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TEMA 5: La crisis del sistema de la Restauración entre 1902 y 1923

La crisis del sistema de la Restauración, ideado por Cánovas en el siglo XIX e


incapaz de adaptarse al siglo XX, se hizo visible a partir del desastre del 98 con
gobiernos inestables y el desprestigio del sistema.
Esta nueva fase de la Restauración se enmarca en el reinado de Alfonso XIII,
que se inicia en 1902 en un clima político y social caracterizado por el
regeneracionismo surgido tras la crisis del 98. Los primeros gobiernos se propusieron
una renovación interna del régimen, el denominado revisionismo, encarnado en las
figuras de Antonio Maura y José Canalejas, que cubrió la primera década del reinado.
Pero el corto alcance de las reformas no fue suficiente para impedir que el sistema se
siguiera hundiendo poco a poco.
Sucesivas crisis, la Semana Trágica de Barcelona en 1909, la crisis de 1917 y el
desastre de Annual en 1921, pondrán de manifiesto la incapacidad del sistema político
restaurador para regenerarse desde dentro, al tiempo que no permite ninguna vía de
solución que le salve de una situación de agotamiento evidente. Problemas políticos y
sociales como la incapacidad para integrar democráticamente a la oposición política
que se fortalece con la aparición de nuevos partidos republicanos y el mantenimiento
del carlismo, la conflictividad social y la presión del movimiento obrero socialista
(PSOE) y anarquista (C.N.T. y movimiento libertario), el fortalecimiento de los
nacionalismos periféricos, principalmente catalán y vaco, la intervención militar en la
vida política y el poder social y educativo de la Iglesia, con la guerra de Marruecos, la
Guerra mundial y la Revolución rusa como telón de fondo, están en la base de estas
crisis. La Semana Trágica de Barcelona en 1909 fue la primera de ellas. A partir de
la crisis de 1917, el declive fue imparable, a la inoperancia de los gobiernos se
sumaron la creciente contestación política al régimen, la conflictividad social y el
desastre militar de Annual en Marruecos en 1921.
El golpe militar de Primo de Rivera impuso como solución la dictadura
(1923-1930) con la aprobación del rey, pero no fue más que el aplazamiento de una
muerte anunciada. Finalmente, se hundió el viejo sistema, arrastró en su caída al rey y
a la propia monarquía y dio paso a una alternativa democrática con la II República
(1931-1936).

1.- LOS INTENTOS DE MODERNIZACIÓN DEL SISTEMA: EL REVISIONISMO


POLÍTICO DE LOS PRIMEROS GOBIERNOS DE ALFONSO XIII
La primera etapa del reinado de Alfonso XIII estuvo marcada por el espíritu
regeneracionista. La sociedad española quedó abatida tras el desastre de 1898, que
había provocado una profunda crisis moral reflejada en la actitud pesimista de la
Generación del 98 y en el regeneracionismo, un movimiento intelectual y crítico que
aspiraba a moralizar la gestión pública, fomentar el desarrollo económico, impulsar
la enseñanza y olvidar las glorias del pasado. El regeneracionismo representaba la
opinión de amplios sectores de las clases medias que no se identificaban con un
régimen al servicio de la oligarquía. Sin embargo, no se trataba de una corriente unitaria
de pensamiento. Existió un regeneracionismo al margen del sistema con figuras como
Joaquín Costa que criticaban al sistema de la Restauración como organismo enfermo y
degenerado, basado en la oligarquía y el caciquismo, aspirando a sacar a España de la
postración causada por la “vieja política”. Pero también apareció una corriente crítica
desde dentro del sistema, el revisionismo político, representado por Silvela, Maura o
Canalejas, que limitaban su crítica sólo a los aspectos más negativos del sistema, pero
aceptaban su validez general.

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Incluso el nuevo monarca, Alfonso XIII, también pareció participar en un
primer momento de esta aspiración regeneracionista. Sin embargo, no impulsó
realmente la regeneración de la vida política, nunca estuvo dispuesto a renunciar a sus
prerrogativas, estableció una relación directa con los mandos militares, dejando en
segundo lugar al poder civil, y su intervencionismo constante en la política
contribuyó a las crisis hasta tal punto que la oposición al sistema derivó en un
rechazo a su persona, que acabaría arrastrándolo en su caída.
La primera propuesta de renovación había sido ya la del gobierno conservador
de Francisco Silvela en 1899. Pero, tras la muerte de los líderes históricos de los dos
partidos dinásticos, Cánovas (1897) y Sagasta (1903), entre 1903 y 1912, las dos únicas
figuras capaces de liderar ambos partidos, Antonio Maura y José Canalejas, plantearon
dos sólidas propuestas regeneradoras.
Antonio Maura del Partido Conservador desarrolló su labor regeneradora, cuyo
objetivo era la “revolución desde arriba” para evitar “la revolución desde abajo”,
durante su segunda etapa como presidente del gobierno (1907-1909) con medidas
dirigidas a la moralización de las elecciones, el descuaje del caciquismo y el fomento de
un conservadurismo católico de masas como la ley de Reforma Electoral de 1907,
que en realidad facilitó aún más la manipulación, ya que bastaba con evitar que se
presentase un candidato rival, la ley de Administración Local, que reconocía la
autonomía municipal, o la creación del Instituto Nacional de Provisión, precedente del
actual sistema de Seguridad Social, que completaba una tímida y lenta legislación
laboral realizada desde principios de siglo mediante la ley Protectora de Accidentes de
Trabajo, la ley sobre las Condiciones de Trabajo de Mujeres y Niños, la ley de
Descanso Dominical y la ley de Huelgas.
Sin embargo, la crisis ocasionada a raíz de los sucesos de la Semana Trágica de
Barcelona en 1909, terminó con la reforma de Maura. La cuestión de Marruecos dará
origen a la primera de las tres grandes crisis del reinado. La Conferencia de Algeciras
de 1906 reconoce los derechos de España sobre el norte del territorio. La ocupación
militar de la zona se inicia en 1909 por el gobierno de Maura, deseoso de recuperar el
prestigio nacional y garantizar el orden en la región del Rif, la región entre Ceuta y
Melilla, escenario de constantes conflictos entre las tropas españolas y las tribus locales
o cabilas. Marruecos provocó el descontento popular a causa del reclutamiento
forzoso para una guerra que sólo interesaba al sector africanista del ejército, que la veía
como un medio de ascenso, y a los capitalistas interesados en las minas de hierro del
Rif, mientras las clases bajas eran las que sufrían los estragos de la guerra por la
injusta práctica clasista de redención y sustitución. Tras el inicio de los
enfrentamientos que llevarán al desastre militar del barranco del Lobo, el gobierno
decide enviar tropas reservistas. En Barcelona, donde deben embarcar, se inicia una
huelga general que degenera en un motín popular de una semana de duración, la
Semana Trágica del 26 al 31 de julio de 1909. El gobierno declara el estado de guerra,
se incendian conventos e iglesias, se construyen barricadas, hay numerosos heridos y
muertos. No fue un movimiento organizado, sino una revuelta urbana antimilitar y
anticlerical. Amplios sectores populares identifican a la Iglesia con la represión
ideológica del poder y del capitalismo y aprovechan su mayor vulnerabilidad. El 31 de
julio la insurrección fue liquidada. La represión fue dura y arbitraria, detenciones,
destierros y ejecuciones, entre ellas la del pedagogo libertario Ferrer Guardia, acusado
sin pruebas. Su ejecución provocó una repulsa internacional y el desprestigio del
gobierno de Maura, que se vio obligado a dimitir
A partir de 1910 le suceden a Maura las propuestas del reformismo social de
Canalejas del Partido Liberal, dando un papel intervencionista al Estado en materia

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social y laboral. Se promulga la jornada laboral de nueve horas, se regula el trabajo
de las mujeres, son abolidos los impopulares consumos, se establece el servicio
militar obligatorio, se intenta con escasos resultados la secularización de la vida
política, mediante la Ley del Candado, y se canalizan también las reivindicaciones
autonómicas mediante la Ley de Mancomunidades, pero su asesinato en 1912 por un
anarquista trunca todo su proyecto reformista y marca el final de esta etapa de reformas.
La clave del éxito del sistema político de la Restauración, concebido por
Cánovas, era la estabilidad política sustentada en el bipartidismo y el turno de poder.
Pero ambos pilares empezaron a tambalearse. Tras la muerte de Canalejas en 1912 y
la marginación de Maura por el rey, la división dentro de los partidos dinásticos se
agravó y Maura proclamó la imposibilidad de mantener el turno, lo que se tradujo
en gobiernos inestables, de escasa duración, en el bloqueo parlamentario continuo
y en la casi permanente suspensión de las Cortes. El gran protagonismo político
que asumió el monarca Alfonso XIII, el debilitamiento del caciquismo ante el
desarrollo urbano y el fortalecimiento de la oposición contribuyen a esta crisis del
sistema. El reinado se inició con un espíritu regeneracionista que intentó renovar el
sistema político, pero no sólo no lo consiguió, sino que apenas una década después
comenzó su descomposición interna.

2.- LA QUIEBRA DEL SISTEMA

a).- La oposición de republicanos, movimiento obrero y nacionalistas catalanes,


vascos, gallegos y andaluces.

Mientras los partidos dinásticos se debilitan, la oposición cada vez será más
fuerte. El republicanismo fue la principal fuerza de oposición política. Defendiendo el
progreso, la justicia social y el desarrollo de la ciencia y la enseñanza con un carácter
anticlerical, gana el apoyo de amplios sectores de la pequeña burguesía, los trabajadores
y algunos intelectuales como Galdós. El viejo republicanismo se renovó en idearios,
formas organizativas y dirigentes. De las disensiones internas y el declive de la Unión
Republicana de Salmerón surgió en 1908 el Partido Republicano Radical de
Lerroux, partido de masas, populista, anticlerical y antinacionalista, que logró tener
gran fuerza en Cataluña y pronto se extendió por toda España. En Valencia, Vicente
Blasco Ibáñez impulsó el blasquismo y un republicanismo más moderado fue
representado por el Partido Reformista, creado en 1912 por Melquíades Álvarez y
Azcárate, dispuesto incluso a admitir a la monarquía si era democrática y cuya
preocupación por la cultura y la educación atrajo a destacados intelectuales.
El PSOE colaboró con con los republicanos en 1910 dentro de la llamada
Conjunción Republicano-socialista, que permitió el acceso por primera vez de un
socialista a las Cortes, el fundador del partido, Pablo Iglesias.
El obrerismo organizado conoció un aumento significativo de militantes,
apareciendo un sindicalismo de masas. La socialista UGT tuvo un crecimiento estable
en Madrid y en el norte de España. El sindicalismo anarquista arraigado en Cataluña
creó en Barcelona en 1907 Solidaridad Obrera que impulsó en 1910 la creación de la
C.N.T., Confederación Nacional del Trabajo, que se extiende por toda España, siendo
hegemónico en Cataluña y Andalucía con una ideología basada en el apoliticismo, la
unidad sindical y la acción revolucionaria con huelgas y boicots, y líderes como
Salvador Seguí, Ángel Pestaña y Joan Peiró.
El nacionalismo catalán, representado desde 1901 por la Lliga Regionalista de
Catalunya, liderada por Prat de la Riba y Francesc Cambó, termina con la hegemonía

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de los partidos dinásticos en Cataluña, reivindicando la autonomía de Cataluña. Tras
el asalto de los militares al “Cu-Cut” y la aprobación de la ley de jurisdicciones (1906),
las fuerzas políticas catalanas se unen constituyendo Solidaritat Catalana, que
consigue en 1907 buenos resultados electorales. La izquierda catalanista no tuvo un
papel destacado hasta la creación en 1922 de Estat Català de Macià.
El P.N.V., arcaizante, católico e independentista, apoyado en la
ultraconservadora pequeña burguesía bilbaína, seguía siendo la única expresión del
nacionalismo vasco. Poco a poco nuevos elementos menos radicales ensanchan su base
social. Menos importancia tuvo el nacionalismo gallego, poco más allá del fomento de
la cultura y la lengua gallegas, hasta la primera Asamblea de las Irmandades de Fala.

b).- La creciente agitación social, el impacto de los acontecimientos exteriores y las


crisis de 1917 y 1921

La segunda fase del reinado de Alfonso XIII se inició con el estallido de la


Primera Guerra Mundial. El gobierno decidió mantener la neutralidad de España,
aunque la opinión pública se dividió en aliadófilos, la izquierda simpatizante de Francia
o Gran Bretaña que representaba los ideales de la democracia, y germanófilos, los
conservadores simpatizantes de los imperios centrales representantes del orden. La
neutralidad reportó importantes beneficios económicos, al aumentar la exportación a
los países en guerra, pero la fuerte subida de precios y no de salarios afectó a los
asalariados. Las protestas populares se hacen presentes en disturbios y huelgas
organizadas por los dos sindicatos mayoritarios, la UGT y la CNT.
El clima de tensión estalló en la crisis de 1917, cuando diversos sectores
sociales coinciden en una postura de exigencia al gobierno, aunque con reivindicaciones
diferentes.
El ejército, que se había convertido desde la ley de Jurisdicciones (1906) en un
grupo de presión, mostró su descontento. A partir de1916, la oficialidad del ejército se
había organizado en las Juntas Militares de Defensa para exigir al gobierno un
aumento del sueldo y el ascenso por antigüedad frente a los africanistas. El gobierno
intenta disolverlas y arresta a los principales cabecillas, pero un Manifiesto de las
Juntas con cierto lenguaje regeneracionista y el apoyo de Alfonso XIII obligan al
gobierno a admitir sus peticiones en junio de 1917, lo que supone la revitalización del
protagonismo militar.
La oposición política exige una reforma constitucional para democratizar el
Estado, pero el presidente del gobierno, Dato, clausura las Cortes una vez más. Los
parlamentarios catalanes, dirigidos por la Lliga, en una asamblea en Barcelona el 5
de julio, exigen unas Cortes Constituyentes y autonomía para Cataluña,
convocando a una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona para el 14 julio de 1917,
a la que asisten republicanos, socialistas y catalanistas y donde se ratifican los
acuerdos. Se solicita el apoyo de las Juntas, pero éstas se oponen a colaborar con
catalanistas, republicanos y socialistas con los que simpatizaban poco. El gobierno
declara inconstitucional la asamblea y cierra los periódicos catalanes y republicanos.
Recogiendo el descontento de las clases populares ante la subida de precios, los
sindicatos CNT y UGT convocan una huelga general indefinida en agosto de 1917,
pero una huelga de ferroviarios adelanta la convocatoria. Buscan el apoyo del ejército y
de los parlamentarios, asumiendo el programa reformista de la Asamblea, sin
embargo, el ejército reprime con dureza las movilizaciones de los trabajadores y las
reivindicaciones militares pasan a segundo plano como demostración de orden y

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fidelidad a la nación. El comité de huelga es juzgado y condenado a cadena perpetua,
lo que supone el fin del movimiento proletario.
Ante la radicalización de la situación, el rey propone un gobierno de
concentración y la Lliga acepta, hecho que los socialistas y republicanos consideran
una traición y supone el fin de la Asamblea de parlamentarios.
A pesar de la resonancia de las protestas, el movimiento de 1917 no consiguió
sus objetivos, ya que los distintos sectores nunca lograron una convergencia de
intereses por las discrepancias ideológicas.
Tras los sucesos de 1917, la crisis del régimen se acentúa, el régimen seguía
vivo, pero no ileso. La formación de gobiernos de concentración no funcionó y se
retornó a la vieja práctica del turno, pero el sistema se encontraba en pleno proceso
de descomposición. Los viejos partidos estaban divididos, el sistema era incapaz de
renovarse e integrar a las nuevas fuerzas políticas y sociales y el rey, cada vez más
temeroso de la radicalización social, se inclinaba a apoyar a los militares frente al poder
civil. Fue una constante el recurso a medidas de excepción y a la clausura del
Parlamento. Gobiernos débiles deben hacer frente a la conflictividad social y a la guerra
de Marruecos.
El impacto de la revolución bolchevique de 1917 y la recesión económica
tras la guerra mundial, con la pérdida de puestos de trabajo, se tradujeron en un
aumento espectacular de la afiliación obrera y su radicalización. La revolución
rusa sorprende a todos. Para los obreros es un estímulo, pero la burguesía y los sectores
conservadores están atemorizados. Algunos empiezan a desear una solución militar
autoritaria. El PSOE seguía creciendo y sus nuevos dirigentes, Julián Besteiro e
Indalecio Prieto, se mostraban partidarios de una política reformista y moderada.
Pero, tras fundarse la Tercera Internacional en 1919, que exigía el rechazo del
socialismo reformista, una organización disciplinada y la subordinación a Moscú, en
1920 un grupo minoritario se separa del PSOE, creando el Partido Comunista
Español, que se adhiere a la III Internacional. La UGT alcanza en estos años su
madurez. La CNT crea sindicatos únicos y aumenta espectacularmente el número de
afiliados, sobre todo en Cataluña, imponiéndose como corriente mayoritaria la
anarcosindicalista, partidaria de la acción directa, frente a la sindicalista más moderada.
En Andalucía, la miseria del campesinado, el hambre de tierras, el aumento
de los precios y la revolución soviética dan paso al llamado trienio bolchevique*
(1918-1920). Las revueltas campesinas, impulsadas por los anarquistas, se extienden
por varias provincias andaluzas, manchegas y extremeñas. Se queman cosechas, se
ocupan tierras y se reparten propiedades hasta que en 1920 se declara el estado de
guerra y son reprimidas.
La conflictividad laboral se recrudece. Se asesinó en 1921 al Presidente del
Consejo, Eduardo Dato, y en 1923 al Cardenal Soldevilla. La conflictividad afectó
especialmente a Barcelona. Las huelgas, atentados y sabotajes se sucedieron. La huelga
en “La Canadiense” en 1919 desbordó al gobierno. La patronal respondió con dureza,
utilizando el lock-out, contratando pistoleros y creando el Sindicato Libre para
contrarrestar a los cenetistas. Las autoridades civiles y militares encarcelan a
sindicalistas y aplican la ley de fugas. La conflictividad degeneró en la radicalización
extrema de sindicatos y patronal. El pistolerismo se adueñó de las calles con decenas de
muertos.
En el protectorado español de Marruecos, Abd-al-Krim, un líder nacionalista
y republicano, consigue aglutinar a las cabilas rifeñas en un movimiento independentista
y declara la “Guerra Santa” contra españoles y franceses. El escaso interés del
territorio, la impopularidad de la guerra y la división del ejército entre africanistas

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y juntistas explica la vacilante respuesta del gobierno. La rápida expedición militar
del General Silvestre en julio de 1921 hasta Annual termina en un desastre con 12.000
soldados muertos.
El desastre de Annual tuvo un efecto semejante al del 98. Los militares
acusan a los políticos de no darles medios adecuados. La oposición hace responsable
al propio monarca. Las clases medias y populares exigen el final de la guerra. Se
forma una comisión para aclarar las responsabilidades, pero su informe, el Expediente
Picasso, no llegaría a las Cortes. Pocos días antes, el 13 de septiembre de 1923, el
capitán general de Cataluña, el general Primo de Rivera, protagonizaba un golpe de
Estado que prometía terminar con el terrorismo, el separatismo, el desorden y la
politización de la guerra de Marruecos. Ante la incapacidad del sistema y el
desconcierto político tras el desastre de Annual en 1921, los militares asumían de nuevo
el protagonismo político sin resistencias, dado el descrédito del sistema. Se iniciaba la
etapa de la dictadura con la aprobación del rey, pero no fue más que el aplazamiento de
una muerte anunciada. Finalmente se hundió el viejo sistema, arrastró en su caída al rey
y a la propia monarquía y dio paso a una alternativa democrática con la II República
(1931-1936).

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