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El Dr.

Boric
…por William Tapia Chacana, filósofo, profesor y politólogo

Sin dudas, es bien extraña, aunque no sorprendente, la actitud que el flamante


presidente de nuestro país, Gabriel Boric, ha tomado respecto de la propuesta de
Constitución emanada de la pasada Convención Constitucional. Por supuesto, la altura de
los tiempos, como diría el filósofo español, Ortega y Gasset, ya son otros. Habiendo
fracasado estrepitosamente la aceptación de la propuesta, muchos personeros de izquierda,
deliberadamente, minusvaloraron a la opinión pública expresada en el plebiscito,
ninguneando los argumentos y razones esbozadas por el pueblo. No obstante, aquello,
Boric tomó cierta distancia, esgrimiendo que el cambio constitucional debía darse de todas
maneras, analizando las diversas alternativas que tenía, con un Congreso y una derecha
renuentes a exigirle rendición de cuentas de lo que hace o deja de hacer. En todo caso, lo
que parece anormal no es la actitud del presidente al respecto, sino la similitud literaria con
otro abandono muy famoso.
En su momento, la escritora Mary Shelley (1797-1851), hija de dos grandes filósofos
británicos y sindicada como una de las inauguradoras del estilo de ciencia ficción (aunque
ello es discutible) también nos escribió y dejó para la posteridad el recuerdo de un olvido,
un abandono. En su novela gótica Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) esta mujer
nos relata la historia del Dr. Víctor Frankenstein, estudiante de medicina en Ingolstadt,
ciudad de Baviera, que estaba obsesionado, bajo el efecto de un complejo divino, por
conocer los secretos de todo lo creado. En su afán, el ser humano no escapaba a su radar y
la naturaleza u ontología del alma del hombre, tampoco. Por lo mismo, Víctor crea un
cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados que recoge de
diversos lugares. Las artes del doctor son tales, que la criatura de 2,44 metros de altura
toma vida, aunque no se menciona que haya sido animada mediante electricidad (como
popularmente se cree que fue). Sin embargo, inmediatamente arrepentido, Frankenstein se
cuida de no dar detalles de sus experimentos, a fin de que nadie repita tal abominación,
cuyo nombre como tal desconocemos a lo largo de toda la obra. Comprendiendo lo que ha
hecho, rechaza, temeroso, su obra esperpéntica y huye de su laboratorio. Tras calmarse,
vuelve, pero el monstruo ha desaparecido y cree, ingenuamente, que todo ha terminado.
Pero la sombra de su pecado, quiera o no, le persigue: el monstruo, tras huir del laboratorio,
siente el rechazo de la humanidad y esta situación le despierta odio y sed de venganza,
mientras vive en los bosques suizos lamentándose de su existencia. Tras enterarse del
asesinato de su hermano menor William, Víctor regresa, luego de un período de pausa, a
Ginebra, solo para enterarse que detrás del crimen mencionado, está la rabia desalmada de
la criatura que él ha creado. La culpa crece en su atormentada alma y se hace mayor cuando
permite que una sirvienta de la familia sea condenada a muerte y ejecutada, sospechosa del
crimen.
El Dr. Frankstein ha vivido en sobresaltos y penas, por lo que decide retirarse a las
montañas por un tiempo. No obstante, una calma inicial, en ese lugar vuelve a encontrarse
con el monstruo. En el diálogo forzoso que mantienen obra y creador, el monstruo le cuenta
cómo aprendió a hablar espiando secretamente a una familia a la que ofrecía pequeños
regalos en forma anónima, esperando le recibieran bien, eventualmente, en el futuro.
Lamentablemente, la familia le rechaza al descubrir su aspecto físico, reacción que se
repetía con cada encuentro humano. Entonces, luego de figurarle un cuadro excesivamente
romántico a Víctor, la criatura promete no volver a molestarle, pero, a cambio, le pide crear
una compañera para él. En un inicio, el doctor accede a la petición. En una isla de Escocia
establece su nuevo laboratorio y allí comienza de nuevo a experimentar, pero sus
remordimientos son tan fuertes que, al final, decide destruir la segunda creación antes de
llegar a darle vida. De este modo, el monstruo, que sigue de cerca los trabajos del doctor,
jura vengarse. Esta venganza se traducirá en el asesinato de su mejor amigo y después, con
el asesinato de Elizabeth, la prometida de Víctor, en la noche de bodas de ambos. A causa
de todas estas muertes a su familia, el padre del doctor, Alphonse, se suicida.
Por consiguiente, y tras armarse de valor, el doctor decide a terminar con su creación
y persigue a la criatura hasta el fin del mundo. Víctor, en su empresa, sin embargo, termina
por desfallecer a causa del clima y el agotamiento que le implica la persecución nunca
exitosa, y un barco le recoge entre los hielos del Ártico. Poco después muere, no sin antes
contar su triste historia al capitán. La novela termina con la criatura, sobrecogida por la
culpa, abordando el barco en secreto, para llevarse el cuerpo de su creador, y prometiendo
al capitán que pondrá fin a su vida.
Tras esta exposición, no veo dificultades notables en asimilar la historia de Boric y su
relación con la Constitución como aquella del Dr. Frankstein con su creatura. Fascinado
consigo mismo y su capacidad, entregó todos sus esfuerzos y encomio a la aceptación de la
“creatura”. Un año entero en campaña, sin escatimar esfuerzos en “darle vida” a este
monstruo el que, al igual que en la historia, buscó por todos los medios “ser comprendida”,
para finalmente convertirse en un esperpento horrendo y rechazado. El doctor Boric, al
darse cuenta que su criatura no es de este mundo, simplemente también la rechaza, escapa
de ella, le hace caso omiso. Desde el momento que siente ya no le sirve, simplemente se
desapega de ella. Con todo, el presidente aún no toma en cuenta sus debilidades, todavía no
se abre al cuestionamiento de su propio proceder. En contrario a Víctor, no se ha dado el
trabajo de entenderse a sí mismo, de expiar sus culpas. A raíz de lo mismo, la propuesta
constitucional no debería dejarlo en paz. La oposición no se puede dejar de recordarle su
papel: él estuvo ahí cuando se planeó su concepción, firmó su contribución bolivariana y,
más temprano que tarde, si se dan los acontecimientos, pasará a la historia como el
presidente que falló, aquel que, dándole vida al monstruo, quiso emular a Dios y no pudo.
Y, entonces, Boric perseguirá, tal como el doctor a su “moderno Prometeo”, para darle
sepultura, porque será siempre símbolo inequívoco de su fracaso.
En conclusión, no hay que dejar que el presidente lo olvide. La derecha no puede
renunciar a la oportunidad. El doctor Boric debe consumirse en su culpa. Es menester, en
definitiva, que así sea. De otro modo, puede que no solo se lleve, al final, el cuerpo de su
creador, sino a todos los que, lamentablemente, dependemos de él.

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