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Buscando Primero el Reino.

Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C., Ph. D.

No voy a pronunciar un sermón sobre el texto: “Buscad primero el reino de Dios y


su justicia: y todas las demás cosas se os darán por añadidura” – lejos de eso – pero sí
voy a llamar vuestra atención acerca de algunos significativos pensamientos, que van
implícitos en este precepto.

Realmente, las palabras constituyen una orden y una promesa, promesa de cierta
realización agregada a la orden. El mandato, “Buscad primero el reino de Dios”, se
halla seguido de la promesa de que todas las demás cosas nos serán dadas. Se nos
dice que, habiendo buscado el reino de Dios, determinadas cosas serán añadidas a
nuestra bendición. Es la naturaleza de estas otras cosas lo interesante.

Podemos pensar que, debido al continuo clamor por las cosas materiales, tales
como las riquezas, la salud, el disfrute de la paz, la felicidad, la libertad y las cosas
necesarias de la vida, el hombre y la mujer de tipo medio se interesan muy poco en
las cosas espirituales de la vida. Si esto es cierto actualmente, debe haber sido cierto,
también cuando por primera vez fue expuesto este precepto de una manera tan
poderosa.

El hecho de que a la gente, le fuera advertido buscar primero el reino de Dios, da a


entender que esta gran bendición era considerada como cosa secundaria, en toda la
búsqueda del hombre. Ciertamente el Maestro Jesús no desconocía las necesidades
de la vida y no quiso decir que no debía dedicarse ningún pensamiento a las
necesidades de alimento, salud o seguridad personal.

Tampoco creyó que era cosa equivocada el desear un hogar confortable, o el


gozar de las comodidades necesarias y bienestar y aun de los lujos de la vida. La
declaración hecha a varios individuos de que, a menos que no renunciaran a sus
riquezas no podrían entrar en el reino de los Cielos, no significaba una regla general
para toda la humanidad, ni significaba que las posesiones materiales constituyeran
un impedimento para el progreso espiritual.

En el caso específico en el que Él aconsejó a un individuo renunciar a su riqueza,


estaba hablando con uno que se hallaba dedicado a la acumulación de ésta y que
hacía de ella su dios.

Dirigió sus palabras especialmente a este individuo que se jactaba de poder


comprar todas las cosas del mundo, que pudiera desear. El decir a tal persona que no
podía entrar en el reino hasta que renunciara a sus riquezas, tenía una significación
enteramente distinta que si tales palabras se hubieran dirigido a una persona de
medios moderados. No obstante es una realidad, que no es ni religiosa ni sectaria,
que, a menos que una persona busque primeramente todas las bendiciones y gracias
de la vida espiritual, no podrá obtener otras cosas a través de las leyes que rigen el
ajuste o equilibrio universal. Existen únicamente dos maneras por medio de las
cuales pueden obtenerse las cosas materiales de la vida:

Tienen que ser estas cosas ganadas dignamente u obtenidas de manera ilícita por
medio del robo, engaño, yerro o maldad. Esto se aplica no solamente al dinero, sino
también a toda clase de propiedad, ropas, hogar, alimento, protección física, salud,
felicidad, contento y paz.

Existen ciertas leyes o procedimientos que rigen la obtención de las cosas


materiales, sea cual fuere el método que empleemos. Si empleamos el método
correcto y adquirimos dignamente las cosas que necesitamos, podemos emplear los
procedimientos del trabajo, compra legítima, servicio desinteresado, petición al
Cósmico o bien la aplicación de ciertos principios metafísicos.
No importa el procedimiento que empleemos, únicamente podemos esperar los
resultados que deseamos si nos hemos hecho merecedores de aquellos que
buscamos. Por otra parte , si intentamos obtener de manera incorrecta e indigna
aquello que no hemos ganado ni merecido, tenemos entonces los procedimientos del
robo, la impostura, la apropiación, la falsedad, la astucia y otros medios.

Desde el punto de vista Cósmico, el procedimiento importa poco, pues si tratamos


de obtener lo que no hemos ganado, violamos una ley fundamental, aun cuando
nuestro método se encuentre dentro de las llamadas leyes creadas por el hombre.
Frecuentemente oímos decir a quienes defienden medios contrarios a la ética,
que lo que han hecho se halla “dentro de la ley”. Ellos pueden escapar con astucia e
inteligencia a las restricciones de las leyes creadas por el hombre, y por algún medio
burlarlas; pero no existe forma alguna por la cual puedan evadir las leyes Cósmicas.

Hay gentes que pregonan que “la vida les debe la subsistencia” y que la
comunidad tiene que mantenerlos, desde el momento que están en este mundo, sin
haber ellos solicitado venir a él. Es inútil discutir con sus argumentos. Hasta que el
hombre no llegue al convencimiento de que la vida no le debe nada y de que es él
quien debe todo a la vida, no se halla preparado para dar el primer paso en la
dirección correcta. Ganar y merecer las cosas de la vida no es cosa tan simple como
parece.

El mismo don de la vida constituye la mayor bendición que el Cósmico puede


otorgar a un ser humano, y la posesión de este don coloca a todo ser humano bajo
determinadas obligaciones hacia Dios y hacia la humanidad. Constituye una deuda
que solamente puede ser pagada por medio de nuestra manera de vivir.

Si se buscan otras bendiciones aparte de las de la vida y la consciencia –


bendiciones tales como la salud continuada, la protección contra los desastres y las
enfermedades, la mala suerte y la pobreza – se incurre en una obligación mayor que
la contraída por nuestro divino derecho de nacimiento.

Dios ha dado al hombre las facultades, el poder creador, talento y habilidad, por
medio de los cuales puede producir y acumular las cosas que realmente necesita. Al
obtenerlas por medio de sus esfuerzos, se hace merecedor de ellas. Si busca aquellas
cosas que no puede producir por medio de sus propios esfuerzos, tiene que ganarlas
y merecerlas en alguna otra forma.

El buscar las bendiciones de la vida, ganándolas, exige, ante todo, que el hombre
se ponga en armonía con los principios espirituales de la vida y se coloque en una
posición de reciprocidad. Ya sea que consideremos a Dios como un dispensador
personal de bendiciones, o que consideremos al Cósmico como una mente Divina
impersonal que regula los asuntos de la vida, tenemos que darnos cuenta de que
únicamente colocándonos bajo la gracia de Dios o del Cósmico, es como podemos
esperar que uno u otro, o ambos, nos concedan nuestros deseos.

Desde el punto de vista espiritual o divino, Dios y el Cósmico esperan que


nosotros coloquemos las necesidades espirituales de la vida por encima de las cosas
materiales. Dios y el Cósmico consideran al hombre como un ser espiritual. Su cuerpo
físico y sus expresiones e intereses terrenos son completamente temporales y
transitorios.

Las necesidades materiales del hombre en el día de hoy, no tendrán ninguna


importancia en el mañana, y las cosas materiales que ayer parecían constituir las
necesidades dominantes de la vida, son consideradas hoy como de ninguna
importancia. Únicamente la vida y la consciencia dentro de nuestro cuerpo, pueden
considerarse como las necesidades reales y perdurables de nuestra existencia.

Por lo tanto, no debería sorprendernos que Dios y el Cósmico consideren todas


nuestras necesidades materiales en un lugar secundario. No son primordiales en
ningún sentido, ni esenciales para la continuación de nuestra existencia espiritual. Si
tuviéramos que separar nuestra existencia material de la espiritual, encontraríamos
tan solo, la sombra de una parte y la realidad de la otra.

La Gran Necesidad del Hombre.

Si no se nutre y desarrolla la realidad, la sombra desaparecería pronto de la


existencia. Por consiguiente, la gran necesidad del hombre es desarrollar y madurar
su parte espiritual. Hasta que él no haya perfeccionado esa parte de su ser tanto
como le sea posible, no gozará del privilegio de pedir o buscar bendiciones o
posesiones materiales.

Esto es lo que quiere decir el mandato: “Buscad primero el reino de Dios”. Si este
es el deseo y ambición cumbre de algún ser humano, todas las otras cosas deben
ocupar un lugar secundario y ser dejadas al cumplimiento de la ley tal como se
promete en la segunda parte del mandato.
El buscar primero el reino de Dios – elevándonos hasta la armonización con los
poderes y principios espirituales del universo – aportará todas las demás
necesidades como rica recompensa; como bendiciones añadidas de la vida espiritual.

No es extraño que aquellos que han hallado gracia con Dios y armonía con el
reino espiritual, hayan descubierto que innumerables cosas materiales, que antes
consideraban como necesidades de la vida, hayan pasado a la memoria como meros
caprichos y antojos infantiles sin valor práctico alguno.

Posiblemente ningún placer terrenal puede subsistir a la alegría espiritual.


Ninguna música terrena puede igualarse a los cánticos de las voces angélicas. No
existe ningún arte de la naturaleza terrenal que pueda subsistir a las sublimes y
transcendentales bellezas percibidas durante los períodos de entonamiento Cósmico.

No existe cuerpo físico, ni contento material de la mente que puedan igualar a la


íntima e inspiradora paz que adviene a través de la armonía con el Cósmico. Hasta
que cada uno de nosotros no haya conocido estas bendiciones y las haya disfrutado,
no será capaz de juzgar lo que realmente necesita en la vida.

El hombre puede pensar que las grandes necesidades de la vida consisten en más
alimento, mejor casa, mejores ropas, más dinero o en al alivio de alguna condición
física; pero es incapaz de juzgar, hasta que no ha gozado de la plenitud de la vida
espiritual. Por consiguiente hasta que el hombre no busque primero el reino de Dios,
no se hallará preparado para recibir las cosas que pueden añadirse a las bendiciones
Cósmicas de la vida espiritual.

Mientras el hombre no se halle en armonía con el reino espiritual, y no le dedique


la devoción y adoración que justa y debidamente le corresponden, no tendrá derecho
a pedir más bendiciones del Cósmico. El súbdito no puede presentarse ente su rey
para pedirle nuevos y mayores favores, a menos que haya manifestado en todo su
modo de pensar y sentir, una lealtad y devoción que prueben que es merecedor de
recibir lo que solicita. El hombre no puede acercarse al Cósmico, buscando las cosas
superiores del mundo material, hasta que no las ha ganado, ofrendando esa lealtad,
devoción y cooperación que atestiguan la sinceridad de su deseo de entrar en el reino
de Dios. Este mandato y promesa de buscar primero lo espiritual y lo real, y de rendir
una gratitud genuina por su posesión, debería ser la ley que rigiera nuestras vidas.

Artículo publicado en la revista “El Rosacruz” Vol. XXVI - N° 4 - Marzo de 1973.


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