Está en la página 1de 2

Nombres y Apellidos : Fecha:

Área : Español Grado: 7°

Fragmento de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carol

El Gato sonrió al ver a Alicia. Parecía tener buen carácter, consideró Alicia; pero también tenía unas uñas muy largas y un
gran número de dientes, de forma que pensó que convendría tratarlo con el debido respeto.
– “Minino de Cheshire”, empezó algo tímidamente, pues no estaba del todo segura de que le fuera a gustar el cariñoso
tratamiento; pero el Gato siguió sonriendo más y más. “¡Vaya! Parece que le va gustando”, pensó Alicia, y continuó: “¿Me
podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?”.
– “Eso depende de a dónde quieras llegar”, contestó el Gato.
– “A mí no me importa demasiado a dónde…”, empezó a
explicar Alicia.
– “En ese caso, da igual hacia dónde vayas”, interrumpió el
Gato.
– “…siempre que llegue a alguna parte”, terminó Alicia a modo
de explicación.
– “¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte”, dijo el Gato, “si
caminas lo bastante”.
A Alicia le pareció que esto era innegable, de forma que
intentó preguntarle algo más: “¿Qué clase de gente vive por
estos parajes?”.
– “Por ahí”, contestó el Gato volviendo una pata hacia su
derecha, “vive un sombrerero; y por allá”, continuó volviendo
la otra pata, “vive una liebre de marzo. Visita al que te plazca: ambos están igual de locos”.
– “Pero es que a mí no me gusta estar entre locos”, observó Alicia.
– “Eso sí que no lo puedes evitar”, repuso el gato; “todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás”.
– “Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca?”, le preguntó Alicia.
– “Has de estarlo a la fuerza”, le contestó el Gato; “de lo contrario no habrías venido aquí”.

Fragmento del Gato negro de Edgar Allan Poe

Me casé joven y tuve la alegría de descubrir que mi mujer tenía un carácter no incompatible con el mío. Al observar mi
preferencia por los animales domésticos, ella no perdía oportunidad de conseguir los más agradables de entre ellos. Teníamos
pajaritos, peces de colores, un hermoso pero, conejos, un mono pequeño y un gato.

Este último era un hermoso animal, notablemente grande, completamente negro y de una
sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era un poco
supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos
negros eran brujas disfrazadas. No quiero decir que lo creyera en serio, y sólo menciono el
asunto porque lo he recordado ahora por casualidad.

Pluto - Tal era el nombre del gato- era mi predilecto y mi camarada. Sólo yo le daba de comer
y él me acompañaba en casa por todas partes. Incluso me resultaba difícil impedir que me
siguiera por las calles.

Nuestra amistad duró, así, varios años, en el transcurso de los cuales mi temperamento y mi
carácter, por medio del demonio y la intolerancia (y enrojezco al confesarlo), habían empeorado radicalmente. Día a día me
fui volviendo más irritable, malhumorado e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Me permitía usar palabras duras con
mi mujer. Por fin, incluso llegué a infligirle violencias personales. Mis animales, por supuesto, sintieron también el cambio de
mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Pluto, sin embargo, aún sentía el suficiente respeto
como para abstenerme de maltratarlo, como hacía, sin escrúpulos, con los conejos, el mono, y hasta el perro, cuando por
accidente, o por afecto, se cruzaban en mi camino. Pero mi enfermedad empeoraba- pues ¿qué enfermedad es comparable
con el alcohol?-, y al fin incluso Pluto, que entonces envejecía y, en consecuencia se ponía irritable, incluso Pluto empezó a
sufrir los efectos de mi mal humor.
Fragmento de Coraline de Neil Gaiman

El gato se encogió como si los tuviese, con un delicado movimiento que comenzó en el extremo de la cola y terminó con la
elevación de los bigotes.
—Simplemente hablo.
—Los gatos de mi casa no hablan.
—¿No? —se extrañó el animal.
—No —contestó Coraline.
El gato saltó con elegancia desde el muro hasta los pies de la niña, y la miró fijamente.
—Bueno, tú eres la experta en estas cosas —comentó el gato con sequedad—. Al fin y al
cabo, ¿qué puedo saber yo? Sólo soy un gato.
Comenzó a alejarse con la cabeza y la cola muy erguidas, en un gesto de orgullo.
—Vuelve, por favor —le pidió Coraline—. Lo siento, lo siento de veras. —El animal se
detuvo, se sentó y se dedicó a limpiarse concienzudamente, ignorando la existencia de la
niña—. Nosotros..., en fin, podríamos ser amigos, ¿no crees? — añadió.
—También podríamos ser raros ejemplares de una exótica raza de elefantes africanos
bailarines —respondió el gato—. Pero no lo somos. Por lo menos — continuó con tono
rencoroso, tras clavar una breve mirada en Coraline—, yo no.
La niña suspiró. —Perdóname, por favor. ¿Cómo te llamas? Mira, yo soy Coraline, ¿vale?
El gato bostezó cautelosa y prolongadamente, revelando al hacerlo una boca una lengua de un asombroso color rosa. —Los
gatos no tenemos nombre.
—¿No? —dudó Coraline.
—No —corroboró el gato—. Vosotros, las personas, tenéis nombres porque no sabéis quiénes sois. Nosotros sabemos
quiénes somos, por eso no necesitamos nombres.
Coraline pensó que el gato era de un egocentrismo insoportable, como si estuviese convencido de que él era lo único
importante en el mundo. Por un lado, le apetecía tratarlo con desprecio, pero su otra mitad quería ser educada y amable. Al
fin, ganó la mitad educada.

Fragmento de Los gatos guerreros de Erin Hunter

Algo se movió entre las sombras y, por todas partes, ágiles figuras oscuras se arrastraron sigilosamente sobre las rocas. Garras
brillaron al claro de luna. Ojos vigilantes llamearon como el ámbar. Y entonces, como a una señal silenciosa, las criaturas
saltaron unas contra otras y de repente las rocas parecieron cobrar vida con una feroz lucha entre gatos.
En el centro de aquel frenesí de pelo, zarpas y maullidos espeluznantes, un enorme atigrado de color oscuro inmovilizó a un
gato marrón rojizo contra una roca y alzó la cabeza de modo triunfal.
—¡Corazón de Roble! —gruñó—. ¿Cómo te atreves a cazar en nuestro territorio? ¡Las Rocas Soleadas pertenecen al Clan del
Trueno!
—A partir de esta noche, Garra de Tigre, ¡ésta será una zona más de caza del Clan del Río! —replicó el gato marrón rojizo.
Desde la ribera llegó un maullido de advertencia, estridente y apremiante:
—¡Cuidado! ¡Vienen más guerreros del Clan del Río! Garra de Tigre giró la cabeza: unos cuerpos brillantes empezaban a salir
del agua que corría junto a las rocas.
Los empapados guerreros del Clan del Río saltaron silenciosamente a la orilla y se unieron a la batalla sin siquiera sacudirse
el agua.
El atigrado oscuro miró con ferocidad a Corazón de Roble.
—Podéis nadar como nutrias, pero tus guerreros y tú no pertenecéis a este bosque.
—Y le enseñó los colmillos mientras el otro se debatía debajo de él.
El desesperado aullido de una gata del Clan del Trueno se elevó por encima del
estruendo. Un nervudo gato del Clan del Río la inmovilizaba contra el suelo, panza
arriba, y en ese momento se disponía a lanzarse sobre su cuello, aún chorreando
agua.
Garra de Tigre oyó el aullido y soltó a Corazón de Roble. Con un potente salto,
derribó al guerrero enemigo y lo apartó de la gata.

También podría gustarte