Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Etica básica
\' ;¡
�� ()
,, (/'-.
::;- (\¡
) '
1 996
Universidad de Deusto
Bilbao
2.a Edición
© Universidad de Deusto
Apartado 1 - 48080 Bilbao
ISBN: 84-7485-410-5
Depósito legal: BI -1331-96
Inipreso en Espafia/Printed in Spain
, • ..................................... ............••••..• .
_. ..___..
j
en la sospecha, ¿Debería usted revelar que la culpa fue suya? ¿O debería
deJar que pasara el tiempo para que se vaya olvídando todo el asunto'!»
(De L. HATCH, Dilemas, reproducido en H.0.5PERS, La conducta huntana,
L:d�d, Tecnos, 1979,
. �� ��'. · · ·-·-···· · ·�---·
l. Lo bueno y lo obligatorio
25
glas de normas que se caracterizan a la vez por la constricción (en liber
tad) .y la universalidad,3
Estas dos carns no son fáciles de armonizar, pues l a primera de ellas
nos remite.al deseo y la segunda al deber. ¿Cómo puede el deseo, aunque
sea deseo del bien, ser compatible con la razón, siendo, como muestra la
experiencia, múltiple y con frecuencia compulsivo? ¿No debe en todo
caso ser controlado por la norma? ¿Pero tiene sentido afirmar que debe
mos hacer lo que precisarnos hacer para conseguir l o que deseamos? ¿Y
pueden pretenderse normas que no hagan referencia previa a bienes,
cuando parecen ser los bienes lo único que nos mueve?
La complejidad de estas cuestiones ha hecho que las propuestas de ar
ticulación de lo bueno y lo obligatorio que se han dado desde la filosofía,
sean diversas y con frecuencia encontradas. Destacan, con todo, dos gran
des herencias que están condicionando de lleno el debate actual: 1 ) la he
rencia aristotélica y su perspectiva teleológica, con el primado del bien;
2) la herencia kantiana y su perspectiva deontológica, con el primado de
la norma. Ambas tradiciones se remiten de todos modos a la razón huma
na como criterio o fuente de la moralidad (aunque en la primera se trate
de «inteligencia deseanlc» ); pero e l debate actual no puede entenderse sin
considerarse también: 3) a los que ponen en crisis las referencias raciona
les de la ética, como los «maestros de la sospecha» (Marx, Nietzsche y
Freud) y antes Hume (con sus seguidores en el campo analítico).
� Cfr RICOEUR, �991, 256�269. Ricoeur propone, fre11te a la distinción que antes herrtos
asumido, llamar ética a lo estimado bueno y 111oral a Jo que se impone- comq obligatorio, esta
ble<--icndo una precisa urüculación entre ellas ----con el pri1nado de la ética- a la que rnás
adelante nos referiremos.
26
viciosos, lo que no expresa la mediocridad sino Jo mejor para el hombre.
3) Entre las virtudes, la phronesis o capacidad de deliberar correctamente
sobre Jo bueno, es decisiva para precisar lo que conviene a la naturaleza
humana en cada circunstancia. 4) En este marco, la dimensión de obliga
ción queda muy d i fu m i n ada, aunque podría formularse del siguiente
modo: «Sé realmente lo que eres potencialmente». 5) El deseo como ape
tito queda en cambio afirmado como consustancial al entendimiento
práctico, pues es el único que lo mueve, aunque debe ser regulado por la
razón: «deseo deliberado» desde una «inteligencia deseante»; el hombre
bueno no es el que acttía contra la inclinación sino el que actúa desde
una inclinación educada por e l cultivo de las virtudes.
2. Para que quede más completa la descripción de las raíces de los
actuales enfoques telcológicos, se impone una breve referencia al epicu
reísmo, que se definirá como ética del deseo, identificado éste con el pla
cer-gozo que se consigue a través de una vida temperada.
3. En definitiva, desde estos enfoques, la moral es v ista como «aquel
ámbito humano en el que podemos deliberar acerca de los medios oportu
nos para alcanzar la fel i cidad» [a la que tendemos inevitablemente. ..] La
razón moral se nos presenta entonces como raz.ón prudencial, co1no ra7....ó n
que i n tenta ser versada en las estrategias conducentes a la felicidad».
(Cortina, 1993, 1 80). Aunque hay que matizar que tampoco es ajena Ja ra
zón práctica al trabajo de precisar l o que deba entenderse por felicidad,
que, como hemos visto, puede ser entendida como «plenitud», en la línea
aristotélica, o como «placer-agrado» en la línea epicúrea, resaltándose en
este último caso más propiamente la razón calculadora de placeres y do
lores, y no tanto la razón prudencial propiamente dicha «que pondera los
principi o., y valores que entran en conflicto en una situación concreta,
buscando el mayor bien posible para el conjunto de la vida, entendido
como tendenci a a la autorrealización» (Id., 1 8 1 ) . El problema está en sa
ber si es tan annonizable l a inclinación con la virtud y el bien, y sobre
todo si desde esos enfoques son posibles normas universales, dado que la
definición de bien difícilmente Jo es, a menos que se den supuestos meta
físicos sobre la naturaleza humana, difíciles a su vez de u n i versalizar.
3 . La deontología kantiana
·· ··-···········--- ··· -········ - -""''"'"'-'·----
27
l . Deben resaltarse las siguientes ideas•:
� Puede comenzar.11e con una presentación más clen1ental en la que se describa el marco
de la reflexión ética kantiana: 1 ) Su crítica a las éticas 1nateriales, las que se dotan de unos
contenidos expresados en un bien/fin últin10 que hay que perseguir 't unos nledios/normas
para alcanzarlo, y que p()seen con10 características el ser en1píricas, hipotéticas y heteróno
rnas; partiendo de que la élica válida debe ser universal y racional, estas éticas 1nateriales no
serían válidas por no ser universalizables. 2) Su propuestn de una ética fonnal, la que no esta�
blece fínes y no nos dice lo que debeinos hacer sino cc>mo debemos hacerlo; lo que se concre�
ta indicando que debemos actuar por deber y .según el itnperatívo categórico.
28
formulación del imperativo). Hay además otras dos condiciones
que apuntan más directamente a la aplicabilidad: que la norma res
pete al bombre como fin en sí (regla de la humanidad: segunda
formulación) y que tenga como fuente de legislación a la voluntad
(regla de autonomía: tercera formulación). (Ver estas formulacio
nes en texto n.º 6).
-Por autonomía de la voluntad hay que entender independencia de
la misma respecto a todo aquello que no es su propia determina
ción; en la heteronomía, en cambio, el valor d e la voluntad está
condicionado a su objeto. No debe olvidarse, de todos modos, que
el hombre autónomo no es el mero individuo, sino el individuo
como representante de la razón común de toda la humanidad.
-Sin entrar aquí en un debate filosófico sobre este enfoque, sf cabe
subrayar que, al situarse en un marco trascendental, encuentra gra
ves dificultades para su aplicabilidad. Porque para Kant lo ético
atañe estrictamente a la decisión. pero aplicar la ética a la vida
pide considerar la viabilidad de los preceptos y la previsión de las
consecuencias, algo para lo que la razón práctica prudencial se
adapta mejor que la razón práctica categórica, tendente al rigoris
mo y la inflexibilidad. Los imperativos kantianos son por eso, pro
bablemente, reglas incompletas para definir el buen hacer de la ra
zón razonable'.
-Pero e n buena medida parecen hoy reglas irrenunciables, aunque
haya que remodelarlas. El enfoque kantiano crea, en efecto, las ba
ses y perspectivas para buscar los mínimos normativos que todo
ser humano, en cuanto ser racional, debe cumplir, al margen de lo
que piense que sea su bien.
5 Habría que n1atizar lo que antecede en el senrido de que hay textos kantianos como !a
parte de la doctrina sobre la virtud de Meta.ffsica d(� fas costunibres, que ofrecen pistas de.
aplicabilidad impo11antes, c-01no lo pone de nianifiesto el estudio de A-M. Rov1ELLO, «L'lm
peratíf kantien face aux technologies nouvdles» desde el caso de la bioética (en G. Harro1s y
M-G. P1NsART (e<ls) Hans Jonas: Nature f!I responsabili11!. Paris, Vrin, 1993).
29
nir lo bueno de modo estable y general, ni fundamentar la obligación de
hacer eso que es considerado bueno: Hume debe acudir a un sentimiento
uni versal de simpatía, de muy dudosa j ustificación desde los supuestos
de que se parte. Maclntyre llega a afirmar a este respecto: «Está claro
que l a invocación de Hume a la compasión es un invento que intenta ten
der un puente sobre Ja brecha entre cualquier conjunto de razones que
pudieran apoyar la adhesión incondicional a normas generales e incondi
cionadas y un conjunto de razones para la acción o el juicio que pudieran
derivarse de nuestros particulares, t1uctuantes y acomodaticios deseos,
emociones e intereses. Más tarde, en Adam Smith, la compasión será in
vocada precisamente para el mismo propósito. Pero la brecha es lógica
mente insalvable, y "compasión", tal como es usada por Hume y Smith,
es el nombxe de una ficción filosófica» (Maclntyre, 7 l ).
a) La perspectiva aristotélica.
Aristóteles estudia la justicia especialmente en el libro V de su Ética
a Nic6maco. Distingue entre una justicia universal o justicia como virtud
genérica, y una j usticia particular, en la que aparecen variedades de la
justicia.
La justicia universal se nos presenta en principio como obediencia a
la ley. Justicia es aquí lo que es legal, pero teniendo en cuenta que la
ley, desde la concepción aristotélica de un Estado en perspectiva positi
va y con función educadora, se extiende al menos idealmente a la vida
entera, imponiendo las acciones virtuosas. Por eso. la justicia universal
32
coincide más o menos con la rectitud moral en general o , si se quiere,
con la virtud en su dimensión social. «De hecho, la gran mayoría de las
prescripciones legales se desprenden de l a virtud total , porque la ley
manda vivir de acuerdo con todas las virtudes y prohibe vivir según to
dos los vicios. Y los factores capaces de producir la virtud total son
todas las disposiciones que la legislación prescribe para la educación cí
vica» (Ét. Nic. 241).
La justicia particular se nos presenta en tres variedades o especies;
1 . En primer lugar, como justicia distributiva de honores y bienes
entre los miembros de una comunidad (prioritariamente estatal);
el criterio de distribución al que se apunta es el de proporcionali
dad según el mérito, aunque Aristóteles reconoce que «todos es
tán de acuerdo que lo justo en las distribuciones debe estar de
acuerdo con ciertos méritos, pero no todos coinciden en cuanto al
mérito mismo, sino que los demócratas lo ponen en Ja l ibertad,
los ol igárquicos en Ja riqueza o nobleza, y los aristócratas en la
virtud» (!bid. 244).
2. E n segundo l ugar, tenemos Ja j usticia correctiva o rectificadora,
que interviene para corregir las desigualdades que pueden darse
en las relaciones entre los individuos, sean voluntarias o involun
tarias (aparecen aquí los fraudes y violencias); to justo consiste en
este caso en restablecer Ja igualdad, algo que compete especial
mente al juez que «intenta igualar esta clase de injusticia que es
una desigualdad; así, cuando uno recibe y el otro da un golpe, o
uno mata y otro muere, el sufrimiento y Ja acción se reparten de
sigualmente, pero el juez procura igualarlos con el castigo quitan
do de la ganancia» (!bid. 246).
3. Por último, tenemos la justicia conmutativa o comercial, que bus
ca el equílíhrío en el intercambio de bienes; al ser éstos de natura
leza tan diversa, «es preciso que se igualen y, por eso, todas las
cosas que se intercambian deben ser, de alguna manera, compara
bles. Para esto se ha introducido la moneda, que es de algún
modo, algo intermedio, porque todo lo mide» (!bid. 249).
Aristóteles hace luego d iversas observaciones complementarias a
esta clasificación, entre las que cabe resaltar dos: 1 ) Hay que distinguir
entre justicia natural y legal o convencional. «La justicia fundada en la
convención y en la utilidad es semejante a las medidas, porque las medi
das de vino o de trigo no son iguales en todas partes, sino mayores donde
se compra y menores donde se vende. De la misma manera, las cosas que
son justas no por naturaleza, sino por convenio humano, no son las mis
mas en todas partes, puesto que tampoco lo son los regímenes políticos,
33
si bien sólo uno es por naturaleza el mejor en todas partes» (!bid. 225).
2) Hay que distinguir igualmente entre ley general y equidad prudencial
como corrección de la justicia legaL «La causa de ello es que toda ley es
universal y que hay casos en los que no es posible tratar las cosas recta
mente de un modo universal. [. . . ] Por tanto, cuando la ley presenta un
caso universal y sobrevienen circunstancias que quedan fuera de la
fórmula universal, entonces está bien, en la medida en que el legislador
omite y yerra al simplificar, el que se corrija esta omisión» (lbid. 263).
Para ser fiel a su esquema general, Aristóteles insiste en definir la
justicia como término medio entre dos extremos, «entre cometer la injus
ticia y padecerla», dice en un momento (!bid. 25 1 ). Pero reconoce a con
tinuación que este esquema no es muy adecuado para esta virtud, porque
no tiene vicio más que por un extremo (el del exceso, según él). Debe te
nerse igualmente en cuenta que Aristóteles propone las virtudes como
aquella actividad que supone el bien/fin del hombre, es decir, la felici
dad. La justicia es decisiva para el bien de la ciudad, si bien las demás
también serán necesarias para ello, y no hay que olvidar que «aunque sea
el mismo el bien del individuo y el de Ja ciudad, es evidente que es mu
cho más grande y mucho más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la
ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es
más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para las ciudades»
(!bid. 1 3 1)8•
b) La perspectiva de Hume
Hume se sitúa ya en un contexto moderno en el que se ha planteado
(con Locke) la existencia de unos derechos individuales anteriores al Es
tado que éste d.ebe proteger con sus leyes. La perspectiva, como se ve, es
diferente a la aristotélica. Hume no va a participar en la concepción de
los derechos naturales inalienables y en última instancia de origen divino
de Locke, pero sí va a hacer su propuesta sobre la jµsticia desde el con
texto de individuos a quienes les conviene organizarse en sociedad pac
tando convencionalmente un determinado funcionamiento social.
¿Cuál es el origen de la justicia para Hume?9 No la existencia inde
pendiente y previa de derechos individuales que deben ser respetados
-consistiendo la justicia en ese respeto-, sino el interés propio. Es el
interés propio el que empuja a .los hombres a constituirse en sociedad y
8 Recuérdese a este respe<;:to que Aristóteles concibe su ética como una «disciplina polí
tica».
9 Véase especialmente HUME, Tratado de la naturalez" humana, libro 111, parte JI e lnves·
34
Vemos, pues, cómo Hume propone una teoría de la justicia coherente
con su concepción general de la virtud y los juicios morales, apoyada deci
sivamente en el sentimiento. Su teoría puede además resituarse teleológi
camente, en la medida en que se presenta la justicia al servicio del interés
individual y colectivo. Y en este sentido es el primer antecesor propiamen
te dicho del utilitarismo que se verá más adelante, no sólo porque usa ex
presamente el concepto de utilidad para dar razón de las virtudes en gene
ral y de la justicia en particular, sino porque, aunque la liga especialmente
a la paz y seguridad, también menciona, aunque sea confusamente, «la fe
licidad de la sociedad humana» (Investigación, 65).
c) La perspec1iva kantfona
de citamos.
37
del otro)» (lbid. 27). Con ello, Kant se pronuncia en contra de los Esta
dos paternalistas que, considerando a sus súbditos menores de edad, de
ciden por ellos lo que es su bien.
El principio de igualdad es formulado del siguiente modo: «Cada
miembro de la comunidad tiene derechos de coacción frente a cualquier
otro [por medio de la ley pública y para ob!ígar a los demás a que armo
nicen su l ibertad con la de uno], circunstancia de l a que sólo queda ex
cluido el jefe de dicha comunidad [ . . ]» (!bid. 28). Kant aclara que esta
.
38
para él -se dirá más adelante, afinando el sentido de la justicia- el de
recho a las condiciones sociales y económicas que le permitan ser activo.
Kant concluye resaltando que lo que funda entre los hombres la
constitución civil legítima y universal es el contrato originario, que no
hay que suponer como un hecho sino como «mera idea de la razón que
tiene, sin embargo, su indudable realidad (práctica), a saber, la de obligar
a todo legislador a que dicte sus leyes como si éstas pudieran haber ema
nado de la voluntad unida de todo un pueblo, y a que considere a cada
súbdito, en la medida en que éste quiera ser ciudadano, como si hubiera
expresado su acuerdo con una voluntad tal. Pues ahí se halla la piedra de
toque de la legitimidad de toda ley pública» (!bid. 37).
Por lo que antecede, puede verse cómo Kant hace una propuesta ya
muy elaborada de la tradición liberal contractualista de la justicia que
se remonta de modo preciso a Locke y que avanza hacia una orienta
ción formal y procedimental. Son evidentes sus limitaciones desde
nuestra perspectiva, sobre todo cuando entra en el terreno de las con
creciones, pero en esta propuesta están ya plenamente asentadas las ba
ses del liberalismo moderno que autores como Rawls tratarán de afinar
precisamente desde una concepción de la justicia como imparcialidad y
una reformulación en esa linea de la hipótesis del contrato como posi
ción original.
39