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LÍNEAS PROCESALES DE LAS CAUSAS

PARA JUZGAR ALGUNOS DELITOS GRAVÍSIMOS


COMETIDOS POR CLÉRIGOS
Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.
Vicario Judicial adjunto de la diócesis de Ibiza
otromundoesposible08@gmail.com

Sumario: 1. Consideraciones.- 2. Delitos a que nos referimos: 2.1. Los delitos tipificados.
2.2. El abuso sexual. 2.3. El maltrato psíquico.- 3. Normas específicas a tener en cuenta.
4. Desarrollo procesal: 4.1. Sumario de la instrucción. 4.2. La figura del auditor. 4.3. La
investigación preliminar. 4.4. Garantías para el clérigo. 4.5. Medidas disciplinarias cautelares
y salvaguarda del buen nombre del acusado. 4.6. La instrucción de la causa. 4.7. La víctima.
4.8. Los testigos. 4.9. La prueba pericial. 4.10. La formulación de la acusación. 4.11. La defen-
sa del acusado; el “patrono”. 4.12. El pronunciamiento de los jueces. 4.13. El voto y la petición
del Ordinario. 4.14. El secreto pontificio.- 5. Colaboración con la autoridad civil. 6. El re-
sarcimiento de daños. 7. Conclusión.

Deseo mostrar mi agradecimiento a la Junta Directiva de la Asociación Española


de Canonistas, a cuya asociación pertenezco desde hace bastantes años, por haber
pensado en mí para desarrollar esta materia.

1. CONSIDERACIONES
Conviene hacer algunas consideraciones, que me parecen importantes, al abor-
dar esta cuestión.
La primera consideración es que nos encontramos tratando sobre materia penal,
es decir, que nos enfrentamos al deber de juzgar hechos que pueden ser constituti-
vos de delitos. No se trata de juicios contenciosos, en los que dos partes se enfrentan
discutiendo un bien que cada una considera propio, sino, en este caso específico,
de juicios mediante los cuales se intenta establecer si alguien produjo un daño gra-
vísimo a otra persona; y, por lo tanto, estamos ante un presunto delincuente y una
presunta víctima. Sé que el lenguaje nos resulta duro en el ámbito de Iglesia en el
que nos movemos, pero no lo podemos evitar: vamos a juzgar hechos realizados por
delincuentes que producen víctimas, y eso no lo podemos olvidar; tenemos ante no-
sotros, aunque en fase de presunción mientras no haya un pronunciamiento final,
a un delincuente y a una víctima. Y digo que eso no lo podemos olvidar porque esas
víctimas –que en muchos casos han sufrido unos daños terribles que, en palabras
de Benedicto XVI, “hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le
72 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

provocan daños para toda la vida”1– deben estar presentes desde el primer momen-
to de nuestra actuación y ocupar un lugar preferente en nuestro interés a lo largo
de todo el proceso, sin olvidar, naturalmente, la presunción de inocencia a favor del
acusado.
“El daño causado por el abuso sexual de menores es devastador y duradero”2,
en palabras de los Obispos de los Estados Unidos de América. En efecto, no es raro
encontrar entre las víctimas a quienes han estado al borde del suicidio o incluso lo
han consumado; y muchas veces se puede ver a personas que no han podido superar
las secuelas de lo sufrido aún pasados más de veinte o treinta años después de los
abusos.
La segunda consideración es que nos enfrentamos a delitos que han mere-
cido la más radical condena del Santo Padre en múltiples ocasiones; baste citar
aquí lo dicho por él en una de ellas, precisamente en su alocución ante la asam-
blea plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, el año 2010: “A lo largo de
los siglos, la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha promovido la tutela de
la dignidad y de los derechos de los menores y, de muchas maneras, se ha he-
cho cargo de ellos. Lamentablemente, en diversos casos, algunos de sus miem-
bros, actuando en contraste con este compromiso, han violado esos derechos:
un comportamiento que la Iglesia no deja y no dejará de deplorar y de conde-
nar. La ternura y las enseñanzas de Jesús, que consideró a los niños un modelo
a imitar para entrar en el reino de Dios (cf. Mt 18, 1-6; 19, 13-14), siempre han
constituido una llamada apremiante a alimentar hacia ellos un profundo respe-
to y a prestarles atención. Las duras palabras de Jesús contra quien escandaliza a
uno de estos pequeños (cf. Mc 9, 42: “Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos
pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de molino
y lo arrojaran al mar”) comprometen a todos a no rebajar nunca el nivel de ese
respeto y amor”3.
La tercera consideración, que estimo de suma importancia, es que hemos de
vérnoslas con un enfrentamiento claramente desigual y desequilibrado, pues de
un lado se presenta ante nosotros una persona dolida, dañada, en situación de
precariedad, cuando no de inferioridad; un joven o una joven, un adolescente
o una adolescente o, peor todavía, un niño o una niña que seguramente se aver-
güenza de haber sufrido lo que ha sufrido, que tal vez incluso tiene sentimientos
de culpa por lo que ha pasado y a quien le parece una montaña haber de enfren-
tarse al aparato judicial de la Iglesia, no teniendo para actuar a su favor más que
su palabra, ya que ordinariamente no habrá testigos de lo que relate. Y de otro
lado, por el contrario, tendremos a un sacerdote (y, por lo tanto, a una persona
adulta), tal vez con una posición eclesial y social destacada, incluso con prestigio,

1
BENEDICTO XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la Curia Romana para el intercambio de
felicitaciones con ocasión de la Navidad, lunes 20 de diciembre de 2010, en http://www.vatican.va/holy_father/
benedict_xvi/speeches/2010/december/documents/hf_ben-xvi_spe_20101220_curia-auguri_sp.html
2
CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS, Estatutos para la protección de niños y
jóvenes, 14 junio 2002, Preámbulo: http://author.usccb.org/upload/Estatuto-para-la-Protección-de-Niños-y-Jóvenes.
pdf.
3
BENEDICTO XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en la asamblea plenaria
del Consejo Pontificio para la Familia, Sala Clementina, lunes 8 de febrero de 2010, en http://www.vatican.va/
holy_father/benedict_xvi/speeches/2010/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20100208_pc-family_sp.html
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 73

y, en todo caso, con una trayectoria que en los demás aspectos de su vida puede ser
notable, a lo que se añade con frecuencia el apoyo de grupos de personas que lo
hacen porque no pueden creer que haya sido capaz de realizar aquello de lo que
se le acusa (los fieles de su parroquia, por ejemplo, si se trata de un párroco; o sus
compañeros profesores laicos, si es el caso). Tenemos, pues, una palabra débil, la
de la víctima, contra una palabra fuerte, la del acusado: de ahí surge el tremendo
desafío que se le plantea a la Iglesia para esclarecer la verdad en una situación tan
desigual.
Y la cuarta y última consideración nos la ofrece el recientemente nombrado
Secretario de la Congregación para el Clero, Mons. Celso Morga, cuando, en decla-
raciones de hace muy poco, afirma lo siguiente: “En el momento en que surgen los
primeros indicios de que hay abusos, la autoridad eclesiástica se lo tiene que tomar
muy en serio y realizar una investigación, la cual permite tener un cuadro claro de la
situación. Nunca un abuso o una denuncia deben quedar en el vacío. Ha de investi-
garse siempre. Los casos que se han dado son pocos si se ponen en referencia con el
número total de sacerdotes, pero es que no se puede dar ninguno. Nuestro trabajo
pastoral y nuestra misión es de tal delicadeza y amor hacia los hombres que no se
puede aprovechar para cometer abusos”4.

2. DELITOS A QUE NOS REFERIMOS

2.1. Los delitos tipificados


Aunque la reciente normativa de la Iglesia incluye otros delitos considerados
gravísimos, en esta aportación nos circunscribimos a los de índole sexual. Por lo
que se refiere a la competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe son:
la solicitación a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo durante la
confesión o con ocasión o con pretexto de ella, de la que se trata en el can. 1387
del Código de Derecho Canónico y en el can. 1458 del Código de Cánones de las
Iglesias Orientales, si tal solicitación se dirige a pecar con el mismo confesor; el de-
lito contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un me-
nor de 18 años (en este número se equipara al menor la persona que habitualmente
tiene un uso imperfecto de la razón); y la adquisición, retención o divulgación, con
un fin libidinoso, de imágenes pornográficas de menores de edad inferior a 14 años
por parte de un clérigo en cualquier forma y con cualquier instrumento. Por su par-
te, la Congregación del Clero contempla el siguiente delito que aquí nos interesa: el
de haber cometido graves pecados externos o delitos contra el sexto mandamiento
del Decálogo (cf. can. 1395 §§ 1-2) 5.

4
Entrevista a Mons. Celso Morga en el nº 2.744 de la revista Vida Nueva publicada en Internet el 4
marzo 2011, en http://www.vidanueva.es/2011/03/04/celso-morga-nunca-un-abuso-o-una-denuncia-debe-quedar-en-
el-vacio/
5
El canon 1395 dice: “§ 1 El clérigo concubinario… § 2. El clérigo que cometa de otro modo un
delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o
amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado
con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical, cuando el caso lo requiera”.
74 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

2.2. El abuso sexual


Querría hacer una referencia al concepto de “abuso sexual” en relación con la
edad de la víctima. La comunidad científica que hemos tenido oportunidad de con-
sultar y la opinión fundada de psiquiatras y psicólogos a los que hemos tomado de-
claración coinciden en afirmar algo simple pero muy importante: el abuso sexual
no tiene edad, no es cuestión de si la víctima es o no menor de edad, porque se
puede producir en todas las hipótesis siempre que se dé un hecho trascendental, a
saber, que una persona ha hecho algo que no quería hacer forzada por otra. Para
eso no es necesario que haya por medio violencia física, pues en muchos casos no
será necesaria ya que la víctima del abuso, que antes lo ha sido de una tremenda ma-
nipulación psíquica, muchas veces en el ámbito afectivo, puede acceder a lo que se
le solicita sin oponer resistencia: hasta tal punto puede llegar la acción devastadora
del manipulador. De ahí lo terrible de la reacción cuando la víctima, prácticamente
siempre ayudada por psiquiatras o psicólogos, cae en la cuenta de la verdad de lo
que le ha sucedido y de por qué le ha sucedido; podría ser que incluso estuviera lar-
go tiempo pensando y creyendo que ella era la culpable de lo que había sucedido:
hasta ahí llega la perversidad de estos hechos. Y por eso se puede hablar incluso de
suicidio en algunos casos. Lamentablemente, en ciertos ámbitos de quienes tienen
que juzgar en última instancia algunas de estas causas hasta ahora no se coincide
con la comunidad científica antes aludida y se mantiene que sólo hay abuso sexual
cuando la víctima es menor de edad. Esperemos que la ciencia se abra camino en
esos ámbitos y se acepte lo que todo el mundo acepta, con las consiguientes conse-
cuencias procesales.
En todo caso, conviene referirse a la postura de la Conferencia Episcopal de los
Estados Unidos manifestada en sus normas sobre la materia del año 20026, que con-
sidero sumamente útiles:
“El abuso sexual de un menor incluye el contacto sexual o la explotación sexual
de un menor u otra clase de conducta por la cual un adulto utiliza a un menor como
un objeto de satisfacción sexual. El abuso sexual ha sido definido de varias maneras por
las diferentes autoridades civiles y estas normas no adoptan ninguna definición particular
ofrecida por la ley civil. Más bien, las transgresiones en cuestión están relacionadas con las
obligaciones que derivan de los mandatos divinos respecto a la interacción sexual humana
como nos lo expresa el sexto mandamiento del Decálogo (CIC, c. 1395 § 2, CCEO, c. 1453 §
1). Por lo tanto, la norma que se debe tomar en consideración al analizar una alegación de
abuso sexual de un menor es si la conducta o la interacción con el menor se califica como una
violación objetivamente grave y externa del sexto mandamiento (USCCB, Canonical Delicts
Involving Sexual Misconduct and Dismissal from the Clerical State, 1995, p. 6). Un delito
canónico contra el sexto mandamiento del Decálogo (CIC, c. 1395 § 2; CCEO, c.
1453 § 1) no necesariamente tiene que ser un acto de coito completo. Ni, para ser
objetivamente grave, el acto necesita involucrar fuerza, contacto físico o un resulta-

6
CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS, Estatutos para la protección de niños y
jóvenes, 2002, Nota. En: http://www.usccb.org/bishops/chartersp.shtml. Cursiva nuestra. Cf. también, de la misma
Conferencia Episcopal, Normas esenciales para las políticas diocesanas / eparquiales que se refieren a las alegaciones de
abuso sexual de menores de edad por sacerdotes o diáconos, 8 diciembre 2002, aprobadas por la Congregación para
los Obispos, en: http://www.buzoncatolico.es/actualidad/pederastianormaseclesiales.html; http://www.usccb.org/bis-
hops/norms.html.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 75

do dañino discernible. Además, ‘cometida la infracción externa, se presume la im-


putabilidad (responsabilidad moral), a no ser que conste lo contrario’ (CIC, c. 1321
§ 3; CCEO, c. 1414 § 2). Cf. CIC, cc. 1322-1327, y CCEO, cc. 1413, 1415, y 1416. Si
existiese alguna duda sobre si un acto específico satisface esta definición, se deberá
consultar los escritos de reconocidos teólogos moralistas y se deberá buscar la opi-
nión de un reconocido experto (Canonical Delicts, p. 6). Finalmente, es responsabi-
lidad del obispo/eparca diocesano, con el asesoramiento de un comité de revisión
calificado, determinar la gravedad del acto alegado”.
En definitiva, siguiendo la más reciente indicación normativa sobre este asunto,
el concepto de abuso sexual de menores debe coincidir con la definición del motu
proprio Sacramentorum sanctitatis tutela, art. 6 («el delito contra el sexto mandamiento
del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de dieciocho años»), así como
con la praxis interpretativa y la jurisprudencia de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, teniendo en cuenta las leyes civiles del Estado7.

2.3. El maltrato psíquico


Debemos referirnos al contexto en el que con mucha frecuencia se producen
los delitos que nos ocupan: ese contexto es el del maltrato psíquico, por cierto no
contemplado como tal en el Código de Derecho Canónico pero que me permito su-
gerir que podría incluirse en la previsión del canon 1397, cuyo contenido recuerdo:
“Quien comete homicidio, o rapta o retiene a un ser humano con violencia o fraude,
o le mutila o hiere gravemente, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con las
privaciones y prohibiciones del can. 1336; el homicidio de las personas indicadas en
el can. 1370 se castiga con las penas allí establecidas”8. Herir gravemente a alguien
se puede hacer físicamente o también psíquicamente, e incluso probablemente con
secuelas mucho peores. ¿Qué es, si no, más importante: lesionarle a alguien un bra-
zo o un pie o partirle el alma? Las heridas de carácter psíquico son mucho más pro-
fundas y sus consecuencias mucho más duraderas que las de carácter físico. Y en los
7
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, carta circular Subsidio para las Conferencia
Episcopales en la preparación de “Líneas Guía” para tratar los casos de abuso sexual de menores por parte del clero, 3
mayo 2011, apartado III, a. A partir de ahora citaremos a esta Congregación por las siglas: CDF; y a este docu-
mento por la palabra Subsidio.
Para entender mejor cuáles son esos “delitos contra el sexto mandamiento del Decálogo” puede ayudar
la consulta de lo que el Catecismo de la Iglesia Católica dice acerca de los pecados contra ese mandamiento. Por
un lado, considera las ofensas a la castidad: la lujuria (n. 2351); la masturbación (n. 2352); la fornicación (n.
2353), la cual “es un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores”; la pornografía (n.
2354); la prostitución (n. 2355); la violación (n. 2356), que “es forzar o agredir con violencia la intimidad
sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente el derecho
de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar
a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación come-
tida por parte de los padres (cf. incesto) o de educadores con los niños que les están confiados” (cursiva nuestra); y los
actos homosexuales (n. 2357). También, las ofensas a la dignidad del matrimonio: el adulterio (n. 2380); el
divorcio (n. 2384). Y otras ofensas a la dignidad del matrimonio: la poligamia (n. 2387); el incesto (n. 2388),
que “es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio (cf. Lev
18, 7-20)”; y además (n. 2389), “se puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos en niños o
adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una mayor gravedad por atentar escandalosamente con-
tra la integridad física y moral de los jóvenes, que quedarán así marcados para toda la vida, y por ser una violación de la
responsabilidad educativa” (cursiva nuestra); la unión libre (n. 2390); y la “unión a prueba” (n. 2391).
8
Cursiva nuestra.
76 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

casos que nos ocupan prácticamente siempre se producen dichas heridas psíquicas;
estoy convencido de que es a ellas a las que se refiere el Santo Padre con sus palabras
antes citadas, diciendo que perduran a lo largo de toda la vida de la víctima.
Pues bien, el maltrato psíquico es una acción insidiosa que se va tejiendo con el
tiempo, envuelta muchas veces en la dependencia afectiva provocada en la víctima
y que, como tela de araña, conduce al abuso sexual en el momento que el maltrata-
dor y victimario considera adecuado, dejando a la víctima prácticamente sin salida.
En muchos de los casos en los que he podido intervenir el dolor de las víctimas es-
taba más producido por la persona concreta que había abusado de ellas (su propio
párroco, aquel que se había convertido en su ideal de vida, incluso que había ocupa-
do el lugar del padre ausente física o afectivamente) que por los hechos físicos acae-
cidos. El sentimiento de rabia y de impotencia subsiguientes al abuso tiene mucho
que ver con el maltrato psíquico sufrido, con la conciencia de haber sido víctima de
una tremenda manipulación. Y en otros casos, la depresión producida puede ser tan
profunda que conduzca al suicidio, como ya se ha dicho.
El maltrato psíquico es, pues, toda conducta malintencionada que causa o provo-
ca un daño, perjuicio o sufrimiento a una persona, que durante un tiempo a veces
largo puede incluso no ser consciente de estar padeciéndolo. Además de esa violen-
cia psíquica el maltrato suele incluir otro componente básico, al que ya hemos aludi-
do: la manipulación y, junto a ella, el abuso de poder, toda vez que se da en las rela-
ciones humanas en las que alguien ocupa una posición superior o más fuerte y otra
persona inferior o más débil es la que sufre el maltrato de la primera. El maltratador
escoge cuidadosamente a su víctima, lo cual implica una voluntad y una capacidad
de selección debidos a una motivación y a un proceso de decisión propios: en nues-
tro caso, se maltrata psíquicamente a la otra persona para convertirla en candidata
idónea para el abuso sexual, manipulándola sobre todo en sus sentimientos de tal
modo que llegado el caso no pueda negarse a lo que se le plantea o solicita pues ha
perdido su capacidad de discernimiento. De ahí lo tremendo de la reacción poste-
rior, cuando la víctima se da cuenta y toma conciencia de lo horrible que es lo que
le ha sucedido, principalmente por la malvada y calculada manipulación de que ha
sido objeto, a veces durante años. Lamentablemente, la persona elegida por el mal-
tratador será alguien para quien él tiene un significado especial y una importancia
afectiva grande y que, por otro lado, se encuentra en una situación de dependencia
y de inferioridad con respecto al agresor que le incapacita para defenderse. Por eso
estamos ante crímenes particularmente abyectos.
Esta acción maltratadora deberá ser puesta al descubierto como resultado de la
instrucción de la causa, por lo que el auditor deberá retroceder todo lo necesario
en el tiempo hasta situarse en el inicio de dicha acción, aunque sea en su fase prepa-
ratoria; si no es así, difícilmente se entenderá la trascendencia que los hechos que
se han de juzgar tienen en la víctima, pudiendo caer en la confusión de estimarlos
como desgraciadamente anecdóticos, cuando en realidad casi siempre forman par-
te de una trama compleja y aviesa que procede de lejos y son preparados y queridos
por el victimario, que es a su vez, desde mucho antes, también maltratador.
Por eso, en mi opinión se debe estimar la posibilidad de acusarle de dos delitos, al
menos: el delito contra la vida y la libertad de las personas en forma de maltrato psí-
quico, contemplado en el canon 1397 (con la interpretación que nosotros le damos);
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 77

y el de abuso sexual, es decir, el delito contra el sexto mandamiento del Decálogo,


contemplado en el canon 1395 y en la normativa específica de la Congregación para
la Doctrina de la Fe o de la del Clero. Junto a ellos, también cabría hablar del delito
de abuso de la potestad eclesiástica, contemplado en el canon 1389 § 1; e incluso, si
es el caso, con la circunstancia agravante de que el autor de los delitos estaba cons-
tituido en dignidad y abusó de su autoridad y oficio como párroco para cometer los
delitos, a tenor del canon 1326 § 1, 2º, en el momento de hacerlo.

3. NORMAS ESPECÍFICAS A TENER EN CUENTA


El tratamiento judicial de estos delitos está regulado por el Código de Derecho
Canónico y, además, por las siguientes normas específicas: JUAN PABLO II, Motu
proprio Sacramentorum sanctitatis tutela, 30 de abril de 2001, por el que se promul-
gan las Normae de gravioribus delictis Congregationi pro Doctrina Fidei reservatis, que es-
tán compuestas por dos partes: una sustancial y la otra procesal; CONGREGACIÓN
PARA EL CLERO, Carta circular Prot. 2009-0556, de fecha 18 de abril de 2009, sobre
las Facultades especiales recibidas del Sumo Pontífice el 30 de enero de 2009; ÍDEM, Carta
circular Prot. 2010-0823, de fecha 17 de marzo de 2010, sobre las Líneas procesales y
los Documentos necesarios y el Modo de complementar el procedimiento en su fase local, rela-
tivos a las facultades especiales recibidas del Sumo Pontífice el 30 de enero de 2009;
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Normae de delictis Congregationi
pro Doctrina Fidei reservatis seu Normae de delictis contra fidem necnon de gravioribus de-
lictis, 21 de mayo de 2010; y la carta circular de la misma CONGREGACIÓN PARA
LA DOCTRINA DE LA FE, Subsidio para las Conferencia Episcopales en la preparación de
“Líneas Guía” para tratar los casos de abuso sexual de menores por parte del clero, de fecha 3
de mayo de 2011.

4. DESARROLLO PROCESAL
La responsabilidad de afrontar los posibles casos de abusos sexuales de menores
y los otros delitos gravísimos de que estamos hablando corresponde al Obispo o el
Superior Mayor del clérigo implicado. Él es quien debe tomar la iniciativa para dar
comienzo a la causa correspondiente y, tras los pasos iniciales, habrá de consultar a
la Congregación para la Doctrina de la Fe o a la del Clero, según los casos, para re-
cibir orientación sobre los pasos a cumplir posteriormente. En su reciente Subsidio,
la Congregación para la Doctrina de la Fe asegura que ella “ayudará a que sean to-
madas las medidas apropiadas para garantizar los procedimientos justos en relación
con los sacerdotes acusados, respetando su derecho fundamental de defensa, y para
que sea tutelado el bien de la Iglesia, incluido el bien de las víctimas”9.
Cuando el Obispo o el Superior Mayor reciba una denuncia referida a estos de-
litos deberá asegurar que el asunto sea tratado “según la disciplina canónica y civil,
respetando los derechos de todas las partes”10.

9
CDF, Subsidio, parte II.
10
ÍDEM, parte I, d), 2.
78 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

4.1. Sumario de la instrucción


Todo comienza por la obediencia a lo dispuesto en el canon 1717 CIC, que dice:
“§ 1. Siempre que el Ordinario tenga noticia, al menos verosímil, de
un delito, debe investigar con cautela, personalmente o por medio de
una persona idónea, sobre los hechos y sus circunstancias, así como so-
bre la imputabilidad, a no ser que esta investigación parezca del todo su-
perflua. § 2. Hay que evitar que, por esta investigación, se ponga en peli-
gro la buena fama de alguien. § 3. Quien realiza la investigación tiene los
mismos poderes e idénticas obligaciones que el auditor en un proceso; y,
si se realiza después un proceso judicial, no puede desempeñar en él la
función de juez”.

Se debe, por tanto, realizar una investigación preliminar. Tras ella, se debe con-
sultar a la Congregación competente para que autorice el inicio de una causa admi-
nistrativa o mande la realización de un proceso penal, si no se la reserva a sí misma;
o, en otro caso, ordene el archivo de la causa.
Lo más frecuente será que se desarrolle una causa administrativa penal, en cuya
instrucción se seguirán las siguientes etapas, en paralelismo con un proceso conten-
cioso: declaración de la presunta víctima denunciante; prueba documental; testi-
monios, especialmente de credibilidad de la víctima; audiencia del acusado; prueba
pericial sobre la víctima y el acusado; formulación de la acusación al acusado; escrito
de defensa del mismo; presentación de pruebas en su descargo por parte del acusa-
do; voto del instructor.
Instruida la causa, el Ordinario debe nombrar dos Asesores que le ayuden a pro-
nunciarse. Juntamente con ellos, examinará todo lo recogido en las actas de la ins-
trucción y se pronunciará sobre la existencia del delito, sobre la imputabilidad del
acusado y sobre la pena que, en su caso, estime que se le deba imponer. Después,
el mismo Ordinario debe formular su voto sobre el asunto. Y, mediante un decreto,
transmitir lo actuado a la Congregación competente, solicitando, si es el caso cuan-
do se trata de la Congregación del Clero, la aplicación de una de las facultades espe-
ciales recibidas del Santo Padre por dicha Congregación.

4.2. La figura del auditor


A no ser que sea el mismo Ordinario quien realice la investigación preliminar
y/o la instrucción de la causa administrativa correspondiente, delegará en una “per-
sona idónea”, según establecen los cánones 1717 § 1 y 1428, para realizar esas tareas;
dicho delegado, durante la investigación preliminar, tendrá los poderes y obligacio-
nes establecidos en el parágrafo 3 del canon 1717, como antes se dijo.
A mi parecer, estamos ante una pieza clave en todo este asunto, pues la responsa-
bilidad de esa persona es enorme, toda vez que, siendo “dominus causæ” como todo
instructor, puede y debe “recoger las pruebas y entregárselas al juez, según el man-
dato de éste; y, si no se le prohíbe en el mandato, puede provisionalmente decidir
qué pruebas han de recogerse y de qué manera, en el caso de que se discutan estas
cuestiones mientras desempeña su tarea”, según reza el c.1428 § 3 CIC.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 79

Pero además, en este tipo de causas (a no ser que se trate de un verdadero pro-
ceso penal, hipótesis que aquí no contemplamos) el auditor, pudiendo y debien-
do hacerlo todo para recoger las pruebas necesarias, se va a encontrar solo (tre-
mendamente solo, diría yo) tanto en la fase de la investigación preliminar como
en la instrucción de la causa administrativa penal, puesto que no va a contar con el
auxilio del promotor de justicia ni de ninguna otra instancia, salvo que consulte al
Ordinario en un momento determinado. Nadie, pues, le va a instar para que realice
una prueba, ni le va a presentar un cuestionario para el interrogatorio de los decla-
rantes, ni le va a ayudar a considerar si la causa está o no suficientemente instruida.
El auditor está solo, con la única ayuda del notario, pieza imprescindible, por cierto,
desde el primer paso que se dé; ya, por tanto, en la investigación preliminar.
De ahí que la idoneidad de la persona a quien se le haya de encargar esta difici-
lísima misión a mi parecer debe estar integrada, al menos, por las siguientes capaci-
dades: en primer lugar, que sepa Derecho canónico de verdad y, a ser posible, que
tenga práctica en los tribunales de la Iglesia; que se familiarice completamente con
la normativa específica aplicable a estos casos; que sea una persona paciente y com-
prensiva, para lograr que la víctima pueda declarar lo necesario pese al tremendo
esfuerzo y dolor que le supondrá recordar los hechos sucedidos. Si me permiten
una alusión personal, en una de las causas en que he asumido esta responsabilidad
estuve nueve horas seguidas escuchando la declaración de un muchacho, de una
veintena de años de edad, antiguo seminarista, que había sufrido los abusos de su
propio párroco; y en muchos otros casos, han sido también varias las horas seguidas,
porque una declaración así no se podía interrumpir, dedicada como estaba a escu-
char lo que, muchas veces entre sollozos cuando no estallando en llanto, la víctima
tenía que relatar de lo terrible que se le había hecho.
El auditor habrá de ser también equilibrado, firme y aguerrido, para enfrentarse
a recibir la declaración de un clérigo que puede ser compañero suyo de presbiterio
o de instituto de vida consagrada, una persona de prestigio tal vez, cuya vida se va a
ver radicalmente truncada al final del proceso si se le reconoce culpable, y también
para defender su propia actuación frente a la posible opinión generalizada en el
clero y otros ámbitos de la diócesis o de la institución religiosa favorable, a priori y
sin fundamento especial, al sacerdote implicado; habrá de ser también muy ordena-
do, porque nadie desde afuera le va a advertir de omisiones, despistes o fallos en la
instrucción; por último, tanto él como el notario han de ser hombres de fe, pues los
horrores que probablemente escucharán en su sede judicial pueden llegar a poner-
la a prueba.
La selección del auditor, como se puede ver, es importantísima para asegurar el
adecuado desarrollo de una causa de este género. Esta misión, en consecuencia, no
se le puede encomendar a quien no reúna las cualidades necesarias, ocupe el cargo
que ocupe o tenga la trayectoria que tenga.
Por otra parte, no podemos ocultar el peligro grande –que siempre acechará
a estas causas– de que, precisamente porque se deja demasiada responsabilidad y,
en consecuencia, una libertad enorme en manos del auditor, éste pueda caer en la
tentación de disimular, enmascarar, debilitar o incluso ocultar la comisión del delito
por parte del clérigo; tendría muchas posibilidades para hacerlo si se dejara llevar
por razones ajenas al cumplimiento estricto de su deber y al afán de ser completa-
80 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

mente imparcial, que es lo único que debe guiarle, y no fuera absolutamente hones-
to. La ocultación de estos delitos en el pasado ha causado un daño profundísimo a
las víctimas, en primer lugar, y a la Iglesia también. Por ello, el Ordinario deberá su-
pervisar con suma atención todo lo actuado, leer muy atentamente todo lo instruido
y, desde luego, alejarse él mismo de cualquier peligro de desviación de su potestad y
su deber de hacer justicia, sin atender a ninguna posible razón de conveniencia. Es
evidente que lo mismo vale para las instancias superiores que habrán de estudiar la
causa y tomar las decisiones pertinentes.

4.3. La investigación preliminar


¿En qué ha de consistir la investigación preliminar? Según la norma codicial,
en investigar todo y solo lo referido a los hechos y sus circunstancias, así como a su
imputabilidad, hasta que se estime que ya se han reunido los elementos suficientes
para determinar si se puede poner en marcha el proceso para infligir o declarar la
pena, o si debe utilizarse el proceso judicial o, por el contrario, se ha de proceder
por decreto extrajudicial; es decir, si el asunto se llevará por la vía administrativa (cf.
cc. 1717 § 1 y 1718 § 1).
Pero en los asuntos de que aquí tratamos hay normas específicas11 que mandan
que, realizada la investigación preliminar tras haber recibido una noticia al menos
verosímil de la comisión de un delito de estas características, el Ordinario no debe
decidir por sí mismo qué hacer, sino que ha de presentar el resultado de esa in-
vestigación a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual, si no avoca a sí
misma la causa por circunstancias particulares, ordenará al Ordinario o al Jerarca
proceder ulteriormente. Lo mismo se repite en la Circular publicada por la misma
Congregación en mayo de 2011, matizando que es necesario hacer la investigación y
enviar su resultado al mencionado dicasterio siempre que la acusación se considere
verosímil12, justamente como resultado de la investigación preliminar, y ese dicaste-
rio, después de estudiar el caso, “indicará al Obispo o Superior Mayor los ulteriores
pasos a cumplir”. Es decir, que se está considerando una doble verosimilitud: si la
noticia de la comisión del delito es verosímil, se debe iniciar una investigación (a no
ser que, como se dirá poco más adelante, resulte innecesaria); y siempre que, como
resultado de esa investigación, se considere verosímil la acusación, se debe enviar el
expediente resultante a la Santa Sede.
De ahí se deduce que, en definitiva, la finalidad de la investigación preliminar es
reunir información suficiente para poder llegar a concluir si la acusación formulada
contra el clérigo es verosímil: nada más, y nada menos. No se trata, pues, de que al
final de la investigación se llegue a la prueba plena ni tampoco de que se alcance
la certeza moral de la culpabilidad o inocencia del acusado; a eso se encaminará,
si es el caso, la instrucción posterior de la causa. Aquí, en este momento procesal,
basta poder llegar razonablemente, como resultado de la investigación referida, a
la conclusión de que la acusación es verosímil. Si es así, se está obligado a consultar
a la Santa Sede. Pero esa no será una tarea del delegado para realizar la investiga-
11
CDF, Normae de delictis Congregationi pro Doctrina Fidei reservatis seu Normae de delictis contra fidem nec-
non de gravioribus delictis, 21 mayo 2010, art. 16. De ahora en adelante, citado como: Normae, 2010.
12
ÍDEM, Subsidio, parte II.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 81

ción, cuyo trabajo termina cuando piensa razonablemente que ha reunido elemen-
tos suficientes para poder llegar a una conclusión en el sentido antes indicado y
cuya responsabilidad se limita a hacer eso de la mejor manera a su alcance, sino
del Ordinario, el cual (asesorado por dos consultores, como se dirá) debe tomar la
decisión de pasar o no el asunto a la Santa Sede (y, si decide no presentarlo ante la
Santa Sede porque la acusación le parece inverosímil, archivar el caso y actuar en
consecuencia para restablecer el buen nombre del clérigo acusado y tomar las me-
didas que estime oportunas respecto a quien le haya acusado). Por eso el delegado,
terminada la investigación, no deberá emitir ningún voto sobre el contenido de la
acusación, sino únicamente un informe sobre el desarrollo de la investigación y so-
bre sus resultados, siendo precisamente el Ordinario quien se habrá de pronunciar
sobre la verosimilitud de la acusación misma sobre la base de lo reunido durante la
investigación como resultado del trabajo de su delegado.
Todo eso se ha de hacer siempre que la noticia de la comisión del delito sea
verosímil y “a no ser que esta investigación parezca del todo superflua” (can. 1717
§ 1). Un caso típico en el que, a mi parecer, esa investigación preliminar es super-
flua porque ya se tiene certeza de la verosimilitud de la acusación se da cuando ha
intervenido la Policía o la Guardia Civil, que ha formulado una denuncia contra el
clérigo, y el juez competente ha dictado un auto contra él: con eso basta para pensar
que se debe seguir el itinerario previsto por la normativa canónica ante la existencia
verosímil de un delito de esta especie, y, por tanto, se debe poner en conocimiento
de la Santa Sede y esperar sus orientaciones concretas.
No se puede, pues, confundir la investigación preliminar con la instrucción de la
causa; debe ser algo mucho más sencillo, ágil y breve, pero, sin embargo, no se debe
prescindir en ella de las garantías que son propias de toda acción judicial; y así, por
ejemplo, se tomarán todas las declaraciones ante notario y serán firmadas por los
declarantes, después de haber jurado que dirán o han dicho la verdad; se reclamará
documentos auténticos; y también las pruebas indiciarias que sean suficientemente
sólidas, no bastando, pues, las meras habladurías. Pero el asunto no es tan senci-
llo como parece cuando la denuncia procede, por ejemplo, de un niño o, en todo
caso, de una persona débil. Obedeciendo a lo señalado antes por el Secretario de la
Congregación del Clero, no se debe dejar de prestar atención a ninguna denuncia,
no se puede mirar a otro lado, no se puede dejar nada sin investigar, por molesto o
problemático que resulte; la Iglesia ya está pagando un altísimo precio justamente
por comportamientos de ese estilo tenidos en otros tiempos.
¿Hasta dónde llegar en la realización de la investigación preliminar? No es fácil de-
cirlo, y habrá que verlo en cada caso. Será imprescindible escuchar formalmente a la
persona que acusa y a su entorno para hacerse una idea cabal de cuál es el contenido
preciso de la acusación, pues de ello dependerá en gran medida la gravedad del su-
puesto delito. Sin duda, también será imprescindible dar a conocer al clérigo la acusa-
ción que se formula contra él y ofrecerle la oportunidad de alegar lo que estime opor-
tuno en su defensa, ayudado, si acaso, ordinariamente por otro sacerdote (o no, según
se dirá más adelante) que le pueda auxiliar, al que la norma llama “patrono”. Pero
seguramente también será necesario tomar declaración a otras personas que ayuden
tanto a formarse una idea de las características de quien acusa y del acusado como, si
es posible, de las circunstancias en las que pudieron haber ocurrido los hechos.
82 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

Pero, ¿cómo hacerlo, en una materia tan grave y sensible, sin intentar ser exhaus-
tivos, al menos en cuanto a la acusación se refiere, para que no haya sombras o mal-
entendidos? ¿cómo no escuchar todo lo que tenga que decir quien supuestamente
ha sido víctima de un comportamiento delictivo de este género, que hace el esfuerzo
de presentarse ante la persona designada por la Iglesia para recibir su declaración?
¿se puede dejar para más adelante, para la eventual instrucción de la causa penal
correspondiente, una parte de su declaración? Y en cuanto al clérigo, ¿se le puede li-
mitar su derecho a defenderse desde el primer momento con todos los argumentos
e instrumentos que la ley le concede, alegando que se está únicamente en una fase
preliminar?
No son cuestiones secundarias ni fáciles de responder. En mi experiencia debo
decir que se ha procurado ser todo lo exhaustivo posible en los interrogatorios du-
rante las comparecencias y en la facultad de argumentar en uno y otro sentido, aun-
que eso alargue la investigación preliminar; en todo caso, pensamos que las actas de
las comparecencias (realizadas con todas las garantías de la ley) durante esa inves-
tigación podrán ser incorporadas a la causa administrativa penal, si la Santa Sede
ordena que se realice, bastando para ello con que la persona implicada ratifique
ante el auditor, una vez abierta la causa, lo que ya dijo ante el delegado durante la
investigación preliminar.
Por lo demás, de la importancia, rigor y seriedad de la investigación y de sus actas
correspondientes nos da idea la previsión codicial contemplada en el canon 1721 §
1: “Si el Ordinario decretara que ha de iniciarse un proceso judicial penal, entrega-
rá al promotor de justicia las actas de la investigación para que éste presente al juez
el escrito acusatorio, de acuerdo con los cann. 1502 y 1504”. Por tanto, las actas de
la investigación preliminar deben ser hechas de tal manera que, en su caso, puedan
servir nada menos que para que el promotor de justicia elabore su escrito de acusa-
ción y lo presente ante el juez, si la Congregación correspondiente ordena que se
realice un proceso judicial penal.
Terminada la investigación preliminar, el delegado ha de entregar todo lo recopila-
do (después de haber sido autentificado por el notario) al Ordinario, con su informe
propio sobre el desarrollo de la investigación (pero no sobre el contenido sustancial
del asunto, como ya se ha dicho). Y es al Ordinario a quien corresponde decidir si
debe o no consultar a la Santa Sede sobre el camino a seguir. Para ello será muy pru-
dente que, en paralelismo a lo estipulado en el c.1718 § 3 CIC, recabe el parecer y el
consejo de dos jueces u otros jurisperitos, los cuales tendrán acceso a las actas sólo des-
pués de haber jurado observar el secreto pontificio que protege a estas causas13.

4.4. Garantías para el clérigo


Por supuesto, el clérigo acusado goza de la presunción de inocencia mientras
no se demuestre lo contrario, como cualquier otra persona. No obstante, una vez
formulada la denuncia contra él, el Ordinario puede estimar necesario limitar de
modo cautelar su ejercicio del ministerio, en espera de que la acusación sea clari-
ficada, sobre todo si con ello se evita o, al menos, se mitiga el escándalo. Por otra
13
Cfr. infra, epígrafe 4.14.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 83

parte, la investigación correspondiente “debe ser realizada con el debido respeto


del principio de la confidencialidad y la buena fama de las personas”14; y, si se llega-
ra a demostrar que el clérigo había sido acusado injustamente, el Ordinario habrá
de hacer todo lo necesario para restablecer su buena fama15. Advierte también la
norma que “en cualquier momento del procedimiento disciplinar o penal se debe
asegurar al clérigo acusado una justa y digna sustentación”16.

4.5. Medidas disciplinarias cautelares y salvaguarda del buen nombre del


acusado
El parágrafo segundo del c.1717 manda que, al realizar la investigación prelimi-
nar, “hay que evitar que, por esta investigación, se ponga en peligro la buena fama
de alguien”. Ese alguien, en nuestro caso, es obviamente el clérigo acusado. Por lo
tanto, un asunto delicadísimo es el de las medidas disciplinarias que se deben adop-
tar con él de manera cautelar, a tenor de lo contenido en el c.1722 y en las normas
específicas que rigen estos casos, destinadas sobre todo a proteger a los menores.
Esas medidas pueden consistir en limitarle el ejercicio del ministerio sagrado o
incluso apartarle de él, o de un oficio, o de un cargo eclesiástico, o en restringir o
incluso suprimir sus facultades. No debería faltar, a mi parecer, en todo caso la pro-
hibición de que el acusado se ponga en contacto, por sí o por otros, con la víctima
o cualquiera de sus familiares o allegados. Apartar o incluso remover del ejercicio
de sus funciones a un párroco que es estimado por sus feligreses, a un sacerdote
de prestigio en la diócesis, a un profesor de un colegio religioso, o, en todo caso,
simplemente a un sacerdote o un diácono (tenga la responsabilidad pastoral que
tenga) no es nada fácil por la enorme repercusión personal y social que tal gesto
comporta, aunque sea como medida cautelar. Pero precisamente ésa es la acción
que, en muchos casos, la comunidad eclesial y la sociedad exigen para comenzar a
pensar que la Iglesia se está tomando en serio la acusación que se ha levantado con-
tra el clérigo en cuestión.
El Ordinario, por lo tanto, asesorado adecuadamente, debe sopesar lo que debe
hacer para salvaguardar el bien común; pero desde luego debe quedar claro que, al
menos a mi parecer, mantener en su cargo o simplemente desplazar unos kilóme-
tros de su residencia habitual o enviar a un monasterio sin ninguna medida discipli-
naria a un clérigo acusado de haber abusado sexualmente de alguien no produce
más que un tremendo escándalo.
Las normas que rigen estos casos prevén que estas medidas disciplinarias caute-
lares se puedan imponer ya desde el principio, desde que se comienza a realizar la
investigación preliminar17. Y, sin concretar en qué momento se hubiere de producir,
se advierte que “se debe excluir la readmisión de un clérigo al ejercicio público de
su ministerio si ese ejercicio puede suponer un peligro para los menores o existe
riesgo de escándalo para la comunidad”18.
14
ÍDEM, Subsidio, parte III, d.
15
ÍDEM, parte I, d), 3.
16
ÍDEM, parte III, h.
17
ÍDEM, Normae, 2010, art. 19; IDEM, Subsidio, parte II.
18
ÍDEM, Subsidio, parte III, i.
84 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

4.6. La instrucción de la causa


No podemos extendernos sobre los diversos pasos que se deben dar en la ins-
trucción de la causa, aunque ya los señalamos anteriormente de manera sumaria.
En todo caso, serán los correspondientes a un proceso penal o a una causa adminis-
trativa penal, según haya determinado la Santa Sede una vez consultada, y teniendo
presentes las particularidades contempladas en la normativa específica a que nos
venimos refiriendo.

4.7. La víctima
Según las normas vigentes19, la persona que denuncia debe ser tratada con res-
peto. Y si se trata de un caso en que el abuso sexual está relacionado con un delito
contra la dignidad del sacramento de la penitencia, el denunciante tiene derecho
a exigir que su nombre no sea comunicado al sacerdote denunciado ni a su pa-
trono20 (mientras que el tribunal debe evaluar con particular atención la credibili-
dad del denunciante21), evitando siempre cualquier peligro de violación del sigilo
sacramental.
Por otra parte, las autoridades de la Iglesia deben comprometerse en ofrecer a
las víctimas asistencia espiritual y psicológica22. Es de temer que con frecuencia se ol-
vida la necesidad de asistencia espiritual de las víctimas, cuando, precisamente por
la amargura de lo sufrido por la acción de un clérigo, su sentido de pertenencia a la
Iglesia probablemente se haya debilitado hasta el extremo, si no se haya convertido
en un profundo rechazo, y puede que incluso, lamentablemente, su fe se tambalee
y se ponga en peligro. La Iglesia, madre suya que ha de mostrarse siempre amorosa,
ha de cuidar de ellas como de hijas sufrientes y heridas, intentando que puedan
volver a descubrir por la acción eclesial la mano misericordiosa de Dios. Y eso es
responsabilidad, ante todo, del Ordinario, que debe poner las personas y los medios
necesarios para hacerlo.
Más adelante se hablará del resarcimiento de daños, pero dejemos ya ahora dicho
que la asistencia psicológica con frecuencia será necesaria durante mucho tiempo;
y, en los casos más graves, ni aún con ella podrá la víctima recuperar la normalidad
perdida por el trauma producido por el abuso sufrido. Pues bien, según mi criterio,
será obligación de la Iglesia hacerse cargo de los gastos que esa asistencia produzca
hasta que llegue a ser innecesaria. Y, puesto que las normas de la Congregación para
la Doctrina de la Fe estipulan que las costas judiciales sean pagadas según lo esta-
blezca la sentencia y que “si el reo no puede pagar las costas, éstas sean pagadas por

19
ÍDEM, Subsidio, parte III, b.
20
ÍDEM, Normae, 2010, art. 24.
21
Ibídem.
22
ÍDEM, Subsidio, parte III, c. La versión francesa del texto normativo dice: “les autorités ecclésias-
tiques doivent s’engager”; la inglesa: “ecclesiastical authority should commit itself”; la alemana: “Die kirch-
lichen Autoritäten sollten sich dazu verpflichten”; la portuguesa: las autoridades eclesiásticas devem se em-
penhar”. Eso es bastante más fuerte, a nuestro parecer, que el texto castellano: “las autoridades eclesiásticas
deben esforzarse”. Por eso nos inclinamos en nuestro texto por marcar la necesidad de ese compromiso, en
el sentido castellano del término, que alude a obligación y firmeza más que a meros deseos, como podría
deducirse del “deben esforzarse” que consta en la publicación oficial.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 85

el Ordinario o Jerarca de la causa”23, creo que en paralelo se puede concluir que los
gastos producidos por la asistencia psicológica o psiquiátrica de la víctima habrán de
ser pagados por el condenado o, si él no puede, por su Ordinario, dure lo que dure
dicha asistencia.

4.8. Los testigos


Por supuesto, cada caso deberá tratarse de manera específica, pero, en general,
se puede pensar que habitualmente no se contará con testigos de visu, porque difí-
cilmente se podrá hallar a alguien que haya visto lo que se ha producido en lugares
y circunstancias escondidos. Entonces, por lo tanto, se habrá de acudir a testigos de
credibilidad, sumamente importantes para que puedan decir si la presunta víctima
es una persona creíble, veraz, honesta; en definitiva, si se puede dar crédito a lo que
dice cuando relata la agresión sufrida: familiares, profesores, compañeros podrán
servir para averiguarlo. Un caso particular se produce cuando la víctima es o ha sido
seminarista o miembro de un instituto de vida consagrada; entonces, el Rector del
seminario o el Superior de la comunidad, los profesores y demás responsables de la
formación tienen una palabra muy importante que decir. Bajo juramento, habrán
de pronunciarse no sobre la pulcritud de vida de la víctima en todos los órdenes (lo
cual, en este asunto, estrictamente hablando es irrelevante), sino únicamente sobre
si es o no veraz, pues sus otras virtudes morales o sus defectos, en su caso, no influ-
yen sobre la verosimilitud de los hechos que denuncia. Lo importante es saber si se
le debe creer o no; lo demás realmente no importa.
En cuanto al acusado, puede suceder que tienda a presentar una larga lista de
personas que están dispuestas a declarar en su favor; pero la cuestión está en que
lo que interesa es lo que puedan decir sobre los hechos que se juzgan, y probable-
mente será nada, y no que repitan una y otra vez el buen concepto que tienen del
clérigo, concepto que no hay por qué poner en duda toda vez que no saben nada de
lo que realmente pasó con la víctima. Así que el auditor está capacitado para limitar
el número de esas comparecencias, siempre, claro está, que con ello no se lesione el
derecho de defensa del acusado.

4.9. La prueba pericial


Considero de suma importancia la práctica de una prueba pericial, y además do-
ble, es decir, sea sobre el acusado sea sobre la víctima. Sobre la víctima, para que los
peritos digan si se han producido en ella efectos correspondientes al abuso sexual,
cuál es su gravedad, qué consecuencias han tenido y cuál es su pronóstico razona-
ble; su informe puede resultar definitivo para dar crédito a lo alegado por la víctima,
pues nadie puede inventarse daños psíquicos constatables por un especialista. Sobre
el acusado, por su parte, para detectar posibles anomalías, afecciones psíquicas o
trastornos de la personalidad que puedan aclarar el por qué de su comportamiento
y, en su caso, modificar en un sentido u otro la imputabilidad de los hechos que se
le atribuyen, lo cual ha de tener consecuencias graves a la hora de establecer las

23
ÍDEM, Normae, 2010, art. 29.
86 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

penas correspondientes y también para adoptar sobre él las medidas disciplinarias


oportunas24.

4.10. La formulación de la acusación


Están previstos dos momentos para dar a conocer al clérigo acusado el contenido
de la denuncia o de la acusación, a saber: durante la investigación preliminar y en el
desarrollo de la instrucción del proceso penal o de la causa administrativa penal.
En cuanto al primero, recibida la denuncia y realizada la mayor parte de la inves-
tigación preliminar para comprobar su verosimilitud, “a no ser que haya graves razo-
nes en contra”25, el clérigo acusado debe ser informado del contenido de la denun-
cia presentada contra él para darle oportunidad de responder a ella antes de que
el asunto se traslade a la Santa Sede26. Ahora bien, ¿quién debe determinar si hay o
no graves razones en contra? En esta fase preliminar no creemos que esa decisión
deba cargar sobre el delegado del Ordinario que está dirigiendo la investigación;
sería un momento importante para consultar con él y que fuera él quien tomara la
decisión que estimara más oportuna. En efecto, la norma dispone que “la prudencia
del Obispo o del Superior Mayor decidirá cuál será la información que se podrá co-
municar al acusado durante la investigación previa”27. Si la decisión fuera negativa
o muy restrictiva de la comunicación del contenido de la acusación, estimamos que
debería justificarla por escrito para esperar las instrucciones correspondientes de la
Congregación competente.
La acusación debe ser comunicada al clérigo por el delegado, bajo cuya respon-
sabilidad se realiza la investigación preliminar. En mi opinión, si nada se opone a
ello como antes se comentaba, lo mejor será leerle directamente las declaraciones
de quien o quienes le acusen, para que no quepa duda o ambigüedad del contenido
de dicha acusación. Y una vez hecha esa comunicación al acusado, se le debe dar la
oportunidad –con el tiempo, los medios y la ayuda necesarios– de que presente los
argumentos que estime convenientes en su defensa o justificación; en esta fase, sin
embargo, no es preciso ser exhaustivos ni en las pruebas de la acusación ni en las
de la defensa del acusado, pues se ha de dirimir únicamente la verosimilitud de la
acusación.
El segundo momento, procesalmente más importante, tiene lugar cuando, sea
en el proceso penal sea en la causa administrativa penal, habiendo reunido las prue-
bas correspondientes en apoyo de la acusación, se formula oficialmente ésta contra
el reo, según los modos previstos por la ley, y se le da entonces la oportunidad de
defenderse con todos los medios legítimos a su disposición, pudiendo presentar do-

24
En esa dirección va el apartado 7 de las Normas esenciales para las políticas diocesanas/eparquiales
que se refieren a las alegaciones de abuso sexual de menores de edad por sacerdotes o diáconos, de la CONFERENCIA
EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS (diciembre 2002): “Se puede requerir al acusado que busque y se
le puede urgir para que voluntariamente acceda a [la realización de] una evaluación médica y psicológica
apropiada, en una modalidad mutuamente aceptable para la diócesis / eparquía y para el acusado”.
25
CDF, Subsidio, parte II y parte III, e.
26
Ibídem.
27
ÍDEM, Subsidio, parte II.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 87

cumentos, testigos, pruebas periciales y los demás medios de prueba a su favor que
considere oportunos, además de su propia declaración y su escrito de defensa.
Se ha de recordar lo dicho anteriormente sobre la tipificación de los delitos aquí
contemplados para que la acusación se formule en los términos establecidos por
la norma, concretando, naturalmente, los datos de la o las víctimas (de modo muy
especial, si se trata o no de personas menores de edad), la repetición o no de los he-
chos delictivos, las circunstancias atenuantes o agravantes en su caso y todo lo demás
que sea necesario para que no quepa ambigüedad o duda en la interpretación de la
acusación por parte del acusado, de modo que pueda preparar adecuadamente su
propia defensa.
En el caso de la causa administrativa penal, es éste un momento especialmente
delicado, en el que se acentúa y se pone de manifiesto la soledad del auditor, a la
que en otro momento hemos hecho referencia. Tal vez conviniera que éste, pru-
dentemente, consultara al Ordinario implicado para la redacción de la acusación
concreta que se ha de formular contra el clérigo, pues de ella depende mucho la
resolución de la causa; y que el mismo Ordinario (sin substituir al delegado) presi-
diera la sesión en la cual se le formule la acusación al clérigo.

4.11. La defensa del acusado: el “patrono”


Como se ha dicho, ya en la fase de la investigación preliminar se le ha de dar al
acusado la oportunidad de defenderse de las acusaciones que se formulen contra él.
Para ello, producida la acusación formal en el momento procesal oportuno, tendrá
acceso a todo lo recopilado e instruido, para poder contar con la información nece-
saria para la adecuada preparación de su defensa: podrá leer las actas (junto con su
patrono, como enseguida se verá) y tomar notas en presencia del notario, pero sin
que se le pueda dar copia de nada al estar estas causas protegidas y sometidas al se-
creto pontificio. Pero todo ello con autorización del auditor, bajo la supervisión del
notario y con las precauciones que impone la observancia del mencionado secreto.
Y, para articular dicha defensa, puede ser auxiliado por un sacerdote28 (o incluso
por un laico si se obtiene la dispensa de este requisito29), denominado “patrono”, el
cual, según entendemos la ley, puede comenzar su tarea ya desde la investigación
preliminar, si es el caso, a condición de que sea aceptado por el Ordinario o su de-
legado y de que, antes de tener acceso a las actas del expediente iniciado, haga jura-
mento de respetar el secreto pontificio y de este juramento quede constancia escrita
en dicho expediente.
Terminada la investigación preliminar y enviado el expediente a consulta a la
Santa Sede, una vez recibida la indicación del modo subsiguiente de proceder (pro-
ceso penal o causa administrativa penal), puesto que el clérigo ya está alertado so-
bre lo que está en juego y, si es el caso, también su patrono, éste podría comenzar a
actuar desde el primer momento de esta segunda fase, teniendo acceso a las actas
de la instrucción de la causa, juntamente con el acusado, en los tiempos y modos
establecidos por la ley.
28
ÍDEM, Normae, 2010, art. 14.
29
ÍDEM, art. 15.
88 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

4.12. El pronunciamiento de los jueces


Una vez instruida la causa por el procedimiento indicado por la Santa Sede, el
auditor debe formular su voto no solo sobre el desarrollo procesal de la misma, sino
también sobre su contenido sustancial. Y, una vez adjuntado a las actas, emitirá su
último decreto ordenando que pasen al Ordinario para que sea éste quien, si lo esti-
ma oportuno, decrete la conclusión de la instrucción.
El Ordinario, cuando ha recibido las actas y ha decretado el fin de la instrucción,
se enfrenta a la responsabilidad de pronunciarse definitivamente sobre el asunto.
Para ello, puede y debe dejarse auxiliar por el criterio de dos jueces u otros jurisperi-
tos, según establece el c. 1718 § 3 CIC, ambos sacerdotes por imposición de las nor-
mas que rigen estas causas a no ser que se obtenga la dispensa de la Congregación
para la Doctrina de la Fe30, nombrándoles para este menester mediante decreto.
Ellos, después de jurar que guardarán el secreto pontificio, tendrán acceso a las
actas y, tras un plazo prudencial, se reunirán con el Ordinario para tener la sesión
de deliberación necesaria (de la que debe escribirse y unirse a las actas el correspon-
diente proceso verbal).
Los tres deberán deliberar sobre los hechos y su prueba y deberán analizar si los
hechos probados constituyen o no un delito, y, en su caso, cuál específicamente; la
imputabilidad de los hechos y, por tanto, del delito al acusado, con posibles circuns-
tancias atenuantes o agravantes; y, finalmente, la pena que se estima apropiada. Y
deben firmar los tres el documento correspondiente.

4.13. El voto y la petición del Ordinario


Una vez tenida la sesión de deliberación, el Ordinario debe elaborar su propio
voto, diciendo que lo ha leído todo y que tiene en cuenta tanto el voto del auditor
como el criterio de sus dos asesores. Y debe pronunciarse definitivamente sobre las
mismas cuestiones señaladas en el apartado anterior. Y, mediante decreto, debe pe-
dir a la Santa Sede la pena que estime proporcionada y conveniente para que le
sea aplicada al clérigo en cuestión, muy especialmente si se trata de la dimisión del
estado clerical.
Por último, el Ordinario debe decretar el envío de las actas a la Santa Sede, lo que
se hará previa la autentificación de todos y cada uno de los folios del proceso por el
Notario. Será conveniente que el Ordinario acompañe las actas con una carta pro-
pia dirigida al Prefecto de la Congregación correspondiente de la Curia Romana.

4.14. El secreto pontificio


Las normas de la Congregación para la Doctrina de la Fe establecen que las cau-
sas de este género están sujetas al secreto pontificio; y que quien violare ese secreto
o, por dolo o negligencia grave, provocare otro daño al acusado o a los testigos debe
ser castigado con una pena adecuada31. Dicho secreto se ha de observar siguiendo
30
Ibídem.
31
ÍDEM, art. 30.
Líneas procesales de las causas para juzgar algunos delitos gravísimos cometidos por clérigos 89

lo ordenado en la instrucción Secreta continere, de la Secretaría de Estado, de fecha 4


de febrero de 1974. La observancia de este secreto obliga a todos los intervinientes
en este tipo de asuntos desde el primer momento en que formalmente se inicie la
investigación preliminar: el Ordinario, su delegado, el notario y todos los demás; y
protege de manera especial todos los documentos, informes, declaraciones, etcéte-
ra, que integren las actas y todo lo demás que de cualquier modo se llegue a saber.

5. COLABORACIÓN CON LA AUTORIDAD CIVIL


La postura de la Santa Sede es clara a este respecto: la Iglesia ha de respetar la ley
civil vigente en cada país en esta materia y adecuarse a ella en todo lo necesario, es-
pecialmente en lo que respecta a la comunicación de la sospecha de la comisión de
un delito de abuso sexual con un menor de edad32; y eso se debe hacer desde el pri-
mer momento y no después de haber instruido la causa en el ámbito eclesiástico.

6. EL RESARCIMIENTO DE DAÑOS
Hay un paso previo al estricto resarcimiento de daños, y consiste en que la vícti-
ma de un abuso sexual, según el criterio de entendidos en la materia a quienes he-
mos podido consultar, necesita que se le pida perdón por lo que ha sufrido; y cuanto
más grave haya sido el daño, más imperiosamente necesita esa petición de perdón.
Lo debería hacer, desde luego, el agresor; pero si eso no fuere posible o resultare
demasiado duro para la víctima haber de enfrentarse a él de nuevo, al menos debe
hacerlo el Ordinario del que el agresor depende. Y lo debe hacer de forma clara y
directa: debe pedirle perdón por lo que el clérigo le ha hecho, por todo el daño que
se le ha producido y por todo el sufrimiento que ha tenido que soportar por causa
de ese comportamiento vil. Son conocidos casos en los que, una vez pasados muchos
años de los hechos, la víctima no reclama nada excepto una sola cosa: que se le pida
perdón. Y debe hacerse para que la persona dañada pueda alcanzar la paz a la que,
por cierto, tiene derecho.
En cuanto al resarcimiento de daños como tal, el Código prevé en el c.1729 una
acción contenciosa para que el perjudicado pueda reclamarlo en el caso en que se
siga un proceso penal. Pero también prevé otra posibilidad en el c.1718 § 4, cuando
dice que antes de tomar la decisión de iniciar un proceso penal o actuar mediante
un decreto extrajudicial (antes, entonces, en nuestro caso, de recibir las indicacio-
nes pertinentes de la Santa Sede al respecto), “debe considerar el Ordinario si, para
evitar juicios inútiles, es conveniente que, con el consentimiento de las partes, él
mismo o el investigador dirima lo referente a los daños de acuerdo con la equidad”.

32
ÍDEM, Subsidio, parte I: “El abuso sexual de menores no es sólo un delito canónico, sino también
un crimen perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieren en los diver-
sos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias. En particular, sin perjuicio
del foro interno o sacramental, siempre se han de seguir las prescripciones de las leyes civiles en lo referente
a remitir los delitos a las legítimas autoridades. Naturalmente, esta colaboración no se refiere sólo a los casos
de abuso sexual cometido por clérigos, sino también a aquellos casos de abuso en los que estuviera implicado
el personal religioso o laico que coopera en las estructuras eclesiásticas”.
90 Miguel Ángel Sánchez Gómez, Pbro.

Las normas de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2010 no abordan este


asunto, pero no cabe duda de que quien ha sido herido profundamente –y con con-
secuencias y secuelas que muchas veces le durarán prácticamente toda la vida– tiene
derecho a un resarcimiento de daños. Y si el asunto se puede resolver en el ámbito
interno de la Iglesia, tomando todas las precauciones que se requieren, siempre será
mejor que haber de afrontar una demanda ante la justicia del Estado. Pero, en todo
caso, se habrá de hacer “de acuerdo con la equidad” y teniendo en cuenta que no se
queda libre de esta obligación ni siquiera “si el reo ha sido absuelto por un motivo
que no exime de la obligación de reparar los daños causados” (c.1730 § 2).

7. CONCLUSIÓN
Los comportamientos de algunos clérigos, canallescos y vituperables, han herido
a muchas personas. Nada más contrario a la vida y la enseñanza de Jesús, que “pasó
haciendo el bien” (Hech 10, 38). El Pueblo de Dios ha sido dañado profundamente
por ello. Y me temo que la crisis que por su causa se ha producido es de unas dimen-
siones difíciles de calibrar todavía. Por eso, se impone una reacción enérgica, clara
y sin ambages (siguiendo las directrices del Santo Padre Benedicto XVI) que, respe-
tando los derechos de todos, intente restablecer la justicia poniendo a cada quien
en su sitio. Por eso nadie puede mirar hacia otro lado. Como dijimos al principio,
las víctimas y su dolor han de ocupar el primer lugar en nuestras preocupaciones y
deben desplazar cualquier otra consideración; deben estar ante nuestros ojos desde
el primer momento. Y, como la casa sin duda está sucia, algunas personas se habrán
de ocupar de barrerla. Pensando en ellas y sintiéndome solidario con ellas por el
ejercicio de mi profesión como jurista, y con el intento de contribuir a que se pueda
actuar de la manera mejor, he redactado esta ponencia. Espero modestamente que
pueda resultarles útil33.

33
Los principales documentos citados a lo largo de este trabajo pueden localizarse a través de Internet
en las siguien-tes direcciones:
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Normae de delictis Congregationi pro Doctrina Fidei re-
servatis seu Normae de delictis contra fidem necnon de gravioribus delictis, 21 mayo 2010: http://www.vatican.va/
resources/resources_norme_sp.html
ÍDEM, Breve relación sobre los cambios introducidos en las Normae de gravioribus delictis reservados a la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe, 21 mayo 2010: http://www.vatican.va/resources/resources_rel-modifiche_sp.html
ÍDEM, carta circular Subsidio para las Conferencias Episcopales en la preparación de Líneas Guía para tra-
tar los casos de abuso sexual de menores por parte del clero, 3 mayo 2011: http://www.vatican.va/roman_curia/
congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20110503_abuso-minori_sp.html

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