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Hada Zaehyr Hada Aerwyna

Hada Carlin Hada Muirgen


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“Intro”—The xx
“Ti amo”—Umberto Tozzi
“Prisoner”—The Weeknd, Lana Del Ray
“What Kind Of Man”—Florence + The Machine
“Waiting Game”—BANKS
“Pleasure This Pain”—Kwamie Liv, Angel Haze
“Paint it, Black”—Ciara
“Break It Apart”—Bonobo, Rhye
“Homesick”—Dua Lipa
“Transformation”—The Cinematic Orchestra
“No Control”—Anais
“All The King’s Men”—The Rigs
“You Can Run”—Adam Jones
“Silent Running”—Hidden Citizens
“Love And the Hunter”—The Chamber Orchestra of London
“Heart Of The Darkness”—Tommee Profitt, Sam Tinnesz
“Are You Hurting The One You Love?”—Florence + The Machine
“The Limit To Your Love”—Feist
“Skinny Love”—Bon Ivor
“Solider”—Fleurie
“idontwannabeyouanymore”—Billie Eilish
“For You”—Tusks

“Promise”—Ben Howard
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Por Serena.

Tu amistad ha cambiado mi vida. Eres mi hada madrina, Yoda, mejor amiga y


confidente. Gracias por todo lo que haces por mí.

#McDarling4Life
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Fue el día más importante de mi vida.

Sé que la mayoría de la gente dice eso de algo alegre; una


graduación, una ceremonia de boda, el nacimiento de su primer hijo.
Mi situación era un poco diferente.

Claro, era mi decimoctavo cumpleaños, pero también era el día en


que me vendieron.

Vendida a un hombre con el cabello como una corona de oro y los


ojos más negros que las fosas más oscuras del infierno.

Me compró para poseerme, para controlarme y para utilizarme como


un medio para un fin.

Yo era su herramienta y su arma.

Y a través de todo ello, de alguna manera, también me convertí en su


salvación.
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Era el día más importante de mi vida.

Sé que la mayoría de la gente dice eso de algo alegre; una


graduación, una ceremonia de boda, el nacimiento de su primer hijo.

Mi situación era un poco diferente.

Sí, era mi decimoctavo cumpleaños; pero también fue el día en que


me vendieron.

Y no me refiero a una venta metafórica. Por lo que a mí respecta,


mi alma seguía intacta; aunque mi padre podría haber vendido la suya
a cambio de los miles de dólares que recibiría por mi cuerpo. A él no
le preocupaba tanto. Y, sinceramente, a mí tampoco. Si Seamus
Moore tuvo alma en algún momento, hacía tiempo que se había
disuelto en cenizas.

Probablemente te preguntes por qué le seguí la corriente. Incluso


mientras me sentaba en el destartalado Fiat rojo que mi hermano
gemelo, Sebastián, acababa de arreglar por cuadragésima vez junto a
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mi potencialmente desalmado padre que cantaba junto a Umberto


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Tozzi como si fuera un día normal; yo me preguntaba lo mismo. Mi


hermana mayor, Elena, estaba haciendo un curso gratuito de ética por
Internet y ni siquiera ella sabía la respuesta moral a la pregunta a la
que se había reducido mi vida: ¿valía la pena intercambiar un cuerpo
por la felicidad de varias personas?

No me importaba que no tuviera una respuesta. Para mí, valía la


pena.

—¿Recuerdas lo que te dije, carina1? —preguntó mi padre por


encima del sonido metálico de los altavoces del coche.

—Sí.

—En inglés —me reprendió suavemente con una sonrisa torcida


en mi dirección. Era como si me comportara como una niña tonta y le
tomara el pelo con mi mini rebelión. Quería provocar su piel con el
filo de una cuchilla fría, pero mantuve la lengua entre los dientes y
mordí con fuerza hasta que la fantasía se disolvió en el dolor.

—Dime —continuó.

—No.

Su mano encontró mi delgado muslo y sus dedos acerados lo


rodearon con un áspero apretón. Estaba acostumbrada a su físico y no
me intimidaba, no ahora que me enfrentaba a un futuro
potencialmente mucho más peligroso. Pero lo complací de todos
modos.

—No debo mirarle a los ojos...

—En sus ojos —corrigió.

—En sus ojos. O hablar a menos que se me hable directamente. Le


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obedeceré en todo y lo mantendré tranquilo. Entiendo, papá, que es


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Guapa, bonita, apelativo cariñoso.
como el matrimonio italiano; pero con un contrato en lugar de votos.
—Dominaba el idioma, pero el estrés carcomía mi mente erudita
como las termitas.

Él gruñó, sin inmutarse por mi divertida comparación. Aunque


Seamus no era italiano —su acento irlandés, su pelo rojizo y su tez
siempre lo delataban—, se había asimilado a todas las facetas de la
cultura hasta que ser italiano se había convertido en una especie de
religión para él. ¿Y la versión de mi padre de un sacerdote? Digamos
que nunca querrías conocer a Rocco Abruzzi, el hombre que dirigía
una gran operación de juego para el actual capo napolitano, Salvatore
Vitale. Era bastante modesto, con rasgos flácidos y cejas caídas sobre
unos ojos negros y húmedos; pero tenía unas manos inusualmente
grandes y le gustaba usarlas para repartir cartas, mangonear a las
mujeres y golpear en la cara a los que incumplían sus deudas, a los
que eran como mi padre.

Seamus se pasó una mano por los persistentes moratones del lado
derecho de la mandíbula con los dedos llenos de costras y sin uñas.
Sólo había una razón, en su mente, para que me vendieran. Y era para
pagar su increíble deuda con los líderes clandestinos de Nápoles.
Durante años, deseaba que acabaran con él, que lo rebanaran y lo
dejaran caer en algún callejón para que alguien lo encontrara y lo
pateara, demasiado asustado para denunciar el asesinato a la policía.
Unas cuantas veces, cuando llevaba bastante tiempo desaparecido, creí
que mi fantasía se había hecho realidad sólo para que apareciera al día
siguiente con los ojos brillantes y la cola tupida como si hubiera
estado en el balneario y no huyendo de hombres con los ojos húmedos
y las manos ensangrentadas.

—Debes hablar en inglés con él, carina, por si no habla italiano.


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Me enderecé ante la información, pero no porque me sintiera


incómoda hablando en inglés. Seamus se había asegurado de que
todos nosotros supiéramos hablarlo en cierta medida y yo había
estudiado rigurosamente durante los dos últimos años con Sebastian.
Si íbamos a salir, el inglés iba a ser un hilo de nuestra línea de vida.
No, lo que me había sorprendido era el desconocimiento de mi propio
padre sobre quién nos esperaba en una villa dentro de Roma.

—¿No sabes quién me está comprando? —El rechinar de mis


dientes hacía que mis palabras fueran ásperas, pero sabía que aún
podía entenderme.

Tenía el corazón en el estómago y éste en la garganta. Me sentía


como una de las extrañas fantasías de Picasso, con el cuerpo retorcido
por la tensión y el miedo; de modo que ya ni siquiera me reconocía
como humana. Intentaba concentrarme en cualquier cosa que no fuera
la gran y aterradora incógnita de mi futuro: las motas de polvo de
nuestro sucio coche, el olor a alcohol que se filtraba por los poros de
mi padre o el modo en que el ardiente sol del sur de Italia ardía a
través de las ventanas como si fueran llamas.

—Espero que no vayas a cuestionar tu nuevo... —Hizo una


pausa—. Guardián así, Cósima. Recuerda, respeto. ¿No te he
enseñado nada?

—Sí. Me has enseñado a desconfiar de los hombres, a no obedecer


nunca ciegamente a nadie y a maldecir a Dios por haberte dado la
capacidad de engendrar hijos —dije con desparpajo.

Podía concentrarme en el odio a mi padre que ardía como una


estrella moribunda en mi vientre, en lugar de ese horrible miedo que
amenazaba con abrumarme.

El odio era más poderoso que el miedo. Uno era un escudo y un


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armamento que podía utilizar, mientras que el otro sólo podía ser un
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arma contra mí.


—Agradece que alguien esté dispuesto a pagar por ti.

—¿Cuánto? —Me había abstenido de preguntar hasta ahora, pero


mi orgullo no me permitía seguir sin saberlo. ¿Cuánto valía yo?
¿Cuánto dinero se podía encontrar en el pliegue de mi cadera y en la
hendidura de mi clavícula, en la carne de mis tetas y en los pliegues de
mi sexo?

Le tocó rechinar los dientes, pero no me sorprendió que no me


contestara. Sinceramente, creía que ni siquiera él lo sabía. Había sido
el pervertido amigo de otro pervertido amigo de mi padre el que había
organizado la interacción, algún traficante de personas con el que
Seamus había jugado a las cartas; una vez que estaba lo
suficientemente borracho como para admitir que necesitaba dinero y
entregar el secreto de su hermosa hija, la virgen. Su carta de triunfo,
como a menudo tiernamente se refería a mí.

La noticia había llegado a la Camorra, y el resto era historia.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunté, y no era la primera vez que lo


hacía—. ¿No es posible que sea mi dueño por el resto de mi vida?

—No —concedió—. Se prometió un período de cinco años... con


la posibilidad de renovar el contrato de nuevo por el doble de precio.

—¿Y cuánto de este sucio dinero verán mamá y mis hermanos? —


pregunté mientras mi mente daba vueltas.

Cinco años.

Cinco.

Tendría veintitrés años cuando todo estuviera dicho y hecho. Si


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estaba fuera de la carrera de modelo durante tanto tiempo, sería


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demasiado mayor para continuar con cualquier tipo de fama y fortuna.


Podría haber prescindido de ambas cosas, pero quería poder mantener
a mi familia hasta el final de sus días.

Si fuera una modelo de veintitrés años sin educación, no podría


hacerlo.

Así que una parte de la ganancia de mi venta tenía que ser para mi
familia.

No había otra opción.

—Suficiente para cubrir mis deudas —admitió, ajustando sus


manos sudorosas sobre el volante—. Nada más.

Cerré los ojos y apoyé la frente en el cristal de la ventana, trayendo


a mi mente la instantánea en tono sepia de la casa de mi infancia. Una
caja de hormigón pegada con un mortero que se desmoronaba y
vendada con tablones de madera frágil que mi hermano había cortado.
Era una pequeña casa en las afueras de Nápoles, en una parte de la
ciudad a la que los turistas nunca podrían llegar, aunque se perdieran.
Mi ciudad era un lugar de peligros e ilusiones; telarañas tendidas entre
los edificios y al final de las carreteras, que te atrapaban en sus
pegajosas fibras justo cuando alcanzabas una promesa detrás de la red.
Nadie podía escapar de ella, pero los turistas venían y la gente se
quedaba.

No quería que mi familia estuviera condenada a esas


profundidades para siempre. De ninguna manera iba a vender mi vida
por algo menos que la seguridad de mi familia.

Seamus me lanzó una mirada de preocupación. —Puedo sentir que


estás pensando, Cosi. Deja de hacerlo ahora mismo. No estás en
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condiciones de pedir nada más.


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—Y tú no estás en posición de decirme lo que tengo que hacer o
pensar —repliqué.

Justo cuando creía que tenía controlada la ira, tuvo que hacer algo
para romper esas cadenas. Odié el sabor de la furia en mi garganta, y
su mordida metálica en la lengua. No era una mujer insensata y
furiosa. Era apasionada, pero hasta cierto punto.

Elena me había enseñado desde pequeña que, si podías entender


algo; su motivación o su contexto, tenías poder sobre ello y sobre tu
reacción a ello.

Intenté canalizar eso ahora, mientras me sentaba en un coche con


mi padre de camino a mi nuevo amo, con poca o ninguna seguridad
para las personas por las que estaba haciendo esto.

A medida que el coche se alejaba de los zarcillos de araña, podía


sentir el pulso palpitante de la ciudad retroceder a mi espalda. No era
hermosa como el resto del país, aunque descansaba sobre el océano.
El puerto era industrial y, aunque sólo estaba a una hora de Roma, el
desempleo asolaba a los napolitanos como la peste negra y se notaba
en las caras sucias de los carteristas adolescentes y en la basura
esparcida por los paseos en el lugar de las bonitas jardineras. La gente
estaba cansada en mi ciudad y se notaba. Pero me preguntaba cómo la
gente no podía encontrar cierta belleza en eso.

No quería irme. No era mi elección, pero había aceptado el dolor


de su inevitabilidad con facilidad, mi cuerpo absorbiendo el choque
sin consecuencias. Mi amor por la hermosa Nápoles en ruinas era una
gota de agua comparado con el amor por mi hermosa familia en la
ruina. Estaba haciendo esto, vendiendo mi cuerpo y quizás mi alma;
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por ellos. Les conseguiría parte del dinero que les correspondía o la
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venta estaba muerta en el agua. La mafia mataría a mi padre; la


sombra de su influencia seguiría persiguiéndonos y puede que nunca
saliéramos vivos de aquella ciudad olvidada por Dios, pero al menos
estaríamos juntos.

Tracé sus queridos rostros en los ojos de mi mente; grabándolos en


las pantallas negras de mis párpados para que, cada vez que
parpadeara, me recordaran la razón de mi sacrificio.

Conocía demasiado bien la realidad de nuestra situación. Si


Sebastian no se marchaba pronto, independientemente de nuestra
situación económica, se vería obligado a entrar en la Camorra que le
había estado pisando los talones durante los últimos dos años. Ahora
tenía dieciocho años, una edad avanzada para el reclutamiento, cuando
la edad media de introducción de los jóvenes a la mafia era de once
años.

Apreté los ojos para distorsionar la vívida imagen de mi yo


masculino con una pistola en una mano, sangre en la otra y dinero,
montones de él en la boca. Sebastian era inteligente y capaz, dotado de
una belleza tan llamativa que a menudo le atraía una atención no
deseada. Esperaba que utilizara parte del dinero para marcharse, quizá
a Roma y que usara su belleza para salir del apestoso agujero de la
pobreza en el que habíamos nacido. Aunque sabía que no se atrevería
—no podría— a dejar solas a nuestras hermanas y a nuestra madre,
decidí creer en mi fantasía.

Al igual que esperaba que el dinero siguiera destinándose a la


educación de mi pródiga hermana menor, Giselle; tan dotada con el
lápiz o el pincel que podía representar a personas enteras en una
página con sus emociones y su sangre atrapadas bajo la superficie de
sus trazos pintados. Llevaba un año viviendo prácticamente en Milán
y Roma, trabajando en cualquier cosa que pudiera conseguir para
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enviar dinero para la educación de Giselle en la Escuela de Bellas


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Artes de París. Tenía demasiado talento para que nuestra pobreza la


frenara y era demasiado bonita y suave de corazón para enfrentarse a
las aguas infestadas de tiburones de Nápoles. El año pasado, cuando el
novio mayor de Elena empezó a fijarse en nuestra tímida hermana,
supe que tenía que marcharse. Su educación se financiaba con mi
capacidad para mantenerla con mi trabajo de modelo; y ahora que me
vendían, tenía que asegurarme de que tendría los medios para
continuar sin mí.

Lo ideal sería que quedaran fondos para mi hermana más


inteligente, Elena, para que pudiera asistir a una escuela de verdad y
obtener un título de verdad. Para mi madre, una nueva casa con una
cocina bien equipada para sus deliciosos platos. Y para mi padre, el
hombre que justo en ese momento me estaba conduciendo hacia mi
futuro como mujer vendida... Bueno, para Seamus Moore, sólo podía
desear lo mejor que su alma pudiera comprarle en esta vida. Una
muerte rápida.

ico, uno de los hombres de Abruzzi —no mucho mayor que yo y el


único hombre de la Camorra hacia el que tenía algún tipo de buenos
sentimientos— se había presentado en la casa la semana pasada con
Rocco y algunos otros. Estaba en casa desde Milán para celebrar el
decimoctavo cumpleaños de Sebastián y el mío; esperaba evitar a la
Camorra. Mamá había estado en el mercado con mis hermanas y
Sebastián estaba trabajando en la fábrica de la ciudad, así que los
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hombres habían podido retirarse al interior para tomar un poco de


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grappa y Nico se había quedado fuera. —Para hacerme compañía —
había explicado, pero ahora sabía que era para vigilar su inversión.

Había seguido leyendo, con mi pelo cayendo entre nosotros para


crear una gruesa cortina de obsidiana, pero el libro bien amado y
desgastado temblaba ligeramente en mis manos. Mi corazón parecía
balancearse sobre un cable que retumbaba peligrosamente con un
latido entrecortado.

—¿Qué está pasando? —pregunté finalmente, incapaz de mantener


la pretensión de leer cuando mi cuerpo estaba tan compenetrado con la
finalidad en el aire.

La casa parecía el terreno de un funeral, sólo que no sabía quién


había muerto.

Cuando me giré para mirar a Nico, que estaba sentado a mi lado en


el escalón delantero, me miraba con unos cálidos ojos marrones. Sólo
me permití gustar un poco de Nico porque sus ojos aún no se habían
vuelto húmedos y muy, muy negros.

Hablaba en el italiano de Nápoles, lleno de jerga y más notas


latinas que otros dialectos. Su voz era ronca y cálida; como el sonido
de un horno bien encendido y, cuando pienso en mi hogar, en mi
lengua materna; es la voz de Nico la que escucho.

—Eres la chica más hermosa de Italia.

Se suponía que no debía poner los ojos en blanco, pero al crecer


con la belleza, me salía con la mía más que la mayoría de las chicas y
una vida de favores me había enseñado malos hábitos. Tuve suerte de
que Nico sólo sonriera en respuesta.
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—Ya he oído eso antes, Nicci.


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Se encogió de hombros. —No lo hace menos cierto.


—No —acepté y recogí mi masa de ondas onduladas en mis
puños. —. Sabes, un día voy a cortarlo todo.

Negó con la cabeza y me pregunté si sabía que no lo haría; que era


mi manta de seguridad, que dormía con ella colgada del brazo como
un niño con un conejo de peluche.

En cambio, dijo: —No haría ninguna diferencia.

Miré al otro lado de la calle, a la hierba amarilla y a la casa de


color amarillo deslumbrante bajo el sol amarillo. El amarillo era el
color que menos me gustaba; y a veces parecía que Nápoles estaba
empapada de él. No bruñido en oro, sino empapado en algo más
caliente; un tono con un hedor, como el de la orina.

—¿De qué hablan hoy? ¿Más deudas?

Nico tardó en sacudir la cabeza, pero de nuevo era lento para la


mayoría de las cosas. Su estatura lo convertía en el matón perfecto,
pero la bondad de su corazón y el ritmo metódico de sus pensamientos
lo convertían en un villano poco ideal.

Suspiré. —No entiendo por qué no lo matan.

Normalmente, me ignoraba cuando hablaba con la boca llena de


vinagre, pero siguió negando con la cabeza. —No, tienen otro plan,
Cosi. Y te involucra a ti.

Inmediatamente, comprendí que estaba muerta. Quizá no


literalmente, pero desde el segundo en que Nico enunció esas
palabras, supe que mi vida ya no era mía. Nos lo esperábamos, por
supuesto. Seamus sólo podía jugar tantas manos de cartas antes de que
lo único que quedara fuera yo, su triunfo. Todos lo sabíamos —mi
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hermano gemelo, mis hermanas, mamá—; pero nadie quiso hablarme


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de ello, ni siquiera cuando presioné.


Y ahora ese día estaba aquí, y yo estaba sola en las escaleras con
un hombre que apenas conocía. Eso presagiaba bastante bien mi
destino.

—Dime.

Dudó. —Lo harán.

Giré mis rodillas, golpeando su muslo para poder mirarle a los


ojos. Se sobresaltó cuando tomé una de sus enormes manos entre las
mías. —Te lo estoy pidiendo.

—Las cosas están cambiando. El nuevo consigliere de Salvatore es


implacable y muy inteligente. Se habla de que se hará cargo del grupo
de Nueva York si sus planes para el Napoli funcionan. —Nico habló
del apuesto mafioso cuya especialidad era el transporte de armas y el
soborno de políticos—. Rocco se está poniendo nervioso por su
posición con el capo. Necesita más dinero. Es hora de que los que
tienen deudas paguen con dinero o... —Su encogimiento de hombros
fue elocuente, ya que las palabras no pronunciadas o cualquier otra
cosa de valor que tuvieran, aunque fuera su vida, pendían del aire.

—Y yo soy lo más valioso que tiene Seamus Moore —susurré,


casi con miedo de decirlo en voz alta.

Era finales de agosto y el aire era espeso y cálido, pero un


escalofrío me mordió la columna vertebral con dientes diminutos y
puntiagudos y me sacudió hasta que mis huesos temblaron.

Nico asintió y luego me dio el silencio que necesitaba.

—Me ofrecí a casarme contigo.


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Me reí. Era un sentimiento tan dulce y tonto; especialmente de


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alguien que sabía más que yo que no pude evitar la risa que brotó de la
cámara de compresión de mis pulmones.
No se ofendió. —Hubiéramos estado bien juntos. Lindos bebés.

—Sí —le di una palmadita en su ancha rodilla, pero no me permití


ver ese futuro—. Bonitos bebés. En cambio ¿qué, voy a estar casada
con algún jefe de la mafia?

—No del todo. El consigliere de Salvatore ha encontrado a alguien


que quiere... —Se aclaró la garganta y miró mi mano sobre su rodilla.
Me pasó un grueso nudillo por la muñeca y suspiró. —Ha encontrado
a alguien que quiere comprarte.

Mi boca se abrió para reír, creo; pero sólo se escapó el aire


caliente, huyendo mientras mis pulmones se colapsaban.

—Eres muy hermosa, Cósima, virgen y buena chica a pesar de tu


vena independiente —trató de explicar, su voz pesada y baja, como si
el peso de su tono fuera a someterme—. No puedes estar tan
sorprendida.

—Duerme conmigo entonces. —Sabía que nunca lo haría, no así.


Ni siquiera valía la pena morir por la chica más hermosa de Italia—.
Me escaparé.

—No lo harás. —Rocco salió de la casita, limpiando sus dedos


bañados en escarlata en un trozo de lino gris que estaba casi seguro de
haber arrancado de una de las cortinas de mamá.

Me puse en pie, pero me congeló en el sitio con esos horribles


ojos.

—No lo harás, preciosa; porque si lo haces, tu padre... —Seamus


apareció en la habitación detrás de él; incluso con la poca luz, pude
ver la sangre que goteaba de sus manos, fluyendo como lágrimas por
21

su cara desde un corte abierto en la frente—. Y tu madre, tu hermano


Página

y tus hermanas, todos morirán. Los colgaré de ese árbol. —Señaló un


enorme árbol de Chipre, el único lugar bonito de la estrecha
manzana—. Con campanas atadas a sus tobillos para que sus cuerpos
canten cuando llegue el viento. ¿Serías tan egoísta, preciosa?

Mi imaginación preparó la imagen en menos tiempo del que tardé


en parpadear, pero ya estaba sacudiendo la cabeza antes de que
hubiera terminado. El sonido de las campanas me hizo cosquillas en
los tímpanos.

Me he hundido.

Rocco asintió y sonrió casi amablemente, pero mi mirada se


hundió en el fango de su mirada moralmente corrupta. —Serás
vendida a un extranjero, un hombre que ha aceptado pagar una
cantidad considerable por ti. Antes de que preguntes, no conozco los
detalles, y no quiero hacerlo. Serás quién este hombre quiera que seas
si quieres que tu familia viva y prospere. ¿Lo entiendes?

Como no me moví, se acercó; cogiendo mi barbilla con las manos


e inclinándola hacia arriba hasta que se me cerró la garganta y me
puse de puntillas para reducir la tensión.

—Esos ojos dorados. Ojos de dinero. —Respiró en mi boca


abierta—. Es casi una pena perder tal belleza.

Me soltó y me esforcé por no tropezar mientras arrastraba


profundos tragos de aire tibio.

—¿Qué piensa Salvatore de este plan? —pregunté


desesperadamente.

El capo tenía una debilidad por mí que nunca había entendido


porque empezó antes de que llegara a la pubertad y todos los hombres
22

empezaran a fijarse en mí.


Página
No, el gran Salvatore había estado vigilando durante años, un
guardián benévolo que tenía más en común con un demonio que con
un ángel.

No podía creer que estuviera contento de venderme.

La carnosa pata de Rocco rodeó mi muñeca y me acercó.


Extrañamente, no había violencia en su gesto. En cambio, cuando
incliné la cabeza hacia atrás para mirar sus ojos oscuros como el
alquitrán, todo lo que vi fue ansiedad.

—Salvatore entiende la moneda de la belleza y la carne. Este es un


hombre que ayer mismo apuñaló a un funcionario napolitano en el ojo
con un tenedor porque le faltó al respeto durante el desayuno. Es casi
dulce que pienses que al capo le importaría una mierda una cosita
bonita y sin valor como tú.

Siseé de dolor cuando me retorció la muñeca y se inclinó más


cerca para susurrar: —De hecho, recuerdo exactamente lo que me dijo
tu Salvatore. 'Es una gran belleza, y esa es la peor suerte que puede
tener cualquier mujer en nuestro mundo. Demasiado tentadora para
dejarla libre y demasiado peligrosa para mantenerla en un solo lugar.
Asegúrate de obtener un buen precio por ella'.

Apreté los ojos porque podía oír la voz suave como el terciopelo
aplastado de Salvatore decir esas palabras. Ya me había dicho cosas
parecidas en sus visitas raras pero impactantes, sus ojos afilados y
tristes como un arma que no quería usar contra mí apretada contra mi
garganta.

Asegúrate de conseguir un buen precio por ella.


23

Las palabras se clavaron en mi corazón como una cicatriz escrita


Página

en Braille.
—Menos mal que tu linda Elena se quedará aquí bajo mi
protección, y Giselle cuando venga de visita en las vacaciones
escolares. De lo contrario, no se sabría lo que podría pasarles —
añadió despreocupadamente.

Mi cuello se quebró cuando disparé mi mirada hacia él, pero


Rocco ignoró mis ojos desesperados para centrarse en un trozo de
tierra que se pegaba a un lado de sus zapatos bien pulidos.

—No te atrevas a tocarlos —dije, en parte súplica y en parte


amenaza, pero totalmente ineficaz.

Rocco me sonrió con sus dientes puntiagudos. En la Camorra se


rumoreaba que los había afilado con una lima de metal cuando
trabajaba como matón en su juventud. Viendo ahora esos dientes
blancos y afilados, era difícil creer lo contrario.

—No tengo ningún deseo de tocarlas, pero muchos otros hombres


que sí. Tus hermanas tienen ese bonito pelo rojo como su padre. Las
pelirrojas son muy raras en Nápoles, un manjar si se quiere.

—No lo harás —dije—. Si quieres que me vaya de buena gana con


este stronzo, entonces me prometerás que nunca dejarás que ninguno
de tus hombres se acerque a mis hermanas.

Nico se movió incómodo y me di cuenta de que deseaba que me


callara, que aceptara mi destino y que me alegrara de que Rocco
siquiera me hablara de forma civilizada. La situación podría parecerle
injusta a alguien de fuera, pero la realidad era que estaba patinando
sobre hielo fino. Los hombres que daban los últimos retoques al
cuerpo magullado y ensangrentado de mi padre no dudarían en
marcarme con otro tipo de violencia.
24
Página

Como si leyera mis pensamientos, Rocco dirigió su mirada hacia


mí; rozando mis curvas como un cuchillo de sierra. No llevaba nada
que revelara nada; porque eso habría sido un mendigo, pero aun así
tuve la sensación de que conocía bien mi cuerpo, que había fantaseado
con él lo suficiente como para adivinar con precisión la turgencia de
mis pechos y la inclinación de mi cintura. Estaba acostumbrada al
descriptivito deseo escrito en los rostros de los hombres, pero aún no
había aprendido a traducirlo en poder.

Por eso, cuando Rocco dio otro paso amenazante hacia mí, bajé la
barbilla para mirar al suelo con los hombros doblados y las manos
cerradas sumisamente ante la ingle. Era natural esta posición, esta
sumisión; pero seguía ardiendo de vergüenza cuando su risita me
recorrió la frente con calidez.

—Es una pena que debamos mantenerte virgen para tu futuro


dueño —dijo mientras un grueso dedo se deslizaba por mi parte media
y sobre la concha de mi oreja. Fue un toque suave, pero me hizo
estremecer casi violentamente de miedo—. Yo también podría haberla
vendido.

Volvió a reírse, con fuerza y contundencia, en mi rostro abatido


antes de girar y dirigirse al Ferrari rojo aparcado parcialmente en el
jardín de flores de mamá.

Nico se acercó a mí entonces, poniendo su gran mano en mi


hombro. —La gente te echará de menos.

Si pretendía ser reconfortante, tuvo el efecto contrario. La ira subió


desde mi diafragma como el aliento de un dragón. Que se joda y que
se joda cualquiera que pensara que el peso de echarme de menos se
acercaría al vacío de mi centro. Puede que no me tuvieran a mí, a mi
inconsecuente yo; pero yo no los tendría a ellos, a este hogar, a esta
25

ciudad de sucia belleza y a esta familia de ángeles empapados de


Página

pecado. Y en el vacío un nuevo hombre, mi dueño, trataría de meter


trozos de sí mismo, de su hogar, de su ciudad, de su idioma... y menos
aún, de su polla. Era lo suficientemente inteligente como para saber,
incluso entonces, que la única razón por la que era digna era por mi
hermoso barniz y la única razón por la que alguien me compraría, era
por el sexo.

Mantuve la cabeza inclinada y Nico lo tomó como el despido que


era.

En cuanto los matones se marcharon, me dirigí a la escalera de


entrada y recogí mi libro. Era en inglés, el primer libro que mi padre
había traído a casa del trabajo en la universidad. Una colección de
mitologías de una mujer estadounidense, Edith Hamilton. No era algo
que hubiera intrigado a ninguno de mis hermanos, y lo había
reclamado como propio casi en el momento en que Seamus había
entrado por las puertas sosteniendo el libro y una botella de Bourbon
americano.

Pasé a la historia de Perséfone, la hermosa diosa infantil que había


sido raptada por Hades con el consentimiento de su padre y ante el
olvido de su madre. Mi pulgar rasgó la esquina de la página, al
cerrarla de un tirón mi huella húmeda se enganchó en el papel barato y
lo dobló.

—Cosima.

Seamus estaba de pie en la puerta. Bueno, se apoyó en ella, con el


cuerpo colorido y desinflado como un viejo globo de fiesta infantil. Le
habían arrancado tres uñas en cada una de las manos y se las llevaba
tiernamente al pecho, aunque me di cuenta de que tenía un hombro
dislocado. Sin mediar palabra, subí los tres escalones, me agarré a su
torso y le devolví el brazo a su sitio. Su aliento salió entre sus labios
26

secos y agrietados, pero no protestó. Después de todo, no era la


Página

primera vez que hacíamos esto.


—Es una buena idea —dijo.

Su frente húmeda brillaba y no pude resistir el impulso de


limpiarla con la manga de mi camisa.

—Lo es —acepté, pero sólo porque las emociones eran imposibles.

Cada latido del corazón los sacaba de mi sangre, condensándolos


en una pequeña caja escondida detrás de mi esternón. Si reaccionaba
ahora... Bueno, alguien acabaría muerto y no me gustaban las
probabilidades de que fuera yo.

—No puedes decírselo a la familia —advirtió.

—No —Sería mi familia la que moriría entonces. Arrojados frente


a mí como casquillos rotos en mi enfrentamiento con Rocco y su
equipo. Estaba haciendo esto por ellos, y no permitiría que se
interpusieran.

Dejaré una nota en la mesa de la cocina, como hacía cuando me


surgía un trabajo repentino en Roma o Milán. Explicando que tenía
que salir del país por motivos de trabajo y que no sabía cuánto tiempo
tardaría en volver.

Se enfadarían, por supuesto; pero sabían que era un mal necesario


para nuestra supervivencia.

A menudo me iba.

Así que tardarían en darse cuenta de que no iba a volver.

—Yo me encargaré de ellos. —Seamus siempre hizo un buen


trabajo fingiendo ser un padre. Cuando estaba en casa, nos arropaba
27

con su aliento alcohólico mientras cantaba nanas irlandesas. Le leía a


Página

Elena que todavía, para su frustración, tenía problemas con el inglés; y


posaba para Giselle, a quien le encantaba su pelo rojo y su cara
pecosa; tan parecida a la suya. Sólo con Sebastián se mostraba distante
e, incluso entonces, se debía a la falta de respeto de mi hermano y a su
descarada desaprobación de todo lo que representaba Seamus. Si
Seamus estaba en la casa; Sebastian, a menudo, no.

Y luego estaba yo, su hija favorita. No era mucho decir, Seamus


no tenía corazón para favorecer de verdad a alguien, ni siquiera a
mamá; y honestamente yo era la favorita de todos. En una familia de
fracturas, yo era el cristal.

Pero ser su favorita me había enseñado lo suficiente sobre Seamus


Moore como para saber que no debía creer ni una palabra de lo que
dijera. Y cuando le sonreí con fuerza en su rostro mudado, supe que
estaba orgulloso de mí por haberme dado cuenta de sus tonterías. Eso
le demostraba que me había enseñado bien.
28
Página
Ya casi habíamos llegado.

La señalización de Roma nos prometía un trayecto más lejano de


quince minutos; pero reconocía la ruta lo suficientemente bien, incluso
en la oscuridad, como para saber que llegaríamos en diez. Después,
subiríamos la colina hasta Aventino; el exclusivo barrio fuera del
ámbito turístico, escondido entre follaje y setos como un edén oculto.
Nunca había estado en esa parte de la ciudad. Mi infrecuente carrera
de modelo no me había dado motivos para salir del centro storico, a
no ser que se me antojara mi trozo de pizza favorito de una pequeña
trattoria del barrio judío.

Mientras subíamos la colina con el Fiat resoplando sin elegancia


por el esfuerzo, me retorcí las manos en el regazo y me obligué a
respirar profundamente tres veces. Tenía mi propio plan; y ya era hora
de poner en marcha la primera parte.

—Papá.
29

Seamus me miró y sonrió mientras entraba en una pequeña calle


lateral. —¿Sí, carina?
Página

—Tengo una condición para la venta.


Una ceja pelirroja se levantó, y aunque no me parecía en nada a él,
era asombroso lo parecido que nos expresábamos en el movimiento
fluido de nuestras manos y la elasticidad de nuestros rasgos. Sentí una
dura punzada en el pecho y me pregunté si sería porque le echaría de
menos o porque le odiaba profundamente.

—Desapareceré, aquí y ahora, a menos que aceptes mis


condiciones —dije.

—Bien, entonces. —Hizo un gesto con la mano para que siguiera


adelante antes de pulsar el botón de giro y acercarse a una gran puerta
de hierro forjado. Bajó la ventanilla, pero la puerta se abrió antes de
que pudiera hablar por el interfono.

Esperé, contemplando el camino de entrada en pendiente, rodeado


de hierba bien cortada y árboles en espiral. La casa apareció casi
inmediatamente, grande y tradicional, con un tejado de arcilla roja y
paredes de estuco dorado. Era hermosa, ciertamente, pero falsa; una
reproducción moderna muy obvia de algo que el propietario podría
haber tenido auténticamente con quizás algunas comodidades menos.

—Tienes que irte —dije mientras salía rápidamente del coche y


metía la mano en la parte trasera para coger la pequeña bolsa de lona
que había escondido bajo el asiento—. He metido tu ropa y algo de
dinero. —Dinero que había robado vergonzosamente del fondo de
huida de Sebastian—. Incluso tu pipa está aquí.

—Qué considerada —dijo, levantándose del pequeño coche y


mirándome fijamente desde el otro lado del metal caliente.

—Hablo en serio, papá. —Mi acento se hizo notablemente más


grueso a medida que mi ansiedad aumentaba. No tuvimos mucho
30

tiempo para quedarnos en la entrada. Ya había visto cómo se movía


Página

una cortina—. Necesito que me jures que nunca volverás allí.


—Me necesitan —dijo, pero le faltó convicción porque ni siquiera
Seamus Moore era lo suficientemente buen mentiroso como para que
eso fuera cierto.

—Realmente no te necesitan. Sólo has traído a la familia la


vergüenza y la desgracia. Hasta ahora, era casi perdonable. Tienes un
problema de juego y una lengua de plata. —Me encogí de hombros—.
Naciste así. Pero ahora, te has jugado a tu hija. Y no dejaré que
pongas a Giselle o a Elena en la misma situación.

—Ah, ya veo. ¿Así que crees que es un buen intercambio? ¿La hija
de oro martirizada por el padre malvado? —Los ojos de Seamus
centellearon alegremente. Se deleitaba en mi mente, en los juegos y
oficios que me había impartido como sabiduría. No era sabiduría, era
tontería; pero si él quería creer lo contrario, no me importaba.

—No, creo que estarán mejor sin nosotros dos. Llamamos


demasiado la atención —dije.

El jugador pelirrojo involucrado con la mafia y la hermosa virgen


que deseaban... no era un final feliz para nadie, pero especialmente
para sus seres queridos.

—Arrogante.

Me encogí de hombros.

—Tus hermanas también son hermosas. Y tu Sebastian.

Mi corazón se puso en marcha, tartamudeó y se detuvo ante la


mención de mi hermano, mi otra mitad. Pero lo había pensado
cuidadosamente, y conocía las estadísticas y las probabilidades de su
futuro con más claridad de lo que podría prever el mío.
31
Página

—Un hombre guapo sigue siendo un hombre. Y si tú te vas,


tendrán realmente una oportunidad de salir —señalé.
—Nadie sale así como así, Cósima. —Era la primera vez que la
voz de mi padre cambiaba de todo menos de agradable—. No sin
consecuencias.

—Lo sé. —Asentí, la finalidad del movimiento como un


martillo—. ¿Cómo llamas a esto?

Volví a meter la bolsa en el coche y cerré la puerta de golpe antes


de girar sobre mis talones para dirigirme a las enormes puertas de
roble de la villa. Una pequeña cartera que contenía las únicas cosas
que me importaban en esta vida estaba agarrada bajo mi brazo como
algo precioso y superfluo, como un balón de fútbol.

Esperé a que estuviera a mi lado en la puerta para decirle: —


Júramelo.

Dudó. —Necesitaré más dinero.

Casi sonreí; tan predecible. —Si estás dispuesto a robar dinero de


la mafia, no te lo impediré.

Dio una palmada en la puerta, con los nudillos demasiado crudos


para llamar. Se abrió de repente, como si alguien hubiera estado
esperando con la mano en el pomo a que llegáramos. Un hombre se
encontraba ante nosotros vestido con un caro traje blanco y negro que
hacía juego con su cabello entrecano y con una profunda raya,
pulcramente peinado hacia un lado. Era el hombre menos
impresionable que había visto en mi vida; completamente pálido como
sólo un británico puede serlo, con rasgos anodinos y carnosos. Sin
decir nada, se apartó para permitir que dos hombres de negro pasaran
y nos cachearan.
32

Me di cuenta de que Seamus quería decir algo, objetar o, más


Página

probablemente, hacer una broma inapropiada; pero una mirada altiva


del mayordomo lo detuvo. Fue fácil ignorar al hombre corpulento que
salió de detrás del mayordomo para cachearme, rozando con sus
gruesos dedos mis pechos y mi ingle; era profesional y apenas echó
una mirada superficial a mi rostro. Era la primera vez que un hombre
se mostraba sexualmente indiferente a mis audaces curvas, y eso me
excitaba extrañamente. Llevaba gafas de sol a pesar de haber salido
del fresco y oscuro interior y cuando me agarró del brazo con firmeza
para arrastrarme al interior de la casa, me estremecí ligeramente.

Nos condujeron a través de un inmenso vestíbulo de azulejos rojos


por un largo pasillo hasta una gran puerta cerrada. Nos dejaron allí,
caminando en silencio sin ninguna indicación de lo que debíamos
hacer. Así que esperamos en silencio porque nos parecía un sacrilegio
hablar en una habitación así.

—¿Si prometo cambiar? —Seamus habló en voz tan baja, con la


boca inmóvil y floja que, aunque le miraba directamente, no podía
estar segura de que hubiera hablado.

—No lo harás.

—¿Crees que no quiero, Cósima, que me gusta ser yo? ¿Crees que
quiero hacer esto, vender a mi hija, por el amor de Dios? Te quiero. —
Una respiración temblorosa vaciló en el aire entre nosotros—. Quiero
a mamá y a nuestra familia. No nos alejes a los dos de ellos.

—Realmente creo que te estoy haciendo un favor —dije, y lo hice.

Le estaba dando una salida. Si volvía a Nápoles, tendría que estar


loco para pensar que la familia lo recibiría con los brazos abiertos
después de lo que había hecho. De esta manera, podría irse sabiendo
que al menos tenía mi bendición.
33

Seamus Moore era muchas cosas, pero la locura no era una de


Página

ellas.
—Bien —dijo—. Lo prometo.

Debería haberme asqueado la facilidad con la que aceptó, pero


estaba demasiado ocupada sintiéndome aliviada. Podía sentir sus
efectos en mi cara, mi boca se separó en un dulce suspiro, mis ojos se
ablandaron como mantequilla derretida. No hubo tiempo suficiente
entre el silencio de la cerradura y el débil soplo de la puerta al abrirse
para que pudiera cambiar mi expresión. No sabía cómo quería estar
cuando conociera al hombre que pronto sería dueño de mi cuerpo,
pero definitivamente no era así.

Y por la mirada que me dirigió me di cuenta inmediatamente de


que se estaba aprovechando de mi desorientación. Unos gruesos ojos
plateados marcaron y catalogaron mi cuerpo con la eficacia y el leve
interés de un bibliotecario con una pila de libros y el sistema decimal
dewy. Con sentidos sobrehumanos, observó el triángulo de lunares en
el lado izquierdo de mi cuello y las cutículas rasgadas alrededor de
mis largas uñas, la forma en que mi modesto vestido estampado
flotaba alrededor de mis delgadas pantorrillas. También podía ver las
conclusiones en esos ojos oscuros: desnutridos, estresados y cubiertos
por la fina película de la pobreza. El familiar ardor de la vergüenza
forjó en mis entrañas una vara de acero de la rabia que se alojó en mi
garganta y me hizo desear una arcada.

Parpadeando lentamente, aparté los ojos de la pegajosa


profundidad de su mirada y estudié al hombre que tenía delante. Tenía
un espeso cabello del color del oro bruñido que rozaba el cuello de la
chaqueta de su traje y una piel que parecía comestible como el
caramelo estirado sobre sus fuertes rasgos. Sorprendentemente, era
casi treinta centímetros más alto que mi altura anormal, y la
impresionante anchura de sus hombros se reducía a una cintura
34

estrecha. Catalogué estos atributos físicos sin reparos y también con


Página
facilidad. La belleza era mi profesión, e incluso en mi estado de
desorientación, podía apreciar a un magnífico hombre.

Cuando mis ojos recorrieron el corte cuadrado de su mandíbula


hasta llegar a esos ojos grises como cuchillas de nuevo, estaban
lacados con un humor suave. Me erizó la piel al darme cuenta de que
había estado satisfaciendo mi curiosidad, observándome mientras
estudiaba su aspecto y lo encontraba todo menos deseable.

Lo miré con horror al darme cuenta de quién era.

—No vale un millón de libras, ¿verdad? —Su voz ronca no


concuerda con el acento británico, obviamente de clase alta, así que
me llevó un momento descifrar sus palabras.

Abrí la boca para replicarle, pero Seamus sonrió rápidamente y


habló primero: —Creo que descubrirás que limpia muy bien.

—Antes de que lleguemos a eso —dije dando un ligero paso hacia


adelante y hacia un lado frente a mi padre para excluirlo, al menos
simbólicamente, de esta negociación—. Necesito renegociar los
honorarios.

—¿Tú? —preguntó con el tipo de hastío aburrido que sólo los


ricos pueden transmitir tan bien.

—Sí —afirmé, apoyando los puños en las caderas e inclinando la


barbilla—. También tendrá que proporcionar una suma global de
trescientas mil libras o una asignación mensual por un total de esa
cantidad en el transcurso de mi contrato de cinco años. A nombre de
Caprice Marie Lombardi.

El hombre me miró fijamente con ojos duros, grises e intratables


35

como la piedra. No parecía el tipo de persona que discute sus


Página

decisiones con los demás, y mucho menos que hace concesiones.


Había arrogancia inscrita en las comisuras de su boca, en las líneas de
sus hermosos ojos y en la línea geométrica de su dura mandíbula.

—¿Qué consigo, si se puede saber, con este aumento del gasto?

Levanté la barbilla y estreché los ojos hacia él. —Algunos dirán


que me lo debes a mí.

Mi padre se movió incómodo a mi lado, ignorando por completo


que aquel desconocido sí me debía algo más que el uso futuro de mi
cuerpo.

No hace mucho tiempo, le había ayudado.

—Me darás acceso sin trabas a tu cuerpo y a tu libertad sin


quejarte —añadió con indiferencia.

—No puedo prometer que seré completamente dócil a tus deseos


—espeté.

—Irlandesa. —Los ojos del británico se entrecerraron, pero había


humor escondido en el pliegue de sus labios carnosos—. No es
precisamente una buena indicación de tu temperamento. Por un millón
y medio de libras, espero un activo dócil.

Seamus se adelantó un poco para bloquear mis dientes viciosos. —


Estás pagando por su belleza. Su naturaleza puede cambiar con el
tiempo.

La puerta abriéndose y cerrándose detrás de nosotros atrajo nuestra


atención hacia un hombre mayor que entraba en la habitación. Llevaba
un maletín de aspecto caro y su pelo brillaba como un casco de plata.

—¿Están listos para empezar? —preguntó expectante.


36
Página
El hombre rubio —mi futuro dueño— hizo un gesto de desprecio
hacia mí, lo que hizo que el hombre mayor se metiera en mi espacio.

Me aparté. —¿Tenemos un trato?

Me miró fijamente, con su hermoso rostro totalmente impasible.


Sólo podía adivinar el funcionamiento interno de sus pensamientos
detrás de la fachada y reflexionar sobre esa incógnita me aterrorizaba.

—Tenemos un trato, aunque te hago saber ahora que si te resistes


demasiado, me reservo el derecho de poner fin a nuestro trato. Ahora
—ordenó—, quédate quieta.

Me quedé quieta. No porque quisiera, sino porque estaba


acostumbrada a obedecer a los hombres, a anteponer mi seguridad a
mi orgullo.

—Sea minucioso, doctor. No quiero arrastrarla a casa, a Inglaterra,


sólo para descubrir que no es pura —dijo el hombre rubio con un
acento como el frío acero británico.

Vibré de furia, pero aun así me mantuve inmóvil mientras el


doctor me rodeaba una, dos veces y se detenía a mi lado la tercera vez.
Hizo unas cuantas anotaciones rápidas en su portapapeles antes de
guardarlo bajo un brazo. Intenté no estremecerme cuando me dio una
palmadita como se hace con un caballo, con una serie de golpes
superficiales en los costados, por encima de las nalgas y a ambos
lados de los muslos, por dentro y por fuera. Un siseo brotó de entre
mis labios cuando sus fríos dedos pasaron por mi sexo antes de
sumergirse en él, un empujón superficial que pinchó mi himen intacto.

—Pura —declaró el médico, retirando sus dedos y limpiándolos en


37

un pañuelo que sacó del bolsillo de su pecho—. Un himen


Página

maravillosamente intacto.
—Como le dije —dijo Seamus, con suficiencia.

El rubio le lanzó una mirada fulminante. —Discúlpeme si no


confío en la palabra de un hombre que vendería a su hija para pagar
sus deudas de juego.

Ahogué la risa ligeramente histérica que me subió a la garganta.


Seamus frunció el ceño, pero no había manera de refutar semejante
afirmación, así que permaneció callado. Me pregunté cómo sabía mi
dueño las circunstancias de nuestra situación y luego decidí que
alguien con suficiente dinero para pagar una pequeña fortuna por una
chica tendría los medios para averiguar lo que quisiera.

—Ahora es el momento de despedirse. El médico tendrá que


llevarla a hacer algunas pruebas antes de que nos vayamos —le dijo a
mi padre.

Me di cuenta con cierto recelo de que no me había mirado en


absoluto después de su inspección inicial. ¿Por qué un hombre
evidentemente guapo y rico tendría que pagar por sexo?

Porque era obvio que esa era la razón por la que me vendían. ¿Qué
más querría alguien con una mujer hermosa? Y entonces me resultó
obvio porqué alguien como él necesitaría comprar una mujer... porque
sus gustos eran demasiado desviados para una libre.

Tragué grueso y me acerqué a mi padre, aunque hacía tiempo que


había aprendido a no acudir a él en busca de protección.

Seamus me sorprendió rodeando mis hombros con un brazo y


tirando de mí. Se levantó hasta alcanzar su máxima estatura, algo más
de un metro ochenta; pero incluso así, era lamentablemente más bajo
38

que el británico.
Página
—Necesito que me asegures que estará bien cuidada —volvió a
sorprenderme diciendo.

El otro hombre giró la cabeza lentamente hacia nosotros, con sus


ojos oscuros llenos de tinta brillante antes de haber escrito las
palabras, totalmente en blanco.

—Primero, quita tus manos de ella. Ahora es mía y nadie más que
yo la tocará —dijo fríamente—. En segundo lugar, Sr. Moore, no le
aseguraré nada. Haré con ella lo que quiera, pues ya no es una
persona, sino una propiedad. Podría suponer que, dado el dinero que
estoy invirtiendo en ella, no le haré demasiado daño; al menos no el
suficiente como para estropear su belleza o matarla demasiado rápido,
pero usted no merece seguridades ni las garantiza a través del
contrato; así que... —Sólo dio un pequeño paso hacia delante, pero su
poderoso cuerpo se enroscaba como un depredador, dando el último
paso antes de devorar a su presa—. Quita tus asquerosas manos de ella
y vete.

No estaba segura de si Seamus o yo era quien se estremecía, pero


después de que ambos nos hubiéramos recuperado, soltó rápidamente
su brazo de mis hombros y dio un gran paso atrás.

La vergüenza y la rabia me estallaron en la lengua, amargas y


espesas como la bilis. ¿Qué clase de padre antepone su propia
seguridad a la de su hijo?

Seamus Moore.

Abrió la boca para decir algo, sus ojos se apartaron de mí como


imanes polares, pero me adelanté a él.
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—Nunca te perdonaré por esto —susurré dolorosamente en


Página

italiano, cada palabra apretada por el puño de hierro que envolvía la


garganta—. Mi único consuelo, papá, es saber que no dejarás el juego
ni la bebida, y que probablemente harás que te maten en los próximos
años. Si por alguna razón inexplicable eso no sucede, si por alguna
razón increíble sobrevivo a este calvario que me has preparado y te
vuelvo a ver, quiero que sepas que yo misma te mataré.

Seamus dio un paso atrás tambaleante, con los ojos grises muy
abiertos en su rostro magullado. Un tipo de dolor diferente, algo peor
que el físico, hizo que esos ojos se nublaran y luego brillaran con
lágrimas.

Yo permanecí impasible.

El cabrón me estaba vendiendo como esclava sexual para salvar su


propio culo.

Me divertía pensar en cómo había tenido tanto miedo de que


Sebastian se uniera a la Camorra, de que mis hermanas cayeran en
manos de uno de sus hombres, cuando era yo la que se comprometía a
matar a un hombre.

Mi propio padre.

Era repugnante, pero mis palabras eran ciertas.

Si sobrevivía, si lo volvía a ver, lo colgaría de un árbol con


campanas atadas a los tobillos para que cantara al viento; tal como
Rocco había prometido hacer con el resto de mi familia.

—Cósima —empezó a decir Seamus, adelantándose con las manos


extendidas en señal de bendición.

—Recuerda la promesa que me hiciste. Ahora, vete.


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Estúpidamente, mi padre miró a mi dueño, que se limitó a cruzar


Página

los brazos sobre el pecho y a bajar la barbilla para poder mirar a mi


padre desde un mejor ángulo.
Las lágrimas se derramaron cuando Seamus me devolvió la
mirada, pero asintió lentamente, con los hombros hundidos mientras
seguía al mayordomo por la puerta.

No me giré para verle marchar.

En su lugar, giré para encarar completamente a mi nuevo dueño


con las manos en las caderas. —Ahora puedes decirme qué coño crees
que estás haciendo. Te he salvado la vida.

Se limitó a parpadear de una forma mucho más elegante que un


encogimiento de hombros.

—¿Así es como me pagas? —espeté.

—Aquel día te dije que tuvieras cuidado donde asomabas tu bonito


cuello. Un cazador como yo podría encontrarte demasiado bonita
como para no darte un mordisco, o al menos para usarla como cebo.

Muy a mi pesar, su cruel expresión me asustó. La piel de gallina se


rasgó como un velcro desgarrado en mi carne. —No te tomé por un
hombre que recurriría a comprar una mujer como si fuera ganado. En
su rostro se produjo un cambio como nunca había visto. Su expresión
plácida se desvaneció para revelar su corazón frío como la piedra.

Abrí la boca para decir algo, pero me detuve cuando dio un gran
paso hacia adelante en mi espacio. Sus dedos encontraron mi barbilla
y la sujetaron con firmeza para que no pudiera apartar la vista de sus
líquidos ojos negros.

Sin pensarlo, mis labios se curvaron en un gruñido ante su


proximidad.
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—Irlandés e italiano —me regañó con un suave chasquido de su


Página

lengua contra los dientes—. Dudo que demuestres que los estereotipos
son incorrectos y demuestres ser una pequeña esclava obediente y
dócil.

—Hai ragione —dije, dándole la razón.

Me sorprendió con una sonrisa aguda en la cara, presionando un


pulgar sobre el centro de mis labios cerrados para que no pudiera
hablar. —No hay problema, mi belleza. Estoy deseando romperte.

Entonces, antes de que pudiera morderle el pulgar como había


planeado, un pequeño y agudo dolor estalló a un lado de mi cuello, y
me desmayé.
42
Página
Cuatro meses antes.

Fuera, Milán era sofocante y luminosa. Un bebé lloraba en algún


lugar de la calle mientras otra pareja discutía furiosamente en dialecto
italiano. La luz amarilla de un amanecer de mediados de primavera
saturaba la sala de espera y hacía parpadear con sueño a la multitud de
hermosas mujeres que se alineaban en las sillas de plástico blanco.
Eran las cinco de la mañana y nadie tenía derecho a ser atractivo a una
hora tan temprana, pero para estas mujeres el cansancio visible no era
una opción.

Me senté en un rincón de la pequeña y sofocante sala agarrando mi


cartera con las dos palmas húmedas. La verdad es que era abismal, al
lado de las pilas de fotos que pesaban en el regazo de las otras
modelos, pero no podía permitirme ser pesimista. Había sesenta y
siete chicas compitiendo por la misma campaña multimillonaria, y
cada una era más hermosa que la anterior. Una preciosa mujer africana
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con la piel como el bronce pulido y un afro besado por el caramelo


Página

estaba sentada a mi lado charlando con una de esas raras mujeres


asiáticas que son a la vez altas y con curvas. Frente a mí, estaba
sentada Cara Delavigne y las chicas de al lado hablaban en voz baja
sobre las posibilidades de Kate Upton de ser elegida. Este tipo de
actuación era el billete dorado de una modelo y todo el mundo en la
ciudad lo quería.

La única ventaja que tenía frente a ellas era esto; lo necesitaba.

El dinero de un trabajo así podría ir más allá de pagar la matrícula


de la escuela de arte de Giselle y utilizar los escasos restos para
mantener a flote al resto de la familia en Nápoles. Podría ayudar a
Elena a ir a la universidad, sacar a Sebastian de su trabajo en una
fábrica sin futuro y poner a mamá en una casa con calefacción y
cañerías. Y alejaría definitivamente a los mafiosos de ojos negros que
rondan nuestra moribunda economía como carroña.

Cambié el peso del mundo sobre mis hombros para que se asentara
más cómodamente y me recordé a mí misma que si Atlas podía
sostener el mundo, yo podía soportar el mío.

La puerta de la sala de entrevistas se abrió y salió una rubia


despeinada. Sus tacones repiquetearon mientras cruzaba
apresuradamente el suelo entre todas nosotras y me recordó a mi
madre, moviendo el dedo y chasqueando la lengua mientras me
reprendía.

—Cosima Lombardi.

Levanté la cabeza y contemplé a la delgada pelirroja que decía mi


nombre. Tenía pecas y una mirada pellizcada con la que podía
empatizar; obviamente era estresante atender a hombres de negocios
exigentes y modelos neuróticas. Le sonreí recatadamente mientras
pasaba junto a ella por la puerta que había abierto, pero se limitó a
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parpadear y a cerrar la puerta tras de sí.


Página
Respiré hondo para centrarme, poniendo cada partícula de
confianza como un escudo a mi alrededor antes de darme la vuelta
para enfrentarme al jurado para la prueba.

Cuatro personas serían mis jueces. La primera era quizás mi mayor


reto, Freida Liv. Podría decirse que era la modelo con más éxito del
mundo en los últimos diez años, y era desgarradoramente bella.
Llevaba el cabello dorado cortado; había sido una de las primeras en
adoptar el estilo radical de los pajes hace doce años, y mostraba un
rostro perfectamente simétrico que llamaba la atención por sus pálidos
y luminosos ojos azules. A pesar de su belleza, su expresión era poco
atractiva, pellizcada y distorsionada; como si alguien la estuviera
apartando. Suponía que alguien lo hacía, después de todo, ya que
estaba entrevistando a su sustituta.

El otro era un hombre mayor, profundamente bronceado con los


ojos como la tela vaquera descolorida de su camisa abotonada y el
pelo rubio y blanco brillante. Se trataba de Jensen Brask, el infame
director de la casa de moda St. Aubyn, que a menudo obligaba a sus
modelos a cometer atroces tareas mentales antes de contratarlas. El
trabajo de modelo puede parecer glamuroso, dijo en una ocasión; pero
requiere una verdadera fortaleza mental. Me sorprendió que estuviera
aquí, en la segunda audición, cuando sabía que éste era sólo el paso
intermedio del proceso de selección. Me observó con el ceño
ligeramente fruncido mientras me presentaba ante ellos, con los brazos
a los lados y el rostro cuidadosamente desprovisto de emoción.
Siempre era así en las convocatorias, el inevitable concurso de
miradas mientras te juzgaba sin pudor por todas las ventajas físicas
que podían alcanzar con sus ojos y su imaginación. Según mi limitada
experiencia, lo mejor era quedarse quieta y aguantar.
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A su lado estaba Willa Percy, la directora general y fundadora de


Página

Looking Glass Models, una de las mayores agencias de modelos del


mundo. Si conseguía este trabajo, no sólo me aseguraría esta enorme
campaña internacional, sino también un lugar en la agenda dorada de
Willa Percy. Era una mujer afroamericana muy bien arreglada y
vestida completamente de Chanel, pero había una mirada en sus ojos
que no hablaba de clase, sino de una ambición despiadada y de
pobreza.

Yo conocía esa mirada porque la había visto en mis ojos a menudo


cuando me miraba en el espejo.

El crítico final no fue otro que el hombre con el que modelaría en


las campañas, Jace Galantine. En menos de tres años, había aparecido
en la escena de los modelos estadounidenses y, sin saltarse ningún
detalle, se convirtió en uno de los nombres más importantes de la
industria. Ahora, se había asegurado su lugar como rostro masculino
de la marca St. Aubyn y tenía la autoridad para vetar a quien quisiera
como su cómplice femenina. Me miraba fijamente; sus rasgos faciales
de corte escultural se comprimían mientras me estudiaba.

Con valentía, me encontré con su mirada y le guiñé un ojo


lentamente.

Parpadeó antes de soltar una risa gutural absurdamente atractiva.


—¿Quién es, Renna?

La pelirroja consultó su portapapeles. —Cosima Moore, 17 años,


italiana, Tivoli Models Roma.

Los jueces localizaron eficazmente mi retrato entre sus carpetas y


dedicaron un momento a leerlo por encima. Era una carpeta corta y
me retorcí las manos con nerviosismo cuando Freida Liv la apartó con
un movimiento de su fina muñeca.
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Página

—Tu mayor campaña fue en junio con Mila Cosmetic —confirmó


Willa Percy—. ¿Y la más reciente de lencería Intimissimi?
—Sí, tuve la suerte de trabajar con algunas de las personas con
más talento de Italia. —El recuerdo de mi tiempo con Intimissimi me
calentó y sentí que volvía mi habitual confianza, enderezando mi
columna vertebral.

—Sí, bueno, esto no es una pequeña campaña nacional. —Freida


Liv me miró fijamente con sus ojos glaciares—. Las cosas se hacen de
otra manera aquí en St. Aubyn. Tienes una buena experiencia en
pasarela... —Ojeó despreocupadamente las fotos de mis desfiles para
Dolce & Gabbana y Valentino—. Pero eso no es lo que St. Aubyn está
buscando.

—Lo que Freida quiere decir es —Jensen lanzó a su colega una


mirada que lo decía todo—, St. Aubyn es una casa de moda
internacional con una línea de cosméticos, prêt-à-porter y fragancias.
Tendrá que ser tan adaptable como un camaleón y tan fuerte como un
gato de la selva. Queremos a alguien que las mujeres envidien,
señorita Lombardi. Queremos que St. Aubyn pase de la ropa formal a
la sofisticada.

—Necesitarán algo más que una nueva cara para hacer eso —dije
antes de poder evitarlo. Mi mano voló hacia mi boca, pero la bajé con
la misma rapidez. No pensar antes de hablar siempre había sido uno
de mis mayores defectos. Más valía que lo supieran antes de
contratarme.

La ceja blanca de Jensen se alzó en su cara bronceada. —Es cierto


que empieza con los diseñadores, los directores creativos y la
empresa; pero acabará contigo, y eso es lo único que les importa a los
consumidores.
47

Abrí la boca para hacer otra pregunta, pero me detuve. Este no era
Página

el tipo de ambiente en el que era apropiado que una modelo corriente


hiciera preguntas. Jace Galantine se dio cuenta de mi vacilación y
asintió para incitarme.

—¿Por qué no contratar a una actriz entonces? Es la norma ahora y


estoy segura de que se te han acercado algunas de las mejores para
representar tu renovada marca.

Jace asintió como un profesor satisfecho con su alumna, aunque


Freida Liv me miró con maldad. —El nuevo director general quería ir
por otro camino.

—En realidad es una prueba —explicó Jensen con brusquedad,


con la emoción encendida en sus ojos cansados—. De la marca.
¿Podemos coger a una belleza sin nombre e impulsarla al estrellato?
—Freida se burló con delicadeza, pero los dos hombres la ignoraron—
. Si es así, haría más por la marca que un actor con una identidad
independiente de la marca. Brooke Shields y Calvin Kline Jeans,
Adriana Lima y Victoria Secret. —Abrió las palmas de las manos—.
Una nueva imagen requiere un nuevo rostro.

—Suficiente. —Freida intervino, con sus ojos fríos en mi cara—.


Renna te llevará a probarte algunas prendas.

Asentí, con el corazón latiendo fuertemente en mi pecho. Me


temblaron las manos cuando Renna me ayudó a ponerme las distintas
prendas, un vestido de organza blanca que se movía sobre mi cuerpo
como láminas de niebla luminosa y un traje rojo brillante hecho de
paneles de encaje cortados individualmente en V hasta el ombligo. Era
la oportunidad de mi vida y no tenía ni idea de qué hacer para
destacar. Pensé en las bellas mujeres de fuera, tan capaces como yo o
más, y en mi familia de Nápoles. Una determinación feroz inundó mi
48

sangre, caliente y vibrante. Cuando volví a la sala con cada traje, pude
Página

sentir la fuerza brillar como joya de oro contra mi piel. Cuando entré
con el vestido blanco, hasta Willa Percy pareció impresionada.
Después de tres vestidos y cuatro prendas individuales, volví a
enfrentarme a mi panel de jueces; pero de alguna manera el ambiente
había cambiado, se había helado, y cada uno de ellos me miraba con
apatía. Sólo tardé un momento en descubrir el motivo.

—Ciao2, Cosima.

Landon Knox se encontraba en la puerta, con su pelo y su barba de


color sal y pimienta fundiéndose con las sombras para dar la
impresión de ser un hombre sin rostro. Pero yo sabía cómo era al sol a
la sombra, a la noche y al mediodía. Lo sabía porque el agente que
estaba ante mí había sido la razón por la que me convertí en modelo
en primer lugar.

Un escalofrío brutal me recorrió la columna vertebral. —Sr. Knox.

Su sonrisa era delgada en su bonita cara mientras se adelantaba a


la luz. —Debería haber sabido que estarías aquí, escarbando en la
escalera como un gato hambriento.

El desprecio en su voz me hizo sentir náuseas, pero incliné la


barbilla. —Trabajo duro.

—Oh, lo sé. —Ahora estaba cerca, casi directamente frente a mí, y


miré con inquietud a mis jueces para ver si interferían. Aunque los dos
hombres y Willa parecían incómodos, Freya me sonrió con simpatía—
. Pero no estarás aquí, no para St. Aubyn.

Se inclinó cerca y bajó la voz para que su aliento pasara por mi


cara en una onda enfermiza. —Te dije, cuando me dejaste, que no
volverías a trabajar en Roma.

Me tragué el sollozo que surgió en mi garganta y miré a Landon,


49

un hombre al que no hace mucho creía amar desesperadamente. —


Página

2
Hola en italiano.
Entonces usted se lo pierde, Sr. Knox. —Me volví hacia mi panel de
jueces y sonreí recatadamente, aunque mis ojos estaban calientes de
ira. —Gracias por su tiempo, no les haré perderlo más.

Con la cabeza alta y los puños apretados a los lados, salí de la sala.
Sólo cuando pasé por delante de las docenas de rostros hermosos de la
sala exterior, cuando ya estaba a salvo en las calles anónimas de
Roma, apoyé la cabeza contra el edificio de ladrillo y luché contra las
ganas de llorar.

El sudor se me acumula en la frente a pesar de que permanezco


oculta en la sombra del callejón junto al edificio, pero agradezco el
calor familiar y la constante cacofonía del tráfico milanés a mediodía.
Apoyé la nuca en la fría piedra del edificio del que acababa de salir sin
éxito y luché contra la aplastante sensación de fracaso que amenazaba
con robarme el aliento. Necesitábamos el dinero que ese trabajo
podría haber aportado. Yo era el principal sostén de mi familia de
cinco miembros, y aunque había sido modelo desde los catorce años,
el golpe del rechazo seguía siendo especialmente duro.

Apreté los dientes ante la idea de que Landon me arruinara la cita.


Era inglés y editor del Vogue italiano. Su especial interés por mí
cuando era sólo una niña era la razón por la que ahora era modelo.
Una vez, cuando era joven e impresionable, había sido más una figura
paterna que mi propio padre biológico. No era tan viejo, ahora tenía
50

unos cuarenta años, pero comparado con una joven de catorce años
Página

como yo, parecía antiguo y seguro en su vejez. En cierto sentido, lo


era. Nunca trató de manipularme sexualmente, pero ahí estaba el
límite.

Eso no le impedía dictar lo que comía, lo que dormía, lo que me


ponía para ir a los sitios y luego incluso en casa con mi propia familia,
y cómo me comportaba con los demás. Siempre tenía que estar a su
disposición.

Era una relación condenada al fracaso desde el principio.

Verás, yo nunca había sido muy deferente.

Nuestra relación terminó hace siete meses, el mismo día que me


ingresaron en el hospital por complicaciones de la anorexia.

Me separé de la pared y me tiré del dobladillo de mi blusa


ligeramente transparente y me pasé una mano por el cabello,
preparada para dirigirme al metro y volver a mi pequeño apartamento
compartido en las afueras de la ciudad. La única razón por la que me
fijé en la persona que pasaba por allí fue porque sus auriculares se
habían desenchufado de su iPod y el sonido metálico de su música me
hizo mirar hacia él mientras caminaba por el callejón hacia mí. Era un
chico guapo, no mucho más joven que yo, pero fue la expresión de sus
rasgos lo que me preocupó. Sus ojos se movían rápidamente entre los
coches que se desplazaban por la calle y, cuando un elegante Town
Car negro se detuvo frente al edificio bloqueando la entrada al
callejón, arrastró los pies casi con excitación.

Con cautela, me acerqué a él, preguntándome qué era lo que


obviamente estaba esperando. Mis ojos estaban fijos en él, pero pude
ver que alguien salía del coche y se dirigía hacia el edificio que
acababa de abandonar. El chico rebotó sobre las puntas de los pies —
51

una, dos veces— y reconocí el miedo vertiginoso en su postura


Página

mientras se lanzaba hacia adelante.


Antes de que pudiera debatir conscientemente la decisión de
hacerlo, ya lo estaba siguiendo. Me tragué un segundo de terror
cuando vi el inconfundible brillo de una pistola en su mano mientras
daba tres zancadas hacia delante, con los dedos en blanco sobre la
culata. Sin embargo, la sujetaba con inquietud y yo sacaba la
confianza y la conclusión de su tembloroso agarre.

Justo cuando estaba a punto de alcanzar al desprevenido hombre


del coche, lo alcancé y lo agarré firmemente por el hombro. Esperé a
la vacilación de su zancada, cuando una pierna se bloqueó recta y la
otra permaneció suspendida en el aire, recordando uno de los
movimientos defensivos que Sebastian nos había enseñado a mí y a
mis hermanas durante horas cuando éramos niñas. Contuve la
respiración durante ese instante y bajé mi pie con fuerza contra la
unión exterior de su pierna, donde la rótula conecta los músculos de la
pierna. Se oyó un crujido repugnante seguido de un grito de dolor
mientras caía al suelo. Levanté la vista de donde yacía, profundamente
desorientada con el corazón latiendo brutalmente contra mi pecho
hacia unos ojos grises tan diferentes e intensos como un cielo de
tormenta en pleno verano. Por un momento, menos de un segundo,
esos ojos fueron el centro de mi mundo arremolinado y me dieron la
confianza necesaria para respirar profundamente y de forma
temblorosa.

En el lapso de esa respiración, los dos hombres del coche se


pusieron en movimiento, el conductor prácticamente se lanzó fuera del
coche para detener al posible atacante en el suelo, con una rodilla
presionada en la columna vertebral mientras tiraba de las manos del
asaltante dolorosamente a la espalda. Vi cómo sacaba un par de bridas
del interior de su costosa americana y lo sujetaba.
52

Ni un segundo tardó el hombre de los ojos grises para estar sobre


Página

mí.
Se me escapó el aliento de un solo golpe cuando su colosal cuerpo
se estrelló contra el mío, y mi columna vertebral se quebró y se
comprimió contra la pared de ladrillos que había detrás de mí. Intenté
inhalar y me ahogué por la conmoción cuando su grueso antebrazo se
acercó para presionar mi cuello en un severo agarre.

Sus ojos eran todo lo que podía ver. Aquellos enormes iris como el
acero pulido, enmarcados por unas pestañas marrón oscuro bajo una
ceja gruesa y fruncida. Podía leer la amenaza en cada trazo de esos
ojos de cobre, en cada centímetro que marcaban en mi cara como un
bisturí en la carne blanda.

Me amenazaba no porque yo fuera la amenaza original, sino


porque no me conocía. Más aún, no entendía mi motivación.

¿Por qué una desconocida se comprometería por un hombre


desconocido a menos que tuviera una intención?

Intenté transmitir con mis ojos —también metálicos, pero dorados


cálidos donde los suyos eran fríos— que no tenía otra intención que
escapar de su abrazo y huir de la escena de un crimen que ni siquiera
había cometido.

Sin embargo, no luché contra él. Algo básico que vivía en el fondo
de mis entrañas; como una criatura primordial atrapada para siempre
en una cueva oscura, me decía que, si me resistía a él, me mataría.

Y no con suavidad.

Porque esta amenaza era algo más que mi circunstancia o el


sospechoso interrogante que planteaba. Este hombre era simplemente
peligroso. Irradiaba de él como un campo gravitatorio, una presión
53

añadida contra mi cuerpo magullado.


Página
Había muerte en sus ojos oscuros, de la misma manera que en los
ojos de los muchos Made Men que habían sido buitres rondando la
carroña de mi vida desde su inicio.

—¿Quién coño eres tú?

El nítido filo de su voz británica atravesó la niebla de mi


adrenalina en retroceso, fuerte y limpia como el chasquido de un
látigo.

Hablaba en inglés, y me pregunté si no sabía hablar italiano o si


había olvidado momentáneamente dónde estábamos.

—La mujer que acaba de salvarle la vida, signore —respondí con


la respiración entrecortada, porque su brazo seguía atravesando mi
garganta—. Creo que eso debería ganarme el derecho a respirar.

—Lo repetiré una vez —me espetó—. ¿Quién coño eres tú?

Constelaciones blancas estallaban en el borde de mi visión


mientras luchaba por respirar, así que le di al bastardo lo que quería.

—Cosima Lombardi.

La conmoción procedente del otro lado del coche atrajo mi


atención, los gritos estridentes de la policía italiana que llegaba al
lugar y el bajo acento británico del conductor que había incapacitado
al agresor.

—Cosima. —Saboreó mi nombre, juntando las vocales como


hacían los italianos—. ¿Qué acabas de hacer?

—Te he salvado la vida —repetí y mis manos subieron para


54

agarrar sus antebrazos revestidos de un traje.


Página
Su suave burla hizo que su aliento a menta pasara por mis labios.
—Eso puede ser un poco exagerado. Riddick estaba preparado, había
seguridad en el edificio y sé cómo defenderme.

—Vi el arma —grité entre los dientes apretados, irritada por estar
a la defensiva cuando había actuado como la buena samaritana—. Me
pareció lo único que podía hacer.

—La próxima vez, preciosa —dijo, inclinándose aún más para que
sus labios firmes y carnosos me hicieran cosquillas en la mejilla—.
Considera esto. Si alguien es atacado, tal vez sea por una buena razón.
Tal vez, incluso se lo merece.

—¿Merecer ser asesinado? ¿Me estás tomando el pelo?

Se inclinó lo suficiente como para que sus ojos atraparan los míos
en un abrazo tan feroz como el que tenía contra mi cuello. —No soy
un hombre que bromea. Soy un hombre que, a diferencia de ti,
entiende la causalidad de la naturaleza. No hay efecto sin causa, no
hay acto sin provocación.

—Entonces... ¿merecías que te mataran?

Una sonrisa cortó su mejilla izquierda como un arma. —Todos los


animales, lo merezcan o no, mueren finalmente; pero algunos son lo
suficientemente poderosos como para justificar una cacería. Y tú
acabas de interferir en dicha caza, bella. ¿Sabes lo que ocurre cuando
un depredador es atacado?

—¿Se convierte en un stronzo3? —pregunté, insultándolo y


luchando contra su fuerte agarre una vez más en vano.

—Se vuelve salvaje y atacará a cualquiera que esté cerca, incluso a


55

un inocente. —Se inclinó más cerca mientras su olor se expandía en el


Página

3 Estúpido en italiano.
aire cálido que nos separaba, fresco y frío como el aire húmedo del
bosque. Pude ver el pulso palpitar con fuerza en su bronceada
estructura de la garganta y sentí la extraña compulsión animal de
presionar mi lengua allí—. Ten cuidado a dónde te lleva tu buen
corazón, porque puede ser directamente a los brazos de una bestia
depredadora.

—Ragazzi —gritó un agente de policía, rompiendo la energía que


había entre el extraño y yo, mientras saltaba sobre el capó del coche
para alcanzar al criminal y al guardaespaldas que lo retenía.

El extraño hombre rubio se apretó fuertemente contra mí como si


se imprimiera en mi piel, luego retrocedió bruscamente y dejó caer
mis manos. La oscuridad de sus rasgos se retiró como las criaturas
nocturnas a las sombras y sólo el brillo de sus ojos plateados delató
sus perversas intenciones.

—Esta es la última vez que intento salvar una vida —murmuré,


alisando mis manos ligeramente temblorosas sobre mi corpiño.

—Oh, eso espero —replicó, aunque ya se estaba girando, con los


ojos puestos en el policía y la máscara puesta—. Aunque dudo mucho
que sea la última vez que te involucras en una situación que no
deberías. No tienes instintos de conservación, y un fallo así será tu fin.

Le vi saludar al policía, cómo el agente se estrechaba ante la


firmeza de su apretón de manos y el poder inconquistable que llevaba
como un manto sobre sus anchos hombros. En menos de treinta
segundos, el británico había establecido su dominio sobre el agente de
la ley. Permanecí preocupada por él incluso cuando un hombre vino a
interrogarme sobre el suceso. Incluso cuando me liberaron del
56

interrogatorio tras dar mis datos de contacto y un agente me conducía


Página

hacia el metro.
Permaneció como la idea de un monstruo bajo la cama, como una
criatura que acecha en la oscuridad de mis sueños dispuesta a
corromperlos hasta convertirlos en pesadillas; y cuando miré por
encima del hombro antes de descender al metro, me observaba con
una mirada de halcón que me erizó la piel.

Supe, de la misma manera que siempre supe que mi padre sería el


final de mi vida, que no sería la última vez que viera al depredador
que tan tontamente había salvado de la muerte.
57
Página
Página 58
Actualidad

Mi cerebro era demasiado pesado y caliente en los confines de mi


cráneo. Palpitaba como un péndulo entre mis oídos, desencadenando
una serie de nervios en carne viva por todo mi cuerpo, de modo que
me palpitaba el dolor por todas partes. No podía abrir los ojos ni
arrastrar suficiente aire por mis pulmones. Estaba paralizada, atrapada
en lo que parecía la posición fetal sobre un suelo tan duro que debía
ser de piedra. Quería recuperar la vista porque sin ella, consumida por
el dolor y desdichada por la soledad, era demasiado fácil para mi
imaginación conjurar mi escenario como el pozo del Tártaro; el último
círculo del infierno.

Pensé en el karma y en el destino, en el destino y en la suerte. Las


construcciones míticas que creamos para explicar las cosas
inexplicables que nos suceden. La absurda noción de que, si algo malo
59

ocurría, de alguna manera lo merecíamos.


Página

Yo era una buena persona, pero quizá no la mejor. Estaba


demasiado ocupada centrándome en mi propia familia para ser
altruista y demasiado dedicada a mi carrera para evitar el nivel
necesario de vanidad que exigía. No había nada que pudiera haber
hecho en mis cortos dieciocho años en el pozo de Nápoles para
merecer ser vendida como esclava sexual por mi propio padre.

No lo merecía, pero me estaba ocurriendo.

La falta de poética, de justicia o incluso de esperanza, pesaba sobre


mis doloridos huesos como una densa gravedad.

En un momento dado, sentí que unos dedos fríos se enroscaban en


mi cabello y lo apartaban de mi frente húmeda y mis hombros
doloridos. Un rato después, me colocaron una pajita entre los labios y
chupé sin pensar; arrastrando el delicioso y frío chorro de agua por mi
garganta reseca hasta mi vientre vacío, donde chapoteaba como un
mar agitado.

—Mi belleza —escuché tenuemente desde lo más profundo de mi


mente sumergida—. Mi bella durmiente, es hora de despertar. Es hora
de jugar.

Quise obedecer esa voz clínica y afilada, pero mis ojos eran
piedras calientes en mi cráneo y mi cerebro era tierra anegada.

Como si percibiera mi lucha, mi voluntad de ceder a sus


exigencias, la voz me silenció suavemente y los dedos volvieron a
pasar una última vez por mi cabello. Una presión fría separó mis
labios, un beso no deseado de un príncipe no deseado.

—¿Por qué? —pregunté, apenas despierta, pero desesperada por


entender.

—La sangre de mi enemigo, por muy inocente que sea, sigue


60

siendo mi enemigo —susurró contra mi oído, de modo que las


Página

palabras arraigaron profundamente en mi vigilia y mis sueños—. No


puedes esconderte en la inconsciencia para siempre. Estaré aquí
cuando despiertes.

Y entonces se fue, y yo volví a flotar durante horas interminables


hasta que una pesadilla sobre Hades atravesando la corteza de la
superficie terrestre para agarrarme por los tobillos y arrastrarme al
infierno me despertó con un jadeo.

Y mis ojos se abrieron.

La luz que entraba por las docenas de enormes ventanas que se


alineaban a ambos lados de la larga sala casi me cegó; el reflejo del
sol en los relucientes suelos de mármol encerado me clavó las córneas
con violencia antes de que pudiera apartar la vista.

Cerré los ojos y me concentré en mi respiración y no en el horrible


dolor que sentía en la cabeza, los pechos y entre las piernas, y luego
los volví a abrir.

Estaba en un salón de baile.

O, al menos, supuse que era un salón de baile por su gran tamaño y


su descarada opulencia.

Las lámparas de cristal goteaban de los techos abovedados y


bellamente pintados, y los acentos de lámina de oro se enroscaban y
desplegaban con elaborado detalle sobre los pilares de mármol y a
través de los apliques, como si se tratara de un costoso musgo sobre
antiguos árboles.

Estaba desnuda, retorcida en posición fetal sobre un suelo de


mármol a cuadros blancos y negros, con hilos y cordones dorados
trenzados. Mis ojos se fijaron en una pesada cadena de metal enrollada
61

alrededor de una espiga de acero clavada en el centro del salón de


Página

baile, justo al lado de donde estaba situada. Cuando me desplacé


ligeramente para verlo con más claridad, el siseo del metal sobre el
mármol me llegó a los oídos, y el peso de algo alrededor de mi tobillo
izquierdo me hizo detenerme.

Lentamente, enderezaba la pierna izquierda y miraba el grueso


brazalete de cuero encadenado a mi tobillo y el corto tramo de cadena
que me anclaba al suelo.

Las lágrimas brotaron de mis ojos, fundidas y dolorosas, mientras


caían por mis mejillas.

Estaba sentada en la habitación más hermosa que jamás había


visto, ni siquiera podía imaginarla en mis sueños más salvajes; pero no
estaba allí como invitada, ni siquiera como extraña.

Yo era ornamental tanto como la lámina de oro, inmóvil como


aquellos titánicos pilares de mármol. Una parte del mobiliario que
poseía y coleccionaba lord Alexander Davenport.

Me moví dolorosamente, gimiendo de dolor mientras me ponía de


espaldas y miraba el enorme techo, y luego deseé desesperadamente
no haberlo hecho.

Porque allí estaba pintado en crudo un cuadro del dios griego


Hades vestido de negro en su carro de hierro tirado por caballos no
muertos que irrumpía en la tierra para capturar a la diosa de la
primavera, Perséfone.

Me pregunté si, de alguna manera en mi niebla me había fijado en


el cuadro y lo había trasladado a mis sueños; pero, en cualquier caso,
la reaparición del mito no ayudó a calmar mi agotada mente.

Tratando de concentrarme en otra cosa, decidí sentarme y


62

comprobar el dolor que sentía en los pechos y entre los muslos.


Página

Con un gemido, me senté y me miré el pecho.


Había una barra de oro con diamantes en cada extremo que
atravesaba mis dos pezones de color marrón oscuro.

Otra está curvada y colocada verticalmente, atravesaba el


capuchón de mi clítoris.

—¡Porco Giudo!4 —maldije débilmente ante la obscena visión.

Era una virgen marcada gratuitamente para el sexo, una promesa


que mi nuevo señor y amo había perforado en mi carne.

Mi libre albedrío y mi cuerpo ya no eran míos para controlarlos.

Eran suyos.

Como si hubiera sido convocado por el olor de mi confusión,


llegó, una mera sombra en la puerta del extremo de mi jaula dorada.

—Ah, ella está despierta —dijo en voz baja; pero en la quietud del
salón de baile, su voz me llegó tan íntimamente como si me la
susurraran al oído.

Me estremecí.

—Acércate —dije con voz ronca, llena de falsa valentía—. Así


podré mirarte a los ojos cuando te maldiga hasta el infierno.

Una risa baja y ahumada. —Oh, Cósima, ¿dudas de que ya


estemos allí?

Lo miré fijamente, luchando por tragar los sollozos de


desesperación que amenazaban con asolar mi garganta. Avanzó, con
sus elegantes zapatos de cuero chocando con el mármol, como el
tictac de un reloj en la cuenta atrás de mi muerte.
63
Página

4 Cerdo gordo en italiano.


Cuando estaba a un metro de distancia, pellizcó la tela de sus
pantalones de traje mientras se ponía en cuclillas para que
estuviéramos casi a la altura del otro.

Debería haber hecho el ridículo —su gran cuerpo doblado de esa


manera, sus antebrazos apoyados en sus fuertes muslos, los dedos de
una mano colgando para que pudieran pasar por encima de la espiral
de mi cadena—, pero no lo hizo. En cambio, era formidable,
concentrado en una posición que recordaba a un depredador instalado
para observar a su presa. Tenía todo el tiempo del mundo para
abalanzarse y confiaba en su capacidad de captura, así que había
decidido jugar con su almuerzo.

Jugar conmigo.

—Pensé en darte la bienvenida a tu nuevo hogar —comenzó—.


Por ahora, consiste en estas cuatro paredes. Este salón de baile es todo
lo que conocerás hasta que te ganes el derecho a más. ¿Y sabes,
belleza mía, cómo ganarte el derecho?

Apreté los dientes, sentí el rechinar del esmalte y dejé que el dolor
calmara mi ira para poder respirar de verdad. —Estoy segura de que
estarás encantado de decírmelo.

Su sonrisa era más un fantasma de una expresión que rondaba su


rostro que un movimiento real de sus labios, pero era aún más
siniestra por ello.

—Sí, me alegro de decírtelo. Te ganas privilegios como la libertad


de la habitación, el agua para beber y la comida para comer si me
obedeces a mí, tu amo.
64

—¿Mi amo? —grazné—. Tienes que estar bromeando.


Página
Ladeó la cabeza, con una expresión de auténtica perplejidad. —
Dime, Cósima, ¿por qué otro motivo compraría un hombre a una
mujer hermosa si no es para utilizarla para su propio placer?

—¿Quieres decir que me utilizas en contra de mi voluntad? —


espeté.

—Ah. —Asintió lentamente, pasando una mano por el borde


empinado de su mandíbula mientras me consideraba—. Ya veo.
Parece que no comprendes la naturaleza del trato que hice con la
Camorra y, a través de ellos, con tu padre. Te compré para poseerte,
sí, pero aceptaste las condiciones de este acuerdo en el momento en
que entraste voluntariamente en mi casa de Roma. Cuando viste a tu
padre embrutecido a manos de la mafia, cuando te amenazaron con
colgar a tus queridos hermanos del árbol de enfrente con campanas
atadas a los tobillos y prácticamente podías escuchar el repique en tus
oídos. —Hizo una pausa, asimilando mi horror y mi sorpresa con la
tranquila satisfacción de un hombre acostumbrado a saber más que los
demás—. Si quieres poner a tu familia en riesgo con la mafia, Cósima,
debes saber que eres libre de irte en cualquier momento.

—¿Cómo sabías eso de las campanas? —pregunté, con el cerebro


atascado como un disco rayado con la idea—. ¿Cómo es posible que
lo sepas?

—El conocimiento es poder. ¿Puedes preguntarme eso, sabiendo


quién soy?

—No sé quién eres —le dije con sinceridad—. Sólo que pareces
ser los cuatro jinetes de mi apocalipsis.

Una ceja dorada se alzó, marcando unas líneas en su frente que me


65

hicieron preguntarme cuántos años tenía. Mucho mayor que mis


Página

dieciocho años, era evidente.


—Al menos eres bien educada, como debe ser la hija de un
profesor. Eso te facilitará las cosas.

—¿Rebelarme contra ti? —repliqué, híper consciente de mi


vulnerabilidad al estar sentada ante él, encadenada y completamente
desnuda.

Algo oscuro pasó por sus plácidas facciones, las nubes eran meras
sombras en el suelo, alertándome de una inminente tormenta.

—Soy Alexander Davenport, conde de Thornton, y ahora estás


jugando a mi juego, Cósima. Alégrate de que me tome el tiempo de
enseñarte las reglas en lugar de hacer que aprendas recibiendo castigos
cuando las rompas involuntariamente.

Escupí sobre los brillantes suelos de mármol a sus pies, pero


estaba demasiado deshidratada como para hacer una gran declaración.
—¡Vete al infierno, bestia!

—Así es como procederán las cosas de aquí en adelante, mi


belleza —me informó Alexander con frialdad—. Todo lo que
necesites para sobrevivir te lo daré yo. Agua, comida, el mismo aire
que respiras. Todo me pertenece. Así que te sugiero que abandones el
espíritu rebelde y descubras una actitud más servil.

Lo fulminé con la mirada. No importaba que estuviera atada a un


cerrojo en el suelo con pesadas cadenas medievales en una preciosa
habitación de mármol y pan de oro, sin ropa ni posesiones; no era suya
para dejarla de lado cuando le apeteciera o para entrenarla como a un
perro.

Yo era Cosima Lombardi y eso tenía que significar algo para


66

alguien, aunque sólo fuera para mí.


Página
—No me mantendré encadenada a un perno en el suelo en medio
de su salón de baile como una bestia exótica salvaje enjaulada para su
entretenimiento.

Se levantó lentamente, desplegando la amplitud de su torso y la


larga longitud de sus musculosas piernas. Había precisión y cálculo en
sus movimientos, en la forma en que mantenía sus ojos fijos en mí
mientras se cernía sobre mi persona encadenada.

Observé con recelo cómo su mano se extendía y acariciaba


suavemente mi cabello.

—Exótico, sí —aceptó en voz baja, acariciando un mechón de mi


cabello entintado—. Salvaje, aún no lo he visto, pero tengo muchas
ganas de hacerlo.

—Supongo que debería agradecerte que no me hayas violado


inmediatamente —me burlé.

Dejó caer mi mechón de pelo y sus labios se torcieron en una


mueca de desagrado. —Puede que te sientas como un animal, pero yo
no me los follo. Mi polla estará dentro de ti cuando te ganes el
derecho a un baño y dejes de apestar como el ganado.

—Déjame salir de estas cadenas, y estaré encantada de tomar uno


—devolví porque ahora que me había hecho consciente, podía olerme.

Debían de tenerme inconsciente durante más de un día para que


me llevaran desde Italia hasta donde fuera que estuviéramos en
Inglaterra.

Su sonrisa era tenue, arrugando sus mejillas ensombrecidas por su


principio de barba en líneas asquerosamente atractivas. —Aprenderás,
67

belleza mía, que esta es una relación de dar y recibir.


Página
Se inclinó hacia delante, sus manos se extendieron para agarrar
mis pezones con fuerza y luego tiró, forzando mi cuerpo hacia delante
para reducir la ardiente tensión de mis pechos recién perforados.

—Tú das —susurró siniestramente, retorciendo mis pezones hasta


que gemí—. Y yo tomo de tu exquisito cuerpo. Entonces y sólo
entonces, te recompensaré; e incluso entonces, espero que aceptes
esos regalos con una gratitud abrumadora. —Hizo una pausa, con sus
ojos tan calientes en mis labios que se sentían abrasados como por el
té caliente—. Sólo puedo imaginar el encantador sonido de las
palabras por favor, amo y gracias, amo saliendo de esa exuberante
boca.

—Bien, porque sólo ocurrirá en tu imaginación —rechiné entre los


dientes apretados mientras me retorcía contra su agarre.

La sonrisa de Alexander profundizó las líneas de su rostro,


haciéndolo parecer más viejo y joven a la vez. —Eso es, Cósima —
prácticamente arrulló—. Entrégate a mí. Déjame llevarte al precipicio
del dolor y al borde del deseo que tu mente virginal ni siquiera puede
soñar.

—Nunca —dije, soltándome de su agarre y gritando de dolor


mientras caía al suelo de espaldas en una desgarbada caída.

Cuando levanté la vista, Alexander estaba de pie, con su enorme


figura vestida con un traje completamente negro que magnificaba sus
siniestros encantos.

Me miró pasivamente en mi desgracia, desnuda y atada, rebelde


sin esperanza de revolución.
68

—Como quieras, esclava. Veremos cuánto duras.


Página
Llevaba más de dos semanas a oscuras. Mi sentido del tiempo se
había deformado sin luz ni comidas regulares, sin compañía ni relojes.
Lo único que tenía eran mis propios pensamientos para pasar el
tiempo y el salvaje caníbal sentado en la boca de mi estómago,
comiendo el revestimiento con dientes puntiagudos y venenosos.

Me alimentaban cada dos días. Pan y jamón frío que alguien ponía
en un plato y que aparecía esporádicamente cuando me despertaba.
Nunca había comido tan poco ni me había angustiado tanto, ni
siquiera durante mis días de lucha contra un trastorno alimentario.

También había agua. Sucia y tibia, vertida en un cuenco de


porcelana en el límite de la circunferencia del espacio que me permitía
la cadena. Nunca había suficiente, un charco poco profundo que
apenas mitigaba mi perversa sed.

Era inteligente.

Estaba inquieta por la falta de movimiento, hambrienta hasta el


69

punto de sentir un dolor constante, y al borde del delirio.


Página
Cerraron las persianas de las enormes ventanas y bajaron la
calefacción para que pudiera ver mi aliento empañarse en el aire
invernal mientras me acurrucaba sobre mí misma, temblando de
miseria e incapaz de dormir cómodamente.

Disponía de un cubo como retrete y, gracias a Dios por los


pequeños favores, lo vaciaban regularmente cada vez que conseguía
dormir unas horas.

Dos semanas.

No estaba segura de si eso era encomiable o estúpido. Todo lo que


tenía que hacer era entregarme a mi nueva realidad y estaría libre de
esta cámara dorada de los horrores, libre para comer comida de verdad
y beber algo más que agua tibia.

Libre para volver a ser yo.

Estaba encerrada en la oscuridad, pero era más que una ausencia


de luz. Era la negrura de mi propia soledad; el agujero cuántico en el
centro de mi alma que estaba succionando lentamente todo lo que me
hacía ser yo.

Intenté escribir una enciclopedia de hechos de Cosima para


cimentar mi sentido del yo en el caos de la noche en que se había
convertido mi vida.

Cosima Ruth Lombardi.

Nacida el 24 de agosto de 1998 en Nápoles, Italia, de Caprice


Maria Lombardi y Seamus Patrick Moore.

Mi color favorito era el rojo vino, capturado en un vaso y


70

sostenido sobre la rica y cálida luz de las velas.


Página
De todas las flores, las que más me gustaban eran las amapolas,
porque me recordaban a mí de un modo narcisista pero verdadero.
Eran atrevidas como la sangre, pero descarnadas frente a los colores
más suaves de la campiña italiana tradicional. Exigían atención y la
recibían. Pero su belleza era efímera y frágil, ya que la fina seda de
sus pétalos se deshacía en una semana y se dispersaba con el viento.

Me sentía muy parecido a una de esas flores centradas en el negro,


deshaciéndose con cada respiración que hacía sin que hubiera un solo
testigo de mi desmaterialización.

Me quería así.

Perdida como partículas en descomposición en una placa de Petri.

No tuve que escuchar su acento británico recortando las palabras


en pequeñas explicaciones ordenadas para entender por qué.

Me quería rota.

Una hermosa cáscara hueca para romperla y follarla.

No le bastaba con adueñarse de mi persona y violar mi cuerpo.


Quería vaciar mi alma para que lo único que me llenara fuera su polla
y su semen.

Sus palabras de hace días irrumpieron en la negrura de mi mundo


y brillaron de forma cegadora.

—Cuando me introduzca en ese coño virgen y unte tu sangre en mi


polla, llorarás. No porque te haga daño, aunque lo haga. No, llorarás
porque vas a estar tan vacía, tan inútil que suplicarás y sollozarás para
que te llene algo. Y ese algo seré yo, Cósima. Mis dedos en tu culo,
71

mi gruesa polla en tu coño espasmódico, mi lengua en tu boca, y tu


Página

alma aplastada bajo mi talón mientras te follo y gritas el nombre de tu


amo.
Me visitaba con frecuencia, rondando en la puerta, una mancha
negra contra la brillante esperanza de luz que se derramaba desde el
pasillo más allá. Siempre reinaba el silencio mientras me observaba
acurrucada en distintas posiciones, como un cangrejo ermitaño sin
caparazón, patéticamente desnuda y fundamentalmente vulnerable.

Entonces llegaba su voz, suave como el terciopelo, pero violenta;


una cinta atada con demasiada fuerza a mi garganta.

—¿Estás preparada para arrodillarte y saludar a tu amo?

Las palabras sonaban en mi cabeza como un eco infinito mucho


después de que lo rechazara con palabras escupidas o con un silencio
congelado.

Se burlaban de mí.

No quería arrodillarme ante nadie, confiar en mi belleza y en mi


cuerpo para salir de otro aprieto, pero mis opciones eran inexistentes y
mi espíritu se estaba resquebrajando por la mitad.

Nunca hubiera imaginado que la ausencia de luz, de sonido, de


comida y de bebida; pero sobre todo de compañía, pudiera ser un arma
tan salvaje.

Sin embargo, me sentí atravesada por el filo de acero de mi


soledad y supe que la próxima vez que Alexander se plantara en la
puerta, estaría preparada; aunque sin quererlo, para arrodillarme y
saludar a mi amo.

La siguiente vez que abrió la puerta, me puse de pie.

Me costó una energía que no tenía y me temblaron las piernas,


72

pero me enfrenté a la puerta con las manos puestas en las caderas y la


Página

barbilla cuadrada.
Era un camino más largo para caer de rodillas, pero tenía un punto
que demostrar.

No era una esclava sin mente y sin alma.

Yo era un ser humano, una mujer y, además, italiana. Tenía


demasiada columna como para derrumbarme sin luchar.

—Mi belleza —dijo Alexander, con su voz acentuada, tranquila,


pero con fuerza—. ¿Estás preparada para arrodillarte y saludar a tu
amo?

—Sí, lo estoy. Aunque antes me gustaría discutirlo.

Había un humor frío en su tono mientras se dirigía a la larga sala.


—¿Oh? Tengo la suficiente curiosidad como para permitirlo.

Me mordí el labio para no enfurecerme con él por su arrogancia.

—Quiero decir primero que entiendo el trato que hice para


mantener a mi familia a salvo. No haré nada que ponga en peligro su
seguridad, así que sí, estoy dispuesta a arrodillarme y ser la esclava
enferma que necesitas para relajar tus tendencias desviadas. —
Entonces estaba lo suficientemente cerca como para ver sus ojos
brillar como nubes de tormenta llenas de relámpagos—. Pero necesito
que sepas que soy algo más que tu propiedad o un agujero en el que
meter tu polla.

Respiré hondo y débilmente y reforcé mis hombros contra el


tsunami de dolor que se abatía sobre mi cabeza. —Cada vez que te
toque, pensaré en mis manos trenzando el pelo de mi hermana,
atendiendo los rasguños y moratones de mi hermano y amasando la
masa de sémola con mi madre. Cada vez que me pidas que me
73

arrodille, pensaré en sentarme en un campo de amapolas en una ladera


Página

de Nápoles y pasar mis dedos por sus bordes sedosos. Cuando me


obligues a llevarte dentro de mi cuerpo, recordaré los tiernos sueños
que tenía de amor y romance cuando era niña, antes de saber más, y
me refugiaré en esos recuerdos hasta que termines.

>>Puede que seas dueño de mi cuerpo, Señor Thornton, pero


nunca serás dueño de mi mente, mi espíritu o mi corazón.

Me quedé allí con lágrimas en las mejillas, con el pecho agitado


como si acabara de completar una carrera, y le miré fijamente con
puro y alegre desafío.

La revolucionaria había hablado.

No habría rebelión, pero me pareció magnífico dar voz a mi


anarquista frente a este tirano.

Alexander parpadeó desde donde se había detenido a menos de un


metro de mí. Lentamente, levantó las manos y, por un segundo, creí
que me golpearía.

En lugar de eso, aplaudió.

Unas lentas y potentes palmadas que llevaron mi traumatizada


mente directamente a los azotes y a las mejillas rojas del culo.

Me estaba aplaudiendo.

—Bien hecho, topolina, muy bien hecho.

Me enfureció el apodo italiano. ’Ratoncito’ no denotaba


precisamente fuerza contra la adversidad.

—Alabo tu muestra de espíritu —elogió, y pude ver ese elogio en


sus ojos, ardientes y oscuros como brasas.
74
Página

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y un


arrepentimiento instantáneo me inundó hasta los huesos.
Le gustaba mi demostración de espíritu porque había más desafío
en el aplastamiento de este.

Contuve la respiración cuando se acercó aún más; y la lujosa tela


de su traje de diseño me hizo cosquillas en la piel desnuda de los
muslos, rozando los sensibles picos de mis pechos perforados. Sus
ojos oscuros eran todo mi mundo mientras me rodeaba la garganta con
una gran mano, enroscando los dedos uno a uno contra mi palpitante
pulso.

—Poseer este cuerpo es suficiente —gruñó—. Por ahora.

Luego se inclinó hacia delante, sus gruesas pestañas se cerraron


mientras me mordía la barbilla con sus dientes y recorría con su
lengua el camino de una lágrima caída sobre mi mejilla. Su aliento se
agitó sobre mi mejilla, sus labios sobre mi sien, y su mano se apretó
aún más alrededor de mi cuello mientras susurraba: —Pero un día no
será así, y vendré por todo. Tu mente, tu espíritu y tu inocente
corazón.

Se apartó lo suficiente como para mirarme a los ojos de la misma


manera que un astrólogo lo haría con el cielo lleno de estrellas. Me
sentí catalogada por él, definida por palabras que no entendía en un
idioma que estaba muerto para todos menos para él.

Los cerré con fuerza y susurré. —Te odiaré todos los días del resto
de mi vida.

—Ámame u ódiame si quieres. De cualquier manera, siempre


estaré en tu mente —me recordó—. Ahora, esclava, arrodíllate para
mí.
75

No quería arrodillarme. Me parecía un gesto demasiado enorme


Página

cuando antes nunca había pensado mucho en ello. Pero arrodillarme


ante un hombre así era como prepararme para una decapitación, con el
hacha brillando en sus manos y mi cuello sensible por la exposición.

Odiaba no tener elección, haber sido condenada a ese destino no


por mis propias acciones sino por las de mi débil padre.

Mi vacilación no le agradó.

Me pellizcó el hombro con los dedos y me obligó a arrojarme al


suelo lentamente.

—Arrodíllate y ponte cómoda; vas a pasar mucho tiempo de


rodillas —ordenó, cambiando su mano a la parte superior de mi
cabeza en cuanto mis rodillas se estrellaron dolorosamente contra el
suelo de mármol.

Jadeé ligeramente, una combinación de miedo, resentimiento y


orgullo moribundo como dos puños comprimiendo mis pulmones.

—Esta será nuestra primera sesión de entrenamiento juntos. No


espero mucho de ti, pero sí anticipo una completa obediencia,
¿entendido?

Cerré los ojos y me lamí los labios secos, tratando de


transportarme a otro lugar, uno sin un frío británico tratando de
decirme qué hacer.

—Mantendrás tus ojos en mí en todo momento —exigió—.


Habitualmente, un esclavo nunca mira a los ojos de su amo, así que
deberías agradecerme el privilegio.

—Gracias por hacerme sentir tan especial —dije, con un toque de


dulzura.
76

—Hay una razón para cada movimiento que hago en esta vida.
Página

Este es otro ejemplo de ello. Quiero que mi esclava me mire a los ojos
para que pueda ver cómo el animal que llevo dentro se libera para
destrozarla. Sin restricciones. Sin piedad. Porque no hay correa lo
suficientemente poderosa para contenerlo.

Tragué grueso, incapaz de contener el escalofrío que tocaba mi


columna vertebral como las teclas de un piano. —Entendido.

—Entendido, amo —corrigió bruscamente.

—Sí, amo —rechiné entre los dientes.

—Mmm, ¿crees que tu mala actitud me disuade, bella? —Hizo


una pausa tras la pregunta, y luego utilizó su mano en la parte
posterior de mi cabeza para presionar mi sien contra la longitud
granítica de su polla bajo sus pantalones—. Consigue todo lo
contrario, así que pórtate mal todo lo que desees.

Podía sentir su calor a través de la tela, su pulso latía contra mi


mejilla como un redoble de tambor anunciando una fuerza invasora.

—Ahora, así es como te presentarás ante mí —me dijo fríamente


mientras usaba un zapato de cuero para separar más mis rodillas.

El aire frío mordió los labios de mi sexo expuesto y me hizo


comprender con vergonzosa claridad que estaba húmeda.

Era demasiado esperar que Alexander no se diera cuenta.

Pasó la punta de su mocasín suavemente por mis labios desnudos y


húmedos, y luego con más fuerza por el capuchón de mi clítoris recién
perforado.

—Te queda bien el oro —elogió suavemente, acercándose para


77

retorcer una de las barras de oro de mis pezones—. Ojos de oro y sexo
Página

de oro para mi esclava de oro.


—Por suerte, no tuviste nada que ver con el color de mis ojos —
murmuré en voz baja, odiando que la suave punta de su zapato se
sintiera deliciosamente fría contra mi sexo caliente, que la presión
hiciera que algo en mi vientre se desplegara como una flor.

—El color quizá no, pero los demonios que acechan allí los poseo
ahora con la misma seguridad que esto —dijo, pisando su pie para que
presionara firme pero no dolorosamente sobre mi pubis.

Jadeé cuando me puso ambas manos en el cabello y me levantó la


mirada hacia la suya. Tiró con tanta fuerza que mis ojos se
humedecieron mientras los suyos ardían, humeando como brasas de
un deseo cuidadosamente reprimido.

—Me perteneces, ratoncita —me dijo—. Pero parece que no


entiendes cómo funciona la posesión, así que hagamos que sea tu
primera lección. Me siento inusualmente benévolo, así que te daré a
elegir. Puedes aceptarme en tu boca, meterte todo en tu garganta a
pesar de tus esfuerzos y beber hasta la última gota del semen de tu
amo, o puedo sujetarte y golpear tu culo hasta dejarte sin una gota
para comer o beber durante dos días. Si es lo primero, haré que el chef
te prepare una de tus comidas favoritas. Pasta alla Genovese, creo.

Dudé mientras mi boca se inundaba de humedad al pensar en la


rica y carnosa pasta después de días de pan y agua tibia.

Aprovechó mi debilidad antes de que pudiera fortalecer mi mente


contra él. —Y, mi belleza, si realmente me complaces, incluso te
permitiré una ducha. Sé lo mucho que debes anhelar una.

Mi columna vertebral se tambaleó como los bloques de


construcción de los niños mientras me desplomaba bajo el peso de su
78

soborno.
Página

Quería una ducha.


Para los italianos, la limpieza es tan importante como la divinidad,
como lo ha sido desde la época de los romanos; estaba desesperada
por librar mi nariz de mi propio hedor.

Era incluso más tentador que la comida.

Quería mantenerme fuerte frente a su agobiante propiedad, pero


era demasiado realista para no darme cuenta de que estaba librando
una batalla perdida. El hecho irrefutable era que este hombre ya me
poseía. El dinero había cambiado de manos, los contratos se habían
firmado, sin duda, con mi propia firma falsificada y el trato estaba más
que hecho.

Yo era suya.

Si no empezaba a aceptarlo, perdería la cordura en la fría y oscura


soledad de la jaula cavernosa.

—Esa es mi dolce topolina —murmuró Alexander casi con


dulzura, incluso mientras seguía agarrando mi cabello con demasiada
fuerza—. Ahora, abre esa exuberante boca.

Mi cabeza se inclinó hacia atrás mientras él me apremiaba con una


mano mientras con la otra se desabrochaba el pantalón con eficacia y
sacaba su polla.

Yo era virgen, pero había visto penes antes en los libros de


biología y en las revistas obscenas que los Made Men le daban a papá
e incluso como sobornos a mi hermano, Sebastian.

Pero nunca había visto ni concebido algo como lo que Alexander


me presentó entonces.
79

Era más un arma que un apéndice.


Página
Más grueso que la circunferencia de mis dedos índice y pulgar,
con una cabeza del color y el tamaño de una ciruela italiana madura;
no podía imaginarme tomándolo en la mano, y mucho menos entre los
labios.

Pero algo en el entramado de venas que se extendía a lo largo de


su longitud hizo que se me hiciera la boca agua y que me picara la
lengua para trazarlas como si fueran gotas de un cono de helado a lo
largo de su eje.

Sacudí la cabeza aturdida, tratando de sacudir el deseo desviado de


entre mis oídos como una especie de tijereta al suelo.

No quería encontrar atractiva el arma de mi propia destrucción.

Sin embargo, una vocecita en los recovecos más oscuros de mi


cerebro me susurraba que sí.

Alexander envolvió su gran mano alrededor de la polla y la


bombeó con fuerza y lentitud hasta el final, de modo que una perla de
semen se asomó a la punta. Con la mano en la parte posterior de mi
cabeza, me acercó para dibujar la humedad sobre mis labios separados
como si fuera brillo.

Sin quererlo, mi lengua salió disparada para seguir el camino y


saborearlo.

La salmuera explotó en mis papilas gustativas y mi mirada


sorprendida se dirigió a la suya al descubrirlo.

Sus ojos ardían, tan calientes que convertían el aire en un vapor


demasiado espeso para respirar con facilidad.
80

Jadeé.
Página
—Sí —reconoció con su frío tono británico, y el único indicio de
su excitación fue el leve engrosamiento de su voz—. Es bueno que te
guste el sabor. Es la única comida que recibirás con cierta regularidad
hasta que aprendas tu lugar. Ahora, pon las manos en la espalda, abre
más y llévame dentro.

La tensión reunió cada uno de los músculos de mi cuerpo y los


agrupó en una cuerda enmarañada que él manipuló con cada tirón de
su mano en mi cabello. Mis hombros se encorvaron y ardieron de
tensión cuando abrí la boca hasta el punto de ruptura y sentí cómo la
ancha cabeza de su polla se deslizaba sobre mi lengua directamente
hasta el fondo de mi garganta.

Exhaló con alivio cuando me atraganté con él y luego tragó


convulsivamente, llevándolo involuntariamente más allá del límite de
mi reflejo nauseoso hasta lo más profundo de mi garganta. Empalada
en su polla, gemí en señal de protesta y luché por liberarme.

Si su siseo de placer era una indicación, mi lucha sólo le


proporcionó más placer.

La parte plana de su zapato presionó ligeramente contra mi pubis y


luego bajó un poco para que se deslizara sobre mi sexo húmedo. La
presión se sentía bien contra mi clítoris, y me retorcí, tratando de
concentrarme en eso en lugar de la grotesca sensación de Alexander
hundido tan profundamente en mi boca.

Por fin, justo cuando empezaban a surgir manchas en las esquinas


de mi visión, me tiró del cabello para sacarme lentamente de su polla.

Jadeé y balbuceé, arrastrando enormes bocanadas de aire a mis


desinflados pulmones.
81
Página

—No hay nada que merezca la pena sin dificultad primero —me
sermoneó, una especie de profeta flagrantemente pervertido que
escupía sabiduría mientras su polla goteaba con mi saliva—. Respira
por la nariz cuando esté en tu garganta si no quieres asfixiarte con mi
polla.

Abrí la boca para protestar, pero él sustituyó mis palabras no


pronunciadas por el deslizamiento resbaladizo de su erección
empujando de nuevo hacia mi garganta. Se me saltaron las lágrimas
mientras luchaba contra la intrusión, mi garganta abriéndose y
cerrándose contra él.

—Sí, topolina —respiró, mirándome como una deidad—. Gánate


tu recompensa. Adora a tu amo.

Me molestó su título. Odiaba que me obligaran a arrodillarme ante


él, esclavizada por un hombre cuya arrogancia y derecho no tenían
límites.

Pero también había algo oscuro y curioso que se asomaba desde


las profundidades de mi alma, algo más animal que el espíritu y ni
siquiera cercano a lo humano. Estaba intrigada por la dinámica entre
este ser divino y mi persona postrada.

Había algo profundamente excitante en el hecho de sentirse


totalmente vulnerable y saber que tu único poder podía encontrarse en
dar placer a una persona más fuerte.

Sin previo aviso, un segundo pulso comenzó a latir en mi hinchado


clítoris que era manipulado descaradamente por el caro zapato de
Alexander.

Sus manos manipularon mis movimientos con mayor rapidez,


introduciendo y sacando su gruesa longitud de mi garganta; sin
82

importarle mi incapacidad para respirar, mis constantes arcadas y


Página

ahogos.
De hecho, creo que lo disfrutaba.

—Un día, pronto, te gustará tanto chupármela que llegarás al


orgasmo con un solo toque en tu clítoris después de complacerme —
me dijo, sin que su voz clínica delatara su deseo, aunque podía sentir
su pulso latiendo con fuerza contra mi lengua cada vez que se
deslizaba por mi garganta.

Se retiró por completo, con su polla brillando obscenamente


mientras se balanceaba furiosamente frente a mi rostro. Escupí parte
del exceso de saliva que tenía en la boca en el suelo a sus pies y le
miré con lágrimas en los ojos ardientes.

—Vaffanculo a chi t'è morto5 —maldije, diciéndole que se fuera a


la mierda con sus familiares muertos.

Fue un insulto horrible en italiano, que no creí que se tradujera


bien al inglés; pero la cara de Alexander se apretó con furia
instantánea ante mis palabras, así que claramente, lo entendió.

Con sus ojos furiosos clavados en los míos, tiró de mí lenta y


firmemente hacia su polla, introduciéndola profundamente en la parte
posterior de mi garganta y sujetándome con fuerza contra su ingle
ligeramente velluda. Una mano se deslizó desde mi cabeza, bajando
por mi mejilla hasta descansar sobre mi garganta, donde su gruesa
longitud se hinchaba. Gorjeé en señal de protesta cuando sus dedos me
envolvieron con fuerza el pulso, completamente incapaz de respirar o
moverse más allá de la doble obstrucción.

Sin salir de mi garganta, entró y salió de mi boca; su agarre se hizo


más fuerte con cada bombeo hasta que maldijo con saña y se corrió
directamente en mi esófago. No pude saborear la esencia de él en mi
83

lengua y, por un horrible segundo, me sentí decepcionada por ello.


Página

5 “Que se jodan los que murieron” en italiano.


Me sostuvo contra él, y su polla se fue ablandando lentamente
hasta quedar medio tiesa sobre mi lengua. Me sorprendió y
desconcertó cuando empezó a acariciarme el cabello, aunque continuó
con ello lo suficiente como para que yo empezara a relajarme
ligeramente con la mejilla apoyada en el interior de su muslo.

En el momento en que lo hice, enredó unos dedos crueles en mi


cabellera e inclinó mi cabeza hacia atrás para que pudiera mirar sus
ojos fríamente furiosos.

—Si vuelves a mencionar a mi familia muerta, topolina, te


encadenaré a la pared y te azotaré hasta que tu piel se desprenda en
cintas de oro. ¿Lo has entendido?

Sentí su amenaza en mis huesos. Mi asentimiento se vio truncado


por la carne de mi boca, pero él lo tomó como la promesa que era.

Sus manos desaparecieron de mi piel, su polla salió de mi boca tan


rápidamente que casi vomité en el suelo a sus pies.

Me apoyé en el frío suelo mientras tosía y luego miré a Alexander


con odio y miedo en los ojos, como si fueran señales de neón
intermitentes.

—¿Por qué yo? —pregunté, limpiándome la boca húmeda con el


dorso de la mano. Me ardía la garganta por su falta de uso—. ¿Por qué
hacerme esto?

Le había salvado la vida a este hombre, ¿y él me pagaba con


servidumbre sexual?

No tenía sentido.
84

—¿Por qué tú? —preguntó con un siseo insensible—. No has


Página

hecho nada para merecer la respuesta a la pregunta.


La piel se me puso caliente de vergüenza y miedo, un potente
brebaje que me desorientó más que cualquier droga. La situación era
demasiado surrealista para que pudiera entenderla. Hace un mes, había
sido una adolescente que llevaba una vida pobre pero agradable con su
familia en Nápoles.

Ahora, era una esclava arrodillada a los pies de su amo en un país


que no conocía, sin nada a mi nombre más que lo que él considerara
asignarme.

Sin decir nada más, Alexander volvió a meterse en los pantalones


y giró sobre sus talones para dirigirse a la puerta. Sólo cuando llegó a
ella se volvió para mirarme, con la barbilla aún húmeda y temblorosa,
las rodillas cerradas con fuerza; pero con el interior reluciente de mi
propia excitación traidora, la misma excitación que cubría la punta de
su zapato izquierdo.

—Te diré esto, Cosima Lombardi, topolina, mi esclava —dijo, sus


palabras lúgubres—. Que asumas este papel es tan vital para tu vida
como para la mía. Incluso un depredador es presa de algo, incluso yo.
85
Página
Volví a tener el sueño, el de Perséfone secuestrada por un Hades
cruelmente apuesto que la arrastraba al húmedo inframundo y la
obligaba a ocupar el trono a su lado. Sólo que, esta vez, la diosa de la
primavera y reina de los muertos no era del todo reacia. Se maravilló
ante la belleza del mundo oscuro y encontró un sorprendente encanto
en el poder que se le había concedido como gobernante. Lo único que
no le gustaba era el hombre frío y misterioso que tenía a su lado.

—¿Quién eres? —le preguntó al Dios oscuro—. ¿Quién quieres


que sea para ti?

Cuando me desperté con el sonido de las cadenas, esas preguntas


se grabaron a fuego en mi mente.

¿Quién quería Alexander Davenport que fuera para él?

Tenía que ser algo más que una perversión sexual. Era un conde,
por el amor de Dios. Guapo, con título y dinero, dudaba que necesitara
recurrir a la importación de una pobre chica de Italia para conseguir
86

sus justos placeres. A menos que su afición fuera degradar a las


Página

atávicas adolescentes napolitanas.


—Buenos días, querida —saludó una voz de mujer, suavizada en
los bordes con un acento británico muy diferente al de los tonos
enérgicos de Alexander.

Me di la vuelta, rodando incómodamente sobre una cadena


enrollada, para enfrentarme al primer rostro nuevo que veía en mi
nueva vida en esta casa.

Era una mujer hecha de curvas, mofletes en las mejillas, un pecho


robusto y caderas redondeadas como medias lunas. Sus bucles de
cabello rubio claro enmarcaban un rostro que hablaba de un
envejecimiento suave y natural, y sus ojos azules de color azul
difuminado eran totalmente amables cuando se arrugaban en una
sonrisa al verme.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, e inmediatamente decidí


que otra pregunta era más urgente—. Por favor, ayúdame a salir de
aquí.

—Oh, no te preocupes, querida. Tengo que limpiarte y cuidarte


esta tarde para preparar la cena de esta noche. Lord Thornton quiere
que te reúnas con él en el comedor —me dijo como si yo fuera una
invitada normal a la que atendían en tiempos pasados.

Me puse en pie, con las cadenas protestando ruidosamente por mi


movimiento—. Prefiero comer por separado.

Sus labios se fruncieron, pero el resto de su rostro permaneció


obstinadamente alegre. —Oh, bueno, Lord Thornton puede tardar en
acostumbrarse; pero será bueno para ti salir de este lugar con
corrientes de aire. Hubiera preferido llevarte a tu habitación, pero al
parecer, no te has portado lo suficientemente bien como para que se te
87

conceda esa bendición todavía. —Me chasqueó la lengua y luego


Página

señaló a mi derecha, donde se había colocado una enorme bañera de


cobre independiente, cuya parte superior se enroscaba en cintas de
vapor caliente—. Así que he hecho subir la bañera. Vamos a bañarte
antes de que se pierda el calor.

Quería protestar por el baño porque quería rebelarme contra todo


en mi nueva existencia, pero no era tan estúpida como para cortarme
la nariz para fastidiarme la cara.

—Eres piel y huesos, pobrecita —volvió a articular la mujer.

Me miré a mí misma, notando la obscena hinchazón de mis


grandes pechos contra la inclinación cóncava de mi vientre y las
huellas de los huesos que sobresalían bajo mi piel.

—En primer lugar, no tenía mucho que perder —admití en voz


baja, más angustiada por la visión de mi delgadez que por la visión
ajena de la polla de Alexander o el tramo de cadena que me unía al
suelo de una casa desconocida.

Me recordó vívidamente la época de mi vida en la que menos me


quería, cuando dejé que otra persona controlara mi cuerpo hasta el
punto del dolor físico y la ineptitud mental.

Podía sentir que el ciclo comenzaba de nuevo, esta vez con un


nuevo hombre.

Al menos éste tenía la decencia de etiquetarse directamente como


mi amo.

Landon Knox sólo se había hecho pasar por mi amigo y mentor


para utilizarme en su propio beneficio personal y económico.

Hasta ahora, Alexander Davenport sólo parecía querer follarme.


88
Página

Ambos eran repugnantes.


Quería condenar a todos los hombres al infierno, pero me aferré a
la bondad que sabía que estaba incrustada en el corazón de Sebastian.
Era el hombre más cariñoso que había conocido. El más valiente, el
más leal y de lejos, el más bello por dentro y por fuera.

Pensar en mi gemelo me calentaba el corazón incluso cuando se


desmoronaba en los bordes, pudriéndose en el centro por el abandono.

No tuve mucho al crecer, pero siempre tuve el amor de mi madre y


mis hermanos.

Ahora, ni siquiera tenía eso.

—Deja que te ayude, chiquilla —dijo la mujer deslizándose a mi


lado, rodeando mi cintura con un cálido brazo mientras nos dirigíamos
a la bañera—. Te vas a morir, así como estás. Tengo la intención de
llevar al señorito Alexander sobre mis rodillas, como hice cuando era
pequeño.

La idea de que esta mujer mayor, bajita y suave, azotara a un


hombre adulto; por no hablar de un auténtico depredador como
Alexander, era lo bastante extravagante como para hacerme reír. En
lugar de eso, le permití que me cogiera de la mano mientras ponía un
pie en el ardiente calor del agua de la bañera.

Un aroma a jengibre caliente, vainilla y almizcle me rodeó


mientras me hundía con un profundo suspiro en el agua caliente y
sedosa. El agua perfumada con aceite llegó hasta mis clavículas
sobresalientes, pero no fue suficiente. Antes de que mi cuidadora
pudiera protestar, sumergí la cabeza y floté cerca del fondo, con el
pelo rizado como la tinta en el líquido. Incluso la cadena atada a mi
tobillo se sentía diáfana en las profundidades aterciopeladas.
89

Sumergida, podía apretar los ojos con fuerza e imaginar que estaba
Página
renaciendo, guardada en el vientre materno hasta el momento en que
fuera seguro para mí comenzar una nueva vida.

Una vida sin hombres codiciosos que estaban demasiado


dispuestos a utilizar a las mujeres como peones en sus juegos egoístas.

Dos manos se zambulleron en el agua por mis hombros y tiraron


de mí en el aire, una comadrona sacándome del vientre demasiado
pronto.

Rompí el agua con un sollozo.

—Cuídate, dulce niña —me dijo la mujer mayor con su marcado


acento mientras me acariciaba el pelo y lo colocaba sobre el borde de
la bañera para que cayera al suelo—. No hay nada de qué preocuparse
ahora. Deja que la señora White se ocupe de ti.

Era bueno tener un nombre que ponerle a su cara, aunque fuera un


poco espeluznante que se refiriera a sí misma en tercera persona.

Sin embargo, todo en este lugar era espeluznante, así que decidí
acostumbrarme a ello.

La Sra. White se enjabonó las manos con un champú de aroma


especiado que combinaba casi a la perfección con el aroma del agua
de la bañera. Algo me decía que debería reconocer el olor
característico, pero el placer de sus manos hundiéndose de repente en
mis mechones y frotando firmemente mi cráneo borró mi inquietud.

—No hemos tenido una chica aquí desde hace mucho tiempo —
decía la señora White cuando me di cuenta de que había una fuerte
inclinación en su discurso—. Será bueno tener algo de sangre joven en
la casa de nuevo para vigorizarnos.
90
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—¿Nosotros? —pregunté inocentemente.


—El personal lleva demasiado tiempo inactivo —dijo mientras sus
fuertes pulgares frotaban el champú en amplios círculos sobre mi
cuero cabelludo—. Solíamos ser un gran centro de la sociedad aquí en
Pearl Hall, ¿sabes? Hemos acogido a todas las generaciones de la
familia real desde los tiempos de la reina Isabel I. Por supuesto, no
culpo al señorito Alexander por estar fuera de casa cumpliendo con su
deber con esta familia y sus diversas empresas. Agradezco que tengan
los medios para llevar una casa completa cuando la mayoría de las
grandes familias de hoy en día tienen que convertir sus grandes fincas
en llamativos hoteles y lugares de celebración de bodas —terminó,
horrorizada.

—Qué horrible —simpaticé, deseosa de entablar una relación con


la locuaz mujer.

—Somos una de las pocas fincas privadas que quedan en el país —


me dijo con orgullo mientras me empujaba suavemente hacia delante
con el frotamiento y utilizaba una jarra de agua tibia para enjuagarme
el pelo—. Pearl Hall ha sido una joya de la corona arquitectónica del
Reino Unido desde su construcción en el año mil quinientos.

—¿Y Lord Thornton? —pregunté.

No debería haber habido mucha diferencia, pero prefería dirigirme


a él como lord Thornton, un título con el que los demás también se
veían obligados a dirigirse a él, que como amo Alexander.

Puede que la señora White también le llamara así, pero no me


cabía duda de que era por una razón totalmente distinta a la mía.

—Oh, bueno, fue a Eton con el Príncipe Arturo, aunque estaba


unos años por encima del muchacho. Es el rey, en realidad, quien
91

tiene debilidad por nuestro señorito Alexander. Cazan juntos cada


Página

otoño en la finca real de Escocia.


Me miré las rodillas huesudas, tratando de entender cómo un
hombre tan cercano al rey de la maldita Inglaterra podía estar en
condiciones de comprar a una mujer para tener sexo.

¿Por qué hacerlo?

—No parece sorprenderle que un hombre como lord Thornton


mantenga a una mujer encadenada al suelo de su salón de baile como
si fuera una bestia que ha atrapado y arrastrado de un safari —dije con
recato, mi tono contrastaba tan directamente con mi acusación que la
encantadora señora White tardó un momento en entenderlo.

Cuando lo hizo, su redonda cara se congeló y su ojo derecho se


contrajo.

—Sí, bueno... —Se aclaró la garganta y me tiró hacia atrás contra


el borde de la bañera para poder pasarme el acondicionador por el
pelo—. A veces es mejor no conocer los detalles, pero confiar en el
resultado. Conozco al señorito Alexander desde que era pequeño; y si
te tiene aquí es por razones que sólo él conoce, pero razones en las
que sigo confiando.

Me retorcí como una anguila entre sus manos y le arrebaté una de


las muñecas. —Escúcheme, señora White. Parece usted una buena
mujer. Las razones por las que Lord Thornton me tiene aquí no son
nobles ni buenas. Ya me ha empujado al borde de la inanición, me ha
mantenido sin sentido en un cuarto oscuro y me ha utilizado para su
gratificación sexual. Esas no son las acciones de un hombre con una
búsqueda noble, sino los crímenes de un monstruo que ya no se hace
pasar por hombre. Por favor —supliqué, con los ojos tan abiertos de
sinceridad suplicante que sentí que se me saldrían de la cabeza. —Por
92

favor, ayúdame.
Página
—¿Ayudarte cómo? —preguntó, su voz repentinamente afilada
contra mi piel mientras arrancaba mi mano de su brazo—. Hiciste un
acuerdo con el amo Alexander. Es tu elección estar aquí, y depende de
ti cómo decidas soportar esta servidumbre. Si quieres seguir siendo
desagradecida, viviendo en un salón de baile oscuro y con corrientes
de aire cuando podrías tener acceso a un hogar que la mayoría
llamaría palacio, que así sea. Pero no finjas ni por un momento que tu
destino no sigue firmemente depositado en tus propias manos.

Me quedé mirando mientras ella se ponía de pie y se dirigía a un


pequeño tocador que había aparecido en algún momento mientras yo
dormía para recuperar una toalla de felpa del color de las amapolas
aplastadas.

Sus palabras resonaron en mis oídos.

¿No había resuelto sacar el máximo provecho de esta situación la


noche anterior, cuando había permitido que el hombre me mancillara
la boca sin saber mucho más que su nombre y su puesto?

Estaba claro que la Sra. White era una sierva devota. No habría
forma de atraerla a mi lado de esta historia, así que tenía que ajustar
mi punto de vista.

No tenía que ser la víctima.

Podía aguantar, sobrevivir como me habían obligado a hacerlo


durante los últimos dieciocho años, utilizando mi aspecto y mi cuerpo
para salir adelante.

Y cada acto contra mí lo añadiría cuidadosamente al montón de


leña que crecía en mi alma hasta el inevitable día en que Lord
93

Thornton, Alexander Davenport, cometiera un error; y después de


Página

todo el tiempo que hubiera pasado aprendiendo sus costumbres,


siendo su perfecta ratoncita y esclava, podría explotar eso en mi
propio beneficio y hacer arder su mundo.

Entonces él sería la víctima y yo la vencedora.

La Sra. White regresó con la toalla en la mano y salí de la bañera


para que me secara cuidadosamente con la suave tela. Me condujo al
intrincado tocador y me sentó en la silla para poder cepillarme el pelo
con un peine de plata.

—El señorito Alexander espera que estés presentable cuando le


atiendas en las cenas. Bañada, maquillada y con el traje que él elija —
me sermoneó la señora White.

Me quedé mirando mi reflejo, observando el extraño color ocre


dorado de mis iris y sus gruesos flecos, la forma en que mi boca llena
se inclinaba hacia abajo de forma inusual en las esquinas y cómo mi
piel estaba más pálida de lo que nunca había visto.

Apreté los dientes, enderecé los hombros y resolví que sería el


señorito Alexander quién caería de pie al verme esa noche en el
comedor.

No había visto a Alexander en todo el día. Era el guardaespaldas


tatuado que recordaba del incidente de Milán —Riddick—, que
apareció detrás de la señora White y de mí mientras me daba los
94

últimos retoques en el cabello y se agachó para desatarme de las


Página

cadenas cuando llegó el momento de bajar al comedor. Me tapó los


ojos con una venda de seda negra doblada para que no pudiera ver lo
que me rodeaba mientras me llevaba firmemente de la mano fuera de
la jaula y al interior de la gran casa.

Estaba claro que no se daba cuenta de lo que me había hecho estar


en la oscuridad las últimas semanas. Me dolían los oídos por la
sensibilidad que me producía el movimiento de mi vestido largo sobre
el suelo de mármol, el leve silbido del viento más allá del cristal de un
pasillo lleno de ventanas y las voces suaves y entrecortadas de otros
sirvientes que cotilleaban a puerta cerrada.

Podía oler el abrillantador de cítricos que utilizaban para encerar


las baldosas de mármol, el particular tipo de almizcle que provenía de
las antigüedades y los tapices centenarios. Estaba el olor del propio
Riddick, artificial y varonil, una colonia sin notas familiares. La
señora White era jacinto y mirto, ropa de cama limpia y loción de
manos sin perfume. La complejidad de mi propia fragancia, ese olor
pesado a especias con su propio calor era a la vez extraño en mi nariz
y familiar.

No era mucho en términos de libertad, pero cada nuevo asalto a


mis sentidos utilizables se sentía como una bendición, y cada paso que
daba sin el horrible peso de aquellas cadenas medievales era pura
gloria.

Podría haber seguido caminando con los ojos vendados durante el


resto de la noche saboreando la libertad del simple movimiento; pero,
aunque era un hogar colosal, finalmente llegamos al comedor.

Lo supe no sólo porque pude detectar el apetitoso aroma del ajo,


los tomates y la rica carne, sino porque en el instante en que cruzamos
la puerta, sentí sus ojos clavados en mí.
95

Eran tan eléctricos como una aguja contra mi carne, quemando su


Página

mirada en cada centímetro expuesto de mi piel mientras me evaluaba.


Y el vestido de noche que había elegido para mí dejaba mucha piel
al descubierto.

Era de la misma seda negra que la venda que me envolvía la


cabeza, y el material se derramaba por mis pronunciadas curvas y mis
delgados miembros como una mancha de aceite. Los dos recuadros
que cubrían mis pechos eran estrechos y dejaban al descubierto los
dos costados, y se unían en una profunda V justo por encima del
ombligo.

Mis pezones se estremecían con el aire fresco de la casa y la


mirada abrasadora de mi amo.

—Tráela más cerca. —Su voz se extendió por lo que parecía una
habitación enorme.

Riddick me empujó hacia delante entre los omóplatos con tanta


fuerza que tropecé con el borde de una alfombra y tuve que agarrarme
al respaldo de lo que parecía una silla.

—Cuidado con la mercancía, Riddick —ordenó Alexander con


pereza, como si no le importara especialmente si yo estaba herida o
no, pero la idea de que alguien hiciera mal uso de sus cosas era atroz.

—Sí, señor —gruñó Riddick.

Su mano volvió a encontrar la parte más pequeña de mi espalda,


pero esta vez me empujó suavemente hacia delante hasta que ambos
nos detuvimos ante lo que supuse que era la cabecera de una enorme
mesa de comedor.

Inhalé un fuerte aliento cuando unos dedos fríos tocaron el pulso


que latía violentamente en el lado derecho de mi cuello. Lentamente,
96

lo solté con un suave siseo mientras esos dedos patinaban por mi


Página
garganta y por la pendiente de mi pecho hasta posarse sobre el relieve
de mi pecho.

—Me han preparado para esto desde que era un niño —dijo
Alexander suavemente mientras presionaba su palma sobre mi
corazón—. Pero nunca imaginé lo embriagador que se sentiría, poseer
algo de tan exquisita belleza.

—¿Preparado para esto? —pregunté, tratando de quitarle el velo al


misterioso hombre que tenía ante mí para revelar sus verdaderas líneas
y su forma.

Su risa no fue más que una suave exclamación. —Qué mente tan
curiosa, topolina. ¿No hemos hablado de los problemas en los que te
meterás?

—No creo que hayamos hablado en absoluto —repliqué—. No sé


nada de valor, al menos. ¿Por qué me pagaste por salvar tu vida
arruinando la mía? ¿Por qué me has mantenido encerrada en la
oscuridad con mis demonios como una enferma mental?

—Cuidado —advirtió en un gruñido bajo que Riddick ni la Sra.


White pudieron oír—. Disfruto de tu espíritu, pero este juego que
estamos jugando va más allá del disfrute. Se trata de la supervivencia
de ambos.

Jadeé suavemente tanto por sus palabras como por sus dedos al
pellizcar mi sensible pezón, y la sensación se irradió como una ráfaga
dirigida a través de mis terminaciones nerviosas.

—Ahora, arrodíllate —me ordenó, lo suficientemente alto como


para que su voz resonara en el pasillo y llegara a los oídos de
97

cualquiera que estuviera mirando.


Página
Me estremecí cuando me di cuenta de que cualquiera podría estar
viendo nuestro intercambio. Mis oídos se esforzaron por captar
cualquier ruido ambiental que pudiera delatar la presencia de otros
comensales.

—Arrodíllate —volvió a ordenar Alexander.

Caí de rodillas.

Había algo que no entendía en esta dinámica entre nosotros. Se


había mostrado siniestramente misterioso cuando le había salvado la
vida en el callejón de Milán, pero no había parecido cruel ni sádico.
Eso, combinado con sus enigmáticas palabras sobre nuestra mutua
supervivencia, ponía en duda toda su motivación para degradarme.

Así que me arrodillé.

Y recé, aunque Dios nunca había sido especialmente bueno


conmigo ni con los míos, para obtener respuestas que me absolvieran
de mi servidumbre.

—Váyanse —ordenó a quienquiera que permaneciera en la


habitación.

Dejé escapar una suave visión de alivio.

Por mucho que quisiera aliviar a mi familia manteniendo a la


Camorra a una distancia prudencial y dándoles la paga extra de
Alexander, sabía que no estaba dispuesta a hacer el ridículo delante de
un comedor lleno de gente.

Cuando el suave chasquido de una puerta al cerrarse anunció su


salida de la sala, Alexander me quitó la venda.
98
Página

Parpadeé ante la constelación de brillantes candelabros de cristal


que iluminaban toda la sala y traté de recuperar el sentido común.
Sorprendentemente, me dejó hacerlo.

El comedor era largo y estrecho, con altos techos abovedados,


arcos abovedados sobre las puertas de gran tamaño y tantos detalles
dorados que todo el espacio parecía brillar con la luz del sol
capturada; aunque el cielo fuera de las ventanas estaba completamente
oscuro.

—Bienvenida al comedor —murmuró Alexander, extendiendo la


mano para pellizcarme suavemente la barbilla entre los dedos e
inclinarla hasta que mis ojos se encontraron con los suyos—. Aquí es
donde comerás conmigo cuando esté en la residencia.

Debió de leer la sorpresa en mis ojos porque sus labios se


movieron con humor. —¿Esperabas quedarte para siempre en la
oscuridad de mi salón de baile, comiendo sólo jamón y pan duro? Ya
te he dicho, topolina, que lo que tome de tu cuerpo será recompensado
con privilegios. Una buena esclava come con su amo. Anoche,
demostraste con esta hermosa boca que puedes ser una muy buena
esclava.

Mi piel olivácea era demasiado oscura para mostrar la forma en


que mi piel se calentaba con un furioso rubor, y nunca había estado
tan agradecida por ello. Me sentí a la vez complacida y repelida. El
recuerdo de haberlo tenido en la garganta era el de una invasión, el de
un guerrero recordando la guerra y, sin embargo sentí triunfo a pesar
del horror porque era una batalla que había ganado.

—Sí —dijo Alexander, respondiendo a mis pensamientos como si


fueran suyos también—. Puedes odiarme y seguir deleitándote en
complacerme, mi belleza.
99
Página
Mis labios se torcieron hacia la izquierda, tapando las emociones
que bullían en mis entrañas. Me sentía tan conflictiva que me sentía
enferma por ello.

—¿Sabes qué buscan los compradores en una futura esclava? —


me preguntó Alexander mientras cogía su copa de vino tinto y la
agitaba.

Mis ojos se fijaron en el color, la luz a través del rojo que brillaba
como la sangre, y observé hipnotizada cómo giraba y giraba el
contenido en su gran mano.

—No es necesariamente una naturaleza dócil. Los mejores amos


disfrutan de los desafíos. Es la dualidad de una mente fuerte y un
espíritu sumiso, un corazón feroz. Sólo con las tres cosas puede un
esclavo ser verdaderamente notable. La mente fuerte pone a prueba la
capacidad de un amo, el espíritu sumiso es su recompensa; pero sin el
corazón feroz, ningún esclavo confiaría en su amo lo suficiente como
para disfrutar de su juego.

Se inclinó sobre el brazo de su silla con forma de trono, la copa de


vino colgando precariamente entre sus dedos justo por encima de mis
labios.

—Abre —me ordenó en voz baja.

Separé los labios, con los ojos clavados en los suyos, mientras
inclinaba la cabeza hacia atrás para poder tomar el vino con cuerpo en
la boca.

Su respiración era más profunda, su rostro estaba tenso por la


excitación mientras me observaba beber de su copa.
100
Página
—Quiero que disfrutes de nuestro juego, topolina —me dijo
mientras me lamía los labios y se enderezaba en su asiento—. Quiero
que disfrutes de tu servidumbre.

—Pero tú quieres hacerme daño —le dije, con la voz más


entrecortada de lo que quería porque nunca había visto unos ojos tan
hermosos en toda mi vida.

Un gris tan profundo y claro que brillaba como el juego de


comedor de plata pulida de la mesa.

Bebió un sorbo de vino, con su fuerte garganta trabajando, con los


labios mojados por el licor rojo, antes de que se lo llevara con un
movimiento de la lengua.

Me retorcí mientras se me calentaban las tripas y la excitación me


inundaba las piernas.

Un gesto tan sencillo, compartir el vino de la misma copa y luego


ver cómo se lamía su firme boca, pero que tuvo un efecto tan profundo
en mí.

Me pregunté si ya estaba condicionada, si era más débil de lo que


pensaba... o si simplemente era tan guapo que sólo era lo
suficientemente mujer para responder.

—No importa si lo deseo o no —admitió finalmente—. Te haré


daño porque debo hacerlo al igual que tú debes soportarlo porque no
tienes otra opción.

—¿No te gusta? —pregunté, lo suficientemente sorprendida como


para burlarme.
101

Su mirada brilló ante mi actitud. —¿Te gustaría ver cuánto me


Página

gusta, mi belleza? —Antes de que pudiera protestar, mi mano estaba


en la suya y él la presionaba sobre la longitud de acero de su polla por
debajo de sus pantalones de traje—. La idea de tu cuerpo pintado con
mis moratones y tu bonita cara lacada con lágrimas me pone
indeciblemente duro.

Los dos jadeamos mientras yo apretaba inexplicablemente su polla


ante sus palabras.

—Me gusta, pero esa es la última razón por la que voy a hacerlo
—me recordó crípticamente.

—¿Qué significa eso?

Se inclinó hacia abajo, metió la mano en el cabello de la nuca y me


atrajo aún más entre sus piernas abiertas. Jadeé, y él aprovechó para
hundir su pulgar entre mis labios.

—Confía en mí cuando te digo que, aunque sea yo quien lleve el


látigo, tengo tanto en juego como tú. Si quieres sobrevivir a esto con
tu vida, harás lo que te diga sin dudarlo.

Miré fijamente su rostro mortalmente serio y sentí que la amenaza


se hundía en mi piel, escribiéndose en la piel de gallina.

—Y si crees que ser colgado de un bonito árbol con campanas


atadas a los tobillos es una mala manera de morir, es mejor que te
mantengas al margen de la forma en que este peligro dispondría de ti.

Me estremecí brutalmente y mis dientes mordieron la suave


almohadilla de su pulgar.

Al instante siguiente, me levantaron por las axilas y me


depositaron sobre la mesa, con las nalgas aplastadas por el plato
102

dorado del cubierto de Alexander.


Página
—Basta de hablar —gruñó, rodeando mis piernas con los brazos
para poder separar el interior de mis muslos—. Estoy hambriento de
un dulce coño italiano.

El miedo se apoderó de mí cuando buscó junto a mi muslo el


afilado cuchillo para carne y lo llevó a mi cuello. Su mirada era tan
aguda contra el pulso que latía en mi garganta como el arma que
apretaba contra ella.

Todo mi cuerpo temblaba como un ratón sujeto por la cola en la


boca de su cazador.

Entonces, con un rápido tajo y el silencioso jadeo de la seda al


rasgarse, Alexander introdujo la hoja por el centro de mi pecho a
través de la tela que apenas me cubría el torso y la ingle.

La seda negra se deslizó por mis curvas y se acumuló a ambos


lados de mi cuerpo.

—Exquisito —murmuró Alexander, inclinándose sobre mí. Pasó


una amplia palma de la mano por el centro de mi cuerpo, siguiendo la
línea que había seguido el cuchillo. Su mano se detuvo sobre mi pubis,
y su pulgar pasó por encima del piercing del capuchón del clítoris.

—¿Sabes por qué he hecho esto? —me preguntó retóricamente—.


Para que, desde el momento en que te despertaras en tu nueva vida,
supieras que tu cuerpo era mío para hacer lo que quisiera.

Me estremecí, y no sabía si era por el aire fresco, el miedo


persistente o la forma posesiva y codiciosa en que Alexander miraba
mi cuerpo.
103

Se sentó de nuevo en su silla, envolvió sus piernas una vez más


sobre las mías y me acercó. Caí de espaldas sobre los codos contra la
Página

mesa, haciendo que la costosa vajilla cayera con estrépito. El plato


bajo mi trasero se inclinó, cortándome los muslos durante un segundo
antes de que Alexander me arrastrara más hacia el borde de la mesa y
cayera al suelo con un fuerte estruendo.

Contemplé su brillante cabeza dorada inclinada sobre mi sexo, su


aliento flotando sobre mi pegajosa y húmeda carne expuesta, y pensé
que parecía un rey inclinado para rezar en el altar.

Mi altar.

El deseo se encendió en mi vientre y ardió hasta la punta de los


dedos de las manos y de los pies. Encendida por el deseo, me pregunté
a qué sabría allí abajo mientras Alexander sumergía lentamente su
boca en la parte interior de mi muslo y pasaba su fuerte lengua por mi
coño desnudo.

—Azúcar quemado —murmuró contra mi piel, sus dedos se


apretaron hasta que se sintieron como grapas que me mantenían
abierta. —Era un niño la última vez que cené un postre.

Entonces su boca estaba en mi clítoris y estaba chupando,


lamiendo, follando mi coño con su lengua, sus dientes, sus labios y su
nariz. Había presión y succión en todas partes a la vez. Mi cabeza
cayó entre mis hombros mientras jadeaba, mis muslos eran un marco
tembloroso alrededor de sus anchos hombros mientras él se deleitaba
con mi cuerpo.

—Si, cosi lo voglio6 —jadeé en mi lengua materna, incapaz de


creer lo increíble que se sentía su boca en mi sexo.

—Cuando ruegues, hazlo en la lengua de tu amo —dijo en mis


resbaladizos pliegues.
104
Página

6
Si, cosi lo voglio; Sí, así lo quiero.
Intenté encontrar tracción, en realidad, en el hecho de que el
hombre que me estaba proporcionando tanto placer no era un buen
hombre ni uno que me gustara; pero la forma en que su lengua hizo
pasar mi nuevo piercing de un lado a otro sobre mi clítoris disolvió
toda mi reticencia.

—Quiero oírte —gruñó, pellizcando el capuchón del clítoris para


que mis caderas se sacudieran y enviaran un salero al suelo—. Dime
cuánto te gusta mi boca en tu coño, o te mantendré aquí toda la noche
al borde del clímax.

Un sollozo burbujeó en mi garganta.

Quería dar voz al placer, liberar un poco del helio del deseo que
me llenaba hasta sentir que iba a reventar.

Pero no quería ceder a sus deseos. Prometí obedecerle, pero le


había advertido que no sería dócil.

—Dudo que puedas llevarme hasta allí por mucho que lo intentes
—jadeé.

Su risa escandalosa y oxidada bañó mi sexo caliente con aire


fresco.

—Eso es lo que llamamos tocar desde la base, topolina, y no


funcionará conmigo.

Su boca volvió a trabajar en mi coño, de alguna manera aún más


intensa esta vez. Entonces hubo presión en mi entrada, y traté de
retorcerme porque nunca me habían penetrado.
105

Había tenido una extraña relación con mi antiguo agente Landon


Knox, pero no era sexual; y aunque siempre había sentido curiosidad
Página

por el sexo, compartía el dormitorio con mis tres hermanas, así que la
exploración simplemente no era una opción.
—¿Alguien ha jugado antes con este dulce coño?

Gemí mientras su pulgar giraba más y más fuerte con cada pasada
hasta que se deslizó por mi increíble resbaladizo interior unos cuantos
centímetros.

Se levantó de su asiento, con su mano todavía en mi coño mientras


la otra usaba mi pelo como palanca para levantarme y encontrarme
con su boca. Sus labios se tragaron mi jadeo mientras seguía girando
su pulgar dentro de las sensibles paredes de mi sexo.

Sabía a agua de pasta ligeramente salada.

Sabía a mí.

Gemí contra su lengua, deshecha por la avalancha de sensaciones,


tan dispuesta a llegar al orgasmo por primera vez en mi vida que
estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que me pidiera a cambio de
poner fin a este placer trepador e hinchado.

—Un día, pronto, topolina, voy a enterrar mi gran polla en tu


coño. Vas a luchar y a retorcerte contra mí, a rogarme que tenga
piedad de tu coño dolorosamente apretado. Pero no tendré piedad. Me
enterraré hasta la empuñadura dentro de ti y te usaré hasta que estés en
carne viva.

Jadeé dentro de su boca y luego gemí cuando su lengua recorrió


mis labios antes de volver a meterse dentro, frotándose contra los míos
al ritmo de sus dedos entre mis muslos. Mi pobre y confuso cerebro se
esforzaba por comprender cómo sus palabras podían derramarse sobre
mí como si fueran queroseno, encendiendo el fuego que él estaba
encendiendo entre mis piernas hasta convertirlo en una llamarada.
106

¿Era posible odiar a un hombre, pero amar la forma en que hacía


Página

sentir a tu cuerpo?
No parecía posible y, sin embargo, allí estaba yo al borde de mi
primer orgasmo regalado a manos de mi propio Hades personal.

—Te follaré mientras lloras, y seguiré follándote hasta que tu


dulce y dolorido coño se apriete a mi alrededor cuando finalmente te
corras para tu amo —continuó con una voz ligeramente áspera que
delataba lo excitado que estaba realmente—. Te voy a entrenar para
que llegues al orgasmo a la orden y, topolina, tu primera lección
comienza ahora. Tienes treinta segundos para correrte para mí, o te
pegaré con una vara en el culo.

Se apartó lo suficiente como para mirarme a los ojos, sus


prominentes pómulos sonrojados, sus ojos completamente negros de
placer, y pensé que lo había hecho. Estaba satisfaciendo alguna
necesidad primaria en él, algo oscuro y bajo que necesitaba
inmovilizarme a la mesa y dominarme. Incluso mientras me daba
placer, sabía que se lo devolvía por partida triple.

Él necesitaba esto, necesitaba que yo me excitara.

No debería haber sido tan excitante saber eso, y no debería haber


hecho que mi pecho se calentara con algo más que lujuria, pero lo
hizo.

Miré sus ojos feroces y bestiales; en menos de treinta segundos,


me corrí sobre su mano.

Mi cuerpo pareció partirse por todas las juntas, mis moléculas


cayeron sobre la mesa como el relleno de una muñeca. El mundo
desapareció cuando mi mente se fracturó, todo menos esos grandes y
alargados ojos grises que me miraban con ardiente triunfo mientras yo
107

palpitaba alrededor de su pulgar y jadeaba en su cara.


Página

—Esto es mío —gruñó, dándome una fuerte palmada en el coño


para que me estremeciera violentamente—. Eres mía.
Y durante un breve segundo, mientras yacía agotada y desgarrada
por el deseo sobre la mesa del comedor, le di la razón.
108
Página
Cuando me desperté a la mañana siguiente, el interior de mis
muslos estaba resbaladizo por la excitación, y un gemido se alojó en
mi garganta.

Había soñado con Alexander.

Riddick estaba de pie junto a mí, con sus severas facciones


totalmente libres de censura a pesar de que yo estaba desnuda una vez
más, y había suficiente luz tenue que se filtraba por las ventanas para
hacer brillar la humedad de mis muslos.

La vergüenza me invadió como un cubo de agua helada que


extinguía el persistente deseo que me quemaba la piel. Incluso
entonces, seguía sintiendo la boca de Alexander en mi sexo como una
marca permanente y me pregunté con ansiedad si sería una marca que
llevaría el resto de mi vida.

Quería odiar el que un hombre tan cruel y sin sentido me hubiera


dado mi primera experiencia de placer alucinante, pero una pequeña
109

parte de mí se preguntaba si no era una de las razones por las que me


había encantado.
Página
Durante mucho tiempo, había estado navegando por las agitadas
aguas del futuro de mi familia, luchando por mantener el barco en
posición vertical y hermético contra todo pronóstico.

Era extrañamente liberador tener a otra persona tomando las


decisiones por mí.

—Lord Thornton solicita su presencia en sus habitaciones —dijo


Riddick, interrumpiendo mis pensamientos.

Fruncí el ceño y sacudí la cabeza para despejarla antes de mirar


por las enormes ventanas el turbio paisaje que había más allá. Era la
primera vez que las persianas estaban abiertas, una bendición que
deduje se me había concedido por mi obediencia de la noche anterior
en el comedor. No había mucho que ver en la tenebrosa luz, a través
de los diáfanos penachos de niebla que rodaban por lo que parecían
ser suaves colinas verdes en la distancia; pero lo que podía descifrar
era hermoso.

También era claramente demasiado temprano para estar despierta.

—¿Para qué podría quererme a estas horas? —pregunté.

Riddick parpadeó y, al ver que no me movía, repitió. —Lord


Thornton solicita su presencia en sus habitaciones.

Resoplé y desenrollé mi dolorido cuerpo del implacable suelo de


mármol, plantando las manos en las caderas y poniendo los ojos en
blanco como si no estuviera encadenada al suelo completamente
desnuda.

—Llévame ante tu Poderoso Señor, entonces —asentí.


110

Podría haber sido un truco de la luz, pero Riddick pareció sonreír


Página

mientras se agachaba para quitarme el grillete.


Le seguí por la amplia extensión del salón de baile, conteniendo la
respiración cuando desbloqueó la puerta y me condujo al pasillo sin
vendarme los ojos.

El pasillo era largo, bordeado de nuevo por ventanas que iban del
suelo al techo en un lado y por enormes retratos exquisitamente
detallados en el otro, que eran claramente de los antepasados de los
Davenport. En medio de la pared había un escudo de armas, esculpido
y pintado en estuco, de modo que atraía la mirada desde todos los
ángulos del pasillo. Enmarcado por un gavilán de aspecto salvaje y un
león a cada lado, rematado por un vicioso halcón y con una frase en
latín que no entendí del todo, el escudo representaba perlas, espinas y
flores rojas. Era precioso.

Quería quemarlo.

Avanzamos rápidamente, pasando por alto una abertura que


conducía a una gran escalera de mármol en cuya base se encontraba
un gran salón de dos pisos pintado de azul pálido con elaborados
remolinos de escayola. Observé la puerta principal y pensé
brevemente en huir, la idea de la libertad era tan tangible que podía
saborear su sabor a hierba en mi lengua.

Pero las palabras de Alexander resonaron en mi cabeza: si quieres


poner a tu familia en peligro con la mafia, Cosima, debes saber que
eres libre de irte en cualquier momento.

Era insoportable sofocar mi inherente respuesta de huida o lucha


ante la situación. Quería salir corriendo por esas puertas y no mirar
atrás. Quería encadenar a Lord Thornton al suelo del salón de baile y
golpearlo hasta que fuera una mancha negra y azul en las brillantes
111

baldosas.
Página

No podía hacer ninguna de las dos cosas.


De hecho, tenía que hacer lo contrario.

Tenía que permitirle el acceso a mi cuerpo, darle el control sobre


cada una de mis acciones y ceder a todas sus reglas.

La casa en sí era una obra de arte. No pude evitar pensar en lo


mucho que le gustaría a mi artística hermana, Giselle, estar aquí; y eso
hizo que mi corazón se estremeciera como un eco perdido.

Quería ver desesperadamente a mi familia, para ver qué habían


hecho con mi repentina oferta de trabajo y con la inexplicable
desaparición de Seamus. Sebastian estaría furioso conmigo por no
haberme despedido, su ira enmascarando su corazón roto. Mi propio
órgano se sentía desviado en mi pecho, la mitad de él todavía sentado
detrás del esternón de mi gemelo, donde pertenecía. Le echaba de
menos con una ferocidad que me robaba un pedazo de cada
respiración. Elena estaría luchando por hacerse una vida en una ciudad
que odiaba, y mamá estaría ocupada como siempre tratando de
mantener el fuerte en un hogar de grandes personalidades con muy
poco espacio para moverse.

Continuamos por el otro lado del pasillo y nos detuvimos ante un


enorme conjunto de puertas dobles. Riddick llamó dos veces, pero no
esperó a que le dieran permiso antes de empujar las puertas,
engancharme la muñeca y arrastrarme a la habitación.

La habitación era de color azul oscuro, con detalles dorados que


parpadeaban con la escasa luz que entraba por dos estrechas ventanas
que enmarcaban una colosal cama de cuatro postes cubierta con un
pesado terciopelo azul marino atado con una gruesa cuerda dorada.
Dejaban ver un edredón deslizante, sábanas y almohadas plateadas
112

apoyado en ellas, con el mismo tono de gris en los ojos y un


Página

desordenado cabello dorado, había un hombre.


Estaba claro que Alexander acababa de despertarse por el tono
somnoliento de su mirada, la suavidad de su boca llena cuando
normalmente estaba cerrada.

Un puño se apretó alrededor de cada uno de mis pulmones al verlo


así, con el pecho desnudo y desprovisto de su habitual armadura a
medida.

Parecía un hombre, no el dios frío y dominante que había llegado a


conocer en mis cortas semanas allí.

—Gracias, Riddick —dijo con una voz ligeramente agitada por el


sueño que me recordó su tono lujurioso de la noche anterior—. Puedes
dejarnos.

Me quedé justo en el umbral de la puerta y luché contra el impulso


de retorcerme las manos. Nunca había sido tímida ni torpe y serlo
ahora no era la forma en que quería presentarme ante el arrogante
Lord Thornton. Pero no podía evitar el vértigo y la vergüenza de niña
que me producía saber que el hombre que descansaba como un rey en
la cama ante mí había tenido su boca entre mis piernas hacía apenas
unas horas.

Una lenta sonrisa se deslizó por sus labios como si supiera


exactamente cómo me afectaba. —Ven aquí, belleza mía.

Sutilmente, aspiré una profunda bocanada de aire para calmar las


mariposas de mi estómago y la confusión de mi cabeza y luego me
dirigí al lado izquierdo de su cama. Sus ojos me siguieron, agudos y
atentos como los de un cazador que rastrea a su presa.

—Eres hermosa incluso en tu confusión y tu miseria —dijo


113

suavemente, extendiendo la mano cuando me detuve junto a él para


Página

pasar el dorso de su mano por mi pecho.


El pezón se me hinchó al instante, reflejando la tensión de mi
vientre.

—Necesito alimentarte más. —Frunció el ceño mientras su pulgar


pasaba por mis costillas, protuberancias visibles bajo mi piel—.
¿Disfrutaste de la comida anoche?

Me sonrojé al recordar la cena que habíamos compartido después


de que él se comiera mis jugos de entre las piernas y me colocara en
posición de rodillas junto a su silla. Luego, había procedido a darme
de comer de su plato de pasta alla Genovese, haciendo girar
hábilmente los fideos en su cuchara y esperando a que yo separara los
labios para colocar el bocado retorcido en mi lengua.

Había sido extrañamente erótico mirarle a los ojos mientras me


daba de comer, ver cómo estudiaba cómo se cerraban mis labios y
cómo tragaba mi garganta. La nueva excitación se había hinchado en
mi coño y se había filtrado por mis piernas. Sólo al final de la comida,
cuando habíamos terminado su copa de vino y mi pasta favorita,
Alexander había reconocido su efecto sobre mí ordenando que me
pusiera de pie. Entonces cogió mi sexo lloroso, nuestros ojos se
cruzaron ferozmente y retiró su mano mojada con mis jugos.

Me ofreció dos de sus dedos húmedos.

Me quedé mirándolos un largo rato, con la boca haciéndose agua


vergonzosamente.

—Prueba lo mojada que te pongo, topolina —me animó en voz


baja, untando su dedo índice sobre mis labios separados antes de
deslizarlo sobre mi lengua.
114

Mi boca se cerró instintivamente y chupé con fuerza cuando él


Página

gimió ante la sensación.


Se apartó de mí demasiado pronto y se llevó los otros dos dedos a
la boca, chupándolos con un largo tirón de sus labios rosa pálido.

Estaba jadeando cuando su mano se retiró.

—Has sido una excelente esclava esta noche —me elogió—.


Mañana tendrás tu recompensa.

Parpadeé para olvidar el recuerdo y me centré en él. —La pasta de


mi madre está mejor.

Alexander parpadeó y luego sus labios fruncidos sonrieron. —


Desafiante hasta el final, incluso cuando estás deseando que te toque
de nuevo.

Resoplé, decidida a recuperar mi atavismo 7. —Yo no aguantaría la


respiración por eso... en realidad, no, por favor, hazlo.

Esta vez, recibí una risa baja y siniestra. —Cuidado, bella. Si te


tocara tu dulce coño ahora mismo, ¿me prometes que no estará
empapado?

Entorné los ojos hacia él, aunque podía sentir el fuerte pulso de la
lujuria en la base de mi ingle. —Y yo que pensaba que era yo la que
necesitaba ayuda para entender el inglés.

Sus ojos brillaron en señal de advertencia; pero, para mi sorpresa,


no cedió a mis burlas. En su lugar, echó las mantas hacia atrás dejando
al descubierto cada centímetro de su cuerpo desnudo y esculpido.

Sentí que los ojos se me iban a salir de la cabeza al verlo.

Estaba claro que no era un señor indolente que se pasaba todo el


115

tiempo en casa bebiendo whisky, leyendo y escribiendo cartas.


Página

7 Conjunto de ideas o formas de comportamiento propias del pasado.


No, este hombre era un atleta, sus largas líneas de fortaleza se
estriaban individualmente bajo su piel dorada de modo que podría
haber trazado cada abdomen marcado, cada músculo delgado del
muslo bajo la yema del dedo.

Se me secó la boca.

Alexander se acercó al borde de la cama junto a mí y se puso de


pie, de modo que de repente me vi empequeñecida por su
impresionante altura. Debía de medir al menos un metro noventa
centímetros por la forma en que superaba mi impresionante estatura.

—No me dejaré arrastrar por tus juegos como esos tontos y


virginales chicos italianos con los que trataste en Nápoles, llevados
por sus pollas y tu belleza. Soy un hombre adulto y un dominante
experimentado; sería mejor que lo recordaras y no siguieras
provocándome para que ceda el control. ¿Está claro?

—Si estás tan controlado, creo que puedes soportar un poco de


burla por parte de una italiana inexperta —repliqué, acercándome aún
más para estar a su altura.

El deseo ardía en sus ojos y sabía que quería castigarme por mi


insolencia.

Un escalofrío me recorrió la base de la columna vertebral.

—No tengo tiempo de mostrarte lo completamente inexperta que


eres en este momento porque tengo reuniones esta mañana. Estás aquí
para comenzar lo que será parte de tus tareas diarias.

Mis cejas se dispararon hacia la línea del cabello. —¿Ser tu


116

esclava sexual no es suficiente, ahora tengo que limpiar?


Página

Sus labios se movieron con humor antes de que pudiera cerrarlos.


—Empezarás cada día atendiéndome como lo haría mi criado,
Murphy. En estos momentos se encuentra en unas muy necesarias
vacaciones en Escocia con su familia y, por lo tanto, el deber debe
recaer en mi esclava.

Se alejó de mí, caminando por las lujosas alfombras persas hacia


unas puertas dobles abiertas que parecían conducir a un vestidor.

—Ven.

Maldije en voz baja en italiano, pero le seguí.

Siguió hablando mientras atravesaba el armario y entraba en el


enorme cuarto de baño de mármol que había sido renovado
recientemente. Vi cómo se dirigía a la ducha recubierta de cristal y la
encendía. —Me bañarás, me vestirás y me despedirás cada mañana.
Cuando regrese cada noche, estarás esperando en el gran salón en tu
posición; desnuda y aguardándome.

—¿Y mientras no estás? ¿Me harán sentarme en el salón de baile


todo el día contemplando mi servidumbre y mis grilletes?

Me iba a volver loca si pasaba mucho más tiempo sola en ese


agujero negro.

Alexander me estudió con el ceño fruncido y me di cuenta de lo


claros que eran sus ojos grises, de un gris tan oscuro que era casi
negro antes de fluir cerca de las pupilas hacia un color tan claro que
parecía de cristal.

Era realmente el monstruo más hermoso.

—Me has complacido relativamente bien en las últimas


117

veinticuatro horas, así que te permitiré manejar la casa mientras estoy


fuera. Las habitaciones que no están cerradas son las únicas a las que
Página

tienes acceso. No intentes aprovecharte de mi generosidad entrando en


lugares prohibidos.
Hice un mohín antes de poder contenerme, pero para mi total
sorpresa, mi expresión hizo que Alexander soltara una suave risa y me
pellizcara suavemente la barbilla entre sus dedos para poder mirarme
mejor.

—Qué delicia tu juventud —murmuró, aparentemente sorprendido


por su disfrute—. No recuerdo la última vez que alguien se enfrentó a
mi tiranía o hizo un mohín ante mis reglas. Es extrañamente
entrañable, topolina.

—Al menos admites que eres un tirano.

—Oh, un tirano del más alto nivel. Uno que gobierna con poder
absoluto —me aseguró, su tono extrañamente juguetón; aunque su
rostro era frío, casi vacuo en su impasibilidad.

—Y usted es absolutamente confuso —le dije, ligeramente sin


aliento porque interactuar con Lord Thornton era como lo que
imaginaba que sería montar en una montaña rusa, un cambio constante
de atmósfera.

La suavidad que había acechado en sus ojos se solidificó, aun


cuando su agarre en mi barbilla siguió siendo suave. —Si confías en
algo de mí, confía en esto. Soy tu amo y seré duro contigo. Te
romperé y te convertiré en mi esclava ideal porque no hay otra opción
para ninguno de los dos. Si crees en algo, que sea en mi crueldad y
que mi ocasional lapsus de juicio en el que podría ser amable sea algo
para disfrutar y luego descontar.

—¿Pero por qué tiene que ser así? —pregunté, con un toque de
desesperación en mi tono mientras me acercaba, mis pezones rozando
118

la parte inferior de su pecho—. No entiendo por qué me haces esto.


Página
—A veces estamos en el lugar equivocado en el momento
equivocado. A veces nacemos de malas personas y vivimos una mala
vida. No siempre tiene que haber una razón para la desgracia, Cosima.

—No —acepté, sintiendo esas palabras como un puñetazo en el


esternón—. Pero la hay para esto.

—La hay.

—Dijiste algo cuando estaba fuera de sí sobre ser tu enemigo. Por


favor, explícamelo —rogué, con mi orgullo ahogado en una marea de
curiosidad alimentada por la esperanza.

—¿Qué te he dicho? Esta es una relación de dar y recibir, mi


belleza. Tú das y yo recibo. Si me complaces, te recompensaré. Ni
siquiera has empezado a complacerme lo suficiente como para ganarte
la respuesta a la pregunta de tu esclavitud. —Su agarre de la barbilla
se hizo más doloroso y se inclinó para morderme con fuerza el labio
inferior—. Puedes empezar ahora bañándome.

—¿Bañarte? —pregunté incrédula cuando se apartó y se acercó a


la enorme ducha para encenderla—. Sólo los niños necesitan ayuda
para bañarse.

Su rostro se quedó grabado en piedra cuando se volvió para


mirarme. —Claramente, eso es falso ya que soy un hombre adulto y
requiero de tu asistencia. Me sorprende que hayas olvidado que
también te prometí una ducha. Dos pájaros de un tiro, bella.

Observé cómo el hombre adulto en cuestión se daba la vuelta para


entrar en la ducha, mostrando su trasero perfectamente esculpido y
rematado con profundos hoyuelos en la base de la espalda.
119
Página
Se me hizo la boca agua cuando entró en la ducha. No pude evitar
ver cómo el agua convertía su pelo en oro deslustrado y cada
centímetro de su piel ligeramente bronceada en bronce.

—Esclava —me dijo—. Atiéndeme.

Me estremecí mientras luchaba contra mi deseo animal por él.

No era un animal y no iba a ceder a esos bajos instintos, aunque


me conocía lo suficiente como para comprender que siempre había
sido demasiado hedonista como para resistirme a atiborrarme de
diversos placeres durante un tiempo.

Y el cuerpo del amo Alexander era ciertamente una delicia.

Atravesé la puerta de cristal y entré en la ducha rápidamente


humeante. Sin hablar, Alexander me entregó una pastilla de jabón que
olía a pino y me presentó la amplia extensión de su espalda, cubierta
de músculos.

Observé cómo mi mano se levantaba para frotar el jabón sobre su


piel, cómo temblaba mientras me movía en amplios círculos sobre la
topografía de su columna vertebral.

Nunca había lavado a un hombre.

Era una observación tonta. Yo era mujer y virgen; así que,


obviamente, nunca había estado en una situación similar. Pero esta
intimidad parecía extenderse más allá de la sexualidad hacia el reino
de la verdadera intimidad.

Podía sentir la textura satinada de su piel bajo mis dedos, la fuerza


120

de sus músculos tensos bajo la carne y el calor de su cuerpo al


absorber la temperatura del vapor de la ducha. Había un triángulo de
Página

pequeños lunares marrones en lo alto de su hombro izquierdo y una


tenue y casi indescifrable colección de finas cicatrices entrecruzadas
en el valle bajo sus omóplatos. Rastreé sus bordes con el pulgar y me
pregunté quién le habría hecho eso.

Sus músculos se tensaron y me di cuenta de que había hablado en


voz alta.

—Como te he dicho, todo depredador es presa de alguien.

—No puedo imaginar una bestia más aterradora que tú —le dije
con sinceridad.

No era sólo que fuera despiadado o más cruel que un lobo


hambriento. Algo en su forma de ser hablaba del colosal esfuerzo de
su contención, como si un momento equivocado fuera a desatar esa
bestia voraz encadenada al suelo de su alma sobre quien fuera lo
suficientemente imprudente como para estar en su camino.

—Algunos monstruos se hacen y otros nacen. Se podría decir que


yo soy lo peor de ambos mundos —dijo crípticamente.

Me mordí el labio mientras analizaba sus palabras, consciente de


que el misterio de Alexander Davenport era peligroso para una mujer
como yo. Una mujer que disfrutaba con los enigmas del cerebro
humano y con las extrañas complejidades de una sola personalidad.
Quería sentarme con las piernas cruzadas en el suelo y ensamblar las
facetas de la mente de Alexander como un rompecabezas de diez mil
piezas.

Según mi experiencia, si podías entender a alguien, era casi


imposible odiarlo.

Y la verdad es que no quería odiar a este hombre. No porque él


121

mereciera sentimientos más cálidos, sino porque ese odio era tan
corrosivo para mi salud mental como mi estancia de dos semanas en la
Página
oscuridad. No podía imaginarme odiar a alguien con todo mi corazón
y verlo todos los días durante los próximos cinco años.

¿Qué clase de persona sería al final de eso?

¿Cómo podría pasar de media década de odio a un futuro reunido


con mi familia? ¿Cómo podría encontrar el amor en mi corazón, cómo
sabría expresarlo?

La respuesta, me temía, era que no sería capaz.

Si permitía que la horrible injusticia de mi situación disolviera mi


capacidad de amar, perdería una faceta elemental de lo que era y la
razón por la que estaba haciendo esto.

Por el amor a mi familia.

Alexander interrumpió mis pensamientos para pasarme un frasco


de champú.

Inspiré profundamente y me eché el gel en las manos antes de


trabajarlo en los gruesos mechones de su cabello. Su aroma floreció en
el aire húmedo, de modo que sentí que me rodeaba.

Se giró para mirarme cuando terminé, inclinando la cabeza hacia


atrás en el vapor de agua para que las burbujas se deslizaran por su
cincelado pecho. Sus ojos se abrieron para mirarme mientras yo hacía
estallar una gran burbuja sobre su pezón izquierdo.

Atrapada como una niña pequeña, solté una risita antes de poder
cerrar la boca con ambas manos.

Sus ojos ardieron, pero no me condenó. En cambio, su voz era


122

sedosa. —Ponte de rodillas y límpiame con la lengua.


Página
—El jabón haría un mejor trabajo —repliqué; pero mis rodillas ya
se estaban ablandando, fundiéndome como la mantequilla en el suelo
a sus pies.

Él ya estaba duro. Su larga y venosa longitud palpitaba al compás


de los latidos de su corazón, hipnotizándome mientras lo miraba. Me
resultaba extraño que algo tan ajeno a mí me resultara tan atractivo;
pero me encantaba su grosor cuando lo sopesaba en la palma de la
mano y la forma en que sus pesadas pelotas quedaban enmarcadas por
sus delgados y fuertes muslos.

Incliné su erección hacia mi boca y mantuve mis ojos inclinados


hacia los suyos cuando lamí con la parte plana de mi lengua la corona
de su eje.

Sus ojos se volvieron negros por la excitación.

Algo parecido a un ronroneo vibró en mi garganta antes de que


pudiera tragarlo. Había algo insoportablemente embriagador en tener
su órgano más delicado en mis manos, en dar placer a un hombre tan
poderoso.

—Dime lo que tengo que hacer —le pedí, jugando con mis dedos
sobre su eje, su pubis y el interior de los muslos.

Su cuerpo se tensó por la sorpresa antes de relajarse. Una de sus


manos se deslizó hacia la parte posterior de mi cabello y lo retorció.

—Chupa y lame el agua de mi polla a modo de guía. Traza las


venas con la lengua, llévame hasta tu garganta y respira por la nariz
para que pueda sentir lo apretada y húmeda que está tu boca a mi
alrededor. Esencialmente, trata mi polla como tu propio cono de
123

helado—. Su voz volvía a ser ronca, y sabía que verme lamer la


Página

cabeza de su polla como un gatito con crema era la razón de ello.


Tarareé con los labios pegados a él y luego levanté la vista para
decirle. —Si te hago venir así, quiero que me dejes escribir una carta a
mi familia.

La mano en mi cabello se retorció dolorosamente, y el placer que


antes saturaba sus rasgos se calcificó. —¿Estás tratando de coronar
desde abajo otra vez, topolina?

Su voz era un siseo amenazante que me atravesó el miedo como


una aguja con hilo.

No respondí porque no me parecía prudente.

—Permíteme reformularlo para ti. Si haces que me corra lo


suficiente con tu boca inexperta, no te ataré y te daré un golpe en tu
tierno culo.

Podía sentir mis ojos como carbones calientes en mi cabeza


mientras lo miraba fijamente; pero él no se inmutó por mi animosidad
y, antes de que pudiera protestar, adelantó sus caderas para hundir la
punta de su polla más allá de mis labios separados.

Había desaparecido la opción de conocer su placer, de explorarlo


como un virgen podría tener la oportunidad de estudiar a su amante.
Había perdido ese privilegio y la posibilidad de ver a un hombre con
algo de alma tierna debido a mi descaro; ahora sólo era un recipiente
para su polla.

Una esclava.

La degradación de ser utilizada de ese modo me quemaba en los


huesos e irradiaba calor por todo mi cuerpo hasta que me sentía
124

impregnada de fuego. Pero esas llamas no estaban hechas de


vergüenza. Corrían por mi sangre directamente hasta las puntas de mis
Página
pechos fruncidos y el vértice de mis muslos, donde ardían como un
fuego salvaje.

Me excitaba. Los ruidos húmedos y de succión que emitía


alrededor de su dura carne cuando bombeaba en mi garganta, la forma
en que me dolía la mandíbula por la lucha para acomodar su
circunferencia y el dolor que me punzaba en el cuero cabelludo
cuando me apretaba el cabello con ambas manos.

Era demasiado, todo estaba demasiado caliente. El aire húmedo,


las salpicaduras del agua de la ducha y el hombre que se alzaba sobre
mí utilizándome sin piedad para su propio placer.

Me sentí mareada por el deseo y la confusión.

¿Cómo podía estar disfrutando de esto?

Antes de que pudiera encontrar la respuesta a esa pregunta, las


manos de Alexander se aferraron a mi cabello y sus piernas temblaron
cuando empezó a correrse. A diferencia de la primera vez, se retiró de
mi garganta para que el primer chorro de su semen salado cayera
sobre mi lengua. Tragué a su alrededor y luego jadeé cuando se retiró
más lejos, empujando con una gran mano su pene enrojecido. Me
quedé atónita e hipnotizada mientras él tiraba de su carne casi con
violencia; su semen salía volando para aterrizar en mi mejilla, mi
cuello y mis pechos hinchados de lujuria.

Pintada de pecado e impregnada de vergonzosa lujuria, me


arrodillé ante mi amo sintiéndome tan recién nacida y vulnerable
como un gatito. Así que me mostré dócil cuando se agachó para
ponerme de pie y presionarme contra los fríos azulejos de la ducha.
125

Sólo cuando estampó todo su cuerpo contra el mío y una de sus manos
se introdujo infaliblemente entre mis piernas para acariciar mi sexo
Página

empapado, salí del olvido de mi mente.


—Empapado —raspó en mi oído mientras arrastraba su nariz por
la columna de mi garganta.

Me retorcí cuando hundió sus dientes en la carne donde mi cuello


se unía a mi hombro. Su mano se enroscó firmemente sobre mi coño,
y dos dedos se hundieron dentro de mí para chocar suavemente contra
la barrera de mi virginidad.

—A mi belleza le gusta que la use su amo —continuó diciendo


mientras me clavaba la palma de la mano en el clítoris.

Al instante, estuve a punto de llegar al orgasmo. Jadeé y me


estremecí, tratando de evitar el calor abrumador y la necesidad de
apretar su mano para conseguir más fricción.

—La esclava con columna vertebral de acero se derrite con un


toque en su coño hinchado. Lo recordaré la próxima vez que intentes
enfrentarte a mí.

Me tragué el filo de un gemido.

—Pero no dejaré que te corras esta mañana. —Sonrió contra mi


mejilla húmeda cuando gemí en señal de protesta—. Alégrate de que
no te castigue por intentar manipularme. No me dejaré envolver por tu
dedo meñique, esclava. Recuérdalo hoy cada vez que tu codicioso
coño anhele la presión de mis dedos y mi lengua.

Se separó de mí bruscamente y salió de la ducha sin más. Observé


ligeramente estupefacta cómo se secaba y se ataba una toalla alrededor
de sus delgadas caderas.

—Tienes exactamente noventa segundos para terminar de lavarte y


126

luego espero que me vistas. Si intentas tocarte, te presentaré la antigua


empalizada que guardamos en el patio trasero.
Página
Inmediatamente, con mi coño todavía palpitando y mi mente
sentada en mi cabeza como un sombrero torcido, hice lo que me
ordenó.
127
Página
Me pasé horas recorriendo la casa después de que él se marchara.
Se llamaba Pearl Hall con bastante acierto, ya que había perlas
incrustadas en los elaborados muebles y festoneando el borde de los
apliques y las escayolas de los marcos de las puertas. Había elementos
históricos de valor incalculable por todas partes, desde los tapices
centenarios que cubrían las paredes hasta las delicadas cortinas que se
desplegaban en todas las ventanas. También había vigilancia por todas
partes. Cámaras, sensores y teclados junto a algunas puertas cerradas
que parecían pedir huellas dactilares o escáneres de retina.

Sentí que aquellos ojos tecnológicos me observaban mientras me


entretenía con los cuadros, y odié que lo único que me hubieran dado
para vestir fuera una de las finas camisetas de algodón de Alexander.
Alguien estaba rastreando cada uno de mis pasos por la mansión y ese
conocimiento me hacía sentir como el “ratoncito" de Alexander,
aunque él mismo no estuviera en la casa para cazarme.

Cuando intenté abrir las puertas delanteras para tomar aire fresco,
128

Riddick apareció detrás de mí, silencioso pero cargado de censura.


Sabía que me detendría si encontraba la manera de pasar la pesada
Página

cerradura. Volvió a aparecer cuando me demoré demasiado en un


conjunto de puertas de madera intrincadamente talladas. No me tocó,
pero su presencia fue suficiente para hacerme avanzar como una niña
reprendida.

Alrededor del mediodía, mi estómago empezó a rugir y fui en


busca de las cocinas descendiendo por la gran escalera hacia el piso
principal y luego tomando una más pequeña y oscura hacia el foso de
la casa.

Al instante, el inquietante silencio que impregnaba los niveles


superiores se vio perforado por risas y charlas erráticas.

Quería formar parte del ruido. Quería sentarme con otra mujer y
hablar de las cosas extrañas que le ocurrían a mi cuerpo. Mi extraña
atracción por Alexander era aún más desconcertante de lo que había
sido la pubertad, y anhelaba que alguien suavizara los bordes
desgarrados de mi pánico con su sabiduría.

Lo que realmente deseaba era que mamá me sentara en la mesa de


la cocina con una tarea sencilla como extender la masa de la pasta
para que mis pensamientos ansiosos se estabilizaran con una tarea
mundana. Sólo entonces ella desplegaría su sabiduría con la misma
calma y destreza con la que amasaba la sémola bajo sus dedos.

Incluso Elena sabría qué decirme dada su relación con


Christopher, un amigo de la familia mucho mayor que ella, que
llevaba cortejando a Elena desde los dieciséis años. Se acostaban
juntos, aunque ella nunca me lo había dicho explícitamente. Me di
cuenta por las manchas de color alto en sus pómulos cuando volvía de
su casa, por la forma en que olía a él en lugares secretos como detrás
de las orejas y en el hueco de las clavículas. Ella desmenuzaba mi
129

atracción como lo haría un matemático, en ecuaciones con resultados


Página

lógicos.
Era el tipo de consejo que necesitaba entonces, no la empatía de
Sebastian o el romanticismo de Giselle, sino la sabiduría aprendida y
la lógica definida. El porqué y el cómo de mi atracción por alguien
que era más monstruo que hombre.

Bajé por el desgastado suelo de piedra hasta una enorme y aireada


cocina que, de algún modo, mantenía la sensación de antigua grandeza
a la vez que estaba completamente modernizada. Había un puñado de
sirvientes trabajando en la sala y otros sentados en una enorme mesa a
la izquierda, viviendo felizmente su día.

Hasta que me vieron.

Al instante, se congelaron y la charla se evaporó.

Me tragué los nervios, muy consciente de la longitud de mis


piernas expuestas por la camisa y del hecho de que probablemente
sabían que había estado encadenada al suelo del salón de baile durante
las últimas semanas.

—Hola —dije, luego me aclaré la garganta cuando mi acento


saturó la palabra—. Hola a todos, siento mucho molestar. Sólo estaba
explorando la… um… la casa y, cuando olí algo delicioso, seguí mi
nariz hasta aquí.

Siguieron mirando sin desviarse de la expresión o la postura.

Um, vale.

—Discúlpenlos —dijo un hombre de cabello pelirrojo encendido y


con tantas pecas que parecía una constelación andante de estrellas
doradas—. No tienen modales. —Se adelantó rápidamente para
130

extender su mano—. Yo, en cambio, sí. Es un placer conocerla,


señorita Lombardi. Soy Douglas O'Shea, el chef de esta ilustre casa.
Página
—Así que usted es el mago que hizo la pasta alla Genovese
anoche —dije, tomando su callosa mano entre las mías—. Gracias por
eso, no puedo decirle cuánto anhelaba un sabor de casa.

—Oh, el placer fue mío. Por lo general, se me encomienda la tarea


de preparar la comida ordinaria e insípida de mis compatriotas, así que
fue una delicia dedicar mi habilidad a algo diferente. Por favor, la
próxima vez dame algo realmente desafiante.

Me reí de su exuberancia, mi incomodidad se desvaneció por su


genuina amabilidad. Los demás nos seguían observando, pero no les
di importancia.

Me habían observado toda la vida, pero había recibido poca


amabilidad verdadera, así que me centraría en eso.

—Ven a tomar un poco de té conmigo mientras termino estos


petits fours8 —me animó Douglas, girando nuestras manos
entrelazadas para guiarme a un taburete situado junto a su estación de
trabajo—. Te ves más delgada que un rastrillo y necesitas
urgentemente una taza de té.

Me senté en la silla y me bajé la camisa sin éxito cuando uno de


los criados se quedó con la boca abierta al ver mis piernas.

Douglas golpeó al sirviente en cuestión sobre sus nudillos con una


cuchara de madera. —Joven Jeffery, fuera de aquí. Creo que tienes
trabajo que hacer en el comedor antes de la cena.

Jeffery se sonrojó tremendamente al ser sorprendido y salió


corriendo de la cocina junto con el resto del personal no esencial.
131

—No les hagas caso, preciosa. Hace años que no tenemos una
jovencita en la casa y los chicos son un poco tontos, así que tu belleza
Página

8 Pequeños pasteles en Frances.


no ayuda —explicó Douglas con un brillo en los ojos mientras
empezaba a poner el glaseado entre las pequeñas capas rosas del
pastel.

—Me perdonará si no le creo. El amo Alexander no parece el tipo


de hombre que se abstiene de la compañía femenina —repliqué con un
bufido.

Douglas hizo una pausa en su glaseado para parpadear y luego


rugió de risa.

No pude evitar reír con él. Me sentí bien al tener un poco de


alegría después de tanto tiempo en la presurizada compañía de
Alexander o en la vacía cámara de mi propia soledad.

Douglas era joven, más cercano a mi edad de lo que supuse que


era la de Alexander y poseía el tipo de personalidad alegre que
resultaba contagiosa.

—Oh, hubo mujeres antes que tú, para los dos amos; pero ninguna
como tú —siguió parloteando, y me di cuenta del tesoro de
información que podía ser—. Esta es una casa de hombres hasta la
médula. O lo ha sido desde el fallecimiento de Lady Greythorn.

—¿Lady Greythorn? —pregunté mientras un sirviente se deslizaba


en mi camino tentativamente para ofrecerme una taza de té.

—Oh, sí, la difunta señora de Pearl Hall. Murió hace nueve años
este mayo. La mujer más encantadora que he conocido.
Increíblemente elegante, pero con los pies en la tierra con su personal
y su familia.
132

—¿Qué pasó con ella? —pregunté a pesar de que no entendía muy


bien quién podría haber sido.
Página

¿No se titulaba Alexander conde de Thornton, no de Greythorn?


Douglas hizo una pausa en sus actividades y miró a la sala con
culpabilidad, como si le hubieran pillado en un acto blasfemo contra
sus patrones. Podía ver su reticencia a continuar, pero yo estaba
decidida a desenterrar parte del misterio que rodeaba a esta gran casa
vacía y a su amo.

Me incliné hacia delante para poner una mano en el brazo de


Douglas y le miré a través de las pestañas con un mohín que curvaba
ligeramente mi labio inferior. —Sólo lo pregunto porque hace poco
perdí a mi propio padre.

No era una mentira, no del todo.

Había perdido a Seamus para siempre, pero no por la muerte.

Por supuesto, la tristeza era fingida; pero ¿qué era una pequeña
mentira piadosa entre nuevos amigos?

Mis palabras tuvieron el efecto deseado. Su rostro se suavizó y me


dio una palmadita con la mano espolvoreada de harina sobre la mía en
el brazo. —Pobrecita, siento mucho tu pérdida. Bueno, en realidad no
es cosa de hablar de esos asuntos, ¿comprendes? Toma, prueba esto—
. Me acercó un pastelito magníficamente elaborado y esperó a que le
diera un mordisco y gimiera antes de continuar—. Murió fuera de casa
mientras visitaba a... un amigo de la familia. Al parecer, fue un trágico
accidente. Estaba bebiendo durante la cena y salió a la terraza para
tomar aire fresco. Lo siguiente que se supo es que estaba muerta en la
base del edificio, dos pisos más abajo.

Me encogí ante la imagen mental. —¿Y quién era ella para


Alexander?
133

Douglas me miró con el ceño fruncido, como si yo fuera densa. —


Página

Pues su madre, querida.


—Ah, ¿y qué pasó con su padre?

Antes de que pudiera responderme, el agudo chasquido de unos


zapatos caros resonó en el vestíbulo, anunciando la inminente llegada
de un hombre que definitivamente no era un sirviente.

Iba exquisitamente vestido con un traje de color carbón, camisa de


seda y corbata a juego, con el cabello rubio oscuro peinado hacia atrás
desde su amplia frente en una suave onda que recordaba a la era del
jazz. No era su costoso traje ni su formidable comportamiento lo que
delataba su claro estatus en la casa, sino su evidente parecido con
Alexander.

—Está muy vivo y sano —dijo el hombre en cuestión al detenerse


en la entrada.

—Su señoría —se dirigió Douglas con una deferente inclinación


de cabeza—. Es un placer que nos visite aquí. ¿Hay algo que pueda
hacer por usted?

—He venido por la chica. —Me miró fijamente con ojos oscuros e
infalibles—. Señorita Cosima Lombardi, aún no hemos tenido el
placer de conocernos. Me temo que mi hijo ha sido negligente en este
sentido, así que me he encargado de hacer las presentaciones. Ven
aquí para que pueda hacerlo mientras te miro.

Tragué con brusquedad y coloqué mi delicada taza de té sobre la


mesa de bloques de madera frente a mí antes de deslizarme del
taburete, con cuidado de sujetar los bordes de la camisa para no
mostrar al padre de mi amo.

Había un núcleo instintivo de miedo en mi vientre, pero no podía


134

estar segura de si el origen era la pesada fuerza de la personalidad de


Página

Lord Greythorn que irradiaba por toda la habitación o el simple hecho


de que fuera el padre de Alexander.
Y si creía que Alexander era el engendro de Satanás, tal vez era al
propio diablo a quien me estaba acercando.

Cuando me detuve frente a él, se acercó e inclinó mi barbilla con


dos de sus dedos enrollados para estudiar mi rostro a la luz que
entraba por las altas ventanas.

—Ojos dorados contra el cabello oscuro —murmuró—. Como el


sol de verano contra el cielo nocturno. Un hermoso estudio de
contraste.

—Gracias, Lord Greythorn —dije; porque desde muy joven había


aprendido a aceptar un cumplido, por muy incómodo que me resultara.

Su ancho rostro se rompió en una sorprendente sonrisa, arrugando


su pálida piel en agradables pliegues. —Por favor, seremos más
cercanos que todo eso. Llámame Noel.

Por la súbita vibración en el aire detrás de mí, me di cuenta de que


los sirvientes estaban sorprendidos por esta concesión; y no sabía qué
hacer con ella.

—Sí, por supuesto; gracias, Noel.

—He venido a darte una visita guiada por la casa —me dijo,
bajando mi barbilla y ofreciendo su brazo como un verdadero
caballero—. Si me hace el honor.

Tragué saliva y luché contra el instinto de mirar a Douglas por


encima del hombro en busca de alguna indicación de lo que estaba
ocurriendo. En su lugar, puse la mano en el brazo de Noel.

—Sé que has recorrido la casa esta mañana —continuó, apretando


135

mi mano sobre su brazo de una forma que me pareció tan


Página

determinante como los grilletes que llevaba en el salón de baile. Me


estremecí al darme cuenta de que podría haber sido él quien estuviera
detrás de la cámara siguiendo todos mis movimientos durante el día—
. Pero he pensado en enseñarte la mazmorra.

Para mi sorpresa y mi incómodo deleite, mi tarde con Noel fue


increíblemente divertida y, aunque incluyó una breve incursión en la
mazmorra, sólo fue para echar un vistazo a las antiguas celdas y al
equipo de tortura montado como si fuera arte en las paredes de piedra.
Me llevó por la sala de cuadros que se extendía a lo largo de la casa en
el segundo piso, contándome interesantes anécdotas sobre la familia
Davenport y Pearl Hall. La casa se construyó por primera vez en el
siglo XVII, pero se ha ido ampliando y renovando a lo largo de los
años de modo que ahora el interior se asemeja más a un castillo
francés que a una típica casa británica. Era elegante incluso en su
enormidad, y cada una de las más de doscientas cincuenta
habitaciones era una maravilla de coordinación de colores y detalles.
Me enteré de que el primer tenedor se había utilizado en el comedor
en 1632 y que la extremadamente piadosa Bess Davenport, duquesa
de Greythorn en el siglo XVIII, había añadido una pequeña y exquisita
capilla al ala izquierda de la casa. Todas las habitaciones estaban
relativamente repletas de muebles adquiridos a lo largo de los siglos y
ocupadas con papeles pintados a mano, molduras doradas y
elaborados techos de escayola. Me sobrecogió pisar los desgastados
escalones de piedra, cóncavos por el paso de muchos pies y saber que
136

estaba viviendo en una casa que había visto generaciones de realeza e


importantes tratos históricos. Nunca había sido una estudiante de
Página

historia, pero al final de la visita, tenía ganas de leer más sobre Pearl
Hall y la cultura británica.
Evitamos hablar de Alexander y, aunque me tranquilizaba fingir
que no existía, era imposible apartarlo completamente de mis
pensamientos.

Era como una aparición en mi visión periférica. El aliento frío de


un fantasma a mi espalda. Me perseguía como lo había hecho desde el
momento en que lo salvé en el callejón de Milán, y no podía imaginar
un momento, incluso años después de esta media década de
servidumbre, en que no lo sintiera en mis pensamientos o lo albergara
como un cáncer en mis células.

—Me temo que con esto concluye nuestra visita —dijo Noel
mientras descendíamos por la gran escalera de mármol hacia el gran
salón azul pálido.

—¿Podríamos ir fuera? —dije con ligereza, como si la idea no me


hiciera palpitar el corazón en la garganta.

La sonrisa de Noel se diluyó. —Creo que no; es tarde y la


humedad no sienta bien a mis viejos huesos.

—Apenas eres viejo —bromeé.

Algo oscureció sus ojos grises y pálidos y luego se desvaneció


demasiado rápido como para estudiarlo. Se detuvo al pie de la escalera
y tomó mis dos manos entre las suyas para darles un suave apretón.

—Eres demasiado amable conmigo, querida. Sé que


probablemente estés aburrida de mi compañía, pero ¿quieres por
casualidad acompañarme ante el fuego para jugar una partida de
ajedrez?
137

Quería decir que sí porque estaba harta de estar tan sola. Estaba
acostumbrada a una casa de cerillas llena de italianos apasionados, no
Página

a castillos llenos de aire muerto.


Pero no sabía jugar al ajedrez.

Ni siquiera había visto un juego de ajedrez.

Y no quería decirle a Noel, un puto Lord británico que


probablemente había asistido a las mejores escuelas del país, que ni
siquiera había terminado el instituto porque había faltado a
demasiadas clases por trabajar de modelo.

Percibió mi vacilación y dobló ligeramente las rodillas para bajar


su gran altura y poder mirarme a los ojos. —¿Cómo te llamas,
querida?

—Cosima —murmuré, mirando a cualquier parte menos a esos


ojos tan parecidos a los de su hijo, sólo que nunca había visto que los
de Alexander fueran cálidos y amables.

Su boca se torció. —Es un nombre difícil de pronunciar para un


viejo británico. ¿Tienes algún otro nombre de pila?

—Ruth —le dije con una mueca porque cada uno de mis hermanos
tenía un nombre inglés de nuestro padre irlandés, pero el mío era,
como mucho, el más feo—. Cosima Ruth.

—Ruthie —dijo Noel con una sonrisa—. Un nuevo nombre para


una nueva mujer británica.

Un ceño fruncido me hizo fruncir la frente antes de poder evitarlo.


No era británica y no quería que me llamaran Ruthie. Era un nombre
feo para una chica sencilla y dócil.

Quería seguir siendo Cosima. Única y hermosa, cariñosa y


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vanidosa. No quería perder ni un ápice de mi personalidad, ni siquiera


ante el único hombre que me había mostrado alguna amabilidad fuera
Página

de mi propia familia y de un jefe de la mafia extrañamente vigilante


en casa.
Antes de que pudiera abrir la boca para protestar, se echó a reír
ligeramente y se alejó hacia el segundo salón.

—Ven —dijo de una manera que parecía una orden, aunque su


tono era ligero—. Ven y te enseñaré.

Le seguí hasta el íntimo salón, donde crepitaba un fuego intenso en


una chimenea lo suficientemente grande como para acoger a un grupo
de hombres de pie. Había una pequeña mesa ante las llamas, y la
hermosa caoba del tablero de ajedrez que había encima brillaba bajo la
cálida luz.

Un sirviente apareció de entre las sombras para sacarme la silla


antigua, así que tomé asiento mientras Noel se servía dos dedos de
whisky y se sentaba.

—Ahora bien, hay muchas teorías y filosofías sobre el ajedrez,


querida niña —comenzó Noel, pasando los dedos por las piezas del
tablero y enderezándolas con obsesión hasta que estuvieran
perfectamente alineadas—. Pero una cosa es sencilla, este es un juego
de supervivencia, un ejemplo de darwinismo mental en su máxima
expresión. El objetivo no es ser el más listo del tablero, sino el más
astuto.

—Eso está bien. No soy especialmente inteligente —murmuré,


mirando el tablero con temor.

Noel me miró fijamente, con los ojos entrecerrados y los dedos


acariciando su barbilla como un filósofo moderno que observa a su
sujeto. —Quizá no, aunque eso está por determinar. Ahora, siéntate y
escucha.
139

Me explicó durante sólo unos instantes, un rápido repaso a la


Página

forma en que se movía cada pieza, que yo tenía que ir primero porque
mis piezas eran blancas y las suyas negras y que el ganador de la
partida recibiría una bonificación.

No tenía ni idea de lo que Noel podía querer de mí, pero había un


sinfín de posibilidades si recibía tal regalo.

Lo primero y más importante, una llamada telefónica a mi familia.

Escuché con tanta atención sus instrucciones que mis oídos se


tensaron y zumbaron. Mi rodilla rebotó por el exceso de ansiedad
cuando hice mi primer movimiento, empujando un peón al centro del
tablero. A medida que avanzábamos en la partida y Noel capturaba
todos y cada uno de mis peones, sentí un cierto parentesco con
aquellas piezas limitadas y fácilmente sacrificables.

Mi vida había sido empeñada por mi padre, martirizada para salvar


a las personas más importantes de mi vida, las que podían alcanzar un
futuro mejor que el mío.

Sólo esperaba con cada gramo de optimismo roto en mi corazón


que mi sacrificio les permitiera llegar al otro lado del tablero,
transformarse en cualquier tipo de persona que quisieran a pesar de las
dolorosas circunstancias de sus géneros.

Me pregunté ociosamente, sin éxito, en qué podría convertirme al


final de este calvario.

Mientras jugaba con Noel, era fácil imaginar una vida diferente,
una vida con un padre que me enseñara a jugar al ajedrez de pequeña,
que me comprara lujosos regalos de sus viajes exóticos sólo para
mimarme y uno que me besara antes de acostarme cada noche con
nada más que menta en su aliento.
140
Página
Me pregunté cuán diferente sería yo; si la composición de mi
personalidad se habría dispuesto de otra manera, y sería una mujer
distinta.

Tal vez una adecuada para el apodo de Ruthie.

—Jaque mate —dijo Noel, colocando su torre en línea con mi


rey—. Si quieres salir de esto, debes sacrificar ese último peón.

Estaba apegada a mi último soldadito en pie, pero hice lo que me


enseñó.

Tomó mi peón con dedos ágiles y eficientes, con un regocijo tan


evidente en el movimiento que parecía que saltaban por el tablero.

—Jaque mate —dijo de nuevo, esta vez usando su alfil para


acorralarme—. Podrías tomarlo con tu caballo, aunque yo lo haré con
mi peón.

Seguí su lógica con amargura, saboreando la derrota en mi lengua.


Mi corazón latía demasiado rápido, inundando mi cuerpo de una
adrenalina que no tenía a dónde ir.

Vibré en mi asiento cuando dijo—Jaque mate, otra vez.

Me estaba acechando, cazándome a través del tablero como un


gran gato que juega con su comida. Era un engaño cruel e inusual,
especialmente cuando había sido tan amable conmigo esa tarde.

Antes de que pudiera interrogarle, la puerta entreabierta de la


habitación se estrelló contra la pared y un hombre alto, moreno y
extraordinariamente enfadado apareció a contraluz en la puerta.
141

Había visto hombres peligrosos y aterradores en innumerables


Página

ocasiones, pero nunca tan de cerca y nunca con el considerable peso


de su ira enfocado tan completamente hacia mí.
Estaba claro que Alexander estaba furioso conmigo. Su ira se
inflamaba en el aire como la estática antes de la tormenta. Se me puso
la piel de gallina y mi corazón ya errático empezó a galopar por mi
pecho.

—Alexander, qué bien que te hayas unido a nosotros —dijo Noel


agradablemente.

Mi cabeza giró para contemplar su compostura. ¿Era yo la única


criatura de la casa con el instinto de correr ante la tormenta?

Alexander no habló. En su lugar, dio unos cuantos pasos hacia


delante, con un movimiento tenso de sus músculos. Sólo cuando se
detuvo a unos metros de la mesa, la luz del fuego le iluminó el rostro y
pude ver la cruda ira en sus facciones.

No había fuego en su furia, ni un géiser de maldiciones gritadas y


exclamaciones apasionadas como habría habido con cualquiera de mis
familiares o limitados amigos.

Sólo una frialdad tan absoluta que irradiaba de él como hielo seco.

Mi cerebro, presa del pánico, trató de buscar una razón para su


locura; aunque sólo fuera para poder armarme de una excusa endeble,
pero no encontré nada.

Estaba con el padre del hombre jugando al ajedrez.

¿Era que me estaba divirtiendo por primera vez desde que llegué?
¿Era que su perversión se alimentaba de mi abyecta miseria?

O tal vez era que no estaba donde él creía que debía estar,
142

encadenada en el salón de baile como una bestia rabiosa.


Página

Contuve la respiración mientras sus ojos recorrían cada centímetro


de mi cuerpo en su línea de visión antes de dirigirse a su padre.
—Teníamos un acuerdo. —Cada palabra estaba cortada
meticulosamente en granito y moldeada con una precisión y un control
mortales. Tenía la sensación de que, si Noel o yo dábamos un paso en
falso, Alexander desataría la violencia que siempre había intuido que
se enroscaba en su alma.

—¿Lo hicimos? —preguntó Noel, con el arco arrugado por una


auténtica confusión—. ¿Que no podía jugar al ajedrez en mi propio
salón con una invitada?

—No es ninguna invitada tuya. —Avanzó hasta situarse junto a la


mesa, inclinándose sobre su padre—. Ella no tiene absolutamente
nada que ver contigo.

Noel se recostó en su silla con indiferencia, con las puntas de los


dedos colgando sobre el brazo y sus gemelos de diamante
parpadeando a la luz. Era la imagen de un señor indolente.

—En eso te equivocas. Ella tiene todo que ver contigo y tú eres mi
hijo, mi heredero y mi protegido. Todo lo que haces es un reflejo de
esta casa y de mi propia capacidad para gobernar. Por lo tanto, la
señorita Cosima tiene absolutamente todo que ver conmigo.

Me estremecí cuando la mano de Alexander se estrelló contra el


tablero de ajedrez, enviando piezas de madera magníficamente
talladas por todo el suelo. Uno de los peones cayó mal sobre el pie de
mármol de la chimenea y se rompió el cuello.

—Si le tocas un solo pelo de la cabeza, te mataré —arremetió


Alexander—. Lo digo en serio, Noel. Te masacraré allí donde estés.

Noel parecía sorprendido, y no podía culparle.


143
Página
—Ha sido amable conmigo —me atreví a decir. Mi corazón se
agitó en la jaula de mis costillas, desesperado por huir de las
ramificaciones de mis acciones.

Alexander dirigió su mirada congelada hacia mí y enseñó los


dientes. —¿Disculpa?

Me aclaré la garganta dos veces antes de que mi voz encontrara


tracción en mi garganta. —Lo ha hecho. Me ha dado una vuelta y sólo
me está enseñando a jugar al ajedrez.

Su mano estaba alrededor de mi garganta antes de que pudiera


parpadear, apretando lo suficientemente fuerte como para que las
manchas explotaran en mi visión. Se inclinó para gruñirme
suavemente en la cara. —Nadie te enseña nada excepto tu amo. ¿Y
quién es tu amo, topolina?

—Tú —dije, con más aliento que voz mientras me esforzaba por
aspirar aire alrededor de su agarre castigador—. Tú lo eres.

—Sí —siseó, pasando su nariz por la línea de mi mandíbula para


poder hablar contra mis labios—. Soy el amo de este cuerpo, el
capitán de tu puto destino. Creo que ya es hora de que lo entiendas.

Jadeé cuando hundió una mano en mi pelo y lo retorció,


arrastrándome lejos de la mesa con la fuerza de su paso hacia la
puerta. Mis manos volaron hacia las suyas, intentando aflojar su
agonizante agarre en vano. Las lágrimas se me clavaron en los ojos y
me esforcé por seguirle de cerca.

—Ya me encargaré de ti más tarde —amenazó Alexander a Noel


por encima del hombro mientras me sacaba por la puerta y la cerraba
144

de golpe.
Página
Apenas podía seguir el ritmo a sus zancadas devoradoras de suelo
mientras subía la escalera, dirigiéndose de nuevo a mi jaula.

—Amo, por favor —rogué mientras un dolor de cabeza me


apuñalaba en cada sien—. Por favor, detenga esto. No sabía...

—¿No lo sabías? Yo creía que éramos pasablemente inteligentes,


topolina. Tú no pasas, en ninguna circunstancia, tiempo a solas con
otro hombre a menos que sea Riddick, y especialmente no permites
que ninguno de ellos te toque. Claramente, cometí un error al
permitirte vagar. Es un error que no pienso volver a cometer.

Grité cuando abrió de un empujón la puerta del salón de baile y me


empujó brutalmente al interior. Me tropecé con los pies, cayendo al
implacable suelo sobre los codos y las rodillas con tanta fuerza que
pensé por un segundo que podrían romperse.

El clip de sus zapatos chocó con el mármol como si fueran


pedernales que golpean mientras él merodeaba tras de mí.

No quería saber lo que podría pasar si me capturaba.

El salón de baile era enorme y en el otro extremo, otro conjunto de


puertas dobles me llamaba la atención. Si podía alcanzarlas y salir a
las cocinas, seguramente no me haría daño delante de su personal.

Con dolor, me levanté del suelo y corrí hacia la puerta.

Ni un segundo después, el paso de sus zapatos rechinando estalló


como el tic-tac de una bomba de relojería.

Para empezar, estaba desnutrida y no era muy atlética; pero mi


145

desesperación por escapar de aquel hombre convertido en bestia era


insuperable. Para ponérselo difícil, zigzagueé por el mármol con mis
Página

pechos rebotando dolorosamente, las plantas de mis pies resbalando


por el sudor del pánico, de modo que casi patiné.
Sentía que el corazón estaba a punto de estallar en mi pecho
mientras corría con más fuerza que nunca. Cuando estaba a un metro
de las puertas, mis pulmones estaban destrozados por el esfuerzo y
prácticamente tropecé con el pesado marco de roble. Mis dedos
resbaladizos se deslizaron por el pomo ornamentado una, dos veces y,
finalmente, se encajaron y tiraron para abrirlo...

Grité tan fuerte que vi las estrellas cuando los brazos de hierro de
Alexander me enjaularon contra su pecho y me levantaron del suelo.
Intenté dar una patada con las piernas para apalancarme de nuevo
hacia abajo, pero él era mucho más alto y ancho y solo servía para
cansarme.

—No hay escapatoria, topolina —me dijo al oído mientras yo


gritaba y gritaba, maldiciéndole en italiano y pidiendo ayuda en
inglés—. Es la ley de la naturaleza. Tú eres el ratón y yo el halcón.
Aquí nadie va a intervenir para salvarte ahora.

Volví la cabeza y le clavé los dientes en el antebrazo desnudo,


saboreando la sangre mientras se me agolpaba en la lengua. Maldijo
con maldad y me apretó el pecho de forma tan dolorosa que apenas
podía respirar.

Con un gruñido, adelantó una pierna para capturar una de las mías
y doblarla hacia atrás para llevarnos a los dos al suelo con su pesado
cuerpo aplastando el mío. Me retorcí y me retorcí como la diosa Tetis
en la presa de Peleo, pero fue inútil. Alexander era demasiado fuerte,
demasiado indominable para evadirlo.

Mis gritos de protesta y mi anhelo de ayuda se ahogaron en un


repentino torrente de lágrimas. Sollozaba mientras él me llevaba los
146

brazos a la espalda y los inmovilizaba allí con una mano. Cuando me


Página

metió una mano en el cuello de la camiseta que llevaba abotonada y


me la arrancó del cuerpo de un brutal tirón.
—Eres mi posesión para usarla a mi antojo —me dijo Alexander
mientras colocaba una rodilla sobre mis manos capturadas para bajar
la cremallera y abrir sus pantalones.

Me quedé sin sentido, mi instinto visceral de luchar y huir se


disparó con tanta fuerza que no me sirvieron los pensamientos, ni la
predisposición de mi corazón. Sólo me quedaba el puro terror de ser
capturada, así que seguí luchando, moviendo las caderas para
desalojarlo.

No lo conseguí.

Liberado de sus pantalones, volvió a apoyar su cuerpo caliente y


pesado contra el mío; pero esta vez la longitud de acero de su verga se
encajó entre mis nalgas.

Me juró al oído mientras me clavaba las caderas en el culo. —Voy


a hacer que aceptes cada centímetro de mi polla. Puedes fingir que no
la quieres. Que no sabías en algún lugar de los rincones más oscuros
de tu mente que este momento iba a llegar y que no lo estabas
deseando en secreto, pero yo sé que no es así. Lo has anhelado.

—Eres un psicópata —gruñí mientras intentaba zafarme de la


fricción cada vez más deliciosa de su polla deslizándose sobre mi
sensible piel.

—Sea lo que sea, siempre soy tu amo —dijo mientras inclinaba las
caderas hacia abajo y abría las piernas para separar más las mías—.
Puedes gritar, Cosima, y saber que nadie vendrá por ti.

Abrí la boca para protestar, pero el aire se me escapó del pecho


cuando me empujó hacia delante.
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Página
Un dolor punzante me recorrió por dentro. Sentí como si alguien
hubiera arrancado las costuras de mi cuerpo, y me fracturé por el
dolor.

Mi virginidad había desaparecido. Aplastada bajo el costoso tacón


de Lord Thornton tal y como había predicho.

Sollozaba contra el frío suelo, mis lágrimas se acumulaban


calientes y resbaladizas bajo mi mejilla. Él siguió dentro de mí durante
un bendito minuto, mi carne protestando alrededor de su
circunferencia y apretada más que un puño tembloroso alrededor de su
longitud. Podía sentir su fuerte respiración, el bajo estruendo de su
garganta mientras se deslizaba hacia fuera, se detenía y volvía a
introducirse. Todo mi cuerpo se estremeció ante esa sensación
extraña.

Me pregunté, aturdida, si ése era el momento en que la presa se


rendía ante su depredador; cuando por primera vez sacaba sangre con
las garras, los dientes o la polla y parecía que no tenía sentido seguir
luchando.

Vagamente, fui consciente del áspero aliento de Alexander en mi


oído, el áspero deslizamiento de él dentro y fuera de mi desgarrado
coño.

—No dejaré que te quedes ahí tirada como una muñeca rota para
que te convenzas de que no te gusta sentirme dentro de ti —gruñó
Alexander antes de ponerme de rodillas e inclinar mis caderas contra
las suyas mientras empujaba.

Jadeé y mi cabeza cayó sobre su hombro cuando una de sus manos


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bajó hasta mi clítoris y lo pellizcó entre sus nudillos. En esta posición,


la cabeza de su polla presionaba contra algo dentro de mí, empujando
Página
y empujando hasta que hizo clic. Algo cobró vida en mi interior, un
calor que ardió lentamente en todo mi cuerpo.

—Eso es —dijo, hundiendo sus dientes con fuerza en la unión de


mi cuello y mi hombro, retorciendo sus dedos sobre mi clítoris,
follándome tan fuerte que me dolía—. Acepta la polla de tu amo.

Dios, pero duele. Me dolía como un músculo dolorido que se


trabaja con dedos fuertes, un borde de placer para el dolor que hizo
que mi cuero cabelludo se erizara y mi columna vertebral se arqueara.

—Soy el único que te tocará —gruñó en mi nuca humedecida por


el sudor mientras empujaba y empujaba y empujaba—. Soy el único
que te hará daño.

Sus manos se reunieron en mis pechos para retorcer sin piedad mis
pezones. —¿Oyes lo mojada que estás alrededor de mi gruesa polla?
Sumérgete en el dolor, topolina, y encontrarás todo el placer que
tengo para darte.

Tartamudeé sobre mi respiración, mis caderas se inclinaron más


para acomodar su circunferencia entre mis piernas. El loco golpe de la
carne resonó en la cámara vacía, pero la húmeda succión de mi coño
aferrándose a su polla fue más íntima. Era imposible no estar de
acuerdo con que se adueñara de mí cuando estaba en lo más profundo
de mi cuerpo, acunado por las partes más íntimas de mi carne.

El dolor se estaba transformando en mis pechos, pasando de ser


una llamarada a un ardor de bajo grado que enviaba zarcillos
humeantes de lujuria que se enroscaban por mi columna vertebral
sobre mis caderas y hacia mi sexo.
149

No entendía la extraña alquimia, cómo el dolor podía evolucionar


Página

de simple dolor a deseo dorado. Me ponía los pelos de punta incluso


más que la sensación de estar encadenada al suelo como un perro.
—Vuelve a pensar en mí —exigió Alexander, chupando
profundamente la piel del otro lado de mi cuello y puntuando con
firmes besos mordaces—. Te estoy follando. Cosima Ruth Lombardi,
hermana cariñosa, hija amada y modelo en ciernes.

Sentí como si estuviera leyendo mi lápida. La finalidad de su tono,


de sus palabras y la evidencia roja de la muerte de mi inocencia entre
mis muslos, donde se revolvía y reclamaba; eran imposibles de negar.
Me sentí arrasada, el fuego de mi lucha extinguido hace tiempo por el
viento, así que yacía como polvo y ceniza en el suelo, tan fácilmente
conquistable que ya no merecía la pena el esfuerzo de conquistar.

Pero todavía no era suficiente para el amo Alexander.

Me agarró la barbilla, inclinándola hacia su boca para poder


reclamar la mía. Gemí alrededor de su sedosa lengua mientras me
saqueaba la boca junto con su polla en mi coño. Podía oler su aroma a
cedro, su almizcle masculino y el sabor único de nuestro sexo
mezclado. Podía sentir la aspereza de su chaqueta de traje contra mi
espalda, su ligera barba rasposa rozando mi barbilla y mis mejillas
mientras me besaba hasta dejarme sin aliento.

No había nada más que pensar o sentir que él.

No había nada más que pensar o sentir que él, nada más que ser
suya.

—Ahora te vas a correr para mí, y te va a doler mientras lo haces.

Estaba lo suficientemente cerca como para ver el frío triunfo en


sus ojos, el calor de la pasión al chocar con el calor de su furia
constante.
150
Página
Quería saber por qué estaba tan furioso conmigo, por qué tenía que
tratarme así, pero no había voz en mi garganta adolorida y mis
pensamientos eran demasiado diáfanos para comprenderlos.

Me sentía como si me perdiera en el embriagador contraste del


dolor y el placer, como si mi propia piel y mis huesos se hubieran
convertido en un imposible sinsentido de sensaciones. ¿Dónde estaban
mi ferocidad y mi independencia?

Su mano encontró el lugar en el que estábamos unidos, sus dedos


se separaron sobre la circunferencia de su eje mientras se introducía
en mi interior, su pulgar frotó círculos lentos y firmes sobre mi
clítoris.

Y de repente, pude sentir mi columna vertebral.

Se arqueó ante sus empujones, fuerte contra su impulso contrario,


para que golpeara con más fuerza el nudo de sensaciones en mi
interior.

Podía sentir la ferocidad desplegada en mi vientre, el calor


enrollándose y chocando en algo tan grande que hacía que me doliera
el vientre.

—Eso es —exclamó Alexander mientras golpeaba dentro de mí,


cada componente de su cuerpo tocando el mío sin piedad.

No sólo para su disfrute, sino para el mío.

Convirtió mi cuerpo en un traidor mientras reconocía el comienzo


de un orgasmo que tomaba forma en mi sangre chispeante.

—Te vas a correr para mí así —se burló de mí.


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Y Dios, lo hice.
Mi vientre se estrechó con tanta fuerza que grité de dolor, mi coño
era un tormento en torno a su polla, de modo que apenas podía salir de
mis espasmódicos pliegues. Grité mientras me desgarraba, y grité
incluso cuando todo lo que era se derrumbó en el suelo bajo él y
siguió bombeando.

Sólo cuando su grito de liberación se unió a mi voz, me callé, mi


mente preocupada por el escozor de su semen caliente contra mis
paredes demasiado sensibles y abrasadas.

Durante un largo rato, permaneció dentro de mí y sus grandes


manos se movieron lentamente por mi espalda, mis nalgas y mis
muslos. Era extrañamente relajante, y lo absurdo de su repentina
ternura me hizo querer llorar de nuevo.

No lo hice porque había tomado demasiado para mí.

Finalmente, se retiró y pude sentir el torrente de nuestros jugos


combinados correr sobre mis muslos. La amplia palma de la mano de
Alexander me cubrió entre las piernas en un gesto que, de alguna
manera, era más posesivo que el hecho de haberme tomado. Con
suavidad, pero con firmeza, untó su semen desde la parte delantera de
mi coño, sobre mi clítoris, hasta el final de mi raja, más allá de mi
culo.

Y mientras me reclamaba como un primate, me dijo con el


elegante acento de un caballero con título. —Ahora eres mía, Cosima
Lombardi. Es mi semen entre estos bonitos muslos, mi dolor en tu
vientre y mis moratones bajo tu piel. Me llevarás así todos los días
durante los próximos cinco años y, cuando termine tu mandato, te
prometo que me suplicarás otros cinco.
152
Página
Me tumbé en el suelo después de que desapareciera con el clic-clic
de sus caros zapatos, mi sudor y mi sangre y su semen enfriándose en
mi piel mientras los latidos de mi corazón se ralentizaban cada vez
más.

Había momentos en tu vida en los que parecía que no la estabas


viviendo realmente. Creía que en esos momentos no tenías alma, que
tu espíritu se escapaba de tu cuerpo a través de una herida punzante de
algún gran trauma que tu mente no podía soportar, por lo que dejaba
escapar tu esencia para un indulto demasiado breve.

Me sentí vacía como una reliquia rota mientras yacía allí usada,
dañada y desechada, adorada y deformada por un hereje. Ya no había
lágrimas en el fondo de mis ojos, pero había una pena tan profunda en
mis huesos que temía que siguiera formando parte de mí para siempre.

En algún momento, puede que me haya dormido porque antes de


que pudiera comprender el cambio, había luz fuera de las enormes
153

ventanas, y una luz dorada se derramaba por mi cuerpo. Me estremecí


ante su calidez y luego noté cómo resaltaba las manchas de sangre en
Página

el suelo y la llegada de hematomas de color mora en mis caderas.


Noel me había dicho el día anterior que la cantidad de ventanas
que iban del suelo al techo en Pearl Hall eran una extravagancia
destinada a resaltar la riqueza de la familia.

Las odiaba.

—Es hora de levantarse y dejar este lugar, querida —dijo la voz de


la Sra. White a través de mi confusión, y un momento después sus
manos suaves y regordetas me alisaban el cabello.

Parpadeé para ver su cara.

—Ven, ven —me instó—. Deja que te ayude a limpiarte.

—No creo que vuelva a estar limpia —le dije en un ronco susurro.

Sus ojos se cerraron brevemente, pero giró la cabeza antes de que


pudiera leer toda su expresión. —Lo harás, lo juro. Ahora, haz lo que
te digo y ven conmigo.

Me dolía tanto el cuerpo mientras me movía que no pude contener


los gemidos desgarrados cuando me puse de pie. Era un edificio
destripado, mi armazón se balanceaba con el viento.

La Sra. White me rodeó las caderas con su brazo y me dijo dulces


tonterías mientras me sacaba lentamente del salón de baile.

No pregunté a dónde íbamos porque no me importaba.

El fuego de mi alma se había apagado.

Ahora sólo era un cuerpo, un recipiente para la polla del amo


Alexander.
154

Me estremecí con tanta fuerza que se me clavó un nervio en la


Página

columna vertebral, pero igualmente seguí caminando por el pasillo


hacia el ala opuesta donde nos detuvimos ante una gran puerta roja
pintada con pan de oro. El pomo era un delicado cristal rojo soplado
con forma de flor, y jadeé suavemente ante su belleza antes de que la
mano de la señora White se moviera sobre él y abriera la puerta.

La habitación que había dentro era del color de una ostra, con
cornisas doradas, cortinas rojas transparentes sobre las enormes
ventanas y una cama cubierta con edredones y almohadas de satén de
color vino. Era una habitación digna de una princesa, desde la cama
con dosel hasta el ornamentado tocador dorado con su espejo ovalado.

Mis pies se hundieron en las alfombras blancas, rojas y rosas de


felpa, superpuestas de una forma tan bella como ingenua y no pude
resistir la tentación de mover los dedos de los pies. Cuando levanté la
vista para no hacerlo, la señora White me sonreía suavemente.

—Esta será tu habitación durante tu estancia en Pearl Hall —me


dijo mientras se acercaba a la cama y retiraba las mantas de felpa para
mostrar las sábanas de satén.

—¿Scusi9?

Acomodó una almohada, se apartó para observar la cama y asintió


satisfecha. —El amo Alexander ha preparado la habitación para ti.
Aquí es donde dormirás.

Las lágrimas se me agolparon en la garganta, pero me las tragué.


—¿Quiere decir que ya no tengo que quedarme en el salón de baile?

—Oh, querida niña —me arrulló, apresurándose a cogerme las


manos, aunque me aparté de su amabilidad.

La amabilidad de Noel ayer sólo me había hecho sufrir.


155
Página

9
Perdón en italiano.
—No me vas a creer, pero empatizo con tu situación. Los hombres
de Davenport pueden ser... cambiantes en los mejores momentos, y
son demonios absolutos una vez que se enfadan.

—Estaba con su padre jugando al ajedrez. Apenas estaba haciendo


nada malo —murmuré.

—Tantas cosas no son lo que parecen. Imaginaba que una chica


tan a menudo juzgada como un libro por su belleza entendería el
significado más profundo de las cosas.

Parpadeé y aparté la mirada de ella, avergonzada y confundida por


sus palabras.

Era fácil juzgar a Alexander, y sentí que me habían dado más que
una portada para hacerlo. Ahora había pasado horas con el hombre;
vivía en su casa y lo había acogido en mi cuerpo.

¿No era eso suficiente?

Pero entonces, ¿qué sabía realmente de él?

Era un conde, heredero del ducado de Greythorn y dueño de Pearl


Hall, una finca cuya gestión costaba cientos de miles de dólares al
año.

Conocía su aspecto, hay que reconocerlo. Su rasgo aristocrático


estaba coronado por el grueso y sedoso cabello dorado, ligeramente
alargado en la parte superior y echado hacia atrás desde su amplia
frente. Había edad en los pliegues allí y al lado de sus ojos, bordeando
su boca firme y masculina que era sólo unos tonos más rosados que su
piel dorada. Era tan simétrico que no podía encontrar defectos en
156

ninguno de sus rasgos y, cada vez que lo miraba a la cara, descubría


que no quería hacerlo.
Página
Sus ojos de cerca eran como lunas gemelas, pálidos con la luz
plateada de las estrellas, pero oscuros y llenos de misterios que quería
descubrir como un astrónomo antiguo.

Era anormalmente alto, ancho de hombros y estrecho de cintura


como un nadador, con manos grandes y elegantes a pesar de su
anchura. Me había preguntado cómo se sentirían en mi cuerpo.

Y ahora lo sabía.

No, puede que juzgara a Alexander por la portada, pero eso no


descartaba el horror del monstruo que aparecía en ella.

—Haré que una de las criadas traiga algo de cena para ti. El amo
Alexander se ha ido a Londres y no esperamos que regrese hasta la
noche, así que puede cenar en su habitación. Me imagino que querrá
descansar temprano. —La señora White dio una palmada y luego me
miró fijamente mientras me dirigía a las ventanas para mirar más allá
de las cortinas.

El dormitorio daba a un jardín inmaculadamente dispuesto de setos


esculpidos y parterres de flores de vivos colores. Estaba perfectamente
ordenado y cada cosa silvestre estaba en su sitio. Pensé con ironía que
era una vista adecuada para una esclava.

Más allá, el terreno se elevaba suavemente y luego se convertía en


una espesura de árboles densos, como algo sacado de un siniestro
cuento de hadas.

Eso también tenía sentido.

—Hay una cosa más antes de irme, Ruthie.


157

Me aparté de la ventana para mirar a la señora White, sorprendida


Página

de que me llamara así.


—¿Perdón?

—Oh, Lord Greythorn ha ordenado al personal que te llame por el


nombre de Ruthie. Es excesivamente amable en ese sentido.

—¿Amable?

—Sí, bueno, él sabía que a algunos de nosotros nos costaría


recordar un nombre tan extraño, y sabía que a ti te costaría bastante
asimilarte a la cultura británica. Es un remedio maravilloso, realmente.

—Preferiría Cosima —le dije mientras mi columna vertebral se


enfriaba y se endurecía como el acero.

—Bueno, lo hecho, hecho está. —Ella ignoró mi afirmación con


un gesto de la mano y luego aplaudió cuando alguien llamó a la
puerta. Un momento después, entró una criada con un teléfono dorado
ridículamente adornado y una cuna—. Tu segunda sorpresa está aquí,
querida. Una llamada telefónica a casa.

Mi irritación anterior se evaporó al ver sus palabras.

Llamada telefónica a casa.

Casa.

Me abalancé sobre el teléfono y lo arranqué de las manos de la


criada, sintiéndome como una mendiga que se enfrenta a su primera
comida en semanas.

Mi dedo estaba girando el antiguo dial antes de que siquiera


hubiera tomado asiento en la mullida cama. A lo lejos, oí cómo la
señora White sacaba a la otra mujer de la habitación antes de cerrar la
158

puerta tras las dos.


Página
Pero yo estaba preocupada por el sonido absolutamente melódico
del teléfono en mi oído.

Mi corazón estaba suspendido en mi garganta, bloqueando el paso


de mi respiración, pero no me importaba.

Hubo una pausa en el timbre y luego un breve chasquido antes de


—Pronto10.

Un sollozo brotó de mis labios antes de que pudiera taparme la


boca con la mano para contenerlo.

—Patatino, sono Cosi 11—medio tosí al teléfono. Mi corazón


pareció romperse y reformarse contra el familiar italiano de las
palabras sobre la sensación del apodo de la infancia de Sebastian
patatino.

—Mia bella sorella12 —dijo tras una pausa de peso—. Mi Cosima.

Respiramos a través de la línea telefónica durante un largo


momento mientras ambos digeríamos la enormidad de nuestros
sentimientos. Acuné el teléfono contra mi mejilla y cerré los ojos
contra el ardor de las lágrimas que se derramaban bajo mis pestañas.
Era demasiado fácil imaginarse el apuesto rostro de Seb, los fuertes
huesos de su cara que ahuecaban sus mejillas y la punta cuadrada de
su barbilla que contrastaba con la plenitud de su boca. Conocía el tono
exacto del negro de su cabello y el grosor de las pestañas que
coronaban su mejilla porque había crecido mirando su rostro casi más
que el mío propio, incluso como modelo.
159

10
Página

Trad.: Diga.
11
Trad.: Patatino, soy Cosi.
12
Trad.: Mi hermosa hermana.
Ninguna imagen en el mundo me resultaba tan querida como la de
mi hermano, ni siquiera mis hermanas; por muy apreciadas que
estuvieran en mi corazón.

Había una unidad en los gemelos que era imposible de explicar a


los demás. Sentía una falta de tranquilidad fundamental si me
separaba de él durante demasiado tiempo, aunque estaba demasiado
acostumbrada a ello después del último año que había pasado
principalmente en Milán.

El simple hecho de respirar juntos a través de una línea telefónica


era una intimidad que anhelábamos.

—¿Cómo están todos? —pregunté finalmente, repentinamente


nerviosa de que la señora White volviera para cortar mi conversación.

—Echándote de menos, siempre —respondió al instante—. Incluso


cuando Salvatore vino a llamarme para desearme un feliz cumpleaños,
parecía abatido por el hecho de que no estuvieras en la ciudad.

Me mordí el labio ante eso porque el capo de la Camorra fue quien


firmó la línea de puntos de mis condiciones de venta.

—¿Preguntó dónde estaba?

—No, sólo se quedó para tener otra pelea apasionada con mamá y
para darme una buena botella de vino toscano como regalo de
cumpleaños.

—Seb, ¿no crees que es extraño que haga eso? —pregunté.

Nunca había pensado mucho en ello hasta entonces. La presencia


160

infrecuente pero influyente de Salvatore en nuestras vidas había


parecido ordinaria en el contexto más pequeño de mi vida en Italia,
Página

pero ahora que estaba fuera y había aprendido la manipulación y los


juegos de los hombres, no podía dejar de preguntarme cuál era el
juego final de Salvatore.

Sebastian resopló. —No creo que los hombres de la mafia sean


conocidos precisamente por hacer cosas obvias, Cosi. Creo que es un
hombre sin hijos que nos descubrió a través de Seamus y se encariñó
con nuestra familia. Él adora a mamá tanto como a nosotros, cuando
ella se lo permite.

Eso era cierto, aunque mamá prefería morder la mano que


intentaba alimentarla antes que aceptar lo que él le ofrecía. Decir que
no le gustaba el Made Man era decir poco.

Otro rompecabezas que nunca había pensado en armar.

—De todos modos, su regalo fue lo mejor de mi día. Demasiado


para celebrar nuestro cumpleaños juntos.

Hice una mueca de dolor, aunque sabía que lo diría. —Era una
oportunidad demasiado buena para dejarla pasar, pero siento haberla
perdido. Más de lo que puedo decir.

—Suenas muy infeliz —señaló.

En cierto modo, a pesar de lo feliz que me hacía escuchar mi voz


masculina, deseaba que fuera una de mis hermanas o mi madre la que
contestara.

—Ha sido un trabajo agotador —admití—. No duermo lo


suficiente, y el hombre para el que trabajo es un monstruo.

—Bueno, si el dinero que estás enviando a mamá es una


161

indicación, vale la pena tu sacrificio. Cosima, tenemos más de lo que


sabemos hacer —dijo antes de regalarme su atrevida risa.
Página
—¿Cuánto es? —pregunté antes de poder frenarme, esperando que
no se preguntara por qué no sabía si era yo quién lo enviaba—. He
hecho que me hagan un depósito directo, ya ves, y tengo la curiosidad
de que es todo lo que pensé que sería.

—Cinco mil libras —cacareó, y yo aproveché para soltar un


suspiro rabioso. La suma significaba que Alexander estaba enviando
una asignación mensual que ascendería a las trescientas mil que ha
prometido enviarles cada año—. Sinceramente, mamá se desmayó
cuando apareció en su cuenta el primer mes. Cuando apareció la
segunda vez, casi sacó a Elena cuando volvió a desmayarse.

A pesar de todo, me encontré sonriendo al pensar en ello. —Me


alegro. Ahora, dime a qué vas a destinar el dinero.

—La matrícula de Giselle está pagada durante todo el año, y ahora


tiene una asignación que, según me informó, le permite comprar
material acrílico. —Ambos nos reímos al imaginar su emoción por
conseguir las costosas pinturas—. Elena se ha comprado su propio
ordenador de segunda mano y se ha matriculado en clases de derecho
por Internet en la Universidad de Bolonia. Hemos pagado las últimas
deudas de Seamus con los acreedores de la ciudad y con la Camorra,
pero Cosima, deberías saber algo. No hemos visto a Seamus desde
agosto.

Volví a cerrar los ojos y dejé escapar en silencio una bocanada de


alivio que no había sabido contener en las últimas semanas.

—Grazie a Dio13 —dije, agradeciendo a Dios—. Hemos estado


deseando que se fuera desde el principio de mis recuerdos. Por favor,
no me digas que esto te entristece.
162
Página

13
Trad.: Gracias a Dios.
—No seas insultante. Me gasté demasiado en una botella de grapa
y, aunque no lo creas, la compartí con Elena.

—No lo hiciste —dije con una carcajada, hundiéndome de nuevo


en el copioso número de almohadas que cubrían el cabecero de la
cama.

Ni Seb ni Giselle se llevaban muy bien con nuestra hermana


mayor, y no podía culparlos exactamente. Elena era el tipo de mujer
que creía que la elegancia era más importante que el sentimiento, que
la inteligencia superaba a la pasión y, que si querías saber lo que había
en su corazón, tenías que ganártelo.

Sebastian y Giselle se dejaban llevar más fácilmente por los


hermosos corazones que llevaban en la manga.

Alguna vez había sido como ellos, pero siempre había entendido a
Elena y sus filosofías.

Una mujer no debe ser fácil de conocer porque el misterio era la


mitad de su poder.

—Y Cosima, algo más ha sucedido.

—¿Has publicado uno de tus cuentos? —pregunté con la voz


aguda de una joven emocionada, pero no me importó.

Mi entorno había desaparecido, e incluso los grilletes imaginarios


que llevaba parecían casi inexistentes. Mi mente estaba de vuelta en
casa, en Nápoles, con mi familia.

Sebastian se echó a reír. —No, Cosi, pero ¿conoces la obra que he


163

estado haciendo en Roma?


Página
Me mordí el labio, tratando de recordar una de las muchas
producciones de aficionados en las que había participado mi hermano
antes de irse.

—No te acuerdas, y eso está bien. La moraleja es que un director


de una compañía de teatro de Londres estaba de visita y se acercó a mí
después de la obra. Parece que dirige el Teatro Finborough. Quiere
que me mude a Londres para seguir una carrera de actor como
principio en su compañía.

El corazón se me subió a la garganta y, antes de que pudiera


contenerlo, me puse a chillar y a saltar sobre la cama de alegría,
mientras mantenía el teléfono junto a la oreja.

—Sebastian, hombre talentoso —grité entre mis lágrimas de


felicidad—. ¡Hombre hermoso y talentoso! No podría estar más feliz
por ti.

Nos reímos juntos mientras hablábamos de los detalles y él contó


los cotilleos locales antes de pasarme a mamá y a Elena, que casi me
arrancaron la oreja con su propio material.

Hablé con mi familia durante más de una hora y sólo colgué el


teléfono cuando otra criada entró en la habitación con la bandeja de la
cena. Cuando me quitó el teléfono, estuve a punto de agredirla, pero
me contuve pensando que podría volver a tener ese privilegio.

Parecía que haber renunciado a mi virginidad me garantizaba una


nueva vivienda y la conexión con mi familia que tanto ansiaba.

Más tarde, esa misma noche, después de terminar una cena que
estaba segura de que Douglas había preparado porque era una
164

deliciosa especialidad de Nápoles y después de haberme duchado para


Página

eliminar los restos de sexo de mi cuerpo, me acosté en la oscuridad


acurrucada bajo las mantas más lujosas que había conocido, más
preocupada que nunca.

No era verdaderamente religiosa, pero mis padres eran católicos y


una cita de Job de la Biblia me traqueteaba como un tornillo suelto en
la cabeza.

—El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor.

Sólo que yo no tenía ningún Dios en este nuevo hogar mío. Mi


religión era la servidumbre, y mi señor era mi amo. Lo que me
quitaba, me lo recompensaba, y a cambio de esta malsana simbiosis,
esperaba que le adorase.

No lo hice.

Pero lo que me mantenía despierta hasta altas horas de la noche,


cuando el cerebro estaba turbio pero los pensamientos eran
horriblemente claros, era que podía imaginar una época en lo hiciera.
Cuando el ritual de mi vida cotidiana de esclava me desgastó con tanta
seguridad como las generaciones de pies contra los escalones de
piedra de esta casa. Cuando mirar hacia él en busca de órdenes era la
ruta y adorar su cuerpo como una deidad se sentía como tomar
oraciones. ¿Qué era la fe sino la creencia instintiva y espiritual
arraigada de que había un ser superior que te vigilaba?

Después de cinco años de servir al amo Alexander, ¿habría


realmente alguna duda de que lo veneraría, aunque todavía le temiera?
165
Página
—Quiero enseñarte a obedecer.

—Creí que lo hacías —repliqué con sorna mientras me guiaba por


la escalera del tercer piso y nos dirigía al Salón de los Espejos.

Yo era una mujer vanidosa, así que había pasado algún tiempo
aquí en mis paseos diarios, mirando los ojos de dinero que me habían
metido en tantos problemas. Sabía por mi recorrido con Noel que se
había añadido después de que el cuarto conde visitara Versalles y se
enamorara de la opulencia. Nunca había visto el palacio francés, pero
el dorado, los espejos del suelo al techo y el suelo de mármol rosa
parecían lo suficientemente exagerados para los franceses.

Alexander se acercó a una otomana de terciopelo rojo y a una


pequeña mesa colocada en el centro del espacio y me hizo una señal
con el dedo.

Cada paso que daba era como si estuviera más cerca de una trágica
muerte en la guillotina, sólo que sabía que era mi orgullo el que estaba
166

en juego y no mi vida.
Página
Porque, aunque le odiaba por haberme arrancado la virginidad el
día anterior, parecía que me había vaciado el interior sólo para
llenarme de algo más. Algo aterciopelado y oscuro, algo con un aroma
a almizcle y miel, algo que vivía para el sexo.

Podía sentir cómo mi pulso se instalaba entre mis muslos y latía


como un gong.

—Tus lecciones nunca cesarán, topolina. Eres una esclava sumisa


pero no débil; por lo tanto, mi trabajo nunca terminará. Ven y ponte
delante de mí.

No me detuve hasta que los dedos de nuestros pies se tocaron, un


pequeño acto de desafío que hizo que Alexander canturreara
sombríamente. Retrocedió unos centímetros y luego me agarró la
barbilla con firmeza para levantar mis ojos hacia los suyos.

—Esta es la segunda lección, bella. Soy tu amo, sí, pero el juego


de la dominación y la sumisión no es el único que jugamos. También
jugamos al de la vida y la muerte. Si no aprendes a obedecerme
cuando debes hacerlo, fuerzas ajenas a mi voluntad te matarán sin
duda y probablemente a mí también.

—¿Qué clase de juego es ese? —pregunté sin aliento.

Apretó su agarre de tal manera que tuve que ponerme de puntillas


para evitar que el cuello se me echara para atrás. Su boca se acercó a
la mía, sus labios estaban tan cerca de los míos que podía sentir la
distancia como algo tangible, como un beso.

—Un juego que ninguno de nosotros eligió jugar, pero que ambos
debemos ganar. Así aprenderás. —Me apartó suavemente y cogió de
167

la mesa un aparato de aspecto aterrador—. ¿Sabes qué es esto?


Página

Sacudí la cabeza erráticamente.


—Son paletas de estimulación eléctrica. Están conectadas a esto
—dijo, levantando su iPhone—. Voy a pegarlas a tu cuerpo y a darte
una serie de órdenes. Si no reaccionas como debes, recibirás una
pequeña descarga.

—¿Me estás tomando el pelo? —pregunté, realmente asustada—.


¿Qué clase de monstruo da una descarga a alguien? No soy un perro
callejero al que se intente quitar los malos hábitos.

—No —dijo con esa voz que empezaba a comprender que era la
de un dominante. Era silenciosa pero pesada, presionando sobre mí
como un compresor de metal, haciendo crujir mi voluntad hasta
convertirla en polvo—. No estoy bromeando. Creo que ya hemos
establecido que no soy el tipo de hombre que bromea. Y tú eres, sin
duda, una descarriada, una que recogí en las calles de Nápoles y
desempolvé pero que necesita ser entrenada. Si crees que las imágenes
son poco favorecedoras, te sugiero que aprendas rápidamente a
adaptarte.

—Bestia —le gruñí en la cara mientras levantaba el amasijo de


cables y accesorios en el aire.

—Soy una bestia, mi belleza —aceptó con una sonrisa feroz—.


Pero soy tu bestia.

Me pegó las pequeñas paletas a los pechos, a la sensible unión


entre el torso, el pubis y el interior de los muslos, y a las partes
superior e inferior del culo. Parecía un robot horriblemente desviado,
delineado con cables negros y cinta adhesiva. Alexander se giró para
coger algo de la mesa y lo levantó para que lo viera antes de
lanzármelo. Lo fulminé con la mirada mientras atrapaba el suave trozo
168

de tela, y él me devolvió la mirada, sólo levantando una gruesa ceja


Página

como si quisiera preguntarme si quería ser desobediente antes de que


hubiéramos empezado. Con una mirada rabiosa, me metí
obedientemente en el corsé de raso negro que cubría las paletas y las
mantenía ajustadas a mi piel.

Podía verme en los numerosos espejos que recubrían las cuatro


paredes; innumerables reflejos de mi cuerpo y de la forma en que
Alexander parecía devorarlo con sus ojos.

Ardían cuando me volvía del reflejo para mirar su iteración en la


vida real. Ardían tanto que parecía casi maníaco de lujuria. Era un
contraste tan grande con la frialdad y dureza de su cuerpo, pero me
hizo darme cuenta de lo mucho que tenía que contenerse a mi
alrededor.

Quería perseguirme, capturarme y follarme como un animal,


sujetándome por el cuello con los dientes mientras me penetraba.

Pero no lo haría porque era un caballero y había sido criado con


una dieta constante de control y conservadurismo.

En lugar de eso, transformaba su agresividad animal en un cálculo


desviado; utilizando látigos, paletas de electrochoque, sus dientes, sus
manos y su polla para dominar no sólo mi cuerpo, mi espíritu y mis
tentaciones, sino el suyo.

Había algo emocionante en la comprensión de esa dualidad, y sentí


que una pequeña pieza del rompecabezas del Señor Thornton se
deslizaba en su lugar.

—Acércate a la puerta y ponte de cara a mí —me ordenó.

Podía sentir la humedad en el interior de mis muslos con cada paso


que daba hacia la puerta. Cuando me giré para mirarle desde el otro
169

lado de la habitación, ya jadeaba ligeramente.


Página

Se había sentado en la otomana roja, con los gruesos muslos


abiertos y las manos colgando entre las rodillas con un látigo negro y
corto en una de ellas. Tenía el labio inferior lleno y atrapado en el
borde por uno de sus dientes mientras me miraba con ojos entornados.

No parecía un señor ni un empresario que irradiara poder, pero


estaba tan a gusto con él que parecía casual. No, parecía un dios.

—Arrástrate hacia mí.

Apreté los ojos.

¿Había algo más degradante que eso? No creía que mis rodillas me
doblaran hasta el suelo ni que mis brazos me llevaran si me atrevía a
intentarlo.

—Hoy he ido a trabajar a Londres —me dijo conversando,


desconcertándome por completo.

Estaba segura de que iba a sorprenderme.

—Reuniones tras reuniones, preciosa y ¿sabes en qué he pensado


en todas y cada una de ellas? —Rápido como un rayo, lanzó el látigo
en su mano por el aire con un crac despiadado—. A ti, arrastrándote
hacia mí a través de este suelo con espejos a nuestro alrededor para
que no pudieras escapar de lo bien que te ves haciendo eso para mí.

Mi coño se hinchó, mi clítoris como un diamante en su apogeo.


Quería que se pusiera de rodillas y me lamiera con su lengua.

Pero no se trataba de mí ni de mis deseos.

Se trataba de él.

—Arrástrate —ordenó de nuevo con una voz igual a la del


170

chasquido del látigo.


Página
Mi cuerpo se sintió lleno de plomo mientras intentaba moverlo
contra las objeciones de mi corazón. Me miré las rodillas temblorosas,
pero no se doblaban.

¿Por qué era tan difícil el acto de arrastrarse?

Si podía entenderlo, podía hacerlo. Sabía que podía.

Pero la respuesta a esa pregunta no era fácil. Estaba enterrada en


las normas culturales que me habían inculcado desde que nací y en la
maraña del catolicismo que había abandonado de niña sin llegar a
entenderlo.

Capté los ojos oscuros de Alexander que me desafiaban desde el


otro lado de la habitación y comprendí que se complacía en mi lucha.

Tal vez fuera más fácil hacer otra pregunta.

¿Por qué quería mi amo que gateara?

Esas respuestas salieron a la superficie de mi cerebro desde lo más


profundo de mis entrañas.

Era sexy. El lento deslizamiento de mi cuerpo sobre el suelo, la


alta cresta de mi culo en el aire y la forma en que la gravedad sostenía
mis pechos en sus manos. Había algo en ver a una hermosa mujer
gateando hacia ti que hacía que un hombre se sintiera como un señor
primitivo.

Era el poder. Él estaba arriba y yo abajo, mis miembros


encadenados al suelo por sus palabras, mi mente obstinada doblegada
bajo las fuertes manos de su voluntad. Estaría duro bajo sus
171

pantalones de traje, más duro quizás de lo que nunca había estado


antes sabiendo que nuestras voluntades estaban en guerra en mi mente
Página

y la suya estaba ganando.


Por supuesto, mi amo querría verme arrastrarme.

Me desplomé en el suelo sin gracia, como un globo pinchado


ingratamente por un niño. Me concentré en mi respiración mientras
rodaba sobre las manos y las rodillas, sabiendo que si me daba tiempo
para reorientarme en mi mente; para retirar mi empatía de Alexander y
arraigarla de nuevo en mí misma, me levantaría y lucharía.

Defenderse era infructuoso. Defenderse era para los tontos.

Yo no era estúpida. Era una superviviente. Me sometería a los


juegos sexuales de Alexander si eso significara que podría ganar una
visión como ésta de su carácter. Una visión que podría llevarme a
casa.

Así que empecé a arrastrarme.

No había ningún lugar seguro al que mirar, salvo el suelo de


mármol veteado, que impedía saber por dónde me movía, pero al
menos no tenía que enfrentarme a la visión de mí en los espejos, o
peor aún, a sus ojos.

—El amo dice que te detengas —dijo Alexander.

Tardé un momento en comprender lo que había ordenado y no me


detuve inmediatamente.

La electricidad se me clavó en la piel al sentir las palas en los


pechos, las caderas, la barriga, el culo y los muslos. Enrosqué los
dedos de las manos y de los pies en el suelo, apreté los dientes y
aguanté la oleada.
172

Tras el largo pulso de sensaciones, se acabó.


Página

Sin embargo, no parecía haber terminado. Mi piel seguía


zumbando mientras las corrientes corrían como cintas tentadoras sobre
mi piel sensible. Mis caderas se inclinaron instintivamente hacia atrás,
buscando la fricción.

Jadeé.

—El amo dice que te corras —volvió a decir, con un humor


perverso en su voz, mientras pervertía el juego infantil Simone dice.

Aunque quise poner los ojos en blanco ante su artificio, admiré la


extravagancia de su mente.

Otra sacudida me recorrió, haciéndome parar y jadear a través de


ella.

Me eché el pelo por encima del hombro y le miré. —¿No hice


nada malo esa vez?

—Yo diré si obedeces o no mis órdenes —dijo fríamente—.


Gatea.

Reanudé mi paso firme hacia él.

—Sácate los pechos —ordenó.

Utilicé una mano temblorosa a la vez para sacar mi carne del corsé
al aire fresco de la sala. No temblaban por el miedo o la furia, sino por
una profunda excitación que calaba los huesos.

Era como si la descarga eléctrica hubiera atado mis pezones con un


alambre de cobre demasiado apretado, de modo que cada descarga
atravesaba brutalmente la tierna carne.

Estuve a punto de llegar al orgasmo. Mi coño era un grifo


173

agujereado que goteaba por mis muslos hasta acumularse en la parte


posterior de mis rodillas mientras me arrastraba y arrastraba y
Página

arrastraba.
Me detuvo de nuevo, ordenándome que me arrodillara y jugara con
mi duro clítoris para él. Me moví sobre mis talones y dejé que mis
dedos encontraran ese diamante de sensaciones. Mi cabeza cayó hacia
atrás sobre mis hombros cuando sentí que palpitaba contra mis dedos
circundantes.

—No te gusta suave. Pellízcalo. Estrújalo. Retuerce ese coño con


los dedos hasta que quieras correrte para mí —dijo, y su voz era aún
más pesada, presionando sobre mí como el silencio absoluto de un
desierto en pleno verano.

Mis dedos arrancaron y tiraron de mi carne húmeda, encontrando


apenas tracción en los resbaladizos pliegues. Giré suavemente hacia
delante y hacia atrás antes de poder detenerme, buscando algo más,
necesitando fricción contra mi coño.

—Para —dijo, y cuando tardé demasiado, la electricidad me


recorrió como una punzada en todo el cuerpo.

Mis dedos presionaron con fuerza mi clítoris para no correrme, y


mi aliento salió de mis pulmones como un viejo motor traqueteando
bajo el capó de un coche.

—Gatea.

Iba a llorar.

Las lágrimas empujaban el fondo de mis ojos, arrastrándose por la


ranura de mis párpados y finalmente, a pesar de mis esfuerzos,
cayeron. La humedad me abrasaba las mejillas. Podía oír el chapoteo
de cada gota cayendo al suelo en el silencio compresivo de Alexander.
174

Su absoluta quietud y calma sólo sirvieron para acentuar el


torrente de sensaciones que recorría mi cuerpo y los pequeños sonidos
Página

que emitía para liberar la presión que se acumulaba en mi interior.


Jadeaba, lloraba, gemía y gimoteaba. Alexander parecía recoger cada
confirmación de mi excitación y mi dolor como si fueran gemas
preciosas.

No me cabía duda de que quería pulirlas hasta conseguir un mayor


brillo.

Finalmente, llegué hasta él, y sólo me detuve cuando mi mejilla se


apoyó en el interior de su rodilla. Mis lágrimas y mi sudor saturaron la
tela. Alexander me puso una mano en la cabeza y centró mis
electrones zumbantes como un pararrayos.

Mis lágrimas se secaron con un último hipo.

—Qué buen ratoncito —elogió.

Si no fuera por la gruesa erección que presionaba violentamente su


pantalón junto a mi mejilla, no habría sabido que estaba excitado.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral vértebra a vértebra.

¿Por qué me resultaba tan seductora su contención, apenas


contenida?

—Aquí arriba. Arrodíllate sobre el respaldo —dijo mientras se


incorporaba a mi forma arrodillada, forzando su polla contra mi
mejilla y arrastrándola por mi frente mientras alcanzaba su máxima
altura.

De repente, quería sacarla de sus pantalones y meterla en mi boca.

Otra descarga, ésta fue más larga que las otras, de modo que tuve
que apretar los dientes y clavarme las uñas en las palmas de las manos
175

para no correrme.
Página
Me levanté cuando pude, consciente del resbalón de la excitación
que se enfriaba en mis piernas. Alexander se sumergió y pasó un dedo
por la humedad antes de llevarlo a mis labios.

Los separé instintivamente y chupé su dedo índice mientras se


deslizaba por mi lengua.

Limpio, salado y ligeramente dulce.

Observé cómo el estrecho borde gris que aún luchaba contra sus
pupilas dilatadas desaparecía mientras yo hacía girar mi lengua
alrededor de él.

Intentó apartarse y chupé con más fuerza. Cuando me lanzó una


mirada enfadada, mordí con los dientes para mantenerlo contra mi
lengua.

Sólo lo solté con un aullido cuando llevó una enorme mano para
golpear mi trasero.

—Abajo —gruñó.

El gruñido revelador hizo que el triunfo floreciera en mi interior.


Su control se estaba perdiendo, y era un juego para aplastarlo por
completo.

Me deslicé hacia la otomana y me arrodillé sobre su corto y


elevado respaldo, de modo que mi columna vertebral se arqueó en una
pronunciada pendiente desde el alto arco de mi trasero. Apoyé la
frente en los antebrazos cruzados y traté de respirar con constancia.

Alexander me rodeó una, dos veces, despegando suavemente las


176

almohadillas eléctricas de mi piel y luego se detuvo detrás de mí


durante un largo minuto.
Página

Crac.
El látigo que sostenía en una mano se estrelló contra mis nalgas
expuestas. Mis caderas se movieron instintivamente hacia delante y
mis manos se movieron hacia atrás para frotar la terrible quemadura.

—Vuelve a tu posición —ladró.

—Por favor, amo —intenté, pero su mano en mi espalda me


empujó de cara al respaldo y mi súplica se perdió.

—Mantén tus manos lejos de tu culo, bella. No quiero lastimarlas


con el látigo. Ahora te voy a dar cinco golpes en cada mejilla y luego,
si me lo suplicas muy bonito, te voy a follar hasta que no puedas
correrte más.

Asentí entre mis manos, con los ojos cerrados y la respiración


regulada como si eso ayudara a cortar el dolor del inminente latigazo.

Su mano golpeó la marca del látigo en mi culo y luego frotó con


firmeza para que el dolor se profundizara e irradiara por mi coño.

Todo mi cuerpo empezó a temblar.

—Cada vez que te doy una orden, espero un sí, amo o un gracias,
amo. Ahora, quiero que cuentes cada golpe y me des las gracias por
ellos. ¿Lo has entendido?

—Sí, amo —susurré.

Los azotes que empezaron deberían haberme destrozado. Cada


golpe era corto y caliente como un hierro candente contra mi piel, tan
doloroso y afilado que calaba profundamente en mi carne hasta los
huesos. Mi cuerpo ardía, las llamas me lamían cada centímetro de mi
177

piel, mis músculos y mis huesos, dejando sólo mi espíritu expuesto y


temblando sobre la otomana.
Página
No tenía voz, ni pensamientos ni protestas, sólo una profunda
necesidad de contener mis nervios en carne viva antes de que se
desgarraran.

Alexander dejó caer el látigo en el momento en que susurré: —


Diez, amo, gracias.

Al momento siguiente, estaba dentro de mí, empujando a través de


mi resbaladizo coño sin un ápice de resistencia. Gemí, con la cabeza
lánguida entre los hombros mientras él marcaba un ritmo castigador.
El sonido de sus pelotas golpeando mi empapado coño resonaba en la
habitación, cortando el áspero ritmo de nuestra respiración combinada.

Una de sus manos me agarró con fuerza por la nalga izquierda,


reavivando el ardor y haciéndome gemir y gritar. La otra se deslizó
por encima de mi hombro para agarrarme la barbilla.

—Míranos, bella —exigió Alexander mientras me obligaba a


levantar la cara y me miraba en el reflejo del espejo de enfrente—.
Mira lo bien que me viene follarte así. Que tu dulce cuerpo acepte mi
dolor y mi polla. Mira cómo te pones aún más hermosa de lo que eres
normalmente.

Era cierto; mis ojos eran brillantes monedas de doradas en mi


rostro sonrojado y húmedo, y mis labios estaban tan rojos que
parpadeaban como rubíes mientras jadeaba. El gran cuerpo de
Alexander estaba curvado sobre mí, sus abdominales apretados y
brillantes, el cabello dorado y húmedo cayendo sobre su rostro
furiosamente excitado. Parecía un rey follando con una sirvienta
porque estaba en su derecho.
178

Apreté los ojos cuando un orgasmo me agarró por la garganta y me


arrancó la respiración. Mi fluido salpicó su polla, mojando sus muslos
Página

y el taburete que había debajo de nosotros. La mano que tenía en la


barbilla se dirigió a mi cabello y lo retorció para que él pudiera
prolongar mi orgasmo, follándome con tanta fuerza que el único
orgasmo se dividió en dos, y luego se fracturó en cuatro.

Me sometí a todo, permitiendo que Alexander jugara con mi


cuerpo y reclamara mi mente tan despiadadamente como quisiera y al
final fui recompensada con un tosco grito que anunciaba su propio
clímax.

Bombeó húmedamente en mi apretado coño, gimiendo al sentir


mis paredes aún apretadas, y luego se retiró de repente, dejando que
nuestros jugos combinados resbalaran por mi pierna. Pude ver su
rostro, rubicundo por la satisfacción y primario por el orgullo
masculino, mientras observaba cómo nos deslizábamos por mi pierna,
y eso hizo que un mini orgasmo se estremeciera en la estela de todos
ellos.

—Mía —gruñó, su apariencia civilizada aplastada bajo el poder


abrumador de la bestia hambrienta y dominante en su interior—.
Jodidamente mía.
179
Página
Era extraño despertarse en una cama. De hecho, me dolía la
espalda por la suavidad del colchón, y había tirado casi todas las
mantas por la noche porque no podía dormir con el calor que me
comprimía. No esperaba que Alexander estuviera en la cama a mi lado
porque siempre se iba inmediatamente después de utilizarme. No
obstante, no pude evitar buscar su aroma en la almohada de al lado, su
fragancia boscosa entretejida en la tela de seda. Me calentó la sangre
al instante y encendió una picazón entre mis muslos que sabía que
nada más que sus dedos o su polla podría gratificar.

Todo mi cuerpo se sentía suelto y caliente por la gratificación


después de haber sido trabajado a fondo horas antes, pero mi cerebro
se sentía dolorido e hinchado entre las orejas como si tuviera una
infección que no sabía cómo tratar. Me había encantado el placer que
me había dado y la visión erótica de un hombre tan fuerte con su boca
en mi lugar más íntimo, llevándome al orgasmo no porque lo
necesitara sino simplemente porque él quería. Su naturaleza
controladora no debería ser tan embriagadora, pero me conocía lo
180

suficiente como para admitir que estaba esclavizada por él.


Página
Era difícil luchar contra algo que no entendía y con lo que no tenía
experiencia previa. El deseo era ajeno a la Cosima de antes. Nunca
había tenido un flechazo ni había sentido la atracción como un hierro
candente en mis pechos y muslos, marcándome con la letra escarlata
de mis impulsos impuros.

Ahora lo sabía demasiado bien y no tenía absolutamente ninguna


defensa ante ello.

Alexander estaba ganando un juego que yo no conocía lo


suficiente como para jugar. Me parecía terriblemente injusto y me
sentía cada vez más enfadada mientras me lavaba en la ducha y me
preparaba para el día.

Ver la ropa puesta sobre mi cama cuando salí del baño no hizo más
que avivar las llamas de mi rabia.

Yo era su muñeca para vestir, al igual que era su carne para usar y
su ratón para cazar.

Añadí esta transgresión a mi lista de odio contra él incluso


mientras frotaba entre mis dedos la lujosa tela del vestido envolvente
con estampado floral.

Me quedaba muy bien, al igual que la ridículamente cara lencería


de La Perla en un dorado brillante que también se ajustaba y
magnificaba mis curvas. Sabía que le gustaba el dorado, no porque me
quedara bien, sino porque me abarataba. Era una representación física
de la riqueza que había utilizado para comprarme como si fuera carne
de caballo preciada.

Por un momento, consideré la posibilidad de deshacerme del traje


181

y pasearme completamente desnuda; pero la idea de todas esas


Página

cámaras y todos esos ojos sobre mí era, en última instancia,


demasiado; incluso para alguien tan relativamente inmodesta como
yo.

No había ninguna nota en la mesilla de noche ni instrucciones que


seguir; así que, con sólo un momento de duda, intenté abrir la puerta
de mi habitación.

Estaba desbloqueada.

El sonido del mecanismo que se movía en su sitio sonó en mis


oídos como un toque de trompeta. Había tan pocas libertades en esta
nueva vida, que cada una se sentía patéticamente magnífica.

Las ondulantes colinas que había fuera de las ventanas estaban


plateadas por la intensa lluvia, y el cristal estaba frío cuando apreté la
mano contra él para mirar el esquivo mundo exterior. Quería bajar
corriendo las escaleras, atravesar las pesadas puertas de la entrada y
deslizarme sobre la hierba húmeda con los pies descalzos hasta que se
volvieran marrones por la suciedad y cayera al suelo en un montón sin
gracia. Quería extender mis extremidades en el fresco manto verde y
ver la lluvia caer sobre mi rostro.

—¿Volveré a estar afuera alguna vez? —me pregunté, viendo


cómo mi aliento caliente empañaba el cristal.

—Lo harás. —La voz de Alexander me sobresaltó más que una


pistola apuntando a mi sien.

Un momento después, la amplia extensión de su cuerpo estaba


pegada al mío, de modo que tenía la luz del sol de su calor a mi
espalda y el frío eclipse del cristal contra mis pechos. Era la misma
dualidad que me estaba dando cuenta que siempre había
182

experimentado cerca de mi amo.


Página
El beso caliente del deseo inexpugnable y la bofetada fría de la
vergüenza.

—Te dejarán salir de esta casa y de esta vida a su debido tiempo,


mi belleza, sobre todo si te comportas tan bien como lo hiciste anoche.
—Me estremecí ante la textura de su sedoso aliento recorriendo mi
garganta, seguido por el contacto de sus labios con mi pulso que
tropezaba—. Te derrumbaste ante mí como deberías hacerlo ante tu
amo. Dime, ¿te sientes reformada esta mañana?

Lo hice, y me rompió el corazón soportar el peso de eso. Parecía


que cada vez que me tocaba me destrozaba sólo para volver a tejerme
con una aguja afilada y los oscuros hilos de su propiedad. Me estaba
acostumbrando al dolor, y eso me preocupaba.

Porque esa resignación estaba teñida de anhelo.

Siseé cuando Alexander hundió sus dientes en el fuerte tendón de


mi cuello. Se apartó con un suave zumbido de placer y susurró: —Te
follaría contra la ventana y usaría tu corrida para escribir mi nombre
en el cristal si no tuviera un compromiso previo.

Se me revolvió el estómago en una alarmante muestra de


decepción, pero no dejé que se me notara en la cara cuando me giré
para fruncirle el ceño con las manos en las caderas. Sólo que mi
indignación se convirtió en curiosidad cuando vi lo que llevaba
puesto.

—¿En nombre del cielo, de qué vas vestido?

Alexander sonrió y se pasó una mano por la espesa melena dorada.


Por un momento se pareció tanto a un chico joven y arrogante que
183

quise sonreír con él.


Página

—Estoy vestido con mi chaqueta y mis pantalones de esgrima.


Parpadeé. —Creo que no sé qué es eso.

Su sonrisa se amplió, más suave de lo que nunca había visto, tan


alegre que incluso le llegó a los ojos. —Si vienes, te lo enseñaré.

Antes de que pudiera protestar, mi mano estaba entre las suyas y


me arrastraba en la corriente de su amplia zancada por el pasillo.

—La esgrima es un antiguo deporte desarrollado por primera vez


por tus parientes italianos, aunque fue popularizado por los franceses.
Ha sido un pasatiempo popular de los hombres de Davenport desde el
siglo XIX. Yo participé en el equipo universitario durante un tiempo
en Cambridge.

—Ah, scherma14 —dije, traduciendo la palabra al italiano al hacer


la conexión—. No me sorprende que juegues con armas.

Una risa corta y sorprendida brotó de sus labios, y me di cuenta de


lo llena que estaba la inferior en comparación con la superior
arqueada, y de lo nacarado de un rosa pálido que eran.

—Soy muy hábil con las herramientas y las armas, como has
empezado a descubrir.

Descendimos por la gran escalera de mármol hasta el gran salón y


el ala izquierda de la casa, donde entramos en una gran sala convertida
en una especie de gimnasio. Había una larga piscina en el extremo que
parecía desentonar con la elaborada decoración y los pilares griegos, y
modernos aparatos de ejercicio dispuestos junto a una amplia
extensión de colchonetas.

Un hombre estaba de pie en el centro de esas colchonetas con un


184

atuendo similar al de Alexander, sólo que el suyo era negro. Tardé un


Página

14 Trad,: Esgrima.
momento en reconocer a Riddick porque sus coloridos tatuajes
estaban cubiertos, pero cuando lo hice, palidecí.

Alexander, el bastardo observador que era, se dio cuenta de mi


sorpresa y sonrió ligeramente.

—Riddick está entrenado en ocho artes marciales. —Parpadeé, y él


me lanzó una mirada de satisfacción mientras pasaba junto a mí para
estrechar la mano de Riddick—. Y yo estoy entrenado en nueve.

Me quedé en silencio mientras veía a los dos enormes hombres


darse la mano y hablar en voz baja de su entrenamiento. Alexander
volvió a acercarse a mí mientras Riddick se dirigía a un aparador y
sacaba unas máscaras demasiado grandes con los frentes perforados.

—Siéntate aquí y observa en silencio.

—¿Por qué debería hacerlo? ¿Acaso mis días no son para hacer lo
que me plazca? —repliqué.

—Lo son, a no ser que tenga necesidad de ti.

—¿Y necesitas que me siente aquí para validar tu destreza con la


espada de un niño?

Los ojos de mi tirano eran oscuros y se agitaban como nubes de


tormenta mientras me miraba, pero al igual que en una tormenta, la
electricidad crepitó en el aire entre nosotros. La piel me zumbó y se
me puso de gallina.

—Necesito que te sientes aquí y observes a tu amo. Necesito que


me veas moverme, que seas testigo de la fuerza de mi cuerpo y la
185

disciplina de mis andares. Necesito que veas cómo ataco y paro con
un cálculo tan fácil como mi siguiente respiración.
Página
—¿Por qué? —pregunté, a pesar de que cada vez que había hecho
una pregunta así, se había burlado de mí con el silencio y las miradas
enigmáticas.

Enarcó una ceja y se adelantó para agarrarme la mano,


atrayéndome hacia su cuerpo con tanta fuerza que caí contra él. Su
torso estaba rígido por el kevlar15, pero aún podía sentir su calor
contra mí y la forma en que su erección presionaba como su propia
arma contra mi cadera. —Peleo de la misma manera que follo. Piensa
en ello como un juego previo.

Me soltó tan bruscamente que tropecé un paso adelante antes de


poder enderezarme. Su suave risa ardió como una llama demasiado
cercana contra mis mejillas, y mantuve el cabello tapando mi cara
mientras me dirigía al pequeño conjunto de gradas frente a las
colchonetas para sentarme.

Para cuando me acomodé, ambos hombres estaban en posiciones


agachadas con sus finas espadas en alto y una mano a la espalda.

—En garde16 —gritó Riddick.

Y comenzó la refriega.

Sus movimientos eran rápidos como las alas de una libélula,


aterrizaban y paraban con total calma y precisión. Me di cuenta de que
un sirviente estaba sentado en una mesa a un lado y llevaba la cuenta
en una pantalla digital. Nunca hubo más que un momento en el que
Riddick llevaba la delantera.

Alexander tenía razón.


186
Página

15 Material compuesto de fibras sintéticas y polímeras, utilizado para elaborar chalecos


antibalas y otros accesorios de vestimenta para la protección de armas.
16
Trad. del francés: En guardia.
Era un dominante en el dormitorio tanto como en la cancha y en la
vida. Me asombraba ver la amplitud de su gran cuerpo moviéndose
con tanta velocidad y gracia. Me vinieron a la mente pensamientos
sobre cómo había utilizado sus brazos gruesos para hacer llover el
flogger17 sobre mi piel caliente, sobre lo fácil que le había resultado
perseguirme por el salón de baile con sus gruesos muslos y sus rápidos
pies, y luego sujetarme con cada centímetro tallado de su cuerpo
cuando me follaba en el suelo.

Jugaron tres juegos de esgrima y Alexander ganó los tres.

No me sorprendió.

De hecho, sentí un extraño revoloteo de placer en el pecho por el


suceso de que Alexander hubiera vencido tan contundentemente a
Riddick.

Tal vez fuera que el hombre que me había conquistado en tantos


aspectos acababa de demostrar que era capaz de conquistar a otro,
alguien incluso más capaz de frustrarlo de lo que yo podía ser y, aun
así, había perdido.

Alexander era el rey de esta jungla de animales, y me alivió saber


que no era la única obligada a someterse a su dominio.

Pero existía el temor de que fuera algo totalmente distinto. Que no


fuera mero sadismo. Que hubiera obtenido algún tipo de placer
primitivo de la exhibición tan masculina de su poder, dos machos
luchando por su deseo de follarme, pero el hombre que era
legítimamente mío declarando la victoria.
187
Página

17 Látigo de plumas utilizado como juguete sexual.


Que era el orgullo lo que hacía que mi pecho se apretara y mi
corazón se encendiera. Que, si él era el rey de este reino animal,
entonces tal vez yo podría ser la reina.

Para cuando terminaron, yo estaba sonrojada, el sudor se me


acumulaba en la frente como una corona de vergüenza para que
Alexander lo notara en cuanto se arrancara la máscara y se acercara.
Volvió a aparecer esa sonrisa infantil y petulante en su apuesto rostro.

Odié cómo hizo que mi corazón se ablandara ante él.

—No te preguntaré si te ha gustado la exhibición —dijo


lánguidamente; sus palabras, normalmente cortadas, se alargaron con
burla al burlarse de mí—. Si pusiera mi mano entre tus muslos ahora
mismo, estarías mojada.

Inconscientemente, apreté las piernas.

—A diferencia de ti, no estoy pensando constantemente en el sexo


—respondí con una altanera inclinación de la barbilla—. De hecho,
estaba pensando que me gustaría preguntarle a Riddick si podría
enseñarme esgrima o algo de defensa personal mientras tú estás fuera
trabajando algunos días.

Alexander se apartó un mechón de pelo mojado por el sudor y me


miró con el ceño fruncido. —No hay ningún hombre de este planeta
que pueda tocarte sin mi permiso. Y, cabe señalar, no hay ninguno que
lo reciba.

—Entonces, permítelo —sugerí, tratando de ignorar su delicioso


aroma a cedro y a hombre empapado de sudor que emanaba de él
mientras estaba demasiado cerca de mí.
188

—Ni hablar.
Página
—Entonces enséñame tú —me atreví, aunque me aterraba y me
emocionaba a partes iguales pensar en una bestia así luchando contra
mí.

Podía sentir cómo la excitación florecía como una rosa entre mis
muslos.

Algo me pasaba, algún detonante que él había activado en mi


psique para que la idea de su carne contra mis puños y su sangre en mi
boca me excitara.

Alexander apretó los dientes, y un músculo de su mandíbula saltó


mientras me estudiaba. Observé cómo contenía su excitación básica,
filtrándola a través de su educación caballeresca y su cálculo
psicopático hasta pulirla y refinarla como un diamante.

Se me secó la boca al ver aquello, y por una vez no me culpé de la


reacción.

Ver a un hombre luchando por gobernarse a sí mismo contra la


fuerza de su atracción por ti era algo embriagador.

—Riddick —gritó mientras sus ojos seguían clavados en los


míos—. Vete.

—Sí, señor.

No vi salir a su guardaespaldas/sirviente, pero el golpe de la puerta


al cerrarse resonó como un pistoletazo de salida por la cámara.

—¿Quieres aprender a defenderte de los hombres malvados?


¿Contra mí? Entonces levántate.
189

Giró sobre sus talones y se dirigió de nuevo hacia el centro de las


Página

esteras, sólo que esta vez colocó su estoque en un estante en el camino


y arrojó su casco a un lado. Sólo cuando se volvió hacia mí me di
cuenta de que le había seguido inconscientemente por el gimnasio.

Su sucia sonrisa decía buena chica.

Mi cuerpo traidor se estremeció.

—Parecías lo suficientemente capaz de defenderte cuando un


hombre me estaba atacando con una pistola —observó mientras se
quitaba la ligera armadura de esgrima, dejando al descubierto su torso
bañado en sudor.

Observé cómo una gota de humedad viajaba entre sus duros


pectorales y quedaba atrapada en los encajonados surcos de sus
abdominales. Mis dedos ansiaban literalmente trazar su camino bajo la
cintura de sus pantalones.

—Mi hermano me enseñó técnicas delictivas para que pudiera


volver a casa desde el tren por la noche en Milán y sentirme
relativamente segura. No sé cómo someter a una amenaza real.

—No —prácticamente ronroneó—. No lo sabes.

—Me cuesta creer que quieras enseñarme —admití mientras se


acercaba a mí a pasos rápidos y amenazantes. Cuando se detuvo ante
mí, fue repentino; como si fuera un caballo desesperado por galopar,
pero frenado por su jinete. Podía sentir la energía potencial en su
quietud como una amenaza de violencia prometida.

Dios, pero sabía lo mucho que quería hacerme daño.

Casi tanto como yo lo deseaba.


190

—Hay veces en esta vida que no puedo estar ahí para protegerte.
Página

Es mi deber enseñarte a valerte por ti misma, y te enseñaré todo lo que


necesites saber —me dijo con calma, aunque podía ver el pulso en su
garganta y la tensión de su erección contra sus pantalones blancos—.
Porque soy el único hombre de influencia en tu vida.

—No puedes serlo todo para mí.

—¿No puedo? —preguntó con una ceja levantada, pareciendo cada


centímetro el señor altivo incluso medio vestido como estaba.

—Tengo un padre, un hermano y amigos. No eres el único hombre


importante en mi vida.

—Lo estoy haciendo. Tu padre está muerto para ti, como debe ser.
Yo me encargué de eso. Tu hermano se está beneficiando de una
colocación en el Teatro Finborough de Londres. ¿Quién crees que ha
movido esos hilos? Nunca tuviste amigos fuera de tu familia; no
pretendas lo contrario. Eras demasiado guapa para las celosas chicas
del pueblo y demasiado madura para que los chicos te ignoraran como
objeto de lujuria. —Se acercó y me miró a la cara desde su
impresionante altura—. Soy tu amo, Cosima. No sólo de tu carne, sino
de todo lo que aprecias.

Quise llorar por su bondad. Había odiado la destrucción egoísta de


mi padre. Amaba a mi hermano lo suficiente como para agradecer a
Dios o a él cualquier favor hacia Sebastian.

Pero siempre quise arrancarle la garganta porque, aunque era


evidente que me manipulaba, funcionaba.

—Es curioso cómo la gente lucha contra las cosas que no puede
cambiar —señaló Alexander con crueldad mientras observaba mi
lucha interna—. ¿Por qué no concentras esa encantadora ira en
defenderte? Para empezar, quiero que te muevas por instinto, y luego
191

te enseñaré algunos movimientos.


Página

Atacó antes de que la última palabra desapareciera en el aire.


Me quedé sin aliento cuando me tiró al suelo y me inmovilizó con
su peso. Me retorcí lo suficiente como para meter mi pierna entre las
suyas, y luego curvé los dedos de los pies con fuerza hasta
convertirlos en pelotas.

Resopló de dolor y me soltó lo suficiente para que pudiera empujar


sus hombros y sacar mi torso de debajo del suyo. Usándolos como
palanca, arrastré una pierna y le di una fuerte patada en la cara.

Su nariz crujió ligeramente y una gota de sangre salió de su fosa


nasal.

Aullé como una bestia en señal de triunfo.

Alexander aprovechó mi regodeo para ponerme boca abajo y


arrastrarse sobre mí, clavándome las piernas y los brazos en el suelo
tan sólidamente, que me sentí clavada al suelo.

—Nunca te dejes dominar por la pasión —me aconsejó contra mi


húmedo cuello—. Son las mentes frías las que prevalecen.

Me dejó levantarme; aunque me gustaba su presión caliente contra


mí y, para mi sorpresa, empezó a enseñarme. Aprendí a someter a mi
atacante si me agarraba por detrás, si me llevaba al suelo sobre el
vientre y si me apuntaba con una pistola a la sien. Practicamos durante
más de una hora, hasta que ambos estábamos empapados del sudor del
otro y nuestras respiraciones recorrían nuestros pulmones como si
fueran olas.

—Ven hacia mí —le reté finalmente, agachada con las manos


sueltas a los lados, lista para luchar contra él.
192

—El que gane se follará al otro —replicó Alexander.


Página

Él ganaría.
Los dos sabíamos que lo haría, y dudaba que alguna vez —por
mucho que practicara o me volviera experta— no me ganara en un
combate de lucha libre.

Esta apuesta no tenía que ver con la imposibilidad de mi victoria.


Me obligaba a reconocer que no quería ganar.

Quería que lo hiciera él.

—Trato —dije, y entonces me abalancé.

Le quité una de las piernas de encima y me lancé a por su cuello


con un golpe despiadado. Fue una maniobra arrogante, por lo que
decidí hacerla porque supuse que Alexander buscaría movimientos
más fáciles.

Estaba preparado para todo.

Me estremecí cuando atrapó mi puño y se retorció; llevándome al


suelo con el dolor, ambos de rodillas, uno frente al otro.

Parpadeamos, suspendidos en el momento en que una presa sabe


que está en el punto de mira de su depredador. Y entonces atacó.

En menos de un latido estaba inmovilizada con las muñecas en el


suelo y su pesado cuerpo a horcajadas sobre mi vientre.

Sin embargo, me había enseñado a romper ese agarre, así que


empujé las caderas y tiré de los brazos hacia abajo, haciéndole avanzar
tan bruscamente que casi se cae de bruces.

Pero era demasiado rápido y fuerte.


193

Me agarró de nuevo por el tobillo cuando intenté alejarme


arrastrándome, y luego me arrastró pataleando y gritando bajo su
Página

cuerpo. De un tirón despiadado, rompió el cierre de mi vestido, de


modo que la colorida tela se enrolló bajo nosotros como flores
aplastadas. Jadeé cuando me tocó el sexo y luego desgarró la tela allí
también, la costosa lencería haciéndose pedazos entre sus dedos.

De repente, tenía la polla en su puño, hinchada y de un rojo más


intenso que nunca.

Se introdujo en mi interior, separando mis pliegues fundidos como


una flecha que llegaba a lo más profundo de mí.

—Para el vencedor, el botín —me gruñó al oído mientras me


inmovilizaba las muñecas con una mano y utilizaba la otra para
estrangularme ligeramente.

Marcó un ritmo demoledor, inclinando sus caderas para que su


gruesa cabeza se arrastrara contra el nudo de nervios de mi pared
frontal. La ligera mata de su ingle rozaba mi clítoris dolorido,
empujando el piercing de un lado a otro, de modo que todo mi sexo se
llenó de electricidad estática.

Lo abracé fuertemente a mi cuerpo; aunque me hiciera daño,


porque lo hacía.

Me encantaba la forma en que sus dientes mordían la tierna carne


de mi cuello y mis pechos, la forma en que los moretones violetas y
las amapolas rojizas florecían bajo mi piel con su contacto. El dolor de
él en mi sexo cuando se plantó profundo y finalmente se corrió con un
grito áspero como un guerrero reclamando el triunfo sobre la muerte
de un enemigo caído.

Había caído, hundida bajo las profundidades de su oscuridad y, tan


atrincherada en el inframundo, que sabía que nunca habría vuelta
194

atrás.
Página
Podrían pasar cinco años, el contrato entre nosotros podría
disolverse en el polvo con el tiempo; pero siempre sería elemental y
crucialmente la mujer del amo Alexander.
195
Página
En las dos semanas siguientes, fui follada tan a fondo que no podía
caminar sin el eco de su polla entre mis piernas. Mi cuerpo estaba
dolorido hasta los huesos, la piel reventada de moratones y los
músculos quemados por los constantes estiramientos y tirones de mis
miembros en posiciones perversas. Aprendí la diferencia entre el calor
generalizado de una flagelación, el ardor creciente de una paliza y el
mordisco insoportable y venenoso de un látigo. De hecho, me utilizó
de forma tan completa cada día que no hubo un solo momento en el
que me librara del recuerdo del sexo. Lo llevaba en mi cuerpo y lo
albergaba en mi mente. Un gemido de deseo o de protesta parecía
alojado en mi garganta como una pastilla que no pasaba.

Todas las mañanas me despertaba húmeda y así permanecía


mientras bañaba a Alexander y lo vestía para el trabajo. Me utilizaba
en la ducha, siempre, calmándome con su polla y casi arrullándome
mientras me follaba, prometiendo aliviarme con su semen y su marca
especial de agonía.
196

Me usaba en toda la casa, en todas partes menos en esas raras


puertas cerradas y en su propio dormitorio. Lo que más le gustaba era
Página

follarme en el invernadero. Creo que le hacía sentir como si estuviera


acorralando, enjaulando y conquistando a un animal salvaje. Me
aseguré de marcarle con arañazos y marcas de mordiscos para
aumentar la alusión.

Y todas las noches me utilizaba en mi habitación, sacando su bolsa


negra de juguetes retorcidos y utilizándolos conmigo como el Dr.
Frankenstein podría haber experimentado con su monstruo. Me
convertí en un monstruo. Un monstruo que vivía de las exhibiciones
libertinas de sumisión y que anhelaba constantemente ser dominado.

Me pasaba los días aprendiendo a cocinar o pasando el rato en la


cocina con Douglas, que resultaba ser la alegría de cada día con su
afable encanto y sus maneras fáciles. A veces, la señora White nos
preparaba el té y me obsequiaba con historias de un joven Alexander
que yo me convencía de que no me parecían encantadoras.

Sin embargo, la cocina no era mi pasión, como tampoco lo era


hacer ejercicio en el magnífico gimnasio, como había hecho con el
resto de mi tiempo libre.

Era Noel quien me hacía compañía en los momentos en que el


aburrimiento amenazaba con abrumarme, como si supiera en qué
momento era susceptible de romper mi promesa a Alexander. Sabía
que estaba prohibido pasar tiempo con su padre, aunque no tenía ni
idea de por qué. Para mí, Noel estaba en el lado equivocado de la
mediana edad, claramente retirado; pero todavía lo suficientemente en
forma como para desear un poco de sparring mental y una compañía
interesante.

Al principio me preocupaba que los sirvientes se chivaran a mi


amo, pero al cabo de unos días me di cuenta de que; aunque
197

Alexander dirigía claramente el barco, su padre era el dueño.


Página
Además, me gustaba tener un secreto del hombre que se
consideraba la persona más omnipotente e importante de mi vida.

Pasábamos la mayoría de las tardes en la mesa de ajedrez ante el


fuego, mientras el mundo gris de Inglaterra se volvía aún más oscuro
y húmedo con la llegada del invierno. Aprendí a mover las piezas
como si fueran una extensión de mi mente y a rechazar los inteligentes
ataques de Noel, casi siempre agresivos, con sutiles movimientos
defensivos propios. Sobre todo, aprendí a luchar con mis peones:
cuándo sacrificarlos por un bien mayor y cuándo subir de nivel a una
pieza más impresionante.

Un día, uno de esos peones blancos desapareció y Noel se vio


obligado a sacar uno de repuesto. No le dije que lo había cogido, pero
creo que lo sabía y no le importó.

Disfrutaba de mi compañía, pero era un peón tanto como el que


había robado, y ambos lo sabíamos.

Me desperté el primer día de mi tercer mes en Pearl Hall sin


Alexander. Se había ido a Londres a pasar la noche, aunque se
comunicó por Skype para verme usar un enorme consolador negro que
me había regalado en mi pequeño coño. Esa mañana todavía estaba
mojada y, como me había pedido, no me duché. En lugar de eso, me
vestí obedientemente con el traje que siempre me ponían por la
mañana, una especie de vestido caro que me permitía moverme con
facilidad pero que abrazaba mis curvas, y salí a explorar la casa a
diario.

Sólo que esa mañana Noel me esperaba frente a dos puertas dobles
que sabía muy bien que estaban cerradas para mí.
198

—Hola, mi querida Ruthie —saludó como siempre lo hacía—.


Página

Hoy tengo una sorpresa para ti.


Aquellas puertas eran diferentes a las demás de la casa, de doble
ancho y talladas en una pesada madera antigua que estaba agrietada y
desgastada en algunos lugares. No habían sido sustituidas ni pintadas
con los colores claros y limpios del resto de la mansión.

Antes de que Noel agarrara las dos ásperas manijas de metal y


empujara las pesadas puertas, supe que dentro habría una biblioteca.

Cada vez que pasaba por delante, podía oler el aroma de la vitela y
la tela que se filtraba por debajo de la fina cuña de la puerta. Tenía
tantas ganas de entrar que; a veces, en mi recorrido diario por la
mansión de tres pisos, me quedaba fuera y presionaba con los dedos
las marcas y los remolinos de la madera mientras imaginaba qué
tesoros habría dentro.

Jamás habría imaginado que serían tan terriblemente inspiradores


como esto.

La enorme sala era más larga que ancha y estaba repleta de


estanterías de madera exquisitamente talladas, pintadas de blanco y
adornadas con pan de oro. El techo estaba pintado como muchos otros
de la casa; pero estas imágenes representaban a Atlas con el mundo
entero, bellamente detallado, sobre sus hombros grotescamente
musculosos.

El suelo de parquet tenía un brillo intenso que se apreciaba bajo las


enormes y descoloridas alfombras persas, y en el extremo más alejado
de la gran sala había un hogar de mármol tan enorme que podría
acoger cómodamente a toda mi familia italiana.

Quería vivir mis días entre los libros y morir acurrucada en los
199

sillones de cuero frente a la chimenea.


Página

—Te encanta —dijo Noel con una sonrisa de padre orgulloso—.


Sabía que lo estarías.
—No hay palabras suficientes, ni en inglés ni en italiano, para
decir lo mucho que me gusta —le dije con sinceridad mientras pasaba
los dedos por un gran globo terráqueo colocado en un soporte de
madera. Mi dedo índice se dirigió a un pequeño punto del mapa en el
que se leía "Nápoles".

—Tal vez te preguntes por qué Alexander te aisló. —No era una
pregunta, pero podía sentir el señuelo que destellaba en la luz que se
derramaba a través de las ventanas de vidrio combado.

Quería ir a pescar, y yo era la preciada trucha que pretendía


atrapar.

—Para ser sincera, duque, me he dado cuenta de que preguntarse


por qué hace algo el amo Alexander es un esfuerzo infructuoso.

Se rio y se llevó las manos a la espalda, dando la imagen perfecta


de un caballero inglés bien educado con su caro traje.

—Sea como fuere, permíteme traspasar el velo por un momento.

Lo seguí a lo largo de la biblioteca hasta los sillones agrupados


alrededor de la chimenea y seguí su mirada hasta un óleo que colgaba
sobre ella.

La mujer representada era una de las más bellas que había visto
nunca, pero eso no fue lo que me dejó sin aliento.

No, fue el hecho asombrosamente claro de que era italiana.

Se notaba en su cálida tez aceitunada, aunque su piel era clara por


haber pasado algún tiempo en Inglaterra, y en la mirada almendrada
200

de sus ojos de pestañas oscuras. Tenía el cabello y las cejas gruesas y


negras de una mujer siciliana y también el cuerpo, con pechos altos y
Página

pronunciados y caderas anchas después de una cintura bien ceñida.


—Mi mujer —explicó Noel, con una voz cuidadosamente
desprovista de todo sentimiento—. Chiara falleció hace nueve años.
Creo que escuché al señor O'Shea explicarlo en las cocinas cuando
nos conocimos.

Asentí, con la voz atrapada en lo más profundo de mi garganta.


Había un cúmulo de condolencias y preguntas que quería regalarle,
pero no creía que fueran a ser bien recibidas.

—Quiero contarte un poco de la historia yo mismo, para que


puedas entender mejor lo que estás haciendo aquí en Pearl Hall.

Mi boca se abrió de golpe y mi mano voló para taparla.

Noel me estaba ofreciendo respuestas a algunas de las muchas


preguntas que me habían perseguido desde mi llegada, y no quería
decir ni hacer nada que pudiera retraer su generosidad.

—Siéntate, por favor —me dijo, y luego esperó a que me hundiera


en una de las sillas de caoba antes de tomar él también una. Lo
observé mientras se acomodaba, cruzando una pierna sobre la otra y
apretando los dedos mientras se preparaba para contar su historia.

—Conocí a Chiara cuando estaba haciendo mi peregrinaje


moderno del Grand Tour. La vi dirigiendo una visita guiada en el
Coliseo romano y, como el joven y arrogante señor que era, me
acerqué a ella y le exigí que me permitiera comprarle un helado. —
Sonrió al recordarlo—. Fue amor desde ese primer día.

Mi romántico corazón suspiró en mi pecho. Enrosqué los pies en el


asiento y me hundí más en los mullidos cojines.
201

—Cuando llegó la hora de volver a casa, la llevé conmigo. No


tenía familia en Italia, y yo estaba más que feliz de mantenerla como
Página

mi esposa. Con los años, se convirtió en una de las joyas de la corona


de la sociedad británica, aunque le costó un tiempo limar sus
asperezas latinas. —Me sonrió de forma alentadora, así que le solté
una pequeña carcajada a pesar de que me gustaban bastante mis aristas
latinas.

—Tenía un... un amigo, no obstante; que se empeñaba en visitar


con el paso de los años. Al principio no pensé en ello; y este hombre,
Amedeo, se convirtió en un hermano para mí, como un tío para mis
hijos. —Fruncí el ceño ante el uso del plural, y sus labios se diluyeron
en respuesta—. Sí, Cosima, me pondré a ello.

—Verás, confié en este hombre para que cuidara de mi familia. No


pensé en ello cuando mi esposa empezó a aumentar sus visitas a la
casa de Amedeo en Italia, pero entonces mi hijo menor, Edward,
empezó a seguirla. Pasaban largas temporadas allí y volvían huraños,
con el espíritu destrozado. Empecé a preocuparme, pero no me decían
nada. Chiara y yo discutimos bastante antes de su último viaje allí
porque le dije que tenía prohibido ir.

—Dos días después de que se fuera con Edward, que era un


muchacho fuerte y hermoso, cuatro años menor que Alexander,
Edward llamó a casa. Fue Alexander el que contestó, y fue Alexander
el primero en saber que su madre había sido asesinada.

Me quedé sin aliento. —¿Asesinada? Creía que había tenido un


accidente.

Él desechó las palabras. —Esa información llegó más tarde. Al


principio, el propio Edward reconoció que la habían matado, que
había oído sus gritos y, un momento después, el sonido de su muerte
contra el suelo. La policía se involucró, pero no se encontró nada. Si
202

alguien la empujó, tuvo que ser alguien de la casa.


Página
Parpadeé, imaginando la escena, destruida por la verdad evidente.
—¿Crees que fue Amedeo?

—Sé que fue Amedeo —confirmó Noel—. Pero eso no es todo.


Verás, Edward nunca volvió a casa después de eso. Se quedó en Italia
con el asesino y prometió a la policía que Amedeo no había empujado
a Chiara por la cornisa. Le rogué que volviera a casa, que hablara con
nosotros y nos explicara, como mínimo, que asistiera al funeral, pero
no lo hizo, y no ha vuelto desde entonces. —Dejó de mirar el frío
hogar de piedra y se volvió hacia mis ojos, y los suyos eran oscuros
como ataúdes vacíos—. Por eso no hablamos de la muerte de la
duquesa Greythorn y por eso el nombre de Edward Davenport ha sido
borrado de nuestras mentes.

—Pero ¿cómo? Quiero decir, ¿por qué demonios iba Edward a


defender a su tío cuando es tan obvio que él cometió el crimen? —No
podía entenderlo—. Debes estar perdiendo algunos detalles de la
historia.

—No me falta nada, salvo la confirmación de Amedeo de su


crimen. Desde entonces, he investigado sobre el hombre con la ayuda
de algunos amigos muy poderosos, y he sabido que es un miembro de
la Camorra.

La conmoción se detuvo en la respiración.

—De hecho, puede que conozcas a Amedeo como el capo


Salvatore. Veo que lo conoces —dijo Noel con una pequeña y
enigmática sonrisa—. Supongo que tiene un control bastante poderoso
sobre Nápoles y las regiones circundantes.
203

—Lo tiene —admití mientras se me revolvía el estómago y el


corazón se me atascaba.
Página

Me sentí como un motor agitado.


—¿No te has preguntado por qué Alexander te eligió a ti cuando
podría haber tenido a cualquier mujer que valiera la pena comprar en
todo el mundo? —se burló Noel.

—Sí —susurré, y mi mano subió a masajear la gran masa de piedra


que de repente me obstruía la garganta.

Me lo había preguntado una y otra vez, y ahora que me enfrentaba


a la fea verdad de ello, no quería saberlo.

—Quiere utilizarte para infiltrarte en la Camorra. Para acercarse a


Amedeo Salvatore y acabar con él.

Las palabras atravesaron mi mente como una bala, desgarrando mi


cerebro y arrojando todo lo que yo era a través de la hermosa
biblioteca como materia gris perdida.

¿Cómo había sabido Alexander mi conexión con Salvatore? ¿Lo


había sabido el día que le salvé la vida y pronuncié mi nombre en voz
alta, o incluso antes?

¿Cómo podía esperar que una chica de dieciocho años se infiltrara


en algo, y mucho menos en uno de los grupos mafiosos más conocidos
de todo el mundo?

Había sentido mucha curiosidad, pero ahora que la caja de Pandora


se abría a mis pies, quería meter las respuestas dentro porque sólo
conducían a más preguntas.
204
Página
Me desperté en algún momento de la noche, cuando el cielo estaba
en su punto más oscuro y todo se sentía demasiado cerca; como si la
tinta se derramara desde el tazón negro de la atmósfera y cayera entre
todas las grietas. Tardé un momento en orientarme porque enseguida
fue evidente que no estaba en el frío y duro suelo del salón de baile,
como me había acostumbrado.

Me moví ligeramente y mis manos se engancharon, tirando hacia


atrás contra algunas ataduras invisibles. Volví a tirar y, sin darme
cuenta, levanté las piernas para descubrir que también estaban atadas.

Estaba abierta y separada en una X gigante a través de la cama,


con las extremidades atadas en cada poste.

Abrí la boca para gritar, pero una mano me tapó la boca antes de
que pudiera emitir un sonido.

—Silencio, mi belleza —las firmes palabras de Alexander


crujieron como papeles en el aire tranquilo—. Es tarde y toda la casa
205

está durmiendo.
Página

Intenté protestar tras su mano, pero la mantuvo firmemente sujeta


a mis labios.
Su cálido aliento sopló sobre mi mejilla mientras se inclinaba para
pasar su nariz por mi oreja y susurrar: —No hay necesidad de luchar,
topolina. Te tengo sujeta como una mariposa a esta cama, y pienso
tratarte así. Con reverencia y ternura, como la hermosa y frágil
criatura que eres.

Gemí, y él pareció traducir a la perfección las palabras que no me


dieron permiso para pronunciar en voz alta.

—No se trata de lo que mi padre te dijo tan equivocadamente esta


tarde. No le correspondía a él desvelar las puertas y los secretos de su
casa. Ya hablaremos de las mentiras que dijo más tarde. Esto no es un
acto de perdón por mi aspereza contigo anoche o la anterior. Nunca te
pediré perdón por las cosas que le hago a tu cuerpo. —Se movió en la
oscuridad, un gran monstruo sombrío como un demonio convocado
desde el infierno. La punta húmeda de su dura polla se extendió sobre
mi cadera cuando se enderezó y buscó algo en la mesilla de noche. Un
escalofrío de deseo desenfrenado me recorrió al saber que estaba
desnudo.

—Se trata de la otra cara del BDSM —continuó con el tono


anodino de un profesor que recita una conferencia a un grupo de
estudiantes inanes18—. Nuestra relación se basa en el control y la
sumisión. Esto significa que, si quiero follarte hasta que te duela, lo
haré; y tú me dejarás. También significa que si quiero comer la miel
entre tus muslos durante horas hasta que seas una masa incoherente de
carne temblorosa apenas capaz de pensar más allá del placer, lo haré.
No necesito herirte o amenazarte para poseerte. También hay dominio
en el placer.

—¿Importa que no quiera tu toque en este momento? ¿Te importa


206

que me sienta destrozada por lo que me dijo Noel? Tú... quieres que
Página

18 Persona que es vana e inútil.


ponga mi vida en peligro por ti, ¡y apenas te conozco, y mucho menos
me gustas!

—Silencio, mi belleza —me persuadió, presionando un dedo en mi


boca—. Voy a hacer este trato contigo. Si juegas conmigo ahora,
responderé a tus preguntas después.

—¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no podemos simplemente
hablar? —pregunté, retorciéndome contra las esposas.

—Porque muchas veces en nuestra relación, tú no querrás hacer


algo, y yo sí. Debes aprender que los únicos deseos de la persona que
necesitan ser satisfechos son los míos. Tercera lección, bella. Ahora,
¿tenemos un trato?

Quería pelear con él por el derecho a hablar. Golpearle con los


puños como me había enseñado a hacer en nuestras sesiones de
sparring y hacerle sangrar por ser tan agresivo, pero estaba inmóvil y a
su merced, así que asentí escuetamente.

—¿Sí que? —me demandó.

—Sí, amo —siseé.

Había una risa en su oscura voz cuando dijo: —Bien, ratoncito.

Me quedé callada mientras él acercaba algo suave como la piel de


un gatito a mi pecho y lo recorría entre mis pechos y sobre mi vientre
hasta el vértice de mis muslos.

—Como decía, esta escena no va de dolor. Se trata de descubrir


todas las deliciosas formas en las que se puede hacer que te corras.
207

Voy a azotarte, y luego voy a hacer precisamente eso, acomodarme


entre tus muslos y darme un festín hasta que llegues al orgasmo con
Página

mi lengua.
—Eso suena doloroso —susurré con voz ronca por el miedo
instintivo en mi garganta—. ¿No has tenido suficiente de mí?

—Hará que tu piel cante para mí —prometió sedosamente


mientras recorría los zarcillos por mis extremidades en pasadas ligeras
como plumas—. Si puedes quedarte quieta para mí, puede que te deje
hacer otra llamada la semana que viene.

—La imposición y los orgasmos no me van a gustar —le espeté,


mientras mis pezones se agitaban por la lujuria.

—Eso sería la primera vez —comentó con sorna y luego dio una
descarga.

El flogger aterrizó como cientos de picaduras de abeja contra mis


pechos.

Jadeé como una mujer poseída, y lo sentí mientras él seguía


haciendo caer el flogger sobre mi carne, como si un espíritu
descerebrado hecho para el pecado se hubiera apoderado de mi mente.

Me encantaba.

El suave movimiento del aire cuando el cuero caía sobre mi piel y


el suave chasquido, como el sonido de las bengalas, cuando prendía
fuego a mi piel.

Al poco tiempo, me retorcía y mi boca jadeaba.

Cada centímetro de mi piel estaba lleno de sensaciones y mi mente


resplandecía en mi cabeza. Si no hubiera estado atada, habría flotado
fuera de la cama.
208

—Mira toda esa preciosa piel que se vuelve de color rosado para
mí —murmuró Alexander un tiempo interminable después de
Página

empezar.
Se oyó un golpe cuando dejó caer el flogger al suelo y luego una
de sus manos presionó con fuerza mi esternón mientras la otra se
enganchaba firmemente en mi sexo y encontraba infaliblemente ese
nudo de nervios en mi pared frontal.

Hizo que sus dedos se clavaran con fuerza en mi carne, y se sintió


como si una llave entrara en una cerradura.

Me abrí de golpe; mi orgasmo se estrelló contra sus dedos, mi


espíritu colisionó con fuerza magnética con la potencia de su dominio
sobre mí; el pilar de fuerza que representaba en ese momento en el
que todo lo demás sobre mí, a mi alrededor, estaba perdido.

Su nombre estaba en mi lengua y atrapado entre mis dientes, en


bucle como un disco rayado en mi laringe. Me encantaba su sabor,
curvando mis labios sobre las vocales y mordiendo con fuerza las
consonantes. Era tan erótico y peligroso como el fruto prohibido de
Eva.

Incluso cuando me tambaleaba por la sensación, la parte racional


de mi cerebro reconocía que; ahora que había probado esas oscuras
delicias, ya no habría vuelta atrás.

—Qué buena esclava —elogió Alexander mientras jugaba con sus


dedos en el charco húmedo entre mis muslos, los sonidos resbaladizos
y de succión eran completamente obscenos en el silencio de
medianoche—. Te daré un pase en cuanto a hablar porque dices mi
nombre maravillosamente.

Jadeé suavemente cuando se agachó por debajo de mi línea de


visión y regresó con algo que brillaba débilmente en la escasa luz.
209

—Esto va a doler —dijo, y entonces sus dedos me pellizcaron el


Página

clítoris.
Un gruñido de dolor se me clavó en la garganta mientras me
apretaba el sexo hinchado, ya tan sensible por un orgasmo. El destello
de dolor brillante echó raíces curvándose alrededor de la parte interior
de mis muslos, flechando hacia mi sexo y mis nalgas, donde
palpitaban y tenían espasmos de vida constante.

Me retorcí y gemí contra las esposas, pero no cedieron.

—Esta es tu cuarta lección, topolina —dijo Alexander por encima


del torrente de sangre en mis oídos—. Cómo obtener placer del dolor.

Se puso de pie y se asomó a mí mientras colocaba un brillante hilo


de metal entre sus manos. —Estas son pinzas para los pezones. ¿Estás
preparada para ellas?

—Bastardo sádico —grité.

Un destello de luz en la oscuridad fue su sonrisa lobuna. —Soy un


sádico. Igual que tú eres una masoquista.

—A fanabla19. —Lo maldije al infierno, y el diablo se echó a reír


como si fuera una bendición.

—Si te corres en menos de cinco minutos con estas pinzas


despiadadas en esos pechos pecaminosos, te haré una mentirosa
todavía —prometió sombríamente.

Observé su sombría cabeza mientras se inclinaba, mordiendo un


pezón mientras sus dedos arrancaban el otro como si fuera una flor.
Cuando las puntas de mis pechos estaban rojas como amapolas, apretó
esos dientes metálicos sobre cada punto y me besó para alejar mis
gemidos de dolor.
210
Página

19 Trad.: Un fanático.
Se apartó de la cama para inspeccionar su trabajo, la suave
almohadilla de sus pies descalzos contra el suelo fue mi única
indicación de que se había alejado de la cama.

Las luces se encendieron y se atenuaron inmediatamente.

Parpadeé para alejar las manchas de mi visión, jadeando por el


placer siempre floreciente en mi cuerpo, y observé cómo llevaba un
espejo dorado de cuerpo entero a la parte inferior izquierda de la
cama.

—Ya está —ronroneó, colocándolo en la posición correcta—.


Ahora puedes ver mi obra maestra, y yo puedo ver tu hermoso coño
mientras te hago venir una y otra vez para mí.

Tenía razón.

Podía ver toda la longitud de mi cuerpo en el reflejo. Tenía un


aspecto obsceno, con mis escandalosas curvas hinchadas y enrojecidas
por los azotes, y los miembros de mi piel tensados por las gruesas
esposas de cuero que me sujetaban a la cama escarlata. Mi pelo era un
charco de tinta bajo mi rostro resplandeciente, mis labios abiertos y
carnosos por sus besos.

Tenía un aspecto lascivo, elemental y deliciosamente equivocado.


Lilith, la primera mujer creada por Dios, pero demasiado voluntariosa,
demasiado llena de pasiones que la hicieron caer en picado
directamente al infierno.

Verme así, atada y a merced de Alexander, no debería haberme


hecho sentir anhelante, pero lo hizo.
211

Estaba atada, pero no estaba indefensa. Seguía órdenes, pero no


era dócil.
Página
Había poder en los ojos de la mujer que me miraba desde el
espejo.

Sólo tuve que desviar la mirada hacia Alexander para saber de


dónde provenía el poder.

Parecía tallado en mármol, el David de Miguel Ángel construido a


una escala cuatro veces mayor. Cada uno de sus músculos estaba
apretado con anhelo y bloqueado del movimiento por su férrea fuerza
de voluntad, pero sus ojos eran salvajes. Su pupila los había abierto de
par en par para que la ferocidad de su deseo se derramara, escribiendo
palabras sucias llenas de sus intenciones sobre mi piel teñida de rojo.

—Por favor, amo —dije sin decidirme—. Por favor, fóllame.

Todo su gran cuerpo se estremeció, y luego estaba subiendo a la


cama, ajustando las esposas de mis tobillos para que hubiera más
holgura entre mis pies y los postes. Me estremecí al sentir sus ásperas
manos deslizándose por debajo de mi culo para inclinarlo hacia arriba
y luego agachó la cabeza y cerró los labios alrededor de mi hinchado
coño.

Pude ver cómo se daba un festín conmigo desde donde estaba


tumbada y también al mirar el espejo. Sus orgullosos hombros se
hincharon de fuerza mientras me mantenía en alto, sus fuertes pies se
encajaron en la cama para que pudiera asomarse a mí y taladrarme con
su lengua.

Me folló así, con sus labios, sus dientes contra mi clítoris de una
forma que dolía tanto que hacía que mi piel pareciera que iba a
desgarrarse átomo a átomo. Me revolqué contra su boca de forma
212

gratuita, con ruidos de placer sin sentido que salían de mi boca.


Utilizó dos dedos para dilatarme, entrando y saliendo brutalmente de
Página
mi coño hasta que pudo añadir un tercero y luego, aunque yo gritara,
un cuarto.

Quería que me llenara hasta el tope, que me utilizara hasta que no


me quedara nada que darle. Como si hubiera prestado atención a mis
pensamientos, apoyó mis muslos en sus hombros y utilizó su otra
mano en mi culo, rozando con sus dedos el capullo humedecido por el
sexo antes de introducir su pulgar en el interior con un estallido de
dolor.

La luz de mi cabeza estalló en mi cuerpo como una súper nova,


empapándome en un olvido dorado. Me corrí con tanta fuerza que sólo
existía en forma de partículas, unidas por las exigentes manos de
Alexander y por su talentosa boca.

Mi mente seguía flotando, mi coño seguía teniendo espasmos


cuando él condujo su gruesa polla directamente hasta el final de mi
coño. Mis ojos aturdidos dieron vueltas en mi cabeza y luego se
posaron en el espejo sobre sus hombros.

Pude ver cómo sus nalgas, esculpidas y llenas como medias lunas
perfectas, se flexionaban mientras se introducía en mí. Deseé tener las
manos libres para poder estrecharlas y sentir la fuerza y la flexibilidad
de su piel dorada bajo mi contacto.

Me empujó más hacia la cama con sus caderas y me abrió las


piernas con las palmas de las manos en el interior de los muslos.

Me exhibía lascivamente en el espejo, y me di cuenta de que esa


era su intención, para poder ver cómo se hundía en mi coño rosado y
brillante con cada duro golpe de sus caderas.
213

Grité cuando su punta rozó mi vientre, el magullado empuje de


Página

esta hizo que mi mente se desplazara aún más al espacio exterior. Mi


orgasmo siguió y siguió, suavizándose lentamente como la marea
después de un tsunami, hasta que me quedé sin fuerzas, pero
consciente de que Alexander estaba encima de mí. En el exterior, mi
coño se aferraba a la nada mientras su polla seguía dura sobre mi
muslo.

Quería protestar porque no se había corrido porque, de alguna


manera, eso me parecía vital. ¿Era yo una buena sumisa si mi amo no
se corría?

Pero entonces me di cuenta de que me acariciaba el cabello.

Me quedé helada, con la respiración detenida en mis pulmones


como el ámbar.

Mis ojos escudriñaron su rostro en busca de respuestas a la ternura,


pero todo lo que encontré fue la perfecta simetría de sus aristocráticas
facciones, la frondosidad de su labio inferior y el arco de la parte
superior. Su fuerte mandíbula estaba recubierta de vello como si
fueran escamas de oro puro, y sus largas pestañas parecían picos de
metal precioso sobre sus ojos color tormenta.

No podía leer nada en su rostro.

A menos que él quisiera que así fuera, allí no había nada nunca.

Nunca había visto a un hombre con un rostro tan parecido a una


máscara.

A decir verdad, hizo que mi corazón empático se doliera por él.


¿Qué clase de vida había llevado que lo hizo tan alejado, tan
insensiblemente reservado?

—Nunca he visto ojos más inquisitivos —murmuró mientras me


214

miraba—. Un manuscrito dorado de preguntas. ¿Qué le preguntarás


Página

primero al halcón, ratoncito?


—¿Por qué no te has corrido conmigo? —pregunté, aunque la
pregunta me quemaba al salir de mi garganta.

Su sonrisa se extendió lentamente por su rostro, y estaba lo


suficientemente cerca como para que yo pudiera observar cómo
cambiaba sus ojos de peltre a gris claro y cómo se enganchaba desde
un lado de su boca y pasaba al otro.

Dios, pero era una bestia tan hermosa.

Había creído conocer la belleza antes, pero nunca como la suya.


Nunca un guapo tan poderoso que hiciera daño a los ojos, ni un
hombre tan bello que pudiera convertirlo en un arma.

—No he corrido contigo, porque ese no es siempre el propósito de


nuestro juego. A veces, es para enseñarte una lección; a veces, para
recompensarte por tu buen comportamiento y a veces, se trata de una
buena dinámica de poder a la antigua. Te acabas de correr como una
pequeña y ansiosa buscona mientras yo estaba lo suficientemente
controlado como para aguantar. ¿Cómo te hace sentir eso?

Sabía que el rubor no se notaría en mi piel, pero mis mejillas


ardían de vergüenza. —Como una puta.

—Mmm —reconoció con una ligera sonrisa de suficiencia—. Sólo


para mí.

—Parece que disfrutas con esto, siendo cruel un momento y dulce


al siguiente. Me está volviendo más loca de lo que lo hizo el
aislamiento en el salón de baile —le admití, mirando sus dedos
mientras hacían girar un trozo de mi sedoso cabello.
215

Observé cómo sus ojos pasaban de la plata del sol a la cara oscura
de la luna, llena de cráteres y misterios torturados. Clavó sus dedos en
Página
mi cabello como si las hebras contuvieran las respuestas a todas las
preguntas de la vida.

—Fui criado para ser un señor y un amo. Mi padre y sus... amigos


me entrenaron desde pequeño para ser despiadado en mi búsqueda del
placer y el poder, en el trato con el dinero, la sociedad y,
especialmente, las mujeres. No estoy seguro de si habría nacido con la
inclinación de azotar el culo de una mujer con un bastón, pero ¿no es
esa la interminable cuestión de la naturaleza frente a la crianza?

—Creo que te gusta —susurré, porque esta transparencia entre


nosotros era nueva, y no quería romper el papel mientras trazaba
cuidadosamente sus bordes—. Te gusta hacerme daño.

—Sí —aceptó mientras su otra mano se deslizaba por mi torso,


entre mis pechos, hasta rodear mi garganta—. Me encanta ver tu
cuerpo expuesto y temblando debajo de mí como un cable pelado. Te
haría esto, aunque no tuviera que hacerlo.

—Pero sí tienes que hacerlo. Háblame de Salvatore.

Su suspiro me alborotó el cabello mientras se desplazaba sobre mí,


metiendo uno de mis muslos entre sus piernas para que todo mi cuerpo
quedara pegado al suyo. Quería acurrucarme bajo el ángulo correcto
de su mandíbula, inclinar mi nariz contra su pulso y sentirlo tan fuerte
y seguro contra mí, mejor de lo que podría ser cualquier manta de
seguridad.

No debería haberme sentido tan cerca de él ni tan segura entre sus


brazos, pero me dije a mí misma que era la extraña secuela eufórica de
la sumisión lo que me hacía sentir indebidamente necesitada y casi
216

llorosa.
Página

—Cuando te abracé en aquel callejón, supe quién eras antes de que


me dijeras tu nombre. Podía verlo en tus ojos y en el corte de tu
mandíbula y luego, cuando hablabas, compartías el mismo acento; las
largas y suaves vocales del napolitano.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté, mirando hacia el borde del


acantilado, con los dedos de los pies enroscados en el lateral para
sujetarme.

No quería caer, pero el impulso de mi espalda me empujaba hacia


delante, y sabía que la caída era inevitable.

La mano de Alexander me rodeó el cuello con tanta fuerza que no


pude respirar. —¿No es obvio? Amadeo Salvatore es tu padre.

Jadeé, desesperada por sacar aire y sentido en mi cuerpo, pero


Alexander no me lo permitió. Su peso contra mi pecho se intensificó,
y sus dedos palpitaron sobre mi garganta al compás de mi pulso.

—Tu madre tuvo una aventura con él hace más de dieciocho años,
cuando tu padre estuvo preso durante un tiempo. Sólo lo sé porque
Amedeo y mi madre hablaron de ello a veces a lo largo de los años,
cuando era tarde y pensaban que los niños pequeños debían estar en la
cama. El resultado fueron mellizos, dos bebés tan hermosos que,
aunque no pudo engendrarlos, tampoco pudo dejarlos ir.

—Detente —grazné mientras las estrellas estallaban frente a mis


ojos.

No sabía si era por la falta de oxígeno o por el hecho de que todo


mi universo se estaba reorganizando para dar sentido a esta noticia.

Salvatore no era mi padre.


217

No podía serlo.
Página
Mamá no era una fanática, pero era una devota católica romana.
Era una de las razones por las que nunca se había divorciado de
Seamus, incluso cuando debería haberlo hecho.

Tener una aventura con otro hombre cuando estaba casada y con
otros dos bebés en casa... simplemente no tenía sentido.

Sólo podía evocar el anhelo atormentado en los ojos de mamá


cuando miraba por la única ventana de nuestra pequeña cocina y cómo
lloraba a veces por la noche, sosteniendo las cuentas del rosario y un
libro de oraciones, murmurando sobre el perdón y el pecado. Siempre
había supuesto que rezaba por Seamus, el penúltimo pecador de
nuestra familia, pero ¿y si me equivocaba?

No me parecía a Seamus ni a mis hermanas que sólo habían


heredado la tez dorada de mamá y que, por lo demás, eran réplicas de
nuestro padre.

Sebastian y yo estábamos cortados con tela oscura, construidos


con ángulos fuertes y líneas largas que hablaban de genes diferentes.

Unos que remitían a un capo que había conocido toda mi vida, uno
que se cernía sobre nuestras pequeñas vidas como un poder oscuro.
Era alto, fuerte y moreno, con unos andares suaves y ondulantes que
me recordaron de repente a los de Sebastian.

La sonrisa de Alexander se abrió como una herida de cuchillo en


su cara. —Lo ves, ¿verdad? Te tomé porque tu padre biológico mató a
mi madre y tu falso padre fue tan estúpido como para usarte para
pagar sus deudas. Parece que los pecados de ambos padres te han
encadenado a tu destino mucho antes de que te dieras cuenta.
218

Mi respiración resollaba a través de mi garganta como un aparato


Página

de aire acondicionado mal equipado, mi cuerpo caliente y frío en


extraños giros.
—Pensé en matarte —reflexionó Alexander mientras volvía a
acariciarme el cabello, sólo que esta vez su tacto no era tierno, sino
superficial. De la misma manera que uno acaricia a su sabueso cuando
ya ha pasado su mejor momento antes de enviarlo al matadero—. Pero
eso fue antes de conocerte y ver esos valiosos ojos de dinero de los
que Amedeo siempre había hablado tan poéticamente. Qué mejor
destino, pensé; utilizarte, doblegarte a mi voluntad y luego enviarte de
vuelta a él. ¿Cuánto más poético sería que fuera su propia hija sagrada
la que le llevara a su perdición?

Quise arañar su mano, desesperada por apartar sus dedos de acero


de mi tráquea; pero seguía atada a los postes de la cama, indefensa
como una estrella de mar demasiado alta en la costa. Mi mente había
perdido su atadura a mi realidad destrozada y estaba empezando a
perder cualquier apariencia de mi vida tal y como la conocía.

Era muy posible que me estuviera matando.

—Era un buen plan, ya ves, topolina; y me resisto a cambiarlo.


Sólo que ahora, las cosas han cambiado irremediablemente. Yo… —
inspiró profundamente y acercó aún más su rostro al mío para que sus
ojos se tragaran mi visión como un eclipse lunar, y su boca estuviera
contra mis labios—. Me encuentro tan esclavizado por ti como tú lo
estás por mí. El sabor de ti persiste en mi boca, el eco de tu risa en mis
oídos, y el tacto de tu piel satinada persigue mis dedos; así que, en
momentos extraños, siento que podría manifestarte en mi poder de la
nada.

>>No deseo utilizarte más para matar a tu padre. No deseo ser


engañoso sobre mis motivaciones. Quiero que desees ayudarme.
219

Ayúdame a hacer justicia a un hombre que te dejó por pobre y


abandonada en el páramo de Nápoles durante años para que te valieras
Página

por ti misma hasta que finalmente te vendió como esclava sexual.


Ayúdame a enviar a la cárcel por sus crímenes al hombre que mató a
mi madre por celos y rabia. Por favor —dijo con un golpe de lengua
sobre la parte superior de mi boca abierta. La palabra se posó como
una perla en mi lengua, un precioso regalo que quería tragar y
mantener a salvo en la cavidad de mi vientre para siempre—. Por
favor, cuando llegue el momento, ayúdame.

No pensaba racionalmente.

Todo mi mundo había cambiado ese día por el zenit en el corto


lapso de tres meses, y necesitaba tiempo para pensar. Tiempo para
alejarme de un hombre que irradiaba un campo magnético que
rivalizaba con los polos de la Tierra, que atraía hacia él mi eterna
brújula moral como un Norte verdadero defectuoso.

No me tomé ese tiempo, y no quise hacerlo.

Me había manipulado demasiado. Estaba llena de una ira que había


estado latente demasiado tiempo, de una justa indignación que
necesitaba algún fin y ese fin me lo estaba dando.

¿Acaso el arrogante y destructivo Salvatore, que gobernaba el


submundo criminal de Nápoles que había atormentado a mi familia
durante años, no merecía ser castigado?

Puede que fuera mi padre biológico, pero eso sólo significaba que
había sido sembrado por el diablo italiano. En realidad, había hecho
tanto daño duradero como Seamus, ¿y no me había librado de él?

¿Qué era un mal más enderezado? Sobre todo, si librar a Nápoles


de Amedeo Salvatore significaba que mi familia podría seguir
adelante sin problemas.
220

Mi mente y mi corazón apasionados chocaron en unidad, pero


fueron mis entrañas las que agitaron una respuesta.
Página
—Sí, cuando llegue el momento, si eso significa que me dejas
volver con mi familia, te ayudaré a llevarlo ante la justicia.

El rostro taciturno de Alexander se abrió en una sonrisa de labios


llenos que me dejó sin aliento. Me quitó la mano del cuello y la
deslizó hacia arriba para poder acariciar mi mejilla y hundir las puntas
de sus dedos en el cabello sobre la oreja. Sus ojos eran elocuentes con
el orgullo, el alivio y el triunfo feroz; pero no expresó nada de eso. En
su lugar, cerró lentamente su boca sobre la mía y dejó que me las
comiera de su lengua.

—No puedes decírselo a tu familia —murmuró—. No pueden


saberlo.

Asentí porque no quería que lo supieran por mis propias razones.


Yo era la primera línea de defensa del clan Lombardi, así que desde
luego no iba a ser yo quien lanzara una granada en su niebla.

Además, ¿cómo iba a ser yo el panel de cristal en una familia de


fracturas si toda mi vida era una mentira bien guardada? ¿Seguiría
Elena confiando en mí, y Elle permitiéndome apoyarla? ¿Cómo
respondería mamá por sus pecados y seguiría adelante conmigo hacia
un mejor lugar de entendimiento?

¿Qué haría Seb, sabiendo que era el engendro del peor hombre que
había conocido?

No, sería un secreto más que albergaría como un cáncer en mis


células para que no infectara a mi familia.

—¿Me hablarás de Edward? —pregunté, desesperada por quitarme


la presión del pecho y centrarme en otro misterio que no tenía nada
221

que ver conmigo.


Página
Alexander frotó su nariz contra la mía. —No, preciosa. Esa fue
una confesión suficiente por esta noche.

Apartó su rostro apagándose hasta que la luz de su ternura


desapareció y sólo quedó la oscura sombra de la dominación. Se me
secó la boca al ver su enorme polla saludando al techo mientras
caminaba de rodillas, a horcajadas sobre mis piernas y mis caderas,
para luego posar sus nalgas sobre mi abdomen. Apretó su polla con
una mano y utilizó la otra para aplastarme los pechos como si fueran
cojines antes de empujarlos. Me estremecí cuando escupió en el
abrupto valle de mi escote y luego introdujo lentamente su ardiente
polla en su pliegue.

—Ahora —dijo con una voz como una mano en mi garganta—. Es


hora de que hagas correr a tu amo.
222
Página
Le estaba esperando.

Mis muslos estaban humedecidos, el aire a mi alrededor


perfumado con mi aroma a miel.

Nunca había sido muy paciente, por lo que la espera no debería


haber funcionado en mí como un afrodisíaco tan embriagador, pero
cada minuto que pasaba golpeaba mi coño como el latido de un gong,
la lujuria reverberando en mi cuerpo desde la fuente.

Tanto como mi sexo palpitaba, mi pulso era fuerte, pero uniforme;


mi respiración era larga y lenta. Me sentía centrada por el peso en mi
núcleo y mi único objetivo.

Espérame junto a la puerta, desnuda, arrodillada con las piernas


abiertas y las manos a la espalda.

Cuando la espera se volvía excesiva, pensaba en esas órdenes en el


tono recortado e imperturbable de Alexander, y me refrescaban como
223

un cubito de hielo en un té caliente, no lo suficiente y sólo


brevemente.
Página
Me dolían los hombros por llevar las manos a la espalda, por
levantar los pechos al aire, con los pezones duros y puntiagudos como
flechas clavadas en un arco.

No estaba cómoda en ningún sentido de la palabra.

Pero mi incomodidad me excitaba.

En ese momento, tras casi una hora arrodillada en el gran salón,


todo me excitaba.

El frío e implacable beso del mármol en mis espinillas, el peso de


todo mi cuerpo comprimiendo mis tobillos y la forma en que la
constante corriente de aire de la vieja mansión zumbaba alrededor de
mi hinchado sexo como el susurro de un beso.

Si me presionaban, no estaba segura de sí diría mi nombre, mi


fecha de nacimiento o mi lugar de residencia anterior.

Sólo era carne, embellecida en un plato y esperando al paso para


ser servida en caliente a un invitado que pagara mucho o a un crítico
severo.

Llevaba cinco días fuera.

No debería haber sido un tiempo tan interminable.

De hecho, debería haber sido un amado respiro de sus constantes


atenciones sexuales.

Al principio, me alegré de la libertad. Tomaba casi todas las


comidas en la cocina con Douglas, que preparaba platos italianos que
casi rivalizaban con los de mamá. Me entrenaba en el gimnasio todas
224

las mañanas, nadando en la piscina, mirando la enorme estatua de


Página

Poseidón mientras hacía la brazada. Pasaba cualquier otro momento


libre en la biblioteca, leyendo primeras ediciones de las hermanas
Bronte y de Byron, copias impresas bellamente ilustradas de novelas
de fantasía como El león, La Bruja y El Armario, y El Hobbit.

Pensaba sin cesar en Salvatore. Ya no dudaba de que fuera mi


padre. Tenía sentido dada su excéntrica presencia en nuestras vidas y
lo mucho que nos parecíamos a él. Cada vez que me dejaba llevar por
él, me enfadaba tanto que sentía que iba a salirme de la piel. Era su
cara la que imaginaba cuando daba puñetazos y patadas al saco
colgante en el gimnasio, sus ojos los que fingía arrancar cuando
practicaba esgrima con Riddick, el único hombre autorizado a hacerlo
mientras Alexander no estaba.

A veces, a última hora de la noche, cuando la oscuridad y la


soledad me carcomían la piel como tantos bichos que se arrastran, me
desesperaba pensando en los "y si". ¿Y si se hubiera quedado con
mamá? ¿Y si no hubiera matado a Chiara Davenport? ¿Y por qué?
¿Qué clase de hombre hizo algo de eso a menos que fuera pura y
llanamente malvado?

Para distraerme aún más, me atiborré de comida, ejercicio y


lectura; pero eso no sirvió para llenar el pozo sin fondo de anhelo que
se abrió en la boca de mi vientre en cuanto Alexander se marchó de
viaje.

Mi mente era errática, revoloteando de interés en interés, incapaz


de asentarse sin la firme dirección de las órdenes de Alexander. Me
adapté lentamente, como si me despertara de un sueño. Al quinto día,
mi mente volvía a ser mía, pero sintonizada en una emisora llena de
estática.

Lo que más sufría era mi cuerpo. Lo sentía dolorido e inquieto, tan


225

apático que a veces me preguntaba si podría salir de la cama.


Página
Era como si fuera una batería agotada, y lo único que podía
reanimar mis iones era el sexo.

Aparte de Douglas, Riddick era el único hombre que veía, aunque


era normal que me cruzara con otros sirvientes masculinos. No tardé
en darme cuenta de que me los ocultaban deliberadamente. Noel se
había ido con Alexander, así que ni siquiera tenía sus partidas de
ajedrez para llenar el vacío.

Alexander me había convertido en un monstruo sexual, pero la


única persona contra la que quería que me armara era él mismo.

Mis sensibles oídos captaron el delator estruendo de la grava


agitándose bajo las ruedas incluso a través de los gruesos muros de
piedra.

Un coche estaba llegando.

Nunca teníamos visitas, así que tenía que ser él.

Mi amo.

Mi boca se inundó de salvia. Tenía ganas de salir de mi postura


para que, en el momento en que se abriera la puerta, mi cuerpo
estuviera sobre el suyo, sus manos agarrando mi culo mientras
enlazaba mis largas piernas a su alrededor, y todo estaría bien en mi
mundo en Pearl Hall.

Me dolía físicamente reprimir el impulso, pero el dolor que sentía


cuando apretaba esos músculos mentales me hacía sentir bien. Me
sentí bien porque sabía que sería recompensada por mi inusual
paciencia.
226

Cuando lo viera, sabría que era sólo otro nuevo truco en el arsenal
Página

de rasgos que me estaba enseñando.


Los tacones chocaron con los adoquines de los escalones. Un bajo
murmullo de voces.

Luego, el pesado terciopelo contra el aterciopelado sonido de la


puerta al abrirse.

Mi aliento abandonó mi cuerpo mientras me llenaba de una


anticipación nerviosa y deliciosa.

Mi amo estaba en casa.

No levanté la vista ni siquiera cuando los zapatos chasquearon dos


veces, y luego se detuvieron durante un momento interminable en el
marco de la puerta, antes de que volvieran a ponerse en marcha,
cruzando el suelo de cuadros blancos y negros hacia mí.

Cuando sus mocasines negros de Ferragamo aparecieron en mi


línea de visión, podría haber llorado.

No habló mientras me miraba fijamente, ni siquiera cuando


finalmente colocó una pesada mano en la parte superior de mi cabeza
y la alisó sobre mi cabello. Se me escapó la respiración entre los
labios cuando se acercó y jugueteó con su camisa.

Su mano cayó ante mis ojos sosteniendo una brillante corbata roja.

Tragué con fuerza.

Me la anudó enérgicamente alrededor de la cabeza, sobre los ojos,


y aunque lo intenté, la tela era demasiado opaca para que pudiera ver
algo.

El jadeo metálico de su cremallera, el crujido de la tela al separarse


227

y luego la presión caliente de su erección contra mi mejilla.


Página
Olía tan bien allí, a almizcle profundo y a hombre pecador. Saqué
la lengua para lamerlo y no me importó lo depravada que me hacía
parecer.

Me sentía vacía, vacía, vacía, y necesitaba que él me llenara.

Como si escuchara mis pensamientos, entrelazó sus dedos en la


parte posterior de mi cabello y me empujó lentamente hacia su
longitud, empalándome.

Gemí y se me saltaron las lágrimas.

Había echado de menos esto, su hinchazón entre mis labios y su


lucha en mi garganta. Mi belleza siempre había sido mi único talento,
pero ahora tenía otro.

Complacer a mi amo.

Su mano se agitó en mi pelo, y la otra se unió a ella, enhebrando


los mechones para usarlos como riendas. Me encantó derretir con mi
boca su habitualmente férreo control.

Chupé su pene, apreté mi garganta en torno a su longitud y lamí la


gorda cabeza como un gatito lamiendo leche.

Se corrió con demasiada rapidez, y los dos gemimos como si nos


doliera mientras su semen caía a chorros sobre mi lengua.

Finalmente, apartó mi boca aún ansiosa de su longitud y se apartó,


respirando con dificultad.

A medida que mi subidón de sumisión disminuía, mis tripas


empezaron a apretarse con inquietud.
228
Página
Alexander nunca había sido un amante silencioso. Disfrutaba
burlándose de mí mientras me utilizaba, haciéndome suplicar mientras
me hería tan bien.

¿Por qué estaba tan callado?

Abrí la boca para preguntarle cuando el silencio de la puerta bien


engrasada susurró por todo el pasillo.

Mi columna vertebral se tensó y luché contra el impulso de correr.

Estaba desnuda, arrodillada en el gran salón como una estatua


destinada al uso en lugar de a la ornamentación, y allí había otra
persona que no era mi amo.

—¿Qué coño es esto? —La voz de Alexander retumbó en el


vestíbulo, el eco se clavó en las esquinas como si estuviera atrapado
por telas de araña—. Aléjate de mi propiedad ahora mismo.

Me quité la venda de los ojos justo a tiempo para ver a Alexander


en la puerta, con su cuerpo colosal de rabia mientras miraba fijamente
al hombre que tenía delante.

El hombre que acababa de utilizarme.

Era más bajo y delgado que Alexander, con el pelo rubio y rizado
alrededor de las orejas. Sin embargo, lo que más me perturbaba era su
polla, que colgaba medio erecta fuera de sus pantalones abiertos y aún
mojada por mi boca.

La bilis se estrelló contra mi esófago y me atraganté con ella una


vez antes de someterme al impulso de vomitar por encima del hombro
229

en el enorme jarrón oriental que tenía detrás.


Página

Por el rabillo del ojo, vi cómo Alexander salía de su aterradora


parálisis y atravesaba la habitación, barriendo al intruso en su estela
ciclónica. Lo levantó con una mano en el cuello de la camisa y la otra
en el hombro.

Tosí y jadeé, con la mano sobre el corazón desbocado, mientras


Alexander lo golpeaba brutalmente contra una de las paredes. Dos
cuadros cayeron en picado al suelo junto a ellos, el cristal se rompió
en miles de trozos cristalinos a sus pies.

Alexander no se dio cuenta.

Estaba completamente consumido por su rabia. No pude ver su


rostro mientras lo acercaba al de mi agresor, pero pude ver la furia en
cada línea de su forma de gladiador mientras apretaba una gran mano
alrededor del cuello del hombre.

—¿Te atreves a tocar lo que es mío, Lord Ashcroft? —Alexander


gritó por encima del sonido del hombre que se ahogaba por la
respiración—. ¿Se atreve a utilizar la propiedad de un hombre de
Davenport sin mi permiso expreso? Te mostraré lo que se hace con los
viles ladrones en esta casa.

Llamado por la conmoción, Riddick apareció en una de las muchas


puertas de la sala circular y tomó al hombre con un fuerte apretón por
el cuello.

—Llévalo a la Silla de Hierro —ordenó Alexander.

Lord Ashcroft gimió. —Alexander, viejo amigo, ¿qué diablos te


pasa? ¿Qué es un poco de reparto entre hermanos de la Orden?

—Me importa una mierda la Orden. Esta es mi casa, y tú has


metido tu miserable excusa de polla en la boca de mi adorable esclava.
230

Has profanado en mi altar, y serás castigado como lo hicieron los


paganos, de una manera tan inmisericorde, que sentirás las
Página

consecuencias de tus actos por el resto de tu vida.


Ashcroft se lamentó mientras Riddick giraba sobre sus talones y lo
arrastraba literalmente fuera de la habitación. Me quedé mirando tras
ellos con mudo horror.

No sólo estaba traumatizada por la agresión de un hombre extraño.

Estaba fracturada por mi voluntad de someterme. Una mujer sana


habría mirado a los ojos del hombre al que iba a dar placer; habría
exigido algo a cambio o, como mínimo, no se habría sentido elevada a
un plano espiritual en el momento en que una polla estuviera entre sus
labios.

Fue la constatación de que era una puta lo que me arrasó en ese


horrible momento. Por eso, cuando Alexander se acercó a mí y se
agachó para inclinarme suavemente la barbilla con sus nudillos
curvados para mirarme a los ojos y estudiar mi estado mental, no
encontró nada.

Ninguna topolina valiente, ninguna Cosima atávica.

Sólo una cáscara vacía.

—Mi belleza —respiró, su voz vaporosa mientras la agonía le


golpeaba en las entrañas—. Mi dulce y pura belleza. Siento mucho
que te haya profanado.

Disculpa de los labios de mi amo.

Debería haber sido un regalo que pasara demasiado tiempo


desenvolviendo, alisando las cintas entre mis dedos, burlándose de la
cinta con el borde del pulgar como un niño en Navidad.
231

En cambio, su belleza se sentía extraña en mi regazo. Un regalo


que no merecía.
Página

Debería ser yo la que se disculpara por ser tan golfa.


Por permitir que otra persona me utilizara para su placer cuando
sólo era Alexander a quién quería servir.

Era horrible en formas que podía reconocer y entender. Si había un


monstruo bajo mi cama, quería que fuera él porque la suya era una
crueldad con la que estaba familiarizada.

La idea de ser utilizada y aterrorizada por otro me deshizo por


completo.

—Lo golpearé hasta dejarlo sin vida —me dijo Alexander mientras
usaba suavemente el borde de su manga para secar las lágrimas que no
sabía que se derramaban por mis mejillas—. Lo sentaré en la Silla de
Hierro y le aplicaré las colas de gato hasta que se convierta en una
masa ensangrentada de cintas despojadas en el trono de púas. ¿Qué te
parece, topolina? ¿Crees que entonces entenderá que no estás hecha
para nadie más que para mí?

¡Sí! siseó mi mente. Podía imaginarme a Alexander usando su


considerable fuerza para desollar al hombre por sus transgresiones,
burlándose de su idiotez para poder romper su cuerpo y su mente
simultáneamente.

Alexander era un campeón en eso.

Debería saberlo.

—¿Te gustaría mirar? ¿Te haría sentir mejor? —me preguntó,


recorriendo con sus suaves dedos la línea de mi cabello, y pasando el
pulgar por mi boca hinchada.

Todavía podía saborear a Ashcroft, y me daban ganas de volver a


232

tener arcadas. Podía sentir su forma como un fantasma en mi garganta


y el peso de sus manos en mi cabello.
Página

No, no quería ver cómo Alexander le golpeaba.


Necesitaba otra cosa.

Algo que mi mente racional podría considerar aún más


aborrecible.

—Te necesito —admití en una respiración entrecortada.

Extendí la mano para enroscar mi puño en su camisa. No llevaba


corbata. Debería haber sabido, en cuanto vi aquella chillona corbata
roja, que no era Alexander quién me seducía. Mi Alexander nunca
llevaba corbata.

Me incliné hacia delante para acercar mi nariz al hueco de su


garganta expuesta, respirando profundamente su delicioso olor a
cedro. —Te necesito —repetí, esta vez con más fuerza—. Necesito
que me tomes y me demuestres que soy tuya y de nadie más.

Alexander emitió un ruido en la garganta que era mitad agonía,


mitad ronroneo; y su mano subió para aferrar brutalmente la parte
posterior de mi cabello, tirando de él para que me viera obligada a
mirarlo. Sus ojos marcaron las húmedas profundidades de los míos,
buscando entre los fragmentos rotos de mi espíritu para ver cómo
hacerme entera de nuevo.

Encontró la respuesta que buscaba y volvió a gemir mientras


inclinaba mi cabeza y saqueaba mi boca con la suya.

Aproveché el sabor mentolado y varonil de su boca para limpiar


mi paladar y me acerqué más, amasando mis manos en su pecho como
un gato en busca de afecto.

Él me lo dio.
233

Nos besamos hasta que mi mente dio vueltas como un trompo,


Página

hasta que cada aliento se sintió arrancado de mis pulmones y mi


corazón estuvo a punto de estallar.
Había un pensamiento en mi cabeza que excluía todo lo demás: lo
necesito, lo necesito, lo necesito.

Jadeé cuando sus manos pasaron por debajo de mis axilas y me


levantó para que me viera obligada a rodear su cuello con las piernas y
a sentar mi coño contra su rostro. Mis manos se hundieron en los
sedosos mechones de su cabello y lo atrajeron hacia mí para que
pudiera mantener un precario equilibrio con mi culo sentado en el
amplio cuenco de sus palmas.

Me devoró sin piedad, mordisqueando mis labios, chupando con


fuerza, dando besos contra mi clítoris, y luego introduciendo su lengua
en lo más profundo de mi ser. Me concentró en el vértice de mi sexo,
de modo que el húmedo deslizamiento de su boca contra mi inundada
entrada era todo lo que podía oír y todo lo que podía ser era sensación.

Normalmente, cuando me corría por él, me hacía pedazos,


deshecha por su contacto. Esta vez fue diferente.

Cuando llegué al clímax, el fuego inundó mis bordes rotos y


dentados, uniéndolos de nuevo, suavizando las conexiones hasta que
fueron perfectas, y volví a estar completa en sus brazos. Grité por lo
extraño de la sensación y por lo abrumador del placer, y mis gritos se
magnificaron en la habitación hasta que resonaron en toda la casa.

Quería que me oyeran.

Quería que los sirvientes supieran que yo era de Alexander para


que dejaran de mirar lascivamente. Quería que Ashcroft supiera que,
incluso mientras estaba empalado en una silla de pinchos y era
golpeado por los carnosos puños de Riddick, yo estaba
234

experimentando el placer de mi legítimo dueño, expurgando su marca


en mí con la misma facilidad con que se limpia una pizarra.
Página
Cuando por fin bajé de la cima de mi clímax, me encontré
desplomada sobre Alexander, con mis dedos acariciando su hermoso
cabello de una forma que nos reconfortó a ambos. Me dio un beso en
el interior húmedo del muslo, pero no se movió, dejando que me
tomara mi tiempo para recuperarme.

Me di cuenta de que era la suave intimidad lo que tanto me gustaba


de nuestra dinámica sexual. Alexander podía doblarme por la mitad,
romperme en los bordes afilados del placer con sus escenas y sus
exigencias, pero siempre, siempre me devolvía a la tierra con el suave
toque de sus manos.

Su ternura era mi perdición. Aun dándome cuenta, sabía que nada


cambiaría. Había ido deshaciendo poco a poco mi largo camino desde
el momento en que llegué, e incluso antes, cuando se fijó en mí en
Milán y se empeñó en conquistarme.

Estaba perdida antes de que me diera cuenta de que me había ido.

Suspiré con fuerza, y Alexander lo tomó como la señal que era. Se


desplomó ligeramente para que mis piernas se deslizaran fuera de sus
hombros, y yo caí en su regazo, con sus brazos rodeándome en una
dulce esclavitud.

—¿Quién iba a saber que algo tan fuerte podía ser tan
desgarradoramente hermoso? —susurró mientras estudiaba mi rostro y
arrastraba su pulgar de bordes rugosos por la línea de mi mandíbula.

Quise agachar la cabeza y esconderme detrás de mi cabello porque


un cumplido nunca se había sentido tan profundo, pero él no me dejó
escapar de su escrutinio.
235

—No te ha quitado nada porque no vale nada, ¿entiendes? —


Página

continuó con la voz baja que siempre utilizaba cuando trataba


conmigo. Como si no quisiera que el aire entre nosotros conociera
nuestros secretos.

Mi labio tembló y él lo apretó con la yema del pulgar.

—Dímelo —exigió.

Aspiré una profunda bocanada de aire que me quemó la garganta y


me fortificó como un fuerte brandy—. No me quitó nada porque no
vale nada.

—Te lo voy a dar todo porque tú lo vales todo —dijo de una


manera que lo convirtió en un juramento y para sellarlo, cerró su boca
sobre la mía en un beso firme y duro que se sintió como un sello de
cera estampado con su escudo.

—No te entiendo —le dije temblando—. Quieres destruirme en un


momento y adorarme en el siguiente.

Cerró los ojos, con un aspecto muy cansado por primera vez desde
que lo conocí. No contuve mi impulso de levantar la mano y alisar las
líneas de su frente fruncida con mis dedos.

—Tú no eres inglesa y no eres de la misma edad, así que ¿cómo


puedes entenderlo? Nací en algo que no puedo cambiar y debo llevar
las cargas de mis antepasados.

—Nada es irrevocable —le dije, pero las palabras me parecieron


una mentira mientras me sentaba en la cuna de sus brazos porque
sabía que no había nada cambiable en la forma en que había alterado
la composición de mi mente.

—Algunas cosas lo son. Hay secretos con raíces que se remontan a


236

los años mil quinientos en una familia tan antigua como la mía, y hay
Página

algunos que son tan recientes como mi vida que son demasiado
atroces como para dejarlos atrás.
—¿Y estos secretos explican por qué me has comprado?

Se apartó para considerarme, enredando ociosamente uno de sus


dedos en un mechón de mi oscuro cabello. —Creo que quizás te
habría adquirido, aunque no te hubiera necesitado. El momento en que
me salvaste la vida fue el momento en que te convertiste
involuntariamente en mía.

—Una extraña forma de pagar una deuda —observé porque,


aunque estaba suave por mi orgasmo, todavía había espinas en los
bordes de mis pensamientos por el trauma de todo aquello; cada
recuerdo era una punzada de dolor contra mi psique.

Él me había hecho ese daño, directa e indirectamente.

—Así es. Espero poder explicártelo algún día, pero ese día no es
hoy, y no es pronto. Ahora, levántate y ve directamente a tu
habitación. Quiero que te quedes allí mientras me encargo del
bastardo que actualmente ocupa mi calabozo. ¿A menos que quieras
mirar?

Lo pensé mientras me mordía el labio inferior. Era innegable que


habría algo satisfactorio en ver a un hombre herido por sus
transgresiones contra mí. Pero no creía que quisiera ser el tipo de
golosa que se entregaba a algo así.

—Voy a subir.

—Buena chica —dijo con una pequeña sonrisa que no llegó a sus
ojos.

Tiró de mi barbilla hacia delante para apretar un beso en mi boca,


237

y luego nos levantó a los dos con facilidad.


Página

—Oh, bien, se están preparando —dijo una voz desde la entrada


del ala izquierda de la casa.
Noel estaba allí con algo más formal que un esmoquin, su pelo
dorado con hilos de plata apartado de su rostro con pomada.

Hice un ruido en la garganta y me agaché ligeramente detrás de


Alexander porque estaba cansada de estar desnuda delante de hombres
completamente vestidos.

—¿De qué demonios estás hablando? —exigió Alexander,


cruzando los brazos sobre el pecho y apuntalando los pies como un
militar.

—La Orden se acerca.

Algo oscuro impregnó la habitación, y la luz de las pequeñas


ventanas de la parte superior del espacio de dos pisos se apagó de
repente. Lógicamente, sabía que las siempre presentes nubes inglesas
habían cubierto el débil sol de finales de otoño, pero el presagio se
sentía demasiado poderoso como para racionalizarlo.

—¿Y quién coño les ha invitado? —preguntó Alexander aunque la


respuesta era obvia.

Noel sonrió con tranquilidad. —Preguntaron por la chica, como es


su derecho. No lo habías hecho; por lo tanto, les di una actualización.

—Una actualización que claramente requería que nos controlaran.

Su padre se encogió de hombros. —Yo no soy el hombre en el


poder. Habla con Sherwood.

—Oh —dijo Alexander en tono sombrío—. Lo haré. Tú y yo


también tendremos unas palabras. Ashcroft llegó temprano y asaltó a
238

Cosima.
Página
—¿Cósima? —Frunció el ceño, con un aspecto tan confuso de
hombre mayor que sentí el impulso de ir hacia él—. Oh, ¿te refieres a
Ruthie? Qué terrible malentendido.

—No ha habido ningún malentendido —dijo Alexander, con los


puños apretados a los lados—. Tú eres el orquestador de esta locura, y
eres tú quien debe cargar con la marca de ésta. No Cosima.

Finalmente, una expresión que no era tranquila ni solícita cruzó el


rostro de Noel. Se deslizó bajo su piel, no del todo, una serpiente en la
hierba esperando pasar desapercibida. Reflexivamente, retrocedí. El
hombre con el que había pasado las tardes había sido sabio, amable y
lo suficientemente mayor como para reconfortarme, porque un
hombre así no veía a las jóvenes como yo más que como delicadas
señoritas.

Esa mirada no decía todo lo que se había transmitido ese día.

—No la llames por ese nombre —le ordenó a Alexander—. Ahora


es Ruthie.

Nunca había visto a nadie ordenar a Alexander, y fiel a mis


expectativas, lo tomó como el insulto que era.

—Yo decidiré cómo llamarla ya que es mi esclava, padre. Te


olvidas de ti mismo. Tal vez tu senilidad está impidiendo tu juicio.

—Tal vez tu polla esté perjudicando el tuyo —espetó Noel, con los
tendones de su cuello en tensión. —¿Olvidas la razón por la que
hacemos las cosas que debemos hacer? ¿Es tan fácil olvidar a tu
propia madre?
239

El silencio que se extendió entre ellos era denso y tóxico como las
secuelas de una bomba atómica. Los dos hombres se miraron sin
Página

moverse durante tanto tiempo que empecé a sentirme incómoda.


—Sube —dijo Alexander, dirigiéndose claramente a mí—. Sube y
prepárate para ser presentada como mi esclava esta noche.

Mis fríos pies se agitaron contra el mármol y estaba a mitad de


camino antes de que Alexander gritara: —Ah, y topolina, si no sigues
todas mis instrucciones sin vacilar, serás la próxima en sentarse en la
Silla de Hierro.
240
Página
Podía oír el murmullo de las voces masculinas, interrumpido por el
ruido de los cubiertos sobre la porcelana fina y el tintineo de las copas
de cristal llenas de vino. Tenía el corazón en la garganta mientras
esperaba ante la puerta de servicio del comedor, con las manos
retorcidas como un hilo enredado en mi angustia.

La señora White me había atendido en cuanto atravesé las puertas


de mi alcoba. Me había bañado, lustrado y aplicado lociones; me
había peinado, secado y rizado, y luego me había metido como a una
muñeca en un ridículo vestido blanco con volantes que habría sido
más adecuado para una niña, ya que apenas me cubría el culo o los
pechos.

Por último, me colocó un gran colgante alrededor de la garganta, el


pesado marfil tallado descansando en el hueco de mi cuello.
Representaba una flor roja y un diseño que parecía el ojo de una
cerradura, como si la flor fuera la llave para desencadenar los secretos
de alguna secta antigua. En combinación con el vestido, me hacía
241

parecer ocultista, como una virgen sacrificada a algún monstruo


marino mitológico.
Página
Se había alejado de mi rostro ante el espejo, sonriendo como una
madre orgullosa por la forma en que me había engalanado para
desfilar frente a un comedor lleno de hombres.

Ahora, esperaba como una buena esclava a que el amo me llamara


al salón. Llevaba más de una hora esperando si el reloj de pie junto al
aparador era creíble.

No era la espera lo que me molestaba, aunque no era una persona


especialmente paciente. Era que no podía comprender del todo cómo
me sentía en mi vida o incluso en mi cuerpo.

Había salido con la intención de entender al Señor Thornton. Si


podía entenderlo, podría humanizarlo. Despojarle del artificio de
caballero, de la fría máscara de la dominación y de las reglas clínicas
de la propiedad para entender realmente debajo de todo ello.

Sólo que me sentí como si hubiera caído en una madriguera de


conejo. No sólo no había logrado dominar el misterio de Alexander
Davenport, sino que había perdido el sentido de mí misma.

Si alguien me hubiera preguntado hace cuatro meses si alguna vez


me gustaría arrodillarme ante un hombre, tomar el dolor que me daba
y agradecérselo como un adorador agradece a Dios, me habría reído.

Incluso hace dos meses, cuando llegué por primera vez y me


despojaron de mis libertades, nunca habría imaginado que podría
encontrar una gota de compasión por el hombre que me poseía.

Pero lo hice.

Pensé en lo horrible de la muerte de su madre y en el misterio que


242

se extendía tras ella como una herida abierta y supurante. Recordé el


cruce de marcas de látigo entre sus omóplatos de un incidente
Página

desconocido que no pudo ser agradable para un Dom natural. Sabía


que trabajaba incesantemente para aumentar la fortuna de la familia,
no por codicia, sino para preservar una casa y una historia de la que se
sentía guardián.

Podía ser amable y tierno, como acababa de demostrar después de


que el vil Lord Ashcroft me profanara. También podía ser despiadado,
como lo demostraba la forma en que lo castigaba, con gritos que
resonaban en toda la casa. La falta de piedad no era normalmente una
característica digna de admiración en un hombre, lo sabía, pero
también comprendía que vivíamos en un mundo despiadado y sólo los
verdaderamente feroces podían sobrevivir a él.

Me sobresalté de mis pensamientos cuando el mayordomo,


Ainsworth, atravesó la puerta lateral y se detuvo ante mí.

Sus ojos eran suaves en su gran rostro mientras me estudiaba. —


Lord Thornton te verá ahora.

Merda20.

Me enderecé los hombros, pero agaché la cabeza en el ángulo


respetuoso adecuado y luego atravesé la puerta que Ainsworth me
tenía abierta.

Inmediatamente, la cacofonía de la cena cayó en picado.

Podía sentir docenas de ojos sobre mí cuando atravesé la puerta y


esperé a que me llamara mi amo.

—Arrástrate hacia mí —dijo la voz de Alexander en voz baja, que


aún resonaba en el amplio y silencioso salón.
243
Página

20
Trad.: Mierda.
Inspiré profundamente para endurecer mi columna vertebral, para
encerrar mi dignidad en una caja muy pequeña dentro de mi alma, y
luego me fundí en el suelo.

A diferencia de la primera vez que me arrastré en busca de


Alexander, no estaba excitada. Podía sentir los extraños ojos de
muchos hombres horribles sobre mi cuerpo, deslizándose y resbalando
sobre mis curvas hasta que me sentí cubierta de marcas de grasa.
Hubo algunos susurros y risitas oscuras mientras me dirigía a la
cabecera de la mesa donde se sentaba Alexander, pero por lo demás
parecían comprometidos con el silencio ceremonial.

—Levántate —ordenó Alexander cuando llegué al lado izquierdo


de su silla.

Me puse de pie con elegancia, con la cabeza todavía inclinada.


Esperaba dar una imagen de calma, porque tenía la horrible sensación
de que aquellos hombres eran los depredadores que se atreverían a
acosar a un hombre como mi amo, y no quería arrojar a ninguno de los
dos a sus pies con la estupidez de mis acciones.

Intenté encontrar el subespacio y fracasé. En su lugar, respiré


profundamente, contando mientras lo hacía para tranquilizar mi
mente.

Ni siquiera eso funcionó.

Todo el comedor estaba repleto de los mejores hombres de Gran


Bretaña vestidos hasta el cuello con galas de diseño, con el lomo
almidonado de títulos nobiliarios y los labios apretados contra la
amenaza de sus muchos y oscuros secretos. Podía sentir sus
244

innumerables ojos sobre mí mientras miraban a la cabeza de la mesa al


hombre que los acogía allí para esta reunión de sociedad.
Página
—Señores —anunció aquel hombre, poniéndose en pie con toda la
autoridad de un aristócrata nato, de un hombre culto, de un amo—.
Les presento a la esclava Davenport.

Di un paso al frente al mismo tiempo que doblaba las rodillas,


poniéndome de rodillas antes de terminar de colocarme en fila junto a
Alexander. Llevaba la cabeza agachada, el cabello rizado y atado sin
apretar con una cinta roja en la espalda para que no pudiera ocultarme
tras la espesa cortina de la misma, de modo que todos los hombres
pudieran ver la forma en que mi rostro se componía en una cuidadosa
y bonita blancura.

—Una demostración está en orden, creo, Lord Thornton —dijo


una voz vieja y chirriante desde algún lugar de la mesa.

—Sí, después de los informes que hemos tenido y de su pequeño


berrinche con Lord Ashcroft, soy de la opinión de quitarle a la esclava
y transferirla al cuidado de otro amo más capaz. Tal vez el señor
Landon Knox.

Levanté la cabeza y el corazón casi se me sale por la garganta.

Al instante, mis ojos encontraron los suyos.

Landon Knox.

El hombre que conocía desde que era una adolescente puberta, el


hombre que había lanzado mi carrera de modelo y me había llevado a
la anorexia, estaba sentado en la mesa de Alexander.

El choque de mis dos mundos al encontrarse resonó como


símbolos que se estrellan en mi cabeza. Me balanceé mientras
245

parpadeaba con fuerza, tratando de procesar.


Página
La voz severa de Alexander cortó nuestra conexión. —Nadie me la
quitará. Es mía. Los papeles fueron firmados, su virginidad fue
tomada, y ella lleva mi oro en sus tetas y clítoris. Ella es mía.

—Cuidado, Thornton, tu cavernícola se está mostrando —dijo


Landon.

—Y cuidado con usted, señor Knox, su falta de pedigrí es evidente


—replicó Alexander.

—Caballeros. —Un hombre de cabello gris acero se levantó, largo


y delgado como un junco; pero con el porte de un rey—. Hay una
manera de resolver esto. La chica debe ser puesta a prueba.

—No creo que deba ser Thornton quien lo haga —argumentó


Landon, con los ojos demasiado brillantes y exagerados mientras me
miraba fijamente—. Que sea un nuevo amo.

—De acuerdo —dijo una voz desde el extremo de la mesa.

No habría pensado nada, pero Alexander se tensó a mi lado con


tanta saña que creí que le iba a dar un infarto.

El hombre volvió a hablar, con una voz fuerte pero extrañamente


acentuada, con un salto y un matiz de algo latino en sus tonos. —Si
estamos tratando de probar si la chica está siendo entrenada
adecuadamente y si Thornton ha descuidado sus deberes porque está
enamorado de ella, debemos separarlos. Hacerle mirar mientras uno
de nosotros hace el acto.

—Llevas las cosas demasiado lejos al dejar que ese hombre entre
en mi maldita casa —dijo Alexander, cada palabra afilada como un
246

casquillo de bala que rasga el aire—. Muéstrate, Edward.


Página

Mi corazón dio un vuelco y luego se aceleró en mi pecho.


¿Edward, el hijo y hermano perdido hace tiempo?

El sonido lento y desgarrador de una silla chirriando contra el


suelo de parquet fue el único sonido en la habitación ominosamente
silenciosa.

Me arriesgué a la ira de Alexander levantando la barbilla para ver


al hombre que Noel y su hijo habían excomulgado de sus vidas.

No sabía qué esperar de Edward Davenport.

Mi único conocimiento consistía en su traición cuando eligió a


Salvatore antes que a su propia familia. Nunca me había preguntado
cómo sería, cómo se sostendría, o qué sentiría si alguna vez lo
conociera.

Simplemente no estaba preparada.

Porque si Alexander era un príncipe de oro, el rey Arturo o el


emperador Augusto, algún ejemplo brillante de liderazgo y belleza
masculina, Edward era su rival.

Podrían haber sido las dos caras de una misma moneda, por muy
contrarios que fueran, tenían los mismos cuerpos colosales repletos de
músculos, el de Edward quizás aún más abultado, y rostros anchos tan
hermosos que hacían que mis ojos dolieran en sus cuencas.

Pero ahí terminaban las similitudes. Edward no estaba teñido de


metales preciosos como su hermano, sino de sombras, su cabello
estaba tintado como el mío, sus ojos eran de un marrón tan intenso que
parecían tragarse la luz, y su piel estaba curtida y pulida hasta alcanzar
un dorado brillante. El porte de sus anchos hombros no era regio, sino
247

enérgico; sus manos, grandes y de punta roma, como algunas armas de


tortura medievales.
Página

Parecía más un arma que un hombre.


Sus ojos se deslizaron hacia los míos con rapidez, y nuestras
miradas colisionaron como dos coches en una carretera helada. Sentí
el choque en mis entrañas y me estremecí al sentirlo.

Parpadeé y sus ojos seguían allí, observándome como si me


conociera y, más aún, como si mantuviera algún extraño grado de
familiaridad y afecto por mí.

Jadeé en silencio cuando tuvo la audacia de lanzarme un guiño casi


imperceptible.

—¿Cómo te atreves a mostrar tu cara en esta casa después de lo


que has hecho? —preguntó Alexander con su voz tranquila y llena de
una furia que hervía tan caliente y profunda en su pecho que parecía
un volcán viviente.

—Es un miembro de la Orden de Dionisio, Thornton. Tiene


derecho a estar aquí —afirmó Sherwood de forma implacable.

—Cualquier derecho que tuviera fue despojado junto con su


apellido y su herencia en el momento en que se alió con el villano que
mató a mi madre. —Nunca había visto a Alexander tan inmóvil.
Estaba en un estado de seguridad, todas las bóvedas cerradas, todas las
puertas recubiertas de titanio para que ninguna de sus vulnerabilidades
pudiera escapar o ser saqueada por los despiadados hombres de la
sala—. Espero que lo hayan traído para que asuma la responsabilidad
de sus actos.

—Lo hemos traído para ponerte a prueba, si quieres saberlo —dijo


Landon, con ojos malvados que se movían entre Alexander y yo—.
Observarás desde la galería cómo sometemos a la esclava Davenport a
248

su prueba, y no intervendrás de ningún modo. ¿Lo harás, Thornton?


Página
Alexander permaneció en silencio durante un momento, pero a
pesar de su silenciosa quietud, era evidente que estaba luchando
internamente con un ciclón de emociones.

Puede que mi amo fuera cruel, pero nunca me había hecho daño, ni
irreparable, ni más de lo que mi cuerpo podía soportar o mi mente no
podía traducir en placer.

Sabía que los demás hombres de la Orden no tendrían esos límites.

Mi piel se volvió repentinamente muy fría.

—Si descubrimos que has desarrollado sentimientos por la chica


—dijo Sherwood con frialdad, mirando a Alexander como si fuera un
traidor de primer orden—. No sólo te quitarán a la chica, sino que
tendremos que considerar tu castigo. Recuerdas lo que le ocurrió al
barón Horst, ¿no es así?

—Lisiado —un hombre sentado a la derecha de Alexander se


inclinó para burlarse en voz baja de mí—. No pudo soportar los
latigazos como un hombre de verdad.

—Por supuesto, estás familiarizado con los castigos de la Orden.


Sólo tenías veintidós años cuando defendiste al esclavo ruso, ¿no es
así? —continuó Sherwood.

Mi mente evocó inmediatamente las finas cicatrices blancas que


diseccionaban la espalda, por lo demás impecable, de Alexander.
Mantuve los ojos concentrados en el suelo mientras me ardían las
lágrimas.

No sabía por quién sentía más pena. Por mí misma, por mi


249

próximo calvario, o por Alexander; por haber sido criado y gobernado


por un grupo de hombres tan bárbaros.
Página
La sala permaneció en un animado silencio mientras esperaban el
veredicto de Alexander y, aunque sabía lo imposible de su decisión,
mi corazón se convirtió en ceniza en mi pecho cuando pronunció las
palabras que sabía que diría.

—Tómenla, golpéenla, azótenla y saquen sus lágrimas. Sólo es una


esclava para mí. Es sólo su cuerpo el que me da placer.
250
Página
Se instalaron en el gimnasio. Estaba claro que habían dado órdenes
antes de la cena de acondicionar el espacio para su pretendido
espectáculo, porque un extraño aparato con forma de X enorme estaba
colocado junto a una mesa con ruedas llena de juguetes y equipos
sexuales. Sabían que Alexander cedería a sus exigencias.

Las crípticas amenazas de Alexander sobre depredadores más


poderosos que él mismo cobraron de repente un sentido espeluznante.

Dos hombres me llevaron dentro.

Alexander no era uno de ellos.

Nos habían separado inmediatamente después de que accediera a


la manifestación; pero lo vi en el pequeño conjunto de gradas, metido
entre dos hombres fornidos que parecían dispuestos a arrancarle la
cabeza si daba un paso en falso.

Tragué saliva mientras los hombres me arrastraban hasta la enorme


251

cruz y me ataban las extremidades a cada brazo de la X, de espaldas a


la multitud que se reunía y al amo que me pondría a prueba. Las
Página

esposas no eran de cuero, como era habitual, sino de un metal frío y


afilado que me mordía la piel con demasiada fuerza. El hombre de mi
izquierda se rio en voz baja cuando di un pequeño tirón a mis muñecas
y solté una mueca de dolor.

Le gustaba que me doliera.

A todos les gustaba.

Yo era la masoquista solitaria en una habitación llena de sádicos


crueles sin nadie que templara su lujuria.

Mi mente bullía y zumbaba mientras intentaba prepararme


mentalmente para la próxima embestida.

Entonces Landon se adelantó con todas sus galas y un largo y


delgado látigo enroscado en sus nudillos, y supe que ninguna
meditación o tópico me prepararía para lo que iba a ocurrir.

Landon me había controlado durante años cuando era una niña,


flagelando mi espíritu independiente por pequeñas transgresiones
hasta que fui tan sumisa mentalmente a él como lo era ahora a
Alexander.

Si estaba tan bien entrenado en la guerra mental dominante, no


quería ni imaginar cómo sería en el acto físico.

—Esto es una serpiente negra —me explicó mientras los dos


hombres que me atendían se desvanecían, con su trabajo hecho—. Es
mi látigo preferido para castigar a los sumisos rebeldes. Hace ese
sonido, ves, ese tajo en el aire y luego un chasquido cortante cuando
muerde el culo. Entonces el sonido del sumiso mientras grita y suplica
entre sus lágrimas que pare... bueno, me pone muy duro.
252

Quería enfrentarme a él. Escupirle a la cara y decirle que era un


cobarde, no un amo. Un verdadero amo compartía la confianza con su
Página

esclavo. Prometían trenzar el placer con el dolor al azotar su piel,


recompensarles con elogios u orgasmos si seguían las reglas de su
juego. Sabía, sin necesidad de conocer los detalles, que Landon no
hacía tales cosas. Era una patética excusa de hombre que se escondía
detrás del BDSM para sentirse más hombre, para demostrar
falsamente su tesis de que los hombres eran el mejor género.

Cerré los ojos mientras él se apretaba contra mi cuerpo, pasando su


lengua por el borde de mi mandíbula en un movimiento posesivo que
me hizo estremecer.

—Si fueras cualquier otra persona, podría ser suave —me dijo
mientras me mordía salvajemente la oreja—. Pero necesitas ser
castigada por abandonarme en Milán.

—¿No es mi vida ahora un castigo suficiente? —susurré.

Hizo una pausa tan grande que pensé que tal vez había llegado a
algún rincón polvoriento de bondad en su cabeza.

—En la Orden, creemos en el castigo por la sangre —dijo, y luego


empujó su erección contra mi culo y me apretó con fuerza—. Así que
voy a hacerte sangrar.

—El señor Knox servirá a la esclava Davenport veinticinco


latigazos —declaró el hombre llamado Lord Sherwood con su tono
seco de profesor—. Si la muchacha ha sido entrenada en el dolor,
debería ser capaz de agradecer al señor Knox cada uno de ellos hasta
el final. Si, por el contrario, lord Thornton ha sido demasiado blando
con la muchacha, y ella se quiebra antes de eso... Lord Thornton será
azotado y gravado por su incapacidad para dominar.

Hubo un murmullo de acuerdo.


253

Detestaba poder ver lo que ocurría detrás de mí. Sentía como si mi


cuerpo desnudo estuviera postrado ante una manada de hienas, que
Página
aullaban con una risa siniestra ante la idea de comerme hasta los
huesos.

—¿Lista, esclava? —preguntó Landon desde unos metros de


distancia.

No me dio tiempo a responder ni a prepararme. Se oyó el silbido


cortante del látigo en el aire y luego un sonido como el de un disparo
cuando el fino cuero trenzado se conectó en la parte superior de mi
espalda.

Un grito desgarró el tejido de mis pulmones, dejando los delicados


tejidos desgarrados y ensangrentados en mi dolorido pecho. Grité tan
fuerte que pude sentir el sonido en mi pelo y en los dedos de mis pies
mientras intentaba utilizar el ruido para forzar el dolor devastador que
sentía reverberar en cada centímetro de mi cuerpo.

En algún lugar, en el pozo más profundo de mi psique, había una


pequeña caja de razonamiento encadenada y cerrada que traqueteaba
con un recordatorio.

Tenía que hacer algo.

Había una orden en medio del fuego infernal del dolor, algo que
tenía que hacer para evitar más. Por mí y por mi amo.

—Uno —dije mientras mi grito se transformaba en un grito—.


Gracias, señor Knox.

—Amo —se quejó—. Llámame amo.

—Estoy en mi derecho de protestar por eso —dijo la voz de


254

Alexander con claridad y fuerza a través del gimnasio. Sentí que las
frías y aristocráticas sílabas se deslizaban por mi piel dolorosamente
Página

caliente como cubitos de hielo—. La esclava Davenport sólo conoce a


un amo, y ése soy yo.
—Lo permitiré —declaró Sherwood tras un momento de
reflexión—. La esclava se dirigirá a usted como señor Knox.

Era una pequeña bendición, pero cada regalo se sentía como un


milagro.

Estaba ensartada ante una sociedad secreta de los caballeros más


ricos e influyentes de Gran Bretaña, siendo puesta a prueba porque les
preocupaba que mi cruel amo estuviera siendo blando conmigo.

Si no hubiera sido tan horrible, podría haberme reído de lo


improbable de mi propia vida.

Sabía que el siguiente golpe estaba por llegar, y que sería más duro
que el anterior porque Landon estaría enfadado y celoso del título de
Alexander, pero el dolor seguía siendo imposible de contener.

Estalló en mi espalda y luego hundió picos de calor que hervían la


piel en lo más profundo de mi columna vertebral, empalándome de
dolor.

—Dos, gracias, Sr. Knox —apreté entre los dientes.

Al décimo latigazo, sentí que mi piel se partía como la mantequilla


bajo el cuchillo del látigo de cuero. La sangre se deslizó por mi
columna vertebral y se acumuló en los hoyuelos gemelos de mi culo,
tentando a Knox a azotarme más fuerte, el color incitando su ira de
macho.

A la decimoquinta puntuación, no podía respirar por el desorden


de mocos y lágrimas que obstruían mi nariz y el aire que pasaba por
mi boca era metálico por la sangre. En algún momento, me había
255

mordido limpiamente la mejilla y la saliva teñida de rosa se deslizaba


por mi barbilla.
Página
Mi mente quería romper sus ataduras físicas a mi cuerpo y flotar
en el espacio, un globo perdido en la atmósfera. Habría sido tan fácil
cortar las ataduras, evacuar mis miembros acosados por el dolor y
perderme por completo, pero no lo haría.

Había algo de pérdida en la idea de hacerlo.

Estaba cansada de la pérdida que había sufrido.

Mi familia había desaparecido, mi nombre había sido sustituido


por apodos que los hombres me habían dado para marcarme como
suyo. No tenía habilidades, ni trabajo, ni dinero propio. Mi futuro
estaba atado a los caprichos de otros.

Ya había perdido mucho; no podía soportar perderme a mí misma.

Así que intenté hundirme en el dolor. Cada latigazo traía un tipo


diferente de agonía, una forma diferente de sentirla.

El decimoséptimo golpe fue un relámpago que golpeó las


sangrientas tierras pantanosas entre mis hombros.

El decimoctavo, un fino alambre cortando la arcilla caliente,


diseccionando mi carne de forma tan dolorosa, tan rápida, que me dejó
sin aliento.

Aguanté el brutal mordisco del siguiente golpe y del siguiente,


expulsando una pequeña bocanada de aire acompañada de un: —
Gracias, Sr. Knox —después de cada uno.

Al vigésimo, era evidente que el brazo de mi torturador se estaba


cansando. El látigo golpeó mi espalda de forma extraña, con un
256

ángulo incorrecto, de modo que la fina punta rodeó la cruz a la que


estaba atada y rozó la tierna parte inferior de mi pecho. Sentí que la
Página

piel se abría en gotas rojas de humedad.


Los siguientes cinco golpes tenían todo el peso del cuerpo de
Landon y carecían de su delicadeza original. Fueron golpes fuertes y
brutales que me golpearon contra las vigas de madera como si fueran
martillazos y puñetazos contundentes.

Terminó, y mi último agradecimiento fue sólo un húmedo aliento


de alivio mientras mi cuerpo se hundía sin huesos en las esposas.
Tenía las muñecas y los tobillos mojados dónde el cruel metal había
raspado capas de mi piel, y podía sentir la sangre pegajosa de mi
espalda goteando por mi trasero y mis muslos.

Al igual que cuando estaba con el maestro Alexander, sólo tenía


sensaciones.

Era mi método de afrontamiento y mi salvación.

Era todos los dolores, molestias y calambres horribles del cuerpo


de Cosima Lombardi. Tenía pensamientos, por más fracturados; y una
columna vertebral alta, por más maltratada.

Hubo un pesado silencio mientras los hombres absorbían mi


resistencia. Incluso en mi doloroso olvido, pude sentir su sorpresa por
haberme resistido.

—Deberías haberla golpeado más fuerte, Knox —se mofó alguien.

—Me gustaría haberte visto hacerlo mejor, Wentworth —replicó.

—Ella ha pasado —dijo otra voz con cansancio—. Deja que la


pobre descienda. Parece menos apetecible que un conejo desollado, y
me está estropeando la cena.
257

El sonido de los zapatos se acercó, y me estremecí cuando un dedo


recorrió una herida abierta y en carne viva. Sentí como si alguien me
Página

hubiera clavado un tenedor en la cuenca.


—Yo creo —reflexionó Sherwood desde detrás de mí—. Ha
llegado el momento de que Lord Edward tome su turno con ella. ¿Qué
será, Edward? El quirt o el látigo de toro para otros veinticinco.

Sabía que no sobreviviría a otros cinco latigazos, y mucho menos a


veinticinco.

Hubo un momento de absoluto silencio y luego una explosión de


gritos y movimiento.

Hubo una rápida y pesada pisada de zapatos que se acercaban a mí


y luego un gruñido cuando alguien cayó al suelo cerca de mí.

—No seas un maldito idiota —susurró alguien con dureza por


encima de los gruñidos de esfuerzo.

—Quítate de encima antes de que te arranque la cabeza —gruñó


Alexander—. Me ocuparé de ti más tarde, después de ocuparme de
estos imbéciles.

—Si aceptas este castigo por ella, estás muerto; y lo sabes, joder.
—Jadeé suavemente al reconocer la otra voz. La voz del hermano y
rival de Alexander, Edward. —Llevan buscando razones para acabar
contigo desde que ganaste a Stockbridge la candidatura olímpica en el
dos mil doce. Eres revoltoso, egoísta y demasiado puto cabeza dura
para que estos cabrones te gobiernen. ¿No ves lo que está pasando?
¿No lo ves nunca, joder?

Se oyó el sonido de una pelea y luego más hombres agrupándose


alrededor de los dos en el suelo.

Con toda la energía que me quedaba, giré la cabeza contra la


258

madera para ver el espectáculo.


Página
Era Edward el que estaba encima de Alexander, sujetándole las
manos sobre la cabeza mientras algunos de los otros hermanos de la
Orden intentaban apartarlo.

—Por favor, Lord Thornton, explique su comportamiento —


preguntó Sherwood sedosamente desde donde se cernía sobre
Alexander.

—Quiero aceptar el castigo de la esclava Davenport. —Las firmes


palabras de Alexander me golpearon con la fuerza del látigo de la
serpiente.

—Ah, ¿sí? —preguntó Sherwood con un regocijo apenas


disimulado—. ¿Porque no soportas verla herida?

—Me someto al castigo de la Orden. Aunque no he sido blando


con la esclava, llevé mis manos a otro hermano sin pasar antes por la
Orden. Creo que una flagelación es el castigo normal para tal falta.

—Tienes razón —reflexionó Sherwood—. Aunque tendría que ser


Lord Edward quién empuñara el látigo.

No, quería gritar. Era imposible que Alexander aceptara una paliza
de su propio hermano calumniador por mí. No podía creerlo, y más,
no quería hacerlo.

Decía demasiadas cosas que no debían ser ciertas para nosotros.

—Me someto al castigo de la Orden —repitió Alexander de forma


regia, como si no estuviera siendo condenado a una flagelación.

—Muy bien. Prepárenlo.


259

Cerré los ojos, apenada y aliviada, y las lágrimas me abrasaron los


Página

párpados y se deslizaron por las mejillas.


Alexander estaba soportando este castigo para que yo no tuviera
que hacerlo.

Iba a ser golpeado por su hermano traidor por mí.

El corazón me dolía aún más que la espalda.

Jadeé cuando algo cálido y pesado me cubrió.

—Calla, bella —me susurró Alexander al oído mientras lo


apretaban contra mí y lo encadenaban al artilugio con gruesas y
seguras esposas de cuero—. Estoy aquí, mi belleza.

Las ganas de llorar crecieron como un matorral espinoso en mi


garganta.

—Oh, Xan —gemí mientras los hombres daban fuertes sacudidas a


los grilletes de Alexander para probar su fuerza y luego se alejaban—.
¿Por qué haces esto?

—Nadie te hace daño más que yo —afirmó con fiereza mientras


utilizaba la punta de su nariz para limpiar una lágrima de mi mejilla—
. Knox estuvo a punto de desollarte viva, y morirá por ello, lo juro;
pero por ahora, déjame salvarte de esto.

—Comience, Lord Edward —espetó Sherwood.

—Este es el mundo en el que me he criado —susurró rápidamente


Alexander—. No es una excusa, sino el contexto, Cosima. Si soy un
monstruo, estos son mis creadores.

Un corte y un silbido y luego el agudo chasquido cuando el látigo


atravesó la espalda de Alexander. Todo su cuerpo se tensó contra el
260

mío, tratando de mantenerse alejado de mi tierna espalda.


Página

No hizo ningún ruido.


Edward lo golpeó con fuerza, el golpe del cuero era más duro para
mis oídos que cuando Knox me golpeaba a mí, y me di cuenta de que,
como Alexander era un hombre, estaba recibiendo un castigo aún
mayor.

Al cabo de un rato, renunció a intentar mantener un pequeño


espacio de separación entre nosotros y su torso bañado en sudor se
pegó a mi espalda, picando las llagas abiertas.

—Lo siento —murmuró casi ebrio.

Otra disculpa de mi amo, ésta, mucho más potente que la anterior.


Podría haber sido en homenaje a tantos de sus actos ruines contra mí,
pero mi cerebro estaba desprovisto de su capacidad de matizar y así
esas dos pequeñas palabras parecían abarcarlo todo.

Este Lord y amo, que no se sometía a nadie por nada, estaba


recibiendo una paliza de un hombre al que vilipendiaba por mí.

Podía sentir el cuerpo de su gran guerrero sacudirse y temblar


contra el mío con cada azote, el sobresalto de su respiración después
de cada golpe y la dulzura de sus labios contra mi cabello, y todo lo
que quería hacer era abrazarlo.

Quería envolver mis miembros doloridos alrededor de los


miembros doloridos de mi amo y abrazarlo lo suficiente como para
sentir el latido de mi corazón en el suyo. Quería acribillar su hermoso
rostro a besos y llorar por las tragedias de nuestras vidas.

En lugar de eso, volví a apoyar ligeramente mi mejilla contra la


suya y respiré. —Te perdono.
261

El vigésimo quinto golpe aterrizó y entonces el suspiro racheado


de Alexander refrescó el sudor de mi piel.
Página
—Bájenlos —ordenó Sherwood, con su voz cargada de
insatisfacción—. Preparen los coches.

Se oyó el golpe seco de unos zapatos caros sobre la madera, y


luego el sonido sordo de las alfombras sobre las que estábamos de pie.

Entonces Sherwood estaba allí, con su cara sobre la nuestra


mientras siseaba. —Demuestra que estás arrepentido, Thornton. Lleva
a la chica a La Cacería.
262
Página
Era pleno invierno en Escocia, el aire era tan fresco que parecía
romperse contra mi piel mientras saltaba de puntillas para mantener el
calor. Debería haber llevado un grueso abrigo, bufanda y guantes, o al
menos pantalones y zapatos, pero no era así. En cambio, iba vestida
como las otras veintiséis mujeres que me rodeaban en el recinto, con
un sencillo y anticuado vestido blanco. Ni siquiera llevaba ropa
interior. Una de las chicas había interrogado a un señor en el pasillo
cuando nos reunimos por primera vez sobre cómo íbamos a
abrigarnos. Después de que él le diera una bofetada por su descaro, le
informó de que correr por su vida la mantendría suficientemente
caliente.

Cambié mi peso de un pie a otro y junté las manos en un débil


intento de calentarlas con mi aliento mientras miraba a la asamblea de
hombres, todos finamente vestidos. Era fácil distinguir a Alexander
entre ellos, con su cabeza de cabello dorado que brillaba incluso en la
niebla crepuscular. También era el único que llevaba guantes gruesos
hasta el codo. Miré al cielo y vi su halcón, Astor, volando en círculos.
263

Como si fuera convocado por mis pensamientos, Alexander levantó el


Página

antebrazo por encima de su cabeza y el pájaro cayó en picado desde el


cielo, tirando hacia arriba para frenar su vuelo justo antes de aterrizar
con elegancia sobre la extremidad de su amo.

Parecía que a Alexander se le daba bien entrenar a todo tipo de


criaturas.

Todos los hombres llevaban abrigos de tweed21 y pantalones de


montar ajustados en colores marrones y terrosos; excepto el amo, el
conde de Sherwood, su criado cazador y los guardianes que se
encargaban del reconocimiento y el control de los sabuesos del grupo.
Llevaban los tradicionales abrigos rojos y sombreros negros para
distinguirse del resto.

Eran los líderes de la cacería anual, pero no sería el tradicional


zorro el que correrían a capturar.

No, serían las mujeres acorraladas en un corral de madera.

Este era el mayor evento de la Orden de Dionisio, el punto


culminante de su año.

Todos los hombres que participaban debían pagar el costo de la


entrada.

Una mujer joven para que los otros hombres la cazaran.

Había muy pocas reglas, según me había explicado Alexander esta


mañana, antes de que lo llamaran para la Asamblea General.

Una, los hombres no podían, en ninguna circunstancia, usar armas


entre ellos o contra las chicas. Los puñetazos eran esperados e incluso
alentados. La agresión sexual era literalmente el nombre del juego.
264

Pero nada de armas.


Página

Como si eso hiciera que el juego fuera civilizado.


21 Un tejido o tela de lana áspera, cálido y resistente, originario de Escocia.
Dos, La Caza no terminaba hasta que todas y cada una de las
mujeres eran encontradas y folladas. Un hombre podía reclamar tantas
mujeres como quisiera, pero cada vez que una era capturada, tenía que
ser llevada a las habitaciones de su captor en el pabellón de caza antes
de que el cazador pudiera salir a por más.

En tercer lugar, se concedía un premio especial al hombre que


capturara a la "Zorra de Oro", la mujer considerada más deseable por
el voto de los hombres de la Orden.

Era esto lo que esperábamos en el brutal cierre de una oscura tarde


escocesa.

El amo Sherwood estaba en un estrado ante su gran mansión de


caza de piedra en las salvajes Highlands, esperando que su criado
contara los votos y nombrara a la chica.

Antes de que aceptara el trozo de papel doblado, supe que me


tocaría a mí porque tenía muy mala suerte.

Quienquiera que dijera que la belleza era un regalo, claramente


nunca la había experimentado por sí mismo porque no era más que
una maldición envuelta de forma bonita.

—Esclava Davenport —anunció, y los hombres reunidos soltaron


un rugido colectivo.

Todos estaban sobrios de bebida y drogas, pero tan entusiasmados


por la emoción de la persecución que se avecinaba, que el propio aire
a su alrededor parecía brillar con energía.

Una chica que estaba a mi lado; con una verdadera coloración


265

escocesa, piel pálida y pecosa, y un cabello del color de las zanahorias


exprimidas; me agarró del brazo por un momento en señal de empatía
Página

antes de que uno de los hombres de Lord Sherwood me arrancara.


Me echó por encima de su hombro y mi vestido se levantó para
mostrar mis nalgas a los presentes. Hubo otra ovación, esta vez teñida
de un peligroso fervor.

El criado me depositó en el escenario junto a Lord Sherwood y dio


un paso atrás.

Mantuve la mirada baja porque Alexander había insistido en la


importancia de mi sumisión hasta las vacas de camino a este retiro en
las tierras altas.

Vi que el borde de las brillantes botas de montar de cuero de


Sherwood se detenía justo dentro de mi campo de visión, y entonces
sentí la pesadez de su mano sobre mi cabeza. Al instante, me doblé
elegantemente para arrodillarme, un origami humano hecho a su
gusto.

—Hermanos míos, les entrego a la Zorra de Oro —anunció con


valentía mientras colocaba en mi cabeza un cucurucho que yo sabía
que estaba hecho de espinas de oro y flores de rubí.

Era ridículamente caro, mucho más valioso para la Orden que la


mujer que lo llevaba. Había una ironía deliberada en el gesto que me
puso los dientes de punta.

Las mujeres no eran nada para estos hombres.

Llevaban practicando La Caza desde que robaron la idea de la


práctica de la Guerra Civil española durante el Terror Blanco, cuando
los terratenientes ricos cazaban y asesinaban a los campesinos.

Hoy no derramarían nuestra sangre, a menos que fuera entre los


266

muslos, pero seguía siendo indeciblemente horrible.


Página

Sólo podía esperar que Alexander fuera quien me encontrara y


capturara.
Me haría daño, pero sólo para domar mi espíritu salvaje y traerme
una calma que nunca había sido libre de experimentar.

No quería pensar en lo que me harían los demás.

Después del trauma de mi anterior experiencia con la Orden, no


tenía muchas esperanzas de que mi mente saliera indemne si otro amo
me reclamaba.

Un escalofrío me recorrió como un fantasma al pensar en Landon


y su cruel látigo de serpiente negra. Mi espalda apenas estaba curada
de la prueba, finas cintas rosas de sadismo todavía bifurcaban mi
carne y tintineaban de dolor cuando me movía en sentido contrario.

Habían pasado dos semanas desde que la Orden de Dionisio


irrumpió en Pearl Hall y cambió fundamentalmente la forma de mi
mundo allí.

Dos semanas desde que Alexander había recibido una paliza por
mí.

Dos semanas desde que me había tocado por última vez.

De hecho, después de los sucesos de aquella horrible noche,


apenas había vuelto a hablar con él, y mucho menos a continuar con
mis deberes de ayuda de cámara para vestirle y bañarle, o con mis
deberes sexuales de coger su polla siempre que le convenía.

No me dio más que una cantidad cruel de espacio y tiempo.

Fue la señora White quien atendió mi espalda abierta y llena de


costras, Douglas quien me entregó la comida y; sorpresa de todas las
267

sorpresas; Riddick, que también había sido entrenado como médico,


quién se sentó junto a mi cama para comprobar si había infecciones y
Página

volver a vendar mis heridas.


La Navidad había llegado y se había ido; con ella, la Nochevieja.
Douglas me invitó a la cena de la servidumbre, pero no quería que se
sintieran tensos, así que sólo cené pavo en un plato en mi habitación.
Me habían dado licencia para llamar a mi familia, y había llorado
cuando hablé con Sebastian, que se había trasladado con éxito a
Londres; y con Giselle, que parecía más mansa que nunca; pero que
prosperaba artísticamente en París. Mamá me había hecho reír cuando
contaba los cotilleos del barrio y Elena había escuchado en silencio,
atentamente, cuando le contaba mis historias inventadas de
actuaciones como modelo en Milán y Londres.

Sentía nostalgia y soledad sin una verdadera compañía.

Sin Alexander.

Tampoco Noel, aunque no estaba tan segura de que eso fuera algo
malo después de su comportamiento la noche de los azotes. No me
había fijado demasiado en su motivación para ser amable conmigo
antes porque había estado tan hambrienta de afecto, tan acostumbrada
a mi vida anterior en la que una persona era amable sin necesidad de
una razón para serlo.

Ahora era diferente.

Conocía la verdad del mundo.

Nadie hacía nada por nadie si no beneficiaba a su propósito.

No sabía qué motivaba a Noel, además de su evidente odio hacia


todo lo relacionado con Amedeo Salvatore; pero sabía que estaba
jugando conmigo en un tablero que yo no podía ver, dispuesto a
sacrificarme como uno de los peones que tanto me había enseñado.
268

Levanté la barbilla cuando Sherwood me indicó que me levantara


Página

y me reuniera con las otras chicas. Mis ojos se clavaron en el ancho


cuerpo de Alexander, sentado en un enorme caballo blanco que se
adaptaba al tamaño y la ferocidad de su jinete. Los ojos de mi amo
estaban sobre mí y dentro de mí, con la mandíbula apretada mientras
intentaba sacar mis pensamientos de mi cabeza a través del espacio
que nos separaba.

Me había mirado así muchas veces desde el calvario, cada vez que
lo sorprendía saliendo temprano o regresando tarde a la casa.

Creo que esperaba que lo odiara.

No lo hacía.

Pero sí me dolía que hubiera eliminado nuestros rituales juntos


después de todo lo que habíamos pasado esa noche.

Me sentía sola. Echaba de menos cenar a sus pies de su mano,


lavar sus densos músculos y sus acres de preciosa piel dorada pálida
antes de vestirlo bien, abotonarlo como un regalo para mí que sabía
que desenvolvería más tarde.

Todo había desaparecido y eso hizo que mi esclavitud se sintiera


peor, hueca y agrietada como una herramienta rota.

El viaje de cinco horas desde Pearl Hall, que había entendido que
estaba en el Peak District de Inglaterra hasta Glencoe, Escocia, fue la
primera vez que pasé un tiempo real con él.

Sin embargo, Alexander me hizo sentarme en la parte delantera


con Riddick mientras él se encerraba detrás de una mampara
insonorizada en el asiento trasero y trabajaba. Sólo cuando llegamos, y
cuando salí del coche, me detuvo con una fuerte mano en el brazo y
269

me susurró al oído algunas palabras de sabiduría, incluidas las reglas


de La Caza. Antes de que pudiera responder, giró sobre sus talones y
Página

entró en la casa de piedra, gritando un saludo a alguien de dentro.


Un sirviente comenzó a arrastrarme fuera del escenario, y me
estremecí cuando una ráfaga de viento especialmente gélida levantó el
dobladillo de mi vestido. La mandíbula de Alexander se apretó con
irritación antes de apartar la mirada hacia un hombre que estaba
sentado a caballo a su lado.

—¿Primera vez? —me preguntó la chica de cabello anaranjado


cuando me reuní con los demás en el corral.

Asentí con la cabeza, rodeando mi torso con mis delgados brazos


para entrar en calor.

—Es la tercera —me dijo, levantando la barbilla para que pudiera


mirar sus ojos marrones muertos—. Tengo un buen escondite;
¿quieres quedarte conmigo?

—Caballeros —dijo Sherwood—. ¡Bienvenidos a la septuagésima


sexta cacería anual!

Hubo una cacofonía de gritos y chillidos antes de que un sirviente


vestido de rojo a caballo se llevara un cuerno a los labios y soplara.

La trompeta resonó en el pequeño claro y agitó los oscuros árboles


de la linde del bosque.

—¿Qué pasa ahora? —le pregunté a la chica pelirroja.

—Correr.

Las puertas del corral se abrieron de golpe y una estampida de


mujeres aterrorizadas salió a borbotones, casi empujándome al suelo
en su prisa. Oí el grito ahogado de alguien que caía detrás de mí y
270

luego el crujido de un hueso roto, pero no me volví.


Página

Corrí.
Lejos de los ladridos de los sabuesos y de los caballos agitados.
Lejos de los hombres depredadores que pasarían toda la noche
persiguiéndonos, una por una.

Corrí y una pequeña parte de mi cerebro se preguntó si podía


correr lo suficientemente rápido y lo suficientemente lejos, entonces
tal vez podría huir de todo para siempre.

Estaba oscuro como el alquitrán e igual de pegajoso, con zarcillos


de ramas negras nocturnas que colgaban de los árboles y que me
rasgaban los brazos y la cara. Sabía a sangre en mis labios, el calor
metálico de la bilis en la parte posterior de mi lengua mientras mis
pulmones trabajaban como olas sobrecargadas para mantener mis
brazos bombeando y mis piernas agitándose. Correr. Mi mente se
consumía en la nada con tal de seguir corriendo.

El Lord me había dejado finalmente salir de la mansión, pero mi


liberación era una trampa que debería haber sabido aprovechar.

¿Por qué cualquier amo deja salir al zorro de su jaula?

Para cazarlo...

Y yo estaba siendo cazada, despiadada e incesantemente durante


las últimas horas de la noche por algo más que mi amo. Ya había
271

esquivado las manos de un hombre que pasaba cerca en su caballo y


había pateado a otro en los dientes con tanta fuerza que sentí que se
Página

rompían bajo mis dedos.


Llevaba horas corriendo a través de la densa cubierta de pinos
cubiertos de escarcha. Tenía los pies destrozados por las raíces y las
rocas, tan ensangrentados y viscosos por los charcos salobres que me
caía más veces de las que podía permitirme, cortándome las manos y
la cara.

El ácido ardía en mis cansados músculos, palpitando al ritmo de


mi corazón al galope, hasta que sentí que iba a estallar en cualquier
momento y morir.

Sin embargo, no me detuve.

Había visto a cuatro chicas raptadas por jinetes en la niebla, había


oído sus gritos espeluznantes al ser violadas contra los árboles,
tomadas en el barro o arrojadas como cadáveres sobre la silla de
montar.

No quería ser ellas.

En cierto modo, tuve suerte porque Alexander me había enseñado


defensa personal y me había dado vía libre para utilizar el gimnasio, lo
que hacía casi todos los días. Mi cuerpo, antes delgado y con suaves
curvas, tenía ahora unas delgadas líneas de músculo que lo recorrían;
músculos que utilizaba para correr y esquivar a través de la espesura
de los árboles con la misma agilidad que el zorro que me daba
nombre.

El aullido de los sabuesos atravesó el espeso aire nocturno a mi


izquierda. Salí disparada en dirección contraria, mis pies pisando
fuerte sobre los escombros, mi aliento como disparos en el silencio
cuando irrumpí en un pequeño claro.
272

—Ahí estás, joder —cacareó un hombre desde la oscura oscuridad


Página

inmediatamente delante y a la derecha de mí.


Giré en dirección contraria y grité cuando dos fuertes brazos me
rodearon las caderas. El hombre me levantó en el aire mientras yo
pataleaba y gritaba, y mis uñas arañaban sus brazos hasta que
sangraban.

—Ahí estás, joder —cacareó el primer hombre con deleite cuando


apareció frente a mí, resaltando en plata a la luz de la luna.

Era Ashcroft, el mismo hombre que había usado mi boca en Pearl


Hall.

Mi grito se duplicó, explotando a través de mis pulmones como un


tren que se sale de los raíles.

—Cierra la puta boca —ordenó el hombre que me sujetaba


mientras caía sobre mí, empujándonos a los dos al suelo.

Me atraganté con el mantillo, la tierra me llenó la boca mientras


aspiraba otra bocanada de aire para gritar.

El desconocido rodeó con sus brazos y piernas los míos y se volteó


como un escarabajo para que yo quedara atada encima de él.

—Fóllala ya —se burló en mi oído mientras Ashcroft se


desabrochaba los pantalones.

—Debería haberme acostado contigo cuando tuve la oportunidad.

—¡Si me follas, Alexander te encontrará y te matará! —grité.

Dios, ¿había algún final para esta locura? ¿Iba a ser ordenada,
agredida y manipulada hasta mi último aliento?
273

Ashcroft se inclinó para recoger mi turno embarrado y le escupí en


el ojo.
Página
—Maldita zorrita —rugió, arrodillándose y sacando bruscamente
su polla.

Hubo un destello de movimiento en la oscuridad detrás de él y


luego un ruido sordo. Ashcroft se estremeció ligeramente y luego cayó
a un lado, desmayado.

—¿Qué...? —gruñó el hombre mientras dos manos salían de la


oscuridad y le rodeaban el cuello con fuerza.

Pude sentir cómo se le escapaba la lucha, sus miembros se


aflojaron alrededor de los míos hasta que se desprendieron. La
adrenalina me inundó y me puse en pie antes de que el otro hombre
pudiera agarrarme.

—Cosima —dijo una voz firme en el viento.

El sonido de mi nombre me calentó como un manto de terciopelo.

Me detuve, tensa y lista para saltar.

—Cosima, tranquila, tesoro22, sólo quiero hablar contigo.

Reconocí el saltito de su acento embrollado, el corte nítido de un


acento inglés de la alta burguesía convertido en lírico por los sonidos
de mi tierra natal.

—Edward.

Hubo una pausa, y luego el suave y sordo ruido de las botas en el


barro. Me giré hacia él con las manos levantadas y las piernas
dobladas, los músculos temblando de cansancio.
274

Su rostro duro, tan parecido al de Alexander, pero más oscuro y


tallado con más crudeza, se ablandó al mirarme.
Página

22
En castellano o italiano original.
—Pareces exhausta.

Me di cuenta de que mi respiración era demasiado rápida, que


entraba y salía de los pulmones como una tromba. —¿Qué te importa?

—Me importa mucho. —Levantó las manos a los lados, con las
palmas hacia arriba en señal de rendición. —No me conoces, pero me
importa mucho.

—No te creo —dije salvajemente, mis ojos buscaban una salida


mientras él se acercaba—. ¡Aléjate, Edward!

—Pace23, Cosima —murmuró—. Y por favor, ya no me llamo así.


Hace tiempo que no lo hago, y si por mí fuera, no volvería a hacerlo
en vida. Mi nombre es Dante.

Mi risa ardió a través de mi garganta devastada. —¿Qué círculo


del infierno es éste, entonces?

—El peor —aceptó, deteniéndose justo fuera del alcance del


brazo—. Siento mucho que tengas que pasar por esto. Tu padre
también lo siente.

Parpadeé.

—Si pudiera verte ahora —murmuró mientras sus ojos rastreaban


cada corte, rasguño y moretón pintado y perforado en mi cuerpo—.
Lloraría. Y Salvatore no es un hombre propenso a las lágrimas.

—¿Quién coño eres tú? ¿Qué intentas hacer?

—Estoy tratando de decirte que soy un amigo. Siento que esto te


haya pasado, pero...
275
Página

23
Trad.: Tranquila.
—Nada de esto tenía que pasar —grité, con la saliva volando por
el aire.

Me sentía rabiosa, un perro que lleva demasiado tiempo sin comer


en un lugar demasiado frío para soportarlo.

—Nada de esto tenía que pasar —sollozaba con rabia, limpiando la


sangre, las lágrimas y el barro de mi cara—. ¡Si eres amigo de
Salvatore como dices, dile a mi papá puttaniere24 que se vaya a la
mierda! Nada de esto tenía que pasar, y nada de esto habría pasado si
él hubiera dado un paso al frente una vez en toda mi vida.

Se oyó un crujido en los arbustos, y el fuerte aliento por la nariz de


una bestia. Segundos más tarde, un caballo irrumpió entre los árboles
en el claro.

—Minchia25 —juró Edward Dante, girando hacia el hombre—.


Joder, corre, Cosima.

Me giré y corrí, con el sonido de los cascos golpeando el suelo


detrás de mí como el tambor de una canción fúnebre.

Se oyó un grito y un enorme chapoteo detrás de mí.

Me tomé un momento para mirar por encima de mi hombro y ver a


Dante montado a horcajadas sobre el cazador en los bajos de un
arroyo, golpeando su enorme mano una y otra vez en la cara del jinete
destronado. El caballo pataleaba y relinchaba inquieto, dando zarpazos
al aire.

—¡Cósima, corre! —gritó Dante cuando apareció otro jinete en el


claro.
276
Página

24
Trad. en italiano: putero, promiscuo, mujeriego, proxeneta.
25
Trad.: joder, carajo, coño.
Volví a mirar hacia delante y corrí tan rápido como mis piernas
podían llevarme de vuelta a los densos árboles.

El segundo jinete no se amilanó; llevó al caballo saltando por


encima de troncos caídos, girando en curvas cerradas hasta que pude
sentir el aliento de la bestia a mi espalda y la vibración de sus pasos en
el suelo del bosque.

Estaba muy cansada, e iba a perder.

Las manos se retorcieron en la parte posterior de mi pelo, y luego


dieron un tirón tan fuerte que volé por los aires y salí disparada sobre
el pomo de la silla de montar.

Una bofetada llovió contra mi cadera mientras el jinete aullaba en


la noche.

—Otra vez donde debes estar.

Me estremecí al oír la voz de Landon y me retorcí lo suficiente


como para rodar, dándole una patada en el hombro que hizo que las
riendas se le cayeran de las manos. El caballo corcoveó ligeramente y
nos hizo caer a los dos con fuerza sobre la tierra llena de raíces que
había debajo.

El aliento abandonó mi cuerpo cuando mi cabeza golpeó la base de


un árbol y el dolor estalló en fragmentos blancos a través de mi visión.

Una mano me agarró el tobillo y me arrastró por el barro. Caí


sobre mi vientre, luchando con mis manos para encontrar apoyo en el
suelo blando.
277

Y grité.
Página

Grité y grité como una sinfonía de terrores cuando Landon utilizó


su mano para tirar de mí debajo de él y rasgar mi vestido directamente
por la mitad de mi columna vertebral. Siseó de placer al ver las marcas
rosas de su látigo en mi piel. Luché, me retorcí contra él mientras
tomaba cada marca entre sus dientes y la mordía, saboreando los
símbolos de dolor con los que me había marcado.

Tenía a mi alcance un palo, cuyo extremo afilado y pálido brillaba


tenuemente en la neblina de la luna. Con un poderoso empujón, me
adelanté lo suficiente como para agarrarlo con la mano y luego torcí el
torso con un grito de guerrero.

Luego golpeé la rama contra el trozo de carne más cercano que


pude encontrar.

Le dio a Landon en la mejilla.

Rugió mientras se desprendía de mí y caía de rodillas, con las


manos aferrándose al tallo húmedo de sangre, desesperado por
quitárselo.

Un chillido agudo partió el aire en dos y, con una gran ráfaga de


alas negras, un pájaro descendió del cielo y dirigió su garra en forma
de daga hacia la cara de Landon.

Retrocedí mientras Landon gritaba de agonía y trataba de alejar al


halcón. Frenéticamente, intenté buscar una forma de esquivarlo
fácilmente y volver al bosque nocturno.

Sólo que hubo un desplazamiento de la oscuridad en los árboles


detrás de Landon, una separación de la noche como si el propio Hades
estuviera abriendo el velo del inframundo.

Y entonces apareció Alexander, caminando tranquilamente,


278

silencioso como un espíritu por el césped cargado de hojas.


Página

Había un destello de algo en su mano, algo rojo que brillaba en su


mano, plateado en el fondo.
Un cuchillo con empuñadura de rubí.

Jadeé, pero Landon no me oyó mientras el ave de rapiña se


desenganchaba finalmente con un deslizamiento húmedo y enfermizo
y se adentraba de nuevo en la noche. Libre de su atormentador,
Landon finalmente se sacó el palo de la mejilla con un húmedo
chasquido y escupió saliva ensangrentada en el suelo.

—Pequeña puta, voy a hacerte daño hasta que cantes como un puto
pájaro —me prometió.

Alexander se arrodilló detrás de él, mucho más alto que el otro


hombre, incluso así. El cuchillo se dirigió a su garganta con suavidad,
su otra mano se clavó con fuerza en el pelo de Landon mientras tiraba
de su cuero cabelludo hacia atrás y le clavaba la hoja en el cuello.

—Yo soy el único que le hace daño —afirmó Alexander mientras


su halcón lanzaba un chillido de victoria primitiva desde algún lugar
por encima de nosotros.

Y entonces le cortó la garganta.

Observé como un objetivo de cámara carente de prejuicios cómo la


sangre, negra en la oscuridad, se derramaba como un sudario de seda
sobre la frente de Landon. Se retorció mientras Alexander lo sostenía
y, momentos después, sus ojos se pusieron en blanco y se cerraron;
estaba muerto.

Alexander se puso en pie, levantó el cuerpo en brazos y se alejó un


poco hacia la oscuridad hasta que oí un fuerte chapoteo que tuvo que
ser el cuerpo de Landon hundiéndose en el arroyo. Mis oídos se
esforzaron por escuchar el sonido de sus botas en el barro y sentí un
279

alivio tan inmenso cuando regresó que casi me deshice en sollozos.


Página

Me miré las rodillas llenas de barro y desgarradas, el torso desnudo


plagado de arañazos, y traté de serenarme.
—Mírame, Cosima —me ordenó con esa voz tranquila y
dominante que no podía desobedecer.

Un escalofrío me recorrió porque hacía semanas que no escuchaba


esos deliciosos tonos dulces.

Sus ojos brillaban más que los fragmentos de luna que se filtraban
entre los árboles. Tragué grueso ante la forma en que me poseían, la
forma en que me poseía incluso con una mirada, incluso a metro y
medio de distancia.

—Estás bien —me dijo—. Silencio, bella, estoy contigo.

Me di cuenta de que había estado emitiendo un sonido agudo como


el de un gatito perdido y, en el momento en que me dijo que me
callara, dejé de hacerlo.

—No deberías haberlo matado —dije con voz ronca—. Te meterás


en problemas otra vez.

¿Y entonces qué haría yo?

¿Qué haría si tuviera que ir a un nuevo amo más cruel?

¿Qué haría sin él?

La luna desapareció tras una nube y los ojos de Alexander se


oscurecieron.

—Cada año muere gente en La Caza. Ni siquiera buscamos a los


que no regresan. Nos limitamos a encubrir sus muertes como si no
pasara nada. Nadie te va a apartar de mí.
280

—Grazie a Dio26 —susurré, agradeciendo a Dios.


Página

26 Trad.: Gracias a Dios.


Quería pedirle que me abrazara porque tenía frío; y estaba herida,
estaba indefensa necesitada de consuelo. Pero también porque hacía
tanto tiempo que no me tocaba que llevaba el dolor de su contacto
como si fuera un peso entre las piernas.

No podía expresarlo con palabras. No quería hacerlo y, dado mi


estado mental actual, ni siquiera podía intentarlo.

Pero extendí una mano hacia la oscuridad y sentí que Alexander se


inclinaba hacia ella desde donde estaba arrodillado.

Su mandíbula rugosa encajó en mi palma como una pieza de


rompecabezas y algo en lo más profundo de mi ser, que sólo él podía
alcanzar, se activó.

Me lancé a por su boca, mis labios chocaron con los suyos


torpemente, sobre todo en su barbilla, con mi lengua en la ligera
hendidura que había.

Se quedó quieto, sorprendido.

Me arrastré hacia delante con las manos en su cuello y me rodeé de


él, moviendo mi boca hacia el fuerte pulso de su cuello porque me
estabilizaba.

—A salvo —me susurré a mí misma para calmar el terror salvaje


que aún me roía el fondo de la mente.

—A salvo —repitió él, y sus fuertes brazos acabaron por rodearme


en un apretado abrazo.

Era una magia extraña, un abrazo, especialmente un abrazo de ese


281

hombre.
Página

Calmaba los demonios en guerra dentro de mí, les cantaba una


canción de cuna y los acostaba. Por eso, cuando Alexander me pasó la
mano por la cabeza y la enredó en la parte posterior de mi cabello para
inclinar mi rostro hacia su beso, estaba preparada para ello.

Su boca seductora se comió la mía como si tuviéramos todo el


tiempo del mundo, mordisqueando mis labios con sus dientes,
frotando su sinuosa lengua contra la mía y respirando su dulce aliento
a menta contra mi mejilla.

Me sedujo con ese beso para que confiara en él y lo necesitara. Un


fuego lento se avivó en mi centro e inundó mi cuerpo helado con un
calor delicioso.

—Eres mía —dijo contra mis labios, mordiéndolos entre sus


palabras hasta que los sentí tiernos como pétalos magullados—. Eres
mía para protegerte y consolarte tanto como para jugar y utilizarte.
Dilo, Cosima.

—Soy tuya, amo —susurré en su boca abierta, plantando mis


palabras como un decadente chocolate que se derrite en su lengua.

Lo saboreó, lamiéndose los labios mientras sus ojos se oscurecían.


—Bien, ratoncito. Ahora, he ganado este coño limpiamente.
Recuéstate y muéstrame mi premio.

Entonces la mano en mi cabello tiró con más fuerza, manipulando


mi deseo como un titiritero con una cuerda. Mi necesidad aumentó y
gemí en su boca cuando su beso se volvió cruel.

Me empujó hacia el barro, pero no hizo falta, mis piernas ya


estaban abiertas, el aire frío del invierno mordiendo los pliegues
melosos de mi sexo. Quería que me viera, que viera cómo le ardían los
ojos mientras sus dedos se deslizaban por la humedad, untando mi
282

excitación por todo el coño y el interior de los muslos como un


Página

pagano adorador.
Se me hizo la boca agua cuando se bajó los pantalones de montar
lo suficiente como para liberar su gruesa polla y luego cuando la
empujó bruscamente con su gran mano. Su rostro era salvaje en la
oscuridad y con deseo cuando plantó una mano cerca de mi rostro y
usó la otra para hacer una marca con su polla en mi entrada.

—Puedes gritar todo lo que quieras, bella, nadie vendrá a


rescatarte —prometió, y entonces se zambulló directamente en el
fondo de mi coño.

Grité, pero esta vez trenzó los bordes de mis pulmones desgarrados
con suavidad y se sintió como si la miel cubriera mi garganta.

Grité mientras él se enroscaba en mí en medio de una invernal


noche escocesa, con nuestro calor combinado derritiendo la escarcha
de las agujas de los pinos en lo alto, de modo que goteaban sobre
nuestros cuerpos como una lluvia purificadora.

Grité cuando agachó la cabeza para cogerme los pezones con los
dientes, el dolor rompiéndose como una nuez entre sus molares y
convirtiéndose en un placer divino, y grité aún más fuerte cuando
utilizó la mano en mi sexo para deslizar otro dedo en mi coño junto a
su polla, y me llenó deliciosamente.

No grité cuando me corrí como un torrente sobre su polla y sus


muslos, cuando todo lo que había dentro de mí que no era bello y puro
se expulsó de mí en éxodo.

En su lugar, respiré su nombre en un suspiro y dejé que la mente


aterrorizada encontrara consuelo en su disciplina sobre mi cuerpo.

Fui consciente de la caliente salpicadura de su semen en mi


283

interior cuando llegó al clímax, abrazándome con fuerza para que


Página

pudiera sentir la aguda tensión de su excitación y luego relajarse con


satisfacción.
Y entonces, creo, me desmayé.

Cuando volví a abrir los ojos, fue porque Alexander me estaba


levantando encima de su caballo. Parpadeé lentamente cuando no lo
montó él mismo, sino que se volvió para caminar hacia la distancia
cercana.

Volví a parpadear cuando vi algo que colgaba de un árbol.

Fue el destello anaranjado lo que me llamó la atención y atrajo mi


mente sumergida hacia la claridad.

Reconocí el color de aquel cabello del corral, de la pobre chica que


se había ofrecido a compartir su escondite conmigo.

Colgaba de un árbol por el largo desgarrado y anudado de su


vestido de malla, con el cuerpo blanco como la leche esmaltado a la
luz de la luna y moteado de barro mientras se balanceaba con el viento
frío.

La sangre ennegrecía el interior de sus muslos, y no dudaba de que


había sido utilizada y arrojada a un lado por tercera vez en otras tantas
cacerías.

El tercer golpe había sido demasiado para la chica de los ojos


muertos, y había sucumbido a sus demonios quitándose la vida.

Mi corazón se retorció, ensangrentado y usado como un viejo


pañuelo de papel; mientras veía a Alexander descolgarla del árbol y
depositarla suavemente bajo un viejo roble. Le alisó aquel cabello
zarrapastroso, le cruzó los brazos sobre el pecho y luego inclinó la
cabeza sobre su forma tendida en una oración silenciosa.
284

—Son peores que las bestias —murmuré a través de la niebla de


Página

mi cansancio cuando Alexander se subió detrás de mí al caballo—.


Porque ellos saben que es mejor, y siguen actuando así.
—Sí —asintió Alexander, envolviéndome con fuerza y tomando
las riendas mientras empezábamos a atravesar el bosque.

Los gritos aleatorios seguían resonando en la oscuridad, pero


menos ahora ya que la mayoría de las chicas ya habían sido capturadas
horas antes. Sabía que Astor estaba explorando y que probablemente
alertaría a Alexander de cualquier cazador que se acercara, así que me
permití relajarme ligeramente contra su cálido cuerpo.

—¿Por qué haces esto con ellos? —pregunté.

Tenía que saberlo; mi corazón se estaba convirtiendo en dos, uno


oscuro y otro claro; una parte de Alexander y otra mía. Necesitaba
conocer los entresijos de sus atrocidades antes de permitirme
hundirme más en la oscuridad.

—Te lo dije, nací en esto y me crie con sus reglas. Debería ser
rutinario para mí ser uno de los discípulos de la Orden, al igual que
tantas otras cosas en mi vida son mis obligaciones natas.

—Debería serlo —probé mientras metía la cabeza bajo su barbilla


y tiraba de la chaqueta que había colocado en algún momento sobre
mi hombro, más cerca de mí—. Pero no lo es.

—Durante años pensé que estaba destinado a ser el hijo de mi


padre, y odiaba la idea. Entonces mi madre murió, y el hombre al que
siempre había estado inseguro de cómo amar cuando odiaba sus
acciones se convirtió en la única persona que quedaba en mi familia.
Eso hizo que la carga de ser el hijo y heredero de mi padre fuera aún
más difícil de desenredar.

—Tal vez la familia no lo sea todo —murmuré, sin ser consciente


285

de cómo mis palabras podían aplicarse a mí misma mientras me


Página

hundía más en mi agotamiento y empezaba a quedarme dormida—.


Tal vez no sea suficiente para tomar decisiones basadas en ellos. Al
fin y al cabo, hay que vivir para uno mismo.
286
Página
Era extraño volver a casa, a un lugar que nunca había visto desde
fuera; pero que conocía íntimamente por dentro. Había pasado muchos
de mis primeros días en Pearl Hall deambulando por los pasillos sin
rumbo; y mis únicas distracciones eran las muchas excentricidades de
la arquitectura y el diseño. Conocía mi reflejo desde los muchos
ángulos de la Galería de los Espejos; construida por una de las muchas
amantes del Príncipe Regente, la hija viuda del sexto Duque de
Greythorn. Los rostros de la larga galería que se extendía de un
extremo a otro de la segunda planta me resultaban más familiares que
los de mis antiguos amigos de Nápoles.

Era como enamorarse de un hombre al que nunca le habías visto la


cara; aunque conocieras todo su funcionamiento interno, cómo hacía
el tictac y el sonido del tictac y por qué se detenía cuando lo hacía.

Subimos una colina por un pequeño camino tallado entre gruesos


árboles de pino y cedro, serbal y fresno; entonces apareció una
entrada.
287

—Bienvenida a Pearl Hall —dijo Alexander a mi lado, observando


mi primera visión de la finca.
Página
La casa de la puerta era larga y alta, más bien una muralla de
fortaleza con un arco tallado en la piedra para que pasáramos al otro
lado. Quise preguntar si estaba vigilada, pero pude ver las cámaras de
seguridad guiñando el ojo en la escasa luz y al hombre que nos saludó
al pasar antes de girarse para cerrar las enormes puertas de hierro.

—Recibimos muchos turistas que quieren visitar el recinto —


explicó Alexander—. Como sabes, se trata de una finca privada, y
sería... peligroso que los forasteros se pasearan por ella.

—Hmm —dije, conteniendo mi sonrisa—. ¿Por la manada de


ciervos salvajes?

—Esos... y otros depredadores —respondió con desgana.

No me molesté en ocultar mi risa; cuando le lancé una mirada de


reojo, me estaba mirando de esa forma que tenía que no era una
sonrisa del todo, sino algo más íntima.

—Me confundes continuamente, pero te niegas a darme


explicaciones.

Incliné la barbilla hacia él y luego volví a mirar por las ventanas.


—Puede que sea una esclava, pero también soy una mujer y por lo
tanto no tengo ninguna obligación de darle sentido.

Quería hablarle de muchas cosas. Sobre Landon Knox y Edward


Dante, sobre el futuro de su posición en la Orden ahora que había
capturado a la Zorra Dorada y Sherwood le había concedido una
“bendición" a regañadientes. Quería preguntarle si ya había pasado
por lo suficiente en los primeros seis meses de esclavitud como para
justificar que me liberara antes de que terminara mi período de cinco
288

años, al mismo tiempo que quería pedirle que me mantuviera a su lado


Página

para siempre.
Pero no lo hice, porque se había mostrado malhumorado y
contemplativo durante el viaje de vuelta desde las Highlands, y
dudaba de que fuera a responder a mis preguntas con sinceridad.

Condujimos durante unos minutos más por la sinuosa carretera


hasta que descendimos a un valle que se desplegaba entre el amplio
marco de colinas boscosas para revelar toda la extensión de Pearl Hall.

Era impresionantemente encantador, la extensión era tan grande


que parecía imposible que tantos maravillosos acres de tierra pudieran
pertenecer a una sola familia.

Había un santuario en una pequeña colina, un gran estanque que se


extendía en perfección artificial desde un extremo de la gran casa
hasta el otro, más allá del estudiado laberinto del jardín trasero. Una
gran fuente de mármol negro irrumpía en el centro del camino circular
que precedía a la casa, un carro medio sumergido en el agua con el
gran dios griego Poseidón al timón.

A los Davenport les gustaba la mitología romana y griega, lo cual


no era sorprendente dada su historia; sus conexiones con sociedades
secretas y su predilección por las agresiones sexuales.

Sin embargo, fue la propia casa la que me hizo llorar.

La estructura de tres pisos era un estudio de simetría, aunque Noel


me había dicho una vez que era una mezcla de arquitectura Palladiana
y Barroca. El tejado era a dos aguas sobre la casa principal, con una
cúpula decorativa y fantástica detrás, como algo que estaba
acostumbrado a ver en las catedrales italianas.

Un palacio.
289

Todas las chicas sueñan con un palacio en algún momento de su


Página

vida, normalmente cuando son niñas; pero yo nunca lo había hecho.


Mis sueños habían sido bastante más corrientes.

Una casa sin goteras en la estación húmeda, con agua limpia y más
espacio para que crecieran cuatro hijos. No me importaba un padre
con corona, sólo uno que no se bebiera hasta la muerte al menos una
vez a la semana o que malgastara la escasa riqueza que teníamos en
cartas y caballos.

No tenía verdaderos sueños para mí, sólo los de mis hermanos.

Pero al mirar esa hermosa casa, por primera vez en mi vida, sentí
que mi propio sueño tomaba forma.

En lo más profundo de mi corazón, soñaba que algún día podría


ser algo más que una simple sirvienta en Pearl Hall y una esclava de
su amo. Esperaba, más allá de todo razonamiento, que un día podría
ser la dueña de sus salones y la dueña de su corazón.

Tomaba una forma y un vuelo precarios, demasiado delicados para


sobrevivir mucho tiempo como la burbuja soplada de un niño, pero
eso no lo hacía menos hermoso para mí.

El coche se detuvo en el camino de grava, pero esperé a que


Riddick me abriera la puerta antes de bajar del vehículo.

Los sirvientes esperaban en una fila ordenada junto a las puertas


delanteras, desde Ainsworth a la cabeza hasta un joven y manso
muchacho que reconocí por haberlo visto encender el fuego en la
biblioteca por la noche. Saludaron a su amo y él les devolvió el
saludo; su rostro era severo, pero no insensible.

Contemplé la pompa y las circunstancias con los brazos rodeando


290

mi vientre. Todavía me sentía mal en mi piel después de que la Orden


hubiera usurpado nuestras vidas, y no sabía cómo centrarme
Página

adecuadamente. Aunque tenía la sospecha de que una escena con mi


amo probablemente haría el truco como ninguna otra cosa podría
hacerlo.

Riddick impidió que un joven sirviente tomara la jaula ennegrecida


donde se encontraba Astor, dándole una suave palmada en la muñeca
mientras entraba en la casa con él. Mientras los sirvientes rompían la
formación para coger nuestras maletas del coche y entrar a toda prisa
en la casa, Alexander se acercó a mí. Observé cómo sus gruesos
muslos se movían bajo la tela suave de los pantalones y cómo la
camisa de vestir gris oscura se ceñía a sus pectorales.

Mi pulso se movió en mi interior.

Cuando volví a mirarle a la cara, sus ojos bailaban con un deseo


oscuro y sensual. Me tendió una mano y esperó pacientemente a que
dudara y la tomara antes de alejarnos de la casa por el lado del
edificio.

—Tengo un regalo para ti —dijo—. Algo hermoso y lo


suficientemente feroz como para adaptarse a ti y a tu valentía este fin
de semana.

—No necesito un regalo —le dije con sinceridad—. Aparte de


poder hablar con mi familia con más frecuencia y... y que vuelvas a
estar en mi vida.

Su mano se estrechó entre las mías mientras nos guiaba por un


bonito camino ajardinado hacia una dependencia que se parecía
mucho a los establos.

—Haré que Riddick te consiga un teléfono con mensajes


internacionales. Estará vigilado, así que recuérdalo cuando converses
291

con tu familia, pero podrás enviarles mensajes de texto cuando lo


Página

desees.
Tiré de su mano para detenerlo y luego me puse de puntillas para
darle un ligero beso en el borde de la mandíbula.

—Gracias, Xan —dije en voz baja.

Había una creciente ternura alrededor de mi corazón que parecía


florecer sólo para él. Me hizo sentir inusualmente tímida y vulnerable,
a pesar de que se sentía hermoso floreciendo en mi pecho.

Él pareció ligeramente estupefacto por mi afecto voluntario


durante un segundo, antes de que sus ojos sonrieran y negara con la
cabeza.

Continuamos subiendo la colina de suave pendiente en silencio.


Me hizo pasar por las enormes puertas del granero y entrar en el aire
endulzado por el heno de los establos.

Inmediatamente, la gran cabeza negra de Caronte, el caballo de


Alexander, asomó desde su establo para relinchar a su amo.

Alexander se rio y se acercó para pasar una mano firme por el


largo hocico del caballo.

—¿Te gustan los caballos? —me preguntó, y metió la mano en una


bolsa para sacar una manzana roja que le dio a la feliz bestia.

Asentí con la cabeza y levanté la mano tentativamente para


acariciar el hocico aterciopelado de Caronte. —He montado en uno
algunas veces. Un amigo de la familia, Christopher, solía llevarnos de
vacaciones al viñedo y allí podíamos montar a caballo.

Alexander emitió un chasquido en la boca y otra cabeza apareció


292

sobre el establo junto al de Caronte. Me quedé boquiabierta mientras


me acercaba al magnífico caballo con las manos extendidas.
Página
Era completamente dorado. Desde la coronilla de su magnífica y
ondulada crin hasta la base de sus cascos, el caballo era de un
reluciente y pálido oro metálico.

—Es del mismo tono que tienen tus ojos a la luz del sol —explicó
Alexander—. Es una Akhal Teke27 dorada, una raza muy rara de
Turkmenistán.

—Ella parece la luz del sol viva —le dije mientras le acariciaba la
nariz—. Nunca he visto una criatura tan hermosa.

—Adecuada entonces, que sea tuya.

Parpadeé ante los ojos dorados del caballo y luego ante los
plateados de Alexander. —¿Disculpa?

Se encogió de hombros como si no fuera poca cosa comprarme un


regalo raro y probablemente increíblemente caro. Un regalo que
seguiría viviendo mucho más allá del tiempo que estaba decidido a
pasar en Pearl Hall.

—Has pasado por muchas cosas en las últimas semanas. Quería


volver a darte una alegría.

Mi corazón se apretó como un calambre, doloroso y tan largo que


pensé que podría morir.

—¿Por qué te importa mi alegría? —aventuré en voz baja.

Alexander se apoyó en la pared de madera y me observó por


debajo de los párpados bajos mientras acariciaba su caballo. —¿Sabes
por qué te llamo topolina? Porque eres un ratoncito sin defensa contra
293

mí. Puedo experimentar contigo, cazarte y darte un festín o alimentar


Página

27
Una raza de caballo relacionado con el caballo extinto turco romano, sus características es
que es esbelto con una altura de 1.60 cm.
a otras bestias tan fácilmente como me plazca. —Me estremecí ante
sus palabras y le lancé una mirada infeliz que hizo que sus labios se
movieran—. Pero hay algunas fábulas en las que el ratoncito resulta
ser muy inteligente y engaña al gato, al elefante o al halcón para que
caigan en sus propios trucos. Tú, mi ratoncito, estás jugando tan bien
este juego nuestro, que ya no estoy seguro de quién gana.

Me lamí los labios secos y me encogí de hombros mientras me


inclinaba para oler la piel cálida y limpia de mi caballo. —He
aprendido que es prudente no dejarse llevar por los aires inocentes de
alguien que ya ha demostrado ser peligroso.

La sonrisa de Alexander era malvada. —Chica lista.

—La verdad es que no —le susurré a mi belleza dorada, como si


fuera el caballo al que le estaba entregando mi secreto.

—No tengo habilidades —admití, y sentí como si las palabras se


desgarraran del delicado tejido de mi alma.

Era mi mayor debilidad y vergüenza.

No era más que mi envoltorio, un bonito papel envuelto


ordenadamente alrededor de una caja vacía.

No había ninguna razón para exponerme más al poder absoluto de


Alexander sobre mí; sin embargo, sentía una necesidad imperiosa de
hacerlo.

Podría haber sido un testimonio de su condicionamiento sobre mí,


pero pensé que era algo más.
294

Nunca había conocido a un hombre tan parecido a un laberinto. A


la vuelta de cada esquina acechaba otro choque, alguna bestia
Página

horrenda y peligrosa de un tipo que nunca podría empezar a entender;


pero otras más suaves, justas como las hadas del verano. Incluso sus
hermosas criaturas eran peligrosas para mi salud, seductores y
destructores que trabajaban en conjunto para destriparme hasta el
alma.

El calor de Alexander se apretó contra mi costado un momento


antes de que me volviera a abrazar y me levantara la barbilla con los
dedos. —¿No te he dado algo?

Resoplé. —Bien, supongo que ahora soy una chupapollas


experimentada.

Su ceño era feroz. —No me gusta esa crudeza, la suciedad de tus


labios. Sí, me complaces en todas las formas en que una mujer puede
complacer a un hombre; pero creo que descubrirás si realmente te
fijas, que has aprendido otras habilidades. Riddick dice que casi le
ganaste al florete la semana pasada, has aprendido a jugar al ajedrez,
algo de cocina con Douglas y algo de costura con la Sra. White. Sabes
defensa personal y ahora hablas inglés tan bien como tu lengua
materna.

Se inclinó para recorrer con su nariz la longitud de la mía. —Estas


no son las cualidades de una chica estúpida y sin talento. Son los
atributos de una reina a la que se le hizo creer que sólo era un peón.

Mi corazón latía lenta y fuertemente en mi pecho, golpeando


contra mis costillas como si esperara que Alexander abriera la puerta y
la reclamara para sí. Toda una vida de inseguridad había sido
pulcramente aplastada bajo el caro tacón de Alexander como si fuera
una simple cucaracha. Sentí la muerte de esa vergüenza en mi psique
y suspiré mientras su espíritu se alejaba.
295

—Sabes, topolina, estoy muy tentado de tenerte aquí conmigo para


siempre —continuó.
Página
A veces me preguntaba si era telépata o si había algo simbiótico en
nuestra relación amo/esclavo que le daba acceso privilegiado a mis
pensamientos.

¿No había estado yo deseando lo mismo?

—Sé que eso no será posible por un sinfín de razones, pero quiero
asegurarme de que siempre recordarás que me perteneces. Recordarás
cuando esté ausente y sentirás mi pérdida en tu coño, tu mente y tu
pecho. Sentirás la presión fantasma de mi mano contra tu garganta
como un collar que no puedes quitarte. Y, mi belleza, llevarás el
símbolo de mi línea de sangre en tu piel para que cualquiera que se
atreva a desnudarte lo vea mientras te agacha para follarte.

—¿De qué estás hablando? —pregunté antes de que las manos de


Alexander se convirtieran en grilletes y me arrastrara hasta el final de
los establos, donde había un hogar de ladrillos bien alejado de los
establos llenos de heno, en el que crepitaba un pequeño fuego. Algo se
asaba en aquellas llamas, un palo de hierro sumergido en las
profundidades.

El miedo me inundó, excitándome a pesar de estar aterrorizada


porque mi condicionamiento me había enseñado que el miedo en
manos de Alexander también podía producir placer.

Me empujó contra los ladrillos, colocando las manos a ambos


lados de la cabeza para que me apoyara en ellas y luego sacando las
caderas, separando los pies para que me exhibiera exactamente a su
gusto. Me estremecí cuando me dio besos y suaves mordiscos en el
cuello, mientras sus hábiles dedos me desabrochaban el vestido y lo
dejaban caer al suelo debajo de mí. Lo aparté de un puntapié, lo que
296

me valió un zumbido complacido y su lengua trazando el borde de mi


Página

oreja.
Sus ásperas manos recorrieron cada una de las mejillas de mi culo
desnudo, separándolas y amasándolas como si fueran masa.

—Qué culo tan dulce —alabó—. Inclínalo más hacia arriba para
mí.

Incliné mis nalgas en un ángulo más pronunciado para él y fui


recompensada con su dedo recorriendo mi raja hasta la humedad que
brotaba de mi coño.

—Te encanta exhibirte para mí de esta manera —confirmó,


sumergiendo un dedo y luego otro justo dentro de mí para que pudiera
sentir el estiramiento provocador.

Mis caderas se movieron hacia atrás, buscando la fricción. Se rio


cruelmente y se hizo a un lado para que pudiera ver cómo se
desabrochaba lentamente el cinturón.

Observó mis ojos desorbitados y se detuvo. —Iba a darte con una


fusta, pero parece que a mi belleza se le antoja algo más duro.

Me retorcí contra la pared, mis labios se separaron mientras el aire


frío besaba mis pliegues hinchados.

—Contéstame. —Su voz azotó el espacio y se posó en mi piel


como una descarga eléctrica.

—Sí, amo. Quiero algo más duro.

—Me encanta escuchar esa boca exuberante formar la palabra amo


—admitió con un gemido sexy—. Ahora, te voy a dar quince latigazos
con mi cinturón hasta que tu piel florezca más roja que una rosa y
297

luego te voy a follar contra la pared como la bestia que dices que soy
—me dijo con su voz sedosa y suave, su palabra me ataba a su
Página

voluntad—. ¿Te gustaría, topolina?


Estaba caliente de una manera en forma de explosiones nucleares e
incendios forestales furiosos que desgarraban la tierra y la arrasaban.
Estaba caliente de una manera elemental y verdaderamente,
dolorosamente peligrosa para la salud humana.

Decidí en ese momento, mientras él enlazaba su cinturón de cuero


entre las manos y lo tensaba para prepararse, que no me importaría un
poco de calor.

—Sí, amo —dije cuando se puso detrás de mí con la mano


levantada.

El chasquido del cuero se encontró con mi piel como un beso


caliente en el instante siguiente. Mis caderas se movieron hacia
delante intentando escapar del dolor, que se extendía desde la piel
hasta los músculos y llegaba hasta mi dolorido coño.

—Si vuelves a moverte, te seguiré follando, pero no dejaré que te


corras —advirtió.

Apreté los dientes y presenté el culo.

El siguiente golpe aterrizó y siseé entre los dientes por la fuerza


del golpe. El cinturón era diferente a todo lo que había recibido antes.
Esculpía un amplio camino de calor que ardía más cuanto más se
asentaba en mi piel.

Mientras continuaba azotándome; mi mente se volvía pesada y


oscura, fundiéndose en un lugar donde no había ruido ni caos, ni
problemas ni terrores; sino pura negrura aterciopelada y ruedas de
colores brillantes de felicidad cada vez que caía un golpe.
298

Inconscientemente, mis caderas retrocedían ante cada golpe,


invitando al dolor porque mi cuerpo sabía muy bien cómo
Página

transformarlo en un placer adormecedor.


Gemí cuando escuché la caída del cinturón, no porque me doliera
sino porque estaba ávida de más estímulos.

Me sentía como una toma de corriente defectuosa, con fugas de


electricidad por todas partes, desesperada por ser llenada para que las
corrientes dejaran de asolarme.

Alexander sabía lo que necesitaba, pero no me lo dio.

En lugar de eso, se burló de la cabeza de su polla en la resbaladiza


entrada de mi coño.

—Puedo sentir cómo me empapas la polla —dijo mientras se


burlaba de mí, dándome un empujón y luego deslizándose—. Cierra
las piernas. —Lo hice, y él gimió mientras lo atrapaba entre mis
pegajosos muslos—. Podría follarte así y correrme en todo tu vientre.
¿Te gustaría?

—No —jadeé mientras él empezaba a follar a través de mis muslos


mojados, la punta caliente de su erección chocando con cada empujón
contra mi clítoris palpitante—. No, fóllame.

Su aliento caliente recorrió mi cuello humedecido por el sudor


mientras me presionaba y me apretaba contra la pared. Jadeé cuando
la anchura de la chimenea rozó mis sensibles pezones.

—Dime exactamente lo que quieres y puede que te lo dé.

Grité cuando me pasó una mano por las caderas y empezó a


golpear mi clítoris perforando mi carne dolorida. Mis piernas
empezaron a temblar, un orgasmo en el horizonte que sabía que me
arrasaría como un tsunami hasta el mismo suelo.
299

—Por favor, amo, dame tu dura polla y fóllame hasta que no pueda
Página

más —supliqué.
—Bien, topolina —dijo Alexander con un gemido, y entonces
inclinó sus caderas y hundió toda su gruesa longitud en lo más
profundo de mi ser.

Alexander me rodeó la garganta con una mano para mantenerme


firme y se abalanzó sobre mí como el animal salvaje que yo sabía que
vivía en el corazón de su civilizada fachada.

Me corrí al instante.

Todo mi cuerpo se estremeció con la fuerza del orgasmo, haciendo


sonar mis dientes y mis huesos, sacudiendo mis pensamientos dentro
de mi cabeza hasta que sólo quedaron dos palabras.

Soy suya.

—Mía —pareció resonar mientras se plantaba en mi extremo y


dejaba que mis paredes ferozmente apretadas lo ordeñaran.

Me desplomé contra la pared, tambaleándome por la forma en que


podía destrozarme y recomponerme mejor que antes cada vez que me
tocaba. Me pregunté ociosamente si me habían entrenado para
responder al dolor y al control de esta manera debido a mi
condicionamiento o si siempre había estado en mí el dar, una semilla
oscura en el corazón de mí que sólo tenía que ser sembrada por la
mano correcta para dar frutos.

Alexander seguía dentro de mí, pero sentí que se inclinaba cerca


del fuego. Intenté girar la cabeza para ver qué hacía, pero su mano
subió para apretar mi mejilla suavemente contra la pared,
inmovilizándome.
300

—¿Qué estás...? —grité cuando algo blanco y caliente besó el


borde inferior de la mejilla de mi culo izquierdo, calcinando tan
Página
profundamente mis nervios casi sensibles, que estrellas blancas y
negras aparecieron en mi visión.

Alexander me mantuvo quieta con una mano firme y sus caderas


durante un largo momento antes de quitarme el horrible dolor.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas y cayeron en sus dedos


cuando finalmente me hizo girar para mirarlo. Intenté mover mi mano
hacia atrás para tocar el ardiente dolor alojado en mi trasero, sólo que
él atrapó mis manos y las llevó entre nosotros para poder besar cada
nudillo.

—¿Qué has hecho? —hipé.

Sus cejas rubias y oscuras se entrelazaron con fuerza sobre el frío


ardor del acero en sus ojos. Se clavaron en mi mirada de la misma
manera que algo se había clavado irremediablemente en mi culo.

—Te he marcado con mi escudo de armas —dijo, besando y luego


mordiendo mis nudillos de una forma suave y rítmica que me arrulló
como una mano sobre el lomo de un gatito—. Ahora, no importa a
dónde vayas o lo lejos que te encuentres de mí en esta vida, ahora o
cuando pasen nuestros cinco años, todo el mundo sabrá a quién
perteneces.

Bufé. —¿La familia Davenport?

—No —gruñó suavemente, mordiendo con fuerza la almohadilla


carnosa de mi pulgar y luego chupándolo en su boca—. Sólo me
pertenecerás a mí.
301
Página
—Esta noche eres una extensión de mí, mi belleza; por lo tanto,
espero que seas un paradigma de sumisión y poder sensual. ¿Está
claro?

Asentí con la cabeza desde donde estaba arrodillada en el suelo,


con las manos a la espalda y la cabeza inclinada hacia abajo para que
mi cara quedara cubierta por mi sedoso cabello.

Alexander estaba de pie junto a mí, habiendo entrado en la


habitación después de prepararse en el baño de su casa londinense de
Mayfair. Me había dado instrucciones para que me bañara, me vistiera
con las complicadas correas de cuero que me había preparado y luego
me arrodillara para que mi amo me inspeccionara.

Lo estaba haciendo ahora, rodeándome, observando la forma en


que las líneas del arnés se curvaban alrededor de mis caderas;
acentuaban la forma de mis grandes pechos y cortaban
agradablemente la parte inferior de mi regordete trasero. Llevaba el
302

cabello suelto, peinado como un manto resbaladizo de pura noche


alrededor de los hombros y sobre la espalda y el maquillaje era igual
Página

de espectacular, resaltando el dorado brillante de mis ojos y la forma


exacta de mi boca llena.
Me había mirado en el espejo mientras me preparaba y me había
humedecido entre los muslos. Me veía sexual. No algo barato y
chabacano que pudieras encontrar en una esquina, sino algo elegante y
caro como el pago inicial de una casa.

Debería haberme hecho sentir hueca como a menudo me hacía


sentir mi belleza; pero esta noche, apenas vestida con algo elegido
para mí por mi amo, me sentía como una diosa.

—Esta noche rivalizas incluso con la belleza de Afrodita —me


dijo Alexander, como siempre en la misma página de la oscura novela
de nuestra vida—. La avergüenzas con tu combinación de pureza y
pecado.

—Perséfone entonces, amo —ofrecí mientras miraba el alto brillo


de su zapato y luchaba contra el impulso de besarlo.

Estaba desesperada por su tacto y su satisfacción. Había algo en


estar vestida de esa manera, atada para el sexo que me hacía querer
seducirlo con todas mis artimañas femeninas; mi boca y mis manos,
mi coño y mi culo, mis palabras y mi descaro.

Quería atiborrarme de su belleza y de su semen.

Acarició su mano por mi cabeza y mi espalda. —Estás temblando.


¿Me deseas mucho, mi belleza?

Me lamí los labios secos antes de poder responder. —Sí, amo,


mucho.

—Si te diera permiso para correrte contra la pata de la mesa,


¿crees que podrías? —reflexionó.
303

Miré la bulbosa curva de la pata de la mesa y asentí. —Si también


Página

pudiera chuparte la polla al mismo tiempo.


Su risa fue un oscuro hilo que tejía mi excitación cada vez más
fuerte dentro de mí. —No me tientes para que te quedes en casa esta
noche. Tenemos una misión.

La tenemos.

Tuve que sacudir la cabeza para despejar la niebla de excitación


que envolvía mi racionalidad, pero entonces recordé con demasiada
claridad que estar en Londres tenía un propósito.

Íbamos a ir al Club Dionysus, el espacio de exhibición de la Orden


en Londres al que llevaban a los esclavos para presentarlos como a
una debutante en la corte y exhibirlos con frecuencia por parte de los
amos experimentados sólo por diversión. Alexander lo había
pospuesto porque no le gustaba la idea de compartirme con la Orden
después de todo lo que había pasado hacía seis semanas, pero
Sherwood había enviado una misiva sellada en cera roja y estampada
con la insignia oficial. En ella se mencionaba la desaparición de
Landon Knox.

Alexander me aseguró que no se trataba del crimen, que la gente


moría durante La Cacería todo el tiempo y que nunca se entregaba a
nadie por asesinato. Pero ambos estábamos de acuerdo en que algo
pasaba con la Orden, algo que le afectaba directamente.

Esperaba poder descubrir algunas cosas en el club cuando los


hermanos estuvieran inmersos en sus copas y distraídos con
escandalosas muestras de dominación y sumisión.

Me levantó la barbilla para que pudiera mirarle a los ojos y buscó


en mi rostro cualquier signo de que pudiera estar asustada por la noche
304

que se avecinaba.
Página

Lo estaba, pero no terriblemente.


Cualquiera que hubiera sido testigo de las depravaciones y la
violencia obscena de la Orden se mostraría receloso de volver a su
redil.

Pero yo tenía a Alexander, y él había demostrado más de una vez


que no dejaría que me pasara nada.

—Si ella no fuera una diosa virgen, sugeriría a Atenea —dijo


suavemente, frotando su pulgar sobre mi labio inferior—. Bella,
inteligente y valiente.

Inspiré y saqué la lengua para probar su pulgar. Se apartó y se


enderezó, abrochando el cierre central de su chaqueta negra y
ofreciéndome la mano para ayudarme a levantarme.

Tropecé cuando me levantó demasiado rápido y me incliné sobre


el sofá detrás de él.

—Quédate abajo —me ordenó cuando fui a enderezarme.

Me estremecí cuando su mano recorrió el borde de la correa que


me cubría la columna vertebral hasta el lugar donde el cuero me
mantenía las nalgas levantadas y separadas. Se oyó el chasquido de
una botella que se abría y luego un líquido frío que se derramaba
sobre mi culo y mi coño.

—Vas a llevar algo para mí esta noche, bella, para que estés
siempre pendiente de mí.

Sus dedos rodearon mi coño, entrando y saliendo como si fuera un


bote de tinta mientras me mojaba bajo su contacto. Arrastró la
pegajosa excitación sobre mi culo humedecido por el lubricante y
305

frotó su pulgar sobre el apretado capullo.


Página

—Tendremos que hacer una escena esta noche, ya que es nuestra


primera noche en el club —me recordó algo que ya sabía—. He
decidido que voy a mostrar a todo el mundo lo rápido que entras en el
subespacio durante una flagelación y luego voy a tomar tu culo por
primera vez delante de un público. —Gemí largo y tendido mientras
su pulgar se deslizaba en mi culo y pulsaba dentro de mí—. ¿Te
gustaría eso? Que todo el mundo vea cómo se abre este pequeño culo
alrededor de mi polla.

Mis caderas se movieron cuando sacó el pulgar y lo sustituyó por


los dedos índice y corazón. Jadeé cuando los metió en tijera,
estirándome y frotando mis sensibles paredes.

Me golpeó la nalga con la mano libre. —Contéstame, Cosima. Esta


noche no es la noche para olvidarte de ti misma.

—Lo siento, amo. Sí, me encantaría.

Y la verdad es que lo haría.

Era una criatura ciertamente vanidosa, como cualquier modelo


tenía que serlo para triunfar; y al pensar en un grupo de hombres y
mujeres viendo a Alexander usarme para su placer, lujuriosos y
envidiosos de nosotros, mi coño empezó a gotear por mi muslo.

Sus dedos desaparecieron incluso mientras yo perseguía mis


caderas hacia atrás para mantenerlos dentro de mí. Se rio de mi ansia y
entonces algo frío, suave y demasiado grande estaba en mi entrada.

—Esto es un tapón anal de acero inoxidable con un gran diamante


—me explicó con sinceridad mientras hacía girar lentamente el bulbo
dentro de mí.

Siseé de dolor cuando se hundió más allá del apretado anillo


306

muscular inicial y se deslizó dentro de mí. Podía sentir cómo me


cerraba alrededor de la estrecha base, y sabía que podría mantenerlo
Página

dentro de mí; aunque incómodo, mientras caminaba.


—Cuando te arrodilles a mi lado en el club, todos los que pasen
por allí verán el brillo del diamante ajustado entre las mejillas de tu
dulce culo y la marca del escudo de mi familia en tu piel, y desearán
ser tus dueños.

Me dio una palmadita en el trasero y luego me ayudó a ponerme de


pie sujetándome el brazo y yo me tambaleé tratando de adaptarme al
peso frío y extraño que tenía dentro de mí.

—¿Está bien? —preguntó.

Asentí con la cabeza. —Sí, amo.

—Buena chica —elogió, entrando en el baño para lavarse las


manos—. Esta noche será divertida.

Mi mano estaba en la de Alexander cuando me bajé de su Town


Car justo al final de la calle del club. Llevaba unos tacones negros de
15 centímetros, así que mi atención se centró en el suelo cuando subí a
la acera, pero algo en el aire me hizo detenerme y mirar hacia arriba
antes de terminar de moverme.

Nuestros ojos se conectaron como dos imanes.

Su aspecto era total y devastadoramente bello. Sus ondas de


obsidiana estaban domadas y empujadas en una onda perfecta a un
307

lado de su frente dorada, su estructura alta y delgada y musculosa


estaba enfundada en un traje de corte impecable que le hacía parecer
Página

la estrella de cine que yo creía que debería haber sido.


Había visto a mi hermano en muchas situaciones y formas de
vestir a lo largo de los años, pero nunca lo había visto como estaba
entonces.

Tampoco había visto ni oído hablar de la mujer que llevaba del


brazo. Era una cosa menuda pero elegante como un cisne, la larga
línea de su pálido cuello acentuada por el halo suavemente rizado de
su pelo ceniciento. Podía ver la claridad de sus ojos azules incluso a
tres metros de distancia, amplios y brillantes como los lápices de
colores de un niño mientras parpadeaban a Sebastian por haberse
detenido indebidamente.

También había un hombre guapo, que no estaba congelado en


acción a su lado como la mujer; sino que seguía medio paso y
ligeramente delante de mi hermano, como si estuviera dispuesto a
protegerlo de alguna amenaza potencial.

Esa amenaza, al parecer, era yo.

De todos los momentos para encontrarme con mi hermano en


Londres, fue a la salida de un club sexual de una sociedad secreta, con
el pesado peso de un tapón en el culo y mi amo a mi lado.

—Cosima —dijo en el mismo momento en que yo respiraba—,


Sebastian.

Alexander se tensó a mi lado y deslizó un brazo alrededor de mi


cintura para arroparme más a su lado. Sus instintos de alfa se
encendieron, sus fosas nasales se ensancharon y sus ojos chasquearon
cuando Seb y su grupo se despegaron y se acercaron.

Intenté salir del círculo de su agarre para encontrarme con


308

Sebastian a mitad de camino mientras él me saludaba de forma un


Página

tanto forzada con nuestros habituales tres besos en la mejilla, pero


Alexander no se movió ni un ápice; así que mi hermano se vio
obligado a acercarse íntimamente a él.

Juraría que el hombre que estaba detrás de Seb gruñó ante su


proximidad.

—¿Qué haces aquí? —nos preguntamos al mismo tiempo, con


nuestras voces flexionadas y acentuadas en los mismos lugares.

Me reí con ligereza. —Estoy en la ciudad por dos noches de forma


inesperada. Una reina del drama se ha retirado de un rodaje y yo la
estoy sustituyendo.

—¿Por qué no llamaste? —preguntó, con la cara contraída por el


dolor que escondía su voz.

Me mordí los labios mientras luchaba por encontrar una respuesta.

—Fue culpa mía, me temo —intervino Alexander para decir con


una pequeña sonrisa—. Ya no veo a Cosima, y cuando nuestra amiga
común me dijo que estaría en la ciudad, me hice cargo de las dos
noches.

Cuando Seb frunció un poco el ceño, el hombre que estaba detrás


de él le dijo: —Exclusiva —afirmó—, le hizo prometer que lo vería
ambas noches.

Mi hermano aceptó la traducción con una amplia sonrisa dirigida


por encima del hombro a su amigo. Me tomé un momento para
echarle un vistazo y me pareció aún más guapo que la silenciosa mujer
del cuello de cisne.

—Nosotros también íbamos a cenar —explicó Sebastian,


309

recordando de repente que él también estaba en extraña compañía—.


Página

¿Les gustaría unirse a nosotros?


—No —dijo inmediatamente Alexander—. Sólo tenemos un breve
espacio para cenar antes de ir a una fiesta con algunos de mis amigos.
Sin embargo, es muy amable por tu parte invitarnos y ha sido un
placer conocerte.

Volví a mirar al hombre por encima del hombro de Seb y me


quedé boquiabierta cuando la información encajó. —¿Es Adam
Meyers?

Para mi absoluta sorpresa, mi hermano se sonrojó. —Sí, bueno,


Cosima, mia bella sorella —continuó en italiano para que pudiéramos
hablar en privado.

No sabía que Alexander hablara italiano tan bien como nosotros.

—Te llamaré más tarde —prometió—. Que pases una buena noche
con tu dulce papi.

—Espero una respuesta cuando llames por teléfono —le dije


suavemente mientras retrocedía unos pasos antes de saludar por
encima del hombro en señal de despedida y acompañar a sus amigos
hasta la acera por donde habían venido.

—Eso ha sido muy incómodo y extraño —le dije a Alexander


mientras parpadeaba tras mi hermano, con el corazón dolido por saber
tan poco de su vida. Ni siquiera sabía quiénes eran sus amigos.

—Está claro que están follando —afirmó Alexander con su estilo


británico de siempre mientras me guiaba por los escalones y entraba
en la discreta puerta principal del club.

Estaba tan ocupada con mi indignación que le entregué mi


310

gabardina cuando Alexander me tendió la mano para que la cogiera


sin pestañear, a pesar de que sólo llevaba puesto el arnés de cuero de
Página

adorno que había debajo.


—¿Crees que se está tirando a la mujer?

—Y al hombre —aclaró Alexander mientras entregaba nuestras


chaquetas al portero y se ajustaba los puños de diamante antes de
conducirnos por un pasillo oscuro—. A los dos.

—¿Los dos? —chillé, incapaz de imaginar a mi hermano con un


hombre, y mucho menos con un hombre y una mujer al mismo
tiempo.

Me estremecí cuando una imagen pasó por mi mente y me apreté


las sienes contra el dolor.

Alexander se rio. —No te lo imagines, pero es cierto. La tensión


sexual entre ellos era prácticamente nuclear. Pensé que Adam me
arrancaría la cabeza por estar tan cerca de Sebastian.

—¿Realmente era Adam Meyers, el actor? —pregunté, aturdida—.


Y esa debía ser su mujer.

Alexander asintió, deteniéndonos ante una sencilla puerta negra en


la pared. Colocó sus manos sobre mis hombros y me permitió ver
cómo su rostro se volvía firme con dominación.

—Ya está bien de eso. ¿Estás preparada para esta noche, mi


ratoncita?

A pesar de lo difícil que resultaba apartar de mi mente el


incómodo encuentro y la explosiva extrapolación de Alexander, me
encontré ablandada de forma natural ante la mirada de posesión y
oscuro control de sus ojos.

—Esa es mi chica —dijo, y el elogio se posó como una corona de


311

gloria en mi cabello.
Página
Nos hizo girar a los dos y llamó a la puerta. Una pequeña ventana
apareció en el centro, abierta desde el otro lado.

—¿Propósito?

—Baccanalia28 —respondió Alexander, y un momento después, la


puerta se abrió de golpe y estábamos entrando.

El Club Dionysus era exactamente como lo había imaginado, sólo


que ni siquiera mi imaginación podía llegar a los extremos que
necesitaba para conjurar las escenas que tenían lugar en cada uno de
los tres escenarios. Estaba decorado de forma oscura en azul marino y
negro, con detalles plateados y luces brillantes de color azul hielo bajo
la barra y sobre los escenarios. Había mesas y sillas ante cada uno de
los escenarios; pero también había cabinas en el centro centradas ante
el escenario principal, más grande, dónde un enorme hombre calvo
azotaba a un joven atado sobre un banco.

—¿Hombres? —pregunté, porque no había habido ningún hombre


en La Caza.

Alexander me puso una mano en la cadera y me susurró al oído. —


Ha habido esclavos masculinos en la Orden durante décadas, incluso
antes de que se sancionara oficialmente, pero todavía no se les permite
entrar en La Caza. Creo que creen que arruina la estética.

Parpadeé ante su gracioso comentario y luego solté una risita de


asombro cuando me guiñó un ojo.

Nos dispusimos a avanzar cuando una escena en el escenario a


nuestra izquierda llamó la atención de Alexander y se detuvo a mitad
de camino. Mi mirada siguió la suya para presenciar a una mujer
312

pequeña de unos cuarenta años arrodillada en el centro del escenario


Página

28Del latín Bacchanalia; fiestas de la antigua Grecia y Roma donde se adoraba al Dios Baco o
Dionisio, en las que se bebía sin medida.
mientras su amo usaba su boca. Su espalda era un brutal tapiz de
cicatrices rojas, blancas y rosadas de antiguos y salvajes latigazos.
Jadeé ante el feo horror que suponía, y me giré ligeramente hacia
Alexander para consolarme.

Sin quererlo, su mano me cogió de la cadera y me acercó más,


aunque no apartó los ojos de la mujer.

—¿Quién es? —pregunté.

—Yana —susurró antes de poder comprobarlo.

Me miró, apartando los recuerdos de su mirada como si fueran


telas de araña y luego frunció la boca con desgana mientras nos hacía
avanzar de nuevo.

Nos condujo a una mesa libre cerca de la parte delantera del


escenario principal y mientras él tomaba una silla, yo me doblé de
rodillas a su lado ensanchando los muslos para ajustarme al grosor del
tapón entre mis mejillas. Me acarició el cabello idealmente mientras
examinaba la lista de bebidas, pero no pasó mucho tiempo antes de
que un camarero viniera a tomar su pedido y no mucho más después
para que Sherwood tomara el asiento vacío frente a nosotros.

—Buenas noches, Thornton —saludó con su voz de papel mientras


su esclava se arrodillaba a su lado.

Era una mujer no mucho mayor que yo, aunque su cuerpo estaba
envejecido por las cicatrices. No era la primera vez que agradecía que
Alexander me hubiera comprado a mí, y no otro amo más pervertido.

—Benedicto —dijo Alexander, llamando bruscamente al jefe de la


313

Orden por su nombre de pila—. Me has convocado y aquí estoy.


Página

Me asomé a través de la cortina de mi pelo para ver que la boca de


Sherwood se afinaba y se curvaba con desagrado ante el desaire.
—Apenas te he convocado. Fue una invitación amistosa. Todavía
no habías traído a tu esclava al club y pensé en recordártelo.

—¿Oh? —preguntó Alexander mientras aceptaba su brandy del


camarero—. Entonces, ¿cuál era tu motivo para mencionar al pobre y
viejo Knox?

—Sólo era una pregunta, viejo amigo. Siento que te hayas


ofendido —entonó Sherwood con inocencia.

Apreté los dientes contra sus sacarinas mentiras.

—Sin embargo, si tenemos que hablar de negocios, hermano, hay


algo que me gustaría decir —enfatizó Sherwood mientras arrojaba la
cereza de su bebida al suelo, junto a sus pies; su esclava se inclinó de
inmediato para comerla del suelo con los dientes como si fuera una
especie de animal.

Miré hacia otro lado.

—Por supuesto.

—Bueno, he oído el rumor de que esperas adquirir NF News.


Quería hablar contigo sobre la posibilidad de utilizar a Winston para
endulzar el trato.

—No.

—No te precipites. Puede que el señor Winston sea un nuevo


afiliado a la Orden; pero sigue siendo un hermano y, como tal, tiene
prioridad en este tipo de situaciones.

—No —repitió Alexander con frialdad—. Ya te lo he dicho


314

innumerables veces y no soy partidario de repetirme, Benedict. No


Página

voy a rellenar mi cartera con el dinero sucio de la Orden y la política,


me va bastante bien sin ellos y prefiero no tener dolor de cabeza.
—No me importa si no quieres tener dolor de cabeza —arremetió
Sherwood en voz baja—. Eres parte de esta Orden y así es como se
hacen las cosas.

—Si se pudiera rescatar la membresía, sabes que me habría ido.

Hubo un silencio profundo y feo como una herida supurante.

—Piensa en tus prioridades, Thornton —aconsejó Sherwood con


su tono sedoso que incluso yo sabía que significaba una amenaza—.
No querrás acabar como tu querida madre, muerta antes de tiempo.

El aire alrededor de la mesa se volvió eléctrico; estuve segura, por


un segundo aterrador, de que Alexander golpearía al hombre donde
estaba.

En lugar de eso, su voz era hielo seco cuando dijo: —La próxima
vez que menciones a mi madre o me amenaces, asegúrate de tener una
pistola en la mano con la que respaldarlo inmediatamente, porque iré
por ti. Y no te gustará lo que ocurra cuando te atrape.

Se apartó de su silla y me ofreció su mano para que pudiera


ponerme en pie con mis altísimos tacones.

—Nos vamos —gruñó en voz baja sólo para mí mientras


empezábamos a entrelazarnos entre las mesas.

Algunos hombres llamaron a Alexander, pero él los ignoró.

Me alegraba abandonar aquel lugar y, sobre todo, a aquella gente;


pero una pequeña parte de mí se entristecía de que no pudiéramos
tener nuestra escena.
315

—No te preocupes, topolina —me susurró al oído mientras me


Página

mantenía la puerta abierta y luego me dio una palmada en el culo


cuando pasé—. Me follaré tu dulce culo en cuanto lleguemos a casa.
Apreté mi mano con firmeza sobre la gruesa y venosa longitud de
la polla de Alexander hasta que una perla de líquido se acumuló en la
punta. Era mi juego favorito, burlarme de él y jugar con su preciosa
polla utilizando sólo mis manos para poder lamer cada gota de
humedad que se acumulaba en la cabeza.

Tenía un sabor divino, la comunión de una iglesia sagrada.

—Las manos detrás de la cabeza.

Antes de que pudiera calcular conscientemente las palabras, mis


manos estaban enlazadas en la parte posterior de mi cuero cabelludo.
Alexander deslizó sus manos por los huecos de mis brazos doblados y
entrelazó nuestros dedos en mi pelo.

Luego empezó a follarme la garganta lenta y firmemente.

Me utilizó a su ritmo, arrastrando el peso de su polla fuera de mi


garganta y sobre mi lengua de forma tan gradual que no pude evitar
las arcadas y tragar a su alrededor. En cada empuje hacia dentro, me
clavaba las caderas; mi nariz contra los ásperos vellos sobre su pubis
mientras me obligaba a tomarlo hasta la raíz; aunque apenas pudiera
respirar.

Era una tortura metódica.


316

Nunca habría podido saber lo sensible que podía ser mi boca,


cómo cada roce de su cabeza sobre la corona de mi boca podía
Página
sentirse sublime y cómo cada vez que se hundía en mi garganta; me
sentía tan resplandecientemente llena.

El lugar entre mis piernas era un terreno húmedo.

Podía sentir lo mojada que estaba mientras me frotaba los muslos,


desesperada por la fricción.

—Pon esa polla bien mojada y preparada para tomar tu culo —


ordenó Alexander en su perfecto tono de clase alta.

Chupé con fuerza, desesperada por oírle gemir.

Sus manos se apretaron dolorosamente en mi cabello como


respuesta, y siseó cuando le pasé la lengua por encima antes de que se
retirara completamente de mi boca.

Su rostro era una máscara de pura lujuria mientras frotaba su


pulgar sobre mis labios hinchados, húmedos y rojos. —Ve a la
ventana.

Me sorprendió que estuviéramos en el dormitorio junto a una cama


colosal con postes que sólo Alexander podía encontrar para utilizar,
pero seguí sus órdenes. La ventana era enorme y se extendía de un
lado a otro de la pared. Era uno de los muchos detalles arquitectónicos
modernos de su otra casa de Mayfair; muy tradicional, que la hacían
increíblemente hermosa.

—Apoya las manos en el cristal y enséñame el trasero.

Hice lo que me dijo.

—Más amplio.
317

Separé aún más las piernas, tambaleándome ligeramente sobre los


Página

altos tacones que aún llevaba. Mi culo estaba tan apretado alrededor
del tapón en esta posición, que no estaba segura de que pudiera
sacarlo.

—Sé que te decepcionó que no pudiéramos actuar esta noche,


bella —prácticamente ronroneó mientras se movía detrás de mí y me
pasaba la nariz por el cuello—. Habrías sido la envidia de todos los
hombres de la sala esta noche.

Gemí suavemente cuando su lengua siguió el camino de su nariz,


lamiendo mi carótida y luego mordiendo suavemente mi pulso.

—Pero esto tendrá que ser suficiente por esta noche. Te voy a
follar aquí, contra la ventana; para que cualquiera que tenga la suerte
de pasar por allí pueda ver lo preciosa que estás con una polla en el
culo.

Sus dedos bajaron como plumas por cada hendidura de mi


columna vertebral, sobre la curva de mi coxis, y luego en lo más
profundo de mis piernas; donde golpeó suavemente el tapón
incrustado de diamantes en mi culo.

—¿Te sientes bien? —me preguntó, acariciando mi cabello y


golpeando el tapón.

Podía sentir cada centímetro de mi piel, cada electrón, protón y


neutrón de cada átomo de mi ADN y todos bullían de placer eléctrico.

—Más, por favor, amo —pedí, tratando de no gemir.

—Mi niña glotona.

—Sí, amo.
318

Giró el tapón dentro de mí como si estuviera girando una válvula,


Página

y liberó parte de la presión dentro de mí y la sustituyó por un vacío


anhelante. Gemí, haciendo rodar mi frente contra mis manos y
empañando el cristal debajo de ellas con mis humeantes mallas.

Sus dedos se adentraron en mi culo, retorciendo uno, luego dos, y


luego tres hasta que estuve tan llena que no pude moverme.

—Muévete contra mis dedos —exigió, y su otra mano se enroscó


cruelmente alrededor de mi cadera para que el borde del dolor me
llevara a pensar en el momento, en la sensación de él en mi culo y el
cristal contra mis pechos—. Fóllate contra mí.

Dios, gemí por mi desvergüenza mientras giraba las caderas hacia


atrás, inclinando la pelvis para que sus dedos recorrieran cada
centímetro de carne sensible dentro de mí. Se sentía tan extraño, un
placer pesado, golpeando acordes dentro de mí que resonaban como
un bajo en lugar de un tenor.

No era suficiente. Moví mis caderas cada vez más rápido, pero el
ángulo no era el adecuado y no podía moverme lo suficientemente
rápido. Un ruido de frustración rasgó el aire y me di cuenta de que era
yo quién hacía ese sonido.

—Calma, preciosa —me tranquilizó Alexander mientras abría un


frasco de lubricante detrás de mí y luego utilizaba sus dedos untados
para prepararme—. Yo me encargaré de ese dolor por ti.

Se me cortó la respiración cuando la ancha punta de su pene


alcanzó mi agujero y se introdujo lenta e irremediablemente en él.
Algo en mi cerebro se abrió como un corcho de champán y todo se
volvió efervescente, mi sangre estalló de sensaciones mientras me
inundaba de endorfinas.
319

Intenté volver a empalarme en su polla, pero él me mantuvo firme,


Página

abriéndose paso lentamente en su interior hasta que mis caderas se


ahogaron en el hueco de su regazo y me senté hasta la raíz en su
longitud. Su mano se movía por encima de mí, tirando de mis pezones
hasta que cantaron arias brillantes, rasgueando mi clítoris hasta que
retumbó como un metrónomo, siguiendo el ritmo de la escalada de
placer que se elevaba hasta un crescendo en mis entrañas.

Entonces empezó a moverse, y todo mi cuerpo empezó a tocar su


propia armonía, manipulado por la forma y el tirón del cuerpo de
Alexander en el mío.

—Te vas a correr encima de mí, ¿verdad? —se burló de mí


mientras cambiaba su ritmo y empezaba a embestirme, sin cesar de mi
dolor o placer, persiguiendo su propio clímax porque él era mi ap0mo
y yo sólo una esclava.

Gemí sin cesar en respuesta, tan perdida que era un milagro que su
voz pudiera penetrar en mis pensamientos borrachos de lujuria.

—Te encanta mi polla en tu culo, en tu coño, en tu boca y entre tus


tetas y muslos. Te encanta cualquier lugar donde puedas acogerla —
continuó contra mi cuello mientras mordisqueaba la carne allí.

—Yo, yo, yo voy a... —Me quedé sin palabras, perdiendo la


capacidad de hablar en cualquier idioma mientras mi inminente
clímax tensaba todos los músculos de mi cuerpo hasta el punto de que
me dolía.

—Sí, Cosima, córrete para mí —dijo, y fue el sonido de mi


nombre en su boca, pronunciado con esa sexy voz británica, lo que me
catapultó al borde del orgasmo más extremo que jamás había tenido.

Todos los circuitos de mi cuerpo se encendieron, de modo que


todo lo que veía era luz y todo lo que sentía era un placer brillante que
320

me recorría desde el punto en que su polla se hundía profundamente


Página

en mi cuerpo. Y entonces fue demasiado, y todo hizo cortocircuito.


Segundos después, me desmayé contra el cristal.

Cuando desperté, estaba en la cama con Alexander entre mis


piernas, limpiándome con un paño húmedo y caliente en la oscuridad.

Intenté hablar, pero mi discurso no tenía sentido.

Alexander levantó la vista de su trabajo para dedicarme su


pequeña sonrisa ligeramente ladeada. —Te has desmayado. No puedo
decir que una sumisa me haya hecho eso antes.

Fruncí el ceño.

Alexander negó con la cabeza y tiró el paño al suelo antes de


tumbarse a mi lado y taparse con las sábanas. Suspiré cuando me
atrajo contra las duras líneas de su cuerpo, mi mejilla contra la
inflexible hinchazón de su pectoral y mis dedos atrapados en los
surcos entre sus abdominales.

—No tienes que estar celosa de nadie de mi pasado. Tuve sumisas


antes de ti, pero no esclavas; y nunca nadie por más de unos meses.
Incluso entonces era casual porque no necesitaba una pareja, sólo una
mujer caliente, húmeda y obediente.

—Bonito —dije secamente.

Su risita me alborotó el cabello. —No todo el mundo busca a su


futuro cónyuge.

—No te imagino casado —dije mientras bostezaba en su pecho.

—Probablemente porque no pienso estarlo nunca. Tendría que


estar loco.
321

—¿No crees en ello?


Página
Se quedó callado durante un largo momento mientras contemplaba
mi pregunta. Se me ocurrió que sólo después de una escena, cuando
me envolvía, Alexander se ablandaba y conversaba conmigo como un
verdadero amante.

Tendría que aprovecharlo mejor.

—Creo en ello —dijo por fin—. Puede que yo sea el pesimista,


pero no se me ocurre un solo matrimonio que se alegre por ello.

Yo tampoco conocí a ninguno, así que no dije nada.

—Tengo que creer que, si alguna vez me sintiera movido a


casarme, sería porque querría que mi amante tuviera mi nombre, mi
protección y la promesa de mi amor sin importar lo que pasara en el
futuro. Creo que es una promesa que nunca debería morir, aunque el
amor se haya ido. Una promesa que dice que te cuidaré, que te
defenderé y que estaré a tu lado pase lo que pase.

Parpadeé en la oscuridad ante la belleza de sus palabras y la


imposibilidad de que vinieran de un hombre así. Pero luego pensé en
otras cosas que había dicho cuando había bajado la guardia, en que yo
era valiente como la diosa Atenea y una reina a la que habían
convencido de que era un peón.

Era la contradicción de su fría exactitud y sus cálidos soliloquios


lo que parecía desmoronar mis defensas antes de que yo supiera que
estaban destruidas. Era imposible mantenerme alerta a su lado porque
su comportamiento era imprevisible, y sus erráticos momentos de
belleza resultaban sorprendentes.

Lo que me recordó su extraño comportamiento al ver a aquella


322

sumisa en el club.
Página

—¿Quién es Yana?
Su cuerpo se aquietó. —No vamos a hablar de ella.

—Bien, hablemos de lo que pasó con Sherwood esta noche. ¿Por


qué te amenazó, y por qué no deberías estar un poco más preocupado
por ello? Creí que habías dicho que esos hombres te matarían si no
hacías lo que decían.

—Pueden intentarlo —murmuró sombríamente.

—Xan. —Me apoyé en una mano para poder mirarle a la cara, y vi


cómo se le ablandaba el rostro al oír mi apodo—. Por favor, cuéntame
qué ha pasado esta noche.

Suspiró, un sonido indulgente y vagamente irritado. —Bien, pero


acuéstate. —Mientras me acomodaba, enredó sus dedos en mi
cabello—. La Orden no se trata sólo de hedonismo y mujeres.
También se trata de mantener a los hombres de élite de Gran Bretaña
en los escalones superiores de los negocios, la política, la riqueza y la
sociedad. Tengo una empresa de medios de comunicación que heredé
a través de la familia de mi madre y que he hecho muy lucrativa. Hay
un número indeterminado de personas a las que debería apoyar
económicamente para ser alcalde de Londres y Primer Ministro, o
contratar en mi empresa porque así lo dicta la Orden. Me niego a
hacerlo.

—¿Siempre lo has hecho?

—Sí. Sé que es difícil de creer, dado nuestro estado actúal; pero


nunca aprobé la Orden, aunque mi padre me preparó para ser su líder.

—¿Cómo te prepararon? —pregunté, dibujando mis dedos en


patrones relajantes sobre su pecho con la esperanza de que eso lo
323

distrajera para que se mantuviera abierto y flexible conmigo.


Página
Dudó. —Mi padre siempre tuvo esclavos. No estoy seguro de que
mi madre lo supiera en el momento de su matrimonio, pero desde
luego lo sabía cuando yo era un muchacho. La mayoría de las veces
los mantenía fuera de nuestra vista en los cuartos de los sirvientes o en
el calabozo, pero cuando yo tenía nueve años, mi padre decidió que
debía comenzar mi entrenamiento como sádico.

Dejé de respirar.

—Me llevó al calabozo y me presentó a la actual esclava


Davenport. Sólo tenía dieciocho años y era tan pálida y delgada...
Podía ver sus venas y huesos bajo su piel. Noel me enseñó a
adiestrarla como a una perra, a presentarse para su amo y a arrastrarse
y suplicar bellamente por más. Tuve mi primer orgasmo por su boca y
luego, en mi décimo cumpleaños, perdí mi virginidad con ella.

—Oh, Xan —respiré, aplanando mi mano sobre su corazón como


si pudiera llegar al interior y aliviar las cicatrices allí.

—Fue unos meses después cuando Noel decidió enseñarme a


disciplinarla. Yo era un chico alto y fuerte por el deporte, así que
pensó que podía emplear adecuadamente un látigo. Primero colgó a
Yana del techo y la puso a prueba. Cuando llegó a la mitad, su espalda
se había abierto y la sangre goteaba como una lluvia roja en el suelo.
No podía soportarlo, así que cuando mi padre no se detuvo ante mis
gritos, intenté quitarle el látigo.

Mi mano voló a mi boca y las lágrimas se acumularon en mis ojos


al comprender a dónde iba esto.

—Noel bajó a Yana y la dejó llorar en un rincón mientras me


324

colgaba y me daba el resto del castigo. En algún momento, me


desmayé por el dolor, lo que sólo hizo que Noel se enfadara más. Los
Página

hombres de Davenport, especialmente el heredero del Ducado de


Greythorn, no sucumben a nada, ni siquiera al dolor. Me desolló hasta
que mi espalda fue un desastre sangriento, y luego me dejó allí en el
suelo. Tuve la suerte de que uno de los hijos de la criada de la cocina
había oído los gritos y bajó a investigar. Fue todo un calvario, aunque
me dio a Riddick.

—¿Era el hijo de la criada? —pregunté, sorprendida de que los dos


hubieran estado juntos tanto tiempo.

Alexander asintió, apartando el cabello de la cara y frotando los


mechones entre los dedos. —Hay más en mi historia con la Orden,
pero ese fue mi primer contacto con sus creencias, y no me gustó.

—Sin embargo, ¿ahora eres un dominante y un sádico? —Me


aventuré tímidamente porque la terminología todavía me confundía a
veces, pero estaba bastante segura de que era cierto.

—Lo soy. Con el tiempo aprendí cuáles eran mis propios límites, y
eran más o menos los mismos que los de cualquier hombre temeroso
de Dios. No disfruto haciéndote sangrar o que comas las sobras del
suelo como la esclava de Sherwood. No disfruto con la idea de
compartirte o ver cómo te violan. Sólo soy un simple hombre con
ganas de oír el sonido de las lágrimas de mi sumisa y de contemplar la
carne después de haberla enrojecido con la fusta.

Me reí. —Sí, un hombre sencillo, en efecto.

Nos quedamos en silencio un momento pensando en nuestros


propios y pesados pensamientos antes de susurrar: —Lo siento, Xan.

Me apretó con fuerza y dirigió su boca hacia mi cabello. —La


mujer que he comprado y utilizado mal empatiza conmigo. ¿Qué te he
325

dicho de ese tierno corazón?


Página
—Creo que ya tengo todos los problemas que puedo tener —
murmuré.

Su risa sorprendida vibró a través de mí.

—Xan —pregunté porque siempre lo había deseado, y el aire entre


nosotros estaba perfumado de intimidad—. ¿Cuántos años tienes?

—Cumpliré treinta y cinco el viernes.

—¿En serio? Tenemos que celebrarlo —le dije porque en mi


familia era un mandato que había que disfrutar de los cumpleaños.

Yo no había disfrutado de mi decimoctavo cumpleaños, y quería


compensarlo disfrutando del de Alexander con él.

—En realidad tenemos que ir a un baile. Nos quedaremos en


Londres las próximas noches y volveremos a Pearl Hall después. Ya te
tengo un vestido en el armario.

—Oh, bueno, estaba pensando más bien en tarta de cumpleaños y


globos; pero supongo que los señores hacen bailes para los
cumpleaños —reflexioné.

Apretó su sonrisa contra mi frente y luego la sustituyó por un beso.


—Podemos hacer la tarta de cumpleaños después del baile, ¿qué te
parece?

—Trato hecho.

Volvimos a estar en silencio durante un tiempo, y casi me dormí


antes de preguntar. —¿Qué vas a hacer con la Orden? ¿Y si se vuelven
contra ti?
326

No respondió durante mucho tiempo y, cuando lo hizo, no estaba


Página

segura de si ya estaba soñando.


—Lo que me preocupa es lo que haré con la Orden si vienen por ti.
327
Página
Hice reír a Xan dieciocho veces en su trigésimo quinto
cumpleaños. Mi plan para el día había salido de maravilla con la
ayuda de Riddick, que en realidad hizo las llamadas y las reservas por
nosotros; y de la señora White, que también había viajado con
nosotros desde Pearl Hall y me había ayudado a hacer la tarta.
Horneamos la tarta de ron cassata siciliana la mañana anterior
mientras Alexander estaba de viaje de negocios, y se la presenté en la
cama esa mañana cuando le desperté.

Este viaje significaba que era la primera vez que me acostaba y me


despertaba con él, y la nueva intimidad se sentía bien, dado que mis
sentimientos por él habían cambiado.

Se sintió aún mejor cuando se comió el glaseado de mis pezones y


entre mis piernas hasta que me corrí en su boca y luego afirmó que yo
sabía mejor que el pastel.

Era un plan tonto, y me había puesto nerviosa cuando propuse


pasar el día juntos en Londres para celebrarlo; pero Alexander se
328

había mostrado sorprendentemente amable con mi exceso de


entusiasmo. Creo que incluso había disfrutado subiendo al London
Página
Eye29, aunque probablemente eso sólo se debiera a que habíamos
ocupado nuestra propia cápsula y a que había jugado bajo mi falda en
medio de las cámaras de seguridad hasta que me había corrido en sus
manos.

Nunca había visto a Alexander tan relajado como aquel día


conmigo. Seguía siendo frío y distante, imperturbable y difícil de
impresionar, pero había una sonrisa en sus ojos que los hacía brillar
como diamantes multifacéticos en la débil luz de Londres.

Experimentarlo así me hizo sentir como una chica enamorada del


colegio, lo cual era vagamente ridículo ya que nunca lo había sido.
Pero el vértigo que me invadía cuando me cogía de la mano y me
guiaba entre la multitud o me retiraba la silla durante el té en Fortnum
& Mason era suficiente para marearme.

Había otra razón potencial para mi mareo, pero no quería insistir


en ella antes de estar segura.

Cuando volvimos a la casa de Mayfair para prepararnos para el


baile, Alexander me detuvo en el camino de ladrillos que había
delante de la puerta y me tomó la cara con ambas manos.

—Quiero darte las gracias —dijo solemne y vagamente


incómodo—, por haber planeado lo de hoy. No me he divertido
mucho en mi vida y nada desde que Chiara murió y... Edward se fue.
Así que esto ha sido espléndido.

El corazón me brillaba en el pecho y aunque eso me preocupaba


igual que mi vértigo de antes, me permití sentirme feliz porque
tampoco había tenido mucho de eso últimamente.
329
Página

29
El London Eye es una gran noria situada en el South Bank del río
Támesis en Londres, Reino Unido. Es la noria más alta de Europa y la atracción turística más
7

popular del Reino Unido con más de 3,75 millones de visitantes al año
—De nada.

Me miró fijamente durante otro largo momento, tratando de


traducir las palabras que veía escritas en la línea de mi rostro y el
dorado de mis ojos. Mantuve mis facciones bloqueadas, desesperada
por mantener mis secretos durante un rato más.

Entonces, sus manos se deslizaron por mi cabello y me inclinó la


cabeza hacia atrás para poder darme un beso tan lujoso que parecía
satinado contra mi lengua.

Ahora estaba sentada en el cuarto de baño, frente al gran espejo,


mirando a la señora White mientras se ocupaba de mi cabello.

Me había maquillado, con un sensual ojo de gato que me hacía


parecer la Cleopatra egipcia, y con polvo de oro que brillaba en el
saliente de mis pómulos y en la extensión del pecho que revelaba el
escotado vestido dorado.

La señora White estaba trenzando algunos trozos de mi cabello y


cruzándolos sobre la parte superior de mi cabeza, de modo que
parecían una corona oscura. Observé, con la pierna rebotando de
ansiedad, cómo enhebraba filamentos de oro en los bucles para que
quedaran atrapados en la luz.

Parecía una reina, pero seguía sintiéndome como un peón; sobre


todo después de pasar treinta minutos en el baño vomitando antes de
que apareciera la señora White.

Un peón no tenía muchas opciones que no estuvieran dictadas por


las otras piezas del borde.
330

Ni siquiera podía planificar mi incierto futuro sin confiar primero


en alguien de mi traicionera vida para que fuera mi confidente.
Página
—Hoy estás inusualmente sonrojada, querida —notó la señora
White mientras me rociaba el cuello y el cabello con mi perfume
especiado—. ¿Te sientes bien?

—Creo que algo en el té no me ha sentado bien —admití, por si


acaso me había oído vomitar antes.

Necesitaba confiar mi secreto a alguien, pero me inclinaba por


Douglas o incluso por Riddick en lugar de la señora White. No había
ninguna razón específica para mi duda, pero algo en mi instinto me
decía que debía confiar mi explosivo secreto a uno de los otros
hombres.

—Bueno, tienes un aspecto estupendo, y el señorito Alexander se


quedará boquiabierto al verte. —Se rio encantada y luego me miró en
el reflejo del espejo mientras me inclinaba para ajustar mis doloridos
pechos en las copas del vestido—. Parece que está prendado de ti.

Puse los ojos en blanco. —Me ha entrenado lo suficiente.

—No, querida, lo he visto con su buena cantidad de mujeres, y


ninguna lo ha hecho tan... intenso como tú.

—Hoy se ha reído —le dije para contrarrestar sus palabras—.


Dieciocho veces.

Sus labios se fruncieron mientras revelaba mis manos.

Me ardía la garganta mientras me dolía retractarme de mis


palabras reveladoras.

—Escucha a la señora White, querida —me aconsejó mientras me


331

cogía la cara con sus manos regordetas y pálidas y me miraba en el


espejo—. Estás perdiendo tu brillo tan agotada como estás. Déjame
Página

decirte algo, es un final rápido cuando la floración cae del rosal... a


menos que tengas algo más de valor para darles...
—¿Dar a quién? —pregunté, confundida por su discurso.

—A los hombres Davenport. Si les das algo que necesitan, te


mantendrán incluso después de haberte utilizado.

—De acuerdo —exhalé la palabra lentamente porque algo en sus


ojos demasiado brillantes y en sus crípticas palabras hizo que mi carne
se tensara con la piel de gallina. —¿Qué podría tener, aparte de mi
cuerpo, que tenga algún valor para dos de los hombres más ricos de
Inglaterra?

—Un bebé —dijo la señora White, y sus palabras dieron en la


diana con tanta agudeza, con tanta pulcritud, que no pude creer que no
lo hubiera visto venir. Un heredero o un repuesto.

Tragué grueso, incapaz de encontrar mi voz, y mucho menos las


palabras adecuadas para refutar su enigmática suposición.

Como no respondí con la suficiente rapidez, sonrió con dulzura y


me dio un beso en la cabeza. —Eso es lo que pensaba, querida. Eso es
lo que pensaba.

Finalmente, mi voz surgió en mi garganta y me puse de pie,


girando para mirarla con la boca abierta para decir: —Señora White...

—Maldita sea —dijo Alexander desde la puerta, donde estaba


resplandeciente con un esmoquin completamente negro—. Estás
hecha una visión, bella.

Me puse una mano temblorosa en el bajo vientre y vi cómo la


señora White me guiñaba el ojo y salía de la habitación cerrando la
puerta tras de sí.
332

Mis ojos volvieron a mirar a Alexander, y mi corazón se


Página

estremeció cuando cruzó el pequeño espacio para colocarse frente a


mí. Sus manos se dirigieron a mis hombros para poder girarme hacia
el espejo. Una de sus manos se detuvo en la columna de mi cuello y su
pulgar rozó mi pulso mientras me estudiaba.

—Soy un hombre rico y un señor con título, por lo que poseo


muchas cosas de increíble valor y belleza, artículos tanto heredados
como comprados. Una de mis posesiones más preciadas es ésta —
explicó mientras la otra mano salía de su bolsillo para levantar un
reluciente collar de oro construido con estilizados tallos espinosos de
oro y plagado de racimos de semillas. En el corazón del collar había
un rubí rojo sangre del tamaño de un puño de niño, como una rosa
protegida por sus espinas.

Era uno de los adornos más impresionantes que jamás había visto.

Alexander lo levantó más alto sobre mi pecho y luego sujetó el


otro extremo con su mano en mi cuello para poder abrocharlo
alrededor de mí.

—Quería ver cómo quedaría mi reliquia más cara en mi posesión


más preciada —murmuró mientras cerraba el collar y lo alisaba con
los dedos.

Observé en el espejo cómo sus manos se posaban sobre mis


clavículas, enmarcando el precioso collar que colgaba de mi garganta,
y su propiedad sobre mí parecía completa.

—Este es tu collar esta noche —me explicó con una voz parecida
al humo de las drogas, cuyo sonido era lo suficientemente
embriagador como para colocarme—. Todos los que lo vean sabrán
que eres mía, y sabrán lo mucho que significas para mí.

—Es peligroso —susurré a través de mi boca seca.


333

Era muy peligroso por muchas razones. No podíamos permitirnos


Página

enamorarnos. Ni el amo con su esclava, ni el vengador con la


herramienta de su oficio, ni mucho menos el hombre cuya madre
había sido asesinada por el padre de la chica.

No había esperanza para nosotros, y eso era sin que las fuerzas
externas interfirieran.

La Orden y la Camorra.

Noel y Salvatore.

Mi bebé.

Me quedé mirando la foto que nos hicimos en el espejo, lo bien


que mentía para que pareciera que éramos la pareja perfecta. Nos
veíamos absolutamente impresionantes juntos, regios y opuestos pero
sinérgicos, como si nuestras diferencias encajaran como piezas de
puzle para completar el cuadro a la perfección.

Aspiré un suspiro para controlarme, porque la mirada de


Alexander se había vuelto aguda.

—Cuando un amo pone el collar a una esclava, Cosima, es algo


muy poderoso. Significa que creo que eres digna de alabanza, digna
de llevar el peso de mi poderoso nombre alrededor de tu garganta.
¿Qué dices a eso?

—Digo que gracias, amo —susurré con fuerza mientras acercaba


mis manos a las suyas, con las yemas de los dedos sobre el frío
collar—. Espero ser digna del regalo.
334
Página
La opulencia era asombrosa. La luz caía de las brillantes lámparas
de araña y de los candelabros densamente ramificados, reflejándose en
las multifacéticas joyas que adornaban las orejas, las gargantas y las
muñecas de las personas más selectas de Londres, reunidas en el salón
de baile de la magnífica Grammar House de Mayfair. Hermosas
mujeres flotaban por el lustroso suelo con lujosos vestidos mientras
los hombres permanecían en grupos bebiendo licor y hablando de
política y deporte. El salón en sí era como el interior de una caja de
música, tan ornamentado en dorados, rojos y murales que me mareaba
ligeramente; aunque no estaba bailando con la multitud de hermosas
parejas que adornaban la pista.

En cambio, estaba al lado de Alexander mientras se codeaba con


algunos de los hombres y mujeres más ricos y prestigiosos de la
ciudad. Incluso había oído decir a alguien que el segundo príncipe más
escandaloso, Alasdair, estaba en el baile; aunque no lo reconocería ni
aunque lo viera.

Nadie me hablaba mucho, y no había mucho que decir cuando lo


hacían. No tenía nada en común con esa gente, y se notaba en cuanto
abría mi acentuada boca.

Sin embargo, Alexander me mantenía cerca, con sus manos


elocuentes sobre mi cadera o acariciando mi espalda; tópicos para mi
aburrimiento.

No era de extrañar que disfrutara de nuestra celebración en


Londres aquel día si así era como solía pasar sus cumpleaños.

Finalmente, la pareja mayor con la que Alexander había estado


hablando se excusó y lo tuve todo para mí.
335

Al instante, hice un mohín.


Página
Su característica sonrisa pequeña inclinó el lado izquierdo de su
boca y cortó una arruga en su mejilla. —Pobre ratoncito aburrido.
¿Qué voy a hacer contigo?

—A estas alturas, cualquier cosa que no sea otra tediosa


conversación sería suficiente —admití.

Su sonrisa aumentó.

—¿Por qué no bailamos? —dijo, en lugar de preguntar, guiándome


ya hacia la pista de baile donde las parejas se preparaban para el
siguiente número.

—No sé cómo —le siseé mientras encontraba espacio para


nosotros en la pista—. Ni siquiera conozco la música.

—No hace falta —me informó cuando empezaron los primeros


acordes y me abrazó. —Sólo tienes que seguir a tu amo.

Tras unos instantes de dedos rígidos enroscados en la fina tela de


su chaqueta y pies que clamaban impotentes por moverse en la
dirección correcta, me relajé lo suficiente como para confiar en él.

—Eso es, mi belleza —dijo, y luego atrajo el lóbulo de mi oreja a


su boca—. Relájate en mis brazos y demuéstrales a todos la suerte que
tengo esta noche.

Me fundí aún más en su abrazo, mi cuerpo como cera contra el


suyo mientras me amoldaba a su forma y me adaptaba a sus pasos.
Giramos por el salón de mármol mientras la orquesta de Londres
tocaba una elaborada pieza musical que se elevaba hacia los techos
abovedados y se arremolinaba bajo mi vestido.
336

—¿Estás contenta ahora? —me preguntó Alexander, y tuve la


Página

sensación de que había querido bromear conmigo; pero su tono llegó a


ser demasiado sombrío.
—¿Te importa? —pregunté, mientras echaba la cabeza hacia atrás
sobre los hombros para ver cómo los colores del mural de arriba se
mezclaban como la paleta de un artista mientras girábamos alrededor
de las otras parejas.

Cuando volví a mirar a Alexander, estaba frunciendo el ceño como


si le hubiera ofendido.

—Sí —admitió—, sí, lo hago.

—Entonces, sí. Soy feliz —le dije—. Por ahora.

Y ahora era todo lo que sería.

—Tengo que ir al baño —le dije, arrancándome de sus brazos tan


rápido que no tuvo tiempo de agarrarme—. Ahora vuelvo.

Recogí la cola de mi vestido ceñido y me apresuré a atravesar la


multitud con la mayor elegancia y rapidez posible hasta llegar a la
amplia escalera donde un criado me atendía al final.

Le pedí que me indicara cómo llegar, y me condujo al tocador


situado al final de la escalera, a la izquierda. Al instante, vacié mi
estómago mareado en el retrete, dando tantas arcadas que se me
saltaron las lágrimas. Apoyé la mejilla en el brazo sobre la porcelana
por un momento para recuperar el aliento mientras mi barriga daba
vueltas y luego se asentaba.

No estaba segura de si estaba embarazada o no, pero el repentino


ataque de náuseas era motivo suficiente para estar preocupada. El
mismo médico que me había administrado el examen físico en Italia,
me atendía cada tres meses en Pearl Hall para controlarme y ponerme
337

la inyección anticonceptiva.
Página

Debería estar cubierta, mi riesgo de embarazo era completamente


improbable.
Pero yo no estaba segura de estas cosas. Ni siquiera había sido yo
quién había elegido la forma de control de natalidad.

Mi cara estaba húmeda de transpiración nerviosa cuando me miré


en el espejo, pero por lo demás mi pelo y mi maquillaje permanecían
perfectamente intactos.

—No te enamores de él, Cosima Ruth Lombardi —le dije a mi


reflejo con severidad. —Estás hormonal y loca; no te vas a enamorar
en absoluto del hombre que te ha comprado.

Terminada mi charla de ánimo, me eché agua fría en las muñecas y


salí al pasillo. La orquesta estaba tocando ahora algo más riguroso,
algo con una mordida y un chasquido como el de los sabuesos que
pican los talones de un zorro en persecución.

Me detuve en lo alto de la escalera para contemplar por un


momento los coloridos y brillantes festejos, sintiendo en mi corazón la
nostalgia por la llanura amarilla de Nápoles.

Inconscientemente, mis ojos buscaron a Alexander en la habitación


y lo encontré ya mirándome, frunciendo el ceño mientras miraba a
través de la extensa sala.

Levanté el pie para comenzar a bajar, preocupada por los


pensamientos de explicar mi precipitada salida a Alexander y por
cómo iba a pedirle a la señora White —ahora que ya sospechaba—
que me comprara una prueba de embarazo en la farmacia.

Así que estaba completamente desprevenida cuando dos manos


aparecieron por detrás de mí y me empujaron con una fuerza brutal
por la escalera de dos pisos.
338

No tuve tiempo de recuperarme, de agarrarme a la resbaladiza


Página

barandilla de mármol o de estabilizarme sobre mis altísimos tacones.


Sólo podía caer.

Mi cuerpo se quedó sin fuerzas después de golpear la escalera la


primera vez, la parte posterior de mi cabeza se golpeó contra la piedra
con tanta fuerza que el sonido resonó en mis oídos durante todo el
trayecto por la escalera, mientras caía con la cabeza sobre los pies una
y otra vez hasta que finalmente llegué al fondo.

Me zumbaban los oídos, pero no podía abrir los ojos para


comprobar si era la orquesta que seguía sonando o el continuo rebote
de mi cabeza impactando con el suelo repetidamente. Algo húmedo se
deslizó por mi cara, pero no pude averiguar cómo hacer funcionar mi
mano para sentir si era sangre o lágrimas.

Un dolor atroz me atravesó el abdomen como si fuera un plástico


que se resquebraja, tan insoportable que me enrosqué en mi cuerpo
magullado tratando de aminorar su gravedad.

De repente, sentí un olor a cedro y pino en mi nariz y una suave


presión en un lado de mi cabeza mientras alguien intentaba hablarme a
través de la oscuridad que invadía mi mente.

—Xan —creí murmurar antes de desmayarme—. Asegúrate de


salvar a nuestro bebé.
339
Página
Cuando me desperté, alguien estaba gritando.

El decibelio golpeaba mis sienes como estacas clavadas en la


tierra.

Intenté abrir la boca para quejarme, pero mi voz se apagó como


una mariposa agitada en mi garganta.

Y entonces el ruido se filtró a través de la niebla del sueño y el


dolor para penetrar de verdad.

Era Xan, y le estaba gritando a alguien.

—¿Quién coño te ha puesto en esto?

Con enorme esfuerzo, abrí los ojos y entrecerré los ojos a través de
la brillante luz que asaltaba mi visión incluso en la habitación oscura.

Alexander estaba sujetando al médico de mediana edad, Farley,


por el cuello contra la pared de nuestro dormitorio en la casa de
340

Mayfair.
Página

Observé cómo lo golpeaba contra la pared una y otra vez, con el


rostro enrarecido por la furia.
—Te he hecho una pregunta —rugió, echándose hacia atrás con un
puño levantado para poder clavarlo en la pared junto a la cabeza de
Farley.

La pared seca y el polvo estallaron alrededor del puño de


Alexander, que lo clavó en la pared y luego lo volvió a sacar.

—El siguiente golpe es en la cara. Ahora, dime quién te pagó para


que no le dieras anticonceptivos. —Alexander repitió en un registro
más bajo, pero su voz temblaba de rabia reprimida—. Si no me lo
dices ahora, te arrastraré hasta Pearl Hall, te colgaré en los árboles de
la linde del bosque y te despellejaré vivo como a un ciervo abatido.

—Yo, es… —tartamudeó Farley, con los ojos tan desorbitados que
los párpados se le hundieron en el pliegue de las cuencas oculares—.
Lo siento, pero él da más miedo que tú a la hora de la verdad.

Un sonido animal retumbó en la garganta de Alexander mientras


llevaba al hombre hasta la puerta, la abría de un tirón y lo lanzaba al
pasillo.

Al instante, apareció Riddick, con su tez pelirroja escarlata por la


ira.

—O habla o muere —ordenó Alexander, antes de cerrar la puerta


con un golpe seco y apoyarse en ella.

Cerró los ojos y se frotó con una mano el rostro cansado. Por
primera vez desde que lo conocía, aparentaba cada minuto de sus
treinta y cinco años.

—¿Xan? —grazné una vez, la palabra cayendo como un peso


341

muerto sobre las mantas metidas bajo la barbilla—. ¿Alexander?


Página

Inmediatamente, sus ojos se abrieron de golpe y se fijaron en los


míos.
Estaban llenos, como bolas de cristal, de un torbellino de
emociones que no era lo bastante psíquica para descifrar.

Palmeé la cama débilmente, demasiado cansada para hablarle


desde tan lejos.

Él estaba a mi lado en un santiamén, retirando con cuidado las


pesadas mantas para poder deslizarse por debajo y rodar suavemente
hacia mi lado de forma que quedara inclinado sobre mí. Sus dedos se
dirigieron a mi cabello, tirando y retorciendo un mechón para
calmarse a sí mismo más que a mí.

Le encantaba mi cabello y se consolaba con él incluso más que yo.

—Qué final tan horrible para tu cumpleaños —aventuré, dejando


que mis ojos se cerraran por un momento mientras absorbía la calidez
y el confort de su cuerpo.

—No bromees, Cosima. —Abrí los ojos al oír mi nombre y vi la


sobriedad de sus rasgos—. ¿Sabías que estabas embarazada?

Apreté los ojos mientras un remanente hueco de dolor golpeaba las


paredes vacías de mi vientre.

—Ya no —susurré.

—No —aceptó él, implacable—. ¿Lo sabías?

—Lo intuía. Los últimos días, había estado excesivamente emotiva


y con náuseas.

Sentí que sus dedos me rozaban el cuello, y me di cuenta de que


aún llevaba el collar de perlas y rubíes. —Mírame, bella.
342

Cuando mis ojos se abrieron, estaban llenos de las lágrimas que no


Página

quería que él viera. Una cayó por el precipicio de mi párpado inferior


y quemó un camino por mi mejilla. Alexander la detuvo con un
nudillo y se llevó la salada gota a los labios.

—Siento que te haya pasado esto —dijo, lleno de una gravedad


que presionaba como un peso contra mi dolorido corazón.

Su angustia agudizó la mía.

—Siento que siempre digo eso —admitió mientras me acariciaba


el cabello.

—Lo haces —acepté sin malicia.

Había pasado por muchas cosas gracias a él.

Pero también había crecido mucho, al igual que resurgiría de las


cenizas de esta última tragedia como un ave fénix.

—Tan desgarradoramente hermosa, tan salvajemente valiente —


susurró.

—Mmm —tarareé, cerrando los ojos de nuevo porque su bello


rostro combinado con sus hermosas palabras era demasiado para mí,
incluso cuando estaba con todas mis fuerzas—. Siento mal la cabeza.

—Tienes una fuerte contusión, costillas magulladas, un esguince


de tobillo e innumerables moratones. Fue una fea caída que
honestamente podría haber sido mucho peor. Cuando... —Aspiró una
bocanada de aire y la soltó lentamente—. Cuando te vi allí tirada, al
principio pensé que te habías roto el cuello.

—Alguien me empujó —murmuré, recordando la distintiva huella


de dos manos presionadas contra mi espalda como si se tratara de
343

hormigón húmedo.
Página
Sabía que siempre las sentiría allí, una cicatriz en mi memoria que
se impactaba en mi carne.

—Me pareció ver una figura detrás de ti, pero estaba demasiado
lejos para distinguir nada. ¿Se te ocurre quién podría ser?

Sacudí la cabeza. No había nadie en el baile que yo conociera.

—¿Alguien más sabía lo del bebé?

—Creo que la señora White lo adivinó esta noche mientras me


ayudaba a prepararme —admití—. Pero dudo que hubiera estado en el
baile para empujarme por las escaleras. Podría haber encontrado un
momento o una forma mucho más oportuna de deshacerse de mí o del
bebé, o de ambos, por aquí o en Pearl Hall.

Los ojos de Alexander se estrecharon en la distancia mientras


acotaba los sospechosos en su mente.

—¿Cómo sabías que el Dr. Farley no me estaba dando un control


de natalidad adecuado? —pregunté, temblando mientras un escalofrío
me recorría.

—Tienes frío —notó, recogiéndome suavemente en sus brazos y


luego moviéndonos cuidadosamente a los dos hasta el borde de la
cama para que pudiera levantarse y llevarme al baño.

Me quedé callada, con la mano enlazada detrás de su cuello


mientras él se sentaba en el borde de la bañera y abría los grifos.
Inmediatamente, el cuarto de baño empezó a llenarse de vapor y del
aroma de mi baño de burbujas especiado mientras él vertía la mitad de
la botella en el fondo de la bañera.
344

Finalmente, me miró entre sus brazos y un poco de su escandalosa


Página

ira se atenuó al verlo.


—Riddick llevaba un tiempo sospechando del hombre, y cuando
hizo algunos análisis de sangre después de que Landon te azotara,
pensó que algo estaba mal. Fue una suposición natural. Cuando lo
llamé aquí con el pretexto de atenderte, me enfrenté a él y fue fácil
que se pusiera nervioso.

—Pero no confesó quién le pidió que lo hiciera.

—No. —Su mandíbula se tensó mientras desataba el lazo de mi


mullida bata de rizo y me ponía de pie para deshacerse de ella antes de
ayudarme a entrar en la bañera que se llenaba rápidamente.

El escozor del agua se sintió como una dichosa agonía contra mis
músculos doloridos, el tipo de dualidad que suelo experimentar con mi
amo. Me acomodé en las burbujas y cerré los ojos.

Momentos después, hubo un chapoteo y chillé cuando Alexander


metió su otra pierna en el agua. Me empujó suavemente hacia delante
para poder hundirse entre el borde de la enorme bañera y mi cuerpo;
luego me acomodó cómodamente entre sus piernas.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté mientras abría el frasco de mi


champú y se echaba el gel en las palmas de las manos.

—Bañándote para variar. Creo que te mereces toda la ternura del


mundo después de lo que has pasado esta noche. Recuéstate de nuevo
y deja que te cuide.

De mala gana, volví a apoyar la cabeza en su pecho. Sus manos


jabonosas recorrieron mi cuero cabelludo, masajeando la espuma en
mi dolorida cabeza con la fuerza justa.
345

—Pensé que estarías enfadado —confesé mientras me inclinaba


hacia su tacto.
Página

—Lo estoy.
—Conmigo, quiero decir —aclaré—. Por lo del bebé.

Suspiré mientras sus firmes dedos me amasaban a lo largo del


cuello y luego en los hombros.

—No es culpa tuya.

—Pero...

—¿He demostrado ser irracional? Nunca te responsabilizaría de


algo así, ni siquiera si hubieras tomado anticonceptivos como se
suponía. La vida nunca es lo que queremos que sea; el truco está en
aprovecharla al máximo.

—Tan sabio para un hombre que parece hacer tantas cosas que no
quiere hacer.

—Touché —concedió—. Aunque rara vez las circunstancias son


tan complicadas como éstas.

—Por si sirve de algo —ronroneé mientras encendía el aparato de


mano y dirigía el agua caliente sobre mi cabello, con cuidado de que
la espuma no me llegara a los ojos—. Nunca he conocido a nadie más
capaz de dirigir su propia vida. Creo que podrías salir de cualquier
trampa y ganar cualquier ventaja que te propongas.

Se quedó callado durante un rato, enjuagando con satisfacción mi


cabello y luego frotando tranquilamente una esponja a lo largo de mi
piel, consciente de mis muchos moratones.

—Cuando pierdes a tu madre a causa de la violencia sin sentido y


la ausencia de razones, eso te cambia —explicó en voz baja—.
346

Cualquier tipo de pérdida endurece a una persona, pero ella era mi


aliada en esa casa incluso más que Edward. Éramos demasiado
Página

diferentes de niños, y yo era cinco años mayor; así que me


consideraba demasiado mayor para jugar a muchos juegos con él.
Todavía estaba en pañales cuando me entrenaban en el calabozo. Mi
madre me defendía con Noel y se aseguraba de que en mi vida de
notas altas, esfuerzos atléticos y escalada social tuviera algo de tiempo
libre para divertirme. Murió, y esa porción de mí que se preocupaba
por la frivolidad y la luz murió con ella.

Apoyó su nariz en el cabello sobre mi oreja e inhaló


profundamente mi aroma. —Sé que crees que sólo vales el precio de
tu belleza, Cosima, pero subestimas la naturaleza polifacética de tu
hermosura. No es sólo la geometría de tu cuerpo y la humedad entre
tus muslos; ni siquiera es el color de tus ojos de oro o el peso de tu
cabello. Es la forma en que haces que todos los que te rodean se
sientan hermosos consigo mismos. Empiezo a comprender que soy
adicto a la forma en que me siento sobre mí mismo cuando estoy
contigo. Como si fuera el héroe y no el villano.

Sentí la garganta hinchada bajo el peso de su cuello, pero no lloré


porque sabía que una vez que lo hiciera, no pararía. Había un hueco en
mi alma que había llevado conmigo como una cartera vacía durante
años, esperando alguna moneda con la que llenarla.

Las palabras de Alexander encajaron con el tintineo de las


monedas y el tintineo de los billetes, dando valor monetario a un bien
que no sabía que poseía.

Aunque aquel fuera el único regalo que me hiciera, era suficiente


para toda la vida.

—No quiero que la pérdida de este bebé te endurezca —continuó


después de dejarme digerir por un momento—. Él o ella podría haber
tenido sólo unas semanas de vida y simplemente no estaba destinado a
347

ser. No hiciste nada malo para justificar lo que te pasó a ti o al bebé.


Página

Si alguien tiene la culpa, soy yo y mi multitud de enemigos.


—No estoy sin enemigos —le recordé, mis palabras nasales por las
lágrimas no derramadas—. Una vez me llamaste enemiga.

—Y qué equivocado estaba —murmuró mientras terminaba de


lavarme—. Ahora se trata de entender quién es el verdadero enemigo
que llama a nuestras puertas para que pueda matarlo por hacerte daño.

—Lo harías, ¿verdad? —pregunté; porque, aunque había asesinado


a Landon, esa muerte tenía un matiz surrealista.

Parecía más una terrible pesadilla que la realidad; una muerte que
había roto el terror y nos había devuelto a la realidad.

Además, me resultaba difícil sentir remordimientos por un hombre


que había atropellado mi salud mental desde que era una niña y que
luego me había golpeado sangrientamente siendo una mujer, sólo
porque podía hacerlo.

—Sí —aceptó Alexander con facilidad, cogiéndome en brazos


mientras se ponía de pie y el agua se deslizaba sobre nosotros.

Me acomodó en la alfombra de baño y cogió una toalla mullida


para secar mi cuerpo con delicadeza. Me parecía surrealista que me
cuidara con tanta diligencia cuando era yo la que debía satisfacer
todas sus necesidades, pero también había una extraña corrección en
su forma de actuar. Si la sumisión me había enseñado algo, era que el
sumiso era el más venerado y el más vulnerable, y que era
precisamente esa vulnerabilidad la que mantenía a los dominantes tan
cautivados.

Que un hombre o una mujer se expongan a ti tan completamente


debe ser un subidón embriagador, pensé, mientras Alexander
348

agachaba la cabeza para concentrarse en secarme. Tal vez sea casi tan
Página

cautivador como ver a un hombre fuerte doblar la rodilla para hacer


algo tan sencillo como secarme después de un baño.
Apoyé una mano en su fuerte hombro mientras sacaba un par de
braguitas negras de encaje con la parte inferior completa del cajón
bajo el lavabo y me ayudaba a ponérmelas. Apenas se secó, nos llevó
al dormitorio y sacó una de sus camisetas del armario abierto para que
pudiera ponérmela por la cabeza. Sólo cuando estuve vestida me
acomodó en la cama. Me recosté contra las almohadas con un suspiro
que sacó todos los restos de mi alma y los expulsó por la boca abierta.

Estaba cansada hasta los huesos y sólo quería dormir sin


pesadillas.

Alexander regresó y se instaló en el borde de la cama para arrastrar


un peine por mi cabello. Apenas me moví mientras los metódicos
toques me arrullaban hacia la relajación y el sueño. En la oscuridad,
fui consciente de sus gruesos dedos trenzando mi cabello para
apartarlo de mi cara y de sus manos bajándome suavemente hacia las
almohadas.

Volví a despertarme cuando se metió en la cama a mi lado y me


atrapó como si fuera papel de seda en el espacio libre entre sus brazos.

—No sé qué cambia esto —admitió mientras besaba el hueco


detrás de mi oreja—. Pero cambia algo.
349
Página
Llevaba diez meses en Gran Bretaña, casi un año de duro servicio
en mi haber y otros cuatro por delante.

Sólo que ya no era duro, no en las semanas transcurridas desde el


aborto. Alexander estaba atento como un celebrante a su deidad, se
bañaba conmigo cada mañana y me vestía igual que yo a él. Cenaba
conmigo todas las noches al volver del trabajo y seguía follándome, de
forma dura y suave, como antes.

Pero fue la forma en que me miraba a veces con un borde de


miedo primario como un depredador acorralado, incluso cuando me
dejaba acariciarlo o preguntarle sobre su día, lo que me hizo
cuestionar su estado emocional.

Era como si temiera mi intimidad tanto como la anhelaba.

Mi vida en Pearl Hall fue plena también en muchos otros aspectos.


Disfrutaba de mi tiempo en las cocinas con Douglas mientras me
enseñaba a hacer maravillosos dulces de azúcar hilado y encaje de
350

chocolate. La Sra. White se empeñó en enseñarme el arte de la


costura, aunque lo único que me acercaba a coser con éxito era la
Página

palabra sexo en letra temblorosa. Mejoraba cada día en mi


entrenamiento de esgrima y artes marciales ya fuera con Riddick o
con Xan, y me había aficionado a montar mi hermoso semental
dorado, Helios, por los extensos terrenos.

Por primera vez en mucho tiempo, sentía una sensación de alegría


en mi vida cotidiana, e Inglaterra empezaba a sentirse como un hogar.

Mi madre se dio cuenta de mi acento, de cómo había recortado los


extremos de las vocales y había dejado de pronunciar instintivamente
las erres. Yo también empecé a notarlo, cómo mi inglés había dejado
de saltar y brincar con el lirismo extranjero de mi tierra natal, cómo mi
vocabulario se había ampliado para incluir dichos británicos como
delicioso, chapucero, satisfecho y dudoso. Cuando se lo comenté a
Alexander, esbozó su sonrisa secreta con los ojos entrecerrados de
placer y luego me folló tan fuerte que me hizo maldecir en italiano.

Parecía que lo hacía a menudo. Leyendo en mi piel como un ciego


con braille, y los subtítulos en mis ojos como un sordo con las
noticias. Como si sus otros sentidos pudieran contarle mis secretos
más fácilmente que su vista.

A veces me preguntaba, después de haber trabajado sobre mi


cuerpo hasta que gritaba su nombre, qué tipo de secretos había
adivinado ya bajo mi piel.

Cuanto más felices éramos Alexander y yo, unidos


inexplicablemente por la pérdida de nuestro hijo y el misterio de su
muerte, más agitado parecía Noel.

Le pillaba paseando por el pasillo, murmurando en voz baja


mientras su palma se crispaba y luego se golpeaba contra la pierna; y a
351

veces, a horas extrañas del día, oía algo como el viento aullando a
través de las paredes de la casa y me preguntaba si Noel todavía tenía
Página

un esclavo escondido en algún lugar del terreno.


Un día, cuando me dirigía al gimnasio, incluso fui testigo de un
peculiar retablo. La Sra. White lloraba de rodillas, con la cabeza
apoyada en el muslo de Noel, mientras éste se sentaba en la mesa de la
cocina bajo las escaleras y le acariciaba el cabello.

La imagen despertó una profunda desconfianza dentro de mi alma,


pero no tenía ninguna razón real para sospechar de la señora White y
sólo la especulación y la terrible historia con su hijo para cargar contra
Noel.

Así que observé, a la vez que esperé en silencio; hasta que una
mañana, cuando Alexander y yo estábamos acurrucados en la cama
después de una vigorosa sesión en la que se barajaba la idea de que me
enseñara a ejercitar a su halcón, Astor.

La puerta de mi dormitorio se abrió de golpe y Noel se asomó al


marco, agitando en una mano una carta terminada en un sello rojo que
me resultaba familiar.

Una misiva de la Orden de Dionisio.

—Han cortado la maldita financiación de mi proyecto portuario en


Falmouth —se quejó mientras entraba en la habitación y nos
arrancaba las sábanas para mostrar nuestros miembros desnudos y
enredados—. Maldito imbécil, así no es como los hombres hacen
negocios.

—Como un hombre más exitoso que tú —dijo Alexander con


altivez, a pesar de su falta de vestimenta. Se puso de pie para quedar
mano a mano con su combativo padre y mirarlo fijamente desde su
altura más elevada—. Me atrevo a discrepar.
352

—Arregla esto, muchacho —exigió Noel, clavando la gruesa


Página

cartulina en el pecho de Xan—. Arréglalo ahora y deja de ser tan


marica. Tu madre, tu abuelo y todo el clan Davenport se están
revolcando en su tumba ahora mismo al ser testigos de tu idiotez y tu
cabezonería. Tal vez si no estuvieras tan atado al coño de esa,
recordarías para qué la trajiste aquí.

Mis oídos ardían ante el lenguaje grosero de Noel, pero era mi


pecho el que se agitaba con las llamas rodantes.

En ese momento odié más a Noel por hablarle a Alexander, y


relacionarse con él de la forma en que lo hizo; que lo que jamás había
odiado a nadie por mí misma.

Noel salió furioso de la habitación, cerrando la puerta tras de sí


con tanta fuerza que el cuadro se tambaleó en la pared.

Alexander no se movió.

Se quedó mirando el papel que tenía en la mano a ciegas.

—Xan —pregunté en voz baja, acercándome al borde de la cama


para poner una mano en su hombro—. ¿Estás bien?

—Tiene razón —murmuró—. No puedo olvidar tu propósito aquí.

Un escalofrío de premonición me sacudió.

—Puedo tener más de un propósito. No soy sólo una herramienta


utilitaria —le dije.

Sus ojos se deslizaron hacia los míos, pero estaban en algún lugar
profundo de su mente dónde el laberinto de sus pensamientos estaba
en su punto más oscuro.

—¿No lo eres?
353

Observé cómo dejaba caer la carta al suelo y salía de la habitación


Página

desnudo, pero completamente regio en su andar atlético y ondulante.


Aquel día no regresó en absoluto y, en lugar de cenar sola, ensillé
a Helios con la ayuda del mozo de cuadra y me largué.

Tal vez no pudiera huir realmente, pero podía dificultar que me


encontrara si iba a buscar.

***

En un campo situado más allá de los pastos de la izquierda, en la


parte trasera de Pearl Hall, encajado entre el bosque en un extremo y
el laberinto de setos en el otro, el suelo estaba cubierto por una espesa
alfombra de amapolas. El atrevido color había atraído mis ojos hace
dos semanas, cuando por fin me aventuré a ir lo suficientemente lejos
en mis viajes con Helios para llegar a ese rincón olvidado de la finca,
y casi lloré ante la belleza de mis flores favoritas inclinándose con la
brisa.

Aquella tarde me senté en su abrazo, extendida sobre los tallos


rotos y los pétalos aplastados debajo de mí, mientras jugaba con mis
dedos suavemente en los sedosos filamentos que se balanceaban hacia
mí con el viento.

El contraste de su audaz apariencia y su secreta fragilidad era


demasiado fácil de paralelizar con mi propia dualidad. Parecía que me
esforzaba por parecer fuerte y resistente, pero en el momento en que
algo poderoso irrumpía en mi vida, me sentía impotente para
enfrentarlo.
354

Quería ser lo suficientemente fuerte como para atravesar el último


escudo de titanio de Alexander y ganar el corazón de mi complicado
Página

amo, pero la tarea parecía casi insuperable.


Unas nubes grises y oscuras del color de los ojos de Alexander
surcaron el cielo, pero no me moví. Quería que la fría lluvia inglesa
purificara mis turbios pensamientos y dejara a su paso una solución
fácil.

¿Cómo podía desenredar el nudo de mentiras en que se había


convertido mi vida y alisar los hilos para poder quedarme con los
buenos?

¿Cómo podía conservar a Xan sin perder a mi familia y mi


independencia?

El velo gris se abrió y la lluvia se precipitó en un diluvio. Me


apoyé en un codo para contemplar el barrido de agua que caía sobre
las fincas de Greythorn, pero algo que se movía rápidamente desde el
establo me llamó la atención.

Alexander en Caronte, galopando por la tierra que se humedecía


rápidamente; como Hades saliendo del inframundo, decidido a
arrebatar a la diosa Perséfone de su campo de flores.

Sólo que yo quería que me arrebatara a mí y me convirtiera en la


reina de sus oscuros dominios.

Observé sin moverme cómo subía la colina al galope y se bajaba


de la silla de Caronte antes de detenerse por completo.

Su rostro era de piedra inamovible, amenazante como la tormenta


que rompía el aire a nuestro alrededor.

—Creí que te habías ido —se enfureció en voz baja mientras caía
sobre el manto de barro de las amapolas a mis pies y me atrapaba el
355

tobillo.
Página

Me arrastró hacia delante bajo mis caderas que se deslizaban sobre


sus muslos y luego utilizó la navaja que sacó de su chaqueta de
montar para abrir un agujero en el centro de mis pantalones. Metió
ambas manos en la tela y la partió en dos, de modo que la lluvia
golpeó mis bragas blancas y las volvió transparentes.

—Creí que huirías, pero tienes que saber, topolina, que nunca te
dejaría ir sin despedirte —prometió roncamente; entonces su cuerpo
me presionó contra la hierba húmeda y las flores mientras me
devoraba la boca.

No hubo delicadeza en la forma en que rompió mi ropa interior


con sus dedos y se bajó los pantalones lo suficiente para liberar la
furiosa longitud de su polla. Sólo había urgencia animal e instinto
primario de apareamiento.

Le arañé el hombro cuando encontró mi húmedo coño y se


introdujo en él, mordiéndome el cuello con fuerza mientras me
penetraba. Sabía que la marca que dejaba florecería roja como las
amapolas pisoteadas debajo de nosotros y que pronto desaparecería.

Quería que me plantara amapolas por toda la piel con sus manos y
sus dientes para que floreciera como todo el campo de flores, más viva
de lo que nunca había estado.

Y me mordió el cuello, los hombros, la piel expuesta de mi pecho


e incluso el pulgar cuando lo llevé a sus labios. Me folló con fuerza
como un bárbaro que reclama el botín de guerra, y me encantó cada
momento de su cuerpo inflexible clavando el mío en la tierra.

Había algo mezquino en nuestro sexo, una especie de crueldad


desesperada que había estado presente incluso al principio.

Me folló como si yo fuera su enemiga y quisiera empalarme en su


356

polla y pintarme con el triunfo de su semen.


Página
—Toma mi polla, topolina —me ordenó, inmovilizando mi
garganta con una gran mano mientras me penetraba más rápido, más
profundamente dentro de mí—. Tómala y dame las gracias por ello.

Me corrí al pensar en ello, dando espasmos y revolviéndome


contra la tierra pantanosa mientras mi boca formaba el cántico —
Gracias, amo.

Segundos después, su polla arremetió dentro de mí y su semen


salpicó mi vientre. Le abracé con fuerza mientras tomaba su polla y su
semen, grabando para siempre en mi memoria la sensación de sus
pesados miembros inmovilizándome y el olor de la lluvia en las flores.

Cuando mi cerebro se despejó por fin, él seguía dentro de mí, duro


y grueso como un tubo de acero encajado entre las apretadas paredes
rosadas de mi sexo dolorido. Podía sentir el calor de su semen contra
la abertura de mi vientre y el goteo frío que se deslizaba por el interior
de mis muslos hasta la raja de mi culo. Estaba dentro de mí, con su
gran peso sobre mí y sus crueles manos de titiritero a mi alrededor,
obligándome a bailar su oscura y maliciosa melodía.

No quería que me gustara.

La forma fría y calculadora en que me cortó en pedazos con el


refinado filo de sus órdenes sexuales hasta que fui una masa flexible y
pasiva de cintas apiladas en el suelo a sus pies.

Pero después de meses de condicionamiento, de depender de él


para la propia comida que comía y el agua que bebía, alguna parte
primitiva de mi cerebro estaba programada para que le gustara. Algún
código instintivo de mi ADN estaba preparado para desearlo.
357

Sin embargo, no había excusa para lo que le hacía a mi corazón.


Página
Cómo palpitaba al ritmo de sus zapatos golpeando el mármol
mientras se dirigía por el pasillo a mi jaula dorada.

Cómo se retorcía en nudos viciosos cada vez que le desagradaba y


luego volvía a tomar forma, pesado de orgullo y elástico de sumisión
satisfecha cuando me alababa.

Cómo podía sentir su nombre grabado en las paredes


ensangrentadas de mi corazón de la misma manera que él lo había
marcado en la piel de mi culo.

Los últimos vestigios de mi resistencia se desmoronaron a mi


alrededor mientras sostenía a esta bestia feroz y brutal contra mi piel y
me entregaba a la traición de mi corazón.

Le amaba.

El cruel señor de esta mansión, el hombre bestia que me poseía y


dominaba todos mis caprichos.

Y fue exactamente en ese momento de mi capitulación cuando me


destruyó, como un tiburón que percibe la sangre en el agua.

—Mañana te irás —dijo, con ese acento recortado que despojaba


de emoción a cada palabra—. Y por fin me libraré de él. Y, gracias al
cielo, de ti.

Mi corazón no se rompió.

Había oído hablar de él las suficientes veces como para imaginar el


sonido de la rotura al romperse bajo el puño del martillo del rechazo
como un cristal delicado.
358

Eso no ocurrió.
Página
En su lugar, pude sentir que el órgano se volvía pesado y lento,
que la sangre que lo recorría se congelaba con emociones no dichas,
cargadas de una profunda pena. Se hizo tan pesado que se hundió
desde mi pecho hasta las profundidades de mi vientre, donde se ancló
en el fango y me dolió dulcemente con mi pulso.

Supe, del mismo modo que siempre había sabido que mi padre
sería el fin de mi vida tal y como la conocía, que nunca volvería a
vivir sin el peso de mi corazón muerto en mi vientre.

Alexander me estaba enviando lejos para ser el arma de su


venganza y, sé en mi alma, que no volvería ilesa a él.
359
Página
Página 360
Me resultaba extraño estar de vuelta en Italia. El aire era
demasiado caliente contra mi pálida piel, cada rayo de sol era como un
bisturí que me arrancaba capas de carne hasta que me quemaba todo el
cuerpo. Mi pequeña casa familiar se sentía demasiado cerca, me
chocaba con las lámparas y las paredes, tropezaba con las losas
irregulares.

Otras cosas también eran extrañas, sentarme a la mesa para cenar


me parecía mal después de meses comiendo a los pies de Alexander o
en mi habitación con una bandeja de comida sobre mi regazo. Las
sábanas baratas de mi cama de dos plazas en la habitación que
compartía con Elena y Giselle me irritaban la piel sensible y me
impedían dormir.

También estaba excitada, hinchada por el anhelo sexual reprimido


que hacía que mis pechos estuvieran hinchados y sensibles, y que mi
sexo pesara como un péndulo que marcara el tiempo transcurrido
desde la última vez que lo habían tocado.
361

Echaba de menos a Alexander de una forma física que se


Página

asemejaba a la agonía de la desintoxicación de una adicción. Los


pensamientos sobre él me picaban y corrían bajo la piel; se
arremolinaban en mi mente de tal manera que, unas cuantas veces
incluso alucinaba con su presencia en la cama a mi lado, en la cocina
viéndome picar ajos y, en la ducha, cuando me atrevía a tocar mi
dolorido coño.

No era fácil actuar con normalidad ante mamá y Elena. La primera


me había dado a luz y podía notar, como sólo una madre sabe, que yo
había cambiado irremediablemente en los últimos diez meses. Sin
embargo, fue Elena quien me interrogó incansablemente sobre mi vida
durante ese tiempo. Dónde había comido en Milán, quiénes eran mis
amigos, cómo era vivir y trabajar en Londres.

Las mentiras caían fácilmente de mis labios. Había aprendido de


los maestros manipuladores de Pearl Hall, así que no me agarrotaba
por las falsedades ni las enredaba en mi mente. Sin embargo, a pesar
de mi facilidad, Elena me miraba a menudo como si yo fuera uno de
sus problemas de ética.

Me preocupaba lo suficiente como para que, al cabo de unos días,


evitara el trato personal con ella.

Llevaba más de una semana en casa y aún no había encontrado la


manera de acercarme a Salvatore. La verdad era que no quería poner
los ojos en el malo que había traicionado a su propia hija vendiéndola
como esclava. No importaba que hubiera llegado a amar a Alexander
o que hubiera estado en un viaje de descubrimiento en el inframundo y
hubiera vuelto renacida, más oscura y fuerte que antes.

Él seguía siendo el villano de la historia de mi vida.

No había nada que pudiera decir o hacer para ganarse mi perdón


362

porque no sólo me había hecho daño a mí, sino también a mi familia.


Página

Y ahí, como siempre, fue donde tracé la línea entre lo olvidable y


lo imperdonable.
De alguna manera, tendría que encontrar una forma de tragarme mi
odio y fingir que quería romper el vacío entre nosotros, reunirnos
como una dulce historia de una novela romántica. Todo para que por
fin pudiera ser llevado ante la justicia por los errores cometidos contra
Alexander y contra mí.

—Estás muy callada estos días —observó Elena, cortando mi


distracción.

Me estaba estudiando mientras cerraba con cinta adhesiva una caja


de sus libros y me tomé un momento para permitirme amar su mirada.
Era la más angelical de mis hermanas, su cuerpo era esbelto y
delgado, su piel era blanca y su cabello pelirrojo era tan oscuro que
brillaba como el merlot en un conjunto de rizos artísticamente
despeinados alrededor de su rostro anguloso. Seamus estaba grabado
en casi todas las facetas de su rostro y su forma; un hecho que ella
odiaba tanto, que a veces me preguntaba si eso había contaminado
toda su percepción de sí misma.

Ella también había cambiado desde que yo me había ido, su rostro


de muñeca de porcelana había perdido su placidez en favor de una
amargura que tensaba los bordes de sus ojos y su boca de una manera
que la hacía parecer cruel.

Quería preguntarle por su novio Christopher, pero no admitiría que


hubiera nada malo entre ellos; incluso después de que él hubiera
agredido tan claramente a Giselle antes de que se fuera a la escuela
dos años atrás.

Su silencio al respecto me perturbaba, pero al menos ahora tenía la


certeza de que no volvería a verlo. La promesa de Estados Unidos
363

brillaba en su futuro como un foco a través del resplandor de nuestros


Página

pasados en Italia. Si alguien podía dominar y domar a la bestia salvaje


del sueño americano, esa era mi hermana mayor; tan inteligente como
un látigo.

—¿Cosi? —volvió a preguntar.

Sacudí ligeramente la cabeza. —Lo siento, el jetlag.

—Esa excusa está casi agotada. —Levantó una ceja y cruzó los
brazos sobre el pecho—. Puedes hablar conmigo. Sé que has hecho...
cosas para que podamos permitirnos mudarnos a América, pero
cazzo30, Cosima, soy tu hermana mayor. Si no puedo ser yo la que
haga sacrificios por esta familia, al menos déjame soportar parte de tu
carga.

La miré fijamente, muda de anhelo. Siempre había compartido una


increíble cercanía con mi familia, pero ahora me encontraba
demasiado envuelta en los secretos de otro linaje como para poder
conversar libremente con el mío.

Me di cuenta con horror de que me sentía más como un Davenport


que como un Lombardi.

—No es nada, Lena, en realidad sólo me estoy adaptando al


cambio de hora.

—Dos horas no es mucho cambio, pero está bien. —Suspiró y se


apartó un mechón de cabello bajo su diadema de tela negra. Luego,
tras considerar algo internamente, se movió rápidamente por nuestra
pequeña sala de estar hasta donde yo estaba recogiendo las telas de
mamá, y me abrazó.

A mi hermana no le gustaba el afecto físico. Nunca había sido muy


364

demostrativa mientras crecía, pero su distanciamiento se había


Página

30
En italiano; mierda.
convertido en una fría cuchilla en los últimos años y ahora apenas te
permitía besarla en el tradicional saludo italiano.

Así que este abrazo era especial y casi sirvió para abrir el enorme
cerrojo que tenía en la cámara de mi desorden de emociones y red de
secretos.

Casi, pero no del todo.

Era una mujer más fuerte de lo que había sido; así que sabía
cuándo tomar mi placer cuando podía, incluso si estaba teñido de
dolor.

Mis brazos rodearon su pequeña cintura y la atrajeron aún más


contra mí para que pudiera oler su perfume. Era el Chanel número
cinco, una fragancia que había deseado durante años; aunque sólo
podíamos permitirnos las muestras que se encontraban en alguna
revista. Se lo compraba todos los años para su cumpleaños desde que
recibí mi primer cheque de modelo y me encantaba olerlo en ella.

—Ti amo —le susurré al oído, con la esperanza de que llevara las
palabras allí como gemas preciosas incluso cuando no pudiera estar
con ella.

Se aferró a mí por un momento y luego me susurró las palabras,


con una voz más suave de lo que jamás había escuchado. —Ti amo,
Cosima, e grazie.

Te quiero, Cosima, y te doy las gracias.

Las lágrimas se agolparon en el fondo de mis ojos y abrí la boca


para darle algo, un regalo que sólo Elena podría apreciar plenamente,
365

uno de conocimiento; cuando la puerta de la casa pequeña se abrió de


golpe.
Página
Nos separamos para enfrentarnos a los intrusos, pero fui yo quien
jadeó al reconocer de quién se trataba.

Salvatore estaba de pie a contraluz por el flamante sol italiano, una


gran sombra de una bestia con espeso cabello oscuro y barba que
manchaba su fuerte y apretada mandíbula como la tinta.

—¿Por qué el escándalo? —preguntó Elena, con las manos en las


caderas mientras interactuaba con un hombre al que creía conocer
bien, un hombre que nos había visitado esporádicamente toda la
vida—. Casi tiras la puerta abajo.

—No le hables así al capo —exigió Rocco mientras atravesaba la


puerta a la espalda de Salvatore, con sus matones detrás—. Las
mujeres Lombardi nunca son lo suficientemente respetuosas.

Mamá apareció en la puerta de la habitación, con el rostro


ceniciento mientras observaba a la multitud de Made Men en nuestra
puerta. Sus ojos se dirigieron a mí y luego a Salvatore y tragó saliva.

Cómo no me había dado cuenta antes de su vigilancia e inquietud,


cuando parecían estar escritas en el aire entre nosotros como
subtítulos.

—Estamos aquí por Cosima —le dijo Salvatore a mamá con su


rica voz gravosa.

Las manos de mamá revolotearon en el aire, se tocaron el corazón


y volvieron a levantar el vuelo como pájaros asustados. —No, Tore,
por favor...

Él la ignoró, levantando una mano que indicaba a los hombres que


366

estaban detrás de él que avanzaran hacia la casa.


Página

Mi respuesta condicionada de huida o lucha inundó mi cuerpo de


adrenalina embriagadora. Con cuidado, aparté a Elena del camino y
luego me enfrenté a los soldados de a pie de la Camorra con una
sonrisa cortante.

—A ver si pueden atraparme, chicos —me burlé de ellos.

El más estúpido de los dos se abalanzó sobre mí. Salté sobre la


mesa baja de café, aterrizando sobre una pierna mientras la otra se
balanceaba en el aire con la palanca de mi salto y se estrellaba contra
la cara descendente del mafioso.

Cayó en el sofá con un gemido.

—No seas difícil —dijo Rocco desde la puerta. Intenté mantener la


vista en el hombre que se acercaba, pero entonces el tintineo de las
campanillas me hizo cosquillas en los oídos y atrajo mi mirada.

Rocco dejó que la cadena de campanillas bailara entre sus dedos y


se rio ante mi mirada de horror. —Las he traído para tu mamá y tu
hermana, Cosima. ¿Recuerdas la promesa que te hice si nos jodías el
trato? Voy a atarlas con campanas ensartadas en el tobillo para que
parezcan adornos colgando del ciprés de fuera.

Un sollozo se hinchó en mi garganta y convirtió mi voz en helio


cuando el otro hombre se agarró a mí y grité cuando la mano atrapó
mi vestido y me atrajo hacia sus brazos.

—Eso es —dijo Salvatore, como si estuviéramos discutiendo el


tiempo y su ex-pareja no estuviera llorando al otro lado de la
habitación mientras su hija bastarda era agredida—. A menos que
vengas con nosotros ahora.

—Salvatore, no —sollozó mamá mientras avanzaba por la


367

habitación para agarrarlo por la camisa y murmurar súplicas en una


cadena de napolitano rápido.
Página

Rocco la arrancó y la arrojó salvajemente al suelo.


Elena y yo emitimos sonidos gemelos de angustia en nuestras
gargantas y mi hermana se acercó inmediatamente a ella.

Dejé de forcejear, colgando de los brazos de mi captor.

—Bien —dije con la barbilla alzada—. Me iré contigo. Sólo deja


la casa y a mi familia en paz.

Salvatore ya se estaba dando la vuelta para marcharse cuando dijo:


—Tráiganla y asegúrense de que lo haga gritando para que el
vecindario sepa lo que les pasa a los que van en contra de la Camorra.

El hombre que me sujetaba me rodeó con un puño por el cabello y


me dejó medio caer al suelo para poder tirar de mí, pataleando y
gritando de dolor, hacia la puerta principal y bajar los escalones hasta
un sedán negro que me esperaba.

Mamá y Elena se abrazaron en la puerta, viendo cómo me metían


en la parte trasera del coche y me cerraban la puerta en la cara. Puse
los dedos contra mis labios temblorosos y luego contra el vidrio
caliente y sucio en un beso distante que esperaba les diera algún grado
de consuelo.

El coche arrancó con un estruendo y empezó a alejarse de la casa,


pero seguí apretando los dedos contra el cristal hasta que nos
perdimos de vista.

—Qué espectáculo tan conmovedor —dijo una voz familiar a mi


lado. Me giré para ver la larga y ancha longitud de Edward Dante
Davenport descansando en el asiento a mi lado—. Ahora, Cosima,
¿estás preparada para tener esa discusión de la que te hablé?
368
Página
Dante encendió un cigarrillo y lo colocó en la comisura de la boca
mientras esperaba que yo respondiera a su arcana pregunta.

—Al menos abre una ventanilla —le espeté, incapaz de ir más allá
de la imagen de su insolencia, allí tumbado sin importarle nada
mientras mi vida se había vuelto a poner patas arriba.

Él sonrió sin disculparse y pulsó el botón para bajar la ventanilla.

—¿Qué demonios fue todo eso de ahí atrás? —pregunté, dándome


cuenta de que tal vez todo el extraño escenario había sido montado—.
Salvatore nunca me ha levantado la voz ni la mano en toda mi vida.
¿Por qué ordenó que me sacaran de mi casa por los pelos?

—El miedo también es poderoso, Cosima —me dijo, con un


tirabuzón de humo blanco rodando sensualmente entre sus labios
carnosos.

Su boca era más roja que la de Alexander, pero la forma era la


369

misma.
Página

El impulso de besarlo era chocante y repugnante, pero lo sentía en


mis miembros como una droga.
La sonrisa de Dante era tan lenta y rizada como el humo del
cigarrillo. —Tú más que nadie deberías saberlo. Viviendo en los bajos
fondos, aprendes a aprovechar cualquier oportunidad para infundir
miedo en los corazones de tus posibles enemigos.

—Dudo que la antigua signora Moretti o las hermanas Bianchi


estén ansiosas por crear una banda que se oponga a la tuya —dije con
un giro de ojos.

Había algo en este hombre, algo lo suficientemente parecido a


Alexander como para hacer zumbar mi espíritu y algo lo
suficientemente parecido a mí como para tranquilizarme, que me hacía
sentir temeraria y valiente.

Se echó a reír y dio otra calada. —No, lo dudo. Aunque a veces


hay que buscar a los verdaderos enemigos más cerca de casa.

Capté el filo de su mirada penetrante y la desvié tirando de mi


cabello enmarañado como si me fascinara.

Estaba hablando de Pearl Hall, de su ex hermano y su ex padre, de


cosas que no debería saber porque no vivía allí.

—Rocco lleva años intentando superar a Salvatore. Si se enterara


de su verdadera relación, no sería una buena señal para Tore, ni para ti
y Seb —continuó—. Personalmente, pensé que el tirón de pelo era un
buen añadido teatral.

—Estás loco.

Dante se encogió de hombros. —Puede ser. Eres un producto de tu


educación, por mucho que cualquiera de nosotros trate de ocultarlo, y
370

la mía era lo suficientemente loca para la mayoría.


Página

—No entiendo cuál es la motivación aquí. ¿Por qué estás en este


coche hablando conmigo, por qué fuiste a Pearl Hall después de todos
estos años y luego me salvaste de Ashcroft en La Cacería? ¿Qué soy
yo? —pregunté.

No tenía un buen historial de respuestas a mis preguntas, pero


estaba sola en un coche con uno de los muchos hombres que parecían
estar manejando los hilos de mi vida como un maestro titiritero y no
era como si tuviéramos algo más que discutir.

Dante me miró fijamente durante un largo momento con sus


innegablemente magníficos ojos de obsidiana y luego, cuando habló,
lo hizo con una voz más británica de lo que normalmente parecía
permitirse.

—Déjame contarte una historia. Tiene lugar en una casa que es


como un castillo, pero no se trata de una hermosa princesa y su
príncipe. En su lugar, se trata de un hombre de gran poder que sedujo
a una mujer para que se casara con falsas promesas y luego gobernó
como un tirano sobre ella durante toda su vida. La única alegría que
tuvo fueron sus dos hijos, dos niños que se prometió a sí misma que
nunca serían como su cruel padre.

>>Consiguió la ayuda de su mejor amigo de la infancia, una


influencia masculina para enseñarles la diferencia entre el bien y el
mal, una lección importante que no aprenderían en el mundo de poder
desde el que gobernaba su padre.

>>Durante un tiempo todo fue soportable y, entonces, la mujer


descubrió un horrible secreto que cambió todo su mundo. Juró coger a
los niños y huir con la ayuda de su amiga. Sólo que su marido la
descubrió y antes de que pudiera huir, la mató.
371

Parpadeé. —Eso no se parece a ningún cuento de hadas de la


infancia que haya escuchado antes.
Página

—No lo parece.
—Escucha, entiendo que pienses que Noel es un hombre cruel. En
mi experiencia personal, no he visto mucho de eso. Fue amable
conmigo cuando vivía en Pearl Hall. Alexander obviamente tiene sus
propios problemas con su padre y al final, no se nos permitió pasar
tiempo juntos, pero no lo veo como ese horrible villano. Y no creo que
haya matado a tu madre. No cuando estaba en casa de Salvatore
contigo cuando murió.

La amable fachada de Dante se desvaneció como la columna de


humo que salió por la ventana abierta. Sus ojos se volvieron negros
como el pecado y su rostro rugoso se ensanchó de rabia.

—Yo estaba allí, así que debería saber lo que realmente pasó.
Mamá me había llevado con ella a casa de Salvatore para planear
cómo podríamos escapar de Noel. Alexander no estaba allí porque era
el heredero, a mamá le preocupaba que se sintiera demasiado obligado
por la familia y que ya se pareciera demasiado a él, para entender lo
peligroso que era quedarse en Pearl Hall. Ya no éramos niños. Él tenía
veintiséis años y yo veintiuno, ya no teníamos que seguir ciegamente a
nadie. Pero yo la seguí y Alexander se quedó en casa.

—¿Por qué decidió huir después de todos esos años? —pregunté,


involucrada en la historia a pesar de mí misma.

Este era el gran misterio. Esta era la razón por la que Alexander se
había aliado con un padre al que odiaba y estaba utilizando la Orden
para encontrar respuestas a la muerte de su madre.

Si pudiera encontrar las respuestas por él, tal vez todo sería
diferente.
372

El coche redujo la velocidad y me di cuenta de que nos estábamos


deteniendo. Fuera de mi ventanilla lateral, un campo de amapolas se
Página
extendía hasta donde alcanzaba la vista y ante nosotros se alzaba una
enorme casa de estuco del color de los narcisos.

La puerta se abrió para mí, pero no salí porque Dante me miraba


fijamente, con un rostro tan solemne que me pregunté si estábamos
llegando al lugar de mi propia muerte.

—Ella corrió porque había descubierto lo que Noel había estado


haciendo todos esos años con las esclavas que tomaba y no le
ocultaba.

—¿Qué hizo? —pregunté cuando Salvatore apareció en la apertura


de mi puerta y me ofreció estoicamente su mano para ayudarme a
salir.

No la tomé.

—Las mató —dijo Dante—. Igual que mató a mi madre.

Tras una breve pausa para lavarme la cara y ordenar mis


pensamientos en una habitación libre de la casa de Salvatore, un
hombre con una pistola atada a su brazo me condujo a un patio de
losas rojas en la parte trasera de la villa. Salvatore y Dante estaban
sentados en una mesa redonda de madera cargada con un festín de
embutidos y una enorme jarra de vino tinto, hablando animadamente
373

en voz baja. Estaba oscuro, las estrellas brillaban en el cielo azul


aterciopelado como sólo pueden hacerlo en el campo. El aire se había
Página

enfriado lo suficiente como para sentirlo suave en mi piel y el dulce


aroma de las flores de acacia permanecía en la brisa mientras
atravesaba la cocina exterior.

Ambos se detuvieron al verme en la puerta, y sus ojos recorrieron


mi cuerpo simultáneamente.

La mirada de Dante estaba llena de interés y admiración


masculina.

La de Salvatore era más difícil de discernir, pero había una ligera


sonrisa en sus labios que no podía comprimir del todo y que me hizo
pensar que le gustaba verme de pie en su casa.

Fruncí el ceño y me adelanté, ocupando el asiento que el pistolero


me tendió y cruzando las piernas con aire de negocios.

—Bien señor, ha llegado la hora de las explicaciones —declaré.

Dante ni siquiera trató de frenar el placer infantil de su sonrisa,


pero Salvatore se mordió la sonrisa y asintió solemnemente.

Le señalé con un dedo. —No te burles de mí. Puede que no hayas


matado a Chiara Davenport; pero nos abandonaste a mi madre, a mi
hermano y a mí y, para colmo, me vendiste. Por lo tanto, tú sigues
siendo el villano aquí.

Todo el humor o el placer que quedaba en el rostro patricio de


Salvatore se apagó y cuando se inclinó hacia delante para hablarme lo
hizo con la voz baja e indescriptiblemente poderosa de un capo de la
mafia italiana.

—No hables de algo de lo que no sabes nada, chica. Si quieres


374

lanzar piedras antes de conocer la verdadera historia, te enviaré de


vuelta con tu madre y podrás regresar a Inglaterra con las manos
Página

vacías.
Me sentí como una niña escarmentada mientras estaba sentada
luchando por no hacer un mohín y una mirada a partes iguales.
Finalmente, crucé los brazos con fuerza sobre el pecho ansiosa e
incliné la barbilla para que continuara.

Dante se burló. —Se parece a ti haciendo eso.

Los dos le lanzamos miradas que le hicieron levantar las manos en


señal de rendición, aunque le bailaran los ojos.

Salvatore se volvió hacia mí, con sus ojos recorriendo mi rostro


como un artista dispuesto a plasmarme en el papel.

—No voy a entrar en la historia de fondo con Caprice. Tu madre y


yo nos conocimos cuando ambos éramos muy jóvenes. Ella ya tenía
dos hijos de tu padre, pero yo estaba encaprichado con su belleza y su
mente. Quería llevarla a ella y a las niñas conmigo; pero por muchas
razones, no pudo ser. Ni siquiera supe que tú y Seb habían nacido
hasta años después de nuestro encuentro. Me había trasladado a
Venecia para incorporarme a un equipo de allí y estaba ascendiendo
en el escalafón cuando un viejo amigo me envió una foto tuya y de
Sebastian. Debías de tener sólo tres años, pero te parecías tanto a mí
que lo supe en cuanto te vi.

—No puedo creer que mamá no te lo hubiera dicho —protesté,


porque la mujer que yo conocía no era una mujer tramposa ni inmoral.

Iba a la iglesia todos los domingos y rezaba antes de acostarse


cada noche, a veces con tanto fervor que me preguntaba qué tipo de
conversaciones mantenía a diario con su Dios.

—No lo contó porque sabía qué clase de hombre era yo —dijo


375

Salvatore, con la voz elevada por la pasión—. Si hubiera sabido que


Página

estaba embarazada, la habría llevado lejos; donde Seamus nunca


pudiera encontrarnos.
Su puño golpeó la mesa con estrépito al desprender un plato lleno
de quesos y un cuenco de aceitunas que se hizo añicos en las losas que
había debajo de nosotros.

—Cuando me enteré, volé de vuelta a Nápoles; pero Caprice se


negó a reconocer mi paternidad y era evidente que ni siquiera Seamus
tenía idea. Volví a mudarme y traté de convertirme en una parte tan
importante de sus vidas como ella y mi trabajo me permitían.

—No fue suficiente —dije en voz baja.

Podía leer la tragedia en la colocación de su hombro y la


impotencia opaca en sus ojos; pero sólo tenía un límite de simpatía por
un adúltero, un mafioso y la persona que me vendió.

—Caprice sólo aceptaba dinero cuando no tenía suficiente para


poner comida en la mesa para ustedes. —Sacudió la cabeza con
frustración, pero había un atisbo de orgullo en su sonrisa—. Siempre
fue muy terca. Y evitaba que asesinaran a Seamus una y otra vez,
tantas veces que surgían preguntas incómodas sobre por qué me
preocupaba tanto por él y su destino.

—Otro punto negro contra ti —dije—. Habríamos estado mejor si


estuviera muerto.

—Eso no es cierto. Fue la única vez que tu madre me suplicó algo,


la primera vez que trajeron a Seamus ante mí para matarlo. Se
presentó en mi recinto con tu manita en la suya y me prometió que
podría visitarte de vez en cuando si me comprometía a salvar la vida
de su marido. —Su sonrisa era de autodesprecio—. Acepté en el acto.

—Eso no explica por qué permitiste que me vendieran por sus


376

deudas de juego —repliqué.


Página
Necesitaba aferrarme a algo concreto mientras el mundo se movía
bajo mis pies como arena movediza.

Dante sonrió. —Creo que puedo ayudar con eso. Verás, Alexander
lleva años convencido de que Tore mató a mamá porque Noel se lo
dijo. Ha puesto a la Interpol, al MI6 y a la Polizia di Stato31 sobre
nosotros como putas sanguijuelas e incluso ha intentado atrapar a
gente de nuestra organización. Tenemos una alerta preparada por si
alguien busca tu nombre o el de Sebastian desde hace un año y cuando
descubrió quién eras el pasado agosto, fue una oportunidad demasiado
buena para dejarla pasar.

—No lo entiendo —respiré, con los pulmones como dos paños de


cocina escurridos en el pecho.

Porque creía que sí lo entendía.

Alexander me había comprado para infiltrarse en la Camorra.

Pero la Camorra me había vendido para infiltrarme en Pearl Hall.

Mi mente daba vueltas, llena de agua sucia dando vueltas a un


desagüe atascado.

—Te vendimos a Alexander para que descubrieras los secretos de


los Davenport y pudiéramos demostrar por fin que Noel fue quien
mató a Chiara —explicó Dante, tan entusiasmado con su plan mental
maestro que no notó lo pálida que estaba.

—¿Y qué pasa con Alexander? ¿Quieres implicarlo también en


algún crimen?

—Hay que desmantelar toda la jodida Orden de Dionisio.


377

Encubrieron la muerte de Chiara y la de todas las demás pobres


Página

31 Trad.: Policía del Estado.


mujeres que Noel y los hermanos utilizaron como esclavas—.
Finalmente, Dante vaciló, sus ojos se agudizaron en mi cara. —
Alexander es mi hermano, así que puedo entender su recalcitrancia,
pero puede que tenga que hundirse con el barco.

—Por eso me ayudaste en La Caza y trataste de intervenir en Pearl


Hall —dije mientras las piezas del dominó empezaban a encajar—.
Me estabas protegiendo incluso cuando me estabas utilizando.

—Exactamente —dijo Dante con una brillante sonrisa antes de


mirar a Salvatore—. Es demasiado inteligente para ser tu hija.

Le ignoré.

Lo ignoré todo, excepto el sonido de mi sangre corriendo por mis


oídos y el peligroso zumbido de mi corazón acelerado.

—Cosima —dijo Salvatore con firmeza, llamando mi atención


mientras tomaba mi mano desganada de la mesa y la ahuecaba en la
suya—. Sé que esto no es fácil y que es mucho para digerir. Quédate
aquí con nosotros unos días, un par de semanas y vamos a conocernos
antes de tomar cualquier decisión. Sé que parece que te estoy
utilizando, y lo siento, pero es la naturaleza de mi trabajo y la
naturaleza de la paternidad. Sé que no tengo derecho a decir esto, pero
realmente estoy haciendo lo que debo para mantenerte a salvo.

—Tienes que tomar una decisión —dijo Dante, solemne una vez
más. Parecía el compañero de Salvatore allí sentado, igual de oscuro y
poderoso, totalmente en sintonía con los pensamientos e intenciones
criminales del mayor—. Puedes ayudarnos a acabar con una secta de
hombres terribles y podemos ayudarte a ti y a tu familia a establecer
378

una nueva vida en América, libre del pasado y de la influencia de los


Davenport. O puedes volver a Pearl Hall y al amo que te utilizará con
Página

la misma seguridad que nosotros, pero hacia un final más amargo.


Tres semanas después

—Alexander, por favor, ven; creo que sabe que estoy aquí para
espiarlo.

Las palabras de mi anterior llamada telefónica resonaban en mi


cabeza mientras me paseaba por la pequeña sala de estar de mi suite
de hotel en Roma.

Había llamado a Alexander aterrorizada, rogándole que me


buscara porque temía que Salvatore y sus hombres estuvieran tras de
mí.

Alexander había respondido al teléfono al primer timbrazo; estaba


ladrando órdenes para llevar el coche a alguien, probablemente
Riddick, en el fondo antes de que pudiera terminar mi primera frase y
379

en el momento en que dejé de hablar, prometió que estaba en el


siguiente avión a Roma para llevarme a casa sana y salva.
Página

A casa.
A salvo.

Las dos palabras eran risibles.

El hogar de mi infancia nunca había sido seguro con Seamus


viviendo allí. Ahora ni siquiera era nuestra porque la habíamos
vendido; mamá y Elena se estaban instalando en Brooklyn, Estados
Unidos, en su nuevo hogar. Uno del que yo no formaría parte, al
menos no durante mucho, mucho tiempo.

Pearl Hall nunca podría ser realmente mi hogar, aunque era seguro
porque nunca sería más que una esclava dentro de sus muros.

La villa romana de Salvatore podría haber sido mi hogar durante


las últimas tres semanas, pero no estaba en absoluto preparada para
llamarlo mi hogar y a él mi padre.

Era una de las razones por las que estaba haciendo esto.

Me sobresalté cuando se oyó un fuerte golpe contra mi puerta y


luego el sonido de una tarjeta llave deslizándose y haciendo clic en la
cerradura automática.

La respiración se me congeló en los pulmones cuando la puerta se


abrió para mostrar a Alexander.

Su cabello dorado estaba despeinado por la ansiedad de sus manos


y por un largo viaje en avión, su bello rostro estaba marcado por el
cansancio y su costoso traje estaba más arrugado de lo que
normalmente se permitiría.

Pero eran sus ojos los que no podía dejar de mirar.


380

Recorrieron cada centímetro de mi cuerpo mientras me quedaba


Página

inmóvil frente a él, dando cuenta de cada nueva marca en mi cuerpo o


expresión que parpadeaba en mis ojos. Era la búsqueda conmovedora
de un hombre que ha estado demasiado tiempo separado de su amante.

Era una mirada que me daba ganas de llorar.

Se dio cuenta de mi expresión y su rostro se volvió feroz mientras


dejaba caer su bolsa dentro de la puerta y cruzaba la habitación hacia
mí, pasando por encima de la mesa de café para llegar más rápido.

En el momento en que me agarró de la cintura y me cargó en sus


brazos, las lágrimas contra las que había estado luchando se
impusieron y estallé en sollozos.

Alexander me apretó fuertemente durante un momento y luego


utilizó una mano en mi cabello para tirar de mi cabeza hacia atrás. Sus
ojos eran más oscuros de lo que había visto nunca, de color peltre
empañado por el arrepentimiento y oxidado por la agonía.

—Joder —espetó—. Te he echado de menos más de lo que podría.

Y entonces su boca se selló sobre la mía, su lengua deslizándose


contra la mía en un sensual deslizamiento que me hizo gemir y apretar
mis propias manos en su cabello.

—No vuelvas a obligarme a marcharme —le supliqué antes de


recordar que eso no formaba parte del plan.

—Nunca —juró, la palabra tan llena de promesas que se sintió tan


definitiva como su marca contra mi culo—. Nunca más.

Me besó de nuevo, con tanta fuerza que me lastimó los labios, pero
no me importó. Quería llevar el azul de su pasión y el púrpura de su
381

posesión en mi boca como un lápiz de labios.


Página
—¿Dónde está tu bolso? —murmuró contra mis labios—. Por
mucho que quiera follarte aquí mismo, en el suelo, quiero sacarte aún
más de este país olvidado de Dios.

—En el dormitorio —susurré, apretando los ojos porque aquí era


donde mi plan podía salir muy, muy mal.

Y realmente no quería que nadie saliera herido, y menos


Alexander.

Me dio un último y contundente beso y se alejó de mí hacia el


dormitorio. En el momento en que desapareció de la vista, Salvatore
apareció en la puerta abierta desde el pasillo y levantó una pistola en
el aire.

Segundos después, grité sangrientamente y Alexander apareció en


el salón con mi bolsa y, para mi gran sorpresa, con su propia pistola.

La de Salvatore estaba pegada a mi sien, con el frío cañón


mordiéndome la piel.

—Baja el arma, Alexander —ordenó Salvatore con frialdad,


apretando su arma para que pareciera aún más fuerte contra mis vías
respiratorias—. Ambos sabemos que no te arriesgarás a que le hagan
daño.

—¿De verdad eres tan malvado que matarías a tu propia hija? —


preguntó Alexander con calma, soltando mi bolsa para poder dar un
pequeño rodeo y tener un mejor ángulo de visión de mi padre
biológico.

—Eres un tonto. Tu madre trató de enseñarte a pensar por ti


382

mismo, pero sigues con el cerebro lavado por tu pernicioso padre y su


preciosa Orden. Yo no maté a Chiara. ¿Por qué iba a matar a mi mejor
Página

amiga?
—¿Por qué apuntarías tu arma a la cabeza de la hija que
abandonaste al nacer? Tal vez eres un psicópata.

—¿Cuándo dejarás de ver el mundo en blanco y negro? Tu madre


trató de enseñarte mejor —intentó Salvatore de nuevo.

—Di el nombre de mi madre una vez más y te meteré una bala en


el cráneo —dijo Alexander con calma, apuntando la pistola—. Ahora,
suelta a Cosima.

Podía sentir el agarre de Salvatore mientras me abrazaba. Tanto


Dante como yo le habíamos dicho que no se razonaría con Alexander
a menos que hubiera una prueba fehaciente, pero Salvatore quería
darle una oportunidad antes de poner en marcha la siguiente parte de
nuestro plan.

Establecí un duro contacto visual con Alexander y esperé que su


extraña capacidad de leer mis pensamientos no se hubiera visto
afectada por nuestro tiempo de separación. Entonces, golpeé
ligeramente el dedo del pie de Salvatore antes de soltar un grito de
guerra y retorcerme en sus brazos. Aproveché mi impulso para
hacernos girar de modo que mi espalda estuviera en la puerta y la de
mi padre en Alexander y entonces... ¡bang!

Vi cómo los ojos de Salvatore se abrían de par en par,


sorprendidos por el dolor, al recibir un disparo en la espalda. Mi
garganta se esforzó por tragar un sollozo mientras me empujaba al
suelo, donde él rodó sobre su estómago y se quedó quieto.

Alexander corrió hacia mí, con mi bolsa en un brazo y la pistola


humeante en el otro. Me rodeó con un brazo y me empujó hacia la
383

puerta.
Página

—Creo que lo has matado —susurré con fuerza.


Apenas echó una mirada por encima del hombro al hombre
tendido antes de echarnos a correr por el pasillo. La puerta de otra
habitación del hotel se abrió al final del pasillo mientras
atravesábamos la salida de emergencia y bajábamos las escaleras.

Había un coche esperando en la acera, con Riddick en el asiento


del conductor.

Los ojos me ardían de lágrimas no derramadas cuando Alexander


me lanzó a la parte trasera y luego se deslizó a mi lado, ladrando
órdenes a Riddick que no escuché.

Miré por la ventanilla mientras nos alejábamos a toda velocidad


del hotel en el barrio de Testaccio de Roma y nos dirigíamos al
aeropuerto.

Había muy pocas posibilidades de que Salvatore estuviera


gravemente herido. La bala se había clavado en su espalda recubierta
de kevlar y probablemente sólo le había dejado un moratón, pero me
sorprendió lo alterado que estaba por mi propio plan.

Necesitaba que Alexander tuviera un cierre, aunque no creía que


Salvatore y Dante hubieran matado a Chiara. De hecho, era obvio que
la querían mucho y que creían que Noel había sido quién la había
matado después de que ella amenazara con revelar sus secretos.

Algunos de ellos eran que había matado a sus anteriores esclavas.

No sabía hasta qué punto creerlo, ya que había visto a Yana, una
de las esclavas de Noel, en el Club Dionysus hacía unas semanas y él
había sido muy amable conmigo durante mi estancia en Pearl Hall.
384

Lo único que sabía con certeza era que esta disputa de sangre iba a
hacer que los mataran a todos al final y yo no quería eso.
Página

No, no podía soportar eso.


No para Dante, que en mis cortas semanas en Italia había llegado a
comprender que era opuesto a su hermano no sólo en apariencia sino
también en temperamento. Era más latino, apasionado, malhumorado
y con un humor que podía ser cortante como el filo de una espada o lo
suficientemente hilarante como para hacer llorar.

No para Salvatore, con quien seguía siendo infeliz a pesar de sus


explicaciones. Era un padre. No me importaba que mamá volviera a
aceptarlo, él debería haberse esforzado más por hacer una diferencia
positiva en nuestras vidas. A pesar de mis reticencias, mi vieja ansia
de tener algún tipo de figura paterna se agitó en lo más profundo de mi
ser y me encontré pasando la mayor parte de mi estancia de tres
semanas en su casa ayudándole a atender su proyecto favorito de
cultivo de aceitunas y escuchándole hablar de sus planes de enviar a
Dante a América para que se hiciera cargo de la organización de la
Camorra allí.

Creo que era más bien para que Dante vigilara a mamá y a Elena,
pero no presioné. Dante se apellidaba Salvatore en Nápoles, y era
obvio que los dos estaban unidos como padre e hijo.

Pero, sobre todo, no quería ese tipo de muerte o final criminal para
Alexander. Por mucho que me sentara en el campo de amapolas de la
propiedad de Salvatore y pensara en el curso que había tomado mi
vida, no podía convencerme de no amar al hombre civilizado ni a la
bestia que acechaba bajo su piel.

Quería que se liberara de su obligada venganza, que fuera libre de


librar sus batallas contra la Orden y su padre para poder vivir el tipo
de vida que realmente quería.
385

Así que preparé mi plan para escenificar la muerte de Salvatore


Página

para que Alexander pudiera superar el asesinato de Chiara. Les dio a


Salvatore y a Dante el espacio que necesitaban del escrutinio de la
policía para trasladarse por sus recursos y sus vidas a Estados Unidos,
a la vez que les permitía seguir investigando a Noel sin que éste fuera
consciente de que seguían actuando contra él.

Era una solución perfecta para ese único problema.

Sólo quedaba la cuestión, ¿qué iba a hacer ahora? Me parecía


imposible volver a la esclavitud, sola, salvo por los momentos del día
que Alexander se reservaba para utilizar mi cuerpo como un recipiente
para su placer.

Ansiaba algo más que sus escasos momentos de afecto y el título


de esclava.

Quería que me permitiera amarlo.

—¿Estás bien? —preguntó Alexander, volviéndose por fin hacia


mí, con las manos sobre mi cuerpo en busca de heridas.

Parpadeé. —Físicamente, sí, pero creo que acabas de matar a mi


padre, Xan.

Sus ojos brillaron con una luz extraña. —¿Y si lo hiciera? ¿Me vas
a juzgar por vengar por fin la muerte de mi madre? Llevo años
intentando hacer caer a ese hombre por medios legales, pero era más
escurridizo que una anguila.

—¿Estás tan seguro de que la mató? Pasé tiempo con él mientras


estaba en casa y parecía convencido de su propia inocencia —
aventuré—. No creo que fuera un buen hombre; pero, por otra parte,
tú tampoco lo eres.

—Nunca he matado a una mujer inocente, ni lo haría.


386

—No —susurré—. Te compraste una para usarla contra su propio


Página

padre.
—No pensé en matarlo, sólo en llevarlo a la justicia de la manera
que pudiera. Él destruyó a mi familia.

—Así que tu plan funcionó —dije con una sonrisa cansada y cínica
que se sentía mal en mi cara—. Yo era el cebo adecuado para atraerlo
y sacarlo de su escondite.

Los últimos vestigios de triunfo y adrenalina se desvanecieron de


su rostro y un hombre cansado de la batalla se sentó a mi lado,
fatigado por sus demonios e inseguro de su propia moralidad.

—Sé que puede ser difícil de creer después de lo sucedido, pero


eso dejó de importarme hace mucho tiempo. —Se miró las manos
como si viera sangre allí y murmuró sobre todo para sí mismo—.
Pensé que me sentiría mejor una vez que estuviera hecho.

—Sin embargo, me enviaste a Italia.

Suspiró, un sonido triste como el de un juguete que se desinfla. —


No sabía cómo lidiar con lo que sentía.

—Qué excusa más clásica de los hombres —dije, aunque no sabía


nada de nada clásico de los hombres.

Mi experiencia se limitaba únicamente a Alexander y dudaba que


hubiera algo típico en su comportamiento.

Sólo quería empujarle por encima de sus propias expectativas


hacia un nuevo lugar en el que pudiera iluminar mejor su vida y sus
elecciones. Había necesitado tres semanas con Dante y Salvatore para
comprender que la vida rara vez era tan sencilla como intentamos
forzarla.
387

Alexander levantó su rodilla en el asiento entre nosotros para


Página

poder mirarme mejor y hundir una mano en mi cabello. Me inclinó la


barbilla hacia atrás lo suficiente para que el ángulo fuera incómodo y
mi cuero cabelludo cantara de dolor.

El pequeño acto de dominación me centró como a él.

—Pase lo que pase, no volveré a dejarte ir. ¿Me entiendes, bella?


—preguntó, su convicción me golpeó como el golpe de un mazo—.
Te quiero, no, necesito que seas mía en todas las formas en que me
tendrás.

Puse mi mano sobre su muñeca sólo para sentir la fuerza de su


pulso y usarla como metrónomo para marcar el mío. —Ya me tienes.
Me posees en cuerpo, espíritu y alma. No me queda nada que darte.

—Pero sí lo tienes —insistió, su mano se tensó hasta que gemí y


mi boca se abrió. Se inclinó hacia mí y me lamió el labio superior para
luego morder suavemente la parte inferior—. Puedes darme tu nombre
para que lo sustituya por el mío.

Parpadeé, tratando de no perder la concentración mientras


arrastraba su nariz por mi garganta y mordía la unión de mi hombro
como un animal que marca a su pareja.

—Xan, ¿de qué estás hablando?

—Quiero que no haya ninguna duda en la mente de nadie; ni para


la Orden, ni para Edward, ni siquiera para Noel; de que estamos
unidos y no permitiré que nos separen por nada. Pueden venir a por
nosotros si quieren, pero cuando lo hagan estaremos unidos a los ojos
de la ley como marido y jodida esposa.
388
Página
Página 389
Nunca había imaginado el día de mi boda. Mis hermanas hablaban
de ello a veces a altas horas de la noche, cuando deberíamos estar
durmiendo en lugar de susurrar velos y vestidos de tul, pero yo sólo
escuchaba, feliz de imaginar sus escenarios y mi lugar a su lado.

No tenía sueños propios, y una boda parecía que debía ser un


sueño.

Me sentía como si estuviera viviendo uno mientras me despertaba


en mi decimonoveno cumpleaños y me preparaba para que mi vida
volviera a cambiar de forma tan dramática como lo había hecho el año
anterior.

La Sra. White ya estaba abriendo las cortinas de terciopelo rojo y


dirigiendo a las otras sirvientas para que me prepararan el desayuno,
airearan el vestido, dispusieran el maquillaje justo en el tocador para
cuando las chicas de la peluquería y estética pudieran hacerlo a la
perfección.
390

No quería salir de la cama.


Página

Mi estómago se anudó, atado en nudos shibari tan complicados


como mis sentimientos sobre el día de mi boda.
En un sentido, uno muy grande, estaba más emocionada que
nunca. El deseo secreto que había germinado en la tierra fértil del
centro de mi alma estaba a punto de dar sus frutos.

Iba a transformarme, como Cenicienta, de esclava a aristócrata en


sólo unas horas. Pearl Hall sería mi hogar permanente y Alexander mi
amo para siempre.

Debería haber sido pura euforia la que corriera por mis venas, pero
estaba contaminada con el veneno plomizo del miedo.

Alexander no había hecho ninguna declaración de amor ni había


dado ningún otro paso para congraciarse conmigo en su vida. Seguía
manteniendo su habitación separada y sólo se unía a mí cuando le
convenía. Seguía siendo demostrativo después del sexo y cuidadoso
conmigo cada vez que algo nos recordaba al bebé, pero por lo demás,
permanecía extrañamente distante.

Me preocupaba que no se casara conmigo por las razones


correctas. Que quisiera una guerra con la Orden y que tuviera motivos
para luchar contra Noel y que yo fuera la leña y el pedernal.

Sólo una herramienta más para él.

Me quedé callada después de la ducha mientras el grupo de


sirvientes revoloteaba a mi alrededor arreglándome el cabello, el
maquillaje y las uñas mientras se burlaban de los invitados y la
comida y, por supuesto, del apuesto novio.

—Tienes mucha suerte —me dijo la chica que me pintaba los


labios de un rojo intenso—. Es el tío más guapo que he visto nunca.
391

—No todo lo bonito es bueno —le dije sombríamente.


Página
Cuando ella sólo parpadeó, sonreí para suavizar el golpe y ella
tomó mis palabras como una broma, riendo de forma femenina con
sus amigas por mi ingenio.

—Estás preciosa, querida —dijo la señora White, aspirando en un


pañuelo de encaje mientras miraba mi cutis acabado en el espejo.

Y así era.

De hecho, creo que nunca me había visto más hermosa que para mi
boda.

Llevaba el cabello rizado en grandes ondas sueltas que me


llegaban hasta la cintura, con un solo mechón recogido sobre la oreja
izquierda y prendido con una de las amapolas de mi campo. El vestido
había sido elegido por Alexander, al igual que todo mi vestuario en
Pearl Hall, y como el resto de sus elecciones, me quedaba
perfectamente. Era de estilo griego, abrochado sobre los hombros con
cierres dorados en forma de espinas y con una profunda hendidura en
la parte delantera y trasera que dejaba al descubierto enormes franjas
de mi piel besada por el verano y la indecente turgencia de mis
pechos. Era el vestido perfecto para complementar mi collar de perlas
y rubíes, que brillaba tan regiamente como una corona en mi garganta.

Parecía una princesa lista para caminar hasta el altar hacia su


príncipe.

Las lágrimas afloraron al servicio por lo que me pareció la


centésima vez ya ese día al pensar en la mentira de esa ilusión.

Yo no era una princesa y Xan, con todos sus títulos y su dinero, no


era un príncipe.
392

Sólo éramos dos personas completamente jodidas que habían


Página

encontrado un poco de consuelo en el otro.


Y yo era la idiota que había ido más allá por enamorarse de él.

—Jesús, muchacha —dijo Douglas, apareciendo en la puerta de mi


habitación con ambas manos cerradas sobre su boca—. ¿Podría
simplemente ver tu preciosa cara?

No pude evitar reírme de él mientras se acercaba para rozar un


beso en mi mejilla.

—Tenía que echarte un vistazo antes de la ceremonia, así que subí


corriendo desde la cocina. Seguramente están haciendo un buen lío,
pero esto valía la pena.

—Gracias, Douglas —dije, cogiendo su mano en un apretón antes


de dejarle marchar.

Deseaba desesperadamente que alguno de mis hermanos o mamá


estuviese allí, pero Douglas era lo más parecido y quería que lo
supiera. Estúpidamente, las lágrimas llenaron mis ojos al mirar su
mirada marrón chocolate, y no pude expresar adecuadamente los
sentimientos.

—Lo sé, patito —me dijo suavemente, acariciando mi mano—. Lo


sé. Escucha, saldré a ver la ceremonia antes de encadenarme a la
cocina para el banquete. Seré yo el que aplauda inapropiadamente en
la parte de atrás.

Asentí con la cabeza, aún abrumada por las lágrimas, y luego


sonreí cuando se agachó para darme un rápido beso en la mejilla antes
de marcharse.

—¿Estás lista, querida? —preguntó la señora White, mirando el


393

reloj del tocador—. Es hora de bajar a la capilla.


Página

Cada paso que daba hacia la pequeña capilla adjunta a la casa


disparaba los latidos de mi corazón a una cadencia más alta.
¿Y si me dejaba plantada?

¿Y si Sherwood venía y ponía fin a los procedimientos?

¿Y si estaba cometiendo el mejor error de mi vida?

Pero más, ¿y si no lo estaba haciendo?

¿Y si todas las decisiones difíciles y los malos momentos de mi


vida me habían llevado exactamente a este momento en el que se
suponía que debía estar? ¿Y si Alexander fuera mi recompensa por
una vida corta y duramente vivida?

¿Y si este era mi "felices para siempre"?

Tragué saliva cuando llegamos a las puertas arqueadas y cerradas


de la capilla y la Sra. White me ayudó a colocarme el delicado velo
sobre la cabeza antes de darme un delicado abrazo y entrar corriendo
en la habitación para poder ver la ceremonia.

Mis manos jugueteaban con mi ramo de amapolas mientras miraba


al techo e intentaba calmar mi acelerada respiración.

—¿Estás segura de esto?

Me quedé paralizada y luego me giré lentamente para mirar a


Dante, que estaba apoyado lánguidamente en una columna detrás de
mí. Tenía un cigarrillo encajado en la comisura de la boca y esparcía
en el aire el dulce aroma del tabaco italiano.

—Dios, no llores —exigió cuando vio que las lágrimas acudían a


mis ojos.
394

—Me alegro mucho de que te enteres —le dije, porque estaba


emocionada y era cierto.
Página
De alguna manera, Dante se había metido en mi historia como un
improbable villano y un sorprendente caballero blanco.

—Cosi, ¿estás segura de que quieres casarte con él? Tienes


opciones. Salvatore tiene un coche esperando a las puertas y podemos
llevarte a América sin que Alexander se entere. —Dante se adelantó
para pasar sus dedos por mi mejilla a través del velo—. Sería una pena
desperdiciar esta belleza única en la vida en alguien que no la merece.

Las lágrimas temblaban en el surco de mis párpados inferiores,


pero luché valientemente para evitar que se derramaran.

—Le amo —susurré entrecortadamente a pesar de que la sensación


de su presencia en mi cabello se sentía como un pegamento, que
mantenía unidas las partes peligrosas y mal ajustadas de mi vida y mi
personalidad en una cuidadosa unidad. —Dio mio, Dante, lo amo.

Suspiró y colocó sus pesadas manos sobre mis hombros. —No


puedo decir que me sorprenda. Has pasado por muchas cosas y, en
cierto modo, él ha salido adelante por ti. Incluso creo que, a su jodida
manera, también te ama.

—Tal vez —dije, como si no estuviera esperando lo mismo con


cada aliento de mi cuerpo.

—Me quedaré hasta el final, por si me necesitas —prometió antes


de inclinarse para apretar un beso en mi mejilla.

Quería creer que quería necesitarle, pero mi mala suerte era tan
profunda que me sentía como un gato negro.

Se alejó de la puerta, el sonido de sus zapatos se desvaneció


395

mientras avanzaba por el pasillo.


Página
Un momento después, el sonido de la marcha nupcial se escuchó
en el antiguo órgano de la capilla y las puertas se abrieron de golpe
para admitirme.

Había bancos llenos de gente. Aldeanos del pueblo de la colina,


gente de la compañía de Alexander que había viajado desde Londres,
parientes lejanos y algunos hombres de la Orden elegidos a dedo. No
reconocí a nadie, pero tampoco miraba los bancos.

Mis ojos estaban clavados en Alexander, que estaba de pie ante el


altar con un traje metálico gris oscuro que combinaba perfectamente
con el tono de sus iris. Llevaba el pelo hacia atrás, la fuerte mandíbula
bien afeitada y nunca se había visto tan guapo, tan parecido a un rey.

Sin embargo, nada de eso me detuvo.

No podía apartar la mirada de la expresión de su rostro mientras


me veía aparecer y caminar por el pasillo hacia él.

Parecía un moribundo al que le hubieran enviado un ángel como


mensajero de Dios para comunicarle su futura salvación.

Así me miraba mientras me acercaba a convertirme en su esposa,


como si yo fuera cada una de sus oraciones de bondad y esperanza de
felicidad en esta tierra.

Como si yo fuera todo lo bueno y puro que él había visto.

Cuando llegué al frente a su lado, inmediatamente me quitó el


ramo y se lo entregó a Riddick, que estaba a su lado, para que pudiera
tomar mis dos manos entre las suyas.

—Nunca he visto a nadie tan hermosa como tú —me susurró antes


396

de que el sacerdote pudiera empezar, y cuando habló su voz era áspera


Página

por el exceso de emoción como un mar de capa blanca—. Nunca me


he sentido tan indigno de un regalo, pero prometo apreciarte cada día.
—¿Puedo empezar? —preguntó el sacerdote con un seco humor
británico que hizo reír a toda la sala.

Alexander inclinó la barbilla de forma impasible y dijo: —Puede.

Y durante toda la ceremonia no me quitó los ojos de encima, ni


siquiera cuando se le dijo que besara a la novia y sus labios se
cerraron sobre los míos en un sello que se sintió más irrompible de lo
que podría ser cualquier papel legal o palabras vinculantes.

La fiesta posterior estaba en pleno apogeo y por fin estaba


disfrutando. El champán que Alexander me pasaba hacía que mi
sangre se sintiera tan ligera como mi corazón mientras avanzaba a
trompicones por el pasillo hasta el baño de la planta principal. Estaba
achispada por el champán, embriagada por los besos salaces de
Alexander y más esperanzada de lo que nunca me había atrevido a
estar.

Puede que aún no me ame y que nunca sea capaz de decir las
palabras en voz alta, pero no me cabía duda; después de observar su
asombro durante la ceremonia, de que no me apreciaba.

Para una pobre chica de Nápoles con una familia rota y lejana, eso
era más que suficiente por ahora.
397

Acababa de terminar en el baño y estaba abriendo la puerta del


salón cuando una mano viciosa se coló por el hueco de la puerta y se
Página

enredó en mi cabello. Con un gruñido, intenté sacar el miembro


ofensivo de la habitación, pero quienquiera que estuviera detrás era
demasiado fuerte.

Irrumpieron a través de la puerta y estuvieron sobre mí en un


instante, una mano sobre mi boca para amortiguar mis gritos y la otra
en mi pelo para poder empezar a arrastrarme fuera de la habitación.

—Hija mía —dijo Noel con una sonrisa serena mientras me


arrastraba por el pasillo y luego bajaba los escalones hasta el nivel de
la servidumbre. Abandonó su mano alrededor de mi boca porque mis
forcejeos le impedían someterme sin el uso de ambas—. Creo que ya
es hora de que nos conozcamos un poco mejor.

Grité tan fuerte que mis tímpanos temblaron siniestramente y mi


garganta se sintió arder de agonía, pero aun así grité.

Alexander no estaba en ninguna parte de la casa, pero eso no


excusaba a los casi cincuenta criados que los Davenport tenían en
plantilla.

Ninguno de ellos vino a buscarme.

Noel abrió de un tirón la pequeña puerta de madera deformada que


había junto a la entrada de la cocina y que daba al calabozo y me tiró
del pelo con tanta fuerza que mis gritos dieron paso a un gemido de
puro dolor.

No le importaba mi dolor y nunca lo había hecho. Los momentos


robados en los que me había atendido sólo habían sido una
manipulación, una herramienta que los hombres de Davenport
manejaban demasiado bien.
398

Dos manos empujaron las huellas ya dejadas en mi espalda


mientras me empujaban por los empinados y estrechos escalones del
Página
sótano. Caí al vacío, esta vez con los brazos sobre el cuello para no
golpearme la cabeza.

Me quedé gimiendo en un montón en la base de la escalera


mientras Noel cerraba y echaba el cerrojo a la puerta antes de
seguirme hacia abajo.

—Me alegro mucho de que por fin podamos tener un rato de


intimidad sin que nadie más nos mire —me dijo con su gentil estilo—.
He estado esperando tanto tiempo para tener esta charla contigo.

Me levantó suavemente de la mano para que quedara medio de pie


y luego me dio un brutal puñetazo en el costado izquierdo que hizo
estallar la agonía en mi riñón. Me derrumbé en el suelo.

Repitió la maniobra dos veces más, de modo que estaba débil


como un gatito cuando finalmente me arrastró por las axilas hacia el
interior de la habitación. Intenté darle un rodillazo en las pelotas y me
dio un fuerte revés en la cara. Intenté gritar de nuevo y me dio una
patada en la pantorrilla tan fuerte que me arrodillé.

Mientras estaba en el suelo, aprovechó el tiempo para bajar un par


de esposas de una cadena sujeta al techo. Las aseguró alrededor de
mis muñecas retorcidas y luego accionó una palanca para que me
catapultara hasta las puntas de los pies, atando para aliviar la tensión
de mis hombros.

—Vamos a quitarte ese bonito vestido —murmuró Noel casi para


sí mismo, moviéndose a mi alrededor hasta llegar a los botones de mi
columna.

Me levanté con las piernas, pero grité cuando el movimiento casi


399

me arrancó los hombros de sus órbitas.


Página
—Quieta —ordenó Noel mientras desabrochaba el último botón y
mi precioso vestido de novia caía al suelo a la altura de mis pies,
dejándome sólo en sujetador y bragas blancas de encaje.

Tarareó una alegre melodía mientras se alejaba hacia una pared


cubierta de utensilios de impacto. Tras una cuidadosa consideración,
eligió uno que me resultaba dolorosamente familiar.

Un látigo negro de serpiente.

Gemí cuando volvió a colocarse frente a mí.

—¿Por qué haces esto? Acabo de convertirme en la esposa de tu


hijo, por el amor de Dios —le supliqué.

—Qué tonto al casarse con una esclava de la nada. Al menos su


puta madre italiana tenía dinero. Tú no tienes nada más que belleza
para mí y eso se desvanecerá, créeme, siempre lo hace.

—Él descubrirá que has hecho esto —le advertí—. Matará a


cualquiera que me haga daño.

—No se enterará porque he cortado las cámaras de seguridad. Le


echaremos la culpa a un invitado.

—Se lo diré.

—No lo harás —dijo con un tsk—. No lo harás porque no estarás


aquí para hacerlo. Te voy a golpear por tu malvado encantamiento
sobre mi patético primogénito y luego vas a huir muy lejos de Pearl
Hall y no vas a volver nunca.

—¿Por qué coño iba a hacer eso? —pregunté, todavía luchando


400

por deslizar mis húmedas muñecas a través de los apretados límites.


Página
No había forma de salir. Al menos no físicamente. Si quería irme,
tenía que manipular a Noel para que me dejara ir.

—Si no te vas, lo mataré —sugirió Noel con sencillez.

Me quedé boquiabierta, preguntándome cómo era posible que


nunca hubiera visto asomar al psicópata que acechaba en su interior.

—¿Por qué matarías a tu único heredero? —pregunté.

La puerta al final de la escalera se abrió y Noel sonrió.

—En el momento perfecto —dijo por encima del sonido de dos


pares de zapatos que descendían—. Porque tengo uno de repuesto.

—Has repudiado a Edward y él nunca aceptaría intervenir si


asesinases a su hermano.

—Sí, sí, tienes razón, por supuesto. —Esperó un buen rato, el


suficiente para que los dos cuerpos salieran de la sombra de la escalera
y entraran en la luz.

Mi aliento se cristalizó en mi cuerpo, pequeños fragmentos


recorriendo mis pulmones y mi garganta hasta arder.

—Querida —me saludó la señora White con una sonrisa


temblorosa, pero orgullosa, mientras rodeaba con su mano a un niño
de ocho o nueve años y lo empujaba ligeramente hacia delante—. Me
gustaría que conocieras a nuestro hijo, Rodger.

Parpadeé, con la mente trabajando furiosamente para procesar la


información.
401

Las crípticas palabras de la señora White acerca de sacar el


máximo provecho de una mala situación, su llanto sobre el regazo de
Página
Noel y, por último, su mención de ofrecer a los hombres Davenport
algo de valor cuando supo que yo estaba embarazada de Alexander.

Lo que significaba, obviamente, que había sido ella quien se lo


había contado a Noel y quien, a su vez, se había presentado en el baile
de los Grammar para empujarme por las escaleras y que yo no pudiera
engendrar un heredero que rivalizara con el suyo.

—Mataré a Alexander si no huyes como un buen ratoncito —se


mofó Noel mientras pasaba el látigo cariñosamente por sus manos—.
Porque aún soy joven, al menos lo suficiente para formar a mi tercer
hijo a mi imagen y semejanza.

—Es un bastardo —señalé, desesperada por dar sentido a esta


horrible situación. Mi pecho ardía con el dolor de gritar, aunque sabía
que nadie me escucharía—. No podrá heredar.

—Bueno —dijo mientras la señora White se adelantaba para


mostrarme el sencillo anillo de oro que llevaba en el dedo de la
mano—. Verás que eso no es realmente cierto. Mary y yo nos casamos
hace nueve años, el pasado mes de mayo, unas semanas antes de que
naciera Rodger.

La rueda giró con audibles chasquidos y zumbidos en mi cerebro y


entonces, comprendí.

—Mataste a Chiara para poder casarte con la señora White y


asegurarte otro repuesto en caso de que los dos primeros te fallaran.

—Edward ya era una causa perdida, demasiado parecido a su


madre. Tenía muchas esperanzas puestas en Alexander, sobre todo
después de la muerte de Chiara, pero entonces apareciste tú y bueno...
402

el amor deja en ridículo a todo el mundo.


Página
Temblé de furia en mis cadenas cuando Noel se apartó de mí y
recogió a su joven hijo, llevándolo a la pared para que pudieran elegir
juntos su herramienta de castigo.

Ambos iban a azotar.

Al igual que este padre había obligado a Alexander a azotar a


Yana todos aquellos años atrás, cuando tenía la edad de Rodger.

Miré a la señora White. —Por favor, por favor, no deje que me


hagan esto. De verdad creía que éramos amigas.

Ella se retorció las manos y se mordió el labio, con los ojos


clavados en el suelo en una muestra de sumisión tan obviamente
arraigada que me sorprendió no haberla notado antes.

—Eres tú o yo, querida —admitió en voz baja—. Y ya he sufrido


bastante.

—¿Listo, hijo? —preguntó Noel mientras me rodeaba por detrás.

Sentí que el aire se agitaba con la elevación de su mano y el


momento de retroceso del látigo.

—Deja que tu padre te enseñe cómo se hace.

El cuero aterrizó como un fuego infernal en mi espalda y grité.


403
Página
Encontré a Alexander buscándome en el estrecho pasillo entre la
capilla y la casa principal. Todavía no me había visto, así que luché
por enderezar el andar renqueante de mi marcha. Aspiré
profundamente para llenar de aire mi pecho hueco y poder tener un
aspecto similar al de antes. Antes de que Noel me arrancara el corazón
con un cuchillo de sierra y me golpeara la espalda hasta dejarla negra
y azul.

Había encontrado a Dante primero, acechando en el camino de los


jardines fumando mientras coqueteaba con una sirvienta nueva que
reconocí de la casa.

Me echó una mirada y lo supo.

Hice el insoportable viaje hasta mi dormitorio para arreglarme la


cara manchada de rímel y volver a pintarme los labios, para alisar los
rizos oscuros y enmarañados y limpiar lo mejor posible mi espalda
desgarrada antes de volver a ponerme el vestido de novia.

Sin embargo, Dante me vio al otro lado de la grava y supo al


404

instante que había sido derrotada en cuerpo, espíritu y mente.


Página
Aplastó su cigarrillo bajo su tacón y estuvo a mi lado en un
momento, sujetando suavemente mis brazos porque instintivamente
sabía que mi espalda estaría ensangrentada.

Me instó a marcharme inmediatamente, pero no era por eso por lo


que me había tomado tantas molestias para ponerme presentable.

Sólo llevaba dos horas casada con él, pero quería despedirme de
mi marido.

Verle asomarse a través de las puertas de la iglesia y luego por el


lateral del edificio mientras me buscaba de forma tan evidente casi me
hace caer de rodillas. No era nada comparado con el dolor paralizante
de mi espalda.

Era como la gasolina del agujero desgarrado en mi pecho donde


Noel me había sacado el corazón.

—Xan —llamé, más con el aliento que con la voz.

Pero él me oyó, girando la cabeza como un depredador que ha


percibido a su presa. Sus fosas nasales se encendieron mientras sus
ojos me clavaban en la pared donde estaba y luego acechaba hacia mí.

Me alegré de la oscuridad bajo el toldo del pasillo porque ayudaba


a ocultar la muerte de mis ojos y la sombra de un moratón que ya
asomaba en mi mejilla.

No se detuvo ante mí.

En lugar de eso, me estrelló contra la pared para que mi sensible


espalda corriera con fuego, pero su boca estaba sobre la mía antes de
405

que pudiera gritar y así se comió el ruido de mi garganta hasta


convertirlo en un gemido.
Página
Su mano se aferró al velo que me había colocado para ocultar los
daños que asomaban por la parte superior de mi vestido. Me echó el
pelo hacia atrás en un ángulo brutal para poder desvalijar mi boca
como a él le gustaba, con labios exuberantes y dientes inteligentes,
hasta que mis piernas temblaron y lo único que me mantenía en pie
era esa mano en mi cabello y sus caderas clavadas a las mías contra la
pared.

Me dolía tanto el cuerpo, por los latidos y la interminable agitación


de mi corazón al romperse, pero me aferré al placer porque sabía que
era la última vez que lo tendría.

Se deleitó con mi boca como si supiera que era el último beso que
nos daríamos, como si supiera que en cualquier momento lo dejaría
para no volver a verlo.

Pero él no podía saberlo porque yo no había planeado huir. Nunca.

Estaba preparada para vivir mis días como fuera, como la nueva
señora de Pearl Hall y la eterna esclava del señor Alexander.

Sólo que ahora la elección me había sido brutalmente arrancada de


las manos como tantas otras elecciones.

Me pregunté salvajemente, mientras empujaba con más fuerza el


beso y me hundía más en el dolor, si era lo bastante fuerte como para
romper mi propio corazón para salvar el suyo.

Si él supiera lo que estaba planeando, él mismo me habría


flagelado. Nunca me dejaría hacer el sacrificio que estaba haciendo
porque era lo suficientemente arrogante como para confiar en que era
invencible sólo porque se creía a sí mismo.
406
Página
Si lo supiera, no sabría que yo rechinaba su gruesa polla contra mi
centro cubierto por el vestido de novia como si pudiera follarme a
través de la tela.

No, si supiera mis planes de abandonarlo, volvería a estar donde


empecé, encadenada al suelo del salón de baile como la esclava que
había intentado durante tanto tiempo fingir que no era.

Pero siempre sería una esclava.

Llevaba su marca en mi culo, su metal en mi carne y su nombre en


los restos de mi corazón hundido.

—Lord Thornton —dijo el sirviente al que Dante había pagado


para que nos interrumpiera desde detrás de mi marido.

Mi marido.

Nunca podría llamarlo así.

—Lord Thornton —volvió a intentar el joven, esta vez más fuerte


porque Alexander sólo seguía follándome la boca con la misma
minuciosidad con la que solía follarme el coño. —¡Lord Thornton!

Finalmente, arrancó su boca de mí como si fuera una banda de


cera.

—¿Qué pasa? ¿No ves que estoy besando a mi hermosa esposa?

Esposa.

Un sollozo se alojó en mi garganta como una astilla gigante,


cortándome el esófago cada vez que intentaba tragarlo.
407

—Le necesitan dentro, milord, hay algo urgente.


Página
Alexander gruñó en voz baja, y su mano se tensó en mi cadera por
un momento en un arrebato de dolor.

Estudié su bello rostro con desesperación, deseando memorizar


cada línea de su hermosa frente, la forma en que cada mechón de pelo
dorado ondeaba hacia el siguiente. Necesitaba la descripción perfecta
del color único de sus preciosos ojos para no olvidar nunca cómo eran
a través de los míos.

Pero el momento se esfumó en un instante y mi mente estaba


demasiado traumatizada para hacer una foto en condiciones.

Alexander se inclinó hacia delante para apretar un beso como una


flor entre las páginas de mis labios, una promesa para más tarde.

—Esta noche, esposa —dijo mientras empujaba la pared junto a mi


cabeza y se giraba para seguir al criado en el interior—, prepárate para
mí.

Esperé a que doblara la esquina para hundirme en el pecho y


sollozar. No había tiempo para revolcarse, pero me llevé las manos a
los ojos para recoger mis lágrimas durante un largo y precioso
momento antes de dejarlas caer al suelo como nubes llenas de lluvia y
correr.

Corrí alrededor de la parte trasera del edificio, aunque cada paso


que daba me atormentaba el cuerpo, porque no quería que los
invitados vieran a la novia huyendo con su vestido blanco manchado
de sangre.

Corrí por el camino de grava, con las piedras mordiéndome los


pies mientras aumentaba la velocidad en el declive cuando un coche
408

se acercó a las puertas. Dante salió del vehículo en marcha y me


Página

saludó.
Me detuve miserablemente y recuperé el aliento.

Tenía la sensación de estar huyendo constantemente del control de


un hombre hacia la tiranía de otro y estaba cansada del círculo.

Fue en ese momento de huida cuando tomé por primera vez en mi


vida una decisión que debería haber tomado durante todo el camino.

Decidí esto.

Yo era mía, antes que de nadie.

No era el sostén de mi familia.

No la baza martirizada de Seamus.

O el gemelo de Sebastian.

No el mediador entre mis hermanas rivales.

O la hija bastarda de Salvatore y la damisela en apuros de Dante.

Ni siquiera era nada de Alexander.

Sólo era, simple y eufóricamente, mía.

Y al alejarme del único sueño que había tenido, el de una vida en


Pearl Hall, juré que sólo volvería a ser mía.
409
Página
Fue el peor día de mi vida.
Sé que la mayoría de la gente dice eso sobre
algo obviamente horrible -un primer
desamor, el descubrimiento de una
enfermedad fatal o el funeral de un ser
querido- pero mi situación era un poco
diferente. No solo fue el día de mi boda, sino
que también fue el día que elegí morir.

Dos hombres.

El primero, mi Amo, mi captor y mi amor


imposible.
El otro, su hermano, un mafioso al que estaba destinado a atrapar y
arruinar.

Si tenía alguna esperanza de vivir una vida normal reunida con mi


familia, tenía que tomar una decisión.

Terminar con mi antigua vida como la conocía y empezar de nuevo, o


acabar con los monstruos que me perseguían y perseguían a mi Amo.

Al final, la decisión nunca fue realmente mía. Porque Alexander


410

Davenport vendría a reclamarme incluso muerto.


Página
Giana Darling es una escritora romántica
canadiense de los 40 más vendidos que se
especializa en el lado tabú y angustioso del
amor y el romance. Actualmente vive en la
hermosa Columbia Británica, donde pasa el
tiempo montada en la bicicleta de su hombre,
horneando pasteles y leyendo acurrucada con
su gato Perséfone.
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Página
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