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delitos violentos
Publicado el 18/10/2011 por Inés Tornabene
“Cuando estamos ahogándonos en el fondo del mar, no tenemos tiempo de pedir un
salvavidas. Esperamos que alguien lo arroje” I.T.
Si la situación es vivida como traumática -lo que por lo general sucede- supone
una quiebra en el sentimiento de seguridad de la persona. Como consecuencia,
todo el entorno familiar vivirá las consecuencias y padecerá también ese
sentimiento de inseguridad. No sólo la o las víctimas directas tendrán sobre si
la vivencia sufriente; toda la estructura familiar quedará alterada. Para Hanson,
Kilpatrick, Falsetti y Resnich (1995) es de interés especial el conocimiento de
las reacciones y secuelas emocionales que arrastran muchas personas -en su
mayoría mujeres y niños- durante períodos prolongados, incluso a lo largo de
toda su vida.
Tal es así que a lo largo de la historia podemos ver que incluso el Derecho
Penal se ha focalizado principalmente en las lesiones físicas de las víctimas,
pero no ha merituado debidamente el daño psicológico. Ha sido en los últimos
años donde se han producido cambios en esta desajustada forma de ver el
hecho violento, recién cuando comenzó a pensarse a la salud como un
concepto integral bio-psico-social, y no sólo como la ausencia de enfermedad.
La segunda fase cursa a medida que la conciencia del hecho se hace más
profunda y comienza a salirse del estado de embotamiento inicial típico del
“shock”. Así, comienzan a experimentarse emociones y afectos de distinto color
y grado: dolor, indignación, rabia, impotencia, culpa, miedo. Todas pueden
presentarse de a una, alternarse entre sí con momentos de profundo
abatimiento, o atacar crudamente en simultáneo.
Por último, hay una tendencia general en las víctimas a re-experimentar el
suceso, ya sea en forma conciente o provocado por un estímulo
desencadenante asociado con el hecho (un ruido, un olor, una imagen, etc) o
una situación general que lo evoque (el “aniversario” del hecho, una película,
una celebración importante, etc)
En suma, más allá del análisis más profundo que se realiza desde lo jurídico y
desde lo psicológico, que no es el objetivo del presente artículo, hay
coincidencia en la bibliografía consultada sobre la particularidad referida al
grado o magnitud que puede adquirir el daño psicológico. Este estará mediado
por algunos factores articulados como ser:
Bibliografía consultada:
Acierno, R., Kilpatrick, D.G y Resnick, H.S (1999). Posttraumatic stress disorder in
adults relative to criminal victimization: Prevalence, risk factors, and comorbidity. En
P.A. Saigh y J.D. Bremner (Eds). Posttraumatic stress disorder: A comprehensive text.
Needham heights, M.A. Allyn & Bacon, Inc.
Dutton-Douglas, M.A., Burghardt, K.J., Perrin, S.G y Chrestman, K.R. (1994). Battered
women’s cognitive schemata. Journal of Traumatic Stress, 7, 237-255
Echeburúa, E., Corral, P., Amor, P.J., Zubizarreta, I y Sarasua, B. (1997a). Escala de
Gravedad de Síntomas del Trastorno de Estrés Postraumático: propiedades
psicométricas, Análisis y Modificación de Conducta, 23, 503-526
Echeburúa, E., Corral, P., Amor, P.J., Evaluación del daño psicológico en las víctimas
de delitos violentos, Psicothema, 2002, Vol. 14, Supl., 139-146
Pynoos, R., Sorenson, S. y Steinberg, A. (1993). Interpersonal violence and traumatic
stress reactions. En L. Goldberger y S. Breznitz (Eds). Handbook of stress: Theoretical
and clinical aspects (2nd de.). New York. Free Press.