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5) ¿Porque es más fácil creer en el Victimario?

El desarrollo creciente de los estudios de victimización han encontrado su razón en


la cantidad de delitos sobre los cuales no suele haber demasiada información, tales
como el abuso sexual a niños o el maltrato a la mujer en el contexto conyugal.
Muchos documentos de trabajo sobre Víctimas de Delitos, señalan que este tipo de
víctimas constituyen una gran proporción de las cifras oscuras de la delincuencia, lo
cual ha tenido por efecto minimizar la conciencia de ciertas formas de victimización
como problema social. La victimización en el seno del hogar, aparte de las
consecuencias físicas, tiene efectos psicológicos profundos tanto a corto como a largo
plazo. La reacción inmediata suele ser de conmoción, paralización temporal y
negación de lo sucedido, seguidas de aturdimiento, desorientación y sentimientos de
soledad, depresión, vulnerabilidad e impotencia.
Tras esa primera etapa de desorganización, las reacciones frente a la victimización
suelen cambiar: los sentimientos de la víctima pueden pasar de un momento a otro del
miedo a la rabia, de la tristeza a la euforia y de la compasión de sí misma al
sentimiento de culpa. A mediano plazo, pueden presentar ideas obsesivas,
incapacidad para concentrarse, insomnio, pesadillas, llanto incontrolado, mayor
consumo de fármacos, deterioro de las relaciones personales, otros. También se puede
presentar una reacción tardía, que ha sido descrita en los manuales de diagnóstico
psiquiátrico como desorden de tensión postraumática.
En el presenta trabajo se intentará dar respuestas a la disyuntiva relacionada con la
expresión Víctima o Victimario: ¿A Quién Creerle? Con la finalidad de develar
aquellos aspectos relevantes que condicionan las situaciones entre estos dos actores
cuando se generan haciendo mención de aquellos elementos y factores que
intervienen en el intercambio de roles.
Actualmente, las líneas teóricas y metodológicas referidas a esta cuestión están
bien definidas sobre un mismo marco. Predominantemente, se encuentran estudios
fundamentados en la teoría ecológica de Bronfenbrenner, desde una perspectiva
sistémica del problema y desde el análisis de autores como Martín-Baró, Foucault y
Wernicke, entre otros.
Cabe destacar que la concepción de violencia para esta investigación no es
únicamente unilateral. Se entiende que la violencia viene propiciada por diferentes
factores. Tal y como afirma Niño (1998), “…la violencia no puede limitarse
exclusivamente a un contexto de conflicto bélico”. Entonces, es necesario que se
reconozcan la desigualdad social y la extrema pobreza como elementos de mayor
violencia que afectan la vida de más personas. Por lo que el mismo autor opina (Oc.
Cip). “La violencia cotidiana se convierte en un factor de aprendizaje en el proceso de
transformación del sujeto humano en ser social, aspecto que tiene que ver con la
aparición de la identidad, dada a partir de la relación establecida por el sujeto con la
cultura” (p. 98).
Otros autores manejan la idea de que una conducta violenta en una persona que es
víctima (directa o indirecta) tiene que ver con la exposición permanente al
sufrimiento desde la infancia. Esta exposición produce efectos severos en la salud
mental y en el esquema cognitivo de las víctimas directas o víctimas como
espectadores. Bautista (2016) afirma que: “…esta exposición influye de forma
determinante en el proceso de personas para convertirse en adultos con
responsabilidades hacia otras personas, replicando la violencia en su familia y medio
social mediato o inmediato. Dicha idea es recogida en esta investigación”.
Autores como Bautista, (2016) recogen que la espiral de violencia debe revisarse
entre la interacción del sujeto con su entorno. El modelo ecológico de dicho autor
plantea que “…una persona está inmersa en una serie de sistemas en el que interactúa
directa o indirectamente, por lo que esta perspectiva es útil para analizar el
aprendizaje y repetición de la violencia de la que se es víctima y luego victimario” (p.
89). Desde la teoría ecológica se estudian las categorías sistémicas que abarcan al
sujeto a nivel individual, familiar, cultural, social e histórico, y que serán
determinantes en la construcción de sus características psicosociales y
comportamentales. Y es desde esta perspectiva desde la que se parte en esta
investigación.
Según la OMS (2014), los factores de riesgo más comunes que se suelen presentar
para que se lleve a cabo una agresión y convertir a una persona en víctima son:

• Las dificultades económicas, sociales y de género. • La falta de


vivienda adecuada o de servicios de apoyo a las familias y las
instituciones. • Niveles elevados de desempleo o pobreza. •
Disponibilidad fácil de alcohol y drogas. • Políticas y programas
insuficientes de prevención del maltrato, la pornografía, la
prostitución y el trabajo infantil. • Los castigos físicos o la rigidez de
los papeles asignados a cada sexo. • Las políticas sociales,
económicas, sanitarias y educativas que generan malas condiciones de
vida o inestabilidad o desigualdades socioeconómicas.

Las víctimas y victimarios son, prácticamente en su totalidad, suelen definirse de


distintas maneras pero para seguir adelante el desarrollo de todos éstos
planteamientos es necesario acudir a una de ellas, como por ejemplo:

La ONU (1986) dice que: Víctima es "Aquella persona que ha sufrido un


perjuicio (lesión física o mental, sufrimiento emocional, pérdida o daño material, o un
menoscabo importante en sus derechos), como consecuencia de una acción u omisión
que constituya un delito con arreglo a la legislación nacional o del derecho
internacional".
Para otros autores como Corsi (2018) Las víctimas se entenderán como:
…las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños,
inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida
financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales,
como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación
penal vigente en los Estados Miembros, incluida la que proscribe el
abuso de poder.

De las definiciones anteriores, podrá considerarse "víctima" a una persona, con


arreglo a la presente Declaración, independientemente de que se identifique,
aprehenda, enjuicie o condene al perpetrador e independientemente de la relación
familiar entre el perpetrador y la víctima. En la expresión "víctima" se incluye
además, en su caso, a los familiares o personas a cargo que tengan relación inmediata
con la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para
asistir a la víctima en peligro o para prevenir la victimización.
En contraste con todas las exposiciones que se vienen haciendo sobre las
definiciones de la Víctima, se considera conveniente de igual manera acudir a la de
Victimario la cual para puede encontrarse en el Código Orgánico Procesal penal
venezolano en su forma más implícita como:

…a una persona puede ser victimario debido a diferentes trastornos


psicológicos pero, en esencia, es el entorno lo que más se destaca
como factor que propicie violencia. No únicamente el entorno en
términos comunitarios sino, más bien, quién y cómo se ha criado a esa
persona. Otro elemento que se destaca como factor es la falta de
educación. Por último, el egocentrismo y el narcisismo son elementos
que se destacan como factores que potencian una agresión.

Ahora bien como punto de referencia, los estudios concernientes a los


perpetradores de abuso y maltrato intrafamiliar muestran que es el adulto masculino
es quien con mayor frecuencia estadística asume ese rol. Dichos estudios describen al
abusador típico como alguien que no tiene nada que ver con los estereotipos
habituales que circulan en el imaginario colectivo; es una persona que, ante una
mirada ingenua, jamás podría aparecer como victimario. Esto se debe al fenómeno
que ha sido definido como “doble fachada”: existe un desdoblamiento entre la imagen
social y la imagen privada. En sus contactos sociales puede ser considerado como una
persona agradable, racional, simpática, equilibrada, otros, mientras que en la
intimidad del hogar puede ejercer verdaderos actos de tortura física y/o psicológica
con su mujer o sus hijos. Dado que por definición, el victimario es quien ocasiona el
daño, está en una posición de mayor fortaleza física y/o psíquica que las víctimas. Esa
posición de mayor fortaleza y equilibrio es la que perciben los observadores externos.
En la década del 1950, un equipo de psicólogos sociales americanos realizaron una
experiencia que consistía en presentar materiales filmados a un grupo numeroso de
personas de variadas ocupaciones, para que contestaran luego un cuestionario sobre
dicho material. Uno de ellos consistió en mostrar sendas entrevistas con un ex
torturador de la Alemania nazi y con un ex prisionero de los campos de concentración
(sin informar al grupo de las respectivas identidades y antecedentes); las entrevistas
versaron sobre temas generales, sin aportar datos sobre el pasado de los entrevistados.
En el cuestionario posterior, la inmensa mayoría de quienes habían presenciado el
material fílmico definieron al torturador como más seguro de sí mismo, coherente,
veraz y confiable, mientras que percibieron al torturado como inconsistente,
vacilante, poco confiable, contradictorio y poco veraz.
Las conclusiones de esta experiencia se ajustan casi literalmente a lo que ocurre
cuando los protagonistas del drama de la violencia familiar se exponen frente a
observadores externos (médicos, psicólogo (a), juez (a), asistente social, otros):

…las víctimas de abuso intrafamiliar, a raíz de los efectos


psicológicos de la victimización, son percibidas como contradictorias,
emocionalmente desequilibradas y por lo tanto, se tiende a desconfiar
de la veracidad de su testimonio. En cambio, el perpetrador se muestra
como más confiable, en función de su fachada de seguridad,
racionalidad y aplomo.

Por otra parte, las versiones de ambos siempre son virtualmente opuestas, ya que
el victimario está en condiciones de utilizar argumentos que minimizan las
consecuencias de su conducta, atribuye la responsabilidad de los hechos a supuestas
provocaciones de la víctima, define como exageraciones los cargos en su contra, y
proporciona explicaciones racionales de los hechos.
La víctima, que ha pasado por situaciones extremas y a veces muy prolongadas de
miedo, indefensión, angustia, depresión, otros, se encuentra en inferioridad de
condiciones y el resultado suele ser que, a partir de esta diferencia de imagen, se
confíe menos en su testimonio.
Cuando esto ocurre, están dadas las condiciones para que se produzca el fenómeno
de la “doble victimización” que se traduce en términos más simplificados como
cuando la persona que ya viene dañada vuelve a ser victimizada mediante la
incomprensión o la incredulidad de las personas o instituciones a las que acude para
ser ayudada.
Es en esta parte cuando se puede hablar de la relación que existe entre víctima y
victimario y la credibilidad que se le debe otorgar a cada uno de ellos, es por ello que
distintos autores han puesto de relieve la frontera difusa entre victimización y
criminalidad y algunas investigaciones permiten afirmar el mayor riesgo e impacto
victimal en determinados grupos y personas tradicionalmente asociados con la
criminalidad. El concepto de interseccionalidad entre los procesos de victimización,
criminalización y castigo, impulsado desde el estudio de las víctimas procedentes de
diversas minorías, puede favorecer el debate científico. Un campo prometedor de las
investigaciones criminológicas y victimológicas reside precisamente en la
interdependencia entre los procesos de victimización y de desvictimización, o de
resiliencia y recuperación.
Según Zieguen-Haguen (1977) entre los modelos teóricos sobre la relación
víctima-victimario, cabe destacar la teoría sobre la coincidencia de ciclos
victimológicos y criminológicos la precipitación victimal en el homicidio Wolfgang
(1958) por ejemplo; el homicidio como transacción situacional de Luckenbill (1977)
las técnicas de neutralización de la culpa de Sykes y Matza (1957) o la víctima como
recurso de auto legitimación de Fattah (1976) y el círculo victimal de Rodríguez
Manzaneradonde existe plena coincidencia en que la relación existente entre víctima
victimario reside en el intercambio de roles que ocurren entre las mismas, es decir, lo
que dice el victimario de lo que ha hecho es más creíble y real que lo que alega la
víctima.
Respecto de la reacción victimal, puede aludirse al modelo de afrontamiento social
de Dussich (1988), quien distingue cuatro fases: preventiva (conciencia de posibilidad
de un problema), preparación (de su realidad), acción (en el momento en que se
produce) y revalorización (enfrentamiento).
Ya en casos comprobados de victimización en el contexto familiar, las víctimas
ante las situaciones vividas, para tratar de escapar de su agresor se dirigía en primera
instancia a las autoridades representadas en este caso por los cuerpos de seguridad del
estado como lo es la policía que trataban el suceso como violencia familiar. En
muchas ocasiones su pedimento era atendido por un oficial con poca o escasa
preparación para este tipo de experticia pues no poseía una formación adecuada lo
cual generaba el desinterés por denunciar de nuevo la recurrencia de la agresión, cosa
que se iba acumulando y a medida que su versión era escucha por diferentes instancia
iba cambiando poco a poco hasta convertirse en un hecho totalmente diferente a lo
ocurrido.
Al ser la policía el organismo que la víctima demanda la atención para resguardar
su integridad física, se pone en evidencia el aspecto del desempeño de la actuación
policial en la casos de violencia de género, intrafamiliar, de diversos delitos y en
muchas ocasiones debido a las versiones tomadas de éstas víctimas era más fácil el
nivel de credibilidad en sus victimario que en éstas víctimas debido a elementos tales
como: versiones un tanto difusas, falta de evidencias o pruebas contundentes,
venganzas por efectos colaterales, versiones exageradas de los hechos, falsos testigos
entre otros.
En la mayoría de los casos, las víctimas de una situación concreta tienen una
percepción de lo que debe ser el trabajo de los organismos policiales en cuanto a la
resolución de su problemática, esperan de los funcionarios profesionalismo, respeto,
celeridad, criterios que se traducen en confianza para enfrentar cualquier conflicto en
los cuales su vida puede estar en situación de riesgo. Pero, siempre han existido
aquellas situaciones en que producto de la exageración por parte de la víctima ya sea
en la forma como narra su versión de los hechos o por las pruebas o testigos
presentados, ésta, adquiere el papel de victimario en vez de víctima a la hora de
establecer las aclaratorias de dichas situaciones.
El papel del funcionario policial frente a estos casos de denuncias por diversos
delitos debe ser de total atención hacia la víctima, evitar hacerla ver como la
responsable de la situación en la cual se encuentra así sea ella la responsable de lo
que le sucedió, buscar la protección de la misma pues de su actuación depende la
percepción que se tenga el cuerpo policial si se repitiese la misma situación en casos
posteriores.
La importancia de la reacción por parte de las autoridades ante las distintas
denuncias que presentan en los despachos policiales, refuerza la confianza que se
pueda tener en los organismos del orden público, a la vista de todos que conforman la
comunidad, esto representa la presencia de la ley a que todo ciudadano tiene derecho,
aún más en una sociedad que todavía presenta ribetes de diversos caracteres. Dejaría
ver claramente cuales actitudes como dicen los autores de la cita son permisivas o
toleradas por la sociedad y cuáles no pueden ser aceptadas por su condición
denigrante además que discriminatorias afectan la integridad del ser humano.
Muchas personas escuchan sobre la existencias de estas leyes pero hacen caso
omiso a las mismas pensando que son solo comentarios intimidatorios a los cuales
basta solo con hacerse de “oídos sordos”, por lo que estas acciones al llevarse a cabo,
marcan un hito en la vida de la comunidad testigo del incidente y pone la advertencia
a quienes pretendan siquiera pensar en cometer tales atropellos.
En otras palabras, el trato a las personas víctimas de delitos, no viene a ser más
que un conjunto de valores, procedimientos y actitudes que se constituyen en el punto
de referencia para la actuación ante estos incidentes que requieren una sensibilidad de
carácter social y afectivo hacia la victima; es una especie de empatía hacia lo que otro
que como víctima ha manifestado y por lo cual requiere de su protección y ayuda. Sin
embargo en algunas situaciones estas víctimas pierden todos estos atributos debido a
que después de escuchar sus versiones en realidad son ellas las que ocupan el papel
adverso.
Siguiendo la línea de los planteamientos anteriores, el victimario es la persona que
agrede y violenta los derechos de otros, ya sea de forma física, moral y en sus
propiedades. Para la psicología sí existe una conexión entre víctima y victimario.
Cuando se comete un homicidio doloso (con intención), los damnificados
inconsciente o conscientemente buscan venganza. Tal y como se refiere en la
entrevista: “Es importante que el que caza demonios no se convierta en uno de ellos”.
Un homicidio, con la energía desbordante que genera, puede desencadenar otro
homicidio. Los factores de riesgo que asegura esta disciplina guardan relación con el
área emocional de la persona afectada. Es un evento traumático el perder a alguien
por homicidio. Este evento es una sobreexposición emocional que se desborda en el
actuar de forma impulsiva. El impulso es mitigar el dolor buscando al culpable. Esto
minimiza el juicio y la razón.
Otro de los factores de riesgo es la gran desatención de las víctimas indirectas. La
prensa y las autoridades rápidamente olvidan a las víctimas pasadas y cuando no se
da una atención (no mediática exclusivamente) institucional adecuada o mínima se
agudiza aún más el trauma vivido. Tal y como refieren en la entrevista: “Un trauma
es como una astilla. A veces duele, a veces no, pero ahí está. Y estos eventos renacen
siempre”.
Por último, a diferencia de las otras profesiones, los Departamentos de Psicología
consideran que el porcentaje de personas que son victimarios habiendo sido víctimas
oscila entre el 30% y el 40%.
En definitiva, tras dilucidar en el análisis de los planteamientos anteriormente
realizados se puede llegar a una serie de conclusiones sobre cuáles son los factores
llevan en algunos casos a plantear las interrogantes ¿Por qué es más fácil créele al
victimario? Víctima o victimario: ¿A quién creerle? Las cuales potencian el cambio
de víctima a victimario. Todo lo que se concluye se resume en los siguientes tres
puntos, redactados de forma secuencial para entender cómo podría producirse un
delito por personas previamente victimizadas.
• Un factor de riesgo importante que puede potenciar la comisión de delito se
encuentra directamente relacionado con la familia. Tal y como haya vivido la infancia
una persona, será más o menos propensa a cometer un acto delictivo. Desde la
perspectiva sistémica, se puede confirmar esta hipótesis debido a que está
comprobado que los patrones de comportamiento son aprendidos y
transgeneracionales.
Por lo tanto, una persona que haya vivido en una familia que propicie violencia y
que haya sufrido un episodio traumático como la pérdida por un delito de homicidio,
tiene una alta probabilidad de replicar este delito o incluso, de perfeccionarlo ya que,
en sus patrones de comportamiento y conciencia del dolor ajeno, la agresión puede
estar normalizada. Una familia que no educa en contra de la violencia o que genera
violencia en el seno familiar genera una propensión a la comisión de cualquier delito,
que se verá agravada por un episodio traumático como la pérdida por un delito.
• Otro factor de riesgo es la nula y/o ineficaz atención que las instituciones
públicas dan a las víctimas de este tipo de delitos. La sobreexposición emocional a la
que las víctimas se ven sometidas por una pérdida traumática debe de ser contenida y
tratada por profesionales competentes que den seguimiento al caso. El resentimiento
o la venganza inconsciente sin tratar pueden ser totalmente enajenantes para la
víctima. Debido al mal/no tratamiento de la víctima de este delito, la persona que ha
sufrido una pérdida por homicidio busca saciarlo de forma inconsciente. Se busca
saciar la deficiencia que dejó la experiencia como víctima, provocando lesiones al
que provocó la pérdida, a otra persona ajena al episodio traumático (saciando la
frustración de forma inconsciente) o autolesionándose.
Esto se agrava aún más cuando las víctimas depositan en el sistema judicial la
esperanza de ver satisfecho su deseo de venganza, pero la realidad es que “no es
función del sistema judicial satisfacer a la víctima desde lo emocional del daño
causado. Con seguridad, la víctima se va a sentir frustrada y desatendida. La lentitud
del sistema judicial y/o la impunidad son estresores destacables que pueden generar
una explosión emocional en las víctimas.
• Por último, otro factor que puede provocar la comisión de un delito es el
consumo de estupefacientes y otras sustancias adictivas en edades tempranas. Una
persona que ha vivido violencia o que no es sensible al dolor ajeno y que de pronto
experimenta un episodio traumático cuyas secuelas no son tratadas se convierte en
una bomba de relojería. El consumo de estas sustancias es un agravante que facilita la
manifestación de conductas violentas pudiendo acabar en la comisión de un delito. La
pérdida por homicidio representa un trauma para una víctima, dicho trauma si no se
trata siempre florecerá. Estas sustancias funcionan como inhibidores, reducen el
juicio y exacerban conductas reprimidas, lo que hace a la persona más propensa a
comisionar un delito.

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