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I.

INTRODUCCIÓN

Las sociedades tienen necesidad de vincularse, de interrelacionarse con otras personas;


dicha interrelació n se realiza mediante contratos, un grupo de estos contratos son los
llamados contratos asociativos. La nueva Ley General de Sociedades se aparta de modo
importante de nuestra anterior norma societaria e introduce novedades dignas de
atenció n. La primera de ellas es que, por primera vez, se regulan de modo general los
contratos asociativos, creando normativamente un género de contratos que no se agotan
con los disciplinados en la Ley General de Sociedades, asociació n en participació n y
consorcio. Ademá s, se regula de modo amplio el contrato de consorcio que, todo parece
indicar, alude al joint venture. Por cierto, conviene señ alar que este contrato era ya
bastante conocido en nuestro medio y en absoluto podía decirse que resultaba ajeno para
nuestra legislació n.

El contrato tiene un cará cter eminentemente instrumental, ya que es un medio para


regular y ordenar las relaciones jurídicas que desean establecer las partes contratantes.
No es, en tal virtud, un fin en sí mismo, sino el instrumento necesario para crear,
regular, modificar o extinguir obligaciones patrimoniales. Ahora bien, las partes en un
contrato pueden tener una multiplicidad de intereses patrimoniales, por lo cual los
contratos presentan igualmente una gran variedad de funciones de cará cter econó mico.
Por ello, es necesario analizar lo que la doctrina señ ala sobre las distintas clasificaciones
de los contratos, de acuerdo a sus diferentes funciones en la vida econó mica de las
personas naturales y jurídicas.

El presente trabajo pretende dar una visió n amplia de los llamados contratos asociativos,
y como regla general se debe de tener en claro que no genera una persona jurídica,
deben constar por escrito y no requieren ser registrados. La idea central de este tipo de
contratos consiste en que las partes se juntan para desarrollar un negocio específico en
interés comú n de todos los intervinientes. En estos contratos las partes deberá n de
regular la forma que participará n en el negocio, qué es lo que aportará n cada una de
ellas, como se distribuirá n las utilidades que se generen entre otros aspectos singulares a
cada proyecto de negocios

II. Los contratos de Asociación en Participación y


Consorcio en la legislación nacional y comparada
1. Contratos Asociativos

Los contratos asociativos crean y regulan la participació n e integració n en negocios o


empresas determinadas, en interés comú n de los participantes. Este tipo de contrato no
genera una persona jurídica, deberá constar por escrito y no está sujeto a inscripció n en
el Registro.

2. Naturaleza y caracteres del contrato asociativo


Como en todo contrato, nos encontraremos con la necesidad, para que se
perfeccione, de la existencia de consentimientos vá lidamente emitidos por las
partes contratantes, la determinació n de objeto vá lido, y la existencia de causa
verdadera y lícita. Ademá s, en todo contrato, a la hora de la ejecució n, las partes
deben colaborar para que dicho contrato pueda satisfacer sus pretensiones e
intereses, aunque sea un contrato en el que las partes tengan intereses
divergentes, por lo que no debe identificarse dicha colaboració n con la
comunidad de fin propia de los contratos asociativos. Por ejemplo, en un
contrato de compraventa, el acordar reunirse en un momento determinado y en
un sitio concreto para entregar la cosa a cambio del precio, y el esfuerzo que
realiza cada parte por cumplir dicha labor es colaborar entre dichas partes para
lograr el adecuado desarrollo del contrato, pero también es realmente, ejecutar el
contrato conforme a los dictados no só lo de la autonomía de la voluntad, sino de
los elementos necesarios del contrato, mientras que la actividad desarrollada por
una sociedad mercantil, caso claro de persona jurídica surgida de un contrato
plurilateral asociativo, conlleva que todas las partes desarrollen la labor que
hayan pactado adecuadamente, con el objeto de, llegado el momento, repartir las
ganancias obtenidas conforme se haya pactado.

De entrada, por lo tanto, se deberá definir adecuadamente la diferencia existente


entre la llamada "comunidad de fin" y la habitual colaboració n entre las partes
necesaria en todo contrato, con el objetivo de que se desarrolle adecuadamente
para las partes. En este sentido, el concepto de "comunidad de fin", es la
necesidad de que las partes no deban ú nicamente colaborar entre ellas para el
adecuado desarrollo del contrato, algo que realmente ocurre en todo contrato,
sino que, realmente, existe una finalidad distinta del lucro individual de las
partes en dicho contrato, finalidad posible, lícita y determinada que implica
llevar a cabo una auténtica actividad comú n de modo instrumental, con el
objetivo de que, de modo inmediato, se obtenga el mayor rendimiento comú n
posible o se realice la actividad que se debía realizar, y así, mediatamente, los
intereses particulares de las partes se vean satisfechos.
Realmente, comunidad de fin no significa coincidencia de intereses: implica que
los intereses personales de cada parte, usualmente divergentes, se satisfará n
mediante el cumplimiento de un fin comú n a todos ellos, previo, que conlleva
que las partes pretendan todas obtener ese objetivo, con lo que, por decirlo de
alguna manera, "aplazará n" sus posibles divergencias y llevará n a cabo la
actividad a desarrollar con total y absoluta colaboració n, dado que éste es el
primer y necesario paso para satisfacer en su momento sus intereses privados, y
la divergencia entre ellos se plasmará a la hora de satisfacerlos. Por ello,
estimamos incorrecto el razonamiento de alguna que otra Sentencia de nuestros
tribunales, que alude a que la oposició n de intereses propia de los contratos
conmutativos es sustituida por convergencia de intereses aquí: no se sustituye,
sino que se complementa.

Esta estructura citada aquí no debe conducirnos a negar la naturaleza contractual


del contrato asociativo (como se realizó por aquellos que no entendían el
contrato con la falta del conflicto de intereses omnipresente), sino a percibir su
peculiaridad con respecto a los contratos de cambio: en éstos el interés personal
de cada parte se satisface de modo directo mediante la contraprestació n de la
otra parte o conforme al modo descrito en el contrato, sin que sea necesaria
actividad comú n previa de ningú n tipo, mientras que en los contratos asociativos
los intereses de cada parte se cumplen, precisamente, mediante la realizació n
plena de esa actividad comú n previa citada.

Lo má s frecuente que al perfeccionarse un contrato existan, de entrada, dos


partes ú nicamente, y entre dichas partes, intereses si no necesariamente
contrapuestos, sí al menos divergentes. Por ejemplo, en un contrato de
compraventa, el vendedor entrega una cosa y su interés está en entregar la cosa a
cambio del precio má s elevado posible, mientras que el interés del comprador
está en obtener la cosa al precio má s reducido posible. En este ejemplo, así
como en otros, caracterizados por una estructura bilateral (se observan
ú nicamente dos partes), parece fá cil comprobar esa existencia de intereses
totalmente divergentes (caso de arrendamientos, transacciones, fianzas, etc.), sin
perjuicio de que en todo caso el buen fin del contrato exija una actividad
colaboradora de las partes.
Por consiguiente, la estructura del contrato asociativo es la siguiente: nos
encontramos ante un contrato en el que interviene un nú mero concreto de partes
(dos o má s de dos, segú n cada caso), y en el que, como en todo contrato, cada
una de dichas partes pretende satisfacer un interés particular muy concreto y
determinado (que es el que le induce a celebrar el contrato), a cambio
generalmente de algú n tipo de contraprestació n por su parte, como ocurre en
todo contrato. Sin embargo, la peculiaridad del contrato asociativo reside en el
modo de satisfacer dicho interés personal: la satisfacció n del mismo se va a
obtener mediante la realizació n de una actividad comú n a las partes, y que
conlleva que, externa e internamente, todas las partes colaboren en la realizació n
de dicha actividad, de modo no só lo má s pronunciado a la habitual colaboració n
que debe existir en todo contrato para que se satisfagan plenamente los intereses
de cada parte, sino de modo realmente diferente, como hemos visto.
3. Antecedentes en el Ordenamiento Legal Peruano
Los ú ltimos artículos de la nueva Ley, del 438 al 448, se refieren a los contratos de
asociació n en participació n y de consorcio. El primero fue introducido en nuestra
normativa y el segundo es una innovació n de la actual Ley.
Como puede apreciarse, la Ley trata a los dos contratos referidos como contratos
nominados y típicos, desde que fija no solamente su denominació n, sino que regula
detalladamente los caracteres esenciales y las normas legales aplicables a uno y a otro,
aunque no exista unanimidad al respecto en la doctrina, pues hay autores que tratan al
contrato nominado como sinó nimo de típico y al innominado como atípico. Pero, por
otra parte, a ambos los engloba bajo el rubro genérico de “contratos asociativos”. Es
interesante analizar la evolució n de estos contratos en nuestra legislació n, para
determinar el proceso que condujo al legislador peruano a la referida clasificació n.
El contrato tiene un cará cter eminentemente instrumental, ya que es un medio para
regular y ordenar las relaciones jurídicas que desean establecer las partes contratantes.
No es, en tal virtud, un fin en sí mismo, sino el instrumento necesario para crear,
regular, modificar o extinguir obligaciones patrimoniales. Ahora bien, las partes en un
contrato pueden tener una multiplicidad de intereses patrimoniales, por lo cual los
contratos presentan igualmente una gran variedad de funciones de cará cter econó mico.
Por ello, es necesario analizar lo que la doctrina señ ala sobre las distintas
clasificaciones de los contratos, de acuerdo a sus diferentes funciones en la vida
econó mica de las personas naturales y jurídicas.
Debemos recalcar, sin embargo, que la clasificació n de los contratos es tarea doctrinaria
y no legislativa. En primer lugar, porque no es labor propia del legislador normar
clasificaciones que, por su propia naturaleza, son cambiantes. En segundo lugar, porque
los criterios que inspiran clasificaciones no son generalmente de cará cter jurídico sino
de tipo practico. Y, en tercer lugar, porque las clasificaciones cumplen una funció n
principalmente didá ctica, que constituye un objeto diferente a los de una norma legal.
Al respecto Alberto G. Spota señ ala:
“A ello se añ ade que tales distingos doctrinales quedan sometidos al constante progreso
o perfeccionamiento de la ciencia jurídica: la ley que emprende un camino que no le
atañ e, pretendiendo sustituirse al libro de enseñ anza, así como a la obra científica,
pronto queda suspendida. Siempre el avance de la investigació n científica nos
enfrentará ante clasificaciones que deben ser analizadas como ú til labor doctrinal por su
significació n jurídica y porque nos ofrecen medios valiosos para mejor conocer el
alcance de las figuras contractuales que las personas, en ejercicio de la libertad
contractual, pueden dar vida con aquella fuerza obligatoria a la cual se refiere el artículo
1197. De ahí que no solo es impropio del legislador embarcarse en esta tarea doctrinal,
debiendo abstenerse de recorrer tal camino carente de normatividad, sino que también,
al seguir esa senda, corre el riesgo de incurrir en omisiones o, lo que es peor, en
afirmaciones que la ciencia jurídica llegue a desechar. En sustancia, la materia de la
clasificació n de los contratos debe quedar sometida a la investigació n doctrinal y escapa
a la esfera de competencia del legislador, si queremos separar lo normativo de lo
doctrinal y didá ctico”.
Esa es la tó nica que vienen respetando los Có digos modernos, a la que no escapa
nuestro Có digo Civil de 984.
Teniendo en cuenta la funció n econó mica de los contratos, suele clasificarlos en
contratos de cambio, de colaboració n o de cooperació n, de crédito, de garantía, de
conservació n o custodia, de previsió n, de goce, de liquidació n y de disposició n, como
lo hace Manuel de la Puente y Lavalle. Analizando los contratos de colaboraci ó n, que
son los que se celebran entre personas que buscan realizar una actividad para lograr un
fin en concreto vemos que entre ellos se encuentran los contratos “asociativos”, que
procuran alcanzar un objeto comú n a todos los contratantes. Manuel de la Puente y
Lavalle considera que en los contratos de colaboració n (mandato, comisió n, corretaje,
edició n), el fin es perseguido por uno de los contratantes, mientras que en los
asociativos el fin es comú n a todos.
“finalidad similar, tan es asi, que algunos autores los clasifican entre los contratos de
colaboració n, tienen los contratos asociativos cuya característica es que los contratantes
persiguen un fin comú n, como ocurre en los contratos de sociedad, de asociació n, de
sindicació n de acciones, de asociació n en participació n. Pienso que la diferencia entre
unos y otros radica en que en los primeros uno de los contratantes es el que persigue el
fin y el otro ayuda a obtener el fin querido por el primero, mientras que en los contratos
asociativos el interés de los contratantes de alcanzar la finalidad comú n es principal
para todos ellos”.
Como veremos má s adelante, los contratos de asociació n en participació n y consorcio,
regulados por la nueva LGS, se encuentran comprendidos en el concepto doctrinario de
los de naturaleza asociativa, pues responden a la definició n anteriormente consignada.
Son el fruto de un proceso de evolució n, que tiene antecedentes no siempre uniformes
en nuestra legislació n.
La ley de sociedades mercantiles, en 1966, reguló el contrato de asociació n en
participació n, en sus artículos 398 al 406, bajo la forma legal de un contrato nominado
y típico. Tal como en la nueva Ley, se trataba de un contrato de cará cter asociativo, en
el cual las partes se unían para alcanzar un fin comú n a todos, sin dar nacimiento a una
persona jurídica y sin afectar los intereses individuales de cada uno. Sin embargo, sus
caracteres esenciales lo convertían en una figura contractual que no era adecuada para
los casos en que todos los contratantes deseaban actuar abiertamente, como veremos
má s adelante.
Posteriormente, diversas leyes sectoriales, impulsadas por las necesidades de la
actividad empresarial, regularon distintas formas contractuales similares, bajo diversas
denominaciones.
a) En el campo de la minería, el Decreto Legislativo N° 708 Ley de Promoció n de
Inversiones en el Sector Minero, del 6 de noviembre de 1991, estableció en su
artículo 4 que el titular de una actividad minera podía realizar “contratos de
riesgo compartido” para el desarrollo de dicha actividad. Ello fue ratificado por
el artículo 204 del Decreto Supremo N° 14-92-EM, Texto Ú nico Ordenado de la
Ley General de Minería, del 2 de junio de 1992, y por los artículos 151 al 164
del Decreto Supremo N° 03-94-EM, Reglamento de la misma ley, del 14 de
enero de 1994. Estos dispositivos regulaban el llamado “contrato de riesgo
compartido”, como un contrato asociativo, que no daba lugar al nacimiento de
una persona jurídica y que debía formalizarse mediante escritura pú blica
inscrita en el Registro Pú blico de Minería.
b) En el sector pesquero encontramos una regulació n parecida en el literal a) del
artículo 49 de la Ley General de Pesquería, Decreto Ley N° 25977 del 21 de
diciembre de 1992, y en el literal a) del artículo 1 del Decreto Supremo N° 10-
88-PE, sobe diversas opciones de participació n transitoria de embarcaciones
extranjeras pesqueras, del 22 de marzo de 1988. Ambas disposiciones se
refieren al “contrato de asociació n en participació n y al de operaciones
conjuntas de pesca”, pero sin especificar sus requisitos, aunque el de asociació n
en participació n si estaba normado por la LGS anterior.
c) En el campo de las contrataciones y adquisiciones del Estado, el artículo 37 de
la Ley N° 26850, del 30 de julio de 1997, se refiere a las ofertas en “consorcio”.
Se establece que las ofertas pueden ser realizadas por distintas personas “en
consorcio”, con responsabilidad solidaria y apoderado comú n. la norma señ ala
que el “consorcio” no es una persona jurídica.
d) En las disposiciones relativas a inversiones, tanto extranjeras como privadas, el
inciso h) del artículo 1 del Decreto Legislativo N° 662, del 29 de agosto de
1991, y el inciso c) del artículo 2 del Decreto Legislativo N° 674°, de 25 de
setiembre de 1991, se refieren, ambos, a inversiones a través de los “contratos
de asociació n en participació n”. Evidentemente, tales disposiciones no definen
a estos contratos, desde que ello estaba contemplado expresamente en la LGS
anterior.
En esta diversidad legislativa, vemos aparecer la referencia al “joint venture”
que, en el Derecho comparado, es un antecedente importante de los contratos
asociativos.
4. Antecedentes en la Legislación Comparada
Nuestra legislació n societaria, en tanto la LGS anterior como en la actual, ha
prescindido de la denominació n de joint venture, que proviene del Derecho anglosajon,
pues ella no responde a la naturaleza de los contratos asociativos que se deseaba normar
en nuestro medio.
La primera gran dificultad que plantea el concepto de joint Ventures es la amplitud e
imprecisió n de su definició n. Como muy bien dice Eduardo Chulia Vicent, lo má s
indicado para el estudio de una figura jurídica, al inicio es intentar aproximarse a su
concepto o definició n. Ese es el primer problema prá cticamente insoluble que plantea el
joint venture, desde que el estudio de su concepto y definició n nos aproxima a un
contrato nominado, pero atípico. No son las legislaciones quienes nos informan sobre lo
que es un joint venture, sino la doctrina. Y ella nos lleva a una definició n tan amplia
que impide tipificar el joint venture como un contrato, desde que engloba varios
contratos de caracteres esenciales diferentes, e inclusive, sociedades con personalidad
jurídica. Veamos la definició n que nos proporciona el profesor Bradley, citado por
Eduardo Chulia Vicent:
“una integració n de operaciones entre dos o má s empresas independientes donde se
encuentran las condiciones siguientes: el joint venture está sujeto al control comú n de
las sociedades matrices, que no se hallan sujetas a un control relacionado; cada empresa
matriz hace una contribució n importante al joint venture; el joint venture existe como
una empresa comercial independiente de sus sociedades matrices; y finalmente el joint
venture crea una capacidad de empresa importante y nueva, por lo que se trata de una
nueva capacidad de producció n, nueva tecnología y nuevo producto, o una nueva
entrada en un mercado nuevo.
Segú n Sergio Le Pera, la expresió n joint adventure (o sea empresa, negocio o aventura
comú n), es la antecesora del joint venture. La primera se encontraba en organizaciones
de gentleman adventurers (o sea empresas, negocios o aventuras realizadas entre
caballeros). Se formaron asi empresas colonizadoras y, con el pasar del tiempo, la
expresió n fue abreviada, en lenguaje comercial, a joint venture.
También es indicativa la definició n de Meschem, que encontramos citada por Sergio Le
Pera.
“Ningún esfuerzo ha sido hecho para dar una detallada descripció n de las varias
situaciones a las que se ha dado el nombre de joint adventure. Parece suficiente decir
que ella resulta aplicable a toda asociació n que seria considerada una partnership de no
ser por la limitació n de su alcance o propó sito a la consecució n de una ú ltima y final
transacció n comercial, independientemente de la naturaleza legal de la transacció n que
a ella se refiere.
Para Max Arias Scheiber Pezet, el contrato de riesgo compartido o joint venture es:
“un instrumento contractual que responde a la necesidad de movilizar capitales en
bú squeda de alta rentabilidad y correlativa reducció n de riesgos, en que las partes se
juntan con un criterio de coparticipació n que asume las má s diferentes formas y
matices. No existe, pues una definició n exacta y final de este contrato, sino que hay
varios conceptos del mismo segú n sean las modalidades que aparezcan en su
concertació n. Pero sin duda alguna, coincidimos con quienes señ alan que se trata de un
instrumento destinado a establecer o fortalecer vínculos entre empresas que buscan un
propó sito comú n destinado a poner en marcha un negocio o modernizar uno que ya
existe. En este contrato pueden las partes actuar de modo individual o crear una
empresa que tenga personería jurídica y patrimonio propio”.
O sea que nos encontramos ante un contrato, evidentemente atípico, para el cual no
solamente existe una definició n exacta, sino que engloba situaciones y organizaciones
diferentes, puede o no tener socios ocultos, puede ser persona jurídica o no serlo, tiene o
no un fin necesariamente comú n a todos los contratantes y, al no tener régimen legal,
obliga a atenerse a criterios doctrinarios, que muchas veces no son coincidentes.
Los autores de la LGS de 1966 optaron por dejar este universo de contratos en situació n
innominada y atípica, al no legislar sobre la materia. Sin embargo, sin pretender integrar
a todas las formas contractuales, decidieron normar solamente el de asociació n en
participació n, por considerar que se trataba de una forma conocida y precisa de contrato
asociativo o joint venture. Así, al igual que otras legislaciones, lo convirtieron en un
contrato nominado y típico, dejando la mas amplia libertad para que las partes
adoptaran otras formas de contratació n para casos concretos. Sin embargo, la falta de
legislació n origino que surgieran nuevas denominaciones y formas de contratos
asociativos, con muy poca o ninguna precisió n, que hemos referido en el punto 1 de
este comentario.
Ante dicha situació n, la nueva LGS pudo optar por tres caminos diferentes, de acuerdo
a las distintas tendencias de la doctrina y el Derecho comparado: 1) no legislar sobre
contratos asociativos, dejá ndolos en el terreno de los contratos innominados y por tanto
librados a la forma y condiciones que decidiesen las partes en cada caso concreto; 2)
legislar en forma detallada diversos contratos de cará cter asociativo; y 3) regular
solamente los dos contratos conocidos, el de asociació n en participació n y el de
consorcio, que cubren la mayor parte de las situaciones que se presenten en la
colaboració n empresarial y el riesgo compartido, los que tienen como diferencia
esencial la existencia o no de socios ocultos; pero dejando amplia libertad a las partes
para decidir los términos y condiciones de cada contrato, sin limitaciones estrictas para
cada uno de los dos tipos legislados.
El legislador escogió la tercera opció n, regulando en forma sumamente amplia y sin
mayores limitaciones los contratos de asociació n en participació n y de consorcio. Como
decíamos, fue desechada la denominació n de joint venture. La ley, en la forma que
expondremos má s adelante en este mismo comentario, señ ala con toda claridad los
caracteres esenciales de los contratos asociativos en general, en los articulo 438 y 439,
para luego establecer los caracteres de la asociació n en participació n, en los articulo
440 al 444, y del consorcio, en los numerales 445 al 448.

5. Clasificación de los Contratos Asociativos

El derecho peruano regula só lo dos contratos asociativos como son:

a) La Asociación en participación.

b) La Asociación de consorcio.

Contrato de Asociación en participación

Conocido también como asociació n de cuentas en participació n, sociedad tá cita,


sociedad accidental, sociedad secreta o contrato de participació n; es ésta una
antigua figura que se encuentra mayoritariamente normada en las distintas
legislaciones mercantiles del mundo y que ya tiene una larga tradició n mercantil.

El art. 440º ha sancionado una definició n legal de este contrato. Así se dice “Es
el contrato por el cual una persona, denominada asociante concede a otra u otras
personas denominadas asociados, una participació n en el resultado o en las
utilidades de uno o de varios negocios o empresas del asociante, a cambio de
determinadas contribuciones”.

Cabe detenerse en esta definició n, sobre todo en dos aspectos de ella; el primero,
la expresió n participació n en los resultados o en las utilidades. Cuando el
legislador se refiere a los resultados o utilidades, se está refiriendo en realidad
indirectamente también a las pérdidas, es decir a los resultados adversos de la
empresa o negocio del cual participa. De ahí que se diga que este es un contrato
aleatorio. En efecto, ordinariamente el asociado participa en el riesgo. Sin
embargo, el legislador nacional habría introducido una excepció n a esta regla
como veremos má s adelante.

El otro aspecto tiene que ver con otra excepció n; la referida a que el asociante
podría otorgar una participació n al asociado sin mediar aporte alguno,
alternativa que a nuestro juicio resulta muy discutible de sostener sin
distorsionar la esencia de este tipo contractual.

En efecto, el fundamento econó mico de este contrato se halla en que de un lado


constituye una fuente de financiamiento para el asociante, sin la obligació n
jurídica de reintegrarse en caso de pérdida; y del otro, en el caso del asociado,
una modalidad de inversió n con frecuencia má s rentable que otras modalidades,
pero con un riesgo, pues la rentabilidad está a resultas de las utilidades.
El art. 441º se ocupa de dichas características de este contrato.

a) La asociació n en participació n no tiene razó n social ni denominació n.

b) El asociante actú a en nombre propio, la gestió n del negocio de la empresa


corresponde ú nica y exclusivamente al asociante, no existiendo relació n jurídica
entre los terceros y los asociados.

c) Pueden establecerse formas de fiscalizació n o control para ser ejercidos por


los asociados só lo en los negocios o empresas del asociante que son objeto del
contrato. d) Los asociados tienen derecho a la rendició n de cuentas al término
del negocio y al término del ejercicio

e) Sin embargo, hay otras características sancionadas por la doctrina y la


jurisprudencia que la ley no ha recogido, pero habrá de entenderse que forman
parte de la entidad de este contrato:

f) La asociació n en participació n no genera un patrimonio autó nomo;

g) La aportació n del asociado necesariamente habrá de ser destinada al negocio


o negocios de cuyos resultados participará aquél;
h) Ordinariamente las aportaciones entregadas por el asociado pasan a integrar
el patrimonio del asociante; no obstante, puede estipularse lo contrario en el
contrato de asociació n. Es el caso cuando el asociado aporta un bien en uso y no
en propiedad.

Asimismo, de ordinario, el asociante asume una obligació n negativa consistente


en no atribuir participació n en el mismo negocio o empresa a otras personas. Sin
embargo, las partes pueden pactar lo contrario.
De otro lado, hay que puntualizar que a menudo este contrato es intuito
personae, de ahí que el asociante deba de encargarse directamente del negocio o
empresa que dio origen a él. Esta es la razó n por la que en la mayor parte de las
veces el contrato se extingue por la muerte, incapacidad o quiebra del asociante.

Por otra parte, en relació n con el objeto del contrato, como todo contrato, el de
asociació n en participació n crea una relació n jurídica obligacional. El asociado
contrae dos obligaciones fundamentales: una positiva (verificar su aportació n) y
otra negativa (no inmiscuirse directamente en la gestió n del negocio). En cuanto
a su aportació n, debe realizarla fielmente a lo pactado, bien consista en la
entrega de capital o en cualquier otro elemento patrimonial. Debemos añ adir que
puede ser también obligació n del asociado el no celebrar este mismo tipo de
contrato con la competencia del asociante por obvias razones.

Má s compleja es la situació n jurídica del asociante, pieza clave del contrato,


precisamente por ser el encargado de realizar el acto o la actividad en atenció n a
la cual nació este contrato. La primera obligació n del asociante es destinar, la
participació n recibida al objeto pactado, sin que le sea lícito desviarla de él ni
apropiá rsela para otros fines. Por cierto, no es la ú nica, también debe gestionar
el negocio personalmente, con diligencia y buena fe, rendir cuentas y entregar su
participació n a los partícipes o asociados.

Las causas por las cuales podría concluir este contrato son:

a) Acuerdo de las partes que desean ponerle fin


b) Por solicitud de conclusió n por cualquiera de las partes cuando fuere por
tiempo indeterminado.
c) Por imposibilidad o conclusió n del negocio o empresa por cuyo objeto se
celebró el contrato.
d) Por muerte, quiebra, interdicció n, ausencia o inhabilitació n del asociante.
e) Por incumplimiento de las prestaciones por cualquiera de las partes. En
relació n con este punto cuando el contrato se resuelve antes de cumplir el
tiempo previsto, ha de practicarse una cuenta final para determinar la
participació n en los resultados y el reembolso de aportes que
corresponda; sin perjuicio de la indemnizació n que, cuando sea el caso,
puede reclamar la parte no culpable.
Contrato de consorcio
En nuestra normativa, los contratos asociativos se encuentran clasificados como
contratos de consorcio y de asociació n en participació n, los mismos que son
regulados de manera amplia en la Ley General de Sociedades.9 Interesa para
efecto de nuestro aná lisis, indicar que el artículo 445º de la Ley General de
Sociedades define al consorcio como el contrato asociativo en virtud del cual
dos o má s personas se asocian para participar en forma activa y directa en un
determinado negocio o empresa, con el propó sito de obtener un beneficio
econó mico, pero manteniendo cada una su propia autonomía, correspondiéndole
a cada miembro realizar las actividades propias del consorcio que se le encargue
y aquellas a las que se ha comprometido10 ; vinculá ndose individualmente con
terceros en el desempeñ o de la actividad asignada dentro del consorcio,
adquiriendo derechos y asumiendo obligaciones y responsabilidades de manera
solidaria cuando el consorcio contrate con terceros siempre que así se pacte en el
contrato o la ley lo establezca.
Adicionalmente, cabe indicar, que, en este tipo de contrato, los bienes que los
miembros del consorcio afecten al cumplimiento de la actividad a la que se han
comprometido siguen siendo de propiedad exclusiva de éstos, es decir que, a
diferencia de lo establecido en el contrato de asociació n en participació n, no se
presume que la propiedad de los bienes aportados corresponda al asociante.
Considerando las definiciones contenidas en la norma societaria, se determina
que los caracteres esenciales del contrato de consorcio son los siguientes:

a) Es un contrato asociativo, nominado y típico


b) Regula relaciones de participació n o integració n en uno o má s negocios
o empresas que emprenden, en conjunto, los consorciados, en interés
comú n de todos ellos.
c) No está sujeto a otra formalidad que la de constar por escrito.
d) No origina la creació n de otra persona jurídica.
e) Todos los consorciados participan de manera activa y directa en las
actividades materia del consorcio, manteniendo su autonomía.

III. CONCLUSIONES

a) De acuerdo a la legislació n peruana, queda establecido que la Ley General de


Sociedades apartá ndose de nuestra anterior norma societaria, introduce novedades
dignas de atenció n, la primera de ellas es que, por primera vez, se regulan de modo
general los contratos asociativos.
b) Creando normativamente un género de contratos los cuales son; asociació n en
participació n y consorcio. El primero de ellos queda definido como el contrato por el
cual una persona, denominada asociante concede a otra u otras personas denominadas
asociados, una participació n en el resultado o en las utilidades de uno o de varios
negocios o empresas del asociante, a cambio de determinadas contribuciones.
c) Ademá s, se regula de modo amplio el contrato de consorcio que, todo parece indicar,
alude al joint venture, se define como un contrato asociativo en virtud del cual dos o
má s personas se asocian para participar en forma activa y directa en un determinado
negocio o empresa, con el propó sito de obtener un beneficio econó mico, pero
manteniendo cada una su propia autonomía, correspondiéndole a cada miembro realizar
las actividades propias del consorcio que se le encargue y aquellas a las que se ha
comprometido, sin embargo, para algunos autores sostienen que no se ha tenido el
debido cuidado al momento de legislar, con el argumento de que se trata de dos
instituciones distintas.

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