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El Proyecto de Jesús
2. El Mandamiento Regio.
Jesús de Nazaret, hombre que se pasó la vida haciendo el bien, curando a los enfermos,
sanando a los oprimidos y enseñando el camino de la verdad y del amor; defendió a las
mujeres, jugó con los niños, se sentó a la mesa con pecadores, se hizo amigo de publicanos
y de prostitutas; en los últimos días de su vida quiso dejar a sus amigos y discípulos el estilo
de vida que había vivido al recorrer los caminos de Galilea y de Judea. “Llegado el momento,
después de haber amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1); sentado a la mesa
con ellos y después de haberles lavado los pies les dijo:
“Ustedes me llaman maestro y señor, y en verdad lo soy; y dicen bien. Pues yo que soy
maestro y señor les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he
dado ejemplo para que hagan ustedes lo mismo” (Jn 13, 13- 15)
Lavar pies significa ayudar a otros a crecer en la fe y ayudarles a vivir una vida más digna.
Podemos afirmar que lavar pies es amar con humildad y sencillez; es amar haciéndose como
niños. Para un creyente que quiera vivir su fe de manera sincera y auténtica, lavar pies
significa servir al estilo de Jesús: por amor hasta las últimas consecuencias. Para el cristiano
servir es amar, es dar vida. Cristiano es el que es portador del amor de Cristo. Sin amor nadie
debería atreverse a llamarse cristiano. Jesús ha venido a Jerusalén para graduarse como el
Siervo de Dios; como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Al hacerlo, invita
a los suyos a graduarse con él: “Hagan ustedes lo mismo”. Los constituye servidores de la
Humanidad; ministros de la Nueva Alianza.
Antes de terminar la cena, después de que Jesús había anunciado la traición de uno de los
suyos, Judas salió del cenáculo, entonces Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del
Hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo
glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. El Señor Jesús con su corazón lleno de ternura
y compasión dice a los suyos: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes”. Mirando a cada
uno de sus discípulos les dejó su “legado”: “Les doy un mandamiento nuevo: ´que se amen
los unos a los otros, como yo los he amado´; y por este amor reconocerán todos que
ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 31- 35).
Para creer en las palabras de Jesús y ser capaces de ponerlas en práctica es necesario tener
un corazón de pobre. Pobre es aquel que reconoce sus debilidades y pecados para acercarse
a Dios con un corazón abatido y contrito para confesar sus culpas y recibir la misericordia
del Señor. Pobre es aquel que nada tiene, por eso puede poner su confianza en Dios y amar
desde su pobreza al compartir sus bienes porque no se considera amo y señor, sino siervo y
administrador de la multiforme gracia de Dios. Recordando las palabras del Obispo Dom
Cámara decimos: nadie es tan suficientemente rico que no necesite de los demás y nadie es
tan suficientemente pobre que no tenga algo para compartir con otros.
• En segundo lugar Jesús ejercitó una actividad liberadora por medio de sus milagros y de sus
exorcismos. Ellos son la señal que el reino de Dios ha llegado (Mt 12, 28) Son obras a favor
de quien está necesitado y son a la vez la señal de que el fin del reinado del mal ha llegado a
su término.
• En tercer lugar Jesús promueve la solidaridad entre los hombres. Él, no sólo enseña con
Palabras, sino y de manera especial, con su propio estilo de vida: se sienta a la mesa con
pecadores, marginados y oprimidos por lo sociedad, come y dialoga con ellos, para
enseñarnos que también ellos son invitados a sentarse a la “Mesa con el Padre Celestial”.
• En cuarto lugar Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres
divididos en lobos y en corderos, en “orgullosos” y en “despreciados”. Jesús llama necio al
rico agricultor (Lc. 12, 16-18); condena al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama malditos a los
que no ayudan a los pobres (Mt 25, 41-45).
• Por último Jesús vive y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino. El Reino
se construye en la medida en que vivimos en el amor fraterno; amándonos como hermanos
nos sabemos amados por Dios mismo. Vivir según Dios es vivir amándonos porque Dios es
amor. (1 de Jn 4,7).
El Reino de Dios es pues, reino de justicia, de amor, de paz, de vida y de verdad. (cfrRom
14, 17). Por eso, la novedad del Anuncio de Jesús consiste: en que los pobres vuelven a la
vida, a la justicia, a la verdad, a la libertad, a la dignidad del amor fraterno. Los que estaban
lejos ahora están cerca; los que no eran familia, ahora son familia; los excluidos, ahora son
con-ciudadanos del Reino de Dios (cfrEf 2, 11ss). El deseo de Jesús es que todos los hombres
sean parte de Reino que no haya marginados o excluidos.
Así mismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. No obstante, que ella no es un fin
en sí misma, ya que está orientada al Reino de Dios, del cual es germen e instrumento, sin
embargo, al estar la Iglesia, indisolublemente unida a Cristo por ser su Cuerpo; el Espíritu
Santo mora en ella, la santifica y la renueva sin cesar.
Al haber recibido la Iglesia del mismo Cristo, la misión de anunciar e instaurar el Reino
hasta los confines de la tierra, existe un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la
Evangelización. Así la Iglesia es toda de Cristo, en Cristo y para Cristo: la continuadora de
su obra redentora, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres
(Pablo VI).
La Iglesia reconoce que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de sus
confines visibles, en la humanidad entera, siempre que ésta, viva los "valores evangélicos y
esté abierta a la acción del Espíritu Santo que sopla donde quiere y como quiere (Jn 3, 8).
El modo propio de vivir en el Reino de Dios es amando y siendo amados. Amor que se
expresa en el servicio, en la donación y en la entrega a la “Causa de Jesús”. Según las palabras
del mismo Señor que nos dijo: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). En el
jueves santo, después de haber instituido la Eucaristía, el Señor nos mostró como debemos
vivir sus discípulos: “Ustedes me llaman a mí Maestro y Señor, y dicen bien. Pero si yo que
soy Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a
otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 14-
15).
La Meta del Reino, no es la búsqueda de grandezas, de bienes materiales, como tampoco ser
famosos, importantes, como tampoco lo es el quedar bien o el que tengamos muchos éxitos
según el mundo en que vivimos. Nos puede ir bien y podemos quedar bien pero no lo
buscamos. Buscamos primero el Reino de Dios y sabemos por qué Él nos lo ha revelado, que
lo demás nos vendrá por añadidura. ¿Qué es entonces lo que buscamos? ¿Cuál es nuestra
meta? La respuesta es iluminada por la Escritura: “Les aseguro que el sirviente no es más
que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 16). La Meta es, sencillamente,
“Ser como Él”, el Hijo obediente hasta la muerte, el Servidor de todos, el Hermano de los
pobres y despojados.
En el Reino de Dios existe una igualdad fundamental entre todos y cada uno de los que han
entrado que son realmente una “familia” en la cual todos entre ellos hermanos y por lo tanto,
hijos de un mismo Padre. En ésta familia, “el que quiera ser el primero que sea el último”
(Mc 9, 35), y “el que quiera ser grande que sea el servidor de los demás”.
a) Tener los sentimientos de Cristo. El Reino está destinado a todos los hombres, dado que
todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta
la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:
• Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos
encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc
5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
• Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15,
1-32).
• Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como espiritualmente,
caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y compasión para
con los enfermos y los pecadores.
• Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la
curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios
(Lc 18, 42-43).
b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús. El Reino tiende a transformar las relaciones
humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres aprenden a
amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma el "Mandamiento
Regio del Amor"(Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los suyos, encuentra su
plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13). Al dar su vida, Jesús
manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos. Por tanto, la naturaleza del Reino
es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.
Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del
Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino
de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente
en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la
medida de la unión con él.
Jesús, entiende el Reino de Dios de manera distinta al sentir general del judaísmo de su época.
El Reino viene cuando se dirige a los hombres la "Palabra de Dios" como semilla que debe
de crecer por su propio poder, hasta convertirse en un gran árbol en medio del mundo, donde
anidan las aves del cielo (Mc 4, 26-29). El Reino de Dios y de Cristo acogerá en su seno a
todas las naciones, pues, no está ligado a ninguna de ellas, ni siquiera a Israel.
Cristo se identifica con la Buena Nueva del Padre. Existe plena identidad entre Mensaje y
Mensajero, entre el decir, el actuar y el ser de Jesús. La fuerza de su predicación está en la
armonía entre Mensaje y Mensajero: Jesús proclama la Buena Nueva no sólo con lo que dice,
sino también, con lo que hace y con lo que es.
Jesús inaugura el Reino de Dios entre los hombres, y a la misma vez, revela el rostro de Dios
a quien llama "ABBA" (Mc 14, 36). El Dios de las parábolas de Jesús es un Padre amoroso
y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas. Acoger a
Jesús como la manifestación amorosa del Padre, y orientar la vida a Dios en la intimidad de
la oración con la confianza de encontrarse con un Padre que escucha, ama y perdona es la
expresión fundamental de la presencia del Reino en el corazón del creyente. El esfuerzo por
cumplir su voluntad del Padre genera una conciencia filial y permite el crecimiento del Reino
en el corazón de los hombres (Lc 11, 2; Mt 7, 21).
a) Tener los sentimientos de Cristo[19]. El Reino está destinado a todos los hombres, dado
que todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio
manifiesta la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:
• Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos
encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc
5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
• Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15,
1-32).
• Los enfermos. Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como
espiritualmente, caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y
compasión para con los enfermos y los pecadores.
• Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la
curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios
(Lc 18, 42-43).
Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del
Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino
de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente
en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la
medida de la unión con él.
Jesús enseñó con las parábolas del Reino, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la
mesa con pecadores para enseñarnos que en el Reino de Dios, éstos son invitados a sentarse
a la mesa con el Padre Celestial (Mc 2,16). Se hace amigo de ellos para luego ayudarles a ser
amigos de su Padre, todos los hombres son invitados porque Cristo murió por todos, no
obstante, que muchos no respondan a la invitación.
b) Vivir en comunión íntima con Cristo. El hombre comprometido por el reino de Dios es aquel
que vive en Cristo, con y para Cristo, para poder transparentarlo a los demás. Porque el
Evangelio es Jesús mismo.
c) Dejarse guiar por el Espíritu. El Espíritu es como el alma de la Iglesia y el Agente principal
de la Evangelización. Sólo en la docilidad al Espíritu seremos en Él, plasmados a la
semejanza de Cristo para poder decir con san Pablo: “Ya nos yo el que vive, es Cristo quien
vive en mí” (Gál.2,20)
d) Tener conciencia de enviados. Dios nos la llamado a estar con Él y a ser enviados a favor de
toda la humanidad. Dios nos llama a ser personas de los menos favorecidos.
f) Tiene valentía profética. El trabajo del profeta es anunciar caminos de esperanza y liberación,
anunciar las cosas antes de que sucedan y denunciar las injusticias que se cometan en la
sociedad, en la Iglesia, en el mundo.
g) Ama a los hombres como Jesús los ha amado. El cristiano es un hombre de Dios; es portador
del amor de Cristo, por donde camina va irradiando ese amor en el rostro de los pobres, de
los enfermos, de los alejados. Debe encarnar en sí mismo la disponibilidad para hacer la
voluntad de Dios y la disponibilidad para salir de sí mismo para ir busca de los menos
favorecidos, rompiendo con situaciones de confort, de lujo, de individualismo que dejan una
vida vacía.
h) Tiene esperanza en la hora que le toca vivir. No podemos vivir anhelando el pasado que
quedó atrás y no volverá. Vivir en el pasado lleva a una vida neurótica y sin sentido. El
hombre libre, responsable y comprometido no elige donde trabajar ni con quien trabajar,
como sacerdote que soy, tengo que estar abierto a la voluntad de Dios y a las necesidades de
la Iglesia. No se busca quedar bien ni que me vaya bien, se busca el bien de los demás, velar
por los derechos de los demás.
Esta perspectiva nos pide hablar más específicamente de la espiritualidad bíblica y cristiana,
como también, de la urgente necesidad de un discernimiento espiritual.
[1] Salvados en Esperanza
[2]Lc 11, 20
[3]Haring, Berhnard, Libertad y Fidelidad en Cristo, Tomo 1, pág. 143.
[8]Jn 1,21
[18] 1 de Jn 1, 8; 2, 1-3
[19]Flp 2, 5
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