el


corazón roto. Recordó como había sido robada a su madre, para no volver a verla.
No había pensado en ella en mucho tiempo, pero un muy intenso y repentino
anhelo la asaltó y se comprometió a no dejar que eso le sucediera a Trinity y a
Rosie—. Nos visitaremos mucho.

Trinity espoleó a la gatita de nuevo, empujándola hacia delante con la nariz.

—Vamos, cariño. Conoce a tu nueva familia.

62
El Club de las Excomulgadas
Rosie caminó lentamente, mirando por encima de su hombro a su madre,
quien asintió con la cabeza y sonrió trémulamente.

—No encontrarás a otro ser humano que hable nuestro idioma, querida. U otra casa
en la misma manzana.

Trinity se secó una lágrima de la mejilla y volvió la cara rápidamente.

Era tan agridulce. Parpadeó para contener las lágrimas, tratando que no se le
hiciera un nudo en la garganta.

El humano de Trinity, un gran y peludo hombre de enmarañado pelo rojo


con gafas de culo de botella, caminó por el porche, mirándola con curiosidad mal

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disimulada.

—Uh, ¿puedo ayudarle?

¡Ratas! ¡Atrapada!

Diana se puso de pie de un salto, sabiendo que los humanos no tomaban la


intrusión en su espacio personal por otra persona de forma amable. Tan nueva
como era siendo una mujer, se había olvidado de esto, hasta que el dueño de la casa
había aparecido con una mirada sospechosa en su rubicunda cara.

—Yo, uh, encontré a su gatita corriendo por el camino y tuve miedo de que
fuera atropellada por un coche, así que la estaba trayendo de vuelta.

El hombre asintió y se quedó de pie como centinela junto a la puerta, sus


brazos fornidos cruzados sobre el pecho. Los rayos del sol se reflejaban en sus
gruesos lentes y tenía problemas para leer su expresión por el reflejo.

Quería sacar el tema de la adopción de Rosie, pero no podía decirle que su


amiga Trinity había sido la que le dijo, que la gatita estaba en adopción.

—Es tan pequeña, no quería que se lastimara. Soy una amante de los gatos
desde hace mucho. —Volviéndose, le hizo un guiño a Trinity, mientras el hombre
estudiaba a Rosie especulativamente—. Estoy segura que tiene un montón de cosas
que hacer. Voy a seguir mi camino.

Los ojos jade del hombre se iluminaron calculadoramente y se acarició la


peluda barbilla. Inclinó la despeinada cabeza hacia la gatita.

63
El Club de las Excomulgadas
— ¿Le gusta ese gatita, señorita? Necesita un buen hogar y apuesto a que le
encantaría ir a casa con usted. Es la última que queda de su camada.

Esto era casi demasiado fácil. ¿Podría Venus haber preparado esto?

— ¡Me encantaría adoptarla! —Diana esperaba que a Eddie no le importara


que llevara a Rosie a casa, pero él necesitaba un nuevo gato para reemplazarla y
Napoleón necesitaba que alguien lo mantuviera a raya. Se había puesto demasiado
cómodo como el único animal de la casa—. ¿Tengo que llevármela ahora?

—Cuanto antes, mejor. Es una chica tan linda, pero mi límite es un gato.
Esta será la última camada de mi vieja Trinity, seguro. —Se inclinó y rascó a
Trinity en la cabeza, para suavizar sus palabras.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


—Vivimos en la misma calle, por lo que podrán visitarse. —Diana abrió el
camino para futuras visitas, cruzando los dedos para que el dueño de Trinity fuera
susceptible a la idea, mientras su corazón se compadecía de su amiga.

—Estoy seguro que a Trinity no le importará en absoluto. Bueno, si me


disculpa, mi programa favorito ha empezado y me estoy perdiendo a las chicas. —
Le hizo cosquillas a Rosie bajo la barbilla—. Ten una buena vida, chica con suerte.
Conseguiste una bonita mujer para que te quiera.

Parecía que ella era la afortunada. Consiguió llevar a Rosie a casa con ella.
Alzando a la gatita en sus brazos, la acurrucó junto a su corazón.

El hombre se volvió para irse, entonces se detuvo y giró sobre sus talones.

—Una advertencia. No dejes que la gata se acerque el canal. Tuvimos al


padre de todos los cocodrilos por estos pagos recientemente y atrapó a otro gato.
Mal asunto. Uno pensaría que los chicos de fauna silvestre lo podrían haber
atrapado ya. Tenemos un montón de niños corriendo por este barrio.

Cocodrilo...

Nadie le permitía olvidarlo. Parecía que la seguía a todas partes.

La sangre de Diana se congeló en sus venas y se estremeció.


Definitivamente, tendría una buena charla con la señorita Rosie y le explicaría la
realidad de la vida en Florida, incluyendo caimanes, coches, perros, patos y otros
peligros. Empezaría con el cocodrilo y luego cómo manejar a Napoleón.

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El Club de las Excomulgadas
—Vamos a vigilarla estrechamente. Encantada de conocerle.

De camino a casa, Diana le habló a la gatita sobre Eddie.

—Eddie es el más dulce, más amable y más cariñoso humano que jamás hayas
conocido. Lo adorarás y estarás muy feliz de que te haya traído a casa a vivir con nosotros.

—Eso espero. —Rosie parecía dudosa—. ¿Estás segura de que me querrá? Ni


siquiera me conoce.

Con suerte...

¿Cómo podría alguien no amar a esta adorable gatita?

Eddie, realmente, necesitaba un gato para equilibrar al perro y para

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reemplazar el vacío que la ausencia de Diamond había dejado en su vida. Tratando
de convencerse a sí misma, tanto como a la gatita, Diana pegó una positiva sonrisa
en su cara y asintió con la cabeza.

— ¡Por supuesto que lo hará! Ama a los gatos y tú eres tan adorable, ¿cómo puede
evitar enamorarse de ti a primera vista?

—Tú estarás allí también, ¿no? ¿No me dejaras sola con él?

— ¡Por supuesto que voy a estar allí contigo! —Diana levantó a la pequeña
criatura al nivel de sus ojos y entonces se dio cuenta de cómo había empezado a
temblar. Se enojó consigo misma, se había olvidado que la gatita estaría asustada
de las grandes alturas—. Tú y yo somos un equipo de ahora en adelante. Somos una
familia. Soy la tía Diamond, ¿recuerdas?

— ¿Me lo prometes?

—Lo juro.

Había aprendido esa expresión de las viejas películas a las que se había
vuelto adicta. Eran cofres de tesoros del saber, atestiguaría a todo el mundo lo
maravillosas que eran.

Diana rascó a Rosie bajo la barbilla, haciéndola relajarse. Era una cosita tan
nerviosa. Tendría que tener una buena charla con Napoleón para que tuviera su
mejor comportamiento con ella, sobre todo mientras fuera aún un bebé.

— ¿Eh? —Rosie inclinó la cabeza y le dio una mirada en blanco.

65
El Club de las Excomulgadas
—Eso significa que te lo prometo con todo mi corazón. —Al menos pensaba que
era eso lo que quería decir. De todos modos, eso era lo que quiso decir cuando lo
dijo.

La puerta principal se alzó frente a ellas, y Diana se detuvo, mirándola fijo.

Bien, era ahora o nunca...

Reuniendo coraje, llevó a Rosie dentro, haciendo una pausa en la entrada


para permitir que sus ojos se acostumbraran a la penumbra.

—Este es tu nuevo hogar, pequeña —susurró para que nadie más que Rosie
pudiera oírla, con la posible excepción del perro.

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Los ojos de Rosie se abrieron de par en par mientras miraba alrededor, hacia
sus nuevos dominios. Arrugando su nariz, olfateó y retrocedió con su pelaje
erizado.

—Huelo un perro.

—Es solo Napoleón. —Diana acarició la cabeza peluda de la gata, encantada


por la sedosa sensación de la misma—. Es la otra mascota de Eddie. No está nada mal
para ser un perro. Puesto que no nos recibió en la puerta, eso debe significar que está en el
patio trasero.

Afortunadamente.

Los saludos entusiastas de Napoleón habrían asustado a su nuevo bebé, con


seguridad. Era demasiado joven para perder una de sus nueve vidas. Tendría que
hablar con Napoleón sobre cómo comportarse en torno al nuevo miembro de la
familia.

—No me gustan los perros. Me dan miedo. —Diminutas y afiladas garras se


clavaron en la mano de Diana.

—Napoleón es un buen perro. Te gustará. Es como un gran gato carroñero. —Un


gran gato carroñero y ruidoso.

No podía creerse que lo hubiera llamado bueno, o que lo hubiese dicho


realmente en serio. Sorprendentemente, sin embargo, se sentía bien con su
afirmación. El perro debe haber madurado con la edad.

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El Club de las Excomulgadas
Eso o era mucho más agradable con los seres humanos que con los gatos.

— ¿Eddie? ¿Estás arriba? —No oía la ducha abierta. El único sonido que oía
era el zumbido de los aparatos. O bien había salido a su oficina, o estaba en la
cama, o en el patio trasero. Se dirigió a la oficina.

Llamó suavemente a la puerta y esperó una respuesta. Vino de la zona de su


cuarto oscuro.

—Tengo algo que enseñarte, Eddie. ¿Puedes salir?

—Dame solo un par de segundos. Ya casi he terminado el revelado de este


rollo.

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Deseosa de presentar la nueva adición a su familia para Eddie, Diana se
balanceó atrás y adelante sobre las puntas de sus pies, mientras los segundos
pasaban. Cuando salió, ella levantó a Rosie.

—Eddie, quiero que conozcas a Rosie, tu nueva gatita. Rosie, quiero que
conozcas a Eddie, tu nuevo amo.

Furia y consternación pelearon en la cara de Eddie, haciéndola desear


haberle pedido permiso, aunque la oportunidad de mantener a la gatita de su amiga
en la zona había sido demasiado buena para dejarla pasar. Cuando sus miradas se
enfrentaron, el corazón se le cayó a los pies y abrazó a la gatita protectoramente
contra su pecho.

—Uh oh —lloriqueó Rosie, ocultando su cara contra el pecho de Diana—.


Me odia.

¡Oh, no! Esto no iba según lo planeado.

Aunque se consoló con el conocimiento de que Eddie era demasiado amante


de los gatos como para odiar a Rosie, pero no podía expresar esta certeza con él
parado ahí, al alcance del oído.

— ¿No crees que deberías haberme consultado antes de que decidieras


adoptar un animal y traerlo a mi casa? —Miró a Rosie recelosamente, reactivando
su nerviosismo, lo cual no era para nada lo que Diana deseaba que pasara.

¡Ouch!

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El Club de las Excomulgadas
Reprimiendo el escalofrío de alarma que corría por sus brazos, Diana
levantó su barbilla, negándose a dar marcha atrás.

—Pensé que te haría bien adoptar un nuevo gato. —Le tendió la dulce
gatita, pero él se mantuvo distante.

—Si hubiera querido otra mascota, habría elegido una.

Si lo dejara a su suerte, nunca podría adoptar otro gato. No podía devolver a


Rosie. ¿Qué le sucedería? Alarmada por el endurecido y terco corazón de Eddie,
acarició a la pequeña ricura detrás de las orejas y le canturreó.

—Pero ella te necesita y tú la necesitas. Los gatos son buenos para ti. Por

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favor.

Eddie negó con la cabeza.

—Tuve a mi último gato durante tres años. Dale a un tipo la oportunidad de


llorar.

Pero Rosie necesitaba un hogar ahora...

Diana se sintió mal por él y se sentó en el extremo del sofá.

—Todavía puedes llorar por tu antigua mascota, pero estoy segura de que
ella querría que fueras feliz y le dieras un buen hogar a esta cosita dulce.

Eddie miró a Rosie durante un intenso momento antes de que su rostro se


suavizara un poco.

—Supongo que es algo linda.

Rosie le frunció el ceño a ella y maulló.

—Él todavía no está seguro de quererme aquí. ¿Dónde voy a ir? ¿Qué haré?

Ya que no podía responderle con Eddie delante, la abrazó mientras deseaba


golpear al obstinado hombre para que entrara en razón.

Eddie se inclinó para acariciarla y Rosie le golpeó la mano con sus afiladas
garras. Cuando una ristra de maldiciones salió de los labios de Eddie a tono con los
chillidos de Rosie, el corazón de Diana se paró por un momento.

¡Oh, no!

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El Club de las Excomulgadas
Con una expresión de terror, la gatita saltó de sus brazos y se lanzó a través
del cuarto. Oculta bajo el sofá, en uno de los escondites favoritos de Diamond, lo
único visible eran sus brillantes ojos.

El ceño fruncido de Eddie regresó y se frotaba la mano, siseando una


superficial respiración.

—La pequeña vampiresa extrajo sangre. —Bajó los dedos teñidos de rojo a
su regazo—. ¿Ha tenido ya su dosis?

—Shhh. Deja de gritar. Asustarás a Rosie. —Diana cerró la distancia entre


ellos, tomando su mano entre las suyas y examinando la herida.

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—Rosie, ¿eh? ¿No Vampirella? —El sarcasmo rezumaba de sus labios—.
¿Qué quieres decir con que voy a asustarla? La pequeña chupasangre me asusta a
mí.

—Rosie —dijo con firmeza, mientras se subía al sofá y se arrodillaba para


estar lo suficiente cerca para ayudar. La pequeña bribona había clavado un par de
garras bastante profundo, extrayendo sangre—. Y deja de llamarla con otros
nombres. Es una dulce y pequeña cría.

—Casi tan dulce como una cría de tarántula.

¿Había sido Eddie siempre tan insoportable? Era gracioso como nunca lo había
notado en su vida anterior...

Diana puso los ojos en blanco.

—Vivirás. Déjame ejercer de médico para ti. —Tuvo el loco deseo de lamer
su herida, pero eso la delataría. En un momento estaba limpiándole y vendándole
la herida, siguiendo sus instrucciones.

Un fantasma brilló detrás de Eddie, flotando en el aire. La imagen de Venus


se materializó, se puso un dedo en los labios y luego señaló a la habitación de al
lado, en una inconfundible orden.

Ella gimió. Ahora no.

Tragándose su consternación y esperando que Eddie no se diera cuenta de


su incomodidad, trató de ocultar su sorpresa.

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El Club de las Excomulgadas
—Discúlpame un momento. Dejé algo en la otra habitación. —Antes de que
Eddie pudiera preguntarle, escapó, tratando de no correr y levantar sus sospechas.

Venus se cernía en lo alto de la cocina, con los brazos cruzados sobre el


pecho, sus labios fruncidos. Con expresión sombría negó con la cabeza.

—Estoy decepcionada. Me has defraudado.

El corazón de Diana se hundió y enmascaró sus ojos con las pestañas.


Clavándose las uñas en las palmas, trató de contener sus agitados nervios.

—Lamento que las cosas se descontrolasen. No es fácil ser humana.

—Mi padre quiere que te cambie de nuevo a un felino. Piensa que el

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episodio en la playa demuestra que no puedes superar tu naturaleza básica.

¡No! Esto no podía estar pasando. Su tiempo no podía acabarse todavía.

Arrodillándose, juntó las manos y miró suplicante hacia el ser etéreo.

—Oh, por favor, su gracia, dame otra oportunidad. Estoy aprendiendo. Es


mucho más maravilloso y aterrador de lo que jamás soñé. Lo estoy intentando con
mucho ahínco.

—Si lo hago, estaría jugándome el cuello por ti. Padre no ha estado feliz
conmigo durante los últimos mil años. Cree que estoy fuera de control y ha
presentado una petición al consejo para colocarme bajo arresto.

Entristecida por haberle traído problemas a su patrona, Diana bajó la cabeza


y restregó los pies por el suelo.

—Nunca, deliberadamente, sería una molestia o te causaría humillación. Si


me das otra oportunidad, prometo que voy a recordar mi lugar y actuar en
consecuencia. Por favor, por favor, déjame permanecer como una mujer. Déjame
quedarme con Eddie.

La apretada línea de los labios de la diosa se suavizó y suspiró.

—Eres una dulce y bienintencionada criatura; por lo tanto, te concederé otra


oportunidad. Pero no lo olvides, estás siendo observada.

¡Gracias a los cielos!

Diana cerró los ojos aliviada.

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El Club de las Excomulgadas
—Gracias. No te arrepentirá de creer en mí. Voy a hacer que te sientas
orgullosa.

—Solo siéntete orgullosa de ti misma, pequeña. Sé feliz. —Venus le lanzó


un beso y desapareció.

— ¿A quién le hablas? —Eddie entró en la cocina una fracción de segundo


después de que la diosa se evaporara, haciendo que su corazón se acelerara.

¡Por los pelos!

Diana se obligó a respirar y sonreír.

—Acabo de llamar al médico. Dijo que no era para preocuparse, solo hay

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que vendarte como lo estaba haciendo.

Eddie asintió, aceptando su explicación.

—Quiero hablar contigo sobre nuestra próxima sesión. Hablemos en la


mesa.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 6
Diana fue despertada por el clic de la puerta y el susurro de pasos en la
alfombra. Apretó los ojos para apartar el sueño y se giró hacia el sonido
amortiguado.

¡Qué deliciosos olores!

Olfateó apreciativamente.

La inconfundible esencia de Eddie, un poco a almizcle y pura ambrosía, se


mezclaba con el olor inconfundible de la carne. Mirando en la oscuridad, distinguió

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su silueta, mientras se acercaba sigilosamente a ella, a la luz de la luna.

Alto. Poderoso. Misterioso. Absolutamente delicioso.

Hielo tintineó en el vaso que le tendió, la miró fijo antes de hablar en un


tono apagado.

— ¿Cómo te sientes? Te traje una ofrenda de paz por portarme como un oso
antes.

Su voz no podía sonar más maravillosa si hubiera profesado amor eterno y


devoción. Bueno, tal vez, pero no mucho. Bostezando, se estiró lánguidamente. El
material fino de su camisón se tensó contra sus hormigueantes pechos. Todavía
medio dormida, sus pensamientos salieron sin control.

— ¿Sabes que tienes la voz más intensa y sexy que he oído en mi vida?

No es que tuviera mucha experiencia con los machos humanos, pero había
estado viendo mucha televisión, especialmente de cocina y canales educativos,
desde su transformación y Eddie podría competir contra las sexys estrellas de rock
en cualquier momento. También le había tomado mucho cariño a varias
telenovelas de la tarde, las que le estaban enseñando mucho sobre el verdadero
amor humano.

Empujó una bolsa de comida y un vaso de agua helada hacia ella.


Apoyándose en su codo, se lo agradeció con su sonrisa más bonita. La comida
podría ser una súper autopista hacia su corazón si no lo poseyera ya. No hace

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El Club de las Excomulgadas
mucho, habría seguido a un hombre a cualquier lugar por el olor de la carne cruda.

Agradecida, agarró el vaso y dejó deslizarse el fresco líquido por su


garganta. Mirando hacia él soñadoramente, mordisqueó la cena gourmet puesta en
la mesilla de noche. Esto era casi tan divino como el Cielo.

Fuego ardiendo, oscureció los ojos de Eddie. Una miríada de electrizantes


emociones cruzó sus cincelados rasgos, fascinándola.

—Pareces un ángel bañado por la plateada luz de la luna. —Él retrocedió un


paso—. No debería haber dicho eso. Se me escapó.

Oh, sí debía. Podía halagarla todo lo que quisiera. Cuanto más, mejor.

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El deseo se enroscó en su estómago, inundándola de alegría.

—Y tú pareces un demonio. —No podía resistirse a la travesura que


danzaba en su alma y se enroscó sensualmente en la cama, seduciendo
conscientemente a su jefe.

Cuando la pasión le nubló los ojos, ella se lamió los labios repentinamente
resecos. Solo la húmeda lengua de él podría restaurar su humedad y anhelaba un
aguacero. Incluso un huracán.

—Diana. —Su voz rasposa la excitó, pero fue la rapidez con que su pene se
hinchó, lo que le robó el aliento y persuadió a sus calientes jugos a fluir entre sus
piernas. Se retorció contra las suaves sábanas, resbaladizas por el sudor.

¡Él era tan increíblemente caliente!

—Eddie. —Extendió la mano, invitándolo a su cama. Esta noche, él sabría


con quién estaba haciendo el amor, sin engaños ni pretextos. Excepto la madre de
todos los engaños, que ella fue una vez su dulce gata.

Aunque su respiración se aceleró, él dudó. No podía engañarla. Podía oler


su deseo. La deseaba.

Tal vez él no sabía lo mucho que lo anhelaba, cuán profundamente ansiaba


que la sostuviera en sus brazos, estar en su vida. A punto de prenderse en llamas,
ella recogió un cubito de hielo de su bebida, lo deslizó sobre su ardiente pecho, y
dejó que se deslizara a través de sus dedos por su escote.

73
El Club de las Excomulgadas
—Estoy tan caliente.

—Podría encender el aire acondicionado. —Su voz entrecortada se volvió


ronca mientras su mirada embelesada la devoraba.

¡Cómo si eso pudiera sofocar el fuego que la asolaba!

Agitó la cabeza, agarró la parte inferior de su camisón y lo subió


tentadoramente, centímetro a centímetro, hasta que reveló su vientre.

—O podría simplemente eliminar estas molestas ropas. —Sin esperar su


respuesta, levantó el camisón y se lo sacó. Permaneció de rodillas, con su pecho
empujado hacia adelante.

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Eddie tragó saliva, sus ojos eran profundos pozos de deseo. Sus pantalones
tirantes sobre sus caderas por la fuerza de su erección. Con una mirada hambrienta,
se acercó a ella lenta e inexorablemente.

—Tan cautivadora.

Hechizada por su voraz expresión, el poder se disparó a través de ella y


empujó sus tensos pezones hacia él. Él acunó un generoso pecho en su mano,
probando su peso. Luego inclinó su cabeza y lo probó, succionando suavemente.
Gimiendo, lo mordisqueó luego lo atrajo con fuerza en su ansiosa boca.

Que exquisitas sensaciones.

Se arqueó en su contra, frotándose contra él, deseando sentir su piel desnuda


contra sus pezones. Le desabrochó la camisa y extendió sus manos por debajo,
sosteniendo su palma sobre el errático latido de su corazón.

Su olor la embriagaba y se frotó contra él.

— ¿Cómo puedes ser tan inocente aunque tan primitiva? —Su aliento le hizo
cosquillas y ella se echó a reír.

Si él supiera...

Un ronroneo retumbó profundamente en su pecho, provocado por las


lamidas que le daba. Los felinos eran criaturas inocentes, nobles y sensuales. A
pesar de que había cambiado de muchas maneras, su esencia básica seguía siendo
la misma. Cómo deseaba poder decirle toda la verdad, pero no se atrevía. La

74
El Club de las Excomulgadas
verdad probablemente lo asustaría. ¿Si ella hubiera sido primero un humano, le habría
creído si le hubiese dicho que antes había sido un gato?

Probablemente no.

En lugar de contestar en voz alta, se dejó llevar por su deseo más básico,
permitiendo que su lengua expresara sus sentimientos, besándolo desde el rostro
hasta la oreja. Arremolinó la punta de la lengua alrededor de lóbulo su oreja, hasta
que él gimió.

Saqueó de nuevo sus labios con un beso abrasador, su lengua bailando,


apareándose con la de ella, mientras bebía más profundamente de lo que jamás
había soñado que fuera posible. La lanzó hacia atrás sobre la cama, su peso

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deliciosamente pesado encima de ella. Sus corazones golpeaban juntos, en
sincronía.

Como una virtual leona, le arrancó la ropa, sus dedos hurgando primero en
el botón y luego en la cremallera de sus pantalones, hambrienta por sentir su pene
latiendo salvajemente en sus manos. Nunca había deseado nada más en su vida que
mezclar su alma, su vida con la de él.

Codiciando tener todo de él, le empujó los pantalones por sus caderas y
envolvió los dedos alrededor de su satinado e hinchado pene. Impresionada por la
sangre latiendo a través de este, de que pudiera estar tan duro y tan caliente y, sin
embargo, tan suave y sedoso a la vez, lo acarició con ternura. Separando la ranura
del extremo, sonrió cuando su semilla brotó.

Su propia lubricación fluyó fácilmente y separó ampliamente sus piernas


para que él encajase más cómodamente entre sus muslos, tanto que sus espesos
rizos se enredaron mientras sus caderas se movían en la antigua danza del amor.

Queriendo prolongar el placer y la gloria, se escurrió de debajo de él,


escapando de su fuerte abrazo. Cuando empezó a protestar, lamió su camino hacia
abajo por su dura y musculosa longitud, saboreando su salado almizcle.

Qué sabroso era.

Disfrutó alargando su placer, provocándolo y tentándolo. Le sacó su


restrictiva ropa, entonces arremolinó su lengua por los lisos y duros planos de sus

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El Club de las Excomulgadas
abdominales. Continuó hacia abajo por su longitud, siguiendo el rastro de vello que
se iniciaba en su ombligo dirigiéndose directamente hacia su pene. Intoxicada por
su olor, lamió alrededor de la base de su pene mientras se agitaba y palpitaba,
teniendo cuidado de no tocarlo con su lengua, pero frotando sus mejillas contra la
rabiosa hoguera.

—Seductora —la acusó, con una respiración entrecortada, mientras ella le


mordisqueaba la parte interior de las piernas, con su cabello rozándole las bolas.

Sonriendo contra sus poderosas piernas, lo lamió hasta los pies, y se los lavó
con la lengua, un dedo a la vez. Qué maravilloso se sentiría cuando esas piernas se
envolvieran alrededor de ella, aprisionándola contra él mientras hundía su pene en

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su núcleo. Se mordió el labio inferior, tan fuerte como pudo, para detener la
trémula sensación, casi corriéndose con el pensamiento. Como quería darle placer
por todas partes. Siguió su camino de regreso a la parte delantera de su pie,
mientras le masajeaba el otro entre las manos.

Deleitada con su sabor, le encantaba la forma en que se flexiona y se retorcía


debajo de ella, como su gruñido retumbaba profundamente en su estómago y
recorría todo el camino hacia sus extremidades.

—Te gusta esto. —No era una pregunta. Apenas reconoció la voz ronca que
emanó de las profundidades de su alma como la suya.

—Um... no te detengas.

Sintiéndose decididamente malvada, le mordió la pantorrilla y continuó su


viaje hasta el interior del muslo, hacia las joyas que deseaba.

—Si no me detengo, no puedo hacer esto. —Colocó la cabeza entre sus


piernas. Apoyándose en sus codos, miró su increíble erección—. Tan hermosa.

Más que hermosa.

—Ídem. —Él pasó un dedo a lo largo de sus aterciopelados pliegues, luego


la probó suavemente. Cuando le frotó el clítoris, ella gimió.

Para no ser menos, le trazó la abultada vena que palpitaba en su pene con la
punta de su uña, y luego la reemplazó por su lengua. Sus contorsiones la excitaron,
por lo que lo lamió más rápido, siguiendo su camino hacia la tentadora punta.

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El Club de las Excomulgadas
Queriendo un mejor acceso, rodó encima de él y tomó su pene en la boca,
chupando fuerte. Gruñendo, él se empujó profundamente en ella.

Impresionada por el tamaño de sus bolas, las ahuecó reverentemente con


una mano. Con la otra, le acarició la base de su pene.

Era tan espléndido.

Tambaleándose sobre el borde del éxtasis, corcoveó contra su mágica mano,


sus músculos apretándose alrededor de los dos dedos que se sumergían en ella sin
piedad. Lava fundida estalló en su centro, fluyendo sobre la mano de él.

Queriendo compartir la gloriosa explosión con él, bombeó más fuerte y lo

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chupó con avidez, gimiendo de placer.

— ¡Más fuerte, nena! —Eddie empujó una última vez en su boca. Su


liberación fue contundente, lanzando su semilla en su garganta, derramándose por
su barbilla y acumulándose entre sus pechos.

¡Que viril!

Bebió de él con avidez, deleitándose con su néctar. Cuando dejó de empujar


en su boca, retiró sus labios terriblemente lento, y luego le besó la punta
tiernamente.

—Podría beber de ti todo el día.

Eddie la miró cariñosamente, con un brillo apasionado en sus ojos. Le rozó


la mejilla con los nudillos.

— ¿Serías tan codiciosa?

Más que codiciosa. Absolutamente voraz.

Inclinó la cabeza mientras miraba fijo hacia su magnífico y resbaladizo pene


a pocos centímetros de su cara. El palpitante eje se balanceó, entrando y saliendo
de su enfoque mientras más lo miraba.

— ¿Codiciosa? ¿De mí?

Él se deslizó por la cama, arrastrándose entre sus piernas, colocándolas


sobre sus hombros.

—Yo también tengo sed. No le negarías a un hombre sediento un sorbo de

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El Club de las Excomulgadas
ti, ¿verdad?

No si ese hombre era Eddie. Solo Eddie.

—Definitivamente no. —Sus palabras salieron más como un gemido cuando


él enterró la cara entre sus piernas, sus labios encajados firmemente alrededor de los
labios de su vagina, su perversa lengua lamiendo sus jugos, causando estragos
dentro de su vientre.

Él era un hechicero del amor.

Miró su cabeza oscura con amor e introdujo los dedos entre sus sedosos
cabellos, masajeándole el cuero cabelludo. Ola tras ola de éxtasis se apoderó de

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ella, amenazando con hacer explotar sus venas, robándole el aliento.

Pasó la yema del dedo ligeramente sobre ella, y luego la deslizó lentamente
en su ano. Estaba tan exquisita y terriblemente apretada que se agitó contra él,
empujando la vagina contra su cara.

Girando y arremolinándose, el tormentoso deseo rugió en su interior.


Perdida en el agitado mar de emociones, frotó sus caderas con más fuerza contra él.
Gemidos y quejidos retumbaban en su pecho.

Al igual que una represa se quebró, él la elevó más alto en sus brazos y
empujó su lengua más profundamente en ella, chupándola hasta que drenó la
última gota de sus jugos. Temblando en sus brazos, tragó saliva, mientras él la
bajaba al colchón.

Se arrastró a todo lo largo sobre ella, presionándola contra la cama. Sus


labios brillaban con sus jugos femeninos. Palpitó contra ella, jugando con ella,
inflamado su deseo de nuevo. Su pene se frotaba contra sus rizos, deslizándose
contra sus resbaladizos labios vaginales, sin prisa por entrar, más bien burlándose
de ella y avivando su fuego.

Se sostuvo sobre ella de forma que su pecho rozara sus pezones,


induciéndolos a endurecerse en picos gemelos.

—Eres un demonio —murmuró a través de sus labios resecos, mientras se


arqueaba hacia arriba, ansiosa por moldear sus senos contra su duro pecho.

— ¿Cuánto lo deseas? —Le capturó el labio inferior entre sus dientes,

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El Club de las Excomulgadas
succionándolo en su boca. Riendo roncamente, frotó su nariz contra la de ella.

¡Desesperadamente!

Ella no tuvo que preguntar en qué se refería.

—Oh, síp. Todo. Profundo. —Su voz salió en ásperas ráfagas,


desvaneciéndose en la oscuridad. En una inconfundible invitación, frotó sus
caderas contra las de él, y luego deslizó su mano entre sus cuerpos, buscando la
fuente de su primitivo calor. Sus dedos se cerraron alrededor de su grosor,
prendiéndose fuego al instante.

—Oh, síp —gimió en su boca, mientras él aplastaba sus labios bajo los

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suyos. Simultáneamente, empujó su completa longitud dentro de ella, entrelazando
sus almas.

Gruñó contra ella, excitándola con su primitiva reacción. Su apretado canal


cubría como un guante su grosor, absorbiendo cada centímetro, mientras embestía
en ella.

Arrastró sus uñas bajándolas por su espalda, mientras le lavaba el pecho con
la lengua. La chasqueó por encima de sus masculinos pezones y alrededor de los
duros contornos de su magnífico pecho. Todas las horas de ejercicio habían dado
realmente sus frutos. Su forma física era magnífica.

—Um, sabes de maravilla —dijo Eddie.

Pues ya eran dos.

Sonriendo, le deslizó un suave beso en la frente.

— ¿Cómo es que una hechicera como tú no ha sido atrapada todavía?


¿Quizás eres una fanática del control?

¿Fanática de control? Apenas...

Cerró los ojos a la luz plateada de la luna que salpicaba la cama, sus largas
pestañas cosquilleándole las mejillas.

Deleitándose con su perfección, lo miró disimuladamente.

—Mi misión es complacerte. Y ¿cómo sabes que no he sido atrapada?

Se rió, su voz profunda retumbando contra su pecho y le levantó la mano

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El Club de las Excomulgadas
para mirarla.

— ¿No crees que he comprobado tu dedo anular? No hay ni tan siquiera una
línea de bronceado.

—Solo he estado enamorada...

¡Uff!

Se mordió la lengua. Fuerte.

Horror de los horrores, casi confesó que solo había estado enamorado de un
hombre. De él. Recuperándose rápidamente, se reprendió por su tropiezo.

—Solo he estado enamorada... una vez, hace mucho tiempo.

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La mentira salió con dureza de sus labios. Cierto que solo había estado
enamorado una vez en su vida, pero nunca dejó de estarlo. Su corazón y su alma le
pertenecían. Daría su vida por él.

— ¿Lo recuerdas? ¿No estás enamorada ahora? —Cada palabra


atravesándola como un duro golpe.

Muchísimo.

Ella le besó un pezón, su corazón palpitaba ferozmente contra su oído.

—Sí. Te amo.

Su ritmo se desaceleró por un momento, mientras la miraba fijamente a los


ojos. Turbia, su mirada ardía con deseo.

—Esto es demasiado rápido.

Había sido desde siempre...

— ¿Cuánto tiempo se tarda en enamorarse? ¿Cuándo es algo real? —Por


supuesto, no podía explicarle que se conocían desde hacía años. O que su corazón
tenía su nombre estampado en este.

—Pero esta es solo nuestra segunda vez. —Le acarició los mechones
húmedos de cabello, apartándoselos de la cara suavemente, su tacto era cautivador.

—Una vez puede ser suficiente —decidió confesar—. Pero en realidad, esta
es nuestra tercera vez. Hubo otra noche, yo vine a ti...

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El Club de las Excomulgadas
Detuvo su empuje a medio camino, sus caderas cerca de las de ella.

— ¿Eso fue real? ¿No estaba soñando?

Lo juro...

—Fue real.

—Fue maravilloso. Estuviste fantástica.

— ¿Estuve? —Arqueó una ceja y se contoneó debajo de él. Colocó las


manos en sus nalgas y le dio un suave empujón.

—Eres maravillosa. —Sus palabras fueron un mero gruñido.

—No iras a dejar a una mujer al borde de éxtasis, ¿verdad? —Fingió un

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bonito puchero mientras frotaba las caderas contra las de él, intentando apaciguar
el vibrante dolor en su interior. Él era tan inmenso, tan largo y tan caliente que
fuegos artificiales implosionaron en su matriz. Gritó, aferrándose a sus brazos,
clavándole las uñas en los músculos.

Una sonrisa perversa curvó sus mejillas mientras bombeaba con fuerza
dentro de ella. Finalmente, se estrelló, su cuerpo rígido, meciendo la cama,
disparando su semilla profundamente. Estremeciéndose en su contra, la abrazó con
fuerza, sus corazones latiendo al unísono.

Con los pulmones doloridos por el esfuerzo, apartó la cara de su pecho y


respiró con dificultad el dulce aire matizado con sus olores almizclados. Su pene
todavía dentro de ella, flexionado deliciosamente.

Respirando con dificultad, se salió centímetro a centímetro. Lamentando la


pérdida de su calor y de su posesión, se puso de lado y se acurrucó contra él.

Algún tiempo después, se levantó sobre sus rodillas, colocándose detrás de


ella.

—Disfrutaste ser follada desde atrás, ¿no? —Frotó la punta aterciopelada de


su pene a través de sus nalgas. Era tan cálida, tan jugosa y satinada, que tembló
contra esta, suspirando.

Parecía tan natural.

—Oh, sí. —Su admisión salió en un suspiro de satisfacción. Ya no negaría

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El Club de las Excomulgadas
más su deseo por él, que la dejaba sin respiración. Maravillándose de su energía, se
excitó al sentir su solidez estrellarse contra ella.

Él le lamió la oreja con su lengua, un placer que no la había excitado hasta


que se había convertido en humana. Su pene rozó la parte baja de su espalda,
entonces trazó un camino ardiente a lo largo de su columna vertebral. Él le susurró
con voz ronca en la oreja:

— ¿Quieres que te tome ahora por detrás?

— ¡Oh, sí! Llévanos volando a la luna. —Había deseado decir esto desde
que lo vio en varias películas románticas antiguas en la televisión por cable. Se
apretó hacia atrás contra él, clavando los codos en el colchón para alzarse de la

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cama.

Entonces se puso sobre sus rodillas y movió el trasero bajo su cara.

—Ooh, nena, agárrate fuerte. Te llevaré volando al cielo. —Rodó su pezón


entre su pulgar e índice, y luego se alzó por encima de ella.

Sus pechos hormiguearon, balanceándose libremente, los sensibilizados


pezones rozando las sábanas arrugadas, mientras él arrastraba la punta de su pene
por la raja de su trasero. Su cabello formaba una cortina sobre su cara, susurrando
alrededor mientras se balanceaba suavemente.

Lo que pareció una eternidad más tarde, pero en realidad fueron escasos
momentos, guió su pene entre sus nalgas, buscando su centro. Cuando estaba a
mitad de camino dentro, empujó con fuerza, sosteniendo sus caderas firmemente,
mientras la penetraba.

Un fuego incontrolado la consumió, haciéndola aspirar el precioso aire con


una respiración entrecortada. Las olas de éxtasis se estrellaron, la atravesaron,
llevándola a un exultante plano de placer. Colores psicodélicos se arremolinaban
ante sus ojos y gimió en voz alta.

Su liberación provocó la de Eddie. La penetró una última vez, apretándole


las nalgas firmemente a su entrepierna con sus grandes y dominantes manos.

¡Oh Dios, era tan maravilloso!

Cayeron juntos a la cama, los brazos de él alrededor de su cintura, tirando

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El Club de las Excomulgadas
de ella contra su pecho. Su corazón latía rápidamente, golpeando contra ella y su
corazón igualó su ritmo. Con un toque ligero y masajeándola, sus labios
acariciaron la parte posterior de su cuello.

—Podría acostumbrarme a esto.

No era exactamente una declaración de amor eterno, pero tomaría lo que


pudiera conseguir. Las brasas propagaban incendios forestales. Las chispas
prendían un infierno. Lo que acababan de experimentar era mucho más que meras
brasas y chispas. Con esta victoria, estaba segura de que ganaría su corazón y su
alma mucho antes de la fecha límite.

Girándose entre sus brazos, apretó su cuerpo desnudo contra el suyo y puso

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los brazos alrededor de su cuello.

Encajaban perfectamente y ronroneó satisfecha. Apoyó la oreja contra su


constante latido y se acurrucó más cerca.

—Yo también.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 7
Eddie no podía esperar a ver la expresión de Diana cuando se detuviera en
el lugar de la sesión de fotos sorpresa. Se vería fabulosa nadando con los delfines,
consiguiendo una foto explosiva para la revista deportiva que lo había contratado
para hacer su catálogo anual de trajes de baño. No podía esperar a ver a la bella
modelo con los magníficos delfines.

¡Sería una sesión explosiva!

La luz del sol bañaba los cabellos plateados de Diana, los mismos que se

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enredaban a su alrededor todas las noches. Rayos de sol bailaban a través del
parabrisas y el vapor surgía del ardiente asfalto. Normalmente era cálido, alrededor
de los treinta grados, con una fresca brisa procedente del mar que enfriaba la
península, el agua parecía hoy particularmente tranquila y calmada. Sin el más
mínimo viento para moderar el duro sol, la temperatura había ascendido hasta casi
los treinta y ocho grados. Incluso con el aire acondicionado a toda potencia en la
camioneta, el sudor le corría por la espalda. Se pasó la mano por los labios para
eliminar la molesta humedad.

— ¿Estamos llegando? —preguntó Diana, inusualmente nerviosa.

¿Algo le estaba molestando?

Algo parecía fuera de lugar pero no podía precisarlo. Quería que hoy
estuviera relajada no nerviosa. Necesitaba a su bella modelo en su mejor forma. Un
montón de dinero dependía de esta sesión.

Forzó una sonrisa, mientras su mirada se deslizaba sobre ella.

—Todavía nos queda una buena media hora para llegar. —O eso esperaba,
se preguntaba si el mapa sería exacto. No es que uno pudiera llegar a estar muy
perdido en los Cayos. Eran una larga franja de islas alargadas, unidas por una
aceptable carretera principal. En algunos lugares apenas había tierra suficiente para
contener los dos carriles de la carretera. El acuario debía ser lo suficientemente
grande para que hubiese indicadores en la vía, señalando el camino. Seguramente
sería capaz de encontrar su destino a plena luz del día.

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El Club de las Excomulgadas
Diana apoyó una mano delgada en su antebrazo instantáneamente
encendiendo su deseo. Había que reconocer que solo tenía que mirarlo con esos
ojos color ámbar para revolucionar su motor.

— ¿A dónde vamos? —Su juguetón puchero de un millón de dólares


persistía su pregunta.

No podía esperar a que lo descubriera, por lo que tuvo que morderse la


lengua. Le iba a encantar.

—No es una sorpresa si te lo digo. —Silbando alegremente, se imaginó las


fabulosas fotos que obtendría de ella con las elegantes criaturas marinas.

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— ¿Por qué tanto misterio? —Los ojos de Diana se abrieron como platos
mientras miraba el mar a ambos lados, tan tranquilo y silencioso que podría ser de
cristal. Sus dedos golpearon sus piernas, un hábito nervioso que había observado en
más de una ocasión.

¿Por qué estaba tan tensa?

—Ningún misterio. Solo un poco de diversión mezclada con un poco de


trabajo. —Diana se vería impresionante cabalgando sobre un delfín. Estaba seguro
que este número de la revista sería un éxito de ventas. Y estaba ansioso por tener su
turno para nadar con los delfines después de que acabara la sesión.

Murmuró en voz baja cuando un conductor desconsiderado giró delante de


él sin previo aviso y tuvo que frenar de golpe, haciendo que Diana saliera lanzada
hacia adelante hasta que el cinturón de seguridad la capturó y rebotó su espalda
contra el asiento.

— ¿Estás bien? —Cuando asintió y le sonrió, le preguntó—: ¿Esta es tu


primera visita a los Cayos?

Trató de sonar despreocupado, haciendo un supremo esfuerzo para


mantener la mirada fija en la fila de vehículos delante de él, cuando lo único que
quería hacer era observar su belleza etérea.

Eso es todo lo que necesitaban para que chocara contra otro vehículo.

Su inquieta mirada giró para encontrarse con la de él.

—Es la primera vez. Demasiada agua. —Agitación tiñó su voz, enviándole

85
El Club de las Excomulgadas
de nuevo una sensación de malestar.

—Síp. Agua, playa y sol. El parque de vacaciones de Florida. —Como


buceador, le encantaba el agua. Los arrecifes eran el sueño húmedo de un
fotógrafo.

—El sol es genial. —Bostezó y se estiró, rotando sus hombros desnudos con
languidez. Sus endurecidos pezones destacaban contra la fina tela de su vestido, de
forma que podía distinguir las oscuras areolas, demasiado para su creciente
incomodidad. Los tirantes de su vestido amarillo narciso insistían en caerse y solo
una delgada tira de elástico sobre sus pechos sin sujetador mantenía el vestido en su
sitio. Si respirara profundamente era probable que el vestido cayera hasta su

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cintura.

Tranquilo muchacho.

Atrapado dolorosamente dentro de sus jeans, su pene se levantó en completa


atención. Sus maniobras detrás del volante resultaron inútiles. Obligó a su mente a
ir a pensamientos más seguros, como el agua helada y el monstruoso accidente que
podría causar si no se mantenía bajo control.

Finalmente, ante la valla publicitaria del acuario, dejó escapar un suspiro de


alivio, mientras giraba y aparcaba.

—Ya estamos aquí.

Diana se volvió en su asiento y tironeó de su cinturón.

— ¿Qué es este lugar?

—El acuario. —Ante su mirada en blanco, le explicó—. Tienen peces y


mamíferos marinos como delfines y ballenas.

Un destello casi hambriento cruzó los ojos de Diana.

—Me gusta el pescado. ¿Tienen ensalada de atún?

Eddie parpadeó. Diana podía ser algo disparatada, pero era sencillamente
refrescante.

—Tenemos hambre, ¿no? Nos detendremos en ese pequeño restaurante de


pescado que había más abajo, después de que terminemos con la sesión. Vamos a

86
El Club de las Excomulgadas
perder la luz si no hacemos las fotografías ahora.

Pero no podía dejar a su modelo morirse de hambre. Más le valía


alimentarla para que tuviera su mente de nuevo en el trabajo. Lo que nunca dejaba
de sorprenderlo era lo delgada y en forma que estaba, a pesar de su apetito voraz.
Hurgando en la nevera que llevaba en los viajes largos, preguntó:

— ¿Quieres de jamón o de salami?

Ella se volvió para estudiar el edificio, su frente arrugada y los labios caídos
reflejándose en la ventanilla del pasajero.

— ¿Esto no es un restaurante? ¿No vamos a comer pescado?

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Él sacudió la cabeza y entrecerró los ojos hacia el brillante sol.

—Me temo que no.

—Me quedo con el de jamón. —Le tendió la mano y aceptó la comida


envuelta, con una menos que emocionada expresión.

Se bajó y trotó hacia su lado de la camioneta.

—No. Es una pecera gigante. Como un zoológico para criaturas marinas.

—Oh. —Tomó un bocado del sándwich y lo masticó lentamente. La


decepción teñía su voz, pero sus pestañas creaban unas entrañables medias lunas en
sus mejillas, por lo que no podía vislumbrar sus ojos para juzgar sus pensamientos.

Acarreó su equipo fotográfico fuera de la camioneta.

—Vas a nadar con los delfines. Confía en mí, te verás espectacular junto a
una de esas preciosidades. Eso venderá miles de revistas. Tu imagen, incluso,
podría estar en la portada.

— ¿No es arriesgado? —Diana se quedó atrás cuando comenzaron a


caminar hacia los vestuarios.

Se detuvo y se volvió, perplejo por su indecisión y el miedo en sus ojos


abiertos como platos. Le tendió la mano, persuadiéndola a relajarse y a reunirse
con él.

Su cara se quedó pálida y vaciló.

Preocupado, volvió sobre sus pasos y puso la mano en su hombro.

87
El Club de las Excomulgadas
— ¿Ocurre algo?

Bajó un poco la cabeza, rubios zarcillos sedosos cayeron sobre su rostro.


Cambió su peso de un pie al otro.

—No sé nadar. No me gusta el agua. Y esos son peces del tamaño de un


mastín.

Se quedó sin palabras, mirándola boquiabierto. Nunca habría soñado que no


supiera nadar. Nunca se le había ocurrido preguntarle, no después de que la había
encontrado paseando junto al canal. Vivía en el sur de Florida, la tierra de la
diversión en el sol y el surf. ¿Quién vivía aquí y no le gustaba el agua?

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— ¿Tal vez pueda pararme junto al agua sin tener que meterme?

Había querido compartir la experiencia espiritual de nadar con las


magníficas criaturas con ella, y habría hecho una foto de envergadura explosiva,
pero alejó la decepción que brotaba en su pecho. Capturando su mano, le apretó los
dedos, centrándose en sus necesidades y en su comodidad.

—Ya se me ocurrirá otra manera de manejar la sesión para que no tengas


que meterte en el agua.

Cada uno de sus músculos estaba rígido. Solo el pulso en su garganta


martilleaba.

—Gracias.

Podía darse una patada en el culo a sí mismo por haberla traído aquí, por no
saber este detalle crucial acerca de la mujer que podría elevar o hundir su trabajo.
No era de extrañar que hubiera estado mirando fijo por la ventanilla como un
zombi cuando venían por la costa.

Hablando de sorpresas. Él era quien había terminado sorprendido. Tal vez


podría cortar y pegar unas cuantas fotos. Los programas gráficos podían hacer
maravillas. Si por lo menos pudiera conseguir una de los delfines saltando bien alto
en el aire ante la cámara, podría conseguir una foto impresionante.

Una delgada duendecillo de rizos rojizos, vestida con el uniforme del


acuario, caminó rápidamente hacia ellos, con los pies chapoteando en unas
empapadas zapatillas de tenis, dejando huellas mojadas sobre la cubierta de

88
El Club de las Excomulgadas
hormigón.

—Soy Caitlin y me han asignado para ayudarlos. ¿Qué necesitan para


empezar?

— ¿Sería posible que ella le tirara pescado a los delfines? ¿Hay alguna
manera de conseguir que salten fuera del agua? —Tratando de estar más atento a
las necesidades de Diana y ser más sensible con sus sentimientos, se volvió hacia
ella—: ¿Tienes alguna objeción en tocar un pez o en arrojarlo al agua?

La radiante sonrisa de Diana lo recompensó.

—Me gusta el pescado. No me importa tocarlo.

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Trató de no mostrar su sorpresa. Había esperado que fuera más aprensiva, a
pesar de que era feliz de que no lo fuera. La mayoría de las mujeres que conocía no
tocarían un pescado, vivo o muerto. Eddie apretó las manos de Diana en las suyas
y deslizó la yema del pulgar sobre el pulso de su muñeca.

—Eres increíble.

Diana se acercó y le dio un beso en la barbilla.

—Ni la mitad de increíble de lo que eres tú.

La forma en que Diana lo miró, elevó su temperatura. Su pene se movió, de


modo que se giró para ocultarse de la vista de las mujeres. Se estaba volviendo muy
bueno en esta maniobra.

Cuando Caitlin volvió con un rubio y corpulento guardavidas que le


ayudaba a llevar los baldes de pescado, se le ocurrió una idea. El apuesto joven
poseía un físico hercúleo.

— ¿Te gustaría ganar un poco de dinero extra?

—Claro, amigo. Dependiendo de qué es lo que quieres que haga. —Una


expresión intrigada cruzó sus rasgos curtidos, mientras su mirada recorría las
cámaras de Eddie.

— ¿Cómo te llamas? —A los treinta y dos Eddie se sintió un carcamal,


comparado con este joven semental.

—Cliff. —El varonil nombre encajaba con el surfista rubio.

89
El Club de las Excomulgadas
—Diana, mi modelo, va a alimentar a los delfines. Pero no sabe nadar, así
que pensé en hacer que parezca que lo hace con un programa gráfico. ¿Crees que
podrías nadar con los delfines así puedo tomar fotos de ellos en la posición
correcta? Después la pegaré a ella en tu lugar.

—Suena bien. ¿De qué cantidad de dinero estás hablando? Todo ayuda a
pagar mi matrícula.

Eddie lo llevó hacia a un lado y citó una cantidad, que hizo que los ojos del
hombre más joven se iluminaran.

—No podemos tener a Flipper esperando —dijo Eddie, mientras se dirigía


de nuevo hacia las mujeres.

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— ¿Flipper? —Diana entrelazó las manos por detrás y se balanceó sobre los
talones—. ¿Ya conoces a los delfines? ¿Has estado aquí antes?

Eddie abrió la boca para explicarlo y luego se lo pensó mejor. Supuso que no
todo el mundo veía repeticiones pasadas de moda. Sin embargo, ¿no todas las
personas mayores de veinte años conocían al famoso delfín?

Eddie instaló su equipo, mientras Cliff le daba a Diana un recorrido por el


instituto. Su mirada inquisitiva se deslizaba hacia la pareja, que tenían sus cabezas
inclinadas juntas. Cada vez que Diana se reía de algo que decía el otro hombre, él
gruñía. Genial idea. Solo entrégasela al otro tipo.

A pesar de que solo tomó unos minutos prepararse para la sesión, le


parecieron horas. Enfocó las lentes de la cámara y ajustó la iluminación.

—Retírate el pelo hacia atrás. —Eddie apretó los dientes ante la escena que
tenía delante. El bañador abrazaba las deliciosas curvas de Diana mientras se
inclinaba íntimamente contra Cliff. Las gotas de agua caían en cascada por sus
caras y sus pechos, y se deslizaban dentro del afortunado sujetador de Diana. La
lengua de Eddie dolía por trazar su trayectoria por los deliciosos pechos de Diana.
Difícilmente podía mantener su mente en el trabajo.

—Diana, arroja un poco de pescado a los delfines.

Caitlin estaba parada cerca, justo fuera del objetivo de la cámara, en caso de
que Diana necesitara ayuda. Ofrecía consejos útiles.

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El Club de las Excomulgadas
Cuando un delfín se acercó lo suficiente a la mano de Diana para rozar sus
dedos, se echó hacia atrás y casi resbala.

— ¡Guau! No te rompas el cuello. Simplemente lánzale el pescado en vez de


sostenerlo.

Diana metió la mano en el cubo y sacó unos cuantos pescados, sostuvo el


excedente en su mano izquierda, mientras arrojaba uno a uno hacia los delfines con
la derecha.

Increíble. No muchas mujeres harían eso. Diana era sin duda un hallazgo.
Una entre un millón.

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Cliff retozó con ella en la cubierta durante un par de valiosos rollos de
película y la ayudó a alimentar a los peces.

—Ahora, Cliff, actúa como si sostuvieras a Diana. Simplemente juguetea.


Diviértete, y yo haré el resto. —Cortaría y pegaría a Diana más tarde.

Antes de darse cuenta, había disparado varios rollos de película y captado


algunas poses fantásticas. Tuvo que admitir que trabajaban bien juntos.

—Es todo por hoy. Buen trabajo. —Le extendió un cheque a Cliff, mientras
el joven salía de la piscina.

—Buen trabajo. ¿Crees que te gustaría ayudarnos de nuevo alguna vez? —


dijo golpeando al hombre en la espalda.

—Por supuesto. Te daré mi número de teléfono. —Anotó su información de


contacto en un trozo de papel y se lo entregó a Eddie.

—Fue agradable trabajar contigo —dijo Eddie secamente. Sin duda, la


pareja de oro suscitaría súper ventas.

Cliff le lanzó una sonrisa de medio lado.

—Ha sido un placer, amigo. Espero con interés trabajar contigo de nuevo,
pronto.

—Acordaré algunas sesiones más y te llamaré. Primero, déjame revelar y


presentar estas fotos a la revista. Conseguiré algunos ejemplares.

Diana se acercó a él mientras hablaba y entrelazó sus dedos con los suyos, lo

91
El Club de las Excomulgadas
que generó electricidad y le recordó la promesa de ella para esa noche. Le gruñó el
estómago y se sintió un poco egoísta.

En su afán por conseguir las fotos mientras tenía una luz óptima, se había
olvidado de que, todo lo que ella había tenido para comer esta tarde, fue un
aperitivo. Estaba demasiado atrapado en su trabajo, olvidándose de las
comodidades personales, como comer. Metió la mano profundamente en el bolsillo
y le entregó algo de dinero.

—Consíguete algo de comer mientras empaqueto. Me gustaría nadar un


poco con Flipper. Avísame cuando hayas terminado de comer y podemos parar en
el restaurante de mariscos para una agradable cena de camino a casa. —Le dio un

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


beso rápido y volvió su atención al equipo.

Guardó sus cámaras, asegurándolas en la parte trasera de la camioneta.


Como no quería tentar a un ladrón, las tapó. Luego se dirigió a los vestuarios y se
puso su bañador. Ahora el pene de Eddie se hinchó y sostuvo la toalla tan
casualmente como pudo sobre sí mismo y poder caminar con seguridad a la piscina
para un corto baño.

¡Guau! ¿Quién había arrojado hielo en el agua?

¿No se supone que esto es el subtrópico? Sus dientes castañearon y se frotó los
brazos con fuerza para crear una fricción que lo calentara.

Nadó solo un poco para dejar que los delfines se acostumbren a él. Justo
cuando estaba a punto de darse por vencido y salir, fue empujado por la espalda y
se dio de cara contra el agua.

Se tragó medio litro de agua del océano y emergió resoplando.

— ¿Qué mier…?

Una inhumana risa se burló de él a su espalda y se dio la vuelta para mirar a


su torturador. Un enorme delfín, con la mitad del cuerpo fuera del agua, palmeaba
sus aletas juntas, riéndose.

—A Zelda le gustas. Te está invitando a jugar —dijo Caitlin, tratando de


reprimir una risita—. Estira tu mano hacia ella para ver si viene a ti.

¿A quién quería tomarle el pelo?

92
El Club de las Excomulgadas
— ¿Para que pueda terminar ahogándome? —No estaba seguro de confiar
en el travieso delfín. Y en cuanto a la cosa de la mano, ¿cómo se suponía que
funcionaba, vendría a olerla o lamerla como un perro? ¿Los peces tenían lengua?

Manteniéndose a flote, observó a Zelda por el rabillo del ojo. Las suaves olas
lo mecían, las gaviotas se graznaban unas a otras, mientras planeaban por encima
de su cabeza y el sonido de los vehículos zumbaba suavemente a lo lejos. Este
debería ser un día ideal, así que ¿por qué estaba mirando a un delfín loco, mientras su
mujer cenaba sola? O peor aún, con el guapo hombre de músculos desarrollados.

—Vamos. Nada más cerca. No te hará daño. —La insistente guardavidas lo


alentó. Ella se echó hacia atrás y se apartó el pelo mojado de los ojos. Luego

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


inclinó la cabeza hacia un lado y sacudió el agua de sus oídos.

Zelda se zambulló en el agua, causando una monstruosa salpicadura.


Entonces Eddie se tambaleó cuando el enorme y liso cuerpo nadó entre sus piernas.
Perdido el equilibrio, fue absorbido bajo un mar de burbujas y agitación. El delfín le
dio un empujón en el pecho con la nariz y agitó la cola.

Seguro, Zelda no le haría daño. Ahogarse no dolía, ¿verdad?

Conteniendo la respiración, se impulsó hacia arriba, hacia la luz del sol, que
se filtraba hacia abajo en las turbias profundidades. Salió a la superficie de nuevo
con el pelo mojado pegado a la frente, por lo que le era imposible ver. Apartó el lio
empapado de delante de sus ojos y le frunció el ceño a la destructora.

—Está bien. ¡Está bien! Ya capté el mensaje de que querías jugar. Así que,
¿qué hago?

—Agárrate a ella y te llevará nadando. —La divertida sonrisa de la joven


morena los incluyó a ambos.

Tentativamente, acarició la suave carne gris. Zelda asintió como si le diera


permiso para tocarla o, quizás, diciéndole que se diera prisa y moviera su culo
perezoso. Ella chilló y roció agua por el orificio en la parte superior de su cabeza,
empapándolo.

—Tranquila muchacha. Ya tengo novia. —Tuvo que sonreír ante su propia


broma, pero se preguntó, qué le estaba llevando tanto tiempo a Diana. Anhelaba

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El Club de las Excomulgadas
saborear su cuerpo bañado por el sol.

Se agarró a Zelda y ella salió a disparada, remolcándolo. En un segundo,


Eddie se perdió en el placer de nadar con los delfines, disfrutando de las saladas
salpicaduras en la cara y del sol calentándole la espalda. Como una criatura
juguetona, ella estaba llena de travesuras y tenía las mismas posibilidades de que lo
empapase como de que lo lanzase por el aire. A pesar de su gran fuerza era
delicada.

Un dedo humano le dio un golpecito en el hombro, sacándolo de su fantasía


acuática. Confundido, fue sorprendido con la guardia baja por el repentino giro de
Zelda y se golpeó contra la joven guardavidas.

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—Ha habido un problema. Por favor, ven conmigo. —La anterior voz
amistosa de Caitlin se había enfriado varios grados y un frío ártico había helado sus
ojos.

— ¿Un problema? —El temor se apoderó de él. ¿Qué tipo de problema podría
haber? Quizás Cliff no tenía permitido ser modelo mientras estaba de servicio.
¡Genial! Todo un día de trabajo desperdiciado. Tendría que destruir las fotos y
empezar de nuevo.

Apartándose el pelo rebelde de los ojos, miró de soslayo a la guardavidas


mientras la seguía. Divisó a Diana en la plataforma de observación, flanqueada por
otro musculoso guardavidas, un trajeado ejecutivo y un policía. El miedo contraía
su hermoso rostro.

¡Genial! ¿Y ahora qué?

El agua se escurría por su cuerpo y se sintió en clara desventaja frente a las


autoridades con un escueto bañador y descalzo. Temeroso por la confrontación, su
corazón martilleaba contra las costillas.

— ¿Hay algún problema, señores? —Miró a cada uno, su mirada


deteniéndose en el hombre del traje gris, de unos cincuenta años que lucía un gran y
tupido bigote.

—Vayamos a mi oficina, donde podemos estar más cómodos. —El hombre


abrió la marcha, sus pasos elegantes, sus movimientos bruscos. Una leve cojera

94
El Club de las Excomulgadas
marcaba la cadencia de su paso.

La decoración náutica llenaba la oficina, nada sorprendente para los Cayos.


Redes de pescar cubrían el techo. Salvavidas, restos de madera de un barco y fotos
de faros colgaban en las paredes. Detrás de él, el policía se puso en posición de
descanso, como un guardia del palacio de Buckingham.

El director cerró la puerta con un suave clic y luego se encaminó por detrás
del enorme escritorio de roble con varias pilas de documentos cuidadosamente
colocados. Miró a Eddie a los ojos durante un largo momento.

—Soy Dominic Inchitti, director del acuario. Tengo que decir que nunca ha
sucedido algo como esto en mis catorce años de estancia aquí.

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Eddie se aclaró la garganta y se movió a una posición más cómoda sobre sus
entumecidas piernas.

—Todavía no sé de qué se trata todo esto.

Diana bajó la cabeza, su glorioso pelo ocultando su rostro. Se giró un poco


apartándose de él, por lo que no pudo echarle un vistazo a su expresión. Pero la
tensión salía a torrentes de ella.

—La señorita Venus robó uno de nuestros peces más raros del acuario. Fue
atrapada comiéndoselo en el pasillo, fuera del acuario.

El anteriormente silencioso guardavidas le acercó una caja abierta que


contenía un gran y plano pez redondo color amarillo con varios trozos de su cuerpo
mordisqueados. La sangrienta visión hizo que Eddie volviera la cabeza. El sushi era
uno cosa, ¿pero esto?

— ¿Diana?

Retrocedió al oír su nombre, pero luego se volvió lentamente hacia él y


levantó la mirada. Sus ojos apesadumbrados dominaban su rostro contraído.

—Lo siento. Tenía tanta hambre. Ni siquiera recuerdo haberlo hecho,


sucedió tan rápido... —Abrió los brazos con las palmas hacia el techo—. No sabía
que era ilegal. De verdad.

El carmesí inundó las amplias mejillas de Inchitti, y se paseó con las manos
enlazadas a la espalda.

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El Club de las Excomulgadas
—Las señales de advertencia están en todas partes. Entró en un área
restringida. Estoy absolutamente consternado ante las acciones de esta mujer.

Diana se sentó recatadamente, sus manos ahora cruzadas sobre su regazo.


Levantó la mirada hacia el enfurecido hombre.

—Estoy profundamente apenada, pero no puedo leer. No podría saber que


había advertencias.

El corazón de Eddie se hizo un nudo. ¿Cómo podía ser que una mujer adulta no
fuera capaz de leer? No podía recordarla leyendo o escribiendo y ahora que lo
pensaba, había evitado el ordenador. Eso era muy inusual en esta época. Cuanto
más sabía de ella, más misteriosa le parecía. Por extrañas que fueran sus acciones,

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no detectaba ninguna planificación maliciosa.

—Es evidente que no se proponía perjudicar a nadie. Cubriré los gastos y


estoy seguro que les dará una disculpa formal si no presentan cargos.

El policía miró al director.

—Es su decisión. Usted tiene motivos legales, pero parece que la señorita
Venus está arrepentida y significa que no hay ningún daño si ellos están dispuestos
a pagar los daños y pedir disculpas.

Inchitti se apoyó pesadamente en el escritorio.

—Si se disculpa y restituye completamente al acuario no presentaremos


cargos. Será expulsada de por vida, por supuesto, y tendré que adquirir otro
Holocanthus ciliaris para el acuario.

—Un pez ángel. Tenga en cuenta, señor Comosellame, que eso podría ser
costoso —dijo Inchitti ante la mirada perpleja de Eddie.

¿Costoso? ¿Un pez? No era grande como un delfín.

Eddie tragó saliva. En el restaurante de comida rápida costaban cinco


dólares con patatas fritas. Pero era un acuerdo extrajudicial o Diana podría
enfrentarse a cargos criminales.

—Estamos de acuerdo.

Diana le envolvió los dedos temblorosos alrededor de la muñeca.

96
El Club de las Excomulgadas
—No sabía que no estaba bien comerse un pez...

La ira y el agotamiento le fraguaban un mal caso de indigestión en el pecho.


La ayudaría a salir de este lío, pero necesitaba pensar un poco en serio sobre tener
una relación con Diana; de negocios o personal. Había un montón de cosas que no
tenían sentido con ella. A pesar de su belleza etérea, podía no ser una buena
empleado o novia.

***

Lo que pareció una eternidad y un bosque completo de papeleo más tarde, le


permitieron a Diana irse.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


Tormentosas nubes se fraguaban cuando salieron a una tarde que se estaba
poniendo tan sombría como su estado de ánimo. Un fuerte viento arrastraba la
salada niebla desde el Atlántico hacia su cara, prácticamente, esto era ácido para un
gato. Se frotó los brazos con fuerza, pero no podía dejar de temblar.

¡Qué día tan completamente miserable!

¡Qué Venus la ayudara!

No tenía más remedio que revelar su verdadera identidad y esperar que


Eddie la aceptara. Si realmente la amaba, no debería importarle qué o quién había
sido en su vida anterior. Sin embargo, habían viajado en silencio durante dos horas
por la carretera de los Cayos, antes de que reuniera el coraje suficiente para abordar
el tema. Se aclaró la garganta.

—Puedo explicarlo.

Por supuesto que podría explicarlo, pero sonaría como una totalmente
inverosímil e increíble historia.

El rostro de Eddie se volvió más frío, si eso era posible. Deslizó una
turbulenta mirada tempestuosa hacia ella y sus nudillos se pusieron blancos sobre el
volante.

— ¿Ahora puedes explicarlo? ¿No son varias horas y unos cientos de dólares
demasiado tarde? ¿Qué tipo de subterfugio te traes entre manos?

Haciendo una mueca, su corazón se hundió más, cuando su indignación y


su dolor la alcanzaron.

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El Club de las Excomulgadas
—Yo… necesitaba decirte esto en privado.

Si hubiera contado su historia delante de esas hoscas personas del acuario, la


habrían encerrado.

Cuando se acercó a él, poniéndole la mano en el brazo, dio un tirón,


alejándose de ella como si se hubiera quemado.

Haciendo una mueca, dijo con tristeza:

—No me merezco eso.

Venus le había advertido que los seres humanos podrían sentir mucho más
dolor. Le había creído, pero no tenía ni idea de cuán grandes eran los corazones

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


humanos. Cuán vulnerables.

Con el ceño fruncido, estacionó a un lado de la carretera y la miró. Se apoyó


en la puerta, poniendo tanta distancia entre ellos como podía en el estrecho
vehículo.

— ¿Qué es lo que te mereces? Ocultas tantas cosas. No te conozco en


absoluto.

Su acusación la cortó hasta la médula, pero se aferró a su confesión de que


ella había invadido su corazón. Si había amor, había esperanza. Si sus insensatas
acciones de esta mañana no habían matado su amor por ella. ¿No le había advertido
la diosa de que no dejara salir sus instintos felinos naturales? ¿Qué los seres humanos no lo
aceptarían? Angustiada, tomó una respiración profunda y apretó los puños.

—Tenía miedo de que no me creyeras... o me aceptaras.

Eddie estaba sentado tan cerca, pero parecía tan distante. Su mirada no
vaciló pero sus dedos se crisparon.

—No lo sabré hasta que me lo digas.

Se puso el cabello detrás de los hombros, enganchándose los largos


mechones detrás de las orejas. La manija de la puerta se le clavaba en la espalda, así
que se enderezó.

— ¿Crees en los milagros?

El escepticismo brilló en sus ojos y arqueó una ceja.

98
El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué clase de milagros?

Respiró hondo, con los pulmones dilatándose contra las costillas, mientras
un trueno sonaba en la distancia.

—Segundas oportunidades. Reencarnación.

—Nunca he pensado mucho sobre eso. —Su mirada se deslizó a las olas
estrellándose en la playa.

Esto no era una buena señal.

Ella comenzó a golpear su regazo con sus uñas y se detuvo.

—Más que reencarnada, he sido transformada.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


— ¿Transformada? ¿Cómo? —Los ojos de Eddie se entrecerraron en meras
rendijas.

—Sé que suena absurdo, pero te juro por la mismísima diosa Venus, que es
verdad. —Su corazón retumbaba con la esperanza y rezó para que le creyera.

— ¿Venus? ¿La mitológica diosa romana del amor? —Le lanzó una mirada
escéptica.

No le creía.

Tragando saliva, asintió con la cabeza.

—La diosa del amor, sí. Mitológica, no. Es tan real como tú y como yo.

—Y supongo que lo sabes porque la has conocido. En el Cielo. ¿Ella te


transformó?

La burla en su voz hizo añicos lo que quedaba de su maltratado corazón.

—Sí.

¿Cómo podía darle una prueba, a menos que le presentase a la diosa? Rezó con toda
su alma para Venus se materializaría y se mostrara a Eddie, pero sabía que eso era
imposible.

—Si has sido transformada, ¿quién eras antes? —Su rostro era una máscara
de color gris, su mirada se sentía fría e indiferente.

Esto era todo. No más dilaciones. Rezó por el favor y la ayuda de Venus.

99
El Club de las Excomulgadas
Por favor, ablanda el corazón de Eddie. Abre su mente. Deja que me crea.

—Diamond —dijo en un susurro, su mirada firme en su rostro. Quería que


le creyera y la aceptara.

— ¿Un diamante? 4 —La confusión nublaba los ojos de Eddie.

—Tu mascota. Diamond. El gato que salvó al niño del vecino del cocodrilo,
pues bien, esa era yo.

Eddie le lanzó una aguda mirada y cruzó los brazos sobre el pecho. Luego
entrecerró los ojos, mirándola.

— ¿Realmente crees esto?

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—Es la verdad. —Se inclinó hacia delante, la verdad dándole valor—. Mi
recompensa por sacrificar mi vida fue, que se me concediera mi deseo más
profundo; volver a la persona que amo, con una apariencia en la que él pudiese
devolverme ese amor. —No podía respirar, esperando su reacción. Su futuro, su
amor, su vida, dependía de la capacidad que él tuviera de amarla y de aceptar los
hechos.

***

Paralizado, Eddie solo se quedó mirando fijo a la visión de la locura que


tenía enfrente. Tenía que estar psicótica o algo peor. Era cruel reclamar el crédito
por salvar al muchacho. Y la había llevado a su casa y confiado en ella. El director
del acuario no podía saber cuánta razón había tenido exigiendo atención
psiquiátrica.

La furia se cocía a fuego lento en sus venas hasta que explotó en plena
ebullición. ¿Cómo podía parecer tan angelical y sin embargo ser tan diabólica?

—Señora, no sé qué drogas tomas, o cuales no estás tomando, pero eres


peligrosa. Te quiero fuera de mi casa y de mi vida esta noche.

— ¡Tienes que creerme! Todo lo que te he dicho es verdad. —Le agarró la


mano entre las suyas y él miró a esos tristes ojos color ámbar.

¡Oh, no! No podía dejarse convencer por una mujer hermosa con ojos

4
Diamond en ingles significa diamante.

100
El Club de las Excomulgadas
llorosos.

Casi electrocutado por su toque, tiró de su mano.

—Inchitti tiene razón. Necesitas ayuda. El centro médico del barrio tiene un
programa para este tipo de cosas. Te llevaré.

—No estoy delirando. No estoy mintiendo. La reencarnación es real. Tanto


como el cielo...

— ¿Y Venus?

Esto se estaba volviendo molesto, por no decir francamente extraño.


Poniendo el motor en marcha, se incorporó al pesado tráfico nocturno que salía de

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los Cayos.

— ¿Por qué no me crees? Te amo.

¡Loca! Y mucho.

Cerró los oídos a sus falsas súplicas. O era una chiflada, que verdaderamente
creía en estas tonterías, o era un fraude. No estaba seguro de qué era peor.

—Hay un programa en el canal psíquico que explica esto. Podemos verlo


cuando lleguemos a casa.

—No creo en esa mierda psíquica. Todos son estafadores en esa cadena. —
A él se le rompió el corazón y dio un puñetazo en el salpicadero.

¡Qué pesadilla!

101
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 8
Estafadores.

La frase resonó en su cabeza el resto del doloroso y silencioso camino a


casa.

Casa.

Ya no era suya. La estaba echando.

No tenía ningún lugar adonde ir, a quién acudir y no tenía manera de poder
mantenerse. El corazón le latía y la cabeza le pesaba tanto que la apoyó en el

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asiento.

Sería una callejera. Una gata callejera.

Cuando llegaron a la casa, dos sedan blancos y un patrullero ocupaban su


camino de entrada, haciendo que su corazón se parase. ¿Y ahora qué? ¿Había
cambiado de opinión el acuario y decidido presentar cargos, después de todo?

Entonces, Shawna se pavoneó delante de los vehículos con su sonrisa


asquerosamente petulante y su postura victoriosa.

El corazón de Diana dio un vuelco.

¿Qué estaba haciendo aquí la bruja malvada de Florida?

— ¿Qué demonios? —Cuando Eddie frenó en seco, el cinturón de seguridad


de Diana casi la estranguló.

Una mujer y dos hombres, uno con uniforme del departamento de policía, se
acercaron a la camioneta, mostrando sus identificaciones.

Eddie metió la camioneta en el aparcamiento y se bajó del vehículo.

—Quédate aquí, Diam... Diana —prácticamente gruñó.

¿Estaba empezando a creerle? La esperanza se mezcló con el miedo. No


deseaba enfrentarse a su destino, pero al no tener ningún lugar a donde ir,
permaneció en su asiento.

El policía se acercó a su lado del vehículo.

102
El Club de las Excomulgadas
— ¿Podría salir, por favor, señorita?

Eddie le hizo señas para que saliera de la camioneta.

—Nos gustaría hablar con usted dentro, señorita Venus. Venga con
nosotros, por favor —dijo el hombre, mientras le sostenía la puerta.

Shawna le lanzó una mirada malvada de superioridad y luego se pavoneó


dentro de la casa, junto a Eddie. La otra mujer lo agarró del antebrazo, como si
fuera su propietaria.

Un gruñido retumbó profundamente en el estómago de Diana y sus dedos se


curvaron. Cómo echaba de menos sus garras y sus colmillos desgarra carne. Sin

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


ellos, se sentía completamente indefensa.

Cuando sus acompañantes cerraron la puerta tras ellos, se sintió atrapada.

—Siéntese —dijo el hombre, inclinando la cabeza hacia el largo sofá.

Eddie se apoyó en el escritorio del ordenador, el fuego ardía en sus ojos.

Shawna se encaramó en la silla, no más alejada de él que el largo de un gato.


Poniendo su mano, con posesividad, sobre el antebrazo de Eddie, sonrió
ampliamente en dirección a Diana.

Los celos royeron sus entrañas cuando Eddie no apartó la mano u objetó
algo hacia los avances de Shawna. No parecía importarle que su ayudante se
tomara tales libertades.

—Estamos aquí porque la señorita Moran informó que usted es una


inmigrante ilegal.

Diana se quedó sin aliento, horrorizada por la maldad de la mujer y se dejó


caer en el sofá. ¿Haría cualquier cosa para ganarse el afecto de Eddie?

Rosie se arrastró sobre el regazo de Diana y frotó la esponjosa cabeza contra


sus manos, confortándola. La gatita le maulló con ojos preocupados, suplicando,
“No me dejes, tía Diamond”.

Para no ser menos, Napoleón se acurrucó a sus pies, entre ella y los
amenazantes intrusos. Un bajo gruñido retumbó en su pecho y Diana le empujó
suavemente, advirtiéndole que mantuviese la calma.

103
El Club de las Excomulgadas
— ¿Son ustedes policías también? —apartando la vista de la malévola
mirada de Shawna, estudió a los extraños en ropa de calle. El hombre llevaba un
traje canela, similar al del señor Inchitti en el acuario. Asexuada, con su pelo rojo
apartado severamente de su cara demasiado delgada, la mujer parecía una cerilla
vistiendo un traje negro conservador. Le presentaron sus credenciales con
movimientos automáticos.

—Ella no sabe leer —dijo Eddie, explicándolo con voz inexpresiva.

Shawna resopló y agitó sus pestañas postizas a los detectives.

—Todo el mundo puede leer, excepto tal vez los extranjeros ilegales.

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¡Ella estaba aprendiendo a leer! Pero se lo pensó mejor antes de ofrecer ese
pedazo de información. Ellos podrían distorsionarla, de manera que haría más
daño que bien.

El hombre respondió y asintió.

—Somos del INS. —Cuando Diana les dio una mirada en blanco, la mujer
le informó—. Servicio de inmigración y nacionalización5. Soy la agente Amanda
Carrolle y mi compañero es el agente Tad Foley. Investigamos reportes de personas
que están en los EE.UU. sin autorización.

—Nací en Florida. He vivido aquí toda mi vida —Diana comenzó a


relajarse y los nudos de sus músculos a aflojarse. Pensaban que había venido de
otro lugar.

—Tal vez esto es solo un malentendido. Si usted solo nos mostrase su


licencia de conducir, tarjeta de seguridad social o certificado de nacimiento, lo
revisaremos y seguiremos nuestro camino.

El pánico la asaltó de nuevo con toda su fuerza y sus pulmones amenazaron


con colapsar. ¡Oh, Venus! ¿Por qué no me diste esas cosas? ¡Por favor, ayúdame!

Pero sus oraciones no fueron escuchadas. Por supuesto. Venus le había


advertido sobre revelarse a sí misma. Ningún artículo flotando desde el cielo.
Ninguna documentación, mágicamente, apareciendo en su bolsillo.

5
Immigration and Naturalization Services, INS.

104
El Club de las Excomulgadas
Retrásalo. La palabra le vino a la mente cuando abrió la boca para admitir
que no tenía tales documentos.

—Yo… yo los he perdido. Tendré que encontrarlos.

—Ella sufre de amnesia —dijo Eddie, sorprendiéndola. Se mantuvo en pie,


con una expresión absorta sobre ella.

Siguiéndole la corriente, esperaba que los oficiales le creyeran, aunque había


aprendido, a su pesar, que los humanos eran una especie muy escéptica.

—Perdí la memoria. —Las palabras sonaron falsas en sus oídos y, por una
vez, deseó haber cultivado la habilidad humana para mentir.

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—Qué extremadamente conveniente —dijo Shawna lentamente, poniendo
los ojos en blanco—. Si has perdido la memoria, ¿cómo sabes que naciste aquí o
que has vivido aquí toda tu vida? Hmm... me suena sospechoso.

Diana trató de tomar su propio consejo y mantener la calma. Acarició a la


ronroneante Rosie, mientras trataba de respirar uniformemente.

Eddie se alejó de Shawna en ese momento y se sentó en el sofá, junto a


Diana. Agradecida de que ignorara el petulante resoplido de la alborotadora. Se
sintió mejor rodeada de sus seres queridos. Unidos, tendrían una mejor posibilidad
de vencer.

— ¿Ha informado a la policía que es una persona perdida?—preguntó Foley


bruscamente—. ¿Está bajo cuidado médico?

—Noooo —Eddie se puso tenso a su lado, a pesar de que se mantuvo afable


con el oficial—. Acabo de descubrirlo. Iba a informar…

—Me encanta tu memoria selectiva—dijo Shawna sarcásticamente, dando


un paseo hacia el grupo y sentándose en el brazo del sofá, junto a Eddie, quien
frunció el ceño profundamente.

— ¿Ella tiene que estar aquí? —La repugnancia llenó el corazón de Diana
cuando miró a la bruja, que era peor que el cocodrilo que la había devorado.

—Tiene razón en algunas cosas —dijo la agente Carrolle, paseándose por


detrás de su compañero, sus ojos calculadores—. Es evidente que la señorita Venus
requiere tratamiento médico y observación. En mi opinión, este caso justifica una

105
El Club de las Excomulgadas
mayor investigación.

El estómago de Diana giró ciento ochenta grados y se sintió como si fuera a


escupir una bola de pelo. Pero al fin y al cabo, Eddie la quería fuera de su casa y de
su vida de cualquier modo, así que, ¿realmente importaba a dónde fuera? Venus,
obviamente, la había abandonado.

—Por favor, acompáñenos, señorita Venus —dijo Foley.

Rosie se subió a los hombros de Diana y la abrazó. “No te puedes ir”.

Dios sabía que no quería, pero parecía que no tenía elección.

Eddie se puso de pie, frente a frente contra el estoico agente.

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— ¿A dónde la llevan? ¿No necesita ropa de repuesto?

— ¿Qué ropa? Ella no tiene ninguna, ¿recuerdas? —dijo Shawna en un tono


dulce, el júbilo brillaba en sus ojos.

Napoleón se erizó contra ella, su atención fija en la vil mujer. Se levantó de


un salto y se quedó peligrosamente quieto. La promesa del perro de protegerla
cruzó por su mente justo cuando gruñó de nuevo y enseñó los dientes.

El pelaje de Rosie se erizó y saltó a la parte trasera del sofá y desapareció


bajo la protección del mueble. Odiaba que Napoleón gruñera.

Antes de que pudiera detenerlo, el perro saltó hacia Shawna y hundió sus
colmillos en la parte carnosa de su tobillo. Ella aulló de furia y su cara se puso rojo
brillante. Maldiciendo en voz alta, lo pateó frenéticamente.

— ¡Aleja este chucho sarnoso de mí, antes de que me arranque la pierna!

El policía se puso en pie.

—Detenga a su perro, señor Davis.

— ¡Napoleón, quieto! ¡Aléjate de ella! —Cuando el perro lo ignoró, lo


agarró por la cintura y tiro de él con fuerza.

Shawna miró furiosamente a Eddie y al perro, mientras se doblaba y se


agarraba el pie.

—Aparta ese… ese malvado bicho lejos de mí. ¿Está ese bicho sarnoso al día
con sus vacunas contra la rabia?

106
El Club de las Excomulgadas
Con el ceño fruncido, Eddie abrió la puerta corredera de cristal y puso a
Napoleón en exterior.

—No sé lo que te entró, chico.

Napoleón ladró, tratando de decirle lo que estaba mal, pero Diana estaba
segura de que era la única que entendía lo que estaba diciendo. La había defendido.
Vengándose en su nombre. Cuando nadie estaba mirando en su dirección, excepto
el perro que tenía la nariz presionada contra la ventana, le dio una inclinación y
vocalizó un silencioso “gracias”.

Napoleón inclinó la cabeza hacia ella, como si quisiera decir “de nada” y
luego saltó hacia el otro extremo del patio cercado.

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—Me temo que vamos a tener que llamar a control de animales. —El policía
se acercó a la puerta trasera, por donde Napoleón había sido sacado. Habló en voz
baja por su radio.

Eddie se quedó mirando al hombre uniformado.

—Puedo traer su licencia y el registro de vacunas. Está al día de todas sus


dosis.

—Es el procedimiento habitual. La ley dice que tiene que ser capaz de
mantener el control sobre sus animales. —El policía enganchó la radio de nuevo en
su cinturón.

¡Oh, no!

Debería haber agarrado el collar de Napoleón cuando gruñó. Podría haber


evitado esto.

Shawna fulminó a Eddie desde su posición en cuclillas. Hinchado y


magullado, el tobillo parecía ser un desastre.

—Voy a quedar mutilada de por vida. Lo menos que puedes hacer es


llevarme al sofá y pagar mis facturas del médico.

Eddie recogió a la serpiente en sus brazos y cumplió con sus deseos, para
gran disgusto de Diana. Así que, ¿sólo Napoleón iba a defenderla? Eddie parecía
mucho más preocupado por la infame mujer que por su desesperada situación.

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El Club de las Excomulgadas
Cuando Shawna estuvo instalada, entornó los ojos sobre el agente al mando.

—Así que, ¿no es extraño? Que la mujer no tenga ropa. Nada. ¿Qué van a
hacer al respecto?

—Es típico de las víctimas de amnesia no tener ropa extra —dijo Carrolle.

Diana sonrió, contenta de que la agente la hubiera interrumpido antes de


que pudiera largar que ahora tenía un armario lleno de ropa, que Eddie le había
comprado. La observación mordaz de Shawna había sido contraproducente y
podría ayudarle. Tendría que recordar darle las gracias, más tarde, por su ayuda. Al
diablo le encantaría eso.

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—Vamos a llevar a la señorita Venus con nosotros.

— ¿Y qué van a hacer con ese chucho sarnoso? —Shawna señaló con el
dedo la puerta trasera, donde Napoleón apretaba la nariz, mostrándole los dientes.

—Control de animales está en camino. Ellos se encargaran de ese asunto.

— ¿Cómo sé que los llamó?

Llamaron a la puerta y el policía le hizo un gesto a Eddie para que abriera.

Con los ojos destellando, Eddie se dirigió a la puerta y la abrió.

— ¿Sí?

—Control de animales. Nos han llamado para recoger a un perro agresivo.

¡Napoleón no era agresivo! ¡Sólo estaba protegiéndola!

Pero iban a encerrarla a ella también, así que nunca la escucharían. Seguro.
Como si fueran a creerle cuando les dijera que Napoleón había prometido ayudarla.

—Bueno, no estoy de acuerdo con lo de que es agresivo, pero está en la parte


de atrás. Yo soy el dueño. ¿Ayudará que tenga al día los registros médicos y la
licencia?

—Eso no depende de mí —dijo el empleado de control de animales,


cambiando su peso de un pie a otro—. Mis instrucciones son llevar al animal a la
oficina de Control de Animales. Tendrá que hablar de eso con el director.

¡Más directores! ¡Qué el cielo nos salve de ellos!

108
El Club de las Excomulgadas
El policía se adelantó.

—Yo les llamé. El animal está en la parte de atrás. Fui testigo del ataque.

— ¡Quiero a ese perro peligroso encerrado, donde no pueda hacerle daño a


nadie!—Shawna hinchó el pecho y apuntó a su lesión—. Me hizo esto.

El agente de control de animales asintió comprensivamente.

—Debería ir a la sala de emergencias para que la examinen. Las mordeduras


de perro pueden ser asunto desagradable.

—Muy bien, señorita Venus. Es hora de que nos vayamos también. —La
señorita Carrolle se acercó y se puso delante de ella—. Venga conmigo, por favor.

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Diana tenía el corazón roto. Había fracasado estrepitosamente en todos los
sentidos.

— ¿A dónde me lleva?

—A las instalaciones médicas de nuestro centro de detención en Miami.


Tenemos más preguntas que hacerle, no se preocupe. Ahora, si nos disculpa. —Le
hizo un gesto con la cabeza al oficial de policía que se acercó y se puso a su lado.

El miedo se catapultó por las venas de Diana. ¿Y si nunca volvía a ver a su


familia? ¿Qué le iban a hacer a Napoleón?

— ¡Eddie! Te amo. ¡Ayúdanos! —El grito nació de su corazón y de su alma


destrozados. Se estiró hacia él, pero los agentes lo bloquearon. Ellos tampoco la
dejaron decirle ni siquiera adiós a Napoleón o a Rosie.

***

¡Ayúdanos! Resonaba en la cabeza de Eddie volviéndolo loco.

Diana, o Diamond, o quién diablos fuera, lo amaba. La sinceridad vibraba


en sus palabras. ¿Había dudado alguna vez de que era verdad? Sus besos no mentían. O
su dulzura. Alguien que podía ser tan tierna y cariñosa no podía ser mala.

Por más que lo intentaba, no podía dormir. El fantasma de Diana poseía la


casa y, en particular, su cama. No importaba en qué cama tratase de dormir. Todo
le recordaba a su amante y se burlaba de él con su vacío.

Se acercó al ordenador. Compelido, buscó información sobre la

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El Club de las Excomulgadas
reencarnación. Nunca había sido un creyente y quedó fascinado con la posibilidad.

Sin embargo, Diana era evidentemente una mujer adulta y Diamond había
muerto apenas un mes antes. Obviamente, Diana no había tenido tiempo de volver
a nacer y crecer a la condición de mujer.

Su explicación de que había sido transformada empezaba a tener más y más


sentido. Pero si los dioses romanos estaban ahí fuera, ¿por qué nadie hablaba de ellos
ahora? ¿Por qué estaban escondiéndose de la gente y solo mostrándose a los gatos?

Cuando volvió a mirar al exterior, el sol brillaba como un sorbete en el


horizonte. Demasiado tarde para ir a dormir, suprimió un bostezo y se encaminó a
su cuarto oscuro y reveló las fotografías del acuario. Gruñó de satisfacción por lo

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


bien que habían salido. Diana era tan fotogénica como su Diamond lo había sido.
Varias de estas fotos serían una gran portada de revista.

Cuando dieron las nueve de la mañana, se citó con un famoso


psicoterapeuta de vidas pasadas de Miami, para hablar de la regresión.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 9
Diamond odiaba estar encerrada en la clínica antiséptica con médicos
sondeando su mente, cuerpo y espíritu. Sabía tan poco en comparación con el resto
de la humanidad. Cuanto más aprendía, más descubría lo que no sabía. No sólo
leer y tener clases como matemáticas, sino el conocimiento cotidiano común como
base del cuidado de la salud y las cuestiones sociales.

Se arrodilló y le oró a su diosa.

—Querida Venus, por favor líbrame. Líbrame de este destino. Si Eddie no

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


me quiere como mujer, cámbiame de nuevo a gato para vivir mis días. Ten piedad
de mí.

La luz brilló en el cuarto oscuro, sorprendiéndola. Ella se llevó las manos a


la garganta y retrocedió contra su cama hasta que sus rodillas se doblaron y cayó
hacia atrás. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando la diosa en forma solidificada
y su sonrisa irradiaron sobre ella.

—Levántate, pequeña, y ven aquí.

Diana obedeció y se detuvo a un paso de su patrona.

—Es como me advertiste que podría ser. Soy incapaz de pasar por una mujer
humana. No puedo hacer el cambio. Mi dueño no me ama como yo lo amo. —
¿Por qué, oh por qué, la diosa no le había advertido de no comer pescado crudo, tampoco?

—Te advertí lo que sucedería si errabas de nuevo. Ser humana no sólo trae
más alegría, sino también una mayor aflicción y responsabilidad. Esperaba que
pudieras adaptarte, pero parece que no es así.

Un viejo ser con una larga barba y pelo blanco que fluía apareció al lado de
la diosa.

—Hija, confío en que este último proyecto tuyo no se convertirá en la


comidilla de la tierra. Tu afición por transformar a las criaturas me preocupa.

—Pero, Padre, nadie lo sabe excepto tú, yo, y Diana—la diosa miró a su
padre con ojos suplicantes.

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El Club de las Excomulgadas
—Y el hombre humano sobre el que ella tiene deseos. Y tú hermano. ¿Quién
crees que me lo dijo?

El padre de Venus alzó la barbilla con aire regio y bajó su nariz patricia
hacia ella.

—Discúlpeme —dijo Diana, asombrada de estar en presencia del dios—.


¿Qué puedo hacer yo? No encajo en ningún mundo. Los humanos no me van a
reconocer como una de los suyos. —Miró alrededor de la extraña habitación con
las superficies plateadas y brillantes cubiertas por frascos de líquidos y abarrotada
con varias camas almidonadas. Estaría bendecida si Venus la cambiaba de nuevo a
su forma verdadera.

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Venus le sonrió benignamente.

—Sé lo que has estado pasando. Ten fe un poco más de tiempo, mi mascota.

— ¡Ella ya no es tu mascota! —Bramó Júpiter, su barba balanceándose sobre


su pecho de barril—. Es una mujer. Espero que sepas lo que estás haciendo.

Venus puso los ojos en blanco en la espalda de su padre.

—Tengo treinta y un mil años de edad. Dame un poco de crédito, Padre.

El dios resopló y se acarició la barba.

—Qué criatura romántica eres, hija mía. Nadie más en la galaxia ve las
cosas como tú. Sólo a ti se te ocurriría que una mujer humana podría besar a una
rana, o que un hombre humano podría enamorarse de una gata.

Un grito ahogado gorgoteó en la garganta de Diana. Ella trató de ahogar las


lágrimas calientes ardiendo detrás de sus ojos mientras su corazón se desplomaba
hasta sus rodillas.

La expresión del dios se suavizó y puso una mano en el hombro de Diana.

—Lo siento, querida. Eso fue imperdonablemente insensible de mí.

Diana trató de sonreír, pero vaciló en sus labios como si fuera tirada por su
pesado corazón.

—Necesito tu ayuda si alguna vez soy liberada de esta prisión. No tengo los
papeles que el gobierno de Eddie requiere.

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El Club de las Excomulgadas
—Ah, sí. Los mortales de esta época están demasiado apegados a su
burocracia. Eran mucho más divertidos en la antigua Roma, antes que se
inventaran los ordenadores.

—Yo no diría eso demasiado alto. —Una sonrisa irónica retorció los labios
de la diosa—. Minerva está particularmente encariñada con su más reciente
inspiración y no la puedes encantar de la forma en que dejo que me encantes.

Júpiter movió su mano en el aire con desdén.

—Molestar a la cerebrito. Ella era una fanática del ordenador antes de que
se inventaran. Antes de eso, era la calculadora, regla de cálculo, y el ábaco.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


— ¿Y yo qué? —Diana no encajaba en este mundo humano, incluso, ni
como una cerebrito ni como una rara.

—Todavía tienes un par de meses hasta que el encantamiento se desvanezca.


Si Edward te ama de verdad, encontrará una manera de mantenerte.

—Pero quiero ser restaurada a mi estado felino. No puedo vivir con este
dolor de corazón por más tiempo.

—Tienes muy poca fe. Dale tiempo. —Los dioses sonrieron y


desaparecieron en la parpadeante niebla.

— ¡Espera! —murmurando para sí misma mientras se sentaba en el alféizar


de la ventana, metió sus rodillas debajo de su barbilla.

Miró sin ver hacia la luna y las estrellas que centelleaban sobre ella.

—Nunca voy a salir de aquí si le digo a los doctores que mi diosa está
trabajando en mi plan de escape.

Mejor era confesar que una vez había sido gato.

***

Una pequeña bola de energía se precipitó en la oficina, los brazos del doctor
estaban cargados de manuales técnicos y casos de estudios.

—Encantado de conocerte. Soy el Doctor André Mazato. —Labios gruesos


sobresalían de la masa de barba gris que contrastaba con su brillante calva. Su reloj
platinado y traje negro parecían incongruentes con su larga y desordenada cola de

113
El Club de las Excomulgadas
caballo—. Entonces, ¿qué es lo que esperas ganar sondeando tus vidas pasadas? —
El hombre dejó su carga al azar en el desordenado escritorio, y luego se inclinó
sobre el lío para estrecharle la mano.

—Estoy en una misión de investigación para una amiga, más que para mí
mismo. —Eddie hizo crujir sus nudillos uno a uno, algo que no había hecho desde
que había sido un niño en la oficina del director de la escuela.

Mazato asintió mientras se quitaba su chaqueta y la arrojaba por encima de


su perchero. Luego se subió los pantalones y se sentó en un mullido sillón que
rebasaba su cabeza por treinta centímetros. Desabrochándose las mangas, las subió
hacia atrás, revelando vello gris salpicando sus escuálidos brazos.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


—Háblame de tu amiga.

—Ella dice que fue un gato en una vida pasada. Eso no es posible, ¿verdad?
¿Estará psicótica? —Eddie se tambaleó en el borde de un suave sofá de cuero color
manteca mientras miraba fijamente hacia las dos paredes llenas de títulos,
certificados y premios preguntándose si eran reales o copias.

—No sólo es posible, sino probable. Cada uno de nosotros posee un hilo de
intrincados seres anteriores dentro de nuestra experiencia. Permíteme ilustrar el
potencial terapéutico al llevarte de vuelta y presentarte a uno de tus antiguos yo.

Aún escéptico, Eddie se masajeó la nuca.

— ¿Cómo voy a saber que no solo haces eso para conseguir mis números de
cuentas bancarias mientras estoy bajo tu hechizo?

—Estoy certificado por la junta y, por supuesto, eres más que bienvenido a
comprobar mis credenciales. Mi prístina reputación es muy valiosa para mí. No la
pondría en peligro para robar información personal. Sin embargo...—el psicólogo
garabateó notas en su bloc, se aflojó la corbata, luego empujó un botón en una
grabadora portátil antes de recostarse contra la silla con una sonrisa—: Te podría
hacer sentir mejor saber que grabo cada sesión regresiva.

Eddie estiró los dedos, aún incierto sobre si debía o no hacer una regresión,
pero trató de relajarse. Podría simplemente comprar ese software astral que había
encontrado en línea por 19.95 dólares en vez de desembolsar un par de cientos de

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El Club de las Excomulgadas
dólares a un charlatán.

— ¿Cómo sabré que lo que reveles es verdad, y no sólo el resultado de una


sugestión hipnótica? ¿Voy a recordar algo de esto?

—Sí. Será como si una luz estuviera iluminando la oscuridad. Pero debo
advertirte, puede no gustarte todo lo que descubras acerca de tus vidas pasadas.
Una o más podrían ser menos que honorables y no necesariamente humanas.

— ¿No voy a empezar a graznar como pato o a mugir como una vaca? — ¿O
a maullar como gato? Si empezaba a aullar como un lobo estaría fuera de aquí.

—Por supuesto que no. Incluso si en una de tus vidas anteriores fuiste de

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


otra especie, eso no significa que seas esa especie actualmente. No serás obligado a
hacer lo que normalmente no harías. Esto es meramente terapia para ayudarte a
sanar y progresar para que puedas seguir adelante con esta vida.

— ¿Eso significa que seré un dios algún día, si avanzo lo suficiente?

Pensaba que era una buena pregunta. Si esta cosa de la reencarnación era
verdad, ¿no significaría que los seres seguían haciéndose cosas hasta que fueran perfectos?

¿Qué era más perfecto que un dios?

Se rió de su propio absurdo. No podía creer que estuviera considerando


seriamente esta tontería. Aún así, un pequeño ápice de duda le impedía irse. Había
luchado en la hora punta de tráfico de Miami para llegar hasta aquí, por lo que bien
podría llevarlo a cabo. Pocas cosas en alguna vida eran tan temibles como la
principal autopista durante la hora punta.

—Está bien, hagámoslo. Espero no haber sido una chica.

—A menudo cambiamos de género de una vida a otra vida. En una vida


puedes ser el marido y en la siguiente, tu ex esposa es tu marido.

Grandioso.

—Entonces, doctor, ¿por qué la mayoría de la gente viene a verte? No todos


pueden tener amigas jurando que fueron gatos una vez.

Una sonrisa se dibujó en los labios del consejero.

—No es que pueda revelar detalles, pero la mayoría de mis pacientes

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El Club de las Excomulgadas
necesitan sanar. Sufren efectos de los problemas no resueltos de vidas anteriores.
No pueden progresar hasta que se enfrentan a ellos y superan su pasado.

Él ya estaba aquí, así que bien podría darle una oportunidad.

—Estoy en el juego. ¿Y ahora qué? ¿Me acuesto y levanto los pies?

—Empezaremos con hipnosis suave. Eso te ayudará a recordar lo que viste.


—El hombre de más edad se volvió para comprobar la grabadora, luego tomó un
reloj de bolsillo de plata y deslizó la cadena a través de sus dedos hasta que el
péndulo colgó ante el rostro de Eddie.

Estrellas brillaron desde el objeto brillante, fascinando a Eddie. Su reflejo le

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miró, su rostro demasiado amplio y largo. Pequeños y brillantes, sus ojos le
devolvieron la mirada. Distorsionada como era la imagen, todavía se veía mejor
que en la horrible foto carnet de su licencia de conducir.

Un movimiento rápido de la muñeca del doctor envió a girar el disco.

—Céntrate en el reloj. No quites la mirada de este. Imagínate a ti mismo


bajando una larga escalera. Al llegar a la parte inferior, verás dos puertas y un sofá.
Una de las puertas será de color rojo. ¿La ves?

Eddie se sentía raro, como si flotara, pero todavía podía sentir el sofá de
cuero debajo de él. La puerta roja parecía ampliarse hacia él, grande, brillante y
vibrante.

—Sí. La veo.

—Bien. Abre esa puerta y entra. Habrá un largo pasillo. Al final hay otra
puerta. —La suave voz del doctor zumbó en su cabeza, cautivándolo.

Él luchó a través de una niebla, atravesando un pasillo oscuro y estrecho.


Sus palmas se pusieron húmedas mientras sus pasos sonaban huecos. El pasillo se
alzaba más de lo que había parecido al principio, como si fuera una ilusión óptica.

— ¿Qué hay detrás de la segunda puerta?

—Una de tus vidas pasadas. El recuerdo que más necesitas ver en este
momento de tu existencia actual para resolver el problema que necesita ser sanado.

Eddie parecía tener problemas para mantener los ojos abiertos a pesar de su

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El Club de las Excomulgadas
repentina incapacidad de parpadear. Estaba al tanto de todo, aunque su atención
quedó fija en el reloj que giraba. El doctor enganchó al reloj de bolsillo en una
escultura tipo árbol de metal, y luego cruzó sus manos encima del escritorio,
doblando los dedos.

La puerta se alzaba ante Eddie y vaciló frente a ella, su respiración era


áspera, su pecho se sentía apretado. ¿Qué pasaba si abría la puerta a un monstruo? ¿A
un mundo hostil? Algunas personas decían que podías morir a causa de un extremo
susto dentro de un sueño. ¿Era diferente esto?

— ¿Ya llegaste a la puerta? —La voz de barítono del doctor hizo eco en su
mente, empujándolo hacia adelante.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


—Sí.

—Bien. Ábrela, agradable y lentamente, y luego quédate de pie en el umbral.


Sólo mira dentro y dime lo que ves. —El doctor bajó la voz a un susurro.

Eddie apenas se atrevía a respirar y podía sentir el zumbido de la grabadora


en sus huesos. Su sangre hervía en sus venas y su pulso latió cuando alcanzó la
puerta.

Poco a poco, la abrió y dio un paso adelante para quedar de pie al borde de
un hermoso bosque exuberante.

Las luciérnagas revoloteaban alrededor de un prado en cascada con


campanillas azules y narcisos.

—Describe lo que ves.

Él miró más de cerca, sin poder creer sus propios sentidos. ¡Esas diminutas
criaturas aladas no eran luciérnagas!

—Hadas están volando alrededor de un campo de flores. Y hay unicornios,


dragones y grifos.

— ¿Hay otros seres presentes?

Eddie entrecerró los ojos hacia el sol menguante del atardecer, dejando que
su mirada vagara para poder ver. En el borde del claro vio un corpulento gato,
blanco y negro en cuclillas como si estuviera listo para saltar. Después, un segundo
gato blanco, más pequeño que el primero, se unió a él. Obviamente feliz por ver al

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El Club de las Excomulgadas
recién llegado, el primer gato se frotó contra ella y luego se divirtieron persiguiendo
mariposas en la pradera.

—Sí, dos gatos. Macho y hembra, creo.

— ¿Hay alguna criatura en particular que capte tu atención? —Las palabras


del hombre fluyeron perfectamente en los sonidos del bosque: pájaros cantando, el
susurro suave de la brisa a lo largo agitando la hierba, caballos relinchándoles bajo
a sus compañeros, y los gatos maullando entre sí sonaban más fuerte que todos.

—El gato. —El pelaje de la criatura parecía un esmoquin con un sólido


fondo negro. Una larga raya blanca se levantaba por su vientre y se desplegaba
hasta su cuello blanco como la nieve. También notó que la criatura tenía las patas

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


anormalmente grandes con un dedo adicional y retráctil, como había tenido
Diamond. ¿Podría ser que se centrara en el gato porque tenía gatos en el cerebro? ¿O porque
el hombre había puesto una sugestión hipnótica en su mente?

—Bueno. Bueno. Estamos llegando a alguna parte. Ahora, quiero que


camines más cerca del gato y que te sientes. Sólo obsérvalo durante unos minutos
más.

Eddie asintió, sintiéndose extrañamente como si estuviera en dos lugares a la


vez. Entró en el claro del bosque, tratando de no hacer un sonido que asustara a las
criaturas. Varias hadas señalaron hacia él y se rieron, su tintineante risa era dulce y
alegre. Fantasmales, sus diminutas alas brillaban y centelleaban. Se sentía como
Gulliver en la tierra de los liliputienses. Excepto que los gatos parecían de su
tamaño normal.

Un unicornio se encaminó hacia él y le dio un codazo con su cuerno. Los


ojos lavanda lo miraron con curiosidad mientras la criatura sacudía la melena lila y
resoplaba ante él. Tal vez había sido el unicornio. Eso sería genial, si no pudiera ser
humano.

— ¿Yo era tú?

El unicornio le olfateó arriba y abajo, y luego negó.

—No yo. Tu primera reacción fue la correcta.

El gato...

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Cómo lo sabes? —La mirada de Eddie se deslizó a los gatos que ahora
estaban haciendo el amor lánguida y lentamente en una cama de tréboles. El gato
estaba sobre la hembra mientras ella gritaba de éxtasis.

Eddie apartó la mirada de la escena, volviendo su atención de nuevo al


unicornio. Abrió la boca para hablar, pero la criatura supo su pregunta antes de que
pudiera formularla.

— ¿Cómo puedo hablar contigo? ¿Cómo puedo ver tu pasado y tu futuro?


Soy mágico. —Su brillante cola se movió y relinchó. Girando sobre sus pezuñas
traseras, se alejó al galope en la dirección opuesta y luego saltó en la niebla.

El sonido de los gatos apareándose llamó la atención de Eddie de nuevo. El

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


dolor llenó su corazón.

—Yo fui un gato. —Pero esa no era la única revelación que nació en él. El
gato blanco hembra no era otra que Diamond, Diana. Ellos habían estado juntos
antes, se habían amado antes.

Una sonrisa amaneció sobre la cara del doctor, se enderezó y se acarició la


barba.

— ¿Cómo te hace sentir eso?

Por extraño que pareciera, la alegría se hinchó en su corazón al ver a los


felinos realizar la antigua danza del amor.

La calidez lo inundó y sus dedos de los pies se estremecieron mientras ellos


rodaban juntos en el campo.

—Fantástico.

— ¿Libre? ¿Iluminado? ¿Listo para abrir tu mente a la posibilidad de que tu


amiga te esté diciendo la verdad? —O el doctor era un hechicero o un lector de
mentes para saber todo eso—. Chasquearé mis dedos a la cuenta de tres y volverás
a la normalidad. Recordarás todo. —El doctor contó lentamente pero de manera
concisa y luego chasqueó sus dedos en la cara de Eddie, despertándolo.

Eddie se sacudió de regreso a la realidad, sin embargo, tenía perfecto


recuerdo de los acontecimientos de las pasadas horas.

—Conocía a Diana de antes. Fuimos amantes. —Un ceño tiró de sus labios

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El Club de las Excomulgadas
y estiró las piernas delante de él—. Fui un gato, también.

—Sí. Eso parece. Yo fui una vez un elefante en la selva de África. En otra
vida, fui una bailarina de vientre en el harén de un jeque.

— ¿Nadie famoso?

—Lo más cerca que estuve de la fama fue cuando fui soldado de infantería
en el ejército del Faraón en el antiguo Egipto, al que Moisés ahogó cuando hizo
que las aguas del Mar Rojo se estrellan sobre nosotros. Pocos de
nosotros éramos gente famosa, porque la verdad es que, teniendo en cuenta el gran
número de vidas pasadas, ha habido pocas personas famosas en la historia del
mundo. Las probabilidades serían más de mil millones a uno.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


— ¿Puedo hacerle una pregunta, doctor? —Eddie se rascó la mejilla,
tratando de encontrar la manera de ponerlo. Ver a Diana, más bien a Diamond,
allá en el claro del bosque le dio mucho para reflexionar.

—Dispara. —El doctor tomó un cubo de Rubik de la esquina de su escritorio


y jugueteó con este, su mirada todavía absorta en Eddie.

— ¿Siempre tenemos los mismos amantes? ¿Amigos? ¿De una vida a la otra?

—Hay una teoría de que cada uno tiene un grupo central que viaja con
nosotros a través del tiempo. Es mi creencia de que nuestros compañeros del alma
siguen reapareciendo en nuestras vidas, así como algunos amigos cercanos y
familia, sí. Mi esposa ha estado conmigo desde hace decenas de miles de años. Por
supuesto, a veces ella es el marido y yo soy la esposa. O concubina. —Una sonrisa
traviesa bailó en sus ojos.

—Tengo mucho en qué pensar. —Como en buscar a Diana y pedirle


disculpas.

Mazato se levantó y rodeó el escritorio.

—Estaría encantado de regresarte de nuevo en otra sesión, o hablar más


sobre esta. Pasa por mi recepcionista al salir para arreglar otra cita.

—Gracias, doctor. Le dejaré saber si creo que es necesario. —Eddie se


levantó en toda su estatura, casi una cabeza más alto que el distinguido hombre. Su
sombra eclipsó la del otro hombre y se sintió como un gigante de nuevo. Ansioso,

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El Club de las Excomulgadas
no podía esperar a encontrar a Diana y decirle todo lo que acababa de ocurrir.

Luego conseguiría a su perro de vuelta.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 10
Diana despertó con una sacudida, hecha un ovillo en una cama
desconocida, su brazo yaciendo sobre su cabeza.

Desorientada, miró a su alrededor para saber dónde estaba. No se veía como


la perrera, aunque estaba encerrada en una habitación fría y estéril de la que no
había escapatoria.

Cuando el recuerdo se precipitó sobre ella, gimió. Todavía estaba


encarcelada en la clínica médica del INS. Muy bien podría ser la perrera como el

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pobre Napoleón. Por lo menos en la perrera, alguien podría llegar a adoptarla.
Aquí, tratarían de deportarla, incluso aunque no tuviese a dónde ir. ¿A qué país
querría ir sin conocer su pasado, sin papeles? ¿Los humanos la pondrían a dormir?

¡Oh Dios! No pondrían a dormir a Napoleón, ¿no? Sólo había estado tratando
de protegerla.

Bien despierta ahora, no podía quedarse quieta así que merodeó alrededor
de la habitación, espiando en los armarios y cajones que estaban todos vacíos.

¡Oh, Venus! ¿Estoy siendo castigada? Pensé que tenía que aguantar.

Se acercó a la ventana y se acurrucó en la cornisa de nuevo.

El sol naciente estaba empezando a calentarla y apoyó la cabeza contra el


frío cristal. Echaba de menos la libertad, sentir la hierba bajo sus pies, el viento en
su pelo y los fuertes brazos de Eddie sosteniéndola con seguridad. Incluso anhelaba
ver al perro otra vez, corriendo libre en el patio trasero ladrando, trayendo la ira de
los vecinos hacia ellos.

La puerta se abrió, pero ella no se dio vuelta. Debía ser una enfermera que
quería comprobar su temperatura de nuevo. No podía mostrar ningún entusiasmo
por ver a otro extraño.

Extraños.

Dos pares de pisadas se acercaron a ella. Una mujer. Un hombre. Ella podía
oír la diferencia en la cadencia y la pesadez. Las mujeres humanas hacían cabriolas

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El Club de las Excomulgadas
o se deslizaban. Rebosantes de testosterona, los hombres humanos se contoneaban.
Este sin duda se contoneaba.

—Tienes una visita, Diana —dijo una suave voz femenina. Ella la reconoció
como perteneciente a la enfermera de la noche.

Captó el amado aroma de Eddie, y su corazón le dio un vuelco contra sus


costillas. Girando, casi se cayó de su precario asiento.

— ¡Eddie! Viniste. Tenía miedo de que nunca quisieras verme de nuevo. —


La euforia empujó su desesperación, ella corrió a sus brazos, y hundió la cara
contra su corazón latiendo rápidamente.

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La mirada oscura de Eddie le robó el aliento. La tiró hacia él y le dio la
vuelta.

—No estaba seguro de que fuera a venir, tampoco.

La importancia de sus palabras le picó. ¿No estaba feliz de verla? Ella se apartó
y miró fijamente sus ojos, deseando poder mirar en su corazón.

— ¿No? —Se atragantó con la palabra, pero mantuvo la cabeza en alto,


conteniendo las lágrimas con todas sus fuerzas.

—No. Pero entonces tuve un cambio de corazón.

La joven enfermera retrocedió, ocultando sus ojos bajo sus pestañas.


Idénticos pétalos rosados colorearon sus mejillas.

—Estaré justo afuera de la puerta, si me necesitan.

— ¿Lo tuviste? —Sus labios se sintieron repentinamente secos y succionó el


de abajo en su boca y lo masticó.

—Sí. —Lucía tan incómodo como ella se sentía. Él hundió sus manos en los
bolsillos de sus jeans y luego miró hacia el cielo—. Uh, te creo ahora.

— ¿En serio? —Observándolo con cautela, no podía decir si estaba feliz con
su creencia recién descubierta.

Él cerró la brecha entre ellos y capturó sus manos en las suyas, frotando sus
nudillos con las yemas de sus pulgares.

—Lo hago. Hice un montón de investigación sobre la reencarnación e

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El Club de las Excomulgadas
incluso consulté a un psicoterapeuta de vidas pasadas que me mostró una de las
mías.

Ella dejó que su respiración contenida saliera con alivio.

— ¿Tuviste una vida pasada, también? —Sus pulgares siguieron trabajando


su magia en ella y le permitió que tirara de ella hacia él.

—Um-hmm. —Apretó sus caderas contra las de ella, al instante provocando


una llama en su vientre—. Claro que sí. Supuestamente, todos tenemos varias. Algo
sobre resolver problemas hasta que lo hacemos bien y progresamos.

—Entonces, ¿me crees ahora? ¿Puedes aceptar el hecho de que era un gato?

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—Casi no podía respirar con él frotándose contra ella. Un fuego lento se levantó
por su cuerpo cuando se inclinó aún más cerca para que su pecho se frotara con el
de ella.

—Puedo y lo hago. —Lamió su cuello con una lenta y lánguida barrida de


su lengua.

Ella gimió y se arqueó hacia él, deseando que estuvieran en casa y solos en
la intimidad de su dormitorio así podía mostrarle lo extática que estaba por su
revelación.

Él arremolinó su lengua en su oído, y dejó que sus manos recorrieran su


cuerpo, prácticamente llevándola al orgasmo. Susurró con voz ronca:

—Tengo una confesión.

— ¿Cuál es? —Ella cerró sus ojos y se entregó a las maravillosas sensaciones
atravesándola en cascada.

—Yo fui un gato, también. Y tú eras mi compañera.

Ella abrió un ojo para espiar hacia él.

— ¿En serio?

Él cruzó su corazón.

—Te juro que es la verdad. El unicornio lo dijo.

— ¿Unicornio? ¿No son criaturas míticas? —Tenía que estar burlándose de


ella. Todos los canales de aprendizaje en la TV afirmaban que eran criaturas

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El Club de las Excomulgadas
legendarias.

Él agarró su mano y la persuadió para que se volviese hacia él.

—No lo estoy inventando. Fui a un regresionista y le hablé a un unicornio


en mi vida pasada.

Ella ladeó su cabeza y estudió su expresión por algún matiz de alegría o de


falta de sinceridad.

—Crees en tu diosa, ¿no?

¡Por supuesto que sí!

Ella asintió.

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—Venus es tan real como tú y yo. Es gracias a ella que estoy aquí ahora.

—Así es mi unicornio. Bien, él no es mi unicornio, pero es igual de real. —


El pelo de Eddie cayó sobre sus ojos y se veía tan adorable que podría comérselo. Si
solo no se estuviera burlando de ella.

— ¿Entonces por qué estás aquí? ¿En verdad? Quiero la verdad.

—Te lo dije. Te creo.

— ¿Viniste hasta aquí al amanecer para decirme que me crees? —Entrelazó


las manos detrás de ella y balanceó sus caderas. El sol del nuevo día la calentó y se
deleitó en este, pero no tanto como se deleitaba en su confesión.

Él metió la mano en su bolsillo y sacó una caja de terciopelo.


Ofreciéndosela, se aclaró la garganta, y dijo con voz ronca:

—Bueno, también tengo una pregunta muy importante para ti.

Ante la vista de la caja de terciopelo azul del tamaño de un anillo, no podía


respirar. Así es como los hombres se proponían en todas las novelas. Con el
corazón en la garganta, ella buscó su mirada.

El amor brillaba en sus ojos, se bajó a si mismo sobre su rodilla doblada y


levantó la caja hacia ella. Luego la abrió para revelar una preciosa banda de oro
con un gran diamante en el centro rodeado por dos más pequeños a cada lado.

Ella jadeó, sus manos aferrando su garganta mientras miraba fijamente la


hermosa expresión de su amor hacia él.

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El Club de las Excomulgadas
—Cásate conmigo, Diana. Quiero que estemos juntos para siempre, como
estamos destinados a estarlo. —Emoción resonaba en su voz.

A pesar de la alegría inundando su corazón, ardía por saber qué había


pasado con su odiosa asistente.

— ¿Qué pasa con Shawna? ¿No la amas? —Contuvo la respiración,


mirándolo de cerca, rezando para que dijera que no.

Eddie miró hacia ella.

— ¿Shawna? ¿De dónde sacaste esa idea? Ella era sólo mi asistente. No es ni
siquiera eso ahora.

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¿Por qué los humanos tienen que hablar en tantos enigmas?

— ¿Qué pasó con ella? —Punzadas de conciencia le hicieron hacer una


pausa. Ella esperaba que la mujer no hubiera sido gravemente herida por
Napoleón, incluso si no le importaba—. No llegó a estar gravemente enferma por la
mordedura del perro, ¿verdad?

Eddie pasó el dorso de su mano con sus labios, haciéndola sentir tan querida
y especial que deseó poder ronronear todavía.

—Por suerte fue sólo superficial. Ella lo sacó fuera de proporción, y luego
trató de llevarme de las narices. La despedí por eso, pero sobre todo por la forma en
que trató de meterte en problemas. Créeme, estamos mejor sin ella. Se fue para
siempre.

¡Eddie la amaba de verdad! La había defendido. El amor se hinchó en su


corazón y ella se arrojó a sus brazos, tumbándolos de espaldas sobre el suelo.

— ¡Sí! —Lo saqueó con besos mientras él deslizaba la muestra de su amor


en su dedo de compromiso.

Entonces la realidad la puso seria y ella se sentó lejos de él, cruzando las
piernas.

—Me encantaría casarme contigo, pero ¿cómo podría? No tengo


documentos para demostrar quién soy. Ni siquiera puedo salir de aquí.

Los documentos flotaron sobre su regazo y luego Venus brilló en la

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El Club de las Excomulgadas
habitación al lado de ella.

— ¿No te dije que tuvieras fe, mi mascota?

Eddie miró dos veces y se quedó con la boca abierta viendo a la diosa.

— ¿Es ella...?

Diana asintió y ella misma se levantó al lado de su patrona.

—Sí. Esta es Venus.

—Te oí antes, Eddie. —La diosa chasqueó la lengua, riendo a carcajadas—.


Soy tan real como tu amigo, el unicornio.

Diana miró los papeles que habían caído en sus manos y pudo leer unas

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cuantas palabras. Ese aparato de televisión era un invento maravilloso.

Las series de la mañana para niños le habían enseñado el alfabeto y podía


deletrear algunas palabras sencillas. Pero no entendía la mayor parte de las palabras
largas e intimidantes en este documento. Con trabajo y práctica, se prometió a sí
misma que aprendería. Por ahora, se los tendió a Eddie busca de ayuda.

— ¿Estos son lo que espero que sean?

Una lenta sonrisa amaneció sobre la cara de Eddie mientras hojeaba el


montón de papeles.

—Sip. Parece que eres oficial ahora.

—Esas son tus copias que certifican que eres ciudadana de buena fe de este
país. Yo personalmente puse los documentos originales en los archivos de las
agencias gubernamentales apropiadas. Eres legal ahora.

Chillando su deleite, Diana abrazó fuertemente a Venus.

—Gracias. ¡Gracias! No lamentarás haber hecho esto.

—Nunca lamentaré haberte ayudado. Demostraste tu valía una y otra vez.


—Venus chasqueó sus dedos—. ¡Oh! Casi se me olvida. Tengo otra sorpresa para ti.

¿Otra más?

—Napoleón regresó a la casa y es un perro libre. Limpié todo su registro,


todos los recuerdos sobre su desafortunado incidente y compuse el tobillo de la

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El Club de las Excomulgadas
señora Moran. —Venus mostró una imagen del perro en la habitación de Eddie,
felizmente masticando sus nuevas zapatillas.

¡Ups!

Diana dirigió una mirada hacia Eddie y dejó escapar un suspiro de alivio
cuando una enorme sonrisa le partió la cara.

— ¿Se me permite besar a una diosa? —Eddie abrió los brazos y dio un paso
hacia adelante.

—Tienes mi permiso. —La risa bailaba en los ojos de la diosa mientras le


presentaba su mejilla a Eddie.

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Eddie picoteó al hermoso ser en la mejilla, y luego regresó al lado de Diana.

Con resplandor brillando en su rostro, Venus dijo:

—Estos son mis regalos de boda para ti.

—Esos son los mejores regalos del mundo. —Podía estar ahora con Eddie
para siempre. Eternamente agradecida a Venus, su corazón se hinchó de amor y la
abrazó con fuerza.

—Sed felices juntos. Tengo que regresar. Estarán bien ahora. Simplemente
dile al Agente Foley que encontraste tus documentos y todo estará bien. No
menciones nada sobre el perro o el tobillo de la señora Moran.

— ¡Espera! —La alarma casi estranguló la palabra en la garganta de Diana.


Venus no podía abandonarla—. ¿Alguna vez volveré a verte?

Venus inclinó la cabeza y sonrió.

—Por supuesto. ¡Oh! Casi se me olvidaba decirte que tengo otro regalo para
ti.

¿Otro regalo más?

Eddie, sus papeles, y la libertad de Napoleón eran regalos suficientes. Aún


así su natural curiosidad pudo más que ella. Tenía que ser muy cuidadosa. Ya no
tenía nueve vidas. Ni siquiera ocho.

— ¿Qué es?

—La Comisión de Vida Silvestre y del Pescado Fresco capturó al cocodrilo,

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El Club de las Excomulgadas
con un poco de ayuda de tu diosa favorita. Pensé que te gustaría saber que puedes
estar en paz.

Suspiros de alivio salieron de Diana y de Eddie a la vez, y luego se echaron


a reír. Qué enorme pesos habían levantado de sus hombros.

—Esto es mejor que Navidad —dijo Eddie, poniendo un posesivo brazo


alrededor de la cintura de Diana y atrayéndola en su contra. Él no protestó ni un
poco cuando se acurrucó más cerca.

—Gracias por todo. —Diana parpadeó una lágrima, sintiéndose tonta,


mientras la diosa le prometía que se reunirían de nuevo.

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—Igualmente —dijo Eddie, apretando suavemente a Diana.

— ¡Ciao! —La diosa les guiñó un ojo y luego se desvaneció en la nada.

Eddie movió a Diana suavemente a un lado y metió la mano a través de la


resplandeciente bruma de la diosa, examinándola con atención.

—Supongo que no es un truco de salón. No lo habría creído si no lo hubiera


visto.

Insegura de si él estaba cometiendo un sacrilegio o no, ella se estremeció, y


le sacó de un tirón.

— ¡Ten cuidado! Podría convertirte en sapo. —Recordó como Apolo había


acusado a su hermana de convertir a un príncipe en un anfibio.

Eddie se frotó la barbilla sin afeitar y sacudió la cabeza.

— ¿Así que no estamos delirando?

Mareada por la felicidad, Diana inclinó la cabeza mientras ponía sus brazos
alrededor de su cintura y se moldeaba a sí misma a él.

—No, en absoluto.

Ella no pudo evitar reírse ante su puchero de niño más adorable incluso
cuando la vista de su poderoso pecho hizo que le hirviera la sangre. Besó su cuello.
Él era tan sabroso que no podía resistirse a saborearlo. Ella arrastró sus labios por
su pecho, desabrochándole la camisa y empujándola fuera de su camino.

Eddie se tensó debajo de ella y puso las manos sobre sus hombros.

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El Club de las Excomulgadas
—Alguien estará obligado a entrar y capturarnos. —Sonrió como un lobo
hacia ella, encendiendo otro fuego en su vientre—. Sigue así y nunca tendremos
ningún trabajo hecho.

Ella trazó sus labios con la punta de la lengua, muerta de hambre por lamer
algo aún más sabroso.

—Llévame a casa, y lo descubriremos.

—Promesas, promesas. —Él rozó sus labios con los suyos y murmuró—:
¿Qué estamos esperando? Podemos estar casa en cuarenta y cinco minutos.

¿Cuarenta y cinco minutos? ¡Una eternidad!

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Ansiosa por llegar a casa y estar a solas con él, ella puso su pata... mano...
en la suya. Inclinando una mirada coqueta hacia él, lo arrastró detrás suyo. Con el
tiempo se acostumbraría a pensar en términos humanos. Había llegado tan lejos
ahora que no podía dejarse echar atrás ahora.

—Vamos, amante.

Los ojos de obsidiana de Eddie brillaron y apretó sus dedos.

—Estaremos en casa pronto.

Llegaron a casa un par de horas más tarde y Eddie la aplastó en su contra


tan pronto como cerraron la puerta del frente de la casa. Sus labios apenas soltaron
un aliento, gruñendo:

—Por Dios, mujer, pero tentarías a un santo.

Su fuerte latido del corazón palpitaba contra su pecho y ella se frotó contra
él, su ira disipándose de cara al deseo que todo lo consume. Levantando sus labios
para que sólo rozaran los suyos, murmuró contra ellos:

— ¿Eres un santo?

Un gruñido escapó de él mientras ahuecaba sus nalgas con las manos y la


tiraba increíble e imposiblemente más cerca de su atractivo calor.

—Ni siquiera cerca. —Saqueó sus labios, bebiendo profundamente. Sus


manos se deslizaron debajo de su camisa y le masajeó las nalgas.

Perfecto. La santidad sonaba aburrida. El calor la inflamó, casi quemándola

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El Club de las Excomulgadas
al elevarse, mucho más intenso que cualquier deseo que hubiera experimentado en
su vida anterior. Separando su boca ampliamente, abriéndose en cuerpo y alma a
él, bebió profundamente como él lo hizo de ella.

Estrechándola entre sus brazos, la acunó contra su pecho y la llevó arriba a


su dormitorio, al dormitorio de ellos.

—Espero que tu motor aún esté en marcha.

—Positivamente corriendo. —Enroscó los brazos alrededor de su cuello y se


apretó contra él. Ella lamió su cuello, encantándole su sabor.

Gimiendo, la bajó con reverencia a la cama y empujó sus pantalones

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alrededor de sus tobillos, ella los quitó de una patada.

—Nunca conseguiremos terminar ningún trabajo si sigues así. Entonces nos


moriremos de hambre.

Devolviéndole el favor, ella le bajó los pantalones, permitiendo que su


hambrienta mirada bebiera de la visión de él. Cuando él se acercó más a la cama,
su excitado miembro se frotó contra su vagina, estimulando sus jugos, haciéndola
retorcerse.

—Oh, no, no lo haríamos. —No es de ninguna manera lo que importaba.


Ella abrió más las piernas, rodeando su pene con sus dedos, y poniéndolo a su
hambrienta vagina.

Con un gruñido primitivo, Eddie empujó su longitud dentro de ella,


entrando y saliendo, volviéndola loca. Elegante y precioso, él era un poderoso tigre.
Y tan diabólicamente peligroso...

Temblando de éxtasis, ella levantó las caderas alto, igualando su ritmo


frenético, encontrándole empuje tras empuje mientras oleadas de placer puro y sin
adulterar pasaban a través de ella. Resbalosos, sus cuerpos se deslizaron uno contra
el otro.

Aumentando sus embestidas, apretando sus paredes vaginales, ella ordeñó


su simiente.

—Me siento más viva que nunca. —Este hombre era su mundo, y ella se
acurrucó más cerca. Estas sensaciones eran demasiado maravillosas. Tan

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El Club de las Excomulgadas
extraordinarias. Los humanos no sabían lo especiales que eran. Ella se había
ganado el derecho a seguir siendo humana, a quedarse con Eddie y nunca dejaría
de contar sus bendiciones.

Anhelando más, emocionada con su poder, ella se retorció en sus brazos.


Un gruñido retumbó en su pecho, rastrilló su espalda con sus uñas. Era una farsa
encubrir un pecho tan sexy con ropa.

Debía ser francamente ilegal.

Él rodó sobre su espalda, y luego dobló su dedo hacia ella. Palpitante y al


rojo vivo, su pene apuntaba hacia ella, enviando más deliciosos escalofríos a través
suyo.

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—Móntame, cariño.

¡Ooh! Que sólo tratara de detenerla.

A horcajadas sobre él, se cernió sobre su pene. Frotando la punta del mismo
con sus labios hinchados, abriendo sus palmas sobre su pecho, le encantaba
burlarse de él.

—Me tienes. Todo. —Él juntó sus piernas, y empujó hacia ella.

Anticipando su movimiento, ella se puso de rodillas, parando su embestida.

—Deseoso, ¿verdad?

—Zorra —gruñó y se sentó, lanzándose por ella. Rodeando su cintura con


sus magníficas manos, la empujó hacia abajo sobre él.

Deslizándose, ella tomó cada insoportable y encantador centímetro en sus


pliegues calientes. Tan caliente, tan grueso, tan excitado, que tembló
incontrolablemente. Y entonces, él estaba corcoveando debajo de ella, bombeando
en su interior con fiereza.

Ella subió la apuesta, endureciendo los músculos alrededor de su


circunferencia. Apretando sus muslos contra los suyos, lo convenció de sacar su
simiente. Inclinándose sobre él, le hizo cosquillas en el pecho con sus pezones
mientras su larga cabellera caía sobre ellos, cubriéndolos.

Doblándose, él capturó un pecho hormigueando con su boca y chupó con

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El Club de las Excomulgadas
fuerza. Amasando el otro pezón entre sus dedos, llevándola al borde del orgasmo.

¡Cielos!

Gemidos corrieron por ella y se retorció. Un volcán estalló en la boca de su


estómago, meciéndola.

Colores psicodélicos se arremolinaron a su alrededor cuando ella cerró los


ojos con fuerza.

Las manos de Eddie se sujetaron a su alrededor y ella se movió en su contra.


Con una dura caída final, él la llenó y la abrazó con fuerza contra él, su magnífica
fuerza vibró a través de ella.

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


Gimiendo, él arrastró fuego líquido por su cuello con sus suaves labios.
Tirando de ella hacia abajo sobre su pecho, la aplastó contra él y la movió entre sus
brazos.

—Soy un hombre increíblemente afortunado.

Ella se lamió los labios.

—Soy una increíblemente afortunada gata… mujer.

Un gruñido retumbó profundamente en su pecho y él apretó los labios en su


garganta, lo que elevó su presión arterial de nuevo. Él se dio la vuelta llevándola
con él, y murmuró contra sus labios:

—Gatita sexy. Y no me refiero a ninguna gata en especial, tampoco.

Fin

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El Club de las Excomulgadas
Antología Gatitas Sexys
01 - Señorita Gata
¿Qué pasa cuando los dioses juegan malas pasadas a los
humanos?...
Madria lleva una vida muy satisfactoria como gato
hasta una noche, cuando se tropieza con dos dioses.
Están discutiendo y la diosa apunta hacia Madria,
cambiándola a un ser humano. Aturdida y confusa, se
las arregla para arrastrarse a casa y colapsar en la puerta
de su amo.
Durante una furiosa tormenta, el amado gato de
Antonius sale corriendo y no vuelve. Él se sorprende
cuando descubre una mujer inconsciente y desnuda en
su puerta, disfruta de ver su belleza que supera el ideal

Ashley Ladd - Pasitos de Gata - Antología Gatitas Sexys II


que había imaginado para su pareja perfecta. Antonius
está cayendo profundamente enamorado de la mujer,
Madria, sin embargo, su extraño comportamiento le
hace preguntarse si ella será un ser místico.
Madria siempre ha amado a Antonius y encuentra sus
experiencias como humana emocionantes,
especialmente el sexo apasionado que comparten. Pero
¿cuánto tiempo les queda antes de que los dioses
vuelvan a causar más estragos o a reconvertirla en un
gato?

2 – Pasitos de Gata
Cuando Diamond da su vida en un acto desinteresado, se le
concede su más ferviente deseo: convertirse en una mujer
para poder ganar el corazón de su amado amo. Pero
convertirse en un ser humano no es tan fácil como parece.
Trampas y trampas acechan por todas partes mientras lucha
por superar su naturaleza interna. Si falla esta prueba, ella
volverá a convertirse en un gato, y entonces, perderá el amor
de Eddie para siempre.

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El Club de las Excomulgadas

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