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Por otra parte, las versiones de ambos siempre son virtualmente opuestas, ya que
el victimario está en condiciones de utilizar argumentos que minimizan las
consecuencias de su conducta, atribuye la responsabilidad de los hechos a supuestas
provocaciones de la víctima, define como exageraciones los cargos en su contra, y
proporciona explicaciones racionales de los hechos.
La víctima, que ha pasado por situaciones extremas y a veces muy prolongadas de
miedo, indefensión, angustia, depresión, otros, se encuentra en inferioridad de
condiciones y el resultado suele ser que, a partir de esta diferencia de imagen, se
confíe menos en su testimonio.
Cuando esto ocurre, están dadas las condiciones para que se produzca el fenómeno
de la “doble victimización” que se traduce en términos más simplificados como
cuando la persona que ya viene dañada vuelve a ser victimizada mediante la
incomprensión o la incredulidad de las personas o instituciones a las que acude para
ser ayudada.
Es en esta parte cuando se puede hablar de la relación que existe entre víctima y
victimario y la credibilidad que se le debe otorgar a cada uno de ellos, es por ello que
distintos autores han puesto de relieve la frontera difusa entre victimización y
criminalidad y algunas investigaciones permiten afirmar el mayor riesgo e impacto
victimal en determinados grupos y personas tradicionalmente asociados con la
criminalidad. El concepto de interseccionalidad entre los procesos de victimización,
criminalización y castigo, impulsado desde el estudio de las víctimas procedentes de
diversas minorías, puede favorecer el debate científico. Un campo prometedor de las
investigaciones criminológicas y victimológicas reside precisamente en la
interdependencia entre los procesos de victimización y de desvictimización, o de
resiliencia y recuperación.
Según Zieguen-Haguen (1977) entre los modelos teóricos sobre la relación
víctima-victimario, cabe destacar la teoría sobre la coincidencia de ciclos
victimológicos y criminológicos la precipitación victimal en el homicidio Wolfgang
(1958) por ejemplo; el homicidio como transacción situacional de Luckenbill (1977)
las técnicas de neutralización de la culpa de Sykes y Matza (1957) o la víctima como
recurso de auto legitimación de Fattah (1976) y el círculo victimal de Rodríguez
Manzaneradonde existe plena coincidencia en que la relación existente entre víctima
victimario reside en el intercambio de roles que ocurren entre las mismas, es decir, lo
que dice el victimario de lo que ha hecho es más creíble y real que lo que alega la
víctima.
Respecto de la reacción victimal, puede aludirse al modelo de afrontamiento social
de Dussich (1988), quien distingue cuatro fases: preventiva (conciencia de posibilidad
de un problema), preparación (de su realidad), acción (en el momento en que se
produce) y revalorización (enfrentamiento).
Ya en casos comprobados de victimización en el contexto familiar, las víctimas
ante las situaciones vividas, para tratar de escapar de su agresor se dirigía en primera
instancia a las autoridades representadas en este caso por los cuerpos de seguridad del
estado como lo es la policía que trataban el suceso como violencia familiar. En
muchas ocasiones su pedimento era atendido por un oficial con poca o escasa
preparación para este tipo de experticia pues no poseía una formación adecuada lo
cual generaba el desinterés por denunciar de nuevo la recurrencia de la agresión, cosa
que se iba acumulando y a medida que su versión era escucha por diferentes instancia
iba cambiando poco a poco hasta convertirse en un hecho totalmente diferente a lo
ocurrido.
Al ser la policía el organismo que la víctima demanda la atención para resguardar
su integridad física, se pone en evidencia el aspecto del desempeño de la actuación
policial en la casos de violencia de género, intrafamiliar, de diversos delitos y en
muchas ocasiones debido a las versiones tomadas de éstas víctimas era más fácil el
nivel de credibilidad en sus victimario que en éstas víctimas debido a elementos tales
como: versiones un tanto difusas, falta de evidencias o pruebas contundentes,
venganzas por efectos colaterales, versiones exageradas de los hechos, falsos testigos
entre otros.
En la mayoría de los casos, las víctimas de una situación concreta tienen una
percepción de lo que debe ser el trabajo de los organismos policiales en cuanto a la
resolución de su problemática, esperan de los funcionarios profesionalismo, respeto,
celeridad, criterios que se traducen en confianza para enfrentar cualquier conflicto en
los cuales su vida puede estar en situación de riesgo. Pero, siempre han existido
aquellas situaciones en que producto de la exageración por parte de la víctima ya sea
en la forma como narra su versión de los hechos o por las pruebas o testigos
presentados, ésta, adquiere el papel de victimario en vez de víctima a la hora de
establecer las aclaratorias de dichas situaciones.
El papel del funcionario policial frente a estos casos de denuncias por diversos
delitos debe ser de total atención hacia la víctima, evitar hacerla ver como la
responsable de la situación en la cual se encuentra así sea ella la responsable de lo
que le sucedió, buscar la protección de la misma pues de su actuación depende la
percepción que se tenga el cuerpo policial si se repitiese la misma situación en casos
posteriores.
La importancia de la reacción por parte de las autoridades ante las distintas
denuncias que presentan en los despachos policiales, refuerza la confianza que se
pueda tener en los organismos del orden público, a la vista de todos que conforman la
comunidad, esto representa la presencia de la ley a que todo ciudadano tiene derecho,
aún más en una sociedad que todavía presenta ribetes de diversos caracteres. Dejaría
ver claramente cuales actitudes como dicen los autores de la cita son permisivas o
toleradas por la sociedad y cuáles no pueden ser aceptadas por su condición
denigrante además que discriminatorias afectan la integridad del ser humano.
Muchas personas escuchan sobre la existencias de estas leyes pero hacen caso
omiso a las mismas pensando que son solo comentarios intimidatorios a los cuales
basta solo con hacerse de “oídos sordos”, por lo que estas acciones al llevarse a cabo,
marcan un hito en la vida de la comunidad testigo del incidente y pone la advertencia
a quienes pretendan siquiera pensar en cometer tales atropellos.
En otras palabras, el trato a las personas víctimas de delitos, no viene a ser más
que un conjunto de valores, procedimientos y actitudes que se constituyen en el punto
de referencia para la actuación ante estos incidentes que requieren una sensibilidad de
carácter social y afectivo hacia la victima; es una especie de empatía hacia lo que otro
que como víctima ha manifestado y por lo cual requiere de su protección y ayuda. Sin
embargo en algunas situaciones estas víctimas pierden todos estos atributos debido a
que después de escuchar sus versiones en realidad son ellas las que ocupan el papel
adverso.
Siguiendo la línea de los planteamientos anteriores, el victimario es la persona que
agrede y violenta los derechos de otros, ya sea de forma física, moral y en sus
propiedades. Para la psicología sí existe una conexión entre víctima y victimario.
Cuando se comete un homicidio doloso (con intención), los damnificados
inconsciente o conscientemente buscan venganza. Tal y como se refiere en la
entrevista: “Es importante que el que caza demonios no se convierta en uno de ellos”.
Un homicidio, con la energía desbordante que genera, puede desencadenar otro
homicidio. Los factores de riesgo que asegura esta disciplina guardan relación con el
área emocional de la persona afectada. Es un evento traumático el perder a alguien
por homicidio. Este evento es una sobreexposición emocional que se desborda en el
actuar de forma impulsiva. El impulso es mitigar el dolor buscando al culpable. Esto
minimiza el juicio y la razón.
Otro de los factores de riesgo es la gran desatención de las víctimas indirectas. La
prensa y las autoridades rápidamente olvidan a las víctimas pasadas y cuando no se
da una atención (no mediática exclusivamente) institucional adecuada o mínima se
agudiza aún más el trauma vivido. Tal y como refieren en la entrevista: “Un trauma
es como una astilla. A veces duele, a veces no, pero ahí está. Y estos eventos renacen
siempre”.
Por último, a diferencia de las otras profesiones, los Departamentos de Psicología
consideran que el porcentaje de personas que son victimarios habiendo sido víctimas
oscila entre el 30% y el 40%.
En definitiva, tras dilucidar en el análisis de los planteamientos anteriormente
realizados se puede llegar a una serie de conclusiones sobre cuáles son los factores
llevan en algunos casos a plantear las interrogantes ¿Por qué es más fácil créele al
victimario? Víctima o victimario: ¿A quién creerle? Las cuales potencian el cambio
de víctima a victimario. Todo lo que se concluye se resume en los siguientes tres
puntos, redactados de forma secuencial para entender cómo podría producirse un
delito por personas previamente victimizadas.
• Un factor de riesgo importante que puede potenciar la comisión de delito se
encuentra directamente relacionado con la familia. Tal y como haya vivido la infancia
una persona, será más o menos propensa a cometer un acto delictivo. Desde la
perspectiva sistémica, se puede confirmar esta hipótesis debido a que está
comprobado que los patrones de comportamiento son aprendidos y
transgeneracionales.
Por lo tanto, una persona que haya vivido en una familia que propicie violencia y
que haya sufrido un episodio traumático como la pérdida por un delito de homicidio,
tiene una alta probabilidad de replicar este delito o incluso, de perfeccionarlo ya que,
en sus patrones de comportamiento y conciencia del dolor ajeno, la agresión puede
estar normalizada. Una familia que no educa en contra de la violencia o que genera
violencia en el seno familiar genera una propensión a la comisión de cualquier delito,
que se verá agravada por un episodio traumático como la pérdida por un delito.
• Otro factor de riesgo es la nula y/o ineficaz atención que las instituciones
públicas dan a las víctimas de este tipo de delitos. La sobreexposición emocional a la
que las víctimas se ven sometidas por una pérdida traumática debe de ser contenida y
tratada por profesionales competentes que den seguimiento al caso. El resentimiento
o la venganza inconsciente sin tratar pueden ser totalmente enajenantes para la
víctima. Debido al mal/no tratamiento de la víctima de este delito, la persona que ha
sufrido una pérdida por homicidio busca saciarlo de forma inconsciente. Se busca
saciar la deficiencia que dejó la experiencia como víctima, provocando lesiones al
que provocó la pérdida, a otra persona ajena al episodio traumático (saciando la
frustración de forma inconsciente) o autolesionándose.
Esto se agrava aún más cuando las víctimas depositan en el sistema judicial la
esperanza de ver satisfecho su deseo de venganza, pero la realidad es que “no es
función del sistema judicial satisfacer a la víctima desde lo emocional del daño
causado. Con seguridad, la víctima se va a sentir frustrada y desatendida. La lentitud
del sistema judicial y/o la impunidad son estresores destacables que pueden generar
una explosión emocional en las víctimas.
• Por último, otro factor que puede provocar la comisión de un delito es el
consumo de estupefacientes y otras sustancias adictivas en edades tempranas. Una
persona que ha vivido violencia o que no es sensible al dolor ajeno y que de pronto
experimenta un episodio traumático cuyas secuelas no son tratadas se convierte en
una bomba de relojería. El consumo de estas sustancias es un agravante que facilita la
manifestación de conductas violentas pudiendo acabar en la comisión de un delito. La
pérdida por homicidio representa un trauma para una víctima, dicho trauma si no se
trata siempre florecerá. Estas sustancias funcionan como inhibidores, reducen el
juicio y exacerban conductas reprimidas, lo que hace a la persona más propensa a
comisionar un delito.