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mixtos y normativos
Contratos mixtos. Negocios jurídicos que se presentan como una pluralidad de
prestaciones, características de varios contratos típicos en un contrato único,
reunidas y coordinadas en un único esquema contractual por acción de una única
causa mixta. La simple pluralidad de prestaciones no es suficiente para
caracterizar un contrato mixto, porque se puede dar una mera unión de contratos,
en la que cada prestación corresponde a un contrato diverso. La unidad de la
relación contractual se puede derivar de la íntima conexión económica de las
diferentes prestaciones. Para que haya un solo contrato es preciso que todas las
prestaciones nazcan al influjo de una sola causa, de una única función
económica, y que todas tiendan a una sola finalidad económico-social, puesto
que la existencia de un solo documento por sí misma no implica la presencia de
un contrato mixto, sino que existen muchos contratos únicos que se hacen
constar en diversos documentos.
El régimen jurídico de estos contratos dependerá del elemento principal o
dominante en los mismos, de la combinación de estos y de la analogía que
guarden con los contratos típicos. Así, su régimen jurídico se determinará por la
absorción a las normas que regulen el elemento principal o dominante para
someter a este las demás prestaciones secundarias, supeditando el contrato a las
normas relativas a la obligación principal; por la aplicación analógica, cuando el
contrato es afín a un solo contrato típico o en relación con la prestación
particular de que se trate; o bien, por la combinación de normas de diversos
contratos que resulta de la combinación de las diversas prestaciones típicas de
contratos que deben ser reguladas por su aplicación directa y combinada.
Contratos gratuitos. Contratos en los que una de las partes goza de alguna
ventaja, independientemente de toda prestación por su parte; el provecho es solo
de una de las partes, que obtiene una ventaja sin sacrificio a su cargo.
Contratos asociativos. Contratos en los que existe una finalidad común y una
participación en la gestión; no hay sociedad en el sentido de que se constituya
una persona jurídica distinta de las que lo integran. Son contratos en los que las
partes, sin menoscabar sus intereses particulares, se obligan a efectuar
prestaciones y a colaborar para la obtención de un fin común. Se incluye a las
asociaciones civiles y uniones transitorias de empresas, e incluso puede
incorporarse a la asociación en participación para toda una negociación
comercial.
Uniones de contratos
En el ejercicio de su autonomía contractual, las partes pueden celebrar varios
contratos diversos y distintos con un solo momento, de modo que aun
conservando la individualidad y el régimen jurídico cada tipo negocial,
sometidos a su propia disciplina, estén sin embargo coligados entre sí de manera
funcional y con relación de dependencia recíproca, lo que trae como
consecuencia que las vicisitudes de uno repercutan sobre los otros,
condicionando su validez y ejecución, aunque para ello es preciso que esa unión
sea jurídica y no meramente física, ya sea de forma bilateral, unilateral o
alternativa. Asimismo, dos o más contratos pueden estar conexos.
Estos contratos están reconocidos en México tanto en el art. 1121 del CCo (“La
competencia por razón de materia, es prorrogable con el fin de no dividir la
continencia de la causa en aquellos casos en que existan contratos coaligados o
las prestaciones tengan íntima conexión entre sí…”) como por los tribunales en
diversas tesis aisladas. Como señala Tobías y de Lorenzo, la existencia de la
pluralidad de negocios vinculados jurídicamente lleva a entender que casi
siempre la finalidad última solo puede lograrse si todos los negocios ligados
resultan válidos, de ahí que mediando un nexo entre ellos, el negocio válido solo
estará en condiciones de producir sus efectos propios si el restante es, a su vez,
válido; en caso contrario, no producirá sus efectos normales por una causa que le
es extrínseca (la invalidez de otro negocio) y no intrínseca a su propia
formación. La nulidad de uno de los actos jurídicos produce en consecuencia la
de los demás contratos vinculados.
Contratos múltiples
Los contratos de servicios múltiples (CSM) son contratos de obras públicas sobre
la base de precios unitarios que agrupan en un solo contrato los servicios que el
cliente requiere, por lo general obras integrales, en los cuales la propiedad de los
bienes y de las obras ejercidas son siempre del cliente; el contratista recibe un
solo pago con base en precios unitarios por la ejecución de los diversos
servicios. Dichos contratos son celebrados bajo argumentos de disminución de
esquemas burocráticos de renovación o nueva celebración en periodos cortos de
uno o dos años, ya que en su lugar se celebran a largo plazo (hasta 20 años), y el
contratista se convierte en administrador de los recursos naturales, técnicos,
económicos y humanos en espacios geográficos definidos, en sustitución del
cliente, por lo que dicho contratista utiliza su propio personal, no el del cliente.46
Contratos combinados
Contratos celebrados entre las partes que han querido admitir todas las
consecuencias jurídicas, aunque se sirvan de ellos para una finalidad económica
distinta; por ejemplo, la transmisión de la propiedad con un fin de garantía
obtenido no mediante la realización de un solo contrato directo, como en la
antigua mancipatio romana, sino mediante la celebración de una serie de
convenios contractuales combinados entre sí, a fin de obtener para el acreedor,
por un procedimiento oblicuo o indirecto, una seguridad o garantía de la
restitución del dinero prestado indudablemente mayor que si se hubiera
garantizado por medio de hipoteca, dándose para ese objeto la oportunidad al
deudor de volver a ser propietario de la cosa cuando lo desee, dentro de cierto
plazo y mediante el pago de su adeudo, en el entendido de que si no cumple
quedará consumada en forma, como una dación en pago, la operación de
compraventa y saldadas en definitiva las cuentas entre ambos contratantes,
hechos que no son constitutivos de una simulación, sino tan solo una
combinación de formas jurídicas, con un contenido contractual más enérgico en
su conjunto, para llegar de manera deliberada al fin práctico que las partes
quisieron realizar, es decir, proteger sus intereses, sin tener en cuenta sus
relaciones con terceros.
Así, Luis Díez-Picazo sostiene que la coligación puede tener una evidente
repercusión práctica en orden a la posible nulidad parcial o a las consecuencias
de la resolución del contrato por incumplimiento de las obligaciones.47
Contratos compensatorios
Conforme a la Guía Jurídica de la CNUDMI sobre Operaciones de Comercio
Compensatorio Internacional, aprobada el 12 de mayo de 1992 y cuya finalidad
es ayudar a las partes a negociar operaciones de comercio compensatorio
internacional, en estos contratos una parte suministra bienes o servicios a la otra
a cambio de un compromiso de concertar una operación o contrato de retorno; es
decir, son contratos comerciales por virtud de los cuales una de las partes asume
la obligación de suministrar bienes, servicios, tecnología o algún otro valor
económico a la otra parte mediante un precio; en contrapartida, la primera parte
asume la obligación de adquirir de la segunda una cantidad convenida de
mercancías, servicios, tecnología o valor económico, o asume el compromiso de
adquirirlos. Lo anterior se trata de una vinculación recíproca para adquirir
mercancías en ambas direcciones en un solo contrato o en diversos: a) promesa
de uno o varios contratos de exportación compensatoria y cláusulas y
procedimientos; b) acuerdo marco para comercio recíproco por plazo
determinado; y c) suministros simultáneos y separados para mercancías en cada
una de las dos direcciones y la relación entre esos contratos. Son contratos
compensatorios:
Contratos conexos
Contratos que, individualmente considerados, forman una red o sistema
contractual;48 se alude a encadenamiento o conexidad contractual y a redes
contractuales porque involucran una pluralidad de contratos que, para la
realización de un negocio único, celebran diversas partes, pero vinculadas entre
sí mediante una finalidad económica supracontractual. A diferencia de los
contratos vinculados que se celebran entre las mismas personas, asumiendo el
carácter de partes en dichos contratos, en las redes contractuales una de esas
personas celebra los contratos con varias personas; no existe identidad de
sujetos, por lo que es indiferente si las partes son o no las mismas; tampoco
interesa que se celebren o no al mismo tiempo, y, sin embargo, estos contratos
conexos desprecian el efecto relativo de los contratos, ya que a pesar de ser
contratos que individualmente producen consecuencias, al estar amalgamados
entre sí, el cumplimiento, la nulidad o la terminación de uno de ellos influye en
los demás de la cadena, pese a que no son las mismas partes. Aquí la relatividad
del contrato desaparece, pues un contrato celebrado entre comprador y vendedor
puede influir en el contrato de crédito para la compra del bien, de suerte que el
comprador puede tener derecho a no pagar el crédito hipotecario si resultaron
vicios o daños en el inmueble adquirido con ese crédito, siempre y cuando haya
conexidad contractual.
Los italianos fueron los primeros en referirse a los ligados entre sí, relacionados,
contratti collegati o contratos vinculados (Nicoló, Messineo, Gasperoni, Benatti,
Vendeti, Di Sabato, Giogiani, Galgano); los franceses (Teyssié, Viney, Savatier)
se refieren a groupes de contrats, connexité, chaîne de contrats, y los
españoles (De Rovira Mola, López Farías) a “contratos complejos, conexos”.
Dichos instrumentos se utilizan para realizar una operación económica compleja
e incluyen: a) relaciones entre grupos de prestadores y grupos de consumidores
(contratos de turismo, de tarjetas de crédito, financiamientos y compra, leasing,
tiempo compartido), y b) relaciones interempresariales, redes asociativas,
cadenas contractuales. Se alude a contrataciones directas de la sociedad de
masas, redes de usuarios de tarjetas de crédito, de consumidores y de
concesionarios –por ejemplo, la venta de inmuebles mediante crédito hipotecario
para pago del precio; el autofinanciamiento y la compraventa; el transporte
multimodal y el simple; contratos de obra y subcontratos de obra; fideicomisos y
contratos de obra; contratos compensatorios y APC–, así que el cumplimiento,
incumplimiento o nulidad de uno de ellos se refleja en los demás.
Las vicisitudes sufridas por uno de los contratos que conforman el sistema
contractual repercuten en los restantes negocios que integran la red; la ineficacia
de ese contrato se debe trasladar al otro –respecto del cual es conexo–, pues la
operación económico-jurídica global es querida por el comprador como un todo.
Varias han sido las teorías que soportan esa responsabilidad en la red, que por
tanto trasciende a las partes de un contrato; así, se alude a: a) la teoría de la
responsabilidad extracontractual, que permite recurrir a la responsabilidad por el
hecho de dependientes, la responsabilidad por control, la responsabilidad por la
apariencia (marcas) y la responsabilidad por riesgo; y b) la teoría contractualista,
que observa la responsabilidad del tercero con base en el vínculo asociativo, la
estipulación a favor de tercero o el vínculo obligatorio (paciente/hospital).
En cambio, los contratos atípicos mercantiles se rigen por las reglas generales de
los contratos mercantiles, las reglas generales de los contratos civiles, las
estipulaciones de las partes y, en lo que fueren omisas, las disposiciones del
contrato con el que tengan más analogía de los reglamentados en primer lugar
por el CCo y en segundo por el art. 1858 del CCF. Pero la aplicación de la norma
depende no solo de la clase o tipo de contrato, sino de la voluntad de las partes,
de la intención de las mismas y de otras circunstancias y eventos que ocurren
durante la vigencia del contrato o aun después de ella.
Por tanto, las reglas de interpretación señaladas en los arts. 1851 a 1859 del CCF,
conforme a las cuales: “Si los términos de un contrato son claros y no dejan duda
sobre la intención de los contratantes, se estará al sentido literal de sus
cláusulas”, quedan supeditadas a que las palabras no parezcan contrarias a la
intención evidente de las partes, pues en tal caso prevalece esta sobre aquellas
(con las limitaciones a la autonomía de la voluntad), lo que se confirma con los
preceptos citados del CCF, de acuerdo con los cuales, cuando alguna cláusula
admite diversos sentidos, debe entenderse en el más adecuado para que produzca
sus efectos (art. 1853, CCF), al igual que las palabras que pueden tener distintas
acepciones serán entendidas en aquella que sea más conforme a la naturaleza y
el objeto del contrato (art. 1855, CCF).
De acuerdo con lo dispuesto en los arts. 1851 a 1857 del CCF, cuando surge
una controversia sobre el significado que debe asignarse a una palabra o
conjunto de palabras que integran una frase o un párrafo empleados por las
partes en un contrato, aunque la interpretación a la que de inmediato se
acude es la que proporciona a simple vista el texto, en cuanto se refiere a las
palabras utilizadas por los contratantes, la determinación del sentido y el
alcance de lo pactado no pueden sujetarse únicamente a la literalidad de las
cláusulas, acudiendo a un método gramatical (con mayor razón si en torno a
ello surgen las interpretaciones discrepantes), sino que es deber del juzgador
elegir la regla o reglas interpretativas que sean idóneas para ese propósito,
dispuestas por el legislador, en cuanto puedan apoyar en forma razonable la
decisión interpretativa asumida, en cuyo caso deberá optar por la regla o
reglas que, de acuerdo con las características del caso, sean conducentes y
admitan justificar suficientemente una determinada interpretación del
contrato y excluir cualquier otra interpretación posible que no tenga el
mismo apoyo argumentativo.62
d) Interpretación con igualdad. El art. 20 del CCF previene que cuando haya
conflicto de derechos iguales, a falta de ley expresa que sea aplicable, la
controversia se decidirá observando la mayor igualdad posible entre los
interesados.
e) Interpretación favor libertatis. Cuando haya conflicto de derechos, a falta
de ley expresa que sea aplicable, la controversia se decidirá a favor del que
trate de evitarse perjuicios y no a favor del que pretenda obtener lucro; en
caso de duda, una cláusula debe interpretarse contra quien ha estipulado
algo y en liberación de quien se ha obligado. También se alude a la
interpretación a favor del débil (debilis), protectora de la parte débil, deudor
o acreedor, y aquellas que sean favorables al consumidor.
f) Interpretación en la Convención de las Naciones Unidas sobre los
Contratos de Compraventa Internacional de Mercaderías. El art. 8 de dicha
convención indica que las declaraciones y otros actos de una parte deben
interpretarse: i) conforme a la intención de esa parte cuando la otra haya
conocido o no haya podido ignorar cuál era esa intención; ii) en su defecto,
conforme al sentido que les habría dado en igual situación una persona
razonable de la misma condición que la otra parte, y iii) para determinar la
intención de una parte o el sentido que habría dado una persona razonable,
deberán tenerse debidamente en cuenta todas las circunstancias pertinentes
del caso, en particular las negociaciones, cualesquiera prácticas que las
partes hubieran establecido entre ellas, los usos y el comportamiento
ulterior de las partes.
Autonomía de la voluntad
Es la posibilidad de construir una relación jurídica con plena libertad; como
sostiene Stiglitz, “el poder… de darse su propia ley. En el pensamiento jurídico,
la autonomía de la voluntad representa un concepto doctrinal que se traduce en
normas positivas y que, en una primera aproximación, significa que la voluntad
es la fuente y la medida de los derechos subjetivos”.64
Límites en atención a las leyes prohibitivas. Límites establecidos por las leyes,
las que de manera categórica prohíben ciertos actos o cláusulas contractuales
cuya inclusión en los contratos provoca la nulidad de las mismas o del contrato
y/o, en su caso, la indemnización por daños y perjuicios (por ejemplo, el pacto
de retroventa y la exoneración de responsabilidad por dolo).
Límites por los derechos humanos. Durante las últimas décadas, los derechos
humanos han constituido una limitación a la autonomía de la voluntad en los
sistemas constitucionales, porque son concebidos no solo como límites o
prerrogativas frente al poder público, sino también frente a los particulares, tal
como lo sostiene la teoría alemana de la Drittwirkung.72 Así, conforme al nuevo
orden constitucional y las teorías contemporáneas, los derechos humanos son
vinculantes no solo para los poderes públicos (eficacia vertical) sino también
entre los particulares (eficacia horizontal); es decir, los particulares gozan
también de protección jurídica eficaz frente al desconocimiento o no
reconocimiento de sus derechos humanos por otros particulares cuando celebran
contratos,73 o cuando tales particulares se niegan a contratar con otros
particulares, conculcando sus derechos fundamentales.74 Conforme al nuevo
orden constitucional, la autonomía de la voluntad se ve limitada a fin de
asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los
demás y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del
bienestar general de una sociedad democrática75 por los derechos humanos76
(art. 29.2, Declaración Universal de los Derechos Humanos).77
Sin embargo, la Primera Sala de la SCJN sostiene que la eficacia de los derechos
fundamentales en las relaciones entre particulares es siempre matizada; su
alcance debe ser graduado en cada caso conforme al peso de los derechos o
intereses con que aquellos entran en colisión, ya que: “hay una esfera de
actuación puramente privada, que queda fuera del alcance de las normas
constitucionales, en la que los individuos son libres de discriminar a la hora de
seleccionar las personas con las que van a relacionarse (pueden contraer
matrimonio con quien gusten, invitar a su casa a quienes crean conveniente,
asociarse con quienes deseen y negarse a entrar en un determinado
establecimiento, por los motivos que sean); de regular esas relaciones
(determinando el contenido de los contratos, de los estatutos sociales o de las
disposiciones testamentarias) y de comportarse, en general, de una manera que le
está vedado a los órganos públicos regular.”
Buena fe
Conforme a este principio, cada parte tiene derecho a buscar su propio beneficio,
pero respetando los intereses del otro; por eso debe actuar con diligencia y
honestidad. En tanto que la buena fe requiere equidad, también implica que se
debe cumplir el contrato en los términos convenidos con lealtad; por ello, son
contrarios a la buena fe la excesiva onerosidad, el abuso del derecho, el stoppel
(véase más adelante), el enriquecimiento sin causa, la frustración de la finalidad
del negocio y la mora desleal del acreedor. La CNUCCIM reconoce como máxima
la buena fe (art. 7.1) y señala que en la interpretación de dicha convención se
tendrán en cuenta su carácter internacional y la necesidad de promover la
uniformidad en su aplicación, así como de asegurar la observancia de la buena fe
en el comercio internacional. Conforme a los Principios Unidroit sobre los
Contratos Comerciales Internacionales (art. 1.7), en los contratos
internacionales las partes deben actuar con buena fe y lealtad negocial, sin que
puedan excluir o limitar ese deber. La buena fe está considerada en el art. 1796
del CCF y se arropa con el principio de seguridad jurídica reconocida por nuestra
Constitución federal.
Esta doctrina también es conocida como el principio de los actos propios o del
impedimento (estoppel), conforme a la cual una parte no puede negar la
veracidad de una declaración de hechos realizada previamente por esa parte, y
no puede beneficiarse de sus propias manifestaciones incongruentes cuando otro
ha actuado de buena fe con base en una declaración sobre los hechos realizada
por el primero (se trata de manifestaciones de hechos y no de interpretación del
derecho). Este principio establece que nadie puede contradecir lo dicho o hecho
por él mismo o por aquel de quien se derive su derecho de un modo aparente y
ostensible con perjuicio de la otra parte ni de tercero que, fundado en las
apariencias producidas intencional o negligentemente por el responsable de ellas,
actúa en consecuencia, contrae una obligación o sufre un perjuicio en su persona
o en su patrimonio. Como se señala, su fundamento es el principio general de la
buena fe, que “impregna la totalidad del ordenamiento jurídico, y condena la
adopción por el sujeto de actitudes reñidas con las que ha observado
anteriormente en la misma relación jurídica”.84
Los requisitos para que se aplique esa doctrina en México, conforme a
resoluciones judiciales,85 son: a) conducta vinculante, una conducta anterior del
sujeto, válida, eficaz y relevante, en función de un hecho o acto jurídico que
genere en las demás personas o en la sociedad la confianza de que en el futuro
dicho individuo procederá conforme a ella; b) pretensión contradictoria, con el
sentido objetivo que se deriva de la conducta previa o anterior; c) perjuicio de
terceros, en tanto que confían en el sentido objetivo de la conducta vinculante de
la persona, que han variado o alterado de alguna forma su posición jurídica; y d)
identidad de las partes.86
Retraso desleal o mora del acreedor (Verwirkung). La doctrina del retraso
desleal (Verwirkung) se origina en Alemania a finales del siglo XIX, en la
sentencia del Reichsoberhandelsgericht del 20 de octubre de 1877, y ha sido
aceptada en España, Grecia, Portugal y Bélgica, en tanto que en Inglaterra existe
una doctrina equivalente, la del laches. Nacida en la jurisdicción de equity desde
1311,87 el retraso desleal pretende sancionar al acreedor por su negligente actuar
en el ejercicio de su derecho y en perjuicio del deudor, por no hacerlo efectivo
en su oportunidad, desde que pudo hacerlo legalmente, al dejar que transcurra el
tiempo de mala fe. Ese no ejercicio es desleal e intolerable desde la perspectiva
de la buena fe y los derechos humanos de los deudores y/o de los responsables
de la deuda, al dejar transcurrir el tiempo de manera irracional para reclamar las
prestaciones a su favor, habiendo creado la confianza en el deudor de que no iba
a reclamarse un crédito, hacer efectiva una pena o ejercitar una acción derivada
de un contrato.
Contratos nulos
Señala el CCo que las convenciones ilícitas no producen obligación ni acción en
juicio, aunque recaigan sobre actos mercantiles. Aunque ese ordenamiento no
define el acto ilícito, el art. 1830 del CCF señala que es ilícito el hecho que es
contrario a las leyes de orden público o a las buenas costumbres, y en su art. 8º
determina, como ya se dijo, que: “Los actos ejecutados contra el tenor de las
leyes prohibitivas o de interés público serán nulos, excepto en los casos en que la
ley ordene lo contrario.” A continuación se exponen algunos ejemplos de ambos
supuestos.
Contratos en fraude de acreedores. Las partes son libres para celebrar los
contratos que deseen con las cláusulas que crean más convenientes, pero la ley
prohíbe realizar actos en perjuicio de tercero si de esos actos resulta la
insolvencia del deudor y el crédito es anterior al acto; es nulo si es gratuito y es
nulo el oneroso celebrado de mala fe por ambas partes (arts. 2163 a 2165, CCF).
En materia concursal, dichos actos, celebrados desde la fecha de retroacción
hasta antes de la declaración de concurso mercantil, son ineficaces si se hacen
defraudando a sabiendas a los acreedores, si el tercero que intervino en el acto
tenía conocimiento de este fraude o si es de carácter gratuito.
La Ley de Concursos Mercantiles (LCM) identifica como tales los siguientes actos
realizados por el comerciante: a) actos a título gratuito (donación, comodato); b)
actos y enajenaciones en los que pague una contraprestación de valor
notoriamente superior; c) actos y enajenaciones en los que reciba una
contraprestación de valor notoriamente inferior a la prestación de su contraparte;
d) operaciones en las que haya pactado condiciones o términos que se aparten de
manera significativa de las condiciones prevalecientes en el mercado en el que se
hayan celebrado, en la fecha de su celebración, o de los usos o prácticas
mercantiles; e) las remisiones de deuda; y f) los pagos de obligaciones no
vencidas (incluso el descuento de sus efectos después de la fecha de
retroacción).
Asimismo, los actos realizados por los empleados relevantes del comerciante o
de las personas morales, o bien por el cónyuge, concubina o concubinario,
parientes por consanguinidad hasta el cuarto grado, o hasta el segundo si el
parentesco fuere por afinidad, así como parientes por parentesco civil de las
personas antes mencionadas, quienes tengan el control de la sociedad
comerciante o pertenezcan al grupo o el comerciante tenga el control.
Venta de bienes dados en prenda sin transmisión de posesión. Aunque el
deudor prendario tiene derecho, salvo pacto en contrario, a vender los bienes
dados en prenda, en el curso normal de su actividad preponderante, quedando en
prenda los bienes o derechos que el deudor reciba o tenga derecho a recibir por
la enajenación, es nula la venta que haga de dichos bienes a los titulares de más
de 5% de su capital social; a los miembros del consejo de administración y a los
cónyuges y parientes por consanguinidad o afinidad hasta el segundo grado, o
civil, con dichos titulares o consejeros; a los empleados, funcionarios y
acreedores del deudor, a menos que cuente con autorización expresa del acreedor
prendario.
Cláusulas nulas
Se trata de cláusulas ilegales, contrarias a la buena fe, al equilibrio contractual,
leoninas;90 al efecto, se señalan las siguientes, y otras más están listadas por la
Comisión Nacional para la Defensa de los Usuarios de las Instituciones
Financieras (Condusef), aunque no a todas las tilda con ese nombre:
Exención de responsabilidad por dolo. Aunque conforme al art. 2117 del CCF
la responsabilidad de las partes puede ser regulada por las mismas, e incluso
limitarla, como la de los administradores y funcionarios de la sociedad anónima
(art. 91, fracc. VII, f, LGSM), no es posible eximir a una persona de responsabilidad
por dolo (art. 2106, CCF), ni a dichos consejeros o funcionarios por dolo, mala fe,
o bien, ilícitos conforme a esta u otras leyes; si ello ocurre, la cláusula se tiene
como no puesta.
Pacto de retroventa. El art. 2302 del CCF prohíbe la venta con pacto de
retroventa, así como la promesa de venta de un bien inmueble que haya sido
objeto de una compraventa entre los mismos contratantes, por lo que dicho pacto
es nulo. En cambio, puede pactarse la cláusula de preferencia a favor del
vendedor para el caso de que el comprador quisiere vender la cosa que fue objeto
del contrato de compraventa.
Es evidente que tanto el art. 363 del CCo como el 2397 del CCF se refieren a esta
figura, que en leyes extranjeras como el Código Civil italiano (art. 1283) se
identifica como anatocismo al pacto, por el cual se conviene de antemano en
pagar intereses generados de intereses vencidos, por lo que no se puede
desconocer bajo pena de incurrir en fraude a la ley. El CCo, en su art. 363,
ubicado en el capítulo primero, denominado “Del préstamo mercantil en
general”, se refiere al tema cuando señala: “Los intereses vencidos y no pagados,
no devengarán intereses. Los contratantes podrán, sin embargo, capitalizarlos.”
Tanto el CCo (art. 363) como el CCF (art. 2397) se refieren a la capitalización de
intereses vencidos (anatocismo), pero a diferencia del segundo, aquel no
establece en forma directa la nulidad del anatocismo por adelantado. Sin
embargo, por disposición de los arts. 2º y 81 del CCo, surte la nulidad de la
cláusula de anatocismo por adelantado, ya que esta es nula por disposición
expresa del art. 2397 del CCF, artículo perfectamente incorporado al diverso 363
del CCo, sin que exista contradicción de normas. En efecto, se puede encontrar
armonía y complementación en ambos artículos, para lo cual basta hacer la
siguiente transcripción: “Los intereses vencidos y no pagados, no devengarán
intereses. Los contratantes podrán, sin embargo, capitalizarlos. Las partes no
pueden, bajo pena de nulidad, convenir de antemano que los intereses se
capitalicen y que produzcan intereses.”
No existe contradicción sino complementación, porque el art. 363 solo se refiere
a la posibilidad de capitalizar los intereses vencidos y no pagados, y el art. 2397,
que también permite la capitalización, prohíbe que esta se haga por adelantado,
lo cual significa que solo está permitido el anatocismo respecto de intereses
vencidos y no pagados.
Incluso, aunque se argumentara que el art. 2397 del CCF no puede incorporarse al
CCo, ya que cuando este entró en vigencia aún no existía aquel precepto (que
entró en vigor en 1932), por sí solo el art. 363 permite concluir la nulidad del
pacto de anatocismo por adelantado; además, aunque el Código Civil de 1884
permitía la capitalización de intereses, exigía que las partes establecieran en
forma previa los plazos conforme a los cuales podía operar dicha capitalización,
de manera que este último ordenamiento sancionaba con nulidad los actos
jurídicos cuyo objeto fuera legalmente imposible, siendo uno de ellos el que la
cosa no pudiere ser exigible, y ya que los intereses solo son exigibles a partir de
su vencimiento, no puede ser objeto de pacto o convenio la capitalización de
intereses por vencer.
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