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“JUECES TRASLADADOS. UN FALLO DICTADO SIN INDEPENDENCIA”.

Los dañinos y perdurables efectos a uno de los pilares republicanos de parte de un fallo de la
Corte Suprema que nació injusto.

Naciones Unidas y la antigüedad de los traslados

Fue verdaderamente auspicioso y esperanzador observar la preocupación expresada al Estado


argentino por el Relator Especial sobre la Independencia de los Magistrados y Abogados de la
Organización de Naciones Unidas en enero de 2022, en torno a lo ocurrido con los jueces
trasladados Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi, en virtud de entender que sus casos afectarían el
principio de independencia en la judicatura, producto de la vulneración, entre otros, del Estatuto
del Juez Iberoamericano, que en su artículo 16 garantiza la estabilidad de las personas trasladas
en el Poder Judicial (que, como se sabe, fue suscripto por presidentes de Cortes Supremas y
Tribunales Supremos de distintos países, en 2001).

La buena noticia se potenciaba fuertemente cuando poco tiempo antes la propia Corte
Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) había legitimado y enarbolado ese
instrumento internacional como de referencia continental para definir la inamovilidad en la
magistratura en general a partir del caso “Cuya Lavy vs. Perú” dictado en 2021, mediante el que
se declaró responsable a ese país por la destitución arbitraria de jueces y fiscales.

Como nada había dicho la Corte Suprema sobre ese Estatuto del Juez iberoamericano al emitir
el fallo “Bertuzzi” en noviembre de 2020, en el que, contrariamente a su contenido, quitaba
estabilidad definitiva a los jueces y juezas trasladados, sin dudarlo reclamé y reiteré su aplicación
como hecho nuevo en el recurso de queja que tramitaba en ese alto tribunal desde hacía más
de un año, en el que requería el carácter definitivo de mi traslado al Tribunal Oral Federal N° 7
de CABA, atento la evidente responsabilidad internacional que importaría para el Estado
Argentino el mantenimiento de la doctrina de aquel fallo.

La más pura realidad demostraba que durante 70 años jueces y juezas designados de
conformidad con la Constitución Nacional fueron trasladados a otros tribunales como
mecanismo excepcional, con la distintiva nota esencial de estabilidad definitiva en sus nuevos
destinos. Cómo olvidar el caso, entre muchos, de la jueza Marta Isabel Milloc trasladada durante
el gobierno del entonces presidente Menem de un tribunal de Tierra del Fuego al Tribunal Oral
en lo Criminal Federal N° 1 de San Martín, provincia de Buenos Aires donde tuve oportunidad
de celebrar algunos juicios con ella hasta que se jubiló en 2017 (decretos 1569/98 y 687/2017).

Ataque del Consejo de la Magistratura, demanda ante tribunales inferiores no


independientes. Per saltum y destitución temporaria.

El repentino, prepotente y descomunal ataque inconstitucional iniciado en julio de 2020 por el


Consejo de la Magistratura y, dentro del órgano, por el representante del Poder Ejecutivo
Nacional, continuado coordinadamente por el propio presidente de la Nación y el Senado, dio
lugar a la remoción ilegal temporaria del cargo que ocupaba en el Tribunal Oral Federal N° 7 de
CABA, como de los colegas Bruglia y Bertuzzi de la Cámara Federal de Apelaciones (la
desesperación destituyente alcanzó el éxtasis con la publicación de un suplemento especial del
Boletín Oficial con la revocación de los traslados).

La entonces acción de amparo iniciada como salvavidas frente al progreso de ese tsunami
institucional también hacía agua, desde que la medida cautelar solicitada de inicio para
mantenerme en el cargo durante el trámite del proceso fue rechazada por una funcionaria sin
acuerdo del Senado que hacía las veces de jueza subrogante y que conforme la propia doctrina
de la Corte Suprema (fallo “Rosza” de 2007), actuaba sin independencia ni imparcialidad; más
aún atendiendo a las particularidades del expediente ya que dicha funcionaria esperaba
ansiosamente ser elegida como magistrada titular en la terna que ya se encontraba en el Poder
Ejecutivo, esto es, el mismo órgano que a través de su representante inició en el Consejo el
proceso de remoción de los jueces que cuestionaba y que ella debía evaluar.

El injusto rechazo de la medida cautelar, funcional al vertiginoso discurrir de los acontecimientos


destituyentes previstos para los siguientes diez días, me determinaron junto a mi abogado
Germán Alfaro llevar la vía recursiva directamente a la Corte Suprema a través de un per saltum,
lógico mecanismo para activar al máximo tribunal del país en ese desquicio institucional de echar
jueces de sus cargos por la fuerza donde además resultan ser jueces naturales de procesos
institucionalmente sensibles para la sociedad, que deben resolverse a través de un juicio justo.

Los reiterados llamados de socorro a vitales valores constitucionales fueron


imperdonablemente desoídos por la Corte Suprema, que sólo una vez que la oscuridad
institucional se adueñó de la escena con tres magistrados fuera de sus cargos, su presidente
tomó la demorada decisión de atender el asunto, que dio lugar al positivo fallo que hizo lugar al
per saltum y el consecuente estudio para resolver el caso.

Presión del poder político y el injusto fallo.

El suspenso de la decisión estuvo caracterizado por una feroz presión del poder político estatal
a través de sus múltiples canales de comunicación representado principalmente por el
presidente de la Nación y en tándem, aunque cueste creerlo, por el reconocido profesor
Zaffaroni en tanto se desempeñaba como integrante de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, advirtiéndole al máximo tribunal que de otorgarse razón a la demanda de los
magistrados en cuestión se dispondrían traslados en la magistratura a su antojo. Paralelamente,
semejante atropello fáctico y comunicacional dio lugar a que buena parte de la sociedad a través
de muestras de apoyo a lo largo y ancho del país y desde distintos puntos del exterior y hasta en
las calles, saliera en defensa del principio de independencia del Poder Judicial.

Tras cuarenta días de análisis el alto tribunal decidió sobre el fondo de la cuestión en el conocido
fallo “Bertuzzi” (que había sido llevado por los colegas también a través de un recurso por salto
de instancia, pero, a diferencia de mi caso, la justicia de primera instancia se había pronunciado
adversamente sobre el fondo). Aprovechando la autoridad que otorga ser depositario de la
última palabra constitucional, la Corte respondió a la nueva encrucijada institucional
recurriendo a un criterio superficialmente bañado de justicia salomónica, en cuanto a otorgar
algo de razón a los magistrados accionantes, en tanto se los habilitaba a mantenerse
provisoriamente en sus cargos (para lo cual declaró inconstitucional la resolución inicial del
Consejo de la Magistratura que dio pie a las destituciones), y mucha razón al poder político, por
cuanto los recurrentes y todas las personas trasladadas debían revalidar sus cargos a través de
un concurso ante ese Consejo, para luego de ternados ser elegidos por el Poder Ejecutivo con
acuerdo del Senado (sobre la base de ese fallo se me concedió simultáneamente la medida
cautelar que reclamaba aunque se remitió la discusión de fondo a primera instancia).

Dicha solución, intrínsicamente injusta, reveló ser en definitiva un adefesio jurídico que
pretendía quedar bien con todas las partes en pugna a costa de la propia independencia en la
magistratura que se supone el alto tribunal debía defender más que nadie.

Los jueces Lorenzetti, Maqueda y Rosatti, reconocieron que el Estado argentino le otorgó
durante décadas un carácter definitivo a los traslados en la magistratura; esto es, aceptaron que
en ese tiempo el juez o jueza adquiría estabilidad definitiva en el último destino laboral y de esa
manera se aseguraba el principio de independencia, como el de juez natural para la resolución
de los procesos asignados al tribunal al que resultaron trasladados. No obstante, consideraron
de manera extraña que igualmente esa realidad histórica no era tal y decidieron que los
traslados siempre fueron provisorios, a través de un pase de magia retórico basado, en
definitiva, en simples palabras de autoridad (porque lo dice la máxima autoridad judicial). Y así
llegaron a la brillante idea de aplicar retroactivamente el inventado criterio de precariedad en
los traslados con fundamento en que la costumbre contraria a la ley no da derechos,
equiparando, absurdamente, el añoso comportamiento del Estado a través de sus máximos
órganos en la designación de personas en la magistratura, con el de simples particulares que
como peatones o conductores cruzan las vías del tren con las barreras bajas.

Como se observa crudamente, el supremo intérprete de la Carta Magna tiró por la borda el
milenario concepto de irretroactividad de las normas cuyo fundamento reside en la seguridad
jurídica. Peor aún, cuando el fallo “Bertuzzi” siguió medularmente su propio precedente “Rosza”
citado en el que sí se respetó ese criterio apelando a la jurisprudencia norteamericana que
sostiene que el pasado no puede ser borrado por una declaración judicial, a lo que se agregó
que ello subyacía en las decisiones modernas que reconocen una doctrina de no retroactividad
(allí se convalidó lo actuado durante años por personas que se desempeñaban como
magistrados o magistradas subrogantes pese a no tener independencia por su carácter de
funcionarios sin acuerdo del Senado).

El ciego abandono del salvoconducto que conducía a la seguridad jurídica acarreó lógicamente
nuevos perjuicios por cuanto el fallo “Bertuzzi”, que ordenaba a un universo compuesto por
decenas de personas trasladadas revalidar el cargo mediante respectivo concurso, también
incluyó sin argumentación alguna a los colegas Bruglia y Bertuzzi, por cuanto se los obligaba a
ser evaluados por los mismos órganos que previamente los habían destituido de forma ilegal
(Consejo de la Magistratura, Poder Ejecutivo y Senado), lo que nítidamente viola el derecho
constitucional y convencional de acceso a la función pública en condiciones de igualdad
(asegurado por la Corte IDH en el fallo “Reverón Trujillo vs. Venezuela”).

El nuevo recorrido desde la primera instancia a la Corte. Hechos nuevos.

Ya en primera instancia, llevé mis agravios que fundaban la no aplicación de la doctrina del fallo
“Bertuzzi” en mi caso, pero la funcionaria sin acuerdo del Senado que hacía las veces de jueza
subrogante rechazó finalmente la acción de amparo. Apenas quince días hábiles después y tal
como lo había anticipado tempranamente al recusarla, el presidente de la Nación la
seleccionaba de la terna y enviaba su pliego al Senado donde fue aprobado. Es decir, la
magistrada goza de estabilidad en el cargo luego del rechazo de la demanda que involucraba al
mismo Poder Ejecutivo.

La Cámara revisora con sólo dos de sus integrantes confirmó la decisión de primera instancia.
Eso sí, vale aclarar que fueron los mismos jueces que habían convalidado la actuación de la
funcionaria sin acuerdo del Senado y uno de los cuales también había sido trasladado y que
increíblemente decidía sobre un proceso que debatía los alcances del instituto del traslado.

Durante el año y medio que estuvo radicado el recurso de queja ante la Corte Suprema, las
expectativas jurídicas fueron creciendo exponencialmente por la fuerza demoledora de los
hechos nuevos derivados de la injusticia del fallo.

A pesar de que el alto tribunal había declarado inconstitucional aquel puntapié inicial del
Consejo de la Magistratura que dio lugar a la destitución selectiva finalmente logrado
temporariamente respecto de tres jueces, la interpretación dada en el fallo “Bertuzzi” acerca de
la precariedad de los traslados y la mencionada aplicación retroactiva le devolvía la llave al
mismo Consejo para que llame a concurso en las vacantes ocupadas por el numeroso colectivo
de personas trasladadas. Y, como era de esperarse, la cacería en el zoológico se desató
nuevamente en forma selectiva sobre los mismos magistrados anteriormente echados en forma
ilegal y que se defendieron judicialmente; la urgencia para el órgano fue ocuparse en llevar
adelante el concurso por las vacantes que ocupaban los colegas Bruglia y Bertuzzi; mientras este
año fueron por el cargo que ocupo a pesar de que el litigio ante la Corte ni siquiera había
concluido (el apuro habría llevado al presidente de la Comisión de Selección a hacerle decir a un
documento algo que no había ocurrido en una audiencia pública al sólo efecto de apurar el
concurso de la vacante del Tribunal Oral Federal N° 7, lo cual derivó en una denuncia penal en
trámite) y finalmente también intentaron avanzar en la vacante del Juzgado Federal de Jujuy.
Nada más.

Casi todo esto ocurrió a la vista de nuevo presidente del Consejo de la Magistratura, Horacio
Rosatti, firmante del fallo “Bertuzzi”, incluso la discrecional inactividad en llamar a concurso
respecto de las demás personas trasladadas.
Múltiples fueron las presentaciones en el tiempo denunciando en la Corte las manipulaciones,
ocultamientos y persecución selectiva por parte del Consejo de la Magistratura, que
demostraban, a su vez, la desigualdad de condiciones para acceder a la vacante por concurso en
el Tribunal n° 7, que derivaría en el tiempo en una remoción a plazo; a lo que se añadía la
eventual responsabilidad internacional del Estado argentino atento la preocupación
demostrada por el Relator Especial de la ONU en los casos de Bruglia y Bertuzzi, potenciado por
la legitimación y el enarbolamiento del Estatuto del Juez Iberoamericano como instrumento de
referencia continental para describir la inamovilidad de los jueces por parte de la Corte IDH, la
misma que resulta máxime intérprete de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(CADH) con jerarquía constitucional y que debe orientar los fallos del máximo tribunal argentino.
En fin, las consecuencias perjudiciales que un fallo judicial debe prever y evitar.

Un nuevo fallo injusto. El rendimiento de la Corte.

El 18 de octubre de 2022, la Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó la acción de amparo


planteada y se remitió, sin más, al fallo “Bertuzzi” dictado dos años antes por entender que nada
nuevo había que discutir (ni siquiera se aprovechó la oportunidad para discriminar distintos tipos
de traslados; en consecuencia se ratifica que todo tipo de traslado debe ir a concurso). El juez
Rosenkrantz, en disidencia, aceptó la demanda y consecuentemente entendió innecesario
atender el agravio relativo a la recusación de la jueza subrogante de primera instancia.

El supremo intérprete de la Constitución Nacional nada percibió sobre la existencia de un juicio


injusto decidido sin independencia ni imparcialidad que hasta llegó a tener como protagonista
un camarista trasladado, que, aunque parezca gracioso, decidió con fuerza de verdad legal el
alcance del instituto del traslado. Nada observó sobre las brutales consecuencias persecutorias
de la aplicación retroactiva del fallo y de sus nefastas consecuencias en el derecho al acceso a la
función pública en condiciones de igualdad. Nada generó la preocupación de las Naciones
Unidas en el caso de los jueces trasladados y la eventual responsabilidad internacional; como
nada provocó la legitimación del Estatuto del Juez Iberoamericano por parte del máximo
exegeta de la CADH que asegura la estabilidad de las personas trasladadas. Ni siquiera se
consideró el argumento de previa acreditación de idoneidad en el ámbito territorial al que fui
trasladado por haber rendido exitosamente un concurso en los Tribunales orales Federales de
CABA y por haber desarrollado, en la misma ciudad, un juicio emblemático por delitos de lesa
humanidad (Causa ESMA de 2011) que valió el reconocimiento de la Asamblea Legislativa a
diversos magistrados y magistradas, con aplausos de pie de legisladores y legisladoras.

Son demasiadas arbitrariedades que alcanzan a un colectivo de unas cincuenta personas


trasladadas y que afectan a su estabilidad como condición de independencia y el principio de
juez natural sobre todos los procesos radicados en los tribunales donde prestan actualmente
funciones. Demasiada inseguridad jurídica para la ciudadanía.
Como se ve, no se trata de una mera discrepancia con el resultado del pleito, se trata de
tremendas y tangibles arbitrariedades de un tribunal que no puede desconocer el derecho, no
puede desconocer sin más la opinión de los organismos internacionales ante la eventual
responsabilidad del Estado argentino, o principios milenarios o derechos reconocidos hasta
internacionalmente; a lo que se añade la omisión inexplicable de actuar en tiempo oportuno
para evitar la ilegal destitución temporaria de magistrados en plena democracia republicana. Las
graves consecuencias institucionales perdurables en el tiempo dan indicios ciertos de que la
Corte Suprema fue permeable a la feroz presión del poder político antes indicado y actuó, por
tanto, sin independencia al dictar el fallo “Bertuzzi” y decidió ahora mantener igualmente la
injusticia de su inicial decisión contra los vientos y mareas de subsanación.

Todo el mundo sabe que en la magistratura se debe actuar con prudencia, fortaleza y coraje, y
ese es el desafío diario a cumplir cualesquiera sean las circunstancias externas, en tanto se trata
de meros gajes del oficio que jamás pueden afectar la administración de justicia humana. En el
mismo sentido, me pareció ilustrativa una frase que leí en el diario en la que el Papa Francisco
habría alertado a la magistratura del mundo, en el sentido de no confundir prudencia con
cobardía. A mayor abundamiento se ha dicho que la prudencia a veces termina por ser sinónimo
de cobardía, retraimiento, el arte de esquivar responsabilidades, o también sagacidad tortuosa,
cierta capacidad de astuta precaución, gracias a la cual logramos eludir un peligro o cautelar la
propia seguridad.

Pues bien, hoy tomo e interpreto a mi parecer esa gráfica máxima diciendo que si los jueces
Lorenzetti, Maqueda y Rosatti creyeron actuar con prudencia, lo confundieron con cobardía
institucional. Ello importa un nuevo daño institucional profundo a la credibilidad del Poder
Judicial.

No está en discusión que el alto tribunal haya dictado grandes y beneficiosos fallos como el que
declaró la inconstitucionalidad de la ley de integración del Consejo de la Magistratura, pero en
un país con instituciones débiles donde puede echarse jueces por la fuerza, no deben
sobredimensionarse a mi ver esos acertados pronunciamientos cuando luego son dictados fallos
nefastos para valores vitales de la república democrática como son aquellos principios que
iluminan la administración de justicia humana (descripto desde la mirada de la sociedad en mi
juventud por una mujer de bajos recursos que graficó “La Justicia es la columna vertebral de
todo”). Por ello es aplicable al cuadro descripto la antigua metáfora referida a que en el país de
los ciegos el tuerto es rey.

La mediocridad de la Corte Suprema se verifica en otros ámbitos del derecho incluso en uno
donde resulta indiscutible su aporte histórico como lo fue la apertura e impulso de los juicios de
delitos de lesa humanidad. El caso Etchecolatz constituye una mancha indeleble de este periodo
histórico. Fui uno de los que condenó al represor a prisión perpetua y, no obstante, como juez
de ejecución le concedí por primera vez en el país el arresto domiciliario en 2016 en la única
causa en la que la pena adquirió firmeza; advirtiendo en uno de mis fallos la incongruencia
constitucional que importaba contar con arresto domiciliario en una causa donde purga
condena y cárcel rigurosa en aquellos procesos donde goza presunción de inocencia.

Entonces alerté que su edad biológica -nonagenario- y sus graves patologías crónicas, evolutivas
y sin cura que hasta requería de ayuda para darse vuelta en la cama, reflejaban, de modo
descarnado, las muy altas probabilidades de que Etchecolatz purgue pena hasta la muerte, o lo
que resultaba aún más escalofriante, que sufra prisión preventiva hasta morir en la cárcel. Los
recursos llovieron masivamente hasta llegar a la Corte que los rechazó sin más, permitiendo que
este año ocurra públicamente ese trágico final anunciado para el prestigio de los juicios de lesa
humanidad, con la triste derivación de convertir en letra muerta aquel ideal que guía la
magistratura referido a que la defensa de la dignidad de una sola persona constituye en
definitiva la defensa de toda la humanidad.

De todas maneras y más allá del cuadro de situación es preferible una Corte Suprema mediocre
que una buena por conocer.

El futuro y un agradecimiento.

Para finalizar, sólo habré de decir que la llama de la justicia fue encendida y mantenida por los
distintos y sacrificados actos fundacionales de nuestro país que derivaron en el contrato social
de 1853 y ha sido alimentada hasta el presente de algún modo u otro por las distintas
generaciones. La lucha por el derecho durante estos dos años en una batalla legal y
comunicacional desigual, estuvo inspirada en esos ideales que guiaban el camino y me permitían
dormir con la conciencia tranquila y mirar a los ojos a mi familia y a la ciudadanía.

Los fallos “Bertuzzi” y “Castelli” han sido dictados a mi ver traicionando el mandato de autoridad
establecido por el constituyente originario y con efectos institucionales dañinos perdurables.
Sólo el tiempo permitirá saber qué ocurrirá con el colectivo de trasladados y si algunos, muchos
o ninguno se jubilarán en el cargo bajo esa modalidad aunque auguro que varios terminarán sus
carreras en esa condición; mientras tanto, en un porcentaje del Poder Judicial reinará la
incertidumbre, esa sensación tan enemiga de las reglas republicanas sobre todo en lo
concerniente a la administración de justicia humana cuando de lo que se trata es de juzgar sobre
la vida, libertad, propiedad y honor de la ciudadanía, porque “la Justicia es la columna vertebral
de todo”.

A ese terreno espinoso nos condujo la Corte Suprema aunque resulte dolorosamente triste
aceptarlo, pero ello no puede ser permitido en silencio sobre todo cuando el espíritu crítico
republicano caracteriza a los pueblos libres. Por ello prepararé la denuncia respectiva ante la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado argentino, sin saber el tiempo
o los años que podrá durar el trámite ni siquiera si veré el resultado, pero con la obligación moral
de hacerlo para contribuir de alguna manera en que se siga transmitiendo el antiguo mensaje a
las presentes o futuras generaciones de la imperiosa necesidad de mantener viva la llama de la
justicia ante cualquier adversidad.

Mi agradecimiento a esa buena parte de la sociedad que a lo largo y a lo ancho del país como de
distintos puntos del exterior me acompañó en el camino de las convicciones con palmadas de
apoyo al alma, en defensa del principio de independencia en la magistratura como motor de un
país mejor y de un mundo mejor.

GERMÁN ANDRÉS CASTELLI

JUEZ FEDERAL

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