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Staff
Aclaración del staff:
Erotic By PornLove al traducir ambientamos la historia
dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el
vocabulario y expresiones léxicas cambian y se adaptan.
30 DAYS OF
SHAME
30 DÍAS DE VERGÜENZA

GINGER TALBOT
Este libro está destinado únicamente a lectores mayores de
18 años, debido a su contenido para adultos. Es una obra de
ficción. Todos los personajes y lugares de este libro son producto de
la extremadamente retorcida imaginación del autor.
Sinopsis
Las reglas de mi captor han cambiado... sigo siendo la
prisionera de Sergei. La libertad parece más lejana que nunca.
Cuando me tomó por primera vez, juré que lo soportaría todo, y que
haría que me cuidara. Acepté cada palabra cruel, cada golpe de
castigo, hasta que un día me miró con hambre desnuda en lugar de
odio. ¿Por qué iba a querer el amor de un monstruo? Porque era la
única manera de sobrevivir. Pero ahora, después de haberlo
traicionado, el reloj se ha puesto a cero y estoy peor que cuando
empecé, encerrada en una prisión sin amor de anhelo desesperado.
Y si intento escapar, será mi familia quien pague el precio. He
cambiado... 30 días de dolor me han llevado a mis límites, y ya no
soy la Willow mansa y doblegada. No voy a vivir así para siempre;
estoy encontrando la fuerza para luchar a mi manera. Pero nadie
ha ganado nunca una guerra contra Sergei.

Justo cuando estoy preparada para hacer mi movimiento, me


dice verdades tan devastadoras que drenan la fuerza de mi cuerpo
y ya no estoy luchando para escapar. Estoy luchando para
sobrevivir.
Índice
Staff .................................................................................................. 4
Aclaración del staff: ............................................................................... 5
Sinopsis ............................................................................................. 8
Índice ................................................................................................ 9
PRÓLOGO ....................................................................................... 10
CAPÍTULO 01 .................................................................................. 17
CAPÍTULO 02 .................................................................................. 28
CAPÍTULO 03 .................................................................................. 36
CAPÍTULO 04 .................................................................................. 44
CAPÍTULO 05 .................................................................................. 53
CAPÍTULO 06 .................................................................................. 61
CAPÍTULO 07 .................................................................................. 72
CAPÍTULO 08 .................................................................................. 78
CAPÍTULO 09 .................................................................................. 87
CAPÍTULO 10 .................................................................................100
CAPÍTULO 11 .................................................................................112
CAPÍTULO 12 .................................................................................123
CAPÍTULO 13 .................................................................................130
CAPÍTULO 14 .................................................................................145
CAPÍTULO 15 .................................................................................153
CAPÍTULO 16 .................................................................................164
CAPÍTULO 17 .................................................................................176
CAPÍTULO 18 .................................................................................182
CAPÍTULO 19 .................................................................................192
CAPÍTULO 20 .................................................................................199
CAPÍTULO 21 .................................................................................206
CAPÍTULO 22 .................................................................................213
CAPÍTULO 23 .................................................................................218
CAPÍTULO 24 .................................................................................225
Sobre la autora .................................................................................239
PRÓLOGO
Una zona rural de la región de Pevlova, a varias horas al
Este de la región de Leningrado, en Rusia.

Junio de 2017

El campo es una exuberante pintura al óleo que cobra vida,


demasiado hermosa para ser real. Una cálida brisa agita las hojas
de los robles y la luz del sol se filtra a través de las densas copas de
los árboles, bañando el suelo con una luz dorada y almibarada. El
suave musgo se traga el sonido de las pisadas.

Sin embargo, no todo el mundo puede apreciar la belleza del


día.

La carga ha sido dejada. La carga está llorando. No importa.


La zona está densamente arbolada y no hay otras casas en
kilómetros. No hay nadie que escuche sus gritos, sus súplicas.
Están a punto de ser llevadas al sótano de una granja en ruinas,
para esperar la subasta de mañana por la noche.

Cataha lleva una hora esperando la carga. La impaciencia le


corroe mientras se acerca a la miserable y llorosa multitud de
mujeres, apiñadas en la calzada llena de maleza.

Un hombre de dientes amarillos y aliento que apesta a cebolla


sonríe y saluda a la carga.

—Están listas para su revisión, Sr. -perdón- Cataha.


Cataha dirige al hombre, Ygor, una mirada que amenaza con
la muerte si vuelve a cometer ese error. El hombre conoce su
verdadero nombre por tratos anteriores con él, pero aquí nadie dice
su verdadero nombre. Ha elegido un nuevo nombre -la palabra rusa
para Satanás- para separarse de su pasado de un plumazo.

—¿Sr. qué? —Su mano se dirige a la pistola automática


Stechkin que lleva enfundada en la cadera derecha.

—Lo siento, señor. —Ygor traga con fuerza y mira al suelo.

En otro tiempo, Cataha habría matado al hombre por


semejante desliz. Le habría cortado el cuello aquí mismo, como
ejemplo para los demás. No necesita a débiles y estúpidos imbéciles
trabajando para él. Ahora, con sus fuerzas y sus finanzas muy
mermadas, se ve obligado a tolerar a los tontos. Pero no para
siempre. Y tiene muy buena memoria.

Se da la vuelta para observar la entrega y su enfado disminuye


un poco. Una sonrisa cruel curva sus labios.

Veinte mujeres.

Hermosas. Jóvenes. Aterradas.

La trifecta celestial.

Hay cuatro hombres que las vigilan, incluyendo a Ygor, y un


hombre apostado a un kilómetro y medio por el camino de tierra
lleno de maleza. Le gustaría triplicar ese número, pero simplemente
no puede permitírselo.

Nadaba en un mar de rublos, marcas y coños. Su mansión


podía tragarse una pequeña ciudad. Ahora vive con un nombre
falso, en la clandestinidad, recortando gastos por doquier. El odio
le roe las entrañas y se imagina a sus enemigos atados a una mesa
en una habitación llena de instrumentos afilados. Como en los
viejos tiempos.

La venta de este cargamento le ayudará a recuperarse. Y la


inspección es su parte favorita. El puro terror que retuerce sus
rostros, la hermosa sinfonía de sus sollozos... hace que le llegue un
torrente de sangre a la ingle.
Tienen las manos atadas a la espalda y los pies encadenados,
por lo que solo pueden arrastrar los pies, no correr. Sus ropas están
manchadas y apestan a miedo, sudor y orina.

Está bien. Serán bañadas y desnudadas para la subasta de


mañana por la noche. Luego les atarán las manos a unas cadenas
que cuelgan del techo y sus brillantes y limpios cuerpos serán
manoseados por la horda de posibles compradores.

Le encantaría probar la mercancía, pero valen más sin


mancha. Mucho más. Y necesita los fondos.

Sin embargo, puede jugar un poco con ellas. Mientras sus


himen estén intactos, todavía tienen un precio de virginidad. Esta
noche será deliciosa.

Camina de un lado a otro de las filas de mujeres, con la


mirada fría, tocando el pequeño látigo que lleva en un gancho en el
lado izquierdo de su cinturón. Ellas ven el látigo y lloran más fuerte.
De eso se trata.

Se acerca a zancadas a una de las más bonitas. Tiene un pelo


grueso y brillante del color del trigo madurado al sol, que le cuelga
hasta la mitad de la espalda. Tiene las caderas llenas. Sus ojos son
de un azul pálido. Sus labios rosados son carnosos. Quiere
morderlos hasta que sangren. Quiere salpicar su pálida piel con
cortes y moretones. Quiere sentir el chasquido de los huesos bajo
su puño.

Le da una bofetada en la cabeza. Lo mejor es establecer su


autoridad de inmediato.

—Ponte de rodillas, puta.

Ella le mira con hosquedad. Él la golpea más fuerte, y ella se


tambalea pero sigue negándose a arrodillarse ante él.

No ve miedo en su mirada. Solo desprecio. Eso le enfurece.

Antes todo el mundo conocía su nombre y temblaba al


escucharlo. Ahora esta estúpida zorra campesina cree que puede
desafiarlo y seguir respirando.
—¿Quieres jugar a este juego, perra? —le ruge.

Sin previo aviso, mete la mano entre sus piernas y aprieta con
fuerza. Ella grita de dolor y se tambalea hacia atrás, chocando con
una de las otras chicas.

Él avanza y sigue apretando, y la agarra por el pelo para que


no pueda zafarse de él. Ella está frenética, se retuerce, mientras él
le aplasta el sexo con un agarre de visera. Sus hombres se
apresuran a mirar, con los ojos encendidos.

—¿Tus padres te mantuvieron pura? —exige.

Sigue retorciéndose, con lágrimas de dolor en los ojos, pero se


niega a hablar.

Él ya sabe la respuesta, porque estas mujeres le fueron


remitidas por un médico en su nómina.

Las mujeres son jóvenes, vírgenes y sin enfermedades, de


familias muy pobres. Eso es importante, porque serán ignoradas
cuando denuncien la desaparición de sus hijas.

Las mujeres llegaron a una ciudad donde creían que iban a


trabajar en una fábrica. Todas tuvieron que someterse a un examen
médico al llegar. A continuación, todas las mujeres recomendadas
por el médico -las más guapas, y que aún conservaban el himen-
fueron enviadas a un dormitorio separado. Anoche, las reunieron a
punta de pistola y las metieron en un camión. Las mujeres más feas
no saben la suerte que tuvieron.

Mira a las otras mujeres, que se encogen y lloran. Esta perra


rubia está dando un mal ejemplo. No puede dejar que se hagan a la
idea que pueden desafiarlo. Las necesita aterrorizadas. Que se
rindan.

Merece la pena sacrificar una para asustar a las demás. Hará


que las otras sean más atractivas para los compradores.

Y será muy divertido.

Le retuerce la mano en el pelo hasta que ella grita de dolor,


las lágrimas corren por sus mejillas enrojecidas.
—¿Sabes lo que les pasa a las mujeres que intentan darme
problemas? Déjame enseñarte, mientras tus amigas miran. Sé que
eres virgen. Y tú primer polvo va a ser el último, porque justo
después de follarte, voy a acabar contigo. —Comienza a arrastrarla
lejos del grupo para poder tirarla al suelo y apuñalar su tierno
himen con la polla.

Y todavía se niega a suplicar, o incluso hablar. Pronto


suplicará, cuando él le clave los dientes en la garganta y se ahogue
con su propia sangre. Se pone duro solo de imaginarlo.

Hoy es un buen día.

Excepto que no lo es.

Uno de sus hombres está en su walkie talkie, y su expresión


es de pánico. Debe estar hablando con el vigía.

—¿Qué pasa? —Cataha grita enfadado.

—¡Viene la policía! —le grita el hombre.

Los cuatro corren hacia su camión, dejándolo atrás con las


mujeres.

—¿Qué mierda? —ruge.

La furia lo asfixia. Otra vez no. ¡No otra vez!

Todos los policías locales han sido sobornados. Esto debe ser
Politsiya. Policía Federal. ¿Cómo? ¿Cómo siguen encontrando su
operación?

Es ese periodista, el que escribe para Reforma. De alguna


manera, el desgraciado sigue avisando a la policía. Cataha ha sido
clausurado repetidamente este año. Burdeles allanados, mujeres
rescatadas y delatadas, sus hombres arrestados. Cada vez que
empieza a salir adelante, lo vuelven a derribar.

Gritando de rabia, saca su pistola y apunta al estómago de la


desafiante puta rubia. Justo cuando aprieta el gatillo, alguien le
golpea en la cabeza por detrás con lo que parece una piedra, con
tanta fuerza que sacude el arma y no alcanza la columna vertebral
ni los órganos vitales, sino que solo alcanza el costado del vientre
de la rubia. El resto de las balas salpican inútilmente la hierba.

La rubia cae con un grito de dolor, doblándose y gimiendo.

La mujer que está detrás de él le golpea dos veces más con la


piedra, chillando como una amazona. La cabeza le estalla de dolor
y la pistola se le cae de la mano al suelo. Cae de rodillas y se
esfuerza por alcanzarla, y la vil zorra le da una fuerte patada que lo
hace volar hacia la maleza. Es tan fuerte como el infierno. Estúpida
perra campesina. Luego le da una patada en la cabeza con todas
sus fuerzas, y él vomita en la tierra.

Sus manos estaban libres, sus pies estaban libres...

Así que sus inútiles hicieron tal mierda de trabajo atando a


las mujeres que al menos una de ellas pudo liberarse para tomar
esa piedra. ¡Necesita su puta pistola! Habría acribillado hasta la
última de esas zorras y se habría asegurado que no hablaran, pero
ahora tendrá suerte si escapa.

Cuando encuentre a sus hombres, los abrirá con un cuchillo


sin filo y desenrollará sus intestinos centímetro a centímetro.

Ahora puede oír las sirenas.

Quiere matar a todas las mujeres de allí, pero no tiene tiempo


para vengarse. Ni siquiera tiene tiempo para ir por la pistola. Corre
hacia su auto, vomitando incontroladamente, con la sangre
corriendo por la nuca.

Huye, sabiendo que la perra irrespetuosa a la que disparó


probablemente ni siquiera morirá. La idea le enfurece. Espera que
algún día pueda localizarla y terminar el trabajo.

Pero ahora, incluso, mientras está destrozando la carretera,


con los neumáticos vomitando nubes de suciedad, está planeando
cómo lidiar con ese periodista. Acaba de perder una gran cantidad
de dinero y la buena voluntad de sus posibles compradores. No
puede arriesgarse a reunir otro envío hasta que sepa que ha tapado
las fugas.
Cataha hará honor a su nombre. Arrastrará a ese reportero
directamente al infierno.
CAPÍTULO 01
Día cero...
Columbus, Ohio, julio de 2017

Son las 10:30 de la mañana y reprimo un bostezo mientras


me dirijo a mi turno de comida en la cafetería Cuppa Joe. Ya llevo
cinco horas despierta.

Mi tía y mis primos todavía estaban durmiendo cuando me


desperté y pasé dos horas en la web oscura, visitando sitios web
que me enseñan a hackear y luego, practicando mis habilidades
recién adquiridas. Lo hago todos los días. Intento encontrar la
respuesta a una pregunta urgente: ¿Qué es la Operación Salvat?

Cuando terminé de navegar a las 7:30, desperté a mi tía


Anastasia y a mis primos Helenka y Yuri.

Después de un rápido desayuno, miramos a través de las


cortinas de nuestro apartamento antes de salir, buscando a alguien
o algo que no perteneciera a este lugar. Solo cuando estuvimos
seguros que no había nadie, salimos del apartamento.

Por supuesto, comprobamos continuamente a nuestro


alrededor mientras caminamos hacia el gimnasio privado donde
recibimos clases gratuitas de defensa personal, por cortesía de un
grupo local de mujeres. Y lo mismo hacemos cuando regresamos al
edificio de apartamentos.

Solo llevamos un par de meses entrenando, desde que huimos


de Sergei, y no diría que somos del nivel de los ninjas, ni siquiera
del nivel de los malos, y tampoco damos un poco de miedo, pero
hemos aprendido algunos trucos geniales que al menos nos darían
una oportunidad si Sergei, mi tío Vilyat o cualquiera de las otras
figuras turbias de nuestro pasado vinieran por nosotros.

Me relajo un poco al acercarme a la cafetería. Las aceras están


abarrotadas en el distrito del centro durante el día. Las multitudes
son anónimas. Me engullen y no soy más que una célula en un
organismo multicelular. Invisible, indistinguible.

Cuppa Joe tiene un toldo verde y una gran ventana de cristal


que se convierte en un brillante espejo durante el día. Es una
pantalla de cine que refleja los reconfortantes y aburridos rituales
diarios de la vida en el centro de la ciudad. Ahora mismo, como un
reloj, los edificios de oficinas escupen chorros de zánganos de
cubículos en su descanso para comer, y fluyen hacia la franja de la
calle donde se apiñan todos los restaurantes.

Miro fijamente la ventana de espejo mientras subo a grandes


zancadas, buscando mi reflejo. Como de costumbre, tardo un par
de segundos en distinguirme de la multitud.

Pero entonces, ya no soy realmente yo.

Hace tres meses, a principios de abril, me metieron en la parte


trasera de la limusina de Sergei Volkov. Él me cambió, me rompió
y, dejándome para que me recomponga. Sin embargo, las cosas
rotas nunca son las mismas después de pegarlas. Me he
reinventado y me he hecho nueva, de dentro hacia fuera.

Ahora llevo gafas, aunque tengo una visión perfecta y los


lentes de plástico son transparentes. Me he cortado mi largo pelo
rubio y lo he teñido de marrón. Antes me maquillaba muy poco,
pero ahora me pinto. Lápiz labial rojo, lápiz delineador rosado,
delineador de ojos de gato. Cualquier cosa para difuminar el
parecido de mi nuevo yo, Sarah Maynard, con mi antiguo yo, Willow
Toporov.

Dicen que el cambio es bueno. Pero esto es un disfraz, no un


cambio. Mi tía, mis primos, yo... no somos mucho más libres ahora
de lo que éramos en California, viviendo bajo el régimen asfixiante
y abusivo de mi tío Vilyat. Cada decisión que tomamos, desde
nuestro aspecto hasta nuestro horario diario, está calculado para
borrar nuestros antiguos yo.
Por otra parte, a la tía Anastasia ya no le rompe los huesos ni
le malluga la cara el hombre que juró amarla, honrarla y cuidarla.
Yuri, de nueve años, ha dejado de estremecerse cada vez que
alguien levanta la voz o hace un movimiento brusco. Helenka, de
trece años, no se casará con un viejo y asqueroso jefe de la mafia
para obtener ventajas políticas dentro de unos años.

No estoy segura de por qué estoy de un humor tan oscuro en


este momento. Todo va bien. Hace dos meses, una comprensiva
empleada de hotel nos dio unos cientos de dólares de su dinero
duramente ganado para que pudiéramos llegar hasta Columbus.
Desde entonces, he conseguido encontrar una identificación falsa
aceptable para mi tía y mis primos, y los niños pueden empezar el
colegio en septiembre. Anastasia ha dejado de tomar medicamentos
y se pasa el día en el ordenador tomando clases por Internet. Está
trabajando para obtener un certificado en seguridad informática.
Ella y yo tenemos concursos de hacking a veces. Es al menos tan
buena como yo.

No ha habido ni una sola señal de problemas, pero al entrar


en Cuppa Joe me doy cuenta que hoy estoy inusualmente nerviosa.

El estruendo familiar golpea mis oídos, una mezcla de


conversación y música que sale de la gramola.

Me coloco junto a la puerta y hago un rápido barrido visual


de la habitación. Nada me llama la atención.

¿Por qué se me eriza el vello de la nuca?

Ya hay una multitud decente a media mañana cuando marco


mi tarjeta y voy a la cocina para memorizar los especiales del día.
Vuelvo a ver a los clientes a través de la ventana; hay muchos
clientes habituales y nada parece estar fuera de lugar.

Pero recuerdo lo que uno de nuestros instructores de defensa


personal nos dice siempre. Confía en tu instinto.

Se me hace un nudo en las tripas.

Todavía llego unos minutos antes. Me meto en la sala de


descanso, me dirijo a mi taquilla y agarro el delantal y la libreta de
pedidos.
Después de atarme el delantal, meter mi libreta y mis
bolígrafos en los bolsillos, así como algunos billetes y monedas para
poder hacer el cambio, llamo a mi tía.

—¿Está todo bien? —le pregunto.

—Por supuesto. —Su voz es cautelosa—. ¿Por qué no va a


estarlo? ¿Ha pasado algo?

No quiero asustarla, pero quiero que esté atenta a... no sé qué.

—No lo sé. Solo tengo una sensación extraña. ¿Puedes


asegurarte que Helenka y Yuri están bien?

—Claro.

Pasa un minuto. La oigo caminar por el apartamento, y


entonces vuelve y su voz está aterrada.

—Helenka se ha ido.

El miedo florece en mi interior, y la habitación tapada se


siente de repente como una trampa asfixiante.

Piensa. No entres en pánico. El pánico nunca ha solucionado


nada.

—¿Y la alarma? —exijo. Tenemos un sistema de alarma con


sensores en cada puerta, en cada ventana.

—Espera, espera... —La oigo apresurarse por el pasillo—.


Todavía está habilitado. Alguien introdujo el código de Helenka hace
cinco minutos. Yo estaba en la ducha; no me enteré. Y Yuri estaba
jugando a un videojuego con los auriculares puestos.

Eso va en contra del protocolo. Si estaba en la ducha, tanto


Yuri como Helenka debieron estar alerta, por si alguien empezaba
a dar patadas a una puerta o ventana.

¿Dónde está Helenka ahora mismo? ¿Está siendo violada?


¿Cortada en pedazos?
—Maldita sea, Anastasia, ¿cuántas veces tenemos que
repasar esto? —me quejo—. Nunca estamos seguros. Nunca
podemos relajarnos.

Puedo escuchar a Yuri llorando en el fondo. Se acerca al


teléfono.

—¡Lo siento, lo siento! Todo es culpa mía.

En otro tiempo, su cariñosa y comprensiva prima Willow


Toporov le habría consolado. Pero ahora soy Sarah Maynard, y
Sarah es una perra mala y paranoica centrada en la supervivencia,
no en los abrazos y los besos.

—Sí, es tu culpa, tuya y de tu madre, porque sabes lo que hay


que hacer y elegiste no hacerlo. Comprueba la ubicación de su
celular. Yo haré lo mismo.

Todos tenemos teléfonos móviles con el rastreo activado.

—Colgaré y te volveré a llamar. —La voz de Anastasia se


levanta aterrorizada. Está a punto de perder la cabeza. Si yo
estuviera allí, la abofetearía tan fuerte que le sonarían los oídos. No
podemos permitirnos el lujo de ponernos histéricos. Después de
todo nuestro entrenamiento para cualquier emergencia posible,
¿así de fácil se desmorona?

Ambas colgamos. Me tiemblan las manos mientras apuñalo la


pantalla del teléfono con los dedos. Busco desesperadamente la
aplicación "encontrar mi teléfono". Maldita sea, no soy mejor que
Anastasia. Nuestra primera emergencia real, y yo también estoy
perdiendo la cabeza. Las lágrimas me arden en los ojos y parpadeo
frenéticamente. Tardo tres intentos en conseguir que la aplicación
funcione.

Por favor, no te mueras, por favor no te mueras...

Introduzco la ubicación de Helenka en el celular y, al mismo


tiempo, suena mi teléfono. Helenka me está llamando.

El alivio fluye sobre mí como un maremoto, seguido


rápidamente por una ira roja y punzante.
—¿Qué demonios? —Me pongo a hablar por teléfono.

—Solo fui a buscar el correo —dice Helenka con desazón—.


Solo quería salir de casa un momento. Tuve el teléfono conmigo
todo el tiempo. He mirado a mi alrededor. Practiqué mi conciencia
situacional.

—No puedes salir de casa sin tu madre, y lo sabes. ¿Te fuiste


sin decírselo a ella o a Yuri? Ambos lo arruinaron, a lo grande. ¿Por
qué no te cuelgas un gran cartel de "secuéstrame" al cuello si tienes
tantas ganas que te lleven?

—No estoy deseando que me atrapen. —Ahora está llorando.

—Entonces actúa como si quisieras vivir un día más.


Discutiremos esto cuando llegue a casa. —Mi ritmo cardíaco
comienza a disminuir de nuevo.

—¡Odio que nuestra vida sea así! Lo odio, Willow —solloza.

Ahogo un gemido.

—Helenka, yo también lo odio. Pero sabemos cuáles son


nuestras opciones. Vivimos así, o vuelves con tu padre, y él te
encierra durante unos años y luego, te casa con un viejo cerdo
gordo para una vida de miseria. Y si atrapa a tu madre, la matará.
Y golpeará a Yuri hasta dejarlo sin sentido. Esas son nuestras
opciones. Nos escondemos, o nos atrapan y nuestra vida es un
infierno. ¿Está claro?

—Sí. Estamos libres. —Su voz es triste y resignada, y me


corta. Helenka está sola, aburrida y aislada, y yo la acabo de hacer
pedazos por querer un mínimo de libertad.

Cuelgo antes de ceder a mi impulso de disculparme con ella.


No puede pensar que está bien bajar sus barreras, nunca, ni
siquiera por un solo segundo.

Me dirijo al restaurante y empiezo a tomar pedidos.

Una hora pasa como un borrón. Estoy tan aturdida que me


fijo en todo y en todos, mirándolos a través del oscuro lente de la
sospecha.
Reconozco a un tipo guapo que ha estado antes. Phillip. Un
abogado. Lleva un buen traje y huele bien. Me sonríe con unos
dientes blancos y perfectos.

—Dime... Sarah, ¿es así?

—Sí.

—Me preguntaba, ¿alguna vez tienes tiempo libre después del


trabajo?

Al instante entro en lo que yo llamo modo de "retirada


educada".

—Es muy dulce de tu parte, pero tengo novio.

La decepción arruga sus ojos y asiente, sonando un poco


triste:

—Es un hombre afortunado.

Me apresuro a tomar los pedidos de otra mesa. Tal vez, es


realmente un buen tipo. Tal vez, podría haber sido "el elegido".

Entonces, lo dudo. Estar con Sergei me hizo cosas.

Cuando se comportaba como un cabrón, era el hijo de puta


más malo y repugnante que he conocido. Y yo crecí en una familia
de mafiosos. Pero cuando me tocaba... el sexo era algo que nunca
había experimentado. Aterrador y estimulante, como la caída de
una montaña rusa. Insanamente orgásmico. Todavía lo anhelo, con
un hambre que nunca puede ser saciada. No puedo imaginar las
manos de otro hombre sobre mí.

Desgraciadamente, Sergei es un psicópata de piedra. No solo


eso, sino que rompí un acuerdo que había hecho con él; debía
quedarme con él treinta días, y me fui el veintisiete. Cuando intenté
volver, me amenazó.

Aunque quisiera volver, no podría. No es que importe; no


quiero volver, creo.
Sergei me ha partido en dos. Mi cerebro me dice que no quiero
volver a verlo, pero mi cuerpo quiere volver a volar a sus brazos. Me
siento como una drogadicta con síndrome de abstinencia; cuando
me tumbo en la cama, me duele literalmente por él. Es mi hermoso
y salvaje sueño febril, es un fantasma que persigue mis momentos
de vigilia y de sueño.

Imágenes desagradables pasan por mi cerebro mientras me


muevo de una mesa a otra con el piloto automático.

Yo, atada, con las piernas abiertas, vulnerable y expuesta. La


lengua de Sergei acariciándome hasta que lloro y pido que me deje
correrme. Su dura mano golpeando mi culo mientras su dedo
acaricia la pequeña perla rosa entre mis piernas. Me quito los
pensamientos de la cabeza; me hacen doler de anhelo, y me
repugna. ¿Por qué no tengo más respeto por mí misma? ¿Por qué
mi corazón late más rápido por un hombre que me ha insultado y
rechazado?

Cuando me dirijo a la ventanilla del cocinero para hacer mis


pedidos, el encargado del día, Harold, se acerca a mí. Es bajito y
gordo y, siempre tiene una mirada de disculpa cuando pide algo. Es
tan aterrador como un oso de peluche con el relleno suelto, pero en
mi elevado estado de paranoia, me parece que es sospechoso y está
fuera de lugar.

—Hola, Sarah, ¿cómo estás hoy?

Sonrío y asiento con la cabeza, como uno de esos muñecos


que la gente pone en sus salpicaderos.

—Simplemente genial, gracias.

—¿Te importa sacar la basura?

Frunzo el ceño con desconcierto. Extraña petición. Ese es el


trabajo del ayudante de camarero, y ahora está muy ocupado.

—Tengo que hacer dos pedidos.

Me arrebata la libreta de pedidos de la mano.

—Yo lo haré. Por favor, saca la basura.


Veo que sus ojos se desvían hacia un lado, y lo sé. Maldita
sea. No estoy siendo paranoica; tengo razón.

Alguien ha llegado a él.

Mi corazón late más rápido.

Me niego a ceder.

—¿Por qué no le pides al ayudante de camarero que lo haga?

Harold frunce el ceño. Exhala un suspiro exasperado.

—Está ocupado.

Miro al camarero. Está coqueteando con una de las


camareras.

—No, no lo está.

—Mira, haz tu trabajo o te despiden. —Su voz es


anormalmente alta. Y nunca me habla así.

La ira me inunda. Intenta enviarme al callejón; ya me imagino


qué cosas divertidas me esperan.

Estábamos a salvo. Estábamos empezando a reconstruir


nuestras vidas. ¿Por qué demonios la gente no puede dejarnos en
paz?

—¿Cuánto? —respondo con un chasquido

Sus ojos se abren de par en par y da un paso atrás.

Me acerco a él.

—¿Cuánto dinero te costó venderme, imbécil? —le digo las


palabras con fuerza. Me quito el delantal mientras hablamos. Mi
trabajo ha terminado aquí. Estoy desempleada, así de claro.

Da otro paso atrás, con los ojos como platos. Le he


arrinconado contra la pared.

—¡No sé de qué estás hablando!


Lo miro fijamente y se pone pálido. Casi llora.

—Por favor. Dijo que cortaría a mi esposa y a mi niña. Sabe


sus nombres. Sabe dónde vivimos.

¿Ahora, será Sergei, mi tío Vilyat, o mi tío Edik? Porque,


literalmente, podría ser cualquiera de mi antiguo círculo social.

¿Qué tan desordenada es mi vida?

Me dirijo a la puerta principal. Saco el celular del bolsillo y


Harold intenta quitármelo.

—¡Quítame las manos de encima! —grito a todo pulmón. El


estruendo se apaga. La gente nos mira fijamente.

—¡Vuelve aquí! Tú... ¡robaste mi teléfono! —intenta


fanfarronear.

—¿Este teléfono? —Lo agito sobre mi cabeza. Es rosa y tiene


flores.

Se da por vencido y se apresura hacia la puerta trasera.

Llamo rápidamente a Anastasia:

—Estamos quemados —digo—. No sé quién es. Agarren sus


mochilas. Reúnanse conmigo en el lugar, ya saben cuándo.
Recuerden el plan B. Y si no aparezco, corran y sigan corriendo. —
No digo los detalles en caso que alguien haya hackeado nuestros
teléfonos.

También tenemos un plan C, D, E... Les inculco nuestros


planes cada noche.

—¡Willow! ¡No! —Anastasia grita—. No nos iremos sin ti.

—Hice todo esto por ti y por los niños —insisto—.


Especialmente los niños. Mientras ustedes estén a salvo, todo
estará bien. Si se los llevan, todo esto fue para nada.

—No puedo hacer esto yo sola. —Su voz tiembla de terror.


Anastasia nunca ha sido una mujer fuerte. Es nueve años mayor
que yo, pero soy la que manda, la que toma todas las decisiones.
He intentado que sea más independiente, pero cada vez que insisto
en que tome una decisión sobre cualquier cosa, tiene ataques de
pánico y su pecho empieza a agitarse, y eso asusta a los niños.

—Se un puto líder, Anastasia. Harás las maletas y saldrás


corriendo, a no ser que quieras que Helenka se case con un
sesentón que la llenará de bebés —le digo—. A menos que quieras
que Vilyat golpee a tu hijo hasta romperlo.

Estoy jugando al billar sucio.

Eso es lo que soy ahora. Sucia.

Está llorando mientras cuelgo.

Me abro paso a codazos entre una multitud de clientes que


hacen cola para sentarse y consigo salir por la puerta principal.
Salgo a la luz del día y aquí está él. Sus ojos me miran como si
fueran láseres, impulsados por el odio y la venganza.

Esto es malo. Esto es peor que malo.

—Hola —digo, con voz firme, mientras mis entrañas se


vuelven agua. Corre, Anastasia, corre. Y nunca mires atrás—. ¿Has
venido a matarme?
CAPÍTULO 02
El mundo parece nadar y brillar frente a mí, en una bruma de
terror.

El hombre que tengo delante no es el que esperaba.

Es la peor de las posibilidades. Es un resultado que ni


siquiera había considerado.

Es Feodyr, que solía ser la mano derecha de Sergei, hasta que


lo traicionó.

Feodyr se ve aún peor que la última vez que lo vi, la noche en


que Sergei le golpeó la cara.

El pelo, que antes tenía cortado cerca del cuello, le crece,


rizado y grasiento. Tiene la nariz torcida hacia la derecha y el lado
izquierdo de la cara se hunde un poco, forzando su labio en una
mueca permanente. Daños nerviosos por la paliza, imagino. Y
puedo ver una profunda cicatriz en su cráneo; así de fuerte golpea
Sergei.

Cuando estuve prisionera en la mansión de Sergei junto al


mar, Feodyr estaba limpio e inmaculadamente vestido. Parecía
beber mucho, pero lo llevaba bien. Ya no. Por su aspecto, y por el
olor, ha estado bebiendo sin parar desde que eludió a su guardia
policial y huyó del hospital hace un par de meses. Eso y dormir a
la intemperie. Se mueve en una niebla agria de olor corporal,
vapores de whisky y aliento apestoso, su camiseta y sus jeans están
sucios y su cara está hinchada.

Y lleva un periódico... que envuelve la pistola con la que me


apunta al estómago.
La gente se agolpa a nuestro alrededor en la acera, hablando
por sus teléfonos, hablando entre ellos. Pasan a su lado; están a
centímetros de un bulto de rabia fuertemente enrollado con forma
humana. Nadie más que yo se fija en la pistola.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto.

La mitad derecha de su boca esboza una horrible burla de


sonrisa.

—Sergei me envió. Quiere que te viole, torture y asesine.


Personalmente, no se me parará con una puta fea como tú, Willow,
así que tendrás que conformarte con la parte de la tortura y el
asesinato. Espero que no estés muy decepcionada.

—No, no lo hizo —digo, manteniendo mi voz y mi expresión


calmada—. En primer lugar, si quisiera que se hiciera eso, lo haría
él mismo. Y lo que es más importante, es imposible que sigas
trabajando para él. ¿Con ese aspecto? ¿Oliendo así? Es un
profesional. Solo contrata a profesionales. Parece que deberías estar
en la cola de un comedor social.

La rabia retuerce su cara hinchada.

—¡Pequeña puta!

Se lanza hacia mí. Rápidamente retrocedo, contra una


barandilla de hierro. Se mueve hasta situarse a medio metro de mí.
Me obligo a no mirar la pistola que está lista para perforar mi carne.

—Estamos rodeados de gente, en pleno día. —Lo señalo—.


¿Crees que voy a dejar que me secuestren?

—Sí, la verdad es que sí. —Mira un parque infantil al otro lado


de la calle, donde las madres empujan a los niños pequeños en los
columpios. El corazón me da un vuelco en el pecho. ¿Me está
amenazando con hacer lo que creo que está haciendo?

Su mirada furiosa vuelve a fijarse en mí.

—Tienes razón en que Sergei no me deja trabajar más para él.


Me mataría si me viera. Por tu culpa. —Se ahoga en un sollozo.
Sergei lo era todo para él. Sergei y su banda de seguidores fanáticos,
y la campaña de venganza contra mi familia. Era todo por lo que
Feodyr vivía—. Lo arruinaste. Intenté salvarlo de ti, pero estaba
demasiado perdido.

Pensó que Sergei se estaba enamorando de mí, hasta el punto


que podría flaquear en su misión. Pensó mal. Pero tuvo tanto miedo
de que Sergei desarrollara alguna grieta en su armadura que
intentó "salvar" a Sergei deshaciéndose de mí. Me secuestró y me
llevó a una fiesta en la que una banda de mafiosos abusaba de
mujeres víctimas de la trata de personas.

Cuando Sergei y sus hombres fueron a rescatarme, mataron


hasta el último de los mafiosos y liberaron a las mujeres. Sé lo cerca
que había estado Sergei de Feodyr, así que le impedí que matara al
bastardo a golpes con sus propias manos. Le dije que dejara a
Feodyr en manos de la policía, que lo dejara pudrirse en la cárcel.
Eso fue un error.

Un error que me costará la vida. Probablemente solo me


queden horas de vida, y esas horas serán una pesadilla.

Y me va a matar por nada. No afecté a Sergei en lo más


mínimo. Si lo hubiera hecho, no me habría rechazado cuando le
rogué volver.

Me encuentro con la mirada enloquecida e inyectada en


sangre de Feodyr.

—Te equivocas. Sergei nunca se preocupó por mí. Tendría que


ser capaz de tener emociones humanas normales para hacer eso, y
no lo es. Es un psicópata. Solo que es mejor que tú para ser un
psicópata.

La rabia tuerce los rasgos de Feodyr.

—Cierra la boca, tú... —pronuncia una serie de palabras


rusas que supongo que son una forma excepcionalmente colorida
de decirme que soy una puta. Mi ruso es decente, pero no genial, y
solo conozco las palabrotas básicas.

Es irónico. Feodyr no soporta que diga una sola cosa mala de


Sergei, a pesar que Sergei intentó matarlo.
La cara de Feodyr se sonroja de un feo color rojo. El sudor se
le acumula en la frente y le recorre los lados de la cara. ¿Puedo
razonar con él? ¿Hay alguna esperanza para mí?

—Le pregunté si podía volver con él y me dijo que no. —Hay


un borde de súplica en mi voz—. ¡A él no le importa si vivo o muero!
Si me haces daño, no pestañeará. No soy nada para él.

—¿Vas a arrodillarte y suplicar? —Feodyr se burla—.


¿Ofrecerte a chuparme la polla si te dejo vivir?

Nunca.

—Si me disparas, te perseguirá la policía y te matará —digo.


Mi corazón late a mil por hora.

Ladra un sonido horrible que creo que puede ser una risa.

—¿Crees que me importa una mierda? ¿Algo? Esto es el fin


para mí. Hoy.

Mi corazón se hunde, y lágrimas de pánico pinchan mis ojos.


Está aquí en una misión suicida. No hay razonamiento, ni súplica,
ni esperanza. Se ha tambaleado lejos, muy lejos de la tierra de la
cordura y la racionalidad. Está en un lugar donde la realidad no
puede alcanzarlo.

Se tambalea, y algunas personas lo miran porque ha


levantado la voz, pero nadie se detiene a ayudarme. No puedo
culparlos; Feodyr es grande y tiene un aspecto aterrador y, la
amenaza se desprende de él como una apestosa niebla tóxica.

Vuelve a mirar el parque. Luego vuelve a mirarme. Agita la


pistola y el periódico suena.

—Puedes venir conmigo ahora mismo, o dispararé a los niños


del parque, y luego te dispararé a ti en las tripas. De cualquier
manera morirás en agonía, pero si te quedas aquí, te llevarás a un
montón de niños inocentes. —Hace una mueca. Creo que intenta
burlarse de mí.
Quiero gritar de frustración. Como nací en la familia
equivocada, mis únicas opciones en la vida son elegir un escenario
de pesadilla horrible, o un escenario de pesadilla aún peor.

¿Sería mi culpa que Feodyr asesinara a un grupo de


preescolares? ¿Fue culpa mía que Sergei me tuviera como garantía
de la deuda de cinco millones de dólares de mi tío, y me tratara
como una esclava por los crímenes que mi familia cometió contra
él?

Pero tratar de señalárselo sería un desperdicio de aliento, y sé


que no me quedan muchos alientos.

—Bien —escupo—. Iré contigo.

—Tira el celular al suelo.

Le obedezco, sacando el celular del bolsillo y dejándolo caer.

Está bien. Anastasia y los niños están a salvo. Eso es todo lo


que importa.

Pero no quiero morir. No quiero, no quiero, no quiero.

Dejo que me lleve a la vuelta de la esquina, a un callejón y a


un aparcamiento. Me arrastra hasta un auto. El vigilante del
aparcamiento está sentado en la cabina, ignorándonos tanto, que
sé que Feodyr le ha pagado. Mira a su alrededor y abre el maletero.

El desayuno se me sube a la garganta. Las lágrimas me


nublan la vista. Esto es el fin. Si corro y grito, matará a otras
personas y luego me matará a mí de todos modos.

La última cosa decente que puedo hacer con mi vida es salvar


a un grupo de extraños que nunca sabrán lo que hice por ellos.

No puedo evitarlo. Dejo escapar un único sollozo que quita el


hipo. Me odio por ello, porque oigo a Feodyr soltar una risita como
respuesta.

Helenka. Yuri. Anastasia. Lo siento. Lamento tanto, tanto,


dejarlos.
Me hace girar, me ata rápidamente la mano por detrás con
una brida y me levanta en brazos. Intento no tener arcadas ante su
apestoso cuerpo. Me deja caer en el maletero con un golpe seco.

—Haz cualquier ruido, intenta llamar la atención, y te


dispararé —dice. Cierra de golpe el maletero y al instante me
envuelve una oscuridad asfixiante. Una sensación de claustrofobia
me estrangula y lucho por no gritar cuando el auto empieza a
moverse.

Hace calor, y el sudor se me acumula en la frente mientras el


auto se mueve y corre por la carretera. Pienso en mi familia. Pienso
en Lukas, el niño que cuida Sergei. Lukas está siendo criado por
una pareja de ancianos, y está tan triste, tan solo y extraña tanto a
su madre, que me miró y decidió que yo era ella. Pensó que yo era
su madre, que había vuelto por él, y se aferró a mí como un percebe.

Ese niño me quería. He pensado en él todos los días desde el


día que me fui. He pensado en buscar una forma de contactar con
él, para hacerle saber que no quise dejarlo. A menos que pueda salir
de este baúl, crecerá, envejecerá y morirá pensando que lo
abandoné.

Intento prestar atención a dónde vamos. Creo que nos


estamos alejando del centro de la ciudad.

Las preguntas pasan por mi mente.

¿Cómo diablos me encontró? Estoy usando una identificación


falsa, un número de seguro social falso. No me parezco en nada a
lo que solía ser. No me he puesto en contacto con nadie en casa. No
solo eso, sino que tuvo que haber estado viviendo la vida a la
carrera. No pudo haber entrado en un cibercafé o en una biblioteca
con Wi-Fi y haberme encontrado buscando en la red.

Sergei tiene un sinfín de recursos. Feodyr ya no tiene acceso


a ellos.

Si sobrevivo a esto, tendré que averiguar qué error cometí que


me expuso así.

Pero ahora mismo, tengo que moverme rápido.


Me he estado preparando para algo así durante los últimos
dos meses. Ser secuestrada y metida en el maletero de un auto es
aterrador, pero también está en la lista de escenarios para los que
me he preparado. Si hubiera sido inteligente, me habría quitado los
zapatos.

Pero no lo hizo. Y ahora voy a descubrir si toda mi práctica ha


valido la pena. Era tan fácil cuando lo hacía en nuestro
apartamento, una y otra vez. Ahora mis manos tiemblan y sudan,
y estoy tan enloquecida de miedo que apenas puedo pensar con
claridad.

Enrosco las piernas detrás de mí y saco la pequeña hoja del


interior de mi zapato, donde la he pegado con cinta. Con dificultad,
la froto contra la brida y hago fuerza hasta que se rompe.

¡Sí! ¡Una pequeña victoria!

Luego, busco en el maletero el pestillo de apertura, y tanteo


hasta que consigo abrir la tapa. Pero no la abro del todo, no quiero
que Feodyr mire por el retrovisor y vea que el maletero está abierto
hasta que llegue el momento. Caer en el tráfico y morir bajo las
ruedas de un auto a toda velocidad no es mi objetivo.

Espero hasta que siento que el auto se detiene, al ralentí. Creo


que estamos en una señal de stop. Sé que ahora estamos más lejos
del centro. Menos posibilidades de daños colaterales.

Abro el maletero de par en par y salgo a la calle. He calculado


bien; estamos parados junto a un parque. Corro por mi vida.

Oigo los aullidos de rabia de Feodyr rasgando el aire, y luego


el pop pop de los disparos cuando me escondo detrás de un árbol y
me agacho para correr detrás de una hilera de setos.

Busca cobertura. Ser un objetivo en movimiento. Más difícil de


alcanzar.

Y, milagro de los milagros, dos agentes de policía están


patrullando en bicicleta por el parque y lo descubren.

Feodyr empieza a dispararles. La gente grita y se dispersa,


dejando caer maletines, fiambreras y vasos de café de papel.
La policía le devuelve el fuego.

Corro y corro, y un calambre me quema el costado, y me


tambaleo pero hago que mis piernas sigan moviéndose. Cuando
cesan los disparos, me detengo para mirar hacia atrás. Feodyr está
tendido en el suelo, acurrucado de lado. Los dos policías están
vivos. La gente está agachada detrás de los árboles, detrás de los
cubos de basura, abrazándose, llorando.

Casi llorando de alivio, me alejo corriendo por una calle


lateral.

Feodyr fue demasiado descuidado para registrarme. Tengo un


segundo teléfono, y mil dólares en efectivo, escondidos en una bolsa
atada a mi muslo.

Comienzo a caminar hacia un pequeño motel sin nombre


situado a veinte manzanas del parque. He explorado docenas de
ellos en los últimos dos meses.

Anastasia y los niños saldrán de la ciudad ahora mismo. No


sé a dónde van; lo hemos arreglado a propósito, por si alguien
intenta torturarme con la información.

Tengo muchas ganas de volver al apartamento para tomar mi


portátil y empacar algo de ropa, pero no me atrevo. ¿Y si Feodyr fue
más organizado de lo que parecía y tiene a alguien esperándome?

Así que en su lugar reservo una habitación en el motel.


Incluso consigo que el empleado me dé una habitación sin darle
identificación; me cuesta cien dólares más.

Cierro la puerta con llave, me siento en la cama y lloro,


frotándome las muñecas donde las ataduras de brida me cortaron.

Entonces llamo a Anastasia.

—Fue Feodyr —le digo—. Ahora está muerto. Pero igual nos
vamos de la ciudad. Sigue el plan. Me pondré en contacto contigo
mañana a las seis de la mañana. Si no tienes noticias mías, te vas
por tu cuenta.

Cuelgo ante sus desesperadas protestas.


CAPÍTULO 03
El primer día...
Me despierto con una sacudida. Estoy acostada de lado en un
colchón lleno de bultos bajo una manta dura, y tardo un minuto en
recordar dónde estoy y por qué. Mi cerebro está apagado y confuso.
He dado vueltas en la cama toda la noche. Ni siquiera recuerdo
haberme dormido.

Estoy a punto de incorporarme, pero una fría ola de miedo me


invade y me quedo quieta. No sé por qué. Escucho con atención.
Solo oigo el ruido del tráfico fuera de la habitación. Sin embargo,
tengo miedo de moverme. Siento que hay algo en la habitación
conmigo. Si no muevo un músculo, ¿se irá? ¿O se acercará?

Contaré hasta mil y luego me levantaré.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...

—¿Cuánto tiempo vas a fingir que duermes? —me gruñe una


voz impaciente—. No tengo todo el día. —Me sobresalto y me caigo
de la cama, agitándome. Me pongo en pie con dificultad.

Sergei. Allí de pie. Mirándome fijamente con una sonrisa


divertida en su cruel y hermosa boca. Lleva un traje a medida de
lino claro, y una camisa de seda, en tonos complementarios de azul
acero.

Mide fácilmente 6’3, pies y tiene los hombros de un militar.


Sin embargo, es esa sensación de amenaza animal que merodea
bajo la superficie lo que realmente le define. Cuando está en una
habitación, lo domina todo, hasta las moléculas de oxígeno.

Sigue siendo tan impresionante como lo recordaba, un


hermoso salvaje. Labios crueles y sensuales, mandíbula fuerte y
ancha, ojos azules afilados como un láser que pueden atravesar
cualquier defensa y cualquier mentira. Sin embargo, algo es un
poco diferente. Creo que veo sombras bajo sus ojos, y una opacidad
en su mirada.

—Hola —me atraganto, absurdamente. ¿Qué más se puede


decir?

¿Cómo me encontró aquí?

Tengo mi teléfono desechable... ¿podría haberlo usado para


rastrearme? No, eso no. Cuando no lo uso, lo mantengo apagado y
con la batería quitada para que no haya posibilidad que alguien lo
use para encontrarme.

Me sonríe, pero solo con la boca. Me mira fijamente, con un


brillo calculador en su mirada. El tono de sus ojos azules cambia
según su estado de ánimo. Hoy son tan gélidos que siento un
escalofrío en todos los lugares en los que su mirada me roza.

Cruzo los brazos sobre el pecho, sintiéndome cohibida. Tengo


el pelo enmarañado y llevo puestos los jeans y la camiseta de ayer.

Da un paso adelante. Solo uno. Sergei es un monstruo al que


le gusta alargar sus castigos, extrayendo el máximo terror de cada
segundo. Me obligo a no estremecerme ni gritar.

—Willow. ¿Qué hace una buena chica como tú en un lugar


como éste? —Su voz intensa y fuerte me acaricia los oídos. Está
adornada con su acento ruso, exótico, sexy y peligroso.

—Ya no soy tan buena. Gracias a ti —digo.

—Oh, siempre serás una buena chica, en el fondo. El hecho


que te guste que te haga cosas sucias no significa que no seas una
mujer buena, dulce. —Su voz es burlona, su mirada dura. Para él,
ser un ser humano decente y cariñoso es una debilidad.

Respiro profundamente y con dificultad.

—No puede ser una coincidencia que tú y Feodyr hayan


aparecido aquí al mismo tiempo
El asco riza su boca.

—No. Te encontré, y luego Feodyr secuestró a uno de mis


hombres y lo hizo hablar. He estado monitoreando la radio de la
policía. Sé que ahora está muerto. Ojalá hubiera sido yo quien
acabara con él, pero el resultado es el mismo. No volverá a hacerte
daño.

La frustración que ha estado burbujeando dentro de mí


explota. ¡He tenido tanto cuidado! Todos lo fuimos. Y todo fue para
nada.

—¿Cómo demonios me has encontrado? —exijo—. ¡Dime!

Se mueve hacia mí más rápido de lo pensado, tan rápido que


ni siquiera lo veo hasta que está justo encima de mí. Me agarra por
el cuello. Me apoya contra la pared.

—¿Has olvidado todo lo que te he enseñado? Así no es como


hacemos las cosas.

Cuando me alojé con él, me ordenó que lo llamara señor. Me


ordenó que le obedeciera sin rechistar.

Y me embruteció y me rompió el corazón. No con sus castigos


físicos: eran duros, pero una parte enferma de mí los deseaba. No.
Lo que me rompió el corazón fue su crueldad emocional, y cómo me
echó a un lado sin pensarlo dos veces cuando finalmente me atreví
a desafiarlo.

Y ahora ha vuelto, después que yo me haya ido durante dos


meses. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en absoluto?

Su mano comienza a tensarse. Solo un poco.

—Lo siento. Señor. ¿Es eso lo que quieres oír? —Pero no hay
distinción en mi voz como antes.

—Debo admitir que extraño el sonido de eso. —Sus labios se


tuercen en una sonrisa cruel que esta vez llega a sus ojos, y suelta
la mano. Coloca sus manos en la pared a ambos lados de mí,
enjaulándome.
Respiro su aroma de colonia y almizcle masculino, y un
torrente de excitación me inunda y amenaza con ahogarme. Mis
pezones se hinchan hasta convertirse en nódulos sensibles que
rozan la fina tela de mi camiseta.

Me aclaro la garganta y respiro profundamente, tratando de


sacar fuerzas en mi cuerpo y mi alma.

—¿P-por q-qué e-estás a-a-aquí? —Nunca tartamudeo con


nadie más. Sergei me arrebata toda la confianza en mí misma. Lo
miro a sus ojos azules como el hielo—. Nuestro acuerdo ha
expirado.

—No, nuestro acuerdo no ha expirado. Te fuiste tres días


antes.

No me molesto en discutir con él, ni en rogar, ni en suplicar.


Los sentimientos de Sergei hacia mí, su comportamiento hacia mí,
nunca han tenido sentido. Creo que ni siquiera él lo entiende, y por
eso se enfada tanto conmigo.

Detrás de él veo el reloj de pared. 5:55 a.m. Faltan seis


minutos para que llame a Anastasia. Están sentados en algún hotel,
esperando. Cuando no llame, se darán a la fuga. Lo que tengo que
hacer ahora mismo es entretenerlo. Darle a Anastasia y a los niños
tiempo para poner tanta distancia entre él y ellos como sea posible.

—¿Quieres que termine los últimos tres días? —le pregunto


con cautela.

Se burla:

—¿Es eso lo que piensas? ¿Crees que puedes violar un


acuerdo conmigo y luego cambiar de opinión?

El pánico brota en mí. Cuando me obligó a vivir en su mansión


en abril, mató a una mujer solo por mentirle. ¿Qué me hará a mí?
Solía pensar que lo conocía un poco, pero cuando se negó a dejarme
volver con él, me di cuenta que era un extraño para mí. No tengo
forma de adivinar cuál será su próximo movimiento.

¿Cómo razonar con un psicópata asesino que se excita con el


dolor?
Cuando estaba cumpliendo mis treinta días en su mansión,
lo intenté todo. Intenté ser obediente y respetuosa. Intenté ser
amable y comprensiva. Intenté defenderme. Intenté razonar con él.

Lo único que no intenté fue la seducción directa.

¿Funcionaría?

Solo hay una forma de averiguarlo.

Me muerdo el labio.

—Yo... te he echado de menos —susurro, y tiemblo. Ni


siquiera puedo mirarle a los ojos cuando lo digo. He repasado
muchas de mis habilidades en los últimos meses, pero nunca he
sido una buena mentirosa.

Es una estatua de piedra, intocable, inmóvil.

—¿Me echaste tanto de menos que te escondiste? Si me


hubieras echado de menos, sabrías dónde encontrarme.

No me molesto en recordarle que cuando intenté llamarle, casi


me dijo que me mataría si volvía.

Él está aquí. No me ha matado... todavía. Todavía hay


esperanza.

Retira su mano de mi garganta y me toma la barbilla. Me


obliga a levantar la cara para que tenga que mirarlo a los ojos.

—¿Qué has echado de menos de mí, pequeña Willow? —El


brillo cínico de sus ojos indica que sabe que estoy mintiendo.

He visto lo que hace a la gente que le miente.

—Yo... echaba de menos cuando me castigabas —susurro. Y


esa es la verdad. Desgraciadamente.

—¿De verdad, ahora? —Su mano me aprieta la barbilla y me


levanta la cabeza aún más. Jadeo de miedo.

—Sí. —Me ahogo con la palabra.


Suelta la mano y da un paso atrás.

—Bueno, creo que podemos arreglar para recuperar el tiempo


perdido. —Empieza a desabrocharse el cinturón, y al instante mi
mente se remonta a aquellos tiempos en su cuarto de juegos,
cuando temblaba de miedo y anticipación.

Todo lo demás se aleja de mí. Mi preocupación por mi familia,


por mí misma... Soy una persona terrible. Cada célula de mi cuerpo
está cantando con anticipación. Quiero esto, quiero esto...

—Date la vuelta. Bájate los jeans y sal de ellos.

Obedezco, mis manos tiemblan de impaciencia más que de


miedo.

Desliza sus dedos en mis bragas y me acaricia ligeramente.


Me sobresalto.

—Te mantuviste depilada para mí. Bien.

Me ató y me depiló el primer día que estuve con él. Le gusta


que esté bien depilada. Por alguna razón, he mantenido el hábito,
afeitándome regularmente. Y cada vez que lo hago, me lo imagino
arrodillado entre mis piernas como aquel día, lamiéndome con su
lengua.

Y, por supuesto, estoy mojada. Mi cuerpo siempre me


traiciona. Elige a Sergei por encima del respeto a sí mismo. Quiere
que castigue mi carne con golpes punzantes y que luego me penetre
hasta que grite para correrme.

Me baja las bragas y, cuando caen hasta los tobillos, me salgo


de ellas, en trance.

—Camiseta —gruñe.

Me la quito y la dejo caer al suelo.

—Sujetador.

Lo desengancho y lo dejo caer. Estoy ante él desnuda, y él está


completamente vestido, como siempre. Siento una punzada de
dolor. Es una barrera para la intimidad. Me hace sentir como una
puta.

—Levanta las manos sobre la cabeza.

Lo hago, estirándolos, temblando en el frío del aire


acondicionado. Siento que la piel se me pone de gallina.

—Tengo f-frío —tartamudeo.

Lo ignora.

—Date la vuelta. —Me mira de arriba abajo, y puedo sentir el


calor de su mirada en mi piel desnuda.

Hago una pirueta en un círculo lento y, mientras lo hago,


vuelvo a mirar el reloj. Han pasado cinco minutos.

Anastasia estará esperando mi llamada ahora mismo. En


unos minutos, si sigue el plan, agarrarán sus maletas y huirán.

También veo que se ha quitado el cinturón, que lo tiene en las


manos, y que está empalmado. La gruesa longitud de su polla se
perfila perfectamente contra la tela de sus pantalones.

Se desprende de la chaqueta y la arroja sobre una silla. La


seda azul grisácea de su camisa acaricia la protuberancia de sus
bíceps.

—¿Me has echado de menos? —pregunto, mi voz es poco más


que un susurro. Me preparo para una risa cruel. No me dice nada,
solo una mirada dura e indiferente.

—¿Qué te parece? —Arquea una ceja.

Mi mirada cae al suelo.

—No lo sé. Nunca tengo idea de lo que hay en tu cabeza.

—Así es. Y así es como me gusta. Ahora inclínate. Las manos


en la cama.

Lo hago, y me agarro a la colcha con tanta fuerza que mis


nudillos están blancos.
Se acerca y pasa sus manos por mi culo desnudo, entre mis
mejillas, rozando ligeramente mi coño.

Entonces me separa las piernas de una patada. Me tambaleo,


pero me mantengo agarrada a la colcha.

Se queda ahí parado durante lo que parece una eternidad.


Entonces su voz detrás de mí me hace saltar:

—Te diría que solo te va a doler un minuto, pero sería una


mentira.
CAPÍTULO 04
Bastardo.

—Diez latigazos. Cuenta para mí, Willow. —Su voz es menos


dura de lo que recordaba, más parecida a una caricia que a una
orden gruñona, pero no menos aterradora.

Me pasa el cinturón por el culo, un corte diagonal de dolor


que va desde la parte inferior de mi nalga izquierda hasta la parte
superior de la derecha. Salto involuntariamente y grito:

—¡Uno! —grito.

Siento el familiar torrente de calor acumulándose en mi


vientre, y la humedad de mi deseo rezumando entre los labios de
mi coño.

Espera unos segundos antes de volver a golpearme, y me veo


obligada a recordar cómo un solo segundo puede convertirse en una
eternidad. Sergei nunca es predecible. Controla el ritmo. Como una
cobra mortal, nunca se sabe cuándo va a atacar.

El segundo golpe se cruza con el primero, y me sacude y gimo:

—¡Dos!

—¿Realmente pensaste que podrías escapar de mí, Willow?

¡Una bofetada! Mi carne se estremece bajo el golpe. Tres líneas


rojas de dolor arden en mi piel.

—¡Tres! —jadeo para respirar—. ¡No pensé que te molestarías


en venir tras de mí!

Tres cortes en rápida sucesión, tan rápidos que me dejan sin


aliento. Mi culo está en llamas.
—¡Cuatro, cinco, seis! —grito.

Se detiene para acariciarme entre las piernas. Sus dedos son


suaves y delicados, recorriendo mi piel necesitada, que ya me duele.

—Te encanta, ¿verdad?

La conocida frustración aflora en mi interior. No le basta con


castigarme físicamente. Tiene que meterse en mi cabeza y remover
con una batidora.

—Sí, señor. Me encanta que me toques. Y te odio. ¿Sigo


llamándote señor?

—Sabes, lo dejaré en tus manos. Algunas cosas han cambiado


entre nosotros. Tú las has cambiado. Eres más poderosa de lo que
crees, Willow. —Su voz es suave, lo que significa que va a hacerme
daño.

Dos golpes más. Jadeo los números.

—¡Siete, ocho! —Me retuerzo, retorciéndome. Siento como si


las llamas lamieran mi piel.

¡Azote!

—¡Nueve! —Ya casi termina. Por favor, que termine—. ¡Tienes


todo el poder aquí! —jadeo—. ¡Me castigas todo lo que quieres, todo
el tiempo que quieres, cuando quieras, y no puedo detenerte!

—Sí, es cierto. Y todavía lo amas. Lo anhelas. El dolor hace


que el placer sea mucho más intenso, ¿no es así?

Es muy cierto. El dolor y el placer se entrelazan ahora en mi


cabeza, como hilos que se enroscan para formar una cuerda.
Necesito ambos.

¡Azote!

Mi piel tiembla bajo el cinturón y todo mi cuerpo se estremece.

—¡Diez! —grito, y me pongo de pie, frotando frenéticamente


mi piel ardiente.
—¿Dije que podías ponerte de pie? —Su aliento áspero está
justo en mi oído.

Vuelvo a echar un vistazo al reloj. Han pasado unos minutos


más. Ya son más de las seis de la mañana. Están en la carretera.

—No. ¿He pedido permiso? —Me doy la vuelta para mirarlo—


. Por lo que a mí respecta, hemos terminado. No tenías derecho a
hacerme pagar la deuda de mi tío en primer lugar, y cuando tú...

Me empuja contra la pared, presionando contra mí, un


gigantesco muro de calor corporal y músculo. Siento su polla rígida
presionando mi vientre.

Me acuna la cara con las manos y me besa. Su lengua se abre


paso en mi boca y toma el control, arremolinándose, y casi me
desmayo. Me derrito en él. Durante todo el tiempo que me tuvo
prisionera, no me besó ni una sola vez. Todas las veces que me
folló... su boca nunca tocó la mía.

Ahora parece que está recuperando el tiempo perdido. El beso


sigue y sigue, y su sabor es dulce y cálido. No quiero que termine
nunca. Me moriría de hambre antes de separarme de él. El placer
puro fluye de él y hacia mí, a través de nuestro cuerpo conectada.
Está hambriento, me devora. Mi lengua se arremolina en torno a la
suya en una danza íntima.

Por fin se separa de mí, y en su cara hay una mirada oscura


y feroz de hambre. Sin que me sostenga, tropiezo. Me flaquean las
rodillas y siento el dolor de las marcas del cinturón pulsando al
ritmo de los latidos de mi corazón.

—En la cama, ahora —me ladra—. De espaldas. Las piernas


abiertas, las rodillas dobladas. Haz que te lo diga dos veces, y tu
castigo será de cincuenta latigazos. —Avanza hacia mí hasta que
estoy de espaldas a la cama—. Te azotaré hasta que te desmayes.
Entonces te reviviré y terminaré el trabajo.

Me estoy ahogando en un océano de lujuria. ¿Por qué? Sus


amenazas son enfermizas, son terribles. Nunca entenderé por qué
el miedo y el dolor son tan afrodisíacos para mí.
En momentos como éste, él podría obligarme a hacer
cualquier cosa. Mi voluntad no es mía; sus palabras son mi
voluntad.

Caigo de espaldas sobre la cama y abro las piernas,


levantando las rodillas.

Empieza a besarme y a lamerme el estómago, y oigo cómo se


baja la cremallera de los pantalones. De alguna manera, se los ha
quitado cuando está entre mis piernas, y se ha quitado los zapatos
y los calcetines. Tiene un preservativo en la mano y lo hace rodar
sobre la gruesa columna de su polla que apunta directamente al
techo. Sin embargo, sigue llevando la camiseta. ¿Alguna vez lo he
visto sin camisa? Es como si se desnudara completamente delante
de mí, estaría desnudando su alma además de su cuerpo.

—Dulce, dulce Willow. —Sus palabras me acarician, su


lengua me lame, mientras las rayas ardientes de su castigo brillan
en mi culo.

Reprimo un gemido. Se mueve para chuparme el clítoris


mientras un dedo se curva dentro de mí, acariciando mi pared
interior. Siempre encuentra el punto exacto.

—Oh, Dios —grito—. Sí. Oh, por favor. Por favor. —¿Qué estoy
suplicando? Ni siquiera lo sé. Estoy sin sentido, desesperada. He
estado hambrienta de él durante mucho tiempo. Y él debe sentir lo
mismo, por la forma en que me está devorando, con pequeños
mordiscos y el arremolinamiento de su lengua.

Sube, y yo reprimo un gemido de frustración, porque quiero


tener su boca sobre mí para siempre. Sigue deslizándose hacia
arriba hasta que se tumba encima de mí. Me agarra las manos y
me las pone por encima de la cabeza.

Quiero agarrar los globos perfectos de su culo duro y


musculoso y atraerlo hacia mí. Quiero controlar el ritmo, meterlo
dentro de mí hasta que me penetre.

—Déjame tocarte —le ruego.

—¿Quién está al mando? —dice con severidad.


—Tú. —Sale como un sollozo.

—No lo olvides nunca.

Y luego, para castigarme por estar necesitada, se desliza


dentro de mí muy lentamente. Pulgada a pulgada. Empujando en
mi apretado túnel, manteniendo mis muñecas inmovilizadas
mientras arqueo mi espalda y me empujo hacia él.

—Por favor. Lo quiero. —Soy una mendiga desvergonzada y


patética.

Se detiene, a medio camino dentro de mí.

—Lo sé. Siempre lo he sabido. Desde el momento en que me


viste por primera vez.

Es cierto, y me enfurece que sea tan engreído al respecto.


Utiliza mis sentimientos contra mí, se burla de mí por desearlo.

—¡Te odio! —le grito.

—Música para mis oídos.

Y con eso, me empuja tan fuerte que me deslizo hacia atrás


en la cama.

Pausa. Se acomoda, la dura pared de su pecho aplastando


mis pechos, su boca en mi oído.

Comienza a bombear, lentamente, con su aliento áspero,


extrayendo la dulce y malvada tortura.

Me lleva al borde, y luego se detiene. Enterrado hasta la


médula. Estoy en llamas, ardiendo hasta la muerte desde el
interior.

—¿Quién está al mando? —vuelve a preguntar.

—Tú —sollozo—. Por favor, por favor, por favor...

Debe de gustarle, porque empieza a empujar de nuevo,


bombeando dentro de mí, duro y rápido, hasta que me estremezco
convulsivamente y siento que me destrozo. Una ola tras otra se
abate sobre mí, con fuerza, y yo lloro y me agito debajo de él, y él se
pone rígido. Gime cuando se corre, sus dedos se tensan y
finalmente se relaja.

Se desliza fuera de mí, tumbado, respirando con dificultad.


Está a mi lado pero no me toca. No me mira. A un millón de
kilómetros de distancia.

Siento que me invade una ola familiar de tristeza y soledad,


igual que en su hermosa mansión junto al mar.

Dejo que mis ojos se cierren y finjo que me estoy quedando


dormida. Me obligo a no mirar a hurtadillas el reloj, sino a contar
los minutos en mi cabeza. Cuento un Mississippi, dos Mississippi...
Cuento hasta sesenta veces.

Y entonces siento que se sienta. La hora de la siesta ha


terminado.

Mantengo los ojos cerrados, alargando esto todo lo posible.

Cuando siento que se mueve con impaciencia, abro los ojos y


lo miro.

—Siempre me haces sentir horrible después de tener sexo.

En realidad parece desconcertado.

—¿Cómo? No he dicho ni una palabra, justo ahora.

—Exactamente. —Me quedo tumbada, dejando que el peso


sordo y pesado de mi necesidad se instale en mí—. Me haces sentir
como un condón usado. Algo sucio y manchada, para que vengas y
lo dejes de lado.

Suspira, me acaricia la cara y me aparta el pelo de los ojos.


Ese tierno toque... me cura y me destroza al mismo tiempo. Es más
raro y más precioso que el platino.

—No estás sucia ni manchada.

Por favor, que sea así para siempre.


—Una vez, me sostuviste en tus brazos. Durante horas. —Eso
fue después que su amigo Feodyr me arrastrara a esa orgía de
violación-tortura de pesadilla de la que apenas escapé.

—Sí. —Me mira a los ojos y su dedo se desliza por mi mejilla.

Me muerdo el labio.

—Todavía sueño con eso. Recuerdo lo que sentí. —Las


lágrimas me llenan los ojos y miro a la pared, parpadeando con
fuerza—. Me sentí más segura y más... querida, más cuidada, de lo
que me he sentido en años. Quizá nunca.

Lo que digo es cierto, pero también está calculado. He estado


estudiando obsesivamente las habilidades de supervivencia, y esta
es una de ellas. Haz que tu captor se preocupe por ti, y es menos
probable que te mate.

Ya lo intenté antes con Sergei, y no pareció funcionar en su


momento, pero ahora me doy cuenta que sí funcionó, solo que muy
lentamente.

Sigue siendo peligroso e impredecible, y aún podría matarme.


Pero he aprendido a leer sus estados de ánimo, y este es el más
abierto, el más accesible, que he visto nunca.

Enrosca un mechón de mi pelo alrededor de su dedo. Como


un hombre normal. Como un amante, no como un carcelero.

—Sabes que no tiene nada que ver contigo. Se trata de mí.


¿Cómo es el amor? Nunca lo he visto, así que no lo sé. Mis padres
eran bestias borrachas que se golpeaban y se insultaban. Crecí en
las calles del barrio más peligroso de San Petersburgo. Crecí entre
ladrones y putas. Para mí, el sexo nunca ha sido una cuestión de
amor. Es una necesidad biológica, como comer, y una vez que la
satisfago, no la necesito más hasta la próxima vez. —Suspira—. O
al menos, así era hasta que te conocí.

Odio que alguien haya tenido que crecer así, pero eso no
excusa su horrible trato hacia mí.

Lo miro fijamente, y mi mirada es implacable.


—Eres un hombre adulto, Sergei. Tu pasado es tu pasado. No
puedes culparlo por cómo te comportas hoy.

Y veo que las persianas de acero descienden detrás de sus


ojos.

Algo le ocurrió hace mucho tiempo, algo que le hizo odiar a mi


familia. Sacar a relucir el pasado era un error peligroso.

—Mi pasado da forma a mi presente.

Se desliza de la cama bruscamente y se levanta. Todavía lleva


la camisa, pero está desnudo de cintura para abajo. Su gruesa polla
cuelga de un oscuro nido de pelo rizado, y mi mirada se dirige a los
duros músculos de sus enormes muslos antes de volver a mirar su
rostro.

Se ha retirado de mí y ya no puedo tocarlo. El dulce Sergei se


ha ido; el frío Sergei ha vuelto.

—Vístete. Vas a volver conmigo. —Empieza a ponerse el bóxer


y los pantalones.

Me pregunto dónde están ahora Anastasia, Yuri y Helenka.

—¿Puedo tomar una ducha? —pregunto. Dando un poco más


de vueltas.

Se encoge de hombros.

—Hazlo rápido.

Me apresuro a entrar en el diminuto cuarto de baño y me


ducho todo lo que me atrevo. El agua está tibia y el champú del
hotel huele a perfume afrutado barato. Cuando salgo, me visto y
salimos de la habitación.

Sus hombres lo han estado esperando fuera todo el tiempo.


Reconozco a Jasha, Maks y Slavik. Sus soldados más leales. Ellos
harían cualquier cosa por él, sin hacer preguntas.

Me doy cuenta que Slavik tiene una venda en la nariz y dos


ojos negros. Ese es el tipo de vida que llevan estos hombres.
Hay un auto oscuro con los cristales tintados esperando en el
aparcamiento. La última vez que me subí a un auto así, sufrí un
mes de terror y éxtasis que me destrozó. Toda elección me fue
arrebatada. Me convertí en una marioneta de carne, sacudida para
la diversión de mi cruel amo. Nunca más, me juro a mí misma.

Deslizo mi mirada hacia Sergei mientras cierra la habitación


del motel tras de él, e intento calcular mentalmente hasta dónde
podrían haber llegado Anastasia y los niños a estas alturas. Sergei
aún no me ha preguntado por ellos. No se preocupa por ellos, nunca
lo ha hecho. Cree que me alejaré de ellos sin decir nada. Cree que
dejaré que me lleve a su casa, ese gigantesco y hermoso palacio de
la tortura, para que podamos reanudar nuestra cruel danza.

Deja que lo crea un rato más.


CAPÍTULO 05
Elegí el motel por su ubicación estratégica. Siempre hay
mucho movimiento por aquí, lo que hace más difícil que alguien me
arrastre a un auto dando patadas y gritando sin que nadie se dé
cuenta.

Estamos justo enfrente de una cafetería de veinticuatro horas.

—Me muero de hambre —digo—. Hoy no he podido comer. —


Es mentira, así que miro fijamente a la cafetería mientras lo digo,
en lugar de mirar a Sergei—. ¿Podríamos ir allí y comer algo antes
de salir a la carretera? Siento que estoy a punto de vomitar. —
Intento que sea convincente. Si piensa que estoy simplemente
incómoda, puede que no le importe.

Se encoge de hombros.

—Enviaré a Maks para que te traiga algo.

Le dirijo una mirada escéptica.

—¿Tienes miedo que intente pedir ayuda si entramos en un


restaurante? —Pero mantengo mi voz ligera y no amenazante.

—Tal vez. —Mira a Maks, que sacude la cabeza con fastidio y


se dirige al otro lado de la calle.

—¡Queso a la parrilla y patatas fritas! Y un batido de chocolate


—le grito a Maks. Este no se molesta en mirar hacia atrás; solo
levanta el puño para saludarme con el dedo corazón.

—Baja la voz —dice Sergei, con una agradable sonrisa que no


me engaña en absoluto—. Deja de intentar llamar la atención.

Me señala un banco junto a una farola y me siento. Jasha y


Sergei se acomodan a ambos lados de mí, un par de gigantescos
muros que me aprietan entre ellos. Slavik está de pie junto al banco
con los brazos cruzados, escudriñando constantemente la calle.
Siempre esperando lo peor, buscando todos los posibles escondites
donde los enemigos de Sergei podrían estar al acecho. Los tejados,
los callejones, los portales... en el mundo de Sergei, no forman parte
de la arquitectura. Son camuflaje para los francotiradores.

Yo también he vivido así desde que nos fugamos, y es


agotador. Pinta el mundo que te rodea en una luz fea.

Pero me alegra ver que hay una fila de gente en la puerta de


la cafetería, y Maks está al final. Esto debe tomar un tiempo.

Me quito el pelo de los ojos y suelto un suspiro exasperado.

—¿Por qué voy a intentar escapar? Creo que ya hemos


establecido que puedes encontrarme en cualquier parte. ¿Cómo me
has encontrado exactamente?

Sergei se encoge de hombros y deja de lado la pregunta de


cómo me localizó.

—Si armaba un lío lo suficientemente grande, si llamaba a la


policía, atraería una atención no deseada hacia mí. Eso no es lo
ideal para un hombre en mi línea de trabajo. Eso sí, soy más
precavido que tu tío. Mis negocios están todos limpios. Una
auditoria no revelaría nada. Pero aun así... me gusta mi privacidad.

Si quiere privacidad, será mejor que no intente arrastrarme a


su auto.

Lo que no sabe es que no voy a ir con él. No voy a volver a esa


hermosa prisión, donde estoy a merced de su cruel humor.

He terminado con ser una prisionera. He terminado de vivir


mi vida como una víctima de mi genética.

Sí, nací en una familia de traficantes de drogas y de armas


ilegales.

Pero son ellos, no yo. Nunca quise formar parte de eso. Ni


siquiera descubrí a qué nos dedicábamos realmente hasta que
murieron mis padres y me fui a vivir con mi tío. Vilyat era mucho
menos cauteloso a la hora de mantener sus actividades en secreto,
y yo me topé con la verdad cuando volví a casa de la universidad.

Estaba horrorizada, pero también atrapada. Mi familia era


extremadamente controladora, y para que me fuera, habría tenido
que esconderme, sin dinero y sin capacidad de trabajo.

Consideré la posibilidad de huir cuando me enteré, pero


también vi cómo mi tía se sumía en una neblina medicamentosa, y
lo mucho que me necesitaban mis primos.

Bueno, ya no. Ellos son libres, y yo he terminado. Prefiero


morir que vivir la vida como una esclava.

Después de todo, ¿qué me pasará si vuelvo a la casa de


Sergei? Tiene algún plan oculto, y no tengo ni idea de lo que planea
hacerme.

Sé que si huyo, es muy probable que me persiga y me mate.


En su mundo, dejar que alguien se salga de un acuerdo exige un
castigo. Si no viene por mí, está admitiendo su debilidad. Así que
ni siquiera tendría una opción, no si quiere permanecer en la cima
del montón. Es él o yo.

No soy una suicida. Ni mucho menos. Estoy aterrorizada.

Pero si vuelvo a desaparecer detrás de esas paredes blancas


de estuco, me temo que nunca saldré a la luz.

No me fío de esta versión de Sergei, porque su estado de ánimo


es mercurial, cambiando sin aviso ni razón. Sí, hasta ahora ha sido
menos cruel, al menos aquí, en la calle. Pero ante todo es un
guerrero, y todo lo que hace es estratégico. Intenta adormecerme
con una falsa seguridad, y en el momento en que me deslice en su
vehículo oscuro, volverá a ser como antes, o peor.

—¿Por qué quieres que vuelva? —le pregunto en voz baja—.


Me retuviste como garantía. Mi tío ya cortó y huyó; sabes que no te
va a pagar y no le importa que me tortures y luego me sirvas como
guiso. —Tal vez no debería darle ideas a Sergei. Me aclaro la
garganta y sigo adelante—: Ya no tengo ningún valor para ti.

Me ignora, mirando al frente.


—¿Cómo está Lukas? —pregunto.

Me mira mal.

—Bien. Todos los días me aseguro de eso. Pero lo dejaste


atrás, así que has perdido el derecho a preguntar por su bienestar.

Ahora estoy furiosa.

—Me dijiste que no se me permitiría volver a verlo, aunque


sabías que le haría mucho daño, así que no intentes hacerme sentir
mal por haberme ido. Si me hubiera quedado, seguiría sin poder
verlo, hipócrita hijo de puta. De cualquier dolor que sufra ese niño,
tú eres responsable al cien por cien —le digo bruscamente.

Asiente con la cabeza.

—Buen punto.

Bueno, esto es algo. Realmente me permite estar en


desacuerdo con él, sin amenazarme o brutalizarme.

Pero no es suficiente, y es demasiado tarde.

Y nos callamos.

El silencio se alarga una y otra vez. El sol está subiendo en el


cielo y el calor brilla desde la acera. El sudor rueda por mi frente y
me pica los ojos, y me lo limpio con el dorso de la mano. No recuerdo
dónde están mis gafas falsas. Ya no llevo maquillaje. Esta mañana
no me he peinado con ondas y el color oscuro empieza a
desaparecer. Willow está resurgiendo y Sarah se está
desvaneciendo.

Me pregunto qué tipo de disfraz usaré cuando me escape esta


vez.

Si me escapo.

Paso el tiempo soñando con nuevos colores de pelo. Nuevos


looks. Rojo. Rubio platino. ¿Lentes de contacto verdes? ¿Lentes de
contacto marrones?
Ninguno de sus hombres dice una palabra. La gente los mira
al pasar. No pueden evitarlo; Sergei y sus hombres llaman la
atención sin pretenderlo. Son demasiado grandes, demasiado
peligrosos, para pasar desapercibidos. Son como una manada de
leones atravesando una manada de gacelas.

Maks finalmente me trae la comida. Cuando le doy las gracias,


murmura en ruso:

—Vete a la mierda.

—Mejor que follar contigo —respondo, también en ruso—. Al


menos sé que me voy a correr. —Esta última parte es en inglés.
Jasha se ahoga en una carcajada, y veo que los labios de Sergei se
mueven en una casi sonrisa.

Me obligo a comer, tomándome mi tiempo entre cada bocado.


Mastico despacio y a fondo. Estoy demasiado nerviosa para comer
mucho.

Entonces, me acerco a un cubo de basura y Sergei viene


conmigo, pegado a mí como una enorme sombra. Tiro los envases
de comida rápida dentro. Sus hombres están de pie a unos seis
metros, observándonos, escudriñando a la multitud, siempre
atentos a su entorno. Vuelvo a mirar hacia el aparcamiento. El auto
oscuro se ha desplazado a la acera y su motor está en marcha.

—No tenías tanta hambre después de todo —dice Sergei, con


cara de diversión. Maldita sea, sabe que estoy dando rodeos, ahora
estoy segura. Siento un escalofrío de inquietud.

Pero una multitud de personas está caminando hacia


nosotros, y tengo mi oportunidad. Probablemente mi única
oportunidad.

—Me voy —le informo.

—¿De verdad lo crees? —Ladea la cabeza, mirándome con


educado interés.

—Lo sé. ¿Y quieres saber por qué?

—No especialmente.
Resoplo:

—Comentarios como ese son una gran parte de la razón por


la que no voy a volver. Porque me tratas como una mierda, y estoy
harta de eso. No me importa que tú y yo tengamos el sexo más
increíble de la historia.

—Bueno, gracias, Willow, es muy dulce de tu parte. —Su labio


se curva en una sonrisa de satisfacción.

Continúo:

—No me interrumpas. Estaba dispuesta a cumplir el acuerdo


que mi tío hizo por mí, aunque me castigaras y abusaras de mí por
cosas que nunca hice. Me senté allí mientras me insultabas, me
golpeabas, me humillabas como si fuera una prostituta... y lo
hubiera aceptado todo. Pero nunca acepté que el abuso se
extendiera a mi familia. Cuando me encerraste con mis primos, eso
acabó con nosotros.

—Ya veo.

Debería amenazarme más. Está siendo demasiado tranquilo.


Me preocupa.

Sigo adelante. Solo está tratando de mentalizarme. No puede


llevarme aquí delante de toda esta gente. A diferencia de Feodyr, no
es del tipo que asesina a transeúntes inocentes, y también tiene
planes para su futuro. No es un loco suicida. No tiene otra opción
que dejarme ir.

—Ni siquiera has dicho lo que esperas de mí ahora, pero no


me importa. No tengo ninguna razón para quedarme contigo, con la
forma en que me tratas. Y nunca te perdonaré por alejarme de mi
familia.

Asiente con la cabeza.

—Comprensible.

¿Qué demonios? ¿Por qué no me amenaza? Sé que no ha


venido hasta aquí solo para dejarme escapar de él y luego
marcharse.
La multitud pasa por delante de mí y ésta es mi oportunidad.
Me pongo en pie de un salto y me abro paso entre la multitud, que
se apresura a cruzar la calle para llegar al semáforo.

Miro detrás de mí, con el corazón martilleando contra mi caja


torácica. Sergei y sus hombres caminan detrás del grupo.

Al llegar al otro lado, hago una pausa y salgo corriendo. El


miedo me hace más ligera que el aire. Me precipito por la calle, por
la manzana, doblando la esquina. Ahora estoy justo enfrente de una
estación de policía. Sé dónde está todo.

Sergei y Maks se acercan por detrás de mí. El auto oscuro se


desliza hasta el bordillo delante de mí y se queda parado. Jasha y
Slavik salen disparados de un callejón y me bloquean el paso.

La gente nos mira con recelo.

Miro fijamente a Sergei.

—¿No quieres atención? Entonces aléjate de mí, ahora. Fuera


de esta calle. Fuera de mi vida. Si no... —Miro al otro lado de la
calle, al estación de la policía—. No tienes idea de lo fuerte que
puedo gritar.

—Oh, creo que sí. —Sonríe cuando dice eso, y Jasha se ríe.
Malditas caras de mierda. Cuando Sergei me llevó a su cuarto de
juegos y me castigó, lo puso por el intercomunicador para que sus
hombres pudieran oír mis gritos.

Bueno, eso no va a suceder de nuevo.

—No voy a volver nunca contigo —le digo con rabia. ¿Por qué
demonios no me toma más en serio?— Tendrás que matarme
primero.

—Quizá esto te haga cambiar de opinión —me dice Sergei.

Maks me agita una tableta de ordenador, y mi corazón


tartamudea en mi pecho. Debí saber que Sergei no me dejaría
escapar tan fácilmente. No ha llegado hasta donde está dejando que
aficionados como yo se le adelanten.
Maks me pone la tableta delante de la cara. El rostro asustado
de mi tía Anastasia me mira.

—Willow, nos tienen. Lo siento mucho —susurra.

Sergei los ha tenido todo el tiempo. Mientras me azotaba,


mientras teníamos sexo, mientras fingía dormir, mientras me
duchaba, mientras comía.

Me dejó creer que tenía el control y luego me lo arrebató.


Estuvo jugando conmigo, como un gato que bate suavemente un
ratón entre sus enormes patas antes de clavarle los colmillos.

La acera parece moverse bajo mis pies y me tambaleo, y Sergei


me pone la mano en el hombro para estabilizarme.

Una nube se desliza sobre el sol y siento que la oscuridad se


acerca a mí. Me ha robado todo. Mi familia. Mi libertad. Mi futuro.

Nunca escaparé de esta vida.


CAPÍTULO 06
SERGEI

Sus ojos son enormes charcos azules de dolor y furia. Se


balancea donde está de pie y mi mano en su hombro la sostiene.
Me gusta que no pueda estar de pie sin mi ayuda. Me necesita.

Yo gano. La poseo de nuevo.

Pero la culpa envenena mi alivio. Willow es la única persona


en el mundo que puede hacerme sentir culpable. Antes de
conocerla, ni siquiera podría haber descrito cómo se sentía esa
emoción.

—No —susurra desesperadamente, a un universo cruel e


indiferente.

Hago un gesto hacia el auto.

—Se acabó la diversión. Entra en el puto auto.

Me mira con genuino asco que me quema el alma. Cuando me


mira así, me hace aborrecerme. A mí, el hombre sin conciencia. Me
sube la bilis a la garganta y me la trago.

Su voz tiembla:
—Si volvemos allí, los encerrarás y les harás daño de nuevo.
No. Iré a la policía y les diré que los has secuestrado. He terminado
con tus juegos enfermizos.

Desecho sus amenazas.

—¿Estás en contra del multimillonario? ¿Tú contra todos los


recursos que tengo? La policía nunca podría probar nada, y nunca
encontrarían un rastro de ellos.

Aspira con dificultad. Le tiembla todo el cuerpo.

¿Se rendirá ante mí? ¿La he despojado de su última pizca de


libre albedrío?

Las lágrimas corren por su rostro y su respiración sale en


sollozos sin palabras, cada uno de los cuales sacude su delgado
cuerpo.

Me doy cuenta que no quiero saber quién ganará este


combate. El coste de la victoria sería demasiado alto.

Así que doy un poco.

Nunca, nunca hago eso por nadie.

Solo para mi Willow.

No será mía por mucho tiempo, pero quiero disfrutar del


tiempo que tengo con ella, y si la presiono demasiado, si la rompo,
me pasaré todo el tiempo que estemos juntos enfermo de
autodesprecio.

Así que le hago saber que el trato ha cambiado. Le pongo mis


condiciones.

—Volverás conmigo durante treinta días. Cuando te fuiste,


reiniciaste el reloj. Te permitiré pasar todo el tiempo que quieras
con tu familia. También podrás volver a ver a Lukas. A cambio,
pasarás las noches conmigo y me tratarás con respeto delante de
mis hombres. Al final de los treinta días, dejaré el país para siempre.
Serás libre de mí. Puedes quedarte con la casa. Si quieres puedes
vivir allí con tu familia.
Me mira con asombro.

—¿Quedarme con tu casa? ¿Qué? ¿Estás loco?

—Hola, ¿me conoces? Por supuesto que estoy loco. Y sí. Te


daré la casa. Y dinero en efectivo para vivir. Es mejor que trabajar
en una cafetería el resto de tu vida, ¿no?

—Pero yo... —Sacude la cabeza como si tratara de desalojar


mis palabras—. Ya te dije que no aceptaré dinero sucio.

—Si pudiera demostrarte que el dinero con el que se compró


esa casa estaba limpio, ¿lo aceptarías entonces? —La casa me costó
veinte millones de dólares. Sería una tonta si la rechazara.

—Nunca te creeré. ¿Y por qué me quieres en primer lugar?


Puedes conseguir todas las mujeres hermosas del mundo. Mujeres
que son mucho más bonitas y que realmente quieren estar contigo.

—No te das suficiente crédito, Willow.

Me mira fijamente.

—¿Es ese realmente tu intento de cumplido? ¿Eso es lo mejor


que puedes hacer?

Tiene razón. Se merece mucho más. Desgraciadamente, lo que


se merece -decencia, amabilidad, elogios abundantes- no se lo
puedo dar.

En cambio, le doy el mejor regalo que soy capaz de dar: un


poco de honestidad.

—Estoy trabajando en algunas cosas —digo en voz baja—. Un


proyecto final. Y no puedo pensar bien sin ti. No puedo
concentrarme sin ti. Te has metido en mi piel como nadie que haya
conocido antes. No quería que pasara, pero pasó. Estoy distraído.
Estoy cometiendo errores. Así que, por el bien de mi juego final, te
necesito conmigo hasta... hasta que termine.

Las lágrimas caen por sus mejillas. Me mira fijamente.


—¿Y qué pasa al final de los treinta días? ¿Te curas
mágicamente de la asquerosa enfermedad que soy yo?

Le limpio las lágrimas de la mejilla con el pulgar, y ella da ese


estremecimiento de deseo impotente que me hace querer follarla
aquí mismo, en el banco más cercano.

—Willow. Eres una adicción sin cura. Pero una vez que haya
logrado lo que necesito, no importa lo que me pase. Así que, si
perderte significa que termino totalmente jodido de la cabeza, estará
bien. Después de hacer lo que necesito.

Ella sacude la cabeza lentamente.

—Si te afecto de esa manera... ¿por qué no ibas a intentar


quedarte conmigo para siempre? —Entonces, ella inhala con fuerza
y se limpia las lágrimas con el dorso de la mano—. No es que esté
diciendo que quiera quedarme. Solo estoy tratando de entender
esto.

—No intentaré retenerte, porque no te merezco. Nunca podría


hacerte feliz. Nunca he tenido una relación normal en mi vida. No
tengo amigos normales, tengo soldados de la calle. No tengo
relaciones normales, tengo sexo con cazafortunas o putas, y luego
les doy dinero para que se vayan.

Y no he pensado mucho en lo que pasará una vez que haya


destruido a los últimos hombres responsables de la muerte de mi
hermano menor. No he planeado una vida más allá de eso. Me da
miedo pensar en la vida más allá de eso.

Seguiré teniendo un negocio que dirigir, pero ¿seré capaz de


motivarme para levantarme por la mañana, una vez que el último
hombre de mi lista esté muerto? Tal vez me deje llevar por el
descontrol y les dé el negocio a mis hombres. Dios sabe que se lo
han ganado.

—Pudiste haber intentado hacerme feliz. Antes que me dijeras


e hicieras cosas tan terribles. —Su voz es pequeña. Se avergüenza
de insinuar, aunque sea de forma sutil e indirecta, que quiere
quedarse conmigo.

Asiento con la cabeza.


—Lo sé. Pero tú sabes lo que soy, Willow.

Ahora la ira hace a un lado su pena. Así está mejor. Me gusta


que Willow se enfade. Me gusta la lucha, la resistencia.

—Sí, sé lo que eres. Me hiciste desfilar delante de tus hombres


medio desnuda. Dejaste que me miraran así. Me insultaste una y
otra vez, mientras todos miraban.

Saboreo el metal en mi boca y trago, pero el mal sabor no


desaparece.

—Sí. Fue un medio para un fin. Para herir a tu tío y debilitarlo


aún más. No me disculparé por ello, pero no volverá a ocurrir
cuando vengas a casa conmigo.

Ven a casa conmigo. Las palabras tienen un sabor agridulce.


Ven a casa conmigo, quédate conmigo...

El auto está al ralentí junto a nosotros y no hay nadie cerca.


La vieja rabia surge dentro de mí. Cuando dejo que llegue a esos
lugares suaves y anhelantes que nunca existieron dentro de mí
antes de conocerla... me da pánico. Me hace arremeter contra ella.

Ya le he dado demasiado. No puede robar más de mi alma.

Mi voz se vuelve áspera. De cero a imbécil en poco tiempo, ese


soy yo.

—Y ahora hemos terminado. Tienes cinco segundos para decir


sí o no. Si no me das la respuesta que quiero, te meteré en ese auto
y te llevaré a mi casa, y las cosas volverán a ser como antes. Y no
tendré ningún reparo en utilizar a tu familia para hacerte daño. Ya
lo sabes.

Me mira fijamente. No le doy ninguna opción, y está furiosa e


impotente.

Y que me jodan si no se me pone la polla dura.

Realmente necesito ayuda profesional.

—Cinco, cuatro, tres... —Cuento rápido.


—¡Sí! —me dice de golpe.

Abro la puerta del auto y ella se lanza, mirando por la


ventanilla contraria, evitando mi mirada.

Me deslizo junto a ella y cierro la puerta de golpe, engulléndola


en mi trampa.

Se sienta rígida, apretada contra la puerta, tan lejos de mí


como puede. No importa. Por ahora, la dejaré tener esa ilusión de
libertad, porque sé la verdad. Si quisiera, podría tenerla aquí
mismo, en el auto, y se correría tan fuerte que lloraría.

El auto nos lleva a un pequeño aeropuerto, donde nos espera


un avión privado.

—¿Dónde está mi familia? —exige, mientras caminamos hacia


el avión.

—Ya se fueron, en un avión separado. Nos reuniremos con


ellos allí.

—Más vale que estén allí, y más vale que estén ilesos. —Sus
amenazas no tienen más fuerza que un soplo de aire, pero es
valiente, tonta y desesperada.

La mirada que me dirige podría preocupar a un hombre


normal. Pero mientras subimos al avión, me siento tranquilo y en
paz por primera vez desde que me dejó.

Tengo a mi Willow de vuelta.

Es de noche, y estamos de vuelta en mi casa de la costa. Como


todas mis decisiones, la compra de esta casa fue estratégica.
La casa está a un par de horas de la suya. Y necesitaba una
casa que también sirviera de fortaleza. Esta casa no tenía vecinos
cercanos y era fácilmente vulnerable. Cámaras de seguridad por
todas partes, y es imposible de sorprender.

Nos llevo a recorrerla cuando llegamos. Quiero mostrarle a


Willow, sin palabras, que las cosas serán diferentes esta vez.

Mientras caminamos por la casa, ella, Anastasia y los niños


se agrupan, en una unión estrecha y enfadada, que me deja fuera.
Anastasia tiene las manos sobre los hombros de sus hijos, como si
eso pudiera mantenerlos a salvo si yo decidiera arrebatárselos.

El contraste entre Willow y Anastasia es muy marcado.


Anastasia es una diosa sexy que se desliza por la vida con una
gracia sensual. Ni siquiera lo intenta; simplemente tiene esas
curvas y ese movimiento de Marilyn Monroe en las caderas. Willow
es pequeña, esbelta y tranquila, con ojos cautelosos. Es la chica
que se queda en el fondo de la habitación, haciendo todo lo posible
por mezclarse con el papel pintado. Es bonita, en el sentido de la
hermana menor de una amiga.

Pero por dentro... ella es lo más hermoso que he conocido. Es


dulce y fuerte. Todavía se permite amar sin miedo,
apasionadamente. Antepone las necesidades de los demás a las
suyas propias; me gustaría que no lo hiciera. Me gustaría que se
amara tanto a ella misma como ama a su familia y a todos los
pajaritos heridos que encuentra.

Es más valiente que nadie que conozca. No importa lo


aterrorizada que esté, luchará como una tigresa por todos menos
por ella misma. Como con Lukas ella luchó por él, sabiendo que le
costaría mucho. Sé que cuando trabajaba en la cafetería y cuidaba
cada centavo, compraba comidas y las repartía entre los indigentes
cuando regresaba a su apartamento.

Y sé que se preocupa por mí. Incluso, me ama o al menos cree


que lo hace. No puedo ponerle nombre a lo que siento por ella,
porque lo haría demasiado real.
El primer lugar al que los llevo es al taller que he montado
para Yuri, donde puede construir robots y maquetas de autos. Sé
que le encanta trastear.

Sus ojos se iluminan cuando ve las estanterías de equipos de


robots y maquetas de juguetes, la mesa de trabajo, las
herramientas.

—¿Esto es realmente solo para mí? ¿Es todo mío? —grita.

Su hermana lo fulmina con la mirada y lo empuja.

—¿Has olvidado lo que nos hizo? —le espeta Helenka—. Sus


hombres nos pusieron sus armas en la cara y nos hicieron subir a
su auto. ¿Recuerdas cómo nos trató cuando estuvimos aquí antes?
Cada vez que pedíamos ver a Willow o a mamá, mentía y decía que
estaban ocupadas. Es un mentiroso. Es un matón. Es un
secuestrador. Somos sus prisioneros.

La cara de Yuri cae. Es como un globo que se ha pinchado, su


felicidad se escapa.

—Papá nunca me dejaba hacer este tipo de cosas —dice


cabizbajo, lanzando una mirada anhelante a todos los maravillosos
juguetes que le he comprado—. Decía que era para campesinos.

Anastasia se muerde el labio y mira al suelo. Todavía está


furiosa conmigo; es comprensible. Mis hombres la secuestraron a
ella y a sus hijos a punta de pistola. Pero me importa una mierda.
Lo volvería hacer, y cosas peores, para recuperar a Willow.

Willow hace una mueca ante la consternación de Yuri y le da


unas palmaditas a Helenka en el brazo.

—Oye, no digo que perdonemos a Sergei, pero eso es un tema


aparte. Por favor, deja que Yuri disfrute de esto. No le hagas sentir
mal. Es increíblemente genial, y Yuri tiene verdadero talento. Podría
ser un ingeniero algún día. Podría diseñar autos, o... o robots
espaciales.

Ahora Yuri se ilumina. Sé cómo se siente. Willow es como el


sol, y cuando te ilumina con su luz, puede calentar el corazón más
frío.
A continuación, las llevo a un gimnasio. A Helenka le encanta
la gimnasia y las clases de defensa personal. Hay todo tipo de
equipos de escalada y colchonetas. También hay sacos de boxeo y
vendas para las manos, y varias almohadillas y cascos para el
entrenamiento de defensa personal.

Jasha está aquí, apoyado en la pared. Nadie es mejor que él


en el combate cuerpo a cuerpo. Ni siquiera yo, y soy jodidamente
letal.

—Jasha te entrenará mientras estás aquí —le digo a Helenka.

—¿Puedo jugar aquí? —Yuri suplica.

—No. Es mío. —Helenka sigue hosca y resentida. Pero, ¿qué


niña americana de trece años no lo está? No tiene ni idea de la
gloriosa vida que lleva.

—Si yo puedo jugar aquí, tú puedes hacer robots láser de


rayos de la muerte conmigo —dice con una sonrisa ganadora.

Helenka me echa una fría mirada de reojo.

—Bien. Supongo que podríamos usarlos para quemar a Sergei


como un insecto.

Pongo los ojos en blanco.

—Puedes seguir con tus clases de Krav Maga, ya que son tus
favoritas —le digo.

Se encuentra con mi mirada sin miedo. Es como una Willow


en miniatura.

—Estás cometiendo un error al enseñar a defenderme.


Cuando sea lo suficientemente buena, te voy a patear el culo por lo
que nos has hecho.

Willow ahoga una risa detrás de su mano.

Miro a Anastasia. Tiene una tranquila sonrisa de orgullo en


su rostro. Es una mujer diferente a la drogadicta que tropezaba y
murmuraba hace un par de meses.
—Puedes unirte a tus hijos en las clases de defensa personal
—le digo—. También tengo un portátil preparado para ti, para que
puedas seguir tomando tus clases de informática sin interrupción.

—¿De verdad nos dejarás ir al cabo de treinta días? —El miedo


y la esperanza se mezclan en su suave voz.

No me gusta que me tomen por un mentiroso.

—No voy a repetirme, Anastasia.

El dolor y la ira aparecen en su rostro y Willow me lanza una


mirada de enfado.

Anastasia mira a su sobrina.

—¿Y no le harás daño a Willow?

No voy a prometer eso porque voy a herirla, a menudo, pero a


Willow le gustará. No, le encantará. Por supuesto, Anastasia no
necesita saber nuestros pequeños secretos.

—Willow estará bien.

Jasha se acerca.

—Comenzaremos nuestra lección ahora. Trabajaremos hasta


la cena. —Mira a Helenka—. Una regla. Hablarás a Sergei con
respeto.

Anastasia se mueve delante de sus hijos.

—Otra regla —dice—. Si haces daño a mis hijos, aunque sea


accidentalmente, juro por Dios que te arrancaré la garganta con los
dientes. —El brillo feroz de sus ojos dice que lo habla en serio.
Moriría por ellos. Vilyat estuvo a punto de apagar su fuego interior,
pero ahora ha vuelto, una hoguera rugiente, y no creo que vuelva a
perderlo.

Jasha la mira con aburrimiento.

—Lección número uno —le dice—. No seas idiota. Nunca le


digas a tu enemigo lo que piensas hacerle.
Helenka ha estado de pie detrás de él. De repente, lanza una
patada giratoria tan rápida que apenas la veo venir, alcanzando a
Jasha en la parte posterior de la rodilla. Se tambalea y casi se cae.

—Lección número dos, ten cuidado cómo le hablas a mi madre


—le dice—. Lección número tres, no me subestimes.

Una niña de trece años que no puede pesar más de noventa


libras le hizo eso.

Willow empieza a reírse. Yuri se une a ella. Anastasia se ríe, y


yo también. Me rio y me rio, hasta que se me saltan las lágrimas y
me falta el aire. Me doy cuenta que no me he reído así, un auténtico
aullido de risa, en... posiblemente nunca.

Jasha los mira fijamente. Su rostro está enrojecido por la


humillación.

—Vamos a empezar con algunas vueltas alrededor de las


esteras —dice—. Todos ustedes. Luego flexiones hasta que vomiten.

—¡No tengo un sujetador para correr! —Anastasia protesta.

Le lanza una mirada de desprecio.

—Qué pena por ti, princesa —gruñe—. Cuando un atracador


te persigue, ¿vas a detenerte y pedirle que espere mientras te pones
un sujetador para correr? ¿No? Entonces empieza a correr.

—Tengo que ir hacer algunas llamadas —digo. Es lo último


que quiero hacer en el mundo. Cada célula de mi cuerpo anhela a
Willow. Quiero olerla, saborearla, enterrarme en su apretado y
cálido coño. Por eso, me obligo a salir de la habitación. Para
demostrarme a mí que todavía puedo.

Está bien. No tiene ni idea de lo que viene.

Ella huyó de mí. Me desobedeció.

La desobediencia requiere un castigo.


CAPÍTULO 07
WILLOW

Después de la brutal sesión de ejercicios de Jasha, que


efectivamente nos lleva a todos a vomitar, Anastasia y yo nos
sentamos al margen y observamos mientras él trabaja con los
niños.

Jasha nunca ha sido especialmente amistoso conmigo, y lo


vigilo de cerca, pero no puedo reprochar su trato con Helenka y
Yuri. No les hace daño, ni siquiera los menosprecia. Es brusco pero
eficaz. Su enseñanza es excelente y muy táctica. Los anima a
convertir sus debilidades en fortalezas. Por ejemplo, son niños,
pequeños y delgados. Eso es una debilidad. Pero cualquiera que no
los conozca los subestimará. Eso es una fortaleza.

Les hace practicar cómo actuar indefensos y aterrorizados,


quedándose flácidos rápidamente cuando los agarra, y les muestra
varios puntos de presión en los que pueden golpear una vez que
han adormecido a un atacante con una sensación de falsa
seguridad. Varias veces le oigo gruñir de auténtico dolor.

—Bueno, debo decir que estoy disfrutando del espectáculo —


le digo a Anastasia—. Si tenemos suerte, lo dejarán lisiado de por
vida. Helenka es mucho más mala de lo que parece.

—Sí, lo es —dice Anastasia con tranquilo orgullo. Asiente con


aprobación cuando Yuri se zafa del agarre de Jasha. Luego
suspira—. Todo esto es una mierda, por supuesto.
La miro sorprendida.

—Mírate con tu sucia boca. No sabía que la tenías, Anastasia.

—He aprendido todo tipo de cosas divertidas mientras estabas


en el trabajo —dice. Ella los observa luchando—. Como la
estrategia. Estudio la estrategia. Sergei está tratando de
engañarnos para que pensemos que nos está ayudando, aquí. Pero
también está enviando un mensaje, que sabe que estábamos
tomando clases de defensa personal en Ohio. Quiero decir, incluso
nombró el tipo de clase que tomamos. Y lo mismo cuando mencionó
mis clases de informática. Eso es una advertencia. Nos está
diciendo que no hay ningún lugar al que podamos correr y
escondernos, siempre nos estará vigilando. Y también, cada uno de
los trucos que él y sus hombres nos enseñan, no solo conocen esos
trucos, sino que saben cómo predecir, bloquear y contraatacar.
Nunca nos enseñarían nada que pudiéramos usar realmente contra
ellos.

Ahora la miro abiertamente. Me había dado cuenta de todas


esas cosas, pero nunca había visto este lado de ella.

—Vaya, Anastasia. Es como si no te conociera en absoluto.

—No lo haces. —Hay un destello de peligro en sus ojos.

Durante años, fue una mujer callada y mansa que solo


hablaba cuando se le dirigía la palabra, que se atascaba con su
sonrisa y que iba detrás de su marido con la cabeza gacha. Ahora
que se ha liberado de Vilyat y ha dejado los opioides recetados, se
está convirtiendo en algo que ni siquiera reconozco.

Volvemos a mirar a los niños y, de repente, me siento un poco


más segura sobre el futuro de Helenka y Yuri.

Intento pensar en lo que sé de ella. Recuerdo que, cuando


tenía nueve años, mis padres me contaron que mi tío Vilyat se había
casado con una chica en Rusia y que la traía a casa, a California.
Me enseñaron una foto de Vilyat y su nueva esposa, que parecía
una estrella de cine de Hollywood. Llevaba un montón de maquillaje
y el pelo recogido en un gran peinado. Acababa de graduarse en el
instituto. Tenía dieciocho años y Vilyat treinta y siete.
—Qué asco —dije cuando escuché sus edades—. Nunca me voy
a casar con un viejo así.

—¡Te casarás con quien te digan! —Mi padre me ladró, y pude


sentir la rabia que desprendía.

—¡Pero yo puedo elegir! —Me quedé mirándole atónita. La vida


no funcionaba así.

Mi padre se abalanzó sobre mí. Nunca me había pegado,


porque nunca había tenido una razón para hacerlo. Yo era la hija
perfecta; me aseguré de ello. Había una violencia, una rabia, que
ondulaba justo bajo la superficie de su piel, e incluso siendo una
niña muy pequeña, sabía que la única forma de estar segura en mi
casa era mantener a mi padre contento.

Mi madre se puso en pie de golpe, interponiéndose entre él y


yo.

En ese momento, supe que no solo iba a golpearme, sino que


iba a matarme. Estaba mareada por el miedo.

—Hablaré con ella. Demyon. Por favor. Es solo una niña. Ella
no sabe lo que está diciendo.

El trasfondo de terror en la voz de mi madre me robó el aliento.

¿Qué estaba pasando?

Sabía exactamente lo que había dicho. Sabía lo que te


contaban los cuentos de hadas. Conociste a un príncipe y te
enamoraste de él. Te casaste porque estabas enamorada.

Me sacó a toda prisa de la habitación. Me habló, sí, pero lo


hizo en susurros. Me dijo que se aseguraría que mi padre nunca me
obligara a casarme con nadie, pero que teníamos que fingir que
haría lo que él quisiera.

Fue entonces cuando empezó a planear la compra de un


apartamento secreto, para conseguir un documento de identidad
falso para las dos. Por lo que deduje, en cuanto terminara la
universidad, mi padre iba a organizar un matrimonio para mí. Si
mis padres no hubieran muerto en aquel accidente aéreo, ella y yo
habríamos desaparecido justo después de mi ceremonia de
graduación, y antes que me condenaran a una vida de servidumbre
marital.

Veo a Helenka asestar una dura y salvaje patada en el


estómago de Jasha, y una sonrisa se dibuja en mis labios. Vilyat
nunca le habría permitido recibir clases de defensa personal. Lo que
habría dicho es que una mujer debería poder depender de su
hombre para que la proteja. Pero la verdad era que él creía que las
mujeres debían estar indefensas y asustadas.

Sergei es una persona terrible y, sin embargo, es mejor para


estos niños de lo que nunca fue su padre. Se tomó el tiempo de
averiguar exactamente lo que querían y necesitaban, y se lo dio. Les
hizo saber que las cosas que les gustaban no eran pequeños
pasatiempos tontos. Los animó a perseguir sus pasiones, a
sobresalir en ellas. También a Anastasia.

Sí, estaba siendo un hijo de puta y haciendo un punto cuando


nos hizo saber que estaba al tanto que había estado tomando clases
de informática, pero podría haberse limitado a decirnos que sabía
lo que estábamos haciendo, sin darnos a ninguno de nosotros una
mierda. En lugar de eso, construyó esas maravillosas habitaciones
para los niños y se aseguró que mi tía pudiera terminar de estudiar
y obtener su certificado en línea.

Ningún hombre de nuestra familia habría hecho eso; las


mujeres y los niños solo existían para ser moldeados en la forma
que los hombres Toporov deseaban.

Después de nuestra sesión de entrenamiento, vuelvo a mi


habitación para ducharme antes de la cena, y es como si nunca
hubiera salido. Un armario lleno de ropa preciosa, toda nueva, que
es exactamente el estilo que me gusta.

Materiales de arte en mi escritorio.

Y un portátil. Eso es nuevo.

Me pregunto cuánto sabe Sergei sobre lo que realmente he


estado haciendo. Mi tía y yo hemos estado obsesionadas con
enseñarnos a hackear, y nos hemos vuelto buenas en eso, mejor
que en defendernos físicamente. Para protegernos de nuestros
enemigos, necesitábamos saber lo que hacían. Vilyat se ha vuelto
descuidado desde que Sergei lo expulsó del país, y al menos
teníamos alguna idea de sus idas y venidas.

Mientras estábamos en Ohio, también intenté averiguar todo


lo que pudiera sobre Sergei. No fue fácil. Es muy cuidadoso. Es
dueño de muchos negocios, entre ellos una compañía naviera
internacional con sede en una ciudad portuaria de la región de
Leningrado, una cadena de almacenes tanto aquí como en Rusia, y
una empresa de construcción.

Un día, conseguí entrar en el correo electrónico de uno de sus


vendedores, y hablaban de Vilyat y de la "Operación Salvat", pero
eran muy vagos. Al día siguiente, cuando intenté conectarme, me
bloquearon.

Siento que tiene algo que ver con mi familia, con el plan que
Sergei tiene para mis dos tíos supervivientes, Vilyat y Edik. Por la
razón que sea, Sergei siente un odio feroz por los Toporov. Quiero
saber por qué.

Me conecto al portátil que Sergei me ha preparado y


compruebo todos los programas que tiene. Hay programas de
seguridad que no reconozco. De momento, navego por Internet sin
sentido para despistar, buscando zapatos y joyas de color turquesa,
y luego cierro la sesión. Podría crear una red privada virtual allí, y
no creo que pudiera ver lo que estoy haciendo en ella, pero no quiero
que descubra mi nuevo nivel de habilidad todavía.

Esa noche, ceno en el comedor con mi familia. Sergei no se


une a nosotros. Casi podría haberlo predicho. Sergei odia que me
necesite, porque lo ve como una debilidad. Es de los que se niegan
a sí mismos, y ahora mismo se está demostrando lo fuerte que es
haciéndose esperar hasta que me vea de nuevo.

Después de la cena, uno de los criados nos lleva a una sala


multimedia con mullidos sillones de cuero, y elegimos una película
de ciencia ficción para verla en una enorme pantalla, y comemos
palomitas de maíz frescas con mantequilla que nos entrega una
criada.
La noche se alarga y finalmente volvemos a nuestras
habitaciones. Consigo ver la suite de Anastasia, Yuri y Helenka, al
final de un pasillo, habitaciones agrupadas.

—Dormirán en mi habitación —declara Anastasia a sus hijos,


y ellos ni siquiera discuten. Una niña normal de trece años
discutiría por ser tratada como un bebé. La vida de Helenka nunca
ha sido normal.

Vuelvo a mi habitación y doy vueltas en la cama,


preguntándome si Sergei vendrá a buscarme. Preguntándome por
qué no está allí.

Por la mañana, me despierto sobresaltada. Alguien golpea mi


puerta. El reloj dice que he dormido hasta las nueve de la mañana.
Helenka grita algo sobre el desayuno.

Cuando me apresuro a abrir la puerta para contestarle, me


detengo en seco. Alguien ha estado en mi habitación mientras
dormía. Alguien ha dejado collares, pulseras y pendientes de color
turquesa en el escritorio junto a mi ordenador. En el suelo, junto al
escritorio, hay al menos cincuenta pares de zapatos: sandalias,
alpargatas, zapatillas de ballet. Son los zapatos que estuve mirando
en Internet ayer por la tarde: un par de cada color.

Siento que los barrotes de mi jaula dorada se encogen sobre


mí.
CAPÍTULO 08

Segundo día, por la mañana...


Me pongo un vestido largo de algodón rosa pálido con flores
bordadas en el escote y un par de sandalias de macramé que han
aparecido en mi habitación de la noche a la mañana gracias al Hada
de los Zapatos, y me reúno con mi familia.

Un mayordomo silencioso nos guía al exterior. Nos sirven el


desayuno en el jardín de rosas. Podemos ver el océano desde donde
estamos sentados. Hay una cantidad obscena de comida en la
mesa, y nos zambullimos en montones de esponjosos panqueques,
tocino salado y huevos revueltos con mantequilla.

Maks y Jasha se sientan con nosotros. Sergei todavía no está


aquí.

—¿Quieres unos panqueques? Están muy buenos. —Yuri se


lo pregunta amablemente, y me duele el corazón. Es un chico tan
bueno, a pesar de todo. Quiero decir, está ofreciendo panqueques a
sus malditos secuestradores.

Maks es cortante:

—Ya hemos comido.

—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Idiota? —le dice Helenka. A


veces se pone de mal humor con su hermano, pero nadie más puede
ser grosero con él.

Maks fija su fría mirada en ella.


—Porque es nuestro trabajo.

Resoplo con desprecio.

—Solo tengo curiosidad —les digo—. ¿Qué temen


exactamente que hagamos si no nos vigilan? ¿Creen que nos vamos
a tirar al mar y nadar hasta conseguirlo? ¿O que intentaremos
correr hacia las puertas y trepar por la alambrada?

—¿Quieres decirme cómo hacer mi trabajo, Willow? —Maks


toma una cafetera de plata y se sirve a él y a Jasha un poco de
café—. Soy todo oídos. Estoy seguro que tendrás algunas
sugerencias muy buenas.

Le dedico una de las sonrisas que he aprendido de Sergei, la


que no llega a los ojos, y que dice: "Prefiero apuñalarte en la yugular
que hablar contigo".

—Ninguna que pueda repetir delante de los niños.

—Cielos, como si tuviera cinco años. Ya he oído a la gente


decir palabrotas antes —dice Helenka con fastidio.

Le hago un gesto para que se vaya y me dirijo a Anastasia.

—Así que, ayer estuve navegando por la red, mirando algunas


joyas y zapatos, y esta mañana, cuando me he despertado, me he
encontrado con que alguien ha estado en mi habitación y, he aquí,
todo lo que estuve buscando en Internet está ahora junto a mi
escritorio. Alguien se las arregló para comprar todo eso, así de
rápido, y meterlo en mi habitación. Eso no es para nada
espeluznante.

Hace una mueca de simpatía.

Maks golpea la mesa con el puño.

—¡No insultes la generosidad de Sergei! —me ladra.

Anastasia lo mira y dice algo en ruso que hace que Jasha se


atragante con su café. Maks la mira sorprendido y, de hecho, parece
ligeramente ofendido. Sé ruso conversacional, pero nadie me ha
enseñado los insultos realmente buenos. Anastasia los conoce, por
lo visto.

En serio. No conozco a mi tía en absoluto.

Jasha sigue tosiendo.

—Me certificaron en RCP mientras estuve en Ohio —le digo a


Jasha—. Pregúntame si lo usaría para ayudarte si te ahogaras
ahora mismo. Vamos, pregúntame. Oh, espera, no puedes, te estás
ahogando.

Maks dice algo en ruso que reconozco en parte -algo sobre que
soy una puta muy barata- y deja su taza de café de golpe y se
marcha.

Helenka lo fulmina con la mirada y lo despide mientras se


aleja.

—Adiós —dice, y luego ella y Anastasia se chocan los cinco e


intercambian ese tipo de sonrisa secreta que solo comparten
madres e hijas. Me hace echar de menos a mi madre con tanta
intensidad, que las lágrimas me escuecen.

No pienso mucho en mi madre, porque cuando lo hago, lo


siento como el pinchazo caliente de un cuchillo en mi corazón.

Mi encantadora madre, Tatiana. Era suave y fuerte al mismo


tiempo, acero envuelto en algodón. Agarro mi café y me tomo una
taza entera, parpadeando con fuerza, y envuelvo la imagen de mi
madre con cariño en su edredón azul y la vuelvo a meter en el rincón
de mi mente donde mantengo su recuerdo a salvo pero escondido.

—¡Willow! ¡Willow! —Una voz familiar llama.

Es Lukas, que viene corriendo hacia nosotros, seguido por sus


cuidadores Kris y Marya. Lleva unos jeans Ralph Lauren, unos
zapatos de cuero caros y un polo. Tiene las mejillas rosadas y está
radiante de salud, si, no de felicidad. Va vestido como un modelo
infantil de catálogo.

Se frena cuando llega a mí y me da palmaditas en el brazo. No


intenta aferrarse a mí como cuando me conoció.
—Eres mi amiga —me dice, en un inglés con acento grueso—
. No madre. Amigo.

La mirada de su rostro me hace llorar. Es la mirada de un


niño al que le han roto el corazón. Cuando me vio en el jardín en
abril, estaba seguro que yo era su madre. En aquel momento
intenté explicarle, con delicadeza, que no lo era, pero se negó a
creerme.

Y luego, gracias a los abusos de Sergei, me fugué con mi


familia y desaparecí durante dos meses, sin despedirme de él. Hice
daño a Lukas. Hice que el mundo fuera menos seguro para él. No
fue mi intención, pero puedo ver el dolor en sus ojos.

Me trago el nudo en la garganta.

—Soy tu amiga, siempre —le digo—. ¿Cómo has estado?

—Estoy muy bien, gracias.

La última vez que le vi no sabía hablar ni una palabra de


inglés.

—¡Tu inglés es excelente, Lukas!

Se ilumina, y un poco de la tristeza se desvanece mientras


asiente enérgicamente.

—Sí. Lo estoy aprendiendo muy bien.

Helenka y Yuri le sonríen. ¿Cómo no van hacerlo? Lukas es


un pequeño manojo de dulzura. Es un saco de azúcar andante.

Le presento a mi tía y a mis primos. Intentan hablarle en ruso


y él parece confundido.

—Es checo —les digo—. ¿Y qué relación tiene con Sergei? —le
pregunto a Jasha. Él me lanza esa mirada de piedra que todos los
hombres de Sergei han perfeccionado.

Anastasia mira de Lukas a mí y viceversa, con el ceño


fruncido. Luego se encoge de hombros y le alborota el pelo con la
mano.
—Puede venir a jugar con Helenka y Yuri —dice. Mira a Kris
y a Marya, que asienten con la cabeza.

—Tráelo después —le dice Kris. Luego le dice algo a Lukas en


checo, probablemente recordándole que diga por favor y gracias.
Kris y Marya nos dejan.

Los ojos de Lukas se iluminan de emoción.

—¿Te enseño el jardín? Ven, ven, tengo el gimnasio de la selva.


Es muy alto.

Le seguimos, serpenteando entre el dulce perfume del jardín


de rosas, por caminos de grava, hacia la casita donde viven él, Kris
y Marya. Allí hay una increíble estructura de madera para jugar,
con forma de castillo en un extremo y de nave espacial en el otro.
Sergei siempre compra lo mejor de todo.

La frustración bulle en mi interior. Hay un rompecabezas


aquí. Sergei es parte de él, mi familia es parte de él, Lukas es parte
de él. Si pudiera averiguar dónde encajan las piezas en el conjunto,
podría tener una mejor idea de lo que Sergei planea finalmente para
nosotros.

Pero esta mañana no estoy recibiendo ninguna respuesta.

Anastasia y yo observamos durante un rato cómo los tres


niños se revuelven en la maravillosa estructura de juego de madera.
Veo a Helenka en la cima, escudriñando el terreno. Buscando una
ruta de escape. Podría unirme a ella, pero no me molesto.
Probablemente estemos más seguros aquí que por nuestra cuenta.
Si Sergei pudo encontrarnos, entonces Vilyat podría encontrarnos
eventualmente. Además, ya he violado mi acuerdo con Sergei una
vez; me estremece pensar lo que me haría si lo hiciera dos veces.

Jasha viene a buscar a los niños. Tendrán otra lección de


defensa personal y luego alguien trabajará con Yuri en su nuevo
laboratorio de ciencias locas. Cuando Lukas se entera que puede
unirse a ellos, rebota de felicidad. Anastasia se cierne sobre ellos de
forma protectora, e incluso sostiene la mano de Lukas mientras se
dirigen a sus lecciones.
Vuelvo a mi habitación. Los zapatos han sido trasladados a
mi armario.

Me ducho, navego por internet, mirando yates solo para


entretenerme y ver si Sergei va a comprar todo lo que miro en
internet. Quizá mañana aparezca un yate amarrado a una de las
palmeras. Finalmente, me aburro y voy en busca de Sergei. Paso
junto a criadas y sirvientes que me saludan respetuosamente al
pasar, y entonces oigo su voz al doblar una esquina, y me dirijo
hacia ella.

Estoy a punto de doblar la esquina cuando oigo algo que me


congela.

—Es perfecto. Eres hermosa, Ludmilla, gracias.

Me quedo perfectamente quieta.

¿Quién demonios es Ludmilla?

—Fantástico. Genial, genial. La mejor noticia que he


escuchado en años. Podría besarte.

¿Podría realmente? No si encuentro a la perra y la apuñalo


primero.

Una oleada de celos me arranca el aliento de los pulmones.


Me doy la vuelta y me alejo a toda prisa antes que me vea.

Intento recordar si Sergei me dijo alguna vez que soy guapa.

Cuando llego a mi habitación, me doy cuenta que estoy


llorando. Me apresuro a entrar en el baño y me tiemblan las manos
al abrir el grifo. Agarro una toallita y me froto la cara.

¿Quién demonios es Ludmilla?

Esto es una locura. Sergei ha dejado muy claro que me dejará


para siempre al cabo de treinta días. Incluso se ha ofrecido a
extenderme un enorme cheque de "gracias por dejarme follarte" en
forma de su glorioso patrimonio.
No es posible que se preocupe por esta mujer tanto como se
preocupa por mí. Él mismo lo admitió; está obsesionado conmigo.
Tan obsesionado que gastó mucho tiempo y dinero en buscarme y
traerme de vuelta a él.

¿Parecía apasionado en el teléfono? ¿Podría ser un miembro


de la familia? ¿Un empleado? Debe ser eso.

Tiene que serlo.

Él me trajo aquí, no a ella. Sé lo fuertes que son sus


sentimientos por mí. No digo que sean sentimientos sanos, son una
oscura obsesión. Pero si tiene sentimientos tan fuertes y enormes
por mí, deben llenar todo su corazón. No podrían dejar espacio para
nadie más.

Eso es lo que me digo mientras intento lavar el dolor y los


celos que me corroen.

Me estoy restregando y restregando la cara cuando oigo la voz


de Sergei justo detrás de mí:

—Ven conmigo —dice sin preámbulos.

Me sobresalto y reprimo un grito. Cierro el grifo, dejo caer la


toalla y me doy la vuelta para mirarlo fijamente.

Se da la vuelta y se aleja. Así que claro, lo sigo, como el perro


fiel que soy. Y lo hago. Me apresuro a seguirlo.

—Ya sabes, la gente normal podría decir algo como, hola, ¿qué
tal el día? —digo suavemente, mientras lo sigo por la puerta.

—¿Parezco alguien que se interesa por lo que dice y hace la


gente normal? —pregunta. Su tono no es duro, pero tampoco es
amistoso.

—¿Qué hay de interesarse por cómo me siento? ¿Como no


tener a alguien que me ladre órdenes como si fuera un perro todo
el tiempo?

Me devuelve la mirada. Arquea una ceja.


—No me mientas, Willow, porque no acabará bien. Ambos
sabemos que te encanta que te dé órdenes. Hace que tu coño se
moje para mí. Hace que tus pezones se pongan duros.

Me sonrojo de vergüenza.

—Me gusta que me des órdenes en determinadas


circunstancias —digo en voz baja—. Pero cuando no tenemos sexo,
disfruto de la conversación real.

—No necesito preguntarte cómo ha ido tu día, porque sé lo


que estás haciendo cada segundo de cada minuto del día. Y dónde
estás, y con quién estás. Y no me gusta la cháchara para llenar el
espacio muerto.

Se detiene y me doy cuenta que estamos en la puerta de su


cuarto de juegos.

Hace un gesto de impaciencia y yo entro, con las emociones


revueltas en mi interior. Me ha dado tanto dolor y placer aquí. El
mero hecho de cruzar la puerta hace que mis pezones se
endurezcan por anticipado.

Todo está tal y como lo recordaba: la gran cosa en forma de X


con las esposas sujetas, los látigos en un estante en la pared, los
estantes de consoladores y lubricantes, los armarios llenos de
juguetes, la cama, las estructuras cuyas funciones ni siquiera
reconozco. Hay un lavabo con un carrito de toallas al lado y una
nevera.

Nos detenemos en medio de la habitación. Quiero detenerme,


porque lo que tiene pensado para mí va a doler.

—Bueno, ¿qué tal el día? ¿Qué has hecho? —digo con una voz
brillante y alegre, cambiando de un pie a otro.

¿Y quién mierda es Ludmilla? Quiero gritárselo, pero no


quiero que sepa que estuve espiando. Y estoy segura que no me lo
dirá de todos modos.

—He estado dirigiendo mis asuntos, y eso es todo lo que


necesitas saber. —Comienza a quitarse la camisa, lo cual es un
poco sorprendente.
Antes no hacíamos las cosas así. Me arrancaba la ropa o me
hacía desnudar. Si se dignaba a tener sexo conmigo, se quitaba los
pantalones eventualmente, cuando estaba bien y listo.

Me quito las mangas del vestido de los hombros,


preparándome para salir de él, y me mira fijamente.

—¿Te he dicho que te quites la ropa? —Pone su camisa,


gemelos y corbata encima de una cómoda.

Lo miro confundida.

—No. Solo pensé... ¿Qué quieres que haga?

Cada vez que entramos en esta habitación, no tengo ni idea


de lo que me va a pasar. Solo sé que, por mucho que me castigue y
por mucho que me duela, siempre tengo ganas de más. Su
imprevisibilidad, el miedo que se acumula en mi vientre, son un
afrodisíaco retorcido.

Señala los látigos en el estante de la pared.

—Elige uno.

Esto sí que lo conozco.

—Me vas a castigar —dice.

Espera, ¿qué?
CAPÍTULO 09

Segundo día, mediodía...


—¿Q-quieres q-que te c-c-castigue? —jadeo.

—¿Tartamudeo?

Doy un paso atrás.

—¿Castigarte por qué?

—¿Realmente necesitas preguntar? —Hay una mordacidad en


su tono.

—Bueno, en realidad sí, porque me has hecho tantas cosas


horribles que no sabría ni por dónde empezar.

Me dedica una sonrisa sombría.

—Ahí me tienes. Bien. Me estás castigando por cometer el


único pecado imperdonable. Hacer daño a los niños. Los usé como
peones, y no fue justo para ellos. Entiende que no fueron
maltratados, ni asustados, ni amenazados de ninguna manera.
Llevaron la mejor ropa, y comían la mejor comida, y tenían
entretenimiento todo el día, y fueron tutelados durante el día. Pero
alejarlos de ti fue un error.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste?

Hay un destello de impaciencia en sus ojos.


—No importa. Elige uno de los látigos y hagamos esto.

—Quiero saber por qué.

Sergei frunce las cejas y sus ojos brillan de ira.

—No presumas demasiado, Willow. Yo estoy al mando aquí.

—Lo sé. —Pero no me muevo hacia los látigos. Estoy tan


cansada que me deje fuera, que estoy dispuesta a correr el riesgo
que su humor cambie de repente.

Me mira fijamente, su mirada se clava en la mía, y no sé si


pasan segundos, minutos u horas, pero me niego a bajar la mirada
o a parpadear.

Finalmente, lanza un suspiro de disgusto y cruza los brazos


sobre su amplio pecho.

—Tuve miedo que estuvieras derribando mis muros y quería


que dejaras de hacerlo. Estaba siendo un imbécil para que no
intentaras acercarte más a mí. Me estabas haciendo parecer débil.
Te traje aquí para humillar a tu familia, no para llevarte a dar largos
paseos a la luz de la luna. —Frunce el ceño—. Originalmente,
planeaba compartirte con todos mis hombres.

—¿Lo ibas hacer? —Lo miro con horror.

—Sí. —Sacude la cabeza, enfadado consigo mismo—. No. En


realidad no. Desde el momento en que te vi por primera vez en la
casa de tu tío, te quise. Te manipulé para que te ofrecieras como
garantía de su deuda. Y me dije a mí mismo todas las cosas terribles
que te haría una vez que llegaras aquí, pero nunca llevé a cabo la
mayoría de ellas.

—Ya has hecho bastante —digo con amargura.

—Sí.

—¿Vas a decir que lo sientes?

—Eso no es algo que haga, Willow. Pero lamento haber


arrastrado a tus primos, y a Lukas, a esto.
Maldito sea el bastardo. Quiero una disculpa. Me merezco una
disculpa. ¿Qué clase de maldito enfermo golpea a una mujer porque
está enojado con su familia?

Entonces, ¿qué clase de perdedora enferma anhela ese polvo


enfermo con cada célula de su cuerpo? ¿Qué clase de débil y
patética perdedora vuelve por más, una y otra vez?

Enfadada, agarro un látigo de la pared.

Se da la vuelta, y cuando veo su espalda, la ira se evapora


como una niebla y el horror me invade.

Nunca había mirado su espalda desnuda. Ahora me doy


cuenta que hay líneas plateadas que la atraviesan. No hay ni un
centímetro de piel sin marcar. También hay cicatrices circulares
dispersas que parecen demasiado grandes para ser quemaduras de
cigarrillo, pero que podrían ser de un mechero de auto o de un puro.

Hace mucho tiempo, alguien lo golpeó y lo quemó, una y otra


vez.

Por un momento, dudo.

Entonces, torpemente saco el látigo y golpeo su espalda. En


sus cicatrices. No se mueve, no hace ningún ruido.

Lo hago de nuevo.

Su voz aburrida se burla de mí:

—He dicho que me pegues, no que me hagas cosquillas.

Le vuelvo a dar un latigazo, y él se ríe de mí.

—Había olvidado lo débil que eres. Tan débil que ni siquiera


puedes mantener a tu familia a salvo. ¿Sabes lo fácil que fue
encontrarte? Tus primos lloraban por la noche cuando los traje aquí
la última vez, y ni siquiera te molestaste en protegerlos cuando te
fuiste —se burla.

Aunque sé que me está provocando a propósito, la rabia


hierve por mis venas. Retrocedo y me concentro en lo que estoy
haciendo. Esta vez voy más despacio. Me aseguro que estoy
apuntando, y le doy un latigazo tan fuerte como puedo. Cuando se
estremece ligeramente, siento una furiosa satisfacción.

Lo golpeo cada vez más fuerte, hasta que se estremece y gruñe


de dolor con cada latigazo. Y se siente bien. Demasiado bien. Toda
la rabia, el dolor, el miedo y la frustración que tenía retenidos
dentro de mí, rugen como una hoguera.

¿Es esto lo que siente cuando me hace daño?

¿Qué me ha hecho? ¿Cómo puedo disfrutar infligiendo dolor


a otro ser humano? Defenderme está bien; no tengo ningún
problema con eso. No tendría ningún problema en matar a alguien
si fuera una amenaza para mí o mi familia pero, ¿herir a alguien
por placer?

Pero no me detengo hasta que estoy agotada, jadeando. Dejo


caer el látigo. Su espalda está cruzada por llagas rojas y furiosas.

—Eso no ha sido ni una décima parte de lo que realmente te


mereces —digo entre tragos de aire. Doy un paso atrás y me
repongo. Uf. Resulta que azotar a alguien es un verdadero
entrenamiento, si lo haces bien.

—Lo sé.

Entonces se da la vuelta. Tiene la cara enrojecida y gotas de


sudor en la frente. Me odio por querer lamérselas.

—Mi turno —dice.

—¿P-perdón? —balbuceo.

—Me toca castigarte. Te escapaste.

Lo miro con recelo.

—Me castigaste en la habitación del hotel. Señor —añado


rápidamente, para intentar caerle bien.

No funciona.
—¿Eso? —se burla—. Eso fue un ligero juego previo. Eso fue
que te estabas demorando porque pensaste que le estabas dando a
tu familia una oportunidad de escapar.

Sacudo la cabeza, tratando de despejarla.

Bien. Acaba de admitir que sabía que yo estaba dando largas.


Me ha dado un poco de información. Tal vez pueda persuadirlo para
que me dé más.

—¿Desde cuándo sabes dónde estamos? —Si me lo dice, tal


vez pueda averiguar qué hice mal.

—¿De verdad crees que voy a responder a esa pregunta?

Sigo presionando para obtener respuestas.

—¿Qué pasó con Jon?

—Estoy seguro que lo sabes.

Solo habría un final para alguien que lo traiciona. Eso


significa que lo mató. Brutalmente.

Jon era un cerdo asqueroso que amenazó con violarme, así


que no derramo ninguna lágrima por él, pero aun así... sabiendo de
lo que es capaz Sergei, me siento ligeramente mareada al pensar en
cómo debió ser la muerte de Jon.

La mirada de Sergei es demasiado fría, demasiado controlada.

—Sabías que era el hombre de mi tío todo el tiempo, ¿no?

Una sonrisa tuerce sus labios.

—Por supuesto.

—El dinero falso. —Me doy cuenta—. Fuiste tú. Mi tío envió
dinero real y tú lo cambiaste. No había ninguna razón para que mi
tío enviara dinero falso.

La mirada de sus ojos lo confirma, y quiero llorar de


frustración.
—Solo quiero saber —suplico—. ¿Siempre supiste lo del
apartamento en Columbus? ¿Podrías decirme al menos eso? —¿Nos
había dejado correr allí y luego nos había vigilado durante dos
meses seguidos? Porque parece que sabe mucho de lo que hacíamos
allí.

Niega con la cabeza.

—No, no lo sabía. Y ahora estás a punto de descubrir lo que


le ocurre a la gente que rompe sus acuerdos conmigo. Nunca
debiste dejarme, Willow.

El miedo florece dentro de mi corazón. Su estado de ánimo


puede cambiar tan rápidamente. Sus ojos azules se han vuelto
grises ahora, y su cara se tuerce en algo feo. Parece muy, muy
enfadado. Es como si hubiera guardado su ira en una cámara
acorazada hasta que llegara el momento de usarla, y ahora es ese
momento.

—¿Y si me disculpo? —digo débilmente—. ¿Por salir antes de


tiempo? ¿No puedo simplemente decir que lo siento?

—Confía en mí. —dice las palabras en voz alta—. Te


arrepentirás.

—Pero tú me alejaste. Ya lo sabes.

Se acerca a mí, sin piedad. Esa mirada en sus ojos... hace que
mi corazón tartamudee en mi pecho.

—No importa. Me hiciste una promesa. Rompiste esa


promesa.

—YO... YO... —No tengo nada.

—Desnúdate —dice con frialdad, y no me mira mientras me


quito el vestido, el sujetador, las bragas y los zapatos. Los dejo en
un montón en el suelo.

Se acerca a un armario para tomar sus herramientas de


tortura. Vuelve con una ristra de bolas plateadas y un frasco de
lubricante. Me frota el sedoso lubricante en el recto, luego desliza
las bolas dentro de mí y hace algo que las hace vibrar. Duele, pero
la vibración y el ardor son extrañamente eróticos.

Luego, me lleva a un aparato que parece una especie de


caballo de sierra, pero con la tabla central vertical en lugar de
horizontal, con un borde aplanado que sobresale hacia arriba. Hay
una cadena con esposas que cuelgan del techo justo en el centro.

Me levanta y me coloca a horcajadas, torpemente, y luego


encadena mi mano a las esposas. Tengo que ponerme de puntillas
si no quiero que el filo de la madera me muerda los labios del coño.

—Te quedarás ahí durante una hora —dice—. Si pides salir


de ella antes, pasaré a un castigo que te hará desear no haber
nacido.

Oh, como si haber nacido con el apellido Toporov no lo hubiera


hecho ya.

Y luego va a buscar un libro, se sienta en un sillón y empieza


a leer. Ni siquiera me mira. Me descarta de su mente. Y me da la
espalda al único reloj de la pared.

He estado haciendo ejercicio durante todo el tiempo que


estuve corriendo. Al principio, pienso que será fácil utilizar la parte
superior del cuerpo para mantenerme alejada de ese maldito borde
de madera. Después de unos minutos, me empiezan a doler los
brazos.

Pronto me agarro al filo de la madera. Me hundo contra él,


pero si pongo todo mi peso sobre él, será agonizante, vuelvo a
rebotar. Intento cambiar de posición, intentar ponerme más
cómoda, pero no puedo.

Estoy jadeando por el esfuerzo.

Las bolas vibrantes me distraen y me vuelven loca. Si


estuvieran en mi coño, podría correrme. Esto es simplemente una
tortura erótica. Me pone al borde del abismo, pero no me deja tener
ninguna satisfacción.
Los segundos se alargan como un elástico. Al cabo de un rato,
levanta la vista hacia mí, con sus acerados ojos azul-grisáceos
brillando con malicia.

—¿Te estás divirtiendo, Willow?

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —jadeo. He intentado llevar la


cuenta, contando en mi cabeza.

—Unos treinta segundos.

El pánico me invade.

—¡No es así! ¡Estás mintiendo! He contado hasta por lo menos


quinientos, ¡y eso fue hace unos minutos!

Se encoge de hombros y vuelve a su libro.

—Entonces, ¿por qué preguntas? —dice, mirando las páginas,


no a mí.

—¡Porque realmente duele!

—Esa es la cuestión.

Quiero gritarle insultos, amenazarlo, rogarle... pero estoy


segura que eso solo le divertirá. Desde luego, no hará que me libere
más rápido.

Los minutos se arrastran y se arrastran. Canto canciones


dentro de mi cabeza. Me maldigo por no tener brazos más fuertes.
Salto de un lado a otro y mi coño arde ahora, al igual que mis
brazos. Jadeo y jadeo. Y Sergei ni siquiera se molesta en mirarme.

Finalmente, empiezo a llorar. Los sollozos desgarran mi


cuerpo mientras me retuerzo en el dispositivo de tortura de madera.
Odio la madera. Odio a Sergei. Lo odio todo. Y él sigue pasando
lentamente las páginas de su libro.

—Señor, por favor, me duele mucho, mucho —sollozo.

—Sí, me imagino que si. —Deja el libro en el suelo y se acerca,


poniéndose detrás de mí.
Se inclina y siento su aliento caliente en mi oído.

—¿Sigues pensando que fue una buena idea huir, Willow?

—No, señor —grito.

Llamarlo "señor" aquí se siente bien. Lo echaba de menos.


Quiero esto. Estoy desesperada por aliviar el dolor, pero este ritual
de castigo y súplica... lo anhelo tanto como lo odio.

Cuando me lleva a mis límites, hay un extraño tipo de éxtasis


que llena mi cuerpo.

Pasa sus manos por mi nalga izquierda.

—¿Te gustan las bolas Ben Wa?

—No. Odio todo esto. ¿Cuánto tiempo más? —gimo.

Se inclina y me muerde el hombro, con fuerza, y luego lo lame.

Las sensaciones de dolor y placer son demasiado. Siento que


voy a desmayarme. Quiero rogarle que me deje bajar, pero me aterra
que seleccione una tortura aún peor cuando ésta ya me ha
debilitado.

—¿Volverás a huir de mí, Willow?

—¡No! —Sale como un sollozo—. Por favor. Señor. Por favor,


¡no puedo soportarlo! ¿Cuánto tiempo más?

Me lame la curva del cuello y sube hasta el lóbulo de la oreja.


Lo mordisquea. Me toma los pechos con sus grandes manos y los
aprieta.

Fóllame. Libérame. Déjame bajar.

—Será mejor que no. Porque por muy malo que sea esto...
puede ser peor. Mucho peor.

Su amenaza debería horrorizarme. Debería darme asco. En


cambio, me hace desearlo aún más. Me hace querer saber qué
podría ser "mucho peor".
Su lengua traza el contorno de mi oreja.

—Puedo aguantar veintiocho días más —jadeo.

—¿Estás segura? Ahora mismo te cuesta aguantar una hora


—se burla de mí.

Eso no es lo que quiero que diga. Quiero que diga que nunca
me dejará ir, que veintiocho días no serán suficientes para él.

Sergei me desordena la cabeza como nada que haya


experimentado antes. Mi vida solía tener reglas. Eran reglas
terribles, pero al menos sabía cuáles eran. Compórtate de cierta
manera, obtén cierto resultado.

Con Sergei nunca sé lo que va a pasar. Nunca sé lo que hará


a continuación. No tengo control sobre lo que me pasa.

Una ola de vértigo me invade. No puedo mantenerme en pie


por más tiempo.

Me desplomo, y el filo de la madera se clava en la tierna carne


de mi ardiente coño, y vuelvo a rebotar con un grito.

—¡Dime! —grito—. ¡Dime cuánto tiempo más!

—¿Es una orden?

—No, señor. Te lo ruego, señor.

—¿Te duele, Willow?

—¡Sí, señor! —Trato de zafarme de la malvada madera y


vuelvo a hundirme en ella, y mi cuerpo se estremece de sollozos—.
Oh, Dios, señor, no puedo... no puedo...

Sonríe agradablemente. Como si estuviéramos hablando del


tiempo.

—Una hora. Se acabo el tiempo.

Me suelta y me toma en brazos. Estoy temblando


incontroladamente, y débil como un gatito.
Me besa la frente sudada.

—No me dejes otra vez. —Su tono es duro, pero en el fondo


oigo un matiz de desesperación.

—No lo haré. No lo haré. No lo haré... —tartamudeo y tiemblo.


Sus brazos me rodean con fuerza.

Me levanta y me lleva a la cama que hay en el centro de la


habitación. Está recién hecha, con sábanas blancas y limpias y, por
supuesto, tiene un cabecero y un piecero con puños.

Mientras me lleva, miro a hurtadillas el reloj de la pared. El


que estaba detrás de mí. Fueron solo cuarenta y cinco minutos. Me
dejó bajar antes de tiempo.

Eso me hace llorar más.

Me bajó antes de tiempo. Fue misericordioso.

Todo lo que me está dando ahora es lo que anhelaba durante


esos primeros y terribles días a su servicio. Me ha dicho que me
quiere. Ha dejado de exhibirme delante de sus hombres, de
insultarme y de decirme que me odia. Está siendo tan amable como
alguien como Sergei es capaz de ser.

El hecho que este hombre rudo y brutal esté cambiando por


mí significa mucho. Pero... aún no es suficiente. No me pide que me
quede.

Me obligo a volver al presente. Nadie puede conocer el futuro,


y eso es más cierto para mí que para la mayoría de la gente. Vengo
de una familia de criminales que siempre están librando guerras
secretas. ¿Por qué preocuparse por lo que va a pasar dentro de unas
semanas, cuando podría estar muerta mañana?

Se aleja de la cama y yo me quedo tumbada, temblando,


esperando su regreso. Vuelvo a meter la mano por detrás y deslizo
las bolas vibradoras fuera de mi canal trasero y las dejo caer al
suelo. Oigo correr el agua. Cuando vuelve, está desnudo,
completamente desnudo. Es tan hermoso que parece un antiguo
dios griego, una estatua de mármol que acaba de bajarse de su
pedestal. Su polla está dura como una roca. Y lleva una bandeja
con una jarra de agua y dos tazas de hielo.

Me sirve un vaso de agua helada y lo bebo con avidez.

—Acuéstate —dice, su voz es una suave caricia.

¿Cuántos Sergei viven dentro de su cabeza? Hace minutos,


sonrió entre mis sollozos de dolor.

Pero obedezco. Me tumbo de espaldas, agotada. Cierro los


ojos. El dolor y el miedo se desvanecen y lo único que importa es el
placer que siento cuando empieza a pasarme cubitos de hielo por el
coño dolorido y palpitante.

Se inclina para chuparme el clítoris, mientras una mano sigue


deslizando los cubitos de hielo por mi acalorada piel, y yo gimo y
acaricio su pelo sedoso y pegado.

Me deja tocarlo. Mis manos no están atadas.

Estoy a punto de explotar. Cuando mi respiración se acelera,


él se retira y yo suelto un grito de frustración.

—Por favor, señor —le suplico. Le gusta que le suplique.

—Te daré a elegir —murmura—. ¿Dónde pongo mi polla?


Culo, coño o boca.

Mi coño está demasiado dolorido ahora mismo. Late con


agonía por el castigo que acaba de infligirme.

—Boca —jadeo.

—Entonces voy a hacer que te corras primero.

Deja caer el hielo. Me acaricia con su lengua y sus dedos. El


dolor retrocede, solo un poco. Me besa y alivia, y me lame como si
estuviera hecha de miel. Me empuja cada vez más cerca, hasta que,
afortunadamente, llego al borde del éxtasis, apretando las piernas
alrededor de su cabeza, llorando de alivio mientras una ola tras otra
se abate sobre mí.

Oh, oh, oh, oh...


Está arrodillado en la cama. Me pongo de rodillas y me meto
su polla en la boca. Es tan gruesa, tan redonda, que apenas puedo
acomodarla.

Me encanta su polla. Me encanta su sabor y olor almizclados,


tan terrosos y masculinos. Me encanta su grosor y el sabor salado
de su semen. Lo chupo con fuerza. Dejo que se deslice por mi
garganta, y chupo y chupo mientras sus dedos se enredan en mi
pelo y él gime mi nombre. Mi mano se aprieta en su polla y la muevo
hacia arriba y hacia abajo al ritmo del movimiento de mi cabeza.
Sus gemidos se quedan sin palabras, y entonces se pone rígido y
explota en mi boca. Bebo su semen con avidez, tragándolo como si
fuera maná del cielo.

Finalmente, se desliza fuera de mí y me pone de pie. Estoy tan


débil que tiene que sostenerme con sus brazos alrededor de mi
cintura.

Me atrae contra él.

—No tengo palabras tiernas para ti, Willow —me susurra al


oído—. Pero chupas la polla como un ángel.

Consigo una risa temblorosa.

—Viniendo de ti, eso es prácticamente un halago.


CAPÍTULO 10
SERGEI

Día cuatro...

Hace dos días que la evito.

Sé que ella y yo no somos algo para siempre, y me estoy


preparando para el shock de perderla en veintiséis días.

Estoy tratando de alejarme de ella, como un drogadicto. Solo


me permitiré tener un poco de ella cada vez. Nunca me
acostumbraré a la paz que siento cuando me deleito con su dulce
presencia.

El hecho de tenerla de nuevo bajo el mismo techo ayuda a


calmar un poco el ansia, pero no es suficiente.

La frustración empieza a acumularse en mi interior y sé que


no podré aguantar mucho más. Debería odiarla por hacerme
esclavo de mis deseos, pero no puedo. Que Dios me ayude, lo he
intentado.

Ahora estoy recostado en mi silla de cuero, en mi oficina


recién reparada con Jasha, Maks y Slavik, y ellos están sentados
en un semicírculo de sillas frente a mi escritorio. Observándome y
tratando que no vea que me están observando.
Hace una semana, el día antes de ir a traer a mi Willow a casa,
me tragó una de mis rabietas negras.

Me enteré que lo más probable es que Vilyat opere bajo el


nombre de Cataha en un distrito al Este de Leningrado. Mis
hombres creen que estuvo involucrado en el destripamiento de una
joven secretaria secuestrada que intentó escapar de él mientras la
transportaba a un burdel. Sin embargo, había conseguido sobornar
a la policía para que miraran hacia otro lado.

Vi las fotos de la autopsia, la expresión de su cara. Hay una


forma particular en la que Vilyat destripa a sus enemigos y les saca
los intestinos; esto coincide exactamente con su modus operandi, y
la descripción física transmitida por mis espías también coincide
con él.

No debí mirar los primeros planos. La cara de la secretaria


estaba abierta de par en par, con la boca floja, sus ojos sin ver eran
un espejo que reflejaba la agonía de sus últimos momentos. Había
sido bonita alguna vez; apenas se notaba en la foto.

Las fotos se me habían escapado de los dedos, cayendo sin


ruido sobre mi alfombra oriental. Había destruido mi oficina.
También le había roto la nariz a Slavik. Fue entonces cuando supe
que no podría terminar mi misión sin Willow.

La necesito. Ella es lo único que frena la oscuridad.

Mis hombres quieren seguridad. Quieren saber que su líder


no ha caído en el abismo. Estamos tan cerca ahora.

Tenemos una lista y estamos tachando nombres de ella.

Los hombres de esa lista son ricos y están conectados, y no


es fácil llegar a ellos. Y es vital para nosotros que ni uno solo de
ellos muera rápida o fácilmente. Todos ellos tienen que saber lo que
se acerca, y sufrir durante meses antes del horrible final.

Humillación. Terror. Desesperación. Esos son los platos que


les hacemos tragar antes de morir.

Fue la lista lo que nos inspiró a embarcarnos en lo que parecía


una misión suicida hace tantos años: un grupo de ratas callejeras
que empezamos de la nada y construimos nuestro propio imperio
criminal en San Petersburgo, Rusia. Creando negocios legítimos
tanto para ganar dinero como para ocultar nuestras empresas
menos legítimas.

Nos atacaron, y cada vez devolvimos el golpe con diez veces


más fuerza, con una saña que no dejaba lugar a dudas sobre el alto
coste de la resistencia. Año tras año, nos abrimos paso más
adentro. Hasta el último de nosotros ha recibido un disparo en un
momento u otro, más de una vez. Hemos luchado hasta rompernos
los huesos. Nuestros nudillos están tachonados de gruesas y
nudosas cicatrices. Feodyr fue atropellado. Jasha, Maks y yo hemos
sido apuñalados. Hemos sobrevivido a intentos de atentado con
auto bomba que nos abrasaron y marcaron. Una puta a sueldo de
un rival intentó cortarme el cuello.

Nada de eso se acerca a las agonías que sufrimos a manos de


los Toporov y sus lacayos. Los hombres de nuestra lista.

—Maks, ¿por qué no les cuentas a todos nuestras excelentes


noticias? —le digo, haciéndole un gesto. Él sonríe con mala cara y
asiente a los otros hombres.

—Estamos dentro, hasta el final —dice—. Vamos a


proporcionar la seguridad.

Los otros hombres empiezan a animarse y Jasha se apresura


a acercarse al armario de los licores. Comienza a verter vodka en
vasos. Esto es realmente un motivo de celebración.

Hemos estado trabajando en este plan durante casi un año.


Eliminando la competencia de todo tipo. Sobornando o matando
funcionarios, lo que fuera necesario.

Estamos construyendo una trampa gigante para atrapar a un


montón de roedores. Los últimos nombres de la lista.

Hace un par de meses se adjudicó a una de mis empresas


ficticias el contrato de construcción de la ratonera. Ya casi hemos
terminado. No es elegante ni bonito; no necesita serlo. Sirve para
un propósito. Un propósito horrible.
Lo más importante del edificio es su ubicación. En lo más
profundo del bosque, en una zona lo suficientemente alejada de la
ciudad como para que nadie tropiece accidentalmente con el. Los
clientes que utilizarán este edificio exigen garantías de seguridad y
anonimato. Nosotros les damos la ilusión de ello. Entonces la
trampa se cerrará en sus viles cuellos.

Mientras construimos la trampa, tejimos sistemas de


seguridad ocultos de forma tan inteligente que nunca se
encontrarán, hasta que sea demasiado tarde.

Y como ahora somos nosotros los que proporcionamos la


"seguridad", tendremos un control total sobre la gran inauguración.

Willow ha vuelto, y la última pieza de mi plan ha encajado. Es


como si ella fuera mi amuleto de buena suerte.

—Tan pronto —Slavik se regodea, frotando sus grandes y


carnosas garras—. Voy a ampliar las fotos de sus caras y a
masturbarme con ellas.

Maks lo mira con desprecio.

—Lo que te excite. Friki.

Slavik le golpea en un lado de la cabeza, con fuerza, pero para


él es un gesto de afecto.

Jasha vuelve y nos da vasos de cristal de vodka Stoli Elit puro


y transparente, y lo bebemos de un golpe, saboreando el líquido
helado y el sabor de la venganza.

—¿Quién iba a pensar que llegaríamos tan lejos? —Maks dice


felizmente—. ¡Sírveme otro, Jasha!

—¿Qué, ahora soy tu perra? —Jasha gruñe, pero él obedece.

Tras unas cuantas rondas más, los otros hombres vuelven al


trabajo. Jasha se queda atrás.

—Anastasia me pidió si es que puede ir a su antigua casa para


tomar algunos recuerdos personales —dice Jasha—. Quemamos
toda la basura de Vilyat, pero guardamos sus cosas y las metimos
en cajas en el garaje.

Cuando Vilyat huyó del país, hice algunas maniobras entre


bastidores y conseguí que me firmarán la escritura de su casa.

—Lo que sea. Ve a buscar cualquier mierda que te pida y


tráela aquí.

—Podría, pero no sabría por dónde empezar a buscar.

Me encojo de hombros. Me siento magnánimo. Las personas


que viven en esa casa trabajan para mí. La casa fue un regalo para
ellos, una recompensa por su excelente servicio.

—Claro. Vigílala cada segundo. Hazme saber si intenta algo.


Obviamente, sus hijos se quedan aquí.

—Sí, ella dice que está bien con eso. Dice que solo quiere
conseguir algunos álbumes de cuando fueron bebés y sus zapatos
de bebé.

Sacudo la cabeza ante la estupidez de las mujeres. Y ante los


niños que crecieron con una vida así, con unos padres que
guardaban un rizo de su pelo dorado, o sus zapatitos.

Vilyat era un bastardo abusivo, pero afortunadamente para


ellos, era un adicto al trabajo que no estaba mucho con ellos. Sus
hijos crecieron ahogados en lujos, y su madre los amaba.

¿Y yo? La única razón por la que no me morí de hambre


cuando fui un bebé fue porque la familia de al lado entró a
hurtadillas mientras mis padres estaban borrachos y me dio de
comer. Ahora viven cómodamente en una casa de retiro que compré
para ellos hace diez años, en el Mediterráneo. No saben que fui yo
quien se la compró. Tal vez lo sospechen. Pero no han cuestionado
su buena suerte. Pasaron de vivir en una choza de hojalata y
rebuscar en los contenedores de basura ropa sucia y comida
podrida, a vivir en un cálido y soleado apartamento junto al mar.

Y luego mi madre abortó varias veces, porque después que yo


naciera, su forma de beber fue empeorando, y mi padre le daba un
puñetazo en el estómago cada vez que se enteraba que estaba
embarazada. Entre el alcohol y los golpes de mi padre, nada podía
crecer en esa carne envenenada. Estuvo en la cárcel durante casi
todo el tiempo que estuvo embarazada de Pyotr, por acuchillar la
cara de una de las putas de mi padre. Esa fue la única razón por la
que sobrevivió. Habría estado mejor si hubiera muerto como los
demás.

Tenía seis años cuando llegó a casa con él, los vecinos se
habían mudado recientemente, pero yo estaba allí para cuidarlo.
Robé comida para él. Robé dinero para comprarle pañales y ropa.

Pensar demasiado en Pyotr hace que unos puntos negros


naden delante de mis ojos, y sacudo la cabeza violentamente para
desalojarlos. No funciona, porque no son reales. Jasha me mira
interrogativamente, con una pizca de preocupación cuidada pero no
completamente oculta.

Tengo que cubrirme. No puede saber la verdad. No puede


saber que la oscuridad no se ha ido, solo la he forzado en un rincón
de mi mente hasta que el último hombre de nuestra lista haya
gorgoteado su último aliento.

—¿Eso es todo? —ladro, agitando mi vaso de vodka medio


vacío hacia él. Como si por eso estuviera sacudiendo la cabeza—.
¿Qué soy, un bebé? ¿Por qué no me lo has servido en un biberón?
—Me lo bebo todo de un trago y se lo devuelvo para que me lo
rellene. Lo toma y se relaja visiblemente. Al imbécil de Sergei está
acostumbrado. Es el Loco Sergei el que le pone nervioso.

Esa misma tarde, Jasha y Anastasia regresan de su viaje y él


viene a informarme.

—Por lo que sé, no intentó nada —dice—. No se llevó un bolso.


Llevaba una camiseta, unos pantalones cortos y unas sandalias,
así que no habría podido esconder mucho, pero aun así, registré
todo lo que trajo. Todo eran álbumes de fotos y cosas de bebé, como
ella dijo. Pidió ir al baño en un momento dado, y no entré con ella,
pero la revisé justo después de salir, y de nuevo cuando llegamos.

—¿Sus tetas? ¿Su entrepierna? ¿Su culo?


—¿Quién crees que soy, señor? —resopla—. ¿Suave? ¿Miedo
a una pequeña teta? Sí, la he palmeado por todas partes.

Frunzo el ceño. Hay algo que no encaja.

Anastasia ama a sus hijos. No es descabellado pensar que


quisiera tener toda esa basura sentimental que tanto les gusta a las
mujeres, todos esos recuerdos de la infancia. No es sorprendente
que una mujer necesite ir a orinar después de un viaje de dos horas.

Y sin embargo.

Podría ser algo, podría no ser nada. No estoy seguro de lo que


sospecho. Ciertamente no pudo haber pasado armas de
contrabando por Jasha.

No puedo imaginar qué podría sacar Anastasia de su antiguo


hogar que sea una amenaza para mí, o qué podría intentar sacar.
Hasta hace un par de meses, era una cáscara babeante y drogada.
No parece del tipo que es capaz de hacer planes a largo plazo. Y
sabe que la dejaré ir a ella y a los niños después de treinta días.
Ahora mismo, están más seguros de lo que estarán cuando se
vayan.

Aun así, no he llegado hasta aquí por ignorar mis instintos o


por ser demasiado confiado.

—Solo vigílala —digo—. Mantén un ojo extra sobre ella. Vigila


especialmente su actividad en el ordenador. Está obsesionada con
esa mierda.

Asiente con la cabeza y se va.

Maks pasa por delante de él, entrando en mi despacho,


llevando un portátil.

—¿Señor? —dice.

—¿Sí?

—Tienes que ver lo que Willow ha estado buscando en su


ordenador.
Lleva un ordenador portátil.

Cuando lo veo, la furia aumenta en mi interior.

¿Quién es Ludmilla? Ludmilla Volkov. ¿Es Ludmilla un nombre


común en Rusia? Ludmilla Toporov. Origen del nombre Ludmilla.
Variaciones del nombre Ludmilla. Ludmila. Ludmylla. Mujeres
famosas llamadas Ludmilla.

Estos son algunos de los términos de búsqueda que ha


tecleado.

—Ya veo. —La ira me muerde.

Lo hizo a propósito, después que entregué las joyas y los


zapatos de color turquesa en su habitación. Ella lo hizo sabiendo
que puedo ver todo lo que está buscando en línea. Así que ella
quería que yo viera estas búsquedas.

Su actividad informática me ha preocupado. En Ohio, cuando


estaba en su apartamento, utilizaba una red privada virtual muy
eficaz. Hay numerosas razones por las que podría haber hecho eso.
Entiendo que necesita protegerse de sus tíos, Vilyat y Edik.
Cualquiera de ellos la tomaría a ella, a Anastasia y a los niños para
sus propios fines repugnantes. Vilyat castigaría a su mujer por huir
y llevarse a los niños; la torturaría hasta la muerte, vendería a
Willow para que se casara o la esclavizaría, y casaría a su hija con
alguien mucho antes de lo que Willow cree. ¿Y el pequeño y dulce
Yuri? Vilyat lo mataría a golpes por no ser un monstruo cruel y
oscuro.

En cuanto a Edik, si se hiciera con ellos, los utilizaría a todos


contra su hermano, porque Edik sabe que Vilyat es la razón por la
que estoy destruyendo su familia. No sabe por qué, pero sabe que
ha perdido al menos la mitad de su negocio y ha sido marcado por
la muerte. Vive atemorizado por algo que hizo Vilyat, y por eso
quiere herir a Vilyat y luego matarlo.

Por supuesto, planeo terminar este largo e interminable juego


muy pronto, pero Willow no lo sabe. Así que, tal vez ella estaba
usando la VPN para tratar de mantenerse al tanto de lo que su
familia está haciendo.
O tal vez me ha estado espiando. Tal vez así es como descubrió
el nombre de Ludmilla. ¿De qué otra forma podría saberlo?

Envío a Maks a buscarla y le pido que la traiga directamente


a mi oficina. Ella nunca ha estado aquí antes. No mezclo los
negocios con el placer, pero esto no será agradable.

Estoy junto a la puerta cuando Maks la empuja a través de


ella. Da un portazo y la deja conmigo.

Lleva unos pantalones Palazzo de algodón blanco y una


camisa de cuello redondo, y una diadema con una corona de flores.
Mi dulce angelito bohemio. Cierro la puerta de un portazo y doy un
golpe fuerte por encima de su cabeza que se tambalea.

—¿Qué mierda crees que estabas haciendo con esa


búsqueda? —le gruño. La arrincono contra la pared—. ¿Crees que
es divertido?

Se pone pálida como un fantasma y se encoge sobre sí misma.


Está realmente asustada de mí en este momento. En otro tiempo,
eso me habría excitado. Ahora mismo, me siento enfermo y furioso.
No quiero tener que darle una paliza, pero necesito saber lo que
sabe.

Le agarro la garganta y aprieto hasta que resopla y me araña


las manos.

—¡Sabías que miraría esa búsqueda! —le ladro.

—¡Sí! —me escupe, con los ojos llenos de lágrimas.

La golpeo para que su cabeza se estrelle contra la pared.

—¿De dónde sacaste el nombre Ludmilla? ¿Has hackeado mi


ordenador?

Ahora está llorando.

—¡No! ¡Te escuché hablar en el pasillo el otro día! ¡Dijiste que


no podías esperar para besarla! O algo así. —Me mira fijamente,
con las lágrimas derramadas en sus mejillas.
La suelto, y dejo salir un largo y furioso aliento que me doy
cuenta estaba conteniendo.

Entonces mido cada palabra con cuidado, para no gritar:

—Recuerdo exactamente lo que dije. No dije que no podía


esperar para besarla. Dije que podía besarla. Esa es una expresión
que la gente utiliza cuando está muy satisfecha con algo que alguien
ha hecho.

—¿Quién es ella para ti? —me grita—. ¿Es tu novia?

Podría darle una bofetada y decirle que no es asunto suyo. En


lugar de eso, soy aún más cruel. Digo la única cosa que sé que
romperá su corazón:

—Nunca te dije que fuéramos exclusivos —digo con maldad.

Suelta un chillido de dolor y rabia, y se abalanza sobre mí,


intentando arañarme la cara. Que Dios me ayude, me excita tanto
que mi polla salta a la vista y se pone dura como una piedra. Es
una magnífica tigresa, y sus celos hablan de su ardiente pasión por
mí.

La agarro y la aprisiono contra la pared, estirándole los brazos


por encima de la cabeza, empujando mi entrepierna contra ella para
que pueda sentir toda mi dura longitud.

Se retuerce con locura, excitándome aún más. Cuando me


inclino para besarla, me escupe en la cara.

—¡Vete a la mierda, hijo de puta! —me grita—. ¡Ve a besar a


tu novia!

La quiero ahora mismo. Tengo que tenerla. La necesidad ruge


a través de mí, un tren de carga que ahoga el sonido y la razón. Pero
la única manera que se someta a mí es si me abro a ella. Una vez
más. Me entrego cada vez más a ella. ¿Qué seré cuando termine
conmigo?

—Ludmilla no es mi novia, no es mi amante —le digo


sinceramente—. Tú eres la única a la que quiero besar. O follar.
Sinceramente, me gustaría que no fuera así, me gustaría poder
satisfacerme con una puta o una cazafortunas, pero desde que te
conozco, eres la única que me pone la polla dura. De hecho, voy a
inclinarte sobre mi escritorio ahora mismo y follarte por el culo.
¿Crees que tienes alguna opción en el asunto?

Su expresión se ha suavizado. Sus labios se separan para mí.


Sus ojos se empañan.

Tomo su barbilla con la mano, me inclino y la beso como si


me estuviera ahogando y ella fuera mi único oxígeno. Introduzco mi
lengua en su boca, acariciando la cálida cueva de seda, tragándome
sus gemidos de placer.

Y no le cuento un secreto, uno que creo que me arruinaría.

Es la única mujer a la que he besado en la boca. En toda mi


vida.

Quiero decírselo, hacerla sentir especial, porque se merece


sentirse especial y se merece la verdad. Pero algo silencia mi voz.
Algo débil y cobarde. Sigo besándola, absorbiéndola. Ella se funde
conmigo, apretándose contra mí. Su ansia me excita tanto que me
correré en los pantalones si no me alivia.

La hago girar, con el brazo en la espalda, y la dirijo hacia mi


escritorio.

La inclino y le suelto el brazo.

—Bájate los pantalones para mí —le digo. Lo hace, con un


gemido. Sus pantalones caen en un charco alrededor de sus
tobillos.

Me arrodillo detrás de ella y lavo su recto de capullo de rosa


con mi saliva, y deslizo mis dedos dentro y fuera de su agujero del
culo, humedeciéndolo. Estirándolo.

Entonces me pongo de pie y empujo mi polla contra el


apretado agujerito, y ella se tensa y grita.

—Relájate —gruño. Me muevo muy despacio, forzando la


entrada. La resistencia de su musculoso túnel me hace querer
desgarrarla como un ariete, pero escucho sus jadeos de dolor y me
abro paso poco a poco, hasta que estoy enterrado hasta la
empuñadura. Se estremece y se agarra al borde de mi escritorio con
tanta fuerza que sus nudillos están blancos.

Ella soporta el dolor por mí. Le da placer dejar que la lastime.


Dios, es magnífica.

La agarro por las caderas y la bombeo lentamente. Está


gimiendo, y sé que le duele y la excita al mismo tiempo. Mis pelotas
golpean su carne y bombeo cada vez más rápido, y el placer caliente
crece y crece. Me retiro y suelto sus caderas, y exploto, salpicando
mi cálido semen en los suaves y redondos globos de su culo. Me
quedo ahí mientras las olas de placer me salpican y mi respiración
jadeante se normaliza.

—Oh —gime. Se da la vuelta, con los ojos enormes de deseo.

Sé lo que espera. Lo que ella anhela como el oxígeno.

No lo va a conseguir. Hoy no.

—No debiste intentar vigilarme —gruño—. Así que este es tu


castigo. No voy a hacer que te corras hoy. No solo eso, sino que voy
a entrar y esposarte a la cama esta noche, para que no puedas
correrte. Tendrás que avisarme antes de ducharte, y te veré en el
vídeo que he instalado en tu ducha, y me masturbaré con él, pero
no podrás tocarte. Haré esto durante todo el tiempo que quiera,
esposándote cada noche, y si te atreves a correrte antes que yo te
deje, no te haré correr nunca más. ¿Entendido?

—Tú... Pero yo... —Lágrimas de frustración llenan sus ojos.


Hermosas, hermosas lágrimas.

—Tú, pero yo —me burlo de ella—. ¿De verdad pensaste que


tu mal comportamiento no tendría consecuencias? Sal de mi
oficina. Ahora.

Se sube los pantalones y sale a trompicones de la habitación,


jadeando.
CAPÍTULO 11

Días cinco, seis, siete, ocho...


Me satisface mucho observarla a través de mi sistema de vídeo
durante los próximos días. Su deseo por mí va y viene. Intenta
actuar como si todo estuviera bien cuando pasa tiempo con su
familia, pero es distraída y torpe.

Veo cómo se retuerce a veces en su asiento, mordiéndose el


labio, con la frente arrugada por la frustración. Se balancea hacia
adelante y hacia atrás. Aprieta los puños. Se abraza a sí misma.
Mira alrededor de la habitación, buscando las cámaras ocultas que
están grabando su humillación. Me agarro la polla con las manos y
me masturbo hasta correrme, una y otra vez.

Por supuesto, masturbarse no es lo mismo que estar con ella,


pero castigarla así es tan satisfactorio que vale la pena.

Dios, si pudiera conservarla. Podría pasarme toda la vida


castigándola y luego arrancándole el aliento del cuerpo. Idear
nuevas torturas para hacerla gemir de dolor y llorar por la dulce
liberación que solo mi boca y mi polla pueden darle.

A medida que pasan los días, siento el fantasma de algo que


me acosa, y vuelvo a recordar nuestra última conversación. La
reproduzco en mi cabeza; tengo un recuerdo casi fotográfico.

Con lo que me conformo es con que ella dijo que supo lo de


Ludmilla porque me estaba espiando. Pero en cuanto a la cuestión
de si usaba Internet para espiarme a mí o a mis negocios... creo que
de alguna manera esquivó esa cuestión.

Podría preguntarle directamente, pero no me dirá la verdad.

En cambio, puedo sacudirla haciendo algo que no se espera,


como llevarla a cenar. Eso puede hacer que confíe en mí. Que se
abra a mí.

Sé que si me ofrezco a llevarla a cenar será enorme para ella.


Hasta ahora lo único que he hecho es arrastrarla a una u otra
habitación y utilizarla para mis propias necesidades. He puesto el
listón muy bajo. No es algo de lo que esté orgulloso.

Día ocho...
Pregunto a Maks por su ubicación, y él me dirige al jardín.
Está de pie frente a su caballete, cerca de las arenas azucaradas de
mi playa privada, dibujando una escena del océano. Sus dibujos
dan vida al mar azul brillante y, cuando lo miro, puedo sentir la
profundidad y el misterio del agua. Es realmente buena. Cuando la
miro, siento un brote de orgullo fuera de lugar.

No hago muchas cosas buenas en mi vida, y normalmente,


cuando las hago, es por pura casualidad: necesito algo, así que
hago algo bueno por alguien para obtener algo a cambio. Pero esto
lo hice por Willow porque sabía que sería bueno para ella. La animé
porque sé que le gusta dibujar.

—Ya es hora que dejes de descuidar tu talento —digo—. No


dibujaste nada después de salir de aquí, lo que fue una pena.

Deja su boceto y me mira con dureza.

—¿Y cómo sabes eso, exactamente?

Me doy cuenta que he dicho demasiado. Ahora ella sabe


cuánto tiempo estuve observándola. Se me escapó la información,
y eso es algo que nunca hago. Y dejar que me escuchara cuando
estaba hablando con Ludmilla... ¿qué demonios? ¿Qué es lo que
tiene que se me mete en la piel de esta manera?
En lugar de responder, paso a la ofensiva. Me acerco y deslizo
mi dedo bajo su barbilla.

—Willow.

—¿Sí?

—Para usar una expresión americana, no tientes tu suerte.

Consigue una sonrisa triste.

—¿Tengo suerte, Sergei?

—Comparado con algunos, sí. —Miro hacia el mar.

—Este lugar es hermoso. —Suspira.

—Mi oferta sigue en pie. Es tuyo. Deberías aceptarlo. —No


puedo imaginarme quedándome aquí después de haberla liberado.
Ella seguiría aquí, como un fantasma. Cada habitación resonaría
con su ausencia.

Ella frunce el ceño.

—Demuéstrame que no compraste este lugar con dinero del


tráfico de armas, o de drogas.

—De acuerdo. —Me encojo de hombros—. Te enseñaré los


papeles de mi empresa de construcción.

Me mira fijamente.

—¿Lo harás? ¿Ahora?

—No. No hay prisa. Tal vez mañana. Esta noche, vamos a salir
a cenar.

Sus ojos se iluminan ante eso.

—¿De verdad?

Me siento como un bastardo. Lo hago porque quiero saber qué


ha estado haciendo, y ella cree que es una cita dulce. ¿Lo es, tal vez
solo un poco?
—Me gustas con el vestido de tul azul —digo bruscamente—.
Te recogeré a las siete de la tarde.

Unas horas más tarde, lleva el vestido que le pedí y está


impresionante. Ella no lo sabe. Se mueve con un poco de torpeza, y
no deja de acomodarse el pelo detrás de la oreja con nerviosismo.
Es aún más hermosa por su embobamiento.

Conducimos media hora hasta un restaurante mediterráneo,


con seguridad en mi auto y otro auto lleno de hombres
siguiéndonos. No me preocupa que intente huir, no con su tía y sus
primos en mi casa.

Hay palmeras en el interior del restaurante y nos conducen a


una sala diseñada como una gruta privada con pinturas al aire libre
de la antigua Roma en las paredes. Hay otras dos mesas, pero mis
hombres están sentados en ambas. La única entrada a la sala es a
través de una puerta a la que sólo tiene acceso el personal.

Una camarera rubia se acerca a nosotros con los menús y me


dirige la mirada. La fulmino con la mirada para indicarle que se
retire.

Pido vino para nosotros, y aperitivos, y luego la cena.

Se siente rígido e incómodo. No me dedico a la seducción;


nunca lo he hecho. Salgo a un club nocturno exclusivo o a un
casino y selecciono a las putas más hermosas. Si me siento
inspirado, las llevo a mi cuarto de juegos. Cuando termino con ellas,
las desecho con un fajo de dinero o algo brillante abrochado en sus
codiciosos puños.

Willow se da cuenta de mi torpeza.


—Entonces, ¿no sales con muchas mujeres? —dice.

—No llevo a ninguna mujer a citas.

Una mirada de asombro aparece en su rostro.

—No puede ser la primera vez que llevas a una mujer a una
cita contigo.

Mis labios se tuercen en una sonrisa.

—No solo eso, soy virgen.

Se ahoga en una carcajada y luego sacude la cabeza en señal


de reproche.

—No, de verdad.

—En ocasiones, si fuera conveniente, pude haber cenado con


una mujer. No en una cita preestablecida.

Parece aún más confundida.

—¿Por qué una mujer soportaría eso y volvería por más?

Arranco un trozo de pan y lo arrastro por el plato de aceite de


oliva picante.

—No vuelven por más. Porque yo no les invito. ¿Hay algo en


mí que te dé la impresión que puedo ofrecer intimidad emocional?

—A veces —dice sin dudar, lo que me sorprende. No está


mintiendo—. Está escondido en lo más profundo y es difícil llegar a
el. Pero cuando llegas a ese espacio... —Veo la mirada de anhelo en
su hermoso rostro. Ella quiere que sea así todo el tiempo. O al
menos más a menudo. Si pudiera darle eso a alguien, sería a ella.

—¿Qué hay de ti y de tu historial de relaciones? —pregunto,


y entonces una explosión de rabia estalla en lo más profundo de mi
ser y digo al instante—: No respondas a eso. —Respiro
profundamente, aprieto los puños y los suelto lentamente. Si me
habla de alguno de sus antiguos novios, no podría detenerme,
aunque quisiera. Los cazaría y los mataría con mis propias manos.
Me mira fijamente.

—Nunca he tenido sentimientos románticos por nadie más


que por ti. Probablemente nunca más los tendré, después que me
envíes lejos.

—Eso no lo sabes.

Pero sospecho que lo sabe. Y una parte horrible de mí se


alegra. No es que quiera que sea infeliz. Es solo que, incluso
después de dejarla, sé que la vigilaré, y si alguien se acerca
demasiado a ella, lo haré pedazos... mientras esté vivo.

Willow está comiendo su pollo al pimentón cuando la


camarera vuelve, supuestamente para ver si todo está a nuestro
gusto. Su mirada se desvía hacia mi traje hecho a medida, mi reloj
de cincuenta mil dólares y mis zapatos italianos. Las mujeres como
ella saben lo que buscan. En sus ojos brilla una luz codiciosa y
ansiosa.

Sus pechos se desprenden de la parte superior de su vestido


negro sin mangas. En italiano, dice:

—Qué pena que te conformes con ella. Podría hacerte pasar


un buen rato. —Y me hace un guiño exagerado. Sospecho que no
se da cuenta que hablo italiano con fluidez, sino que se cree muy
lista.

Willow no entiende las palabras, pero capta lo esencial. Se


pone rígida y se queda mirando la mesa, humillada.

Le hablo a la camarera en italiano. Primero sonríe, luego


palidece, después me mira con horror y huye.

—¿Qué le has dicho? —me pregunta Willow.

Le dije a la camarera que me encantaría llevármela a casa...


porque tiene una piel tan bonita... y necesito un cinturón y una
cartera nueva.

—Responderé a esa pregunta si tú prometes responder a una


pregunta para mí —digo.
Ella frunce el ceño ante eso.

—Depende de la pregunta —dice.

Arqueo una ceja hacia ella.

—Willow. ¿Me estás ocultando algo, cariño?

Me mira desafiante.

—¿Por qué no habría de hacerlo? Me estás ocultando muchas


cosas.

—Sí —digo, con la voz cada vez más dura—. Y no es una calle
de doble sentido. Yo soy el jefe aquí. El amo. Tú me sirves a mí.

—Por veintidós días más. —Hay una pena silenciosa en su


voz, y quiero atraerla hacia mí, consolarla, y prometerle que la
mantendré para siempre. Quiero regalarle flores, diamantes y mi
corazón.

Así que arremeto.

—¿Por qué? ¿Quieres quedarte más tiempo? —La vieja burla


está en mi voz, y al instante se cierra. Se encoge sobre sí misma.
Deja el tenedor con cuidado, con la comida a medio terminar.

—He terminado.

Debería disculparme.

Nunca me disculpo.

—No, en realidad, no lo haces.

Levanta los ojos para encontrarse con mi mirada, con un dolor


tranquilo y resignado.

—Bueno, ya no tengo hambre, y si como algo más,


probablemente vomitaré. Si realmente quieres verme hacer eso, por
todos los medios, oblígame a terminar esto.

La rabia me nubla la vista, así que me levanto y me voy. Llamo


al dueño del restaurante y hablo con él, dejando claros mis deseos.
Un camarero se apresura a acercarse a nosotros con una jarra
de café. Deja las tazas y nos sirve el café, y sus manos solo tiemblan
ligeramente, aunque está aterrorizado porque sabe quién soy y lo
que puedo hacer. Willow evita mi mirada. Sus hombros están
encorvados. Se está replegando en ese caparazón en el que la
empujo.

No quiero que sea así.

Vuelvo a sentarme y extiendo la mano para acariciarla. Se


estremece, como si quisiera alejarse de mí y apenas tolerara mi
contacto. Eso me duele a un nivel que nunca antes había
experimentado.

—Willow —digo en voz baja—. ¿Recuerdas aquella noche que


me volví loco contigo? Nunca sé cuándo me van a venir esos humos.
No estás a salvo conmigo. Nadie lo está. Te mantengo aquí por mis
propios propósitos egoístas, pero cuando llegue el momento, te voy
a liberar.

—Oh, ya veo. Entonces, es por mi propio bien. —Sus ojos


brillan con rabia—. Y mientras tanto, vas a burlarte de mí y a herir
mis sentimientos, para garantizar que no intente hacerte cambiar
de opinión. Dime, ¿qué tan bien funcionó eso la última vez?

La furia por su desafío se agita dentro de mí como una marea


negra, y hago algo que nunca había hecho antes.

Me opongo a la marea. La mantengo a raya, lo suficiente para


no explotar delante de ella.

—Discúlpame —le digo con perfecta calma.

Atravieso el restaurante, salgo por la puerta principal y


atravieso el aparcamiento hasta mi auto. Jasha me sigue a una
distancia prudente.

Le doy varias patadas al auto, tan fuertes que dejo


abolladuras en la puerta.

Luego, respiro profundamente varias veces, lo suelto


lentamente y visualizo que la negrura fluye fuera de mí como un río
aceitoso. Lo he intentado antes, y nunca ha funcionado. Esta vez
sí. Sobre todo.

Vuelvo a entrar, justo cuando el camarero está dejando


nuestros postres.

Ella toma un sorbo de su café, y yo me siento y le cuento lo


que le dije a la camarera. Vomita el vino por todo el postre, por todo
el mantel blanco, y le entra un ataque de tos que es medio risa de
sorpresa.

—No lo hiciste —me dice, con los ojos enormes.

Mi risa es dura.

—Ella te faltó al respeto. Así que, sí, lo hice. ¿La ves en algún
lugar de aquí?

Mira a su alrededor y luego sacude la cabeza.

—No.

—Cuando hablé con el dueño, hice que la despidieran.

Parece que está a punto de protestar, pero ve la expresión de


mi cara, la de "no discutas conmigo", y se encoge de hombros con
resignación.

Luego mira con pesar su postre, donde ha vomitado la mayor


parte del café.

—Lo he estropeado —dice disculpándose.

Empujo el mío hacia ella.

—Toma, ten el mío. —Al menos ha recuperado el apetito. He


salvado la noche.

—Qué romántico —dice, y entonces veo un destello de miedo


en sus ojos—. Lo siento, —añade rápidamente—: No me estoy
burlando de ti.
La excitación me recorre, y la culpa. Estoy mal conectado. La
visión de una mujer asustada no debería ponerme duro como un
diamante, pero lo hace.

—Está bien.

Le doy un bocado y ella deja escapar un pequeño gemido de


placer.

Le doy otro bocado. Vuelve a gemir y lame la cuchara. Veo


cómo su lengua rosada se arremolina, lamiendo la dulce crema.

—Maldita sea —digo—. Nunca me había puesto celoso de un


postre, pero creo que me gustaría llevarme este tiramisú a la parte
de atrás y degollarlo.

Se ríe.

—De acuerdo, prométeme que no te enfadarás conmigo, pero


siento que, para ti, esa es una declaración genuinamente
romántica.

Empiezo a meterle la cuchara en la boca de nuevo y luego la


retiro. Se está poniendo demasiado cómoda. Quiero que tenga que
trabajar para obtener su placer. Y ella lo necesita. Lo quiere.

—Di por favor —gruño.

—Por favor. Señor. Por favor, pónmelo en la boca —susurra,


y una pizca de picardía brilla en sus ojos.

Mi polla está a punto de desgarrar la tela de mis pantalones,


y me invade la emoción más extraña, una emoción que ni siquiera
puedo nombrar.

Quiero esto. Para siempre. Quiero que me mire así, con sus
hermosos ojos azules brillando, con un mínimo de miedo, porque
sabe lo que le haré después.

Pero los hombres como yo no tienen la eternidad. No hay


finales felices para nosotros.

Dejo que chupe el chocolate de la cuchara y luego bajo la voz:


—Hemos terminado —le digo.

Me mira, preocupada, pero no me cuestiona.

Llamo a mis hombres sentados en las otras dos mesas.

—Salgan. Cierren la puerta detrás de ustedes.

Mis hombres dejan de comer al instante y salen de la


habitación. Vigilarán la puerta hasta que les diga lo contrario.

—¿Te ha gustado este vestido? —le pregunto, y entonces rasgo


el escote con mis manos, dejando al descubierto sus pequeños y
perfectos pechos. Sus pezones, de color rosa, están llenos de deseo.

Jadea y da un paso atrás. Dirige una mirada de pánico a la


puerta. Tendremos que atravesar el restaurante para llegar a mi
auto.

—Cuando nos vayamos, vas a llevar mi chaqueta —le digo—.


Todos en el restaurante sabrán por qué. Sabrán lo que acabamos
de hacer aquí. Sabrán que me perteneces.

—Oh. —Su cara se sonroja con una mezcla de vergüenza y


excitación.

—Ahora date la vuelta e inclínate sobre la mesa.

Ella lo hace, y yo levanto el dobladillo de su vestido.

Al hacerlo, me doy cuenta que me ha distraído una vez más.


Al menos, creo que lo hizo. ¿Me está superando en mi propio juego?
Quería preguntarle por sus hábitos de navegación en la red y, en
lugar de eso, estoy a punto de follármela a ciegas.

No soporto la idea que me guarde ningún secreto. No puede


ocultarme ninguna parte de sí misma; toda ella me pertenece.

Mañana, me prometo a mí mismo, haré lo que sea necesario


para descubrir lo que está ocultando, incluso si eso hace que me
odie.

Esta noche voy a hacerla gritar.


CAPÍTULO 12

Me quito la corbata y le ordeno que se dé la vuelta.

—Estamos en público —protesta débilmente, con la voz


temblorosa.

Me la voy a follar fuerte.

—La habitación está insonorizada —le informo. No le digo que


probé esta teoría cuando maté a un hombre en esta habitación hace
unos meses, mientras los comensales comían al otro lado de la
pared de la gruta, sin saberlo. Intentó vender mis secretos a unos
competidores que poseían una empresa de transporte, pero los
competidores trabajaban secretamente para mí. Nadie oyó sus
gritos.

Diseñé la sala como es, porque soy un socio silencioso, el


verdadero dueño del restaurante. Es un buen lugar para atraer a
gente que, de otro modo, podría tener la guardia alta. Después de
todo, ¿qué podría salir mal en un lugar tan público?

Bueno, Willow está a punto de descubrir la respuesta a esa


pregunta.

Le ato las manos a la espalda.

Entonces, mientras sigo de pie detrás de ella, agarro una de


las servilletas de la mesa y se la meto en la boca. Se retuerce y trata
de escupirla. Saco mi pañuelo de seda y la amordazo con fuerza.
Ahora emite sonidos furiosos y me hace reír a carcajadas.
—¿Qué fue eso, cariño? Si quiero darte por el culo, ¿esperas
que use lubricante esta vez?

Mueve la cabeza frenéticamente y suelta un chillido


enfurecido.

—Oh, ¿te has portado mal? ¿Mereces ser castigada?

La obligo a inclinarse sobre la mesa. Levanto el dobladillo del


vestido hasta la cintura y la azoto con fuerza. Intenta apartarse. Le
agarro las muñecas atadas y la mantengo firmemente en su sitio.

Sus gritos ahogados me incitan a seguir, y le golpeo el culo


una y otra vez hasta que está rojo y brillante, mientras ella se
retuerce, lucha y patalea inútilmente contra mí.

Cuando deslizo mis dedos entre sus piernas, por supuesto


que está mojada para mí. Le masajeo el coño, y ahora gime,
abriendo más las piernas y arqueando el culo. Se frota contra mí.
El aroma picante de su excitación perfuma el aire, y lo absorbo
como si fuera mi único oxígeno.

Me aseguro de no acariciarla demasiado rápido, porque no


quiero que se corra antes que yo esté preparado. Sus chillidos de
protesta se convierten en gemidos de placer.

—Te daré una opción —le digo. Me encanta darle falsas


opciones—. ¿Culo o coño?

Se esfuerza desesperadamente por responderme.

Mmmph, mmmph, mmmmph....

—Recibirme por el culo duele, pero sabes que te lo mereces...


Bueno, si insistes... —La mordaza se traga sus gritos de protesta, y
mi polla se estremece de excitación.

He venido preparado. Saco un frasco de lubricante del bolsillo


y masajeo su rosado y fruncido agujerito. Luego saco el tapón del
bolsillo y lo introduzco a la fuerza. Lo saco lentamente hasta la
mitad y lo vuelvo a meter, una y otra vez, estirándola. Estoy de buen
humor, así que esta vez la abro lentamente. Ella gime, y sus manos
atadas se cierran en puños.
Lo odia, lo ama...

Finalmente, saco el tapón del culo, lo dejo caer sobre la mesa


y me meto a la fuerza en su estrecho canal trasero. Sus músculos
se aprietan tanto que casi me aplastan la polla. Se estremece,
intentando relajarse para que no le duela tanto. Bombeo
lentamente, me inclino y me acerco a ella, y con cada empujón le
acaricio el clítoris.

Sus gemidos apagados me vuelven loco. Me obligo a ir


despacio. Tiene la cabeza girada hacia un lado y las mejillas
enrojecidas, y los ojos se le llenan de lágrimas. Se empuja hacia
atrás, queriendo más de mí. Chica sucia.

Sigo presionando el apretado capullo de su clítoris,


arrastrando el dedo hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y
hacia atrás. Gime en su garganta, con la cara contorsionada por el
éxtasis.

Se está volviendo líquida de deseo. Ya no hay resistencia.


Cuando siento que empieza a estremecerse y a apretarse, acelero el
ritmo, empujando cada vez más fuerte, haciendo oscilar la mesa
con cada empujón.

Nos corremos al mismo tiempo, nuestros gemidos de placer se


mezclan, nuestros cuerpos se estremecen. El placer es tan intenso
que resulta doloroso, y las pulsaciones de mi orgasmo me recorren
todo el cuerpo. Permanezco allí, temblando por las réplicas, hasta
que finalmente desaparecen y me deslizo fuera de ella.

Cuando le quito la mordaza de la boca, su voz es ronca:

—Maldito bastardo. Eso duele. ¡Y me has amordazado! —


Willow solía tener que obligarse a decir palabrotas delante de mí.
Me gustaba. Pero también me gusta la Willow malhablada.

Me río de ella.

—No intentes decirme que no te ha gustado.

—Oh, Dios. Me ha gustado tanto. —Sus palabras se deslizan


en un gemido de rendición. La desato y, cuando se levanta, le
tiemblan las rodillas. Sigo detrás de ella y la atraigo hacia mí porque
me encanta debilitarla. Me encanta que necesite mi fuerza para
levantarse. Ahora mismo somos dos partes de un todo; su núcleo
blando funde mi núcleo rígido hasta que vuelvo a ser casi humano.

Nos quedamos así, y los segundos se funden en minutos, y


somos los únicos en el mundo. Nuestra isla es una nación de dos.
El dolor se ha ido, la oscuridad está a raya, y solo estoy aquí, en el
presente, sin pasado ni futuro. Esto es lo más cerca que voy a estar
del cielo.

Finalmente, de mala gana, la dejo ir.

El sol golpea sin piedad el pequeño claro del bosque. Los


buitres vuelan en círculos. Los nuevos hombres de Cataha
permanecen con los brazos cruzados y el ceño fruncido. De hecho,
ha tenido que secuestrar un camión blindado para financiar la
contratación de una nueva tripulación. Él, reducido al robo a mano
armada. Es mejor que eso.

Cataha mira los cuerpos de los tres policías locales. Están


tirados en la hierba, en medio de un claro, con los brazos y las
piernas tirados en todas direcciones, como marionetas con los hilos
cortados. Sus bocas están abiertas y sus cerebros se filtran en la
tierra. Una brisa caliente arrastra el hedor de los excrementos; han
vaciado sus intestinos al morir.

Él y sus hombres torturaron a los policías durante horas,


hasta que estuvieron seguros que los policías decían la verdad.
Ninguno de ellos estaba detrás de la filtración. No fueron
responsables del rescate de esas chicas.

Pero aun así tuvieron que morir, porque habían hecho un


trabajo de mierda cuidando de él. Deberían haberle avisado que la
Politsiya iba a cerrar su operación en el cortijo. En lugar de eso,
estuvo a punto de ser capturado y enviado a prisión.

Así que despachó personalmente a cada uno de los policías


con un tiro en la cabeza. Uno, dos, tres. El primero lo miró
conmocionado, sin creer que estaba a punto de morir. Entonces, la
parte superior de su cabeza se desprendió.

El segundo y el tercero lloraron, gritaron y suplicaron, sus


voces eran más fuertes que las de una puta violada con un atizador
caliente. Fue casi suficiente para hacerlo sentir mejor, pero no del
todo.

Ahora está seguro que su traidor es el periodista defensor, el


que ha declarado la guerra al tráfico de personas en su distrito. El
bastardo escribe bajo un seudónimo, Akim. Un solo nombre. "Akim"
está llamando mucho la atención y ganando premios y
reconocimientos internacionales para Reforma. Ha ido más allá de
las obligaciones de un periodista normal. Soborna a la gente para
obtener información sobre los planes de Cataha, introduce
dispositivos de grabación en sus oficinas... ¡Eso es ilegal, eso es lo
que es!

Después de rescatar el último cargamento, todas las zorras


hablaron con la policía y los medios de comunicación, llorando a
gritos. Entonces "Akim" se dio cuenta del último plan de Cataha, y
escribió una historia exponiendo al doctor que le había ayudado a
seleccionar a las chicas, y ahora la vida del doctor está arruinada.
Arruinada. Está huyendo, seguro que le quitarán la licencia médica
y se enfrentará a la cárcel si lo atrapan. Fue una historia sexy;
acabó salpicada en todas las portadas, en todas las radios, en todas
las televisiones, en todo el mundo. Hay tanto calor en Cataha ahora
mismo que es como estar en la superficie del sol. De hecho, va a
tener que ajustar su modelo de negocio durante un tiempo y
concentrarse en el robo, y eso lo odia.

Lo que ocurre con el tráfico es que es increíblemente lucrativo,


pero esa no es la única razón por la que siempre se ha centrado en
él como su principal fuente de ingresos. Lo hace porque le encanta.
Se siente como un dios cuando esas chicas que lloran le piden
clemencia. Es una descarga de poder y éxtasis como ninguna otra.
Tiene el poder de la vida y de la muerte, del dolor o del alivio. Y
volverá a ser el emperador.

Murmura maldiciones para sí mismo mientras camina. La


gente realmente ve a Akim como un héroe. Catahasees Akim como
un hijo de puta justiciero y mojigato, dedicado a arruinar a
empresarios de éxito como él.

La gente ve a Cataha como un monstruo, pero él sabe lo que


realmente es. Él es la supervivencia del más apto. Es una
meritocracia. A diferencia de esos débiles e inmerecidos
vagabundos que heredan su dinero o se abren camino a través de
las filas de la corporación besando culos, él luchó para llegar a la
cima, como un señor de la guerra.

Tiene la suerte de que, al menos hasta ahora, nadie sabe


quién es realmente. Ha mantenido una fachada con su nueva
identidad de hombre de negocios de éxito, lo suficientemente grande
como para llevar una vida medianamente buena pero lo
suficientemente pequeña como para evitar la atención, y nadie
susurra su verdadero nombre en relación con Cataha.

Tiene que eliminar a Akim antes que descubra y exponga la


verdadera identidad de Cataha.

Por supuesto, primero tiene que averiguar quién es el maldito.


Ha intentado infiltrarse en Reforma para averiguar el verdadero
nombre de Akim, pero hasta ahora no ha obtenido nada que lo haga
feliz. Allí son una panda de zorras piadosas, que rinden culto en el
altar de conceptos imaginarios como "derechos humanos" y
"justicia".

No es solo que la Politsiya le tenga manía, o los imbéciles de


Reforma. Sus problemas se multiplican. La pérdida de un
cargamento tras otro de chicas ha creado un vacío, una gran
demanda en la región. Últimamente, sus contactos le dicen que un
nuevo jugador se ha instalado en la ciudad, que jura ofrecer una
solución. Pronto abrirá un burdel que supuestamente cuenta con
lo último en tecnología de seguridad, y la garantía de protección de
la ley.
Este nuevo jugador, sin nombre, afirma que tendrá las
mejores y más frescas chicas, y ofrece el mismo tipo de servicio de
"todo vale" que Cataha ofrecía en su burdel, antes que fuera
asaltado. Por supuesto, si una chica acaba muerta o tan
gravemente herida que hay que sacrificarla, el cliente tendrá que
pagar por el privilegio, pero no habrá otras repercusiones para el
cliente. Todo vale. De hecho, algunos clientes vuelven una y otra
vez, solo por ese servicio.

Así que, además de tapar las filtraciones que siguen


amenazando con hundir su operación, Cataha tiene que averiguar
quién es su nueva competencia, y matarlo.

Entonces se le ocurre un pensamiento.

Tal vez en lugar de matar a "Akim" de inmediato, puede


utilizarlo primero. Si puede averiguar la identidad del nuevo
competidor, puede delatarlo y acabar con la competencia. Entonces
matará a Akim. Con suerte, podrá hacerlo personalmente, con
instrumentos poco útiles.

Este pensamiento le alegra el día y finalmente consigue


sonreír.

Se oyen arcadas y al levantar la vista ve a uno de sus nuevos


compañeros vomitando en la hierba, incapaz de soportar el hedor
de los cadáveres. Maldita sea. Ese imbécil tendrá que ser
reemplazado.

La buena ayuda es tan difícil de encontrar hoy en día.


CAPÍTULO 13
SERGEI

Día nueve...
Las temperaturas rondan hoy los sesenta grados, una típica
mañana de verano en esta región costera, a solo un par de horas al
sur de Oregón.

Lukas y Yuri llevan chaquetas ligeras mientras, se sientan en


lo alto del castillo de madera y se turnan para mirar el océano a
través del telescopio que hay montado allí. Es una vista de un
millón de dólares.

Me siento en el patio bebiendo café negro amargo y


observándolos, y no puedo imaginar lo que están pensando o
sintiendo. Son como un par de pequeños extraterrestres
transportados a mi propiedad. Lukas tiene siete años. Cuando yo
tenía su edad ya había apuñalado a un borracho desmayado en un
callejón para poder revolcarlo y robarle la cartera. Esa fue una
buena toma, también. Trescientos veintisiete rublos, y un reloj
barato que cambié por una barra de pan.

Jasha se acerca a mí y asiente.

—Mañana por la mañana —dice.

Sonrío de forma macabra.


—Perfecto. Estoy deseando ver el vídeo.

Vamos a eliminar a Edik, el hermano de Vilyat. Ya nos


encargamos de Latvi. Y el padre de Willow, Vasily, murió en un
accidente aéreo muy sospechoso hace seis años. Me gustaría poder
decir que estuve detrás de ese accidente, pero no fue así. Sospecho
que fue uno de sus competidores. Todavía estaba en el proceso de
trabajar para llegar a la cima, en San Petersburgo. Solo puedo
esperar que estuviera consciente, y gritando, todo el camino hacia
abajo, mientras el avión caía en picado desde el cielo.

Todavía tenemos que matar a Vilyat, pero lo he estado


alargando. Estoy casi reacio a terminar.

Vilyat es uno de los últimos hombres que participó


directamente en la muerte de Pyotr.

A diferencia de Vilyat, Edik no tenía sus sucios dedos metidos


directamente en el negocio familiar en Rusia, pero sabía lo que
estaban haciendo. Dejó que sucediera.

Desde que eliminamos a su hermano Latvi, sabe que ha


estado viviendo de prestado.

Sus días y noches son una agonía.

Cree que sufre de úlceras, pero en realidad el chef al que


llegué lo ha estado envenenando lentamente. Antes era una bestia
que se complacía violando a las mujeres hasta que sangraban; le
hemos puesto salitre en la comida para que no se le pare.

Hemos escenificado deliberadamente intentos de asesinato


fallidos, y ahora tiene miedo de salir de su casa. Está aterrorizado,
sufre constantemente y no confía en nadie. Su mujer y sus hijos
adolescentes, que lo odian, han huido a su casa de campo en los
Hamptons, y cuando les ordenó volver a casa, se negaron. Envió a
un asesino para que se llevara a su mujer; el asesino desapareció.

Mañana por la mañana, vamos a hacer explotar una tubería


de gas debajo de su casa. Se quemará vivo.
Descarto a Jasha y me concentro en Willow. No me gusta lo
que voy a tener que hacer hoy, pero no tengo elección. Ya me he
demorado lo suficiente.

Esta mañana, Willow usó su ordenador para buscar en la web


oscura. Me bloqueó con éxito para que no viera lo que estaba
buscando. Es hora que me quite los guantes.

Willow, Anastasia y Helenka están sentadas en un banco.

Mi Willow lleva un vestido verde pálido tan ligero como unas


alas de gasa, con un chal de algodón sobre sus delgados hombros.
Al observarlas, me doy cuenta que están tramando algo. Tienen los
hombros encorvados y se inclinan para hablar entre ellas, hablando
en voz baja. Son medio inteligentes, medio estúpidas.

Susurrar es inteligente. Los equipos de vigilancia tienen


dificultades para captar los susurros. Pero su lenguaje corporal las
delata. Si actuaran normalmente, no harían nada que levantara mis
sospechas.

Dejo mi café y me muevo en silencio por el jardín, detrás de


los setos, hasta que estoy justo detrás de ellas.

—Willow —digo, y las tres saltan culpablemente.

Me mira, sorprendida.

—Oh, hola, Sergei —dice. Su voz tiene un tono poco natural,


y su mirada se encuentra con la mía y luego se aleja. Sus obvios
intentos de engaño me hacen sentir resuelto, una resolución que
no debería necesitar. Si Willow fuera otra persona, ni siquiera
habría esperado tanto tiempo. La habría atado a una silla gritando
mientras le corto los dedos. Nadie me miente, nadie amenaza el
trabajo de mi vida y se sale con la suya.

Pongo una mirada de educado interés en mi rostro.

—Entonces, ¿de qué están hablando en esta bonita mañana?

Willow dice:

—Nada que te interese.


Al mismo tiempo que Anastasia dice:

—De compras. —Y Helenka mira hacia el océano, negándose


a mirarme.

Aficionadas.

Sonrío.

—Oh, te sorprendería. Encuentro muchas cosas interesantes.

Willow se encuentra con mi mirada.

—Como dijo Anastasia. De compras.

—¿Y las compras? —Miro a Helenka—. ¿Helenka?

Me frunce el ceño.

—No voy a hablar contigo, porque eres un hijo de puta, y tus


gamberros cara de polla nos apuntaron con una pistola y nos
secuestraron.

—¡Helenka! ¡Ese lenguaje! —Anastasia jadea.

La boca de Helenka se curva con desprecio.

—Como si ese fuera el mayor problema de aquí. —Se levanta


y camina hacia el castillo donde los chicos están jugando, y empieza
a trepar.

Anastasia la ve partir con consternación. Sacudo la cabeza


con desprecio. Oh, qué triste, su hija se está convirtiendo en la
típica princesita americana mimada. Qué pesadilla está viviendo.

Cuando tenía trece años, dormía en un viejo colchón


manchado de orina a temperaturas bajo cero en un sótano sucio y
apestoso donde cagábamos en cubos. Nos acurrucábamos para
entrar en calor bajo finas mantas, con las manos metidas bajo las
axilas. Todas las mañanas, al despertarnos, comprobábamos cuál
de nuestros amigos había muerto congelado durante la noche.
Sacábamos sus cadáveres rígidos a los callejones. Y los
envidiábamos. Su lucha había terminado.
Le hago un gesto a Willow.

—Ven conmigo.

Anastasia parece que va a protestar, pero Willow levanta


rápidamente la mano.

—Anastasia. Esto es parte del trato. Estaré bien.

No, no lo estará.

La llevo a la casa, al cuarto de juegos, y doy un portazo lo


suficientemente fuerte como para que se sobresalte. El chal se
desprende de sus hombros y cae al suelo, y ella no hace ningún
movimiento para recogerlo.

Ahora puedo ver el miedo en sus ojos. Bien.

—¿Por qué estás enfadado conmigo?

—¿De qué estaban hablando, la verdad? —Le agarro la


barbilla y la obligo a mirarme a los ojos—. ¿Qué estás mirando en
Internet? —La excitación se apodera de mí. Es difícil interrogar a
alguien cuando todo lo que quieres hacer es sacarle el aliento.
Cuando cada jadeo asustado te excita.

Ella solo me mira. Sabe que no debe mentirme a la cara. A


diferencia de mí, ella es una terrible mentirosa.

En lugar de eso, intenta parar.

—¿Por qué te importa? —pregunta.

—Porque obviamente me estás ocultando cosas, lo que


significa que estás planeando algo o haciendo algo que sabes que
no me gustara.

Su mirada se desliza hacia la derecha.

—O simplemente estás paranoico.

—Por supuesto que estoy paranoico. Sino, estaría muerto.


Pero, como dice el refrán, que seas paranoico no significa que no
vayan por ti. Estás tramando algo. Dime qué. —Arqueo una ceja—.
¿O quieres que le pregunte a Anastasia en su lugar?

—Adelante —se burla.

Así que no cree que Anastasia se rompa.

No sabe de lo que soy capaz.

—Lo haré, más tarde. Mientras tanto, no estoy jodiendo,


Willow. Estás aquí para serme útil. No para estorbarme. Si creo que
me estorbas, tendré que replantearme mi trato contigo.

La ira arde en sus hermosos ojos azules.

—¿Así que tu palabra no vale?

Aprieto mi mano, apretando su barbilla dolorosamente fuerte.

—¿Mi palabra? ¿Te di mi palabra en que dejaría que me


debilitaras? No recuerdo eso.

Me araña la mano, así que aprieto aún más mi agarre.

—¡No estoy tratando de debilitarte! —Su aliento sale en jadeos


llorosos ahora.

—Entonces, ¿qué estás tratando de hacer?

Se encuentra con mi mirada con una mezcla de dolor y furia


arremolinándose en sus ojos. Está claro que esconde algo, y es algo
que me afecta directamente.

La ira brota en mi interior.

La empujo contra la pared y le agarro la garganta, apretando


hasta que su cara se pone roja. Dejo que luche por respirar el
tiempo suficiente para asustarla de verdad, antes de aflojar un poco
las manos. Ella respira con dificultad.

—No voy a parar —digo—. Y este no va a ser el tipo de castigo


divertido. Cuando te haga gritar, no va a ser un grito de placer.
Tengo planes. He estado trabajando toda mi vida para conseguir
esos planes. Son la razón por la que me despierto por la mañana. Y
tú puedes estar amenazándolos. Última oportunidad para hablar.

—¡Que te den por el culo, Sergei! —Y solía ser una chica tan
dulce... antes que me apoderara de ella.

Me araña el dorso de las manos, rompiendo la piel. Intenta


darme un rodillazo en la entrepierna y yo atrapo su rodilla entre las
piernas.

Así es como va a ser.

Ese sabor amargo en mi boca ha vuelto y trago, tratando de


lavarlo.

—Déjame darte una muestra de lo que puedes esperar a


continuación.

Le doy la vuelta y la ato, con las manos por encima de la


cabeza, fijadas a una anilla de la pared. Le ajusto las ataduras para
que quede colgando, con las puntas de los pies apenas tocando el
suelo. El aire se espesa como la melaza, ralentizando mis
movimientos. El sonido de sus sollozos y maldiciones se amplifican
hasta convertirse en un rugido en mis oídos.

No quiero hacerle daño.

Le haré daño. Es solo una marca negra más en mi dura alma


de antracita.

Agarro mi fusta y la hago caer, con fuerza. Cree que he sido


cruel con ella antes, pero nunca la he azotado de verdad, no así.

Se le cruza por la espalda, desgarrando la tela del vestido, y


ella grita y sus piernas bailan. No hay placer en su grito, es puro
dolor y miedo. Es un grito de película de terror.

No quiero seguir haciéndole daño así.

Pero lo hago.
Vuelvo a soltar el látigo, y ella se agita salvajemente y grita
aún más fuerte, el sonido rebota en las paredes. Lo siento vibrar en
todo mi cuerpo.

—¡Sergei! ¡No! Por favor —grita con todas sus fuerzas. Sus
piernas se agitan salvajemente.

Y luego una tercera vez. Su grito de dolor me atraviesa y el


desayuno se me sube a la garganta. Casi vomito sobre mis propios
zapatos.

Normalmente, cuando la azoto, me excita tanto que es todo lo


que puedo hacer para no correrme en mis pantalones. Me encanta;
a ella le encanta. Soy el artista de su sufrimiento. Adorno su piel
con hermosos moretones que palpitan durante días antes de
desvanecerse. La marco como mía. Cada vez que juego con ella así,
puedo sentir su excitación, como si fuéramos una sola carne.

Ahora, sí que le estoy dando una paliza, y eso me hace sentir


frío, muerto y enfermo por dentro.

Pero eso es lo que soy, me recuerdo. Una cosa, no un hombre.


Frío, muerto y enfermo. Así es como merezco sentirme.

Cuando salimos a cenar, me permití fingir que tal vez podría


hacer que esto funcionara, pero todo fue una bonita mentira, un
cuento de hadas que me leí a mí mismo.

Acaricio la correa de cuero trenzado de mi muñeca. Invoco el


recuerdo de los ojos azules sin vida de Pyotr. Es un truco peligroso,
porque puede llevarme al borde de la locura, pero necesito esa
fuerza ahora, porque estoy a punto de romper. Estoy a punto de
defraudarla. Estoy a punto de arrodillarme llorando y suplicándole
que me perdone. Estoy a punto de traicionar a Pyotr una vez más,
como lo hice hace años cuando lo dejé morir.

No. Pyotr, no te decepcionaré de nuevo. No dejaré que nadie me


arrebate mi venganza, ni siquiera ella.

Los sollozos atormentan el cuerpo de Willow.

Suelto el látigo, le ajusto las cadenas y la hago girar para que


me mire.
Me mira fijamente, horrorizada. Como si realmente me viera
por primera vez, y lo que ve es una bestia deforme que acaba de
salir con sus garras de las entrañas del infierno..

Bien.

—Sí —digo, asintiendo, y puedo sentir la luz de mi locura


saliendo de mis ojos—. Este soy yo. Esto es lo que soy. Dime qué
mierda estás planeando, o te arrancaré la carne del cuerpo a
latigazos.

—¡No estamos planeando nada! —solloza—. Por favor, déjame


bajar. Por favor.

—No me hagas pedírtelo otra vez. —Me agacho para recoger


el látigo.

—¡Está bien! —Su pecho se agita con sollozos—. Hemos


tratado de hackear tus sistemas informáticos para averiguar qué
están tramando. ¡Eso es todo!

¿Eso es todo?

—¿Qué? —Le doy una bofetada en la cara, y ella grita, su


cabeza se balancea hacia un lado. Sus piernas patalean,
desesperadamente, tratando de encontrar acomodo. Está blanca
por el esfuerzo.

—¿Qué has averiguado?

—¡Nada! —grita, pero evita mi mirada.

Agarro su pelo con las manos y empiezo a retorcerlo.

—¡Vete a la mierda! —Es un chillido arpía de rabia. Me


apuñalaría si pudiera. Me da patadas con los pies descalzos; se le
han caído las sandalias.

Sigo machacando, implacable.

—Estoy a un paso de traer a Anastasia aquí. Me turnaré entre


las dos, con el látigo. —Dulce y amable Willow. La mejor manera de
quebrarla es amenazando a alguien que ama.
—Está bien, está bien... —Ella traga para respirar—. He
descubierto una cosa. Una. Y ni siquiera sé lo que significa. Una
vez, me encontré con el nombre "Operación Salvat".

—¿Cuándo? ¿Y cómo lo encontraste?

La desesperación tuerce sus rasgos. He visto esa mirada en


los rostros de los que creían que podían oponerse a mí y he
aprendido lo contrario. Siempre gano. Excepto que ahora mismo no
se siente como una victoria.

Su voz está ronca de tanto llorar.

—Busqué... busqué qué proveedores hacen negocios contigo,


y pirateé sus cuentas de correo electrónico. Era uno de tus
proveedores en Rusia. Pero al día siguiente, cuando intenté volver
a entrar en su correo electrónico, me bloquearon.

—Ah. Fuiste tú. —Agarro su cara con la mano. Está mojada


por las lágrimas—. ¿Y qué más has hecho? ¿A quién se lo has
contado?

—¡Nadie! —Me mira sorprendida—. ¡Sergei, no estoy tratando


de traicionarte! No soy una suicida, y no... no quiero hacerte daño.

Mi fría y dura máscara está en su sitio.

—¿De verdad? Porque recuerdo que hace un par de meses me


dijiste que querías verme en una hoguera gigante.

—¿Justo después de decirme que no volviera o que me


matarías? —grita—. ¿Justo después de decir que habías mentido
cuando me dijiste que te importaba?

—No he dicho que vaya a matarte —digo, y ajusto sus


ataduras y la bajo al suelo. Le suelto las manos. Ella se desploma
contra la pared con un escalofrío, cerrando los ojos para no tener
que mirar al monstruo que tiene delante.

Creo en lo que me ha dicho. Podría haberme fastidiado las


cosas si hubiera conseguido encontrar algo, pero mi seguridad es
demasiado buena. Y en realidad no es abiertamente hostil a mí. No
tengo que hacerle nada peor, gracias a Dios.
Se pone de rodillas, temblando. Demasiado cansada para
estar de pie. Entonces levanta la vista hacia mí, con el rostro
retorcido por la pena.

—Quería ver si podía encontrar alguna conexión entre mi


familia y tú, porque quiero saber por qué nos odias tanto. No me
importa lo que pase con mis tíos: son unos malvados bastardos que
se merecen todo lo que les hagas, y algo peor. Pero necesito saber
si tus planes nos incluyen a mi tía, a mis primos y a mí.

—Te dije que te dejaría ir cuando terminara. Eso es todo lo


que necesitas saber.

Ella inhala, con fuerza.

—¿Y debo creerte porque eres un buen ciudadano? —Ella


escupe las palabras.

—No tienes otra opción.

—¡Nunca me dejas otra opción! —grita, con la voz ronca y


entrecortada—. ¡No quiero quedarme sentada y aguantar todo lo
que nos echen! Estoy harta. Estoy harta que los demás tomen todas
las decisiones por mí, hasta lo que me pongo.

—Bien. Daré la orden de quemar toda tu ropa y podrás elegir


un nuevo vestuario.

—¡No es que no me gusten! Y no cambies de tema. Sabes que


esto no tiene nada que ver con mi ropa. Solo quiero saber qué
demonios está pasando aquí.

Sí, sentirse impotente es horrible. Lo recuerdo bien. Recuerdo


lo que me hizo su familia, cómo me arrebataron todas mis opciones
y cómo recé por la muerte cada minuto que estuve despierto.

Pero no quiero que se sienta como yo.

—¿Qué te dice tu corazón que planeo para ti y tu familia? —


le pregunto—. Piensa con lógica. Tu tío me jodió, y lo más inteligente
para mí hubiera sido enviarle la nariz de tu cara. Y una cinta de
vídeo del procedimiento no quirúrgico, con fotos del antes y el
después.
Sus párpados estaban caídos por el cansancio. Ahora se
abren con horror.

—¿Qué?

Eso está bien. Ella sigue tratando de amarme. Ella debe saber
de lo que soy capaz.

—O podría haberte vendido a ti y a tu tía a un prostíbulo, o


podría haber compartido a las dos con todo el que las quisiera. No
he hecho nada de eso. Los he mantenido a salvo bajo guardia, y he
atendido todas sus necesidades. No te falta nada: comida, películas,
libros, ropa bonita, el libre manejo de esta hermosa propiedad. Me
ofrecí a pagar para que fueras a la escuela de posgrado, para
mantenerte después de enviarte lejos, me ofrecí a darte esta casa.
¿Realmente crees que cualquier venganza que tome será contra ti?

Un suspiro sale de ella.

—No.

—Pero si vuelves a intentar hackear mis sistemas o


investigarme, no me dejarás otra opción que hacerte daño de
verdad, y todo acuerdo que haya hecho contigo será nulo. No
importa si quiero hacerte daño o no. No quiero. Pero puedo
obligarme a hacer cualquier cosa, por horrible que sea, incluso si
me destroza el alma mientras lo hago. Para llegar a donde estoy hoy,
he hecho cosas que me enferman. No estás a salvo de mí, Willow.
Por favor, entiéndeme.

La angustia en su rostro me desgarra.

—Quiero entenderte. Parte de la razón por la que intentaba


hackear tus sistemas, mirar en tu pasado, es que quiero saber qué
te hizo así.

La miro sin comprender.

—¿Por qué?

—Por razones egoístas. Puede que no lo creas, pero yo... te


amo. —La terrible confesión sale a borbotones, con la garganta
ronca de tanto gritar y llorar—. Incluso ahora. Incluso después de
lo que me acabas de hacer. Y no quiero creer que me importe un
hombre que es pura maldad. Si te paso algo para endurecerte tanto,
sería más fácil de entender. —Me mira, suplicante—. Quiero
conocer al verdadero tú.

—No puedes. —Mis palabras son duras. Salvajes. Finales.

Y eso la hace llorar. No lágrimas de dolor o de miedo, sino


lágrimas de auténtica pena. Solloza tan fuerte que sus hombros se
agitan. Me doy la vuelta para irme.

—¡No me dejes! —dice tras de mí.

Todas las demás veces que me ha tendido la mano así, ha sido


como un ariete, golpeando contra mí, abriendo agujeros en las
barreras que se han levantado desde que tengo uso de razón. Y
siempre le devolví el golpe, burlándome de ella, haciéndola caer,
rompiendo su corazón cada vez.

No puedo hacerlo de nuevo.

Vuelvo hacia ella y me hundo a su lado. Sin quererlo, la recojo


entre mis brazos. Se hunde contra mí, con la cara enterrada en mi
hombro.

Moriría por ella. Mataría por ella. Destruiría a cualquiera que


quisiera hacerle daño, pero no puedo protegerla contra su más cruel
atormentador: yo.

—¿Por qué me quieres aquí? —le pregunto suavemente.

—Porque lo hago. Simplemente lo hago.

Ella desliza sus brazos alrededor de mí, y entonces, estoy


realmente abrazándola. Abrazándola. Como hace la gente normal.

La recojo en brazos y la llevo por los pasillos, pasando por


delante de los criados que rápidamente apartan la vista, hasta su
habitación. La deposito suavemente en un sillón acolchado. Gime
de dolor por las marcas de los latigazos en su espalda.

Enviaré a una enfermera para que se encargue de ella. Para


limpiar mi desorden.
—¿Volverás más tarde y dormirás conmigo esta noche? —
pregunta.

Le acaricio la mejilla.

—Ojalá pudiera, pero no puedo.

Sus delicadas cejas se fruncen.

—Mencionaste que una vez una mujer durmió en la cama


contigo. ¿Por qué no yo?

Sigue estando celosa. Es insegura porque no sabe lo hermosa


que es. No entiende lo que me ha hecho, cómo me ha tocado en
lugares que nadie ha tocado antes.

—¿Recuerdas que también te dije que tuve una pesadilla y le


rompí la mandíbula a la mujer?

Se encoge de hombros, despreocupada por el peligro que


represento para ella.

—Me concentraba sobre todo en el hecho que dormías en la


misma cama con ella. —Se mueve, intentando ponerse cómoda, y
hace una mueca.

—Era una acompañante de lujo. Se desmayó borracha, y yo


estaba demasiado borracho y cansado para echarla en ese
momento.

Veo el alivio en sus ojos.

—¿Podré dormir alguna vez en la misma cama que tú? —


pregunta ella, con una voz tan suave, como la caricia del ala de un
ángel.

Dios, quiero eso.

—No lo sé. Probablemente no. Todavía tengo pesadillas.


Podría hacerte daño.

Esa última parte es mentira, porque no he tenido pesadillas


desde que ella ha vuelto. Odio mentirle. Pero si la dejo dormir
conmigo noche tras noche, nunca podré dejarla ir.
—Está bien. —Su voz es pequeña y triste.

Por una vez quiero dejarla contenta cuando me vaya.

Me agacho y le beso el hombro.

—Gracias.

—¿Por qué? —Su ceño se arruga con desconcierto. Sus ojos


están llorosos.

—Por ser increíble. Por amar a un monstruo, aunque no


pueda corresponderte. Por... por dejarme ver lo bueno que podría
ser, si fuera otra persona.
CAPÍTULO 14
WILLOW

Día once...
Trago los analgésicos que me trae una enfermera y me
acurruco en mi sillón. Llevo ropa que cubre las rayas crueles de mi
espalda y me he maquillado la cara y la garganta para ocultar los
moretones. Llevo mangas largas para ocultar las marcas de los
puños en las muñecas.

Si me muevo demasiado de repente, me duele. Ahora mismo


ni siquiera puedo llevar sujetador, porque el roce con las heridas de
la espalda es pura agonía.

Le dije a Anastasia que me había dado un tirón mientras hacía


ejercicio y que estaría de baja los próximos días. Me miró como si
supiera que estaba mintiendo, pero no discutió. Solo dijo:

—Le diré a Lukas que estás resfriada.

Ahora viene todos los días, tímidamente, con una mirada


preocupada, temiendo acercarse demasiado por si vuelvo a
desaparecer. Sin embargo, le encanta jugar con Yuri.

Por supuesto, Sergei no se ha acercado a mí.

No sé qué pensar. No sé qué sentir.


Quiero odiar a Sergei y, sin embargo, por mucho que lo
intente, no puedo. La paliza con el látigo fue cruel y despiadada. Me
asfixió hasta que creí que iba a morir.

Pero hay una vocecita traicionera dentro de mí, que susurra,


argumentando a su favor como un abogado. Me dice que es mi
culpa. Me metí en un lugar al que no tengo derecho a ir. Este juego
que ha estado jugando con mi familia, para él no es un juego. Es
toda su vida. Su religión, su vocación. Yo soy el infiel que amenaza
con derribar la iglesia de su venganza.

Es un hombre enfermo. Es un hombre terrible. Pero debajo de


todo eso veo destellos del código moral que lo impulsa. El modo en
que cuida de Lukas, el modo en que protege a mi tía y a mis primos
y, como los entrena a diario para que sean más fuertes y seguros.

Y cada vez que es brutal conmigo, después, se abre aún más


a mí. Casi vale la pena. No, definitivamente vale la pena. Dejaría
que me golpeara mil veces, que me cortara la piel, que me rompiera
los huesos... si eso le arranca su armadura pieza a pieza, hasta que
me dejara entrar del todo.

Sé lo que eso dice de mí. Dice que estoy enferma, triste y llena
de autodesprecio. Debo estarlo, para amar a un hombre como él.
Pero mi deseo de Sergei es una hoguera que quema la razón. El final
de los treinta días es como una cita con el verdugo.

Se oye un golpe en la puerta y me estremece. Tiene que ser


uno de mis familiares, porque Sergei y sus hombres nunca llaman
a la puerta. Hago como que no oigo; quiero que mis llagas se curen
al menos unos días más antes de verlos.

Los golpes son cada vez más fuertes.

—¡Willow, soy yo! ¿Estás bien? Necesito hablar contigo. —La


voz de Anastasia es insistente.

Maldita sea. ¿Qué está pasando ahora? Cualquier noticia es


probable que sea una mala noticia.

—¡Estoy aquí! —grito. Entra y se sienta en la silla de al lado.


Lleva puesto un chándal, pero le cubre las curvas con elegancia. De
alguna manera, hace que parezca de alta costura.
—Jasha acaba de informarme que Edik está muerto. —Su
rostro se retuerce en una sombría sonrisa ante eso.

Logro una débil sonrisa como respuesta.

—Bueno, gracias por decírmelo. Eso me alegra el día. —Me


muevo en la silla y trato de ocultar mi mueca de dolor.

Los Toporov han ido cayendo uno a uno. Hace un par de


meses mi tío Latvi desapareció, pero cuando la policía llegó a su
casa encontró tanta sangre que era imposible que siguiera vivo.
Había leído los horribles detalles en las noticias cuando estábamos
huyendo. Y sé que Sergei estuvo detrás de ello.

—Eso... eso cambia las cosas. Así que ahora solo tenemos que
preocuparnos por Vilyat.

—Vilyat va a volar a Nueva York para celebrar un servicio


conmemorativo pasado mañana. Supongo que luego vendrá aquí.

El shock me atraviesa. Giro la cabeza para mirarla y mis


músculos se tensan. Parece serena y despreocupada.

—¿Con los hombres de Sergei a la caza de él? ¿Por qué se


arriesgaría a eso?

No parece tan preocupada como debería.

—Probablemente se rodeará de medios de comunicación


porque cree que eso lo mantendrá a salvo. Nadie va a intentar nada
cuando las cámaras están rodando.

Unos dedos helados de miedo suben por mi columna


vertebral. Sea lo que sea que Sergei esté planeando hacerle,
desearía que se diera prisa. Dios, cuánto debe odiar a Vilyat, para
haber alargado este escenario de venganza durante tanto tiempo.

—Las cámaras no rodarán las 24 horas del día —digo con


esperanza—. Seguramente Vilyat debe entender eso. ¿Y se
arrastrará de nuevo a su agujero una vez que el funeral haya
terminado?
Anastasia mira por mi ventana, acomodando un mechón de
pelo dorado detrás de su oreja.

—Supongo que piensa que podrá lograr lo que necesita, que


es tomar a los niños y desaparecer, antes que Sergei tenga tiempo
de sacarlo. —Su voz es tranquila y mesurada mientras describe mi
peor pesadilla. Y su peor pesadilla.

¿Por qué no está enloqueciendo? Debería estar enloqueciendo.

—¿No estás preocupada?

—No, en absoluto.

La miro con desconfianza.

—¿Por qué no? ¿Confías en que Sergei te proteja?

Se encoge de hombros, dejando de lado la pregunta.

—¿Ha hablado Helenka contigo últimamente?

—No. Quiero decir, no sobre nada importante. Vino a


preguntarme si me sentía mejor esta mañana. Me trajo unos
dibujos que hizo Lukas. Me dijo que Yuri está trabajando en un rayo
de la muerte. ¿Por qué lo preguntas?

Una sombra cruza el hermoso rostro de Anastasia.

—Se está volviendo más callada. Siento que me está ocultando


secretos, y antes no lo hacía. Somos un equipo, nosotros contra
Vilyat, y ahora se aleja de mí. —Se preocupa por su pequeña—. Tal
vez solo está pasando por esa cosa adolescente malhumorada.

—La mayoría de las chicas lo hacen, ¿no? —Intento


tranquilizarla—. En Estados Unidos, por lo menos... Quiero decir,
yo no lo hice, pero eso es porque crecí con un psicópata frío como
padre, y mis rebeliones fueron todas silenciosas.

Mi tía se pone rígida y su mirada se desenfoca. Está mirando


algo que solo ella puede ver.

—No sé nada de lo que es una adolescencia normal. —Su voz


es ahora un poco más aguda—. Muy bien, voy a reunirme con los
niños para nuestro juego diario de Patear a Jasha en las Pelotas.
Nos vemos luego.

SERGEI
Día once...
Edik tardó veinticuatro horas en morir.

Se quemó el noventa por ciento de su cuerpo, y permaneció


en agonía en el hospital antes de jadear y respirar por última vez
esta mañana.

En algún lugar, las almas de sus víctimas seguramente están


sonriendo. Descansando un poco más tranquilas.

Jasha, Maks, Slavik y yo nos reunimos en mi despacho para


brindar, como hacemos cada vez que tachamos un nombre de la
lista.

Algo suena en la tableta de Maks, que lee un mensaje y luego


sacude la cabeza.

—¡Ese pedazo de mierda! —escupe las palabras, sus ojos


chasqueando de furia—. Vilyat va a venir al funeral. Aunque solo se
quedará en Estados Unidos un día, luego volará de vuelta a Rusia,
saliendo de Nueva York.

Slavik suelta un torrente de maldiciones y da una patada a


una silla con tanta fuerza que rompe el brazo.

Entrecierro los ojos.

—Yo digo que es mentira. Odiaba a Edik. No se arriesgaría a


venir a los Estados Unidos solo para jugar al hermano cariñoso, o
para escupir en la tumba de su hermano. Reforzar la seguridad
hasta que se vaya, y ni que decir que: tenemos que saber dónde
está y qué hace en todo momento.

Maks asiente enérgicamente.


—Sí, señor. Estoy por encima de ese apestoso montón de
mierda.

Sacudo la cabeza. Vilyat es un maldito idiota, y pronto será


un idiota muerto. Y en unas pocas semanas más, nuestro edificio
en el campo ruso estará abierto al público. Y la última ficha de
dominó caerá.

Mis hombres salen de la habitación.

Me meto de lleno en mi trabajo para poder alejarme de Willow.


Si la veo en el jardín, me quedo dentro. Ceno con mis hombres en
vez de con ella.

Cuando no estoy cerca de ella, el dolor me acompaña siempre,


y eso es lo que merezco. El dolor agudo y constante de la nostalgia
me atormenta todo el día y toda la noche, y me deleito en él, porque
soy un animal que ha herido a la única mujer que me ha importado.

Y lo que es peor, ni siquiera me odia por ello. Desearía que me


odiara. Su amor, su lealtad... son como la sal en mis heridas
autoinfligidas.

Día trece...
Dos días después, mis hombres y yo nos reunimos en mi sala
de prensa para ver la cobertura informativa del funeral de Edik en
el norte del estado de Nueva York, organizado por su esposa. Edik
era un rico y conocido hombre de negocios, y la noticia del
impactante y trágico accidente que le costó la vida está teniendo
mucha repercusión.

Vilyat está rodeado de seguridad, pero lo vemos un par de


veces. Me alegra ver que tiene un aspecto lamentable. Antes era un
hombre vanidoso y guapo, pero mi campaña de terror lo ha hecho
polvo. Ahora tiene ojeras y su piel está flácida. Su pelo se está
debilitando. Su traje cuelga de su cuerpo delgado.

A primera vista, el funeral de Edik es un asunto oscuro y


sombrío. Para los que saben lo que ocurre entre bastidores, es una
farsa divertidísima. Todos los presentes no solo se divierten, sino
que se alegran que Edik haya muerto. Su esposa. Sus hijos. Sus
"amigos", todos mafiosos rivales o antiguos compañeros de trabajo
que se instalarán en su territorio.

Echo un vistazo a mis hombres, que están pegados a la


pantalla del televisor. De repente, me doy cuenta, por primera vez,
que tengo suerte. Si muriera, hay gente que me echaría de menos y
me lloraría, ferozmente. Hay gente que me vengaría si me
asesinaran. Nunca me había parado a pensar en eso.

¿En cuanto a Edik? Su funeral es una maldita celebración.


Todo el mundo está dando vueltas, planeando cómo van a repartir
los pedazos de su imperio caído. Su mujer, con la cara convertida
en una lámina de plástico por el exceso de cirugía estética, se
muerde los labios hinchados y gomosos y mira a sus antiguos
socios, esperando que le quede algo después que las pirañas naden
por sus finanzas.

Sus hijos gamberros parecen hoscos y aburridos. Han ido en


sudadera y jeans al funeral de su padre. Uno de ellos mueve
violentamente la cabeza al ritmo de la música de sus auriculares y
el otro envía mensajes de texto.

—Señor —dice Maks, con una nota de urgencia en su voz,


mirando su teléfono.

—¿Sí?

—Acabo de recibir un mensaje que Cataha ha sido visto cerca


de Pevlovagrad. Hoy.

Una pequeña explosión de rabia estalla dentro de mi pecho,


pero la contengo.

—¿Estás seguro? —gruño las palabras.

—Positivo. Entonces Cataha no puede ser Vilyat.

Doy una patada a la silla que tengo delante.

—Joder. Bueno, supongo entonces que no es nuestro


problema, a menos que trate de interferir en mis asuntos.
Jasha pone cara de disgusto.

—Lo más probable es que lo haga. Ya que nos ve como


competencia.

Resoplo ante eso. Los hombres como Cataha no merecen


respirar.

—Espero que haga un movimiento contra nosotros.

Pero Cataha ya no es el número uno de mi lista. Vilyat ha


vuelto a los Estados Unidos y, si puedo, voy a acabar con él. Hemos
alargado su tortura durante más de un año. Atacaremos a la
primera oportunidad.
CAPÍTULO 15
WILLOW

Día catorce...
Anastasia y yo estamos en el salón, comiendo una merienda
de galletas saladas, caviar y queso brie, y bebiendo vino tinto en
copas con delicados tallos. Los niños están en el laboratorio de Yuri,
construyendo maquetas de aviones. La luz entra por los enormes
ventanales del suelo al techo y salpica el suelo de baldosas en
rectángulos blancos.

Estoy recostada en el sofá sobrecargado y llevo una rebeca de


algodón para ocultar mis moretones que se están desvaneciendo.

Mis heridas se han curado en su mayor parte, las exteriores.


Por dentro, me duelen más cada día. Sergei está haciendo una
carrera a tiempo completo para evitarme, y eso duele más que
cualquier castigo, incluso el látigo que me cortó la piel.

No debería haberme sorprendido. Si fuera inteligente,


abandonaría la esperanza de encontrar una cura para la extraña
enfermedad que es nuestra relación. Lo he intentado. No puedo
desterrarlo de mi corazón. Y no puedo averiguar cómo atravesar esa
gruesa armadura suya. ¿Qué no he hecho para que me ame? Me he
quedado sin ideas y sin esperanza de que alguna vez cambie.
Así que estoy atascada, esperando a su antojo mientras los
días van pasando en el calendario, y lo odio.

Slavik está sentado rígidamente en una silla, observándonos


y sin decir una palabra. Ese hombre nunca se relaja. Me lo imagino
durmiendo con los ojos abiertos, rígido de rabia.

Jasha está al otro lado de la habitación, paseando, hablando


por su radio auricular. Eso no es inusual, pero algo no está bien.
Su lenguaje corporal lo delata. Está tenso y enfadado, y ahora
levanta la voz. Slavik se levanta y se apresura a acercarse a él, y
escucha.

De repente, Jasha nos mira con el ceño fruncido y al mismo


tiempo veo a varios guardias de seguridad corriendo por el pasillo
hacia la parte delantera de la casa. Dejo mi copa de vino y me siento
erguida.

Anastasia bebe el resto de su vino antes de dejar su propia


copa.

Entonces, oigo sonar un teléfono justo a mi lado y Anastasia


saca un pequeño teléfono plateado del bolsillo de su pantalón.

Pero Sergei confiscó nuestros teléfonos cuando llegamos aquí.


Y nunca he visto ese teléfono antes. ¿De dónde demonios lo sacó?

La alarma me atraviesa. No tardarán en darse cuenta del


teléfono de Anastasia y ella sufrirá las consecuencias que decida
Sergei.

Por el momento, Jasha está distraído, gritando ahora en su


radio, en ruso.

—Dile a los periodistas que se vayan de nuestra propiedad o


llamaremos a la policía.

El vino y el queso se cuajan en mi vientre y casi vuelven a


subir. ¿Los periodistas están aquí? Eso casi seguro que significa
que Vilyat está aquí. Eso es lo suyo estos días.

Anastasia está serenamente tranquila, sonriendo. Hay un


brillo interior en ella.
La miro fijamente.

—Tienes algo debajo de la manga. —La esperanza florece—.


Por favor, dime que es algo bueno.

Sus labios rosados se curvan en una pequeña y secreta


sonrisa.

—Es muy bueno. Es la respuesta a todas nuestras plegarias.


Nos he liberado a todos. —Hay una nota de orgullo silencioso en su
voz.

La miro con recelo. ¿Sabe ella lo que está haciendo? ¿Qué


significa la libertad para nosotros, en estos días? Necesitamos la
protección de Sergei. Sí, nos tiene prisioneros, pero es
definitivamente el menor de los males. Salir vivos por la puerta no
es nuestro objetivo. Correríamos directamente a los brazos de
Vilyat.

Sergei entra en la habitación, se dirige hacia nosotros con la


mirada asesina, y yo me estremezco, pero luego me reafirmo. Ya me
ha hecho daño antes. Sea lo que sea que me haga, puedo sobrevivir.

Y estoy muy enfadada porque me ha estado evitando.

—Me alegro de verte de nuevo —digo.

Me lanza una mirada rápida y escalofriante.

—Ahora no es el maldito momento, Willow.

Anastasia nos ignora, con los labios apretados contra el


teléfono, hablando en tono bajo y urgente:

—Sí, estoy lista —dice.

Mira a Sergei, con el teléfono a centímetros de su boca.

—Mis abogados están afuera. Abre la puerta principal y


déjalos entrar. Y a los periodistas. Y a mi pedazo de mierda de
marido.

Sergei intenta tomar el teléfono, pero ella se echa atrás.


—Todavía estoy al teléfono. Mis abogados están escuchando.
Tócame y llamaré a la policía a gritos.

Se congela en su sitio, y juro que siento que la temperatura a


nuestro alrededor baja un par de grados. Se me eriza el vello de los
brazos y se me pone la piel de gallina. ¿Sergei ha absorbido el calor
del aire, o simplemente estoy tan aterrorizada?

—Realmente no quieres tirar de esto ahora mismo, Anastasia


—dice, en voz baja y furiosa—. Tu marido está ahí afuera, diciendo
a las cámaras de los informativos que ha venido a pedir la custodia
de sus hijos y diciendo que los tienen prisioneros.

Anastasia arquea sus delicadas cejas doradas.

—Bueno, no está mintiendo.

Puedo sentir la rabia que se desprende de la piel de Sergei.


Hace que el aire sea caliente, punzante y doloroso.

—¿Has pensado en lo que pasará si te vas de aquí con tus


hijos? ¿Si ya no tienes mi protección?

—Lo he hecho.

Sergei extiende la mano para tomar el teléfono.

—Última oportunidad.

Anastasia se pone de pie de un salto, dando varios pasos


hacia atrás.

—Déjenlos entrar.

Sergei gruñe de rabia. Luego le dice a Slavik:

—Da la orden. Déjalos entrar.

—Pero... Está bien. —Slavik saca una radio del bolsillo y ladra
por ella en ruso, y la mirada que dirige a Anastasia es tan aguda
que me sorprende que no esté sangrando.

Anastasia se apresura hacia el vestíbulo, con un furioso


Jasha pisándole los talones. Veo a Helenka en la puerta del salón,
haciéndome señas frenéticas, así que voy hacia ella. Slavik se dirige
hacia nosotras, revoloteando como un ángel vengador.

—¿Qué demonios está pasando? —exige Helenka, con esa


cara de desafío hosco que lleva tan a menudo estos días. Ni siquiera
me molesto en reprenderla por su lenguaje.

—Maldita sea si lo sé. Hay un montón de reporteros afuera, y


tu padre está afuera diciendo que está solicitando la custodia, y tu
madre de alguna manera contrabandeó un teléfono y llamó a los
abogados, con quienes está a punto de reunirse ahora mismo.

Slavik murmura maldiciones en voz baja.

—¡Bueno, eso es más de lo que me dijo mi madre! Ella no me


cuenta nada —dice furiosa—. No soy una maldita niña. Tengo
derecho a saber si mi donante de esperma está intentando
secuestrarnos. —Entonces, de forma extraña e inesperada, me
rodea con sus brazos y me abraza. Nunca ha sido muy dada a
abrazar. Intento no hacer una mueca de dolor; todavía me duele la
espalda.

Le devuelvo el abrazo, torpemente. Se pone de puntillas y me


susurra al oído:

—La contraseña de mi madre es Z7352KP —lo repite, en un


susurro cantarín—: Z7352KP, Z7352KP. —Slavik está intentando
escuchar algo en su radio, pero levanta la vista y mira fijamente
cómo Helenka me abraza.

—Oh, perdona, ¿tienes algún problema con esto? —me quejo,


pasando a la ofensiva—. Esto se llama abrazar. Es lo que hacen los
humanos.

—¿Sabes qué más hacen los humanos? Sangran cuando les


disparan —gruñe Slavik.

—Que te den por el culo. —No puedo creer que la delicada


boquita de Helenka haya soltado esas palabras.

Eso es.

—¡Ese lenguaje! —digo indignada.


—El inglés es mi preferencia. —Sonríe, con un destello de la
antigua picardía en sus ojos, y me suelta.

Deslizo despreocupadamente la mano hacia mis bolsillos. Ha


metido un sobre en el izquierdo. Una chica inteligente.

—Tu padre va a entrar en la casa. Ve a buscar a Yuri y


quédate con él —le digo—. Creo que está en la habitación de los
robots. No dejaremos que tu padre te lleve. Si se da el caso, lo
apuñalaré y cumpliré la pena de prisión antes de dejar que eso
ocurra. No estoy bromeando.

—No, no —protesta Helenka—. Lo apuñalaré. Me enviarían al


reformatorio y saldría enseguida. —Se apresura a buscar a su
hermano. Gimo y me palmo la cara. El hecho que haya pensado en
esto es realmente un desastre.

Trago saliva y me dirijo al vestíbulo. Slavik y Sergei están ahí,


y ambos se mueven para bloquearme. La cara de Sergei está
enrojecida por la furia, y quizá me asuste más tarde, pero ahora
mismo estoy tan aturdida que floto en un globo de helio, por encima
de todo.

—Muévete, o gritaré a pleno pulmón —digo. Oigo voces en el


vestíbulo, así que sé que los abogados están allí y me oirán si grito.

El bueno de Sergei ha desaparecido. Sus ojos se han vuelto


de ese aterrador color del acero duro que promete separar la carne
del hueso, y sus labios suaves y sensuales se han adelgazado hasta
convertirse en una línea dura. No me dice ni una palabra. No tiene
por qué hacerlo.

—Te voy a joder por esto —me gruñe Slavik, apartándose de


mi camino. Sergei no se mueve.

—Es una cita, entonces —le digo a Slavik con dulce sarcasmo,
y esquivo a Sergei y me apresuro hacia el vestíbulo. Slavik y Sergei
me pisan los talones.

En el vestíbulo, Anastasia está sentada con cuatro hombres


trajeados. ¿Cómo se hizo con ellos en primer lugar? ¿Cómo pudo
pagarles?
Jasha se cierne junto a ellos, con una mirada de rabia
impotente en su rostro. La puerta principal está abierta, y afuera,
en los escalones de la entrada, puedo ver las cámaras de las noticias
y la horda de reporteros agrupados.

Ruego que el plan de Anastasia incluya algo más que


abogados. Los abogados no serán suficientes para mantener a sus
hijos a salvo de su padre.

Me vuelvo contra Sergei.

—Esto es culpa tuya —digo, en voz baja y enfadada—. Has


alargado esto demasiado. Debiste ocuparte de Vilyat hace meses, y
ahora hay una posibilidad real que pueda tomar a los niños y huir
del país.

—Como si me importara una mierda lo que les pase —me


escupe.

Eso no debería dolerme, pero lo hace. No puedo dejar que


Sergei sea pura maldad. Mi corazón no lo acepta.

—Lo haces. Sé que lo haces —le estoy suplicando ahora, mi


anterior desafío se desvanece—. Tú mismo lo has dicho. No haces
daño a los niños. ¿Me estás diciendo que está bien si alguien más
lo hace?

Antes que pueda escupir alguna respuesta que me apuñale


hasta la médula, Vilyat se abre paso entre la multitud con dos
grandes y voluminosos guardaespaldas.

—¡Déjenme ver a mis hijos! —grita a todo pulmón, haciéndose


pasar por las cámaras de los informativos—. ¡Soy su padre! No
pueden impedírmelos.

Uno de los abogados de Anastasia se adelanta y sostiene una


tableta de ordenador. La lanza a la cara de Vilyat y el resultado es
sorprendente. La cara de Vilyat se pone roja y retrocede un paso.
Anastasia no parece tener el menor miedo. ¿Cómo puede no tener
miedo? Tengo ganas de orinarme en los pantalones.

De repente, Vilyat se vuelve loco de rabia. Le da un puñetazo


en la nariz al abogado, que se tambalea, y la sangre salpica por
todas partes, allí mismo, delante de las cámaras de los informativos.
El abogado grita, agarrándose la cara.

Vilyat se lanza sobre Anastasia y sus manos se cierran sobre


su garganta.

—¡Puta! ¡Puta! Te voy a matar, te voy a matar, joder —grita.

En vivo, en cámaras.

Jasha se abalanza sobre Vilyat y le da un puñetazo tan fuerte


que éste sale volando hacia atrás hasta caer en los brazos de sus
guardaespaldas. Anastasia cae de rodillas, agarrándose la
garganta, jadeando y resoplando. Me doy cuenta que está haciendo
una actuación, pero excelente. Las cámaras se lo comen todo.

Jasha va a ayudarla a levantarse, y ella lo intenta, pero vuelve


a caer de rodillas.

Maldita sea, es una buena actriz.

Está arrodillado junto a ella, acariciando su espalda.

Deben haber veinte cámaras de noticias sobre Vilyat mientras


sus hombres lo retienen.

Anastasia se levanta tambaleándose, agarrándose a Jasha


para apoyarse, y se gira para mirar a la cámara.

—¡Con esto es con lo que he vivido los últimos catorce años!


—grita—. Este hombre finge ser un filántropo, pero es todo mentira.
Acaba de mostrar su verdadera cara. Me pega y pega a mis hijos.
Me ha roto los huesos. Me ha dejado cicatrices que nunca
desaparecerán. Por eso voy a pedir el divorcio hoy.

Los flashes estallan, los periodistas gritan preguntas y se


disputan la posición, ansiosos por conseguir la mejor foto o el mejor
vídeo de la maravillosa historia que se desarrolla ante ellos.

Vilyat se pelea con sus guardaespaldas, pataleando y


gritando, maldiciendo en ruso e inglés. Uno de los abogados le
golpea el pecho con un papel.
—Ha sido notificado —dice, en voz alta y dramáticamente,
jugando con las cámaras. El papel cae al suelo, pero no importa.
Legalmente, ha sido notificado.

Y mi corazón se hunde. ¿Este es su gran plan?

—Oh, no —le susurro a Sergei—. No es suficiente. Puede


enterrarla bajo una montaña de abogados, puede sacar a relucir su
abuso de medicamentos recetados... Si Vilyat va a los tribunales
para una batalla por la custodia, es muy posible que gane. O le
obligarán a hacer un curso de mierda de "control de la ira" y luego,
le darán visitas no supervisadas con los niños, y todos
desaparecerán.

Y si Vilyat es lo suficientemente cuidadoso, puede incluso ser


capaz de evitar a los sicarios de Sergei mientras lo hace. Será
mucho más difícil para Sergei eliminarlo con toda esta publicidad.

—Sí —dice Sergei con malicia—. Podría habértelo dicho. Esto


nunca funcionará. Se lo ha metido por el culo sin lubricante.

Anastasia mira a Vilyat, que ahora jadea, con los ojos


desorbitados y el pelo revuelto.

—Te vas a disculpar —dice en voz alta—. No solo por ahora,


sino por abusar de mí y de mis hijos durante años.

Uno de los abogados sostiene la tableta contra su pecho y la


golpea significativamente.

Vilyat aspira profundamente, estremeciéndose, y parece un


bebé gigante y malvado que ha sido disciplinado y quiere hacer una
rabieta pero no quiere ser azotado.

Hay algo en esa tableta. Algo bueno. O más bien, algo terrible,
algo con lo que Anastasia cuenta para protegerla de Vilyat. Ahora
empiezo a tener esperanzas de nuevo. Tal vez Anastasia realmente
puede lograr esto.

Vilyat mira a las cámaras. Los periodistas están embelesados,


cautivados.
—Lamento cualquier cosa que haya podido hacer para
molestar a mi esposa, a la que amo mucho —dice—. Por supuesto,
estoy bajo una enorme tensión hoy, después de haber enterrado a
mi querido hermano. —Maldita comadreja, tratando de mentir y
disminuir lo que le ha hecho.

Ella no tiene nada de eso.

—¡Lo que me molestó fue que me dieras una patada en las


costillas y me rompieras los huesos! —le grita—. ¿Recuerdas haber
hecho eso?

Vilyat parece a punto de tener un ataque.

—Sí. Lo recuerdo.

—¿Admites haber abusado de mí y de tus hijos? ¿Golpearnos


con los puños? ¿Patadas? ¿Amenazándonos?

El abogado vuelve a tocar la tableta.

El sudor recorre la cara de Vilyat. Cierra los ojos, temblando,


con los puños cerrados. Es extraordinario. Es maravilloso. Estamos
viendo cómo el diablo se desgarra por dentro.

—Sí, lo admito. Siento haber perdido los nervios.

Los periodistas gritan:

—Vilyat, ¿por qué golpeaste a tu mujer y a tus hijos?

—Vilyat, ¿realmente hiciste daño a tus hijos?

Está temblando, luchando por controlarse.

Los ojos de Anastasia brillan con una luz loca y maliciosa.

—Creo, que lo que quieres decir es que lamentas haber


abusado de mí y de los niños todos estos años.

Hace una mueca como si acabara de tragar veneno. Aspira un


poco de aire.
—Sí, lo siento. —Sus ojos oscuros brillan de odio mientras
muerde las palabras con mal gusto—. Por supuesto, me esforzaré
por hacerlo mejor, y haré cualquier cosa para que mi familia vuelva
a estar entera.

Anastasia mira a las cámaras.

—Eso no sucederá. Este hombre me rompió los huesos y


abofeteó a mi hijo tan fuerte que le rompió el tímpano. —Ugh. No
sabía eso—. Voy a solicitar la custodia total de mis hijos y espero
que se le retire la patria potestad.

Los periodistas se adelantan y le gritan preguntas, pero Jasha


la ayuda a entrar a trompicones en la casa, con sus abogados
agolpándose a su alrededor. La puerta se cierra de golpe, así que
siguen a Vilyat. Me asomo a una ventana y veo que lo rodean, y que
él los empuja furiosamente y dando puñetazos.
CAPÍTULO 16
WILLOW

Día catorce...
La esperanza y la histeria bullen en mi interior mientras me
apresuro para ir a mi habitación. Me meto la mano en el bolsillo y
saco el sobre que Helenka metió allí. En el interior del sobre hay
una memoria USB.

Me tumbo en la silla, enciendo el portátil y conecto el


pendrive, y la pantalla se queda en negro, pidiendo una contraseña.
Anoto la contraseña que me dio Helenka.

No tengo mucho tiempo. Maks estará vigilando mi actividad


en el ordenador, y lo que vea aquí, lo verá él también.

Empieza a sonar un vídeo granulado y casi me caigo de la


silla.

Hay una mujer atada de pies y manos a una cama, que se


agita y grita de dolor. Un hombre sonríe y le pone un hierro
candente en el estómago. Es un hombre mayor con un gran mechón
de pelo blanco, y me resulta vagamente familiar. Creo que es un
famoso político ruso, pero no recuerdo cuál.

Vuelve a presionar el hierro candente y ella emite sonidos que


ni siquiera son humanos. De su garganta brotan aullidos sin
palabras, y luego sus ojos se ponen en blanco y, afortunadamente,
se desmaya. Pero no está desmayada por mucho tiempo. Alguien se
apresura a darle una descarga con una pistola para animales, y ella
se convulsiona y da un grito estrangulado.

Me alejo del ordenador. La oigo gritar y suplicar. Me tapo los


oídos con las manos.

Por favor, no, por favor mátame, no, lo siento, no....

Oigo pasos por el pasillo y la puerta se abre de golpe. Sergei,


Maks y Slavik entran furiosos.

Maks me quita el portátil.

—¡Devuelve eso! —grito.

Escupe una risa despectiva y mira la pantalla. Su cara se


arruga de asco ante la escena que se está representando allí. Sergei
tuerce la boca y frunce el ceño, pero mira fijamente a la pantalla sin
pestañear.

Entonces, Maks deja el portátil en el suelo. Oigo al hombre


gritar insultos a la mujer que está torturando, burlándose de ella.
¿Qué fosa infernal lo ha engendrado? ¿Qué convierte a un hombre
en un demonio?

—¡Oye! ¡Tú! Está pidiendo una contraseña —dice Maks con


impaciencia. Miro. Ahora ha aparecido un recuadro en la pantalla,
aunque la escena de la pesadilla sigue reproduciéndose. El hombre
empuja el hierro candente sobre su pecho, y ella grita tan fuerte
que se ahoga, con los ojos desorbitados—. ¿Cuál es la contraseña?

Temblando, repito la contraseña. La intenta, y los gritos


cesan, y la pantalla se queda en blanco.

—¡No! —grito—. ¡Esa es la contraseña, sé que lo es!

Maks sacude la cabeza, pulsando frenéticamente las teclas


del teclado, pero el ordenador no responde en absoluto. La pantalla
está negra como la noche.

—Esto tiene que ser entregado a la policía —digo


desesperadamente—. ¡Revisa el vídeo! Arréglalo.
—Hay un virus que está destruyendo el ordenador mientras
hablamos —dice—. No habría nada que darles más que un trozo de
metal frito.

Anastasia y sus malditas lecciones de seguridad informática.


Ella ha pensado en todo.

Slavik escucha algo en su radio auricular. Asiente a Sergei, y


todos los hombres se apresuran a salir de la habitación.

Cuando Sergei está a punto de salir, me dice:

—No intentes salir de esta habitación o acabaré contigo. No


estoy jodiendo. —Cierra la puerta tras de sí. Me apresuro a
acercarme a la puerta de cristal que da al jardín y la pruebo; está
cerrada. Nunca había estado cerrada.

Agarro una silla y la balanceo contra el cristal, y rebota. Vidrio


inastillable. Por supuesto. No solo eso, sino que veo un pequeño
punto rojo que guiña uno de los rosetones de madera rizada que
adornan el marco de la puerta. Un dispositivo de seguridad. Ahora
Sergei sabrá que he intentado romper el cristal.

No me importa. Anastasia sabe algo sobre esa mujer que


estaba siendo torturada, y necesito respuestas. La mujer está
seguramente muerta, pero esto debe estar relacionado de alguna
manera con Vilyat. Ha reunido información sobre él y se la ha dado
a sus abogados para usarla como palanca. Seguramente tiene lo
suficiente para derribarlo, para exponerlo, y al hombre del pelo
blanco, y probablemente a otros.

Solo se han ido unos diez minutos antes que Sergei vuelva a
buscarme.

—Tu tía quiere hablar contigo —me dice, con voz de palo. El
acero sigue presente en sus ojos, y me estremezco.

Se aleja sin mirar atrás y yo me apresuro a seguirlo. Sus


piernas son mucho más largas que las mías y se comen la distancia
con zancadas rápidas y furiosas. Prácticamente tengo que correr
para seguirle el ritmo.
Anastasia, Helenka y Yuri están reunidos en el vestíbulo. Los
abogados los rodean, protegiéndolos, incluido el que recibió el
puñetazo en la nariz. Tiene una servilleta ensangrentada enrollada
y apretada contra ella.

Le hago un gesto a Anastasia.

—Necesito hablar contigo en privado, ahora —le digo.

Ella frunce el ceño.

—Willow, nos vamos todos juntos. Háblame mientras


conducimos.

—No. Dame dos minutos.

Anastasia se apresura a acercarse a mí con un siseo de


exasperación. Sergei está de pie detrás de mí, quemando el oxígeno
del aire con su rabia.

—¿Qué es? —exige Anastasia con impaciencia—. Vamos,


Willow, quiero salir de aquí. Sergei ha accedido a dejarnos ir y a
dejarnos completamente solos. —Como si tuviera otra opción.

—Helenka me dio un pendrive con un vídeo de un hombre


torturando a una mujer —digo—. Y ahora ha desaparecido de mi
ordenador.

—¿Ella qué? —Anastasia suelta un grito de consternación y


mira a Helenka, que está inclinada hacia un lado, asomándose por
detrás de uno de los abogados. Helenka le lanza una mirada de
enfado y desafío. Anastasia se inclina hacia mí, bajando la voz—:
No ha visto el vídeo, ¿verdad?

—Estoy bastante segura que no lo hizo. Como Sergei solo nos


deja a ti y a mí tener ordenadores portátiles, probablemente no tuvo
la oportunidad de verlo. Me dijo que está molesta porque le estás
ocultando secretos.

—¡Claro que sí! —susurra—. Si supiera todo lo que hizo su


padre, la destruiría.
—Es más fuerte de lo que crees. Obviamente este video tiene
que ir a la policía y a la Interpol. Junto con todo lo que tienes sobre
Vilyat. El vídeo ha desaparecido. ¿Cómo lo recupero? Debes tener
copias.

—Tengo la información guardada donde está segura. Y no


puedes tenerla.

La miro con horror.

—Anastasia. La policía necesita esa información.

Ella sacude la cabeza.

—No. He obligado a Vilyat a aceptar el divorcio, y me va a dar


la patria potestad. También me va a dar dos millones de dólares que
estarán en una cuenta en el extranjero al final del día, y va a pagar
a mis abogados otros dos millones. Sabe que si muero o
desaparezco, todo lo que tengo sobre él se hará público. Necesito
esta información para mantenerla sobre su cabeza. Si lo llevo a la
policía, él podría ser capaz de evitar la acusación. O podría salir
bajo fianza, secuestrar a los niños y huir del país.

La angustia me inunda.

—Tú... quiero decir... ¿De dónde has sacado toda esta


información? —Tal vez podría rastrear lo que hizo. Averiguar de
dónde la sacó, conseguirla yo misma, destruirlo...

Hace un gesto de despedida con la mano. Los niños la miran


fijamente, con los ojos grandes como platos. Ella los mira y sacude
la cabeza con impaciencia.

—No importa. Llevo años reuniéndola, esperando el momento


adecuado. Vilyat se puso cómodo y descuidado conmigo, y bajó la
guardia. Siempre se me han dado bien los ordenadores, incluso
antes que empezara a tomar esas clases online, solo que antes no
lo dejaba.

Sergei la abrasa con su mirada despectiva.

—Tenías la información escondida en el baño de tu casa. Por


eso volviste allí. Te la metiste en el coño para sacarla a escondidas.
Junto con el celular, imagino. Espero que no haya sido muy
incómodo.

—Después de todas las cosas que Vilyat ha forzado dentro de


mí, eso ha sido probablemente lo menos doloroso que he tenido ahí
abajo —se burla Anastasia.

Me siento enferma de asco. Hay mujeres siendo torturadas


ahora mismo, ¿y Anastasia no las ayuda?

—Sergei. Tenemos que recuperar ese vídeo —le suplico.

Sacude la cabeza.

—No podemos. Maks es el mejor, y si no puede recuperarlo,


se acabó. Se autodestruyó cuando no pudimos darle la segunda
contraseña. Pronto me ocuparé de Vilyat, y esa es mi única
preocupación.

—¡No, no lo es! Esa mujer del vídeo, Sergei, ¡lo has visto! —
grito, con lágrimas que me queman los ojos—. ¡Si no te importa eso,
no eres humano! Y no me vengas con esa mierda melodramática
que ya sé que eres un monstruo, bla, bla, bla. Esa es una víctima
completamente inocente siendo torturada.

No hay piedad en su mirada. ¿Cómo es posible?

—Ya está muerta. Debes darte cuenta de eso.

—¡Pero los hombres que le hicieron eso no lo están, y lo


volverán a hacer!

—Bueno, Vilyat no lo hará. Porque voy a matarlo. —Su rostro


es una máscara despiadada.

Helenka y Yuri nos observan desde el vestíbulo, horrorizados,


fascinados.

—Baja la voz —gruñe Anastasia—. No hay necesidad de


arrastrarlos a esto.

—Sergei —suplico, ignorándola.

No se moverá.
—El portátil está frito. Si vamos a la policía, estoy seguro que
tu tía simplemente mentirá sobre ello. No tenemos nada.

Me doy la vuelta para mirar a mi tía y la empujo, tan fuerte


que se tambalea. Nunca le había puesto las manos encima.

—Anastasia. —Me enfurezco—. Maldita zorra. Las mujeres de


ahí fuera, las víctimas actuales o futuras, también son hijas de
alguien. Juro por Dios que si no vas a la policía, encontraré la
manera de hacerte caer.

Su rostro se afloja. Sus ojos están vacíos de desesperación.

—¿Cuántos años tengo? —pregunta.

Sacudo la cabeza con confusión.

—¿Qué demonios tiene eso que ver? En la treintena. ¿A quién


le importa?

—Tengo veinticinco años.

¿Intenta decir que es tres años mayor que yo? ¿Veinticinco


con una hija de trece años?

—No. Tenías dieciocho años cuando te casaste con Vilyat.

—No, no los tenía. Acababa de cumplir doce años. Llegó al


prostíbulo infantil que dirigía con tu padre, el de las niñas. Por
cierto, también había uno para niños pequeños. Y estoy dispuesta
a apostar mi teta izquierda a que Sergei estuvo en uno de esos
prostíbulos para niños en algún momento. Tiene la edad adecuada;
las cuentas cuadran. ¿Qué otra cosa le haría odiar tanto a nuestra
familia?

Sergei no se mueve. Creo que no respira.

No. Jodidamente no.

Anastasia no se detiene. Sigue apuñalando mi corazón y mi


mente con sus palabras.

—Cuando Vilyat llegó al prostíbulo, supe que era uno de los


dueños, e hice que se fijara en mí. Conseguí convencerlo que me
aceptara, que se casara conmigo, fingiendo ser una virgencita
asustada. No era virgen, por supuesto, pero usé sangre falsa. Me
habían vendido desde los nueve años. Me escapé de mi proxeneta,
y después de unas semanas de vivir en la calle por mi cuenta, los
hombres de tu padre me atraparon y me arrastraron gritando a un
camión, y me golpearon sangrientamente por gritar, y me llevaron
al prostíbulo.

Me estoy astillando en mil pedazos.

La voz de Anastasia llega ahora desde algún lugar de la


estratosfera, hueca y con eco:

—Helenka y Yuri tienen opciones. Pueden elegir su ropa, su


desayuno, su novio o novia, su carrera. Cuando yo tenía su edad,
también tuve opciones. Convencer a un pervertido para que me
rescatara seduciéndole con mi cereza falsa, o quedarme allí y dejar
que los viejos me violaran hasta que muriera. Pensé que Vilyat era
un buen partido, en ese entonces. Era guapo. No era viejo como los
demás. Dios, estaba harta de chupar pollas viejas y arrugadas. —
Se estremece de asco al recordarlo.

Me siento tan fría y sola, como si estuviera flotando en un


témpano de hielo.

¿Podría ser esto cierto? ¿Fue mi padre un chulo violador de


niños?

—¿Qué edad tenía mi madre cuando se casó con mi padre? —


Mi voz es un susurro ronco.

Veinte. Por favor, di veinte. Eso es lo que me dijo. Debe ser


cierto. Deja que me quede con algo.

Ella suspira, frotando su mano por su hermoso rostro.

—Quince.

Apenas siento mi propio cuerpo, pero saco las últimas fuerzas


de alguna parte y la miro. Las lágrimas caen sobre mi rostro.
—Anastasia, mujeres como Helenka están siendo violadas
ahora mismo. Mujeres jóvenes. Niñas pequeñas. Ve a la policía. Te
lo ruego.

Me frunce el ceño.

—El cuerpo de policía de aquí está plagado de corrupción, y


los hombres que utilizan los servicios de Vilyat son ricos y
poderosos. ¿Qué tan bien crees que iría eso?

No puedo rendirme. Debo luchar por esas mujeres. Si yo fuera


una de ellas, querría que alguien luchara por mí.

—He leído en las noticias sobre las redadas de la Politsiya1 en


los burdeles de la zona de San Petersburgo en los últimos dos
meses. Cerrándolos, salvando a las mujeres, arrestando a mucha
gente. Incluyendo políticos y un juez. Así que, no todos los policías
son corruptos.

Sacude la cabeza con fuerza, con los mechones rubios


volando.

—Ya son bastantes. ¿Mi primer cliente? Un policía. ¿Sabes


cuánto semen de policía me tragué antes de cumplir los diez años?

Siento el sabor del vómito en mi garganta, pero no me rindo.

—Obviamente, si Vilyat tiene tanto miedo de lo que tienes


sobre él, tienes información útil.

Da un par de pasos hacia atrás. Ahora su tono se vuelve


agudo y desagradable; sus ojos chasquean de resentimiento.

—Es fácil para ti ser santurrona, Willow. Tu madre te


mantuvo a salvo. Tu padre guardaba la mayor parte de sus abusos
para sus putas. —Otro golpe—. Nunca has experimentado lo que yo.
Rezo para que nunca lo hagas. Pero voy a hacer lo que sea necesario
para mantener a mis propios hijos a salvo, y francamente, todos los
demás pueden irse a la mierda. ¿Crees que esas mujeres

1
Policía
arriesgarían algo por mí? El mundo es un lugar feo, Willow, y la
gente solo mira por los suyos.

El desayuno se me sube a la garganta.

—Entonces vete. Yo me quedo aquí. No me importa lo que me


hagan. ¿Y tú? Estás muerta para mí.

Se da la vuelta y se aleja, y Yuri empieza a llorar cuando se


da cuenta que no voy a ir también. Helenka lanza una última
mirada por encima del hombro, con los ojos embrujados. Los
abogados los sacan a toda prisa por la puerta principal y
desaparecen de mi vida.

Jasha observa el portazo y luego aparta su mirada. Veo que


no quiere que se vaya. No creo que haya traicionado
deliberadamente a Sergei, pero creo que ha sido negligente en su
vigilancia con Anastasia porque estaba desarrollando sentimientos
por ella. Probablemente lo sabe, y él no le importa más de lo que le
importo yo, o esas mujeres que están muertas o moribundas, o
cualquiera que no sean sus hijos.

Miro a Sergei con ojos ahogados.

Mi vida fue una mentira. Mi madre fue una esposa infantil. La


sangre de los monstruos corre por mis venas.

Su rostro es sombrío, impasible.

—Háblame de mi familia. Cuéntame lo que te hicieron.


Cuéntame —grito.

—No puedo.

La rabia brota dentro de mí. Nunca he sentido nada parecido.


Me consume como un fuego salvaje. Me doy la vuelta y corro hacia
la sala de estar, agarro una de las copas de vino vacías, la rompo y
me rajo el brazo con el tallo, dibujando una línea de dolor roja y
brillante a través de mi piel.

Sergei y Jasha se abalanzan sobre mí. Me giro hacia ellos,


agitando el tallo de la copa, con los ojos desorbitados, y luego, lo
atranco contra la tierna carne bajo mi barbilla.
—Dímelo, joder —grito—. La única familia que me importa se
va de aquí, y probablemente no los vuelva a ver. Están a salvo, así
que ¿sabes qué? Ya no tengo ninguna razón para mantenerme a
salvo. ¿Con qué me vas a amenazar? ¿Dolor? Me cortaré el cuello,
Sergei, juro por Dios que lo haré.

Jasha se abalanza sobre mí y me arrebata la copa.

Mis huesos se vuelven líquidos y caigo al suelo, gritando y


llorando.

—Dime. Cuéntame. Dímelo. Dímelo.

Entonces, me doy cuenta que estoy en los brazos de Sergei, y


mi garganta está en carne viva. Miro al techo, agitada. ¿Cuánto
tiempo he estado gritando?

—Por favor. —Nunca había suplicado así—. Si no me lo dices,


me matará. Nada de lo que me digas será peor que lo que mi mente
rellene. Por el amor de Dios, tengo que saberlo. Las imágenes en mi
cabeza ahora mismo... me están matando.

Sergei se inclina y besa suavemente mi frente. Aquí mismo,


delante de sus hombres.

Me acaricia el pelo y sus ojos me suplican.

—Willow. Eres demasiado buena para esto. Demasiado pura.


Te envenenará.

—Ya es demasiado tarde.

—Maldita Anastasia —maldice furiosamente.

Me ahogo en un sollozo.

—Por el amor de Dios, Sergei. Sí, lo que hace está mal, pero
es un animal salvaje que protege a sus crías. Si yo me hubiera
criado como ella, podría hacer lo mismo. Si no me lo dices... acabaré
yo misma, de una forma u otra.

Me mira fijamente, con una mirada tierna e infinitamente


triste.
—Si voy a contarlo, tenemos que hacer algunos preparativos
—dice.

Mira a sus hombres.

Maks me pone en pie y me sienta en el sofá, mientras el resto


se va.

—Quédate ahí —me dice.

No podría moverme aunque quisiera. Me siento débil por el


miedo a lo que estoy a punto de descubrir.

Vuelve con un botiquín, una toalla y un cuenco de agua. Me


lava y venda el brazo, sin mirarme.

Luego, me lleva por la mansión hasta que llegamos a una


habitación. Una habitación acolchada.

Sergei está adentro y yo entro a trompicones, temblando,


aunque no hace frío.

—Ponte junto a la puerta y prepárate para correr —me dice.


Mira a Maks, Jasha y Slavik—. Sácala si me pongo demasiado...

—Sí —dice Jasha, con un sombrío asentimiento.

—Y no la dejes sola ni un minuto. Está en vigilancia, se puede


suicidar. Cuando va al baño, la puerta permanece abierta.

—Por supuesto. —La voz de Jasha es cansada y resignada.

Sergei se pasa los dedos por el pelo y sus ojos se quedan


vacíos mientras mira fijamente al espacio. En su pasado.

—Deja que te cuente una historia —dice.


CAPÍTULO 17
SERGEI

—Ya te conté un poco sobre mis padres, pero no te di la


historia completa. Eran unos borrachos y unos monstruos. Éramos
muy pobres y se gastaban cada kopek en alcohol. Solo yo mantenía
vivo a Pyotr robando comida para él. Hice todo lo que pude para
alejar de él la dureza de las calles.

»Era un niño muy dulce. Cuando estábamos a punto de morir


de hambre, lo alimentaba y no ganaba peso. Descubrí el motivo.
Estaba dando la mitad de su comida a una gata callejera que
acababa de tener gatitos. Me puse furioso, quería matarlos a todos,
pero él lloró y suplicó, así que cedí.

Apreciaba cada cosa que le daba. Robaba un juguete para él


y lo llevaba a casa. Nunca se lo diría, por supuesto. Se habría
negado a aceptar un juguete robado.

Cualquier cosa que le diera, por pequeña o cutre que fuera,


se iluminaba como un árbol de Navidad. Estaba tan emocionado y
tan agradecido. Ese era mi único calor, era la felicidad más pura
que he sentido nunca, hasta... bueno, tú.

El año que cumplió cinco años, hubo un juguete que quería


mucho, un zorro de peluche que cantaba el alfabeto. Se agotaron
en todas partes. Nunca consiguió ese juguete mientras vivió.
Cuando él tuvo seis años y yo doce, mi padre le pegó tanto
que casi se muere. Lo llevé en brazos y caminé kilómetros hasta
llegar a un hospital. Llamaron a la policía. Llevaron a mi padre a la
cárcel. Nos llevaron a un hogar para niños. Fue horrible, así que
nos escapamos y volvimos a casa con mi madre.

El mayor error que he cometido. Le costó la vida. No, no


discutas conmigo.

Mi madre estaba furiosa con nosotros. Tenía una relación


enfermiza de amor-odio con mi padre. La había apuñalado, le había
fracturado el cráneo, le había arrancado los dientes, la había
golpeado hasta que abortó una y otra vez. Le acuchilló con una
botella de licor rota y le rompió la nariz con la pata de una silla
mientras él estaba borracho. Solía exhibir a otras mujeres delante
de ella, se las llevaba a casa y se las follaba en su cama mientras
ella se quedaba fuera de la habitación, gritando y golpeando la
puerta. Cazaba a las mujeres, les cortaba la cara o les golpeaba el
cráneo con ladrillos.

Estaba tan enfadada porque mi padre estaba en la cárcel por


nuestra culpa, que se deshizo de nosotros para siempre. Y obtuvo
un beneficio al hacerlo.

Nos vendió a un par de hombres que querían niños bonitos.

Pyotr estaba aterrorizado. Cuando subimos a la camioneta le


mentí y le dije que íbamos a una bonita casa nueva.

Ese fue el último día que lo vi sonreír.

Jasha, Maks, Feodyr, Slavik y un chico llamado Yakim, los


conocí a todos allí. Tu padre y Vilyat vinieron a inspeccionar y a
probar la nueva mercancía. Ellos no se acuerdan de mí, pero yo sí
me acuerdo de ellos. Oh, créeme, los recuerdo. Cada contorno de
sus caras. El sonido de sus voces. Sus risas.

Los oímos hablar. Dieron bastante información sobre ellos


mismos, porque los adultos siempre subestiman a los niños, y
porque ninguno de nosotros estaba destinado a salir vivo de allí.

Supimos que eran de Estados Unidos y que visitaban Rusia


cada dos meses. Supimos que no probaban personalmente a los
chicos, porque preferían a las chicas. Nos enteramos de su apellido.
Toporov. Se grabó a fuego en mi memoria.

Después que nos inspeccionaran, se deshicieron de algunos


niños porque tenían enfermedades venéreas. Tu padre lo hizo. Los
sacó por la parte de atrás y les disparó en la cabeza, uno por uno,
y tuvimos que mirar.

Luego nos separaron por edad. Los hombres que visitaban ese
prostíbulo tenían gustos particulares. Querían niños de un rango
de edad específico.

Arrastraron a Pyotr lejos de mí. Luché, pero se rieron de mí y


me golpearon hasta que me desmayé.

Estuvimos allí un par de meses en total. No parece tan largo,


¿verdad? No te puedes imaginar lo largos que pueden ser un par de
meses.

Sí, nos violaron. Todos los días. Muchas veces al día. Nos
golpearon. Torturados. Pasamos hambre. Si queríamos comer,
teníamos que arrastrarnos por el suelo e inclinarnos para que los
hombres nos violaran. Nos hacían someternos a actos indecibles
por parte de hombres adultos que se reían de nuestro dolor.

Traían nuevos chicos regularmente, para reemplazar a los que


morían.

Habíamos planeado nuestra huida desde el día en que


llegamos. Robamos cuchillos de pan sin filo y los afilamos.
Rompimos los muebles y fabricamos armas con las astillas afiladas.

Los hombres habían cometido un error, utilizando ratas de la


calle para sus putitas. Pensaron que estaban siendo inteligentes.
Sabían que nadie nos echaría de menos. Y les gustaba nuestro
espíritu; disfrutaban más cuando nos defendíamos. Pero no
previeron lo astutos, rápidos e inteligente que éramos.

Finalmente, uno de los otros chicos me dijo que Pyotr estaba


enfermo. Había desarrollado una infección. Teníamos que actuar de
inmediato si queríamos tener alguna posibilidad de salvarlo.
Nuestro plan era básicamente un pacto suicida. De todos
modos, ya estábamos muertos; no teníamos nada que perder. No
había ni un solo chico que llevara allí más de seis meses. La mayoría
solo llevaba tres o cuatro. Los chicos morirían de sepsis, o los
hombres los matarían por deporte.

Planeamos organizar un levantamiento y matar a todos los


hombres que pudiéramos, y sacar a todos los chicos que
pudiéramos. Estábamos en lo más profundo del país, pero
pensamos que podíamos tener la posibilidad que algunos de los
muchachos escaparan y fueran a una estación de noticias a contar
lo que había sucedido. No teníamos ninguna esperanza de ir a la
policía; el jefe local iba a veces a visitarnos.

Pero tuvimos más éxito del que esperábamos.

De hecho, matamos a todos los guardias y clientes. No se lo


esperaban, de los niños. Matamos a los primeros guardias, les
quitamos las armas y apuntamos al resto.

Feodyr saltó delante de mí y recibió una bala por mí. Es un


milagro que no haya muerto.

Todos corrimos. Pyotr se había adelantado. Estaba solo en el


bosque, en invierno.

Lo mató un lobo hambriento. El lobo todavía se estaba


alimentando de él cuando lo encontré.

¿Mi brazalete? Hecho con los tendones del lobo. Estrangulé a


ese lobo con mis propias manos.

Sabes, ese zorro de juguete -Jasha, aléjate de mí- le doy a


Pyotr ese zorro todos los años. Le compro uno nuevo y se lo llevo a
la tumba, o hago que se lo entreguen desde que me fui del país.

Sácala. Sáquenla. ¡Sáquenla!»

WILLOW
Jasha y sus hombres me sacan de allí a toda prisa, y cierran
la puerta con un portazo. Oigo a Sergei rugir como una bestia
herida.

Yo le había hecho eso.

Mi familia le había hecho eso.

—Se va a hacer daño —jadeo.

—Por eso la habitación está acolchada. —No hay un destello


de suavidad o simpatía en su voz.

Me tropiezo y me caigo.

Jasha me lleva de vuelta a mi habitación. Slavik se apiña


pesadamente a su lado. Parecen desanimados, con la vida
absorbida. Acaban de escuchar la historia de pesadilla de su
pasado, su humillación y agonía sacadas a relucir ante un extraño.
Y su líder, el hombre cuya fuerza los ha mantenido en pie, está
sumido en la locura.

Jasha me deja en la cama y se aleja. Su expresión es sombría


y parece perdido.

Slavik aprieta los puños, y cuando me habla, el asco hiela


cada una de sus palabras:

—Ahora sabes por qué te odiamos.

Jasha suelta un suspiro.

—Ella no lo sabía. Ella no es parte de esto. Ella no es más


culpable de lo que nos pasó que nosotros.

Slavik escupe un torrente de maldiciones y sale de la


habitación.

Me tumbo en la cama, de lado. No podría moverme así me


estuviera ahogando.
No hay razón para que me mueva, para comer, para beber.
Para respirar.
CAPÍTULO 18

¿Quién sabe qué día?


¿A quién le importa? Nunca tendré la fuerza para salir de aquí.
Moriré aquí. Me lo merezco.

Me tambaleo por mi habitación. Me tropiezo con las cosas. Me


golpeo contra la pared porque apenas puedo ver. No pasa nada. No
me duele. No puedo sentir mi propio cuerpo.

El frío sol blanco me dice que afuera es de día pero, ¿qué día?
¿Qué parte del día? ¿Mañana, tarde?

La sangre pútrida de mi padre me mancha.

Él solía volar a Rusia cada dos meses, y cuando volvía, traía


regalos para mí. Muñecas rusas para anidar. Huevos de chocolate
con juguetes dentro. Collares con amuletos colgando. Hermosos
vestidos hechos a mano.

Bailaba con alegría. Le daba las gracias en un ruso perfecto.


Mi padre asentía con la cabeza, lo que hacía que mi madre sonriera
aliviada. Ella me había entrenado bien en cómo mantenerlo
contento.

Y el dinero que financiaba esas baratijas... comía chocolate y


llevaba hermosos vestidos que se compraban con la sangre de las
niñas putas.

Y mi pobre madre. Obligada a casarse con él a una edad tan


temprana, arrastrada a este país, lejos de todo lo que había
conocido, y nunca dijo una palabra. Para protegerme. Era poco más
que una niña, solo unos años mayor que Helenka ahora, cuando
fue secuestrada por mi padre.

Sabía que mi padre era un hombre estricto y chapado a la


antigua, y que mi madre caminaba sobre cáscaras de huevo a su
alrededor, pero ocultó el verdadero horror de nuestras vidas en su
interior, durante todos esos años.

En algún lugar, en el fondo de mi mente, había racionalizado


los negocios sucios de nuestra familia. Me dije que nadie obliga a la
gente a drogarse, ¿verdad? Y las armas que utilizaban los
delincuentes solo se usaban entre ellos, ¿no?

Así que, traté de fingir que aunque lo que hacían era horrible,
se trataba sobre todo de un delito sin víctimas.

¿No es así?

Pero esto... no.

Esto me robó todo. Mi identidad, mi pasado, mi madre... todo


contaminado por el bastardo que me había engendrado. El hombre
que suministró la mitad de mi ADN. La mitad de mi carne es mala.
¿Qué mitad? ¿Podré eliminar el mal de mí?

Agarro un cuadro enmarcado de una estantería y alzo la mano


para romperlo. Imagino que el cristal se desliza por mi carne,
desenterrando las partes podridas.

Maks me lo arrebata de la mano y me da una palmada en la


cabeza tan fuerte que me pitan los oídos.

Me quedo boquiabierta.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Bastante tiempo.

—¿Cuánto... cuánto tiempo he estado aquí?

—Dos días.

¿Dos días?
Recuerdo que alguien trató de alimentarme. Recuerdo haber
tenido arcadas.

Me mira con disgusto.

—Y si buscas compasión, estás buscando en el lugar


equivocado.

—No merezco compasión —susurro.

—Maldita sea. Si fuera por mí, dejaría que te mataras.

Entro en el cuarto de baño, me arrodillo y vomito en seco en


el retrete. Él me sigue y se queda en la puerta.

Me levanto temblorosamente y vuelvo a salir.

—¿Sergei está bien ahora? —Mi voz es una cáscara rasposa.

El labio de Maks se curva como si hubiera olido carne podrida.

—Si quiere que sepas cómo está, te lo dirá él mismo.

—Sí —susurro, y vuelvo a la cama tambaleándome.

Entra una enfermera. Ya está oscuro. Me da un vaso de agua,


bebo un poco y lo dejo. Tengo la garganta en carne viva. ¿He vuelto
a gritar? La cabeza me late con fuerza, pero si alguien me diera una
aspirina, la escupiría.

—Tienes que comer —me dice con severidad.

Me hago un ovillo y me rodeo la cabeza con los brazos.

—Que te jodan. Que se jodan todos.

Algún tiempo después, una hora o un día, llega Sergei.

Tiene un ojo negro sanando. Su nariz está hinchada. Tiene el


labio cortado. Trae una bandeja con un cuenco de guiso y la deja
en la mesa auxiliar junto a mi silla.

—Come, o te lo meteré por la garganta.

Cierro los ojos.


—De acuerdo.

—Esta mierda de autocompasión no me sirve.

—Lo sé.

Una cuchara golpea mi boca.

Saboreo la sangre.

Me agarra por el pelo y me pone en posición sentada.

Me tiende de nuevo la cuchara. Obedientemente, dejo que me


alimente con la cuchara. No puedo detenerlo. Toda la fuerza ha
abandonado mis músculos.

—¿Cuántos días? —susurro.

—Es el día diecisiete de nuestro acuerdo.

Día dieciocho...
Me da el desayuno a la mañana siguiente. Huevos. Tocino.

Me da de comer y de cenar otra vez. Mordisco a mordisco. Lo


corta en trozos pequeños y me lo mete en la boca. Mastico sin
probarlo y trago.

Apenas me habla. Sus ojos están embrujados, y sé que es


culpa mía. Arrastré su asqueroso y pútrido pasado y lo hice
revivirlo. Lo hice caminar sobre las brasas del infierno otra vez, solo
para satisfacer mi curiosidad.

Día diecinueve...
Vuelve a entrar y deja una bandeja de comida en la mesa
junto al sillón. Yo sigo en la cama. La distancia entre la cama y el
sillón parecía demasiado grande esta mañana.
Lo miro con cansancio. El aire es letal y tan pesado que no
puedo estar de pie, pero él no debería venir a cuidarme solo porque
estoy demasiado deprimida para moverme.

—Siento estar así —le digo con dulzura—. Siento todo.

No está impresionado.

—Sentirlo no significa una mierda. Contrólate. —Me mira


fijamente—. ¿Qué te ayudará? —exige—. ¿Quieres ver a un
terapeuta?

—No ayudaría. —No reescribiría milagrosamente mi pasado


ni limpiaría mi ADN del mal.

Ante eso, hace una mueca.

—Sí. Lo intenté varias veces. No me ayudó.

—No tienes que intentar arreglar las cosas, Sergei. Todo está
bien.

Me lanza una mirada pétrea.

—Te dije que te necesito. Me estás arrastrando contigo.

Eso hace que se me salten las lágrimas, pero no tengo energía


para llorar.

—Lo siento —susurro—. Haría cualquier cosa para ayudarte.


Pero no puedo. No estoy haciendo esto a propósito. No queda nada
de mí.

Suspira, se agacha, me levanta de la cama y me lleva a la silla.

Se sienta en la silla junto a la mía y levanta la cuchara.

—Aliméntate.

Tomo la cuchara y obedezco, mecánicamente. Como quince


bocados, contando cada uno con cuidado, y dejo la cuchara.

Se queda mirando al espacio durante un rato antes de hablar,


y su voz está impregnada de arrepentimiento y tristeza:
—Cuando te traje aquí por primera vez... te maltraté. No debí
hacerlo. Te pido disculpas. ¿De acuerdo? Fue un error por mi parte.

—¿Lo fue? —Ahora mismo siento que no fue lo


suficientemente cruel conmigo. Debió haber quemado mi piel.
Cortarme. Desfigurarme. Hacer mi exterior tan feo como mi interior,
tan horrible como el ADN que me contamina.

—Sí. Sabes que lo fue, Willow. —Ahora hay un tono


impaciente en su voz—. No te hagas la puta mártir. Tú misma lo
has dicho; mi lucha es con tu tío, no contigo. Cuando dejé que tu
familia me convirtiera en un sádico, dejé que obtuvieran una
victoria sobre mí que no merecían.

—¿Cómo puedes siquiera tocarme? —Las lágrimas se


derraman por mis mejillas. Me sorprende; no creí que me quedaran
más lágrimas. No estoy sollozando; mis lágrimas fluyen como si
alguien hubiera abierto un grifo.

—¡Deja esta mierda de autocompasión, Willow! —Se levanta,


con el ceño fruncido—. Deja de ser una zorrita mimada. —Lo miro
sorprendida. No creí que nada pudiera hacerme más daño, pero sus
palabras son flechas afiladas que encuentran su objetivo.

—¿Fuiste secuestrada de niña, sujetada y violada por el culo


por viejos pervertidos todos los días durante meses? ¿Te obligaron
a chupar pollas después de pasar hambre durante días, solo para
ganarte una rebanada de pan seco? ¿Encontraste el cuerpo de tu
hermano siendo devorado por un animal? ¿No? Entonces, bájate
del maldito tren de la autocompasión.

Cada palabra es un martillazo en mi pecho. Siento que me


hundo cada vez más, que me ahogo en un mar de repulsión y
autodesprecio. La negrura nada frente a mí, y no puedo ver ni
sentir.

—Yo no... —Arrastro las palabras desde el fondo de mi alma.


No sé en qué dirección mirar, porque hay un muro de oscuridad
frente a mis ojos. Si me importara lo que me pasa, me asustaría
mucho—. No te estoy pidiendo compasión. No te pido nada. No
merezco nada. Soy repugnante. Me he ido. No estoy aquí. No soy
nada. —Sigo balbuceando, vomitando palabras de desesperación
como si fueran aguas residuales que salen de mi boca.

Mi visión se aclara y veo que Sergei se ha ido.

Eso es lo que merezco.

Día veinte...
Buenos días, creo.

Sergei abre la puerta de un golpe y entra furioso. Vuelvo a


estar acurrucada en mi silla, con el mismo pijama que llevo desde
hace días. Puedo oler mi propio hedor corporal; apesto como un
cadáver en descomposición. No puedo creer que Sergei soporte
ocupar el mismo espacio aéreo.

—Lukas estará aquí en dos minutos. Así que límpiate.

Me incorporo, temblando por todo el cuerpo.

—¡No puede verme así! —protesto débilmente.

—Exactamente.

—¿Dos minutos? ¿No pudiste darme un poco más de tiempo?

Sergei resopla:

—El mundo no se adapta a tu horario, princesa.

Voy a trompicones al baño y me lavo la cara. Oigo la voz de


Lukas, llamándome, tirando de la fibra sensible.

—¿Willow? ¿Mi amiga Willow?

Maldita sea. ¿Por qué le hace esto Sergei? ¿No ha pasado el


pobre chico por suficiente?

—¡Ya salgo! —digo. Intento poner una voz ligera y alegre, pero
en lugar de eso sueno estridente e histérica. Agarro el cepillo de
dientes y me limpio el mal sabor de boca, y me froto desodorante en
mis apestosas axilas. Me peino con los dedos el pelo enmarañado,
y eso lo empeora. Parezco una bruja que ha metido el dedo en un
enchufe.

Salgo del baño. Lukas está de pie con un bloc de papel y un


bote de lápices de colores. Me mira y rompe a llorar.

Sergei me mira con frialdad.

—Y eso es culpa tuya —me suelta. Me devuelve mis propias


palabras.

—¿Dónde están Kris y Marya? —exijo, mirando


frenéticamente a mi alrededor. No estoy en condiciones de cuidar a
un niño pequeño.

—Los envié lejos hasta que puedas ponerte en orden. No me


importa si tarda horas o semanas. Ahora mismo, eres todo lo que
tiene. —Se inclina y susurra con dureza—: Solía ver a su madre así
todo el tiempo, justo antes que tuviera una sobredosis.

¿Tuvo una sobredosis? ¿Quién era ella? ¿Cómo la conocía


Sergei?

Y sin más, el bastardo sale de la habitación y cierra la puerta


tras de sí, dejando al pequeño traumatizado con la cáscara que solía
ser una mujer.

Hago que mi boca adopte la forma de una sonrisa. Parece que


no es muy convincente, porque empieza a llorar, muy fuerte.

Sé que no puedo hacerlo, pero al menos tengo que intentarlo.

—He estado enferma, Lukas, lo siento. Yo... tengo un


resfriado.

—¿Frío? —Agarra una manta decorativa que hay en mi cama


y me la tiende. El chico más dulce del planeta.

—Vamos afuera a dibujar —le digo.


Agarro mis folletos, mi bloc de papel, y él toma su papel y sus
lápices, y nos vamos al jardín.

Dibuja una gaviota llorando. Dibuja una rosa llorando.

Ya me hago una idea.

Dibujo una gaviota madre abrazando a una gaviota bebé y


sonríe un poco.

Caminamos por el jardín. Veo una rosa especialmente bonita,


una gorda cabeza de col rosa que se balancea sobre un delgado
tallo. Nos sentamos en un banco, él empieza a dibujar y la rosa se
materializa en el papel, con pequeñas gotas de rocío.

Una vez más, me maravilla su talento. Cuando crezca, podrá


exponer sus cuadros en galerías. Lo alabo y se ilumina como un
pequeño sol, calentándome con la alegría que desprende.

La niebla asfixiante que se ha aferrado a mí parece haberse


desvanecido. Mi mundo no ha vuelto a la vida tecnicolor, pero al
menos puedo volver a ver los colores.

Me doy cuenta que Sergei sabe exactamente cómo


arrastrarme a la realidad. Puede que ya no me importe lo que me
ocurra, pero no puedo hacer sufrir a los demás a mi alrededor.

Tengo que dejar de revolcarme en un pantano de


autocompasión. Hay personas aquí que se preocupan por mí, y no
les sirvo de nada si estoy acurrucada en una apestosa bola de
mierda y miseria. He cambiado para siempre, pero volveré a mover
mi cuerpo entumecido, caminaré, hablaré y comeré como una chica
de verdad, y dejaré de ser una carga para todos los que me rodean.

Para un hombre que dice no tener alma ni empatía, Sergei


está sorprendentemente en sintonía con lo que necesitan los que lo
rodean.

Mientras Lukas termina su dibujo, se me ocurre lo notable


que es que, una vez que Sergei se dio cuenta que a Lukas le gustaba
dibujar, se aseguró que tuviera material de arte. Vilyat le habría
roto literalmente los dedos a Yuri si le hubiera visto dibujando.
Habría rabiado porque ningún hijo suyo era un maricón artista.
Sergei es el hombre más machista, masculino y duro que he
conocido. Está construido con piezas de tanque y alimentado con
testosterona, pero se siente completamente cómodo animando a
Lukas a alimentar su talento artístico.

Es mejor hombre de lo que se permite admitir. Es un hombre


mejor que cualquiera de los hombres de mi familia, cualquiera de
los hombres con los que crecí. Está atormentado y desgarrado por
sus demonios internos, pero si no quedara algo bueno en él, no
estaría tan conflictuado por sus propias acciones.

Habla de su decencia fundamental el hecho de que, a pesar


de todos los golpes brutales que le ha dado la vida, siga
preocupándose por los demás. Creo que, en el fondo, se parece más
a su hermano pequeño Pyotr de lo que se permite admitir. Y
comprendo por qué trata de empujar ese lado blando de él hacia lo
más profundo, hacia la oscuridad. Pyotr era suave y dulce, después
de todo, y mira lo que le pasó.

Lukas y yo entramos en la casa y una criada nos lleva al salón,


donde nos espera Sergei. Está sentado leyendo un libro de
estrategia militar, en ruso, y me saluda con la cabeza pero no dice
nada. Lukas me canta canciones en checo hasta que Kris y Marya
vienen a buscarlo. Me despido de él con un abrazo y le doy un beso
en la cabeza.

—Gracias —le digo a Sergei, después que se van—. Lo siento.

—Deja de decir eso. En serio. Me enfurece. —Deja el libro y se


levanta para irse. Luego se vuelve, su mirada atrapa y sostiene la
mía—. Te veré en tu habitación esta noche después de la cena.
CAPÍTULO 19

Día veinte...
Me he duchado, lavado y desenredado el pelo, y vuelvo a
parecer humana. La vista de la ventana de mi jardín enmarca una
escena nocturna con un trozo de luna creciente flotando en un cielo
estrellado. Estoy sentada frente a mi caballete dibujando un
bodegón con un jarrón y rosas cortadas, cuando oigo los pasos de
Sergei en el pasillo.

La cálida excitación que me recorre susurra que mi carne ha


vuelto a la vida.

Siento su presencia incluso antes que entre. Atraviesa la


puerta y se detiene junto a mi silla. Se agacha y me recorre la
mandíbula con un ligero toque y luego, con la voz más suave que
ha utilizado nunca, me dice:

—Quítate la ropa, Willow. Luego túmbate en la cama, de


espaldas. Solo quiero mirarte.

Normalmente, cuando habla en voz baja, le sigue un enorme


dolor inmediatamente después, pero de alguna manera, esta noche,
siento que no me hará daño.

Como en un sueño, me saco la camiseta por la cabeza. Me


desabrocho el sujetador. Me quito los pantalones y las bragas a la
vez con un movimiento suave y los dejo caer al suelo.

Mientras lo hago, los ojos de Sergei no se apartan de mí. Sus


manos se deslizan por su camisa, desabrochando los botones, luego
baja la cremallera y desliza los pantalones hacia abajo, pero toda
su atención se centra en mi cuerpo. Su mirada me recorre como
una cálida caricia, y siento que mi piel se calienta y se vuelve más
sensible.

Lo miro con los ojos medio cerrados. Nunca había estudiado


realmente su cuerpo. Cuando me folla, está casi siempre vestido, y
yo suelo estar aturdida por el miedo y la lujuria. Concentrada en
sobrevivir al dolor que me inflige y, lo que es peor, a la forma agónica
en que se burla de mi cuerpo y me hace desearlo.

Ahora me fijo no solo en el pecho ancho y que se estrecha


hasta la V de su torso, sino en el mosaico de heridas de guerra en
su piel. Agujeros de bala. Cortes de cuchillo. Salpicaduras de piel
quemada.

Se cierne sobre mí, y mis pezones se hinchan, subiendo hacia


él. Luego se desliza sobre la cama, encima de mí, y me besa la boca
con una suave ternura. Me muerde el labio inferior con mucha
suavidad, y gimo de placer.

Sus largos y lentos besos son minuciosos, escrutadores y


suaves; su lengua se desliza contra la mía en una caricia
exquisitamente erótica que me hace gemir suavemente contra su
boca. Me recorre el cuerpo con las manos, acariciándolo y
provocándolo, provocando escalofríos en mi piel por donde me toca.

Al principio con cautela, pero luego con creciente confianza,


deja que mis manos exploren su cuerpo. Grande, robusto, la carne
levantada de esas crueles cicatrices se texturiza bajo mi tacto. Las
exploro con mis dedos, trazando sus bordes con ligeros toques.
Nunca me había dejado tocarlo así. Sé que cree que lo hace débil,
vulnerable. Pero esta noche lo tolera. Lo desea, por la forma en que
su respiración se acelera.

Se retira un momento, rompiendo el beso, y me siento


despojada, pero se sostiene sobre mí con un brazo fuerte, con los
músculos abultados y tensos, y con la mano libre ajusta la cabeza
de su polla contra mi coño empapado. Es enorme, duro y lo deseo
tanto dentro de mí que es un dolor feroz.
Gime cuando se introduce en mi interior, y es un sonido
inquietante, crudo, vulnerable, lo rodeo con los brazos y lo estrecho
mientras empieza a moverse dentro de mí, empujando sus caderas
contra las mías para llegar lo más profundo posible, jurando
suavemente contra mi cuello en ruso.

Me empuja una y otra vez, su polla se arrastra por mi punto


G cada vez que se retira, y la tensión se enrosca entre mis muslos.
Jadeo y arqueo las caderas para encontrarme con él,
estremeciéndome de placer. Me aferro a los musculosos globos de
su culo, instándolo a entrar en mí con más fuerza y rapidez, pero él
sigue follándome lenta y minuciosamente. Levanto la mano para
trazar con el pulgar la cicatriz plateada que atraviesa su ceja. Tiene
los ojos cerrados, y las duras líneas de su rostro se convierten en
una expresión de necesidad cruda y abierta que me hace llorar.

Ahora, largos y dulces estremecimientos de felicidad recorren


mi cuerpo, y mi respiración se convierte en una serie de pequeños
jadeos ásperos mientras el orgasmo florece y se despliega en mi
interior. Él emite un gemido estrangulado y su polla se agita dentro
de mí y luego, amortigua sus gritos de liberación contra mi piel
mientras mi coño sufre espasmos a su alrededor y nos aferramos el
uno al otro, soportando las descargas de éxtasis que nos sacuden,
dejándonos sin fuerzas y sin sentido.

Se tumba detrás de mí y me rodea con sus brazos. Estamos


empapados de sudor. Poco a poco nuestra respiración se hace más
lenta. Puedo sentir cada uno de los latidos de su corazón
retumbando en mi espalda, y empiezo a relajarme cada vez más.
Poco a poco, el sueño llega y, por primera vez en semanas, no doy
vueltas en la cama durante horas.

Pero cuando me despierto, siento al instante su ausencia.

—¿Sergei? —lo llamo—. ¿Dónde estás?

Se ha ido. Me ha dejado de nuevo.

Día veintiuno...
Por la mañana, una sirvienta llama a la puerta y me dice que
el desayuno estará listo en veinte minutos. Mientras me meto en la
ducha, me permito esperar.

Y para mi sorpresa, está ahí, esperándome en el comedor. La


mesa está preparada con el increíble festín de siempre: montañas
de tocino, montones de huevos esponjosos y pilas de tortitas
empapadas de sirope de arce dulcemente perfumado. Logro esbozar
una pequeña sonrisa mientras me siento y echo terrones de azúcar
en mi café.

Ahora entiendo por qué las comidas de Sergei son siempre un


ejercicio de exceso, por qué después de una infancia de hambre,
debe amontonar los alimentos más ricos y deliciosos en cada
comida. Y me duele pensar en el estómago gruñendo de Sergei.

—¿Te sientes mejor? —pregunta Sergei, y se mete en la boca


un tenedor de patatas.

Doy un sorbo a mi café y considero la pregunta antes de


responder:

—No me siento como antes, y no creo que vuelva a hacerlo.


Es difícil expresarlo con palabras, pero... todo mi cuerpo se siente
diferente, porque estoy construida con materiales diferentes a los
que me hicieron creer. Es como si me hubieran dicho que estaba
hecha de oro, pero en realidad era de plomo. Todo lo que creía que
era verdad sobre mí es una mentira. Me siento diferente de adentro
hacia afuera. Empiezo a olvidar, empiezo a sentirme un poco mejor,
y entonces todo vuelve a aparecer y me siento sucia de nuevo.

—Sí. Eso pasa después de un trauma —dice Sergei con


solemnidad—. Pero sigues adelante y haces lo que hay que hacer
cada día. Y se desvanece, poco a poco. Aunque nunca desaparece.

No puedo permitirme pensar en la clase de traumas que


Sergei ha soportado, y en cómo debió sentirse al pasar días y noches
interminables.

Pero hoy puedo oler la comida, y estoy desayunando con


Sergei, y aunque todo es un poco más aburrido y feo, no es horrible
y doloroso por el momento.
Así que sirvo huevos en mi plato y apilo algunas tortitas. Y la
comida sabe tan bien como parece.

Sergei está en silencio mientras come, pero eso está bien. Su


presencia aquí, conmigo, lo dice todo. Normalmente, después de
intimar, me evita durante días, pero hace horas nos acostamos
juntos en el encuentro más tierno que hemos tenido, y aquí está
conmigo de nuevo.

Mientras estamos sentados, Maks se acerca a nosotros,


sosteniendo mi teléfono, el que me quitaron cuando llegué a casa
de Sergei. Una mirada agria le dibuja la cara.

—Anastasia. Quiere hablar con Willow —escupe las palabras


como trozos de carne podrida. Alcanzo el teléfono, pero se lo entrega
a Sergei.

—Escucha, pequeña perra mimada —ladra Sergei en el


teléfono—. Si dices una palabra más para molestar a Willow, te
cazaré, y las peores torturas de Vilyat parecerán una dulce, dulce
misericordia.

—¡Sergei! —grito—. ¡No le hables así!

Golpea el teléfono en la palma de mi mano, con los ojos


oscuros como un mar tormentoso.

—Anastasia —digo—. No esperaba volver a saber de ti.

—Solo quiero decir que siento lo que te dije —dice, sonando


perdida y triste—. No debí haberte arrastrado conmigo.

—No, hiciste lo correcto al decírmelo. Necesitaba saberlo.

—Puede ser. Pero no te lo dije por motivaciones


desinteresadas. Estaba enojada, estaba frustrada. Y estaba a la
defensiva. No estoy diciendo que estés equivocada al querer que
vaya a la policía. Solo digo que tengo que hacer lo que es correcto
para mis hijos. Nunca crecerán conociendo el tipo de vida que llevé.
—Hay un filo de acero en su voz cuando dice eso.

—Lo entiendo. —Me froto la cara con las manos. Lo hago


mucho estos días. Mi piel se siente sucia, y no importa lo mucho
que me refriegue en la ducha, una arenilla invisible se aferra a mí—
. Y no debí haber dicho que estás muerta para mí. Cuando me
enfado, arremeto. Eres mi familia. Siempre lo serán. —Suspiro—.
Pero no voy a renunciar a esto, Anastasia.

—Las cosas cambiarán pronto, estoy segura —habla


crípticamente, pero estoy segura que quiere decir que Vilyat morirá
pronto.

Así que respondo crípticamente:

—El cambio será muy pequeño.

Lógicamente, sé que se trafica con personas en todo el mundo


y que nunca se detendrá. Pero saber que tiene información que
podría salvar a las mujeres de la tortura en este momento, y que
decide no hacerlo, es un trago amargo.

—¿Cómo está Lukas? —Ni siquiera es sutil al cambiar de


tema.

—Bien. Seguro que echa de menos a Helenka y a Yuri. ¿Cómo


están?

—Hasta ahora todo está bien. Helenka está tranquila y seria.


No es la misma que acostumbra a ser, bromista. Nos alojamos en
un complejo de apartamentos con muy buena seguridad. Estamos
en el primer piso, así que no tenemos que subir al ascensor ni a las
escaleras. Vilyat firmó todos los papeles que yo quería que firmara,
y me dio dos millones de dólares, y pagó a mis abogados, y no he
sabido nada de él. Podrías venir a quedarte con nosotros —añade
esperanzada.

—No hasta que pasen ciertas cosas. —Como que vaya a la


policía con lo que tiene sobre Vilyat.

—Ya veo. —Eso es todo lo que dice. Luego se aclara la


garganta—: ¿Está bien Jasha? ¿Podrías decirle que le mando
saludos y que los niños extrañan sus clases?

—No, no lo haré. Si quieres decírselo, ven y hazlo tú misma.


Tengo que irme. Te quiero, Anastasia, pero también estoy muy
decepcionada contigo, a un nivel que ni siquiera puedo comunicar.
Estás permitiendo que sucedan cosas malas. Podrías ayudar a la
gente, y eliges no hacerlo.

—Yo también te quiero. Cuidaste de mis hijos durante mucho


tiempo. Y a mí, también me cuidaste. Después que renuncié a la
vida. Me sacaste de las sombras. Me dijiste que valía la pena
salvarme, y finalmente te creí. Cuídate, Willow, espero poder verte
pronto.

Cuando cuelgo, miro a mi alrededor buscando a Maks, pero


no está. Intento devolverle el teléfono a Sergei. Él niega con la
cabeza.

—Quédatelo —dice. Y da un enorme trago a su café.

Lo miro sorprendida.

—¿De verdad? ¿No te preocupa que intente pedir ayuda?

—¿Llamar a quién? —pregunta—. Y no es por ser un idiota


pero, ¿a dónde irías? Estás sola y sin casa y dependes
completamente de mí. A menos que quieras cambiar tu moral por
seguridad, y mudarte con tu tía después de todo.

Le frunzo el ceño.

—Vaya, no, eso no ha sido para nada una estupidez. —Dejo


el teléfono junto a mi plato, sintiéndome desanimada y
decepcionada.

Tiene razón. Y quedan siete días para que se acaben mis


treinta días. ¿Realmente me echará? ¿O me dará la casa y se irá?
¿O me dejará quedarme con él?

No me atrevo a preguntar, así que me limito a pinchar mis


tortitas con el tenedor y a ver cómo sangran jarabe, e imagino que
es la sangre roja de Vilyat.
CAPÍTULO 20

Día veintidós...

Anoche se acercó a mí y me despertó del sueño, volvimos a


tener sexo, y esta vez fue un poco más duro. Me sujetó las manos
por encima de la cabeza, me puso la barbilla en la mano y me hizo
mirarlo cuando me corrí. Después se acostó conmigo durante
horas, acariciándome suavemente. Pero todavía no quiere dormir
en la misma cama que yo.

Se ha saltado el desayuno, pero a las once de la mañana viene


a buscarme cuando estoy dando un paseo por el jardín. Lleva un
traje de lino gris claro y huele a colonia picante y testosterona.

—Vamos a salir a comer. No discutas conmigo, joder —gruñe


Sergei, cuando abro la boca para protestar que no estoy dispuesta
a ello.

Dejo caer mi mirada.

—No voy a discutir.

—Sí, de hecho, lo harías. Conozco la expresión de tu cara, la


forma en que tu cuerpo se mueve, cuando estás a punto de discutir
conmigo. Así que me estás mintiendo. ¿Tanto te apetece que te den
unos azotes? —Sus ojos brillan.

Resoplo:

—Sergei, dices las cosas más dulces.

Eso hace que me mire mal.


—Si empiezo a actuar con dulzura, es porque alguien ha
puesto un microchip en mi cerebro y está controlando mis
pensamientos. Por favor, haz que me disparen y me saquen de la
miseria de todos.

—La idea se me ha metido en la cabeza. Más de una vez —


digo con ironía.

—¿Ah, sí? ¿Te he recordado últimamente quién manda,


pequeña Willow? —Me agarra la nalga y aprieta con fuerza. Me
sacudo y jadeo de dolor y excitación. Me encantó cuando fue dulce
y tierno hace un par de días, pero esta es mi droga. Es crack. Es un
helado de chocolate del tamaño de una montaña y es un subidón
de endorfinas por el que moriría. Me doy cuenta de lo mucho que
me he perdido cuando me atormenta.

—Podríamos ir un poco más tarde —le digo.

—Sé que eso es lo que quieres. Por eso te voy a hacer esperar.
Es parte de tu castigo.

Lo miro fijamente, asombrada.

—Eres un malvado hijo de puta.

Ante eso, guiña un ojo, con una sonrisa macabra.

—¿Ahora quién dice cosas dulces? Vístete en quince minutos,


o te meteré algo por el culo que te haga llorar como un bebé.

Maldita sea. Cuando dice cosas así, quiero arrancarme la ropa


y lamerlo de pies a cabeza.

Me voy a mi habitación, sonriendo y sintiendo calor por todas


partes. Entro en mi armario y un repentino ataque de pánico me
inunda como un maremoto y caigo de rodillas, jadeando. Tengo un
frío glacial. Estoy temblando.

Las voces feas me gritan.

¿Bromea mientras violan a las mujeres? ¿Estás coqueteando


mientras son torturadas? ¿Siendo asesinadas? Perra egoísta, perra
egoísta, perra egoísta...
¡Tu padre vendía niños pequeños! ¡No te mereces más que el
dolor! Perra egoísta, perra egoísta, perra egoísta...

Aprieto los puños y mis uñas se hunden en las palmas.


Debería golpearme. Debería golpearme la cabeza contra la pared
hasta abrirme el cráneo y dejar que se me escapen los sesos.

—¿Willow? —Sergei está de pie sobre mí.

—¡Oh! —jadeo, y me sobresalto violentamente. Las voces se


desvanecen y desaparecen. Le miro boquiabierta—. He perdido un
pendiente.

Se agacha, me toma de la mano y me pone de pie.

—Ahí está. En tu oreja. Hace juego con el otro que llevas.

—¿Lo está? —Mi mano revolotea hacia mis orejas.

—Lo que querías decir es que estabas teniendo un ataque de


pánico. Toma, ponte esto. —Me empuja un vestido blanco de seda
en forma de A, y se queda esperando.

Me quito los pantalones y la camiseta y me cambio,


sintiéndome increíblemente agradecida que no intente hablarme de
mis sentimientos ni reprenderme por mi debilidad. Simplemente
está ahí, dándome exactamente lo que necesito, ni más ni menos.

¿Cómo sabe darme exactamente lo que necesito?

Cuando salgo a duras penas hacia el auto, no puedo decir que


el ataque de pánico haya desaparecido por completo. Las voces
gritonas me han asustado y desorientado, y mi corazón sigue
latiendo más rápido y respiro con demasiada rapidez, pero me
recuerdo a mí misma que no tengo que sentirme bien todo el tiempo.
Solo tengo que seguir avanzando. Un pie delante del otro.

A veces estaré bien. A veces me sentiré fatal. Tanto si me


siento bien como si me siento mal, lo más importante es recordar
que esto también pasará.

El restaurante está a media hora de distancia, en un pequeño


y encantador pueblo costero del centro. Sergei pide el vino por
nosotros y yo elijo una ensalada de marisco. Por supuesto, sus
guardaespaldas nos acompañan, y se sientan en una mesa junto a
nosotros.

Cuando me levanto para ir al baño, me siento extrañamente


ligera, como un globo al que le han cortado la cuerda. Me doy
cuenta que es la primera vez que salgo con Sergei, sin que nadie me
pise los talones. Es una cita de verdad. No una situación de
rehenes. Ese pensamiento me arranca una risa temblorosa.

Mientras estoy en el fregadero lavándome las manos, suena


mi teléfono. Es el tono de llamada de Anastasia.

Cuando respondo, se pone a gritar de pánico:

—¡La tiene!

El corazón me salta a la garganta. No tengo que preguntar


quién tiene a quién.

—¿Cuándo? —exijo.

—No sé, estaba en mi ordenador cuando Yuri entró y me dio


una nota que había dejado en su cama. La nota decía que se había
escapado porque no le cuento lo que pasa con su padre. Pudo haber
estado fuera hasta un par de horas para entonces. Luego, justo
después de eso, como hace dos minutos, recibí una llamada de su
teléfono. Era Vilyat. —Su voz se eleva cada vez más, casi gritando
en el teléfono—. La agarró cuando estaba en el estacionamiento
fuera del condominio. Dice que debo llamar a las emisoras de
noticias de inmediato y decirles que mentí acerca de que me había
golpeado, y que debo darle la custodia total de los dos niños, y
devolver todo el dinero, e internarme en una institución mental, o
no volveré a verla. ¿Qué hago? Si le doy todo el dinero, ¿me la
devolverá?

Mantén la calma, mantén la calma...

—Déjame preguntarle a Sergei. No hagas nada hasta que te


llame. No caigas en sus amenazas. Incluso si haces todo lo que te
pide, no te dejará tener a los niños de nuevo.

Ella solloza.
—Oh, Dios, por favor, sálvala, Willow. Entregaré la
información a la policía. Haré lo que sea.

—Te llamaré enseguida. Sergei la salvará. Sé que lo hará. —


No lo sé, pero no puedo aceptar otro resultado.

Antes que pueda salir de la habitación, mi teléfono vuelve a


sonar. Es el teléfono de Helenka, pero sé que no será ella quien
llama.

Le respondo, con las entrañas líquidas de terror.

—Escúchame, pequeña zorra —gruñe Vilyat. Oigo los sollozos


de Helenka en el fondo. Helenka nunca llora. ¿Qué le ha hecho?

La rabia que me arde es la más pura y verdadera que he


sentido nunca. Voy a acabar con él.

—Estás en el baño de Salty Dog. Sal por la ventana y cruza el


aparcamiento. Verás una furgoneta azul allí esperándote.

Así que hizo que alguien siguiera el auto de Sergei hasta aquí.

—Bien. Me cambiaré por Helenka. Si me quieres, tienes que


dejarla ir.

—¡No puedes negociar conmigo, perra traidora! —Vilyat ruge.


Oigo un sonido de bofetada y Helenka grita. Me cuesta todo lo que
tengo para no gritar de furia.

—Quieres tener ventaja sobre Sergei —digo, manteniendo la


voz firme. Estoy a punto de morir, de ser violada o torturada. Lo sé.
Pero la vida de Helenka depende que mantenga la calma—. A él no
le importa menos ella. Le importo yo. La dejarás ir, y yo iré contigo
y haré todo lo que digas.

Cuelgo antes que pueda responder.

Salgo por la ventana y caigo torpemente al suelo. Saco mi


pequeño bote de gas lacrimógeno del bolso, subo la tapa y corro
hasta la mitad del aparcamiento. El maldito aparcamiento vacío.
Nadie que me ayude, nadie que me oiga gritar. Dios, ojalá tuviera
todavía mi pistola eléctrica, o mejor, una pistola.
Veo la furgoneta, con el motor en marcha, esperando.

La puerta se abre. Veo a Helenka y a Vilyat, y a un hombre


que apunta con una pistola a la cabeza de Helenka. Su cara está
contorsionada por el terror. Quiero caer al suelo y morir, pero me
pongo de pie, por ella.

—Déjenla salir —digo—. No voy a entrar hasta que ella esté


libre.

La puerta se cierra y la furgoneta comienza a alejarse


lentamente.

Me obligo a permanecer allí. Es lo más difícil que he hecho,


pero no tengo otra opción.

Finalmente el auto retrocede y la puerta se abre. Helenka y el


hombre salen. Él tiene el brazo de ella enroscado en la espalda y la
boca de ella está abierta en un gemido sin palabras.

—Suéltala —digo. Me acerco. Está tan pálida, parece tan


desgraciada e indefensa... han convertido a Helenka la guerrera en
una niña aterrorizada. Puedo ver marcas rojas por toda su cara,
donde la han golpeado, y su labio está sangrando.

Estoy casi encima de ellos, pero me mantengo fuera de su


alcance.

Ahora oigo a un grupo de personas hablando, a la vuelta de


la esquina, al lado del restaurante. Él también lo oye; sus ojos se
dirigen nerviosos en dirección a sus voces.

El hombre la suelta, se precipita hacia adelante y me agarra


por el brazo. Ella empieza a alejarse a trompicones, y él la agarra
de nuevo, y ahora nos arrastra a las dos hacia la furgoneta. Tanteo
con mi maza y él me da un violento tirón, haciéndome soltarla y
caer de rodillas.

La expresión del rostro de Helenka cambia en un instante.

Tan suave como puede ser, ella le da una patada en la


entrepierna tan fuerte que él se dobla, soltándonos a las dos. Le da
otra patada, en la mandíbula, tan fuerte que oigo cómo cruje. La
sangre sale a borbotones de su boca. ¡Todo fue un acto! Un
hermoso, hermoso acto. Gracias a Dios por Jasha. Sin su
enseñanza, ella ya estaría de vuelta en la furgoneta.

Otro hombre sale disparado del auto y me agarra mientras me


pongo en pie tambaleándome, y le grito a Helenka:

—¡Sergei está en el restaurante, ve con él, corre, corre!

Helenka vuela por el aparcamiento con los pies apenas


tocando el suelo, doblando la esquina, chillando a pleno pulmón
todo el camino. Su chillona voz de niña canta en el viento.

—¡Secuestradores! ¡Pervertidos! ¡Son secuestradores,


trataron de secuestrarme, trataron de violarme, secuestradores,
violación, violación, violación! —Al instante oigo gritos de respuesta,
cada vez más cerca.

Pero es demasiado tarde. Me meten en la furgoneta,


arañando, mordiendo y golpeando. La puerta de la furgoneta se
cierra de golpe. Sé que no voy a ganar, pero juro que caeré
luchando.

Vilyat está al volante. La furgoneta sale chirriando del


aparcamiento.

Estoy en el suelo, agitándome y pataleando. Un hombre me


da una bofetada tan fuerte en la cara que mi cabeza rebota contra
la puerta. Luego, me ponen un paño apestoso en la boca y la nariz.
Cloroformo. Intento aguantar la respiración, pero alguien me golpea
en el estómago, obligándome a aspirar aire, y todo se vuelve oscuro.
CAPÍTULO 21

¿Día veintiuno?
Es el olor lo que me despierta. Tengo los ojos cerrados, mi
mundo está oscuro, pero el olor a orina y sangre se abre paso en
mis fosas nasales.

Tengo arcadas y aspiro aire por la boca, pero el hedor es tan


fuerte que puedo saborearlo. Poco a poco, la inoportuna conciencia
barre la niebla de mi cabeza.

No me atrevo a abrir los ojos, por miedo a lo que voy a ver,


pero sé que me han desnudado. Mis manos y pies están
encadenados a un colchón. El terror me corroe.

Sergei nunca me encontrará.

Es mi final.

Al menos Helenka ha escapado. Rezo para que Sergei ofrezca


protección a Helenka, a Yuri y a mi tía hasta que pueda encontrar
a Vilyat y matarlo. Tiene que saber que ese sería mi último deseo.
Mi última voluntad.

Unos pasos se acercan a mi cama y me pongo en tensión,


preparándome para lo que venga después. Una explosión de agua
helada me golpea, y tiro violentamente de mis cadenas y abro los
ojos, jadeando. Mi visión se enfoca y miro fijamente a un hombre
que se cierne sobre mí. No lo reconozco; tiene una cara cuadrada,
con cicatrices de acné y una nariz que se desvía hacia la izquierda.
Lleva en la mano un cubo vacío que deja caer al suelo con estrépito.
—Pareces una rata ahogada —se burla.

Tengo la boca seca, o le escupiría.

—Pareces un muerto andante —le digo con rudeza—. Sergei


te va a convertir en comida para perros.

—¿Es eso cierto? Bueno, entonces debería divertirme primero


con su chica. —Sonríe y me pasa la mano por el estómago. Me
pongo rígida de asco. Mi piel quiere alejarse de él. Se pone en
cuclillas hasta que su aliento caliente y asqueroso me abanica la
cara y me mete el dedo. Me quedo rígida, negándome a moverme o
a luchar. Finjo que es un tampón. Se me congela la cara hasta
convertirla en piedra. Miro su cara sin verla, imaginando el océano,
construyendo un cuadro para bloquear su imagen.

Parece decepcionado por mi falta de reacción y vuelve a sacar


el dedo.

—Eres una perra asquerosa, pero te voy a follar de todos


modos. Porque sé que no quieres que lo haga.

Me encuentro con su mirada. Tarde o temprano, sé que me


romperé, pero voy a hacerlo sentir miserable de todas las maneras
posibles durante todo el tiempo que pueda.

—Parece un problema personal.

Me da una bofetada en la cara. Ahogo un grito.

—¿Mamá no te abrazaba cuando crecías? —me burlo de él. Si


consigo que se enfade lo suficiente como para matarme, me libraré
de la violación y la tortura que seguramente se avecinan.

—¡Cállate, puta!

—O tal vez te abrazó demasiado. —Me abofetea de nuevo—.


¿O fue papá?

Me golpea en un lado de la cabeza. Me saltan chispas detrás


de los ojos.

—Ooh, he tocado un nervio —jadeo.


Echa el brazo hacia atrás y no puedo evitar estremecerme,
porque esto va a doler.

Pero una extraña sensación se agolpa en mi interior, una


sensación de poder. Estoy atada, desnuda, y sigo moviendo sus
hilos.

Es débil donde cuenta. Soy fuerte donde cuenta.

Tal vez pueda manipularlo para que me desate. Tengo algunos


trucos que él nunca esperaría. Sí, acabaré muerta pase lo que pase,
pero la idea de asestar algunos golpes finales, quizá incluso
matarlo, enciende una hermosa llama en mi interior.

De repente no soy débil y asquerosa, contaminada por mi


propia genética. Soy una guerrera que planea una campaña de
resistencia.

Me da un puñetazo en un lado de la cabeza y yo gruño de


dolor. Las lágrimas fluyen por mis mejillas.

Pero al mismo tiempo, flexiono mi cara en una sonrisa


maníaca.

—¿De qué demonios te ríes, zorra? —grita, con los ojos


desorbitados de rabia.

Sí.

Lo miro fijamente.

—Mi tío tiene grandes planes para mí, y no incluyen morir a


manos de un chihuahua chillón como tú. Así que me estoy
imaginando cómo, después que me mates, te va a cortar en
pedacitos mientras estás vivo, y te va a dar de comer a los tiburones.

Su cara se retuerce de consternación. Es cierto, y él lo sabe:


si me mata, se meterá en un buen lío y morirá.

Da una patada al marco de la cama en señal de frustración.

Sí.

—Puedo hacer que desees que te mate —escupe.


—Muy bien entonces. Que empiece la fiesta, pequeño.

Patea la cama una y otra vez, en un frenesí.

Sí, sí, sí. Aunque estoy mareada por el golpe en la cabeza,


siento que me elevo con el triunfo.

—¡Perra! —aúlla, impotente por la rabia frustrada. Levanta el


puño para golpearme de nuevo.

—¡Deja de golpearla! Para! —grita alguien.

Me retuerzo en la cama y miro por primera vez la habitación.


Creo que estamos en una casa rodante. Las ventanas están
oscurecidas y las luces son tenues, pero no tanto como para no ver
a una chica que está encadenada a una pared a unos tres metros
de mí. También está desnuda, y tiene el pelo suelto y ensortijado.
Tiene moratones por todo el abdomen.

Mi cuerpo se tensa.

Y una sonrisa maligna tuerce la boca del hombre.

Su espeluznante mirada va de ella a mí y viceversa.

—¿Crees que es virgen? No creo que sea virgen. Voy a


averiguarlo.

—¡No! —grito, y al instante me arrepiento. Soy tan, tan


estúpida. Acabo de animarlo a que la lastime, y lo único que ella
hizo fue pedirle que no me pegara.

Se acerca a ella, se agacha y le muerde el pezón izquierdo con


tanta fuerza que ella aúlla de dolor.

Entonces va y toma un revólver de un armario, se acerca a


ella y le mete la pistola entre las piernas. Le mete el cañón dentro
de la vagina, violentamente. Ella grita y grita, con los ojos
desorbitados de terror.

—Acabo de recordar que no es virgen. Porque ayer le hice


estallar su cereza. Deberías haber estado aquí, ella gritó muy
bonito.
—Por favor, no —grito—. Por favor. Lo siento. Tómame a mí
en su lugar. Haré todo lo que quieras.

—Oh, voy a tomarte en cada agujero que tengas. Justo


después de jugar a la ruleta rusa con el coño de esta perra.

Hace girar el cilindro del revólver y aprieta el gatillo. Ella se


desmaya de terror.

Desliza la pistola, se acerca al cubo, lo toma y lo lleva al


fregadero. Ella se desploma sobre sus cadenas. Llena el cubo, lo
lleva y se lo echa en la cabeza para despertarla de nuevo.

Ella se agita y llora. Él va a buscar el revólver al mostrador.

Me muerdo el labio para no gritar y suplicar. Es lo que quiere,


así que no se lo daré.

—¿Te sientes afortunada hoy, zorra? —le canturrea a la mujer


que cuelga de sus cadenas. Vuelve a deslizar la pistola.

—¡No, no, no, no! —grita.

La puerta se abre de golpe y la luz inunda la habitación. Un


hombre asoma la cabeza y lo mira.

—Maldito idiota —gruñe el hombre—. Ella vale cincuenta de


los grandes fácilmente. ¿Vas a pagarle a Vilyat cincuenta de los
grandes después de dispararle por arrebato?

De mala gana, el hombre desliza el arma fuera de la vagina de


la mujer. Comienza a dirigirse de nuevo hacia mí, y una asquerosa
oleada de alivio me deja sin aliento. Nada de lo que pueda hacerme
es peor que verlo abusar de esa chica. Entonces se oye un grito
desde fuera.

—¡Nos atacan! —grita un hombre.

Nuestro torturador sale corriendo de la habitación.

Oigo disparos y maldiciones.

Sergei. Por favor, por favor, por favor...


Un rato después, Jasha entra corriendo en la habitación y yo
empiezo a sollozar de alivio. Tiene una cizalla. Corta mis cadenas,
se quita la chaqueta y me la da. Me la pongo. Por suerte, él es
enorme y yo baja, así que me cubre. Entonces libera a la chica que
cuelga de la pared. Ella cae al suelo, de rodillas, y llora y llora. Jasha
se desprende de su camiseta y se la da, y ella se la pone
rápidamente, abrazándose a sí misma. Tratando de protegerse del
tacto, del abuso, con esos brazos flacos que tiene.

Jasha me pone en pie. Todavía estoy débil y temblorosa por el


dolor y el terror y por la droga que me han dado. No hay más gritos
ni disparos.

—¡Helenka! —grito—. Oh Dios, ¿está bien?

—Ella está bien. Está en casa de Sergei con Yuri y su madre.


Están muy preocupados por ti.

—¿Dónde está Sergei? —exijo.

—Está ocupado. Voy a llevarte a casa. —Ve la mirada de dolor


y desconcierto en mi rostro y añade—: Está ocupado con Vilyat.

Y eso me hace sonreír, a pesar de todo. Porque eso significa


que Anastasia, mis primos y yo estamos por fin a salvo.

—Muy bien entonces —digo.

Más hombres entran en la habitación. Uno de ellos tiene una


manta, la envuelve en la chica y la toma en brazos.

—Vamos. No te preocupes por ella; la llevarán al hospital —


dice Jasha, y tiene que sostenerme mientras salgo a la luz del día.

Me balanceo sobre mis pies, tratando de orientarme. ¿Dónde


diablos estoy? No reconozco este lugar. Es el crepúsculo. Estamos
en una zona boscosa al final de un camino de tierra, y hay otra
caravana apiñada junto a la que yo estaba. Hay una docena de
autos aparcados en la hierba, dispersos alrededor de los remolques.
Hay hombres tumbados en la tierra, chorreando la sangre de su
vida, con los ojos vacíos mirando al cielo.
Veo a Sergei metiendo a un hombre con una bolsa en la
cabeza en la parte trasera de una furgoneta.

Vilyat.

Jasha me ayuda a subir al asiento trasero de un todoterreno


y me acurruco allí, temblando por todo el cuerpo. Mientras me lleva
de vuelta a la casa, recuerdo una broma que hizo Sergei antes,
sobre un microchip. Y sé cómo me encontró Sergei.
CAPÍTULO 22
SERGEI

Día veintiuno...
—Qué bien que te unas a nosotros —le digo a Jasha, mientras
se apresura a entrar en la parte trasera del almacén.

Parpadea bajo las luces fluorescentes. He iluminado esta


habitación como el sol; no quiero perderme de nada.

—Oh, qué bien, no has empezado sin mí —dice, entrecerrando


los ojos.

—¿Estás bromeando? ¿Después de todos estos años? Nunca


lo haría. —Sonrío—. Todos hemos estado disfrutando del
espectáculo mientras te esperábamos.

Vilyat ya se ha meado y cagado de terror. Lo tengo desnudo y


atado, colgado de las manos en este almacén privado que poseo,
esperando a Jasha.

Todos mis hombres están aquí, alineados, mirando.

El aire crepita de expectación. Hemos esperado este momento


durante mucho tiempo. Siempre supimos que era posible que uno
de los enemigos de Vilyat llegara a él primero. Ese era el riesgo que
corríamos, con nuestra larga y prolongada campaña de terror. Pero
la suerte nos ha sonreído y ahora lo tenemos.
Estoy en un estado maníaco. Willow está a salvo. Había seis
chicas retenidas en los remolques; todas están siendo atendidas
ahora, recuperándose, después que mis hombres las dejaran en el
aparcamiento de un supermercado a minutos de un hospital. Los
secuaces de Vilyat están todos muertos.

Con toda la presión que hay sobre Vilyat en este momento,


fue una locura que secuestrara a esas chicas. Estudiantes
universitarias de fiesta en un club nocturno, camareras, una chica
que salía de su apartamento para fumar... balbuceaban sus
historias a mis hombres mientras las llevaban a un lugar seguro.
Vilyat hacía que sus hombres las drogaran o las agarraran mientras
caminaban hacia sus autos después del trabajo. Simplemente no
podía detenerse.

Él es una enfermedad, como todos los hombres de Toporov.


Se drogan con la tortura, y cuanto más suaves y dulces son sus
víctimas, más excitante es para ellos. Hacen que mis oscuros deseos
parezcan de vainilla y dulces en comparación.

Pues bien, ahora va a tener más que un sabor de su propia


medicina.

Me acerco a una mesa llena de instrumentos crueles y agarro


un cuchillo de desollar. Lo ve, y chilla, se agacha y patalea.

—¡Te pagaré lo que sea! —suplica—. Trabajaré para ti gratis.


Dejaré ir a mi esposa y a mis hijos, para siempre, no volveré a
perseguirlos. Dejaré ir a Willow.

Me limito a mirarlo, acariciando la hoja de mi cuchillo como


un amante.

—Ya se han ido —le digo—. Ahora son mi familia. Todos te


odian, ¿lo sabías? No solo tu mujer. Tus hijos. No sienten más que
desprecio y asco por ti. Eres un fracaso como ser humano, y un
fracaso como padre.

Me acerco a él y trata de alejarse de mí. Le trazo una fina y


superficial línea vertical en el estómago, de la misma manera que
hace con sus víctimas cuando termina con ellas. Excepto que solo
corto la piel.
—¿Quién es Cataha? —exijo, por una corazonada. Cataha
destripa a sus víctimas de la misma manera que Vilyat. Tal vez los
dos trabajaron juntos en algún momento.

—¿Satán? —Sus ojos inyectados en sangre se abren de par en


par, desconcertados—. Soy... soy un cristiano... —balbucea. De
acuerdo. Sí, se sabe que va a la iglesia de vez en cuando. Y es
cristiano como si yo fuera un puto marciano.

Le doy un puñetazo en el estómago y gime de dolor.

—Cataha. El traficante de Rusia. —Le pincho el pecho con la


punta del cuchillo.

—Nunca he oído hablar de él. Puedo encontrarlo para ti. ¿Lo


quieres? —Tan desesperadamente ansioso por complacerme.

Mis hombres se amontonan a mi alrededor. Hago otro corte


en el vientre de Vilyat, justo al lado del primero.

—No, tengo lo que quiero aquí.

—¡Puedo hacerte rico! —grita, descerebrado por el dolor y el


terror.

—¿De verdad? —digo suavemente—. ¿Cómo? ¿Tal vez


podríamos hacer negocios juntos traficando con putitas?

Sus ojos se iluminan. Jadea de alivio. Idiota.

—¡Sí! ¿Te gustan los niños pequeños? ¡Puedo conseguirte


todos los niñitos que quieras, todo el día! Tengo una casa llena de
ellos en Rusia; ¡son todos nuevos! ¡La mayoría de ellos ni siquiera
han sido follados todavía! Dulces, inocentes... —Entonces ve la
mirada en mi cara.

Y se da cuenta, finalmente.

—Tú... tú eras del orfanato. Creo que ahora lo recuerdo. La


forma en que me mirabas. Esos ojos...
—¿Orfanato? —Le doy un puñetazo en la nariz y se rompe con
un crujido satisfactorio—. ¿Te refieres al prostíbulo de niños
esclavos sexuales?

Vilyat grita en agonía.

—Oh, joder, oh, joder... debí haberte matado entonces... por


mirarme así...

—Sí, debiste haberlo hecho. —Le doy otro puñetazo y le rompo


la mandíbula. Ninguna sinfonía podría sonar más dulce que los
ruidos que hace Vilyat ahora mismo.

—Tus clientes violaron a mi hermano pequeño. Se llamaba


Pyotr. Él es la razón por la que vas a morir antes que salga el sol.
—Una ola de euforia salvaje me inunda. Llevo catorce años
ensayando esas palabras en mi cabeza. Catorce. Malditos. Años.

Jasha se acerca con un látigo. Sus ojos son negros como el


pecado y está temblando por la necesidad de venganza.

—Déjame —suplica.

Doy un paso atrás.

—Ve —digo. Jasha golpea a Vilyat con el látigo con tanta


fuerza que la sangre brota de él. Vilyat aúlla al cielo, igual que hizo
Jasha cuando los hombres del prostíbulo de Vilyat lo destrozaron.

Entonces Slavik da un giro.

Entonces Maks.

El hedor cobrizo de la sangre de Vilyat cubre nuestras fosas


nasales.

Mis hombres sudan y gruñen de esfuerzo, jadean de


satisfacción. Es todo lo que hemos soñado.

Empujo hacia adelante y empujo la hoja del cuchillo contra la


entrepierna de Vilyat.

—Dime dónde tienes a los niños, o te cortaré la polla —digo.


—No, no, noooo.... —Para un hombre al que le gusta repartir
dolor, seguro que no puede soportarlo. Me acerco a él con mi
cuchillo. Empiezo a cortar la raíz de su polla flácida y colgante,
lentamente, y se vuelve loco, chillando como una mujer. Pateando
sus piernas. ¿Para qué necesita su polla? De todos modos, pronto
estará muerto. Nunca podrá usarla de nuevo.

Se vomita.

Entonces me dice.

Jasha se apresura a salir de la habitación para hacer una


llamada telefónica a uno de nuestros mejores contactos: el
periodista ruso Akim. Trabajamos tanto con Akim y el periódico
Reforma que prácticamente son socios comerciales. Reforma no
sabe que creamos a Akim, y que son marionetas cuyos hilos
movemos. No pasa nada. Ellos tienen su trabajo, nosotros el
nuestro.

Tendremos a los niños liberados en pocas horas.

Por supuesto, después de lo que Vilyat y sus hombres les


hicieron pasar, nunca serán realmente libres. Lo sé mejor que
nadie.

Mientras Jasha está en el teléfono, poco a poco veo lejos a


Vilyat.

Dejo que cada uno de mis hombres tenga más turnos con el
látigo, con los cuchillos, con las picanas insertadas en lugares que
hacen gritar y convulsionar a Vilyat hasta que se desmaya. Verlos
trabajar es tan satisfactorio como hacerlo yo mismo.

Conseguimos alargarlo durante horas. Ojalá pudiéramos


hacer que dure más.

Finalmente, su último y torturado aliento se desprende de su


cuerpo, y cuelga, inerte y sin vida, con los dedos de los pies
arrastrándose por un charco de sus fluidos derramados.

Un buen hombre se sentiría mal por lo que acabo de hacer.


Mientras nos vamos, me siento limpio, ligero y libre. No soy un buen
hombre.
CAPÍTULO 23
SERGEI

Día veinticuatro...
Son las nueve de la mañana. Willow tiene una conmoción
cerebral y se marea cuando camina, así que se ha tomado los
últimos días con calma en la cama. He estado ocupado con nuestro
proyecto final, que se desarrollará en los próximos días, pero mi
ansia por ella vuelve a distraerme así que, finalmente cedo a ella.

Si me permitiera estar con ella como un hombre normal,


durmiendo con ella todas las noches, pasando tiempo con ella todos
los días, si no me obligara a alejarme de ella durante días... no me
consumirían estos ataques de deseo que me apartan de los asuntos
urgentes. Pero si lo hiciera, me acostumbraría a la paz y la ligereza
que solo ella puede agraciarme. Y eso nunca lo podré hacer.

Está sentada en la cama, apoyada en una montaña de


almohadas. El lado derecho de su cara está hinchado y manchado
de morado y azul. Helenka, Yuri y Anastasia están sentados con
ella. Yuri tiene en la mano un libro de cuentos que debió haberle
leído. Veo algunos dibujos en su mesita de noche que son
claramente obra de Lukas. Ese chico tiene talento, no se puede
negar. Por supuesto, Willow fue la que lo detectó; ella ve lo mejor de
todo el mundo.
Willow logra una débil sonrisa. Los demás me miran con
recelo. Hemos llegado a una tregua inestable. Vilyat ha muerto,
pero después de meses huyendo y saltando ante cualquier sombra,
aún no se sienten seguros. Así que están de vuelta en mi casa por
ahora, pero ya no son mis prisioneros. Por supuesto, todavía no
confían plenamente en mí. Eso es inteligente; sus instintos están
bien encaminados. No soy un hombre en el que se deba confiar.

—Ustedes váyanse —les dice Willow—. Nos vemos después de


la hora de comer.

Se ponen de pie.

—Ten cuidado —me dice Helenka—. Te tengo vigilado. Sé


dónde duermes.

Admiro su espíritu ardiente. Aunque sea una Toporov.

—Una advertencia justa. Duermo muy poco. Con una pistola


bajo la almohada.

Ella resopla:

—Jasha dice que es estúpido presumir de cosas así. ¿Por qué


decirles a tus enemigos lo que has preparado para ellos?

—Si Jasha te dijera que saltaras de un puente, ¿lo harías?

—Solo si supiera que puedo aterrizar directamente sobre ti —


dice Helenka con elegancia. Ella y Yuri se ríen y chocan los cinco.

Salen de la habitación y me acomodo junto a Willow. Tiene


ojeras y los moretones están ahora totalmente marcados y oscuros
contra su piel pálida.

Los trazo muy ligeramente con las yemas de los dedos.

—¿Cómo te sientes?

—Olvídate de mí. ¿Cómo te sientes? ¿Ahora que él se ha ido?

Me mira de forma escrutadora. Hay una preocupación


genuina en sus ojos. Incluso tumbada en su cama, dolorida y
mareada, está más preocupada por mí que por ella misma.
Después de todo lo que le he hecho.

Debería aborrecer mi mirada y mi olor.

Pero no lo hace. No puede. Su corazón es tan fuerte que sigue


siendo ella misma, incluso después de exponerse a una toxina como
yo.

Le sonrío suavemente.

—Me he quitado un peso de encima que llevaba años. —Me


inclino y rozo mis labios con los suyos. Sus labios se separan con
un suave gemido.

La sangre me llega a la ingle y me pone rígido y dolorido de


necesidad, así que retrocedo. Si no estuviera herida, la tomaría aquí
mismo, con dureza.

—¿Así que eso es todo? —me dice—. ¿El fin de tu misión?

Hay un par de cabos sueltos más que se solucionarán en


breve, pero cuanto menos sepa de mis asuntos, más segura estará.

—Todo envuelto con un bonito lazo.

Se apoya en mí, con la cabeza apoyada en mi hombro. Dulce,


suave y confiada.

—¿Te quedas conmigo? ¿Solo un rato?

No debería, pero con Willow, mi comportamiento nunca ha


sido racional. No desde el primer momento en que la vi, mal
escondida detrás de un grupo de palmeras en la casa de su tío.
Delgada, temblorosa, con los ojos enormes de miedo. Algo en ella
me llamó a nivel animal, y caí en su red sin darme cuenta. La aceché
como una presa pero, ¿quién es ahora el prisionero?

Desde ese día, me he estado mintiendo a mí mismo. Me mentí


a mí mismo cuando exigí que su tío me diera uno de sus hijos como
garantía. Siempre supe que sería Willow quien me entregaría su
tierna carne como sacrificio. Me mentí a mí mismo cuando me dije
que la destruiría solo por diversión, como daño colateral en mi
guerra contra los hombres Toporov. Me mentí a mí mismo cuando
pretendí creer que sería fácil alejarme de ella cuando terminara mi
campaña de venganza.

Y ahora mira a dónde me han llevado mis mentiras.

Obsesionado sin remedio con la mujer más amable y fuerte


que he conocido, y sin ninguna esperanza de futuro para nosotros.
Es un destino horrible que me merezco.

Como siempre, soy un egoísta, retiro las sábanas y me deslizo


en la cama junto a ella, atrayendo su delgado cuerpo contra el mío.
La rodeo con mis brazos y respiro su aroma a miel. Su pequeño y
redondo trasero se aprieta contra mi entrepierna, y mi erección
palpita en respuesta.

—¿Cómo me encontraste en la casa rodante de Vilyat? —


murmura—. No nos seguiste hasta allí. Entonces, ¿cómo?

Esquivo la pregunta.

—Soy bueno en lo que hago. —Acaricio su delgado brazo,


arrastrando mis dedos por su piel suave como la seda.

No deja que la distraiga. Sacude la cabeza, su pelo crujiendo


en la almohada.

—No, eso no es una respuesta. Sé lo que has hecho. Incluso


sé cuándo.

—Es así.

—Después que te volviste loco y enviaste a esa enfermera a


tratarme... me puso una especie de inyección y me dejó
inconsciente. Me implantaste un rastreador GPS mientras estuve
inconsciente. Así es como nos encontraste en Ohio, siempre supiste
dónde estaba. Desde el momento en que me escapé.

Es una chica inteligente.

—Tal vez —reconozco.


—Entonces, ¿por qué esperaste dos meses para venir a
buscarme? Toda esa charla sobre lo mucho que me necesitabas. O
me querías de vuelta o no. No tiene sentido.

Me muevo en la cama y me siento de nuevo, evitando su


mirada. No quiero responderle, porque eso expone una debilidad, y
yo desprecio la debilidad. Pero ella se merece la verdad, toda la que
yo pueda darle, al menos.

—Porque me aterrorizas, Willow. Desde el día en que perdí a


Pyotr, no me he permitido necesitar nada ni a nadie. Y entonces
llegaste a mi vida, y cuando no estás conmigo, tu ausencia quema
los pensamientos de mi cerebro. Esperaba que con el tiempo, mi
deseo por ti se desvaneciera, pero ha empeorado. Cada minuto de
cada día, me dolía por ti, hasta que no pude soportarlo más.

Logra una risa temblorosa.

—Eso es romántico y demente a partes iguales.

—Una descripción adecuada de mí, me imagino. En realidad,


eso es darme demasiado crédito en la parte romántica de la
ecuación.

—Entonces, el rastreador GPS. ¿En qué parte de mi cuerpo


está?

—No importa.

Se pone rígida de resentimiento y vuelve su maltrecho rostro


hacia mí.

—Es mi cuerpo, así que sí, importa. Sácalo.

Lanzo una risa incrédula.

—Hola, me llamo Sergei. Creí que me conocías, pero al parecer


no me conoces en absoluto. No acepto órdenes de nadie.

Deja escapar un suspiro de exasperación.

—Muy bien, te lo pediré amablemente entonces. Por favor,


saca tu dispositivo de espionaje de mi cuerpo. Señor.
Oh, echaba de menos escuchar eso. Pero no voy a ceder.

La miro fijamente a los ojos azul-grisáceos.

—No. Es como te mantengo a salvo.

—¡Así me mantienes bajo control!

Me encojo de hombros.

—¿Importa por qué? No va a salir.

Su mirada desciende y se mueve en la cama, dándome la


espalda. Esta debería ser mi señal para irme, pero no puedo reunir
la voluntad para dejarla. Todavía no.

Permanecemos en silencio durante varios minutos, y observo


cómo sube y baja su pecho.

Creo que se ha dormido, pero entonces se da la vuelta y me


mira de nuevo, con los ojos caídos por el cansancio.

—Quiero que sepas que cuando me castigabas... participé


voluntariamente —murmura—. Te gusta hacerme daño. Me gusta
el dolor. Me horrorizó darme cuenta de eso, y traté de culparte por
crear ese deseo perverso, pero no es tu culpa. Simplemente estoy
hecha así. El dolor me da placer. No quiero que nunca te sientas
mal por ello.

No me voy a librar tan fácilmente. Ella tampoco debería.

—Herir tu carne estuvo bien, porque sabía que era lo que


querías y necesitabas. Herir tus sentimientos no lo estaba.

—No, no lo es. —Está de acuerdo—. Pero creo que ahora


estamos mejor. Los dos, juntos. Sé que odias que te diga cosas
buenas, pero es una pena. Te perdono por las cosas que hiciste, y
entiendo tu motivación, aunque no deberías haberlo hecho. Y
aprecio todo lo que hiciste por mi familia. Creo que ni siquiera te
permites reconocer lo generoso que eres. Actúas como si ser decente
fuera un defecto de carácter, pero no lo es. ¿Todas esas cosas que
has hecho por la gente, sin otro motivo que darles lo que sabías que
necesitaban? Significa que no dejaste que mi familia te corroyera el
alma. Ellos perdieron. Tú ganaste. Sigues siendo bueno.

Eso me deja sin aliento y me quedo en silencio. En otro


tiempo, esas palabras me habrían hecho estallar de rabia, pero eso
fue antes de conocer a Willow. Ahora puedo dejar que me aplique
un bálsamo en mi alma herida y no devolverle el golpe.

¿Cómo pudo mirar en el páramo tóxico de mi interior y ver los


hilos brillantes de la humanidad que aún resplandecen? Solo ella
podría haberlo hecho. Nadie más.

Cierro los ojos y me doy cuenta que hay lágrimas que me


queman los párpados.

—Gracias —balbuceo, flotando en un mar de gratitud y dolor.


No me atrevo a moverme. El tiempo pasa mientras voy a la deriva
en una burbuja, ingrávida y sin cuidado.

—¿Qué pasa ahora? —me pregunta. Y vuelvo a caer a la tierra,


y es tan doloroso como lo había imaginado.

—Nos tomamos un día a la vez —digo, y beso su frente.

Pero estoy mintiendo. Porque soy una basura. Lo peor de lo


peor.

Ya sé lo que va a pasar. Pronto tendré que hacerle algo


terrible.

A la mujer que amo.

Lo admito ahora. Me he enamorado de ella. Necesito irme


ahora, para seguir con mi plan. Necesito seguir avanzando, a través
del dolor, el auto-odio y la lluvia nuclear que crearé con mi traición
final.
CAPÍTULO 24

Día veintinueve...
Hace 22 horas que no me permito ver a Willow. Eso no debería
importar, pero importa. He ido a verla todos los días. Le he dicho
que no puedo estar con ella más a menudo porque estoy ocupado
terminando un enorme proyecto para el trabajo la primera vez que
he sentido la necesidad de explicarle mis acciones a ella, o a
alguien.

Son las 7:3 de la mañana en California, las 18:30 p.m. en la


región de Pevlova.

La sala de prensa es hoy nuestra sala de guerra. Nos


sentamos allí junto al ordenador, atendiendo a las llamadas
telefónicas, leyendo los correos electrónicos, viendo las
transmisiones de vídeo. Coordinando con nuestros hombres sobre
el terreno.

Ayer hicimos algo realmente perverso, incluso para nosotros.


Abrimos el prostíbulo que habíamos pasado los dos últimos meses
construyendo. Está en un pequeño y remoto pueblo, a una hora de
la ciudad de Pevlovagrad. Cataha recientemente reunió un nuevo
cargamento de chicas. Nos apoderamos de su cargamento y las
llevamos a nuestro propio burdel, y las entregamos a los ansiosos
clientes de todo el oblast de Pevlova, los hombres que creen que su
dinero y sus conexiones les confieren el derecho de gobernar sobre
los mortales menores como dioses crueles.
No había otra forma de acabar definitivamente con el tráfico
en la zona. El alcalde y el jefe de policía de la ciudad central de
Pevlovagrad, que estaban en el poder cuando nos secuestraron a mi
hermano y a mí hace catorce años, seguían en el poder, y seguían
siendo adictos a abusar de las mujeres. También eran adictos a
aceptar sobornos de traficantes y clientes ricos a cambio de
protección. Mientras siguieran en el poder, el negocio de la trata en
Pevlova no acabaría nunca.

Así que dejamos que los hombres de nuestro nuevo prostíbulo


se salieran con la suya con las mujeres. Solo una marca negra más
en mi libro de pecados. Necesitábamos los crímenes de los hombres
en video.

Al cabo de unas horas, cuando conseguimos suficiente vídeo


en el sistema secreto de vigilancia que habíamos instalado en el
edificio, nos pusimos en contacto con Akim. Si solo hubiéramos
contactado con el departamento de policía local, no habría habido
ninguna redada. Pero con los medios de comunicación alertados, la
policía no tuvo elección.

La policía llamó con antelación al prostíbulo para avisar al


personal de seguridad que iban a llegar, de modo que se pudiera
limpiar el lugar de chicas y clientes. Pero el personal de seguridad
trabaja para mí, así que el aviso nunca se transmitió.

Así que la policía se abalanzó sobre ellos y se enfadó al ver


que todos seguían allí. A regañadientes, rescataron a las mujeres, e
hicieron media docena de detenciones simbólicas de los hombres
menos importantes que había allí, y dejaron ir al jefe de policía y al
alcalde.

Pero lo habíamos captado todo en vídeo, y ahora hemos dado


el golpe final. Hemos enviado el vídeo a Akim, y ha explotado. Se ha
vuelto viral en las redes sociales. Es noticia de primera plana en
todo el mundo. La policía federal irrumpe, y el alcalde es sacado de
su casa ante las cámaras de los informativos, en pijama, gritando y
llorando. El jefe de policía sabe lo que le espera en la cárcel; en lugar
de someterse a una vida de palizas y violaciones de culo, abre fuego
contra los hombres que han venido a recogerlo, hiriendo a varios
antes que lo maten. Un final demasiado piadoso y rápido, pero al
menos es un final.
Y lo que es mejor, envía un mensaje a los departamentos de
policía más pequeños de todo el oblast, y también a los distritos
circundantes. Será menos probable que acepten sobornos de los
traficantes, o incluso que permitan a los traficantes operar en sus
distritos, porque ahora temen sufrir el mismo destino. Cuando se
les notifique la existencia de operaciones de tráfico, estarán
obligados a actuar, o se arriesgarán a quedar expuestos.

Podría llevarle esta noticia a Willow para asegurarle que tiene


razón, que todavía hay algo de decencia humana en mí.

Pero en lugar de eso, voy a decirle otra cosa. Voy a darle la


vuelta. Convertirme en un villano. Le diré algunas mentiras, le diré
algunas verdades.

Es la única manera de salvarla.

Ella es lo único que importa.

WILLOW
Esta tarde hace calor, unos ochenta grados, lo que es raro a
estas alturas de la costa. El sol ha quemado los últimos restos de
niebla de la mañana. Estoy fuera, en la parte xerisecada del jardín,
paseando por los caminos de guijarros entre los cactus y las
suculentas.

No puedo creer que esta vez haya llegado a los treinta días.

Sonrío con tristeza al pensar en ello. Hace tiempo, no podía


esperar a que mi cautiverio terminara. Ahora no puedo esperar a
ver lo que Sergei ha planeado para nosotros.

Anastasia se apresura a subir por el sendero de guijarros,


agitando un grueso fajo de papeles.

—¡Está todo aquí! —grita.

—¿Ahora qué dices?


—La escritura de esta casa. A tu nombre. —Me sonríe, sus
ojos bailan de emoción.

El desasosiego me punza.

Ajena a ello, parlotea.

—Esta casa se compró con dinero legítimo. Me dijo que te


ofreció la casa y tu dijiste que solo la aceptaría si podía demostrar
que no la había comprado con dinero sucio.

Sacudo la cabeza en señal de negación. Eso no es


exactamente lo que dije. Me ofreció la casa, y yo dije que no
aceptaría nada comprado con dinero sucio. No dije que aceptaría la
casa.

Anastasia continúa:

—He leído toda la documentación, he hecho llamadas


telefónicas y he mirado en Internet los registros de la propiedad
para verificarlo. Era dueño de una cadena de almacenes en todo el
país, y vendió esa empresa para comprar esta propiedad. Y ahora
la ha transferido a tu nombre.

—¿Qué? ¡Pero si no lo quiero! —El pánico total florece en mi


interior. Esto es malo. Esto está mal.

—¿Pero por qué? —El suave ceño de Anastasia se arruga en


señal de confusión—. ¿El dinero que me dio Vilyat? Tenías razón,
Willow. Ese dinero es una porquería, y está mal que me lo quede.
Hablé con Helenka y Yuri sobre ello. Enviamos el dinero como
donación a la Operación Salvat.

—¿Sabes lo que es? No pudimos encontrarlo en ningún sitio


en Internet. ¿Cómo lo han averiguado?

En ese momento, su sonrisa vacila.

—Llamé a una vieja amiga mía de San Petersburgo, Raisa. Era


una de las niñas del prostíbulo donde me llevaron. Una de las pocas
supervivientes. La pobre chica estuvo allí siendo follada cien veces
a la semana hasta que cumplió los quince años y consiguió escapar.
Está marcada por dentro, no puede tener hijos. Ahora es una
activista contra la trata de personas. La Operación Salvat es un
grupo secreto que ayuda a las víctimas de la trata de personas. Son
una especie de ferrocarril subterráneo moderno. Las esconden, les
compran nuevas identidades, les dan dinero para que empiecen de
nuevo. Así que ahora el sucio dinero de Vilyat se devuelve a sus
víctimas. Justicia poética, ¿no?

—Sí. Es que... no me siento bien tomando esta casa. O el


dinero de Sergei.

Anastasia parece preocupada ahora.

—Sin ella, no tenemos literalmente nada, Willow. Hacienda se


está arrastrando por las finanzas de Vilyat. Van a quitarnos todos
los activos que teníamos.

Me obligo a asentir con la cabeza.

—Ya veo. Entonces... supongo que tenemos que quedarnos


aquí. Quiero decir, tiene esas estupendas habitaciones que preparó
para los niños... Es hermoso, es seguro aquí...

Si nos da la casa, ¿qué significa eso para él y para mí?

Sigue balbuceando:

—Tienes un fondo fiduciario para pagar los impuestos y el


mantenimiento de esta casa, durante los próximos treinta años.
¿Qué tan maravilloso es eso? Podemos vivir todos aquí. Helenka,
Yuri, tú y yo. Nadie nos perseguirá. Podemos vivir nuestras vidas.
Podemos hacer lo que queramos. Yuri habla de diseñar autos.
Helenka quiere abrir una cadena de estudios de defensa personal
para mujeres cuando sea mayor. ¿No es maravilloso?

Me obligo a responder con un tono brillante y alegre.

—¡Es increíble! ¡Realmente genial! Guau, yo... no me lo


esperaba para nada.

Cada vez tengo más frío. No puedo sentir la luz del sol en
absoluto. Veo que Jasha se dirige hacia nosotros por el camino. No
me gusta su mirada.
Anastasia me mira con escepticismo.

—¿Willow? ¿Por qué no estás contenta? ¡Esto es una fiesta!


¡Es el momento de abrir el champán! ¿Te sientes bien?

—Todavía no lo sé. —No, estoy bastante segura que lo sé.


Estoy bastante segura que pronto, no estaré de humor para
celebrar.

—¡Oye, Jasha! ¿Por qué esa cara amarga? ¡Estamos todos de


celebración! Tráenos un poco de champán y ven a bailar conmigo.
—Ella hace un pequeño movimiento de baile, balanceando sus
caderas y sonriéndole de una manera que nunca la he visto sonreír
a un hombre.

Para ella, consigue esbozar una sonrisa.

—Lo haré dentro de un rato. Bailaremos toda la noche, lo


prometo.

—¡Woo-hoo! —Ella gira en un círculo feliz—. Willow, voy a


animarte aunque me mate.

Jasha me hace un gesto y, con el corazón encogido, me


apresuro a ir hacia él, dejándome llevar al interior.

Me lleva a la oficina de Sergei. Solo he estado allí una vez


antes.

Está hablando por teléfono cuando entro. Agitando su brazo


libre. Por alguna razón, me doy cuenta que la pulsera trenzada que
siempre llevaba antes ya no está. Nunca lo he visto sin ella. La
pulsera tejida con los tendones del lobo que mató a su hermano
pequeño.

Se está deshaciendo de su pasado.

La voz de Sergei retumba en el aire:

—Es genial, Ludmila. Eres preciosa. Te quiero. Te veré pronto.


No puedo esperar.
Cuelga y me mira mientras me quedo de pie, balanceándome,
en estado de shock.

Como si fuera tan estúpida como para no adivinar que se las


arregló para que llegara en el momento justo, para que escuchara
esa llamada.

—Oh, hola, Willow. Solo quería asegurarme que tienes el


papeleo. Todo está arreglado. Me iré esta noche.

Me enfurezco al cruzar la habitación.

—¿Qué diablos fue eso? —exijo—. ¿Con quién estabas


hablando?

Las palabras que dice son palabras imposibles. No pertenecen


a su boca.

—Mi esposa.

¿Su esposa?

Jadeo. Me tambaleo y Jasha, que se ha apresurado a


acercarse a mí, me toma para que no me caiga.

—Estás mintiendo.

Sacude la cabeza.

—No. Te advertí sobre mí, Willow. ¿Cuántas veces tengo que


decirte lo hijo de puta que soy? Pero quiero agradecerte que hayas
servido a tu propósito. Me ayudaste a encontrar a tu tío.

—Este no eres tú —digo desesperadamente—. Dijiste que te


importaba.

Asiente con la cabeza, y la compasión en su rostro es un


cuchillo que me atraviesa las entrañas.

—Lo sé. No he mentido sobre eso. Quise decir cada palabra


que dije. Eres una mujer maravillosa. Un hombre puede
preocuparse por más de una mujer, ¿no? Pero tengo obligaciones.
Necesito volver con mi verdadera familia.
Furiosa, arrebato un tintero decorativo de su escritorio y se lo
arrojo, y rebota en su frente. La sangre le resbala por la cara.

Jasha solo se queda ahí. No intenta detenerme, ni defender a


su jefe.

—¡No eres tú, no es, no es! —Estoy desesperada por encontrar


una prueba, algo que pueda decir para que deje de apuñalarme con
palabras horribles y brutales—. ¡No eres malo! —le grito—. Tú... ¡tú
diriges la Operación Salvat! Sé lo que es, ¡es un grupo de rescate!
Ayudas a acabar con los traficantes, ayudas a salvar a las víctimas.

—No. —Sacude la cabeza—. No, en absoluto. Necesito


seguirles la pista para que no interfieran en mis propias
operaciones.

¿Intenta decir que él mismo es un traficante? Eso es una


locura. ¿Por qué me diría una mentira tan enfermiza?

Las lágrimas me caen por la cara y tiemblo de sollozos.

—Ahora sé que estás mintiendo. Lo sé. Hay cosas que ni


siquiera tú puedes fingir. Odias a la gente que trafica con niños. He
visto tu reacción física.

Sergei asiente. Las palabras salen de su boca, encadenadas


en frases que deben ser, tienen que ser, ficción.

—Es cierto. Nunca traficaría con niños. Y realmente, no


somos tan malos como los otros traficantes. Todas nuestras chicas
tienen dieciocho años o más, y les pagamos un porcentaje del dinero
que ganan. Todas utilizan preservativos y se someten a pruebas de
detección de enfermedades cada semana. No traemos a hombres
que puedan torturarlas o hacerles daño. Y después de tres años,
las dejamos ir, con suficiente dinero para que puedan empezar de
nuevo en la vida. Al final de los tres años, ya no están tan bien, así
que no valen tanto.

Cada palabra es un golpe de cuchillo. No puedo sobrevivir a


esto.

No puedo estar tan equivocada.


No puede ser un chulo.

—¡Deja de mentirme! —grito. Soy un animal desesperado y


con
pánico—. ¿Por qué estás haciendo esto?

Se queda sentado sin decir una palabra, y la triste simpatía


que brilla en sus ojos es peor que un puñetazo en la cara.

Agarro un pisapapeles de metal y se lo lanzo con todas mis


fuerzas, y lo hiere tan fuerte que la sangre le brota de la mejilla.
Unos riachuelos de sangre le bajan por la cara y le salpican la
camisa.

No se mueve en absoluto.

Me doy cuenta que se quedará ahí parado y aceptará todo lo


que le dé. No me detendrá. Jasha no me detendrá. Creo que Sergei
me dejaría matarlo. Casi creo que lo agradecería.

Pero no puedo.

—Te amo. Quiero que te quedes conmigo —le suplico.

—¿Quieres quedarte con un hombre casado que es un chulo?


¿Quieres venir a Rusia conmigo y ser mi amante? —Parece
desconcertado. La sangre corre por su mejilla y gotea sobre su
camisa—. Sabes, tenías razón en que Lukas es mi hijo. Mi mujer
echa de menos a su hijo. Mi trabajo ha terminado aquí y tenemos
que volver a casa.

—¡Vete a la mierda! ¡Maldito mentiroso! Si quieres romper


conmigo, podrías decirlo sin mentir así.

—Exactamente. —Extiende sus palmas. Ni siquiera intenta


detener el río de sangre que sigue fluyendo—. No tengo necesidad
de mentir. Lo que debería hacer bastante obvio que estoy diciendo
la verdad.

—¡Eres un cobarde! Un asqueroso, asqueroso, cobarde. —En


otro tiempo, si lo hubiera insultado así, se habría convertido en una
bestia furiosa. Me habría arrastrado por el pasillo hasta su cuarto
de juegos y me habría azotado hasta que mi carne ardiera de placer
agonizante, y luego habría tenido sexo conmigo. Me habría hecho
rogar por su lengua y su polla.

Eso no volverá a ocurrir.

Porque mi mundo acaba de convertirse en una horrible


pesadilla lunática. El sol es frío y arriba es abajo y las palabras son
balas.

Lloro tanto que me mareo. Caigo de rodillas y lloro. Me abrazo


a mí misma, gritando y meciéndome.

Jasha se arrodilla a mi lado. Me palmea la espalda


torpemente.

—No debió haber hecho eso —dice.

¿No debió haber hecho qué? ¿Mentir o decir la verdad?

Cualquiera de los dos es el fin de mi mundo.

Coloco las palmas de las manos en el suelo en un intento


desesperado por mantenerme firme. La habitación da vueltas.

—Escucha —dice la voz de Jasha desde el techo—. Mi misión,


mi trabajo para Sergei, ha terminado. Me quedaré aquí con
Anastasia y los niños, y los protegeré. Y a ti. Por supuesto, a ti
también. Esa es mi nueva misión.

He visto cómo mira a Anastasia. He visto cómo la desconfianza


de los niños hacia él se ha convertido en admiración, cómo le siguen
a todas partes molestándolo con preguntas, y cómo les responde,
con brusquedad pero con cariño. Lo protector que es, cómo los
reprende cuando hacen algo que cree que puede ponerlos en
peligro.

Se quedará con ellos. Estarán bien. Gracias a Dios por eso,


porque estoy cayendo en un abismo sin fondo.

Miro hacia arriba y Sergei se ha ido.


Intento ponerme en pie y vuelvo a caer de rodillas. Mis treinta
días han terminado. Sergei cumplió su palabra. No solo me liberó,
sino que me expulsó de su mundo.

Sergei se fue, y se llevó mi corazón con él.

Me acurruco en una bola apretada, meciéndome, mi mente se


astilla.

—Esto no ha terminado —grito al cielo indiferente, con la voz


enloquecida. No sé qué haré a continuación, pero ya no soy la dulce
y pequeña Willow, la chica que se doblega ante todos. Él no puede
hacerme esto. Descubriré toda la verdad del hombre, sin importar
lo feo que sea, sin importar las consecuencias.

Y si está diciendo la verdad, si está casado, y es un traficante


de personas entonces que el cielo lo ayude, porque destrozaré su
vida como el monstruo en el que me he convertido. Como el
monstruo que me hizo.

SERGEI
Día treinta, noche...
Mientras mi avión planea sobre el paisaje centelleante de
abajo, miro por la ventanilla y no me molesto en intentar ocultar las
lágrimas que brotan de mis ojos. Mis hombres nunca me habían
visto así, pero todo en nuestra vida es nuevo y extraño ahora. Se
sirven bebidas del minibar, y Maks me empuja una botella de vodka
y un vaso.

La abro sin mirarlo y bebo directamente de la botella.

Hay tantas cosas que quiero decirle, que necesito decirle, y no


puedo.

Hace una hora, Jasha me dirigió una mirada de absoluto asco


y furia cuando fui a despedirme de él. Su brazo rodeaba la esbelta
cintura de Anastasia, que se aferraba a él y parecía querer
asesinarme. Nuestro pequeño grupo de supervivientes se está
reduciendo. Ahora solo tengo a Maks y a Slavik en mi círculo íntimo.

Slavik se aclara la garganta:

—No es que me guste, ni que me importe. Es la hija de Vasily.


Y nunca te he cuestionado antes. Pero... no era necesario que lo
hicieras.

Mi voz está ronca por el dolor.

—Lo hice. Le rompí el corazón, pero le salvé la vida.

—Deja que la estúpida perra llore hasta que se ahogue —


gruñe
Maks—. Es una maldita Toporov.

—Cuidado con lo que dices de ella. —Aprieto mi puño


tembloroso.

—Sí, señor. —Su voz está llena de resentimiento. Su mirada


es aburrida. Está aturdido por nuestro éxito. Camina de un lado a
otro y no parece saber qué hacer con él.

—No necesitas venir conmigo, sabes. Ninguno de los dos.


Porque esta es una misión suicida en la que estamos ahora.

—Al menos es una misión. —Maks se echa hacia atrás en su


silla. Está reaccionando como pensaba que lo haría. Matar a Vilyat
y acabar con los últimos traficantes fue un subidón. Ahora está en
un punto bajo. Sin una misión, se derrumbará. Hoy le ofrecí la
propiedad de alguna de mis empresas, y se limitó a maldecirme y a
lanzar una taza de café contra la pared.

En cuanto a Slavik, su rostro es impasible como de


costumbre, y no puedo saber lo que siente, pero también se negó a
hacerse cargo de ninguno de mis negocios, y pareció insultado
cuando le sugerí que no tenía que venir conmigo.

El avión se eleva cada vez más, alejándome de mi amor, de mi


vida. Ojalá pudiera decirle por qué he hecho lo que he hecho.
Desearía poder llevarla conmigo, pero eso sería egoísta, y si hay algo
que finalmente he aprendido de Willow, es que necesito hacer al
menos una cosa desinteresada en mi vida, para ser digno del amor
que ella me dio.

El amor que nunca volveré a tener.


¡NO ES EL FIN!

¡Busca "Treinta días de odio", la emocionante conclusión


de la historia de Willow y Sergei.
Sobre la autora

Ginger Talbot ha tenido una larga y accidentada carrera, que


incluye períodos como reportera de prensa, paramédico, auxiliar de
enfermería, camarera y secretaria muy, muy mala. Escribe
romances oscuros y retorcidos que no son para los débiles de
corazón. En sus libros, los chicos buenos terminan en último lugar.
Cuando no escribe, lee. También dirige una pequeña y revoltosa
manada de perros de rescate, o posiblemente ellos la dirigen a ella.

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