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HOMILÍA DOMINICAL: “JESÚS: PERDÓN, ORGULLO Y HUMILDAD” [Lc. 18: 9-14].

VIGÉSIMO DOMINGO DESPUÉS


DE PENTECOSTÉS. Iván Montes, vdm. “Adveniat Regnum Tuum…” Reforma SV. T3E51.

HOY, ES VIGÉSIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. LA LECTURA ES DEL SANTO EVANGELIO


SEGÚN SAN LUCAS 18 [9-14… “C”] [23/X/2022]
“09 Jesús contó esta otra parábola para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos,
despreciaban a los demás: 10 Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era
uno de esos que cobran impuestos para Roma. 11 El fariseo, de pie, oraba así: Oh Dios, te doy
gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese
cobrador de impuestos. 12 Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que
gano. 13 Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ¡Oh Dios, ten compasión de mí,
que soy pecador! 14 Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa ya justo, pero el 1
fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será
engrandecido”.

Esta es la Palabra del Señor. [Sal. 84:1-7;Jer. 14:7-10, 19-22; II Tim. 4: 6-8, 16-18; Lc. 18: 9-14].

“JESÚS: PERDÓN, ORGULLO Y HUMILDAD”

1. “Jesús: el perdón y nuestras obras…”. La figura utilizada es común a la vida diaria, sobre el
anhelo de los hombres, la importancia de ser justificado, perdonado, o estar libre de culpa
natural por nuestras faltas incesantes, lo que a la vez provoca el sentido generalizado de suplicar
por misericordia a una autoridad a quien debemos rendir cuentas. En su didáctica, Jesús retorna
a una figura ordinaria, fácil en su comprensión, de 2 hombres que practican la misma fe y, en
sus roles cada quien reconoce sus actuaciones ante la deidad a quien invocan el deseo de
justificarse por sus faltas. Uno de ellos es practicante fariseo, estricto observador de la Ley,
legalista; el otro no expresivo y hasta indiferente respecto de la religión, preocupado en su
interioridad, busca a la Deidad, solfea el rigor del hombre y acude a la corte donde su causa
puede ser juzgada con pronta justicia. El texto nos acerca al asunto de nuestras obras para
perdón, es acá donde muchos extraviamos el buen sendero del evangelio para identificar
genuinamente las auténticas acciones, la enseñanza escritural demuestra que las perspectivas
humanas difieren a menudo con el deseo del Espíritu de D. En la Confesión de Westminter se
escribe: “Nosotros no podemos, por nuestras mejores obras, merecer el perdón del pecado o
la vida eterna de la mano de Dios; a causa de la gran desproporción que existe entre nuestras
obras y la gloria que ha de venir, y por la distancia infinita que hay entre nosotros y Dios, a
quien no podemos beneficiar por dichas obras, ni satisfacer la deuda de nuestros pecados
anteriores…” Hermanos, lo que está en nuestra posibilidad hacer, ha de recordarnos siempre
que es nuestro deber hacer, y que somos servidores inútiles tal como lo dice Jesús. Tomar en
cuenta que nuestras obras para que sean buenas, deben proceder de su Espíritu; luego, que
cualquier obra, al proceder de nosotros, son consideradas como impuras y contaminadas por
nuestra imperfección y debilidad y que éstas mismas, no pueden de ninguna manera resistir el
juicio de D; este perdón al que apelamos, es sólo efectivo si procede de su gracia, de su
misericordia; de hecho, cualquier forma de arrogancia, confianza, méritos y justicia propia son
un férreo obstáculo para la paz y justificación nuestra ante el creador. La Escritura afirma: “Pues
por la bondad de D han recibido la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes
mismos hayan conseguido, sino que es un don de D. no es el resultado de las propias acciones,
de modo que nadie puede gloriarse de nada; pues es D quien nos ha hecho; Él nos ha creado
HOMILÍA DOMINICAL: “JESÚS: PERDÓN, ORGULLO Y HUMILDAD” [Lc. 18: 9-14]. VIGÉSIMO DOMINGO DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS. Iván Montes, vdm. “Adveniat Regnum Tuum…” Reforma SV. T3E51.

en Cristo para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que Él nos había preparado de
antemano” [Ef. 2:8-10].
2. “Jesús: el fariseo y el publicano…” Por el orden indicado, no debe entenderse que el fariseo
representa únicamente lo negativo, para su época, su facción religiosa representa al sector más
conservador, observante y estricto de la religión judaica, al mismo tiempo esa manera estricta
de observar la fe, por desgracia conduce a un legalismo que hace mucho daño ya que propicia
el abandono de la justicia verdadera y se cambia por el cumplimiento de las normas creadas por
la intuición humana; así el amor, juicio y misericordia quedan en un plano inalcanzable, distante
del corazón impenitente. Se puede afirmar que este mismo vicio alcanza hasta el día de hoy a la
religión y nos afecta a muchos por llega hasta el fanatismo, demandas y exigencias irracionales
al prójimo, y hasta conduce a la manipulación y violencia. SAN GREGORIO MAGNO, predicó así: 2
“El fariseo iba muy preparado, su alma estaba bien fortificada: asistía al templo, ofrecía
ayunos, diezmaba; en sus estimaciones, estas prácticas le aseguraban su buena relación con
D”; hermanos, el hombre religioso con su legalismo en mención hace un contraste respecto de
su seguridad, confianza y justificación propia, a la vez que demuestra su debilidad al comparar
su conducta religiosa con lo que considera la poca justicia de otros, sus palabras demuestran
sentido de superioridad al decir: “no soy como otros hombres, no soy como ese publicano”.
Por otro lado, el corazón adolorido del publicano le hace mantenerse a distancia de los asuntos
de la religión en el sentido estricto, se enfoca en D, es consciente que las reglas harán muy poco
en lograr que su moribunda alma encuentre vida, sosiego, luz para sus tinieblas, y que su
maltratado espíritu esté en armonía con la verdad; mira al piso en señal de indignidad, reconoce
que no hay mérito alguno en él para levantar su mirada porque sus transgresiones y delitos han
ofendido a D y al prójimo; su conciencia está silenciada a causa de sus constantes yerros, y es
esa desesperanza la que le vincula a la necesidad de arrepentimiento y perdón; no se justifica
porque reconoce que sus acciones son reprochables y merece un juicio condenatorio por su
iniquidad, es el momento cuando la humillación se impone a la soberbia, la contrición supera la
hipocresía, porque no existe justificación alguna para el perdón. El grito distante, agónico desde
el fondo de su ser implora por compasión y misericordia; así D emerge para redimir su alma
declarándolo libre de culpa y librándole de su merecida condena. Acá se cumple a cabalidad la
voz profética diciendo: “Aunque el Señor está en lo alto, se fija en el hombre humilde, y de
lejos reconoce al de corazón orgulloso” [Sal. 138:6].
3. “Jesús: la humildad que conduce a la justicia…” En la Escritura, la justicia es una gracia recibida
exclusiva de D; requerida para la redención, el perdón, paz y armonía entre el creador y la
criatura. Sin la ella, es imposible presentarnos aprobados y adquirir los beneficios
exclusivamente redentores y de comunión con Él, el principio apostólico dice: “Puesto que D ya
nos ha hecho justos gracias a la fe, tenemos paz con D por medio de nuestro Señor Jesucristo…
gozamos de su favor, y estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de tener parte en la
gloria de D” [Ro. 5:1-2]. Hermanos, esta enseñanza nos advierte que debemos mantenernos
ocupados en mantener la pureza de nuestro corazón, sostenerlo sincero, limpio y sobre todo
vigilante ante la amenaza constante y natural del orgullo, la vanidad, y el complejo de
superioridad respecto del prójimo. Jesús sentencia nuestra buena actitud diciendo:
“Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a D” [Mt. 5:8] nos anima sobre la
importancia de actuar en humildad, porque cuando lo hacemos significa que no presumimos
tener crédito alguno a favor, como el hombre que renuncia elevar su mirada como
demostración de no contar con fortaleza alguna. La santidad y bondad de D tiene su fortaleza
en el pilar de la humildad, por cierto, Jesús pone interés en nuestro aprendizaje diciendo:
“Acepten el yugo que les pongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde;
así encontrarán descanso” [Mt. 11:29]. El profeta refuerza esta posición, colocando al hombre
HOMILÍA DOMINICAL: “JESÚS: PERDÓN, ORGULLO Y HUMILDAD” [Lc. 18: 9-14]. VIGÉSIMO DOMINGO DESPUÉS
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en postura inferior, y reconoce lo que es nuestro deber ser respecto de D y el prójimo: “Señor,
aunque nuestros pecados nos acusan ¡Actúa por el honor de tu nombre! Muchas veces te
hemos sido infieles, hemos pecado contra ti… Reconocemos nuestra maldad y la culpa de
nuestros antepasados; hemos pecado contra ti” [Jer. 14: 7, 20]. Este heraldo del pasado
implora misericordia, perdón para el pueblo, y no deja opción sino para la humildad y el
reconocimiento de nuestras faltas. A menudo confiamos demasiado en nuestra propia justicia,
o en el criterio propio, tendemos a hacer prevalecer el yo, el juicio propio, desestimando el
punto de vista de otros, nos hacemos de la vista gorda sobre lo que otros tengan que decir de
mi conducta o actuación. Al parecer nos place distanciarnos de la sencillez y humildad. El profeta
sigue hablando en favor de la humildad y escribe: “A la verdad, tú amas el corazón sincero, en
lo secreto me llenas de sabiduría… Señor, dame un corazón limpio, así como un espíritu nuevo 3
y fiel… las ofrendas que aceptas son un espíritu adolorido, y no desprecias un corazón
quebrantado” [Sal. 51:6, 10, 17]. Nuestro llamado es a rendirnos humildemente con un corazón
que no exige o reclama nada a su favor; sin proezas, créditos a favor, méritos o reconocimientos,
más bien sentirnos igual al prójimo y pequeños ante D; oigamos al Apóstol en su consejo dirigido
a nosotros: “Vivan en armonía los unos con los otros. No actúen con arrogancia, sino háganse
solidarios con los humildes. No se crean los únicos que saben” [Ro. 12:16]. Finalmente, PÍO DE
PIETRELCINA [Padre Pío]: “No te acuestes nunca sin haber hecho previamente un examen de
conciencia de cómo has pasado el día. Vuelve hacia el Señor todos tus pensamientos y
conságrale tu persona y la de todos los cristianos. Luego, ofrécele tu sueño como alabanza de
su gloria, sin olvidar nunca [a tu Ángel] a quien siempre permanece a tu lado”.

Oremos: Todopoderoso y eterno Dios, aumenta en nosotros tu gracia redentora y concede tus
dones de fe, esperanza y amor, que nuestros corazones puedan aceptar la precaria condición e
incapacidad para justificarnos ante ti y los hombres; otórganos la humildad necesaria para
reconocer que sólo en ti hay santidad capaz de ser exaltada y aceptada para satisfacción de
nuestro ser; por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios,
por los siglos de los siglos. AMÉN

…Y que la bendición de D todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y
os acompañe siempre. AMÉN.

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