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Los conoció de oídas durante sus estudios teológicos. El primer adjetivo sustantivado con que
fueron designados mira a la causa: Dios que ilumina con su gracia; el tercero, al fin último: la
perfección; el segundo, al modo de alcanzarlo: el dejamiento. Los alumbrados alcarreños de 1525
simplificaron de modo deslumbrante los tres extremos recién indicados. Recogieron el fondo del
catarismo medieval, del perfectismo humanista y de la espiritualidad franciscana del amor, en un
intento de itinerario fácil y seguro de ir a Dios dejándose del todo a él.
olvidar el séquito de doña Germana, viuda de Fernando el Católico, que centró su vida en la
ciudad de Valencia.
El ideólogo de la secta alumbrada fue Pedro Ruiz de Alcaraz, predicador seglar y contable del
duque de Escalona; el núcleo social de la misma está formado por seglares, casi todos conversos, y
por algunos franciscanos. A estos últimos los condenó Francisco de Quiñones, general de la Orden,
en el capítulo provincial de Toledo de 1524; a todo el grupo la Inquisición de Toledo en 1525.
Juan de Avila analiza la teología alumbrada y su relación con los místicos del recogimiento.
Antepone una consideración general sobre los falsos intentos de reformar la Iglesia y de traerla a la
perfección que tuvo en sus principios o a otra mayor, que acariciaron muchos reformadores en sus
comienzos. Su parecer es tajante. Hubiera sido mejor haber entendido en su propia reformación
que olvidar su propia conciencia. A continuación se fija en los alumbrados.
A su parecer constituyen una senda espiritual nueva «que les parecía muy breve atajo para llegar
presto a Dios. Parecíales que, dándose una vez perfectamente a él y dejándose en sus manos, eran
tanto amados de Dios y regidos por el Espíritu Santo, que todo lo que a su corazón venía no era
otra cosa sino lumbre e instinto de Dios. Y llegó a tanto este engaño que, si aqueste movimiento
interior no les venía, no habían de moverse a hacer alguna obra, por buena que fuese. Y si les
movía el corazón a hacer alguna obra, la habían de hacer aunque fuese contra el mandamiento de
Dios, creyendo que aquella gana que en su corazón sentían era instinto y libertad del Espíritu
Santo que los libertaba de toda obligación de mandamiento de Dios, al cual decían que amaban tan
de verdad, que aun quebrantando sus mandamientos, no perdían su amor»160.
la... de Dios, haciéndole que sea un espíritu con él,... un querer y no querer..., pues está conforme
con la voluntad de Dios, que hizo la ley»161.
Por este camino trataron los alumbrados de llegar al amor puro a Dios y de liberarse, a la vez, de
toda obligación legal. Para ellos el camino más seguro de unión con Dios consistía en dejarse
totalmente a las inspiraciones de Dios y no obstaculizar su desarrollo. Creían tener hilo directo con
Dios, obrar por puro soplo del Espíritu y alcanzar la perfección de modo más fácil y seguro que los
cristianos viejos.
Juan expone su teología del amor puro de manera clara e incisiva: «Y como sea fácil y dulce obrar
lo que ama, de ahí es que quien aqueste Espíritu de Dios, que hace libre, tiene en abundancia, obra
tan sin pesadumbre y sin captiverio que, aunque no hubiese infierno que amenazase ni paraíso que
convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría por sólo el amor de la voluntad de Dios lo que
obra; y todo lo que sufriese le sería agradable, como un amoroso hijo reverencia y ama a su
padre... por solo amor libre... Y tras este perfecto amor viene perfecto aborrecimiento de todo
pecado, y viene la perfecta confianza, que quita toda tristeza y temor... Y porque ninguna cosa
tiene sobre su cuello que se le apegue, dícese no ser esclavo, mas libre, que obra por puro amor y
no forzado por las promesas o amenazas de la ley... Por el cual haría hombre más de lo que la ley
manda, si menester fuese, ardiendo con mayor fuego que la misma ley pone. Y así no está justo
debajo de ley, haciéndosele mal lo que ella manda, mas está encima de ella, porque se deleita en el
cumplimiento de ella. Y cuanto tiene de amor, tanto tiene de libertad»162.
A veces parece escrito este libro con la pasión de la cárcel y de las disputas sobre los alumbrados
vividas en los aledaños de la cátedra de Juan de Medina en Alcalá. Se trataba de un tema en ascuas
a lo largo del siglo XVI y XVII en España, alentado por la mística del recogimiento y
el alumbradismo, que encontrará formulación acertada en el soneto No me mueve, mi Dios, para
quererte. De la Península pasó a Francia y originó la famosa confrontación del amor puro entre
Bossuet y Fénelon. El mismo Juan vio que resultaba vidrioso el tema todavía en 1570, y matizó
algunas frases en la edición de 1574.
El asunto reaparece con frecuencia en sus escritos. Dirigiéndose a los jesuitas de Montilla compara
el alumbradismo con la mística del recogimiento y destaca su total diferencia: «Han pensado
algunos que este
negocio de orar se ha de hacer aflojando y no haciendo nada, moti ex Dionysio: Linquite et linque
omnes sensus. Quiso decir: Deje el discurrir y el no querer nada ni elegir nada. Tunc los
alumbrados, que dejaban la voluntad a Dios, decían ellos, y lo que les venía hacían; y si no les
venía no lo hacían. Fundáronse en San Agustín: Ama et fac quicquid velis. Et in illo: Lex iusto
posita non est. Sed hoc est necedad: hacerse pura potencia.
»Unde dicitur: aliud es dejamiento, aliud recogimiento, que es apartamiento de los de acá y
acogerse a Dios, que es torre de homenaje. Y es muy lejos de! recogimiento aquella mortandad y
flojura, antes está el ánimo muy fuerte y fornido en ella»163.