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EL

PROYECTO DE JESÚS ES INSTAURAR EL


REINO DE DIOS EN EL CORAZÓN DE LOS
HOMBRES
Padre Uriel Medina Romero agosto 23, 2018
http://www.padreuriel.com/2018/08/14-el-proyecto-de-jesus.html

El Proyecto de Jesús

“Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas” (Apoc 21,5)


Jesús vino del Cielo, el lugar donde vive Dios, a instaurar en la tierra el Reino de los
Cielos o Reino de su Padre o Reino de Dios. En primer lugar aclaremos que la
Palabra Reino no se refiere a ningún territorio concreto, sino y mas bien, Jesús se
refiere al poderío de la acción divina en este mundo que va trasformando lo viejo en
nuevo, lo injusto en justo y lo enfermo en sano, y seguirá siendo así hasta que llegue
a cumplirse su voluntad en todas las cosas. El Reino de Dios no es algo estático,
ya hecho, sino algo dinámico, que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc.
9,1-2)

1. Si conocieras el don de Dios.


Jesús de Nazaret, es un buscador de perlas preciosas, de corazones rotos, de vidas destruidas.
Es también Aquel que se deja encontrar, se hace el encontradizo. El Evangelio de Juan nos
habla de su encuentro con una mujer conocida como la samaritana, mujer que había ido de
hombre en hombre, de experiencia en experiencia en búsqueda de la felicidad. El Señor,
sentado en brocal del pozo de Jacob, la espera, le dirige su palabra, le hace una petición:
“Dame de beber”. Ella se niega y le recuerda que la enemistad que existe entre judíos y
samaritanos. Jesús no se da por vencido y vuelve a decirle: “Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva” (Jn 4, 1ss). El don
de Jesús es el Agua Viva, el don de su Espíritu. A eso ha venido de junto al Padre, a traernos
al Espíritu Santo, o como dijo el Papa Benedicto XVI: “Ha venido a traernos a Dios”[1].
El Espíritu Santo que Dios nos da en Cristo y por Cristo, es infundido en nuestros corazones
para que podamos comprender las palabras de Jesús; nos consuela en los momentos difíciles;
nos defiende en la lucha contra los adversarios; nos da las palabras acertadas en los momentos
de prueba; nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo; nos guía por los caminos de
Dios; nos enseña a vivir en comunidad fraterna; nos capacita para toda obra buena y nos
configura con Jesús el Señor para que lleguemos a tener sus mismos sentimientos de acuerdo
a las palabras del Apóstol (Flp 2, 5).
Podemos decir que sin el Espíritu Santo, somos, sencillamente, un cadáver y nuestra vida
será estéril e infecunda, sin los frutos de la fe, llamados también frutos del Espíritu (Gál 5,
22) Gracias a la presencia del Santo Espíritu en nuestra vida se actualiza hoy día en nosotros
la “Obra Redentora de Cristo Jesús”, nos apropiamos de los Frutos de la Redención y
podemos guardar el Mandamiento de la Ley de Cristo, que es la ley del Amor.

2. El Mandamiento Regio.
Jesús de Nazaret, hombre que se pasó la vida haciendo el bien, curando a los enfermos,
sanando a los oprimidos y enseñando el camino de la verdad y del amor; defendió a las
mujeres, jugó con los niños, se sentó a la mesa con pecadores, se hizo amigo de publicanos
y de prostitutas; en los últimos días de su vida quiso dejar a sus amigos y discípulos el estilo
de vida que había vivido al recorrer los caminos de Galilea y de Judea. “Llegado el momento,
después de haber amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1); sentado a la mesa
con ellos y después de haberles lavado los pies les dijo:
“Ustedes me llaman maestro y señor, y en verdad lo soy; y dicen bien. Pues yo que soy
maestro y señor les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he
dado ejemplo para que hagan ustedes lo mismo” (Jn 13, 13- 15)
Lavar pies significa ayudar a otros a crecer en la fe y ayudarles a vivir una vida más digna.
Podemos afirmar que lavar pies es amar con humildad y sencillez; es amar haciéndose como
niños. Para un creyente que quiera vivir su fe de manera sincera y auténtica, lavar pies
significa servir al estilo de Jesús: por amor hasta las últimas consecuencias. Para el cristiano
servir es amar, es dar vida. Cristiano es el que es portador del amor de Cristo. Sin amor nadie
debería atreverse a llamarse cristiano. Jesús ha venido a Jerusalén para graduarse como el
Siervo de Dios; como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Al hacerlo, invita
a los suyos a graduarse con él: “Hagan ustedes lo mismo”. Los constituye servidores de la
Humanidad; ministros de la Nueva Alianza.
Antes de terminar la cena, después de que Jesús había anunciado la traición de uno de los
suyos, Judas salió del cenáculo, entonces Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del
Hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo
glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. El Señor Jesús con su corazón lleno de ternura
y compasión dice a los suyos: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes”. Mirando a cada
uno de sus discípulos les dejó su “legado”: “Les doy un mandamiento nuevo: ´que se amen
los unos a los otros, como yo los he amado´; y por este amor reconocerán todos que
ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 31- 35).
Para creer en las palabras de Jesús y ser capaces de ponerlas en práctica es necesario tener
un corazón de pobre. Pobre es aquel que reconoce sus debilidades y pecados para acercarse
a Dios con un corazón abatido y contrito para confesar sus culpas y recibir la misericordia
del Señor. Pobre es aquel que nada tiene, por eso puede poner su confianza en Dios y amar
desde su pobreza al compartir sus bienes porque no se considera amo y señor, sino siervo y
administrador de la multiforme gracia de Dios. Recordando las palabras del Obispo Dom
Cámara decimos: nadie es tan suficientemente rico que no necesite de los demás y nadie es
tan suficientemente pobre que no tenga algo para compartir con otros.

3. Las manifestaciones del reino de Dios en los discípulos.


“Si yo expulso a los demonios por el “dedo de Dios” significa que el Reino ha llegado a
Ustedes”[2]. Demonio se entiende como toda realidad que impide que la persona se realice
como lo que es, y, también lo que impide que el Reino crezca en el corazón de los hombres
y de las culturas. La liberación acontece, cuando, por el poder del Espíritu Santo, nos
hacemos humildes, pobres, reconocemos que todo lo bueno que poseemos es un don de Dios
para compartirlo con los necesitados[3].Solo a la luz de lo anterior podemos comenzar a ver
y experimentar los frutos de la acción del Espíritu que nos lleva a los terrenos de la
Responsabilidad y de la Libertad para ver los frutos de la Nueva vida:

• Una de las manifestaciones claras de la presencia del Reino es el desprendimiento y desapego


de lo que se consideraba valioso para el compartirlo. El compartir es el primero de los valores
del Reino que estamos llamados a cultivar. Es la señal que se ha pasado de la muerte a la
vida, de la esclavitud a la libertad[4].
• Otra manifestación es la dignidad humana compartida por todos los seres humanos. La luz
del Reino nos da una mirada para ver a los otros como iguales en dignidad. La dignidad en
cada persona es un valor intrínseco cimentado en la razón y en la voluntad, dos valores
recibidos de Dios y que son la expresión de que cada ser humano es una manifestación del
Amor de Dios.
• Una de las manifestaciones más claras del Reino es la solidaridad humana. Solidario es el
hombre que se mete en los zapatos del otro, del pobre, del necesitado; hace propio el
sufrimiento y el dolor de los demás, a quienes ve como hermanos.
• Otra manifestación es la humildad que se manifiesta en la donación, la entrega y en el
servicio[5]. Sólo los humildes sirven con entusiasmo, fortaleza y amor.
• La sencillez de vida que nos impide complicar la vida a los demás y que nos lleva a la
transparencia que nos arrebata la máscara de la hipocresía para llevarnos a ser hombres
sinceros, honestos e íntegros.
Para Jesús el Reino de Dios es Buena Noticia, especialmente, para los pobres. Hablar del
Reino es hablar del amor, la paz y la justicia. Justicia a Dios y justicia a los hombres.
Hacemos justicia a Dios cuando guardamos sus Mandamientos que no tienen otro sentido
que el amor y el servicio a los hombres, pero, también hacemos justicia a Dios cuando
elegimos el camino que Él nos propone. Este camino es Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.
Le hacemos justicia a Jesucristo cuando elegimos el camino que nos propone: El Amor, que
es dar vida, es entregarse, es donarse a los otros para que vivan con dignidad. Le hacemos
justicia a los demás cuando los reconocemos, aceptamos y respetamos como personas llega
a ser “justicia económica”, llega a tocar los bolsillos para compartir con los más necesitados.
Les ayudamos a remover los obstáculos que impiden su realización personal y ponemos los
medios que te poseemos a su disposición.

4. El Reino de Dios es para los pobres.


“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5, 3) Jesús predicó
su Evangelio a un pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada
uno a su modo, todos esperaban el Reino de Dios: los fariseos en la fiel observancia de la
Ley; los esenios, en el retiro del desierto; los zelotes, por la observancia revolucionaria con
intereses políticos. Por otro lado existen los pobres de Yahvé, ellos deseaban la venida de un
rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de la verdadera justicia (Is 11, 3-5; 32, 1-3)
Los pobres esperaban una liberación espiritual que sólo podría venir de Dios. La justicia de
este rey esperado consistiría en ser voz de los que no tienen voz; en defender a los que no
pueden defenderse por sí mismos. Así lo había dicho el Salmista: “Qué él defienda a los
humildes de su pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador…El librará al
pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene protección; él se apiadará del pobre y del
indigente, y salvará la vida de los pobres; él vengará la vida de la violencia, su sangre será
preciosa a sus ojos” (Sal 72,4.12-14)
Cuando Jesús dice que ya llega el Reino de Dios quiere decir que por fin se va a implantar la
situación anhelada por los marginados y despreciados de este mundo: por fin se va a realizar
la justicia según Dios para los desheredados, los oprimidos, los débiles los indefensos, los
pequeños, los pobres (Mt 5, 19; Mc. 10, 14; Lc. 6, 20). Cuando Jesús dice que el Reino de
Dios que se acerca es sobre todo para los pecadores y no para los justos, se convierte en causa
de escándalo (Mt. 6, 11), no está excluyendo a los justos, sino que éstos, están llamados a
perder terreno, a dejar de creerse buenos y mejores que los demás; dejar su soberbia y hacerse
humildes para reconocerse pecadores como el publicano del Evangelio y llegar a ser como
niños; haciéndose así candidatos para que en ellos se manifieste el poder redentor del Cristo
de Dios por el camino del “Nuevo Nacimiento”, del cual le habla Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1-
5).
Al decir Jesús que ha sido ungido para evangelizar a los pobres (Lc 4, 18), Él quiere dar una
esperanza a los que nunca la tuvieron, por ser pobres y marginados. Las palabras del Señor
Jesús al estar llenas de esperanza hacen que los pobres se sientan amados por Dios. Él, Jesús
hace presente el Reino de Dios entre los hombres y lo siembra en sus corazones. ¿Cómo lo
hace? Movido por el amor y la compasión:
• En primer lugar anunciando la Buena Nueva: predicación y enseñanza. Jesús siembra la
semilla del Reino: “La Palabra de Dios”. Por medio de su Palabra Jesús denuncia la injusticia
y siembra “una esperanza en quienes lo escuchan y acogen”.

• En segundo lugar Jesús ejercitó una actividad liberadora por medio de sus milagros y de sus
exorcismos. Ellos son la señal que el reino de Dios ha llegado (Mt 12, 28) Son obras a favor
de quien está necesitado y son a la vez la señal de que el fin del reinado del mal ha llegado a
su término.
• En tercer lugar Jesús promueve la solidaridad entre los hombres. Él, no sólo enseña con
Palabras, sino y de manera especial, con su propio estilo de vida: se sienta a la mesa con
pecadores, marginados y oprimidos por lo sociedad, come y dialoga con ellos, para
enseñarnos que también ellos son invitados a sentarse a la “Mesa con el Padre Celestial”.

• En cuarto lugar Jesús denuncia toda acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres
divididos en lobos y en corderos, en “orgullosos” y en “despreciados”. Jesús llama necio al
rico agricultor (Lc. 12, 16-18); condena al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama malditos a los
que no ayudan a los pobres (Mt 25, 41-45).

• Por último Jesús vive y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino. El Reino
se construye en la medida en que vivimos en el amor fraterno; amándonos como hermanos
nos sabemos amados por Dios mismo. Vivir según Dios es vivir amándonos porque Dios es
amor. (1 de Jn 4,7).

El Reino de Dios es pues, reino de justicia, de amor, de paz, de vida y de verdad. (cfrRom
14, 17). Por eso, la novedad del Anuncio de Jesús consiste: en que los pobres vuelven a la
vida, a la justicia, a la verdad, a la libertad, a la dignidad del amor fraterno. Los que estaban
lejos ahora están cerca; los que no eran familia, ahora son familia; los excluidos, ahora son
con-ciudadanos del Reino de Dios (cfrEf 2, 11ss). El deseo de Jesús es que todos los hombres
sean parte de Reino que no haya marginados o excluidos.

5. ¿Cómo entrar al Reino de Dios?


“Convertíos y creed en la buena Nueva”[6]. Estas palabras con las que comenzó Jesús de
Nazareth su predicación, en algún lugar de Cafarnaun, tienen realmente un significado
profético y mesiánico: “Entrar en la Nueva Alianza” prometida por Dios a los profetas y en
ellos a toda la Humanidad[7]. La Nueva alianza que será sellada con la sangre del Cordero
de Dios, el que quita los pecados del Mundo[8]. Entrar en la Nueva Alianza es entrar al “reino
de Dios”; la “Puerta es Cristo Jesús” (Jn 10, 7); Quien entra por Él, se apropia de los frutos
de la Redención: el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu, de acuerdo a las
palabras del profeta Ezequiel: “Yo mismo abriré vuestras tumbas, os sacaré de vuestras
tumbas y os llevaré a vuestro suelo e infundiré en vosotros mi Espíritu” (Ez. 37 12ss).
Entrar en la Nueva Alianza exige creer en Jesús y convertirse a Él.Se ha de cambiar de vida,
es decir, cambiar el modo de pensar y de actuar para poder creer en la Buena Noticia. Pues
según el modo de pensar del mundo es imposible aceptar los valores del reino. Es necesario
un cambio profundo de mente y corazón para poder entender al Dios verdadero, el Dios de
Jesús. Convertirse es, pues, volverse al Dios vivo y verdadero, al estilo como lo hizo el hijo
pródigo[9], para conocerlo, amarlo y servirlo (cfr 1 Ts 1, 9) Pero, hemos de decir que no hay
conversión sin encuentro con Jesús, con su Palabra. Sólo la experiencia de encuentro con el
Señor nos pone en el camino que nos lleva a la “Casa del Padre”. Fe y conversión son dos
realidades inseparables que se interrelacionan mutuamente para forjar la experiencia
cristiana.

6. ¿Qué es el Reino de Dios?


Jesús habló constantemente del Reino, pero, pero nunca explicó directamente en qué
consistía[10]. La esencia del mensaje de Jesús, no es sólo amor, compasión y justicia. Jesús
no presentó simplemente una nueva moral o un nuevo código de conducta. Jesús profetizó la
venida de un Reino en el que el amor, la compasión y la justicia y todos los valores de Dios
serían concreta y totalmente realizados. Profetizó un Mundo en el que Dios sería el Supremo
Señor[11].
El Reino de Dios que conocemos por la divina revelación no puede ser separado ni de Cristo
ni de la Iglesia. El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa de vida
sujeto a la libre elaboración, sino que es ante todo una Persona que tiene el rostro y el nombre
de Jesús de Nazareth, imagen de Dios invisible. Quien se atreva a separar el Reino de Dios
de la persona de Jesús está distorsionando el verdadero sentido del Reino para transformarlo
en una simple ideología.

Así mismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. No obstante, que ella no es un fin
en sí misma, ya que está orientada al Reino de Dios, del cual es germen e instrumento, sin
embargo, al estar la Iglesia, indisolublemente unida a Cristo por ser su Cuerpo; el Espíritu
Santo mora en ella, la santifica y la renueva sin cesar.

Al haber recibido la Iglesia del mismo Cristo, la misión de anunciar e instaurar el Reino
hasta los confines de la tierra, existe un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la
Evangelización. Así la Iglesia es toda de Cristo, en Cristo y para Cristo: la continuadora de
su obra redentora, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres
(Pablo VI).

La Iglesia reconoce que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de sus
confines visibles, en la humanidad entera, siempre que ésta, viva los "valores evangélicos y
esté abierta a la acción del Espíritu Santo que sopla donde quiere y como quiere (Jn 3, 8).

7. La Espiritualidad del Reino.


De la misma manera podemos afirmar que solo hay vida espiritual ahí donde alguien es
movido por el Espíritu Santo que nos lleva a “vivir la espiritualidad del Reino”[12]. Del
Reino de Dios en el que Jesucristo es “Jefe y Capitán”, “Dueño y Señor”. En el Reino de
Dios nadie vive para sí mismo, y nadie considera suyo lo que realmente pertenece a todos.
Pensar, sentir y vivir en función del Reino de Dios nos pide ser dóciles al Espíritu que Dios
da sin medida a los que creen, aman y siguen al Señor Jesús para gloria de Dios Padre.
Muchos son los que sólo actúan sólo cuando se les dice lo que deben hacer, eso, no puede
ser así, porque apaga y sofoca al Espíritu que da Libertad.

El modo propio de vivir en el Reino de Dios es amando y siendo amados. Amor que se
expresa en el servicio, en la donación y en la entrega a la “Causa de Jesús”. Según las palabras
del mismo Señor que nos dijo: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). En el
jueves santo, después de haber instituido la Eucaristía, el Señor nos mostró como debemos
vivir sus discípulos: “Ustedes me llaman a mí Maestro y Señor, y dicen bien. Pero si yo que
soy Maestro y Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a
otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 14-
15).

La Meta del Reino, no es la búsqueda de grandezas, de bienes materiales, como tampoco ser
famosos, importantes, como tampoco lo es el quedar bien o el que tengamos muchos éxitos
según el mundo en que vivimos. Nos puede ir bien y podemos quedar bien pero no lo
buscamos. Buscamos primero el Reino de Dios y sabemos por qué Él nos lo ha revelado, que
lo demás nos vendrá por añadidura. ¿Qué es entonces lo que buscamos? ¿Cuál es nuestra
meta? La respuesta es iluminada por la Escritura: “Les aseguro que el sirviente no es más
que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 16). La Meta es, sencillamente,
“Ser como Él”, el Hijo obediente hasta la muerte, el Servidor de todos, el Hermano de los
pobres y despojados.

En el Reino de Dios existe una igualdad fundamental entre todos y cada uno de los que han
entrado que son realmente una “familia” en la cual todos entre ellos hermanos y por lo tanto,
hijos de un mismo Padre. En ésta familia, “el que quiera ser el primero que sea el último”
(Mc 9, 35), y “el que quiera ser grande que sea el servidor de los demás”.

8. Las exigencias del Reino

a) Tener los sentimientos de Cristo. El Reino está destinado a todos los hombres, dado que
todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta
la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:

• Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos
encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc
5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
• Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15,
1-32).

• Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como espiritualmente,
caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y compasión para
con los enfermos y los pecadores.

• Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la
curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios
(Lc 18, 42-43).
b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús. El Reino tiende a transformar las relaciones
humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres aprenden a
amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma el "Mandamiento
Regio del Amor"(Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los suyos, encuentra su
plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13). Al dar su vida, Jesús
manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos. Por tanto, la naturaleza del Reino
es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

c) Entregarse a la obra de Jesús. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer la


acción liberadora de Dios en el mundo y en la historia. Construir el Reino significa trabajar
por la liberación del mal en todas sus formas. De manera que un trabajador del Reino tenga
claridad que su misión es la de Jesús[13]: destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de
Dios. Erradicar el mal del corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de Dios, ha de
ser la misión de los discípulos por encima de cualquier otro objetivo.

Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del
Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino
de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente
en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la
medida de la unión con él.

9. ¿Cómo lograr esta clase de conversión?


Con la Gracia de Dios y nuestro esfuerzo es posible llegar a poseer una voluntad, firme, férrea
y fuerte para amar. Lo primero es dejarse encontrar por Jesús. Él es el Buen Pastor que sale
en busca de las ovejas perdidas, y las busca hasta encontrarlas[14]. En el encuentro con Jesús
nos encontramos, no solo con nuestra propia miseria, sino también con la ternura y la bondad
del Pastor. El encuentro es el punto de partida de toda auténtica conversión. En segundo
lugar “hay que hacerse violencia dentro, en el corazón (Mt 11, 12) “Forcejeen para abrirse
paso por la puerta estrecha” (Lc. 13, 24). En este esfuerzo nunca estamos solos: la Gracia de
Dios, el Espíritu Santo, nos acompaña y fortalece nuestra debilidad (Rom. 8, 26). Quien no
se esfuerce por negarse a sí mismo y cargar la cruz de Jesús no es digno del Reino (Mt. 10,
38) Para entrar y permanecer en el Reino hay que aprender a pensar y actuar según Dios. Nos
salen al paso algunas exigencias: vencer algunas crisis reales para poder decidirse por Jesús
y su Reino (Lc. 17, 21); hay que estar dispuestos a perderlo todo para adquirir la Perla
preciosa (Mt. 13, 45-46); hay que buscar el Reino de Dios y su justicia, siempre y en primer
lugar, lo demás viene por añadidura.

10. ¿Dónde se construye el reino de Dios?


El Reino de Dios se construye en una sociedad nueva, ésta es la Meta del Reino, el destino
de la raza humana[15]. Un acontecimiento futuro que ya está presente y en medio de nosotros.
Jesús quiere renovar la mente y el corazón de los hombres para que el Reino crezca en todos:
“El vino nuevo en odres nuevos” (Mc 2, 22). El reino de Dios busca la construcción de una
sociedad digna del hombre, pues sólo así será digna del Padre y de todo el hombre: una
sociedad en camino hacia la nueva fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos ha de
estar libre de la vieja levadura. El sistema actual se basa en la competitividad, en la lucha del
más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder (Mc
10, 42). Frente a esto Jesús proclama que Dios es Padre de todos por igual, y por ello, todos
han de ser hermanos, con la misma dignidad y los mismos derechos; sociedad en la que se
debe privilegiar al menos favorecido, al enfermo, al indefenso y al pobre. Esta nueva sociedad
es la “Comunidad de Jesús”, la Iglesia, en la cual nadie debe ser excluido.

11. ¿Cómo realizar esta utopía?


Éste es el ideal del Reino de Dios predicado por Jesús. Este proyecto no se puede implantar
por la fuerza tiene que realizarse poco a poco mediante la conversión de la mente y los
corazones. El reino de los Cielos se va construyendo donde haya hombres y mujeres que
cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y
concreta por el dinero, el poder y el prestigio por los valores y criterios del Reino de Dios. El
Reino es como una pequeña semilla que se va desarrollando poco a poco, pero con firmeza
(Mc 4,30-35); semilla buena que por ahora crece junto a la mala yerba pero que puede llegar
a convertirse en arbusto grande. El reino de Dios no empieza grande y portentoso, en medio
de aplausos y de ostentación, todo lo contrario, necesita de un terreno pobre sencillo y
humilde para que pueda implantarse en nuestro corazón y en medio de nosotros.
Pero también, hemos de reconocer que hay mucha gente que llama reino de Dios a lo que
nada tiene que ver con él o hasta hacer proyectos contrarios al reino. Por eso, más que hablar
del reino de Dios, debemos hablar del “Reinado de Dios”, tal cual lo presenta Jesús, no es el
resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Como tampoco es el
resultado de una práctica fiel y observante de obras religiosas como serían el culto, la piedad,
los sacrificios. Creo, que por esa razón Jesús defraudó a muchos hombres de su pueblo y de
su época. Jesús no creó comunidades de puros santurrones, sino de creyentes, conscientes de
su pecado y del amor sin límites del Padre de los Cielos que luego se abrían en donación,
entrega y servicio a los demás, especialmente, a los más pobres.
Pecadores redimidos que expresan en una nueva mentalidad y actitudes sinceras la presencia
del Reino de Dios en sus vidas. Nada de actitudes perfeccionistas, rigoristas o legalistas, eso
es fariseísmo. Los opresores, los orgullosos, los ricos egoístas no sirven para el Reino. En
Israel muchos de ellos se consideraban justos ante Dios y sin embargo Jesús dice a sus
discípulos: “si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entrareis al Reino de
Dios” (Mt 5, 20).

12. Es un Reino de amor y de justicia.


El Reino que predica Jesús no es un reino de poder. Cuando el Diablo le ofreció el poder
terreno, Él lo rehusó enseguida (Mt. 4, 8-10). Cuando el pueblo quiso nombrarlo Rey, Él
huyó al monte (Jn 6, 15). Cuando Pilatos le preguntó si Él era Rey, Jesús le contestó: “Yo no
soy rey de este mundo, como ustedes piensan (Jn. 18, 36); el poder de Jesús es diferente: No
es como el de este mundo corrompido: En este mundo no se respeta a la persona porque sea
persona, se le respeta por su dinero, por supuesto, porque usa uniforme o lleva
condecoraciones, o por el color de su piel, por la marca de carro, de la ropa que usa, etc. No
así para Jesús, cuando alguien le pregunta sobre quién era el más importante; Jesús abrazando
a un niño oloroso y sucio, dijo: “Este” (Lc. 9, 46-48)
A lo largo de toda su vida Jesús sufrió la tentación del poder (Lc. 4, 1-13). La tentación
consistía en reducir la idea de reinado universal y total de Dios. Reducir el reino a una forma
de dominación política: la tentación en el cerro desde donde el Diablo le muestra los reinos
de este mundo; o reducir el reino al poder religioso: la tentación en el pináculo del Templo; o
reducirlo a la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre: La tentación de
trasformar las piedras en pan. Eran tres tentaciones de poder que correspondían al modelo
del reino que esperaba la gente de entonces. Jesús fue tentado, pero, no vencido. Se negó a
dejarse manipular por los hombres de su época, como también se negó a manipular la
voluntad de los hombres y a quitarles la responsabilidad de construir un mundo justo donde
vivieran como hermanos. Algo que Jesús nunca haría es manipular o dejarse manipular.
Jesús el Hijo de Dios se negó rotundamente a encarnar un reino de poder; éste está cimentado
en la mentira. Él encarna el amor y no el poder de Dios en el mundo: Hace visible el poder
propio del amor de Dios, que consiste en dar la vida para que se construya una sociedad más
humana: un mundo lleno del amor fraterno sin tener que forzar a nadie y sin quitarle a nadie
su responsabilidad. Jesús rechaza todo poder dominador como algo propio del Diablo. El
reinado de Dios predicado por Jesús no coincidió con las ideas nacionalistas que tenían
algunos judíos, como los zelotes. Podemos decir entonces que nadie podrá, jamás, comparar
el reinado de Dios con una situación socio-política determinada. Ningún partido político
podrá llamarse cristiano, pues el proyecto del reinado de Dios es mucho más grande y
sublime que todos los proyectos de los hombres. No existe proyecto político que se iguale al
ideal predicado por Jesús
Por lógica, podemos añadir, que es absolutamente imposible implantar el reinado de Dios
por la fuerza de las armas o por el poderío de los ejércitos. El reinado de Dios predicado por
Jesús nada tiene que ver con los golpes de Estado. “Mi Reino no es de este mundo” quiere
decir que no se identifica con “el sistema establecido”. Nada tiene que ver, ni con los fines
ni los intereses de este mundo: mundo de mentira, de explotación e injusticia. El reino de
Dios, es el reino de la verdad, de la justicia, de la libertad y del amor, mientras que los reinos
de este mundo se miden con cuentas bancarias, con títulos de propiedad, con carros lujosos
o con ropas elegantes; son irreales, inhumanos, sin amor y totalmente falsos[16]; el reino de
Dios se manifiesta en la debilidad y en la sencillez de los corazones.

13. Las Leyes del Reino[17].


El Reino crece en el mundo de acuerdo a un dinamismo establecido por el mismo Dios. Todo
el que se integre en el Reino y quiera participar en su desarrollo ha de respetar y acoger sus
leyes internas que Jesús explica a través de sus parábolas:
1)Ley de la gratuidad. No se compra ni se vende; todo es don de Dios a los hombres a
quienes ama y se entrega. El reino crece por su propia fuerza. Hay que tener confianza
absoluta en que la semilla fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor, paciencia y
perseverancia (cf Mc 4, 26- 29).
2) La Ley de la acogida. La Palabra de Dios no da fruto automático, ya que éste depende
también de la respuesta del hombre. El reino de Dios como todos los dones de Dios a los
hombres pueden ser aceptados o rechazados, descuidados y destruidos. Dios no nos violenta
o nos obliga para que nos dejemos amar por Él. La Verdad no se impone, entra cuando se le
abre la puerta; existe un respeto incondicional a la libertad del hombre (cfr Mc 4, 19.13- 20).
3) Ley de la gradualidad. El reino de Dios nunca empieza grande y de forma portentosa,
sino de forma sencilla y humilde, para después, siguiendo su ritmo, obscuro, pero creciente
de maduración, alcanzar unos resultados inesperados (cfr Mc 4, 30- 32). No hay que
escandalizarse, hay que cultivar el barbecho del corazón, respetar los ritmos del crecimiento
y esperar con paciencia y esperanza los frutos de la cosecha.
4) Ley de la contradicción. El Reino será juzgado por muchos como impiedad, subversión
o locura, y, por eso, será llevado a la cruz. Sólo si es capaz de aceptar la crisis, la oposición
y la muerte, brotará como realidad nueva (cfrJn 12, 23- 28).

14. Las Manifestaciones del Reino de Dios.


Para Jesús el reino de Dios tiene sus manifestaciones propias y por lo tanto inconfundibles:
el amor, la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo (Rom 14,17). Su Ley por lo tanto
es el amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo
os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34- 35). El mandamiento de
la Ley de Cristo exige, para poder guardarlo tres exigencias fundamentales:
• la primera estar en comunión con Cristo: ser creatura nueva (2Cor 5,17). Jesús nos los
había dicho: “Solamente unidos a mi podéis dar fruto sin mi nada podéis hacer” (Jn 15,5).
• La segunda exigencia es guardar los mandamientos[18], todos, los 10 Mandamientos,
quien este rompiendo uno de ellos no puede guardar el Mandamiento nuevo, por lo mismo la
Ley de Cristo nos pide salir del pecado, cualquiera que éste sea.
• En tercer lugar para guardar el Mandamiento nuevo los hombres y la sociedad de hoy
hemos de poseer el “don del Espíritu Santo”.

15. Yo soy el que hace las cosas nuevas.


El Apóstol Pablo nos ha legado un Mensaje lleno de esperanza, de consuelo y de alivio:
“Todo el que está en Cristo es una creatura nueva, lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es
nuevo (cfr 1 Cor 5, 17) ¿Qué fue lo viejo? ¿Qué es lo nuevo? La respuesta es personal, brota
de la experiencia de encuentro con Cristo. La novedad del Reino es Jesús, es el Espíritu
Santo, es el hombre nuevo, es la comunidad fraterna. La Palabra de Dios en el libro del
Apocalipsis nos descubre la presencia del Reino que se aproxima al hombre, de tal manera
que presente y futuro están unidos íntimamente entre sí:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra
habían desaparecido y el mar ya no existía. También vi que descendía del cielo, desde donde
esta Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a
desposarse con su prometido. Oí una gran voz que venía del cielo, que decía: “Ésta es la
morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios
les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque
ya todo lo antiguo terminó”. Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy
a hacer nuevas todas las cosas”(Apoc 21, 1- 5).
Hombre nuevo es aquel que ha sido justificado, reconciliado, renovado, capaz de poner los
pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, capaz de caminar con dignidad como
“regalo” para la humanidad. Hombres y mujeres que están en lucha contra todo lo que atente
contra la dignidad humana.

16. Hacia una Nueva Humanidad


Lo que da sentido a la vida del hombre no es su situación actual, sino lo que está llamado a
ser: Hombre nuevo, solidario y fiel a los principios y a los valores del Reino que son el
fundamento de una Comunidad fraterna, solidaria y misionera. Digamos con toda claridad
que el hombre de fe no vive instalado en un presente que no cambia y temeroso de un futuro
incierto. El creyente en Jesús está siempre en actitud de apertura hacia el futuro, viviendo el
presente en actitud confiada, sabiendo que el futuro pertenece a Dios.
La razón se encuentra en la actitud de Jesús en el pasado de los pecadores: es de poco interés.
El no condena a nadie, solo le interesa las posibilidades del futuro que la conversión tiene en
el presente. San Lucas nos describe la señal que nos ayuda a descubrir la presencia del Reino
de Dios entre nosotros: “Si los demonios empiezan a ser expulsados, es que el Reino de Dios
ha llagado a ustedes” (Lc 11, 20). Los demonios estorban al crecimiento del Reino entre
nosotros. Los más destacados son el individualismo, el relativismo, la mentira, la corrupción,
el fraude, consumismo, alcoholismo, drogadicción,la apatía por la superación humana y otros
muchos más. Mientras que la fe en Cristo resucitado se convierte en el Camino para hacer
las cosas nuevas. Una manera de pensar, de sentir y de actuar que nos identifica con Jesús el
Hermano de todos, el Sembrador del Reino que en los últimos momentos de su vida gritó:
“Padre en tus manos me abandono” (Lc 23, 46), para invitarnos a creer en la Resurrección y
a no tener miedo al futuro. Así nos lo había dicho desde antes:
“No andéis preocupados diciendo: que vamos a comer, que vamos a beber, con que vamos
a vestirnos que por todas estas cosas se afanan los gentiles: pues ya sabe Vuestro Padre
celestial que tenéis necesidad de todo esto, buscad primero su Reino, y su justicia, y todas
esas cosas se les dará por añadidura. Así que nos os preocupéis por el mañana: el mañana
se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6, 31-34).
Una señal evidente de que el Reino de Dios quedará siempre al descubierto será: cuando
seamos hombres “Abiertos a la Verdad”. La verdad que nos libera de la mentira para
llevarnos al Amor, la Verdad y la Vida, columnas y fundamento de la Nueva humanidad.
“La verdad os hará libres” (Jn 8, 33). “Para ser libres os libertó Cristo” (Gál 5,1). Esta
liberación será siempre del pecado y sus consecuencias. Cristo Redentor, Salvador y
Liberador del hombre nos libera de la esclavitud del Mal, de la esclavitud de las cosas y de
las personas, pero también nos libera de la esclavitud de la ley. Cristo nos libera para ser
servidores comprometidos con otros, a favor de otros, para todos juntos ser más y mejores
personas. Él instauró en la tierra la única revolución capaz de cambiar al mundo: La
Revolución del servicio:”Ustedes me llaman maestro y señor, y lo soy; y, siendo, maestro y
señor os he lavado los pies, hagan ustedes los mismo” (Jn 13, 13 ).
Todo servidor público, en la Iglesia o fuera de ella, ya sea religioso, político o educador, debe
tener presente que para construir una sociedad en la cual crezca la “Civilización del Amor”,
que tiene como fundamento los valores del Reino: La Verdad, la Justicia, la Libertad y el
Amor, en Ella, todos somos esencialmente iguales, valiosos, importantes y dignos; todo debe
estar al servicio de todos, ya que Dios creó todo para todos. En el Reino de Dios, según el
proyecto de Jesús, nadie pude vivir para sí mismo: Ahí no hay hermanos separados, nadie
debe ser extraño a los demás, los otros son un regalo y los más fuertes deben cargar con las
debilidades de los más débiles (Rom 15, 1).

17. Cristo hace presente el Reino de Dios.

Jesús, entiende el Reino de Dios de manera distinta al sentir general del judaísmo de su época.
El Reino viene cuando se dirige a los hombres la "Palabra de Dios" como semilla que debe
de crecer por su propio poder, hasta convertirse en un gran árbol en medio del mundo, donde
anidan las aves del cielo (Mc 4, 26-29). El Reino de Dios y de Cristo acogerá en su seno a
todas las naciones, pues, no está ligado a ninguna de ellas, ni siquiera a Israel.

Cristo es la encarnación y la revelación de la misericordia del Padre. Él es el Revelador del


Padre (Jn 14, 7). La salvación consiste en creer y en acoger el Misterio de Dios y de su amor
que se manifiesta y se da en Jesús mediante su Espíritu. En Jesús de Nazareth Dios da
cumplimiento a su Plan de salvación. Después de haber recibido en el bautismo el Espíritu
Santo, Jesús manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea predicando la Buena Nueva
de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena
Nueva" (Mc 1, 14, 15; Mt 4, 17; Lc 4, 43).

18. Jesús, Predicador del Reino de Dios

El objeto de la misión de Jesús es la proclamación y la instauración del Reino, Él mismo lo


afirma al aplicarse las palabras del profeta Isaías: "Para eso he sido enviado" (Lc 4, 16-18).
Jesús instaura el Reino de Dios en el corazón de los hombres mediante la predicación de la
Buena Nueva, los milagros, la expulsión de demonios y su estilo de vida. A la acción de Jesús
el hombre responde con la fe en la persona y en el Mensaje de Jesús, el Liberador del hombre
(Mt 12, 28).

Cristo se identifica con la Buena Nueva del Padre. Existe plena identidad entre Mensaje y
Mensajero, entre el decir, el actuar y el ser de Jesús. La fuerza de su predicación está en la
armonía entre Mensaje y Mensajero: Jesús proclama la Buena Nueva no sólo con lo que dice,
sino también, con lo que hace y con lo que es.

19. La llegada del Reino pone fin al reinado del Mal.

La obsesión de Jesús es establecer el Reino de su Padre en el corazón de los hombres para


así poner fin al reinado del Mal, de la opresión y de las esclavitudes. "El Reino de Dios está
cerca". Se ora para que venga: “Venga a nosotros tu reino” (Mt 6, 10). Por la fe se le descubre
presente y operante en las palabras, milagros, exorcismos (Mt 11,4-5; 12, 25-28) y en el
testimonio de vida de Jesús.

Jesús inaugura el Reino de Dios entre los hombres, y a la misma vez, revela el rostro de Dios
a quien llama "ABBA" (Mc 14, 36). El Dios de las parábolas de Jesús es un Padre amoroso
y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas. Acoger a
Jesús como la manifestación amorosa del Padre, y orientar la vida a Dios en la intimidad de
la oración con la confianza de encontrarse con un Padre que escucha, ama y perdona es la
expresión fundamental de la presencia del Reino en el corazón del creyente. El esfuerzo por
cumplir su voluntad del Padre genera una conciencia filial y permite el crecimiento del Reino
en el corazón de los hombres (Lc 11, 2; Mt 7, 21).

20. Las exigencias del Reino

a) Tener los sentimientos de Cristo[19]. El Reino está destinado a todos los hombres, dado
que todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio
manifiesta la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:

• Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos
encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc
5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),
• Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15,
1-32).

• Los enfermos. Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como
espiritualmente, caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y
compasión para con los enfermos y los pecadores.

• Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la
curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios
(Lc 18, 42-43).

b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús[20]. El Reino tiende a transformar las


relaciones humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres
aprenden a amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma
el "Mandamiento Regio del Amor" (Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los
suyos, encuentra su plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13). Al dar
su vida, Jesús manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos. Por tanto, la
naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

c) Entregarse a la obra de Jesús[21]. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer


la acción liberadora de Dios en el mundo y en la historia. Construir el Reino significa trabajar
por la liberación del mal en todas sus formas. De manera que un trabajador del Reino tenga
claridad que su misión es la de Jesús: destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de
Dios. Erradicar el mal del corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de Dios, ha de
ser la misión de los discípulos por encima de cualquier otro objetivo.

Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del
Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino
de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente
en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la
medida de la unión con él.

Jesús enseñó con las parábolas del Reino, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la
mesa con pecadores para enseñarnos que en el Reino de Dios, éstos son invitados a sentarse
a la mesa con el Padre Celestial (Mc 2,16). Se hace amigo de ellos para luego ayudarles a ser
amigos de su Padre, todos los hombres son invitados porque Cristo murió por todos, no
obstante, que muchos no respondan a la invitación.

21. ¿Qué actitudes necesitamos para empezar?[22]

a) Convertirse al evangelio. Es decir, reconocer la propia debilidad y pecado, y aceptar el amor


gratuito de Dios, que nos da nueva vida en Cristo Jesús.

b) Vivir en comunión íntima con Cristo. El hombre comprometido por el reino de Dios es aquel
que vive en Cristo, con y para Cristo, para poder transparentarlo a los demás. Porque el
Evangelio es Jesús mismo.

c) Dejarse guiar por el Espíritu. El Espíritu es como el alma de la Iglesia y el Agente principal
de la Evangelización. Sólo en la docilidad al Espíritu seremos en Él, plasmados a la
semejanza de Cristo para poder decir con san Pablo: “Ya nos yo el que vive, es Cristo quien
vive en mí” (Gál.2,20)

d) Tener conciencia de enviados. Dios nos la llamado a estar con Él y a ser enviados a favor de
toda la humanidad. Dios nos llama a ser personas de los menos favorecidos.

e) Vivir en comunión con la Iglesia. No es un franco tirador, ni un lobo solitario. Tiene


conciencia de que pertenece a su Iglesia que fue enviada por Jesús a llevar su Evangelio de
amor a todos los hombres (Mt 28, 20ss), por eso la ama apasionadamente y vive en comunión
de fe, culto y caridad.

f) Tiene valentía profética. El trabajo del profeta es anunciar caminos de esperanza y liberación,
anunciar las cosas antes de que sucedan y denunciar las injusticias que se cometan en la
sociedad, en la Iglesia, en el mundo.

g) Ama a los hombres como Jesús los ha amado. El cristiano es un hombre de Dios; es portador
del amor de Cristo, por donde camina va irradiando ese amor en el rostro de los pobres, de
los enfermos, de los alejados. Debe encarnar en sí mismo la disponibilidad para hacer la
voluntad de Dios y la disponibilidad para salir de sí mismo para ir busca de los menos
favorecidos, rompiendo con situaciones de confort, de lujo, de individualismo que dejan una
vida vacía.

h) Tiene esperanza en la hora que le toca vivir. No podemos vivir anhelando el pasado que
quedó atrás y no volverá. Vivir en el pasado lleva a una vida neurótica y sin sentido. El
hombre libre, responsable y comprometido no elige donde trabajar ni con quien trabajar,
como sacerdote que soy, tengo que estar abierto a la voluntad de Dios y a las necesidades de
la Iglesia. No se busca quedar bien ni que me vaya bien, se busca el bien de los demás, velar
por los derechos de los demás.
Esta perspectiva nos pide hablar más específicamente de la espiritualidad bíblica y cristiana,
como también, de la urgente necesidad de un discernimiento espiritual.
[1] Salvados en Esperanza
[2]Lc 11, 20
[3]Haring, Berhnard, Libertad y Fidelidad en Cristo, Tomo 1, pág. 143.

[4]Jn 8, 31- 33; 1 de Jn 3, 16- 17.


[5] Mt 20, 28

[6] Mc 1, 14- 15.


[7]Jer. 31, 31- 34; Ez. 36, 26-30; Os 2, 21-22.

[8]Jn 1,21

[9]Lc. 15, 11sss

[10]Pagola, José Antonio, JESÚS, Aproximación Histórica, pág. 89.


[11]Nolan, Albert, Espiritualidad Bíblica, Pág. 41.

[12] IBID, pág. 11.

[13]Hech 10, 38.

[14]Lc 15, 1-4.


[15]Nolan, Albert, Espiritualidad Bíblica, pág. 41.

[16]Nolan, Albert, Espiritualidad del reino, pág. 42

[17]Payá, Miguel, La Planificación Pastoral al servicio de la Evangelización, pág. 35.

[18] 1 de Jn 1, 8; 2, 1-3
[19]Flp 2, 5

[20]Jn 13, 34-5.


[21]Jn 13, 13; Mt 10, 8ss; Mt 28, 20ss; Mc 16, 15ss.

[22] Miguel Payá, La Planificación de la Pastoral, al Servicio de la Evangelización, pág.

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