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1.

La Ética de Platón en sus diálogos

Para Platón, las Ideas éticas son patrones morales universales con los que
podemos juzgar los comportamientos humanos. Los valores universales (las
Ideas) son válidos para el individuo y para la colectividad. Definen el ideal de
sociedad humana. Según Platón, existe algo que es “la verdad sobre cómo
tenemos que vivir”, y el intelecto humano la conoce cuando consigue el
conocimiento de las Ideas perfectas, inmutables e inmateriales. Sólo quien logre
este conocimiento tendrá la cualificación adecuada para dirigir la organización
política y moral de la sociedad. Según Platón, el filósofo es el hombre que conoce
las ideas y, por tanto, es el hombre que podrá solucionar los problemas de la
convivencia humana. El Estado ideal será el que esté gobernado por hombres
amantes de la sabiduría y, a la vez, excelentes y felices

La ética de Platón, al igual que la socrática, identificaba el bien con el


conocimiento, caracterizándose por un marcado intelectualismo. Por naturaleza el
hombre tiende a buscar el bien, por lo que bastaría conocerlo para obrar
correctamente; el problema es que el hombre desconoce el bien, y toma por
bueno lo que le parece bueno y no lo que realmente es bueno. De ahí que Platón
en la República, en la explicación del mito de la caverna, insista en que la Idea del
Bien debe necesariamente conocerla quien quiera proceder sabiamente tanto en
su vida privada como en su vida pública, una Idea de Bien que es única y la
misma para todos los hombres. Para Aristóteles, sin embargo, en consonancia con
su rechazo de la subsistencia de las formas, no es posible afirmar la existencia del
"bien en sí", de un único tipo de bien: del mismo modo que el ser se dice de
muchas maneras, habrá también muchos tipos de bienes.

Todo arte y toda investigación científica, lo mismo que toda acción y elección
parecen tender a algún bien; y por ello definieron con toda pulcritud el bien los que
dijeron ser aquello a que todas las cosas aspiran.(Aristóteles, Ética a Nicómaco,
libro 1,1).

Siendo como son en gran número las acciones y las artes y ciencias, muchos
serán por consiguiente los fines. Así, el fin de la medicina es la salud; el de la
construcción naval, el navío; el de la estrategia, la victoria, y el de la ciencia
económica, la riqueza. (Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro 1,1)

La Ética a Nicómaco comienza afirmando que toda acción humana se realiza en


vistas a un fin, y el fin de la acción es el bien que se busca. El fin, por lo tanto, se
identifica con el bien. Pero muchas de esas acciones emprendidas por el hombre
son un "instrumento" para conseguir, a su vez, otro fin, otro bien. Por ejemplo, nos
alimentamos adecuadamente para gozar de salud, por lo que la correcta
alimentación, que es un fin, es también un instrumento para conseguir otro fin: la
salud. ¿Hay algún fin último? Es decir, ¿Hay algún bien que se persiga por sí
mismo, y no como instrumento para alcanzar otra bien? Aristóteles nos dice que la
felicidad es el bien último al que aspiran todos los hombres por naturaleza. La
naturaleza nos impele a buscar la felicidad, una felicidad que Aristóteles identifica
con la buena vida, con una vida buena. Pero no todos los hombres tienen la
misma concepción de lo que es una vida buena, de la felicidad: para unos la
felicidad consiste en el placer, para otros en las riquezas, para otros en los
honores, etc. ¿Es posible encontrar algún hilo conductor que permita decidir en
qué consiste la felicidad, más allá de los prejuicios de cada cual?

No se trata de buscar una definición de felicidad al modo en que Platón busca la


Idea de Bien, toda vez que el intelectualismo platónico ha sido ya rechazado. La
ética no es, ni puede ser, una ciencia, que dependa del conocimiento de la
definición universal del Bien, sino una reflexión práctica encaminada a la acción,
por lo que ha de ser en la actividad humana en donde encontremos los elementos
que nos permitan responder a esta pregunta. Cada sustancia tiene una función
propia que viene determinada por su naturaleza; actuar en contra de esa función
equivale a actuar en contra de la propia naturaleza; una cama ha de servir para
dormir, por ejemplo, y un cuchillo para cortar: si no cumplen su función diremos
que son una "mala" cama o un "mal" cuchillo. Si la cumplen, diremos que tienen la
"virtud" (areté) que le es propia: permitir el descanso o cortar, respectivamente; y
por lo tanto diremos que son una "buena" cama y un "buen" cuchillo. La virtud,
pues, se identifica con cierta capacidad o excelencia propia de una sustancia, o de
una actividad (de una profesión, por ejemplo).
Del mismo modo el hombre ha de tener una función propia: si actúa conforme a
esa función será un "buen" hombre; en caso contrario será un "mal" hombre. La
felicidad consistirá por lo tanto en actuar en conformidad con la función propia del
hombre. Y en la medida en que esa función se realice, podrá el hombre alcanzar
la felicidad. Si sus actos le conducen a realizar esa función, serán virtuosos; en el
caso contrario serán vicios que le alejarán de su propia naturaleza, de lo que en
ella hay de característico o excelente y, con ello, de la felicidad.
Si queremos resolver el problema de la felicidad, el problema de la moralidad,
hemos de volvernos hacia la naturaleza del hombre, y no hacia la definición de un
hipotético "bien en sí". Ahora bien, el hombre es una sustancia compuesta de alma
y cuerpo, por lo que junto a las tendencias apetitivas propias de su naturaleza
animal encontraremos tendencias intelectivas propias de su naturaleza racional.
Habrá, pues, dos formas propias de comportamiento y, por lo tanto, dos tipos de
virtudes: las virtudes éticas (propias de la parte apetitiva y volitiva de la naturaleza
humana) y las virtudes dianoéticas (propias de la diánoia, del pensamiento, de las
funciones intelectivas del alma).
 LA ÉTICA KANTIANA:
Para Kant es un hecho que lo único objetivamente bueno es una buena voluntad.
La inteligencia, el valor, la riqueza y todo lo que solemos considerar valioso dejan
de tener valor y se vuelven incluso cosas perniciosas si van acompañados de una
voluntad torcida. También la felicidad, meta de muchas teorías éticas, tiene un
valor relativo frente a la buena voluntad ya que la felicidad del malvado genera
repulsión al observador objetivo como si solo fuéramos dignos de ser felices
cuando poseemos una.buena.voluntad.

Que la buena voluntad es buena incondicionalmente podemos demostrarlo como


sigue. La naturaleza no hace nada en vano, si un ser natural posee un órgano
para satisfacer una función ese órgano es adecuado y perfecto para esa función.
El hombre posee razón e instinto y la razón no tiene solo una función teórica sino
también práctica que busca el bien moral. Pero la razón difícilmente nos puede
hacer felices, el hombre sabio descubre pronto que todas las preocupaciones que
nos muestra nuestro intelecto (muerte, enfermedad, pobreza, incertidumbre…) y
que los actos buenos de nuestra razón práctica no conducen a la felicidad; sin
embargo, el hombre sencillo haya la felicidad sin necesidad de su razón con su
mero instinto. Concluye Kant que si el fin del hombre fuera la felicidad la
naturaleza no nos hubiese dotado de una razón práctica que elabora juicios
morales que no conducen por sí mismos a la felicidad. De este modo sostiene
Kant que el hombre ha sido dotado por la naturaleza de razón práctica para otro
fin más alto que la felicidad: el bien moral.
El bien moral se manifiesta claramente en el concepto de deber. La búsqueda de
la felicidad o de la riqueza nos fuerza a acciones cuyo valor está condicionado a la
consecución de un fin mientras que los actos del deber impuestos por nuestra
razón práctica tienen valor por sí mismos. De este modo concluimos que los actos
morales no son evaluables por sus resultados porque no son elegidos para
alcanzar algo sino por ellos mismos. El resultado de un acto bueno puede ser
perjudicial pero el acto seguirá siendo bueno porque lo importante de un acto
moral es el principio por el que se realiza.
La ética de Kant es una ética formal porque mientras que otras teorías éticas han
buscado el modo de alcanzar un fin (la felicidad, la tranquilidad, el Cielo…) y son
por lo tanto “instrucciones para”, la ética kantiana propone que nos centremos en
la forma de nuestras decisiones éticas. A pesar de su rigorismo la ética de Kant no
deja de ser una meta noble y un firme alegato a favor de la libertad y la dignidad
intrínseca de todos los seres humanos.
socrates
La ética socrática es aquella que nace del desarrollo de la virtud como pilar
esencial del obrar correcto. Sócrates explica cómo la práctica del bien perfecciona
al ser humano, por el contrario, la práctica del mal corrompe su naturaleza. La
ética del autor es, ante todo, práctica.
El bien produce felicidad
De este modo, la práctica del bien produce una alegría interior que es fruto de esa
satisfacción inmediata que una persona experimenta cuando sabe que ha hecho lo
correcto. Por el contrario, la virtud de la justicia tiene como objetivo reparar un
daño cometido. Por ejemplo, por medio de un castigo.
La virtud es inherente al ser humano como ser racional, como un ser consciente
de sí mismo y de las consecuencias de sus actos. De este modo, la práctica de la
bondad conduce a la vida plena. Desde el punto de vista del autor, la virtud es
inherente a la propia naturaleza del ser humano.

El ser humano debe comportarse atendiendo el criterio del bien, y no de otro


modo, porque es su obligación moral actuar así. Es su vocación existencial.
Voluntad y conocimiento son dos ingredientes constantemente interconectados en
esta teoría ética.
Conócete a ti mismo
Según el autor, es suficiente que una persona sepa qué es justo en un contexto
determinado para que aplique este criterio en el marco de la acción. Una reflexión
que da lugar a un intelectualismo socrático. “Conócete a ti mismo”, este mensaje
de introspección mueve la filosofía de Sócrates como punto de partida para que el
ser humano cuide su alma a partir de aquello que le hace bien.

Por tanto, la ética apela a la propia responsabilidad del hombre para ser una
buena persona. A su vez, el autor considera que la ignorancia afecta de un modo
negativo al ser humano puesto que cuando una persona no se conoce a sí misma
no puede saber aquello que le conviene de verdad a partir de su propia
naturaleza.

Sócrates fue un mentor para otras muchas personas puesto que por medio de una
filosofía practicada en forma de diálogo, este pensador ayudó a otros hombres a
encontrar su verdadera felicidad.

nietzsche

Desarrolla una ética de la autorrealización, del desarrollo de sí mismo. Se trata,


por tanto, de una ética material. Entiende la felicidad como creación de sí mismo,
como autocreación en el juego de la experiencia sin límites. La ética de Nietzsche
tendría dos momentos:

1. La crítica a la moral.
2. El nihilismo como alternativa.

La propuesta de Nietzsche parte de esta destrucción de la moral y de su crítica a


la religión, que afirma rotundamente la muerte de Dios. Trata de superar el
resentimiento que causó la transmutación de los valores. Para ello, propone como
alternativa el nihilismo: aceptar la vida y la nada y vivir “Más allá del bien y del
mal”. Se rechazarían todos los valores y normas morales y religiosas. El mundo y
la vida carecen de sentido y la única verdad es el eterno retorno, la eterna
repetición de todo. No existe la verdad ni el valor: sólo la apariencia, la materia. Si
se supera este desfondamiento, el hombre puede crearse y recrearse
permanentemente, en un continuo juego con la realidad. Superado el nihilismo, el
hombre puede llegar a ser superhombre, viviendo completamente libre, al
margen de las cadenas que a juicio de Nietzsche son la moral y la religión. De la
sumisión a la voluntad divina se pasa a la afirmación de la voluntad de poder, la
fuerza, el dinamismo que arraiga en cada cuerpo. El yo se impone al mundo. La
virtud nacerá así del fondo de la pasión. El mandato ético de Nietzsche sería:
“Créate a ti mismo”, a partir del caos, del flujo de fuerzas e impulsos que eres.
El mundo no tiene sentido ni hay un ideal al que aspirar. La vida no puede
enfocarse como progreso sino como eterno presente que acontece y se repite. La
vida es dolor, fragilidad, llanto, risa, fortaleza, alegría. El superhombre juega con la
vida, encarna el espíritu de un niño. Jugar es hacer cosas sin buscar un sentido,
una utilidad o un rendimiento. El superhombre inventa nuevos sentidos para las
cosas, decide lo que quiere ser y lo que quiere que el mundo sea. Vive a la
intemperie y no está sujeto a nada. Con Nietzsche la ética se disuelve en la
estética. Los conceptos se convierten en metáforas, y la trasgresión es una actitud
permanente. Habría que preguntarse hasta qué punto es aceptable su propuesta.
Las críticas pueden formularse desde distintos puntos de vista. La ética de
Nietzsche conduce a la llamada “posmodernidad” en la que todo vale ya no
existen referentes (opuesto al universalismo socrático o platónico). Su crítica a la
razón y la moralidad es devastadora y radical pero todavía existen enfoques que
reivindican la posibilidad de reconstruir racionalmente una ética.

En la ética sostuvo el criterio utilitarista de buscar el máximo bienestar del mayor


número de individuos, la felicidad general (General Happiness) como criterio y fin
de la moralidad, apelando al sentido común de los seres humanos para ser tenido
como principio y guía de la acción. Esta doctrina ética sostiene que la felicidad de
los individuos, de cada uno, depende de la de los demás. En la medida en que
logro la felicidad de los demás consigo también la propia, de manera que para un
individuo resulta útil lograr la felicidad del conjunto en el que se encuentra
inmerso. Buscar lo útil consiste en ser práctico, valorar las cosas de manera
distinta según el uso que se haga de ellas. Un cuchillo en sí mismo no es ni bueno
ni malo, resultará bueno si le sirve al conjunto de los individuos para cortar pan o
tallar madera y malo si lo utilizan para matarse. Por tanto, lo malo es lo inútil para
conseguir la felicidad y lo bueno es lo útil para lograrla. No es correcto decir que
un cuchillo puede ser útil para matar, ya que el utilitarista, reserva el calificativo de
útil, tan sólo para aquello que, manejado de determinada manera, proporciona
bienestar al mayor número.

El utilitarismo obliga a repetir constantemente los juicios éticos, que seran relativos
al uso que se haga de las cosas, es decir, a las prácticas o conductas que se
desarrollen con ellas. La religión o la energía atómica no son ni buenas ni malas,
no puede establecerse para siempre la bondad o maldad de algo, sino que
depende, en cada caso, de los resultados prácticos. Resultará, las más de las
veces, que el utilitaristas calificará a las cosas, vinculadas siempre a conductas,
de buenas si resultan beneficiosas y malas si resultan perjudiciales; resultando
algunas de ellas buenas y malas a un mismo tiempo, al depender de la utilización
que se haga de ellas. Así, la energía atómica es buena (útil, benéfica) en la
medida en que proporciona iluminación a las grandes ciudades y mala (perjudicial)
en la medida en que permite fabricar bómbas atómicas o desechar residuos
radiactivos al mar. Esta consideración ética perdura en nuestros días con el
nombre de pragmatismo el cual se caracteriza por hacer depender el juicio ético
de los resultados prácticos y así medir la conducta bajo el criterio de su eficacia
social.

Lo útil, lo bueno y lo placentero se identifican, estando el utilitarismo emparentado


con el hedonismo antiguo, pero mientras que el hedonismo clásico busca el placer
individual el utilitarismo persigue el bienestar colectivo, bajo la idea de que del
bienestar colectivo es del que se puede derivar el individual. El utilitarista piensa
que el individuo es fundamentalmente egoísta, pero intenta hacerle ver que la
mejor dirección que puede tomar su búsqueda de lo que le es útil para alcanzar la
felicidad, individualmente, pasa por alcanzar el bienestar de los que le rodean;
supeditando el bienestar individual al logro del bienestar colectivo. Lo útil para el
hombre, como ser social, es la mejora de la Sociedad. De ahí que la mejora de la
Sociedad sea el camino que debe emprender quien sea egoísta y busque lo que le
resulta más útil y placentero, es decir, lo que le pueda aportar la felicidad. La tesis
de fondo es que yo no puedo ser realmente feliz si no lo son también todos los que
me rodean. De todas formas, como lo bueno o malo no dependen de los motivos
de la acción, sino de sus consecuencias, poco importa para los utilitaristas que se
obre por egoísmo o altruísmo, siempre que el resultado sea socialmente
beneficioso para la mayoría. Hay que distinguir entre lo que se desea y  lo
deseable, se desean muchas cosas que reportan dolor o más dolor que placer,
todo lo cual quedaría fuera del ámbito de lo que Mill considera como esfera de lo
deseable. En Mill la visión social no es un atomismo de los individuos sino
un organicismo, si el hombre es un ser social para ser feliz tiene que lograr la
felicidad de la Sociedad, porque mi brazo no puede ser feliz independientemente
de la infelicidad de mis manos o del resto de mi organismo, ni una celula social
con independencia de la Sociedad.

 Para los utilitaristas el Todo es mayor que la suma de las partes, el resultado de
las relaciones sociales, que forman la Sociedad, hacen de ésta algo superior y
distinto a los elementos simples que la constituyen. De ahí que un elemento
simple no podrá lograr sus propósitos con independencia del Todo y si sus
propósitos son alcanzar la felicidad a través de lo útil, habrá de perseguir lo útil
social como aquello de lo que puede derivarse su placer individual. Ningún otro
sentido encuentra el utilitarismo a la vida en Sociedad que el relativo al beneficio
que de ella pueda derivarse para todos sus integrantes. Considera que ese es el
motivo por el cual los hombres comenzaron a convivir, la utilidad común, y que esa
es la finalidad de este tipo de vida, sin la cual no tendría sentido mantenerla.

 Según los utilitaristas no hay leyes eternas e inmutables, el mundo cambia y las
leyes deben cambiar también para colaborar en promover la utilidad individual y
colectiva. Los derechos derivan del mismo principio de la primacía de la Sociedad:
los derechos de los individuos tienen que ser aquellos que contribuyan a la utilidad
social.

 Las ideas utilitaristas han sido malinterpretadas por el neoliberalismo que


considera que del egoísmo particular se derivará el bienestar colectivo, porque se
han olvidado de que sólo del egoísmo particular orientado hacia el bienestar
general y sancionado por los resultados socialmente benéficos de sus acciones en
la práctica, puede derivarse el bienestar colectivo que postula el utilitarismo.

Respecto a la religión en Mill pueden encontrarse a la vez un cierto deísmo


positivista e ilustrado y también un cierto agnosticismo. Frente al dogmatismo de
las verdades reveladas ofrece Mill una serie de inferencias acerca de lo deseable,
una ética, obtenida mediante la introspección y la observación de hechos relativos
a la conducta humana. Así, la ética utilitarista puede decirse que engloba a
la religión de la humanidad cuyos principios de sentido común plantea.

Sto. Tomás está de acuerdo con Aristóteles en la concepción teleológica de la


naturaleza y de la conducta del hombre: toda acción tiende hacia un fin, y el fin es
el bien de una acción. Hay un fin último hacia el que tienden todas las acciones
humanas, y ese fin es lo que Aristóteles llama la felicidad. Santo Tomás está de
acuerdo en que la felicidad no puede consistir en la posesión de bienes
materiales, pero a diferencia de Aristóteles, que identificaba la felicidad con la
posesión del conocimiento de los objetos más elevados (con la teoría o
contemplación), con la vida del filósofo, en definitiva , santo Tomás, en su continuo
intento por la acercar aristotelismo y cristianismo, identifica la felicidad con la
contemplación beatífica de Dios, con la vida del santo, de acuerdo con su
concepción trascendente del ser humano.

En efecto, la vida del hombre no se agota en esta tierra, por lo que la felicidad no
puede ser algo que se consiga exclusivamente en el mundo terrenal; dado que el
alma del hombre es inmortal el fin último de las acciones del hombre trasciende la
vida terrestre y se dirige hacia la contemplación de la primera causa y principio del
ser: Dios. Santo Tomás añadirá que esta contemplación no la puede alcanzar el
hombre por sus propias fuerzas, dada la desproporción entre su naturaleza y la
naturaleza divina, por lo que requiere, de alguna manera la ayuda de Dios, la
gracia, en forma de iluminación especial que le permitirá al alma adquirir la
necesaria capacidad para alcanzar la visión de Dios.

La felicidad que el hombre puede alcanzar sobre la tierra, pues, es una felicidad
incompleta para Sto. Tomás, que encuentra en el hombre el deseo mismo de
contemplar a Dios, no simplemente como causa primera, sino tal como es Él en su
esencia. No obstante, dado que es el hombre particular y concreto el que siente
ese deseo, hemos de encontrar en él los elementos que hagan posible la
consecución de ese fin. Santo Tomás distingue, al igual que Aristóteles, dos
clases de virtudes: las morales y las intelectuales. Por virtud entiende también un
hábito selectivo de la razón que se forma mediante la repetición de actos buenos
y, al igual que para Aristóteles, la virtud consiste en en un término medio, de
conformidad con la razón. A la razón le corresponde dirigir al hombre hacia su fin,
y el fin del hombre ha de estar acorde con su naturaleza por lo que, al igual que
ocurría con Aristóteles, la actividad propiamente moral recae sobre la deliberación,
es decir, sobre el acto de la elección de la conducta.
La misma razón que tiene que deliberar y elegir la conducta del hombre es ella, a
su vez, parte de la naturaleza del hombre, por lo que ha de contener de alguna
manera las orientaciones necesarias para que el hombre pueda elegir
adecuadamente. Al reconocer el bien como el fin de la conducta del hombre la
razón descubre su primer principio: se ha de hacer el bien y evitar el mal ("Bonum
est faciendum et malum vitandum"). Este principio (sindéresis) tiene, en el ámbito
de la razón práctica, el mismo valor que los primeros principios del conocimiento
(identidad, no contradicción ) en el ámbito de la teórica. Al estar fundado en la
misma naturaleza humana es la base de la ley moral natural, es decir, el
fundamento último de toda conducta y, en la medida en que el hombre es un
producto de la creación, esa ley moral natural está basada en la ley eterna divina.
De la ley natural emanan las leyes humanas positivas, que sean aceptadas si no
contradicen la ley natural y rechazadas o consideradas injustas si la contradicen.
Pese a sus raíces aristotélicas vemos, pues, que Sto. Tomás ha conducido la
moral al terreno teológico, al encontrar en la ley natural un fundamento
trascendente en la ley eterna.
Singer
no admite una ética caprichosa y egoísta, ni una ética numéricamente dominante: ni Marx
ni Dios, ni el relativismo que depende de la opinión dominante de una sociedad (o una
clase social) ni el autoritarismo celestial que impone un mandamiento moral inapelable.
Se puede alcanzar una ética basada en la razón que se actualiza y mejora a sí misma.
Basta con que sea racional y desinteresada (con pretensión de universalidad, sin verse
afectada por el interés propio) para que una conducta pueda considerarse ética, ya sea
esta acertada o equivocada. Sin embargo, aunque la razón tenga un papel importante en
la ética, no basta con que sea racional
Dicho lo cual, Singer era partidario de una versión modernizada del utilitarismo clásico,
denominada "utilitarismo de preferencias", o "de intereses". Esta nueva modalidad de
utilitarismo tendría la ventaja de superar ciertas contradicciones, como por ejemplo el
caso de quien persiste en sufrir para conseguir un placer ulterior (corredores de fondo,
opositores y prisioneros que aceptan ser torturados antes de delatar a un compañero). El
utilitarismo clásico buscaba el mero placer, en su acepción más hedonista, sin tener en
cuenta la libertad de elección. Esto nos dejaba como meros receptáculos sensoriales,
incapaces de planificar y decidir por nosotros mismos la conveniencia de asumir un
circunstancia desagradable. A diferencia del utilitarismo de preferencia, el clásico nos
dejaba al albur de que alguien (el Estado quizás) interprete por nosotros qué es lo que
deseamos hacer.
Sin embargo, la distinción como reconoce el propio Singer es algo artificiosa, pues incluso
se podría interpretar que los clásicos como Jeremy Bentham o John Stuart Mill asimilaban
el placer con la consecución de los propios deseos. En la mayoría de los casos las
preferencias van parejas a la felicidad, porque solemos preferir lo que nos hace felices, y
en sentido inverso, solemos rechazar lo que nos hace infelices. Esto es así siempre y
cuando nuestras decisiones estén debidamente informadas y libres de engaño, lo cual
quizás sea demasiado pretencioso. Pero aunque existan errores, estamos dispuestos a
asumirlos a cambio de que nadie nos imponga una concepción de felicidad ajena a
nuestra voluntad, lo cual nos haría infelices también en algún grado.

En la última edición en inglés de 2011, se sigue argumentando desde el utilitarismo de las


preferencias. Pero posteriormente, en 2014, Singer reconoció que tenía dudas y optó por
un utilitarismo hedonista (que viene a ser lo mismo que volver a los clásicos)
 

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