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Sumario: 1. Consideraciones.- 2. Delitos a que nos referimos: 2.1. Los delitos tipificados.
2.2. El abuso sexual. 2.3. El maltrato psíquico.- 3. Normas específicas a tener en cuenta.
4. Desarrollo procesal: 4.1. Sumario de la instrucción. 4.2. La figura del auditor. 4.3. La
investigación preliminar. 4.4. Garantías para el clérigo. 4.5. Medidas disciplinarias cautelares
y salvaguarda del buen nombre del acusado. 4.6. La instrucción de la causa. 4.7. La víctima.
4.8. Los testigos. 4.9. La prueba pericial. 4.10. La formulación de la acusación. 4.11. La defen-
sa del acusado; el “patrono”. 4.12. El pronunciamiento de los jueces. 4.13. El voto y la petición
del Ordinario. 4.14. El secreto pontificio.- 5. Colaboración con la autoridad civil. 6. El re-
sarcimiento de daños. 7. Conclusión.
1. CONSIDERACIONES
Conviene hacer algunas consideraciones, que me parecen importantes, al abor-
dar esta cuestión.
La primera consideración es que nos encontramos tratando sobre materia penal,
es decir, que nos enfrentamos al deber de juzgar hechos que pueden ser constituti-
vos de delitos. No se trata de juicios contenciosos, en los que dos partes se enfrentan
discutiendo un bien que cada una considera propio, sino, en este caso específico,
de juicios mediante los cuales se intenta establecer si alguien produjo un daño gra-
vísimo a otra persona; y, por lo tanto, estamos ante un presunto delincuente y una
presunta víctima. Sé que el lenguaje nos resulta duro en el ámbito de Iglesia en el
que nos movemos, pero no lo podemos evitar: vamos a juzgar hechos realizados por
delincuentes que producen víctimas, y eso no lo podemos olvidar; tenemos ante no-
sotros, aunque en fase de presunción mientras no haya un pronunciamiento final,
a un delincuente y a una víctima. Y digo que eso no lo podemos olvidar porque esas
víctimas –que en muchos casos han sufrido unos daños terribles que, en palabras
de Benedicto XVI, “hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le
72 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
provocan daños para toda la vida”1– deben estar presentes desde el primer momen-
to de nuestra actuación y ocupar un lugar preferente en nuestro interés a lo largo
de todo el proceso, sin olvidar, naturalmente, la presunción de inocencia a favor del
acusado.
“El daño causado por el abuso sexual de menores es devastador y duradero”2,
en palabras de los Obispos de los Estados Unidos de América. En efecto, no es raro
encontrar entre las víctimas a quienes han estado al borde del suicidio o incluso lo
han consumado; y muchas veces se puede ver a personas que no han podido superar
las secuelas de lo sufrido aún pasados más de veinte o treinta años después de los
abusos.
La segunda consideración es que nos enfrentamos a delitos que han mere-
cido la más radical condena del Santo Padre en múltiples ocasiones; baste citar
aquí lo dicho por él en una de ellas, precisamente en su alocución ante la asam-
blea plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, el año 2010: “A lo largo de
los siglos, la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha promovido la tutela de
la dignidad y de los derechos de los menores y, de muchas maneras, se ha he-
cho cargo de ellos. Lamentablemente, en diversos casos, algunos de sus miem-
bros, actuando en contraste con este compromiso, han violado esos derechos:
un comportamiento que la Iglesia no deja y no dejará de deplorar y de conde-
nar. La ternura y las enseñanzas de Jesús, que consideró a los niños un modelo
a imitar para entrar en el reino de Dios (cf. Mt 18, 1-6; 19, 13-14), siempre han
constituido una llamada apremiante a alimentar hacia ellos un profundo respe-
to y a prestarles atención. Las duras palabras de Jesús contra quien escandaliza a
uno de estos pequeños (cf. Mc 9, 42: “Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos
pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de molino
y lo arrojaran al mar”) comprometen a todos a no rebajar nunca el nivel de ese
respeto y amor”3.
La tercera consideración, que estimo de suma importancia, es que hemos de
vérnoslas con un enfrentamiento claramente desigual y desequilibrado, pues de
un lado se presenta ante nosotros una persona dolida, dañada, en situación de
precariedad, cuando no de inferioridad; un joven o una joven, un adolescente
o una adolescente o, peor todavía, un niño o una niña que seguramente se aver-
güenza de haber sufrido lo que ha sufrido, que tal vez incluso tiene sentimientos
de culpa por lo que ha pasado y a quien le parece una montaña haber de enfren-
tarse al aparato judicial de la Iglesia, no teniendo para actuar a su favor más que
su palabra, ya que ordinariamente no habrá testigos de lo que relate. Y de otro
lado, por el contrario, tendremos a un sacerdote (y, por lo tanto, a una persona
adulta), tal vez con una posición eclesial y social destacada, incluso con prestigio,
1
BENEDICTO XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la Curia Romana para el intercambio de
felicitaciones con ocasión de la Navidad, lunes 20 de diciembre de 2010, en http://www.vatican.va/holy_father/
benedict_xvi/speeches/2010/december/documents/hf_ben-xvi_spe_20101220_curia-auguri_sp.html
2
CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS, Estatutos para la protección de niños y
jóvenes, 14 junio 2002, Preámbulo: http://author.usccb.org/upload/Estatuto-para-la-Protección-de-Niños-y-Jóvenes.
pdf.
3
BENEDICTO XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en la asamblea plenaria
del Consejo Pontificio para la Familia, Sala Clementina, lunes 8 de febrero de 2010, en http://www.vatican.va/
holy_father/benedict_xvi/speeches/2010/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20100208_pc-family_sp.html
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 73
y, en todo caso, con una trayectoria que en los demás aspectos de su vida puede ser
notable, a lo que se añade con frecuencia el apoyo de grupos de personas que lo
hacen porque no pueden creer que haya sido capaz de realizar aquello de lo que
se le acusa (los fieles de su parroquia, por ejemplo, si se trata de un párroco; o sus
compañeros profesores laicos, si es el caso). Tenemos, pues, una palabra débil, la
de la víctima, contra una palabra fuerte, la del acusado: de ahí surge el tremendo
desafío que se le plantea a la Iglesia para esclarecer la verdad en una situación tan
desigual.
Y la cuarta y última consideración nos la ofrece el recientemente nombrado
Secretario de la Congregación para el Clero, Mons. Celso Morga, cuando, en decla-
raciones de hace muy poco, afirma lo siguiente: “En el momento en que surgen los
primeros indicios de que hay abusos, la autoridad eclesiástica se lo tiene que tomar
muy en serio y realizar una investigación, la cual permite tener un cuadro claro de la
situación. Nunca un abuso o una denuncia deben quedar en el vacío. Ha de investi-
garse siempre. Los casos que se han dado son pocos si se ponen en referencia con el
número total de sacerdotes, pero es que no se puede dar ninguno. Nuestro trabajo
pastoral y nuestra misión es de tal delicadeza y amor hacia los hombres que no se
puede aprovechar para cometer abusos”4.
4
Entrevista a Mons. Celso Morga en el nº 2.744 de la revista Vida Nueva publicada en Internet el 4
marzo 2011, en http://www.vidanueva.es/2011/03/04/celso-morga-nunca-un-abuso-o-una-denuncia-debe-quedar-en-
el-vacio/
5
El canon 1395 dice: “§ 1 El clérigo concubinario… § 2. El clérigo que cometa de otro modo un
delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o
amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado
con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical, cuando el caso lo requiera”.
74 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
6
CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS, Estatutos para la protección de niños y
jóvenes, 2002, Nota. En: http://www.usccb.org/bishops/chartersp.shtml. Cursiva nuestra. Cf. también, de la misma
Conferencia Episcopal, Normas esenciales para las políticas diocesanas / eparquiales que se refieren a las alegaciones de
abuso sexual de menores de edad por sacerdotes o diáconos, 8 diciembre 2002, aprobadas por la Congregación para
los Obispos, en: http://www.buzoncatolico.es/actualidad/pederastianormaseclesiales.html; http://www.usccb.org/bis-
hops/norms.html.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 75
casos que nos ocupan prácticamente siempre se producen dichas heridas psíquicas;
estoy convencido de que es a ellas a las que se refiere el Santo Padre con sus palabras
antes citadas, diciendo que perduran a lo largo de toda la vida de la víctima.
Pues bien, el maltrato psíquico es una acción insidiosa que se va tejiendo con el
tiempo, envuelta muchas veces en la dependencia afectiva provocada en la víctima
y que, como tela de araña, conduce al abuso sexual en el momento que el maltrata-
dor y victimario considera adecuado, dejando a la víctima prácticamente sin salida.
En muchos de los casos en los que he podido intervenir el dolor de las víctimas es-
taba más producido por la persona concreta que había abusado de ellas (su propio
párroco, aquel que se había convertido en su ideal de vida, incluso que había ocupa-
do el lugar del padre ausente física o afectivamente) que por los hechos físicos acae-
cidos. El sentimiento de rabia y de impotencia subsiguientes al abuso tiene mucho
que ver con el maltrato psíquico sufrido, con la conciencia de haber sido víctima de
una tremenda manipulación. Y en otros casos, la depresión producida puede ser tan
profunda que conduzca al suicidio, como ya se ha dicho.
El maltrato psíquico es, pues, toda conducta malintencionada que causa o provo-
ca un daño, perjuicio o sufrimiento a una persona, que durante un tiempo a veces
largo puede incluso no ser consciente de estar padeciéndolo. Además de esa violen-
cia psíquica el maltrato suele incluir otro componente básico, al que ya hemos aludi-
do: la manipulación y, junto a ella, el abuso de poder, toda vez que se da en las rela-
ciones humanas en las que alguien ocupa una posición superior o más fuerte y otra
persona inferior o más débil es la que sufre el maltrato de la primera. El maltratador
escoge cuidadosamente a su víctima, lo cual implica una voluntad y una capacidad
de selección debidos a una motivación y a un proceso de decisión propios: en nues-
tro caso, se maltrata psíquicamente a la otra persona para convertirla en candidata
idónea para el abuso sexual, manipulándola sobre todo en sus sentimientos de tal
modo que llegado el caso no pueda negarse a lo que se le plantea o solicita pues ha
perdido su capacidad de discernimiento. De ahí lo tremendo de la reacción poste-
rior, cuando la víctima se da cuenta y toma conciencia de lo horrible que es lo que
le ha sucedido, principalmente por la malvada y calculada manipulación de que ha
sido objeto, a veces durante años. Lamentablemente, la persona elegida por el mal-
tratador será alguien para quien él tiene un significado especial y una importancia
afectiva grande y que, por otro lado, se encuentra en una situación de dependencia
y de inferioridad con respecto al agresor que le incapacita para defenderse. Por eso
estamos ante crímenes particularmente abyectos.
Esta acción maltratadora deberá ser puesta al descubierto como resultado de la
instrucción de la causa, por lo que el auditor deberá retroceder todo lo necesario
en el tiempo hasta situarse en el inicio de dicha acción, aunque sea en su fase prepa-
ratoria; si no es así, difícilmente se entenderá la trascendencia que los hechos que
se han de juzgar tienen en la víctima, pudiendo caer en la confusión de estimarlos
como desgraciadamente anecdóticos, cuando en realidad casi siempre forman par-
te de una trama compleja y aviesa que procede de lejos y son preparados y queridos
por el victimario, que es a su vez, desde mucho antes, también maltratador.
Por eso, en mi opinión se debe estimar la posibilidad de acusarle de dos delitos, al
menos: el delito contra la vida y la libertad de las personas en forma de maltrato psí-
quico, contemplado en el canon 1397 (con la interpretación que nosotros le damos);
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 77
4. DESARROLLO PROCESAL
La responsabilidad de afrontar los posibles casos de abusos sexuales de menores
y los otros delitos gravísimos de que estamos hablando corresponde al Obispo o el
Superior Mayor del clérigo implicado. Él es quien debe tomar la iniciativa para dar
comienzo a la causa correspondiente y, tras los pasos iniciales, habrá de consultar a
la Congregación para la Doctrina de la Fe o a la del Clero, según los casos, para re-
cibir orientación sobre los pasos a cumplir posteriormente. En su reciente Subsidio,
la Congregación para la Doctrina de la Fe asegura que ella “ayudará a que sean to-
madas las medidas apropiadas para garantizar los procedimientos justos en relación
con los sacerdotes acusados, respetando su derecho fundamental de defensa, y para
que sea tutelado el bien de la Iglesia, incluido el bien de las víctimas”9.
Cuando el Obispo o el Superior Mayor reciba una denuncia referida a estos de-
litos deberá asegurar que el asunto sea tratado “según la disciplina canónica y civil,
respetando los derechos de todas las partes”10.
9
CDF, Subsidio, parte II.
10
ÍDEM, parte I, d), 2.
78 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
Se debe, por tanto, realizar una investigación preliminar. Tras ella, se debe con-
sultar a la Congregación competente para que autorice el inicio de una causa admi-
nistrativa o mande la realización de un proceso penal, si no se la reserva a sí misma;
o, en otro caso, ordene el archivo de la causa.
Lo más frecuente será que se desarrolle una causa administrativa penal, en cuya
instrucción se seguirán las siguientes etapas, en paralelismo con un proceso conten-
cioso: declaración de la presunta víctima denunciante; prueba documental; testi-
monios, especialmente de credibilidad de la víctima; audiencia del acusado; prueba
pericial sobre la víctima y el acusado; formulación de la acusación al acusado; escrito
de defensa del mismo; presentación de pruebas en su descargo por parte del acusa-
do; voto del instructor.
Instruida la causa, el Ordinario debe nombrar dos Asesores que le ayuden a pro-
nunciarse. Juntamente con ellos, examinará todo lo recogido en las actas de la ins-
trucción y se pronunciará sobre la existencia del delito, sobre la imputabilidad del
acusado y sobre la pena que, en su caso, estime que se le deba imponer. Después,
el mismo Ordinario debe formular su voto sobre el asunto. Y, mediante un decreto,
transmitir lo actuado a la Congregación competente, solicitando, si es el caso cuan-
do se trata de la Congregación del Clero, la aplicación de una de las facultades espe-
ciales recibidas del Santo Padre por dicha Congregación.
Pero además, en este tipo de causas (a no ser que se trate de un verdadero pro-
ceso penal, hipótesis que aquí no contemplamos) el auditor, pudiendo y debien-
do hacerlo todo para recoger las pruebas necesarias, se va a encontrar solo (tre-
mendamente solo, diría yo) tanto en la fase de la investigación preliminar como
en la instrucción de la causa administrativa penal, puesto que no va a contar con el
auxilio del promotor de justicia ni de ninguna otra instancia, salvo que consulte al
Ordinario en un momento determinado. Nadie, pues, le va a instar para que realice
una prueba, ni le va a presentar un cuestionario para el interrogatorio de los decla-
rantes, ni le va a ayudar a considerar si la causa está o no suficientemente instruida.
El auditor está solo, con la única ayuda del notario, pieza imprescindible, por cierto,
desde el primer paso que se dé; ya, por tanto, en la investigación preliminar.
De ahí que la idoneidad de la persona a quien se le haya de encargar esta difici-
lísima misión a mi parecer debe estar integrada, al menos, por las siguientes capaci-
dades: en primer lugar, que sepa Derecho canónico de verdad y, a ser posible, que
tenga práctica en los tribunales de la Iglesia; que se familiarice completamente con
la normativa específica aplicable a estos casos; que sea una persona paciente y com-
prensiva, para lograr que la víctima pueda declarar lo necesario pese al tremendo
esfuerzo y dolor que le supondrá recordar los hechos sucedidos. Si me permiten
una alusión personal, en una de las causas en que he asumido esta responsabilidad
estuve nueve horas seguidas escuchando la declaración de un muchacho, de una
veintena de años de edad, antiguo seminarista, que había sufrido los abusos de su
propio párroco; y en muchos otros casos, han sido también varias las horas seguidas,
porque una declaración así no se podía interrumpir, dedicada como estaba a escu-
char lo que, muchas veces entre sollozos cuando no estallando en llanto, la víctima
tenía que relatar de lo terrible que se le había hecho.
El auditor habrá de ser también equilibrado, firme y aguerrido, para enfrentarse
a recibir la declaración de un clérigo que puede ser compañero suyo de presbiterio
o de instituto de vida consagrada, una persona de prestigio tal vez, cuya vida se va a
ver radicalmente truncada al final del proceso si se le reconoce culpable, y también
para defender su propia actuación frente a la posible opinión generalizada en el
clero y otros ámbitos de la diócesis o de la institución religiosa favorable, a priori y
sin fundamento especial, al sacerdote implicado; habrá de ser también muy ordena-
do, porque nadie desde afuera le va a advertir de omisiones, despistes o fallos en la
instrucción; por último, tanto él como el notario han de ser hombres de fe, pues los
horrores que probablemente escucharán en su sede judicial pueden llegar a poner-
la a prueba.
La selección del auditor, como se puede ver, es importantísima para asegurar el
adecuado desarrollo de una causa de este género. Esta misión, en consecuencia, no
se le puede encomendar a quien no reúna las cualidades necesarias, ocupe el cargo
que ocupe o tenga la trayectoria que tenga.
Por otra parte, no podemos ocultar el peligro grande –que siempre acechará
a estas causas– de que, precisamente porque se deja demasiada responsabilidad y,
en consecuencia, una libertad enorme en manos del auditor, éste pueda caer en la
tentación de disimular, enmascarar, debilitar o incluso ocultar la comisión del delito
por parte del clérigo; tendría muchas posibilidades para hacerlo si se dejara llevar
por razones ajenas al cumplimiento estricto de su deber y al afán de ser completa-
80 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
mente imparcial, que es lo único que debe guiarle, y no fuera absolutamente hones-
to. La ocultación de estos delitos en el pasado ha causado un daño profundísimo a
las víctimas, en primer lugar, y a la Iglesia también. Por ello, el Ordinario deberá su-
pervisar con suma atención todo lo actuado, leer muy atentamente todo lo instruido
y, desde luego, alejarse él mismo de cualquier peligro de desviación de su potestad y
su deber de hacer justicia, sin atender a ninguna posible razón de conveniencia. Es
evidente que lo mismo vale para las instancias superiores que habrán de estudiar la
causa y tomar las decisiones pertinentes.
ción, cuyo trabajo termina cuando piensa razonablemente que ha reunido elemen-
tos suficientes para poder llegar a una conclusión en el sentido antes indicado y
cuya responsabilidad se limita a hacer eso de la mejor manera a su alcance, sino
del Ordinario, el cual (asesorado por dos consultores, como se dirá) debe tomar la
decisión de pasar o no el asunto a la Santa Sede (y, si decide no presentarlo ante la
Santa Sede porque la acusación le parece inverosímil, archivar el caso y actuar en
consecuencia para restablecer el buen nombre del clérigo acusado y tomar las me-
didas que estime oportunas respecto a quien le haya acusado). Por eso el delegado,
terminada la investigación, no deberá emitir ningún voto sobre el contenido de la
acusación, sino únicamente un informe sobre el desarrollo de la investigación y so-
bre sus resultados, siendo precisamente el Ordinario quien se habrá de pronunciar
sobre la verosimilitud de la acusación misma sobre la base de lo reunido durante la
investigación como resultado del trabajo de su delegado.
Todo eso se ha de hacer siempre que la noticia de la comisión del delito sea
verosímil y “a no ser que esta investigación parezca del todo superflua” (can. 1717
§ 1). Un caso típico en el que, a mi parecer, esa investigación preliminar es super-
flua porque ya se tiene certeza de la verosimilitud de la acusación se da cuando ha
intervenido la Policía o la Guardia Civil, que ha formulado una denuncia contra el
clérigo, y el juez competente ha dictado un auto contra él: con eso basta para pensar
que se debe seguir el itinerario previsto por la normativa canónica ante la existencia
verosímil de un delito de esta especie, y, por tanto, se debe poner en conocimiento
de la Santa Sede y esperar sus orientaciones concretas.
No se puede, pues, confundir la investigación preliminar con la instrucción de la
causa; debe ser algo mucho más sencillo, ágil y breve, pero, sin embargo, no se debe
prescindir en ella de las garantías que son propias de toda acción judicial; y así, por
ejemplo, se tomarán todas las declaraciones ante notario y serán firmadas por los
declarantes, después de haber jurado que dirán o han dicho la verdad; se reclamará
documentos auténticos; y también las pruebas indiciarias que sean suficientemente
sólidas, no bastando, pues, las meras habladurías. Pero el asunto no es tan senci-
llo como parece cuando la denuncia procede, por ejemplo, de un niño o, en todo
caso, de una persona débil. Obedeciendo a lo señalado antes por el Secretario de la
Congregación del Clero, no se debe dejar de prestar atención a ninguna denuncia,
no se puede mirar a otro lado, no se puede dejar nada sin investigar, por molesto o
problemático que resulte; la Iglesia ya está pagando un altísimo precio justamente
por comportamientos de ese estilo tenidos en otros tiempos.
¿Hasta dónde llegar en la realización de la investigación preliminar? No es fácil de-
cirlo, y habrá que verlo en cada caso. Será imprescindible escuchar formalmente a la
persona que acusa y a su entorno para hacerse una idea cabal de cuál es el contenido
preciso de la acusación, pues de ello dependerá en gran medida la gravedad del su-
puesto delito. Sin duda, también será imprescindible dar a conocer al clérigo la acusa-
ción que se formula contra él y ofrecerle la oportunidad de alegar lo que estime opor-
tuno en su defensa, ayudado, si acaso, ordinariamente por otro sacerdote (o no, según
se dirá más adelante) que le pueda auxiliar, al que la norma llama “patrono”. Pero
seguramente también será necesario tomar declaración a otras personas que ayuden
tanto a formarse una idea de las características de quien acusa y del acusado como, si
es posible, de las circunstancias en las que pudieron haber ocurrido los hechos.
82 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
Pero, ¿cómo hacerlo, en una materia tan grave y sensible, sin intentar ser exhaus-
tivos, al menos en cuanto a la acusación se refiere, para que no haya sombras o mal-
entendidos? ¿cómo no escuchar todo lo que tenga que decir quien supuestamente
ha sido víctima de un comportamiento delictivo de este género, que hace el esfuerzo
de presentarse ante la persona designada por la Iglesia para recibir su declaración?
¿se puede dejar para más adelante, para la eventual instrucción de la causa penal
correspondiente, una parte de su declaración? Y en cuanto al clérigo, ¿se le puede li-
mitar su derecho a defenderse desde el primer momento con todos los argumentos
e instrumentos que la ley le concede, alegando que se está únicamente en una fase
preliminar?
No son cuestiones secundarias ni fáciles de responder. En mi experiencia debo
decir que se ha procurado ser todo lo exhaustivo posible en los interrogatorios du-
rante las comparecencias y en la facultad de argumentar en uno y otro sentido, aun-
que eso alargue la investigación preliminar; en todo caso, pensamos que las actas de
las comparecencias (realizadas con todas las garantías de la ley) durante esa inves-
tigación podrán ser incorporadas a la causa administrativa penal, si la Santa Sede
ordena que se realice, bastando para ello con que la persona implicada ratifique
ante el auditor, una vez abierta la causa, lo que ya dijo ante el delegado durante la
investigación preliminar.
Por lo demás, de la importancia, rigor y seriedad de la investigación y de sus actas
correspondientes nos da idea la previsión codicial contemplada en el canon 1721 §
1: “Si el Ordinario decretara que ha de iniciarse un proceso judicial penal, entrega-
rá al promotor de justicia las actas de la investigación para que éste presente al juez
el escrito acusatorio, de acuerdo con los cann. 1502 y 1504”. Por tanto, las actas de
la investigación preliminar deben ser hechas de tal manera que, en su caso, puedan
servir nada menos que para que el promotor de justicia elabore su escrito de acusa-
ción y lo presente ante el juez, si la Congregación correspondiente ordena que se
realice un proceso judicial penal.
Terminada la investigación preliminar, el delegado ha de entregar todo lo recopila-
do (después de haber sido autentificado por el notario) al Ordinario, con su informe
propio sobre el desarrollo de la investigación (pero no sobre el contenido sustancial
del asunto, como ya se ha dicho). Y es al Ordinario a quien corresponde decidir si
debe o no consultar a la Santa Sede sobre el camino a seguir. Para ello será muy pru-
dente que, en paralelismo a lo estipulado en el c.1718 § 3 CIC, recabe el parecer y el
consejo de dos jueces u otros jurisperitos, los cuales tendrán acceso a las actas sólo des-
pués de haber jurado observar el secreto pontificio que protege a estas causas13.
4.7. La víctima
Según las normas vigentes19, la persona que denuncia debe ser tratada con res-
peto. Y si se trata de un caso en que el abuso sexual está relacionado con un delito
contra la dignidad del sacramento de la penitencia, el denunciante tiene derecho
a exigir que su nombre no sea comunicado al sacerdote denunciado ni a su pa-
trono20 (mientras que el tribunal debe evaluar con particular atención la credibili-
dad del denunciante21), evitando siempre cualquier peligro de violación del sigilo
sacramental.
Por otra parte, las autoridades de la Iglesia deben comprometerse en ofrecer a
las víctimas asistencia espiritual y psicológica22. Es de temer que con frecuencia se ol-
vida la necesidad de asistencia espiritual de las víctimas, cuando, precisamente por
la amargura de lo sufrido por la acción de un clérigo, su sentido de pertenencia a la
Iglesia probablemente se haya debilitado hasta el extremo, si no se haya convertido
en un profundo rechazo, y puede que incluso, lamentablemente, su fe se tambalee
y se ponga en peligro. La Iglesia, madre suya que ha de mostrarse siempre amorosa,
ha de cuidar de ellas como de hijas sufrientes y heridas, intentando que puedan
volver a descubrir por la acción eclesial la mano misericordiosa de Dios. Y eso es
responsabilidad, ante todo, del Ordinario, que debe poner las personas y los medios
necesarios para hacerlo.
Más adelante se hablará del resarcimiento de daños, pero dejemos ya ahora dicho
que la asistencia psicológica con frecuencia será necesaria durante mucho tiempo;
y, en los casos más graves, ni aún con ella podrá la víctima recuperar la normalidad
perdida por el trauma producido por el abuso sufrido. Pues bien, según mi criterio,
será obligación de la Iglesia hacerse cargo de los gastos que esa asistencia produzca
hasta que llegue a ser innecesaria. Y, puesto que las normas de la Congregación para
la Doctrina de la Fe estipulan que las costas judiciales sean pagadas según lo esta-
blezca la sentencia y que “si el reo no puede pagar las costas, éstas sean pagadas por
19
ÍDEM, Subsidio, parte III, b.
20
ÍDEM, Normae, 2010, art. 24.
21
Ibídem.
22
ÍDEM, Subsidio, parte III, c. La versión francesa del texto normativo dice: “les autorités ecclésias-
tiques doivent s’engager”; la inglesa: “ecclesiastical authority should commit itself”; la alemana: “Die kirch-
lichen Autoritäten sollten sich dazu verpflichten”; la portuguesa: las autoridades eclesiásticas devem se em-
penhar”. Eso es bastante más fuerte, a nuestro parecer, que el texto castellano: “las autoridades eclesiásticas
deben esforzarse”. Por eso nos inclinamos en nuestro texto por marcar la necesidad de ese compromiso, en
el sentido castellano del término, que alude a obligación y firmeza más que a meros deseos, como podría
deducirse del “deben esforzarse” que consta en la publicación oficial.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 85
el Ordinario o Jerarca de la causa”23, creo que en paralelo se puede concluir que los
gastos producidos por la asistencia psicológica o psiquiátrica de la víctima habrán de
ser pagados por el condenado o, si él no puede, por su Ordinario, dure lo que dure
dicha asistencia.
23
ÍDEM, Normae, 2010, art. 29.
86 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
24
En esa dirección va el apartado 7 de las Normas esenciales para las políticas diocesanas/eparquiales
que se refieren a las alegaciones de abuso sexual de menores de edad por sacerdotes o diáconos, de la CONFERENCIA
EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS (diciembre 2002): “Se puede requerir al acusado que busque y se
le puede urgir para que voluntariamente acceda a [la realización de] una evaluación médica y psicológica
apropiada, en una modalidad mutuamente aceptable para la diócesis / eparquía y para el acusado”.
25
CDF, Subsidio, parte II y parte III, e.
26
Ibídem.
27
ÍDEM, Subsidio, parte II.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 87
cumentos, testigos, pruebas periciales y los demás medios de prueba a su favor que
considere oportunos, además de su propia declaración y su escrito de defensa.
Se ha de recordar lo dicho anteriormente sobre la tipificación de los delitos aquí
contemplados para que la acusación se formule en los términos establecidos por
la norma, concretando, naturalmente, los datos de la o las víctimas (de modo muy
especial, si se trata o no de personas menores de edad), la repetición o no de los he-
chos delictivos, las circunstancias atenuantes o agravantes en su caso y todo lo demás
que sea necesario para que no quepa ambigüedad o duda en la interpretación de la
acusación por parte del acusado, de modo que pueda preparar adecuadamente su
propia defensa.
En el caso de la causa administrativa penal, es éste un momento especialmente
delicado, en el que se acentúa y se pone de manifiesto la soledad del auditor, a la
que en otro momento hemos hecho referencia. Tal vez conviniera que éste, pru-
dentemente, consultara al Ordinario implicado para la redacción de la acusación
concreta que se ha de formular contra el clérigo, pues de ella depende mucho la
resolución de la causa; y que el mismo Ordinario (sin substituir al delegado) presi-
diera la sesión en la cual se le formule la acusación al clérigo.
6. EL RESARCIMIENTO DE DAÑOS
Hay un paso previo al estricto resarcimiento de daños, y consiste en que la vícti-
ma de un abuso sexual, según el criterio de entendidos en la materia a quienes he-
mos podido consultar, necesita que se le pida perdón por lo que ha sufrido; y cuanto
más grave haya sido el daño, más imperiosamente necesita esa petición de perdón.
Lo debería hacer, desde luego, el agresor; pero si eso no fuere posible o resultare
demasiado duro para la víctima haber de enfrentarse a él de nuevo, al menos debe
hacerlo el Ordinario del que el agresor depende. Y lo debe hacer de forma clara y
directa: debe pedirle perdón por lo que el clérigo le ha hecho, por todo el daño que
se le ha producido y por todo el sufrimiento que ha tenido que soportar por causa
de ese comportamiento vil. Son conocidos casos en los que, una vez pasados muchos
años de los hechos, la víctima no reclama nada excepto una sola cosa: que se le pida
perdón. Y debe hacerse para que la persona dañada pueda alcanzar la paz a la que,
por cierto, tiene derecho.
En cuanto al resarcimiento de daños como tal, el Código prevé en el c.1729 una
acción contenciosa para que el perjudicado pueda reclamarlo en el caso en que se
siga un proceso penal. Pero también prevé otra posibilidad en el c.1718 § 4, cuando
dice que antes de tomar la decisión de iniciar un proceso penal o actuar mediante
un decreto extrajudicial (antes, entonces, en nuestro caso, de recibir las indicacio-
nes pertinentes de la Santa Sede al respecto), “debe considerar el Ordinario si, para
evitar juicios inútiles, es conveniente que, con el consentimiento de las partes, él
mismo o el investigador dirima lo referente a los daños de acuerdo con la equidad”.
32
ÍDEM, Subsidio, parte I: “El abuso sexual de menores no es sólo un delito canónico, sino también
un crimen perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieren en los diver-
sos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias. En particular, sin perjuicio
del foro interno o sacramental, siempre se han de seguir las prescripciones de las leyes civiles en lo referente
a remitir los delitos a las legítimas autoridades. Naturalmente, esta colaboración no se refiere sólo a los casos
de abuso sexual cometido por clérigos, sino también a aquellos casos de abuso en los que estuviera implicado
el personal religioso o laico que coopera en las estructuras eclesiásticas”.
90 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
7. CONCLUSIÓN
Los comportamientos de algunos clérigos, canallescos y vituperables, han herido
a muchas personas. Nada más contrario a la vida y la enseñanza de Jesús, que “pasó
haciendo el bien” (Hech 10, 38). El Pueblo de Dios ha sido dañado profundamente
por ello. Y me temo que la crisis que por su causa se ha producido es de unas dimen-
siones difíciles de calibrar todavía. Por eso, se impone una reacción enérgica, clara
y sin ambages (siguiendo las directrices del Santo Padre Benedicto XVI) que, respe-
tando los derechos de todos, intente restablecer la justicia poniendo a cada quien
en su sitio. Por eso nadie puede mirar hacia otro lado. Como dijimos al principio,
las víctimas y su dolor han de ocupar el primer lugar en nuestras preocupaciones y
deben desplazar cualquier otra consideración; deben estar ante nuestros ojos desde
el primer momento. Y, como la casa sin duda está sucia, algunas personas se habrán
de ocupar de barrerla. Pensando en ellas y sintiéndome solidario con ellas por el
ejercicio de mi profesión como jurista, y con el intento de contribuir a que se pueda
actuar de la manera mejor, he redactado esta ponencia. Espero modestamente que
pueda resultarles útil33.
33
Los principales documentos citados a lo largo de este trabajo pueden localizarse a través de Internet
en las siguien-tes direcciones:
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Normae de delictis Congregationi pro Doctrina Fidei re-
servatis seu Normae de delictis contra fidem necnon de gravioribus delictis, 21 mayo 2010: http://www.vatican.va/
resources/resources_norme_sp.html
ÍDEM, Breve relación sobre los cambios introducidos en las Normae de gravioribus delictis reservados a la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe, 21 mayo 2010: http://www.vatican.va/resources/resources_rel-modifiche_sp.html
ÍDEM, carta circular Subsidio para las Conferencias Episcopales en la preparación de Líneas Guía para tra-
tar los casos de abuso sexual de menores por parte del clero, 3 mayo 2011: http://www.vatican.va/roman_curia/
congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20110503_abuso-minori_sp.html