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María Fernanda Bledt Castro.

Ensayo de opinión. Relación entre hambre, saciación, saciedad y el


desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria.

Como seres humanos nacemos sabiendo qué, cuándo y cuánto comer. Un bebé sabe
exactamente cuándo necesita alimento y cuándo no. Tenemos un sistema demasiado
sensible que secreta grelina a nivel estomacal cuando necesitamos comer, así como
colecistoquinina a nivel intestinal cuando consumimos grasas y proteína para que sintamos
saciedad. Entonces, ¿por qué es que llegamos a desarrollar trastornos de la conducta
alimentaria?

La respuesta es sencilla. Conforme vamos creciendo nos vamos desconectando de esas


señales de hambre, nos vamos haciendo menos sensibles a las señales que nos envía
nuestro cuerpo, haciendo que esta desconexión sea un ambiente propicio para el desarrollo
de un trastorno de la conducta alimentaria.

En mi experiencia personal como sobreviviente de anorexia nerviosa, recuerdo que en los


años de mi adolescencia no solía saber el porqué estaba comiendo lo que comía. Sabía
que no tenía hambre pero no entendía por qué me había terminado una bolsa de pan entera
si había terminado de comer. Años más tarde ya como profesional de la salud lo comprendí.
Como sociedad, nos hace mucha falta educación respecto a la alimentación más allá de
sólo nombrar que alimentos son saludables o cuáles no, y que, sobre todo es muy necesario
que nuevas generaciones tengan acceso a herramientas para poder combatir el mensaje
tan radical que se nos envía de parte de la “cultura de la dieta” a diario.

Herramientas clave para prevenir trastornos de la conducta alimentaria mediante el


conocimiento de hambre, saciación y saciedad.

A continuación, describo ciertas herramientas que considero cruciales como profesional de


la salud al momento de prevenir trastornos de la conducta alimentaria.

1. Educar hacia un consumo de todos los grupos de alimentos sin excluir ninguno. Consumir
tanto carbohidratos que aportan energía, como proteína y grasas.
2. Tener hábitos alimenticios que nos ayuden a procurar nuestra salud física.

3. Identificar señales de hambre física contra hambre emocional. Enseñar a detectar que el
hambre física es gradual, puede esperar, está abierta a más opciones y no genera
emociones mientras que, el hambre emocional es urgente, es específica, no es suficiente
comer y generará culpa entre otras emociones.
4. Dar herramientas para poder manejar esa hambre emocional. Estar al pendiente de qué
está sucediendo alrededor del acto de comer emocionalmente. Herramientas como mindful
eating, journaling, terapia, meditaciones, regulación de sistema nervioso y emociones.

5. Respetar las señales de hambre y saciedad, ante todo. Comer cuando tengas hambre y
parar de comer cuando sientas saciedad, por encima de cualquier regla de “tener que
acabarse el plato.”

6. Tener conocimiento de los factores sensoriales del proceso de SACIACIÓN. El ambiente


en el que comemos algo, la compañía, velocidad, densidad energética e incluso textura
influirán directamente en qué tan rápido nos saciamos. Alimentos suaves tienen a tener
poca detección en la fase cefálica al igual que los alimentos líquidos. Es aquí donde toma
importancia prestarle atención a qué (desde un punto de vista sensorial), cómo, cuánto,
donde y porqué comemos.

Conclusión.

Desde el momento que comenzamos una alimentación complementaria alrededor de los 6


meses de edad hasta los 10 años es cuando adquirimos los hábitos alimentarios que nos
acompañaran en su mayoría el resto de nuestra vida adulta. Es de vital importancia que
nos concienticemos cada vez más como adultos responsables de menores que, para que
nuestros hijos tengan una buena relación con la comida, así como con sus cuerpos es
necesario que tengan hábitos aprendidos en casa, que puedan a comer de todos los grupos
de alimentos sin restringir ninguno o tener una clasificación moral de los alimentos. Por otro
lado, igual la actividad física les será útil en cuánto a su imagen corporal. Por último, pero
no menos importante, nuestros hijos no se deben sentir obligados a consumir ciertos tipos
de alimentos si es que no les apetecen, ya que obligarlos a comer solamente generará que
nuestros hijos se vuelvan menos sensibles a las señales de hambre y saciedad que nuestro
sistema nervioso emite.

Respetar nuestras señales de hambre y saciedad es el primer paso hacia una


alimentación mucho más intuitiva, saludable tanto física como emocionalmente.

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