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Nota del Autor
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06
Capítulo 07
Capítulo 08
Capítulo 09
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Este es un libro de suspenso romántico contemporáneo oscuro, lo
que significa que habrá muchas cosas en el libro que algunas
personas pueden encontrar desencadenantes o los hará sentir
incómodos.
La tendría.
La mantendría.
Ella es sabia al tenerme miedo porque no soy el héroe de su
historia...
Soy el villano.
Aunque la arruine.
No quería sentir otro cuerpo cerca del mío. No quería los besos ni
las manos ni el tacto que conlleva. Solo quería desahogarme e
irme a la cama.
Pronto, me digo.
—¿Estás seguro?
Es cierto, pero no del todo. Habían pasado seis meses desde que
todos mis planes, todo por lo que he estado trabajando, finalmente
cayó en mis manos.
Había trabajado durante años para encontrar y acabar con la
organización responsable del descalabro de mi hermana, y estaba
poniendo en marcha el plan. Pero con las prisas venían los errores
y no podía permitirme un error.
Hacer esto, llevar a cabo este plan, pondría fin a algo más que a
vidas. Lo arriesgaba todo. No me había dado cuenta de hasta
dónde llegaba esta organización, pero ahora sabía que había
algunas cosas que debía ajustar.
Maté a mi tío.
Lo masacré.
Sabía por qué, y lo único que dijo fue que era lo correcto para el
futuro del imperio que había construido desde los cimientos. Poco
sabía él que la ciudad prosperaría bajo mi dominio, que mi
reinado de los bajos fondos criminales traería dinero, poder y
violencia, lo suficiente como para tener a algunas de las personas
más influyentes de toda Europa bajo mi pulgar. Lo único que se
interponía en mi camino hacia el control total era esta
organización, el Sindicato. Y una vez que haya acabado con ellos,
tendré la satisfacción de vengar lo que le hicieron a mi hermana y
tomar todo lo que les pertenece.
Ella resopla.
—¿Ahora? ¿Hoy?
—Sí.
Ace sale más fresco que antes y no decimos nada mientras nos
dirigimos al Mercedes que está parado al lado de la carretera.
El trayecto por la ciudad es lento debido al tráfico que se detiene,
pero finalmente nos detenemos frente a un enorme edificio de
cristal y bajamos del auto.
—¿Eleanor...? —pregunto.
Frunce el ceño.
—Por supuesto.
—Permite ayudarte.
Me pongo rígida.
Tobias le da a este hombre todo lo que quiere si le da dinero,
aunque yo nunca asista a ninguna de sus reuniones. Eso es lo
que hace Tate, pero Tate no está aquí.
Esto no me gusta.
No me gusta en absoluto.
—Tal vez un tour. —Oigo decir a Harrison, con una voz que
retumba en mí.
Lo ignoro, puedo hacerlo. Una vez que esto termine, no tendré que
volver a tratar con él.
—Necesito ir...
—Ahora, vamos, amor. —Se inclina, susurrando en mi oído—. No
muerdo.
Es muy tentador.
Giro sobre mis talones y choco con un pecho duro. Unas manos
tatuadas con anillos en los dedos me sostienen.
—Es un poco tarde para salir con nada más que un escaso
pantalón corto. —Sonríe, sus ojos recorriendo mis piernas
desnudas como si fuera una caricia. El fuego comienza a
acumularse en mi estómago, una advertencia sin duda, que no es
en absoluto lo que pienso que podría ser, especialmente cuando
mi cuerpo y mis muslos tiemblan. Su lengua humedece sus labios
mientras vuelve a mirarme a los ojos, y la bola de acero de su
lengua se refleja en la luz. El brillo de sus ojos me dice que sabe
exactamente lo que está pasando, y que se está aprovechando de
eso.
Asiento.
Se pone rígido.
Garrett se gira hacia mí, los ojos bajando por mi cuerpo y luego
volviendo a subir, dirigiendo su oscura mirada hacia mí.
Está mintiendo.
Una vez que los asesinó en su propia cama, nos encontró a Isobel
y a mí escondidos en un armario de la planta baja, acurrucados,
llorando y temblando. Nos sacó, nos metió en un auto y luego
quemó la casa con todo, incluidos mis padres, adentro.
Él veía más en mí que en Isobel. Ella era buena, o tan buena como
esta vida le permitía ser. Solía dudar de sus decisiones, de sus
asesinatos, intentaba librarse de ellos si podía, y si nuestro tío le
decía que lo hiciera despacio, ella se empeñaba en hacer un
asesinato lo más rápido e indoloro posible.
—Quiero que hagas algo por mí —dijo, con la voz baja a pesar de
que no había nadie cerca para oírnos. En ese momento sólo tenía
dieciocho años, obligado a crecer rápidamente y, sin embargo,
seguía siendo un niño en muchos sentidos. Dieciocho años no
eran suficientes para gobernar. Dieciocho años no eran suficientes
para entender cada situación y decisión—. Una prueba si se
quiere.
La verdad era que estaba resentido con ese hombre, lo odiaba por
lo que nos había hecho, por lo que le había hecho a mis padres.
—Isobel. —Su voz no vaciló ni una sola vez, un sonido apagado
que no revelaba ninguna emoción. Eso también fue una lección,
no mostrar nada en tu rostro. No muestres nada en tu voz. Que la
gente se cuestione si eres siquiera humano.
—No lo haré.
Él no me mató.
Isobel silba.
Ella se burla.
Imbécil.
—Muéstrame las cámaras. —hago un gesto con un dedo,
ordenando que la laptop salgan a la luz frente a mí, mostrando
cada una de las cámaras del edificio de Tobias.
La reunión del otro día era algo más que ver su rostro, era
aprovechar el tiempo dentro del edificio para implantar mis
hackers y ahora tengo visión ilimitada de todo lo que ocurre
dentro de ese edificio de oficinas suyo.
—Para eso no, imbécil —gruño—. Aquí pasa algo, con Garrett,
quiero saber qué es.
—Eso no lo sabes.
Ella sonríe.
No, Eleanor Locke podría ser una llave que no sabía que iba a
necesitar, y pensaba utilizarla hasta que la misma se arrugara en
mi palma.
La policía no hará nada.
¿Qué podría hacer? Siendo realistas, ¿qué podría hacer una chica
en esta situación? ¿Y si realmente no estaba desaparecida y su
texto era cierto antes?
Necesitaba hacer algo, averiguar algo, sólo algo más, para poder
llevarlo a la policía y que se tomaran esto en serio.
Dinero.
Garett fue liberado pocos días después sin una sola condena, sin
ninguna advertencia. Se levantaron todos los cargos en su contra,
el incidente fue olvidado y luego enterrado. La novia, cuyo nombre
no se menciona en ningún artículo, fue olvidada. No pude
averiguar su nombre ni dónde vivía para saber si seguía viva o no.
No había nada sobre ella en internet.
—¿Hola? —Contestan.
Su respuesta es automática:
—¿Hola? —pregunto.
—Espera, ¿qué?
Quería ver lo bueno de la gente. Quería ver las cosas que los
hacían brillar bajo una luz en lugar de las que los sumían en las
sombras, pero todo esto me dice que sólo hay unos pocos que son
buenos y un montón de malos.
Tenía que esperar que siguiera viva. Tenía que esperar que
estuviera sobreviviendo.
El hombre me aterrorizaba.
Tal vez tenía algo que ver con los sentimientos que invocaba en
mí. El miedo mezclado con la excitación.
Tal vez no es que él tenga algo que ver con esto. Tal vez no es que
tenga algo que ver con la desaparición de Tate.
Tener a Eleanor involucrada podría hacer esto más fácil para mí.
Una persona en el interior para conseguirme el resto de la
información que necesitaba, y a cambio la ayudaría a cazar a su
amiga. No es parte del plan, pero nos adaptamos.
Me apoyo en el capó del auto, el aire brusco que aúlla entre los
árboles desnudos que abordan el parque privado. Nadie viene
aquí, no es que pudieran, no con las puertas de hierro forjado de
tres metros en la entrada y las docenas de cámaras de seguridad
que vigilan el lugar. Para cualquier otra persona, esto no es más
que el jardín privado de un hombre rico, pero estos verdes han
visto más derramamiento de sangre que un campo de batalla.
Probablemente también había un par de cuerpos enterrados aquí,
aunque eso sería de antes de mi época. No cagamos donde
comemos.
La veo bien, con una falda lápiz ajustada de color nude que le
abraza las caderas y los muslos y una blusa que fluye alrededor
de su torso con el viento. Lleva el cabello oscuro recogido y alejado
del rostro y sus ojos delatan su miedo. Ese miedo sale de ella
como una ola cuando me ve. Parece un ciervo sorprendido por los
faros cuando sus ojos oscuros se abren ampliamente y sus labios
se separan. Muy lentamente, gira sobre sus talones y comienza a
alejarse a toda velocidad, sus tacones no le permiten ir más
rápido.
—¡Déjame ir! —grita, pero no hay nadie cerca para oírla. La meto
en el asiento del copiloto del auto y cierro la puerta de golpe,
bloqueándola desde el exterior, y me apresuro a ir al lado del
conductor. Rápidamente le doy al botón para poder entrar y ella lo
aprovecha, abriendo la puerta de un golpe tan fuerte que algo en
las bisagras se rompe. No llega muy lejos, agarro la parte trasera
de su blusa y la tiro hacia atrás. Cae con fuerza contra el asiento.
—¿Qué quieres?
Me rio.
Traga.
—¿Lo harán? Ya los has llamado, ¿no? Por eso has recurrido a los
investigadores privados para que te ayuden.
—Recursos.
—¿Está viva?
—Pero ¿cómo?
—Matándolos a todos.
—Haré que un auto te recoja el domingo a las ocho y media —dice
Kingston mientras se acerca a mi edificio de apartamentos. No iba
a volver a la oficina, ya me había asegurado de tomarme la tarde
libre en cuanto recibí el mensaje de texto esta mañana.
—Sí irás.
—Entonces, ¿es así como va a ser? —Hago una pausa con un pie
afuera y me vuelvo hacia él, asimilándolo todo.
Mi teléfono zumba.
Lo odio.
Una vez que tengo una taza de café fresca y humeante me siento
en la mesa, mirando fijamente la caja.
—¿Incluido yo?
—Especialmente tú.
Con mis ojos todavía puestos en ella, veo que se congela con una
mano en una página y mira por encima del hombro, fijándose en
esa caja. Ella irá mañana por la noche. Su curiosidad y confusión
por mí así lo exigen.
—¿Hola?
Esto era una maldita mala idea. Una idea terrible. Especialmente
con lo que Kingston prometió ayer. Me digo a mí misma que sólo
me pongo el vestido que me ha regalado porque no tengo nada
más que ponerme, y desde luego no tengo una máscara que vaya
a juego. Al menos con lo que me ha regalado, el vestido y la
máscara son un conjunto completo, y es precioso. En realidad,
impresionante.
Puedo hacerlo.
Y tal vez por mí misma también. No se puede negar que vivo una
vida segura y tal vez sería bueno salir un poco más, aunque por
supuesto podría encontrar una compañía más segura si realmente
quisiera hacerlo.
—Hola —respondo.
—Soy Micha. —Me dedica apenas una sonrisa, supongo que para
tratar de suavizar la situación, pero no se puede confundir el aire
de violencia y peligro que le rodea como un halo. Es atractivo,
grande, con brazos musculosos más grandes que mis muslos y
dos cabezas más alto que yo. Hombros anchos y ojos verdes, su
piel de un color bronceado intenso.
—No.
Me deslizo por los asientos y tomo el que Abel acaba de dejar libre.
Kingston se queda donde está en el otro lado.
—¿Hay algo que deba saber sobre esta fiesta? —pregunto, aunque
sólo sea para evitar que el silencio me inquiete. Los hombres
parecen estar bien con sentarse en silencio.
Kingston me mira, con una sonrisa secreta tirando de su boca, y
luego se limita a responder:
—Ya lo verás.
Me rio.
La miro.
—Aprender.
Sonrío.
Todavía no.
Pronto, me digo.
Soy una buena chica. Hago cosas buenas. No dejo que hombres
con vidas turbias y motivos cuestionables me lleven por ahí, y
ciertamente no dejo que me lleven a clubes de sexo y, sin
embargo, aquí estoy. Con un hombre probablemente más letal que
el mismísimo diablo de pie a mi espalda mientras miro fijamente
la habitación de cristal y a las tres personas que hay adentro.
—Kingston —gimo.
Acepta, grita una voz en mi cabeza, dile que quieres irte y no volver
a verlo.
—Tócame.
Bruscamente nos hace avanzar, agarrando mis muñecas y
forzando mis brazos, aplastando mis palmas contra el cristal, su
dura polla presionando en la base de mi columna.
Siento que King desliza sus manos por mis caderas, luego por mis
muslos, los dedos se cuelan bajo el dobladillo de mi vestido.
Mierda, estoy haciendo esto. El material satinado es suave contra
mis piernas cuando lo desliza hacia arriba, apretándolo en su
puño, y entonces su mano se sumerge en la parte delantera de mi
ropa interior y todo sale de mi cabeza. Todos los pensamientos,
todas las dudas, desaparecen cuando sus dedos se deslizan por
mi coño. Me unta la excitación en el clítoris. El primer toque
contra ese pequeño manojo de nervios me deja sin aliento y
dolorida, mis paredes se aprietan alrededor de la nada. Hacía
mucho tiempo que un hombre me había tocado.
—¡Sí!
—Te odio.
—Quiero irme.
—Te irás cuando yo diga que puedes irte. —Endereza los hombros
y sus ojos pasan por encima de mi hombro—. Francamente, si no
me van a devolver el favor. —Se pasa la mano por la boca,
limpiándose—. Voy a necesitar un minuto para disfrutar del
espectáculo.
—Estás enfermo.
—Estás aprendiendo. —Me da la espalda, y lo aprovecho, girando
a la izquierda y volviendo por donde hemos venido. Me quito los
zapatos de una patada, no me importan, y correré descalza todo el
camino a casa si es necesario.
Me lanzo a la izquierda.
—¿No te has dado cuenta ya, amor? Puedo hacer cualquier cosa.
—No eres mejor que ellos, ¿verdad? —Le doy vueltas—. Tal vez
incluso estés trabajando con ellos, y estoy a punto de descubrir
exactamente lo que le ha estado pasando a Tate. ¿Por eso me has
traído aquí? ¿Para follarme y secuestrarme?
Intenta cerrar las piernas, con las mejillas coloradas, pero mis
manos se apresuran a mantenerla en su sitio.
Sonrío.
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Apadravya es un piercing íntimo que atraviesa el glande del pene. A diferencia del Ampallang, el
Apadravya se coloca verticalmente.
encima de su hueso pélvico. Mis dedos la abren y un gemido
escapa de sus labios.
—Suplícame, Eleanor.
—Suplica, amor.
Ella grita.
—¡Para! —gruñe.
No lo hace.
—¡Ábrelos!
Ella explota.
No soy yo.
Antes de que pueda dar un paso hacia adelante, mis piernas son
levantadas por debajo de mí.
—Claro, señorita.
Me bajo del auto y cierro la puerta con fuerza.
Fácil.
La máscara de Eleanor.
JÓDETE.
—Llévame al penthouse.
Resopla, molesta.
—¡King, espera!
Me detengo en el umbral.
—Lo siento.
Asiento.
—¿Confías en ella?
Isobel asiente.
Necesitaba más.
Gimo mientras me despierto, con los músculos entumecidos y la
cabeza nublada. Durante un minuto permanezco tumbada,
mirando al techo. Me metí en la cama tan bruscamente que ni
siquiera corrí las cortinas, aunque, por suerte, el sol está siendo
sofocado por una gruesa capa de nubes grises y densas, y la
promesa de lluvia flota en el aire. Oigo el bullicio de la calle de
abajo.
No.
—Sí, bien ahora, dile a Tobias que estaré allí en quince minutos,
por favor explica que fue una emergencia familiar.
—Claro.
Cómo pueden pensar que así son los mensajes de Tate. Está más
allá de mí. No la conocen claramente, no como yo. La culpa me
pesa en el pecho. Marco el número que los policías me dieron el
otro día.
—Sí.
—¿Has pensado que tal vez esto sea una ruptura de su relación?
—El policía suspira impaciente.
—Si eso es todo, señorita Locke, tengo otros asuntos que tratar.
Me pongo en pie.
Son tres. No son rostros que haya visto antes, pero Tobias tiene
clientes nuevos todo el tiempo, pero hay algo en estos tipos que
me grita peligro. Me retraigo de esa sensación, aunque siento que
un par de ojos en particular me estudian con demasiada
intensidad.
Los dos hombres que están al frente son canosos, supongo que
están a mediados o finales de los cincuenta, y tienen arrugas en el
rostro, alrededor de los ojos y la boca. Uno de ellos es bajo,
corpulento. Tiene capilares abiertos al final de la nariz y los ojos
inyectados en sangre y con aspecto cansado; el otro, sin embargo,
parece más sano, guapo, incluso con el rostro bien afeitado y el
cabello canoso peinado, pero el último es joven, tal vez de unos
treinta años, si tengo que adivinar. Su cabello es negro, cortado
corto y arreglado. Tiene un rostro apuesto, aunque un poco cruel,
y lleva un grueso par de gafas con montura negra. Su traje es
impoluto, le sienta como un guante y cuando se mueve, doblando
los brazos para meter las manos en los bolsillos, la chaqueta del
traje se levanta, lo suficiente como para que vea lo que lleva oculto
debajo. Un arma.
—Por aquí.
No estoy bien.
La arruinaría.
Sé que yo sí lo hice.
—Jódete.
—Acostúmbrate.
Este lado de ella, este temperamento ardiente, es casi tan bueno
como la inocencia, casi tan dulce.
Eleanor palidece.
—El Sindicato es más grande que sólo Tobias, hay tres hombres a
cargo, cazan cabezas y toman gente poderosa en todo el mundo,
estoy hablando de policías, políticos, directores ejecutivos.
Corrompen y sobornan hasta que estas personas viven y respiran
el Sindicato. Cada día desaparecen más chicas.
Se burla.
—Por supuesto que es una venganza. No puedes dejarlo pasar.
No muerdo el anzuelo.
—Sí.
Traga.
—Te sorprenderá lo que hacen los hombres con tanto poder. Ellos
se creen invencibles. Dioses. Reyes. Es probable que escondan su
mierda a la vista, disfrazándola de una cosa pero es algo
totalmente distinto. El Sindicato es viejo, y fue criado con dinero
viejo. Por lo que he averiguado, los tres que mandan son
herederos, el trono si se quiere, pasado de generación en
generación.
—Sí —respondo.
—Tenemos un problema.
—¿Qué pasa?
—¿Qué carajo quieres decir con que todas las cámaras están
caídas?
Mis ojos se alzan hacia la puerta cerrada como para ver a la mujer
que espera dentro.
—¿Cuánto falta para que vuelvan a funcionar?
—¿Perdón?
Mi cabeza se retrae.
—No.
—¡Sólo sácalo!
Sus ojos se dirigen a los míos y entonces rastrea las lágrimas por
mi rostro y su mandíbula se tensa.
—Vamos. —Deja mi pie en el suelo y se acerca a mí—. Vamos a
llevarte a la mesa y te lo sacaré.
—¡Mierda!
Kingston asiente.
—¿Y si no puedo?
Dejo a los chicos en la casa que usamos como base, una gran
mansión a las afueras de la ciudad con varias habitaciones y
garajes. Es donde está toda mi seguridad, donde nos reunimos y
hablamos de cualquier decisión sobre la ciudad, donde planeamos
los ataques y la venganza.
—¿Tu pequeña mascota tiene algo que ver con esto? —pregunta
Ace.
—Bueno, nunca fue parte del plan traer a una extraña, esta
mierda es delicada.
Sonríe.
—¿Puedes?
Pero esa pieza que faltaba, esa zona negra donde debían estar
esas dos cabezas me inquietaba. ¿Quiénes eran?
Había tenido la suerte de que aún no habían venido por mí, pero
incluso si lo hacían, estaría preparado para ellos. Sabía que tenían
hombres en la ciudad, en todo el país y en Europa, y me ocuparé
de eso después de haberme ocupado de ellos.
Mi camisa.
Tengo que irme. Pero no lo hago.
Esto es un error.
No respondo.
Pero no era un sueño, porque hay un cuerpo duro detrás del mío,
un aliento cálido en mi cuello y un brazo macizo que me rodea y
me sujeta firmemente contra un pecho hecho de músculos
masculinos.
—Tocarte.
—¿De quién?
—De ti.
—Besarme.
Con los ojos todavía clavados en él, para poder juzgar su reacción,
me inclino hacia delante y beso el lateral de esa deliciosa boca. Él
gruñe.
—¡Kingston! —grito.
—¡Eso es, amor, grita mi nombre! —Alaba—. Grita hasta que sea
lo último que recuerdes, hasta que sea lo único que recuerdes.
Se trataba de justicia.
Me aterroriza.
No podría decir que follar con Eleanor, acostarme con ella como
acabamos de hacer, fue un error, pero no era lo normal para mí.
Tenerla allí, tomar el consuelo que ofrecía, las pruebas y las
tentaciones, era algo que evitaba.
No podía entenderlo.
Había visto a hombres más poderosos que yo caer por culpa de las
mujeres que amaban. No amaba a Eleanor, pero podía llegar a
hacerlo. Y entonces se la llevarían, como todas las cosas buenas
en esta vida.
Te las arrancan como castigo por todas las fechorías. ¿Por qué un
pecador debería tener un santo después de todo?
Era una jodida justicia divina que siempre fuera la luz la que se
apagara en lugar de la oscuridad. Que siempre fuera el bien el que
muriera para que el mal pudiera sufrir las consecuencias.
Y yo la mataría.
—¡Joder!
De alguna manera me las arreglo para pasar la mitad del día sin
pensar demasiado en eso, pero ahora estoy de vuelta en el
complejo, con mis informáticos trabajando para arreglar las fallas.
Sólo necesitaba ojos en ella. Por lo menos, si la vigilaba y Tobias o
su hijo descubrían lo que estaba haciendo, tendría un aviso.
Podría hacer algo. Pienso en la nota que le dejé esta mañana, en
las mentiras que escribí para asegurarme que no quería saber
nada más de mí, aparte de recuperar a su amiga.
Sus ojos saltan para encontrarse con los míos. Una mirada sin
alma. Está cada vez más nerviosa cada día que no terminábamos
esto, y no la culpaba.
¿Dónde está esta reacción cuando Kingston está cerca? grita esa
voz interna. Él también era peligroso, ¡si no más por lo que podía
hacer a mi corazón!
—¿Por qué demonios te importa? —grito. Tal vez esto sea parte del
problema, el maldito escozor que ha causado su marcha esta
mañana, sólo triplicado por esa maldita nota.
A la mierda.
—Te odio.
—¿Lo haces, sin embargo? —Sonríe—. ¿Me odias por lo que puedo
hacerte sentir? ¿Es porque puedo follarte como ningún otro
hombre puede? ¿Es porque te he abierto los ojos a todo un mundo
de placer que te da demasiado miedo explorar?
—No.
—Sí.
Normal.
Normal.
Mundano y rutinario.
Detengo ese tren de pensamiento inmediatamente. No voy a
dudar.
—No lo estás.
Las lágrimas pinchan mis ojos, lo que hace que todo sea diez
veces peor. La ira da paso a la frustración y, sin pensar en lo que
estoy haciendo, mis brazos se disparan hacia adelante y lo
empujo, lo empujo tan fuerte como puedo, usando cada gramo de
fuerza que poseo.
—¡Vete! —gruño.
—Desnúdate.
Apenas puedo ver bien y mucho menos pensar correctamente. No
puedo alejarme, ella es una droga, y necesito más, siempre
necesito más.
—Todo —le ordeno—. Quiero que todo esté expuesto para mí,
amor.
—Por favor.
—Todavía no —le digo. Quiero que estemos los dos allí. Quiero ver
las mismas estrellas, quiero sentir que la tierra tiembla con ella,
sentir que nuestras almas se rompen.
Pero cuando me mira a los ojos y veo esa necesidad flagrante, ese
deseo desmedido y las súplicas no expresadas, no puedo negárselo
por más tiempo, y me temo que seguirá siendo así.
Hay una cuerda atada entre nosotros y, por mucho que uno de los
dos intente tirar, sólo se rompe y vuelve a encajar, obligándonos a
estar juntos.
No terminaría bien.
Esta vez, cuando llega a la cima, la dejo caer sobre ella. Su grito
rebota en las paredes, su coño se convulsiona alrededor de mi
polla, apretándome y yo estallo, incapaz de aguantar y me vacío
en su interior, sus paredes como un vicio palpitante, tirando hasta
la última gota.
Al parecer una vez más, fue un error, pero uno que estaba
dispuesto a cometer. Ella no es el error, pero dejar que se
convirtiera en algo sí lo era. Era imperdonable, un pecado tan
oscuro y mortal que dudaba que el infierno me quisiera.
Sabía muy bien que arrastrarla a esto haría más daño que bien y,
sin embargo, no podía alejarme, ni siquiera podía durar un día.
Y aquí creía que estaba controlado. Aquí pensé que nada podría
distraerme.
Ella no es inocente.
—Déjame.
No sabía lo que decía de mí, lo que decía de ella, pero por la razón
que fuera, me sentía atraído por esta mujer, y ella se sentía
atraída por mí, y no iba a luchar contra eso.
Estoy despierto, ella acurrucada de lado junto a mí, con la
respiración tranquila, el cabello oscuro y abundante abanicado
sobre la almohada y las pestañas apoyadas en las mejillas.
Ella traga.
—¿Luego?
—¿Crees que digo las cosas porque sí, Eleanor? Todo lo que hago
es por una razón.
—Pero... no.
—Lo sé.
—No lo haré.
Asiente lentamente.
—De acuerdo.
Asiento.
—De acuerdo.
—Hasta luego.
No volví a encontrar nada en absoluto durante el tiempo que pasé
en la oficina, de hecho, apenas tuve tiempo. Tobias me tenía
reunida con él todo el día y, cuando no lo estaba, me dedicaba a
ordenar su agenda y a preparar café para sus clientes. Eran las
cuatro cuando me senté en mi escritorio, con el pie lesionado
dolorido y un sudor seco que me tensaba la piel de la frente.
No me gustan.
El joven especialmente.
Me estremezco.
Silencio.
—¿Tobias?
—¿Ahora? —pregunta.
—No la teníamos.
Se aclara la garganta.
—Vendrá en un momento.
—Tobias.
Tobias Franco
Siempre asustada.
Débil.
Ni siquiera se su apellido.
Se detiene a mi lado.
—¿Eleanor?
Su cara palidece.
—Isobel.
Me encojo de hombros.
—Jesuscristo.
Lo sigo por el gran ático, los ojos atraídos por cada elemento de
lujo repartido por la casa, desde el mármol hasta el cristal, los
cuadros en las paredes y las alfombras de pieles que recubren el
suelo.
¿Son todos ridículamente atractivos? ¿Es eso lo que hay que ser
cuando te dedicas a este tipo de negocio?
Sacudo la cabeza.
Asiente lentamente.
Hermana.
Es un hombre descomunal.
Cuando por fin vuelvo a mirar a Ace, lo único que veo es una
sonrisa malvada y un brillo travieso en sus ojos.
—No.
Mis pies son más pesados mientras camino tras él, erizándome.
Atraviesa el penthouse antes de girar bruscamente y abrir una
puerta. No pienso mientras camino detrás de él para encontrarme
con una oscuridad total. No hay ventanas. No hay luz.
No.
No pienses en eso.
—Vamos —gruñe.
—¡Libérate!
—No.
—Bien.
—¿Incluso tú?
—Hay excepciones, pero no te confíes fácilmente, y no bajes la
guardia ante nadie que no sea de tu confianza, sobrevivirás más
tiempo así.
—¿No lo eres?
—Eres un idiota.
—Puede que sí, pero puedo mantenerte con vida, harías bien en
mantenerte en mi lado bueno.
—¿O qué?
—Eleanor —empiezo.
—No. —Hago una pausa—. Bueno sí, pero no pensé que fuera tan
duro.
—Abel no lo haría...
—¿No lo haría?
—¿Cómo?
—No.
—Déjame revisar esa mano. —Las palabras son nada menos que
una orden.
Trago saliva.
Me besa.
Me besa.
—Estaban estos hombres, los he visto antes, sólo una vez, pero no
los había visto ni oído hablar de ellos antes de eso.
—¿Cómo se llaman?
—¿Nuevos clientes?
—Come.
Ace se ríe.
Maldito imbécil.
Micha se lleva la comida a la boca, encorvado sobre el cuenco
como si lo protegiera de alguien que intentara robarlo.
Soy activa, iba al gimnasio, pero todo esto era demasiado. Mis
músculos gritan, duelen y estoy agotada. Entre el trabajo y esto
estoy gastando toda mi energía y cayendo antes de las diez de la
noche cada noche sólo para volver a hacerlo todo al día siguiente.
—No.
Parece tan poco acorde con lo que él es. Que esto, cocinar, salir
con sus amigos, entrenar con ellos sea un comportamiento tan
normal, cuando él es todo lo contrario a todo eso.
Me mira por encima del hombro, me dedica una sonrisa torcida y
se dedica a terminar la comida.
Mi ceño se frunce.
—¿Qué?
—Me condenarás.
Sus labios se separan, lista para decir algo más, pero las puertas
se abren al vestíbulo del penthouse y la guío hacia afuera,
llevándola a mi habitación. Todavía es relativamente temprano,
pero está cansada y rezagada. No nos quedábamos aquí, siempre
en su casa, y lo hice para que tuviera el control, para darle esa red
de seguridad, pero ella intenta alejarse y no voy a dejar ir.
—Descansando.
Asiento.
Micha se burla.
Ahora sólo faltaba sacar las cabezas y que todo se viniera abajo.
—Kingston —murmura.
—Estoy aquí.
Sus uñas muerden un poco antes de que su mano comience a
desplazarse. Le agarro la muñeca.
Teníamos tiempo.
—Pero —empieza.
Acabaría mal.
Me estaba protegiendo.
No es mucho mejor.
—¿Hola?
—¿Ahora? —siseo.
Suspiro.
—Bien.
—Kingston —digo.
—¿Quién?
Me corrijo.
Trago saliva.
Se limita a sonreír.
—Siempre —responde.
—Kingston —intento.
—Eleanor.
—¿Es tan fácil para ti mentir? Y pensabas que era yo quien debía
corromperte, quizás ya estabas allí —refunfuña y presiona sus
labios contra mi cuello.
—No lo harán.
—Pueden oír.
No dudo.
—King.
Pasa sus dedos por mi coño por encima del material de mi braga.
No se equivocaba.
—Sí —jadeo.
—A casa, es sábado.
Sonríe.
—Tobias —saluda.
Lo odiaba.
—¿Estás loco?
Sonríe.
—No, amor, pero no quiero que sigas trabajando para él.
—¿Por qué?
—King —insisto.
—¡Kingston! —grito.
—King —respiro.
—¿Puedo pensarlo?
Suspira.
—¿Lo pensarás?
Sonríe.
Hubo un tiempo en que había hecho esto. Con Isobel, con mis
padres cuando aún vivían, pero eso fue hace tanto tiempo que los
recuerdos eran borrosos, aunque estos olores, este ruido, era algo
que no olvidaría.
Tengo que recordar que esta es su vida, esto es lo que hace en sus
fines de semana, algo que probablemente haría con Tate si
estuviera cerca.
—¿Y?
Sacudo la cabeza y le quito los libros, dejando que use mis brazos
para apilarlos. Cuando termina, hay ocho libros en mis brazos y
tres en los suyos. La vendedora hace el recuento y embolsa sus
libros y, una vez pagados, volvemos a recorrer el mercado.
—¡Oh, Dios! —Se cubre la cara con las manos, ocultando ese
rubor de mí.
—Pero hay otras cosas. Hice a Crimson como una liberación, para
dar y recibir. Un lugar seguro para explorar tus deseos con gente
con intereses similares. Cuando llegué a esta vida, tenía mucha
rabia y no había forma de sacarla sin derramar sangre, y encontré
que el sexo es la forma más segura de aliviar esa presión.
—¿Mirar?
Sonrío.
—¿Como el porno?
Me rio.
—¿Me mirarías?
—¿Mirarte cómo?
Ella mira por la ventanilla y luego vuelve a mirarme, enderezando
los hombros.
—Obteniendo placer.
Se encoge de hombros.
—¿Y tú?
Sonrío.
Ella se ríe.
—Ahora no, ya no, pero por eso, nunca he pensado mucho en eso.
Crimson me asustó.
—¿Por qué?
—Porque me gustaba.
—¿Qué más?
—Quieres probarlo.
—Siete años.
Suspira.
—Ella significa mucho para ti. —continúa
—La recuperaremos.
Suspira fuertemente.
Ace hace un gesto con la mano, pasa por alto la máquina de café y
saca una botella de cerveza de la nevera.
—¿Quiénes?
Me estremezco.
Resoplo.
—Cállate, Ace.
Las risas suenan detrás de mí mientras me pongo a trabajar
aplicando las tiras esterilizadas en su frente, juntando la piel para
sellar el corte. Cuando termino, le doy una palmadita en la mejilla
y guardo el material.
Es normal. Esto.
Jodidos, en realidad.
—Puedes esperar... —me dice cuando se gira hacia mí, con los
labios entreabiertos y los ojos devorando mi torso desnudo,
recorriendo los tatuajes y mis músculos. Me encanta cómo me
mira. Es lo único que no puede ocultarme. La cantidad de
necesidad lasciva en esa mirada, el calor, el deseo, es un faro para
mi alma depravada.
—Dame un minuto.
Trago saliva.
—Observa.
—Joder —gruño.
—Sí, así. —Me follo con mi propia mano ante la visión de cómo se
folla a sí misma, de cómo me muestra cómo le gusta.
Sus gemidos se hacen más fuertes a medida que encuentra su
ritmo, su cuerpo se agita mientras golpea los nervios, pero para
mí, mirar no es suficiente.
Me rio.
—Lo tendré aquí —lo prometo—. Y gritarás más fuerte que nunca.
La voz suspira.
—Eleanor.
—Déjame hacerlo.
—No quiero que hagas esto —dice King en voz baja, vulnerable.
Asiento.
—No.
—Voy a correr.
Los discos llegarán hoy, y Eleanor podrá ponerlos mañana.
—Sí.
Frunce el ceño.
—Bien.
—¿Tienes un vestido?
Eleanor se detiene en la puerta, Micha sale del gimnasio para
llevarla al trabajo. Lo haría, pero si alguien me ve, son preguntas
que no necesitamos responder ahora.
—¿Para qué?
—La gala.
—No, no voy.
—¿Estás bien?
—Es que estoy muy ocupada —se apresura, sus dedos zumban
sobre el teclado—, todos estos preparativos, me preocupa haberme
perdido algo.
—¿Por qué no te ayudo? —Extiendo la mano de forma dramática,
señalando el horario y la lista de tareas, sólo para tirar el café a
propósito, sobre el papel y su escritorio.
—¡Oh, lo siento!
—Gracias, Eleanor.
Servidor T.
Maldita sea.
—Estoy bien.
—Sé que has estado muy ocupada últimamente, gracias por lo que
hiciste por mí el sábado, sabes que no te pediría que trabajaras un
fin de semana si se puede evitar. Espero que vengas a la gala de
mañana, que te relajes y te sueltes un poco el cabello.
Creo que mi nueva cosa favorita vas a ser tú con este vestido. K.
No los veo, pero sé que los otros dos están por aquí.
—A salvo.
—Sé dónde insertar el segundo disco —le digo. Hace una pausa en
su cocción, sólo por un segundo, con la columna vertebral rígida—
. Y tengo un plan.
—¿De quién?
—De Tobias.
—¿No pudiste encontrar ningún otro? —Se gira, con los ojos
entrecerrados.
—No, no pude, y tenemos que hacerlo cuanto antes, así que es
esto.
—Un plan muy sencillo. —Se pasa el pulgar por el labio inferior.
—Gracias.
Sonrío.
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—Lo entiendo.
—Lo sé.
Él asiente.
—De acuerdo.
Suspiro.
—De acuerdo.
Los discos se sienten como plomo en el bolsillo de mi abrigo y me
sudan las palmas de las manos, los nervios me corroen el
estómago mientras me dirijo por el pasillo hacia mi escritorio. Esta
es la parte fácil. La parte más difícil vendrá después.
Kingston espera afuera por mi señal y saber que está ahí, alivia
un poco los nervios. No estoy completamente sola.
Mierda.
Tres.
Repaso mis correos electrónicos, apenas los leo, y respondo
automática y robóticamente a medida que pasan los minutos.
Queda un minuto.
—Ten cuidado.
Mierda.
Un minuto.
Se me revuelve el estómago.
Oh, mierda.
—¿Sacaste el disco?
—Encontré imágenes.
No tengo ninguna noción del tiempo, solo me quedo ahí y dejo que
Ace me tranquilice hasta que siento que se mueve ligeramente y
que la cerradura de la puerta se abre con un clic.
—Era fácil fingir que no era real, que era un error. Sabía que no
era bueno, pero ahora lo sé. Lo he visto.
—¿Sí?
—Eleanor —respiro.
Sólo lo he visto una vez, hace tres años, la misma noche en que
me reuní con mi hermana, la razón por la que me reuní con mi
hermana.
No hay duda de quiénes son ahora que veo a Hunter con ellos.
Y luego se va.
—Estará bien.
Sólo unas horas, eso era todo. Unas horas y luego la promesa de
Kingston para el resto de la noche.
Pero ella no estaba aquí, y King tuvo que fingir que no éramos
nada y por eso me senté aquí sola.
No es King.
Mi ceño se frunce.
—¿Perdón?
—Discúlpame.
—Te tenía mucho cariño, Eleanor. —Lo dice en voz tan baja que
me pregunto si quería que lo oyera, aunque no tengo la
oportunidad de cuestionarlo cuando un cuerpo se acerca a
nosotros, obligándonos a parar.
Él se ríe.
Vuelve a reír.
Esperando a Kingston.
No la hago esperar. Me escabullo de la gala sin decir nada y la
encuentro esperando con Micha.
—Haz que uno de los chicos recoja el auto —le digo—. Y llévanos a
Crimson.
—Buena chica.
No es el típico ambiente en Crimson, esta noche es más íntima, no
hay tanta gente ni tanto ruido. Parecemos fuera de lugar con la
ropa de etiqueta que aún llevamos, pero nadie se gira hacia
nosotros, demasiado absortos en lo que sea que estén discutiendo
o haciendo con sus parejas para la noche.
—Me dijiste que esto era algo que querías probar —susurro—.
Pero en cualquier momento podemos parar, ¿bien?
—Vamos.
Esto no es algo nuevo. Hemos hecho esto antes una o dos veces, y
si hubiera alguien en quien confiaría para hacer esto, sería él.
—¿Ace? —Ella chilla.
—Sí —respira.
Mi corazón me golpea el pecho. King me sujeta por detrás
mientras Ace sigue mirándome de frente, observándome con ojos
entrecerrados, tan cerca que huelo su aftershave. Los músculos
de su mandíbula se tensan y el fuego ilumina su mirada. Se
mueve lentamente y su dedo se engancha bajo el dobladillo de la
camisa para quitársela. Ya lo había visto sin camisa, pero esto era
diferente. Esto era distinto.
Pero lo quiero.
Ace silba entre dientes con una áspera exhalación mientras sus
ojos recorren mi carne y vuelven a subir para encontrarse con los
míos. Su mano sube, un solo dedo para trazar la curva de la parte
inferior de mi pecho, subiendo y redondeando, siguiendo el
contorno hasta que lo frota suavemente por mi pezón.
Le gustaba mirar.
—¡Sí!
Me rio suavemente.
—Buenas noches.
Son los nervios, me digo, sólo nervios y un poco de miedo que son
totalmente normales.
Trago saliva.
—Esto puede ser una sorpresa —le digo, manteniendo la voz firme
mientras me acerco al escritorio y dejo caer el sobre sobre el
teclado de su laptop—. Voy a entregar mi renuncia.
—¿Qué?
—¿Qué quieres?
—Eres repugnante.
Se ríe, pero no le hace ninguna gracia, ni sonríe, es sólo un ruido
plano y áspero.
Se rasca la barbilla.
—Te matará.
—No tenía ni idea de que era él todo este tiempo, no hasta que
sumé dos y dos, te había seguido, lo tenía marcado, era cuestión
de esperar, y entonces todo aterrizó en mi regazo. Kingston Heart,
el notorio anónimo y autoproclamado rey de Londres. Ha sido una
espina en mi costado durante tanto tiempo que esto va a ser
delicioso, y adivina dónde entras tú.
—Qué valiente, Eleanor, pero ¿y por otra vida, crees que serás
valiente entonces?
Ese pavor vuelve diez veces, una fatalidad enfermiza que me hace
querer doblarme y vomitar.
Asiente solemnemente.
—En eso.
Me dirijo a la puerta.
—¿Por qué?
Corro.
—¡Eleanor! —grito.
Pero no lo hace.
—Lo siento.
Se terminó.
Cada parte de mí se rompe cuando la traición se hunde bajo su
piel.
Me agarran por la cintura tan rápido que no veo quién es, pero me
apartan y luego me empujan bruscamente.
—No te mueras.
Algo no cuadra.
No había manera de que King saliera libre contra todo este lote.
No miro los cuerpos que caen al suelo, oigo los golpes y miro hacia
otro lado, huelo la sangre y oigo los gritos de dolor, pero no miro.
Si miro se acabó. No estoy hecha para esto. No puedo hacer esto.
¿Qué he hecho?
—¡Corre, Eleanor!
—Corre.
Simplemente era.
Esperaba más.
—Corre.
Ahora lo sé.
Traicioné a Kingston.
Corrí.
Y se acabó.
Me llevo las rodillas al pecho, abrazándolas con los brazos. El
hotel era barato, las sábanas raspaban y olían a polvo. Por la
noche, oigo gritos y alaridos tanto en el interior del edificio como
en la calle. No estaba más segura aquí que allá afuera.
Era apropiado.
No me muevo.
—¿Eleanor? —Es la voz de Ace la que suena a través de la
madera, amortiguada y áspera, cansada.
—¿Ace?
—¿Qué otra cosa se supone que debo hacer? —me quejo—. ¿Cómo
me has encontrado?
—¿Significa eso que está vivo? —Las palabras salen a toda prisa,
mezcladas casi hasta el punto de volverse incoherentes.
Ace levanta lentamente la cabeza, esos ojos de repente ya no están
cansados.
Dolor.
No. No.
—No.
Por mi culpa.
No lo cambiarían.
Traga saliva.
—Sí, bueno, King está muerto, así que no importa lo que quiera.
—Eleanor —suplica.
—Eleanor...
Dudo que esta sea la última vez que veo a Ace, pero finjo que lo
es.
—Adiós, Ace.
Había pasado una semana desde que le hice creer a Ace que me
había ido para siempre. Una semana comprando billetes de avión
y reservando habitaciones de hotel al otro lado del mar para
asegurarme de que lo creía. Si lo hizo, no estaba segura, pero el
hecho de que no haya venido a buscarme fue suficiente para
convencerme de que se lo había creído, después de todo, ¿por qué
no iba a hacerlo?
Irremediablemente rota.
Agradecí el clima frío y la masa de compradores navideños. Me
ayudó a mantenerme oculto en el banco frente al edificio de
Tobias. El tiempo me permitía mantener la capucha de mi abrigo
arriba, ocultando mi rostro, y la multitud me hacía pasar
desapercibida.
Nadie en esa oficina tendría una sola pista de lo que pasó. Podrían
saber que había entregado mi aviso, pero mi presencia no sería
necesariamente inusual. Todavía tenía un preaviso.
—¿Eleanor?
Él suspira impaciente.
—Eleanor.
—Has mentido.
—Pensé que eras más inteligente que esto, Eleanor —Se aprieta el
puente de la nariz—. Incluso estaba dispuesto a dejarte ir. ¿Qué
estás haciendo aquí?
—¡No me mientas!
Sonríe.
—¡Deja ir a Tate!
—Eres despreciable.
Se encoge de hombros.
—Quizás.
—Lo amaba, Tobias. —Se me quiebra la voz—. Y tú lo mataste.
—¡Vete a la mierda!
—Jódete.
—¿Dónde? —exclamo.
—Voy a gritar.
—Pensé que dirías eso. —Me agarra por los brazos y me pone de
pie, arrastrándome hacia su escritorio, donde su laptop está
abierto. No tengo fuerzas para luchar contra él. Pulsa un par de
teclas y aparece un vídeo. Está oscuro y sucio, pero puedo
distinguir a las personas que aparecen. Dos.
Una atada a una silla, un hombre detrás.
Tate.
Estaba viva.
—Bien.
Ella no debía estar aquí, debía estar ya muy, muy lejos. Le había
mentido para mantenerla a salvo, había hecho que Ace le dijera
que me había ido, para que tuviera la oportunidad de vivir una
vida normal. Una vida que se merecía y, sin embargo, aquí está,
directo a parar a las manos del hombre del que quería salvarla.
La estaba recuperando.
Seguí detrás del auto que llevaba a Eleanor. No era tan estúpido
como para matarla en una oficina llena de gente, puede que sea
poderoso, pero los testigos eran complicados y tantos lo harían
caer.
Nos mantenemos en los espacios entre los edificios, con las armas
desenfundadas, preparados para cualquier cosa. Ace se queda
cerca, protegiendo mi espalda mientras doblamos una esquina
tras otra hasta que el auto de la ciudad vuelve a estar a la vista.
Giro tan rápido como puedo y me encuentro cara a cara con ella.
Está atada a una silla, con el cabello enmarañado y sin fuerza, y
su rostro está demacrado, la piel pálida, pero está aquí. Está aquí.
Me burlo.
—¿Kingston?
Y eso es todo.
Tobias cae al suelo, muerto, Ace permanece inmóvil. No puedo
hablar, no puedo moverme.
El amigo que le salvó la vida y que dudo que sea la primera vez
tampoco.
Y estaba muerto.
Ahora no es el momento.
Pero había estado aquí todo este tiempo, escondida pero al alcance
de la mano.
No la dejaría ir de nuevo.
Por Ace.
El suelo está húmedo, el viento es frío, pero había dejado de llover,
lo que me da un pequeño respiro desde donde estoy junto al
montículo de tierra. Hacía tiempo que se había hecho el silencio
desde el entierro de Ace hace unas horas y, sin embargo, no había
sido capaz de moverme de este lugar.
—Adiós, hermano.
—Vuelvo enseguida.
—Comprensible.
Ella se ríe.
Pongo los ojos en blanco y miro hacia donde está él. King se apoya
despreocupadamente en la pared hablando con Micha, pero mira
de vez en cuando como si quisiera comprobar que sigo aquí.
Asiento.
—Lo tengo.
—Kingston lo encontrará.
—Él no me asusta.
—Debería, Tate.
Se encoge de hombros.
—¿Está bien?
Asiente lentamente.
Lo necesitaba.
—Sí.
—Sí.
Ella asiente, sin aliento, mientras yo dejo que mis dedos recorran
su columna vertebral, hasta que los engancho en su ropa interior
y los bajo por las piernas, dejándola desnuda, salvo por los
tacones en sus pies.
—¿Qué?
—No. Toques.
Traga saliva.
Ella grita.
—¡Sí!
—Buena chica.
Sonrío en su carne.