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Xabier Etxeberria

Etica básica
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1 996
Universidad de Deusto
Bilbao
2.a Edición

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Capítulo 2

Las dos caras del fenómeno moral

, • ..................................... ............••••..• .
_. ..___..

Co1no íntroducción a e,.;t; e capítulo. y a ftn de que aparezcan las diver­


sas perspectivas en que pueden plantearse los juicios morales, puede discu­
tirse un caso como éste:
«Usted está e1n pleado en una farmacia y manriene a una mujer y dos
niños gracias a este trabajo. que consh;te, principalmente, en p reparar me­
dicinas recetada<;. (]erto día, al repasar la'i copias de estas recetas, descu�
bre usted con horrar que la 1nuerte misteriosa de un conciudadano hace
seis rneses tiene que atribuirse a un error que usted con1etió al prepararle
un medi.ca1nento. Nunca han sospechado de usted y la investigacíón sobre
el caso ha sido ya archivada. pero la viuda del mue1to ha quedado envuelta

j
en la sospecha, ¿Debería usted revelar que la culpa fue suya? ¿O debería
deJar que pasara el tiempo para que se vaya olvídando todo el asunto'!»
(De L. HATCH, Dilemas, reproducido en H.0.5PERS, La conducta huntana,
L:d�d, Tecnos, 1979,
. �� ��'. · · ·-·-···· · ·�---·

l. Lo bueno y lo obligatorio

La complejidad del fenómeno moral se deriva de que se nos presenta


con dos caras, Como resalta Rícoeur, por un lado relacionamos lo moral
con aquello que estimamos bueno: la ética !tace referencia aquí a la
orientación hacia una vida plenificada, bajo el signo de las acciones con·
sideradas buenas, resaltándose de este modo el carácter de proyecto; por
otro lado, lo moral se nos presenta como aquello que se impone como
obligatorio: la ética hace aquí referencia a un conjunto de normas o re-

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glas de normas que se caracterizan a la vez por la constricción (en liber­
tad) .y la universalidad,3
Estas dos carns no son fáciles de armonizar, pues l a primera de ellas
nos remite.al deseo y la segunda al deber. ¿Cómo puede el deseo, aunque
sea deseo del bien, ser compatible con la razón, siendo, como muestra la
experiencia, múltiple y con frecuencia compulsivo? ¿No debe en todo
caso ser controlado por la norma? ¿Pero tiene sentido afirmar que debe­
mos hacer lo que precisarnos hacer para conseguir l o que deseamos? ¿Y
pueden pretenderse normas que no hagan referencia previa a bienes,
cuando parecen ser los bienes lo único que nos mueve?
La complejidad de estas cuestiones ha hecho que las propuestas de ar­
ticulación de lo bueno y lo obligatorio que se han dado desde la filosofía,
sean diversas y con frecuencia encontradas. Destacan, con todo, dos gran­
des herencias que están condicionando de lleno el debate actual: 1 ) la he­
rencia aristotélica y su perspectiva teleológica, con el primado del bien;
2) la herencia kantiana y su perspectiva deontológica, con el primado de
la norma. Ambas tradiciones se remiten de todos modos a la razón huma­
na como criterio o fuente de la moralidad (aunque en la primera se trate
de «inteligencia deseanlc» ); pero e l debate actual no puede entenderse sin
considerarse también: 3) a los que ponen en crisis las referencias raciona­
les de la ética, como los «maestros de la sospecha» (Marx, Nietzsche y
Freud) y antes Hume (con sus seguidores en el campo analítico).

2. f,a teleología aristotélica

Se puede con1enzar acercándose a eJla a través del comentario de los


textos selcc.cionados de Etica a Nicómaco (ver anexo)

l . De la propuesta aristotélica debe resaltarse lo siguiente: 1) La ac­


ción es buena cuando conduce al bien del hombre, que se define desde l a
tendencia a la felicidad implantada en s u naturaleza y que consiste e n
«Una cierta actividad del alma de acuerdo con l a virtud>>, aunque s i n ex­
cluir su acompañamiento del placer y l a necesidad de ciertos bienes ex­
ternos. 2) La virtud es definida como término medio entre dos extremos

� Cfr RICOEUR, �991, 256�269. Ricoeur propone, fre11te a la distinción que antes herrtos
asumido, llamar ética a lo estimado bueno y 111oral a Jo que se impone- comq obligatorio, esta­
ble<--icndo una precisa urüculación entre ellas ----con el pri1nado de la ética- a la que rnás
adelante nos referiremos.

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viciosos, lo que no expresa la mediocridad sino Jo mejor para el hombre.
3) Entre las virtudes, la phronesis o capacidad de deliberar correctamente
sobre Jo bueno, es decisiva para precisar lo que conviene a la naturaleza
humana en cada circunstancia. 4) En este marco, la dimensión de obliga­
ción queda muy d i fu m i n ada, aunque podría formularse del siguiente
modo: «Sé realmente lo que eres potencialmente». 5) El deseo como ape­
tito queda en cambio afirmado como consustancial al entendimiento
práctico, pues es el único que lo mueve, aunque debe ser regulado por la
razón: «deseo deliberado» desde una «inteligencia deseante»; el hombre
bueno no es el que acttía contra la inclinación sino el que actúa desde
una inclinación educada por e l cultivo de las virtudes.
2. Para que quede más completa la descripción de las raíces de los
actuales enfoques telcológicos, se impone una breve referencia al epicu­
reísmo, que se definirá como ética del deseo, identificado éste con el pla­
cer-gozo que se consigue a través de una vida temperada.
3. En definitiva, desde estos enfoques, la moral es v ista como «aquel
ámbito humano en el que podemos deliberar acerca de los medios oportu­
nos para alcanzar la fel i cidad» [a la que tendemos inevitablemente. ..] La
razón moral se nos presenta entonces como raz.ón prudencial, co1no ra7....ó n
que i n tenta ser versada en las estrategias conducentes a la felicidad».
(Cortina, 1993, 1 80). Aunque hay que matizar que tampoco es ajena Ja ra­
zón práctica al trabajo de precisar l o que deba entenderse por felicidad,
que, como hemos visto, puede ser entendida como «plenitud», en la línea
aristotélica, o como «placer-agrado» en la línea epicúrea, resaltándose en
este último caso más propiamente la razón calculadora de placeres y do­
lores, y no tanto la razón prudencial propiamente dicha «que pondera los
principi o., y valores que entran en conflicto en una situación concreta,
buscando el mayor bien posible para el conjunto de la vida, entendido
como tendenci a a la autorrealización» (Id., 1 8 1 ) . El problema está en sa­
ber si es tan annonizable l a inclinación con la virtud y el bien, y sobre
todo si desde esos enfoques son posibles normas universales, dado que la
definición de bien difícilmente Jo es, a menos que se den supuestos meta­
físicos sobre la naturaleza humana, difíciles a su vez de u n i versalizar.

3 . La deontología kantiana
·· ··-···········--- ··· -········ - -""''"'"'-'·----

Cabe co1nenzar acercándose a el l a a través del cotnentario de los textos

seleccionados de Kant de Fitnda1nen1ac;ón de la rnetaftsica de las costum­


bres. (Ver anexo). Pueden iguahnente leerse los textos tras l a presentación
de Kant o al hilo de la 1nisma.

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l . Deben resaltarse las siguientes ideas•:

-Kant tiene muy presente lo que todos hemos podido constatar: q ue


la búsqueda de nuestra felicidad personal, que el seguimiento de
nuestras inclinaciones, choca con frecuencia con lo que es justo. Y
distinguiendo netamente el hombre fenoménico, el que se pregunta
por s u bienestar, del nollménico, el que se pregunta por cómo
obrar moralmente, por las condiciones de posibilidad de la con­
ducta plenamente moral, propon e una ética que indica qué requisi­
tos (formalismo) debe cumplir una máxima para que sea conside­
rada moral.
-El. móvil de la acción moral no puede ser, por eso, el deseo sino el
deber (deontologismo). Hay que hacer lo debido sólo por deber,
sin que entren en juego sentimientos ni intereses. la calidad moral
de una acción no se juzga por la acción misma, ni por sus conse­
cuencias, sino por la actitud de la voluntad que actúa por deber,
por respeto a la ley moral.
-Se descarta así la felicidad del ámbito de lo moral incluso como
efecto de una vida virtuosa: jo más que puede afirmarse es que la
buena voluntad nos hace dignos de ser feli.ces. Y si toda norma éti­
ca debe •compañarse de alguna idea de lo bueno, aquí lo bueno
supuesto no es ni la perfección, ni la felicidad, ni el placer, sino la
buena vo Juntad.
-La buena voluntad es aquella que se determina mediante el im­
perativo categórico. Para Kant, los juicios morales deben man­
dar necesariamente y para todos bajo la forma de un imperativo
categórico. Los i mperati vos hipotéticos son imperativos de la
habilidad, pues prescriben la elección de las condiciones que
conducen a un fin dado (razón prudencial y calculadora, conse­
cuencialismo). Sólo los juicios categóricos son propiamente mo­
rales, porque sólo ellos ofrecen la regla uni versal y necesaria de
obligación.
-La condición necesaria para que se dé la racionalidad moral es así
la universalidad de la norma (exigencia expresada en la primera

� Puede comenzar.11e con una presentación más clen1ental en la que se describa el marco

de la reflexión ética kantiana: 1 ) Su crítica a las éticas 1nateriales, las que se dotan de unos
contenidos expresados en un bien/fin últin10 que hay que perseguir 't unos nledios/normas
para alcanzarlo, y que p()seen con10 características el ser en1píricas, hipotéticas y heteróno­
rnas; partiendo de que la élica válida debe ser universal y racional, estas éticas 1nateriales no
serían válidas por no ser universalizables. 2) Su propuestn de una ética fonnal, la que no esta�
blece fínes y no nos dice lo que debeinos hacer sino cc>mo debemos hacerlo; lo que se concre�
ta indicando que debemos actuar por deber y .según el itnperatívo categórico.

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formulación del imperativo). Hay además otras dos condiciones
que apuntan más directamente a la aplicabilidad: que la norma res­
pete al bombre como fin en sí (regla de la humanidad: segunda
formulación) y que tenga como fuente de legislación a la voluntad
(regla de autonomía: tercera formulación). (Ver estas formulacio­
nes en texto n.º 6).
-Por autonomía de la voluntad hay que entender independencia de
la misma respecto a todo aquello que no es su propia determina­
ción; en la heteronomía, en cambio, el valor d e la voluntad está
condicionado a su objeto. No debe olvidarse, de todos modos, que
el hombre autónomo no es el mero individuo, sino el individuo
como representante de la razón común de toda la humanidad.
-Sin entrar aquí en un debate filosófico sobre este enfoque, sf cabe
subrayar que, al situarse en un marco trascendental, encuentra gra­
ves dificultades para su aplicabilidad. Porque para Kant lo ético
atañe estrictamente a la decisión. pero aplicar la ética a la vida
pide considerar la viabilidad de los preceptos y la previsión de las
consecuencias, algo para lo que la razón práctica prudencial se
adapta mejor que la razón práctica categórica, tendente al rigoris­
mo y la inflexibilidad. Los imperativos kantianos son por eso, pro­
bablemente, reglas incompletas para definir el buen hacer de la ra­
zón razonable'.
-Pero e n buena medida parecen hoy reglas irrenunciables, aunque
haya que remodelarlas. El enfoque kantiano crea, en efecto, las ba­
ses y perspectivas para buscar los mínimos normativos que todo
ser humano, en cuanto ser racional, debe cumplir, al margen de lo
que piense que sea su bien.

2. Como antecedente del enfoque kantiano hay que citar a la tradi­


ción estoica, que abandona la noción aristotélica de re/os, afirmando que
sólo la vol untad bien formada, aquella que se conforma con la ley encar­
nada en el orden cósmico, es buena. Hay autores que resaltan igualmente
que «el carácter deontológico de los juicios morales es el fantasma de los
conceptos de ley divina» (Maclntyre, 143) vívidos d esde el cristianismo
(por lo que se caería en continuos problemas, al mantener la categorici­
dad sin mantener la referencia de la misma).

5 Habría que n1atizar lo que antecede en el senrido de que hay textos kantianos como !a

parte de la doctrina sobre la virtud de Meta.ffsica d(� fas costunibres, que ofrecen pistas de.
aplicabilidad impo11antes, c-01no lo pone de nianifiesto el estudio de A-M. Rov1ELLO, «L'lm­
peratíf kantien face aux technologies nouvdles» desde el caso de la bioética (en G. Harro1s y
M-G. P1NsART (e<ls) Hans Jonas: Nature f!I responsabili11!. Paris, Vrin, 1993).

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nir lo bueno de modo estable y general, ni fundamentar la obligación de
hacer eso que es considerado bueno: Hume debe acudir a un sentimiento
uni versal de simpatía, de muy dudosa j ustificación desde los supuestos
de que se parte. Maclntyre llega a afirmar a este respecto: «Está claro
que l a invocación de Hume a la compasión es un invento que intenta ten­
der un puente sobre Ja brecha entre cualquier conjunto de razones que
pudieran apoyar la adhesión incondicional a normas generales e incondi­
cionadas y un conjunto de razones para la acción o el juicio que pudieran
derivarse de nuestros particulares, t1uctuantes y acomodaticios deseos,
emociones e intereses. Más tarde, en Adam Smith, la compasión será in­
vocada precisamente para el mismo propósito. Pero la brecha es lógica­
mente insalvable, y "compasión", tal como es usada por Hume y Smith,
es el nombxe de una ficción filosófica» (Maclntyre, 7 l ).

5. Las diversas perspectivas ante el tema de la ,justicia

Dado que, en vistas a sentar las bases de la ética aplicada en general


y de las éticas profesionales en particular, nos interesa destacar la ética
de Ja justicia, es conveniente comenzar ya viendo cómo nos.es presenta­
da ésta por los tres autores que acabamos de estudiar y que nos han
abierto a la problemática de lo moral. Globalmente hablando, hemos afir­
mado que las éticas teleológicas apuntan preferentemente a la felicidad
(en este sentido, conciben la j u sticia como medio para conseguirla),
mientras que las éticas deontológicas apuntan a la justicia (és decir, cen ­
tran su propuesta en una j usticia procedimental que regule de modo co­
rrecto la convivencia y el reparto). De todos modos, si nos adentrarnos
un poco en lo que cada autor piensa de la j usticia más concretamente, ve­
remos que se nos ofrece un panorama significativo de la misma que pre­
para las concepciones actuales.

a) La perspectiva aristotélica.
Aristóteles estudia la justicia especialmente en el libro V de su Ética
a Nic6maco. Distingue entre una justicia universal o justicia como virtud
genérica, y una j usticia particular, en la que aparecen variedades de la
justicia.
La justicia universal se nos presenta en principio como obediencia a
la ley. Justicia es aquí lo que es legal, pero teniendo en cuenta que la
ley, desde la concepción aristotélica de un Estado en perspectiva positi­
va y con función educadora, se extiende al menos idealmente a la vida
entera, imponiendo las acciones virtuosas. Por eso. la justicia universal

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coincide más o menos con la rectitud moral en general o , si se quiere,
con la virtud en su dimensión social. «De hecho, la gran mayoría de las
prescripciones legales se desprenden de l a virtud total , porque la ley
manda vivir de acuerdo con todas las virtudes y prohibe vivir según to­
dos los vicios. Y los factores capaces de producir la virtud total son
todas las disposiciones que la legislación prescribe para la educación cí­
vica» (Ét. Nic. 241).
La justicia particular se nos presenta en tres variedades o especies;
1 . En primer lugar, como justicia distributiva de honores y bienes
entre los miembros de una comunidad (prioritariamente estatal);
el criterio de distribución al que se apunta es el de proporcionali­
dad según el mérito, aunque Aristóteles reconoce que «todos es­
tán de acuerdo que lo justo en las distribuciones debe estar de
acuerdo con ciertos méritos, pero no todos coinciden en cuanto al
mérito mismo, sino que los demócratas lo ponen en Ja l ibertad,
los ol igárquicos en Ja riqueza o nobleza, y los aristócratas en la
virtud» (!bid. 244).
2. E n segundo l ugar, tenemos Ja j usticia correctiva o rectificadora,
que interviene para corregir las desigualdades que pueden darse
en las relaciones entre los individuos, sean voluntarias o involun­
tarias (aparecen aquí los fraudes y violencias); to justo consiste en
este caso en restablecer Ja igualdad, algo que compete especial­
mente al juez que «intenta igualar esta clase de injusticia que es
una desigualdad; así, cuando uno recibe y el otro da un golpe, o
uno mata y otro muere, el sufrimiento y Ja acción se reparten de­
sigualmente, pero el juez procura igualarlos con el castigo quitan­
do de la ganancia» (!bid. 246).
3. Por último, tenemos la justicia conmutativa o comercial, que bus­
ca el equílíhrío en el intercambio de bienes; al ser éstos de natura­
leza tan diversa, «es preciso que se igualen y, por eso, todas las
cosas que se intercambian deben ser, de alguna manera, compara­
bles. Para esto se ha introducido la moneda, que es de algún
modo, algo intermedio, porque todo lo mide» (!bid. 249).
Aristóteles hace luego d iversas observaciones complementarias a
esta clasificación, entre las que cabe resaltar dos: 1 ) Hay que distinguir
entre justicia natural y legal o convencional. «La justicia fundada en la
convención y en la utilidad es semejante a las medidas, porque las medi­
das de vino o de trigo no son iguales en todas partes, sino mayores donde
se compra y menores donde se vende. De la misma manera, las cosas que
son justas no por naturaleza, sino por convenio humano, no son las mis­
mas en todas partes, puesto que tampoco lo son los regímenes políticos,

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si bien sólo uno es por naturaleza el mejor en todas partes» (!bid. 225).
2) Hay que distinguir igualmente entre ley general y equidad prudencial
como corrección de la justicia legaL «La causa de ello es que toda ley es
universal y que hay casos en los que no es posible tratar las cosas recta­
mente de un modo universal. [. . . ] Por tanto, cuando la ley presenta un
caso universal y sobrevienen circunstancias que quedan fuera de la
fórmula universal, entonces está bien, en la medida en que el legislador
omite y yerra al simplificar, el que se corrija esta omisión» (lbid. 263).
Para ser fiel a su esquema general, Aristóteles insiste en definir la
justicia como término medio entre dos extremos, «entre cometer la injus­
ticia y padecerla», dice en un momento (!bid. 25 1 ). Pero reconoce a con­
tinuación que este esquema no es muy adecuado para esta virtud, porque
no tiene vicio más que por un extremo (el del exceso, según él). Debe te­
nerse igualmente en cuenta que Aristóteles propone las virtudes como
aquella actividad que supone el bien/fin del hombre, es decir, la felici­
dad. La justicia es decisiva para el bien de la ciudad, si bien las demás
también serán necesarias para ello, y no hay que olvidar que «aunque sea
el mismo el bien del individuo y el de Ja ciudad, es evidente que es mu­
cho más grande y mucho más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la
ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es
más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para las ciudades»
(!bid. 1 3 1)8•

b) La perspectiva de Hume
Hume se sitúa ya en un contexto moderno en el que se ha planteado
(con Locke) la existencia de unos derechos individuales anteriores al Es­
tado que éste d.ebe proteger con sus leyes. La perspectiva, como se ve, es
diferente a la aristotélica. Hume no va a participar en la concepción de
los derechos naturales inalienables y en última instancia de origen divino
de Locke, pero sí va a hacer su propuesta sobre la jµsticia desde el con­
texto de individuos a quienes les conviene organizarse en sociedad pac­
tando convencionalmente un determinado funcionamiento social.
¿Cuál es el origen de la justicia para Hume?9 No la existencia inde­
pendiente y previa de derechos individuales que deben ser respetados
-consistiendo la justicia en ese respeto-, sino el interés propio. Es el
interés propio el que empuja a .los hombres a constituirse en sociedad y

8 Recuérdese a este respe<;:to que Aristóteles concibe su ética como una «disciplina polí­

tica».
9 Véase especialmente HUME, Tratado de la naturalez" humana, libro 111, parte JI e lnves·

ligación sobre los principios de la moral, sec.-ción 3 y apéndice 3.

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Vemos, pues, cómo Hume propone una teoría de la justicia coherente
con su concepción general de la virtud y los juicios morales, apoyada deci­
sivamente en el sentimiento. Su teoría puede además resituarse teleológi­
camente, en la medida en que se presenta la justicia al servicio del interés
individual y colectivo. Y en este sentido es el primer antecesor propiamen­
te dicho del utilitarismo que se verá más adelante, no sólo porque usa ex­
presamente el concepto de utilidad para dar razón de las virtudes en gene­
ral y de la justicia en particular, sino porque, aunque la liga especialmente
a la paz y seguridad, también menciona, aunque sea confusamente, «la fe­
licidad de la sociedad humana» (Investigación, 65).

c) La perspec1iva kantfona

Kant tiene una presentación .sintética de lo que podría considerarse


su teoría de la justicia en el apartado II de «En torno al tópico: Tal vez
eso sea correcto en teoría pero no sirve para la práctica», del año 1 793 " ­
La justicia que nos propone se identifica aquí con el derecho justo.
Arranca diciendo, frente a todo teleologismo de la felicidad o de la utili­
dad, que este derecho no debe inmiscuirse en el fin que los hombres, de
modo natural, persiguen -ser felices- (fin sobre el que los hombres
piensan de modo muy diverso, por lo que es imposible encontrar un prin­
cipio común), sino que debe centrarse en aquella limitación de la libertad
de cada uno que se precise para que concuerde con la libertad de todos.
«El derecho público es el conjunto de leyes externas que hacen posible
tal concordancia sin excepción» (Teoría y práctica, 26) Procediendo, .

pues, tal concepto, no de nuestros fines sino de la libertad, las leyes o


principios a priori de un Estado que se establezca en conformidad con
los principios racionales puros del derecho son éstas: « ! ) La libertad de
cada miembro de la sociedad en cuanto hombre. 2) La igualdad de éste
con cualquier otro, en cuanto súbdito. 3) La independencia de cada
miembro de una comunidad, en cuanto ciudadano» (!bid. 27).
El principio de libertad queda a continuación especificado por Kant
de la siguiente manera: «Nadie me puede obligar a ser feliz a su modo
(tal como él se imagina el bienestar de los otros hombres), sino que es lí­
cito a cada uno buscar su felicidad por e l camino que mejor le parezca,
siempre y cuando no cause perjuicio a la. libertad de los demás para pre­
tender un fin semejante, libertad que puede coexistir con la libertad de
todos según una posible ley universal (esto es, coexistir con ese derecho·

12 Su traducción se encuentra en KANT, Teoría y práctica, Madrid, Tecnos, 1 993, de do11-

de citamos.

37
del otro)» (lbid. 27). Con ello, Kant se pronuncia en contra de los Esta­
dos paternalistas que, considerando a sus súbditos menores de edad, de­
ciden por ellos lo que es su bien.
El principio de igualdad es formulado del siguiente modo: «Cada
miembro de la comunidad tiene derechos de coacción frente a cualquier
otro [por medio de la ley pública y para ob!ígar a los demás a que armo­
nicen su l ibertad con la de uno], circunstancia de l a que sólo queda ex­
cluido el jefe de dicha comunidad [ . . ]» (!bid. 28). Kant aclara que esta
.

igualdad es compatible con la desigualdad en posesiones materiales y es­


pirituales, así como en derechos de unos respecto a otros (por ejemplo, el
niño debe obedecer a los padres y la mujer al marido), pero a condición
de que «a cada miembro de la comunidad le sea lícito alcanzar dentro de
ella una posición de cualquier nivel (de cualquier nivel que corresponda
a u n súbdito) hasta el que pueda llevarle su talento, su aplicación y su
suerte» (!bid. 30), por lo que hay que oponerse a los privilegios de cuna
y herencia que impidan coactivamente que los otros puedan llegar por
sus méritos hasta el nivel más alto. Junto a esta temática, y aunque Kant
saca su conclusión tras exponer los tres principios (p. 38-48), ya desde
este principio puede destacarse un tema que ha levantado muchos deba­
tes y en el que aquí no entraremos: para Kant ninguna rebelión contra el
soberano es legitima, aunque sea un tirano".
Por último, e l principio de independencia parte del supuesto siguien­
te: «En lo tocante a la legislación misma, todos los que son libres e igua­
les bajo leyes públicas ya existentes no han de ser considerados iguales,
sin embargo, en lo que se refiere al derecho de dictar esas leyes. Quienes
no están facultados para este derecho [los que no tienen independencia
para iniciativas de acuerdo libre] se hallan sometidos también, como
miembros de la comunidad, a la obediencia de esas leyes, con lo cual
participan en la protección que de ellas resulta; sólo que no como ciuda­
danos [=colegisladores] sino como coprotegidos» (Ibid. 33). Es decir:
sólo puede ser cindadano quien es independiente, quien es capaz de sus­
tentarse por sí mismo, algo que no cumplen los que tiene una dependen­
cia natural (niños y mujeres) o los que no tienen una propiedad que les
permita ser su «propio señor». Como se ve, la relación de ciudadanos ac­
tivos con derecho a voto queda muy reducida y por supuesto mµy sujeta
a crítica desde e l propio concepto de justicia-derecho como no discrimi­
nación: aun reconociendo que el ciudadano «pasivo» no puede, por s u
dependencia, ejercer plenamente las libertades civiles, hay que reclamar

13 Puede verse; sobre ello la reflexiOn de Rodríguez Aramayo, en la introducción a Teoría


y prácúca que estamos citando.

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para él -se dirá más adelante, afinando el sentido de la justicia- el de­
recho a las condiciones sociales y económicas que le permitan ser activo.
Kant concluye resaltando que lo que funda entre los hombres la
constitución civil legítima y universal es el contrato originario, que no
hay que suponer como un hecho sino como «mera idea de la razón que
tiene, sin embargo, su indudable realidad (práctica), a saber, la de obligar
a todo legislador a que dicte sus leyes como si éstas pudieran haber ema­
nado de la voluntad unida de todo un pueblo, y a que considere a cada
súbdito, en la medida en que éste quiera ser ciudadano, como si hubiera
expresado su acuerdo con una voluntad tal. Pues ahí se halla la piedra de
toque de la legitimidad de toda ley pública» (!bid. 37).
Por lo que antecede, puede verse cómo Kant hace una propuesta ya
muy elaborada de la tradición liberal contractualista de la justicia que
se remonta de modo preciso a Locke y que avanza hacia una orienta­
ción formal y procedimental. Son evidentes sus limitaciones desde
nuestra perspectiva, sobre todo cuando entra en el terreno de las con­
creciones, pero en esta propuesta están ya plenamente asentadas las ba­
ses del liberalismo moderno que autores como Rawls tratarán de afinar
precisamente desde una concepción de la justicia como imparcialidad y
una reformulación en esa linea de la hipótesis del contrato como posi­
ción original.

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