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Artículo publicado en el diario La Tercera el 2 de junio de 2017. La discusión estaba muy intensa y busqué
por todos los medios influir en un medio más conocido a nivel nacional. La idea era estructurar el programa
de gobierno en dos conceptos claves: eficiencia y libertad. Ambos conceptos no tenían y no tienen por qué
ser dicotómicos. En un futuro, la lucha cultural necesita conceptos claros y un armazón coherente para
enfrentar las arremetidas de la izquierda por volverse hegemónica.
más que un movimiento de un punto a otro a lo largo de la
curva o Frontera de Pareto.
El asunto es que las políticas redistributivas no sólo
son intrínsecamente ineficientes, sino que tampoco se
corresponden con una ética que respete la libertad del
individuo. Primero, porque la distribución de bienes que
surge de la libre interacción de los sujetos en un mercado es
normalmente eficiente y; segundo, dado que dicha eficiencia
es el resultado de las interacciones propias de sujetos
libres que comercian con su propiedad mutuamente reconocida,
sería dicho resultado de carácter ético. Es a lo que apuntaba
Hayek cuando hablaba del orden espontáneo en el mercado. Toda
intervención estatal en los resultados del mercado, sean
estos en aras de la supuesta “igualdad de oportunidades”, o
de una redistribución aparentemente justa, son ineficientes y
transgreden la libertad del sujeto.
La única manera de mejorar la situación de los más
débiles o ir suprimiendo la aparentemente grave desigualdad,
sin menoscabar ni la eficiencia del mercado ni la libertad de
los sujetos, es seguir creciendo. Ya dijo Xavier Sala i
Martín, un connotado economista español, que el capitalismo
ha sido el único modelo que ha permitido crecer y sacar a los
pobres de su miseria. Sería el único modelo que no desmejora
la situación de uno para darle a otro, cumpliendo así con las
nociones paretianas.
De este modo, la preocupación de las campañas y de los
políticos no debiese estar puesta en políticas
redistributivas —que son eficaces para conseguir votos, pero
irresponsables económica y éticamente— sino en una agenda pro
crecimiento, un programa serio que nos permita no sólo
atender la situación de los más débiles sino también ser
eficientes y libres, al mismo tiempo.