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El siguiente apunte está tomado de TEXTO 2

Rodríguez Lozano y otros: Ética. México Addison Wesley, 2000. pp. 7-17

EL HECHO MORAL

La ética es una disciplina de la filosofía; se ocupa de lo que debe hacerse, no de lo que


prácticamente hacemos. En otras palabras, es una disciplina que estudia la conducta
humana bajo un punto de vista normativo.

OBJETIVOS DEL TEMA

Los objetivos que se pretenden alcanzar en este tema son los siguientes:
- En primer lugar, precisar que de entre los hechos y acontecimientos que ocurren en
nuestro entorno, que han ocurrido en el pasado, o que suponemos ocurrirán en el futuro,
unos pueden ser considerados acontecimientos, sucesos, sin más, y otros pueden ser
considerados como hechos morales.

- Para ello intentamos presentar al hombre como portador de unas exigencias éticas, sean
cuales fueren, de normas morales, que, como lentes a través de las cuales observamos lo
que ocurre a nuestro alrededor, van a calificar de morales (buenos o malos, justos o
injustos, honestos o deshonestos) los actos propios y ajenos.
- Por ello hemos presentado distintas alternativas morales que se han dado a lo largo de la
historia, con el fin de demostrar que la consideración de los hechos morales puede ser
distinta si se observa desde una u otra perspectiva.
- El respeto por todas ellas, la libertad de elección (si la hubiere) y el sentido de la
responsabilidad es, fundamentalmente, el fin que nos proponemos en este tema.

ACONTECIMIENTO Y HECHO MORAL

Consideramos conveniente, antes de iniciamos en el problema del hecho moral, precisar


algunos conceptos, definirlos.

Así, diremos: Hecho es todo lo que acontece.

EJEMPLOS:
a) La explosión de un volcán. b) Mi despertar esta mañana. c) El asesinato de Sadat.
d) El cumplimiento de una promesa. e) Un atentado terrorista.

Si nos fijamos en los ejemplos anteriores, nos daremos cuenta que todos y cada uno de
ellos pueden considerarse hechos, porque ya hemos dicho que un hecho es todo lo que
acontece. No obstante, puede ocurrir que pensemos que «el asesinato de Sadat» no se
debió producir; que es bueno «el cumplimiento de las promesas» y que no es justo «un
atentado terrorista». Está claro, entonces, que ante ciertos hechos podemos indignamos,
desear que no hubieran ocurrido, o considerados justos y correctos. Está claro también que
podemos, ahora, anticipar otra definición:

Cuando podemos pronunciarnos sobre la bondad o maldad de un acontecimiento. de un


acto, de un comportamiento, esto que ocurre es un hecho moral.

Así las cosas, no se nos ocurre decir que fue injusta la explosión del volcán, pues tal
explosión obedece a una ley natural.

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Un hecho moral, por tanto, es aquel acontecimiento, aquel acto, que no sólo no nos es
indiferente, sino que provoca aceptación o rechazo porque entendemos que fue bueno que
se produjera, o que no debió ocurrir. Frente a las leyes naturales, guardamos una postura
neutral: nos informamos de tales leyes, sin que provoquen ni aceptación ni rechazo en
nosotros.

LA PERSONA Y SUS EXIGENCIAS ETICAS

Entendemos por exigencia ética la necesidad de pautas y normas de comportamiento que


toda persona tiene. Aun aquellas personas que, aparentemente, no comulgan con ninguna
alternativa moral, suelen ofrecemos una normativa de vida y de conducta, consistente,
quizá, en hacer lo que uno quiera; pero aun en este hipotético caso aparece una exigencia.
si no ética, sí al menos regulativa.
Expresiones como «No me ha parecido bien». «Eso está mal». «Aquello es incorrecto».
«No se ha comportado honestamente», son expresiones usuales, corrientes y utilizadas con
frecuencia por todos nosotros. Detrás de todas ellas hay una exigencia ética, un criterio
moral, por medio del cual se designa o designamos la bondad o maldad de los actos que
protagonizamos o que observamos.
Es, pues, inherente a la persona el «sentido ético». Entendiendo por tal no sólo la
necesidad personal de una normativa que nos suministre criterios mediante los cuales
podamos calificar nuestro comportamiento y el ajeno, sino también la tendencia de toda
persona a valorar el comportamiento propio y el de los demás.
Y cuando hablamos del sentido ético de la persona, nos estamos refiriendo al hombre
social. Un individuo que viviera aislado de la sociedad, que no hubiera tenido jamás contacto
con otros hombres, ni tendría sentido ético, ni podríamos imponerle reglas de conducta
alguna. Sería un individuo que no tiene ni derechos ni deberes. Un individuo que jamás
hubiera tenido contacto con la sociedad, obraría según su gusto o capricho y no tendría
reglas que regularan su comportamiento. Pero este individuo, como muy bien podemos
comprender, no ha existido nunca. Todas las personas hemos vivido y vivimos en sociedad.
Así, pues, la exigencia ética de las personas estará estrechamente conectada con el sentido
social de las mismas y con la sociedad concreta en que viven, se desarrollan y se comunican.
Una vez establecido el carácter social de las exigencias éticas de la persona tenemos que
llamar la atención sobre las sociedades en las que estas personas se relacionan y observar
que, en ellas, en todas ellas también existen exigencias éticas concretas.
Así, en todas las comunidades, por muy primitivas que sean, podemos observar un
catálogo, más o menos profuso, de exigencias morales, de normas de comportamiento. No
se trata sólo de reconocer la existencia de estas normas en cualquier tipo de comunidad,
sino de reconocer la propia exigencia del individuo, del hombre social, del hombre
comunitario para que un cierto tipo de normas existan y regulen la vida moral de la
sociedad.
Cuando hablamos, pues, de exigencias éticas habremos de considerar esta expresión
desde una doble perspectiva:

a) la existencia de normas morales en cualquier tipo de comunidad, por muy primitiva que
sea, y
b) la exigencia de todo individuo de un catálogo de normas que regulen la comunidad y
tienda a establecer en ella un mejor tipo de armonía.

Sobre el primer punto de vista sólo tenemos que echar mano a la historia o mirar a
nuestro alrededor y observar que no ha habido ni hay ningún tipo de sociedad que haya
carecido o carezca de ciertas normas morales.

Respecto a la segunda perspectiva, esto es, la exigencia de toda persona de un catálogo


de normas que regule no sólo su comportamiento sino el de los demás, podemos

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argumentado del siguiente modo:

El hombre siempre se ha hecho preguntas como:

¿Qué debo hacer para ser feliz?


¿Qué debo hacer para comportarme correctamente?
¿Qué debo hacer para conseguir la paz interior?
¿Qué debo hacer para ser un buen soldado, o un buen arquitecto, o un buen profesional?
¿Qué debo hacer para ser considerado digno de respeto?

A todas estas preguntas ha respondido, de un modo u otro, el pensamiento humano:


Entrar en el análisis de estas respuestas supondría hacer una historia de la ética, lo cual no
es el propósito de este libro. No obstante, acercarse a las alternativas de comportamiento
que se han dado a lo largo de la historia es una labor apasionante y llena de sorpresas,
porque en estos menesteres, como en tantos otros, los hombres aún no se han puesto de
acuerdo, y las alternativas son tan dispares y diferenciadas que a un lector interesado en
estos temas le aseguramos un amplio abanico de posibilidades donde elegir y la seguridad
de que, al fina, si no queda convencido por ninguna alternativa de comportamiento que la
historia le ofrece, de algo sí que quedará convencido, y es de que para responder a
preguntas como las anteriores se han ocupado muchos hombres, y durante muchos siglos, lo
cual refrenda aún más la importancia de las mismas.

A título de ejemplo podemos analizar muy brevemente algunas de estas alternativas éticas,
no tanto para ver los antagonismos existentes entre ellas cuanto por reflexionar sobre las
soluciones que nos ofrecen y comprender, de este modo, que las exigencias éticas de la
persona son una constante en la historia de la Humanidad.
Así, en Grecia, en el siglo III antes de Cristo nos encontramos con tres posturas morales
diferentes: la de los estoicos, la de los cínicos y la de los epicúreos.
La ética griega, en general trata de dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué debo
hacer para ser feliz? Veamos, pues, muy brevemente, qué nos responden estas tres
escuelas; así como el cristianismo,

a) Los estoicos parten de la siguiente premisa: El mundo está regido por una ley cósmica
que todo lo tiene previsto. Esa ley es inmutable, incontrovertible. De ella depende todo lo
que ocurra. Todo lo que acontece está «programado», previsto, como dijimos anteriormente,
por esa ley.
El hombre, como parte del mundo, como «microcosmos», está sujeto, también, a los
designios de la ley cósmica. De ahí que todo lo que nos acontezca ya está previsto por esa
ley que todo lo rige y que todo lo controla.
Aceptando esta premisa, el estoico propone que para ser feliz basta con aceptar sin
alegrías y sin tristezas todo lo que nos ocurra, basta con pensar que somos parte del mundo.
que estamos sujetos a la ley cósmica y que no podemos rebelamos contra ella. Siguiendo
esta disciplina, dicen, llegaremos a conseguir lo que ellos llaman ataraxia y que podemos
traducir por imperturbabilidad, por absoluta y total tranquilidad de ánimo, que es, en suma,
la felicidad buscada por los estoicos. Podemos comprender con facilidad que se trata de una
ética de la resignación y de una ética que muy bien podríamos llamar fatalista.

b) Los cínicos, por el contrario, afirman que la espontaneidad es la característica


fundamental del hombre. La sociedad ha creado leyes que van en contra de esa
espontaneidad, que la aniquilan o reprimen; por ello, para ser feliz, hay que ser espontáneo.
y para ser espontáneo hay que obrar según la naturaleza y no según los convencionalismos
sociales. Los cínicos predicaron también la indiferencia ante la sociedad y sus normas.
Es, pues, como hemos visto, una alternativa antiintelectualista y una moral de la
espontaneidad, bien diferente, por cierto, de la anteriormente expuesta.

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c) Los epicúreos nos dicen que la felicidad consiste en el placer, postura que se llama
hedonismo. Hacen a continuación un análisis de los placeres, considerando dos tipos:
placeres en movimiento y placeres en reposo.
Los placeres en movimiento son aquéllos que una vez conseguidos desaparece su efecto,
y el hombre tiene que moverse de nuevo si quiere reconquistados. Serían éstos los placeres
sexuales, de la bebida y de la comida. etc...
Los placeres en reposo son aquéllos que una vez conseguidos se mantienen, no son
placeres fugaces, y son los que nos puede proporcionar el estudio, la contemplación, la
reflexión y la amistad.
La tesis de los epicúreos es que los placeres en reposo son los más importantes y los que
más felicidad pueden proporcionamos, pero no descartan la consecución de los placeres en
movimiento, sólo que sobre los mismos nos aconsejan lo que ellos llaman la «sabia
economía del placer», esto es, el uso, pero no el abuso de los mismos, con el fin de que el
hombre los domine y no se vea dominado por ellos, pudiendo así verse libre para conseguir
el don más preciado de todos los hombres, aquello que «nos hace iguales a los dioses», lo
que está más enraizado en la naturaleza y lo que más guarda proporción con el grado de
inteligencia: la amistad.

d) El cristianismo nos recomienda acatar la voluntad de Dios para llegar a ser felices,
aunque la plena felicidad sólo se encontrará en la vida después de la muerte. El cristianismo
tiene un concepto trascendente del hombre, esto es, el cristiano no sólo vive esta vida, sino
también la del más allá. La conducta correcta consiste en el cumplimiento de la voluntad
divina que nos es dada a través de los mandamientos y por el Sermón de la Montaña. Al
realizar las virtudes típicamente cristianas, en especial el amor al prójimo, se alcanzará la paz
interna y finalmente también la bienaventuranza eterna.

HECHO MORAL y VALOR MORAL

Dijimos ya que hecho moral puede ser considerado todo acto, todo acontecimiento sobre
el que podamos pronunciarnos, señalando su bondad o maldad, su corrección o incorrección,
su honestidad o deshonestidad.
Vimos, también, que tal pronunciamiento es posible porque todos nosotros contamos con
unos criterios morales, coincidentes o no con los de los demás, criterios que hemos adquirido
en nuestro aprendizaje, y que, como veremos más adelante, pueden ser sustituidos por
otros o incluso desechados sin más.
El objetivo de este apartado es considerar, ahora, cómo todos los sistemas morales
buscan, en definitiva, que nuestros actos tengan valor moral, que nuestro comportamiento
valga. bien por las consecuencias que provocan o por sí mismos.

Morales del sentimiento

Estas morales aparecieron en Europa en el siglo XVIII. Sintetizándolas, podemos resumir


su alternativa del siguiente modo: Nuestra conciencia posee un sentido que nos da a conocer
el bien y el mal de todo comportamiento.
Así, los hechos morales tendrán más valor cuanto más sacrificio y abnegación
descubramos en ellos y se apartarán de la bondad cuanto mayor sea el egoísmo con el que
se hayan ejecutado (Schaftesbury). Otros, en esta misma línea, nos dicen que el valor moral
de un acto estriba en el desinterés y en la benevolencia con que se realice (Hutcheson).

Para otros, como ROUSSEAU, la naturaleza es esencialmente buena. Así, podemos


encontrar en nosotros mismos, como partes de esa naturaleza, la bondad. Para ello.
tendremos que ir eliminando nuestros egoísmos, adquiridos en una sociedad construida de
espaldas a esa naturaleza, y seguir el impulso de la generosidad que hay en todos nosotros.
Impulso que, según Rousseau, es natural y primitivo.

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Crítica a las morales del sentimiento

Que las morales del sentimiento, antes citadas, son generosas y bellas es algo que nadie
pone en duda. El desinterés, el altruismo, la benevolencia, son virtudes que enaltecen a los
hombres, aunque no todos las consideren apreciables.
Pero ahora debemos preguntamos: ¿Es el sentimiento una guía segura y clara que nos
garantice que nuestro comportamiento, nuestros actos, tienen valor moral?
Todos reconocemos que el sentimiento es algo espontáneo e individual. Por ser espontáneo,
no surge de una reflexión pausada y serena, y adquiere entonces, o puede adquirir, las
inconveniencias de la precipitación.
Por ser individual, nos colocaría continuamente en el dilema de tener que elegir entre mis
deseos, mi instinto, o las normas que por convención, tradición e imposición, rigen la
conducta moral de mi entorno, sin bases meditadas y reflexivas para enfrentarme a ellas o
modificarlas.

La moral de Kant

Todo hecho moral, como dijimos anteriormente, no se analiza bajo la forma del «es» o
del «acontece», sino del «deber ser». .
Nuestra voluntad obedece, pues, lo que creemos que «debe ejecutarse». A esto que
debemos ejecutar o realizar, KANT lo llama imperativos. KANT, uno de los pensadores más
importantes en la historia de la ética, entiende que existen dos tipos de imperativos:

la) Imperativos hipotéticos. b) Imperativos categóricos.

a) Imperativos hipotéticos: Cuando mi voluntad obedece o tiende a cumplir un deber porque


tras ese cumplimiento va a lograr algo a cambio. Persigue, tras la obediencia, un fin
interesado. Se trata del «yo debo hacer esto si quiero llegar a tal fin; y es aquí cuando KANT
nos dice que los actos que realicemos siguiendo imperativos hipotéticos, carecerán de valor
moral.

b) Imperativos categóricos: la fórmula más conocida del imperativo categórico es ésta:


«Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal». (Fundamentación de la Metafísica de las costumbres) Por tanto, en un conflicto
moral, cuando no sabemos cómo actuar, nos debemos hacer siempre la siguiente pregunta:
¿puedo querer que aquello que estoy a punto de hacer se convierta en ley universal? La
respuesta que nos damos a esta pregunta indica nuestro deber.

KANT aduce varios ejemplos que ilustran este principio. Vamos a ver uno: se puede
pensar que una persona quiere quitarse la vida, porque está en una situación desesperada y
además prevé que su vida muy probablemente le traerá más desgracia que felicidad. Ahora
bien, esta persona se pregunta si el suicidio en tales circunstancias se podría convertir en ley
universal. KANT responde: "Pero pronto se ve que una naturaleza cuya ley fuese destruir la
vida misma... no podría subsistir como naturaleza; por lo tanto, aquella máxima no puede
realizarse como ley universal y, por consiguiente, contradice por completo al principio
supremo de todo deber». (Idem)

Valor del acto

Sólo el acto que se hace por deber -y por ningún otro motivo- tiene, según Kant, valor
moral. Veamos las distintas maneras de actuar:
1) Un comerciante tiene una inclinación natural a cobrar precios justos, de tal suerte que un
niño puede comprar en su casa sin que se le pida más dinero que a un adulto. En este caso,
el mercader actúa conforme al deber, mas no por deber, pues tiene una inclinación natural a

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ser honrado. Esta inclinación natural le resta valor moral al acto.
2) El mismo comerciante engaña a un niño comprador. En este caso, actúa contrario al
deber y, por supuesto, su manera de proceder, carece de valor moral.
3) El hombre de negocios piensa en su provecho y quisiera por su ventaja vender más caro;
pero no lo hace por considerar que su máxima personal, engañar a sus clientes, no puede
convertirse en ley universal. De ahí que venda al precio justo. Sólo en este caso actúa por
deber, porque decide hacer a un lado su egoísmo natural y ajustarse al imperativo
categórico. Este acto es el único que tiene valor moral, ya que sólo en este caso se actuó por
deber y por ninguna otra razón.

Los hechos útiles

El utilitarismo es una corriente de pensamiento que se desarrolla fundamentalmente en la


Inglaterra del XIX Y que ha tenido una gran influencia posteriormente.
El utilitarismo entiende que un acto es bueno cuando es útil, y algo es útil cuando
proporciona bienestar a uno mismo y a los demás.
Por ello, los utilitaristas emplean algunos criterios para calibrar o medir la utilidad
(bondad) de un acto:

Intensidad: Cuanto mayor sea el bienestar que produzca un acto, más útil será, y por
tanto, mayor será su grado de bondad.
Duración: Cuanto mayor sea el tiempo que ese bienestar provocado por el acto
permanezca, tanto mejor será ese acto.
Extensión: Cuanto mayor sea el número de personas que se vean beneficiadas por ese
bienestar, más útil y mejor será considerado el acto que realizo.
La misión del hombre, para el utilitarismo, será trabajar para el bien de la Humanidad.

Es importante fijarse que, en esta alternativa moral, el acto no es considerado bueno por
sí mismo, sino por el bienestar o placer que produce (intensidad, duración, extensión) a los
demás.

HECHO MORAL Y MORALIDAD DE UN HECHO

Ya hemos definido el hecho moral como aquel acto, acontecimiento o comportamiento


sobre el que podemos pronunciamos, calificándolo de bueno o de malo, de justo o de
injusto, de honesto o deshonesto.
La moralidad de un hecho es la moralidad del protagonista de ese hecho, es la bondad o
maldad que demuestra quien lo ejecuta, es la honestidad o deshonestidad que manifiesta, a
través de él, quien lo realiza.
Podemos asombramos ante un hecho moral, como puede ser la tortura y las ejecuciones
masivas que se cometen en algunos países, y al preguntamos por la moralidad del mismo,
automáticamente pensamos en los responsables de tales actos, juzgándolos con dureza o
con benevolencia: eso ya depende de los criterios morales del observador.
No obstante, hay una cosa clara, si un hombre no actúa libremente, si la responsabilidad
no ha podido ejercitarse, los actos cometidos no serían morales. Puede parecemos
abominable el descuartizamiento de un niño cometido por una persona subnormal, pero el
acto mismo al que nos referimos no entra en el capítulo de la moralidad, porque la libertad,
la conciencia del acto y la responsabilidad del protagonista están ausentes.

EL HOMBRE MORAL

La palabra moral, cuando es adjetivo calificativo de una persona, es, normalmente.


sinónima de bueno y de honesto. Así, decimos que ese hombre es «moral» y que aquel otro
es un «inmoral», queriendo señalar al primero como una persona honesta y al segundo
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como un individuo malo o injusto.
En todas las sociedades un cierto modo de comportamiento es tenido como moral y su
contrario como inmoral. Por eso como «moral» es, en ocasiones, empleado como «honesto»,
hablemos del hombre honesto.
Dirán, y con mucha razón, que la honestidad y la honradez son conceptos relativos, que
no en todas las sociedades o épocas se ha entendido por igual este concepto. No obstante,
existen unas constantes que caracterizan al hombre honesto y que conviene mencionarlas.
En primer lugar, el hombre honesto es desinteresado. Quiere decir esto que no actúa en
beneficio propio, sino pensando siempre en mejorar la sociedad o el entorno en el que está
instalado. Ese desprendimiento, ese altruismo, es, por otro lado, meditado y consciente.
quiere decir esto que no es una persona que haga sacrificios absurdos, sino necesarios y
convenientes.
En segundo lugar, el hombre honesto es el que no acepta rutinariamente unas
obligaciones impuestas, sino que las medita. En ocasiones intenta mejorarlas, cuando lo cree
oportuno y justo.
Suele proponer alternativas y sugerencias que provoquen el bien común, el bienestar
colectivo, sin caer en proposiciones imposibles de conseguir, esto es, en quimeras.
Por último, el hombre honesto no es aquél que es poseedor de fórmulas morales que
continuamente predica y aconseja, sino que es su vida y comportamiento ejemplo y espejo
de ese sentido moral que le es propio y con el que camina por la, vida.
Todas estas características son las propias del hombre moral, y en el hombre honesto
son, además, la tónica constante de su quehacer. No se trata de que aparezcan aisladas en
alguna ocasión, sino que están en él presentes como formas y modos de su ser y de su estar
en el mundo. .
Por eso hablamos, a veces, del carácter moral de la persona. La palabra carácter procede
del griego y significaba marca o sello esculpido sobre algo. Haciendo referencia, como
dijimos anteriormente, a que tales rasgos han de ser constantes y propios del hombre
honesto.

VOCABULARIO

Carácter moral: Rasgos morales de una persona, que continuamente se manifiestan en ella.
No son rasgos pasajeros o fortuitos, sino constantes en su comportamiento.
Hecho moral: Aquel acontecimiento o acto sobre el que podemos pronunciarnos calificándolo
de bueno o de malo, de justo o de injusto, de honesto o de deshonesto.
Moral del sentimiento: Aquélla que defiende que nuestra conciencia posee un sentido que
nos da a conocer el bien y el mal de todo comportamiento.
Utilitarismo: Moral que defiende que los actos buenos son aquéllos que provocan placer,
felicidad y bienestar. Un acto será tanto más bueno cuanto más intenso, duradero y extenso
sea el bienestar que produce.
Valor moral: Categoría moral de un acto. Grado moral de un comportamiento, considerando
los efectos que provoca o considerándolo en sí mismo.

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