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Para Platón, las Ideas éticas son patrones morales universales con los que
podemos juzgar los comportamientos humanos. Los valores universales (las
Ideas) son válidos para el individuo y para la colectividad. Definen el ideal de
sociedad humana. Según Platón, existe algo que es “la verdad sobre cómo
tenemos que vivir”, y el intelecto humano la conoce cuando consigue el
conocimiento de las Ideas perfectas, inmutables e inmateriales. Sólo quien logre
este conocimiento tendrá la cualificación adecuada para dirigir la organización
política y moral de la sociedad. Según Platón, el filósofo es el hombre que conoce
las ideas y, por tanto, es el hombre que podrá solucionar los problemas de la
convivencia humana. El Estado ideal será el que esté gobernado por hombres
amantes de la sabiduría y, a la vez, excelentes y felices
Todo arte y toda investigación científica, lo mismo que toda acción y elección
parecen tender a algún bien; y por ello definieron con toda pulcritud el bien los que
dijeron ser aquello a que todas las cosas aspiran.(Aristóteles, Ética a Nicómaco,
libro 1,1).
Siendo como son en gran número las acciones y las artes y ciencias, muchos
serán por consiguiente los fines. Así, el fin de la medicina es la salud; el de la
construcción naval, el navío; el de la estrategia, la victoria, y el de la ciencia
económica, la riqueza. (Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro 1,1)
Por tanto, la ética apela a la propia responsabilidad del hombre para ser una
buena persona. A su vez, el autor considera que la ignorancia afecta de un modo
negativo al ser humano puesto que cuando una persona no se conoce a sí misma
no puede saber aquello que le conviene de verdad a partir de su propia
naturaleza.
Sócrates fue un mentor para otras muchas personas puesto que por medio de una
filosofía practicada en forma de diálogo, este pensador ayudó a otros hombres a
encontrar su verdadera felicidad.
nietzsche
1. La crítica a la moral.
2. El nihilismo como alternativa.
El utilitarismo obliga a repetir constantemente los juicios éticos, que seran relativos
al uso que se haga de las cosas, es decir, a las prácticas o conductas que se
desarrollen con ellas. La religión o la energía atómica no son ni buenas ni malas,
no puede establecerse para siempre la bondad o maldad de algo, sino que
depende, en cada caso, de los resultados prácticos. Resultará, las más de las
veces, que el utilitaristas calificará a las cosas, vinculadas siempre a conductas,
de buenas si resultan beneficiosas y malas si resultan perjudiciales; resultando
algunas de ellas buenas y malas a un mismo tiempo, al depender de la utilización
que se haga de ellas. Así, la energía atómica es buena (útil, benéfica) en la
medida en que proporciona iluminación a las grandes ciudades y mala (perjudicial)
en la medida en que permite fabricar bómbas atómicas o desechar residuos
radiactivos al mar. Esta consideración ética perdura en nuestros días con el
nombre de pragmatismo el cual se caracteriza por hacer depender el juicio ético
de los resultados prácticos y así medir la conducta bajo el criterio de su eficacia
social.
Para los utilitaristas el Todo es mayor que la suma de las partes, el resultado de
las relaciones sociales, que forman la Sociedad, hacen de ésta algo superior y
distinto a los elementos simples que la constituyen. De ahí que un elemento
simple no podrá lograr sus propósitos con independencia del Todo y si sus
propósitos son alcanzar la felicidad a través de lo útil, habrá de perseguir lo útil
social como aquello de lo que puede derivarse su placer individual. Ningún otro
sentido encuentra el utilitarismo a la vida en Sociedad que el relativo al beneficio
que de ella pueda derivarse para todos sus integrantes. Considera que ese es el
motivo por el cual los hombres comenzaron a convivir, la utilidad común, y que esa
es la finalidad de este tipo de vida, sin la cual no tendría sentido mantenerla.
Según los utilitaristas no hay leyes eternas e inmutables, el mundo cambia y las
leyes deben cambiar también para colaborar en promover la utilidad individual y
colectiva. Los derechos derivan del mismo principio de la primacía de la Sociedad:
los derechos de los individuos tienen que ser aquellos que contribuyan a la utilidad
social.
En efecto, la vida del hombre no se agota en esta tierra, por lo que la felicidad no
puede ser algo que se consiga exclusivamente en el mundo terrenal; dado que el
alma del hombre es inmortal el fin último de las acciones del hombre trasciende la
vida terrestre y se dirige hacia la contemplación de la primera causa y principio del
ser: Dios. Santo Tomás añadirá que esta contemplación no la puede alcanzar el
hombre por sus propias fuerzas, dada la desproporción entre su naturaleza y la
naturaleza divina, por lo que requiere, de alguna manera la ayuda de Dios, la
gracia, en forma de iluminación especial que le permitirá al alma adquirir la
necesaria capacidad para alcanzar la visión de Dios.
La felicidad que el hombre puede alcanzar sobre la tierra, pues, es una felicidad
incompleta para Sto. Tomás, que encuentra en el hombre el deseo mismo de
contemplar a Dios, no simplemente como causa primera, sino tal como es Él en su
esencia. No obstante, dado que es el hombre particular y concreto el que siente
ese deseo, hemos de encontrar en él los elementos que hagan posible la
consecución de ese fin. Santo Tomás distingue, al igual que Aristóteles, dos
clases de virtudes: las morales y las intelectuales. Por virtud entiende también un
hábito selectivo de la razón que se forma mediante la repetición de actos buenos
y, al igual que para Aristóteles, la virtud consiste en en un término medio, de
conformidad con la razón. A la razón le corresponde dirigir al hombre hacia su fin,
y el fin del hombre ha de estar acorde con su naturaleza por lo que, al igual que
ocurría con Aristóteles, la actividad propiamente moral recae sobre la deliberación,
es decir, sobre el acto de la elección de la conducta.
La misma razón que tiene que deliberar y elegir la conducta del hombre es ella, a
su vez, parte de la naturaleza del hombre, por lo que ha de contener de alguna
manera las orientaciones necesarias para que el hombre pueda elegir
adecuadamente. Al reconocer el bien como el fin de la conducta del hombre la
razón descubre su primer principio: se ha de hacer el bien y evitar el mal ("Bonum
est faciendum et malum vitandum"). Este principio (sindéresis) tiene, en el ámbito
de la razón práctica, el mismo valor que los primeros principios del conocimiento
(identidad, no contradicción ) en el ámbito de la teórica. Al estar fundado en la
misma naturaleza humana es la base de la ley moral natural, es decir, el
fundamento último de toda conducta y, en la medida en que el hombre es un
producto de la creación, esa ley moral natural está basada en la ley eterna divina.
De la ley natural emanan las leyes humanas positivas, que sean aceptadas si no
contradicen la ley natural y rechazadas o consideradas injustas si la contradicen.
Pese a sus raíces aristotélicas vemos, pues, que Sto. Tomás ha conducido la
moral al terreno teológico, al encontrar en la ley natural un fundamento
trascendente en la ley eterna.
Singer
no admite una ética caprichosa y egoísta, ni una ética numéricamente dominante: ni Marx
ni Dios, ni el relativismo que depende de la opinión dominante de una sociedad (o una
clase social) ni el autoritarismo celestial que impone un mandamiento moral inapelable.
Se puede alcanzar una ética basada en la razón que se actualiza y mejora a sí misma.
Basta con que sea racional y desinteresada (con pretensión de universalidad, sin verse
afectada por el interés propio) para que una conducta pueda considerarse ética, ya sea
esta acertada o equivocada. Sin embargo, aunque la razón tenga un papel importante en
la ética, no basta con que sea racional
Dicho lo cual, Singer era partidario de una versión modernizada del utilitarismo clásico,
denominada "utilitarismo de preferencias", o "de intereses". Esta nueva modalidad de
utilitarismo tendría la ventaja de superar ciertas contradicciones, como por ejemplo el
caso de quien persiste en sufrir para conseguir un placer ulterior (corredores de fondo,
opositores y prisioneros que aceptan ser torturados antes de delatar a un compañero). El
utilitarismo clásico buscaba el mero placer, en su acepción más hedonista, sin tener en
cuenta la libertad de elección. Esto nos dejaba como meros receptáculos sensoriales,
incapaces de planificar y decidir por nosotros mismos la conveniencia de asumir un
circunstancia desagradable. A diferencia del utilitarismo de preferencia, el clásico nos
dejaba al albur de que alguien (el Estado quizás) interprete por nosotros qué es lo que
deseamos hacer.
Sin embargo, la distinción como reconoce el propio Singer es algo artificiosa, pues incluso
se podría interpretar que los clásicos como Jeremy Bentham o John Stuart Mill asimilaban
el placer con la consecución de los propios deseos. En la mayoría de los casos las
preferencias van parejas a la felicidad, porque solemos preferir lo que nos hace felices, y
en sentido inverso, solemos rechazar lo que nos hace infelices. Esto es así siempre y
cuando nuestras decisiones estén debidamente informadas y libres de engaño, lo cual
quizás sea demasiado pretencioso. Pero aunque existan errores, estamos dispuestos a
asumirlos a cambio de que nadie nos imponga una concepción de felicidad ajena a
nuestra voluntad, lo cual nos haría infelices también en algún grado.