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TEMA 5.

LA CRISIS DEL SISTEMA DE LA RESTAURACIÓN ENTRE 1902 Y 1923

La Restauración fue una etapa muy amplia que solo se entiende si tenemos en cuenta que a la etapa
fundacional iniciada por Cánovas del Castillo en 1875, le sucedió otra a finales del siglo XIX con varias
reformas liberales que le dieron mayor amplitud a las instituciones, situación desde la que el sistema
tendría que hacer frente a sucesivas crisis a partir de 1898, incluidas las gravísimas de 1909, 1917 y 1921.
En 1898, la derrota ante Estados Unidos, que trajo como consecuencia la pérdida de Cuba, Puerto Rico y
Filipinas, produjo una conmoción general en España. La pérdida de las últimas colonias, conocida como el
desastre de 1898, dio lugar a un descontento general y causó enfrentamientos por las responsabilidades
políticas, pero el sistema no entró realmente en crisis, aunque los regeneracionistas cuestionaron su funcio-
namiento, plasmaron la necesidad de reformarlo, y exigieron una renovación política, social y cultural.
En 1902 el régimen de la Restauración entró en una nueva fase, cuyo inicio estuvo marcado por el final de
la Regencia de María Cristina, al alcanzar el rey Alfonso XIII la mayoría de edad con 16 años y comenzar a
ejercer personalmente las funciones monárquicas, y cuyo final puede situarse al iniciarse la Dictadura de
Primo de Rivera en 1923. Esta etapa de 1902 a 1923 se caracterizó por una larga crisis que quebró el
sistema, afectando a sus mismos fundamentos. Muchas fueron las causas de esta inestabilidad y de la
incapacidad de los sucesivos gobiernos para superarla. En primer lugar, este proceso de descomposición
política fue paralelo a una evolución lenta y profunda en la economía y en la estructura social, que fue
transformando el país y el modo de vida de las gentes. En segundo lugar hay que mencionar la personalidad
del rey que jugó desde el principio un papel activo: se implicó en los cambios de gobierno, participó en la
acción política y se dejó influir por el sector más conservador del generalato. En tercer lugar, en las raíces
de la crisis estaba la inestabilidad de los partidos dinásticos, ya que, al desaparecer sus líderes históricos
(Cánovas, Sagasta y Silvela), serían encabezados por una nueva generación de políticos: los conservadores
(Fernández Villaverde, Maura, Dato) y los liberales (Canalejas, Moret, Montero Ríos, Romanones) que
luchaban por el control de sus respectivos grupos, dificultando los liderazgos fuertes y los proyectos de
reforma. Por último, la progresiva decadencia y la fragmentación del régimen fortalecieron la oposición al
margen del turno: por un lado el republicanismo se amplió con nuevos partidos como el Partido
Republicano Radical (Lerroux) fundado en 1908 y que pese a ser anticatalanista tuvo su base inicial en
Barcelona, y el Partido Reformista que apareció en 1912 (Álvarez); por otra parte, en el movimiento obrero
se fueron consolidando tanto el anarcosindicalismo que en 1910 despegó gracias a la creación de la CNT,
como el socialismo, que no solo registró un aumento de las afiliaciones a la UGT y al PSOE, sino que
empezó a obtener buenos resultados en las elecciones municipales y luego en las generales, pues en efecto
en 1910 con la Conjunción republicano-socialista consiguió su primer diputado (Pablo Iglesias), aunque en
1921 sufriría una escisión al surgir el PCE vinculado a la Internacional Comunista; igualmente crecieron
los nacionalismos, principalmente catalán y vasco, así la Lliga Regionalista (Prat de la Riba y Cambó)
mantuvo una consistente minoría en el Congreso, pero el PNV solo se presentó tardíamente a las elecciones
generales; y finalmente, el carlismo mantuvo su presencia parlamentaria a lo largo del periodo. Es decir, se
iniciaba una oposición real gracias al crecimiento de las fuerzas opositoras al margen del sistema, ya que el
régimen de la Restauración fue incapaz de ensanchar su base social hacia esas fuerzas, lo que dio lugar a un
aumento de conflictos sociales y políticos donde se evidenciaron cuestiones anticlericales, coloniales y
militaristas. Sin embargo, dentro de esta visión general del periodo, pueden distinguirse diferentes etapas.
La primera etapa se extendería hasta 1912 y en ella los partidos dinásticos, y en concreto Antonio Maura
desde el Partido Conservador y José Canalejas desde el Partido Liberal, influidos por el regeneracionismo,
pusieron en marcha un proceso de reformas que modernizara la vida social y política del país, intentando
cambiar el sistema desde dentro, en un proceso que no obtuvo resultados definitivos. En esta “revolución
desde arriba” o “revisionismo del sistema” el conservador Antonio Maura, que en un anterior gobierno ya
había aprobado la Ley de descanso dominical en 1904, puso en marcha durante su “gobierno largo” de
1907 a 1909 una legislación que buscaba aumentar la democratización e incluyó la Ley electoral de 1907 y
la Ley de Administración Local de 1907. En 1908 creó el Instituto Nacional de Previsión. Su proyecto se
interrumpió al dimitir en 1909 a consecuencia de la gravísima crisis de la Semana Trágica. La Semana
Trágica entronca con la presencia española en el norte de Marruecos para establecer un protectorado, según
los acuerdos internacionales de la Conferencia de Algeciras de 1906. Algunos rifeños se oponían a la
ocupación colonial, originando la Guerra de Marruecos. En 1909 un revés en el conflicto llevó a necesitar
tropas de reserva, lo que provocó en Barcelona, lugar de embarque, y sus alrededores una protesta obrera,
explosión de descontento popular que incluyó barricadas y quema de conventos con un anticlericalismo
exacerbado y que se inició el 26 de julio y se prolongó una semana hasta ser controlada por el ejército con
un centenar de muertos. Mientras, el 27 de julio la debilidad española se evidenció en el Barranco del Lobo
junto a Melilla. La represión de la Semana Trágica incluyó el juicio, condena sin suficientes pruebas y
ejecución del anarquista Ferrer Guardia, lo que dio lugar a una protesta internacional y a la campaña
“Maura, no” que provocó su caída y que el rey disolviese las Cortes y traspasara el gobierno a los liberales.
Así, entre 1910 y 1912 el liberal José Canalejas impulsó desde el gobierno una legislación social con
intervención del Estado. Entre sus medidas estuvo la sustitución del impuesto de consumos por un
impuesto progresivo sobre la renta. Intentó profundizar en la separación entre la Iglesia y el Estado, y en
1910 estableció la Ley del “Candado” que prohibía el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en
España sin autorización previa. Con la Ley del Reclutamiento de 1910 hizo el servicio militar obligatorio en
tiempo de guerra. No logró que su proyecto de Ley de Mancomunidades fuera aprobado en 1912, aunque
una ley posterior permitiría crear la Mancomunidad Catalana en 1914. En 1912 el intento reformista de
Canalejas se vio bruscamente interrumpido por su asesinato en un atentado en la Puerta del Sol de Madrid.
Una segunda etapa de la crisis de la Restauración comenzó en 1912, al producirse una descomposición de
los partidos del turno, mientras se reforzaba la oposición. En las ciudades no era posible tanta manipulación
como en las zonas rurales y la pérdida de influencia del caciquismo y las críticas al fraude electoral restaron
eficacia a la maquinaria electoral de los partidos dinásticos. El resultado fue que las mayorías en las Cortes
fueron precarias, no solo por los resultados electorales, sino también por las divisiones de los partidos en
diferentes facciones. Socialistas, radicales, republicanos y nacionalistas aumentaron su presencia en la vida
política, incrementaron su fuerza electoral y consolidaron su representación parlamentaria. Así, en las
elecciones de 1916, casi un 20 % de los diputados no pertenecía a los partidos dinásticos, incluyendo entre
otros a los diputados de la Lliga de Cambó, a los de la Conjunción republicano-socialista y a los radicales
de Lerroux. En esta etapa aumentaron las luchas sociales debido a la mayor conciencia de clase de obreros
y campesinos, a la degradación de las condiciones de vida, a la fuerza creciente de los sindicatos y al éxito
de las primeras grandes huelgas. Estas posiciones cada vez más enfrentadas entre trabajadores y patronos
hicieron más agudos los conflictos y conllevaron una polarización que desestabilizó aún más la política.
Además, la I Guerra Mundial tuvo profundas repercusiones en la economía y en la vida política de España.
España era una potencia europea de segundo rango que, aunque dividida entre germanófilos y aliadófilos,
permaneció neutral durante la I Guerra Mundial, lo que permitió un crecimiento económico importante,
pero provocó una gran inflación que empobreció a las clases populares y recrudeció las tensiones sociales.
En 1917 se producía la otra gran crisis del periodo. En realidad se trataba de la coincidencia en el tiempo de
tres crisis superpuestas: militar, política y obrera. En primer lugar se produjeron protestas y presiones de los
militares contra el gobierno, no era la primera vez, ya que, pese a que suele subrayarse el debilitamiento del
intervencionismo militar durante la Restauración, en 1906 se había promulgado la Ley de Jurisdicciones
que había puesto bajo jurisdicción militar las ofensas a la unidad de la patria, la bandera y el honor del
ejército, pero en 1917 las presiones se articularon en torno a unas juntas militares que solicitaban aumentos
de salario y que se oponían al sistema de ascensos por méritos de guerra que favorecía a los africanistas que
prestaban servicio en el protectorado marroquí. Estas Juntas de Defensa lograron el apoyo del monarca y en
junio de 1917 se legalizaron como organizaciones militares corporativas por el gobierno conservador de
Dato. En segundo lugar se produjo la crisis política de la Asamblea de Parlamentarios, que surgió porque
en 1916 el gobierno liberal del conde de Romanones había cerrado las Cortes y en 1917 se pidió al gobierno
de Dato que las reabriera, pero se negó. Entonces, unos setenta senadores y diputados se reunieron en julio
en Barcelona en una Asamblea de Parlamentarios que exigió unas Cortes Constituyentes y un cambio de
gobierno, pero la reunión fue disuelta por las fuerzas del orden y sus peticiones no tuvieron eco. En tercer
lugar tuvo lugar la crisis social, desencadenada por una huelga general revolucionaria en agosto de 1917,
que fue convocada por la UGT y apoyada en algunos lugares por la CNT y que fue reprimida con dureza
por el gobierno haciendo uso del ejército. Es decir, el ejército había abandonado su protesta y sometía a
opositores y obreros. Para facilitar la salida de la crisis, el rey sustituyó a Dato por el liberal García Prieto,
Así, desde 1917 fue patente la inoperancia del sistema y su incapacidad de solucionar los problemas. La
crisis de los partidos dinásticos derivó en el final del turnismo bipartidista y ningún partido era capaz de
formar gobierno por sí solo. Esto llevó durante un tiempo a gobiernos de concentración, que incluyeron
también a la Lliga; pero que tampoco lograron recomponer el sistema. La inestabilidad política supuso que
entre 1918 y 1923 hubiera diez cambios de gobierno, sin que ninguno alcanzase un año de duración. Esta
profunda crisis coincidió con la depresión económica de posguerra y la revolución comunista rusa de 1917,
que sirvieron de acicate para una fuerte conflictividad social durante el “trienio bolchevique”, que incluyó
revueltas campesinas y movilizaciones obreras como la huelga de la Canadiense en Barcelona en 1919,
dirigida por la CNT y que contribuyó a que el gobierno estableciera la jornada de 8 horas. También creció
el sindicalismo y para contrarrestarlo se abusó de la Ley de Fugas y los patronos financiaron el pistolerismo
en Barcelona. Entre sus numerosas víctimas estuvo el cenetista Seguí. En 1921 el Presidente del Consejo
Eduardo Dato fue asesinado en Madrid y en 1923 el Cardenal Soldevila en Zaragoza. Hubo otras tensiones
políticas derivadas de la derrota de Annual en 1921 en la Guerra de Marruecos y de su investigación en el
expediente Picasso y en las Cortes, donde se criticó la actuación militar e incluso se cuestionó la del rey.
Todo ello minó el régimen de la Restauración. La incapacidad del sistema para renovarse y democratizarse
acabó dando paso a la solución militar. En 1923 Miguel Primo de Rivera, Capitán general de Cataluña, dio
un golpe de Estado en Barcelona, que con la cobertura del monarca triunfó sin resistencias, dado el
descrédito del sistema. Su Dictadura duraría hasta 1930 y desprestigiaría enormemente a Alfonso XIII.

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