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Algunos de estos pueblos son de origen iranio (hunos y alanos) pero la mayoría son
germanos (pueblo indoeuropeo); entre éstos se distinguen tres grupos: nórdicos, germano
orientales y germano occidentales. De los germanos occidentales, los suevos y los vándalos,
junto a los alanos se establecieron en Hispania a principios del siglo V.
Estos pueblos germanos cruzan los Pirineos en el otoño del 409. Tras dos años, los
alanos se establecieron en la Lusitania y la parte occidental de la Cartaginense; los suevos y los
vándalos asdingos en la Gallaecia; y los vándalos silingos en Andalucía. En el 415 la
Tarraconense en ocupada por los visigodos de Ataúlfo.
Tras una etapa de protectorado ostrogodo, a mediados del siglo VI, Atanagildo traslada
la capital a Toledo. Los vándalos se habían trasladado a África, y vencidos otros pueblos, sólo
quedaban los suevos como pueblo independiente en la zona de Galicia. Leovigildo los derrotó
y acabó con su reino. A principios del siglo VII expulsaron a los bizantinos, ocupando la zona
sur peninsular. El Reino de Toledo sería la única entidad política de la Península hasta su
derrumbe ante los árabes a comienzos del siglo VIII.
Idiosincrasia.
Reparto de tierras.
Los visigodos firmaron un pacto o foedus con Roma en el 418. Este pacto dio origen al
Reino de Tolosa (en Francia).
Roma necesitó los servicios y sobre todo los ejércitos de pueblos extraños; para ello
tuvo que instalarlos adecuadamente. El procedimiento fue la “hospitalidad” (hospitalitas),
institución que encontramos tanto en el Código de Teodosio como en el de Justiniano.
Esta institución consistía en dividir la propiedad de la casa en tres partes (el propietario
elige el primer tercio; los huéspedes el segundo tercio; y el tercio restante es para el
propietario). Esta fórmula no era apropiada para acoger a pueblos enteros; ahora también se
repartieron tierras (no sólo la vivienda).
La mayoría de los autores están de acuerdo en que el reparto de tierras tuvo lugar en
el reinado de Valia (Pérez Pujol opinaba que fue durante el de Eurico, medio siglo más tarde lo
estipulado). La existencia de prados y bosques comunes (compascua) nada tiene que ver con el
reparto, pues eran zonas de aprovechamiento comunal y no entraron en el reparto por su
propia naturaleza que permitía el aprovechamiento por todos.
El reparto tuvo lugar en la zona próxima a Tolosa, en Francia. Las invasiones a España a
finales del siglo V quizás exigieron repartos parciales bien por nuevos pactos o aplicando el de
Valia. Pero en este último caso, las fuentes no dicen nada al respecto. Por ello, Orlandis
defiende que el establecimiento de los visigodos no alteró la propiedad rústica existente.
Respecto al objeto del reparto, Torres fue de la opinión que todo fue objeto de
división, fundos grandes y pequeños, junto con las casas a las que se aplicaron los principios de
la hospitalidad militar romana. García-Gallo defendía que sólo se repartieron los latifundios,
pues las pequeñas propiedades no permitirían vivir ni a unos ni a otros. Esta postura es la más
aceptada. Se repartieron tierras laborables y algunos bosques y prados de propiedad particular
(no los compascua).
Pero en 1928 Lot al estudiar la Lex Burgundionum propuso un reparto más complejo.
Esto movió a García-Gallo planteó el reparto de otro modo. Según él, había que distinguir dos
partes en los latifundios: la que el señor explota directamente y la que cede a colonos y
arrendatarios. En la primera (terra dominicata) el propietario romano conserva dos tercios y el
huésped godo queda con uno; en la segunda (terra indominicata), el propietario conserva un
tercio y cede dos al godo. Ambas partes tenían una extensión similar; por lo que el godo y el
romano recibían una proporción similar de tierras (no salía tan perjudicado el romano, además
en las tierras indominicatas sólo recibían una pequeña renta de los colonos, con lo que su
pérdida no era tan dolorosa).
El reparto sólo debió afectar a la clase dirigente visigoda pues de otro modo no
hubiese habido tierras para todos (Thompson).
Menéndez Pidal en sus Orígenes del español defendió que los nombres de algunas
localidades reflejan el reparto de tierras en España (pueblos como Suertes, Sort, Tierzo,
Consortes etc); otros nombres como Gotor, Rivallagodos, Campo Romano…señalan la
presencia dominante o exclusiva de uno de los dos pueblos.
También pretendió distinguir la ubicación de una zona y otra del reparto, ya que los
nombres delatarían al dueño romano o godo. Así nombres como Villavicencio (villa de Vicente)
Villarcayo (villa de Arcadio) serían de propietarios romanos; mientras Villatuelda (villa de
Théudila), Villafruela (villa de Fruela), Villageriz (villa de Sigerico) serían asentamientos godos.
García-Gallo defendió que esos nombres no hacían referencia al reparto, esos nombres en su
opinión corresponderían a la Reconquista.
Al constituirse el reino visigodo, las fuentes del derecho romano siguen siendo las
leges y los iura. Estos textos se estudian en las escuelas jurídicas y se utilizan en la práctica
judicial al menos hasta fines del siglo V.
Las leges habían sido recopiladas con carácter privado por los juristas Gregoriano y
Hermogeniano. El Codex Gregorianus recogía constituciones imperiales desde Adriana hasta
fines del siglo III; el Codex Hermogenianus recogía las de principios del siglo IV. Más tarde, en
438 se promulgo el Codex Theodosianus (Código de Teodosio), con mejor construcción
sistemática al estar dividido en 16 libros, facilitó la difusión del derecho imperial tardío, luego
completado con las leyes nuevas (novelas) de los emperadores ulteriores.
La literatura jurídica de los iura fue sistematizada en otras colecciones del siglo IV
como los Fragmenta Vaticana y la Collatio legum Mosaicarum et Romanarum, facilitando el
conocimiento posterior de las obras de los grandes juristas, cuya alegación en juicio resultó
controvertida hasta la ley de citas (426), reconociendo la autoridad de: Papiano, Paulo,
Ulpiano, Modestino y Gayo, debiendo el magistrado seguir la opinión mayoritaria y en caso de
empate la de Papiano.
Junto a esta normativa hay que tener en cuenta las costumbres jurídicas germanas
cuya práctica debió mezclarse con las normas señaladas arriba. La persistencia de esas
costumbres, según Hinojosa y la escuela germanista, durante el período visigodo pese a la
legislación real de carácter romanista llegaría a la Edad Media otorgando la fisonomía
germanista de nuestro derecho medieval. Como más tarde veremos, esta postura fue rebatida
por D’Ors y García-Gallo. El primero insistió en la romanización de los visigodos lo que no
facilitaría la pervivencia de sus costumbres jurídicas. García-Gallo planteó dudas sobre esa
vigencia ¿cómo explicar que las costumbres de una minoría se convirtieran en propias de toda
la comunidad? ¿cómo fue posible la homogeneización de las costumbres cuando la presencia
visigoda fue irregular? ¿cómo se impuso el latín a la lengua gótica y en cambio triunfó el
derecho germánico? Estas dudas fueron corroboradas en un estudio de Petit rastreando en el
Liber los vocablos alusivos a costumbres, concluyendo que éstas no se explican por principios
germánicos y si en la tradición romana.
Pero ahora todo son dudas, todo está cuestionado originando un debate científico de
gran altura. García-Gallo (1941) defendió que los tres textos habían tenido una vigencia
territorial siendo común para las dos comunidades, originando una gran polémica. Unos años
más tarde Vismara abogaba por la naturaleza visigoda del Edicto de Teodorico (hasta entonces
señalado como ostrogodo). En 1960 D’Ors realizó una gran edición del CE suscitando una serie
de cuestiones que repercutían en el CL. Sobre los Capítulos Gaudenzianos se añadieron otras
opiniones. Debemos tener presente que lo que se diga sobre un texto repercute sobre los
demás, y por ello no nos debe extrañar la complejidad de este tema desde la década de los
setenta, cuando en otro estudio García-Gallo (1974) cuestionó que el CE fuese de Eurico y la
existencia del CL. Por esos años King defendió que el LI no era de Recesvinto sino de
Chindasvinto. A finales de los 90 Alvarado ha formulado nuevas teorías. En definitiva, ahora
todo son dudas en lo que antes todo eran certezas.
La leyes más antiguas de que tenemos noticia son las de Teodorico I y Teodorico II o
leyes teodoricianas. Fueron dictadas cuando todavía existía el Imperio Romano de Occidente,
si bien el primero actuó como un soberano autónomo.
Si aceptamos las palabras de San Isidoro de que Eurico fue el primer rey legislador
queda comprometida la existencia las leyes de los Teodoricos. Pero si se interpreta que San
Isidoro no se refería a la autoría de leyes aisladas sino a un cuerpo legal más amplio o bien que
Eurico si fue el primer rey independiente del poder de Roma que legisló, no hay inconveniente
en reconocer la actividad legislativa de los Teodoricos.
La legislación teodoriciana trata fundamentalmente del reparto de tierras entre godos
y romanos a raíz del foedus del 418. El propio Eurico hizo referencia a la actividad legislativa de
su padre (Teodorico I) en el artículo 277 de su Código. Sidonio Apolinar menciona las leyes de
Teodorico II en una carta a su yerno; en esa carta equipara las leyes teodoricianas con las
teodosianas, lo que hizo que Beyerle supusiese que Teodorico II fue autor de una colección de
leyes asemejable a un código. Este autor considera a Teodorico autor de un código que luego
reelaboraría Eurico (CE). Esta teoría ha sido mayoritariamente rechazada.
Edicto de Teodorico.
Hasta los años cincuenta (1953) el Edictum Theodorici regis se consideraba obra del
rey ostrogodo Teodorico el Grande (493-526 y suegro del visigodo Alarico II), por lo que no era
obra visigoda. Pero entonces Rasi puso en duda esa autoría y dos años más tarde, el también
italiano, Vismara identificaba ese texto con las leyes del visigodo Teodorico II. Desde entonces
se mantienen las dudas sobre esta obra pudiendo ser visigodo, ostrogodo u otras autorías.
Entre los que lo consideran visigodo tampoco están de acuerdo, para unos es de Teodorico II y
para otros de un prefecto de las Galias (D’Ors).
Suponiendo que fuese un texto visigodo, se plantea su posible autor. Por su carácter
imperativo está claro que se trata de un texto ordenancista o legislativo. Vismara relacionó el
texto con la carta de Sidonio Apolinar por lo que para él su autor fue el visigodo Teodorico II,
un monarca de tendencia filoromana frente al nacionalismo de su padre Teodorico I. El texto
se corresponde con el clima social de las Galias de mediados del siglo V (incluso los códices de
esta norma son franceses lo que corrobora ese posible origen).
Pero no hay seguridad en esto. Merêa reparó en una frase (“sicut príncipes voluerunt”)
que da a entender que el legislador no se considera rey y por ello no puede ser Teodorico II.
García-Gallo destacó la inexistencia de datos de su conocimiento en España, lo que no
favorece que se trate de una ley visigoda. Además en el texto se habla de “bárbaros” para
referirse a los germanos en lugar de godos (lo que tampoco favorece su origen visigodo).
D’Ors supone que es obra de un prefecto de las Galias durante el reinado de Teodorico
II (los reyes dictaban leyes y lo gobernadores provinciales edictos). El Edicto debió redactarse
entre el 458 y el 461, el autor pudo ser Magno de Narbona prefecto entre el 458-459 del que
sabemos que dio normas jurídicas a los godos por Sidonio Apolinar. Esta interpretación ha sido
aceptada por reputados especialistas como Levy.
Junto a esta pujanza política, Eurico llevó a cabo una importante labor legislativa.
Ambas actividades ya las relacionó Sidonio Apolinar cuando afirmó que Eurico dominó a los
pueblos con las armas y a éstas con las leyes. Más tarde San Isidoro lo señala como el primer
rey legislador bajo cuyo gobierno los visigodos comenzaron a regirse por leyes y no por
costumbres.
Por esto se ha interpretado que Eurico fue el primer rey legislador visigodo y cuando
apareció un fragmento que se le podía adjudicar, rápidamente se hizo así. Ese texto nos es
conocido por un fragmento de un códice o palimpsesto que se conserva en París, y de forma
complementaria por ciertas leyes recogidas en la Lex Biuvariorum y las que aparecen como
antiguas en el Liber Iudiciorum (estas normas tanto pueden ser de Eurico como de Leovigildo,
ya que no aparece el autor).
García-Gallo parte de negar la coincidencia del capítulo 277 con la ley burgundiona,
invalidando el período 451-481 como único posible. Para él lo único cierto es que se trata de
un rey hijo de otro monarca, y que tenemos las referencias de Sidonia Apolinar y San Isidoro.
García-Gallo forzando a San Isidoro dice que si Eurico hizo leyes eso no significa que hiciese un
código, y en el caso de que lo hiciese no es necesariamente el palimpsesto de París. Él se
inclina en atribuirlo a Teodorico II, sobre todo porque el precepto de la prescripción tiene más
sentido cuanto más cerca se esté de 451. Su tesis resulta sumamente arriesgada, más si
Teodorico II es el autor del edicto que hemos visto (era improbable que un mismo monarca
dictase dos textos amplios). Además San Isidoro afirmó que Leovigildo corrigió leyes de Eurico,
esto hace pensar que ese texto base fue el Código de Eurico.
En el 506 se reunió en Aduris (actual Aire sur l’Adour) una asamblea de obispos y
representantes provinciales que aprobó un código elaborado por juristas y que luego sancionó
Alarico II. El texto fue autenticado y suscrito por Aniano. Esta obra es conocida como Breviario
de Alarico o Lex Romana Visighotorum (se pensaba que era para la población romana), Liber
legum, Breviario de Aniano, etc.
Este ordenamiento recoge derecho romano oficial de las leges y los iura (tanto
constituciones imperiales como escritos de juristas). Sus fuentes son el Código de Teodosio
(leges), y un Epítome o resumen de las Instituciones de Gayo y las Sententiae atribuidas a
Paulo. Cada pasaje lleva un resumen o explicación (interpretatio), excepto los de Gayo, que
pudo ser elaborado directamente o tal vez reelaborado sobre un texto anterior.
Capítulos Gaudenzianos.
1º Son textos visigodos. Así lo pensó Gaudenzi que se trataban de unos capítulos del
Código de Eurico, aunque también se ha atribuido a Teodorico II pero esto es inviable si se
tiene presente que los capítulos tienen en cuenta al palimpsesto de París (caso de atribuirse a
Eurico), por lo que debe ser más tardío.
3º Son textos visigodos procedentes de una región con influencia ostrogoda. Es lo más
razonable. Mêrea opinaba que habían sido redactados en España durante el protectorado del
ostrogodo Teodorico el Grande. D’Ors defendió que eran restos de un edicto dictado por el
prefecto del pretorio de las Galias durante el primer período del siglo VI.
El Código de Leovigildo.
San Isidoro afirmó en su Historia de los Godos que Leovigildo corrigió determinadas
leyes de Eurico, añadió unas y excluyó otras. De aquí se ha inferido la existencia del Código de
Leovigildo o Codex Revisus, del que no conservamos ningún ejemplar ni fragmento. Se ha
entendido que procederían de él las leyes del Liber Iudiciorum precedidas de la inscripción
antiqua (preceptos bien suyos o recogidos por él y corregidos del de Eurico).
A mediados del siglo VII, Chindasvinto dictó un número abundante de leyes, quizás
para hacer una compilación. Basándose en ello, King afirmó que en el segundo año de su
reinado promulgó la gran obra del derecho visigodo, el Liber Iudiciorum (LI), tradicionalmente
atribuido a su hijo y sucesor Recesvinto, conocido como el Justiniano visigodo.
En el 654 (VIII Concilio de Toledo) Recesvito promulga (para King corrige) el LI, la gran
compilación de leyes para godos e hispanorromanos. Se divide en 12 libros, quizás a imitación
del Código de Justiniano, y éstos en títulos y en leyes. Por su ambicioso planteamiento, orden
sistemático y riqueza de contenido es la gran obra legal de los visigodos, es también conocida
como Lex Visighotorum.
Un monarca posterior, Ervigio, accedió al trono en el 680 y encargó una revisión del LI
en el XII Concilio de Toledo (se anulan algunas leyes, se añaden otras dadas por Recesvinto,
Wamba y el propio Ervigio, y se corrigen otras enmendadas).
A fines de siglo (693) Égica proyecta otra reforma en el XVI Concilio de Toledo aunque
Zeumer no creyó que ese proyecto diese lugar a un código nuevo.
Junto a las versiones oficiales, los propios juristas manejan y alteran el LI Se forma así
la edición vulgata, cuyas diversas variantes logran gran difusión y se usan en la etapa
altomedieval (la versión romance del LI dará lugar al Fuero Juzgo).
La legislación visigoda denota una fuerte influencia del Derecho Romano Vulgar en las
ramas del ordenamiento privado, incluso en el campo sucesorio. Pero el problema es si ese
derecho real era el verdaderamente aplicado, Escudero se decanta por una vía intermedia ya
que la legislación real sólo pudo ser aplicada de forma precaria e irregular (no deja de ser
utópico que el LI mandase al juez acudir al rey cuando no exista norma jurídica a aplicar; es
fácil imaginar que el juez siguiese su propio criterio o aplicase los usos jurídicos
consuetudinarios).
La Hispana
Las fuentes del Derecho Canónico de esta época, variable en su desarrollo en las
diversas regiones, fueron los cánones conciliares y las epístolas pontificias. La recepción de
estas fuentes fue tardía en un clima de dispersión poco propicio para una doctrina homogénea
y coherente.
La obra cumbre del derecho canónico visigodo es la Hispana (todo el derecho canónico
ha sido estudiado por Gonzalo Martínez Díez). La Hispana es una colección de cánones
conciliares y epístolas pontificias hecha por San Isidoro, que debió difundirse a su muerte. Los
cánones recogidos corresponden a concilios griegos, africanos, galicanos y españoles, mientras
recoge un centenar de epístolas papales agrupadas por orden cronológico. La riqueza de su
contenido y universalidad de sus planteamientos confieran a la Hispana un papel de capital
importancia, sin parangón con otra colección canónica de la época.
La Hispana fue precedida desde mediados del siglo VII por un índice formado por el
extracto de los cánones (excerpta canonum) y constó de tres recensiones o formas fijas del
texto Isidoriana, correspondiente a la redacción primitiva; la Juliana (San Julián de Toledo) y la
vulgata o edición más difundida y utilizada, que habría de ser conocida en las Galias y que
influyó en las colecciones canónicas posteriores.
Las leyes o códigos tienen carácter personal cuando van destinados en el seno de una
comunidad plural a un determinado grupo de personal. La territorialidad supone que las
normas rigen en todo el territorio de la comunidad política aplicándose a todos los habitantes.
Teniendo en cuenta que el reino visigodo tuvo un doble contenido étnico: hispanorromanos y
godos. La cuestión que se plantea es si las normas se dictaron para alguna de esas
comunidades (teoría personalista) o para el conjunto de la población (teoría territorialista).
Hay textos que quedan fuera de esta problemática por no estar segura su naturaleza
visigoda (Edicto de Teodorico y los Capítulos Gaudenzianos, que además son privados y no
oficiales). Quedan también fuera las leyes teodoricianas porque regulan el reparto de tierras y
son de carácter territorial y el LI que iba dirigido expresamente a todos. El problema se plantea
respecto al Código de Eurico, el Breviario de Alarico y el Código de Leovigildo. Hasta 1941
existió consenso por la teoría tradicional o personalista, pero ese año García-Gallo planteó la
territorialista.
Tesis territorialista
Para García-Gallo los tres códigos (Eurico, Breviario y Leovigildo) tuvieron una vigencia
territorial y se sucedieron uno a otro.
Para él es clara la vigencia general del CE, por la propia romanización del texto y por
derogar las leyes romanas anteriores (esto sería incongruente si sólo fue para los visigodos).
Esta territorialidad la apoyó D’Ors por la condición de edicto que para él tenía el CE. Iglesia
también apoyó esta teoría que negó categóricamente Sánchez Albornoz.
Para G-G el Código de Leovigildo (CL) en su primer trabajo era territorial por su
romanización y dar cabida a leyes aplicables a ambos pueblos; derogó al BA, ya que desde
finales del siglo VI fue silenciado (ni San Isidoro ni los Concilios lo hacen). Pero en su revisión
de 1974 no opina de un ordenamiento irreal o al menos desconocido.
D’Ors negó que derogase el CL al BA, dado el carácter didascálico de éste último,
pudiendo explicar la vigencia conjunta de ambos textos. Pero los argumentos ex silentio no son
convincentes (San Isidoro cita al Código Teodosiano, y el Breviario era su reducción, los
Concilios no lo citan por su naturaleza didascálica). Según él, si Leovigildo hubiese derogado el
BA no se explicaría la ulterior derogación por Recesvinto de las leyes romanas.
Tesis Mixta
Para Alvarado el CE rigió para los godos hasta Leovigildo; el Breviario era derecho
principal para los romanos y subsidiario para los visigodos (mezcla de personalidad y
territorialidad). Desde Leovigildo impera la territorialidad: como derecho principal del Codex
Revisus y como subsidiario o supletorio el Breviario.
Con el pacto de Valia y Honorio, los visigodos se integran como un Estado de carácter
personal dentro del imperio Romano. Con la desaparición de Roma, Eurico puede organizar
ese Estado sobre una base territorial definida, cuyo desplazamiento a España a mediados del
siglo VI da lugar al Reino de Toledo o Estado hispano-godo de Toledo.
El Estado visigodo, por su origen y proceso de formación, fue fruto del ideario
germánico sobre la comunidad política y del romano que había informado la estructura del
Imperio. A estas dos concepciones distintas habría que añadir la Iglesia sobre la comunidad
pública, el poder y su ejercicio, que influirá de forma decisiva después de la conversión.
El Estado visigodo fue moldeado por estos tres elementos, pero tampoco fue una
comunidad asamblearia (sólo es posible en una sociedad limitada) ni un Estado despótico
como el romano. Fue una monarquía absoluta con cierta participación popular donde la
Iglesia, sin controlar los actos del rey, ejerció una influencia benéfica procurando la
moderación y el bien común.
Entre los historiadores que rechazaron el Estado entre los pueblos germánicos se dio
una doble interpretación: 1º los reyes no fueron autoridades públicas del territorio sino más
bien dueños patrimoniales de las tierras que les estaban sometidas. 2º Los que insisitieron en
las múltiples relaciones privadas relacionas con el séquito, sofocando los vínculos públicos
entre los súbditos y el rey (Ekchhon defendió esta posición, en el extremo opuesto Roth).
Algunas de estas razones no fueron muy convincentes a Sánchez Albornoz, así lo dejó
patente en una de sus grandes monografía “En torno a los orígenes del feudalismo”. Negó que
el rey y el súbdito hubiesen estado ligados sólo por vínculos de naturaleza pública, sosteniendo
la persistencia de vínculos de fidelidad privada característicos del comitatus.
En réplica a Dahn destaca las huellas del séquito, destacando la presencia de clientes y
fideles regis en distintos momentos del reino visigodo. También destaca una ley del Liber
atribuida a Leovigildo que habla de los leudes que para Torres son soldados corrientes y para
él los patrocinados del monarca (demostraría la persistencia de los clientes a finales del siglo
VI).
Carácter
Desde el principios del siglo V hasta Amalarico (510-531) los monarcas fueron elegidos
entre la estirpe de los Balthos; a pesar de ello las luchas, los atentados y destronamientos
fueron tan frecuentes que eran un problema nacional. La posibilidad de convertir la monarquía
en hereditaria debió tentar a los reyes bien asegurando la elección en una familia, eliminando
a los rivales o asociar alguien al trono. Ante todos estos datos negativos cabe preguntarse si
verdaderamente era una monarquía electiva. Los autores ofrecen estas interpretaciones:
Fue electiva de hecho. Para Torres López fue electiva en todo caso, aunque los Balthos
quisieran hacerla hereditaria, o hubiesen usurpaciones; era preciso un reconocimiento
posterior de los conspiradores lo que demostraría el mantenimiento en la práctica del
principio electivo. Sánchez Albornoz también se manifestó en un sentido similar (las múltiples
irregularidades necesitaron siempre ser subsanadas a través del refrendo de los ciudadanos).
No solo fue electiva, mantenida por Orlandis, el procedimiento electivo no fue el único
o el único legítimo.
Elección
En el siglo VII diversos preceptos de los Concilios de Toledo regulaban las condiciones
para la elección del rey. El Concilio V (636) ordenaba que el candidato fuese noble de sangre
goda. Tal requisito fue reiterado dos años después en el VI Concilio que añadió otros: no ser
clérigo o monje tonsurado, no haber sufrido la pena de la decalvación y acreditar buenas
costumbres; preceptos confirmados en el VII Concilio (653). Por otra parte se decretó la
inhabilitación para reinar de quien participara en las conjuras conducentes a derribar al
monarca. Tal medida pretendía corregir el hábito de deponer y asesinar a los reyes (morbo
gótico).
Proclamación
Entre los antiguos germanos, tras la elección se elevaban al monarca sobre el escudo
en señal de homenaje. Tal simbolismo pasó a la elevación al trono.
Los reyes visigodos fueron coronados, pero no sabemos cuándo se inicio esta práctica ,
aunque no faltan quienes niegan este acto solemne (parece muy probable que tuviese lugar
como la cita de San Isidoro sobre Recaredo o en el Antifonario Mozárabe de la catedral de
León).
También tenía lugar la ceremonia de la unción del príncipe que adquiere un carácter
casi sacerdotal (situado ante el altar, tras el juramento, era ungido en la cabeza y en las manos,
concluyendo con una misa solemne). Sabemos que tuvo lugar con Wamba pero es posible que
ya ocurriera con Recaredo. Tras la invasión musulmana, los clérigos que emigraron debieron
darla a conocer en Francias.
Con la coronación y la unción el rey quedaba revestido de plena legitimidad (la unción
no era un aditamento, sino como supone Orlandis un auténtico factor constitutivo o al menos
confirmatorio de la legitimidad del príncipe a ojos de la Iglesia).
El monarca aparece revestido con los símbolos que expresan su majestad: corona,
espada, manto y anillo. Parece que Leovigildo fue el primero en sentarse en el trono con regias
vestiduras.
Todo llevo a que la Iglesia anatemizar a quienes se alzaran contra la autoridad del
monarca, porque iba contra la voluntad de Dios. La dignidad regia fue además protegida
mediante una serie de prohibiciones (consultar adivinos sobre salud o muerte del rey, hablar
mal de él en vida o difamarle ya fallecido), pero no dejan de ser sutilezas donde las conjuras y
asesinatos regios estaba
Tiranía
El poder debía conseguir el bien común, la salus populi. Para ello el rey acumula poder:
dirige la vida política del reino declarando la paz o la guerra; asume la potestad legislativa, es
cabeza de la administración, juez supremo y máxima autoridad militar. Sus órdenes deben ser
acatadas y cumplidas.
¿Existió algún tipo de limitación práctica o teórica para limitar ese poder y evitar la
tiranía? Según Orlandis en un principio tirano sólo es aquél que accede de forma ilegítima al
poder, y ejerce la tiranía mientras lo haga en detrimento de la autoridad legítima y no subsane
la irregularidad de su origen.
Pero con San Isidoro rompe ese significado porque puede llegar a ser tirano quien
accede legítimamente al poder y luego lo ejerce sin atender a los límites de las leyes ni
sujetarse a las normas morales. Hay también una ilegitimidad de ejercicio. San Isidoro
considera que el monarca debe estar adornado de las virtudes de justicia y piedad, lo que le da
carácter de rey frente a los excesos del tirano. San Isidoro retoma la máxima de Horacio “Eres
rey si obras rectamente; si no, no”.
¿Tuvo consecuencias prácticas esta teoría? Por aquellos días un monarca sin
escrúpulos, Suíntila, pierde el trono por una insurrección armada que entrega la corona a
Sisenando. Poco después se reúne el IV Concilio de Toledo (presidido por San Isidoro). Era una
ocasión ideal para valorar y poner en la práctica los principios de San Isidoro. El Concilio
legitimó a Sisenando. Abadal entendió que el principio se había aplicado (Menéndez Pidal
también lo señaló). Orlandis observó que lo acaecido no fue tan simple; ante la presión militar
Suíntila se vio obligado a ceder el trono, lo que los padres conciliares sancionaron no fue que el
rey dejase de serlo por su conducta, sino la ficticia abdicación de un monarca reconociendo sus
crímenes. En Toledo se reconoció la abdicación, un acto voluntario del rey pero no se afirmó
en modo alguno que antes de ella, por obrar torpemente, Suíntila perdiese la realeza. Como
señala Orlandis, los padres toledanos no parecen dispuestos a sacar las últimas consecuencias
de su doctrina.
A la hora de administrar facultades tan amplias, los fieles del rey aparecen como
poderosos beneficiados. Pero esto mismo les convirtió en blanco persecutorio en las
alternativas políticas. Los cánones conciliares intentaron aliviar la situación de quienes habían
caído en desgracia, evitando la depredación y el abuso de los que les remplazan en el poder.
En la trama política, la reina debió jugar un papel singular. Tanto como orientadora
ocasional de las directrices políticas de su marido como en los destronamientos con la muerte
de su marido. En estos casos, la reina viuda no resultaría marginada de la confrontación entre
vencedores y vencidos. Estas mujeres pudieron arbitrar en esas discordias intestinas. Algunas
de estas reinas se convirtieron en cabeza de los fideles de su marido, disponiendo de un
notable poder fáctico para quienes se casasen con ellas en segundas nupcias, constituyendo
una oferta política (ese podía ser el significado público de ese segundo matrimonio).
3. 2. Senado y Concilios.
El Senado fue una junta reducida de magnates para auxiliar y asesorar al rey en sus
tareas de gobierno. Este sínodo del monarca debió reunirse, según Sánchez Albornoz, durante
los siglos V y VI. Entonces fue sustituido por una nueva asamblea: el Aula Regia. Hinojosa creyó
en la coexistencia del Senado y el Aula Regia hasta el final del reino visigodo.
Los Concilios.
Los Concilios en España fueron de dos tipos: provinciales y generales. Los primeros
agrupaban al episcopado de una provincia bajo la presidencia del metropolitano. Los últimos
permitían a los obispos tratar los asuntos de interés común. Las reuniones de Toledo tuvieron
carácter de generales desde el III (589) que produjo la conversión de Recaredo y los visigodos
al catolicismo; el último el XVIII (702) fue bajo Witiza. La presencia del monarca y de nobles y
magnates, y el pronunciamiento de los eclesiásticos sobre los asuntos del reino, así como la
sanción del monarca a las decisiones acordadas, confieren a los Concilios un papel
extraordinario y de discutida significación.
Seguidamente el monarca señala los asuntos a tratar y se inician las sesiones; primero
las dedicadas a asuntos teológicos, de moral y disciplina eclesiástica (que debatían
exclusivamente los obispos y clérigos); luego los asuntos del reino, ya con las presencia de
personales palaciegos.
Conde de los tesoreros (Comes thesaurorum), está al mando de quienes custodian los
tesoros del rey y del reino. Es probable que sea la continuación institucional del “conde de las
sacras larguezas” romano, y que tuviera funciones más amplias que la mera custodia del
tesoro regio.
Conde del patrimonio (Comes patrimonii), está al frente de la administración fiscal del
Estado y de los dominios de la corona. La primera mención es de la época de Recaredo pero
debió aparecer con Leovigildo. García Moreno señala que siguiendo el modelo ostrogodo u
oriental este personaje centralizó la gestión patrimonial.
Conde de los notarios (Comes notariorum) rector de la cancillería real y responde del
control de los documentos, redactados bajo sus órdenes por notarios y escribas.
Conde de la guardia real (Comes spatariorum), dirige la guardia personal del rey.
Conde de los servicios de la cámara regia (Comes cubiculi), está al frente de los
aposentos reales.
Conde de los servicios de la mesa del rey (comes scanciarum), controla la función
domestica y dirige a cocineros, escanciadores.
Conde de las caballerizas reales (Comes stabuli), dirige a quienes cuidan las cuadras y
establos.
El Oficio Palatino fue una asamblea muy numerosa ya que estaba integrada tanto por
los jefes como por el personal subalterno. Pero hay que destacar la confusión de cargos
públicos y privados, quizás esto explique el origen doméstico de muchos servidores de la
futura administración pública.
Aula Regia
Desde el núcleo del Oficio Palatino se gestó en un largo proceso el Aula Regia,
consolidada ya en el siglo VII. Junto a los magnates cortesanos aparecen otros sin cargo y una
multiplicidad de títulos condales de carácter honorífico. En el Aula Regia además del Oficio
Palatino se integran además:
Los condes que por voluntad del rey residen en la corte sin ejercer ninguna función
palaciega.
Los próceres, posiblemente los miembros del consejo privado de los reyes.
Los gardingos, que sin ocupar cargo alguno gozan de la confianza y amistad del
monarca. Estos gardingos habían abandonado su condición de jóvenes soldados de la comitica
del rey para establecerse como beneficiarios de tierras. Tenían una especial relación de
fidelidad con el rey.
Competencias
Hay constancia de que los reyes consultaban con el Aula Regia los asuntos más
importantes del reino. Cumple por tanto una función de alto asesoramiento.
En concurrencia con los Concilios de Toledo el Aula colaboró con el monarca en los
asuntos legislativos. Su participación en la función de gobierno y administrativa es más
problemática. Más patente son sus atribuciones judiciales, actuó como alto tribunal de justicia
bien de los asuntos que se sometían al rey o como única instancia para juzgar a los magnates
civiles y eclesiásticos, y a los gardingos.