Está en la página 1de 14

6.

SEXTO Y NOVENO MANDAMIENTOS:


NO COMETERAS ACTOS IMPUROS;
NO CONSENTIRAS PENSAMIENTOS NI
DESEOS IMPUROS
1. EL PLAN DE DIOS

Para el cristianismo, la diferencia de sexos está incluida en el plan de Dios desde el momento
mismo de la creación del hombre: «Y creó Dios al hombre a imagen suya... y los creó varón y
hembra» (Gen. 1, 26-28).

Ya desde ese primer momento dio Dios a nuestros primeros padres el precepto de poblar la
tierra: «sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra» (id).

Entre los dos sexos hay, pues, mutua correlación, el sentido de una tarea y una responsabilidad
para la transmisión de la vida en el pleno cumplimiento del amor.

El fin de la sexualidad, por expreso querer divino, se ve como la superación de la simple esfera
individual, pues tiende a la propagación de la especie, a comunicar el gran don de la vida. De aquí
que el sentido cristiano de la sexualidad se entienda como una donación —al otro cónyuge y a la
nueva vida—, que trasciende los órdenes biológico y psicológico, afectando al núcleo íntimo de la
persona humana (cfr. Exh. Ap. Familiaris consorcio, n. 11). Para facilitar el cumplimiento de esta
obligación, Dios asocia un placer al acto generativo. De otra suerte podría haber peligrado la
propagación de la especie humana sobre la tierra.

El pecado original, con las heridas que produjo en la naturaleza humana, altera el orden
natural: ese apetito o placer se desordena, y la razón no domina del todo la rectitud de las pasiones.

Dios ha puesto dos mandamientos para ayudarnos a orientar el instinto sexual: el sexto —«no
cometerás actos impuros»— que engloba todos los pecados extremos en esta materia, y el noveno —
«no consentirás pensamientos ni deseos impuros»—, que abarca todo pecado interno de impureza.

En virtud del precepto divino, y por razón del fin propio de las cosas, el uso natural de la
sexualidad está reservado exclusivamente al matrimonio: «¿no habéis leído que al principio el
Creador los hizo varón y hembra?, y dijo: por esto dejará el hombre al padre y la madre y se unirá a
su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt. 19,
4-6). Por lo tanto: el hacer uso de ese poder generativo fuera de los cauces por El marcados —el
matrimonio— es un pecado contra alguno de estos mandamientos.

2. LA VIRTUD DE LA SANTA PUREZA

Dios dio a nuestros primeros padres, y en ellos a los demás hombres, el precepto de
multiplicarse y poblar la tierra. Como hemos dicho, para facilitar el cumplimiento de esta obligación,
asoció un placer al acto generativo.

184
Por lo anterior, buscar el placer por sí mismo, olvidando el papel providencial que Dios confía
al hombre, o buscarlo fuera de las condiciones establecidas por El, es ir contra el plan divino, es
ofender a Dios, es un pecado grave.

La pureza es, precisamente, la virtud que nos hace respetar el orden establecido por Dios en el
uso del placer que acompaña a la propagación de la vida. O bien, si se quiere una definición formal,
es la virtud moral que regula rectamente toda voluntaria expresión de placer sexual dentro del
matrimonio, y la excluye totalmente fuera del estado matrimonial

Conviene detenerse a pensar en esta última definición: con la recta comprensión de los
conceptos que encierra se solucionan y explican todas las cuestiones que se pueden plantear sobre el
tema.

a. RAZONES PARA VIVIR LA PUREZA

Son muchas las razones que pueden darse por las que todo hombre ha de vivir la castidad:

A) Razones naturales:

a) el placer venéreo es sólo un estímulo y aliciente para el acto de la generación, dada su


necesidad imprescindible para la propagación del género humano; de otra suerte, sería difícil la
conservación de la especie.

b) Es, por tanto, un placer cuya única y exclusiva razón de ser es el bien de la especie, no del
individuo, y utilizarlo en provecho propio es subvertir el orden natural de las cosas.

c) Vale la pena aclarar que, por este mismo motivo, el matrimonio no es obligación de todo
individuo, sino necesidad de la especie humana tomada en su conjunto.

B) Razones de la revelación:

Esa ley natural ha sido incontables veces positivamente prescrita por Dios: Ex. 20, 14; Prov. 6,
32; Mt. 5, 28; 19, 10ss.; Col. 3,5; Gal 5, 19; I Tes. 4, 3-4; Ef. 5, 5; I Cor. 6, 9-10; Heb. 13,4; etc.

C) Razones sobrenaturales:

Al haber sido elevado a la dignidad de hijos de Dios, el hombre participa —en su cuerpo y en
su alma— de los bienes divinos.

Gracias al bautismo, nuestro cuerpo es «templo del Espíritu Santo, que está en nosotros y
hemos recibido de Dios» (I Cor. 6, 19). Como templo de Dios, debe servir para darle culto a El y no
a la carne. Ha sido injertado en el Cuerpo Místico de Cristo y destinado a resucitar con El. Por eso,
los pecados contra la castidad no son sólo pecados contra el propio cuerpo, sino también contra «los
miembros de Cristo», y tienen el carácter de una horrible profanación. «¿No sabéis que vuestros
cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a tomar yo los miembros de Cristo, para hacerlos miembros
de una meretriz? ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?» (I Cor. 6, 15-20).

b. VIRTUD POSITIVA

Es importante considerar que la pureza es eminentemente positiva: no supone un cúmulo de


negaciones («no veas», «no pienses», «no hagas»), sino una verdadera afirmación del amor, que es
explicable desde dos órdenes:

185
a) en el plano natural, supone la afirmación del hombre que sabe que su espíritu ha de dominar
sobre las potencias inferiores; entiende que su naturaleza es muy superior a la del simple bruto, y que
sus instintos han de someterse al recto orden de las leyes divinas;

b) en el plano sobrenatural, es la afirmación del hombre que se sabe llamado a participar del
mismo amor de Dios, y que su corazón no se sacia sino con la posesión de ese bien infinito. Si en ese
esfuerzo pone sus mejores energías, la pureza le resultará fácilmente asequible; de otro modo, al
permitir que el amor propio y las satisfacciones egoístas invadan ámbitos de su corazón, hallará que
éste no se satisface, despertándose en él un deseo cada vez mayor de los bienes finitos, dentro de los
cuales —con particular fuerza— se presentarán los relativos al placer sexual.

Por ello, el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas supone el primero y más
fundamental apoyo en la práctica de esta virtud.

c. UNIVERSALIDAD Y EXCELENCIA DE LA VIRTUD

La pureza han de vivirla todos los hombres, cualquiera que sea su estado:

a) en el matrimonio, por la ordenación de la actividad sexual a las normas morales, regidas por
el amor a Dios, al otro cónyuge y a los hijos;

b) quienes por amor a Dios y a las almas han renunciado al matrimonio —castitas virginales—,
descubriendo en esa renuncia al amor humano la hermosura y la espiritualidad intrínsecas de la
pureza vivida por esos ideales superiores;

c) en los demás casos están la castidad prematrimonial —cas- titas juveniles—, en la que
destaca la integridad propia y su cortejo de virtudes; y la castidad pos matrimonial del cónyuge
sobreviviente no casado de nuevo —castitas vidualis—en la que destaca la fidelidad al antiguo amor.

Nuestro Señor Jesucristo confirma y perfecciona la obligación de la castidad externa e interna


en el Sermón de la Montaña (Mt. 5,28); eleva a sacramento la institución del matrimonio (Mt. 5,
31ss), y señala la virginidad como superior al estado matrimonial (Mt. 19, 10-12).

La Iglesia definió como verdad de fe que la virginidad es superior al matrimonio en el Concilio


de Trento (cfr. Dz. 980). Permaneciendo en el celibato, el hombre puede donar a Dios un corazón
indiviso, según el modelo de MI Hijo, Jesucristo, que le dio a su Padre el amor exclusivo y total de
su corazón. Es entonces cuando el hombre conquista la cumbre suprema, el vértice del testimonio
cristiano: «Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre..: la virginidad testimonia que el
Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor» (Juan
Pablo II, Ene. familiaris consortio, n. 16).

d. MEDIOS PARA CONSERVARLA

Para conseguir ese dominio que Dios nos pide sobre las tendencias desordenadas, hay
necesidad de poner los medios: unos, los más ¡m portantes, sobrenaturales, y otros naturales.

A) Los medios sobrenaturales son:

1) Confesión y comunión frecuentes: purifican el alma y la fortalecen contra las tentaciones al


infundir o aumentar la gracia santificante.

186
La confesión frecuente es una ocasión para vencer la soberbia, además de que otorga las
gracias sacramentales que nos ayudan en la lucha. El contacto de nuestro cuerpo con el Santísimo
Cuerpo de Nuestro Señor, es una magnífica ayuda para aplacar la concupiscencia.

2) Oración frecuente: sin el auxilio divino el hombre no puede con sus propias fuerzas resistir a
los embates del demonio; «desde que comprendí —decía el sabio Salomón— que no podría ser casto
si Dios no me lo otorgaba, acudí a Él y se lo supliqué, y pedí desde el fondo de mi corazón» (Sab. 8,
21).

Cristo Nuestro Señor, hablando del demonio de la impureza, dice: «esta casta de demonios no
se lanza sino mediante la oración y el ayuno» (Mt. 17, 21); y en otro pasaje del Evangelio leemos:
«velad y orad para que no caigáis en la tentación» (Mt. 26,41).

Recordamos también aquel punto de Camino: «La santa pureza la da Dios cuando se pide con
humildad» (n. 118); o aquel otro: «"Domine!" —¡Señor!—, "si vis, potes me mundare" — si quieres,
puedes curarme. —¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito
cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en sentir la respuesta del Maestro:
"volo, mundare!" —quiero, ¡sé limpio!» (Camino, n. 142).

3) Devoción a la Santísima Virgen, que es Madre nuestra y modelo inmaculado de esta virtud;
a Ella, Mater pulchrae dilectionis —la Madre del amor hermoso— hemos de acudir llenos de
confianza.

«Ama a la Señora. Y ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana.—Y
no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta
querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo
mismo ha puesto en tu corazón. —"Serviam!"» (Camino, n. 493).

4) Mortificación, con la que procuramos avalar las peticiones que le hacemos a Dios.

Mortificación corporal y de los sentidos: «Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo.
Si no, hace traición» (Camino, n. 196). «Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo» (ibid
n. 214).

B) Los medios naturales que ayudan a vivir la pureza son:

1) guarda de la vista, pues los pensamientos se nutren de lo mío se ha visto, los ojos son las
ventanas del alma. Hay obligación de no detener la mirada en cosas que puedan despertar la
sensualidad —pornografía, escenas u objetos eróticos, etc.—, porque son ocasión próxima voluntaria
de pecado mortal.

Si la contemplación de algo no directamente obsceno —por ej., una persona que va por la
calle—, provoca impulsos sensuales, hay también el deber de retirar la vista, pues es igualmente
ocasión de pecado.

Aquel a quien una imagen no directamente obscena —por ejemplo, contemplar una joven que
va por la calle—, le produce excitación, tiene también el deber de guardar la vista, pues le supone-
ocasión de pecado;

2) sobriedad en la comida y en la bebida: «la gula es la vanguardia de la impureza» (Camino,


n. 126);

187
3) cuidar el pudor; que puede definirse diciendo que es la aplicación de la virtud de la
prudencia a las cosas que se refieren a la intimidad o, en otras palabras, la prudencia de la castidad.
Es el hábito que «advierte el peligro inminente, impide exponerse a él e impone la fuga en
determinadas ocasiones. El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, y detesta toda conducta
inmodesta, aun a más leve; evita con todo cuidado la familiaridad sospechosa con personas de otro
sexo, porque llena plenamente el alma de un pro fundo respeto hacia el cuerpo que es miembro de
Cristo y templo del Espíritu Santo» (Pío XII, Enc. Sacra Virginitas, n. 28);

4) evitar la ociosidad, llamada con justa razón la madre de todos los vicios; siempre ha de
haber algo en qué ocupar el espíritu o ejercitar el cuerpo;

5) huir de las ocasiones: «No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye!» (Camino, n. 132);

6) dirección espiritual llena de sinceridad; siempre es necesaria la ayuda de un prudente


director de conciencia, pero más aún en las épocas de especial dificultad;

7) deporte, que forma virtudes espléndidas para resistir el capricho;

8) modestia en el vestir, en el aseo diario, etc.

e. LA LUCHA CONTRA LA TENTACION

Los pensamientos involuntarios contra la pureza no son pecado de suyo, sino tentaciones o
incentivos del pecado. Proceden de nuestras malas inclinaciones, de la sugestión del demonio, que
intenta a toda costa alejarnos de Dios, o del ambiente que nos rodea, que frecuentemente es un
incentivo de la concupiscencia.

No debe sorprendernos que vengan tentaciones, pero hay que ser fuerte para rechazarlas
prontamente. Si resistimos la tentación, crecemos en amor a Dios y en la virtud de la fortaleza. Si no
luchamos por rechazar esos pensamientos —acudiendo a Dios, pensando en otras cosas, etc.— sino
que nos entretenemos con ellos, son pecado mortal.

Además, sabemos que la fuerza para vencerlas nos viene de Dios, que siempre nos da su
gracia. Cuando tengamos duda de si una cosa es pecado de impureza o no lo es, hay que preguntar a
las personas competentes.

3. PECADOS CONTRA LA PUREZA

El pecado de impureza destruye en el hombre los tesoros que Dios ha puesto en él, no sólo en
cuanto que le ofendemos y perdemos su amistad, sino también porque daña particularmente a
excelentes virtudes.

El hombre impuro es una persona triste, porque está esclavizado al pecado; no es generoso,
porque sólo piensa en sí mismo y en el placer; se debilita su fe, porque se le va cegando el corazón...

a. DIVISION DE LA LUJURIA

188
Pecan contra la pureza los que —consigo mismos o con otros— cometen acciones impuras;
consienten pensamientos o deseos impuros; mantienen conversaciones obscenas; se ponen a sí
mismos o ponen a otros voluntariamente en peligro de cometerlos; etc.

Los pecados contra la pureza, o pecados de lujuria, pueden ser de dos tipos:

a) Lujuria consumada (si se llega a la efusión seminal) según la naturaleza (si puede seguirse
de ella un nuevo ser) contra la naturaleza (de suyo no apta para la generación)

b) Lujuria no consumada (no se llega a la efusión seminal)

interna: pensamientos, deseos, gozo de lo pasado

externa: miradas, tocamientos, conversaciones, lecturas, besos (acto impúdico en general)

Los pecados de lujuria según la naturaleza son: fornicación: unión sexual fuera del matrimonio,
entre solteros; adulterio: unión sexual fuera del matrimonio, siendo casado al menos uno; rapto:

unión sexual con violencia;


incesto: unión sexual con familiares y consanguíneos;
sacrilegio: uso de la facultad generativa con persona consagrada a Dios.
Contra la naturaleza: masturbación: acto solitario de efusión seminal;
onanismo: unión sexual voluntariamente interrumpida para acabar en polución;
Sodomía: concúbito carnal entre personas del mismo sexo;
bestialidad: lujuria dirigida a los animales.

b. SU GRAVEDAD

El principio fundamental es que el placer sexual directamente buscado fuera del legítimo
matrimonio, es siempre pecado mortal, y no admite parvedad de materia.

No admite parvedad de materia (incluso la lujuria no consumada interna, como p. ej., un mal
pensamiento: cfr. Mt. 5, 28) quiere decir que, por insignificante que sea el acto desordenado, es
siento pre materia grave. Sólo puede darse el pecado venial par falta de suficiente advertencia o de
pleno consentimiento.

Los textos de la Sagrada Escritura que así lo muestran son muy numerosos:

 Ex. 20, 14: «No adulterarás»;


 Mt. 5, 8: «Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios»;
 I Cor. 6, 9-10: «No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni tos adúlteros, ni
los sodomitas... poseerán el reino de Dios»;
 Mt. 5, 28: «Todo aquel que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su
corazón»; otros textos: I Tes. 4, 3; Rom. 12, 1-2; I Cor. 5, 1; 6, 20; Apoc. 21, 8.

Es muy clara la razón por la cual no existe materia leve en las faltas de impureza: el poder de
procrear es el más sagrado de los dones físicos dados al hombre, aquel más directamente ligado con
Dios. Este carácter sagrado hace que su transgresión tenga mayor malicia: Dios se empeña en que su
plan para la creación de nuevas vidas humanas no se degrade a instrumento de placer y excitación

189
perversos. La única ocasión en que un pecado contra la castidad puede ser pecado venial es cuando
falta plena deliberación o pleno consentimiento.

La materia nunca es necesario analizarla, porque ya hemos dicho que es siempre grave;

En cambio, lo que sí puede cambiar son la advertencia y el consentimiento. Si se comete un


acto impuro mientras se duerme, o en un estado de semi-consciencia, no puede haber pecado mortal,
porque falta la plena advertencia. Si nos asalta un pensamiento impuro en contra de nuestros deseos
—y por tanto luchamos por rechazarlo—, no puede haber pecado mortal, porque falta el perfecto
consentimiento. Por el contrario, un simple pensamiento que, luego de advertido, se mantiene
voluntariamente, es pecado mortal Por tanto, cada vez que se incurra en un acto o venga un
pensamiento impuro, no tenemos más que preguntarnos: ¿lo hice con plena advertencia? Sí o no.
¿Hubo perfecto consentimiento? Sí o no. Si resulta afirmativo en ambos casos, hay pecado mortal; si
se luchó eficazmente para evitar la tentación, no hay falta grave.

c. SUS CAUSAS

Las causas del pecado pueden ser interiores y exteriores. Entre las causas interiores están:

1) la intemperancia en el comer y en el beber, y en general toda falta de mortificación; el


aburguesamiento, que debilita la voluntad;
2) la ociosidad, que es fuente y origen de muchos vicios;
3) el orgullo, que nos lleva a buscar egoístamente las propias satisfacciones;
4) la falta de oración y de trato con Dios.

Entre las causas exteriores pueden enumerarse las siguientes: asistencia a espectáculos —cine,
TV, teatro— obscenos o que despiertan la concupiscencia, malas compañías, bailes impropios,
asistencia a ciertas playas o piscinas, modas, familiaridades indebidas con personas del otro sexo,
etc. Estas causas exteriores se llaman también ocasiones de pecado, y si habitualmente conducen a la
comisión de una falta, por sí mismas constituyen pecado grave. Es obligación, como ya se ha dicho
(cfr. 5.8.), tener la valentía de huir de dichas ocasiones.

Hay pues obligación grave de evitar todo aquello que —en sí mismo o por debilidad nuestra—
resulta directamente provocativo: ciertos programas de TV, películas con escenas eróticas, etc. Es
necesario percatarse de que los productores de esas imágenes buscan precisamente excitar con ellas
el placer del público, como medio añadido para aumentar sus ingresos.

Transcribimos a continuación algunos párrafos de un moralista contemporáneo, que pueden ser


orientativos en lo relativo a este precepto con relación al noviazgo. Se trata del tema de los besos y
abrazos:

«a) Constituyen pecado mortal cuando se intenta con ellos excitar directamente el deleite
venéreo...; b) Pueden ser mortales, con mucha facilidad, los besos pasionales entre novios —aunque
no se intente el placer deshonesto—, sobre todo, si son en la boca y se prolongan por algún tiempo;
pues es casi imposible que no representen un peligro próximo y notable de movimientos carnales en
sí mismo o en la otra persona. Cuando menos, constituyen una falta grandísima de caridad para con
la otra persona, por el gran peligro de pecar a que se le expone. Es increíble que estas cosas puedan
hacerse en nombre del amor. Hasta tal punto les ciega la pasión, que no les deja ver que ese acto de
pasión sensual, lejos de constituir un acto de verdadero y auténtico amor —que consiste en desear o

190
hacer el bien a quien se quiere—, constituye en realidad un acto de egoísmo grandísimo, puesto que
no vacila en satisfacer la propia sensualidad aun a costa de causarle un gran daño moral al otro.
Dígase de igual manera lo mismo de los tocamientos, miradas, etc.; c) Un beso rápido, suave y
cariñoso dado a otra persona en testimonio de afecto, con buena intención, sin escándalo para nadie,
sin peligro —o muy remoto— de excitar la propia o ajena sensualidad, no puede prohibirse en
nombre de la moral cristiana; d) Lo que acabamos de decir puede aplicarse, en la debida proporción,
a los abrazos y otras manifestaciones de afecto».(Royo Marín)

Señalemos otras interesantes consideraciones relativas también al noviazgo:

«Uno de los puntos débiles que reclaman nuestra atención al hablar de castidad es la práctica
—cada vez más extendida— de salir habitualmente "pandillas" de chicos y de chicas. Incluso en los
primeros años de la enseñanza media se forman parejas que acostumbran a salir juntos regularmente,
a cambiarse regalitos, a estudiar o divertirse juntos. Estos emparejamientos prolongados (salir
frecuentemente con la misma persona del sexo contrario por períodos de tiempo considerables), son
siempre un peligro para la pureza. Para aquellos en edad suficiente para contraer matrimonio, ese
peli gro está justificado; un razonable noviazgo es necesario para encontrar el compañero más idóneo
para el matrimonio. Pero para los adolescentes que aún no están en disposición de casarse, esa
constante compañía es pecado, porque proporciona ocasiones de pecado injustificadas, que algunos
padres "bobos" incluso fomentan, pensando que esa relación es algo que tiene "gracia"» (Leo, J.
Trese, La fe explicada, Ed. Rialp, Madrid).

d. SUS CONSECUENCIAS

Las consecuencias que se derivan de no vivir la virtud de la pureza son muchas: nosotros,
siguiendo a Santo Tomás (S. Th. II-II, q. 153, a. 5), enumeraremos algunas:

1) Enemistad con Dios y, consecuentemente, peligro serio para la salvación del alma. Por eso
señala San Alfonso María de Ligorio que «la impureza es la puerta más ancha del infierno. De cien
condenados adultos, noventa y nueve caen en él por este vicio, o al menos con él» (Theologia
moralis, 1.3., n. 413).

«Bien manifiestas son las obras de la carne, las cuales son fornicación, impresa, lascivia..., de
las cuales os prevengo, como ya os tengo dicho, que os que tales cosas hacen no conseguirán el reino
de Dios» (Gal 5, 19 ss.).

2) Ciega y entorpece el entendimiento para lo espiritual porque, como señala San Pablo, «el
hombre animal no puede percibir las cosas que son del Espíritu de Dios» (I Cor. 2, 14).

«La lujuria —señala Santo Tomás de Aquino— nos impide pensar en lo eterno»; torna pesada
la piedad y lleva al hastío de Dios: «quien no reprime los placeres carnales no se preocupa por
adquirir los espirituales, sino que siente fastidio por ellos» (S. Th., II-II, q. 153, a. 5, c).

3) Produce un tedio profundo por la vida, al ver que los deleites —en que se cifró la
voluntad— acaban por defraudar y torturar.

4) Arrastra a toda clase de pecados y desgracias, va que el lujurioso todo lo sacrifica a la


pasión, incluso al grado de arruinar a la familia y poner en peligro la estabilidad de los hijos.

5) Ocasiona desgaste mental y físico, pudiendo acarrear graves y vergonzosas enfermedades.

191
6) Produce una falta de carácter y personalidad, intranquilidad y falta de alegría.

«... Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando
los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la
hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los
aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son
características de poca virilidad» (Camino, n. 124).

Por el contrario, la pureza nos lleva a un amor de Dios cada vez más profundo, humanamente
templa el carácter, y hace crecer la reciedumbre, la paz interior y la alegría sobrenatural.

4. ALGO MÁS SOBRE EL NOVENO MANDAMIENTO.

El noveno mandamiento ordena vivir la pureza en el interior del corazón, y prohíbe todo
pecado interno contra esta virtud: pensamientos y deseos impuros. El enunciado del Decálogo (cfr.
Ex. 20, 17) lo prescribe diciendo: «no desearás la mujer de tu prójimo».

La pureza interior que se nos manda con este precepto va más allá de lo puramente sexual, ya
que prescribe también el orden en los afectos del corazón, y puede faltarse a este mandamiento si no
se tiene el cuidado de evitar apagamientos a cosas o personas —enamoramientos— que no resultan
conformes a la recta razón.

Es importante considerar que el amor verdadero viene con el sacrificio y la entrega, después de
mucho tiempo de haberse probado, y es el que busca el bien de la persona amada.

El amor repentino —los enamoramientos juveniles— no son de ordinario sino amores egoístas:
se quiere a una persona, es verdad, pero sólo por los beneficios —reales o imaginativos— que se
piensa se recibirán de ella: presencia agradable, comprensión, sentirse amado, compañía y consuelo,
etc.

Se precisa, por tanto, una educación de la afectividad, que lleva a una verdadera madurez en
los afectos, y que se basa en:

1) poner sobre todo el amor en Dios y en las cosas que a Él se refieren,


2) ejercitarnos en la humildad, buscando no lo que halaga a la vanidad, sino lo que resulta
provechoso en servicio de los demás, empezando por la propia familia,
3) buscar la ayuda de la dirección espiritual, siendo muy sinceros al manifestar la presencia
de afectos desordenados.

Citamos a continuación las ideas que un moralista contemporáneo expresa sobre la forma de
concretarse el noveno mandamiento: «no te enamorarás de quien no debes»; «no te enamorarás de tal
modo y con tal falta de control, que ese amor te lleve a ofender a Dios, porque te obceque y te
impida reaccionar como cristiano (como cristiana)»; «no te enamorarás de ningún hombre (de
ninguna mujer) si el Señor te ha pedido el corazón entero»; «no te enamorarás de quien todavía es
joven o tiene más belleza, cuando quien Dios ha puesto a tu lado en el matrimonio ha dejado atrás la
lozanía de la mocedad o se ha marchitado» «no te enamorarás sólo de la apariencia, porque el
hombre (o la mujer) no son sólo cuerpo»; «no te enamorarás de los frutos de tu fantasía»; «no te
enamorarás del protagonista de la última película que has visto, de la última novela que has leído, del
último serial radiofónico que has escuchado»; «no te enamorarás de la primera persona que te trate
con educación, comprensión y delicadeza»; «no coquetearás con los maridos de tus amigas (no serás

192
un dechado de galantería con las amigas de tu mujer, y un erizo con ella)»; «probarás la calidad de tu
amor con la piedra de toque del sacrificio; no olvidarás que el amor está en dar y no en recibir»; por
último, tendrás siempre presente que el cariño bueno ensancha el corazón, acerca a Dios, se extiende
a todos; si algún cariño no hace eso, es malo» (Soria, J.L., El noveno mandamiento, Ed. Palabra,
Folletos Mundo Cristiano n. 111).

5. ALGUNAS CUESTIONES CONCRETAS

Entre los documentos más recientes del Magisterio de la Iglesia sobre la persona humana y la
sexualidad, destaca la Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre
algunos aspectos de Ética Sexual, del 29 de diciembre de 1975. En ella no se pretende tratar de forma
integral el extenso tema de la ética sexual, aunque sí recuerda sus principios fundamentales y habla
de algunas cuestiones más controvertidas hoy en día. A continuación trataremos algunas de ellas.

a. RELACIONES PREMATRIMONIALES

Un principio base de la ética es que el uso de la función sexual logra su verdadero sentido y su
rectitud moral sólo en el matrimonio legítimo. Esto basta para dejar clara la inmoralidad de las
relaciones sexuales fuera del matrimonio, es decir, son siempre grave pecado mortal, inexcusable
bajo ninguna circunstancia.

Sin embargo, no faltan hoy en día quienes piensan que es distinto el caso de las relaciones
sexuales entre quienes piensan seriamente unirse luego para toda la vida en matrimonio.

Las razones que se dan para justificar ese comportamiento pueden ser di versas: obstáculos
insuperables para el matrimonio a largo o corto plazo, necesidad de conservar el amor, deseo de
conocerse mejor, también en el as pecto físico, etc.

La Iglesia nos hace ver que esa opinión se opone a la doctrina cristiana que mantiene en el
cuadro del matrimonio todo acto genital humano.

«La unión carnal no puede ser legítima sino cuando se ha establecido una definitiva comunidad
de vida entre un hombre y una mujer... Las relaciones sexuales prematrimoniales excluyen las más
de las veces la prole, y lo que se presenta como un amor conyugal no podrá desplegarse, como debe
ría indefectiblemente, en un amor maternal y paternal o, si eventualmente se despliega, lo hará con
detrimento de los hijos, que se verán privados de la convivencia estable en la que pueden
desarrollarse como conviene y encontrar el camino y los medios necesarios para integrarse en la
sociedad» (cfr. n. 7 de la citada Declaración de la Santa Sede).

Además, son múltiples y de sentido común las razones humanas que desaconsejan actuar de
este modo. Piénsese, por ejemplo, en el alto porcentaje de madres solteras en los países
subdesarrollados, en los abortos provoca dos que se siguen de este tipo de relaciones, en la dificultad
de la mujer para lograr un buen matrimonio luego de pérdida la integridad, etc.

b. HOMOSEXUALIDAD

También en este punto la Declaración recoge algunos de los argumentos más o menos
difundidos que, amparándose en observaciones psicológicas sobre todo, intentan excusar las
relaciones entre personas del mismo sexo.

Distingue el documento citado entre la homosexualidad que proviene de una educación falsa,
de la falta de una normal evolución sexual, dé un hábito contraído, de malos ejemplos, etc., que es

193
una homosexualidad transitoria y no incurable, y la homosexualidad que se tiene por una especie de
instinto innato o constitución patológica, que ordinariamente se considera incurable.

La Declaración se refiere casi exclusivamente a estos casos de homosexualidad innata,


generalmente muy raros; y al negar su justificación moral rechaza, con mayor razón, la
homosexualidad adquirida. «Indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas en la
acción pastoral con comprensión, y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades
personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero
no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos, por
considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las
relaciones homosexuales son actos que carecen de su regla esencial e indispensable» (n. 8). Por lo
anterior, estos tipos de relaciones son siempre pecado grave.

c. MASTURBACION

Hoy es frecuente poner en duda o negar explícitamente la doctrina de siempre del Magisterio
de la Iglesia que considera la masturbación como un grave desorden moral.

Amparándose en la psicología o la sociología, se intenta demostrar que se trata de un fenómeno


normal de la evolución sexual, sobre todo en la juventud, y por tanto no se puede dar una falta real y
grave sino en la medida en que se busca deliberadamente el placer.

Aunque en muchos casos se dé el apoyo de las estadísticas, no es posible olvidar que las
encuestas sociológicas lo único que hacen es constatar hechos; y los hechos no pueden constituir un
criterio para juzgar de la moralidad de los actos humanos, ya que ese criterio se halla sólo en la ley
moral objetiva.

La enseñanza de la Iglesia es clara:

«Sea lo que fuere de ciertos argumentos de orden biológico o filosófico de que se sirvieron a
veces los teólogos, tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el
sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca
y gravemente desordenado. La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de
las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad esencialmente, sea cual sea el motivo
que lo determine» (n. 9 de la Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe).

d. ANTICONCEPCION

Por ser un pecado que atenta tanto contra el 6° como contra el 5° mandamiento —se opone al
fin natural del matrimonio y es atentatorio a la trasmisión de la vida— se incluyó en el capítulo
precedente: ver inciso 11.2.1, apartado d).

6. LA EDUCACION SEXUAL

a. NECESIDAD DE IMPARTIR LA EDUCACION SEXUAL

El materialismo práctico de la sociedad moderna defiende una especie de culto al sexo, que
incita a los jóvenes a "realizarse", dando rienda suelta al instinto sexual en manifestaciones
individuales o con pareja, reduciendo la sexualidad —que es donación, apertura a la vida— a la
esfera del placer egoísta.

194
Esta degradación radical de algo sagrado —pues la sexualidad es participación del poder
creador de Dios— ha sido tema constante en la enseñanza de S.S. Juan Pablo II, al indicar que la
cultura moderna «banaliza en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de
manera re- ductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta»
(Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).

Dicha forma de entender el sexo la difunden con frecuencia medios de comunicación,


profesores, intelectuales, etc., que usan un lenguaje destinado únicamente a estimular el instinto,
innovando manifestaciones sexuales desconectadas con el sentimiento y el espíritu, con el don de sí,
con la apertura a los otros, a la vida y a Dios.

Por eso es preciso oponer a esa acción —verdaderamente deformadora y corruptora del hombre
en su totalidad— una verdadera educación centrada en el concepto cristiano de la sexualidad.

b. DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Las ideas que vamos a exponer son las que repetidamente ha puesto de manifiesto el
Magisterio de la Iglesia, principalmente en el Concilio Vaticano II (Declaración Gravissimum
educationis y la Const. Ap. Gaudium et spes), La Declaración Persona Humana (29-XII-1975), la
Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Familiaris consortio (22-XI-1981) y el reciente documento
de la Sagrada Congregación para la Educación Católica Orientaciones educativas sobre el amor
humano (l-XI-1983).

c. FORMA EN QUE SE HA DE IMPARTIR

Todo lo que sea necesario para que el niño o el joven se den cuenta del valor y del objeto
preciso de la sexualidad humana, desde el mismo inicio del uso de razón, ha de ser tema de
iniciación o revelación, pero con las siguientes salvedades:

1) Ha de ser paulatina, de forma que, por una parte, dé elementos suficientes para que el niño o
el joven puedan precaverse contra los asaltos de la sexualidad, en función de su edad y de las
circunstancias concretas que lo rodean y, por otra, no multiplique ni agrave estos asaltos a
consecuencia de un conocimiento prematuro que lleve la natural curiosidad más allá de lo
conveniente; dice al respecto un autor espiritual que esa educación ha de darse a los hijos «de un
modo gradual, acomodándose a su mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose
ligeramente a su natural curiosidad» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 100).

2) Ha de ser explicada de modo recto y sobrenatural, evitando rodear de malicia esta materia,
haciendo ver que forma parte del plan providente de Dios y, por tanto, no sólo es en sí misma buena
y noble, sino que tiene una dignidad altísima, pues hace a los padres partícipes del poder creador de
Dios.

3) Ha de ser explicada por los padres, adelantándose al posible peligro que supone recibir
deformados estos conceptos a través de personas perversas o corrompidas (cfr. S.C. para la Educ.
Católica: Orientaciones..., n. 107; Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).

S.S. el Papa Pío XII hace esta explícita recomendación a los padres de familia:

«Las revelaciones sobre las misteriosas y admirables leyes de la vida, recibidas oportunamente
de vuestros labios de padres cristianos, con la debida proporción y con todas las cautelas obligadas,
serán escuchadas con una reverencia mezclada de gratitud e iluminarán sus almas con mucho menor
peligro que si las aprendiesen al azar, en turbias reuniones, en conversaciones clandestinas, en la

195
escuela de compañeros poco de fiar y ya demasiado versados, o por medio de ocultas lecturas...
Vuestras palabras, si son ponderadas y discretas, podrán convertirse en salvaguardia y aviso frente a
las tentaciones...» (Discurso, 26-X-1941, n. 10).

Son momentos oportunos para conversar sobre el tema y educar gradual y personalmente a
cada hijo, por ejemplo, el desarrollo del niño en el seno de la madre, la llegada de un nuevo hijo, la
maduración del sexo en la pubertad, la atracción de los adolescentes hacia amigos y conocidos de
distinto sexo, el noviazgo de algún hermano, la boda de amigos o familiares, etc.

d. LA INFORMACION SEXUAL INDISCRIMINADA

Ciertas corrientes pedagógicas propugnadoras de una educación sexual permisiva, achacan a la


Iglesia el supuesto error de mantener a la niñez y a la juventud en una ignorancia del problema
sexual. La Iglesia no prohíbe la formación —tomando las cautelas ya indicadas—, y señala la falsía
de la información sexual impartida indiscriminadamente, sin consideraciones de edad.

«La Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios
morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia
del placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años
de la inocencia» (Juan Pablo II, Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37). Por lo anterior, al educador
que vaya a actuar de acuerdo con la familia en la educación sexual de los hijos se le debe pedir,
además de recto juicio, principios morales cristianos, sentido de la responsabilidad, competencia
profesional y maduración afectiva. Se puede afirmar sin temor a equivocarnos, que las escuelas
estatales y no pocas privadas, son incapaces de dar una educación sexual que tenga los requisitos
indispensables para no perjudicar a los alumnos en su desarrollo psico-físico. Los padres, por tanto,
deberán actuar en consecuencia.

e. UN CASO ESPECIAL: LA TELEVISION

Una responsabilidad igual tienen los padres respecto al contenida de los programas de la
televisión. Está demostrada la gran influencia («arrolladora», dice el Papa Juan Pablo II) y el poder
de sugestión que la TV tiene sobre los telespectadores, especialmente si son menores. Poder que
afecta a todos los campos pero especialmente al afectivo, con la consiguiente deformación si el tema
del amor es tratado de manera simplemente materialista.

La experiencia de cada día puede aportar datos de las muchas ocasionen que, actualmente, se
dan en los programas de televisión de tratar asuntos e sexualidad de forma soez e inmoral.

Aunque no se excluye en este campo la responsabilidad pública y de los mismos profesionales


que no respetan la intimidad de I hogar, serán los padres quienes deberán defender la salud mora I (y
mental) de sus hijos por todos los medios posibles.

Está en primer lugar la protesta ante quien corresponda, por toda programación que se juzgue
inadecuada. Hay cauces establecidos para ello y podrían abrirse otros nuevos que hicieran más eficaz
el control sobre el con tenido de lo que se da por la pequeña pantalla, especialmente en horarios, con
mayor audiencia juvenil e infantil.

También es preciso que los padres preparen a sus hijos para saber usar moderadamente de la
televisión. Es conveniente que si" acostumbren a dedicar su tiempo libre a otros entretenimientos
fuera de la televisión que siempre resultan más formativos (deportes, aficiones, lecturas, etc.).

196
Si en una familia se establece el hábito de ver sólo aquellos espacios televisivos que se han
previamente seleccionado por su calidad, resultará fácil que los hijos incorporen esa norma a su
futura conducta.

EJERCICIOS

1. Resumir y comentar alguno(s) de estos textos:

a) Encíclica Humanae vitae, nn. 7-17


b) Camino, nn. 118-145
c) El valor divino de lo humano (J. Urteaga, Ed. Rialp, Madrid).
d) El sexto mandamiento (J. L. Soria, Ed. Palabra, Folletos Mundo Cristiano n° 98 Madrid).
e) El noveno mandamiento (J. L. Soria, Ed. Palabra, Folletos Mundo Cristiano, n° 111,
Madrid).
f) Amar y vivir la castidad (J. L. Soria, Ed. Palabra, Madrid)
g) El pudor (A. Orozco, Colección Sisal, ERSA, de C.V. - Minos México, D.F.)

2. Indicar la licitud o ilicitud de los siguientes casos:

a) el censor que tiene que ver algunas películas obscenas


b) el médico que tiene que hacer ciertos reconocimientos al enfermo
c) el leer libros peligrosos por simple curiosidad
d) el ir a una película considerada inconveniente, por el solo hecho de verla ya que está de
moda, sabiendo que es poco probable caer en pecado mortal
e) el salir con un amigo o amiga con quien de seis veces aproximadamente en cinco se cae en
pecado.

3. Comenta por qué son erróneas las siguientes afirmaciones:

a) «la masturbación es normal y por eso no es pecado»;


b) «como no se hace ningún mal a nadie, es lícita la masturbación»;
c) «para mí no son pecado las relaciones prematrimoniales, pues lo hago por amor y de
acuerdo con mi novia»;
d) «se debería legalizar la práctica de la homosexualidad, como muestra de la libertad
humana».

4. Explica por qué un pensamiento impuro consentido es ya pecado mortal.

5. Comenta las siguientes palabras del libro del Eclesiástico (9, 5-9): «No te quedes mirando a las
jóvenes, no vaya a ser que su belleza te haga tropezar... No andes fisgando por las calles de la ciudad,
ni vagabundeando por sus plazas. Aparta tus ojos de mujer acicalada y no te detengas a contemplar la
hermosura ajena. Por la hermosura de la mujer se perdieron muchos, pues con ella la concupiscencia
se inflama como fuego».

Trabajo de investigación: Indica qué penalización señala la legislación peruana a: el adulterio,


aborto, rapto, homosexualidad, difusión de la pornografía, incesto y concubinato.

197

También podría gustarte