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ÉTICA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL

PARCIAL 1
MODULO 1
La ética está inscripta en el ámbito de la filosofía práctica, se trata de una reflexión o una indagación del ethos.
Maliandi entiende a la ética como una tematización del ethos. Esta disciplina de la filosofía práctica designa un esfuerzo por
comprender y esclarecer el hecho moral. La pretensión fundamental de la ética es dilucidar el entramado de normas, valores,
principios y creencias morales que rigen o regulan nuestra conducta y las relaciones que entablamos con los demás. No se hace ética
si se inhibe la capacidad de interrogar el sentido de nuestra existencia, porque su punto de partida es la experiencia del ser humano
como sujeto reflexivo y capaz de crear un saber de la praxis y para la praxis.
García Marzá y González Esteban, ethos posee dos sentidos fundamentales. Ética se referiría así al suelo firme, al fundamento de la
práctica, a la raíz de donde brotan todos los actos humanos. Es el desde de la acción, también significa “modo de ser” o “carácter”,
en una acepción ya mucho más cercana a nosotros.

La expresión ethos indica el conjunto de convicciones, actitudes, valores, formas de conducta y creencias morales que permea
nuestro comportamiento y nuestro discurrir cotidiano, tanto individual como grupal. El ethos remite a un fenómeno cultural que
responde a diversas relaciones interpersonales con otros integrantes de una comunidad, pueblo, Estado, etc. No puede darse el caso
de su ausencia en ninguna cultura, porque se trata de algo que todo poseemos.
Estamos inmersos en el ethos de manera relevante y concreta, debido a que el hecho moral atraviesa nuestras acciones, preferencias
y decisiones, por lo tanto el ethos constituye una realidad irreductible a otras e ineludible para la comprensión de la realidad.
Aunque cada cultura posee sus propios valores, costumbres y creencias morales, semejante tarea de la ética no se circunscribe a una
forma determinada de ethos, sino al escenario moral en su especificidad, es decir, a un aspecto fundamental de nuestra existencia.
La ética se desenvuelve en un plano que requiere algún tipo de distanciamiento respecto del mundo moral y todo aquello que tiene
incidencia en la vida cotidiana, para instalar la pregunta acerca de por qué hay moral. Aunque las normas no agotan el ámbito de la
moralidad, dan lugar a un problema fundamental de la llamada ética normativa. La cuestión nuclear que esta ética plantea es la de la
fundamentación de las normas. Mientras la norma dice qué se debe hacer, la filosofía practica (ética) pregunta por qué se lo debe
hacer. Hacer ejercicio de nuestra capacidad para brindar razones de los móviles morales de nuestra acción o conducta.
García Marzá y González Esteban afirman que la moral como estructura lleva implícita la necesidad de ajustar nuestra conducta a
determinadas situaciones. Por ejemplo, la obediencia a una norma condiciona la manera en la que nuestro comportamiento se
alinea con una situación particular y descuidar la obediencia a determinadas normas puede conducir a las personas al fracaso en el
desarrollo de una acción o al sufrimiento de castigos sanciones diversas.

A pesar de la complejidad y la amplitud del fenómeno de la moralidad, podemos distinguir las siguientes asunciones que respaldan
una forma de percepción común del mundo moral:
 Responsabilidad moral o autoobligación: el sujeto sigue normas que acepta en su conciencia y que surgen de su
voluntad libre y autónoma.
 Universalidad: los juicios morales se presentan como extensibles a todos los seres humanos.
 Incondicionalidad: su carácter categórico y por tanto su validez no dependen de circunstancias croquetas y
particulares, ni tampoco de situaciones históricas o sociales concretas.
La moral es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es simplemente un
hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea,
ni fecunda, ni hinche su destino.

Reflexión moral: Este nivel no hace referencia a la moral cuestionada, sino a la normatividad pura o facticidad normativa. La
reflexión moral es practicada especialmente por el predicador moral, el “moralista”. Todo ser humano puede ser moralista, al menos
por momentos, cada vez que dice a otros lo que deben o lo que no deben hacer.
Una pregunta constitutiva de este nivel de reflexión es que se debe hacer. En nuestras actuaciones nos acompañan dudas o
incertidumbres, que es acompañado por la necesidad de una guía o una dirección de la acción. Un rasgo clave de su práctica es dirigir
la acción.
Todos estamos implicados en este nivel. Esta reflexión se caracteriza por ser espontánea, porque nace de nosotros mismos en
innumerables ocasiones. En función de estos aspectos, la reflexión moral hace referencia a un saber prefilosófico.

Ética normativa: Es un saber filosófico, en este nivel se destaca un aspecto crucial que es la interrogación o la búsqueda de
respuestas. El ámbito de la ética normativa es el de la indagación sobre los fundamentos de las creencias morales, las costumbres y
los valores y, por lo tanto, el de la reflexión propiamente filosófica.
La ética normativa intenta esclarecer la validez de la norma o los principios morales y lo normativo es cuestionado. Las respuestas
que se buscan están inmersas en una pretensión de universalidad o esclarecimiento del sentido último de las normas morales.
Algunas cuestiones centrales de este nivel son:
 Definir y justificar lo que significa bueno en general o, por decirlo de otra forma, del punto de vista moral.
 Abordar el problema clave de la libertad y, con él, la estructura de los actos morales.
 Elaborar una teoría de la obligatoriedad moral.
 Establecer las bases para una posible aplicación de los principios morales.

Metaética: Este nivel se caracteriza por el acento en la dimensión semiótica o lingüística del estos, es decir, por el análisis del
significado y el uso de las expresiones morales. La ética es el objeto de estudio de la metaética, la naturaleza lingüística del ethos
define este nivel de reflexión.
Al ocuparse del significado del discurso moral, las justificaciones o las fundamentaciones de los juicios morales, la metaética exhibe
determinada pretensión de neutralidad. Los que corresponde a la metaética es examinar la validez de los argumentos que se utilizan
para aquella fundamentación que lleva a cabo la ética normativa.

Ética descriptiva: Su rasgo característico es la descripción del fenómeno o la facticidad normativa. En este punto, prima la
observación de la realidad empírica de las costumbres, las creencias morales, las actitudes, etc. Para expresar cómo es o cómo se
manifiesta esa realidad. Esta tarea no es filosófica, sino científica.
En virtud de estos rasgos, se afirma que este nivel es exógeno por excelencia, es decir, su ejercicio proviene de afuera del ethos. Se
trata de un tipo de investigación desde el cual los fenómenos morales se ponen a distancia del observador y se registran como
hechos empíricos, y tienen pretensión de neutralidad. Ocupa un lugar importante en la ética descriptiva comparar los fenómenos
morales en las diversas culturas y sociedades, a lo largo de las distintas etapas históricas y según los diversos contextos
socioculturales en el mismo momento histórico.
El justo medio
La ética nicomáquea es considerada la exposición más fundamental del pensamiento ético de Aristóteles. En la filosofía aristotélica,
una pieza clave para comprender la naturaleza humana es el examen de las acciones de los hombres.
¿Qué entiende Aristóteles por ciencia práctica?
Esta ciencia se ocupa de la acción y recibe el nombre de ciencia porque alude a un saber hacer, es decir, a un ámbito de la vida en el
que rige una determinada racionalidad o inteligencia, aunque sea distinta a la que caracteriza al estudio teorético o mediativo.

Una parte fundamental de la teoría ética aristotélica es el concepto de elección deliberada. Llevar a cabo tal elección no consiste
simplemente en tomar un curso de acción u otro. Una deliberación para ser considerada buena, debe proceder de una capacidad de
elegir eminentemente recta y orientada.
Para comprender qué es el bien en el pensamiento aristotélico, debemos dilucidar el sustento teleológico de su ética, es decir, el
significado fundamental del fin. Aristóteles emplea el término bien y o identifica con la finalidad que persigue toda acción.
“el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden”. Es claro que no existe un solo tipo de bien, Aristóteles considera que todas
las cosas que valoramos como bienes pueden existir como medios para alcanzar otros objetivos y no como fines en sí mismos.
¿Cuál es el fin último?
El fin supremo se realiza a través de la acción particular. Aristóteles busca respuestas a interrogantes tanto de carácter universal,
porque procura establecer principios prácticos universales, como de carácter particular, que se instalan frente a hechos puntuales de
la vida y son parte esencial de aquella reflexión universalista. Ambas instancias, lo universal y lo particular, ofrecen una orientación
para el problema moral más crucial: el de la elección o decisión moral.
Aristóteles considera que el fin último, aquel en el que convergen todas las acciones de los hombres, es el bien supremo. Ese fin
último de nuestras acciones es identificado como la felicidad: el concepto de eudaimonia.
En este contexto el eudemonismo hace referencia a un sentido de plenitud o excelencia que reside, de manera indisociable, en la
vinculación entre felicidad y moralidad.

Virtud: Distinción que hace Aristóteles de las facultades del alma: Vegetativa, Sensitiva y Racional.
Las virtudes que hacen referencia a viene o fines de las acciones humanas se clasifican en éticas y dianoéticas o intelectivas, es decir,
aquellas relacionadas con el intelecto o la parte racional del alma. El examen del obrar humano enfocado en esta dimensión
cotidiana y práctica es central para determinar en qué consisten las virtudes éticas.
Según Aristóteles las virtudes éticas requieren ejercitarse mediante la práctica, debemos aprender a comportarnos virtuosamente y
esto exige experiencia y tiempo. No somos justos por naturaleza, son que alcanzamos la virtud de la justicia cuando actuamos de
manera justa una y otra vez, es decir, en una “disposición habitual de nuestra voluntad”.
Los buenos hábitos reciben el nombre de virtudes y los malos hábitos el de vicios. La virtud consiste en escoger el justo medio entre
dos extremos, que son el exceso y el defecto y se consideran vicios. Ejemplo: la posición intermedia entre la cobardía (defecto) y la
temeridad (exceso) es la valentía (término medio).
Son las virtudes morales las encargadas de provocar la acción, mejorando el hacer y, por tanto, el ser. El proceso de decidir el punto
medio es un autentico compromiso con nuestro bienestar moral, que consiste en guiar nuestras acciones para acercarnos a la
felicidad. Alcanzar la felicidad es igual que hacer el bien.
La formación del carácter
Si algo caracteriza al pensamiento ético de la antigüedad, en especial el de Aristóteles, es la creencia de que la ética consiste en la
formación del carácter. Esta visión le otorga un lugar central a la educación moral de las personas como instancia esencial para el
desarrollo de hábitos virtuosos, para la adquisición de las virtudes o las actitudes capaces de transformarnos en hombre y mujeres
de bien.
Para los griegos el carácter implica una serie de principios prácticos (educativos) que deben fomentar la adquisición de virtudes, pero
su misión principal es aspirar a la excelencia del carácter. Desde esta perspectiva, la ética es fundamentalmente un saber práctico,
cuyo método es esencialmente dialéctico.
El pensamiento antiguo percibe a la educación moral como una actividad clave para generar disposiciones o actitudes destinadas a
convertirnos en personas justas, magnánimas y valientes. Para la filosofía antigua, a medida que la persona desarrolla su carácter
también adquiere los recursos éticos necesarios para apropiarse de si misma, es decir, para cultivar su autovaloración y sostenerla en
medio de contratiempos o situaciones adversas de la vida.
¿Qué es aquello que quiero verdaderamente para mí?
De este interrogante emerge a la superficie de nuestras acciones cotidianas una visión de nosotros mismos que, constituye un
proceso de autoconocimiento esencial para alcanzar el bienestar moral.

La ética es también un conocimiento de lo que es bueno sentir. También la ética es una inteligencia emocional.
Esto nos recuerda la importancia de la máxima socrática “conócete a ti mismo”, este autoconocimiento se nos presenta como un
elemento indispensable no solo para conocer que es bueno hacer, sino también, para aprehender la propia conducta como algo
conscientemente aceptado y con capacidad para potenciar el crecimiento y la superación personal.
Forjar un carácter justo y generoso adquiere, en la filosofía aristotélica, un papel central en la conformación, la guía y la evaluación
de la conducta moral. Así, el carácter es algo educable.

La felicidad y la vida buena aparecen estrechamente unidas en la comprensión de la conducta moral. Ambas conforman los
cimientos de la ética griega, que estaba profundamente interesada en despejar una cuestión central que se resume en la pregunta
sobre qué debemos hacer para vivir bien. Querer ser feliz se transforma en aprender a serlo, un aspecto central de este aprendizaje
es que requiere la presencia de otros. Este componente social es imprescindible para la formación del carácter, ya que compartimos
con otros nuestra percepción del mundo.
Par nuestro yo moral, es clave que participemos en distintos escenarios sociales y, así, aprendamos como regular nuestras
conductas, al compartir con los demás. La finalidad de este aprendizaje, por lo tanto, abarca tanto el bienestar individual como el
colectivo.
Camps afirma que para evaluar la relación entre las virtudes y el carácter como modo de ser, es preciso tomar en cuenta que la
filosofía aristotélica reconoce tres componentes centrales en el alma: pasiones, facultades y modo de ser.
Las pasiones varían y nos afectan de forma positiva o negativa y no deliberadamente, ejemplos: miedo, amor, celos, tristeza. Las
facultades hacen referencia a aquellos aspectos de nuestra personalidad que activan en nosotros la capacidad de amar,
entristecernos, etc. Los modos de ser intervienen activamente en la forma en la que modulamos las pasiones y se reflejan en
nuestros comportamientos.
Se convierte en un buen ciudadano el que es capaz de adquirir y desarrollar las virtudes del coraje y del autodominio, consistentes
en saber escoger siempre el término medio entre el exceso y el defecto.
MODULO 2
Ética y modernidad
Dentro de la historia de la época moderna y como historia de la humanidad moderna, el hombre intenta desde sí, en todas partes y
en toda ocasión, ponerse a sí mismo en posición dominante como centro y como medida, es decir intenta llevar a cabo su
aseguramiento.

René Descartes (1595-1650) filósofo y matemático francés. La idea del sujeto como núcleo central del conocimiento inicia con
Descartes, un trayecto fundamental para la comprensión del mundo moderno. Descartes consideraba que la filosofía debía proceder
en su análisis de manera semejante a como procede el pensamiento en el ámbito de la matemática, es decir, ir de las ideas a las
cosas y no de las cosas a las ideas. Descartes consideraba que son suficientes cuatro reglas:
 No admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es.
 Dividir cada una de las dificultades que examinare en cuantas fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
 Conducir ordenadamente mis pensamientos.
 Hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.
Para Descartes el suministro del conocimiento son las ideas mismas y, entre ellas, la evidencia principal que él estableció como base
fundamental de su filosofía se encuentra en la expresión “pienso, luego existo”. La conciencia individual como nuevo modo de
pensar o el individualismo metodológico como punto nuclear de la reflexión filosófica constituyen la piedra fundacional del
pensamiento moderno.
Descartes desarrolla la idea de moral provisional. Hay una serie de máximas o normas de comportamiento que se mencionan en ese
apartado que, en conjunto, nos permiten dimensionar su propuesta. Estas máximas aparecen como una forma de delinear la
conducción de nuestros actos y garantizar una convivencia pacífica en medio de situaciones que no admiten pautas endebles ni
vacilaciones de ningún tipo. Desde una mirada racionalista, las pasiones aparecen como aquello que debemos someter para no
alterar el curso racional de las acciones. Las máximas de la moral provisional se resumen:
 Obedecer las leyes y las costumbres de mi propio país.
 Ser en mis acciones lo más firme y lo más resuelto que pudiese.
 Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y modificar mis deseos antes que el orden del mundo.

David Hume (1711-1776) Las pasiones desempeñan un papel central en su filosofía moral. Hume considerado el padre del
empirismo, sostiene que la moral no dependerá de la razón como su principal eje determinación.
Revelar los límites de la razón, Hume pretende definir con precisión esos límites y trasladar al campo de la moral sus consideraciones
sobre el método experimental como la principal fuente de conocimiento.
“La distinción entre el vicio y la virtud no se funda solo en las relaciones de los objetos, ni es percibida solo por la razón”. La
moralidad, en efecto, procede del sentimiento, es más “sentida que juzgada”. Sentimos que las cosas buenas son agradables, que la
virtud produce satisfacción, incluso placer. Y el origen de tal sentimiento moral que nos acerca a nuestros semejantes es la
naturaleza que compartimos, nadie está desprovisto del sentido moral.

El sujeto moral kantiano


Kant (1724-1804) filósofo prusiano. Su concepción será decisiva en la construcción de una filosofía moral racionalista y formal
inspirada en la preocupación central por el fundamento moral de nuestras acciones y juicios. Kant propone una inspección del
pensamiento humano tan sobresaliente en su seriedad crítica como la semblanza moral que surge de sus biografías más acreditadas.
El giro copernicano hace referencia a una inversión del papel que juega el sujeto y el objeto en el conocimiento.
Kant observa que ni el entendimiento ni la percepción sensible por si solos pueden constituirse en la base de la actividad
cognoscitiva, es decir, en fuentes legítimas del conocimiento. El acto de conocer requiere la intervención de las experiencias o
impresiones sensibles y los conceptos a priori del entendimiento.

El siglo XIII es conocido como el Siglo de las Luces por su marcada convicción de que el hombre es capaz de servirse de su propia
razón para disipar las ligaduras que lo sujetan a prejuicios, supersticiones y ordenamientos sociales abusivos o tiránicos. La
posibilidad de constituirnos como seres autónomos y responsables de nuestros pensamientos y acciones.
Servirse de la propia inteligencia se convierte en una regla de compromiso, es decir, una exigencia moral en la que todo ser racional
que asuma su propia libertad debe implicarse sin excepción.
Hay un entorno seguro que es el de aquel que posterga las decisiones a la espera de que otro las tome por él. En ella se encarnan
principios de deber frágiles, incapacidades para experimentar la vida con libertad y dignidad. La incapacidad significa la imposibilidad
de servirse de su inteligencia sin la guía de otro, su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse
por sí mismo de ella sin tutela de otro. Según Kant, el ser humano es capaz, como ser racional y libre, de regir sus acciones por una
voluntad buena y así, sustraerse de aquello que los somete y lo condiciona a una causalidad externa.
La ética kantiana es racionalista y formal. La dimensión de la ética del ser humano alude al uso de la razón práctica que es la que
conforma el ámbito de la moral. De este modo, la razón práctica es fuente de la moralidad. Las máximas y los principios morales que
el ser humano se impone a sí mismo y edifican la estructura interna de la moralidad son producto de la razón en su uso práctico. No
hay un fin situado fuera de la razón práctica porque la dimensión ética se centra en la interioridad de la acción y la capacidad que
posee el ser humano de imponerse la ley moral a sí mismo: depende de la razón y no de alguna circunstancia externa.

Para Kant, la dimensión moral no puede situarse en otra esfera que no sea la de la razón, es una posición ética autonomista, ya que
no reconoce un fundamento ajeno a la propia voluntad del sujeto. Kant denomina como heterónomas a aquellas perspectivas según
las cuales la fuente de la moralidad se sitúa en algo externo que se desea.
Kant estructura la ética deontológica mediante el planteo de una facultad del querer racional, autónomo y libre, que se rige por una
voluntad buena y es capaz de imponerse a sí misma máximas morales universales. La razón práctica kantiana es autónoma porque
contiene las leyes en sí misma, por lo tanto, lo específico de la razón práctica reside en el propio agente moral.
Con Kant, el fenómeno moral queda estrechamente unido al concepto de deber: la razón práctica impone deberes a la voluntad. La
ética kantiana se define como formalista ya que no se atiene a contenidos particulares de las normas o las leyes para la
determinación del carácter moral, sino a un criterio abstracto de universalización. En la ética kantiana, el deber no deriva de algo
externo al sujeto, sino de la aprehensión primordial del querer racional, autónomo y libre del agente moral. Tres principales
formulaciones que ofrece Kant del imperativo categórico:
1. “Obrar solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”.
2. “Obrar de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu propia persona como en la de los demás, siempre y al mismo tiempo
como un fin, y nunca solo como un medio”.
3. “Obra de tal modo que tu voluntad pueda considerar al mismo tiempo que está creando una ley universal mediante su máxima”.
Utilitarismo
Un problema ético central es el de la fundamentación de la acción moral, frente a este problema nos encontramos con dos
posiciones el deontologismo y el consecuencialismo o utilitarismo.
Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873) son referentes de una ética fundada en la idea de que el carácter moral
de nuestras decisiones y acciones morales deriva de las consecuencias, efectivas o previsibles, que se siguen de ellas.
Ética deontológica: Para esta corriente, la moral se funda en algo que pertenece por completo a un principio interno de acción que
depende por completo de la razón y no de los resultados que puedan seguirse de su aplicación, aquello que determina el valor de
nuestras acciones morales reside en el deber.
Hedonismo: Esta doctrina fue defendida en la antigüedad por Aristipo y Epicuro, según la misma, los seres humanos deben afanarse
por la búsqueda del placer y evitar las causas o los motivos de pesar o dolor. El principio supremo hedonista está fundado en el
deber de perseguir el placer como bien supremo. Para Aristipo, la realización concreta del verdadero placer reside e el gozo que se
experimenta al vivir el presente y la gratificaciones del cuerpo por encima de las de la mente. Para Epicuro, una vida dichosa lleva
aparejada la moderación y el distanciamiento de los excesos que perturban la serenidad: el placer se asocia a la búsqueda de un
estado de tranquilidad del alma, que es alcanzado mediante la supresión del dolor. Este estado recibe el nombre de ataraxia.

Bentham se identifica comúnmente como la piedra fundacional de la ética teleológica del utilitarismo. La dimensión normativa
básica de esta doctrina se desplegó durante una época de grandes transformaciones sociales, por lo tanto, además de su importante
signo ético, se irguió también como una perspectiva jurídica y política. El valor de una acción reside en su utilidad y lo relevante del
concepto de utilidad es la conducción a la felicidad entendida como placer y ausencia de dolor. Los utilitaristas emplean el término
felicidad en un sentido semejante al hedonismo, es decir, como maximización del placer y minimización del dolor.
Guariglia y Vidiella afirman que el utilitarismo combina dos intuiciones, la importancia de la felicidad en nuestra vida y la importancia
de los resultados de las acciones.
Para el principio de utilidad, Bentham hace hincapié en la idea de cálculo, se centra en una mirada marcadamente cuantitativa y
enuncia siete criterios de preferencia para efectuar una medición referida al placer: intensidad, duración, certeza, proximidad,
fecundidad, pureza y extensión.
Mill sofistico el análisis de Bentham y examinó los conceptos centrales de placer y ausencia de dolor como determinantes morales de
nuestras acciones. El mismo considera que es preciso introducir una distinción de carácter cualitativo entre placeres superiores e
inferiores. Mill anticipa lo que luego se conoce como utilitarismo de la regla: la moralidad no alude expresamente a las
consecuencias de un acto en particular, sino a las que se derivan del respeto u observancia de una regla general.
Posiciones teóricas que pueden enmarcarse como utilitaristas:
 Utilitarismo del acto y utilitarismo de la regla.
 Utilitarismo hedonista, semiidealista, idealista y negativo.
 Utilitarismo cuantitativo y cualitativo.
 Utilitarismo de la preferencia.
 Utilitarismo ampliado.
El problema de universalidad
Cuando se reflexiona acerca del porqué de la acción moral se suelen brindar dos grandes respuestas: una fundamentación
trascendental y apriorística y otra empírica o basada en la experiencia. Las diferencias entre ellas no se agotan simplemente al
considerar expresiones clave, aunque es importante tenerlas presente.
El criterio esencial para el primer tipo de fundamentación reside en el concepto de deber y la existencia de principios o máximas que
regulan de manera incondicional la conducta de los hombres. La validez de un deber ser absoluto e indiscutible, no susceptible a la
consideración de los efectos o las consecuencias de la acción, nos permite comprender la gran altura y contundencia de ese arbitro
del comportamiento moral formulado por Kant.
En otros casos, obrar moralmente no implica asumir un deber de esta naturaleza. Hay otras perspectivas teóricas en las que la
fundamentación del comportamiento moral no es posible sin conceder un valor fundamental a la existencia de principios éticos y
empíricos. Las éticas consecuencialistas, como el utilitarismo, definen el carácter moral de un acto y toman en cuenta los efectos o
las consecuencias que se siguen, ya sean directas o indirectas y reales o posibles.

Los filósofos de la sospecha crean una derivación escéptica o relativista respecto del problema de la fundamentación y formulan
algún tipo de tematización empírica de la moral en la que se cuestiona el predominio de un sistema moral necesario y apriorístico.
Los grandes referentes de este tema son Nietzsche, Marx y Freud, las críticas realizadas por lo mismo se pueden caracterizar por:
 Como protesta existencial del hombre completo y la experiencia propia única fuente a la humanidad y al espíritu absoluto.
 Como análisis científico de las condiciones reales de la vida de los seres humanos con respecto a la naturaleza y a la sociedad.
 Como psicología profunda que pone en cuestión los presupuestos más importantes de la razón: la idea de totalidad, la idea de
verdad y la idea del sujeto trascendental.
Para Nietzsche, el hombre libre es el que asume una actitud vital que consiste en un querer absoluto a todo aquello que forja su
existencia. Para el autor, hay un ethos como afirmación suprema de la vida que celebra cada acción por completo. Este ethos se
revela en su doctrina del eterno retorno, que puede expresarse del siguiente modo: cualquier cosa que quieras, quiérela de tal
modo que seas capaz de querer también su eterno retorno.
Si estamos dispuestos a la experimentación del mundo entero, de nuestras alegrías y penas, entonces el eterno retorno no puede
más que significar un sello de eternidad a todo aquello que forma parte de nuestra existencia. Amor fati o amor al destino, consiste
en un no querer que nada sea distinto ni en relación al pasado ni en relación al futuro. Querer que todo sea tal como es.

Marx sitúa el punto clave de su pensamiento ético en el examen de aquello que ensancha la búsqueda de beneficios de la clase
dominante (los capitalistas) y el sentimiento de alineación de la clase oprimida (los proletarios). La moral aparece así, como una
barrera para el cambio social y la ética, como una vía de emancipación imaginaria y fraudulenta, que sustenta los mecanismos de
reproducción de la enajenación. Las reflexiones de Marx en cuanto al papel del Estado y su relación con la esfera pública y privada
revelan la configuración de una superestructura legitimadora de la división y la injusticia.

¿Cuál fue el aporte del creador del psicoanálisis a la comprensión de la ética?


Freud destaca que todo nuestro obrar está impregnado de una pretensión de felicidad: deseamos ser felices y este anhelo tiene su
raíz en un principio del placer que reside en un nuestro yo más profundo. Sin embargo, la personalidad integrada a la cultura
inmersa en el entramado de instituciones creadas para regular la conducta y las interacciones con los demás impide realizar ese
ideal de bienestar. Esto nutre sentimientos de frustración e insatisfacción.
Camps afirma que la “utilidad” cultural nada tiene que ver con el bienestar individual, la consecuencia de la cultura ha sido la
construcción de seres más morales, pero más reprimidos.
Freud posee una visión más pesimista: la cultura y la moral, como parte de ella, es causa de un profundo malestar, pero el ser
humano tendrá que acostumbrarse a vivir con ese sufrimiento.

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