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Índice

PRÓLOGO V
Esther Wiesenfield

CAPÍTULO 1 1
EL ENFOQUE APLICADO DE LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA PSICOLOGÍA
SOCIAL
1.1. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL APLICADA 5
1.1.1. La sensibilidad social en los orígenes de la Psicología Social 7
1.1.2. 1930-1950. La época álgida de las aplicaciones. 11
1.1.3. 1950-1969. La época oscura de las aplicaciones. 12
1.1.4. Crisis de la Psicología Social 13
1.2. CARACTERÍSTICAS ACTUALES 18
1.2.1. El desarrollo de una Psicología Social europea con señas de
identidad propia 18
1.2.2. Mayor exigencia de relevancia y aplicabilidad: la consolidación de
las intervenciones como objeto de estudio de la Psicología Social 19
1.2.3. La incorporación de la complejidad 21
1.2.4. El compromiso comunitario de la Psicología Social 23

CAPÍTULO 2 27
LA NATURALEZA CONCEPTUAL Y EPISTÉMICA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL
APLICADA
2.1. EL PROBLEMA DESDE LA PROPIA DEFINICIÓN 27
2.2. LA DISCUSIÓN EPISTEMOLÓGICA 29
2.3. CONCEPCIONES ACTUALES DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL APLICADA. EN BUSCA
DE UN MODELO INTEGRADOR 34
2.3.1. La Tecnología Social 34
2.3.2. Hacia una Psicología Social aplicable: el modelo de Mayo y La
France 36
2.3.3. El modelo circular de Fisher 39
2.3.4. El modelo de ciclo completo de Cialdini 41
2.4. REFLEXIONES ACERCA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL APLICADA 42
2.4.1. Acerca del concepto de Psicología Social Aplicada 43
2.4.2. A modo de conclusiones 46

i
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

CAPÍTULO 3 51
INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL
3.1. CONCEPTO DE INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL 51
3.1.1. Definición 52
3.1.2. Definición figurativa 53
3.1.3. Las funciones y fases de la Intervención Psicosocial 55
3.2. RELACIÓN PSICÓLOGO, CLIENTE, POBLACIÓN 59
3.2.1. Tipos de relaciones que se establecen entre el cliente, la
población y el profesional 61
3.2.2. Aspectos éticos 63
3.3. ÁMBITOS DE INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL 64
3.3.1. El grupo como escenario de Intervención Psicosocial 64
3.3.2. Psicología e intervención comunitaria 66
3.3.3. El ambiente físico 69
3.4. LA EVALUACIÓN 70
3.4.1. Evaluación de programas o evaluación clarificativa 71
3.4.2. Evaluación de los resultados o de impacto 73

CAPÍTULO 4 77
LAS NECESIDADES Y LOS PROBLEMAS SOCIALES DESDE LA INTERVENCIÓN
PSICOSOCIAL
4.1. LA NATURALEZA PSICOSOCIAL DE LAS NECESIDADES HUMANAS 78
4.1.1. La gramática de las necesidades sociales 78
4.1.2. El carácter universal de las necesidades humanas 82
4.1.3. La evaluación de necesidades 87
4.2. EL PROBLEMA SOCIAL COMO ORIGEN Y MOTIVO DE LA INTERVENCIÓN
PSICOSOCIAL 90
4.2.1. El problema de los problemas sociales 90
4.2.2. Características de los problemas sociales 91
4.2.3. El proceso de legitimación de los problemas sociales 92
4.2.4. El estudio de los problemas sociales 94

CAPÍTULO 5 94
FELICIDAD, BIENESTAR Y CALIDAD DE VIDA DESDE LA PSICOLOGÍA SOCIAL
5.1. BIENESTAR SUBJETIVO Y BIENESTAR SOCIAL 94
5.2. SATISFACCIÓN VITAL Y CALIDAD DE VIDA 94
5.3. EL REENCUENTRO CON EL CONCEPTO DE FELICIDAD 94
5.3.1. Modelos teóricos sobre la felicidad y el bienestar subjetivo 94
5.3.2. Felicidad y personalidad 94
5.3.3. Felicidad e interacción social 94
5.4. IMPLICACIONES PARA LA INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL 94

CAPÍTULO 6 94
CAJA DE HERRAMIENTAS PARA ELABORAR UNA PROPUESTA DE
INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL
César San Juan y Tomeu Vidal

ii
Índice

6.1. DE LA PRÁCTICA INTERVENTIVA 94


6.2. DE PLANES, PROGRAMAS Y PROYECTOS... 94
6.3. LA PROPUESTA DE INTERVENCIÓN: EL ANTEPROYECTO 94
6.4. ESTRUCTURA DEL PROYECTO 94
6.4.1. Presentación del tema y de la demanda 94
6.4.2. Definición de los objetivos 94
6.4.3. Plan de trabajo 94
6.4.4. Presupuesto 94
6.5. BREVE MANUAL PARA LA INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL 94
6.5.1. El efecto dominó 94
6.5.2. Matando dinosaurios con tirachinas 94
6.5.3. ¿Quién eres tú para intervenir? 94
6.5.4. El síndrome del quemado (burnout) 94
6.5.5. ¿Para quién trabajas? 94
6.5.6. Sobre el bien y el mal 94
6.5.7. Relación interventor – destinatario 94
6.6. EPÍLOGO 94

CAPÍTULO 7 94
LA PSICOLOGÍA SOCIAL EN SU CONTEXTO: NUEVOS ESCENARIOS,
NUEVOS RETOS
Enric Pol
7.1. PROSPECTIVA DESDE LA HISTORIA 94
7.1.1. Los ecos de las crisis 94
7.1.2. ... llegó con la democracia 94
7.2. CAMBIOS A NIVEL GLOBAL: UN NUEVO ESCENARIO SOCIAL 94
7.2.1. ¿Globalización o globalizaciones? 94
7.2.2. Implicaciones psicosociales de la sostenibilidad 94
7.3. INTERCOMUNICACIONES Y NUEVA ECONOMÍA 94
7.4. ECONOMÍA, BIENESTAR Y MEDIO AMBIENTE 94
7.5. LOS PROCESOS MIGRATORIOS, DE NUEVO UN RETO 94
7.5.1. Las migraciones en la Psicología 94
7.5.2. Tipos, causas y políticas 94
7.6. LA CAIDA DEL ESTE, DESIDEOLOGIZACIÓN Y MOVIMIENTOS SOLIDARIOS 94
7.7. IDENTIDADES Y COMUNIDADES: A MODO DE CONCLUSIÓN 94

REFERENCIAS 94

iii
Prólogo

Por dos razones es un placer para mí escribir el Prólogo de este libro. La primera
es afectiva: los autores son mis amigos; a ellos me une, en algunos casos más y en
otros menos, varios años de amistad. Además, los respeto por su trayectoria
profesional y su calidad humana. La segunda es académica: el libro Psicología
Social Aplicada e Intervención Psicosocial constituye un loable esfuerzo de
sistematización de temas importantes de la Psicología Social.
Es así como los siete capítulos que componen este texto se justifican por sí
solos, de modo que es innecesario argumentar a favor de la obra que se presenta,
tal como es costumbre hacer en otros prólogos. Precisamente, este es uno de los
méritos de este libro. Sin dejar de fijar su propia posición, a veces polémica, los
autores presentan una revisión de las concepciones, modelos y perspectivas que
orientan los temas tratados; los analizan críticamente y se posicionan al respecto,
todo lo cual constituye una invitación a el/la lector/a a arribar a sus propias
conclusiones. De lo anterior se desprende un segundo mérito del libro: la apertura
señalada ofrece un escenario propicio para el debate, entendiendo que las
conclusiones de cada lector/a no necesariamente coincidirán con las de los autores.
Por esto, y para continuar con el desarrollo del resto del Prólogo, me he preguntado,
e intentado responder ¿qué aporta la obra y a quién?
Los editores de este libro y autores de cinco de sus siete capítulos, Bernardo
Hernández y Sergi Valera, examinan con bastante detalle la evolución histórica de la
Psicología Social Aplicada. Una historia común a diferentes contextos hasta los 60,
para luego extenderla hasta nuestros días en el contexto español (Capítulo 1).
Continúan con el análisis de la naturaleza conceptual y epistemológica de la
orientación aplicada de la disciplina, que incluye un examen de las definiciones sobre
psicología social básica y Psicología Social Aplicada, sobre teoría y práctica y de los
diferentes tipos de conocimientos generados por una u otra. Ilustran las posiciones
actuales sobre la Psicología Social Aplicada a través de tres modelos, el de Varela,
el de Mayo y La France y el de Cialdini (Capítulo 2). El capítulo relativo a la
Intervención Psicosocial contempla las definiciones, fases, funciones y actores de la
intervención, así como los tipos de relaciones entre éstos, algunos ámbitos de la
Intervención Psicosocial y los modos de evaluarla (Capítulo 3). Le sigue la exposición
de diversas perspectivas acerca de la naturaleza psicosocial de las necesidades y
problemas sociales, sus definiciones, características, modos de identificación y
evaluación (Capítulo 4); y luego el reverso de las necesidades y problemas, esto es
la felicidad, el bienestar y la calidad de vida desde la óptica psicosocial, tipos,

v
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

definiciones y modelos de bienestar, satisfacción vital y felicidad y las implicaciones


que estos procesos tienen para la Intervención Psicosocial, (Capítulo 5).
Los dos capítulos restantes completan el panorama y temas hasta ahora
enumerados. Así, César San Juan y Tomeu Vidal aportan lo que ellos denominan
caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial, que
comprende algunos de los aspectos a ser tomados en cuenta por los interventores
psicosociales y los cuales, tal como lo señalan, no son sino elementos de reflexión a
partir de la cual se elaboren inferencias que orienten la acción. Analizan, además,
consideraciones en torno a las concepciones de la Intervención Psicosocial, de los
aspectos a considerar en la misma (programas, planes, proyectos) y de algunos
elementos que ayuden a definir los ámbitos de la intervención y faciliten la interacción
entre los actores del proceso (Capítulo 6). Finalmente el Capítulo 7, escrito por Enric
Pol, enumera, describe y revisa, con la acuciosidad que lo caracteriza, lo que a su
juicio constituyen nuevos escenarios y nuevos retos para la Psicología Social
Aplicada, particularmente en España. Sus propuestas son contextualizadas mediante
un breve análisis de la historia reciente del país y de los cambios en el ámbito global,
de los cuales se desprenden temas de enorme importancia para la agenda de la
psicología social, a saber: globalización, sostenibilidad, universalización de las
intercomunicaciones, crisis del Estado de Bienestar y procesos migratorios, entre
otros.
Todos los aportes nombrados, sin lugar a dudas, beneficiarán a estudiantes,
académicos y profesionales en ejercicio, sean psicólogos sociales o de disciplinas
afines.
Respondidas las preguntas anteriores, intentaré ahora abordar esta otra: ¿qué
inquietudes suscitó en mi Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial,
sobre qué aspectos me gustaría debatir? O dicho en términos de Munné (1996: 56,
citado por Pol, 2001), hay algunas cuestiones que quisiera criticar, entendiendo que
la renuncia a la crítica en el plano científico es como la renuncia de una disciplina a
su estatus epistemológico.
La respuesta a esta segunda pregunta tiene que ver con lo no-dicho en algunos
capítulos y en otros con visiones alternativas acerca de lo dicho. En este orden de
ideas, me ha impresionado la productividad que en las últimas décadas ha permitido
consolidar lo que puede llamarse con propiedad la psicología social española, en la
que sin duda esta obra será una referencia obligada. Los autores incorporan
elementos de reciente aparición, particularmente en la psicología social española,
como son la demanda de una mayor relevancia y aplicabilidad de los resultados de
las investigaciones e intervenciones, la incorporación de la complejidad en la
comprensión de la problemática abordada y el componente comunitario como ámbito
de reflexión y acción sobre lo psicosocial. Sin embargo, existen otras perspectivas,
dimensiones y procesos que constituyen otra visión de la psicología social. Me refiero
a las perspectivas críticas que incluyen orientaciones como la psicología discursiva,
la psicología crítica, el socioconstruccionismo, las cuáles están orientadas hacia la
acción en tanto cuestionan tanto la concepción existente sobre la realidad y las
formas de conocerla y actuar sobre ella.
Estas orientaciones han enriquecido la actuación de los psicólogos preocupados
por las necesidades y problemas sociales existentes en sus respectivos países. Tal
vi
Prólogo

es el caso de Inglaterra y España en Europa y de varios países latinoamericanos,


donde desde la década de los 70 existe la preocupación por desarrollar una
psicología social que responda a los apremiantes problemas existentes. En ese
sentido, los desarrollos en la psicología política y en la psicología comunitaria en
América Latina, son evidencia de dos ramas de la psicología social con estatus
propio como disciplinas, que aportan una comprensión alternativa de la realidad en
éstos países. Esta otra comprensión incorpora voces de los actores sociales hasta
ahora excluidas de nuestro acervo bibliográfico, prevé la realización de acciones que
los fortalezcan y contribuye a la producción de conocimientos con una base
epistemológica distinta que nutre a la psicología social.
En estas orientaciones las dimensiones política y ética, así como la incorporación
de procesos como la emoción, la subjetividad encuentran un espacio natural. Así
mismo el rescate del contexto como base social, política, económica, histórica y
cultural en que se inscriben estas dimensiones y procesos resulta indispensable en
este tipo de abordaje.
Con lo dicho no intento supeditar un enfoque a otro, sino más bien destacar la
existencia de diferentes formas de entender y hacer psicología social y rescatar la
pluralidad que ellas evidencian. Ello como paso necesario para la adopción de
posturas que se alejen de los modos tradicionales de entender y hacer ciencia e
incluso como requisito para pensar fuera de los límites particulares que cada una de
estas posturas impone. Esto es, por ejemplo, pensar desde las demandas de la
realidad específica en que se actúa, lo cual implica responder a preguntas como:
¿qué se persigue con la investigación/ intervención?, ¿se intenta promover la
adaptación o el cambio?, ¿quién define uno u otro?, ¿quién los promueve u
obstaculiza?
Dado que la elección de un paradigma implica una toma de decisiones en la que
entran en consideración aspectos tan diversos como el contexto de la investigación
y/o intervención, la formación de el/la investigador/a, sus valores, su experiencia
profesional, entre otros, la respuesta a algunas de estas preguntas podrá conducir a
adoptar algunos de los modelos que se presentan, por ejemplo, en el capítulo 2.
Estos comparten una visión de lo que es aplicación que coloca el poder de decisión
sobre el qué en el cliente, sin que se cuestionen los valores que fundamentan los
intereses de aquel, y coloca el poder de decisión sobre el cómo en el experto, que se
asume como neutro ante las demandas que recibe. Suponen, además, que el
experto anticipa la direccionalidad del cambio, independientemente de la complejidad
particular de cada contexto y de la especificidad que cada proceso de cambio puede
requerir. Por ejemplo, un contexto puede requerir de la intervención como un
proceso participativo, en que el diálogo de distintos actores aporte saberes y
experiencias diferentes que permita llegar a acuerdos acerca de los cambios
deseados por las distintas partes.
Otro aspecto del texto que estimula la reflexión es la discusión que se presenta
sobre la distinción entre lo básico y lo aplicado en psicología social. Todas las
concepciones que se comentan separan una de la otra, sin embargo debe tenerse
en cuenta que desde otros puntos de vista tal escisión no existe. Por ejemplo, Ibáñez
(1992: 23) sostiene que todo conocimiento es aplicado en tanto tiene un impacto, de
modo que a su juicio “no es posible construir conocimientos científicos sobre lo social

vii
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

sin que estos produzcan a su vez efectos sociales” Así, “cualquier científico social
que produzca conocimientos ampliamente reconocidos y que aporte efectivamente
algo a su campo de especialidad está actuando ineludiblemente como agente
político capaz de incidir sobre la realidad social, puesto que modifica nuestra forma
de entenderla” (1992: 23).
También es pertinente incorporar en la discusión otras visiones sobre el proceso
de la Intervención Psicosocial. En ese sentido concepciones que valoren las
interpretaciones de los actores respecto a la finalidad de la intervención, adaptación,
cambio, permitirán enriquecer la caja de herramientas, que como bien señalan los
autores son elementos para la reflexión.
Finalmente, el listado de los retos y escenarios que expone Pol, dan para una
agenda de conversación acerca de la psicología social que nos convoca a todos, en
tanto es exhaustiva y abarca los problemas que debido a la globalización afectan los
diversos continentes. No obstante, no debemos perder de vista que estos problemas
adquieren expresiones particulares en los diferentes contextos, las cuales exigen
lecturas, énfasis y acciones diferentes en cada uno de los entornos.
Queda entonces a consideración de el/la lector/a un texto prolijo, polémico, que
con seguridad enriquecerá sus conocimientos y estimulará otras narrativas acerca de
lo que aquí se dice y también sobre lo que no se dice.

Esther Wiesenfeld.
Caracas, marzo de 2001.

viii
Capítulo 1

El enfoque aplicado de la evolución


histórica de la Psicología Social
Numerosos son los autores que muestran la dificultad de construir una historia de
la Psicología Social -al menos una única historia- compiladora y sintetizadora de
todos sus caminos y posicionamientos, y demás completa y crítica en cuanto a
reflejar todas sus orientaciones. En este sentido, Graumann (1991) destaca que “no
existe una historia de la Psicología Social publicada que sea comprehensiva, esté
actualizada y tenga un carácter crítico” (p. 35). Por su parte, Crespo (1995) afirma
que “no existe una historia de la Psicología Social, como probablemente no exista
una historia de nada. Existen varias historias posibles de la Psicología Social porque
muy diversas son las formas de concebir una ciencia” (p. 25). Es necesario señalar
cuatro de los principales peligros que acechan a la labor historiográfica y sobre los
que, comúnmente, se ha venido recurriendo.
Presentismo. Evidentemente, el análisis del pasado resulta fundamental para
poder interpretar correctamente el presente. Sin embargo, autores como
Ibáñez (1990) o Graumann (1991) hacen notar el peligro de la llamada falacia
presentista consistente en analizar el pasado desde la única perspectiva del
presente, buscando solamente elementos legitimadores de éste. Así, “la genealogía
consiste en indagar el pasado desde el punto de vista del presente, con el propósito
de hacer que el presente sea inteligible. Pero la perspectiva genealógica no admite ni
la falacia teleológica, que considera el presente como objetivo hacia el cual avanza
necesariamente el pasado, ni tampoco la falacia presentista que contempla el
pasado desde las categorías que instituyen el presente” (Ibáñez, 1990, p. 20).
Cuando se consultan los manuales de Psicología Social parece que estamos
ante una disciplina en la que hay una línea principal de desarrollo, y cuando hay
divisiones entre escuelas, la orientación más potente o acaba demostrando su
superioridad teórica y metodológica, o tiene lugar una síntesis integradora. Este
mismo principio sugiere que es esta línea principal la que provee continuidad,
identidad y progreso acumulativo. Asimismo, en la mayoría de las ocasiones se
enfatiza, representa y personifica la historia por medio de las figuras y escuelas de
pensamiento que más contribuciones realizan a la cultura dominante. Por ejemplo, la
investigación mayoritaria en Psicología Social desde los años cincuenta ha sido la

1
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

realizada desde la cognición social. Esta orientación resalta la importancia de cómo


la personas perciben y piensan acerca del mundo social para comprender la forma
en que se comportan.
Muchas, por no decir la mayoría, de las teorías e investigaciones psicológicas
anteriores, se reelaboraron e interpretaron a la luz de los conceptos surgidos o
retomados por esta disciplina. Se afirma que esta situación tuvo, y tiene, un matiz
diferente en el caso de la Psicología Social, que nuestra disciplina, por tradición, no
fue tan vulnerable al empuje conductista (Moscovici, 1986). Se insiste en que autores
como Heider, Lewin, Festinger o Asch, recurren a conceptos más próximos a los
planteamientos mentalistas que al refuerzo. Tanto la orientación gestáltica, como la
de la consistencia cognitiva, e incluso la de campo, se preocupan por dar una visión
más globalizadora de los procesos psicológicos, lejos del atomismo del que hacían
gala los conductistas. Concretamente, en el caso de la Gestalt se podría leer entre
líneas la descripción de un ser humano perceptivo, ingenuamente perceptivo, que
busca la buena forma en el mundo social que le rodea.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad en el caso de la Psicología Social. La
revolución cognitiva parece haber tenido un impacto equiparable al que ha tenido en
otros muchos ámbitos, de forma que la Social Cognition se presenta como un
paradigma de investigación totalmente novedoso, que replantea desde una
perspectiva de vanguardia temas clásicos y problemas actuales, hasta ahora
intocables para los psicólogos sociales. De esta forma, tópicos como estereotipos,
prototipos, toma de decisión, tradicionales en la disciplina, se contemplan desde una
nueva perspectiva, al mismo tiempo que hacen su aparición las teorías implícitas, la
percepción de eventos, esquemas, etc., para explicar problemas de la conducta
social.
Se entiende así que, las teorías posteriores son mejores que las que les
precedieron y, por consiguiente, el desarrollo teórico de la Psicología Social es una
línea de mejoramiento y de progreso. Los modelos de procesamiento de información
de los años ochenta serían más diferenciados y precisos que las teorías cognitivas
de los sesenta. Estos, a la vez, serían más refinados que las concepciones
gestálticas de los cuarenta y cincuenta y, por lo menos en algunos aspectos, más
comprensivos que los modelos teóricos de estímulo respuesta que habían superado
las concepciones mentalistas e instintivistas del comportamiento social. Por otra
parte, las concepciones sobre el condicionamiento resultarían más predictivas que
las nociones de la Gestalt (Graumann, 1987).
Sin embargo, “dada la progresiva configuración de la Psicología Social a partir de
una ascendencia intelectual multidisciplinar resulta difícil, por no decir imposible,
trazar una línea unívoca en su desarrollo histórico. Más que una secuencia lineal de
aportaciones acumulativas, integradas o convergentes, el desarrollo de la Psicología
Social, tanto en sus antecedentes como en la actualidad, se ha producido paralela [y
a veces] inconexamente en el seno de distintas corrientes y escuelas de varias
ciencias sociales, y en muchos casos aún dentro de una misma disciplina”
(Torregrosa, 1974, pág. XV).
Origen Común. Otra característica de la mayoría de las historias de la Psicología
Social es la del mito del origen común (Graumann, 1987, pág. 6). Existe una
tendencia a considerar que es posible fijar un origen común o fecha oficial de
2
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

nacimiento, que hace que todos pertenezcamos a un mismo gran grupo familiar,
heredero de un pasado compartido. En la mayoría de las ocasiones, se presenta la
identidad de la Psicología Social como una unidad y con continuidad (v.g.
Allport, 1968 en The historical background of modern social psychology), aunque en
ocasiones se escribe y discute sobre si hay dos, tres o más psicologías sociales
(House, 1977), no se cuestiona que lo común es más que lo diferente. Desde esta
perspectiva unionista se entiende que la Psicología Social tiene una historia que
viene de Durkheim y Wundt, aunque la disciplina aparece vinculada a este último
autor gracias a la Psicología de los pueblos y no al Wundt, padre de la Psicología
experimental.
Sin embargo, tal como señala Jiménez Burillo (1976), es muy difícil situar el
momento concreto de la aparición de una ciencia, ya que los factores sociales
asociados a los hechos científicos van produciendo las condiciones apropiadas para
que lentamente se vaya definiendo un objeto, y en su caso un método de
investigación, hasta llegar a ocupar un lugar dentro del campo de las disciplinas
científicas.
Territorialismo. Como se ha comentado anteriormente, la historia de una
disciplina aporta elementos de interés, en aras de delimitar su identidad disciplinar, y
ésta es importante de establecer si queremos sentar las bases de una disciplina
científica sustantiva. Sin embargo, una postura extrema en este punto puede llevar a
ignorar un aspecto fundamental: la Psicología Social surge en el seno del conjunto
de ciencias sociales, comparte un substrato común con ellas y su delimitación
territorial actual responde a un fenómeno relativamente reciente (Manicas, 1987). La
idea, por tanto, de definir una disciplina sustantiva y con identidad propia no implica,
ni mucho menos, establecer unas fronteras impermeables respecto al conjunto de
ciencias humanas y sociales, algo que en ocasiones ha sucedido, sobre todo al tratar
de ganar en identidad y cientificidad a través de la comparación de la Psicología
Social con las ciencias naturales y positivas. En definitiva, como señala Ibáñez, “las
posibilidades de acceder a la inteligencia de la Psicología Social quedarían sin duda
mermadas por el hecho de desarrollar una historia separada para esta disciplina,
perdiendo de vista el fondo común que la vincula con las restantes disciplinas que
forman parte de su contexto de conocimiento” (Ibáñez, 1990, p. 20).
Asimismo, los vínculos que todo campo del saber mantiene con sus
antecedentes hace que también resulte muy difícil señalar límites rígidos entre unas
disciplinas y otras, más allá de las justificaciones epistemológicas y de las
necesidades académicas. Los conceptos teóricos, filosóficos, metodológicos, etc.,
tienen tantos elementos comunes que resulta inútil e innecesario pretender que la
divisiones entre ciencias obedecen a separaciones reales.
Doxografía. Este término es utilizado por Rorty (1990) para analizar la historia de
la filosofía y es recogido por Crespo (1995) con relación a la Psicología Social.
Designa a un tipo de historia caracterizada por definir lo que le es propio o no a una
disciplina sentando un canon o norma a partir de la cual distinguir la orto-doxia de la
hetero-doxia. Las narraciones históricas doxográficas tienen un marcado carácter
legitimador de un determinado tipo de saber regido por cuestiones de prestigio,
reconocimiento y poder, saber marcado por la consagración normativa que ostenta el
canon.

3
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Al mismo tiempo que se enfatiza la potencia de una orientación, es frecuente


observar que se ignoran o subestiman otras orientaciones porque no pertenezcan a
la escuela dominante. Por tanto, si la historia y la identidad de una disciplina se
definen desde una perspectiva dominante, la implicación que parece deducirse es
que hay otros acercamientos, que aunque también contribuyen al conocimiento
acumulado, lo hacen de forma secundaria.
De esta manera, toda la disciplina parece limitarse a una cierta perspectiva que
se presenta como la genuina representante y mantenedora de las esencias del
conocimiento, y como la única capaz de realizar el acercamiento disciplinar a los
fenómenos que se pretende comprender.
En contraposición a esta forma de entender la historia, la complejidad e
inabarcabilidad de los fenómenos estudiados hace que sea cada vez más
reconocida la necesidad de afrontar los procesos de investigación desde posiciones
que asuman dicha complejidad, tanto desde la complementariedad teórica y
metodológica como desde la complementariedad entre lo explicado y cómo se
explica (Munné, 1989).
La reflexión histórica sobre la Psicología Social debe enfatizar la importancia que
para la disciplina tiene el análisis histórico desde una determinada perspectiva. Esto
implica también el hecho de que, al construir la historia de la disciplina, se construya
también su identidad, y cumple una función pedagógica (Crespo 1995, Blanco, 1993;
Ibáñez, 1990; Graumann, 1991).
En este texto, se intenta evitar la visión unionista y lineal de la Psicología Social,
presentando una perspectiva que recoja, en lo posible, la diversidad de pensamiento
que conforma la disciplina, tanto en el ámbito teórico como metodológico. Para ello,
una dimensión que permite comprender mejor el desarrollo de la Psicología Social, y
en gran medida también sus características contemporáneas, está relacionada con
factores externos vinculados a las preocupaciones sociales de cada momento
histórico que condicionan el objeto de investigación (Collier, Minton y
Reynolds, 1996).
En definitiva, y siguiendo a Crespo (1995), se trata de presentar una historia de la
Psicología Social que se caracteriza a partir de tres supuestos básicos:
a. las ciencias sociales (incluida la Psicología Social) están directamente
vinculadas a los modelos de ser humano vigentes en las sociedades donde
éstas se desarrollan.
b. la Psicología Social se construye históricamente no sólo como una historia
del saber sobre un objeto (la interacción social), sino también como una
historia del propio objeto de estudio.
c. los límites entre la Psicología Social y otras disciplinas afines son borrosos.
Esta delimitación responde, en gran medida, a un proceso de
institucionalización académica, no necesariamente regido por exigencias de
racionalidad científica como mantiene, por ejemplo, Manicas (1987).
Sin ánimos de reproducir algo similar a una historia de la Psicología Social, sí
analizaremos brevemente el tema desde una perspectiva distinta y complementaria,
observando las tendencias de la disciplina y su movimiento en relación con el ámbito
aplicado. Para su desarrollo, nos basaremos en la ya clásica descripción histórica de

4
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

Reich (1981). Un resumen esquemático de tal evolución histórica puede observarse


en la Figura 1.1.

1.1. Evolución Histórica de la Psicología Social Aplicada


Pueden distinguirse cuatro períodos en relación con la incidencia de lo aplicado y
la evolución de la Psicología Social. Un primer período de consolidación disciplinar
abarca hasta 1930. En este período pueden constatarse intentos de traducir
problemas sociales a los incipientes conceptos psicosociales. La segunda etapa
corresponde al período comprendido entre 1930 y 1950, y resulta clave para el
afianzamiento de la aplicabilidad de la Psicología y la Psicología Social. Este período
viene marcado por la participación de los psicólogos sociales en la Segunda Guerra
Mundial, iniciándose un cierto cuestionamiento de las repercusiones de la aplicación
que desembocará en una tercera etapa, entre 1950 y 1969 de claro predominio de la
Psicología Social de corte positivista y experimental, centrada en el laboratorio y
relegando el tema de las aplicaciones a un segundo y poco considerado nivel. La
cuarta etapa comprende desde entonces hasta la actualidad y viene marcada por las
consecuencias de la crisis de relevancia de la Psicología Social predominante, por la
consolidación de la Psicología Social Aplicada y por la eclosión de gran parte de las
disciplinas psicosociales aplicadas que hoy día coexisten.

5
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Tendencia hacia lo aplicado Tendencia hacia lo básico

La línea marca la tendencia principal en cada período. La ubicación de los hitos históricos
corresponde mayoritariamente al período en concreto, no a la tendencia.

1890. Publicación de Las leyes de la


1908. Primeros manuales de imitación, de Tarde
Ross y Mc Dougall
1912. Publicación de los Elementos de
1911. Publicación de la Psicología de los Pueblos, de Wundt
Geopsique, de Hellpach

I G.M. Tests Army Alfa y Beta


Psicología Industrial (Scott, 1911; Taylor,
1911 Münsterberg, 1914, Muscio, 1917) 1915.Boureau of Applied Psychology
1917.Journal of Applied Psychology
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1930
1936. Sociedad para el estudio 1935. The Handbook of Social
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sociales

1945. Journal of Social Issues 1946-51. Teoría del campo de Kurt Lewin
1946. Institute of Social Research (Fundación del Research Center for Group
Dynamics)
1947. Fundación de la Estación Psicológica en Midwest.
Orígen de la Psicología Ecológica
1949. The American Soldier, de Stouffer
1946. Discurso de Guthrie ante la APA
y colaboradores

1950
1954-57. Estudios de Psicología Ambiental 1965. Journal of Experimental Social
de Lee Psychology
1959. Sommer inicia sus estudios sobre
espacio personal
1965. Society for Experimental Social
Movimiento de los indicadores sociales Psychology
(Bauer, 1966)

1967. Polémica Ring/McGuire 1966. Modelos cuasi experimentales, de


Campbell y Stanley

1969. Discurso de Miller ante la APA


1970
1971.Journal of Applied Social Psychology
Discusión
epistemológica básico Manuales PSA:
vs. aplicado Deutsch y Hornstein, 1975),
Oskamp (1984)
Convivencia de perspectivas
Eclosión disciplinas aplicadas: epistemológicas
psicología ambiental, jurídica, de
la salud, educación, ocio, etc.
Nuevas corrientes en Psicología Social:
Consolidación de disciplinas Construccionismo Social, Contextualismo, Psicología
aplicadas como la Psicología de Social crítica, ...
las Organizaciones

Figura 1.1. Esquema histórico Psicología Social Básica versus Aplicada con algunos de los
hitos más destacados. Basado en Pol (1988a). Dossier Gráficos y Esquemas
PSA, Departamento de Psicología Social, Universitat de Barcelona.

Sin embargo, el esquema desarrollado en absoluto pretende establecer


diferencias entre el enfoque aplicado y el básico en términos dicotómicos, negando el
hecho de la coexistencia de ambos, en tanto sólo son dos formas de interpretar el
devenir de una disciplina. Asimismo, no se pretende establecer límites definitivos

6
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

entre los diferentes períodos considerados, más allá de su convencionalidad, en


tanto coexisten diferentes corrientes de pensamiento y de realidades territoriales
diferenciadas.

1.1.1. La sensibilidad social en los orígenes de la Psicología Social


La sensibilidad hacia la cuestión social había sido un elemento definitorio de lo
que en cada momento era Psicología Social. Sin embargo, a la Psicología Social se
le ha acusado reiterada e injustamente de haber dejado al margen el estudio de los
problemas que verdaderamente preocupan a la sociedad y que, cuando lo ha hecho,
ha pretendido mantener una supuesta objetividad que en modo alguno es real. La
pretendida objetividad de los investigadores choca con las implicaciones ideológicas
que conlleva la utilización de la Psicología Social para lograr determinados fines,
especialmente si tenemos en cuenta, como ya decía Moscovici, que la Psicología
Social tiene implicaciones ideológicas que con frecuencia han jugado un papel
importante en el mantenimiento del orden establecido.
Para Moscovici (1972), ejemplos de cómo la investigación psicosocial surge a
partir de los intereses y requerimientos de determinados grupos sociales los
encontramos en los trabajos de dinámica de grupos, cambio y resistencia al cambio,
los conflictos o la teoría del juego, que se encaminan a perpetuar el status quo
dominante o a justificar sus actuaciones.
Para este mismo autor, la Psicología Social no es tan objetiva como quisiéramos,
sino que tiene implicaciones ideológicas, con una notable crítica social. ”El sueño
positivista de una ciencia sin metafísica, que es frecuentemente trasladado a la
demanda de una ciencia sin ideología, no es probable que se convierta en realidad”
(Moscovici, 1972, pág. 22). Como dice Tajfel (1981) una Psicología Social neutral es
imposible (la neutralidad en las ciencias sociales a menudo significa la toma de
posturas implícitas), ya que detrás de cada explicación subyace un concepto de
individuo y de sociedad.
De hecho, la Psicología Social se constituye en disciplina independiente en un
contexto en el que a la Ciencia se le pide que contribuya a resolver, o al menos a
conocer, los problemas que padece la sociedad. Relación esta de la ciencia con la
política que siempre ha orientado la búsqueda de conocimiento, incluso en aquella
Antigüedad en la que con frecuencia se nos presenta a unos eruditos y sesudos
pensadores al margen del bien y del mal (Farrington, 1971).
En el contexto del siglo XIX, problemas relacionados con los cambios en el
sistema de producción y en la organización social requerían de un acercamiento,
cobijado por el respeto científico, que ofreciera explicaciones y soluciones a los
muchos problemas que se le venía encima a sociedad emergente del nuevo orden
social. El comportamiento colectivo, la identidad de los pueblos, etc. requería de
explicaciones que no se basaran en los supuestos de verdad moral o religiosa ya
desacreditados, sino que al contrario, encontraran en las Ciencias Sociales un mejor
acercamiento. Además, entre estas ciencias tanto las más próximas al individuo
(Psicología) como las más próximas a la sociedad (Sociología o Antropología)
parecían insuficientes, por lo que también estas demandas sociales contribuyeron a
la institucionalización de la Psicología Social.

7
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Coincidiendo con la época en la que la Psicología Social daba sus primeros


pasos, empezaba una historia de resistencias sociales (sindicatos, sufragistas, ...)
relacionadas con el aumento de la población, la llegada de los inmigrantes a las
ciudades y los conflictos del proletariado. Su impacto en las características
definitorias de nuestra disciplina fue tan importante, que algunos han llegado a
afirmar que las tensiones existentes en la sociedad de la época fueron las que
constituyeron a la Psicología Social (Parker, 1990).
La obra de Gabriel Tarde (1843-1904), es un buen ejemplo de como se va
configurando la Psicología Social en el contexto intelectual y científico. Aunque sus
contribuciones actualmente tengan poca vigencia, debido a la ambigüedad de los
conceptos y términos que utiliza (imitación, sugestión, opinión) y a
conceptualizaciones posteriores más precisas (Miller y Dollard, 1941; Bird, 1940;
citado en Young, 1957/1963, págs. 138-146), no cabe duda que ejemplifica la
demanda que se planteaba respecto a la confluencia entre la Psicología y Sociología
y la sensibilidad hacia las preocupaciones sociales del momento.
A Gabriel Tarde se le atribuye uno de los primeros textos de la disciplina -
Estudios de Psicología Social (1898/1907)- pero su importancia en la génesis de la
Psicología Social contemporánea radica, sobre todo, en haber desarrollado una de
las explicaciones para la conducta de las masas en su obra Las leyes de la imitación
(1890). El concepto, o mejor, la disciplina que Tarde denomina interpsicología, sin
rechazar la Sociología ni la Psicología, se ocuparía de cómo las personas se
sugestionan e influyen unas a otras y cómo por medio de la imitación éste fenómeno
genera los procesos sociales. Considera este autor, que los hechos sociales están
contenidos en las conciencias individuales y estos se transmiten de una mente a otra
por la imitación. La imitación se extiende en función de leyes que regulan como se
imitan antes los fines que los medios, las ideas que su expresión, lo propio y/o
tradicional que lo ajeno y/o innovador, a las clases sociales superiores que a las
inferiores (Tarde, 1907; citado por Jiménez Burillo, 1986).
Además, Tarde se ocupó del comportamiento delictivo en sus trabajos de
criminología La criminalidad comparada (1886) y de la naturaleza humana de la
economía -campo donde es menos conocida su contribución- en Psicología
Económica, rechazando el darwinismo social imperante en la época (Tarde, 1902;
citado por Quintanilla, 1995).
Pero, seguramente, las grandes estrellas de la preocupación psicosocial a finales
del siglo pasado la constituyen dos temas con una importante tradición filosófica y
con innegables repercusiones sociales, como fueron la polémica sobre el papel de la
herencia y del medio en la vida de las personas, con el darwinismo social como
elemento de fondo, y el estudio de la Psicología de los pueblos.
El Darwinismo social favoreció una política conservadora de forma que, cualquier
intervención social que se orientara hacia el cambio se tildó de interferencia con la
naturaleza. Los discursos sobre la detección de la debilidad mental y los efectos
nefastos de las multitudes, hicieron frente común con el método positivista que
utilizaban para entender al individuo. Como resultado, se defendió el estudio
sistemático de la conducta guiado por el ideal de predicción y control.

8
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

Una concepción de ser humano y de la sociedad, en la que se enfatiza la


influencia que las instituciones y los demás pueden ejercer, se contraponía a la
búsqueda de elementos individuales de identidad. La oposición entre ser humano
como resultado de sus propias acciones, recursos, etc. -que se valora
favorablemente en el contexto histórico heredero de la Ilustración- o como producto
de las influencias sociales -que conlleva necesariamente al comportamiento salvaje
de las masas-, adquiere una nueva dimensión en el estudio científico que es posible
realizar desde la Psicología Social. La tensión entre demandas de la individualidad y
demandas del nosotros (Moscovici, 1981; pág. 25) está detrás de muchos temas de
la investigación psicosocial, las demandas de lo individual generan temas sobre el
self, autoconcepto, autoeficacia, etc.; mientras que, las demandas del nosotros
generan temas como comportamiento colectivo, influencia, etc. La manifestación de
esta tensión se expresa con toda su crudeza, en la política económica y social que
contrapone a liberales y partidarios de la sociedad del bienestar (Martín Seco, 1995).
Wundt, ha significado para la Psicología la consolidación como disciplina
científica y, en muchas ocasiones, se le presenta también como uno de los primeros
estudiosos de la Psicología de los pueblos y, por tanto, de la Psicología Social. En
este último sentido, aunque en ocasiones se indica que Wundt no utiliza la expresión
Psicología Social, sí lo hace al menos en el prólogo a Elementos de Psicología de los
Pueblos, escrito en Leipzig en 1912.
Sin embargo, en el estudio de la Psicología de los pueblos el mérito debe ser
compartido con otros científicos sociales alemanes. El concepto de
Völkerpsychologie debe atribuirse a Humboldt, quien tomando las ideas románticas
de Herder, estudió las relaciones entre pensamiento y lenguaje y la influencia de éste
en la génesis de las cosmogonías. Estas ideas, a su vez, influyeron sobre Lazarus y
Steinthal que fundaron la revista de Psicología de los Pueblos y de Filología en 1860,
dedicada al estudio psicológico de los productos de la colectividad que no pueden
ser explicados únicamente por las propiedades de la conciencia individual, sino que
debe entenderse desde la perspectiva de las influencias mutuas y del proceso de
humanización.
En definitiva, Wundt pretende, al igual que al estudiar la Psicología individual,
determinar las estructuras fundamentales, que si en el caso de la primera son las
sensaciones, sentimientos e imágenes; en el caso de la Psicología de los pueblos
son fundamentalmente el lenguaje, las costumbres y las creencias, que se
manifiestan en los mitos, el arte, la religión, la sociedad, el derecho, la cultura y la
historia. Estas estructuras colectivas son la esencia del proceso inacabado de
humanización. La separación que establece Wundt entre procesos psicológicos y
colectivos, ha estado en la base de gran parte de la Psicología Social
contemporánea (Wundt, 1916).
Los problemas que afrontan Tarde y Wundt son sólo una pequeña muestra de los
muchos acercamientos psicosociales que se realizan a los problemas de la sociedad
en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, aunque, en muchos casos, no
fueran originariamente clasificados como tales. En el plano psicológico y psicosocial
el ámbito aplicado surge al filo del nacimiento de la Psicología y de la Psicología
Social como disciplinas científicas reconocidas, que encuentran sus primeras líneas
de especialización en el terreno de la evaluación de las aptitudes mentales y en el de

9
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

la Psicología Industrial, precursora de la actual Psicología del Trabajo y de las


Organizaciones.
En el primer caso destaca la creación por James McKeen Cattell del concepto de
prueba mental y su aplicación para el discernimiento de las aptitudes de los nuevos
estudiantes en la Universidad de Pennsylvania. Durante la primera Guerra Mundial,
cuando se demandó la participación de la American Psychological Association
(A.P.A.) para tareas de reclutamiento y selección y adiestramiento de personal, se
desarrolló la Army Alfa y la Army Beta.
En el segundo caso, Taylor (1911) introdujo toda una moda de eficacia y
sistematización en el mundo empresarial y contagió a muchos psicólogos sociales su
entusiasmo por una ciencia consistente en reglas, leyes y fórmulas que
“reemplazaría el juicio del trabajador individual” (pág. 37). Persiguiendo una
ingeniería humana se calcularon y organizaron los componentes de un sistema que
requería la obediencia incondicional del trabajador para alcanzar su funcionamiento
óptimo. Desde 1924 a 1929 Elton Mayo (1933) inició sus estudios en la West Electric
Company de Hawthorne que a la postre resultaron clave para desarrollar una línea
de investigación sobre grupos a través de conceptos como liderazgo, normas
grupales, etc.
Otros muchos problemas sociales tienen un lugar en los comienzos de la
Psicología Social y prácticamente todos ellos lo continúan teniendo. Por ejemplo, sobre
la influencia de factores psicosociales en el proceso judicial -delincuencia, testimonio,
etc. - si bien hay pocos volúmenes dedicados a las relaciones entre el Derecho y la
Psicología, las referencias a la naturaleza de los delincuentes, el papel del medio en
la génesis del delito y su corrección, etc. -Lombroso, 1876- están presentes en las
preocupaciones de los pensadores de la época (Jiménez Burillo, 1986;
Garrido, 1994). Otros ejemplos destacados lo constituyen el estudio del prejuicio y
especialmente el racismo (La Piere, 1928, 1934; Young, 1930), en estrecha relación
con la discusión sobre el origen de la especie humana y la discusión sobre el
monogenismo o poligenismo (Jahoda, 1992; Duckitt, 1992; Echebarría y
Villareal, 1995); la influencia de la estratificación social en la salud mental
(Hollingshead y Redlich, 1953). También, temas como el de la facilitación social
adquirieron importancia, y el de Triplett (1897) se inscribió como el primer
experimento psicosocial. Por otra parte, es en esta época cuando
Hellpach (1911, 1924), recogiendo la noción de Umwelt (Ambiente) desarrollada por
Haeckel y Von Uexkull, sentará las bases de lo que Pol (1988b) denomina primer
nacimiento de la Psicología Ambiental.
En Alemania, Stern funda la revista e Instituto de Psicología Aplicada y en Gran
Bretaña, se fundará en 1915 el Health of Munition’s Workers Commitee cuyo objetivo
es el estudio de la productividad y la fatiga en las empresas de municiones. En el
comité trabaja Bernard Muscio quien publicará en 1917 su obra Lectures of Industrial
Psychology, así como otros estudios (Muscio, 1921) que inspirarán a Myers en el
estudio de los factores psicológicos de la fatiga y la monotonía (Myers, 1926;
Vernon, 1924; Wyatt y Fraser, 1928). En 1917 había aparecido el Journal of Applied
Psychology, y el primer número del Journal of Abnormal and Social Psychology
apareció en 1921.

10
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

1.1.2. 1930-1950. La época álgida de las aplicaciones.


Dos factores marcan la evolución de la Psicología Social Aplicada en este
período. Por un lado la Segunda Guerra Mundial y por otro, la emigración de
importantes figuras europeas a los Estados Unidos, como Lewin que en esta etapa
empieza a desarrollar sus trabajos cruciales para la disciplina. Siguiendo a
Reich (1981), en esta época se desarrollan y asientan los tres grandes ámbitos de la
Psicología Social: a) el desarrollo teórico; b) los métodos y técnicas de investigación;
y c) las aplicaciones.
El primer aspecto, el teórico es quizás el que adquiere un desarrollo más
espectacular. Así, Moreno (1934) elabora su teoría sociométrica, Lewin (1935, 1936)
inicia lo que será su teoría del campo, Sherif (1936) sienta las bases de su teoría
normativa, y aparece la obra de Mead (1934) precursora del Interaccionismo
Simbólico, por citar tan sólo algunos ejemplos en Psicología Social. A su vez, se
desarrollan teorías como la de la Gestalt, el estructuralismo genético de
Piaget (1926, 1932) o la teoría de la personalidad de Allport (1937). En el plano
metodológico, el impulso viene principalmente originado por el desarrollo del
concepto de actitud y su medición (Thurstone, 1929; Likert, 1932). Por su parte,
Moreno (1934) desarrolla sus índices sociométricos -de extendida aplicación
posteriormente- y también es este período aparecen los primeros manuales de
metodología en Psicología Social (Gurnel, 1936; Brown, 1936).
En el ámbito de las aplicaciones, la depresión de 1929, lejos de afectar
negativamente al conjunto de la disciplina, favoreció el interés por estudios acerca de
las formas de paliar el desempleo masivo. Por su parte, el manual de Katz y
Schanck (1938) refleja, en un último capítulo, el avance en el desarrollo de temas
como las diferencias rural vs. urbano, Psicología Política y propaganda, etc. También
en esta época los estudios de Gallup sobre opinión pública e intención de voto
tuvieron gran aceptación. Paralelamente cabe destacar los estudios de la Escuela
Sociológica de Chicago, centrada en aspectos sociales del entorno urbano, con
Park, Burgess y Wirth (1945) entre sus autores más destacados quienes, con su
particular visión de la investigación aplicada, ejercieron una indirecta pero
fundamental influencia en la Psicología Social Aplicada posterior, y cuya estela siguió
la Escuela de Columbia con Paul Lazarsfeld a la cabeza.
Sin embargo, el hecho más trascendente que marca este período es, sin duda, la
Segunda Guerra Mundial. Una vez más los psicólogos y psicólogos sociales
participaron activamente en la contienda. Como señala Murphy:
“Dejamos de ser, durante la segunda guerra mundial, una disciplina esencialmente teórica,
guiada por el deseo de aprender, y comenzamos a servir al análisis de la opinión pública, a
hacer estudios sobre moral, salud mental en las organizaciones, relaciones internacionales,
etc. En una palabra, la Psicología Social Aplicada tomó forma.“ (citado en Reich, 1981).
Spielberger (1990) recuerda como, en los Estados Unidos, expertos en selección
de personal y pruebas psicológicas contribuyeron a la construcción del General
Classification Test que se aplicó a más de nueve millones de personas. Otros
psicólogos y psicólogos sociales, como Watson y Newcomb participaron con los
servicios de inteligencia para la elaboración de programas de radio durante la
contienda bélica. Likert, por su parte, desarrolló un exhaustivo análisis de la moral de

11
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

la tropa. Pero quizás el trabajo más notable fue una serie de estudios militares que,
bajo el título genérico de The American Soldier, llevaron a cabo prestigiosos
psicólogos sociales comandados por Stouffer (Stouffer, Schuman, De Vinney, Star y
Williams, 1949).
El trabajo se centró fundamentalmente, en el estudio de la adaptación de los
soldados a la vida militar, tanto durante el período de entrenamiento como en el
frente de combate, y fue publicado en los cuatro volúmenes de The American Soldier
(Stouffer y et al., 1949). En este programa el ejército americano realizó más de
600.000 entrevistas para analizar las actitudes de los soldados -especialmente las
raciales- y los efectos de la integración en la moral de la tropa.
En 1936 se crea la Society for the Psychological Study of Social Issues (SPSSI)
cuya importancia fue tal que llegó a tener en sus filas al 90 por ciento de los
psicólogos sociales norteamericanos. Esta sociedad promueve la publicación del
Journal of Social Issues a partir de 1945, y elaboró desde ese momento una serie de
textos de Psicología Social sobre tópicos socialmente relevantes y comprometidos
como el de Perlman y Cozby de 1983. Por su parte, la Psicología Industrial vivió
momentos de efervescencia al concluir la guerra. La A.P.A. fundó la división 14 de
Psicología Industrial y aparecen las revistas Personnel Psychology y Human
Relations.
En esta misma línea de implicación aplicada de la Psicología Social, los trabajos
sobre clima y estilo de liderazgo realizados por Lewin, Lippitt y White (1939),
ejercieron una gran influencia sobre la Psicología Social, pero sobre todo, en las
prácticas educativas y la dirección organizacional de la época.
Kurt Lewin, junto a su grupo de investigadores del Iowa Child Research Station,
desarrolló una línea de intervención para mejorar la nutrición, a petición de Margaret
Mead, quien dirigía el Food Habits Committee of the National Research Council. Los
trabajos posteriores de Lewin sobre la resistencia al cambio y los equilibrios cuasi-
estacionarios, así como, la tradición de la action-research, fueron claros deudores de
sus intentos por hacer que las amas de casa incluyeran vísceras en la dieta familiar y
dieran zumo de naranja y aceite de hígado de bacalao a sus bebés.
Asimismo es destacable la formación, en 1946, del Research Center for Group
Dynamics como parte del Institute for Social Research de la Universidad de
Michigan. En él Kurt Lewin, con sus colegas y estudiantes, elaboró sus ideas acerca
de la Action-Research y su Field Theory (Lewin, 1946, 1947, 1948, 1951)
consideradas por muchos como el germen de la actual Psicología Social Aplicada.

1.1.3. 1950-1969. La época oscura de las aplicaciones.


El campo aplicado proporcionó muchas insatisfacciones en el ámbito de los
desarrollos teóricos, no alcanzó la deseada integración entre teoría y práctica, y de
estudiar temas socialmente relevantes y de una flexibilidad metodológica, se pasó a
una investigación básica con procedimientos experimentales. Además, la búsqueda
de credibilidad científica pasaba por el diseño de investigaciones con alta validez
interna, y sin dicha credibilidad los fondos para la investigación ya no estaban
disponibles. De esta forma, en la Psicología Social se instaló, por vez primera, un
estilo de investigación básica al margen de las demandas sociales, más interesado

12
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

en la comprobación de hipótesis desarrolladas a partir de modelos teóricos, que en


el análisis de situaciones del mundo real.
Los propios Stouffer et al. (1949, p. VI) señalan la necesidad de crear nuevas
teorías que, aunque de alcance más limitado, puedan ser fácilmente
operacionalizables, permitan aislar el objeto de estudio, describirlo a poder ser de
forma cuantitativa y, por tanto, efectuar mejores predicciones ajustadas a nuevas
situaciones. La consecuencia fue la adopción de una Psicología Social Aplicada más
teórica, centrada en el laboratorio y en la mejora y optimización de la teoría
psicosocial. Podríamos decir que, los psicólogos sociales empezaron a estar más
interesados en crear un lenguaje y unos procedimientos metodológicos científicos
que en la aplicación directa y explícita de sus avances. El punto de inflexión puede
situarse en el discurso presidencial de la A.P.A. de Guthrie (1946, disponible en
http://psychclassics.yorku.ca/Guthrie/) hablando del problema que había supuesto la
dedicación de los psicólogos a las tareas prácticas.
En el contexto general, la Psicología Social experimental absorbía la mayor parte
de los esfuerzos de desarrollo de la disciplina. Al finalizar la II Guerra Mundial ya
estaba establecida la dirección experimental de la Psicología Social, alcanzando su
máximo apogeo a finales de los años cincuenta (por ejemplo el 80% de los artículos
de la primera revista de Psicología Social -Journal of Abnormal and Social
Psychology- eran experimentales en 1959). Fruto de ello fue la aparición conjunta,
en 1965 del Journal of Experimental Social Psychology y la fundación de la Society
for Experimental Social Psychology, dos órganos básicos de consolidación de la
Psicología Social dominante.
Sin embargo, no todos los autores están de acuerdo con la interpretación -basada
en Reich (1981)- que se hace de esta época. Así, Brewster Smith (1983) recuerda a
autores como Deutsch, Clark, Christie o Jahoda que, durante los años cincuenta,
muestran una fuerte sensibilidad hacia los problemas sociales en sus investigaciones
(Blanco y De la Corte, 1996). En otros ámbitos, Bauer (1966) iniciará una línea de
investigación claramente interventiva que desemboca en el denominado Movimiento
de los indicadores sociales (Casas, 1989) cuyo objetivo era buscar instrumentos de
análisis adecuados, más allá de los indicadores económicos, para la descripción y
análisis de entornos sociales. Su marcado pragmatismo y su desvinculación con los
ámbitos de producción teórica comportaron duras críticas al movimiento, aunque sus
trabajos contribuyeron al interés por el estudio del concepto de calidad de vida
produciendo una cuantiosa e interesante literatura (Levi y Anderson, 1980 entre
otros). Por otra parte, en Gran Bretaña, Terence Lee inicia sus estudios enmarcados
claramente en el ámbito de la Psicología Ambiental (Lee, 1954, 1957, 1968) y
Sommer hace lo propio en relación al espacio personal (Sommer, 1959).

1.1.4. Crisis de la Psicología Social


Después de dos décadas donde la investigación experimental fue dominante,
surgen las críticas internas respecto a los logros alcanzados y la pérdida de
relevancia social, contribuyendo estas críticas a la génesis de lo que se conoce como
crisis de la Psicología Social. Dos hitos pueden marcar el punto de transición hacia el
último período que analizaremos. En primer lugar, el discurso presidencial de la A.P.A.
a cargo de Miller, en 1969 con el significativo título de La Psicología como un medio

13
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

para promover el bienestar humano. En segundo lugar, la aparición, en 1971, del


Journal of Applied Social Psychology, órgano de expresión de una nueva
conceptualización de la Psicología Social Aplicada. Las consecuencias de dicha
crisis han contribuido a perfilar lo que hoy es la Psicología Social y la forma
generalizada de entender la Psicología Social Aplicada, como también han influido
los cambios sociales y políticos de cada momento histórico
Antes de desarrollar los contenidos específicos de la crisis, es necesario
puntualizar que sería conveniente dejar a un lado la concepción de la misma como
crisis paradigmática dado que los términos nuevo paradigma, viejo paradigma, crisis
paradigmática y cambio paradigmático, fueron utilizados concientemente como
recursos retóricos (Harré y Secord, 1972) y difícilmente podrían aplicarse en sentido
estricto a la Psicología Social (Ghoison y Barker, 1985).
Si atendemos estrictamente al concepto de crisis paradigmática de Kuhn, la
situación que atravesó la Psicología Social en el período conocido como crisis, no
puede ser catalogado como un período revolucionario, debido a que, a nivel teórico
no se pretende eliminar los modelos al uso, sino incrementar su capacidad
explicativa introduciendo niveles de análisis que completen el puramente individual.
Metodológicamente se aboga por la restricción de los procedimientos
experimentales, no por su eliminación, y los procedimientos que se proponen no
cuestionan el concepto de ciencia imperante.
Más acertados nos parecen quienes hablan de una crisis constitucional
(Torregrosa, 1985) y sitúan la raíz del problema en las condiciones históricas en las
que se constituyó la Psicología Social, y que llevaron a Allport (1924) y sus
seguidores, a ignorar el carácter intersticial (Torregrosa, 1974) de nuestra disciplina y
a desarrollar una Psicología Social sesgada, parcial o limitada (Torregrosa, 1985,
pág. 12).
Tampoco sería exacto decir que la crisis es un fenómeno exclusivo de la
Psicología Social. Tanto la Psicología como la Sociología fueron objeto de duras
críticas durante la misma época, especialmente, en lo que se refería a los problemas
de los modelos dominantes en ambas disciplinas (Ibáñez, 1982). Pero no fueron sólo
éstas, sino también otras ciencias las que experimentaron problemas. El modelo de
Ciencia vigente durante tres siglos era, en última instancia, el que empezaba a
resquebrajarse ante la imposibilidad de hacer frente al reto de la mecánica cuántica,
las estructuras disipativas, etc. Y todas aquellas disciplinas construidas sobre la base
de ese modelo de Ciencia se vieron lógicamente afectadas (Ibáñez, 1982). Creemos,
por tanto, que la crisis de la Psicología Social se incardina en una crisis más amplia,
que gira en torno al concepto de racionalidad científica, pero nos centraremos en lo
que significó la crisis en Psicología Social (Díaz, Díaz, Fuertes, Hernández, Lorenzo,
Martín, Pérez, Quiles, Rodríguez, Rolo y Suárez, 1991).

Antecedentes de la crisis
Ya Rosenzweig (1933) había planteado algunas dudas, Brunswik (1952) discutió
la validez ecológica de los experimentos y Moreno (1948) cuestionó la forma en que
la Psicología Social abandonaba temas sustantivos a causa de su fascinación por el
método. Método cuya ética se puso en tela de juicio (Amrine y Sanford, 1956;
Gross, 1956; Kelman, 1965, 1967), lo mismo que su validez científica. Los
14
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

psicólogos empezaron a ser concientes de que los estudios de laboratorio tenían una
influencia propia sobre lo que sucedía en ellos, y que había determinadas variables
situacionales como la participación voluntaria (Rosen, 1951; Riggs y Kaess, 1955;
Martin y Marcuse, 1958), las características de la demanda (Orne, 1959, 1962) o los
efectos del experimentador (Rosenthal, 1958), que no habían sido tomadas en
cuenta. Según Tomás Ibáñez (1990) el trabajo de Goffman (1959/1976) publicado
por entonces, contribuyó a sensibilizar a los psicólogos sociales de la época ante
estas cuestiones, tan ligadas al rol del experimentador y de los sujetos
experimentales.
Una de las primeras manifestaciones formales de la gestación de la crisis, se
encuentra en lo que algunos han dado en llamar la declaración de crisis de
Ring (1967). Para Ring, la Psicología Social experimental se encontraba en una
situación de profunda confusión intelectual debido a la desvinculación entre teoría,
investigación y acción social; y la experimentación se caracterizaba por intentar ser lo
más llamativa y complicada posible, por eludir los tópicos prosaicos y las
predicciones obvias. Según el propio Ring, esta situación se debe a que las
investigaciones olvidan los problemas sociales relevantes, y se realizan aisladamente
y al margen de programas de investigación.
Las afirmaciones de Ring y las de otros psicólogos sociales, como
Riecken (1968), señalando la falta de validez, la escasa acumulación de
conocimientos y la ausencia de replicaciones, generaron entre los psicólogos
sociales un considerable desencanto con su actividad profesional, así como el propio
sentir de los profesionales respecto a la existencia de dicha crisis (Nederhof y
Zwier, 1983). Como señala Hendrick (1977, pág. 49): “la existencia de una crisis es
materia de definición social. Existe porque las personas dicen que existe”; y basta
echar un vistazo a la literatura para comprobar que los psicólogos sociales y otros
muchos profesionales dicen que existe crisis.
Exceptuando la réplica de McGuire (1967), el trabajo de Ring no provocó muchas
respuestas en aquel momento. Posteriormente, en la reunión de la Asociación
Europea de Psicología Social celebrada en Bélgica en el año 1969, se hizo patente
una cierta división entre los asistentes que, de alguna manera, presagiaba lo que
sería el desarrollo posterior de dicha crisis. Según Tajfel (1972), en la reunión de
Lovaina quedó clara la diferenciación entre los que defendían los procedimientos de
investigación al uso, y aquellos que consideraban que era necesario dirigir las
investigaciones psicosociales hacia nuevas orientaciones teóricas y metodológicas, y
preocuparse menos por la respetabilidad científica.

Naturaleza de la crisis
Las discusiones planteadas, y que en alguna medida permanecen vigentes,
giraron en torno a tres bloques fundamentales que difieren en el grado que
cuestionan la naturaleza de la Psicología Social. En un primer nivel, se debate
fundamentalmente cómo investigar sin desnaturalizar el objeto y los sujetos, y habría
que señalar las críticas de tipo metodológico, unidas a otras de carácter ético. En un
segundo nivel, se discute el poder de las teorías y el ámbito de explicación que
desarrollan en torno a cuestiones sustantivas, y a los presupuestos subyacentes en

15
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

la teoría e investigación. En el tercer, y último grupo, se cuestiona la esencia


científica y nos referiremos a la discusión sobre la objetividad de la Psicología Social.
Muchas de las críticas, se refieren a la adecuación de los métodos empleados
para el análisis de los fenómenos sociales normales, con especial referencia a las
limitaciones de la experimentación de laboratorio para el análisis de los fenómenos
sociales como el poder, la influencia, el hacinamiento, etc. y a los problemas éticos
en la investigación psicosocial (engaño, daño, recompensas académicas).
Un conjunto de investigaciones experimentales pusieron de manifiesto, desde la
misma Psicología Experimental, algunas limitaciones de las investigaciones de
laboratorio. El efecto del experimentador, señalado por Rosenthal (1963, 1966), las
características de la demanda, (Orne, 1962), así como la artificialidad de las
situaciones experimentales, son algunas de las deficiencias más notables. Si
tenemos en cuenta que según la mayoría de las estimaciones, aproximadamente el
80% de las publicaciones en Psicología Social informan de investigaciones
realizadas en laboratorios, esto es especialmente preocupante.
Parece obvio que el laboratorio es una de las claves para entender la Historia de
la Psicología Social, sus problemas y realidades actuales. Sin embargo, en la
Psicología Social contemporánea no es posible hablar de una hegemonía absoluta
de la metodología experimental, ni centrar la discusión metodológica en estos
aspectos. Por el contrario, son otros los problemas de fondo que preocupan a los
investigadores de las Ciencias Sociales en general.
La complejidad del mundo social puede ser uno de los mayores desafíos para la
investigación psicológica, ya que supone tanto un conjunto de dificultades
conceptuales, como un incremento de los problemas metodológicos. Tal
complejidad, sólo podría ser explicada mediante leyes y modelos que
necesariamente han de incluir relaciones multivariadas, lo que no suele ocurrir en
nuestros modelos teóricos, a la par que la idea de múltiple causación
(Blalock, 1982, 1984). Quizá sea también ésta la causa de que no sólo se dé, en el
contexto social, una clara interdependencia entre variables, sino que además
predictores y criterios estén interrelacionados.
Los presupuestos subyacentes en la investigación psicosociológica también han
merecido una destacada discusión dentro de este contexto. En concreto, se ha
insistido en la descontextualización de los sujetos experimentales, en el vacío en el
que se pretende realizar las investigaciones. Desde esta perspectiva, se acusa a los
psicólogos sociales de considerar que las personas que participan en una investiga-
ción, por el mero efecto de las condiciones experimentales, se desembarazan de sus
concepciones ideológicas, de su visión del mundo, de sus relaciones con los demás,
y participan en la investigación como los sujetos puros que el experimentador desea.
Los problemas éticos vinculados a la investigación experimental han suscitado
una polémica en torno a la moralidad de dichas investigaciones, ya que en la
mayoría de ellas se recurre al engaño, cuando no a la creación de situaciones
psicológicamente estresantes para los sujetos. Por otro lado, los sujetos
experimentales suelen ser individuos desprotegidos o casi desprotegidos que asisten
a los laboratorios por necesidades académicas (créditos), o por una recompensa
económica.

16
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

Otro conjunto de críticas se refiere a la naturaleza de la teoría en Psicología


Social, especialmente a la hegemonía de teorías psicosociales centradas en
explicaciones individualistas, con una capacidad de generalización muy limitada,
sobrevalorando la capacidad de generalización transituacional de sus teorías. Se
insistía en que la disciplina era incapaz de introducir en sus teorías el contexto
cultural como una auténtica fuente de explicación, menospreciando la importancia de
los aspectos afectivos a la hora de explicar los fenómenos psicosociales.
Se resaltan dos limitaciones fundamentales dentro de los esquemas
conceptuales de la Psicología Social. En primer lugar, hay que destacar la acusación
de Doise (1979) y otros, (ver Blanco, 1980 o Torregrosa, 1985) según la cual, la
investigación y la teorización han utilizado niveles de análisis no integrados, con
predominio de los niveles intrapersonales, interpersonales e intragrupales, en
menoscabo de los estudios intergrupales, más específicamente psicosociales.
Aunque, a partir de los años setenta los estudios intergrupales continúan en el olvido
casi absoluto, las investigaciones interpersonales son más frecuentes, pero con los
mismos métodos del viejo paradigma (McGuire, 1973, 1976) que tanto se criticaba.
Un segundo aspecto a tener en cuenta, es que continúan desarrollándose teorías
de corto y medio alcance, que han contribuido al desarrollo de un amplísimo bagaje
teórico y posibilitado la consolidación de la disciplina, pero no ha permitido (con la
excepción de la teoría de Lewin) el desarrollo de modelos holísticos.
El tercer grupo de críticas se refiere a la relación de las teorías, problemas y
métodos de investigación en Psicología Social, con los de las ciencias físicas y
naturales, concretamente la polémica respecto al carácter de ciencia de la Psicología
Social, protagonizada básicamente por Gergen (1973) y por Schelenker (1974). Para
el primero de estos autores, los hechos psicológicos, a diferencia de los estudiados
por las ciencias naturales, fluctúan con el tiempo y las circunstancias, por lo que no
se repiten (ni son reproducibles), dando así una dimensión histórica a los sucesos
que le lleva a afirmar que el conocimiento, en este campo del saber, no se acumula
porque transciende sus límites históricos.
Desde esta perspectiva, los eventos psicosociales (concretos e individuales)
consisten en un conglomerado de factores, relaciones y actividades en estado de
cambio perpetuo. Estos elementos se caracterizan, además, por su dimensión
temporal, provista de precedentes (pasado) y de consecuencias (futuro). El
conocimiento nunca es absoluto, sino relativo y de carácter provisional, debido
precisamente a los cambios constantes de objeto de estudio (Georgoudi y
Rosnow, 1985).
Frente a esta postura que considera a la psicosociología fundamentalmente una
historia de lo social más que una ciencia, reacciona Schelenker afirmando que las
teorías deben ser abstractas y generales, y que el desarrollo de este tipo de teorías
para explicar los fenómenos de interrelación social son el propósito de la Psicología
Social. Que esto no se haya realizado, pone de manifiesto la falta de habilidades
actuales, no que sea imposible. Asimismo, considera que la unicidad de los
elementos, argumentada por Gergen, no es una barrera para el desarrollo de las
ciencias.

17
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Consecuencias de la crisis
Como consecuencia de la crisis se ha gestado una disciplina cuya característica
fundamental es, sin duda, la diversidad que presenta en todos los ámbitos que
componen una ciencia. Esta diversidad puede observarse en el ámbito teórico,
donde la crisis de la Psicología Social contribuyó a potenciar un mayor interés por los
procesos innovadores, minoritarios y creativos y a asignar más importancia al
análisis intergrupal. También en la diversificación de los campos de interés como la
Psicología de las Organizaciones, Psicología Ambiental, Psicología Jurídica,
Psicología Social de la educación, Psicología Política, etc. Respondiendo de esta
manera al desafío global de las sociedades contemporáneas a las ciencias sociales,
a su implicación y responsabilidad de cara al afrontamiento, prevención y resolución
de problemas sociales (vertiente negativa) y a la potenciación, desarrollo y
optimización de la calidad de vida (vertiente positiva), transcendiendo así los límites
de los campos de intervención tradicionales, como el clínico, el escolar y el industrial.
También se observa esta mayor diversidad en los aspectos metodológicos y
técnicos, pudiéndose constatar que la crisis contribuyó a la superación de la
polarización metodológica entre metodología experimental y correlacional.
Por otro lado, la excesiva insistencia sobre la crisis llevó a que ésta se convirtiera
en objeto de investigación en sí misma, con el consiguiente agotamiento como
fuente de investigación, ignorándose, en general, la propia existencia de la crisis
entre los psicólogos sociales, pero concomitantemente permitió la recuperación del
interés por la historia de la Psicología Social.

1.2. Características actuales


A pesar que prácticamente todos las confrontaciones intelectuales, analizadas en
la primera parte continúan en la actualidad definiendo el sentido teórico y práctico de
la Psicología Social, a raíz de la crisis de los años setenta se han ido gestando
características que configuran una nueva dimensión a los problemas planteados,
coincidiendo obviamente con elementos sociales, históricos y culturales también en
proceso de revisión y cambio.

1.2.1. El desarrollo de una Psicología Social europea con señas de


identidad propia
Aunque los orígenes de la Psicología Social están fuertemente vinculados a los
problemas sociales de la Europa del siglo XIX, la situación de la Psicología Social en
Europa antes de la II Guerra Mundial se caracteriza por una falta de
institucionalización propia y por la interesante aportación de investigadores
individuales que, sin embargo, no llegaron a formar ninguna comunidad científica ni
propiciaron el surgimiento de tradiciones psicosociales (Graumann, 1991). Por otro
lado, la devastación que acompañó a las dos Guerras Mundiales, junto al desarrollo
y consolidación de la Psicología Social en los Estados Unidos, contribuyeron a que
tanto la agenda de investigaciones como los modelos y teorías desarrollados en
Norteamérica fueran los utilizados en el continente europeo. Así, a pesar de algunas
destacables aportaciones, la Psicología Social europea tendrá que esperar a los
años cincuenta y, sobre todo, los sesenta para recibir e incorporar las bases de una
Psicología Social en un principio americanizada para, en los años setenta, despegar

18
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

con carta de naturaleza propia hasta la situación actual (Ibáñez, 1990;


Graumann, 1991).
La crisis de la disciplina así como el desarrollo social y económico contribuyeron a
que a partir de los años setenta se produjeran contribuciones teóricas diferenciadas
aglutinadas en torno a la Sociedad Europea de Psicología Social
Experimental (1963), que comparte los planteamientos dominantes en la disciplina,
pero que va a contribuir al intercambio entre los psicólogos sociales preocupados por
el análisis de los problemas que afectan diferencialmente al viejo continente.
Aunque es destacable una ausencia de relación entre los psicólogos sociales
americanos y los europeos, y que esta ignorancia es unidireccional (de los primeros
hacia los segundos) (Crespo, 1995), lo cierto es que la Psicología Social europea
está viviendo, en estos momentos, un período sumamente interesante. La creación
en 1971 de una revista propia, el European Journal of Social Psychology, y de una
prestigiosa colección de monografías, dirigida por Henri Tajfel hasta su fallecimiento
en 1982, la European Monographs of Social Psychology, le darán los medios para
dar a conocer internacionalmente sus resultados y sus planteamientos.
La reivindicación de una Psicología Social más social es una de las principales
características de la Psicología Social europea (Turner y Oakes, 1986) la cual,
aunque de forma tímida, está empezando a ser atendida por la Psicología Social
dominante (norteamericana). Temas como las relaciones entre grupos
(Moscovici, 1976, 1985; Moscovici, Lage y Naffrechoux, 1969) o conceptualizaciones
teóricas como la categorización social (Tajfel, 1981; Tajfel y Turner, 1979), la
categorización del self social (Turner, 1987) o las representaciones sociales
(Moscovici, 1961, Jodelet, 1984) son algunos de los temas más relevantes de esta
tradición europea (ver Hewstone, Stroebe, Codol y Stephenson, 1991).

1.2.2. Mayor exigencia de relevancia y aplicabilidad: la consolidación


de las intervenciones como objeto de estudio de la Psicología
Social
Además de la crisis de confianza propiciada por la decepción de los propios
psicólogos sociales ante las expectativas creadas, hay que tener también en cuenta las
presiones externas desencadenadas por la crisis de confianza de los no psicólogos
sociales ante la labor de los primeros o, dicho en otros términos, la demanda de una
mayor relevancia social de las investigaciones psicosociales (Elms, 1975). Newcomb,
en 1951 ya expresaba la idea de que los campos hinchados muy rápidamente se
basaban en expectativas que eran mayores que lo que podíamos cumplir en el futuro
próximo (Newcomb, 1951, p. 31).
También hay que tener en cuenta que la adscripción al método experimental, el
predominio de investigaciones realizadas en laboratorio y la poca representatividad
de las muestras utilizadas explican, en buena medida, la falta de validez ecológica de
los resultados obtenidos. Así, por ejemplo, Higbbe, Millard y Folkman (1982)
muestran, a partir de una revisión por las principales revistas de la disciplina, como
las tendencias metodológicas iniciadas en los años cuarenta y consolidadas en los
sesenta se perpetúan a lo largo de los setenta con dos conclusiones relevantes: 1) la
investigación experimental todavía predomina sobre la correlacional, y 2) las
muestras de estudiantes universitarios predominan sobre otros tipos de muestras.
19
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

La crítica al encierro en el laboratorio y a la poca validez ecológica de los


resultados allí obtenidos fructificó rápidamente abriéndose las puertas hacia una
eclosión de las aplicaciones en Psicología Social (Psicología Ambiental, Psicología
de las Organizaciones, Psicología Comunitaria, Psicología Jurídica, etc.). La
urgencia de los problemas sociales aparecidos en las últimas décadas contribuyen
sin duda a reforzar esta situación.
No será hasta principios de los setenta, como observan Blanco, Fernández, Huici y
Morales (1985), que la Psicología Social Aplicada vaya adquiriendo un progresivo
relieve y protagonismo disciplinar. Efectivamente, si bien ya antes existían la SPSSI, el
Journal of Social Issues, la División 9 de la A.P.A. y algunos espacios reservados en las
diversas ediciones del Handbook of Social Psychology, es a principios de los setenta
cuando se produce lo que ha sido considerada como una auténtica eclosión de lo
aplicado, uno de cuyos indicadores es la aparición de numerosas revistas y series
especializadas así como manuales específicos. Al ya citado Journal of Applied Social
Psychology, aparecido en 1971, cabe citar el primer manual que recoge el término,
Applying Social Psychology de Deutsch y Hornstein (1975) al que seguirá,
posteriormente el Applied Social Psychology de Oskamp (1984). En 1980 aparece el
primer volumen de la serie Applied Social Psychology dirigida por Bickman y ese
mismo año Kidd y Sacks publican el número uno de sus Advances in Applied Social
Psychology. En Europa, en 1981, Stephenson y Davis ponen en marcha el Progress in
Applied Social Psychology. Asimismo, revistas como el American Psychologist (vol.
24, 1969) o el Personality and Social Psychology Bulletin (vol. 2-2, 1976) dedican
sendos monográficos a la materia mientras que otras prestigiosas revistas de
Psicología Social empiezan a incluir trabajos de Psicología Social Aplicada. Otro de
estos indicadores es el de que en casi ninguno de los libros de texto de reciente
aparición deja de aparecer al menos un capítulo dedicado a la Psicología Social
Aplicada. Blanco, Fernández, Huici y Morales (1985), por ejemplo, citan los manuales
de Wrightsman (1977) o de Lamberth (1980) pero la tendencia en la actualidad está
claramente consolidada (Brown, 1986; Baron y Byrne, 1987; Weber, 1992; Baron y
Graziano, 1991, etc.).
Por ejemplo, Jiménez Burillo, Sangrador, Barrón y De Paul (1992) efectuaron un
análisis comparativo de distintos manuales estadounidenses y europeos que apunta
diferencias sustanciales en cuanto a los temas que se abordan en dichos manuales.
Así, en el caso de los textos estadounidenses se observa como, en un porcentaje
elevado de los mismos -aproximadamente el 70%-, se mantienen secciones
dedicadas al análisis del concepto y objeto de la materia, la metodología utilizada en
la investigación y a las áreas de aplicación psicosocial. En contraste, en los
manuales de origen europeo, se observa una escasa atención a los aspectos
metodológicos, mientras que los otros contenidos (concepto y objeto, áreas de
aplicación psicosocial) se trata en cerca de la mitad de los trabajos.
El tratamiento de las áreas de aplicación psicosociales adquiere, sin embargo, un
perfil desigual en cuanto al número de capítulos dedicados a las mismas por los
manuales europeos y estadounidenses. En concreto, la Psicología Ambiental, la
Psicología Jurídica y la Psicología de la Salud ocupan los primeros lugares en los
textos norteamericanos. En los europeos, este privilegio corresponde a la Psicología
Política y a la Psicología Social de la Educación. Igualmente, en las revisiones
realizadas por Blanco, Fernández, Huici y Morales (1985) y Blanco y de la Corte (1996)
20
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

de los artículos publicados en Journal of Applied Social Psychology de 1971 a 1995 se


identifican como campos relevantes de trabajo las áreas de salud, ambiental, jurídica,
educativa, comunitaria y organizacional.

1.2.3. La incorporación de la complejidad


El conocimiento humano ha estado prácticamente orientado, de forma explícita
en ocasiones, implícitamente en otras, hacia la búsqueda del orden existente entre
las cosas. Al margen de cuales hayan sido los primeros antecedentes y de las
diferencias con otras culturas, ya en la Grecia clásica Platón señalaba que las cosas
están dispuestas de la mejor manera posible en el Universo y nosotros sólo
podemos conocer el reflejo del orden real o ideal. En este mismo sentido su discípulo
Aristóteles coincidía en señalar que la perfección estaba representada por formas
geométricas.
Esta idea de orden, regularidad y equilibrio está presente de forma dominante en
lo que se denomina pensamiento occidental hasta la actualidad, encontrando ilustres
representantes en la Edad Media, el Renacimiento, durante el cual el conocimiento
deja de ser revelación y se convierte en descubrimiento (Copérnico, Galileo, Bacon)
y la Ilustración (Newton y su exclusión del azar como objeto de interés científico), que
sentó las bases del individualismo y del positivismo que permitieron el desarrollo de
la ciencia tal como hoy se concibe dominantemente.
A lo largo del tiempo y en la mayoría de las concepciones científicas subyace la
idea que el mundo social es complejo porque está formado por un gran número de
elementos, variables, etc. que interactúan. Sin embargo en estos modelos se asume
que los factores específicos pueden ser aislados unos de otros y examinados
independientemente.
Sin embargo, ha habido voces desde distintas corrientes de pensamiento que
han llamado la atención sobre las limitaciones de esta concepción de la naturaleza
de las cosas. Esto está contribuyendo al desarrollo de una nueva concepción de la
ciencia que se conoce como el paradigma de la complejidad. Desde esta
perspectiva, la ciencia para conocer la realidad debe tener en cuenta que ésta es
compleja, que los acercamientos reduccionistas y simplificadores sólo ofrecen
visiones parciales y relaciones causales virtuales, pero que en absoluto agotan todo
el ser de los fenómenos. De esta forma cuando las relaciones no son lineales
decimos que estamos ante un sistema dinámico o complejo y hay que acercarse a
estos sistemas sin reducir su complejidad (Munné 1995, 1996).
Considerar un sistema como complejo hace referencia a la idea de causalidad y
al determinismo y la predicción, y no significa que los modelos, teorías, estrategias
de investigación etc. deban incorporar muchas variables. En la orientación sistémica
se señala la interdependencia entre los elementos y la tendencia del sistema a la
autoorganización sobre la base de tal retroalimentación. En esta perspectiva las
variaciones en un elemento se relacionan no-linealmente con el comportamiento
global del sistema. Cada vez se pone más de manifiesto que la complejidad está
más asociada a la naturaleza de las interacciones entre variables que al número de
ellas.

21
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

La Psicología Social siempre ha sido sensible a la complejidad de los hechos que


analiza y a las dificultades que esto conlleva para la predictibilidad. Sin embargo
desde las corrientes dominantes de investigación dadas las limitaciones
metodológicas y conceptuales se ha optado por obviar este problema. Las
concepciones emergentes pueden contribuir a corregir esta limitación desde la
perspectiva de los sistemas complejos. En el ámbito de la Psicología Social las
derivaciones de este acercamiento pueden llegar a ser una alternativa para
desarrollar estrategias de investigación, a la par que -añaden sus defensores-
integrar parte del conocimiento aparentemente contradictorio que existe en la
actualidad.
En cualquier caso, estemos ante un desarrollo paradigmático novedoso o
estemos ante una nueva estrategia de investigación, lo cierto es que estas teorías
han contribuido a (re)despertar el interés de los científicos por la complejidad y la
indeterminación del comportamiento y el pensamiento humano a la vez que estimular
el deseo de apresar la dinámica de los procesos psicosociales (Vallacer y
Nowala, 1994).
Un aspecto especialmente relevante para las ciencias sociales es la naturaleza
impredictible del comportamiento humano individual, debido a la multiplicidad de
factores e interacciones. Sí se considera posible detectar patrones de
comportamiento a nivel global o poblacional, es decir los cambios que se producen
en los parámetros a lo largo del tiempo. Para apresar la complejidad en toda su
dimensionalidad es útil considerar también los conceptos de tiempo y sistemas
dinámicos (Vallacer y Nowala, 1994).
Un sistema dinámico se define como un conjunto de elementos que interactúan
de tal manera que la naturaleza de la retroalimentación entre ellos promueve
continuas formas de organización en el sistema (Vallacer y Nowala, 1994). Además,
debido a las profundas variaciones que pueden tener lugar resulta prácticamente
imposible prever en que situación se encontrará el sistema en el futuro, o
retrotraerse a las condiciones pasadas. No se trata de una perdida de precisión
teórica o metodológica, sino de una propiedad del sistema.
Otra dimensión sobre la que insisten estos modelos es la temporal. Sólo
mediante la observación en una escala temporal es posible detectar la complejidad
de estos sistemas, a pesar que en ocasiones un momento en el tiempo/espacio
pueda reflejarlo satisfactoriamente.
La relevancia social del tiempo es innegable en cuanto factor de sincronización de
la vida de las sociedades (Durkheim, 1893). Todas las culturas han subordinado
siempre sus pautas comunitarias de actuación a fenómenos de tipo cíclico que se
producen en la naturaleza, como las mareas, las estaciones, o los solsticios. Excepto
quizá, la sociedad urbana contemporánea, en la que el tiempo ha sido alejado de los
eventos naturales por medio de autoconstrucción del medio, a efectos de facilitar la
supervivencia (Luhman, 1990), donde ha empezado a ser cuantificado con
instrumentos arbitrarios que simbolizan el paso del tiempo en unidades
hipersegmentadas. Estas unidades suponen una constricción rigurosa, adecuada a
las demandas de una sociedad rígidamente disciplinada y sincronizada.

22
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

La coacción del tiempo llega a ser intrínseca en las personas por efecto de la
habituación (Berger y Luckman, 1966) que llega a producirse en la reiteración de su
uso, acabando por cristalizarse en una institución (Berger y Luckman, 1966), para
luego formar parte del sentido común. Tal y como lo expone Durkheim (1889): “...
conservar y reafirmar a intervalos regulares los sentimientos e ideas colectivos que le
proporcionan su unidad y personalidad. No se puede conseguir esta reconstrucción
moral más que por medio de reuniones, congregaciones....“(pág. 397).

1.2.4. El compromiso comunitario de la Psicología Social


En las definiciones originales sobre la Psicología Social se señala, entre otras
características, el interés por los problemas generados por la interacción persona-
ambiente, tanto desde un punto de vista teórico, como por la búsqueda de
soluciones orientadas a la mejora de la calidad de vida y el bienestar. La necesidad
de responder a las demandas de una sociedad cambiante, a la que es necesario
proponer formas de actuación capaces de resolver dilemas y problemas nuevos,
constituye una de las principales circunstancias que han contribuido a la aparición de
nuevos campos de actuación. Sin embargo, a pesar del énfasis puesto en la
importancia del contexto, la Psicología Social ha desarrollado modelos de
intervención en los que prevalecen concepciones individuales a la hora de generar
alternativas de acción para modificar las condiciones ambientales, y la influencia que
éstas ejercen sobre las personas, marginando otros niveles de análisis (Holahan y
Wandersman, 1987).
La necesidad de generar acercamientos globales a los problemas humanos, que
a su vez posibiliten intervenciones que enfrenten la diversidad y complejidad de la
interacción con el medio, constituye una demanda cada vez más extendida entre los
psicólogos sociales, y cuenta con una notable tradición en el ámbito de la Psicología
Comunitaria (Martín, Chacón y Martínez, 1989; Sánchez Vidal, 1988, 1991), pero
también en otros ámbitos de la Psicología (Hess y Martínez-Torvisco, 1994;
Hernández, 1995).
La Psicología Social Comunitaria pretende desarrollar procedimientos que
posibiliten la Intervención Social, así como, la evaluación empírica del impacto de
dichas intervenciones, de forma que se pueda atacar las causas de los problemas
abordados a nivel social, y no las manifestaciones individuales de los mismos. Pero
principalmente, el acercamiento comunitario pretender desarrollar un modelo de la
relación persona sociedad que considere ambos elementos como partes
consustanciales de una unidad de investigación (Musitu y Arango, 1995; Musitu y
Cava, 2000).
Desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, se consideraba que la conducta de
las personas que eran diferentes se debía a factores internos (los humores, estar
poseídos por alguna fuerza extraterrenal, etc.); esto generaba a su vez, una forma
particular de enfrentarse a estas anomalías, orientada a la modificación de estos
factores internos (sangrías, exorcismos,...). El desarrollo de concepciones científicas
sobre las causas de estos problemas, sin abandonar las formulaciones
fundamentalmente internalistas, sólo sirvieron para desarrollar pautas de tratamiento
posiblemente más eficaces, pero continuaban resaltando el carácter individual del
trastorno.

23
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Esta concepción, generalmente conocida como modelo médico, adquiere


aspectos diferentes según el campo de actuación. Por ejemplo, si la alteración es de
tipo fisiológico la intervención será básicamente quimioterápica, si por el contrario
afecta a la conducta y a las relaciones interpersonales se recurrirá a tratamientos
psiquiátricos o psicológicos convencionales (básicamente psicoanálisis, terapia de
conducta o terapias cognitivo-racionales). Asimismo, en el caso de la Psicología, los
problemas se entiende que son imputables a deficiencias en la capacidad personal
de captación de recursos o en la capacidad de enfrentar y resolver ciertas
dificultades de índole personal e individual. Por tanto, estos aspectos se atendían
mediante una política asistencial orientada al tratamiento de casos individuales.
Sin embargo, la evidencia proveniente de diversos campos de las Ciencias
Sociales (Sociología, Antropología, Psicología Social, etc.) de que la conducta está
fuertemente condicionada por factores externos al individuo, tanto de naturaleza
social como física (contingencias, normas, roles, condiciones ambientales, etc.), así
como, la importancia de los factores sociales y del apoyo social en la génesis y
mantenimiento de los llamados problemas personales y sociales, van a contribuir a la
aparición y desarrollo de nuevas concepciones sobre los modos de enfrentarse a
ellos. Esta nueva perspectiva va a resaltar los aspectos sociales y comunitarios,
generando lo que se ha dado en conocer como Trabajo Social Comunitario,
Psicología (Social) Comunitaria, Psiquiatría Comunitaria o Medicina Comunitaria.
La participación ciudadana constituye uno de los pilares de este acercamiento.
Participación, entendida como la necesidad de que los ciudadanos generen
colectivamente soluciones, necesariamente colectivas, a los problemas de la
sociedad o comunidad, y a los problemas generados por ellas (Marchioni, 1999),
rechazando el punto de vista que considera a los afectados elementos pasivos, sin
capacidad de actuación y que, por tanto, debe ponerse la solución a los problemas
en manos de profesionales y especialistas, potenciando así los aspectos preventivos.
El acercamiento comunitario a los problemas sociales, producto de las
insuficiencias de los enfoques tradicionales en las profesiones de ayuda, rechaza
que los problemas presentados por determinadas personas o grupos humanos, sean
imputables a deficiencias en la capacidad personal de captación de recursos o en la
capacidad de enfrentar y resolver ciertas dificultades de índole personal e individual;
y que, mediante una política orientada al tratamiento o modificación de casos
particulares pueda resultar una solución eficaz. La perspectiva comunitaria de la
Psicología Social, enfatiza las posibilidades preventivas de la intervención social y su
contribución a la mejora de la calidad de vida (Musitu y Herrero, 2000), desplazando
el interés por el sujeto individual hacia el ser social y considera que los individuos
viven en una estructura social, en la que desempeñan determinados roles; forman
parte de redes sociales que le proporcionan apoyo y conflictos y se enfrentan a
problemas que requieren soluciones comunitarias.
Los procesos psicológicos básicos, la organización del conocimiento social, los
sistemas de valores y creencias, así como, los procesos de interacción, identidad,
etc., son consustanciales al desarrollo de este campo de estudio y a la comprensión
de la interacción social. Al mismo tiempo, resalta el carácter relativo tanto de las
explicaciones que se puedan formular, como el de las intervenciones que se
realicen, puesto que, lo que se considera bueno o positivo (ciudad/campo,

24
El enfoque aplicado de la evolución histórica de la Psicología Social

gastar/conservar, etc.) cambia con el tiempo, la cultura, las creencias, etc., y por
tanto, también cambia lo que se entiende por problema social en función de estos
mismos parámetros.

25
Capítulo 2

La naturaleza conceptual y epistémica


de la Psicología Social Aplicada
Quizás resulte interesante empezar este capítulo planteando la cuestión desde el
punto de vista terminológico ya que esta perspectiva permite plasmar algunos de los
planteamientos que se desarrollarán de aquí en adelante. Así, una primera distinción
a realizar es la que compete hacer entre Psicología Social Aplicada y aplicaciones de
la Psicología Social ya que en su base se halla una de las más importantes
discusiones en torno al tema, a saber: la relación que puede o debe establecerse
entre la Psicología Social como disciplina matriz para la producción de conocimiento
teórico (comúnmente denominada Psicología Social básica) y la aplicación del
conocimiento psicosocial orientada hacia los ámbitos reales o cotidianos (aplicados)
en los que se desarrolla la vida de las personas y grupos. En otros términos, nos
estamos refiriendo a la distinción entre el modelo de ciencia pura y el de ciencia
social que realizaba Stephenson (1991). Esta discusión, que ya ha sido enmarcada
históricamente en el capítulo anterior, girará, a partir de ahora, sobre las cuestiones
conceptuales y epistemológicas implicadas en los diferentes modelos de Psicología
Social Aplicada desarrollados a partir de la década de los años setenta. Al final del
capítulo, sin embargo, será necesario replantear el tema bajo la pregunta de si hoy
tiene sentido tal discusión, de si realmente los aspectos básicos y aplicados están o
han de estar alejados y, en último término, si desde el punto de vista del psicólogo
social, es éticamente planteable la disyunción. Y todo ello, para pasar a la segunda
parte en la que se traslada la cuestión hacia la Intervención Psicosocial.

2.1. El problema desde la propia definición


La característica de la aplicabilidad de la Psicología Social se presenta en la
literatura correspondiente bajo tres formas principales: en forma verbal aplicando la
Psicología Social como en el caso de Deutsch y Hornstein (1975), Feldman y
Orford (1983) o Brehm y Kassin (1990); en su forma substantivada aplicaciones de la
Psicología Social como aparece en Rodrigues (1983) o Gómez Jacinto, Hombrados,
Canto, y Montalbán (1993); o en la forma adjetivada, la más común Psicología Social
Aplicada usada por ejemplo por Reich (1982), Fisher (1982), Oskamp (1984),
Sadava y McCreary (1997), Morales, Blanco, Huici y Fernández-Dols, (1985), Álvaro,
Garrido y Torregrosa (1996).

27
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Sea como fuere, en todas ellas el término remite a una acción realizada sobre
algo (concreto, práctico, real) desde la Psicología Social. Sin embargo,
inmediatamente uno advierte el hecho de que la existencia de una Psicología Social
Aplicada parece implicar, consustancialmente, otro tipo de Psicología Social que no
es aplicada, siendo esta apreciación clave, en cuanto se ha mantenido la
constatación de la preponderancia de la segunda sobre la primera. Entramos pues
en el núcleo de la discusión, presente ya desde la propia definición de lo que es
Psicología Social Aplicada.
A título de ejemplo de las definiciones de Psicología Social Aplicada, se puede citar la de
Argyle, quien la concibe como la “adopción en situaciones de la vida real de prácticas
nuevas o modificadas basadas en la investigación, métodos o ideas de la Psicología Social“
(Argyle, 1980, p. 81). O la de Oskamp, según el cual la Psicología Social Aplicada puede ser
definida como: “las aplicaciones de los métodos, teorías, principios o descubrimientos de la
investigación psicológicosocial a la comprensión o la solución de los problemas sociales.“
(Oskamp, 1984, p. 12).
Este último autor destaca el carácter interdisciplinar y la implicación valorativa de
una investigación orientada a la solución de problemas sociales y, por tanto, regida
por el criterio de la utilidad social, por el énfasis en el cambio social y por la
orientación a influir en las instituciones políticas y sociales. Subraya además la mutua
implicación de lo básico y lo aplicado en Psicología Social, la centralidad temática de
los problemas sociales, el enfoque situacional y contextual de los mismos y el
carácter socialmente activo que conlleva la propia intervención. Siendo éstos
aspectos esenciales para la configuración de la Psicología Social Aplicada, hay que
hacer notar que Oskamp mantiene una relación unívoca entre Psicología Social y
Psicología Social Aplicada por la que, necesariamente, la segunda bebe de la
primera pero no a la inversa.
Morales y otros (1985) parten de una serie de presupuestos -basados
principalmente en las ideas de Eiser (1982)- para definir la Psicología Social
Aplicada:
o Es preciso tener presente que la Psicología Social tiene por objeto el
estudio de la conducta social desde una perspectiva psicológica.
o La teoría es fundamental para el conocimiento y la investigación científica,
independientemente de que ésta sea básica o aplicada. Que la Psicología
Social deba ser más aplicada no implica que haya de ser menos teórica.
o La Psicología Social posee un modelo de sujeto que parece a priori rico en
implicaciones para la aplicación a los problemas sociales.
o Existen una serie de situaciones fuera del laboratorio en las que es posible
analizar teorías psicosociales sin las restricciones y problemas derivados
de la artificialidad.
o El hecho de que las teorías se basen en investigaciones de laboratorio no
les quita validez, ya que la Psicología Social no ha tratado tanto con la
ejecución-acción en cuanto tal, como con los procesos cognitivos
subyacentes a dicha acción.
o La Psicología Social Aplicada debe estar atenta a los cambios sociales
que, al contrario que en el laboratorio, no precisan de la intervención del
investigador para que se produzcan.

28
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

o Existen, sobre todo, dos peligros contra los que conviene estar prevenidos:
contra la manipulación a que se puede prestar el psicólogo social que se
dedica a las aplicaciones; y por lo que respecta a la definición profesional y
su rol como aplicador.
o El interés de los autores es claro en el sentido de integrar la teoría
psicosocial (o una parte sustancial de ella) al ámbito aplicado, tanto por la
validez de ésta como por los supuestos básicos sobre los que se
fundamenta la Psicología Social. Como dice Stephenson: “Está en la
naturaleza de la Psicología Social el ser aplicable“. (Stephenson, 1991,
p. 397)
Más recientemente, Correa y Zaiter (1996) constatan que la aplicación de la
Psicología Social sugiere contradicciones en torno al significado de la relación entre
producción teórica, aplicación y práctica. En este contexto, la discusión se centra en
torno a (op. cit., p. 516):
a. Lo que significa el conocimiento elaborado en ciencias sociales, en
tanto sistematización y construcción conceptual acerca de la realidad y
las implicaciones teóricas de problematizarse la realidad social.
b. La relación entre el saber científico y otros saberes, como el saber
popular o el de la cotidianidad. El significado del dialogo de saberes en
el marco de una aplicación de los conocimientos de la Psicología
Social.
c. Las posibilidades de superación de la dicotomía ciencia básica y
ciencia aplicada.
d. La diferenciación y compartimentación entre teoría y práctica.
e. La pertinencia social y la relevancia del conocimiento científico que se
construye en, y desde, la Psicología en torno a las situaciones y
problemas que se presentan en un determinado contexto social.
f. La demanda social en cuanto a las propuestas y recomendaciones que
desde la Psicología Social se planteen con respecto a problemas
sociales.
g. La relación entre intereses dominantes y la definición de áreas de
aplicación.

2.2. La discusión epistemológica


Estos planteamientos nos introducen de pleno en la discusión de carácter
epistemológico entre lo básico y lo aplicado, discusión que aunque en nuestro
contexto la traslademos a la Psicología Social, se encuentra también presente en el
seno de la propia Psicología. Con respecto a ello, Goldstein y Krasner (1987)
comentan:
“El término Psicología Aplicada por sí mismo implica que existen dos elementos de interés.
Por un lado, la existencia de una ciencia básica de psicología que trae consigo la
investigación rigurosa de laboratorio, a menudo con animales, a partir de la cual se
desarrollan los modelos teóricos y los principios de la conducta humana. Luego estos
principios básicos son aplicados a situaciones de la vida real fuera del laboratorio, para
conseguir los cambios deseados en el comportamiento humano. Esta visión implica
prácticamente dos entidades distintas, una Psicología Básica y una Psicología Aplicada. Sin
embargo, nuestro punto de vista está con aquellos que afirman que la teoría y la práctica son
un todo integrado.“ (Goldstein y Krasner, 1987, p. 16).

29
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

De hecho, lo que en principio parece ser una discusión concerniente a aspectos


conceptuales (qué es Psicología Social básica y qué es Psicología Social Aplicada)
se trata, en el fondo, de una importante cuestión epistemológica: que relación existe,
puede establecerse o debe establecerse entre el conocimiento psicosocial obtenido
a través de la investigación básica, el obtenido a través de la investigación aplicada o
el que se deriva directamente de la Intervención Psicosocial. Planteada la cuestión
en estos términos, se abre un extenso abanico de respuestas y posicionamientos,
alguno de los cuales desarrollaremos a partir de este momento.
A lo largo de los últimos 30 años, ha aumentado el conjunto de psicólogos
sociales que actúan como portavoces de la urgencia percibida en el seno de la
disciplina de una relevancia social en su quehacer profesional. Tales proclamas
apuntan a orientar la investigación hacia una serie de fines globales que se deben
traducir en el encauzamiento del saber teórico-práctico generado y orientado hacia
una serie de objetivos concretos. Entre los fines globales de la investigación
psicosocial Blanch (1991) señala los siguientes:
o La comprensión de las condiciones de la existencia humana (Miller, 1969)
y del bienestar psicológico y social (Warr, 1978, 1987; Dolgorf y
Feldstein, 1980).
o La producción de conocimiento utilizable (usable knowledge) (Lindblom y
Cohen, 1979; Nowotny, 1990).
o La iluminación teórica del campo de la acción social (Hollander, 1978).
o El desarrollo de una teoría practicable (Gergen y Basseches, 1980); eso
es, aplicable (Mayo y La France, 1980) y viable (Saxe, 1983). En último
término, una teoría social para la práctica (Mailey, 1980).
Así, los objetivos concretos hacia los que se debe orientar el saber producido
serían:
o La prevención y solución de problemas psicológicos y sociales,
o La promoción del bienestar social y el desarrollo de la calidad de vida,
o La orientación del cambio (progreso/modernización),
o El desarrollo multidimensional de la persona en su interacción cotidiana
con los demás, de su competencia y potenciación (empowerment), de la
autoconciencia y la emancipación,
o La puesta en marcha del compromiso social de la ciencia social.
Ante el desacuerdo existente entre los psicólogos sociales acerca de su propio
trabajo Chin (1974) propone cinco orientaciones diferentes dentro de las ciencias
sociales que conectan lo básico con lo aplicado. Todas ellas son distintas y,
consecuentemente, todas derivan en posibles psicologías sociales aplicadas
supuestamente diferenciadas:
a. La aplicación se deriva de la investigación básica. La base de los
conocimientos del psicólogo social aplicado se obtiene directamente de
la Psicología Social básica.
b. Se concibe a la Psicología Social Aplicada como una aspirante a
auténtica Psicología Social. Trata, por tanto, de conseguir el mismo
grado de sofisticación y de claridad teórica que la ciencia básica.

30
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

c. Se concibe la aplicación como una disciplina específica de


conocimientos, con sus propias conceptualizaciones, investigaciones,
revistas y todo tipo de elementos que permitan realizar una integración
de los conocimientos
d. Se concibe como un campo de estudio relacionado con la aplicación y
la utilización del conocimiento básico. Sería algo análogo a una
ingeniería de las ciencias sociales.
e. Su orientación se da en función de la aplicación del conocimiento
válido, centrándose en la relación entre el agente de cambio y el
cliente. Implica algo más que el simple conocimiento teórico; supone
considerar las implicaciones de la interacción psicólogo-cliente.
En términos generales, y siguiendo a Morales (1983), Morales y otros (1985) -ver
también Quijano (1987) o Gómez Jacinto y otros (1993)- podemos distinguir tres
posicionamientos a la hora de establecer la relación y las diferencias entre la
Psicología Social básica y la Psicología Social Aplicada:
a. Clara diferenciación. Entre los autores que mantienen esta postura
cabe citar a Varela (1971, 1975, 1977, 1983; Reyes y Varela, 1980) así
como a Bickman (1976, 1980, 1981).
b. Diferenciación mínima. Entre aquéllos que minimizan las diferencias se
encuentran Hollander (1978), Saxe y Fine (1980), además de Kidd y
Saks (1980).
c. Diferenciación inexistente. Aquí, y aunque manteniendo posturas
claramente diferenciadas, cabe englobar a Proshansky (1981) y a
Gergen (1982; Gergen y Basseches, 1980).
En cuanto al primer grupo, quizás la elaboración más clara e influyente de un
modelo que mantiene clara la diferenciación entre los aspectos básicos y aplicados
sea la Tecnología Social del uruguayo Jacobo Varela
(Varela, 1971, 1975, 1977, 1983; Reyes y Varela, 1980). Aunque en breve
desarrollaremos esta concepción, vaya por delante, en relación con la discusión que
aquí nos ocupa, la idea de que Varela adopta una concepción de la ciencia
claramente afiliada con el positivismo. Desde esta perspectiva, la ciencia básica
debe perseguir el descubrimiento de leyes universales del comportamiento humano,
mientras que el tecnólogo social (al estilo de un ingeniero de las ciencias sociales)
debe centrarse en la planificación y solución de problemas sociales a través de
combinaciones de hallazgos derivados de las diferentes áreas de las ciencias
sociales (Varela, 1975). Entre las características del tecnólogo social cabe distinguir
tres principales:
1. la preocupación prioritaria por resolver problemas.
2. su olvido de la investigación y su preocupación por el descubrimiento de la realidad.
3. su actitud de síntesis ante y entre las distintas ramas del saber, a fin de integrar el mayor
número de conocimientos posibles, con objeto de resolver con mayor seguridad los
problemas específicos que se le plantean.
En definitiva, para Varela, investigación básica y tecnología social son dos
mundos claramente diferenciados con leyes propias.
Una postura menos radical, pero en absoluto inequívoca, es la defendida por
Bickman (1976, 1980, 1981). Este autor propone que “una manera más adecuada y

31
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

exacta de definir la Psicología Social Aplicada es compararla con la básica en cuanto


a sus fines y propósitos, métodos, contexto y estilo, teniendo en cuenta que ambas
perspectivas son y forman parte de un continuo que es la Psicología Social y no son
en modo alguno excluyentes” (Bickman, 1981, p. 22). Esta aproximación descriptiva
al concepto de Psicología Social Aplicada por contrapunto a la Psicología Social
básica da lugar a la Figura 2.1.
En cualquier caso, la idea de Bickman de que lo básico y lo aplicado forman parte
de la Psicología Social como dos polos de un continuum y, por consiguiente, no
excluyentes contrasta con la radicalidad de Varela al definir dos dominios
completamente alejados. Sin embargo, la importancia que concede a la investigación
básica como fundamento y soporte imprescindible para la labor del tecnólogo social
queda más diluida -más repartida- en la propuesta de Bickman.
En cuanto al segundo grupo, los que mantienen una postura de minimizar al
máximo las diferencias entre Psicología Social básica y aplicada -aunque sin negar
la distinción- encontramos tres propuestas principalmente. Una primera es la de
Hollander (1978) para quien no cabe duda de que “ciertos temas originados en el
trabajo básico son muy útiles a la hora de guiar el trabajo aplicado” por lo que, en
realidad, la distinción, en la práctica, no es tan clara. Esta postura es parecida al
modelo que Morales (1983) denominará extensión de la teoría psicosocial, aunque
en el caso de Hollander no queda claro si la relación a la inversa, es decir, la
contribución de la investigación aplicada para guiar el trabajo básico, es también
posible. En cualquier caso, ciertas investigaciones teóricas, sea por que ayudan a
incrementar la autoconciencia, sea por que son directamente aplicables o porque
desvelan aspectos importantes, poseen la virtud de iluminar y aumentar la
comprensión de la realidad social.

32
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

Comparación
en relación Psicología Social Básica Psicología Social Aplicada
con
• se ocupa fundamentalmente de las • se orienta principalmente a la
Fines y relaciones teóricamente relevantes prevención y resolución de
propósitos de la entre variables, en orden a problemas sociales; eso es, a la
disciplina proporcionar un conocimiento búsqueda de resultados socialmente
significativo. relevantes.
• validez interna • validez externa
La metodología • constructo de causa • constructo de efecto
(énfasis de • único nivel de análisis • múltiple nivel de análisis
signo contrario • mono metodología • múltiple metodología
pero no • experimentación • cuasi-experimentación
contradictorio) • alta precisión • baja precisión
• nomotesis • idiografía
• Universidad
• exterior
• Laboratorio
• campo
• estudiantes de psicología
• gente corriente
• tiempo largo, ideal
Los contextos • tiempo corto, real
• monodisciplinar
• multidisciplinar
• desatención de los costos
• atención a los costos
• situación muy estable y flexible
• situación poco estable y flexible
• especialista que trabaja en solitario,
• técnico general, que trabaja en
Perfil del dependiendo del director de equipo, dependiendo de un
investigador departamento y que es evaluado financiador y que es evaluado por
por sus publicaciones. su experiencia.
• el investigador aplicado tiende más
• el investigador básico tiende a
bien a implicarse activamente en su
Compromiso distanciarse con respecto al objeto
intervención desde unas opciones
axiológico y adoptar una postura de neutralidad
más o menos declaradas de tipo
metodológica.
valorativo.
Figura 2.1. Psicología Social Aplicada en contraposición a la Psicología Social Básica.
Basado en Bickman (1980).

Por su parte, Saxe y Fine (1980) consideran que las diferencias se reducen en
realidad al rigor metodológico: mientras el campo aplicado ha prestado poca
atención a este tema, ello es uno de los principios fundamentales de la investigación
básica. Sin embargo, los propios autores reconocen que, con el desarrollo
metodológico que está experimentando la Psicología Social, esta diferencia tiende a
reducirse hasta llegar a una equiparación total en este aspecto. Por último, Kidd y
Saks (1980) adoptan una postura similar al considerar que la diferencia se reduce al
contexto donde los psicólogos sociales realizan su actividad, siendo en definitiva una
distinción artificial.
En relación con el tercer posicionamiento expuesto, aquel que considera que no
existe diferenciación entre Psicología Social básica y aplicada, la idea fundamental
que subyace es que aceptar la distinción implicaría mantener que existe una
Psicología Social básica capaz de obtener o descubrir principios generales de
carácter estable y aplicables a conjuntos de situaciones o contextos, y esto, para los
autores que se alinean en esta postura, no es posible. Para Gergen (1982; Gergen y
Basseches, 1980) no lo es porque considera que las pautas de interacción son
históricas y contingentes; además, la formulación teórica sobre la conducta de las
personas tiende a producir efectos de ilustración que, de facto, minan la capacidad
predictiva de la teoría. Subyacente a estos planteamientos se encuentra la idea de

33
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

que no es posible aplicar a la Psicología Social (y a las ciencias sociales) los mismos
parámetros que los de las ciencias físico-naturales.
Más radical quizás es la postura de Proshansky (1981) para quien lo único
posible es realizar investigaciones psicosociales aplicadas y a partir de este trabajo,
tal vez, llegar a algunos principios parcialmente aplicados a otras situaciones. El
argumento esgrimido por el autor es la irrelevancia, en el terreno aplicado, de treinta
años de investigación en el laboratorio. Así, para Proshansky, los objetivos propios
de la Psicología Social sólo se harían posibles mediante el desarrollo de la
Psicología Social Aplicada.
Sea como fuere, parece ser que la discusión acaba centrándose en la distinción
entre ciencia como modo de desarrollar conocimiento psicosocial (bien básico o
universalizable, bien aplicado o contextualizado) y aplicaciones de la ciencia o
intervenciones (Peiró, 1994; Quijano, 1993). En cualquier caso, cada vez son más
los que defienden que la dicotomía básico/aplicado carece de todo sentido en el
panorama actual de la Psicología Social. En este sentido, para Morales, la alocución
presidencial de G.A. Miller (1969) a los miembros de la A.P.A. representaba un
intento de justificación de la necesidad de tomarse en serio la aplicabilidad de la
Psicología Social. Actualmente, en cambio, “lo que necesita explicación es más bien
por qué existen perspectivas y desarrollos teóricos que no son aplicados ni
aplicables.“ (Morales 1983, p. 701).
Al hilo de este comentario, el apartado siguiente trata de exponer algunos de los
más destacados intentos de buscar modelos integradores entre los aspectos básicos
y aplicados de la Psicología Social.

2.3. Concepciones actuales de la Psicología Social


Aplicada. En busca de un modelo integrador
La idea de una integración entre las vertientes aplicada y básica de la Psicología
Social o, dicho de otra forma, la construcción de conocimiento y saber psicosocial y
su utilización en marcos específicos de aplicación parece, por lo que hemos visto
anteriormente, una propuesta emergente para una redefinición de la Psicología
Social post-crisis. En algunas ocasiones este paso conlleva añadir también una
nueva definición terminológica del campo. Así, Himmelweit y Gaskell (1990) hablan
de una Psicología Societal o, como veremos a continuación, Mayo y la France (1980)
proponen utilizar el término Psicología Social Aplicable. Sin embargo, no todas las
posturas convergen necesariamente en esta idea. En el presente apartado
empezaremos exponiendo un modelo contrastado: la Tecnología Social de Jacobo
Varela (1971, 1975, 1977, 1983) de la cual ya hemos dicho algo anteriormente.
Posteriormente, como contrapunto, abordaremos tres modelos integradores: el
modelo de las mencionadas Mayo y La France, el modelo circular de Fisher y el
modelo de ciclo completo de Cialdini.

2.3.1. La Tecnología Social


Desde la postura dualista, que establece una frontera entre lo básico y lo
aplicado, se sostiene la existencia de una sola disciplina científica propiamente dicha,
-la Psicología Social, susceptible de aplicaciones a cargo de profesionales técnicos

34
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

de la Intervención Social. La expresión más significativa de ese punto de vista es la


Tecnología Social, subtítulo de la oferta de Soluciones psicológicas para problemas
sociales por parte de Jacobo Varela (1971). La Tecnología Social tiene un claro
precedente en un clásico de la Psicología Aplicada de principios de siglo:
“Si la Psicología Experimental entraba en un período de servicio práctico, no podría
limitarse simplemente a utilizar los resultados prefabricados para fines que no fueron
previstos en los experimentos. Lo que se necesitaría es ajustar la investigación a los
problemas prácticos en sí mismos. La Psicología Aplicada se convertiría entonces en una
ciencia independiente y experimental, que se relacionaría con la Psicología Experimental
ordinaria, como la ingeniería con la física. Las áreas elegidas en primer lugar serían la
educación, la medicina, el arte, la economía y lo jurídico.“ (Münsterberg 1908, p. 8; citado en
Goldstein y Krasner 1987, p. 19).
Según Varela, las aplicaciones no forman parte de la naturaleza de la ciencia,
siendo sólo obra de tecnólogos, cuyo quehacer consiste en echar mano
(intuitivamente) de los recursos científicos más verdaderos y aplicables de que se
dispone, en determinado momento, en orden a la solución de un problema concreto.
Tales ingenieros sociales atienden exclusivamente a los medios más útiles para
enfrentarse a una situación. En palabras del propio Varela:
“El tecnólogo social está tan preocupado con la resolución de problemas apremiantes que
no tiene tiempo para la investigación. El tecnólogo tampoco tiene la aptitud para investigar,
aceptando como válido lo mejor que existe en un momento dado, y esperando que los
investigadores continúen haciendo su trabajo. De este modo se publicará más información
que ayudará a resolver problemas futuros.” (Reyes y Varela, 1980, p. 69).
Compartiendo con Varela los presupuestos neopositivistas acerca de la
universalidad (trans-socioculturalidad) del conocimiento científico, sobre las virtudes
del método experimental y sobre la neutralidad axiológica de la técnica, el brasileño
Aroldo Rodrígues afirma que “la Psicología Social es una ciencia básica (...) El
conocimiento adquirido en este campo (...) es aplicable (... y...) combinado con otros
conocimientos, utilizable por el tecnólogo en la resolución de problemas concretos.”
(Rodrigues, 1983 p. 14).
Por ello, considera que “la crisis de relevancia es artificial e innecesaria; puesto
que arraiga en la ignorancia para distinguir entre ciencia básica y tecnología” (op. cit.,
p. 22). Para el autor, las criticas a los psicólogos sociales por su supuesto desinterés
con respecto a los problemas sociales son análogas a las que se podría dirigir a los
fisiólogos por no dedicarse preferentemente a la cura de enfermedades:
“No es preciso modificar el paradigma dominante en la Psicología Social ni transformar
ésta de una ciencia básica en un movimiento de acción social; basta sencillamente con que
se utilicen las enseñanzas básicas que ofrece y, a través de la aglutinación de estos
hallazgos, facilitada por una tecnología social eficaz, emplearlas en la solución de problemas
sociales, como hace el médico, sirviéndose, en su labor aplicada, de los descubrimientos
básicos de biólogos y fisiólogos.” (op. cit. p. 22).
Según Rodrigues, pues, lo que urge es el desarrollo de una adecuada tecnología
social a partir de la ciencia social básica. En otros términos, crisis de relevancia
equivale y se reduce a déficit sociotecnológico; lo que no afecta para nada la tarea
científica básica de análisis de relaciones causales entre variables psicosociológicas.

35
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Numerosas críticas han sido dedicadas a la Tecnología Social, críticas que son
recogidas y contrarrestadas por el propio Varela (1977):
o Es práctica común primero resolver problemas y, después, buscar
justificación en la literatura científica.
o Los hallazgos de las teorías en las que se basan los diseños de acción
están poco probados.
o Existen dudas acerca de la permanencia de los cambios producidos.
Pero quizás la más importante se refiere a la toma de posicionamiento político
que se desprende del modelo propuesto. La Tecnología Social encarna el prototipo
de respuesta a la crisis de relevancia desde el marco neopositivista y funcionalista,
desde la implícita asunción del sistema de los fines y valores establecidos en el
sistema social donde opera el tecnólogo (sólo competente en medios y estrategias).
Tal modelo ingenieril de la tecnología social se basa, según el propio Rodrigues,
sobre el supuesto de que “la ciencia es neutra, ni tendenciosa ni ideológica” (1983
p. 47). Ese apasionado neutralismo enlaza con el de la ingeniería de la conducta -
también éticamente neutra y, por tanto, “utilizable por un villano o por un santo”
puesto que “nada se da en una metodología que determine los valores que rigen su
uso” (Skinner 1971, p. 189)- y con el de la ingeniería cerebral, por la que Rodríguez
Delgado ofrece soluciones biológicas a los problemas surgidos en el ámbito de las
relaciones humanas desde el supuesto de que “el cuchillo no es ni bueno ni malo y
puede ser usado por un cirujano o por un asesino” (Rodríguez Delgado, 1979, p. 27).
Por su parte, Turner mantiene que:
“La Psicología Social Aplicada no debería ocupar el papel de la política sino que tendría
que estar subordinada a ella en lo que se refiere a objetivos factibles -lo que exigiría a su vez
que las metas sociales y políticas sean explícitas y aceptables-. Su función consistiría en
optimizar las instituciones y las prácticas sociales empleando expresamente la teoría
psicosocial para analizar y reconstruir las medidas sociales que aseguren la mejor
consecución de sus objetivos” (Turner, 1981, p. 31; op. cit. en Stephenson, 1991, p. 398).
El sesgo apolítico del neutralismo metodológico es una ágil forma de escamotear
el problema de los valores en la Psicología Social Aplicada (Rein, 1976;
Morales, 1983; Pelechano, 1981; Lippitt y Lippitt, 1986; Peiró, 1994) y de reducir esas
mismas aplicaciones a mero soporte técnico de filosofías cuyo marco trasciende al
de la disciplina (Sedwick, 1974). Expresiones de ese compromiso militante se hallan
también en Diliguenski, Kon, Leontiev et. al. (1977) y en Barriga (1987), quien niega
la posibilidad de una Intervención Psicosocial neutral, exclusivamente técnica; puesto
que, según él, “la técnica, desde el momento en que se pone al servicio de una
acción concreta, se convierte en acción política La Intervención Psicosocial es
necesariamente una acción política pues no puede desentenderse del contexto
ideológico que la define” (p. 45). A ese respecto, si la Psicología Social Aplicada no
se manifiesta como una ciencia con conciencia social, se reduce a una mera
apología indirecta del status quo.

2.3.2. Hacia una Psicología Social aplicable: el modelo de Mayo y La


France
Uno de los modelos de integración entre las vertientes básica y aplicada de la
Psicología Social que más aceptación ha tenido es el modelo propugnado por Clara

36
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

Mayo y Marianne La France (Mayo y La France, 1980). Empiezan las autoras con
una clarificación terminológica que trata de romper con la dicotómica tradición
respecto de la Psicología Social. Así relegan el término aplicada y prefieren utilizar el
de aplicable.
“Hemos preferido acuñar el término aplicable porque captura mejor el sentido de un campo
unificado. También porque evoca la imagen de una Psicología Social flexible y responsiva.”
(Mayo y La France, 1980, p. 81).
La pretensión de las autoras no es, en cualquier caso, ofrecer un modelo teórico
completo en relación con la Psicología Social:
“Este modelo se ofrece no como una declaración teórica definitiva sino como una serie de
proposiciones de trabajo para conectar lo que generalmente ha sido visto como elementos
incompatibles o no relacionados.” (op. cit., p. 82).
El modelo (Figura 2.2), que en contra de los modelos lineales, presenta una
estructura circular (y en esto se asemeja a los de Fisher o Cialdini que veremos a
continuación), se basa en cinco asunciones básicas:
1. Una Psicología Social aplicable ha de relacionarse con la mejora de la calidad de vida.
2. La construcción del conocimiento en una Psicología Social aplicable apunta hacia la
predicción, se focaliza en las consecuencias y expande el rango de las variables bajo
consideración.
3. La utilización del conocimiento y la intervención requieren una consideración activa y una
planificación deliberada.
4. Son necesarios adaptadores para enlazar los tres elementos de una Psicología Social
aplicable (mejora de la calidad de vida, construcción del conocimiento y
utilización/intervención) en un sistema coherente.
5. Los elementos de una Psicología Social aplicable se relacionan por medio de una
retroalimentación negativa.
Las tres primeras proposiciones corresponden con los tres elementos clave del
modelo mientras que la cuarta hace referencia a los distintos adaptadores que
permiten el paso de un elemento a otro y la quinta a la relación entre ellos (Figura
2.2.). En cuanto al primer elemento, la mejora de la calidad de vida es vista no
únicamente de un modo negativista (solución de problemas) sino desde una
perspectiva positiva (promoción del bienestar), más proactiva (preventiva) que
reactiva y, en cualquier caso, como un objetivo que remite inexcusablemente a la
cuestión de los valores, a lo que es socialmente deseable o indeseable.
Para pasar al segundo elemento, la construcción del conocimiento psicosocial,
son necesarios dos adaptadores: una definición adecuada del problema o la cuestión
objeto de atención y la selección de una metodología de investigación válida para la
construcción del conocimiento. Ambos pasos son decisivos porque, a partir de ahí, el
producto final adoptará una forma u otra. En cuanto al segundo elemento, la
construcción del conocimiento ha de tender a ser más predictiva que explicativa,
centrarse más sobre los efectos que sobre las causas y ampliar el rango de las
variables micro o psicológicas a variables macrosociales.
Para pasar hacia la utilización/intervención son necesarios dos adaptadores más.
Por una parte el análisis del sistema sobre el que se intervendrá y, por otra y
relacionada con la anterior, la definición del rol adoptado por el psicólogo social

37
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

aplicado (mediador, activista, planificador, organizador, experto, etc.). Por su parte, el


regreso hacia la calidad de vida como objetivo implica analizar e interpretar tanto los
efectos producidos por la intervención (valoración) como una evaluación global de la
metodología interventiva.
Una de las principales virtudes del modelo planteado ha sido recogida por
Quijano (1987) y consiste en la necesidad de abordar la cuestión de los valores y de
la delimitación de objetivos como pasos previos a la construcción del conocimiento y
su utilización en la intervención, así como en la incorporación del concepto de calidad
de vida como elemento central hacia el que tiende la Psicología Social. Por otra
parte, aunque el modelo de Mayo y La France posee un gran valor conceptual,
resulta, en la práctica, de difícil transposición para conseguir una verdadera forma de
aplicar la Psicología Social.

38
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

 Algo positivo y no la simple solución de problemas.


OBJETIVO:  Más proactivo que reactivo.
Mejora de la calidad de vida  Marco ecológico: remite a un contexto social.
 Plantea siempre la cuestión de los valores.
 Previo a los demás pasos.

ADAPTADORES
Formulación del problema
Elección del método

 Más predictivo que explicativo.


CONSTRUCCIÓN DEL  Mejor a la conexión con el mundo real que la elegancia
CONOCIMIENTO teórica.
PSICOSOCIAL  Centrado en los efectos más que en las causas.
 Mejor variables macro que micro como estrategia.

ADAPTADORES
ADAPTADORES
Interpretación de los efectos
Análisis del sistema
producidos
Definición del rol
Evaluación metodológica de la
intervención

 Comunicación con las personas objeto de la intervención.


UTILIZACIÓN DEL  Relaciones no directivas con ellos.
CONOCIMIENTO:  Establecimiento del poder que van a tener esas personas
INTERVENCIÓN en el desarrollo de la intervención.
 Cuándo y cómo de la intervención: Planificación.

Figura 2.2. Modelo de Psicología Social Aplicable. Basado en Mayo y La France (1980, p. 83)
y adaptado de Quijano (1987).

2.3.3. El modelo circular de Fisher


La idea de un modelo no lineal también es desarrollada por Fisher (1982) quien
considera que la pretensión de la Psicología Social Aplicada ha de ser comprender la
conducta humana para poder mejorar los problemas sociales. El modelo cíclico
propuesto enlaza teoría, práctica e investigación (ver Figura 2.3). La finalidad de la
práctica es el desarrollo de programas para la Intervención Social. Sus resultados

39
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

proporcionan, según el autor, más cuestiones a la investigación lo que puede influir


en un posterior desarrollo de la teoría. Por lo que se refiere a la investigación, se
desarrolla en un doble sentido, como investigación-acción y como investigación
evaluativa de la intervención, algo similar a los adaptadores que conectan la
intervención con el objetivo de mejora de calidad de vida en el modelo de Mayo y La
France.

Psicología Teorético-experimental Psicología Social Aplicada

Teoría

Desarrollo
de
Hipótesis y

Desarrollo
de
Programas

Investigación
de Laboratorio
Intervención Práctica
Social

Investigación
Investigación
Acción
de Campo

Investigación
Evaluativa

Investigación

Figura 2.3. Modelo circular de Fisher (1982). Adaptado de Morales, J.F.; Blanco, A.; Huici, C.
y Fernández-Dols, J.M. (Comps.)(1985). Psicología Social Aplicada. Bilbao:
Desclée de Brouwer, p. 26.

Los presupuestos fundamentales del modelo son los siguientes:


a. Debe existir un interés primordial por los problemas sociales
fundamentales.
b. Se debe pretender una integración continua entre la teoría, la
investigación y la práctica.
c. Deben desarrollarse teorías de rango medio, que subyacen a la
interacción entre la persona y el ambiente.
d. Deben utilizarse varios métodos complementarios de investigación.

40
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

e. La colaboración interdisciplinar es una vía adecuada para la expansión


de las cuestiones prácticas.
f. Debe producirse la adhesión a una filosofía humanista, claramente
articulada, y con un código ético profesional.
g. Debe existir un compromiso con el desarrollo profesional, a través de la
búsqueda de una versatilidad en el rol del científico.

2.3.4. El modelo de ciclo completo de Cialdini


En una línea similar a las anteriores, Cialdini (1980) trata de lograr una adecuada
combinación entre el rigor metodológico y el interés por los problemas sociales. Los
supuestos de los que parte el autor son, por una parte, la constatación de que
muchos psicólogos sociales se han referido al hecho de que la Psicología Social ha
malgastado su tiempo en cuestiones totalmente triviales (recuérdese el artículo de
Ring, 1967). Por otra, la consideración de que la tarea fundamental de un psicólogo
social es el estudio de la conducta humana normal, aunque resulta paradójica la falta
de interés que ha existido en observar la conducta tal y como se manifiesta en
ambientes cotidianos.
“Si aceptamos que la tarea de un psicólogo social es estudiar la conducta humana normal,
es extraño que poca de la actual Psicología Social dominante empiece con la observación de
esta conducta cotidiana. Mucho más probable es que un proyecto de investigación tenga su
génesis en alguna teoría o en la literatura experimental. Mientras ambos puntos de partida
permiten inferir la presencia de fenómenos sociales que pueden ser investigados, ninguno
nos cuenta si el fenómeno es importante en la descripción de la conducta humana como se
da normalmente. (...). Cuestiones acerca de la prevalencia o prominencia de fenómenos
predecibles en el ámbito de la acción natural humana no son formalmente tratados por la
teorías.” (Cialdini, 1980, p. 24).
El modelo propuesto por Cialdini se basa en los siguientes elementos:
a. Observación en la vida real de aquellos casos de interacción social
cuya periodicidad e intensidad aseguren su importancia y relevancia
social.
b. Formulación de hipótesis sustentadas por conocimientos teóricos.
c. Metodología adecuada y rigurosa.
d. Realización de nuevas investigaciones que comprueben la validez
externa de la relación estudiada, lo que permitirá crear nuevas
propuestas de investigación. En palabras del autor:
“Mientras la observación natural inicial da la dirección de la subsiguiente experimentación
controlada, el resultado de esta ha de proporcionar validación externa a través de nuevas
observaciones naturales que estimulen nueva experimentación” (Cialdini, 1980, p. 44).

En este sentido, la aplicación no es el punto final del ciclo sino que es un paso
necesario para la consecución de una teoría más orientada hacia el estudio de los
fenómenos relevantes en relación con la actividad humana real, de “una teoría social
sólida que desemboque fácilmente en un servicio social” (op. cit. p. 45). En resumen:
“Yo abogo porque los investigadores en Psicología Social empiecen a trabajar, con más
frecuencia que lo hacen actualmente, desde la instancia de los fenómenos sociales que
ocurren naturalmente. Pasos progresivos han de permitir establecer el poder, generalidad y
los puntales teórico/conceptuales del fenómeno de interés. No obstante, la observación

41
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

natural no ha de restringirse a los inicios de la investigación; debe ser usada también para
completar el arco final en el círculo. Es decir, las instancias que ocurren naturalmente deben
ser empleadas no sólo para identificar los efectos convenientes para el estudio experimental
sino también para chequear la validez de los resultados de la experimentación. (...). La
Aplicación no es el paso final en el modelo de ciclo completo; es sólo un paso necesario.”
(op. cit., pp. 43 y 45).

2.4. Reflexiones acerca de la Psicología Social Aplicada


No resulta novedoso plantear aquí que, lejos de mantener una distinción
disciplinar y un alejamiento conceptual y epistemológico entre la Psicología Social
básica o teórica y la Psicología Social Aplicada o interventiva, parece necesario
abogar por una disciplina que integre ambas vertientes que ya no son tales sino
aspectos o matices de un mismo campo del saber psicosocial (Goldstein y
Krasner, 1987; Mayo y La France, 1980; Craig, 1996; Clemente, 1992, 1993; Álvaro,
Garrido y Torregrosa, 1996; Peiró, 1994). Sin embargo, es ésta la postura que
creemos más adecuada para desarrollar con vitalidad el necesario nexo
investigación-intervención y mantener fructífera y dinámica una Psicología Social
capaz de dar respuestas o proveer de análisis o puntos de vista novedosos acerca
de los principales problemas y retos que plantean nuestras sociedades, aunque no
siempre esté al alcance de la disciplina el ofrecer soluciones definitivas a tales
cuestiones.
En los últimos años estamos asistiendo a una reconceptualización de la relación
entre los aspectos básicos y aplicados de la Psicología Social en el sentido de que
esta dicotomía que, como hemos visto, tanta literatura ha generado, tiende a
difuminarse ante el encuentro necesario de ambos, contando con que esta tendencia
tiene antecedentes históricos en ambos sentidos. Piénsese, por ejemplo, la
importancia de la Psicología Industrial en el desarrollo de la Psicología (por ejemplo
la Sociometría, la Psicotécnia y la Evaluación psicológica) y de la Psicología Social
en cuanto a sus procesos básicos se refiere (por ejemplo, los trabajos de Elton Mayo
en Hawthorne) o, desde otra perspectiva, cómo un trabajo eminentemente aplicado
como The American Soldier de Stouffer y sus colaboradores (Stouffer et al., 1949) ha
sido considerado e interpretado desde la perspectiva de los grupos de referencia
(Merton y Kitt, 1950) y el trabajo sobre El Campesino Polaco de Thomas y Znaniecki
desde el interaccionismo simbólico (Blumer, 1969). Por otra parte, numerosas
teorías psicosociales basadas en la experimentación en el laboratorio han sido útiles
de cara a su aplicabilidad, bien sea porque se han mostrado su idoneidad en este
aspecto (caso de los estudios en la prisión simulada de Stanford o el modelo de la
indefensión aprendida de Seligman aplicado al análisis del estrés ambiental), bien
como puntos teóricos de referencia (por ejemplo la aplicación y contrastación del
modelo atributivo de Weiner por parte de Carroll y Wiener a la decisión judicial) o
bien porque la base de sus planteamientos entronca fuertemente con situaciones
que pueden darse en la vida real (como el experimento de Milgram de obediencia a
la autoridad).
Además se da el caso de que disciplinas que hasta el momento formaban parte
del corpus de la Psicología Social Aplicada están extendiendo su influencia hacia la
Psicología Social y la Psicología General. En este sentido, y valga como ejemplo,
Stokols (1995) afirma recientemente cómo se observa una

42
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

psicologicoambientalización en muchos ámbitos psicológicos, es decir, la incidencia


de los aspectos ambientales es, cada vez más, considerada como un aspecto
fundamental de los procesos psicológicos básicos. Pero la casuística también ofrece
la otra cara de la moneda; no sólo disciplinas psicosociales aplicadas pasan a formar
parte del corpus básico sino que también pueden llegar a ser consideradas como
verdaderos modelos sobre los que fundamentar el campo completo de la Psicología
Social. Este es el caso, por ejemplo, de Gómez Jacinto y otros (1993) quienes ven
en la Psicología Comunitaria el modelo hacia el que debe dirigirse la Psicología
Social. En este sentido cabe también destacar que buena parte de la Psicología
latinoamericana actual adopta el modelo social comunitario como estrategia de
intervención (Montero, 1994).
En definitiva, parece cada vez más evidente que las fronteras entre lo básico y lo
aplicado tienden a diluirse y que, lejos de ser éste un fenómeno negativo, supone un
refuerzo fundamental para el desarrollo de una Psicología Social entendida, en este
contexto, de un modo global.

2.4.1. Acerca del concepto de Psicología Social Aplicada


Llegados a este punto, es quizás ya necesario adentrarse en lo que podría
considerarse la delimitación de un marco conceptual preciso e integrador para definir
la Psicología Social Aplicada. El largo recorrido que nos ha llevado hasta aquí aporta,
como mínimo, un primer elemento de anclaje para iniciar la reflexión: difícilmente
puede acotarse conceptualmente la Psicología Social Aplicada sin contextualizarla
dentro de la Psicología Social. Este será el punto de partida desde el que iniciar la
delimitación del marco conceptual, el desarrollo del cual queda reflejado en el mapa
conceptual de la Psicología Social Aplicada que aparece en la siguiente página.
Así, la Psicología Social es considerada una disciplina científica que tiene por
objeto de estudio la interacción social, entendida como una modalidad de relación
propia de los fenómenos humanos. Frente a concepciones territorialistas, buena
parte de los psicólogos sociales actuales coinciden en entender que la Psicología
Social aporta una perspectiva particular, única e imprescindible en el análisis y
estudio del comportamiento humano -lo que Moscovici (1984) denomina una visión
psicosocial-, que, a su vez, resulta complementaria a la perspectiva de otros
enfoques disciplinares, lo que le confiere una posición clave en un contexto
interdisciplinar (Munné, 1986; 1995a).
Según diversos autores -como Blanco y De la Cortee (1996)- la Psicología Social
pasa a definirse como Psicología Social Aplicada cuando adopta esa perspectiva
particular (o visión psicosocial) en el análisis de los diversos ámbitos o esferas de la
vida cotidiana de las personas. Si su objeto es, pues, el análisis de la interacción en
ámbitos como el entorno físico, las organizaciones, la salud, la educación, el ocio y el
tiempo libre, la comunidad, la política, el ámbito jurídico, etc., su objetivo no es otro
que la mejora de la calidad de vida de las personas en tanto que integradas en
grupos sociales. La aplicación de la Psicología Social a cada una de estas esferas se
traduce en el surgimiento y desarrollo de una serie de disciplinas (Psicología
Ambiental, Psicología de las Organizaciones, Psicología Social de la salud,
Psicología Social de la educación, Psicosociología del ocio y el tiempo libre,
Psicología Comunitaria, Psicología Política, Psicología Jurídica, etc.) que, aunque

43
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

con diferentes niveles de consolidación, comparten comunalidades derivadas de su


relación con la Psicología Social.
Gran parte de estas disciplinas mantienen conexiones más o menos estrechas
entre ellas lo que les confiere un primer nivel de carácter interdisciplinar. Pero
además, tanto por la propia evolución disciplinar como por su vinculación con
determinadas esferas o áreas de conocimiento, su desarrollo se relaciona también
con otros enfoques disciplinares (psicológicos y extra-psicológicos) a la vez que
aporta su particular perspectiva complementaria a estos enfoques. Todo ello le
confiere un segundo nivel de carácter interdisciplinar, siendo éste un elemento
recurrente en buena parte de las definiciones de estas disciplinas.
Por último, destacar que, lejos de una visión fragmentada o diferenciada de la
Psicología Social respecto a las disciplinas psicosociales aplicadas, puede
observarse, en términos generales, un proceso de retroalimentación por el cual estas
disciplinas adoptan elementos conceptuales, teóricos o metodológicos procedentes
del corpus de la Psicología Social y, a su vez, sus propios desarrollo están incidiendo
en ampliar y enriquecer este corpus genérico (referido a los procesos psicosociales
básicos). En consecuencia, los límites que para un número importante de autores
(aunque con diversas interpretaciones) han marcado la distinción entre Psicología
Social Básica y Psicología Social Aplicada tienden, desde esta perspectiva, a
difuminarse cada vez más (Torregrosa, 1996).

44
Psicología Social
es entendida por Psicología Social Aplicada
es algunos autores

disciplina
científica
que
cuando mejora de la calidad
tiene perspectiva particular
tiene de vida
(visión psicosocial)
objeto de
ámbitos o esferas de la
estudio aplicada a
al vida de las personas
es
su desarrollo definido como
análisis o
repercute en como con un objetivo
la interacción estudio
social
de ...
entendida fenómenos
entorno org. salud educ. ocio
humanos ...
propia
modalidad de
de
relación complementaria(s) se se se se se
denomina denomina denomina denomina denomina
otros enfoques
disciplinares psic. psic. de p.soc. p.soc. p.soc.
ambient org. salud educ. ocio.
.
le confiere(n)

Esquemas PSA, Dpto. de Psicología Social, Universitat de Barcelona.


son consideradas
carácter
interdisciplinar conexiones
con disciplinas
entre ellas

Figura 2.4. Mapa conceptual de la Psicología Social Aplicada. Fuente: Valera (1995). Gráficos y

45
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

2.4.2. A modo de conclusiones


Así, la Psicología Social ofrece una perspectiva de análisis única y fundamental
para el estudio y comprensión del comportamiento humano y sus productos que se
complementa con las perspectivas aportadas por las otras ciencias humanas y
sociales. Desde la óptica de la Psicología Social Aplicada podemos pues considerar
que existen un conjunto de fenómenos, situaciones y ámbitos de actividad humanos
que afectan al desarrollo y a la cotidianeidad de grandes (o no tan grandes) grupos
de personas y a los que la Psicología Social se acerca -unas veces como pionera,
otras como recién llegada- para ofrecer una perspectiva de análisis específica,
contribuyendo a la potenciación y optimización de aquellos fenómenos, situaciones o
ámbitos adecuados para el desarrollo positivo y ofreciendo elementos para la
elaboración de soluciones en aquéllos que puedan generar problemas o
disfunciones, considerando siempre que la calificación de positivo o negativo remite
a juicios de valor propios del contexto donde se dan estos elementos. La Psicología
Social Aplicada entendida como aplicación de la perspectiva psicosocial a las
situaciones reales es, así, un primer elemento a tomar en consideración.
La Psicología Social Aplicada entendida como perspectiva conlleva también la
consideración de la interdisciplinariedad como una característica intrínseca a sus
propósitos. En este sentido, es necesario distinguir entre el trabajo multidisciplinar y
el interdisciplinar. El primero se caracteriza por la concatenación de discursos
particulares, desde diferentes ámbitos, acerca de un objeto de estudio o intervención,
manteniéndose tanto las jerarquías gremiales como las situaciones de poder
implícitas en ellas. Por el contrario, el segundo trata de elaborar un discurso único
integrando las distintas perspectivas disciplinares, con una definición de roles,
competencias y responsabilidades en función no de factores externos al objeto de
análisis sino de sus particulares características y del tipo de intervención que
pretende generarse. Desgraciadamente, en la actualidad prima más la
multidisciplinariedad que la interdisciplinariedad y este es un segundo punto que
debería llevarnos a una reflexión.
El tercer punto que, brevemente, quisiéramos tratar aquí se relaciona con la
propia definición del psicólogo social desde la perspectiva aplicada. Desde nuestra
perspectiva, el psicólogo social que asuma esta concepción que estamos esbozando
en su trabajo profesional ha de reunir las siguientes características o cualidades -o,
al menos, considerarlas como objetivos a alcanzar o aspectos a potenciar:
o Sólida base teórica y conceptual, por lo que se refiere particularmente a la
Psicología Social, pero también conocimientos en otras áreas de las
ciencias humanas y sociales, así como flexibilidad para utilizar y adaptar
los esquemas teóricos al contexto particular de investigación. No estamos
abogando aquí por una simple transposición-combinación de conocimiento
psicosocial al campo aplicado, al estilo de Varela (1971, 1977), sino por
una verdadera adecuación de los aspectos teóricos al objeto. Así, “en
primer término, debemos señalar que cualquier aplicación de la Psicología
Social en el ámbito profesional tiene que estar sustentada por un
componente fundamental de formación teórica.” (Correa y Zaiter, 1996,
p. 515).
Ello no implica, sin embargo, que para cada situación o problema a tratar
exista aquella teoría o aquel modelo que sea el único adecuado para su

46
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

abordaje. Si en otros momentos hablábamos de la inconmesurabilidad a la


hora de plantear comparaciones paradigmáticas, esto puede ser aquí
también asumido. En cualquier caso, parece conveniente asumir las
consecuencias del modelo teórico adoptado y evitar que este no sirva a
finalidades justificacionistas para un modelo de intervención preconcebido
de antemano, como a veces se le ha criticado a la Tecnología Social.
o Sólida base metodológica y vasto conocimiento de las técnicas, tanto de
recogida, como de análisis de la información, así como capacidad para
combinar diferentes estrategias metodológicas en función de los
requerimientos específicos de la situación. Tres son las ideas que se
desprenden de este punto. En primer lugar, resulta fundamental adecuar
la metodología y las técnicas al objeto de análisis o estudio y no al revés
(Ibáñez, 1990) para no caer en investigaciones in vacuum. En segundo
lugar, el énfasis en la investigación aplicada no implica obviar o ignorar la
investigación tradicionalmente considerada como básica. Lo que implica
es que ambas deben ser contempladas como complementarias y a un
mismo nivel, siempre considerando que la segunda ha de ser sensible a la
relevancia (tanto teórica como social) de sus planteamientos y
conclusiones. En tercer lugar, cabe considerar que los fenómenos sociales
son extremadamente complejos, con una multiplicidad tanto de elementos
(o variables) como de relaciones entre ellos (Levy-Leboyer, 1986). Por ello,
es necesario considerar la utilización conjunta de distintos tipos de
metodologías y técnicas ya que cada una aporta una perspectiva o
enfoque del fenómeno distinta, combinada con un adecuado conocimiento
de los niveles de análisis y descripción que cada una de ellas implica.
o Conocimiento y sensibilidad hacia el contexto concreto sobre el que se
investigará-intervendrá, con especial atención a los aspectos sociales,
históricos, estructurales, político-ideológicos y psicosociales. Este punto se
deriva de lo expuesto en el anterior y, en este sentido, la propuesta del
contextualismo resulta útil para plantear investigaciones que aporten
conocimiento social relevante. Tal conocimiento sólo puede realizarse
adecuadamente a través de un contacto directo y continuado (implicación)
con el medio, sus características y condicionantes, aunque el psicólogo
social ha de ser conciente de los posibles efectos y distorsiones que
puede provocar tal estrategia. Sin embargo, ésta resulta especialmente
importante ya que afecta al planteamiento de estrategias metodológicas y
técnicas y, sobre todo, al análisis e interpretación de los datos obtenidos y
a las posibilidades y modalidades de intervención.
o Capacidad para establecer la adecuada conexión entre investigación e
intervención. Como hemos visto anteriormente, desde la Action-Research
de Lewin hasta los modelos de Fisher, Cialdini o Mayo y La France, el
objetivo básico ha sido el establecimiento de canales adecuados para
conectar la obtención de conocimiento psicosocial con los modos y
estrategias de Intervención Social (Peiró, 1994). En este sentido, y
contraviniendo la perspectiva tecnológica, consideramos que el psicólogo
social tiene la necesidad y la capacidad para investigar el fenómeno objeto
de su estudio/intervención y que el conocimiento obtenido en tal proceso
ha de ser guía útil para el establecimiento de estrategias interventivas.
o Capacidad para reconocer y asumir el propio bagaje personal, ético,
moral, político e ideológico en el desarrollo de la tarea profesional de
psicólogo social. Junto a ello, Gale y Chapman (1984) enfatizan la
consideración de las dimensiones sociales, éticas o ideológicas del cliente.

47
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Si además adoptamos una perspectiva contextualista nos encontramos


con que los protagonistas de la relación triádica psicólogo-cliente-
población se mueven en un entramado de escalas de valores no siempre
coincidentes y no siempre concientes. Esto plantea, indudablemente, una
dimensión ética de la intervención y el quehacer profesional del psicólogo
social de la que trataremos en los últimos párrafos de este apartado.
o Capacidad y actitud predispuesta hacia el trabajo interdisciplinar, que no
multidisciplinar. Anteriormente ya he incidido sobre este punto. Aquí sólo
destacar la precaución sobre la que nos alertan Gale y Chapman (1984)
acerca de que algunos grupos profesionales competirán con el psicólogo
de cara a conseguir una influencia social. En definitiva, la adopción de una
perspectiva interdisciplinar, siendo un elemento fundamental, no resulta
una tarea sencilla. En cualquier caso, hay que evitar caer en el peligro que
comenta Horowitz:
“una ciencia social interdisciplinar no equivale a una combinación provinciana de jergas
sociológicas, antropológicas y psicológicas.” (cit. en Jiménez Burillo, 1985).

Por último, como apuntábamos anteriormente, es necesario referirse a la


dimensión valorativa, ética y moral que envuelve actualmente el quehacer de la
Psicología Social Aplicada. Esta dimensión aparece tanto en la misma pretensión de
la materia como aplicación del conocimiento psicosocial como en la asunción de las
responsabilidades que, creemos, deben exigirse al psicólogo social en la actualidad.
Así, compartimos la opinión de Torregrosa cuando afirma:
“El hecho mismo que se plantee el problema de las aplicaciones, de cómo poner en uso y
hacer útiles sus enunciados empírico-analíticos, es ya, de suyo, una opción valorativa,
axiológica, al asumir que los relatos que cabe deducir de esos enunciados son más válidos,
plausibles, probables o verdaderos, que aquellos que generan o pueden generar los actores
cuyos comportamientos se trata de describir y analizar para actuar sobre ellos; y al asumir
igualmente que las consecuencias de dicha actuación son, en algún sentido, buenas para
ellos.” (Torregrosa, 1996, p. 54).

Efectivamente, partiendo de la base de que toda actuación-intervención pretende,


en último término, promover un cambio, una modificación en la dinámica social o en
los comportamientos y productos de sus miembros, es imprescindible plantear de
antemano cuál será la direccionalidad de este cambio, quién traza sus vectores y con
qué finalidades explícitas o implícitas se promueve. En este sentido, el psicólogo
social se ve envuelto en constantes disyuntivas, cuando no contradicciones. Por una
parte, entre sus competencias no está el tomar este tipo de decisiones, siendo su
labor la de facilitar elementos o criterios para que éstas puedan ser tomadas con
conciencia de sus implicaciones y consecuencias por el cliente, que generalmente
formará parte de instancias políticas (en un sentido amplio del término). En este
sentido, no siempre podrá percibir la toma de decisiones como un hecho congruente
con las necesidades, problemas o preocupaciones expresadas por la población
objeto de la intervención, siendo en cualquier caso su posición profesional y el rol
asumido ante el cliente lo que establecerá las reglas del juego en cuanto a sus
atribuciones y competencias.
Por otra parte, como ya hemos comentado anteriormente, el psicólogo social que
se sitúa ante la aplicación no está exento de analizar la situación que se le plantea
obviando su bagaje personal, social o cultural, tanto en el plano teórico-metodológico

48
La naturaleza conceptual y epistémica de la Psicología Social Aplicada

como en el ideológico, político, moral o ético. La bata blanca -utilizada aquí como
metáfora de la objetividad, imparcialidad y asepticismo del psicólogo social frente a
una situación o problema social- debe quedar ya completamente arrinconada del
armario donde guarda el utillaje el psicólogo social aplicado. Esto, sin embargo, no
es incompatible con el rigor -o, si se prefiere, cientificidad- con la que debe
desarrollarse el trabajo profesional. Es más, la clave no está en obviar o minimizar la
idea de que el psicólogo social está inmerso en su propio objeto de intervención, de
que se encuentra en una encrucijada de relaciones de poder, de que las realidades
sociales son distintas según el contexto en que se ubiquen o de que el utillaje
teórico-conceptual y metodológico del que dispone ha de ser suficientemente
sensible y flexible a esas contingencias. La clave reside en concebir estos elementos
no como condicionantes restrictores de la tarea sino como elementos constituyentes
de ella, y, por tanto, igualmente estudiables y analizables desde los propios
parámetros de la Psicología Social. El rigor por tanto no reside en el asepticismo y la
neutralidad sino en reconocer que estos elementos marcan, sin lugar a dudas, el
resultado final.

49
Capítulo 3

Intervención Psicosocial
Durante el primer congreso oficial de psicólogos del Estado Español, celebrado
en 1984, se constató que los acercamientos que relacionaban problemas sociales
con variables psicológicas ofrecían posibilidades a las intervenciones psicológicas
que estaban ausentes en otros acercamientos más tradicionales. Este
convencimiento ha favorecido que desde entonces se haya desarrollado un volumen
importante de trabajos que, bajo el rótulo de Intervención Social y/o psicosocial, han
contribuido a definir un rol profesional claramente identificado en la actualidad
(Colegio Oficial de Psicólogos, 1998). Entre los hitos institucionales que demuestran
el auge de este perfil debemos destacar la existencia de una revista especializada
como es Intervención Psicosocial, las contribuciones de mesas dedicadas a estas
intervenciones en casi todos los congresos y reuniones científicas relacionadas con
la Psicología Social o con la actividad profesional y la presencia de asignaturas con
este mismo rótulo en numerosos planes de estudio de Psicología. Asimismo, es
destacable la publicación de un cierto número de monografías sobre aspectos
relevantes de la Intervención Psicosocial en el ámbito comunitario y en el de los
servicios sociales (Barriga, León y Martínez, 1987; Musitu, Berjano, Gracia y
Bueno, 1993; San Juan, 1996; López Cabanas y Chacón, 1997).
En la primera parte de este capítulo presentamos la conceptualización del término
Intervención Psicosocial. En la segunda parte se trata la relación profesional entre los
distintos roles sociales implicados en un proceso interventivo de esta naturaleza,
para terminar esta sección con una referencia a los aspectos éticos de la
intervención. En la tercera parte del capítulo se exponen los principales ámbitos en
los que tiene lugar la Intervención Psicosocial y la cuarta parte se ocupa de la
importancia de la evaluación en todo el proceso.

3.1. Concepto de Intervención Psicosocial


Para situar la idea de Intervención Psicosocial presentaremos un examen de los
problemas que tiene la definición de este concepto y delimitaremos el término
Intervención Psicosocial, recurriendo tanto a la definición conceptual como a la
imagen que tienen distintos colectivos. Posteriormente presentaremos un análisis de
las funciones y las fases en que se desarrolla la Intervención Psicosocial.

51
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

3.1.1. Definición
El vocablo intervención etimológicamente proviene del latín intervenire, que
significa actuar con el fin de influir, tomar parte en un asunto, mediar entre personas.
Los diccionarios y enciclopedias asocian el término intervenir a vocablos como
inducir, mediar, interponerse o ayudar. Por lo tanto, intervenir implica una situación
de partida que alguien desea cambiar, una acción planificada y un experto conocedor
de procedimientos para lograr dicho cambio. En esta misma línea, intervención
psicológica hace referencia a un proceso que supone implicación, mediación,
influencia y cambio (Peiró, 1994).
En el ámbito de la Psicología encontramos que resulta habitual considerar la
intervención educativa o clínica como ámbitos propios de la Psicología Educativa o
de la Psicología Clínica. Sin embargo, cuando nos situamos en el contexto disciplinar
de la Psicología Social encontramos términos como Intervención Social, Comunitaria
o Psicosocial para referirnos a la intervención que se vincula a la praxis psicosocial.
Debido a la interrelación entre los distintos acercamientos interventivos y a la
borrosidad de los límites entre ellos, resulta necesario precisar a que nos vamos a
referir al hablar de la Intervención Psicosocial.
Para ello es necesario comenzar precisando que Intervención Social es aquella
que se relaciona con algún tipo de cambio socioestructural, promovido desde la
acción social, con el propósito de generar mejoras en las condiciones y calidad de
vida de las personas, cuya unidad de intervención se define desde un nivel social
(grupos, comunidades, etc.). Por lo tanto, debemos plantearnos la relación entre
Intervención Social y Psicosocial, en términos del papel que desempeñan los
procesos psicosociales (Sánchez Vidal, 1990). En este sentido se podría identificar
como psicosocial a aquellas intervenciones centradas en procesos psicológicos que
suponen relaciones, interacciones, influencias y comunicaciones interpersonales y
grupales.
Un primer acercamiento a esta cuestión nos lleva a señalar que la Intervención
Social incluye la Intervención Psicosocial cuando busca cambios socioestructurales
que promueven cambios en los procesos psicosociales, que a su vez contribuyen al
incremento de la calidad de vida, a la resolución de problemas sociales, etc.; o bien a
través del cambio social se intenta solucionar problemas sociales que generan
bienestar psicológico, salud mental, etc. Es decir, se situaría la Intervención
Psicosocial entre el nivel social y el puramente psicológico ya que todos los procesos
implicados se considerarían producto de las condiciones socioestructurales.
Estaríamos ante un modelo de intervención fundamentado en una visión de arriba
hacia abajo en la comprensión de los fenómenos psicosociales.
Un segundo acercamiento a la relación entre Intervención Social e Intervención
Psicosocial nos lleva a considerar la posibilidad de situar en el primer momento de la
secuencia causal a los procesos de interacción psicosocial. Desde esta perspectiva
definiríamos la Intervención Psicosocial como un proceso cuyo propósito es inducir
cambios en ámbitos de interacción social, mediante actuaciones orientadas a influir
sobre procesos psicosociales o viceversa. Desde esta perspectiva dejaríamos de
considerar la Intervención Psicosocial como un componente de la Intervención Social
puesto que podrían generarse cambios en la estructura social pero no constituirían
un objetivo primario de la Intervención Psicosocial.

52
Intervención Psicosocial

En ambos casos podemos observar que una característica definitoria de la


Intervención Psicosocial es su naturaleza finalista. Es decir, se realiza con la
intención de lograr un fin determinado. Por lo tanto, en su definición debe incluirse
tanto la referencia a su objeto de estudio como a los objetivos que se persiguen. Por
ello, es necesario señalar que la selección de los objetivos disciplinares está cargada
de valor y deben ser interpretados en función del contexto sociocultural.
Los objetivos de la Intervención Psicosocial pueden considerarse atendiendo a
dos grupos o categorías. Por un lado los objetivos generales de la Intervención
Psicosocial como disciplina y por otro, los objetivos relativos a la Intervención
Psicosocial como técnica. Respecto al acercamiento técnico, los objetivos
planteados en las Intervención Psicosocial se orientan a reducir o prevenir
situaciones de riesgo social y personal y contribuir al desarrollo de acciones cuya
intención es la solución de problemas concretos que afectan a individuos, grupos y
comunidades. Entre los objetivos conceptuales, la Intervención Psicosocial pretende
incrementar el corpus teórico de la Psicología Social y esclarecer sucesos y
procesos sociales. Por lo tanto, no debe limitarse la definición de la intervención a
una dimensión meramente aplicada. Como disciplina promueve también la
ampliación del conocimiento científico sobre el objeto/sujeto de la intervención y
sobre los objetivos planteados (Peiró, 1994).
Además del acercamiento conceptual, podemos definir la Intervención
Psicosocial atendiendo a los elementos que la diferencian de otras formas de
intervención. En este aspecto, Barriga (1987) caracteriza la Intervención Psicosocial
a partir de seis propiedades que se derivan de su naturaleza sistémica, la orientación
hacia el cambio y el carácter participativo.
o Mediación del interventor entre dos elementos o sistemas, el del cliente y
el del medio (comunidad, organización, grupo, …).
o Participación activa del sistema-cliente en la interacción. El individuo o
grupo aparecen como agentes de su propio cambio.
o Importancia del contexto como sistema en el que tiene lugar la interacción
y la intervención.
o Implicación personal del interventor psicosocial, en términos de ideología
profesional respecto al cambio.
o Concepción democrática de las relaciones sociales y humanas.
o Énfasis en las posibilidades de los seres humanos para orientar y
optimizar su propio destino.
Por lo tanto, definimos la Intervención Psicosocial como el estudio de las
intervenciones centradas en procesos psicosociales, capaces de generar cambios
en la interacción social con el propósito de incrementar nuestro conocimiento sobre
dichas interacciones y nuestra capacidad de modificarlas, para contribuir a la
solución de los problemas sociales y promover un incremento del bienestar tanto
individual como colectivo.

3.1.2. Definición figurativa


La Intervención Psicosocial no presenta un único perfil posible. Por el contrario,
desde su misma génesis descansan en el seno de la disciplina propuestas de trabajo
diversas, complementarias unas y contrapuestas otras, elaboradas atendiendo a
53
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

planteamientos teóricos y metodológicos en los que los intereses, necesidades y


demandas de los investigadores ocupan un lugar central. La Intervención
Psicosocial, su definición y ámbitos de trabajo se muestra, en definitiva, en un
proceso de cambio constante, atendiendo a un esfuerzo investigador y académico
que se ha adaptado al paso del tiempo y de las sensibilidades sociales. Sin embargo,
es posible considerar que se mantienen vigentes las líneas señaladas por
Ibáñez (1992), quien constata el incremento en el tratamiento de los aspectos
aplicados y el énfasis en la demostración de pertinencia social que poseen los
resultados de la investigación psicosocial.
La imagen social de la Psicología ha sido analizada empíricamente en algunos
trabajos nacionales y de otros países. Por ejemplo, Berenguer (1994) realizó un
estudio mediante encuesta a una muestra representativa de la población sobre la
imagen profesional de la Psicología en el Estado Español. En este trabajo se
muestra que los profesionales de la Psicología más conocidos por la sociedad en
general son los clínicos y los educativos, representando entre los dos el 68 % del
total. A continuación, aparecen psicólogos organizacionales y de servicios sociales,
aunque éstos sólo representan el 12% y el 9% respectivamente. Entre aquellos que
han tenido una relación profesional con uno de estos especialistas (el 20 % de la
población, según este estudio), el grado de satisfacción alcanzado adquiere valores
muy elevados, así como la valoración de las características personales,
especialmente el lenguaje empleado, el nivel cultural y la imagen y presencia física.
En cuanto al estatus asignado a la profesión en comparación con otras profesiones
relacionadas, el psicólogo obtiene una clasificación intermedia, por debajo del
médico y el economista y por encima del asistente social o el pedagogo.
En general, la opinión que posee la población sobre la Psicología es buena, si
bien ésta desciende al aumentar la edad, el estatus, la formación y la categoría
profesional, lo que parece reflejar una menor aceptación de la Psicología en las
capas sociales elevadas. Por otra parte, aparece sistemáticamente la creencia sobre
la baja cientificidad de la Psicología, y su relación con el ocultismo. Precisamente,
aquellos que tienen una imagen más positiva de la Psicología son también los que
están a favor de las llamadas ciencias ocultas, y cerca del 40 % de la población cree
que un profesional de la Psicología necesita tener conocimientos de parapsicología y
grafología. En este sentido, el panorama que se nos ofrece no es muy alentador. A
pesar de que la imagen que posee la sociedad sobre la Psicología es bastante
positiva, se continúa relacionando con actividades poco respetables científicamente.
Este aspecto queda bastante alejado del que se trata de ofrecer desde los
organismos académicos, centrados en demostrar la rigurosidad y cientificidad de la
disciplina. Asimismo, para la formación ideal del psicólogo se da más peso a las
cualidades humanas que a la formación técnica. Ser comprensivo, atento, etc. se
considera más importante que tener una buena preparación.
En cuanto a los alumnos recién ingresados en la Facultad, sus expectativas son
muy similares a las de la población general. Así, en un trabajo de Bayés (1978),
realizado con estudiantes de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona
entre los años 1967 y 1977, se analizó, entre otros datos las preferencias relativas de
los estudiantes por distintas áreas profesionales. Los resultados indicaron que las
áreas preferidas fueron la psicopatología y la Psicología Infantil, mientras que las que

54
Intervención Psicosocial

registraron más rechazos fueron Psicología Industrial, Psicología Animal y


Metodología.
Resultados análogos han sido encontrados en otros trabajos posteriores, por
ejemplo el de Estaun, Saiz Roca y Saiz Roca (1990), llevado a cabo en la
Universidad Autónoma de Barcelona durante los cursos 1988-89 y 1989-90 con los
estudiantes de primer curso de Psicología y de Ciencias de la Educación. En este
estudio se muestra cómo las expectativas de los estudiantes se centran en una
Psicología Aplicada, enfocada fundamentalmente en la perspectiva psicoanalítica, y
sus intereses se dirigen hacia la terapia y el psicodiagnóstico. El objetivo de la
Psicología sería el de conocer los mecanismos de potenciación del propio individuo,
su desarrollo y evolución. Por otra parte, el estatus científico de la Psicología es
ampliamente reconocido, pero como perteneciente a las ciencias humanas.
Respecto a la Universidad de La Laguna, Bethencourt y Báez (1991) al estudiar
las preferencias de los estudiantes de Psicología en el momento de elegir un
practicum de especialización, observaron que de un total de 397 alumnos de 5º,
entre los cursos 1983-84 y 1987-88, el 38.8 % elige Psicología clínica, el 27, 5 %
educativa, el 23 % laboral y el 11, 3 % experimental. Estos resultados coinciden en
términos relativos con otros trabajos y entre las razones que manifiestan los
estudiantes para su elección destacan la orientación profesional frente al interés por
la investigación. También, según los datos presentados por Díaz y Quintanilla (1992)
tan solo el 6, 3 % de los psicólogos trabaja en actividades docentes e investigadoras,
lo que nos muestra el escaso porcentaje que se inclina hacia esta salida profesional.
El 93, 7 % restante trabaja en campos aplicados, repartidos de la siguiente forma: el
38, 5 % en educativa, el 29, 9 % en clínica, el 16, 3 % en organizacional, el 9, 2 % en
servicios sociales y por último, el grupo menor (4, 8 %) en seguridad vial.
En cuanto a la visión de la disciplina por parte de los propios psicólogos, se ha
puesto reiteradamente de manifiesto el desencanto de los profesionales tanto por los
desarrollos teóricos como aplicados (que no por la aplicabilidad del conocimiento
psicosocial) como por la esencia misma de dicha distinción (teoría-práctica). Este
desencanto, al margen del asociado a la denominada crisis de la Psicología Social
tratada en la primera parte, se pone de manifiesto tanto en investigaciones mediante
cuestionarios a profesionales (Furnham, 1994) como en las distintas reuniones
científicas, en los libros y revistas y transciende a nuestros alumnos.

3.1.3. Las funciones y fases de la Intervención Psicosocial


Caracterizar que es la Intervención Psicosocial atendiendo a sus desempeños
profesionales contribuye a una mejor conceptualización de la disciplina. Aunque en
general se opta por desarrollar un listado lo más detallado posible de actividades
desde las que se intenta fijar las funciones que debe cumplir un profesional de la
Intervención Psicosocial, resulta imposible delimitar exhaustiva y totalmente los
desempeños del rol profesional en la Intervención Psicosocial. Sin embargo,
siguiendo a Sánchez Vidal (1996) y a Barriga (1996), podemos acotar este rol en
torno a cuatro funciones interventivas, sin ánimo de concluir el tema, sino de
ejemplificarlo.
o Análisis del sistema social como evaluación de los problemas sociales
y del contexto. Para la mayor parte de la Psicología la principal causa

55
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

de los problemas está en las personas (factores o variables de


naturaleza individual). Desde la Intervención Psicosocial se conjugan
factores psicológicos y sociales, considerando al contexto como
elemento responsable de dónde se va a realizar la intervención. Hay
que evaluar los problemas sociales en el contexto en el que se
encuentran y esta evaluación se debe realizar con los procedimientos
psicosociales adecuados. Esto constituye una herramienta
diferenciadora con respecto a otros profesionales que trabajan en la
comunidad.
o Diseño, ejecución, supervisión. En intervención, el contexto donde se
interviene es fundamental, y el diseño con detenimiento de los
programas adquiere una gran importancia. Por ello, el interventor
psicosocial debe ocuparse de la dinamización y movilización para el
desarrollo de la intervención.
La consultoría y los aspectos educativos también adquieren una especial
relevancia para la Intervención Psicosocial. En este sentido, la consultoría y la
educación deberían tener algunos matices, en términos de desempeños del rol, ya
que el recurso humano es el principal recurso para un psicólogo.

El interventor psicosocial debe facilitar los procesos de desarrollo social y crear


espacios y ámbitos que potencien dicho desarrollo en relación al bienestar y la
calidad de vida personal y colectiva. Asimismo, debe intervenir en los procesos de
negociación y manejo de conflictos. La consultoría debe estar orientada hacia
procesos que afectan a personas que viven en la comunidad. Lo que se pretende es
que no se caiga, en términos de rol, en la consultoría clínica que trata casos únicos o
individualizados. Desde esta consideración la educación comunitaria es
especialmente relevante en cuanto se refiere a la reorientación de procesos de
socialización hacia las posibilidades de cambio.
o Diseminación de la intervención La diseminación de los resultados se
entiende como un mecanismo de retroalimentación, es decir, es
fundamental que los resultados de esa intervención se difundan entre
las personas relacionadas con la intervención, así como entre los
profesionales. Para ello el psicólogo debe contar con estrategias de
comunicación, para lograr transmitir la información de la forma más
eficaz.
o Evaluación de la intervención. Una sociedad conciente de la
necesidad de hacer frente a una cantidad de demandas sociales cada
vez mayor, con unos recursos que no crecen en la misma proporción,
tiene que atender a algún criterio que le permita distribuir
racionalmente estos últimos. Así, junto la capacidad de incrementar la
calidad y cantidad de los medios a su disposición, ha de evaluar
paralelamente si el uso que se está haciendo de los recursos
disponibles es el adecuado y en qué medida se logran los objetivos
propuestos inicialmente. Desde esta perspectiva, la evaluación de
resultados es una estrategia eficaz para el diagnóstico del éxito de un
programa y para profundizar en los fundamentos teóricos, en la
adecuación de los instrumentos y en la naturaleza de las prácticas
profesionales (Martín y Hernández, 1999).
La Intervención Psicosocial transitaría a lo largo de fases o momentos
relacionados entre sí por procesos de retroalimentación. Tal como muestra el

56
Intervención Psicosocial

esquema de la Figura 3.1. la Intervención Psicosocial englobaría tres fases: una


evaluación inicial previa a cualquier actuación programática, una segunda de diseño
e implantación de programas de intervención y una tercera de evaluación/valoración
de la intervención que, a su vez, puede convertirse en una nueva evaluación inicial
para nuevos programas en función de las conclusiones acerca de la consecución o
no de los objetivos propuestos, efectos indeseados acaecidos o replanteamiento de
las bases interventivas. Mientras que la primera y la tercera fase son de carácter
claramente investigativo, la segunda obedece a criterios de actuación. Cada una de
estas fases puede considerarse como independiente dentro del proceso general de
planificación de la intervención. Por ello, cada una está sujeta a una valoración
propia en relación a sus objetivos particulares, sus fundamentos teórico-
conceptuales o su esquema metodológico.

Asimismo se ha señalado con el símbolo  los tres momentos en los que el


cliente interviene en la toma de decisiones acerca de la intervención: en el momento
de plantearla, en la elección de prioridades sociales y actuaciones concretas y en la
facilitación de recursos y medios para realizar su valoración.
La primera fase, de evaluación inicial, consiste en una investigación psicosocial
con un triple objetivo: a) describir la población objeto de la intervención y el ámbito en
el que está inmersa, b) detectar y analizar aquellos fenómenos psicosociales
susceptibles de conceptualizarse como problema o necesidad social, y c) evaluar las
necesidades y/o problemas sociales estableciendo una priorización de objetivos en
función del contexto donde se desarrollará la posible intervención. Esta fase se
asemejaría a la observación inicial que propone Cialdini (1980) o a la fase de
construcción de conocimiento, con sus adaptadores previos, de Mayo y La
France (1980). Una vez establecidos los objetivos y criterios de intervención, la
segunda fase corresponde al diseño e implementación de programas de intervención
que comprende una o varias actuaciones programáticas siguiendo criterios
equiparables al tercer elemento del esquema de Mayo y La France (1980). Por
último, la fase de valoración/evaluación final vuelve a desarrollarse en el ámbito de la
investigación psicosocial, con los mismos criterios teórico-metodológicos que la
primera fase pero con el objetivo fundamental de comprobar el grado de
consecución de los objetivos propuestos en la intervención y la detección de posibles
errores o efectos secundarios no deseables producidos en su transcurso y
susceptibles de ser corregidos a partir de nuevas intervenciones.
En definitiva, nos encontramos ante una serie de toma de decisiones, que
podemos describir en torno a tres características (Orasanu y Connolly, 1993;
Rolo, 1996), que tienen como elemento común el logro de determinadas metas de
interés social. Por un lado, la idea de un continuo de estrategias resulta apropiada
para describir el componente decisional de toda Intervención Psicosocial
(Endsley, 1997). Este continuo incluiría tanto estrategias arbitrarias, como analíticas y
holísticas, donde la utilización de una u otra estrategia tendría que ver con el tipo de
problema analizado y con la información disponible.
Una segunda características tiene que ver con la complejidad del proceso, puesto
que las decisiones se basan en condiciones dinámicas, muchas veces inciertas y
bajo presión temporal. Las decisiones se basan en bucles de acción y

57
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

retroalimentación evaluativa que constituye un verdadero proceso de acción-


investigación.


EVALUACIÓN INICIAL
DEFINICIÓN DEL ÁMBITO DE
INTERVENCIÓN

HERRAMIENTAS TEÓRICO-
CONCEPTUALES Y METODOLÓGICAS

IDENTIFICACIÓN DE PROBLEMAS Y/O


VALORACIÓN NECESIDADES SOCIALES

EVALUACIÓN DE PROBLEMAS Y/O


NECESIDADES SOCIALES

INFORME DE EVALUACIÓN


IMPLANTACIÓN DE PROGRAMAS
DE INTERVENCIÓN

OBJETIVOS

ESTRATEGIAS Y TÉCNICAS DE
INTERVENCIÓN
VALORACIÓN
RECURSOS PLANIFICACIÓN

ORGANIZACIÓN PROGRAMÁTICA
DE LA INTERVENCIÓN

CALENDARIO DE EJECUCIÓN


EVALUACIÓN FINAL/VALORACIÓN

VALORACIÓN DE LOS RESULTADOS OBTENIDOS


(EFICACIA)
DE LOS EFECTOS PRODUCIDOS
(CAMBIO SOCIAL)

Figura 3.1. El proceso de la Intervención Psicosocial. Fuente: Valera (1995), Gráficos y


Esquemas PSA, Dpto. de Psicología Social, Universitat de Barcelona.

58
Intervención Psicosocial

La tercera característica explicita la necesidad de entender la Intervención


Psicosocial como un proceso de negociación e influencia. A la complejidad definida
internamente hay que añadir la complejidad que supone el tratar con sistemas
abiertos. En el proceso de intervención concurren factores externos (metas
institucionales, políticas sociales, recursos de la organización. …) e intereses en
conflicto, asociados a la presencia de múltiples participantes, que modulan
sustantivamente la intervención.

3.2. Relación psicólogo, cliente, población


En el ámbito de la Intervención Psicosocial la relación profesional-cliente adopta
una perspectiva particular con respecto a otros ámbitos de la Psicología que le
confiere unas características específicas de las que se derivan no pocas ni triviales
consecuencias para el quehacer profesional.
Desde el modelo tradicional se establece una relación entre el binomio psicólogo
(clínico, educativo...) y la persona sobre la que se actúa (el cliente o paciente).
Veamos por ejemplo un esquema típico de la relación entre un psicólogo clínico y su
paciente en la figura 3.2:

PSICÓLOGO/A CLÍNICO CLIENTE = PACIENTE

PSICÓLOGO/A SOCIAL CLIENTE

POBLACIÓN
POBLACIÓN OBJETO DE LA
INTERVENCIÓN

Figura 3.2. Diferencias en las relaciones profesionales entre el psicólogo clínico y el


psicólogo social. Fuente: Pol (1992), Gráficos y Esquemas PSA, Departamento
de Psicología Social, Universitat de Barcelona.

59
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Se trata de una relación contractual, en la que el contrato obliga a las dos partes:
el profesional aborda el problema, toma decisiones y actúa sobre aquellos pacientes
que demandan ayuda para provocar cambios terapéuticos. El paciente se
compromete a seguir los criterios marcados por el profesional. En esta relación
diádica el cliente equivale al paciente.
Este modelo de funcionamiento se modifica cuando hablamos de Intervención
Psicosocial, ya que aunque el psicólogo permanece, cliente y paciente se diferencian
(Figura 3.2). La relación binomial pasa a ser multilateral, con tres componentes
diferenciados, a saber: cliente - paciente - psicólogo. El contrato aquí no se
establecería con el paciente (representado como la población), sino con el cliente
(representado en una institución, organización determinada con capacidad jurídica
para establecer esa relación). El cliente tendría poder sobre el paciente y sobre el
profesional, en el sentido de tener capacidad legal para establecer esa relación, al
margen de la opinión del paciente. El cliente, además de percibir la existencia de
problemas o necesidades, de ahí su actuación, es el encargado de orientar el
cambio, la intervención terapéutica, planteando hacia dónde quiere llegar y qué
orientación (política, ideológica...) se debe tomar.
El contrato que se establece sirve para intervenir sobre una población
determinada (paciente); esta población es la comunidad receptora primaria, pues la
actuación se dirige hacia ella, aunque puede haber beneficiarios indirectos, grupos
sociales que son receptores también, pero en menor medida. La población, a su vez,
puede contribuir activamente haciendo que se redefina el proyecto. También puede
ocurrir que el grupo social logre que el cliente se vea obligado a establecer el contrato,
orientando en mayor medida el contenido del cambio que se propone. Esta última
situación es especialmente característica de la intervención en Psicología Comunitaria
y en los casos en los que se producen movimientos sociales que demandan una
determinada acción social.
Por lo tanto, es necesario considerar quienes pueden ser los clientes, o quizás
mejor sería preguntarnos ¿de dónde provienen las demandas? En este sentido,
podemos hablar de tres categorías de solicitantes que coinciden, como no podía ser de
otra manera, con lo que interventores comunitarios como Marchioni (1999) definen
como los tres agentes de toda Intervención Psicosocial.
o Las instituciones/organizaciones. P.ej. servicios sociales, ONG's,
organismos privados/públicos que insertan a psicólogos dentro de la
organización. Estos organismos que contratan a los profesionales lo hacen
sobre la base de un conocimiento previo sobre cuál quieren que sea la
labor del profesional y lo que esperan que hagan. Los usuarios serían la
comunidad y los clientes la parte que contrata a los profesionales.
o La comunidad. La propia comunidad en la que se realiza la intervención
tiene expectativas sobre lo que quieren hacer y cómo lo quieren hacer, y
demanda para ello una serie de intervenciones.
o Los propios profesionales. Estas demandas surgen del hecho mismo de
ser unos determinados profesionales (psicólogos), considerados como
agentes de cambio.

60
Intervención Psicosocial

3.2.1. Tipos de relaciones que se establecen entre el cliente, la


población y el profesional
La mayor o menor conjunción, sintonía o adecuación de objetivos y propuestas
entre los componentes de esta relación triádica profesional – cliente – población,
dependerá, en gran medida, de la definición de roles y de las modalidades de
relación entre el psicólogo social y su cliente en las diferentes fases de la
intervención, y entre el psicólogo y la unidad psicosocial objeto de intervención. La
naturaleza de estas relaciones entre profesional y cliente han dado lugar a diversas
categorizaciones, que pueden resumirse en cuatro estilos de relación; relación de
colaboración mutua, relación ingenieril, relación de peritaje y de promotor
(Clark, 1972; Hornstein, 1975; Quijano 1987 y 1993). No obstante, los desempeños
de los distintos tipos de relación se intercambian, de forma que durante un mismo
programa en ocasiones la relación pasa por ser de colaboración y en otras adquiere
naturaleza bien distinta.
En la relación de colaboración mutua tiene lugar un esfuerzo conjunto y una
influencia recíproca en la determinación de objetivos y en las oportunidades para
influirse (Clark, 1972, p. 79) Debido a una ausencia de definición clara del problema,
o a una ausencia de los recursos adecuados, o por el simple respeto a la profesión,
el cliente, que tiene responsabilidad sobre ese ámbito, demanda los servicios del
profesional para la orientación del cambio y el uso de las estrategias más eficaces.
Este tipo de relación no es muy frecuente, ocurriendo además que, una vez
descubiertas las potencialidades de la comunidad, el cliente lleva a cabo una reo-
rientación del cambio.
La relación ingenieril en cambio, se caracteriza por la fijación unilateral de
objetivos por parte del cliente. Es él quien fija los términos en que se va a realizar la
investigación o intervención sin que el psicólogo social pueda hacer otra cosa que
aceptarlos o rechazarlos, pero no negociarlos. Aquí, el cliente, después de haber
definido los objetivos, busca a los mejores profesionales para lograr esos objetivos.
Serían los profesionales, pues, los encargados de ejecutar la intervención. Esta
relación es la que con mayor frecuencia se da, sobre todo cuando el cliente tiene una
mayor experiencia.
En la relación de perito, el psicólogo social, basado en la autoridad que se le
reconoce en su calidad de experto, intenta crear en el cliente un compromiso de
cambio, llevando la iniciativa y proponiendo acciones al cliente. En este caso es el
profesional el que más influencia tiene, pues es quien influye sobre el cliente sin que
haya promovido esa relación. El profesional propone la definición de los objetivos, las
estrategias, y busca del cliente su conformidad. Aquí priman, sobre todo, unos
determinados recursos que hay que emplear.
En el rol de promotor o de abogado del cambio los profesionales intentan generar
un compromiso de cambio en el cliente pero, lejos del rol de perito, no existe aquí
acuerdo alguno entre psicólogo y cliente ya que el primero, convencido de que la
organización sobre la que se pretende intervenir no es capaz de cambiar desde su
interior, procura articular desde fuera la suficiente presión como para provocar el
cambio. En otras ocasiones se trata de buscar a un cliente que se comprometa en
esa intervención y que asuma los objetivos que plantea el profesional. Aquí no hay
una relación contractual previa, ni es el cliente el que busca al profesional; al
61
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

contrario, es el profesional el que busca al cliente para la financiación de esa


intervención, siendo el profesional el encargado de orientar el cambio.
Al margen de las descripciones de los estilos de relación que se puedan dar entre
los distintos grupos implicados en una Intervención Psicosocial y de la
intercambiabilidad de las mismas, es necesario también considerar que el estilo de
relación está sujeto al momento o etapa en que se encuentre un determinado
programa, de manera que podemos definir la relación profesional-cliente en las
diferentes fases de intervención. Así, durante la fase de definición cliente y
profesional deben llegar a un consenso sobre cuáles son los objetivos que se
quieren alcanzar con la intervención profesional. También hay que hacer conciente al
cliente de los posibles riesgos, efectos colaterales, no deseados y consecuencias
asociadas con una nueva técnica o intervención que está solicitando. Durante el
diagnóstico es necesario realizar la entrega de resultados de la investigación en sus
aspectos más relevantes, cuidar los desajustes en los lenguajes utilizados por cada
parte; conocimiento adecuado de la cultura y habilidades requeridas para traducir
diagnósticos y propuestas de intervención. durante la fase de implementación de la
intervención el profesional ha de ser conciente de la viabilidad y el grado de
resistencia que puede encontrar a la hora de desencadenar los procesos de
intervención planificados. La disposición del cliente para aceptar las propuestas de
intervención variará de forma importante en función del grado en que estos
resultados y propuestas encajen con sus expectativas previas y su interpretación de
la situación. Magnitud, amplitud y profundidad del cambio propuesto influirán en la
disponibilidad para la aceptación. Por último, en la fase de evaluación de la
intervención se deberá establecer un sistema de comunicación fluido respecto a las
diferencias en la perspectiva y criterios de evaluación.
Por último, debemos considerar la relación entre el psicólogo y la población objeto
de la intervención. En este sentido, entre los profesionales y la población en la que se
interviene (grupo, comunidad, …) también se establecen contenidos del rol
profesional, pero en este caso no obedece a una relación contractual sino a la
naturaleza de la relación profesional. De forma que se habla de tres estilos
relacionales: directivo, implicación mutua y el profesional como un recurso.
En la relación directiva el profesional contratado asume un rol de arriba a abajo,
es decir, que iría de la parte contratante a la comunidad receptora. El profesional es
quien va a definir los objetivos y el papel que va a tener la población, que, en este
caso, va a ser un mero paciente, sin ningún papel activo. En una relación de
implicación mutua el profesional intenta promover que la comunidad tenga un papel
similar al que tiene el cliente, es decir, intenta que la comunidad contribuya a la
definición de los objetivos y de las estrategias a emplear. También la comunidad in-
tenta que los objetivos sean definidos por ella. Cuanta mayor proximidad exista entre
el cliente y el receptor, mayor es la probabilidad de que la comunidad consiga un
papel activo, una mayor implicación en la intervención. Desde la orientación del
profesional como un recurso se promueve un estilo de relación en la que la
comunidad, conociendo la capacitación que tiene ese profesional, pretende lograr
que se siga la dirección propuesta por esa comunidad.

62
Intervención Psicosocial

3.2.2. Aspectos éticos


En la Intervención Psicosocial concurren la peculiar relación con el cliente que
acabamos de comentar y el hecho de estar actuando en relación con un dominio de
valor importante para las personas implicadas y para el conjunto de la sociedad; por
lo tanto, no es extrañar que la ética adquiera una especial significación y que haya
generado importantes debates. Además la variada naturaleza de los problemas que
afrontamos desde la intervención constituye otro elemento de complejidad que obliga
a adaptar las propuestas generales a dominios específicos (Sánchez Vidal y
Musitu, 1996).
Desde un punto de vista profesional, toda intervención es una acción
intencionada que se planifica e implanta para producir un cambio. Esto significa que
en todo programa de intervención comparecen elementos de carácter axiológico en
dos sentidos generales. Por un lado, puesto que se trata de propuestas de cambio,
suponen el rechazo de unos valores y una situación social y personal determinada, y
su sustitución por una nueva situación éticamente deseable. Por otro lado, el
carácter axiológico de toda intervención hace referencia a responsabilidades
profesionales que adquieren una especial significación en el ámbito psicosocial.
En el primer caso, la dimensión de valor, los debates se centran
fundamentalmente en torno a las posiciones que defienden que los criterios de
bondad permiten separar las intervenciones psicosociales de elementos valorativos,
afirmando que este tipo de acciones está libre de valores, frente a quienes defienden
la necesidad de reconocer la existencia de sistemas de valores en toda intervención.
Prácticamente esta cuestión se cristaliza en términos de gestión de valores y en la
consideración de la Intervención Psicosocial como una estrategia para la resolución
de conflictos entre sistemas de valores de los grupos implicados en los programas
sociales. Este debate conlleva el cuestionamiento de la neutralidad de las ciencias
sociales, especialmente cuando se abordan problemas relativos a la política social y
al bienestar. Específicamente estas cuestiones se han planteado respecto a cuándo
se debe intervenir o si es exigible la voluntariedad y participación de los sectores
implicados o alertando sobre el peligro que supone considerar que los criterios
profesionales permiten obviar la visión del cliente (Casas, 1996a; Barriga, 1996).
Respecto a la segunda perspectiva, la responsabilidad profesional, el énfasis se
ha puesto a su vez en dos aspectos relacionados entre sí: la naturaleza de la ética
profesional y las implicaciones éticas de la toma de decisiones profesionales. La
primera de estas cuestiones se plantea en términos de interrogantes respecto a ante
quién se es responsable (clientes, grupos vulnerables o de riesgo, criterios
deontológicos) o de qué se es responsable (Conill, 1996), En este sentido, se ha
señalado que los aspectos de los códigos éticos en la intervención profesional giran
en torno a once cuestiones fundamentales (Lippitt y Lippitt, 1986):
1. Responsabilidad
2. Competencia
3. Estándares morales y legales
4. Evitar ofrecer falsas imágenes de sus cualificaciones profesionales
5. Confidencialidad
6. Bienestar del cliente

63
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

7. Anuncio de los servicios


8. Relaciones intra e interprofesionales
9. Remuneración
10. Responsabilidad con la organización
11. Promoción y publicidad
Por otro lado, la referencia a las implicaciones éticas, significa asumir que la
priorización de objetivos, la elección de procedimientos, los estilos de intervención,
etc. implican la afirmación de unos valores frente a otros y que asimilar esta idea
aunque no garantiza un mejor desarrollo de la intervención sí parece una exigencia
profesional (Sánchez Vidal, 1996). Este aspecto, adquiere un especial significado al
elegir los criterios de evaluación de los programas. La idea de progreso que
acompaña a toda Intervención Psicosocial (Suárez, 1994; Suárez y Jorge, 1994), ya
sea como pauta para el propio desarrollo de la intervención, ya sea como objetivo al
que se dirige presupone en todo los campos y ámbitos aceptar algún tipo de juicio de
valor.

3.3. Ámbitos de Intervención Psicosocial


A lo largo de lo expuesto en este capítulo ha quedado definida la importancia que
para la Intervención Psicosocial tiene el contexto en el que se sitúa, del tal forma que
un elemento definitorio es el hecho de realizarla en niveles en los que está presente
la interacción social. Por ello, resulta pertinente clarificar los contextos como
dimensión de análisis e intervención.
Tradicionalmente se ha definido la Intervención Psicosocial en términos de
dominios o campos de aplicación de la Psicología Social, dando este acercamiento
como resultado una amplia gama de psicologías sociales aplicadas (educación,
salud, deporte, etc.). También es posible definirlo atendiendo a roles y lugares en los
que pueda desempeñarse la actividad profesional, como sucede en los Servicios
Sociales o en la Psicología de las Organizaciones.
Sin embargo, para avanzar en la caracterización de la Intervención Psicosocial
parece más conveniente definir los ámbitos de intervención atendiendo a los
sistemas en los que tiene lugar la interacción social. En este sentido los contextos de
Intervención Psicosocial tradicionalmente relevantes han sido el grupo y la
comunidad, mientras en los últimos años ha habido un notable desarrollo de
intervenciones psicosociales fundamentadas en la interacción de las personas con el
medio ambiente físico.

3.3.1. El grupo como escenario de Intervención Psicosocial


Los grupos sociales pueden ser definidos a partir de la idea de intercambio, a
partir de procesos de identificación, en función de procesos afectivos, pero en
cualquier caso es obvio que en ellos se produce un gran número de interacciones
sociales y que cumplen muchas funciones relevantes. Entre estas funciones destaca
la de constituir una fuente de apoyo necesario para afrontar las demandas
personales y sociales con posibilidades de éxito. Por ese motivo los grupos sociales
son a la vez el contexto en el que se producen las intervenciones psicosociales y un
instrumento para la intervención en ámbitos más extensos.

64
Intervención Psicosocial

El concepto de red social constituye la base del apoyo social, con el que a veces
se identifica, ya que en el primero se enfatiza la estructura organizativa y en el
segundo se resalta la perspectiva instrumental. Una red social se define como un
conjunto de personas, o grupos, entrelazadas por uno o varios tipos de relaciones
específicas que conforman una determinada estructura organizativa y
comunicacional que proporciona a los individuos ayuda, consejo y retroinformación.
El énfasis se sitúa en las relaciones entre miembros de la estructura y en la posición
que ocupan, quedando las características personales en un segundo plano
(Rodríguez Marín, 1995).
El concepto de apoyo social (Barrón, 1996; Rodríguez Marín, 1995) se centra en
la influencia de las relaciones sociales (familia, amigos, compañeros, …) sobre la
conducta humana, incorporando características personales (habilidades sociales,
competencias psicosociales), elementos estructurales (cantidad, densidad y
reciprocidad de las redes sociales), funcionales (naturaleza y dominio de los recursos
movilizados), contextuales (fuentes, finalidad, duración) y evaluativos (satisfacción,
disponibilidad percibida). La evaluación del apoyo social se realiza habitualmente
mediante registros objetivos y pruebas de papel y lápiz (cuestionarios
preferentemente), de forma que se incluyen indicadores de integración social
definida en términos de oportunidad de interacciones (estado civil, personas en el
hogar y en la vecindad, relaciones íntimas, ayudas recibidas en situaciones de crisis,
…) e indicadores de satisfacción y apoyo social percibido.
Las funciones que se asocian al apoyo social se pueden dividir en dos categorías,
que corresponden a dos modelos teóricos conceptualmente diferentes, aunque
complementarios, que suponen que el apoyo social se activa en contextos
psicosociales diferentes. En los modelos de efectos directos se entiende que el
apoyo social es un recurso disponible que actúa de forma prácticamente
permanente. Por lo tanto está básicamente orientado a garantizar el bienestar;
proporcionar información, modelos de identidad, influencia y autoestima, así como
recursos tangibles. En los modelos de efectos amortiguadores o protectores se
considera que el apoyo social se activa, o al menos es eficaz, cuando las demandas
de la situación realmente lo requieren. Por lo tanto el apoyo social está orientado a
servir de barrera frente al estrés, las amenazas a la salud, etc., constituyendo una
estrategia de afrontamiento ante problemas (Orford, 1992; Gracia, Herrero y
Musitu, 1995). Desde un punto de vista práctico, la movilización de recursos de
apoyo social se ha realizado a partir de los denominados grupos de apoyo y de los
grupos de autoayuda (Barrón, 1996).
Los grupos de apoyo se basan en la idea de que compartir experiencias
similares contribuyen a incrementar o mejorar la capacidad de afrontamiento. Se
forman con miembros que tienen experiencias comunes, bajo la dirección o
coordinación de un profesional. Entre los efectos beneficiosos de los grupos de
apoyo destaca el incremento de la autoestima, el sentimiento de control personal y
del sentido de comunidad.
Los grupos de autoayuda son similares a los grupos de apoyo, pero carecen de
un coordinador profesional, aunque puede haber profesionales vinculados al proceso
de gestación del grupo, que normalmente comienza ante una demanda social o
comunitaria. Persiguen satisfacer una necesidad común y para ello se centran en el

65
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

apoyo de los iguales y en la intercambiabilidad de los roles de receptor y proveedor


de la ayuda.

3.3.2. Psicología e intervención comunitaria


Un ámbito que con frecuencia se interpreta como el elemento fundamental de la
Intervención Psicosocial es el comunitario. Sin embargo, es preciso distinguir entre
las intervenciones que se realizan en una comunidad, muchas de las cuales son de
naturaleza psicosocial; de las intervenciones que se realizan desde una perspectiva
que responde a un modelo de Psicología y de sociedad como el que caracteriza a la
Psicología Comunitaria. En primer lugar, nos referiremos a la comunidad como
contexto psicosocial en el que se realizan las intervenciones y definiremos que se
entiende por comunidad. En segundo lugar, nos referiremos a las intervenciones
comunitarias.
Las definiciones del término comunidad que podemos encontrar en los
diccionarios recogen varias acepciones como “lo que no siendo privativo, pertenece
a todos”, “conjunto de reglas u ordenamiento que rige la vida de una orden, secta,
etc. “, “aquel conjunto de personas que comparten sentimientos de unicidad”. Esta
última definición tiene mucho que ver con el concepto de nosotros, y vendría definido
por un sentimiento de pertenencia, de identificación. Comunidad también es un
conjunto de grupos de una población que viven juntos en un lugar en condiciones
específicas de organización y cohesión social y cultural.
Por comunidad se entiende un grupo poblacional organizado e interrelacionado
en el que existe cierto grado de integración generado por las experiencias
compartidas (estructura social compartida y modelo de relaciones sociales continuas
y permanentes). Se da un proceso activo de participación y comunicación libre, y se
caracteriza por un sentimiento de pertenencia y voluntad para mantenerla. Las
personas que integran una comunidad comparten necesidades, problemas y
objetivos, todos ellos generados colectivamente. Existencia de lazos afectivos entre
sus miembros, con predominio de grupos primarios y relaciones directas y
duraderas, con un número reducido y en general poco especializado de roles.
La comunidad está generalmente dotada de una organización institucional
relativamente autónoma que concretiza la mediación institucional entre sociedad-
individuo prestando las funciones sociales (socialización y comunicación), y
satisfaciendo necesidades mutuas. Sus miembros desarrollan relaciones y lazos
horizontales (vínculos interpersonales y cohesión social) y verticales (sentido de
pertenencia al grupo e identificación con él –psicológica y socialmente relevantes-),
con pautas organizativas microsociales de estratificación simple.
La idea de comunidad, además de su caracterización conceptual, puede ser
definida a partir de las funciones que desempeña. Desde una perspectiva
psicosocial, los seres humanos obtenemos de la pertenencia comunitaria
básicamente identidad social (el autoconcepto, el sí mismo social...), y apoyo social y
no social. Además, contribuye la comunidad al desarrollo de valores sociales, de
conocimiento social y, sobre todo, de control social (proceso de influencia del grupo o
agencias sociales para que los miembros individuales se conduzcan conforme a las
pautas y valores que aquellos establecen normativamente). También contribuye a la

66
Intervención Psicosocial

participación social, a través de la familia, el trabajo, organizaciones voluntarias, etc.,


y a la organización social interna y externa.
La comunidad designa un nivel de agregación intermedio. La comunidad se
asume como algo relativamente natural, espontáneo y no organizado o formalizado
institucionalmente, de forma que es posible que se organice de cara a conseguir
determinados fines o intereses comunes (lucha contra la miseria, contra la escasez
de servicios…). La sociedad, sin embargo, funciona como un contexto social más
global. La localidad es más central y básica a la comunidad que la mera territorialidad
de la sociedad. La comunidad es la expresión visible, física y concreta para el sujeto
de las instituciones sociales abstractas y genéricas. La existencia, estructura y
organización social es escasamente dependiente de las características de las
personas que la forman, mientras que las personas contribuyen de forma
significativa a definir el carácter, estilo, etc. de una comunidad, esta dependencia
aumenta considerablemente en los grupos.
Las comunidades son independientes de la existencia individual de las personas
que las componen y sus metas no dependen de la situación y momento presentes,
aspecto éste que no es compartido por los grupos, en los que sí hay una
dependencia real de las personas o individuos que los componen. Las comunidades,
además, y por lo general, se vinculan de forma real o simbólica a un espacio y
territorio.
Las comunidades constituyen un ámbito de Intervención Psicosocial en el que se
ha configurado una manera de entender la intervención, que ha supuesto un cambio
radical en los planteamientos de la Psicología contemporánea generado por dos
factores. Por un lado, desde dentro de la Psicología: la llamada crisis de la Psicología
Social, que cuestiona las insuficiencias de los modelos psicologicistas para explicar
todos los problemas sociales, y, entre otras cosas, las insuficiencias que presentan
las investigaciones de laboratorio. Esto da lugar a un mayor compromiso comunitario
por parte de la Psicología. Por otro lado, desde fuera de la Psicología se produce el
llamado movimiento comunitario, concebido como una forma de contra-cultura. Se
rechazan los valores individuales frente a los valores comunitarios, y se resalta la
importancia del contexto social de la colectividad. El movimiento comunitario se
define como el movimiento sociopolítico y conjunto de valores y creencias
subyacentes como democratización, igualitarismo, solidaridad, humanidad,
comunidad, que busca producir determinadas transformaciones sociales,
especialmente en el campo de prestación de servicios sociales y de salud.
La intervención comunitaria surge vinculada al desarrollo comunitario, al
surgimiento de la Psicología Comunitaria, y se origina buscando una manera
alternativa de solucionar los problemas psicosociales. Dependiendo del contexto
geográfico y social en el que se inserte, la intervención comunitaria se entiende
desde distintos puntos de vista (Musitu y Cava, 2000). Así, en EEUU, la Psicología
Comunitaria es entendida como un modelo de salud alternativo, practicándose desde
una perspectiva clínica. Desde esta orientación, los problemas nuevos se solucionan
modificando el concepto de salud mental. En este caso se hace referencia,
fundamentalmente, a factores individuales. En Latinoamérica (Brasil, México,
Venezuela, Colombia), el modelo de Psicología Comunitaria hace referencia a la idea
de desarrollo comunitario producto del conflicto social (p. ej.: guerras civiles) y de la

67
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

masificación urbana. La Psicología Comunitaria se ha enraizado en la transformación


social de estructuras sociales, al servicio de la comunidad. En Europa, la Psicología
Comunitaria aparece vinculada a un mundo en crisis (crisis entendida como un
conflicto de valores, de procesos de socialización...), donde la sociedad confronta
modelos de organización distintos. En los tres casos se está hablando de
actuaciones que se orientan hacia el cambio; de hecho, la intervención comunitaria
se vincula a un deseo de cambio (no hay que olvidar que toda intervención lo
pretende).
La intervención comunitaria se puede definir como: movilización de variables
psicológicas o dinamización de procesos psicológicos en una comunidad para
prevenir y afrontar las necesidades y problemas de esa comunidad. En primer lugar,
habría que distinguir entre objeto y objetivo. En cuanto al objeto, se interesa por la
influencia entre el sistema social y los procesos cognitivos y conductuales de la
adaptación humana, es decir, aquellos procesos de adaptación humana al contexto
social. Por ello, pretende desarrollar procedimientos que posibiliten la Intervención
Social, así como la evaluación empírica del impacto de dichas intervenciones, de
forma que se pueda atacar las causas de los problemas abordados a nivel social y
no las manifestaciones individuales de los mismos. Pero al ser ésta que nos ocupa
una disciplina cuyo énfasis está en el aspecto interventivo o de actuación, se definiría
principalmente por los objetivos que persigue, y que son:
a. Prevención de trastornos emocionales-conductuales y promoción de la
salud y el bienestar.
b. Dotar a los sujetos, ya sea individualmente o como colectivo, de
aquellos instrumentos psicológicos (p. ej.: apoyo social, participación,
...) que les permitan desarrollar su capacidad de control y dominio del
medio y gestión de los cambios sociales. Se enfatiza, pues, el papel
activo de las personas en su entorno.
c. Optimizar las capacidades terapéuticas de las personas para que
solucionen ellas mismas sus problemas; en el sentido de que toda
persona tiene capacidad de restauración personal, que dependiendo
de los grupos esos mecanismos serán de una naturaleza determinada
(p. ej.: mejora de la autoestima en el grupo). Se trata de considerar que
las soluciones a los problemas no están siempre en manos ajenas.
d. Disminuir el desfase entre el desarrollo potencial y el desarrollo real.
Conociendo los recursos disponibles de un grupo, que le permiten
alcanzar ciertos niveles considerados como positivos o deseables, hay
que intentar disminuir el desfase entre lo que se puede lograr y lo que
realmente se logra. La intervención comunitaria está pensada
precisamente para intentar solucionar o corregir dichos desfases
posibles.
e. La opción por la participación. Es necesario que las personas
implicadas participen activamente en el control de los elementos que
existen en su medio. La Psicología Comunitaria opta por la promoción
de la participación como forma de control y gestión del propio medio
por parte de los afectados o personas implicadas.

68
Intervención Psicosocial

3.3.3. El ambiente físico


En la interacción de las personas con su entorno físico podemos encontrar
explicaciones a muchos comportamientos, y el ambiente físico constituye, cada vez
más, un objetivo para la Intervención Psicosocial, fundamentalmente a partir de
demandas planteadas por el conjunto de la sociedad y por otras disciplinas limítrofes
(Pol, 1988b; Hernández, Suárez y Martínez-Torvisco, 1994; Pol y Moreno, 1998;
López Barrio, 1998).
Una constante de la Psicología ha sido el análisis del papel que desempeña el
medio ambiente en la explicación del comportamiento humano. Roger G. Barker
junto con Herbert F. Wright establecieron en los años 40 en Oskaloosa, Kansas, la
Midwest Psychological Field Station para descubrir y describir la conducta y las
condiciones de la vida cotidiana (Martínez-Torvisco, 1998). Desde su punto de vista,
al igual que las palabras sólo adquieren sentido a partir de su inclusión en la frase, la
conducta adquiere su significado en el contexto.
Para Barker la cuestión crucial es si diferentes ambientes ecológicos producen
diferentes conductas y si la existencia de diferencias o la ausencia de ellas puede ser
predicha a partir de los elementos del ambiente. Desde su punto de vista, el
ambiente ecológico y la conducta humana no son independientes, sino que el
ambiente es un conjunto de entidades eco-conductuales, gobernadas
homeostáticamente, constituidas por componentes no humanos, componentes
humanos, y circuitos de control que modifican ambos componentes, de modo
predecible, para mantener las entidades en su estado característico.
Entiende también que la noción de ambiente en términos de Escenarios de
Conducta abiertos es una posibilidad de descubrir los principios generales de la
organización y control eco-conductual. La noción de Escenario de Conducta
constituye el concepto nuclear de la Psicología Ecológica, de ahí que todas las
demás elaboraciones teóricas se encuentren referidas a él en términos descriptivos.
Según la lectura que Ittelson, Proshansky, Rivlin y Winkel (1974) hacen de la obra
de Barker, un Escenario de Conducta es un lugar en el espacio y en el tiempo dotado
de una estructura que interrelaciona propiedades físicas, sociales, y culturales, y que
elicita formas comunes y regulares de conducta: El objetivo de Barker era determinar
la relación entre lo que se llama extraindividual pattern of behavior -esto es, la
conducta que la gente en masa revela en un Escenario de Conducta- y las
propiedades estructurales del escenario (pág. 71).
Sin embargo, en la revisión que Barker hace en 1987, la definición resulta mucho
más explícita, especialmente si conservamos la definición tal y como él mismo la
expone en uno de sus trabajos. En resumen, son fenómenos eco-conductuales; son
patrones limitados de actividades humanas y no humanas controlados por sistemas
de fuerzas y controles que mantienen sus actividades en equilibrio semiestable. Las
partes y los procesos de los escenarios de conducta tienen un alto grado de
interdependencia interna, siendo entidades dentro del ambiente ecológico.
(Barker, 1987; pág. 1420).
La Intervención Psicosocial no se limita a actuar atendiendo a la influencia del
entorno sobre el comportamiento y las interacciones sociales. La toma de conciencia
de la limitación de los recursos naturales y la consideración de los seres humanos

69
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

como agentes responsables de las condiciones del medio, contribuye a la demanda


de intervenciones orientadas hacia la conservación y uso responsable de los
recursos energéticos y del medio natural en general. Como señalan Gärling y
Golledge (1993), muchos de los efectos del ambiente sobre el comportamiento
dependen de la propia conducta, de dónde se realiza y de las causas que la
producen. Por lo tanto, un numero importante de intervenciones psicosociales se ha
orientado hacia la incentivación de comportamientos proambientales, la educación
ambiental, la promoción de actitudes ecológicas o la gestión ambiental (Moreno y
Pol, 1999).
En este sentido, Wapner (1987, pág. 1435 y ss.) identifica siete dimensiones al
describir el conocimiento psicoambiental orientado a la intervención:
1. holismo frente a elementarismo.
2. descripción frente a explicación
3. análisis teleológico frente a análisis mecanicista
4. diacronismo (análisis longitudinal) frente a sincronismo (análisis transversal).
5. investigación orientada a la acción frente a la investigación libre de valores.
6. investigación aplicada frente a investigación básica.
7. investigación orientada por el problema frente a la investigación orientada por el método.
Atendiendo a esta perspectiva, la investigación psicológica ha afrontado el reto de
generar explicaciones adecuadas sobre el comportamiento ecológicamente
responsable (Suárez, 1998). Respecto al conocimiento y a la información ambiental,
se ha constatado que es más relevante para la ejecución responsable el
conocimiento de las consecuencias sociales y personales, y de los procedimientos
para realizarla adecuadamente, que el nivel de información sobre los problemas del
medio ambiente. A su vez, la conducta ecológica se ve positivamente influida por la
retroalimentación de resultados alcanzados. El conocimiento y la información
medioambiental se vincula, además, con procesos de evaluación tanto racional
como afectiva. La percepción de control y eficacia de las propias acciones, los
motivos intrínsecos asociados a la ejecución, así como ciertos valores y las
creencias sobre la relación ser humano-ambiente constituyen, desde este punto de
vista, factores básicos a la hora de explicar y predecir el comportamiento
proambiental. De igual forma, algunos modelos de intervención han alcanzado cierto
nivel de integración como muestra, por ejemplo, Geller (1995) en un intento de
vincular, dentro de un modelo explicativo de la implicación personal en la protección
ambiental, las propuestas del análisis conductista y la perspectiva sociocognitiva.

3.4. La evaluación
Una característica definitoria de la Intervención Psicosocial es su naturaleza
instrumental, el hecho de estar orientada hacia el logro de unos determinados
objetivos que implican cambio. Desde este punto de vista el proceso interventivo
incluye la evaluación del impacto del programa en términos de valoración de los
resultados obtenidos y del grado en que se han alcanzado los objetivos planteados
(Martínez-Torvisco y Hernández, 1997; Martín y Hernández, 1999).
Sin embargo, la evaluación constituye un elemento presente a lo largo de toda la
intervención, como se ha señalado al hablar de las fases de la intervención, de forma
70
Intervención Psicosocial

que la denominada investigación evaluativa incluye; las necesidades que justifican el


programa de intervención y que orientan su planificación, el análisis de la teoría y
estructura del programa en sí mismo, y su funcionamiento e impacto, así como los
beneficios en relación con los costes (Rebolloso y Morales, 1996; Berk y
Rossi, 1999; Owen y Rogers, 1999).

3.4.1. Evaluación de programas o evaluación clarificativa


Este aspecto de la evaluación está orientado tanto hacia el análisis previo a la
implementación de los programas como hacia la valoración de sus resultados. Se
trata de valorar la viabilidad del programa previsto, el diseño y planificación de la
Intervención Psicosocial y el desarrollo del programa y su impacto final. Además de
su utilidad para la evaluación del proyecto de intervención, estas estrategias pueden
servir para realizar evaluaciones de los roles y actividades profesionales que se
desempeñan durante el programa. Estos procedimientos de evaluación se basan en
criterios compartidos y aceptados por un amplio sector de profesionales, que han
sido elaborados por diversas instituciones y colectivos con el propósito de unificar y
objetivar los elementos relevantes a la hora de realizar la evaluación de un programa.
Disponemos de varios procedimientos de cómo debería planificarse y realizarse la
empresa interventiva y de cómo realizar esta valoración previa de los programas, pero
fundamentalmente hay tres modelos que tienen más difusión en el ámbito de las
intervenciones psicosociales y de los servicios sociales; el modelo Unidades,
Tratamientos, Operaciones y Situaciones de Cronbach (1982), el modelo de la
Organización Mundial de la Salud (1989) y los modelos basados en criterios
estándares, como son los de la Evaluation Research Society de 1982 o los de Joint
Committee on Standards for Educational Evaluation de 1981 y 1988 (Rebolloso, 1984).
Los elementos comunes entre estos procedimientos se relacionan con el
planteamiento de la evaluación, ya que consideran que está orientada a establecer
unas cuestiones preliminares como qué va a evaluarse, qué constituirá el éxito, etc.; a
conocer el desarrollo del proceso de evaluación, componentes del programa y objetivos
de la evaluación, análisis y resultados y a realizar las modificaciones requeridas en el
programa.

Modelo Unidades, Tratamientos, Operaciones y Situaciones (UTOS)


La evaluación debe establecer lo que ha de esperarse si se adopta o continúa un
determinado plan de acción en una cierta serie de situaciones (Cronbach, 1982).
Elementos básicos del modelo: unidades, tratamiento, operaciones de observación, y
situación o contexto social. Las unidades las constituyen los grupos y lugares objetos
de la intervención; por tratamiento se entiende la intervención, programa,
entrenamiento, etc. que se va a implementar; las operaciones de observación se
refieren a los procedimientos de obtención de la información; el contexto social se
refiere a elementos de naturaleza psicosocial (actitudes, valores, ...) y
socioeconómica (estructura social, organización política, …).
En la evaluación se identifican estos elementos y se analizan, para determinar su
viabilidad del programa propuesto en una serie de situaciones. Lo más importante
del modelo es que los elementos sean aplicables a otras situaciones no observadas

71
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

directamente en el programa. No interesan las explicaciones a largo plazo, sino que


se concibe la evaluación desde un enfoque a corto plazo.

Modelo de la Organización Mundial de la Salud


Entiende la evaluación como un instrumento constructivo para mejorar los
programas y los servicios de salud, en un proceso flexible que ha de adaptarse a las
circunstancias (OMS, 1989). Mediante un exhaustivo procedimiento, altamente
estandarizado define nueve actividades básicas: especificación del tema de
evaluación, obtención del apoyo informativo, verificación de la pertinencia o ajuste del
programa a las necesidades de la población, evaluación de la suficiencia y
adecuación de las acciones para el logro de los objetivos, evaluación de los
progresos, evaluación de la eficiencia o valor atribuible a los resultados esperables,
evaluación de la eficacia o como evidenciar los logros previstos, evaluación de los
efectos y conclusiones y propuestas futuras.
Se hace hincapié en la diferencia entre los conceptos eficacia y eficiencia; al
determinar la eficacia o impacto de un programa estaríamos estableciendo si él es la
causa de los efectos observados. Además responderíamos a las preguntas: ¿se han
logrado los objetivos propuestos, y en qué medida? Para evaluar la eficiencia se
utilizan dos técnicas analíticas que comparan las consecuencias positivas y
negativas de las diferentes formas de distribuir los recursos: análisis de costes-
beneficios y análisis del coste-efectividad (Fernández y León, 1992).

Modelos basados en criterios estándares


Estos modelos se han desarrollado para establecer un conjunto de normas que
deben cumplir los programas en sus distintas fases, incluida la evaluación, para ser
consideradas como una intervención adecuada en términos de ajuste teórico e
instrumental y para mejorar la calidad de la evaluación y proporcionar una guía para
su más fácil realización. Difieren de los modelos expuestos anteriormente en su
mayor desarrollo de prescripciones y principios que deben observarse al evaluar un
programa (Rebolloso, 1994). Los dos procedimientos de estas características más
conocidos son los de la Evaluation Research Society (ERS) de 1982 y los de la Joint
Committee on Standards for Educational Evaluation (JCS) de 1981 y 1988.
Los criterios de la ERS se articulan en torno a una serie de pasos que pretenden
recoger todo el proceso evaluativo que abarcan los programas de intervención: a)
formulación y negociación, para conocer los propósitos de la intervención en
términos de medios y objetivos; b) estructura y diseño, para analizar los
procedimientos de la investigación evaluativa, en cuanto al diseño general y a los
materiales necesarios; c) recogida y preparación de los datos, incluidos los
procedimientos y las técnicas de análisis que se precisan; d) descripción e
interpretación de los datos; e) comunicación de los resultados de la evaluación de
forma clara y completa y f) utilización de los resultados para orientar intervenciones
futuras.
Por su parte, las JCS se articulan en torno a cuatro grandes criterios normativos
que a su vez se subdividen en diferentes elementos, hasta generar un total de treinta
normas específicas. Las normas de primer orden y sus correspondientes elementos
se estructuran de la siguiente manera: a) normas de utilidad, que hacen referencia a
72
Intervención Psicosocial

la audiencia, la credibilidad del evaluador, el alcance, selección e interpretación de la


información, al informe y al impacto de la evaluación; b) normas de viabilidad, que se
refieren a los procedimientos prácticos y de coste y a la viabilidad política; c) normas
de honradez, que están orientadas a cumplimentar requisitos formales, resolver
conflicto de intereses y respetar los derechos de todas las partes implicadas y d)
normas de precisión respecto al objeto, contexto, propósitos y procedimientos, así
como respecto a las fuentes, métodos, conclusiones y objetividad.

3.4.2. Evaluación de los resultados o de impacto


La evaluación de los resultados de una intervención es una estrategia eficaz,
tanto para el diagnóstico final del éxito de un programa como para el seguimiento
continuado que permita resolver los problemas surgidos durante su desarrollo.
Asimismo, la investigación evaluativa nos proporciona un marco en el que es posible
profundizar conceptual y metodológicamente en los fundamentos teóricos de la
intervención, en la adecuación de los instrumentos utilizados y en la naturaleza de las
prácticas profesionales desarrolladas.
Cuando se evalúa un programa de intervención se puede optar por varias
alternativas ya que, debido a la diversidad de situaciones y problemas tratados, no
existe una versión única. Un procedimiento bastante sencillo consiste en la
realización de una valoración del logro de los objetivos planteados inicialmente, que
es realizada normalmente por los propios profesionales responsables de la
intervención, aunque también la puedan realizar profesionales independientes. Los
estándares de evaluación a los que nos hemos referido en el apartado anterior
suelen ser también muy útiles cuando se trata de evaluar un programa a posteriori,
bien mediante la obtención de datos propios para la evaluación o bien a partir de
informes y documentos. Sin embargo, es más frecuente e informativo realizar una
evaluación empírica de resultados atendiendo a criterios observables.
En este caso, sea cual sea la estrategia de evaluación elegida se suele realizar
medidas antes del inicio y a la finalización del mismo, lo cual posibilita la valoración
de los logros conseguidos a raíz de la intervención. Es deseable, además, realizar
una tercera medición algún tiempo después de la finalización del programa para
constatar la permanencia de los objetivos alcanzados.
En este tipo de evaluaciones es muy importante tener en cuenta los objetivos de
la intervención evaluada. Para ello, es útil la distinción, establecida por
Palmer (1992), entre objetivos primarios y secundarios, a la que podemos añadir la
de objetivos terciarios o sociales. Por objetivo primario se entiende el propósito
principal de un programa de intervención y que la evaluación trata de conocer si se
ha logrado. Los objetivos secundarios son logros intermedios necesarios para
alcanzar los objetivos primarios, factores críticos como son el impacto del programa
sobre el cambio de actitud, el desarrollo de destrezas y otros aspectos del ajuste a la
comunidad, que se suponen relacionados con el motivo de la intervención. Se
consideran secundario desde el punto de vista de la administración o institución
responsable del programa, en la medida en que se considera sólo un medio para
conseguir el objetivo primario, no como un fin en sí mismo. Sin embargo, los
objetivos secundarios pueden ser tan deseables como los primarios desde otros
criterios sociales, ideológicos o profesionales. Objetivos terciarios son objetivos

73
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

relacionados con la visibilidad o difusión del programa y sus logros, con las
contribuciones realizadas al desarrollo profesional y científico, con la evaluación
social, con la valoración u opinión de los implicados en la intervención (sujetos,
profesionales, familiares, etc.), así como con el conocimiento y opinión de las
instituciones, gestores públicos, agentes sociales, etc.
Por lo tanto, teniendo siempre presente la naturaleza y diversidad de los objetivos
de la intervención, podemos establecer una serie de objetivos generales al realizar
una evaluación de resultados:
o Valorar el nivel de éxito de la intervención
o Analizar la contribución relativa de cada componente del programa
o Determinar las características de los sujetos que puedan contribuir a
mejorar el impacto del programa
o Examinar la estabilidad de los cambios producidos
o Conocer el grado de generalización de los cambios a otros ámbitos de la
vida de los sujetos
o Valorar si se han producido efectos similares en otros sujetos no
vinculados al programa
o Analizar el porqué de los cambios (o no cambios) atribuidos a la
intervención
Las características fundamentales que definen un proceso de evaluación de
resultados pueden desarrollarse a partir de cuatro dimensiones: evaluación externa,
vinculación interna, evaluación permanente y seguimiento continuado. La idea de
evaluación externa establece que la evaluación del programa se realiza por
instituciones y personas que no pertenecen directamente al equipo que implementa
el programa, ni están vinculadas a la ejecución directa de los contenidos de dicho
programa. La defensa del vínculo interno se fundamenta en que aunque la
evaluación se realiza externamente, las personas que la llevan a cabo mantienen
contacto permanente con los responsables del desarrollo del programa para conocer
en todo momento en qué medida éste se ajusta al plan previsto. Asimismo, las
medidas y observaciones que se efectúan son llevadas a cabo por personal de la
institución y/o del programa. La evaluación debe ser permanente porque permite
corregir los errores detectados a lo largo del desarrollo del programa, ajustar el
diseño de evaluación a las características de la institución y procurar que se respeten
los requisitos para una evaluación final lo más objetiva y válida posible. El
seguimiento continuado implica, durante y después de la Intervención Social, una
observación de los casos en el programa, con el propósito de rectificar los errores
propios de las fases anteriores y sobre todo de establecer la estabilidad y
permanencia de los méritos del programa una vez finalizada la intervención.
Al realizar una evaluación de resultados debemos recurrir a procedimientos o
diseños en la obtención y análisis de datos que nos permitan responder todas las
cuestiones posible sobre la bondad de nuestros informes y sobre los méritos del
programa. Las cuestiones más frecuentes y relevantes hacen referencia a tres
temas fundamentalmente: si los resultados obtenidos son realmente buenos, al
grado en que los logros son superiores a lo que se hubiese obtenido sin la ejecución
del programa o simplemente haciendo lo que se hacía anteriormente, y qué sucede
cuando se termina el programa.

74
Intervención Psicosocial

Sobre diseño de evaluación de proyectos y programas existe una abundante


bibliografía como Fernández-Ballesteros (1995), Rossi y Freeman (1989), han
recogido. Sin embargo, podemos considerar que los procedimientos más adecuados
a la hora de realizar una evaluación de resultados y que a su vez permita clarificar las
cuestiones planteadas anteriormente son fundamentalmente tres: grupos de
comparación, múltiples componentes y diseños de caso único. Los grupos de
comparación consisten en trabajar con dos grupos de personas: uno al que se dirige
la intervención y otro, de comparación, compuesto por individuos de características
similares a los anteriores, que no reciben la intervención, pero mediante los cuales
se puede comprobar el efecto real de ésta. Al final de la intervención, y del
seguimiento, debe haber diferencias en las variables objeto de la intervención entre
los dos grupos, y en el grupo de intervención entre los registros iniciales y finales.
Los procedimientos de múltiples componentes son útiles en intervenciones
heterogéneas y se fundamentan en la asignación de los sujetos a distintos grupos,
cuyos resultados se comparan una vez finalizado el programa. Cada uno de estos
grupos se diferencia de los restantes porque incluye uno o varios componentes de la
intervención que le son propios. De este modo, si el rendimiento de un grupo dado es
mejor al resto, se puede concluir que su superioridad está relacionada con dichos
componentes. Los diseños de caso único se utilizan cuando la intervención puede
afectar de forma indiscriminada a toda la población y resulta imposible comparar la
influencia relativa en los sujetos. Mediante estos procedimientos es posible evaluar la
eficacia a partir de la observación de lo que sucede cuando se suspende y
posteriormente se reinicia la intervención.
En todo proceso evaluativo la selección de los indicadores es un aspecto
esencial, en tanto son los elementos observables que nos van a permitir
fundamentar un juicio sobre la adecuación y ventajas o inconvenientes de la
intervención (Casas, 1989; Valera, 1996). En este sentido, es esencial tomar en
consideración los trabajos preexistentes tanto sobre el objeto de intervención como
sobre los procedimientos utilizados, ya que carece de sentido pretender elaborar un
listado de indicadores a modo de parámetros de evaluación. Sin embargo, algunas
características sí pueden ser tomadas en consideración a la hora de seleccionar los
indicadores.
En primer lugar, los indicadores han de ser fundamentalmente cuantitativos, y
aunque se pueden utilizar elementos cualitativos para complementar e interpretar la
evaluación en su contexto, esta debe basarse en indicadores fácilmente
contrastables e independientes de las personas que evalúan. En segundo lugar, los
indicadores deben ser sensibles a la intervención, ya que puede ocurrir que buenos
indicadores diagnósticos que permitan detectar las necesidades y problemas sobre
los que se va a intervenir posteriormente sean poco informativos respecto a la
eficacia del programa. En este mismo sentido debemos cuidar que haya suficiente
variabilidad de rangos de medida en las variables analizadas. Una tercera cuestión
tiene que ver con la generalización de resultados, por lo que algunos indicadores
deben ser independientes de la intervención; es decir, no deben ser objetivo directo
de la intervención aunque sí sensibles a sus efectos. Por último, también debemos
utilizar indicadores relacionados con la visibilidad o difusión del programa y sus
logros y con las contribuciones realizadas al desarrollo profesional y científico.

75
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

En definitiva, la evaluación de resultados debe constituir un proceso continuo, que


se desarrolla desde que se comienza a plantear el programa de intervención
(evaluación de proceso) y que a su vez, podría suponer el punto inicial de una nueva
intervención.

76
Capítulo 4

Las necesidades y los problemas


sociales desde la Intervención
Psicosocial
Como hemos podido analizar en los capítulos anteriores, uno de los objetivos,
quizás el primordial, del quehacer de la Intervención Psicosocial es el procurar que
las personas, los grupos sociales y las comunidades alcancen mayores cuotas de
bienestar, es decir, mejoren la calidad de sus vidas, vivan mejor. De hecho, cualquier
disciplina psicológica persigue el mismo objetivo. Sea mejorar el estado psicológico
de un paciente, el rendimiento escolar o profesional, las relaciones intra e
intergrupales o la optimización del funcionamiento de una organización el objetivo del
psicólogo se enmarca en lo que actualmente la OMS define como salud: no sólo
ausencia de enfermedad sino promoción del bienestar físico, psicológico y social.
Tiempo habrá en el siguiente capítulo de analizar qué significa desde una
perspectiva psicosocial la calidad de vida, el bienestar o la felicidad. En el presente,
sin embargo, abordaremos la cuestión de las necesidades y los problemas sociales
ya que, a pesar del evidente carácter proactivo que se desprende del párrafo anterior
en relación con el trabajo del psicólogo social aplicado, el hecho es que buena parte
de este trabajo se fundamenta y origina ante la constatación de problemas o
necesidades en nuestra sociedad en general o en determinados grupos sociales.
Ello da a su vez origen a lo que se ha venido a denominar políticas sociales, es decir
programas dirigidos desde la administración pública para hacer frente a las
carencias, insuficiencias o lagunas detectadas en un contexto social determinado, es
decir, llegar al mínimo social a partir del cual una sociedad considera que ha
alcanzado determinadas cuotas de bienestar. De esta forma, los servicios sociales
adquieren el carácter de un cierto estándar básico en el marco de unas necesidades
determinadas. Esto implica un proceso de reconocimiento o, hablando con más
propiedad, de legitimación de necesidades en el seno de una sociedad determinada
y la pregunta inmediata es obvia: ¿Existen necesidades universales, comunes a
todas las sociedades o culturas, o son necesidades específicas y por lo tanto sólo
asumibles y tratables dentro de un determinado contexto social, histórico o cultural?
Cuestiones similares se plantean ante el abordaje de los problemas sociales y es
que, en ocasiones, los conceptos de condiciones sociales, necesidades sociales y
77
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

problemas sociales se encuentran sumamente próximos o son considerados


sinónimos. En la segunda parte del capítulo abordaremos la definición de problema
social, su proceso de legitimación o reconocimiento social y, finalmente,
analizaremos someramente las distintas perspectivas que a lo largo de la historia de
las ciencias sociales han considerado el tema de los problemas sociales.

4.1. La naturaleza psicosocial de las necesidades humanas


En nuestro contexto, como afirma Rodríguez Cabrero (1994), se señala que las
necesidades sociales son producidas históricamente, jerarquizadas socialmente, no
reducibles a deseos o simples expectativas, y que en las sociedades industriales de
consumo de masas se inscriben contradictoriamente en complejos espacios
interrelacionados: el espacio simbólico del deseo multiplicado por el marketing
empresarial, el espacio normativo de los servicios públicos de bienestar, y el espacio
convencional de la producción de necesidades en el seno de familias y pequeños
grupos.

4.1.1. La gramática de las necesidades sociales


Para introducirnos en el análisis, aunque somero, de las necesidades sociales es
pertinente en primer lugar analizar la gramática de las necesidades ya que bajo este
término necesidad se esconden diversas acepciones que es necesario delimitar y
distinguir.
En primer lugar, siguiendo a Doyal y Gough (1994), es posible entender las
necesidades como impulsos. En efecto, a menudo se entiende por necesidad una
fuerza motivadora instigada por un estado de tensión o desequilibrio producido por
alguna carencia específica (Thompson, 1987). En este sentido, para Murray (1938)
las necesidades pueden considerarse como la fuente de la conducta; Murray se sirve
del término presión para designar un estímulo o una situación que mueve a la
persona hacia algo. El conjunto de los elementos asociados a una necesidad
incluyen el estímulo (presión), que pone en movimiento el estado de déficit
(necesidad), la actividad instrumental (la acción), las imágenes y emociones
asociadas, y el objeto o incentivo que satisface la necesidad. Murray, a su vez,
distingue entre necesidades viscerogénicas, relacionadas con el funcionamiento del
organismo, y las psicogénicas, entendidas como cualidades de la personalidad. El
medio social y cultural ejerce la mayor influencia sobre las necesidades psicogénicas
(Murray, 1954); entre estas el autor destaca la necesidad de dominio, de deferencia,
de autonomía, de agresión, de ejercer cuidados, de éxito de relación sexual, de
juego, de rechazo, de asociación, de ayuda, de orden o de comprensión, entre otras.

78
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

5. Necesidades de autorealización
Necesidad de realizar la persona sus capacidades personales
Necesidad de desarrollar la persona sus posibilidades
Necesidad de hacer aquello para lo que uno está mejor capacitado
Necesidad de desarrollo y expansión de metanecesidades:
• Descubrinmiento de la verdad
• Creación de belleza
• Establecimiento de orden
• Promoción de la justicia
Necesidad de auoaceptación
4. Necesidades de estima
Necesidad de respeto
Necesidad de confianza basada en la buena opinión de los demás
Necesidad de admiración
Necesidad de autoconfianza
Necesidad de autoestima
Necesidad de auoaceptación

3. Necesidades de afecto y afiliación


Necesidad de amigos
Necesidad de compañeros
Necesidad de una família
Necesidad de identificación con un grupo
Necesidad de intimidad con un miembro del sexo opuesto
2. Necesidades de seguridad
Necesidad de seguridad
Necesidad de protección
Necesidad de ausencia de peligro
Necesidad de orden
Necesidad de un futuro previsible

1. Necesidades fisiológicas
Necesidad de alivio de sed y hambre
Necesidad de sueño
Necesidad de actividad sexual
Necesidad de alivio de dolor y desequilibrios fisiológicos

Figura 4.1. La jerarquía de necesidades de Maslow.

El impulso como fuerza motivadora de la conducta es también el principal criterio


que rige la conocida pirámide de las necesidades de Maslow. Este autor puso en
entredicho el supuesto tradicional de que la evitación del dolor y la reducción de
tensión constituyen las fuentes principales de la motivación. En lugar de ello, insistió
en el análisis de los afanes humanos de desarrollo, felicidad y satisfacción de la
persona. El ser humano tiene impulsos no aprendidos, básicos para su
supervivencia. Las necesidades fisiológicas (hambre, sed, etc.) son las que acucian
a los seres humanos a buscar unos primeros niveles de satisfacción de necesidades.
Maslow consideraba que las necesidades inferiores son más potentes que las
superiores, y asumen prioridad sobre ellas. Estas necesidades inferiores son:
fisiológicas, de seguridad, de afecto y afiliación y de estima. Únicamente si todas las
necesidades inferiores están al menos parcialmente satisfechas puede la persona
empezar a percibir sus necesidades superiores, es decir, las necesidades de
autorrealización. Todas las necesidades se rigen por un principio jerárquico de

79
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

manera que la satisfacción de un determinado nivel conlleva la necesidad de intentar


cubrir el siguiente hasta llegar a la motivación abierta de realización espiritual e
intelectual (Maslow, 1943).
Autores como Thompson (1987) o los propios Doyal y Gough (1994), aún
aceptando como exhaustiva la clasificación de Maslow, presentan sendas críticas a
su pirámide. En primer lugar por la rigidez jerárquica de la secuencia temporal de las
motivaciones, la cual en ocasiones no es cierta (por ejemplo, un alpinista antepone la
motivación de autorrealización a la de seguridad). En segundo lugar porque no es lo
mismo una necesidad que una motivación o un impulso, aunque es necesario
reconocer el trasfondo biológico de las necesidades humanas. Así, Thompson hace
notar como alguien puede tener la motivación o el impulso de beber grandes
cantidades de alcohol que en realidad no necesita y al mismo tiempo tener
necesidad de realizar ejercicio o seguir un determinado tipo de dieta que no se siente
impulsado a realizar. En definitiva, verse urgido a actuar de manera determinada no
debe confundirse con una justificación empírica o normativa para hacerlo así
(Thompson, 1987).
Desde otro posicionamiento cabe entender las necesidades como objetivos. Así,
una distinción necesaria para Doyal y Gough (1994) es la que debe establecerse
entre las necesidades (needs) y las aspiraciones (wants). Si bien ambos pueden ser
considerados como objetivos a alcanzar dentro del esquema de relaciones A
necesita X para lograr Y, se considera a las necesidades como objetivos
universalizables (algo que las personas necesitan y deberían tener), mientras que las
aspiraciones se consideran objetivos que se derivan de las preferencias individuales
y por tanto, son de carácter más personal. La diferencia entre estos dos tipos de
objetivos quedaría ejemplificada en la siguiente frase: Quiero un cigarrillo pero tengo
la necesidad de dejar de fumar (Doyal y Gough, 1994, p. 68). El problema surge
inmediatamente ante la pregunta de qué hace a unos fines universales y a otros no.
Siguiendo con el ejemplo anterior se propone que han de ser considerados
necesidades aquellos aspectos cuya no satisfacción dará lugar a graves daños de
algún tipo concreto y objetivo (cáncer de pulmón, por ejemplo). Cuando los objetivos
se refieren a aspiraciones en lugar de necesidades es precisamente porque no se
cree que estén ligados en este sentido a los intereses humanos de prevención de
daños graves.
Por otra parte, se hace sumamente difícil distinguir entre objetivos (Y) y
estrategias para alcanzarlos (X) ya que, a menudo tales estrategias acaban siendo
conceptualizadas como objetivos en sí mismos.
Además es necesario que tengamos un conocimiento previo de la razón por la
cual ciertas cosas son consideradas como necesidades y por lo tanto hemos de
procurar conseguirlas para evitar daños graves. Se puede dar la paradoja de que
lleguemos a desconocer estas necesidades y por lo tanto no las consideremos como
tales. Por ejemplo, a un diabético puede apetecerle el azúcar de tal manera que crea
que lo necesita imprescindiblemente. Pero lo que necesita es insulina, aunque nunca
haya oído hablar de ella y, por tanto, no tenga capacidad de conceptualizarla como
preferencia. En palabras de los autores citados, “no se trata sólo de que uno pueda
necesitar algo que no quiera. ¡Es que puede necesitarlo incluso sin saber de su
existencia!” (Doyal y Gough, 1994, p. 71).

80
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

Desde otra perspectiva, pueden entenderse las necesidades como expectativas


de obtención de determinados servicios o bienes sociales. En esta línea,
Bradshaw (1972) propone cuatro maneras diferentes y complementarias de definir y
conocer las necesidades sociales. No se trata de definir necesidades reales; se trata
de una aproximación en función de las expectativas sobre las que se fundamentan
los juicios que determinan las necesidades.
1. Necesidades normativas. Son aquellas definidas por expertos, administradores o científicos
sociales a través del establecimiento de un criterio mínimo, pretendidamente objetivo,
acerca de niveles deseables de satisfacción de una necesidad concreta. Las expectativas se
basan pues en la definición por parte de expertos sobre el nivel adecuado de cobertura de
necesidades. Estos niveles normativos pueden, lógicamente, variar a través del tiempo, los
avances del conocimiento o la modificación de valores de una sociedad. Es pues el
paradigma sociocultural o científico-técnico el marco de definición de las necesidades
sociales. El nivel de renta que determina el umbral de pobreza, el salario mínimo
interprofesional o el número de camas hospitalarias en una población serían indicadores
que definen necesidades normativas.
2. Necesidades experimentadas. Se basan en la percepción de una persona o grupo de
experimentar una determinada carencia. Se trata de una apreciación subjetiva mediatizada
por factores psicológicos y psicosociales particulares. Las expectativas que los miembros de
una población tienen acerca de sus propios resultados se encuentran en la base de este tipo
de necesidades. En este caso es posible y frecuente constatar discrepancias entre la
percepción de la población acerca de aspectos experimentados como necesidades y los
resultados de informes científico-técnicos o políticos acerca del grado de cobertura
aceptable. La percepción de determinados tipos de riesgos (en especial los tecnológicos) o
la sensación de inseguridad en determinados barrios de nuestras ciudades serían dos
ejemplos de estas discrepancias de criterio y de la necesidad de considerar como reales
tanto uno como otro.
3. Necesidades expresadas. Se definen en función de aquello que se entiende por demanda
expresada en algún tipo de servicio o a través de canales de mediación social que recogen
solicitudes acerca de la necesidad de atender determinadas demandas sociales. Las tasas
de utilización de determinados servicios sociales, las listas de espera o el numero de
solicitudes tramitadas pueden ser buenos indicadores de necesidades expresadas. En
definitiva, estas necesidades se fundamentan en las expectativas del comportamiento de
una población ante la oferta de servicios disponibles. En este sentido es necesario estar
prevenido acerca de dos problemas. En primer lugar estos criterios no pueden ser los únicos
para establecer necesidades sociales ya que, en ocasiones -sobre todo en situaciones de
gran precariedad- el estado de necesidad es tan grave que las personas pueden verse
incapaces de manifestar tales necesidades o no existen los canales adecuados para poder
recoger las demandas. Además, en otro momento hemos visto como es posible necesitar
cosas de las cuales no tenemos conocimiento. En segundo lugar hay que tener en cuenta
que el nivel de demanda expresado está muy relacionado con las expectativas de oferta de
los servicios. En otras palabras, la gente pide ayuda en función de lo que cree que puede
obtener y no necesariamente en función únicamente de lo que percibe que necesita.
4. Necesidades comparativas. Se basan en la comparación entre poblaciones o comunidades
con distintos niveles de satisfacción de necesidades. Si tales poblaciones pueden
considerarse como similares, puede considerarse como necesidad aquel aspecto que no
esté contemplado en una población y sí en otra. La expectativas, en este caso, se centran
en la comparación entre los datos de la población objetivo y los de otro grupo similar. Aquí el
problema recae en los criterios para considerar dos poblaciones o comunidades similares y,
por lo tanto, con el mismo derecho de equiparar servicios. Así, puede establecerse criterios

81
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

de tipo técnico (dos barrios de una ciudad con características socio-demográficas y/o
urbanísticas similares han de tener los mismos servicios de transporte público) o bien
criterios de carácter político o moral (la población con movilidad reducida se compara con la
de movilidad completa en cuanto a barreras arquitectónicas en las calles de las ciudades).
Sin embargo, cabe la posibilidad de que, al establecer los criterios comparativos,
necesidades no cubiertas en la población definida para la comparación tampoco lo sean en
la población objeto de la comparación.

4.1.2. El carácter universal de las necesidades humanas


Volvamos una vez más a la discusión crucial del concepto de necesidad, a saber,
el grado de relativismo que define una necesidad como tal o si se prefiere, el
cuestionamiento del carácter universal de determinadas necesidades.
Ciertamente existe un considerable consenso acerca de la pertinencia de
contextualizar adecuadamente la mayoría de las necesidades de una sociedad. En
otras palabras, gran parte de nuestras necesidades son social y culturalmente
creadas y evolucionan a través del tiempo y del cambio de valores a la par que
evoluciona la sociedad en la que se enmarcan. Es evidente, por ejemplo, la
evolución de valores en nuestra sociedad que ha pasado de una perspectiva
materialista, propia de una sociedad industrial, basada en el individualismo acérrimo,
el consumismo y el énfasis en el bienestar económico a una sociedad basada en
una escala de valores que Inglehart (1977) define como post-materiales, propios de
una sociedad postindustrial, y que se fundamenta básicamente en la participación, la
autorrealización y la protección ambiental. Así, según Blanco (1985), desde la teoría
de la motivación se sabe que son realmente muy pocas las necesidades que nacen
espontáneamente; prácticamente sólo aquellas que son realmente imprescindibles
para la supervivencia de las personas (necesidades primarias). El resto son
necesidades socialmente creadas cuya satisfacción ni es imperiosa, aunque sí
pueda ser normativamente recomendada, ni por descontado tiene relación directa
con la supervivencia. Un buen ejemplo de ello son las necesidades generadas por
nuestra sociedad de consumo, la mayoría de las cuales no pueden ni ser
consideradas necesidades sociales aunque a menudo adopten esta forma. Para
Casado (1978) esta necesidad de consumo, artificialmente inducida, puede asumirse
como un sucedáneo de la necesidad de autorrealización.
Siguiendo en esta línea, para que una necesidad humana pueda ser considerada
social tan sólo sería necesario que fuera compartida por conjuntos claramente
definidos de ciudadanos. En la práctica, sin embargo, sólo son objeto de atención de
las políticas sociales aquellas necesidades reconocidas por cada sociedad en cada
momento histórico. Así, cada sociedad ve como lógica la satisfacción de aquellas
necesidades que han estado legitimadas en su seno. En otras palabras, en cada
sociedad y momento histórico, el hecho de que unas determinadas necesidades no
estén satisfechas puede considerarse o no un problema social. Sólo si la sociedad
contempla esa situación como problema propugnará su solución. Así pues, al
considerar el estudio de las necesidades sociales hay que tomar en consideración
cuatro premisas: a) identificar una necesidad, más allá de sus dimensiones objetivas,
implica utilizar juicios de valor; b) una necesidad es percibida por un grupo social
determinado dentro de un conjunto de circunstancias concretas; c) reconocer, es
decir, legitimar una necesidad social implica reconocer que existe una solución para

82
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

paliarla; d) cuando las acciones para cubrir una determinada necesidad producen
resultados inadecuados, es decir, no se ajustan a las expectativas creadas, la
persistencia de esa necesidad puede derivar en un problema social.
Existen dos formas principales y complementarias de legitimación de una
necesidad social: a) la adquisición de una conciencia cívica sobre ella, cuyo
resultado es la génesis de maneras informales de satisfacerla así como de control de
esa satisfacción, y b) el reconocimiento legal, como derecho positivo, que genera
procedimientos formales y servicios públicos de atención a la necesidad concreta.
Ambos procesos pueden, obviamente, ser definidos como dos momentos del
sistema de legitimación de las necesidades sociales, teniendo en cuenta que la
conciencia social de una necesidad (al igual que de un problema) es fácilmente
manipulable desde instancias de poder, especialmente a través de los sentimientos
de inseguridad. En términos generales, el término inglés debunking se refiere al
proceso de desenmascarar las pretensiones reales de los grupos sociales que
definen un problema o una necesidad social, ahondando tras la propaganda que
encubre los auténticos fines del grupo. Continuaremos tratando este tema cuando
abordemos el concepto de problema social pero, en cualquier caso, parece ser que
tanto una necesidad como un problema social existen cuando alguna condición
social es seleccionada, identificada y ampliamente reconocida como problema o
necesidad, entrando entonces a formar parte de la agenda política y social (Spector y
Kituse, 1987; Sason, 1995) y abordando su solución para conseguir una integración
plena de las personas en la sociedad:
“las políticas sociales deben ir dirigidas a garantizar a los ciudadanos de una sociedad una
gama de opciones vitales. Las opciones vitales pertinentes son aquellas que son necesarias
para proteger el estatus de los individuos como miembros plenos de la comunidad. Su
finalidad consiste en ofrecer oportunidades auténticas de participar en la forma de vida de la
sociedad. Las necesidades, en consecuencia, se definen como todo aquello que se refiere a
tal efecto. Un individuo está necesitado a efectos de política social en la medida en la que
carece de los recursos necesarios para participar como miembro pleno de la sociedad en su
forma de vida.” (Harris, 1987, p. 101)

Los propios Doyal y Gough reconocen este carácter socialmente construido de


las necesidades:
“Las personas demuestran sentimientos muy arraigados sobre aquello que necesitan, y
estos sentimientos están sujetos a enormes variaciones según las culturas y el uso del
tiempo” (Doyal y Gough, 1994, p. 77).

Sin embargo, en su argumentación los autores rechazan las concepciones


naturalista o utilitarista, relativista y culturalista estrictas de la necesidad. Rechazan la
visión naturalista o utilitarista que reduce necesidades a deseos y preferencias
regulados por el mercado porque se olvida que las necesidades son producidas
socialmente. Igualmente rechazan la estricta visión relativista e historicista de las
necesidades ya que tiende a relativizar su importancia en el sentido de que cada
sociedad tienen sus propias necesidades, cambiantes en función de la naturaleza de
su formación social. Finalmente se rechaza la visión estrictamente culturalista que
mantiene que las necesidades son producidas por grupos concretos que las
producen y reproducen ya que ello llevaría necesariamente a una microsociología de
las necesidades que los autores consideran innecesaria.

83
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

De esta manera, tanto las formulaciones de la economía ortodoxa, la Nueva


Derecha, el marxismo, el imperialismo cultural, la democracia radical o la
fenomenología participan, de alguna forma u otra, del discurso relativista que
mantiene la no existencia de necesidades humanas objetivas:
“Desde la derecha, la izquierda o el centro políticos, desde las disciplinas tradicionales o
desde el pensamiento postmoderno, desde la economía, la sociología, la filosofía y la teoría
del discurso, desde el feminismo radical y el antirracismo, la acusación es la misma: la
búsqueda de necesidades universales y objetivas es una quimera.” (Doyal y Gough, 1994,
p. 47)

Doyal y Gough sostienen que la forma de satisfacción puede variar pero que
puede sostenerse el hecho de que se ha ido generando un consenso sobre ciertas
necesidades básicas para el desarrollo de una existencia humana digna. Así, aún
sosteniendo que las necesidades humanas son históricas (construidas socialmente)
también se reconocen como universales. Son los satisfactores de esas necesidades
básicas los que presentan enorme variabilidad a lo largo de culturas o contextos
sociales distintos. Para los autores existen pues dos necesidades que pueden ser
consideradas universales: la necesidad de salud física y la necesidad de autonomía.
Así, para desenvolverse bien en la vida cotidiana los seres humanos tienen que ir
mucho más allá de la mera supervivencia. Han de gozar de un mínimo de buena
salud física. Si una persona desea llevar una vida activa y satisfactoria a su modo, irá
en su interés objetivo satisfacer sus necesidades básicas a fin de optimizar la
esperanza de vida y de evitar enfermedades y dolencias. Esto, en opinión de los
autores vale para todos y en todas partes.
Por otra parte, la autonomía como necesidad básica se refiere a la capacidad de
la persona para formular y estrategias consistentes, de acuerdo con sus intereses, y
a sus intentos para ponerlos en práctica en las actividades que emprenden. En otros
términos, estamos hablando de la agencia o agentividad de las personas, entendidas
como seres propositivos, capaces de tomar sus propias decisiones y de asumir la
responsabilidad que se deriva de ellas. Tres son las variables clave que afectan a los
niveles de autonomía personal: 1) el grado de comprensión que una persona tiene
de sí misma, de su cultura y de lo que se espera de ella como individuo dentro
misma, 2) la capacidad psicológica que posee de formular opciones para sí misma
(salud mental), y 3) las oportunidades objetivas que le permitan actuar en
consecuencia. A su vez, la autonomía ha de ser entendida bajo dos formas,
autonomía como libertad de agencia o de acción y autonomía crítica que conlleva la
participación democrática en el proceso político a cualquier nivel. Así pues, no sólo
es necesaria la libertad de acción sino también la libertad política, en el sentido
amplio del término política.
Mientras que las necesidades individuales básicas de salud física y de autonomía
son universales, muchos de los bienes y servicios que se requieren para
satisfacerlas varían según las culturas. En general, todos los objetos, actividades y
relaciones que satisfacen nuestras necesidades básicas pueden denominarse
satisfactores. Pero entre las necesidades básicas y sus satisfactores aparecen una
serie de objetivos derivados, o de segundo orden, que es necesario cumplir con el fin
de alcanzar los objetivos primarios de salud y autonomía: son las llamadas
necesidades intermedias. Doyal y Gough proponen una lista de necesidades

84
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

intermedias que, como veremos en el capítulo siguiente, no se alejan mucho de los


principales ámbitos que en general se consideran como los prioritarios a la hora de
definir la calidad de vida (ver Blanco y Chacón, 1985). Estos son: alimentos nutritivos
y agua limpia, alojamientos adecuados a la protección contra los elementos,
ambiente laboral desprovisto de riesgos, medio físico desprovisto de riesgos,
atención sanitaria apropiada, seguridad en la infancia, relaciones primarias
significativas, seguridad física, seguridad económica, enseñanza adecuada y
seguridad en el control de nacimientos y en el embarazo y parto.
Por último, para que cada sociedad encuentre los satisfactores necesarios para
cubrir tanto un nivel mínimo óptimo de necesidades intermedias como un nivel
óptimo de necesidades básicas, es decir, para que una sociedad evolucione, en
conjunto, de manera positiva es necesario contemplar cuatro condiciones sociales
previas.
Primero, toda sociedad ha de producir satisfactores de necesidades suficientes
para asegurar niveles mínimos de supervivencia y salud, junto con otros factores y
servicios de importancia cultural.

85
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

OBJETIVO UNIVERSAL Evitar daños graves: Participación crítica


Participación social de los en la forma de vida
miembros de una sociedad elegida

NECESIDADES Autonomía Autonomía


BÁSICAS Salud física de acción crítica
Nivel óptimo de:

Alimentos nutritivos y agua limpia.


Alojamientos adecuados a la protección contra los
elementos.
Ambiente laboral desprovisto de riesgos.
Medio físico desprovisto de riesgos.
Atención sanitaria apropiada.
Seguridad en la infancia.
Relaciones primarias significativas
NECESIDADES Seguridad física.
INTERMEDIAS
Seguridad económica
Enseñanza adecuada.
Nivel óptimo mínimo
Control de nacimientos y seguridad en el
de:
embarazo y parto.

Educación
intercultural

SATISFACTORES ESPECÍFICOS

Premisas Premisas para la


universales: optimización:
CONDICIONES SOCIALES
Producción Libertad negativa:
PREVIAS PARA LA
derechos civiles/políticos
SATISFACCIÓN DE Reproducción
NECESIDADES Libertad positiva:
Transmisión cultural
derecho de acceso a
Autoridad
satisfactores de necesidades
Participación política

Figura 4.2. Esquema de la teoría de las necesidades humanas de Doyal y


Gough (1994, p. 217).

Segundo, la sociedad debe garantizar un nivel adecuado de reproducción


biológica y socialización de la infancia. Tercero, tiene que asegurar las aptitudes y
valores que son necesarios para que haya producción y tenga lugar dicha
reproducción en definitiva, un sistema de transmisión cultural hacia una proporción
suficiente de la población. Por último, es necesario instituir algún sistema de
autoridad que garantice un respeto de las reglas que consiga una práctica

86
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

satisfactoria de estas aptitudes. Así, de forma similar al concepto de dualidad de la


estructura de la actuación humana de Giddens (1984), no es posible alcanzar la
salud y la autonomía individuales fuera del contexto institucional, social y normativo
en el que se inscriben las personas, lo cual le da un carácter eminentemente social al
abordaje de las necesidades que hemos estado desgranando y cuyo resumen
aparece en el esquema representado en la Figura 4.2.

4.1.3. La evaluación de necesidades


Para finalizar y antes de pasar al tema de los problemas sociales, quisiéramos
hacer una breve referencia a la Evaluación de Necesidades como el instrumento
metodológico más directamente relacionado con el tema que acabamos de exponer.
De hecho, la evaluación de necesidades junto con la evaluación de programas (ver,
por ejemplo, Rebolloso y Morales, 1996; capítulo 3 de este libro) son dos de las
estrategias más útiles en relación con la Intervención Psicosocial.
Según Siegel, Attkinson y Cohn (1977) la evaluación de necesidades es un
intento de describir y entender las necesidades de un área geográfica o social e
implica dos procesos: 1) aplicar un instrumento o conjunto de instrumentos de
medida sobre un área previamente definida, y 2) aplicar juicios de valor para evaluar
el significado de la información con la finalidad de determinar prioridades para la
planificación e implementación de programas o servicios. Por otra parte, al hablar del
propósito de la evaluación de necesidades cabe considerar dos cuestiones:
a. los programas de evaluación de necesidades tienen lugar
simultáneamente en dos escenarios diferentes: el de los servicios
objeto de evaluación y el de la comunidad donde se localizan estos
servicios.
b. El análisis de necesidades forma parte, como hemos podido ver en la
Figura 3.1 de un proyecto de investigación más amplio inserto dentro
del proceso de planificación de una Intervención Psicosocial, el cual
incluye:
o línea base
o análisis de necesidades
o implantación de intervenciones y programas
o evaluación de resultados (evaluación de programas)
o estudios de impacto social
Siguiendo a McKillip (1987) podemos distinguir 5 fases en un programa de
evaluación de necesidades:

1. Identificación de usuarios y usos del análisis de necesidades


Los usuarios del análisis son el cliente, es decir, todas aquellas personas o
instituciones que encargan el estudio y que tendrían que actuar sobre la base del
informe final. Como ya sabemos por el capítulo 2, el usuario no tiene porqué coincidir
(de hecho, generalmente no coincide) con la población objeto del estudio. En esta
fase es también importante especificar y explicitar la demanda, es decir, que se
pretende con el estudio, punto este a menudo excesivamente inconcreto e
indeterminado. También es frecuente tener en cuenta aquellos grupos que pueden

87
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

verse afectados por los resultados o por las acciones que se deriven de ellos. Esto
lleva a la segunda fase.

2. Descripción de la población objetivo


En esta fase se analizan elementos como: la dispersión geográfica, las
características demográficas de la población, se realiza un inventario de recursos de
la comunidad, se analiza la capacidad de los servicios existentes, los clientes de
esos servicios, se compara entre aquellas personas a quien van destinados los
programas existentes y las que realmente los utilizan, se detecta la existencia de
servicios competitivos o duplicados, etc.
Cuanto más podamos perfilar la población objetivo del análisis de necesidades
tanto más afinaremos en el resultado final.

3. Identificación de las necesidades


En esta fase se describen los problemas de la población objetivo y sus posibles
soluciones. Generalmente se utiliza más de una fuente de información y ésta ha de
incluir las expectativas sobre los resultados, el coste y el impacto de soluciones
alternativas. En esta fase, sin embargo, sólo se detectan necesidades, no se evalúa
su importancia ni se ordenan por este criterio. En este sentido puede resultar
sumamente útil remitirse a la ya mencionada perspectiva de Bradshaw para la
identificación de necesidades sociales (ver Figura 4.3.).
A través del análisis de necesidades pueden identificarse tres tipos de problemas:
o Problemas de discrepancias. Surgen al evaluar las expectativas con los
resultados.
o Problemas que afecten a grupos de riesgo
o Necesidades de mantenimiento. Hace referencia a aquellos grupos cuya
calidad de vida empeorará su se retiran o modifican determinados
servicios existentes en un momento dado.

4. Evaluación de necesidades
En esta fase se trata de dar respuestas concretas a preguntas como: ¿Cuáles
son las necesidades más importantes para la población objetivo?, ¿Cuáles son las
más relevantes teniendo en cuenta los objetivos y experiencia de los servicios
existentes?, ¿Cómo integrar los múltiples indicadores de necesidad? En esta fase,
además, es necesario contemplar otros aspectos como el contexto socio político en
el que se enmarca el estudio, la voluntad política y la capacidad económica del
cliente para asumir los resultados o las múltiples fuentes de resistencia al proceso de
evaluación.
Aunque los procedimientos para la evaluación de las necesidades sociales se
derivan fundamentalmente de los objetivos y particularidades de cada plan de
intervención y de las estrategias y recursos metodológicos generales en Psicología
Social, las técnicas para medir las necesidades sociales se pueden clasificar en tres
grandes categorías.
En primer lugar, estudios basados en entrevistas, encuestas y cuestionarios que
requieren de la población analizada opiniones, percepciones, actitudes, preferencias,
etc.; estos instrumentos además de un análisis cuantitativo importante poseen un
88
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

amplio grado de generalización. Los procedimientos interactivos, grupales o


individuales, constituyen una segunda categoría que agrupa sesiones de torbellino
de ideas (brainstorming), dinámicas de grupo, observación participativa,
informadores clave, etc., permitiendo estos procedimientos identificar las
necesidades sociales, una evaluación cualitativa de las mismas y plantear líneas de
actuación posterior. Una tercera categoría la componen indicadores sociales de tipo
demográfico y estadístico, así como datos epidemiológicos y asistenciales, cuya
naturaleza es fundamentalmente descriptiva, aunque permiten realizar inferencias
sobre las necesidades de una población determinada.
Para poder establecer de manera fiable cuales son las necesidades de una
determinada población puede ser útil considerar los cuatro tipos descritos por
Bradshaw como cuatro diagramas de Venn, más o menos amplios pero con un área
de intersección común que correspondería a los aspectos más susceptibles de
tomar en consideración. Además, es necesario utilizar los indicadores y criterios
adecuados para cada tipo de necesidades como muestra el cuadro de la Figura 4.3.
elaborado por Casas (1996 b).

5. Comunicación de los resultados


En la práctica, el análisis de necesidades es una actividad iterativa: el ciclo de
decisión, recogida de datos y análisis de éstos se repite hasta que los evaluadores
consideran que la información adicional que aportarían posteriores evaluaciones no
justifica el esfuerzo para llevarlas a cabo. También es necesario contemplar el perfil
del cliente para ajustar el formato del informe de resultados y así poder establecer
una comunicación clara y útil. En el capítulo final del libro volveremos sobre este
punto para presentar algunas orientaciones de carácter formal sobre la elaboración
de proyectos e informes de comunicación de resultados.

Datos cuantitativos Datos cualitativos


Vaciado de informes
Indicadores de condiciones
profesionales.
Normativas físico-ambientales y
Entrevistas a informantes
socio-ambientales.
clave.

Entrevistas a representantes de
Sentidas Indicadores psicosociales.
colectivos de ciudadanos.
(experimentadas)

Expresadas Listas de espera, tasas de Entrevistas a profesionales


(manifestadas) utilización. receptores de demandas.

Observación directa con Consultas a conocedores del


Comparativas registros apropiados. medio objeto de estudio.

Figura 4.3. La cuádruple perspectiva de las necesidades sociales de


Bradshaw (1972) a través de diversas técnicas de investigación
(Casas, 1996b).

89
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

4.2. El problema social como origen y motivo de la


Intervención Psicosocial
En los capítulos anteriores se ha insistido en que la dimensión aplicada e
interventiva de la Psicología Social se ha desarrollado vinculada a la idea de
problemas sociales, ya sea desde una faceta práctica y de utilidad social orientada
hacia la búsqueda de soluciones, ya sea desde una perspectiva analítica orientada
concretamente a su estudio y comprensión. En este apartado abordamos algunas
consideraciones sobre qué se entiende por problema social y cuáles son sus
características definitorias, así como las teorías y modelos que se han desarrollado
para explicarlos.

4.2.1. El problema de los problemas sociales


Cuando nos acercamos al estudio de los problemas sociales como un conjunto
de teorías e investigaciones en un campo del conocimiento y como una situación o
circunstancia determinada, debemos tener presente algunas dificultades.
En primer lugar, al hablar de problema social hemos de desechar la creencia
ampliamente extendida que pretende considerarlo únicamente como un hecho
objetivo perteneciente a la realidad física, algo similar al derrumbamiento de un
edificio o a los efectos físicos de una epidemia. Nisbet (1971) nos pone en alerta
ante semejante creencia que equipara erróneamente la realidad social con la
realidad física. Un problema físico no constituye per se un problema social, aunque
éste pueda ir vinculado o ser consecuencia de aquél.
El estudio de los problemas sociales se enfrenta a una segunda dificultad cuando
intentamos delimitar el concepto. De hecho son muchas las definiciones que se han
producido y prácticamente todas ellas se encuentran con serias limitaciones. Estas
limitaciones provienen en primer lugar de la diversidad de problemas que pueden
incluirse dentro de este rótulo, ya que puede incorporar elementos tan dispares como
la violencia doméstica, el paro, la contaminación, etc. Sin embargo, no es esta la
principal dificultad con la que nos enfrentamos al intentar elaborar una definición de
problema social. La diversidad histórica y cultural también constituyen otro foco
importante de complicaciones. Ni a lo largo del tiempo, ni en diferentes culturas se
entienden la misma cosa cuando nos referimos a un problema social.
A pesar de estas dificultades la literatura psicosocial nos proporciona un buen
contingente de definiciones que puede ayudarnos a esclarecer el concepto de
problema social. Una de las definiciones más clásicas de problema social es la de
Fuller y Myers (1941 a y b), quienes lo entienden como una condición que se
establece así por un número considerable de personas, las cuales consideran que
se da una desviación de las normas sociales habituales. Para Van der
Zanden (1977) un problema social es una situación que un considerable número de
personas juzga desagradable o desfavorable y que, según ellas, existe en su
sociedad. También desde esta perspectiva un problema social carece de existencia
objetiva; es más bien la población la que atribuye carácter problemático a ciertos
hechos o conductas y les asigna un significado desfavorable. Para el autor, por tanto,
el concepto psicosocial de actitud resulta clave en la definición de los problemas
sociales.

90
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

Una definición más completa nos la ofrecen Sullivan y colaboradores, quienes


entienden que un problema social existe cuando un grupo influyente define una
condición social como amenazante para sus valores, afecta a un gran número de
personas, y puede ser remediada mediante la acción colectiva. (Sullivan, Thompson,
Wright, Gross y Spady, 1980; Sullivan y Thompson, 1994). Los problemas se
interpretan como sociales en tanto sus motivos y soluciones son de carácter social,
aunque conlleven impactos sobre individuos vulnerables debido a que las
condiciones sociales generan situaciones de riesgo (Humphreys y Rappaport, 1993).
Una tercera dificultad viene dada por una dimensión que a su vez permite
avanzar en la comprensión del concepto de problema social. Dicha dimensión tiene
que ver con la contraposición entre objetivismo, reformulado en términos de
realismo, y subjetivismo, reformulado en términos de construccionismo (Goode y
Ben-Yehuda, 1996; Sasson, 1995).
El objetivismo enfatiza el papel de las condiciones amenazantes o peligrosas
respecto a la vida y el bienestar, resaltando la posibilidad de identificar realistamente
los problemas sociales. A pesar de la insistencia en considerar el carácter subjetivo y
socialmente construido de los problemas sociales, hay que reconocer como señala
Clemente (1992), que la mayoría de los problemas sociales poseen claros elementos
objetivos que los motivan. Por otra parte, si se reconoce que un problema social sólo
existe cuando es definido como tal por un gran número de personas, esta cohesión
de pensamiento, generalmente amplificada por los medios de comunicación de
masas, necesita de elementos objetivos para poder existir. Sin embargo, es cierto
que existen numerosas condiciones sociales con elementos objetivos que, si no son
definidas como problemáticas por algún grupo, no pasan a ser consideradas
problemas sociales.
El subjetivismo enfatiza los procesos de interpretación de una situación como
elementos determinantes en la experiencia de un problema social. Tal como afirma
Javaloy (1990), la dictadura más autoritaria, la pobreza más abyecta o la
discriminación más evidente pueden existir sin que constituyan un problema social;
sólo serán percibidas como problemas sociales cuando las personas afectadas se
crean con derecho a la libertad política, a la igualdad y a determinado nivel de vida.
Para que exista un problema social es preciso pues que un cierto número de
personas lo definan como tal, es decir, que consideren una determinada situación
como perjudicial, desagradable o injusta. Ello requiere que posean cierto criterio o
valor social con el que contrastar su propia situación. La toma de conciencia de una
situación problemática estará pues relacionada también con los valores de cada
tiempo y lugar.

4.2.2. Características de los problemas sociales


La definición de los problemas sociales continúa sin ser totalmente satisfactoria
ya que como señalaron en su momento Spector y Kituse (1987) contienen términos
tan abstractos que resulta difícil su anclaje en los temas concretos y su
operacionalización. Sin embargo, a partir de las definiciones y dimensiones revisadas
en el apartado anterior podemos extraer una serie de características que permiten
identificar la existencia de un problema social:

91
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

1. Debe existir un consenso grande entre los miembros de una sociedad sobre la
determinación de que estamos ante un problema social.
2. Debe ser posible identificar a los grupos sociales que definen la existencia de un problema
social, ya que ellos son los que tienen interés en su solución.
3. Los valores sociales son imprescindibles para determinar el porqué la sociedad define un
problema como social, ya que los problemas sociales afectan a aspectos socialmente
valorados y significativos en la vida de los ciudadanos.
4. Los problemas sociales poseen una identificación distinta de los problemas personales, en
cuanto que son cuestiones públicas, tanto en su dimensión cuantitativa (número de
personas afectadas), como sobre todo en relación con las atribuciones de responsabilidad y
causalidad (son situaciones injustas).
5. La solución de los problemas sociales requiere intervenciones de naturaleza colectiva,
orientadas a modificar situaciones e interacciones.
6. Los problemas sociales poseen un referente objetivo, o al menos objetivable.

Los problemas sociales se generan en un considerable rango de ámbitos de


interacción social y demandan un importante volumen de trabajo tanto de
investigación como de intervención, que además difieren según los distintos
acercamientos profesionales, por lo que cualquier clasificación de estos dominios o
tipos de problemas sociales resulta siempre arbitraria, difícilmente exhaustiva, con
límites borrosos y desde luego extraordinariamente sensible a los cambios históricos
y culturales. No obstante, la categorización realizada por Sullivan y Thompson (1994)
resulta esclarecedora y didáctica:
o Problemas que afectan a las instituciones sociales (p.e., familia, salud,
poder político, ...).
o Problemas relacionados con la desigualdad social (p.e., pobreza,
discriminación, …).
o Problemas relacionados con comportamientos no convencionales y
desviados (p.e., delincuencia, drogadicción, …).
o Problemas asociados a los cambios del mundo físico y social (p.e.,
problemas urbanos, crecimiento poblacional, condiciones ambientales, …).

4.2.3. El proceso de legitimación de los problemas sociales


Merton y Nisbet (1976) distinguen entre las condiciones objetivas y subjetivas de
los problemas sociales, que les ha llevado a plantear dos tipos de problemas
sociales, los manifiestos y latentes, respectivamente. Mientras que a los manifiestos
les corresponde una intervención adecuada para su solución, a los latentes es
necesario primeramente identificarlos y, posteriormente, corresponderá una acción
preventiva sobre ellos, para evitar que acaben constituyéndose en problemas de
hecho.
Esta idea de estado latente y posterior manifestación nos sitúa en la línea de
entender el problema social como un proceso en desarrollo. En tanto que proceso, el
desarrollo de un problema atraviesa varias fases. De forma simple pero rigurosa,
Blumer (1971) divide el proceso del problema social en cinco fases que corresponde
a tres momentos: un primer momento en el que tiene lugar la fase de emergencia y
definición del problema; un segundo momento o fase de legitimación del problema
social y un tercer momento de intervención. En este tercer momento Blumer sitúa las

92
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

fases de movilización para la acción, formación de un plan de actuación e


implementación.
De manera análoga, Spector y Kitsuse (1987) describen cuatro fases que, si bien
no acaban por explicar el origen del problema social, si recogen las principales
etapas de su legitimación y reconocimiento social. Estas fases han sido etiquetadas
como: i) agitación, ii) legitimación y coactuación, iii) burocratización y reacción, y iv)
reemergencia del movimiento (Spector y Kitsuse, 1987; Clemente, 1992). A partir de
la redefinición de los problemas sociales atendiendo al concepto de estrés, la
explicación de la respuesta comunitaria ante una situación problemática nos permite
integrar el proceso de definición de un problema social y las estrategias para su
afrontamiento, especialmente ante situaciones agudas, en función de cuatro etapas:
turbulencia, afrontamiento inicial, frustración y organización comunitaria (Eldstein y
Wandersman, 1987; Wandersman y Hallman, 1994).
La fase de turbulencia o de agitación se produce como consecuencia de la
identificación, anuncio o descubrimiento de una situación peligrosa o crítica que
genera incertidumbre respecto a sus consecuencias y sobre todo a su control o
solución. Un primer momento se caracteriza por la presencia de un colectivo que
considera una serie de condiciones sociales como injustas, ofensivas o indeseables
y que expresa su descontento hacia dichas condiciones sociales, estimula
controversias y contribuye a crear un estado de opinión público y político. El proceso
que lleva a cabo el grupo pasa por: a) convencer a otros grupos sociales que el
problema social existe, y b) comenzar a preparar acciones dirigidas a las causas del
problema. Estas acciones suelen ser llevadas a cabo por las víctimas de la situación
aunque también suelen participar personas y colectivos que no están directamente
afectados.
En esta fase se dedican grandes esfuerzos para convertir los problemas privados
en problemas públicos. El proceso por el que las demandas o quejas de un colectivo
puedan llegar a convertirse en un problema social depende del poder de los grupos
que lideran la protesta, de la naturaleza y variedad de las quejas, y de las estrategias
y mecanismos de presión. El poder de los grupos que lideran la protesta se define
como tamaño del grupo, consistencia, recursos materiales, etc., pero también como
capacidad para canalizar las demandas y promover actuaciones ciudadanas. La
naturaleza y variedad de las quejas hace referencia al grado de ambigüedad de la
demanda, a la heterogeneidad de las propuestas y a las dificultades para fijar
responsabilidades y metas. La utilización de una determinada estrategia de presión
ejerce una notable influencia sobre el proceso de transformación de una queja en un
problema social. Adoptar estrategias efectivas para alcanzar los objetivos propuestos
puede venir determinado por las dos dimensiones anteriores, pero también es
conveniente definir los mecanismos de actuación en función de las características de
la audiencia o la oposición de otros grupos con percepciones de la situación distintas,
intereses contrapuestos y valores enfrentados.
La transición de la primera a la segunda fase se podrá producir si finalmente se
desarrolla una conciencia pública respecto a lo injusto de la situación y un alto grado
de visibilidad del debate social. La fase de afrontamiento inicial supone la interacción
de los afectados con las redes sociales e institucionales. En esta fase los principales

93
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

agentes sociales (generalmente oficiales) reconocen al grupo de presión así como a


sus reivindicaciones. En este caso pueden distinguirse dos momentos del proceso:
1. Legitimación. Por el mero hecho de reconocer un problema, las agencias oficiales se
encuentran ante la necesidad de buscar soluciones al respecto. En este punto el grupo de
presión recibe legitimación, reconocimiento y hasta agradecimiento a sus componentes que
pasan de ser ilegales a ser críticos del sistema;
2. Coactuación. Cuando los organismos oficiales tratan de actuar sobre el problema,
empiezan también a controlar la definición del mismo, a elegir sus interlocutores legales, a
incrementar la dimensión del problema, cambiando la orientación o diversificándolo. En
definitiva, la gestión del problema y de sus posibles soluciones es absorbida por la
oficialidad.
En esta fase se produce un reconocimiento formal de las protestas y la
implicación de las agencias oficiales, dando lugar a investigaciones, propuestas de
actuación, establecimiento de comisiones, etc., con el propósito de atender las
reclamaciones de los grupos de presión. En esta fase puede diluirse las
reivindicaciones o bien puede generarse un conjunto de medidas institucionales que
permitirán la supervivencia de las demandas sociales. En este momento es cuando
suele producirse atribuciones causales centradas en los afectados tales como
atribución de responsabilidad a los afectados o en su caso de estigmatización y
diferenciación. También es característico de esta fase la aparición de sentimientos
de indefensión y de pérdida de control al adquirir un mayor protagonismo las redes
institucionales. Según Spector y Kituse (1987) esta fase se considera finalizada
cuando las quejas han sido incorporadas y en alguna forma rutinizadas por una
instancia o agencia que muestre interés en actuar.
En un primer momento, la tercera etapa se caracteriza porque el problema es
asumido por una agencia gubernamental, que al convertirlo en uno de tantos, suele
minimizarlo. En este momento, el problema deja de ser el más importante para pasar
a ser simplemente uno más dentro de las competencias gubernamentales. Por lo
que respecta a los afectados, normalmente las agencias oficiales van a dejar de
preocuparse de ellos, en cuanto no son sino personas concretas. Así, la cuestión
según Stark (1975) deja de ser Qué se puede hacer para evitar las condiciones que
generan el problema y se convierte en Qué se puede hacer para evitar que haya
personas que sigan protestando. En un segundo momento, La frustración que
caracteriza la tercera fase se produce como resultado del fracaso de las redes de
apoyo social e institucional en la comprensión de la situación y en la solución de los
problemas. Se produce la reactivación de las demandas por el grupo original o por
otros grupos, expresando descontento con los procedimientos establecidos para el
manejo de las quejas, con la negociación respecto a las condiciones que generaron
la protesta, con la incapacidad para generar confianza, etc.
La fase de organización comunitaria se produce como resultado del fracaso o por
pérdida de credibilidad de las redes formales, dando lugar a la búsqueda de
soluciones colectivas. Si el problema ha llegado a esta fase de reemergencia del
movimiento, lo normal es que el proceso haya generado no pocas desilusiones y
descontentos entre las personas afectadas. Aparecen así cuatro posibles
alternativas:

94
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

1. Puede ser que el grupo de presión original rechace la forma de actuación de las
instituciones oficiales.
2. Puede ser que los promotores iniciales del movimiento sean substituidos por los verdaderos
afectados.
3. Puede ser que las acciones promovidas por los organismos oficiales entren en conflicto con
los valores de otros grupos, generando así nuevas fuentes de problemas sociales. En este
sentido autores como Morgan (1983) o Seidman y Rappaport (1986) han recurrido al
término iatrogénesis, utilizado para describir los efectos negativos de la actuación médica,
para referirse a cuándo una intervención genera más problemas que soluciones.
4. La cuarta posibilidad ofrece dos caminos: o bien se produce el desarrollo de grupos más
reducidos que pretenderán a toda costa buscar soluciones eficaces para los afectados; o
bien se irán creando pequeños grupos que puedan solucionar aspectos parciales del
problema.
Sin embargo, la naturaleza de la solución está condicionada por la interpretación
del problema, de forma que un mayor nivel de preocupación por la comunidad se
relaciona positivamente con el desarrollo de acciones organizadas intentando
modificar las condiciones que generaron el problema social de referencia.
En resumen, la identificación de un problema social equivale a su aparición o
emergencia, y se producirá cuando un grupo en desventaja, a partir de valores y
criterios contrapuestos, defina colectivamente la situación como algo negativo que
debe ser corregido. Para caminar hacia su solución, una vez que el problema social
está definido, debe adquirir legitimidad conforme vaya obteniendo apoyo y
reconocimiento social. El respaldo de las instituciones sociales y de los medios de
comunicación le conferirá mayor respetabilidad (Blumer, 1971), y contribuirá a que
quienes sean responsables de resolverlo lo consideren significativo y digno de ser
atendido. Finalmente, los poderes públicos responsables deberían decidir poner en
marcha un programa de acción. Los investigadores que lo lleven a cabo habrán de
definir científicamente el problema, establecer unos objetivos, diseñar las fases de
un programa y organizar su implantación. En los últimos tiempos ha adquirido mayor
importancia la etapa posterior a la implantación del programa: la evaluación de sus
resultados y consecuencias. Dicha evaluación será la encargada de medir la eficacia
del programa ejecutado para solucionar el problema.
Sin embargo, los representantes de los poderes públicos no siempre afrontan la
solución de los problemas, hay ocasiones en que prefieren seguir estrategias de
obstaculización, confusión o freno a la evolución resolutiva de esos problemas. Entre
las estrategias que utilizan como barreras para no hacerse cargo de la solución de
los problemas se encuentra: por un lado, la tendencia a culpar a la víctima (Caplan y
Nelson, 1973), según la cual la responsabilidad del problema recaería sobre las
propias víctimas afectadas por el mismo, y por otro, el intento de oscurecer o
confundir el problema desviando la atención de sus raíces sociales y medicalizándolo
(Haines, 1979), como se hizo en ciertos casos al juzgar algunos signos de desviación
o mera disidencia como enfermedades mentales.

4.2.4. El estudio de los problemas sociales


Los problemas sociales han constituido un ámbito de interés para todas las
ciencias sociales y desde niveles de análisis muy generales hasta niveles de análisis
muy específicos. En este apartado revisaremos distintas formas de entender los
95
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

problemas sociales presentando en primer lugar los acercamientos más generales


que asocian el estudio de los problemas sociales al desarrollo y organización de la
sociedad. En segundo lugar revisaremos las perspectivas teóricas que han analizado
este campo de estudio en función del énfasis en los modelos explicativos. En tercer
lugar recogemos los distintos niveles de análisis que se han desarrollado desde la
Psicología y la Psicología Social.
El estudio de los problemas sociales se ha realizado desde enfoques teóricos
muy diversos, pero que pueden agruparse en tres orientaciones generales:
funcionalista, del conflicto e interaccionista (Sullivan y Thompson, 1994).
La orientación funcionalista entiende que la sociedad está constituida a partir de
elementos interdependientes que generan un complejo sistema orientado al
equilibrio y la integración y altamente resistente al cambio. Desde el funcionalismo el
problema social se identifica cuando un cambio social es suficientemente
significativo para alterar el balance de estabilidad que los subsistemas han logrado y
dificultar la eficiencia del sistema social en la consecución de sus objetivos,
generándose entonces prácticas sociales disfuncionales.
La orientación del conflicto considera que la confrontación es el motor de la
sociedad debido a que grupos sociales en competencia intentan lograr el control de
los recursos escasos. Desde esta orientación existe un problema social cuando un
grupo de personas, cuyos intereses y necesidades se atienden desventajosa o
insuficientemente, se moviliza con el fin de resolver lo que perciben como una
desventaja social.
La orientación interaccionista enfatiza el consenso como fundamento de la
sociedad. La búsqueda de consenso a través de la interacción social es lo que
permite la construcción de la sociedad. Desde esta orientación el problema social es
una construcción que tiene lugar a partir de una condición social que es definida
como amenazante, estigmatizante o disruptiva para las expectativas sociales de un
grupo determinado.
Estas orientaciones generales sobre la dinámica social y la génesis de los
problemas sociales están en la base de las diversas perspectivas que, a lo largo de
la historia de las ciencias sociales, se han ocupado de definir y delimitar el concepto
y alcance de los problemas sociales, como sucede en el destacado trabajo de
Rubington y Weinberg (1981). Nosotros seguiremos a Clemente (1992) quien,
basándose en el trabajo antes mencionado, contempla seis posicionamientos
distintos que pueden encontrarse en el cuadro resumen de la Figura 4.4. En este
cuadro hemos mantenido los epígrafes que utilizan Rubington y Weinberg, y también
Clemente, para poder establecer un cuadro comparativo que permita una mayor
claridad expositiva.
La primera perspectiva para el estudio de los problemas sociales es la de la
patología social. Desde este punto de vista se aplica el modelo organicista a lo
social y se considera que las personas o las situaciones se convertían en problemas
sociales cuando interferían el funcionamiento normal de la sociedad orgánica. Esta
interferencia constituía una enfermedad o patología social. A pesar de que esta
perspectiva tuvo su apogeo entre los años 1890 y 1910, en la actualidad todavía
pueden encontrarse algunos ejemplos de explicaciones psicosociales basadas en

96
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

estos principios, especialmente los que relacionan desviación con anomalías físicas
o genéticas. También esta presente este modelo en aquellas explicaciones e
intervenciones que atribuyen la causa de los problemas a defectos internos de
naturaleza moral o espiritual (Humphreys y Rappaport, 1993).
La perspectiva de la desorganización social retoma de la anterior la idea de la
sociedad como sistema, formada por partes integradas entre sí. El problema social
aparece ante la descoordinación de partes de ese sistema. Uno de los conceptos
claves aquí es el de regla: las reglas no sólo van a definir las diferentes partes de la
sociedad, sino que también van a definir cómo se van a interrelacionar dichas partes
entre sí. El concepto de grupo primario como grupo mantenedor de las reglas
sociales de Cooley, el problema de la falta de reglas con la que se encontraron los
campesinos polacos emigrados a Estados Unidos que analizaron Thomas y
Znaniecki, así como el concepto de laguna cultural o desfase entre las distintas
partes de un sistema en evolución, especialmente entre la denominada cultura
material (tecnología) y la no material (cultura, ideas, valores) que propuso Ogburn,
son tres de las principales contribuciones teóricas a esta perspectiva.
La perspectiva de la desviación social hace su aparición paralelamente al
surgimiento de dos grandes escuelas con perspectivas distintas en el estudio de los
problemas sociales. Por un lado, la escuela de la Universidad de Harvard, con un
enfoque centrado en el análisis de la estructura social; por otro, la Escuela de
Chicago, más centrada en el análisis de los procesos sociales, enmarcados en el
contexto urbano de la ciudad de Chicago. Para los primeros, el concepto de anomia
desarrollado por Durkheim y retomado posteriormente por Merton resulta clave para
mantener la idea de que este vacío o carencia de normas que conlleva una situación
de anomia tiene una serie de manifestaciones entre las que se halla el surgimiento
de comportamientos desviados. Así, el comportamiento desviado tiene una clara
relación con las condiciones estructurales y organizacionales de la sociedad. Desde
la Escuela de Chicago, Sutherland considera que la desorganización social es un
importante factor de desviación social de forma que los sujetos aprenden a ser
delincuentes por asociación con patrones de conducta desviada, en otras palabras, a
través de la llamada asociación diferencial.
También enmarcada en la tradición teórica del Interaccionismo Simbólico se
encuentra la perspectiva del etiquetado social. El énfasis se sitúa aquí en la
definición social de la desviación considerando el carácter subjetivo y socialmente
construido de los problemas sociales. Así, la perspectiva del etiquetado se centra
más en los procesos que en la estructura social, más en lo subjetivo que en lo
objetivo, más en las relaciones que en las causas de la desviación. La obra de
Becker (1963) Outsiders, las aportaciones teóricas de Mead y la construcción social
del self así como el análisis del proceso de tipificación social de Schutz son algunos
pilares importantes para esta perspectiva.
La orientación del conflicto de valores recoge la tradición sociológica marxista y
su descripción de la Historia a partir de la lucha de clases, o la perspectiva de
Simmel con su análisis del conflicto como forma de interacción social. Por su parte,
Fuller y Myers (1941a y b) argumentan que el conflicto de valores aparece en todas
las fases de definición de los problemas sociales, ya que siempre se va a producir
una contraposición entre los valores de dos o más grupos sociales. Este conflicto no

97
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

supone, como en anteriores perspectivas, un síntoma de desorganización social;


forma parte inherente de los procesos sociales. Vinculada a esta perspectiva se
encuentran por un lado la perspectiva de la construcción social, conciliando el
etiquetaje social y el conflicto de valores a partir de la obra ya comentada
anteriormente de Spector y Kituse (1987) Constructing Social Problems, en la que los
autores sostienen que será la coexistencia de situaciones sociales que entran en
conflicto y la actividad de quienes demandan que se actúe lo que llevará a etiquetar
una situación como problema social. Por otro lado, se halla la perspectiva crítica que
recoge la tradición más dialéctica enfatizando las relaciones entre clases y las
relaciones de poder.
Finalmente, recogiendo la tradición de Weber y de la Psicología de las
Organizaciones, la perspectiva de la teoría de la burocracia afirma que la
organización burocrática es un instrumento privilegiado que ha modelado la política,
la economía y la tecnología modernas. A pesar de ello, la burocracia es también la
génesis de no pocos problemas sociales. Así Merton ha caracterizado la
personalidad burocrática como cada vez más acentuada en rigidez y falta de
flexibilidad. Por otra parte, el conformismo burocrático conlleva falta de eficacia ante
los problemas, llegando a generar disfunciones en la propia organización. La
departamentalización excesiva y el pensamiento e intereses compartimentalizados,
la impersonalidad de las reglas burocráticas, la aparición de estructuras informales
en el seno organizacional y la falta de consideración de aspectos emocionales y
afectivos son otros tantos factores a considerar.
Perspectiva

referencia
teórico de
Marco

Definición Causas Condiciones Consecuencias Soluciones

La causa última de Los patólogos Los primeros


Incremento del
El problema social los problemas sociales han patólogos sociales
Modelo organicista
1. Patología social

coste del
se concibe como sociales es el fallo evolucionado propugnan la
mantenimiento del
violación de en la socialización. desde el análisis de eugenesia. Otros
orden legítimo.
expectativas Los desviados son individuos inciden sobre la
Posteriormente,
morales, lo considerados inmorales al de las educación.
indignación ante
socialmente deseable inmorales, características Finalmente se
los defectos de la
es lo saludable. enfermos, inmorales de la abordan cambios
sociedad.
defectuosos. sociedad. en instituciones.
Desordenes, o
Las partes de un
Perspectiva organísmica o
2. Desorganización social

desintegraciones Recuperación del


sistema social están
Fallo en las reglas. (delincuencia, estado de equilibrio
El cambio social. en equilibrio
3 tipos de desorga- alcoholismo, del sistema,
sistémica

Sus efectos son las precario y diná-


nización: enfermedad volviendo al estado
desincronizaciones mico. Cualquier
falta de normas mental). A nivel del anterior o
de unas partes con momento de
conflicto cultural sistema se opera un alcanzando otro
respecto a otras. desequilibrio puede
ruptura social cambio, estado distinto de
comportar un
continuación, o equilibro.
cambio social.
una ruptura.

98
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

Perspectiva

referencia
teórico de
Marco
Definición Causas Condiciones Consecuencias Soluciones

Una inapropiada
Los problemas Malas oportunida-
socialización. Resocialización,
sociales reflejan des para aprender
Interaccionismo Simbólico

Dentro de los refuerzo del


violaciones de las formas tradicio-
Escuela de Harvard
Escuela de Chicago
3. Desviación social

grupos primarios se contacto con


expectativas de las nales y oportuni- Establecimiento de
produce una grupos primarios
normas. Las dades para apren- grupos que se
valoración mayor no desviados.
conductas y der formas desvia- dedican a realizar
del aprendizaje de Desde un punto de
situaciones que se das. No oportuni- actividades
conductas vista societal,
alejan de las dades para lograr desviadas.
desviadas que de aumento de las
normas son metas legítimas.
no desviadas oportunidades
consideradas como Acercamiento a
(asociación legítimas.
desviadas. sujetos desviados.
diferencial)
Teoría social crítica Construccionismo social

Los problemas o Si una persona o Existen dos


La causa es la
4. Etiquetado social

desviaciones situación se posibles formas:


Interaccionismo

atención que recibe


sociales se definen etiqueta como cambiando las
Simbólico

un problema social Toda una cadena


en función de las desviada, eso definiciones de la
de la sociedad en de desviaciones
reacciones sociales supondrá ventajas situación.
general o de las secundarias.
ante una supuesta para la persona, o Tratando de situar
agencias de control
violación de las si no, ésta las el beneficio fuera
social.
reglas. buscará. de la etiqueta.
Construccionismo social

Sacrificio de
6. La teoría de la burocracia 5. Conflicto de valores

Los problemas Cuando varios


Tradición marxista

El conflicto surge valores importantes


sociales son con- grupo tienen Existen tres
cuando dos o más para un grupo a
diciones sociales distintos intereses o posibles formas:
grupos están en favor de otro.
incompatibles con valores, al entrar en consenso,
oposición y en Ayuda a clarificar
los valores de conflicto se negociación
contacto unos con las posturas y
algunos grupos de produce un y poder único.
otros. valores de cada
la sociedad. problema social.
grupo.
Los problemas La burocratización Proceso de Reconducción de la
Análisis organizacional

sociales son de la vida social; burocratización Las propias institución, lo que


característicos de separación de los con aspectos instituciones implica separar los
las sociedades elementos negativos como creadas para evitar aspectos
industrializadas, racionales de los ritualización y falta problemas sociales emocionales y
son fruto del emocionales bajo de afecto pero no generan a su vez afectivos de los de
progreso, unas formas de los positivos como un incremento del pura gestión
consecuencias poder y liderazgo incremento de la problema. administrativa y
ineludibles de él. concretas. eficacia y eficiencia. organizacional.
Figura 4.4. Perspectivas en el estudio de los problemas sociales. Elaboración de los
autores a partir de Clemente (1992).

Desde la Psicología estos acercamientos pueden estructurarse en torno a


modelos que difieren en función del nivel de análisis en el que cada uno centra la
explicación y las pautas de intervención en relación con los problemas sociales,
(Doise, 1976; Yela, 2000). Sin embargo, sería simplista considerar que todos los
problemas sociales obedecen a leyes semejantes, así como olvidar que todos estos
niveles están íntimamente relacionados. El estudio de un problema determinado
puede realizarse desde uno o varios niveles de análisis, en función de su propia
naturaleza y de los propósitos y limitaciones de la investigación.
o Modelos psicobiológicos y evolucionistas. La unidad de análisis de estos
enfoques es el individuo en cuanto especie y dirigen sus explicaciones hacia
los fundamentos sociobiológicos y evolutivos del comportamiento socialmente
problemático. La misma naturaleza de estas explicaciones reduce las
posibilidades de intervenciones o actuaciones orientadas a la comprensión del
fenómeno o problema de referencia. Los mecanismos intrínsecos vinculados

99
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

a la propia dinámica social serán los encargados de orientar las pautas a


seguir.
o Modelos psicológicos (personológicos, conductuales y cognitivos). También
estos acercamientos orientan sus explicaciones hacia contingencias
individuales, aunque enfatizando la importancia de las características de
personalidad y de los procesos de aprendizaje y cognitivos, los factores
motivacionales y las diferencias individuales. Las intervenciones que se
derivan pretenden incidir sobre la toma de decisiones individuales y las
motivaciones que se supone subyacen a la conducta problema. Muchas de
las explicaciones de los comportamientos relacionados con el consumo de
drogas se han realizado desde este nivel de análisis (Humphreys y
Rappaport, 1993).
o Modelos psicosociales. En esta categoría debe incluirse tanto las teorías
sobre los procesos interpersonales e intragrupales (Sabucedo, Klandermans,
Rodríguez y Fernández, 2000), como aquellas que resaltan el papel de la
interacción intergrupal y con el entorno físico y social. En este nivel se
situarían las explicaciones de la participación ambiental atendiendo a la
influencia de la exposición al riesgo y de características individuales sobre la
percepción de deterioro ambiental (Wandersman y Hallman, 1994;
Hernández, Suárez y Martínez-Torvisco, 1997). En la perspectiva intergrupal
se sitúa una notable tradición en Psicología Social, que define los problemas
sociales en términos de conflicto social.
o Modelos sociopsicológicos. Las explicaciones que se sitúan en este nivel de
análisis enfatizan la influencia sobre la génesis, comprensión y tratamiento de
los problemas sociales de los mecanismos de socialización y comunicación
social y atribuyen un papel central al conjunto de creencias culturalmente
transmitidas, a los valores, actitudes, representaciones sociales y a las
ideologías (Hernández, Suárez, Martínez-Torvisco y Hess, 1997, 2000).
Centrándonos en el ámbito de las intervenciones psicosociales podemos
considerar, siguiendo a Prilletensky (1997), que las acciones frente a un problema
social pueden desarrollarse desde cuatro orientaciones.
o La orientación tradicional, íntimamente ligada al modelo clínico, se sustenta
en la consideración de los problemas en términos de déficit personal y por lo
tanto, trata de compensar estos déficits incrementando los recursos
personales de afrontamiento. Por ejemplo, en relación con la prevención de
drogodependencias, sería aquellas intervenciones que promueven el
desarrollo de competencias psicosociales para incrementar la capacidad de
resistir la presión grupal y las habilidades de rechazo (Wynn, Schulenberg,
Maggs y Zucker, 2000).
o La orientación potenciadora atribuye la existencia de problemas sociales a
situaciones de riesgo, por lo que junto a la intervención en crisis propugna
actuaciones orientadas hacia los grupos de riesgo para prevenir el desarrollo
de dichos problemas. En el ámbito de la prevención de drogodependencias
nos encontramos con intervenciones que pretenden, en contextos
desfavorecidos o en familias desestructuradas, capacitar a los jóvenes para
que trabajen su propios métodos de solución de problemas y para desarrollar
estilos de vida que representen una alternativa al consumo de drogas, como
pueden ser actividades de tiempo libre (Bronowski y Gabrysiak 1999).
o La orientación postmoderna, basada en consideraciones construccionistas,
enfatiza el papel de los mecanismos interpretativos de la realidad, por lo que

100
Las necesidades y los problemas sociales desde la Intervención Psicosocial

las intervenciones están dirigidas a modificar variables sociocognitivas


relacionadas con la interpretación del problema, como percepción de riesgo o
creencias sobre la salud. En definitiva se trata de cambiar la forma en que los
miembros de un grupo social construyen y representan un problema con el
propósito de cambiar la forma en que se enfrentan a dicho problema (Morgan,
Hibell, Andersson, Bjarnason, Kokkevi, y Narusk, 1999).
o La orientación emancipatoria atribuye los problemas sociales a falta de
información o a circunstancias de opresión y de conflicto interpersonal e
intergrupal, por lo que las intervenciones sociales deben orientarse hacia la
modificación de esta condiciones. (Gebhardt, Kaphingst, y DeJong, 2000).
Es deseable una adecuada correspondencia entre los niveles de explicación y los
de intervención, de forma que las intervenciones se deriven de un modelo explicativo
suficientemente desarrollado. Al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta que aunque
la Intervención Psicosocial pueda enfatizar un determinado nivel frente a otro, la
investigación evaluativa pone de manifiesto que en la mayoría de los problemas
sociales las intervenciones más eficaces suelen ser las que se realizan desde una
perspectiva multinivel y/o con múltiples componentes (Martín, y Hernández, 1999;
Morgan, Hibell, Andersson, Bjarnason, Kokkevi, y Narusk, 1999), que conjugan el
carácter amortiguador y reparador de las consecuencias que conlleva todo problema
social con el carácter de corrección de las condiciones que lo posibilitan.

101
Capítulo 5

Felicidad, bienestar y calidad de vida


desde la Psicología Social
No es tarea fácil definir que es la felicidad, y quizás menos hacerlo desde la
Psicología Social y ello por dos razones. La primera por tradición, ya que la
Psicología ha focalizado mayoritariamente su atención y esfuerzos hacia los estados
negativos de las personas y mucho menos hacia los estados positivos. En otras
palabras, se ha tratado mucho más de analizar y reducir la infelicidad que de estudiar
y promover la felicidad, teniendo en cuenta -como descubrió Bradburn (1969) y
enfatiza Argyle (1987)- que son éstas dos dimensiones muy distintas y sólo en
ocasiones complementarias. Ha habido que esperar hasta los años setenta para que
la segunda de estas opciones empiece a ser considerada explícitamente en
Psicología Social, y aún así dentro mayoritariamente del campo de la Psicología
Social Aplicada con las consideraciones que esto implica y que, a estas alturas del
texto, son de sobras conocidas por el lector.
Pero ahí aparece la segunda razón que dificulta definir conceptualmente la
felicidad y que no es otra que la proliferación de términos y de conceptos afines pero
no equivalentes al de felicidad. Efectivamente, en la mencionada época de los
setenta, autores como Bradburn (1969), Andrews y Withey (1976), Campbell,
Converse y Rodgers (1976) y otros, agrupados bajo el llamado Movimiento de los
Indicadores Sociales (ver Casas, 1989) abordan, a partir de una necesidad de
medición social, el estudio de conceptos como calidad de vida o bienestar subjetivo
(subjective well-being) a los que siguen otros como satisfacción vital, bienestar
social, bienestar social percibido o salud social. Todos ellos aparecen estrechamente
relacionados con el concepto de felicidad aunque buscan su estatus ontológico a
través de la especificidad conceptual y métrica. Más adelante autores como
Argyle (1987), Csikszentmihalyi (1990), Inglehart (1990), Myers (1992) o
Veenhoven (1991 y 1994) abordan directamente el concepto de felicidad pero, para
entonces, la referencia a este abanico terminológico-conceptual será ya una cuestión
insoslayable.
Entremos, pues, en este entramado alrededor de los conceptos de felicidad,
bienestar y calidad de vida, señalando algunos elementos que actúan de factor
común entre los distintos conceptos o los distintos autores y que pueden servir de
guía para una visión comprehensiva del tema:
103
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

a. en primer lugar, existe una postura claramente compartida a la hora de


considerar como fundamental la dimensión subjetiva del tema. Eso
tendrá, como veremos, importantes consecuencias a nivel teórico y
métrico. Así, en palabras de Myers “al informar sobre los rasgos típicos
de las vidas felices, yo defino la felicidad como lo que cualquier
persona quiere decir cuando describe su vida como feliz o infeliz”
(Myers, 1992, p. 24).
b. en segundo lugar, existe también un relativo consenso al distinguir dos
facetas de la felicidad. Una centrada en los aspectos emocionales
(bienestar subjetivo, estados de ánimo) y otra centrada en aspectos
cognitivo-valorativos (satisfacción con la vida, calidad de vida). Ambas
facetas son consideradas los componentes principales de la felicidad y
remiten, a su vez, al carácter subjetivo aludido anteriormente.
c. en tercer lugar, aparece en la literatura una distinción importante a la
hora de considerar la felicidad, distinción que remite a la adopción de
una perspectiva bien nomotética o bien ideográfica y que se traduce en
la consideración de la felicidad como rasgo o como estado. Detrás de
esta distinción aparecen dos teorías acerca de la felicidad. Se trata, por
un lado de la teoría que considera que un estado general de felicidad
se consigue a través de estados de felicidad parciales o situacionales
(teoría de abajo-arriba o bottom-up) y por otro de la teoría que
preconiza que es precisamente un sentimiento general de felicidad el
que hace leer positivamente las diversas situaciones y avatares de la
vida (teoría de arriba-abajo o top-down). Sin embargo, sea la felicidad
un rasgo que tiñe nuestra existencia, sea el resultado de un conjunto
de estados de ánimo positivos, existe una tendencia general a
considerar la felicidad como una valoración global positiva de la vida de
una persona, valoración que, aunque por supuesto pueda ser
modificada, tiende a proyectarse en el tiempo y, por lo tanto, no es el
resultado momentáneo de predisposiciones de ánimo pasajeras (en
contraposición, por ejemplo, con el concepto de humor). Siguiendo
todavía a Myers: “Yo veo la felicidad como algo más profundo que un
momentáneo estado de buen humor, como un sentido duradero de
bienestar positivo, una continuada percepción de que la vida es algo en
que te realizas, algo significativo y agradable” (Myers, 1992, p. 23).

5.1. Bienestar subjetivo y bienestar social


Entrando ya en los posicionamientos de los distintos investigadores que han
abordado el tema observamos que, si bien todos estos conceptos están
extraordinariamente cerca uno de otro, no necesariamente han de ocupar el mismo
puesto. Para autores como Inglehart (1990) el concepto principal es el de bienestar
subjetivo. Por su parte, la satisfacción con la vida y la felicidad, aunque muestran
comportamientos casi idénticos (con una correlación estimada de 0,86), no son lo
mismo. Lo primero es una afirmación cognitiva y lo segundo un estado emocional.
Ambos captan una sensación global de bienestar subjetivo siendo aspectos
relacionados pero distintos.
Quizás uno de los autores que más influencia ha ejercido en el estudio del
bienestar subjetivo haya sido Bradburn (1969) con su modelo basado en las ideas de
afecto positivo y afecto negativo. El autor elaboró una escala - la ABS o Affect
Balance Scale-para medir el bienestar emocional (o subjetivo) y sus conclusiones

104
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

fueron que éste se basa en dos componentes: los afectos positivos y los afectos
negativos. También observó que estos dos tipos de estados emocionales
prácticamente no correlacionaban entre sí, es decir, eran independientes uno de
otro. A pesar de ello, ambos mantenían una fuerte correlación con los ítems globales
de bienestar. Bradburn hipotetizó que, en realidad, la felicidad es un sentimiento, un
juicio global que la gente realiza como resultado del balance entre afectos positivos y
afectos negativos. Una descripción muy directa de esta idea puede encontrarse en
Csikszentmihalyi (1996):
“Nuestras percepciones sobre nuestras vidas son el resultado de muchas fuerzas que
conforman nuestra experiencia, y cada una provoca un impacto que hace que nos sintamos
bien o mal” (p. 14).

Así, el bienestar subjetivo debe entenderse como el diferencial existente entre el


afecto positivo y el negativo. Cabe mencionar que, por ejemplo, entre los ítems
positivos, Bradburn preguntaba si durante las últimas semanas la persona
encuestada se había sentido orgullosa por haber recibido la felicitación de alguien
por alguna acción suya o bien complacida por haber alcanzado algún objetivo; entre
los negativos se preguntaba si se había sentido trastornada ante la crítica de alguien
o deprimida o infeliz por algún motivo. La conclusión de Bradburn parece simple: la
ausencia de afecto negativo no es lo mismo que la presencia de afecto positivo. Para
tener una vida mejor es pues tan necesario reducir el afecto negativo como
aumentar el afecto positivo.
Los resultados de Bradburn generaron no poca controversia y un cuantioso
esfuerzo para contrastar sus conclusiones. Así, Russell (1978) o Kammann no
encuentran independencia entre afectos positivos y negativos (Kammann, Christie,
Irwin y Dixon, 1979; Kammann, Farry y Herbison, 1982). Diener y Emmons (1985)
observan alta correlación inversa entre los dos afectos al analizar momentos
concretos mientras que la independencia entre ambos aparecía cuando se
analizaban intervalos de tiempo más largos. Asimismo, los resultados de Bradburn
deben matizarse ya que parecen válidos cuando se analizan los niveles medios de
afecto, los cuales son el resultado de dos componentes: la frecuencia y la intensidad.
De esta manera, si atendemos únicamente al nivel de frecuencia en la ocurrencia
parece que cuando más frecuentemente se experimenta un tipo de afecto tanto
menos frecuentemente se experimenta el otro (Diener, Larsen, Levine y
Emmons, 1985). Así pues, el concepto de felicidad basado en las ideas de Bradburn
se fundamenta en la preponderancia de los afectos positivos sobre los negativos, en
definitiva, enfatiza la experiencia emocional placentera (para una revisión más
pormenorizada de ésta y otras teorías sobre el bienestar subjetivo y la felicidad el
lector puede acudir a Diener, 1994).
Otra línea recoge la idea de bienestar social (social well-being) aunque aquí haya
que empezar realizando una matización necesaria. Tradicionalmente, en nuestro
dominio lingüístico, se ha asociado el concepto de bienestar social al conjunto de
bienes materiales y servicios en los cuales se basa una sociedad para gestionar y
así responder a las necesidades y problemas sociales de las personas que
componen una comunidad a través de líneas generales de actuación y gestión que
configuran las políticas sociales. Desde esta perspectiva, el bienestar social se
refiere al orden social para promover la satisfacción de las necesidades individuales

105
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

que son compartidas, así como de las necesidades pluripersonales (Moix, 1980). El
bienestar es considerado como una realidad externa, referida a condiciones y
circunstancias objetivas de una realidad social concreta y definido a partir de unos
mínimos considerados indispensables e irrenunciables en cuanto a condiciones de
vida. Generalmente el concepto utilizado en este ámbito es el de nivel de vida
(aunque en ocasiones se confunda con el de calidad de vida). En esta línea, Levi y
Anderson (1980) consideran que la característica fundamental del concepto de nivel
de vida es que dirige y a la vez limita la información a los terrenos donde actúa el
mecanismo político, por medio de cierto grado de consenso, para influir sobre las
condiciones de vida mediante la política social, considerando y evaluando
cuantitativamente por separado cada uno de los aspectos supuestamente
relacionados con dicho nivel sin preocuparse por una medición unitaria ni por la
traducción individual (bienestar, satisfacción) que conllevan las condiciones de vida
estudiadas (Blanco, 1985).
Esta concepción de bienestar social como sinónimo de nivel de vida equivaldría al
término inglés de social welfare pero, como decíamos, otra línea ciertamente distinta
es la que intenta estudiar los aspectos psicosociales del bienestar subjetivo, es decir,
analizar el bienestar desde la perspectiva de la persona inserta en un determinado
contexto social y relacional social well-being . En esta línea, Keyes (1998) entiende el
bienestar social como “la valoración de las circunstancias y funcionamiento de uno
en sociedad” (p. 122). A partir de aquí plantea cinco posibles dimensiones de este
concepto:
1. Integración social. En función de la calidad de las relaciones de uno con la comunidad, la
integración social hace referencia al grado en el cual la gente siente que tiene algo en
común con aquellos que constituyen su realidad social, que pertenecen a su comunidad.
Ciertamente la identidad social, la cohesión social y el apego a la comunidad son
conceptos altamente relacionados con el de integración.
2. Aceptación social. Se refiere a la capacidad de la persona en interpretar y aceptar su
sociedad a partir de las características de la otra gente entendida como categoría global.
Sería la perspectiva social de la autoaceptación; la gente que se acepta a sí misma, tanto
en lo bueno como en lo malo, goza de mejor salud mental.
3. Contribución social. Se refiere a la evaluación del valor social de uno mismo. Incluye la
creencia de que uno es un miembro vital de la sociedad con alguna cosa que dar.
Estrechamente relacionado con este concepto está el de autoeficacia o creencia de que se
pueden llevar a cabo ciertas conductas (Bandura, 1977) y pueden alcanzarse objetivos
específicos (Gecas, 1989), así como el de responsabilidad social entendida como
designación de obligaciones personales que revierten sobre la sociedad.
4. Actualización social. Se refiere a la evaluación del potencial de la sociedad. Se basa en la
creencia en la evolución de la sociedad y el sentimiento de que la sociedad tiene un
potencial que se actualiza (desarrolla) a partir de las personas y las instituciones. La
actualización social captura las ideas de crecimiento (progreso) y desarrollo y, por tanto, se
acerca al concepto de sostenibilidad desde una perspectiva social.
5. Coherencia social. Se refiere a la percepción de la calidad, organización y funcionamiento
del mundo social e incluye el tema del conocimiento sobre este mundo. Así, la gente sana
no solo cuida el mundo en el que vive sino que siente que puede entender que es lo que
está pasando a su alrededor. La coherencia social es análoga a la idea de dar significado a
la vida (Mirowski y Ross, 1989; Seeman, 1959; 1991) e implica la apreciación de que la
sociedad es comprensible, sensata y predecible.

106
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

De igual forma que Keyes (1998) vincula conceptualmente el bienestar social y la


salud, Larson (1993) establece un vínculo entre bienestar subjetivo y bienestar social
entendiendo este último término como equivalente a salud social. La salud social ha
estado tratada extensamente por McDowell y Newell (1987), pudiéndose referir tanto
a un nivel social global como a un nivel individual. Los autores definen la salud social
de un individuo como: “aquella dimensión del bienestar de un individuo que se
relaciona con cómo esta persona se porta bien (he gets along) con la otra gente,
cómo la otra gente reacciona hacia él y cómo él interactúa con las instituciones
sociales y otras instancias sociales (societal mores)“ (p. 152).

Recogiendo las ideas de McDowell y Newell, Larson distingue dos grandes


categorías de medida para la salud social:
1. Medidas de ajuste social, relacionadas con:
o el estudio de la satisfacción con las relaciones sociales, de carácter
más subjetivo, midiendo felicidad y bienestar afectivo general.
o el desempeño de roles sociales, de carácter más objetivo y
relacionado con roles específicos y valoración de su desempeño.
o de manera creciente, la salud social ha sido definida en términos de
ajuste a un entorno. Breslow (1989) observa que la salud no compete
meramente a elementos biológicos o desarrollo de roles sociales, sino
que es un dinámico equilibrio con el entorno, es decir, que la salud
existe cuando un organismo se está ajustando exitosamente con su
entorno.
2. Medidas de soporte social analizadas a través de:
o número de contactos sociales, indicador de carácter objetivo.
o satisfacción (calidad percibida) con los contactos sociales, de carácter
más subjetivo.

BIENESTAR SOCIAL (SALUD)

AJUSTE SOCIAL SOPORTE SOCIAL

Satisfacción Desempeño de Ajuste al Número de Satisfacción


con las roles sociales entorno contactos con los
interacciones (incluyendo (entramado contactos
(también conducta y social)
problemas) participación
social)

Figura 5.1. Bienestar social (salud). Tomado de Larson (1993).

Diversos investigadores han utilizado otros términos para referirse al bienestar


social. Así, Blum (1976) define bienestar social como conducta social positiva,

107
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Segovia (1989) utiliza el término contactos sociales y Sintonen (1981) equipara


bienestar social con participación social. A pesar de ello, los términos ajuste social y
soporte social parecen ser aceptados por la mayor parte de los investigadores que
se ocupan del bienestar social desde esta perspectiva psicosocial.
Otros planteamientos han tratado de relacionar la salud mental y el bienestar con
disposiciones y características del medio social. Entre las propuestas más originales
se encuentra el Modelo Vitamínico de Warr (1987).
Según este autor, el grado de bienestar psicológico individual -en directa relación
con la salud mental- depende de la presencia y nivel alcanzado por nueve variables
del entorno social: oportunidades de control, oportunidades para el uso de las
capacidades individuales, objetivos generados externamente, variedad, claridad
ambiental, disponibilidad de recursos económicos, seguridad física, oportunidad para
establecer contactos interpersonales y valoración de la posición social. Estas
variables o componentes están presentes en diferentes niveles en el entorno social
y, aunque su ausencia o insuficiencia comporte efectos negativos para el bienestar
de las personas, su presencia destacada o niveles altos alcanzados no proporcionan
necesariamente un aumento del bienestar. En este punto, Warr retoma la idea de
relación no lineal entre niveles vitamínicos y salud propia del modelo médico. En
efecto, aunque un déficit de vitaminas C o E en el organismo repercute
negativamente en la salud y su incremento progresivo mejora el estado general,
alcanzado un determinado nivel, incrementos significativos de estas vitaminas no
implican incrementos significativos en la salud. Por otra parte, si bien el déficit de
vitaminas A o D repercute negativamente, a partir de un determinado nivel, un
incremento de estas vitaminas tiene efectos tóxicos para el organismo. Así pues, las
nueve variables ambientales, actuando como verdaderas vitaminas sociales,
combinan sus niveles y sus efectos para proporcionar un determinado estado de
salud o bienestar según la siguiente tipología.

108
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

OPORTUNIDADES
DE CONTROL DEL
PATRÓN VITAMÍNICO C E ENTORNO

OCASIONES PARA EL
DESARROLLO DE
CAPACIDADES
DINERO

FINALIDADES
GENERADAS POR EL
MEDIO EXTERNO

SEGURIDAD BIENESTAR
FÍSICA SALUD MENTAL

VARIEDAD DE
ALTERNATIVAS

POSICIÓN
SOCIALMENTE
VALORADA CLARIDAD
AMBIENTAL

CONTEXTOS PARA LAS


RELACIONES
INTERPERSONALES

PATRÓN VITAMÍNICO A D

Figura 5.2. Distribución de las variables ambientales según el Modelo Vitamínico de


Warr (1987).

Aunque el modelo ecológico de Warr haya sido aplicado principalmente al análisis


de las situaciones de desempleo y sus consecuencias psicológicas (Warr, 1987; Warr
y Jackson, 1984; 1985; Warr y Payne, 1983, etc.) la propuesta es suficientemente
atractiva como para recogerla y aplicarla a un análisis más general de la felicidad y el
bienestar psicológico de las personas (Warr, 1978), a la vez que fácilmente puede
traducirse en un sistema de indicadores de bienestar social o de salud social en
terminología de Larson (1993).

5.2. Satisfacción vital y calidad de vida


Retrocediendo en el tiempo, los trabajos de Booth (1902) y sus colaboradores
sobre las condiciones de vida y la pobreza en Londres, constituyeron los primeros
estudios sistemáticos conocidos sobre el tema. Desde entonces, existe un gran

109
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

número de trabajos a los que se les reconoce el uso o atribución del término calidad
de vida en el sentido actual. Así, Gurin, Veroff y Feld realizan en 1960 un estudio
sobre la percepción y experiencia de la gente sobre su salud mental, mientras que,
en 1976 Campbell, Converse y Rodgers realizan el primer estudio de calidad de vida
con una muestra representativa de la población.
El término calidad de vida empieza a utilizarse profusamente en los años sesenta,
pero sobretodo a partir de los setenta, como reacción a los criterios economicistas y
cuantitativistas que regían sobre los llamados informes sociales, contabilidades
sociales o estudios del nivel de vida. Estos estudios equiparaban calidad de vida a
cantidad de recursos disponibles, y todavía hoy son frecuentemente utilizados desde
una perspectiva macrosocial.
Desde una perspectiva psicosocial, sin embargo, el concepto de calidad de vida
es abordado desde una óptica más subjetiva, entendiéndolo como “una medida
compuesta de bienestar físico, mental y social, tal y como lo percibe cada persona y
cada grupo, y de felicidad, satisfacción y recompensa (...). Las medidas pueden
referirse a la satisfacción global, así como a sus componentes, incluyendo aspectos
como salud, matrimonio, familia o trabajo” (Levi y Anderson, 1980).
Este sentimiento de satisfacción suele analizarse en diferentes dominios de la
vida de las personas. Aunque con ligeras variaciones, existe una notable
coincidencia en definir estos ámbitos o dominios vitales. Por ejemplo, la propuesta
de la O.C.D.E. en 1973 recoge los ocho siguientes:
a. Salud
b. Desarrollo individual por medio de la educación
c. Empleo y calidad de vida laboral
d. Tiempo y tiempo libre
e. Capacidad de obtención de bienes y servicios
f. Medio físico
g. Seguridad personal y administración de la justicia
h. Oportunidades y participación sociales

110
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

DOMINIOS/COMPONENTES/
CONDICIONES DE VIDA

VARIABLES
OBJETIVAS
Propiedades y características
objetivas y cuantificables

Propiedades y características
subjetivas percibidas

 Nivel de aspiración
 Expectativas
Evaluación/valoración de  Grupos de referencia
esas propiedades  Necesidades personales
VARIABLES  Escala de valores
 Niveles de equidad
SUBJETIVAS

Grado de satisfacción con cada


uno de los aspectos de la vida

Grado de satisfacción general

CALIDAD DE VIDA

Figura 5.3. La Calidad de Vida. Supuestos psicosociales I. Basado en Blanco (1985).

Así mismo, los propios Levi y Anderson comentan: “Este planteamiento nos sitúa
ante la posibilidad de saber en qué términos definir el constructo calidad de vida con
relación a la problemática urbana, social, ambiental, vivienda, situación financiera,
oportunidades educativas, autoestima, creatividad, competencia, sentido de
pertenencia a ciertas instituciones y confianza en los otros” (Levi y Anderson, 1980,
p. 6).
Vemos como, en la raíz de los procesos psicosociales, que subyacen a la
evaluación de la calidad de vida, se hallan las relaciones que se establecen entre
unas condiciones materiales y el grado de satisfacción subjetiva que a la persona le
producen estas condiciones. Desde esta perspectiva, y siguiendo a Blanco (1985), el
fenómeno de la calidad de vida transita a lo largo de diversas fases, tal como
muestra la figura anterior.
Así pues la percepción y evaluación personales de diferentes aspectos vitales
relevantes son los principales determinantes de la calidad de vida. En esta línea
111
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Campbell, Converse y Rodgers (1976) diseñan un modelo básico de relaciones entre


las condiciones objetivas del entorno y el nivel de satisfacción experimentado. Para
ellos, esta satisfacción resulta dependiente de las evaluaciones que la persona lleva
a cabo de los atributos de cada uno de los ámbitos de su existencia.

Nivel de comparación, expectativas,


aspiraciones, …

Atributo
objetivo
Satisfacción con un
ámbito de la vida

Atributo percibido Atributo evaluado

Figura 5.4. La Calidad de Vida. Supuestos psicosociales II. Basado en Campbell,


Converse y Rodgers (1976).

A pesar de que estos autores ponen el énfasis principal en los aspectos


subjetivos no hemos de olvidar que la calidad de vida tiene, además de la dimensión
psicológica demostrada, un esencial componente psicosocial. Es necesario
enmarcar el tema de la percepción y evaluación de las condiciones de vida dentro de
un contexto socio-cultural determinado. En otras palabras, aunque esta percepción
sea individual, los parámetros de base son de origen eminentemente social. Los
criterios que inciden en nuestra percepción de calidad de vida obedecen en buena
medida a una construcción social de estándares sujeta a contingencias históricas,
culturales, económicas y ambientales. De acuerdo con esta argumentación, la
calidad de vida se relaciona con el nivel de satisfacción que a una persona le
proporcionan sus condiciones de vida cuando las compara, según baremos
personales, con la situación en la cual se desarrolla la vida de otras personas, dentro
de un contexto sociocultural determinado. La comparación social es pues uno de los
principios psicosociales clave en estos procesos.
Además de ser un constructo esencialmente subjetivo a la vez que social, la
calidad de vida se muestra a su vez como un constructo dinámico. Así, para Levi y
Anderson (1980), por encima de un nivel de vida mínimo, el determinante de la
calidad de vida individual es el grado de ajuste o coincidencia entre las
características de la situación y las expectativas, capacidades y necesidades de la
persona, tal y como ella las percibe. Además, como ya se ha comentado, el nivel de
satisfacción percibida que a una persona le proporcionan sus condiciones de vida
depende, en buena medida, de los mecanismos de comparación con grupos
socialmente relevantes para la persona. Este proceso global y dinámico puede
resumirse en el esquema que representa la Figura 5.5.

112
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

NECESIDADES,
MOTIVACIONES,
ESPECTATIVAS

GRUPOS
SOCIALES DE
REFERENCIA
CALIDAD
DE VIDA

CARACTERÍSTICAS CAPACIDADES y
FÍSICAS y SOCIALES RECURSOS
DEL ENTORNO PSICOLÓGICOS
RECURSOS PERCIBIDOS POR
EXÓGENOS LA PERSONA

Figura 5.5. La Calidad de Vida. Supuestos psicosociales III. Fuente: Valera (1995), Gráficos
y Esquemas PSA, Departamento de Psicología Social, Universitat de Barcelona.

En términos similares se expresan Musitu y Herrero (2000) cuando hablan de


“equilibrio entre las expectativas, esperanzas, sueños y realidades conseguidas o
posibles que se expresa en términos de satisfacción, contento, felicidad y capacidad
para afrontar los aconteceres vitales con el fin de conseguir una buena capacidad de
adaptación o ajuste”.
En definitiva, tendemos a buscar un ajuste o equilibrio entre nuestras
necesidades o aspiraciones, nuestras capacidades (percibidas) y los requerimientos
del entorno. Esta tríada, inmersa en un contexto sociocultural determinado -que,
entre otros efectos, define y prioriza necesidades, determina jerarquías de valores y
dicta estándares de calidad-, actúa de manera dinámica de tal modo que, ante una
posible insatisfacción con un ámbito vital, trataremos bien de obtener del entorno lo
necesario para modificar esta percepción, bien de reducir nuestras expectativas o
aspiraciones para ajustarlas a nuestras posibilidades de satisfacción o bien de
modificar nuestras capacidades de afrontamiento ante esta situación no satisfactoria
o la percepción de éstas. Cualquiera de estas opciones tendría como objetivo
restablecer ese ajuste o equilibrio perdido, aunque, siendo este un modelo de
carácter sistémico, ello es más un objetivo teleológico que un estado real.
113
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Esto podría explicar que, cuando se trata de medir la calidad de vida a partir de
ítems globales, el resultado de la evaluación vital suele resultar siempre positivo
(aunque rara vez se sitúe en el máximo valor de la escala de medición), mientras
que, cuando la evaluación se refiere a aspectos más concretos, parciales, o ámbitos
cuya gestión no se percibe como autoatribuida, el resultado de la evaluación puede
ser más crítico o hasta negativo. Como ejemplo, obsérvense los resultados (Figura
5.6) de dos investigaciones basadas en ítems globales de satisfacción.
Por otra parte, uno de los resultados más interesantes es que los estudios de
calidad de vida muestran, en general, una sorprendente baja correlación entre
condiciones de vida objetivas y satisfacción subjetiva de estas condiciones. Como
posibles explicaciones, y recogiendo algunas de las ideas hasta aquí expuestas, en
la valoración de los resultados de una evaluación de calidad de vida hay que tener en
cuenta las siguientes consideraciones (Glatzer y Mohr, 1987):
o Las personas valoran sus mejoras individuales en contraste con el
grupo social que para ellas es relevante y con el que se comparan. No
valoran las mejoras de condiciones propias independientemente.
o Las personas están bajo presión social para suprimir los sentimientos
de insatisfacción. Las razones causantes de insatisfacción, si no
pueden ser modificadas, son negadas.
o Las expectativas personales y sociales generalmente tienden a
ajustarse a las posibilidades que ofrecen las circunstancias.
o La expresión de la insatisfacción está culturalmente aprendida y, por lo
tanto, hasta cierto punto es independiente de la experiencia que esté
viviendo la persona o la colectividad.
o Aquellos que viven bajo condiciones favorables están más inclinados
a abrirse hacia nuevos estándares de valores y, por ello, están más
inclinados a expresar críticas e insatisfacciones.
o Se dan diferentes estándares individuales de contrastación, en
situaciones sociales comparables, al variar los niveles de satisfacción.

114
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

Estas caras expresan diversos


sentimientos. ¿Cuál se La escalera de la satisfacción
aproxima más a lo que usted
siente sobre su vida en general? Resultado de
Número los estudios
de la escala en EE.UU.
A 20%
9 5.5%
B 46%
8 10.5%

C 27% 7 26%
6 26%
D 4% 5 20.5%
4 5.5%
E 1%
3 3%

F 2% 2 2%
1 1%
G 0%
Figura 5.6. Diversas maneras de medir la satisfacción. Fuente: Andrews y Withey
(1976).

Los mismos Glatzer y Mohr (1987), analizan los procesos subyacentes a la


relación entre condiciones materiales y evaluación de las mismas. Estos autores
proponen una tabla de doble entrada con estos elementos, apareciendo en su cruce
cuatro fenómenos: bienestar, disonancia, adaptación y deprivación. Atención
especial merece aquellos casos en los que aparecen discrepancias: buenas
condiciones y mala percepción (disonancia) o malas condiciones y buena percepción
(adaptación), ya que en ellos se pone de manifiesto los mecanismos para encontrar
el ajuste o coincidencia que resaltaban Levi y Anderson.

Evaluación positiva Evaluación negativa

Buenas condiciones BIENESTAR DISONANCIA

Malas condiciones ADAPTACIÓN DEPRIVACIÓN

Figura 5.7. Resultado de la relación entre condiciones objetivas y evaluación


subjetiva (Glatzer y Mohr, 1987).
Señalamos anteriormente como Levi y Anderson entendían la calidad de vida en
términos de ajuste entre entorno, características de la persona y sus necesidades y
expectativas. En otras palabras, la calidad de vida depende del grado de
discrepancias percibido entre estos elementos. Éste es también el punto

115
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

fundamental de anclaje de la Teoría de las Discrepancias Múltiples de


Michalos (1985, 1995). Los principales puntos de la Teoría de las Discrepancias
Múltiples pueden observarse en el esquema-resumen de la Figura 5.8.
Aunque el autor la presenta como una teoría del bienestar subjetivo, en definitiva
puede considerarse una teoría de la satisfacción vital y de la felicidad. Las palabras
del propio Michalos van en este sentido; sirva también la cita para ejemplificar de
nuevo el juego de inclusiones conceptuales que caracteriza al tema que estamos
tratando.
“Una teoría de la satisfacción vital debería ser una teoría de la felicidad, y este tipo de
teorías serían, en general, teorías del bienestar subjetivo.” (Michalos, 1995, p. 101)
Se trata de una teoría integradora de distintas teorías psicosociales y, además
posee un notable grado de estructuración y esquematización. Para Michalos, el
grado de felicidad, satisfacción o bienestar subjetivo es función de siete
discrepancias fundamentales:
1. Discrepancias entre lo que uno tiene y lo que desea.
2. Discrepancias entre lo que uno tiene y lo que tienen otras personas significativas.
3. Discrepancias entre lo que uno tiene ahora y lo mejor que ha tenido en el pasado.
4. Discrepancias entre los que uno tiene y lo que hace tres años esperaba tener ahora.
5. Discrepancias entre lo que uno tiene ahora y lo que espera tener en el futuro (dentro de 5 años).
6. Discrepancias entre lo que uno tiene y lo que cree que merece.
7. Discrepancias entre lo que uno tiene y lo que necesita.

La primera de las discrepancias recoge la tradición de buena parte de las teorías


del bienestar, consideradas finalistas, ya que consideran que la felicidad es el
resultado de conseguir algún fin o meta, llámese necesidad, objetivo o aspiración. La
segunda de las discrepancias se basa, en buena medida, en la teoría del grupo de
referencia de Merton (Merton y Kitt, 1950) así como en las teorías psicosociales ya
clásicas de la comparación social. Los tres tipos de discrepancias siguientes se
fundamentan en comparaciones de tipo temporal y se basan en resultados
anteriores de trabajos como los de Campbell, Converse y Rodgers (1976),
Festinger (1957), Schelenker (1975) o Staats y Stassen (1985). El sexto tipo de
discrepancias se fundamenta en la teoría de la equidad mientras que los teóricos de
la adecuación persona-ambiente sientan la base para el séptimo tipo de
discrepancias.
Para Michalos todas las discrepancias percibidas, excepto las que se dan entre lo
que uno tiene y lo que desea, son funciones lineales positivas de discrepancias
objetivamente mesurables, que también tienen un efecto directo sobre la satisfacción
y las acciones.

116
DISCREPANCIAS PERCIBIDAS DISCREPANCIAS
ENTRE: PERCIBIDAS
Yo ahora – otros ahora ENTRE LO QUE SATISFACCIÓN
DISCREPANCIAS Yo ahora – yo en el mejor pasado TENGO AHORA Y NETA
OBJETIVABLES LO QUE DESEO (felicidad, bienestar ACCIÓN
MEDIBLES Yo ahora – yo esperaba
subjetivo)
Yo ahora – yo espero en el futuro (LOGROS/
Yo ahora – yo merezco ASPIRACIONES)
Yo ahora – yo necesito

p. 99, 100 (original Michalos, 1985, p. 354, 357).


CONDICIONANTES

EDAD RENTA
GENERO AUTOESTIMA
EDUCACIÓN INTEGRACIÓN
ETNIA SOCIAL

Figura 5.8. Teoría de las Discrepancias Múltiples (TDM). Adaptado de Michalos, 1995,
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

117
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Así pues, Michalos defiende hasta cierto punto que “hay un mundo relativamente
independiente de esta o esa persona, que contiene cosas con propiedades más o
menos objetivamente mesurables y que son más o menos objetivamente
comparables” (Michalos, 1995, p. 108). En cuanto a la discrepancia percibida entre lo
que uno tiene y lo que desea se trata de una variable que media entre todas las
demás discrepancias y la satisfacción neta expresada.
La Teoría de las Discrepancias Múltiples se completa con los siguientes
postulados: a) la búsqueda y conservación de la satisfacción motivan la acción
humana, b) ésta, así como las satisfacciones y las discrepancias están
condicionados por variables como la edad, el género, el nivel de instrucción, el grupo
étnico, los ingresos, la autoestima y el apoyo social; c) las discrepancias
objetivamente mesurables son funciones lineales de la acción humana y los
condicionantes.

5.3. El reencuentro con el concepto de Felicidad


En estos últimos años estamos asistiendo a una recuperación del término
felicidad, olvidado hace tiempo por ser excesivamente filosófico, para referirse al
estudio de aquellos aspectos que inciden en el hecho de que las personas
experimenten estados de bienestar psicológico y de satisfacción con su vida y los
correlatos comportamentales que tal experiencia tiene en el terreno tanto individual
(autoimagen, enpowerment, etc.) como social (extroversión, prosocialidad, altruismo,
etc.). Una prueba de este renovado interés la podemos encontrar en la recopilación
de Veenhoven, iniciada en 1984, que bajo el nombre de World Database of
Happiness recoge la mayoría de los estudios psicosociales en relación con la
felicidad, el bienestar subjetivo y la satisfacción vital. En el año de la edición de este
libro (2001), esta base de datos puede ser consultada en
http://www.eur.nl/fsw/research/happiness/, a través de Internet.
Como hemos observado hasta el momento, según numerosos autores, cabe
distinguir dos dimensiones en relación con la felicidad. Una primera de carácter
emocional que tiene que ver con el concepto de bienestar subjetivo y una segunda
de carácter cognitivo que guarda relación con el concepto de satisfacción con la vida.
En consonancia con estos planteamientos, Diener (Pavot, Diener, Randall, Colvin y
Sandvik, 1991; Diener, 1994), equiparando felicidad a bienestar subjetivo, identifica
dos facetas de ésta: la que engloba aspectos emocionales o afectivos y la que
engloba aspectos cognitivos o de juicio respecto a la satisfacción con la vida. Por su
parte, también para Myers (1992) el concepto de felicidad engloba al bienestar
subjetivo y a la satisfacción vital:
“La mejor definición que conozco es que la felicidad es un sentido de bienestar, un
sentimiento de que la vida en su conjunto va bien. Esto viene de dos fuentes: lo feliz que la
gente se siente y el grado en que encuentran su vida satisfactoria” (Myers, 1992, p. 40).
Argyle comparte también esta perspectiva cuando comenta: “Cabe entender la
felicidad como una reflexión sobre la satisfacción ante la vida o como la frecuencia e
intensidad de emociones positivas” (Argyle, 1992, p. 25). El autor, a su vez, distingue
tres niveles de estados afectivos positivos: I) alegría, II) excitación, y III) intensidad y
profundidad. Este tercer estado es el que más proximidad conceptual guarda con el
concepto que da lugar a la Teoría del Flujo de Csikszentmihalyi (1975, 1996). Para
118
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

este autor, el bienestar o la felicidad se basan en la capacidad de organizar y


controlar nuestra conciencia con relación a nuestras experiencias vitales para
dirigirlas hacia estados positivos buscando experiencias óptimas. Estos estados se
basan en el concepto de flujo:
“..., el estado en el cual las personas se hallan tan involucradas en la actividad que nada
más parece importarles; la experiencia, por sí misma, es tan placentera que las personas la
realizarán incluso aunque tenga un gran coste, por el puro motivo de hacerla”
(Csikszentmihalyi, 1996, p. 16).
Una actividad será placentera cuando el reto que supone está ajustado al nivel de
habilidades de la persona. Así, la experiencia placentera de flujo se producirá a
través de la concentración intensa en una tarea que mantiene equilibrados el reto y
las habilidades personales. Cuando no se da tal equilibrio, si la actividad es
demasiado fácil se produce aburrimiento y si es demasiado difícil, ansiedad, según
se muestra en el esquema de la Figura 5.9.

Reto elevado

ANSIEDAD FLUJO

Habilidades Habilidades
pobres elevadas

APATÍA ABURRIMIENTO

Reto pobre

Figura 5.9. Resultado de la relación entre dificultad de reto y habilidades personales para
alcanzar experiencias placenteras (Basado en Csikszentmihalyi y
Csikszentmihalyi, 1988).
Experiencias de flujo son, por ejemplo, crear una obra de arte, escalar una
montaña o practicar el sexo, aunque cualquier experiencia, con la suficiente
motivación y canalización de nuestra atención, puede convertirse en óptima, sobre
todo si la meta a alcanzar es clara y la retroalimentación es inmediata. La capacidad
para obtener estas experiencias desarrolla la creatividad de la persona,
convirtiéndola en más compleja y en más capaz de proponerse nuevas metas y
obtener más experiencias de flujo. En definitiva, personas más completas y más
felices.

119
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

5.3.1. Modelos teóricos sobre la felicidad y el bienestar subjetivo


Ciertamente, por lo visto hasta el momento, puede afirmarse que, como es propio
en nuestro campo de investigación psicosocial, la felicidad tampoco cuenta con una
teoría explicativa única, sino que existen diversos enfoques para su abordaje. A
continuación, siguiendo a Diener (1994) revisaremos algunos de los más notables.
En primer lugar, parece necesario retomar la dicotomía planteada al principio del
capítulo acerca de las teorías de abajo a arriba (bottom-up) y las teorías de arriba
abajo (top-down). Los enfoques teóricos de abajo a arriba entienden la felicidad
como resultado de la suma de muchos pequeños placeres o colección de momentos
felices. Por el contrario, los enfoques de arriba abajo entienden que uno disfruta de
placeres porque es feliz y posee una propensión global a experimentar las cosas de
forma positiva. A pesar de que estudios clásicos como el de Andrews y
Withey (1976) presentan datos que apoyan la tesis de arriba abajo, buena parte de
las investigaciones han tratado de buscar las causas de la felicidad con
formulaciones de abajo a arriba, viendo el todo como la suma de las partes. Sin
embargo, tal como afirman Headey, Veenhoven y Wearing (1991), muchas de las
variables descritas como causas de la felicidad han mostrado ser sólo correlatos e
incluso podrían ser consecuencias o causas y consecuencias a la vez. Estos autores
mantienen que la controversia seguirá en el futuro porque la fuerza de las influencias
de arriba abajo y de abajo a arriba es variable para cada aspecto de la felicidad.
La anterior dicotomía da pie al debate entre la visión de la felicidad como rasgo o
como estado (Csikszentmihalyi y Mei-Ha Wong, 1991, Diener, 1994). En tanto que,
rasgo personal o disposición relativamente permanente a experimentar felicidad con
independencia de las condiciones externas, se sigue el modelo de arriba abajo. En el
caso de contemplarla como un estado o experiencia subjetiva transitoria que
responde a las circunstancias puntuales del entorno, se sigue el modelo de abajo a
arriba. Lo presumible es que ambos aspectos estén relacionados y no sean
mutuamente excluyentes, es decir, que la felicidad tenga componentes estables e
inestables (Csikszentmihalyi y Mei-Ha Wong, 1991, Yardley y Rice, 1991). Sin
embargo, Costa y McCrae (1980) formulan una teoría que busca superar las
dicotomías previas, sosteniendo que existen unos rasgos estables de personalidad,
en especial extroversión y neuroticismo, que son causa previa y de los cuales
dependen tanto la medición de la felicidad considerada como un todo, como la
medición de las que se consideran sus partes o componentes (satisfacción respeto
al matrimonio, amistades, salud, trabajo, ocio, estatus socioeconómico, apoyo social,
etc.).
Un segundo debate en esta dirección lo plantea el papel de los acontecimientos
placenteros respecto a la felicidad, para determinar si aquéllos son causa o
consecuencia de ésta. Se alude por analogía a las investigaciones realizadas en el
otro extremo, con la depresión, las cuales discuten si la falta de acontecimientos
placenteros conduce a la depresión, o bien es ésta la que conduce a la imposibilidad
de sentir placer ante acontecimientos normalmente placenteros. En concreto
Myers (1987), tras recoger distintas investigaciones, da apoyo a la explicación de
Lewinsohn (Lewinsohn y Amenson, 1978) sobre el círculo vicioso de la depresión,
entendiendo que ésta es causa y a la vez consecuencia de las cogniciones
negativas.

120
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

En definitiva, como también afirma Diener (1994), “aunque ambas formulaciones


pueden ser parcialmente ciertas, el reto es descubrir cómo interactúan los factores
internos o de arriba abajo y los hechos moleculares de abajo a arriba.” (Diener, 1994,
p. 100).
Otra de las dicotomías entre modelos teóricos de la felicidad se da entre las
llamadas teorías finalistas y las teorías de la actividad. Para las teorías finalistas
la felicidad se logra al alcanzar determinados estados objetivos, metas o satisfacción
de necesidades. Aunque hay teorías que ponen el énfasis en la cobertura de
necesidades, universales o no (ver capítulo 4), y otras en el logro de objetivos
concientemente propuestos (teorías de la agencia, por ejemplo), existe un amplio
acuerdo en que la satisfacción de las necesidades, metas y deseos está relacionada
con la felicidad, en línea con los postulados filosóficos hedonistas (recuérdese
algunos de los postulados de la Teoría de las Discrepancias Múltiples de Michalos).
Argyle enfatiza esta idea afirmando que “la teoría más obvia sobre las causas de la
satisfacción es que ésta debería ser mayor cuando las necesidades están
objetivamente cubiertas” (1990, p. 19).
Dentro de esta línea de consecución de objetivos y deseos, algunos teóricos
plantean el Enfoque del plan de vida, entendiendo que la felicidad depende de la
continua satisfacción del plan de vida de cada uno (Chekola, 1975), de su ambición
personal (Emmons, 1986) o proyecto personal (Palys y Little, 1983). El propio
Maslow, como veíamos en el capítulo anterior, ya había planteado en su teoría
motivacional la autorrealización como meta que precisa a su vez de la satisfacción
del resto de necesidades más básicas en su jerarquía (fisiológicas, de seguridad,
etc.). El tema de la satisfacción de necesidades nos acerca además a la relación
entre placer y dolor; si la necesidad o carencia produce dolor y su satisfacción placer,
el estado de falta o privación es de hecho un precursor de la felicidad, tal como
indica Diener (1994). Según este planteamiento, si satisfacer las necesidades y
deseos conduce a la felicidad, tenerlos todos plena y continuamente satisfechos, en
caso de ser posible, no conllevaría una gran felicidad: habría desaparecido la acción
placentera de satisfacer.
Esta última formulación nos introduce de pleno en las teorías de la actividad,
según las cuales la felicidad no reside en la satisfacción de metas o estados finales
sino en la propia actividad humana; surge del comportamiento más que de un estado
o hito logrado. La formulación que más claramente recoge esta idea es la ya
analizada Teoría del Flujo de Csikszentmihalyi (1975, 1977).
Ambas posiciones teóricas, finalistas y de actividad, aunque aparentemente
contrapuestas, no son incompatibles sino que pueden ser integradas. Ambos
planteamientos deben entenderse como complementarios. Así, un proyecto global,
fruto de una determinada cosmovisión, es otorgador de significado al acto particular,
mientras que, las actividades concretas resultan constructoras de lo general.
Otra divergencia entre posicionamientos acerca de la felicidad es la que
corresponde a teorías cognitivas frente a teorías emocionales. Sin ánimos de
establecer una división estricta, dentro de las teorías consideradas
predominantemente cognitivas se hallan dos grupos, las asociacionistas y las de
juicio.

121
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Las teorías asociacionistas, con la intención de explicar por qué algunas


personas tienen un temperamento predispuesto a la felicidad, se basan en principios
de memoria (desarrollar una red rica en asociaciones positivas y otra más limitada
con las negativas), propiamente cognitivos (atribuir los hechos buenos a factores
internos y estables), o de condicionamiento (evocación clásicamente condicionada
de afecto, según la cual serían más felices quienes tuvieran experiencias afectivas
muy positivas asociadas con muchos estímulos cotidianos). Existen evidencias de
que una persona puede planificar de modo conciente la formación de algunas de
estas asociaciones y por tanto incrementar sus posibilidades de felicidad. Como
recoge Diener (1994), Fordyce (1977) dio pruebas de que un intento conciente de
reducir los pensamientos negativos puede aumentar la felicidad. Kammann (1982)
descubrió que recitar enunciados positivos por la mañana favorecería un día más
feliz y Goodhart (1985) mostró que el pensamiento positivo correlaciona con la
felicidad. En definitiva, el prototipo de persona que ha formado asociaciones
positivas con el mundo parece corresponderse con el llamado principio de Poliana,
aplicado a aquéllos que tienden a ver el lado bueno de las cosas (Matlin y
Stang, 1978).
Las teorías de juicio postulan la felicidad como el resultado positivo de comparar
las propias condiciones con determinados estándares. Son las más abundantes y se
suelen clasificar por el tipo de estándar utilizado o bien por las reglas para calcular la
comparación. Entre las más destacables se hallan las siguientes:
o la teoría de la comparación social de Festinger (1954), entendida aquí
como la comparación con otras personas acerca de distintos ámbitos
de la felicidad (Carp y Carp, 1982; Emmons, Larsen, Levine y
Diener, 1983);
o una variante de la anterior, la teoría de la comparación social
descendente, que permitiría mejorar la felicidad al compararse con
personas menos afortunadas;
o la teoría del nivel de aspiración (Lewin, Dembo, Festinger y
Sears, 1944) defiende que la felicidad depende de la diferencia entre
lo deseado y lo conseguido por uno mismo;
o la teoría del nivel de adaptación mantiene que la persona se compara
con los estados de gratificación o estimulación que viene recibiendo
en el pasado y a los cuales se va adaptando, de modo que sólo le
satisfarán los nuevos cambios a mejor, cambios a los que después se
acabará también acostumbrando como plantea Inglehart (1990) en su
modelo de aspiración-adaptación y que le llevarán de nuevo a buscar
aspiraciones superiores, pues los niveles de aspiración se irán
ajustando gradualmente a las circunstancias más o menos
afortunadas de la persona;
o la teoría del alcance-frecuencia de Parducci (1968) indica que cada
persona calcula un punto de alcance medio para comparar con él los
nuevos hechos, de modo que la comparación resultará más
fácilmente ventajosa cuanto más negativamente desviado se halle ese
punto;
o la teoría de las discrepancias múltiples de Michalos (1985, 1995), ya
analizada anteriormente.

122
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

En conjunto, las abundantes teorías de juicio demostraron ser buenos predictores


de la felicidad en cuanto a la satisfacción con diferentes ámbitos específicos de la
vida, pero recibieron fuertes críticas en cuanto a la evaluación de la felicidad como
un todo (Veenhoven, 1991b, 1994; Diener, Sandvik, Seidlitz y Diener, 1993). Al
enfoque de la comparación social, por ejemplo, se le desacredita acusándole de
mantener la afirmación de que si todo el mundo tiene dolor, entonces el mío no me
molesta (Diener, 1994, p. 104).
Sigue siendo necesario superar los planteamientos dicotómicos citados
previamente y proponer teorías integradoras, aunque las dicotomías expuestas han
de entenderse como dos partes con relaciones dialécticas, interactivas, integrables.
El planteamiento de Veenhoven (1994) parece ir en esta dirección, llegando a
formular un modelo en el que agrupa y clasifica la diversidad de determinantes de la
satisfacción con la vida o felicidad. En él parte de la implicación de diversos niveles
del funcionamiento humano: “la acción colectiva y la conducta individual,
experiencias sensoriales simples y cognición superior, características estables del
individuo y su medio al igual que caprichos del destino (…). El modelo presume que
el juicio sobre la vida se acerca al flujo de experiencias vitales, particularmente a la
experiencia positiva y negativa. (…). El flujo de experiencias es una reacción mental
al curso de acontecimientos vitales.” (Veenhoven, 1994, p. 100).
Dos autores que también plantean una propuesta integradora son Headey y
Wearing (1991) con sus modelos de equilibrio estático. Para ellos, los
acontecimientos vitales son conmociones exógenas que vienen a alterar un nivel
equilibrado de felicidad, pero presumen que un mismo tipo de eventos suele
producirse durante largo tiempo en las mismas personas debido a unos niveles
estables de reservas o condiciones estables, más los flujos variables provenientes
de los nuevos acontecimientos, entran en un equilibrio dinámico con la felicidad
(Headey y Wearing, 1991).
En este último tramo del capítulo analizaremos la relación entre felicidad y
personalidad así como entre felicidad e interacción social y, por los motivos vistos a
lo largo de este capítulo, consideraremos los términos felicidad, bienestar subjetivo y
satisfacción como sinónimos. Aunque hemos podido observar las diferencias entre
ellos, lo cierto es que son muchos los autores que, a nivel discursivo los consideran
equivalentes. Así pues, creemos no estar en ningún error si afirmamos que lo que a
partir de ahora se exponga en relación con el bienestar subjetivo o la satisfacción
vital puede aplicarse perfectamente a la felicidad, y viceversa.

5.3.2. Felicidad y personalidad


Emmons y Diener (1985) analizan los correlatos de personalidad asociados a las
tres dimensiones del bienestar subjetivo: afecto positivo, afecto negativo, y
satisfacción con la vida. Repasando la literatura existente al respecto, Wilson (1967)
muestra que la felicidad se relaciona consistentemente con la implicación exitosa
para con los otros. Por su parte, Bradburn (1969) relaciona el afecto positivo con el
interés social y la sociabilidad (Diener, 1994). Los propios Emmons y Diener (1986)
relacionan el componente sociabilidad con el afecto positivo mientras que el
componente impulsividad se asocia con el afecto negativo. Por su parte, Costa y
McCrae (1980) muestran cómo la extroversión correlaciona con el afecto positivo

123
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

mientras que el neuroticismo se relaciona con la infelicidad. Los autores sugieren


que la extroversión y el neuroticismo son dos dimensiones básicas de la
personalidad que conducen al afecto positivo y al afecto negativo, respectivamente
(Diener, 1994).
En esta misma línea, Emmons y Diener (1985) generan tres perfiles de personas.
Aquellas en las que predominan afectos positivos se caracterizan por ser:
extrovertidos (sociables pero no impulsivos), activos, entusiastas, tendentes a estilos
de interacción autocrático-administrativo y cooperativo, no necesariamente con una
alta autoestima ni con tendencia a experimentar menos ansiedad que las personas
con bajos afectos positivos. Las personas con predominio de afectos negativos
tienden a ser: emocionalmente reactivas, interpersonalmente sensitivas, tensas,
preocupadas, impulsivas, agresivas y desconfiadas en sus interacciones con los
demás, bajas en autoestima y con bajo locus de control. Por último, el perfil de las
personas satisfechas con sus vidas las caracteriza como: efusivas y sociables,
activas, con una visión positiva de si mismas, tendentes a no estar ansiosas o
críticas con los demás en sus relaciones interpersonales. Así, la satisfacción con la
vida parece implicar una cierta combinación de competencias interpersonales y
estados internos (sociabilidad y autoestima).
La felicidad pues, según numerosos estudios, tiende a correlacionar con diversas
variables relacionadas con la personalidad. Así, una elevada autoestima y un alto
nivel de satisfacción con uno mismo son importantes predictores de felicidad. Por
otra parte, parece que la autoestima decae significativamente durante períodos de
infelicidad. Otro rasgo importante como predictor es la internalidad o tendencia a
atribuirse resultados a uno mismo y no tanto a fuerzas externas; en otras palabras se
trata del llamado locus de control interno o grado de elección o control percibidos en
la vida de una persona. Por último, no se ha encontrado evidencia suficiente para
relacionar felicidad con inteligencia.

5.3.3. Felicidad e interacción social


Un aspecto interesante es la relación entre felicidad/bienestar e interacción.
Palisi (1985) presenta información acerca de la relación que puede establecerse
entre la interacción social y el bienestar subjetivo dentro del contexto de los entornos
urbanos. Básicamente intenta contrastar a través de una investigación empírica dos
de las principales teorías que ponen en relación el nivel de interacción social con el
bienestar subjetivo y la felicidad.

I. Teoría del determinismo urbano


Esta teoría parte de la consideración de que, en los entornos urbanos, la
participación en asociaciones voluntarias formales se debe a una pérdida o dificultad
de establecer relaciones sociales primarias o espontáneas. Cuando la función que
ejercen las relaciones con los parientes o amigos no es satisfactoria, la gente busca
un asociacionismo formal. Así, un implícito en la teoría determinista es que la
participación social informal con familia o parientes inmediatos está inversamente
relacionada con la participación en asociaciones voluntarias formales
(Fischer, 1975). Esta teoría, pues, parte de los siguientes presupuestos:

124
Felicidad, bienestar y calidad de vida desde la Psicología Social

1. La interacción con los parientes o la pareja está inversamente relacionada con la


interacción con los amigos; y
2. La implicación en asociaciones voluntarias formales está inversamente relacionada con las
relaciones informales con parientes o con la pareja;
3. La implicación con un extenso número y tipos de relaciones sociales está inversamente
relacionado con el bienestar psicosocial.
Por otra parte, y aunque menos obvio, esta teoría recoge la idea de que la gente
tiene un límite en cuanto a su energía social y su sociabilidad. Así, la participación en
demasiados grupos sociales puede producir sobreestrés en detrimento del bienestar
subjetivo. Existe una tradición en este aspecto entre la que destacan la idea de
estrés psicológico en ambientes urbanos de Milgram (1970) o una idea similar
expresada por Wirth (1938). Años antes, en 1902, Simmel ya desarrolló la idea de la
apatía y la asocialidad del tipo urbano metropolitano.

II. Teoría de la interacción complementaria


En contraposición con la anterior, esta teoría mantiene la capacidad ilimitada de
las personas para mantener e implicarse en múltiples grupos y actividades sociales,
llegando a postular lo contrario, es decir, que la implicación en asociaciones
voluntarias o con parientes y amigos potencia el bienestar (Fischer, 1982;
Phillips, 1967, 1969; Davidson y Packard, 1981; Tesch y Nehrke, 1981, etc). Esta
teoría asume que:
1. La implicación en asociaciones voluntarias formales se relaciona positivamente con las
interacciones informales con parientes o con la pareja;
2. La interacción con parientes o con la pareja se relaciona positivamente con la interacción
con los amigos; y
3. La implicación en un extenso número y tipos de relaciones sociales se relaciona
positivamente con el bienestar psicosocial.
El estudio que propone Palisi compara o pone en relación la implicación con
asociaciones voluntarias, las relaciones parentales, el compañerismo y la compañía
marital en tres ciudades: Londres, Los Angeles y Sydney. Los resultados obtenidos
dan soporte a la teoría de la interacción complementaria, rechazando la teoría del
determinismo urbano. Así, la gente que se encuentra implicada en más relaciones
sociales, tanto de carácter formal como informal, tiende a ser más gregaria y a ser
más activa hacia los otros en cualquier tipo de situaciones, y esto correlaciona
positivamente con el bienestar psicosocial.
A la luz de estos resultados, parece ser que un alto grado de implicación en
relaciones sociales diversas puede relacionarse positivamente con el desarrollo de
comportamientos prosociales (Javaloy, Rodríguez, Cornejo y Espelt, 1998), y que
ello guarda relación con el bienestar psicosocial, aunque no se puede concluir el
sentido de la relación (teoría bottom-up o top-down).
Para concluir, más allá de una posición teórica específica, las diversas
investigaciones sobre felicidad, bienestar subjetivo o satisfacción vital, aún a pesar
de sus divergencias y limitaciones, muestran una serie de factores que se relacionan
claramente con una vivencia de felicidad elevada. Mencionaremos a continuación los
más destacados (Diener, 1994; Argyle, 1987, 1990; Veenhoven, 1994): tener buena
salud física y mental, mucha energía y resistencia psicológica; poseer asertividad

125
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

social y buenos atributos de empatía -sin que sea relevante la inteligencia-; tender a
una personalidad extrovertida y abierta a la experiencia; tender a creencias de
control interno; la autoestima y la visión positiva de la vida; los estados de ánimo
positivos y el pensamiento positivo; la presencia y calidad de lazos íntimos (amor) y
de una buena red de apoyo social; la satisfacción laboral y con el ocio; los ingresos
económicos elevados -al menos hasta un cierto umbral-; y la participación en
interacciones sociales esquistosas así como en organizaciones de voluntariado.

5.4. Implicaciones para la Intervención Psicosocial


A estas alturas del texto creemos que podemos ya ubicar perfectamente a la
Intervención Psicosocial en una posición intermedia entre lo macro y lo micro, es
decir, entre lo societal y las políticas sociales de amplio espectro y las personas, sus
estilos de vida, comportamientos y actitudes. También hemos visto como el objetivo
último de toda Intervención Psicosocial -en tanto que ejercicio profesional del
psicólogo social aplicado- es la satisfacción de las necesidades sociales y,
consiguientemente, la mejora del bienestar y de la calidad de vida de las personas,
grupos o comunidades implicadas en la intervención.
Ciertamente los conceptos de calidad de vida y de necesidades sociales se
encuentran en la base motivacional de la Intervención Psicosocial. Y si bien hemos
visto que tanto una como otra tienen altas dosis de relativismo -la calidad de vida por
su dimensión subjetiva; las necesidades en tanto que construcciones sociales-
creemos haber dejado claro también que no rige el todo vale. Así, el bienestar
subjetivo no es tan individualizado como parece ya que se basa, en buena medida,
en referentes sociales. Por otra parte, parece necesario alcanzar un claro consenso
en la definición de ciertas necesidades sociales universalizables.
En este sentido, una adecuación consistente y convenientemente contextualizada
entre la definición precisa de las principales necesidades y problemas sociales, los
preceptos éticos e ideológicos, las escalas de valores y los estándares de calidad
que rigen en una determinada sociedad y la capacidad política e instrumentos de
gestión técnica de ésta han de revertir en el hecho de que la Intervención Psicosocial
tenga, efectivamente, una clara y manifiesta incidencia en la mejora del bienestar de
las personas.
Y ello no significa de ninguna manera que la adecuación de todos estos
elementos conlleve su aceptación total y se reconozca su invulnerabilidad. La
Intervención Psicosocial posee esta faceta de compromiso y de capacidad de
dinamización social que le permite incidir en la transformación social a todos los
niveles posibles. En la última parte del libro se aportarán ideas en este sentido,
juntamente con algunos recursos instrumentales de gran utilidad para plantear y
planificar una intervención. Finalmente se expondrá una reflexión sobre los
principales retos de futuro de nuestra sociedad donde, indefectiblemente, están y
estarán implicadas la Psicología Social Aplicada y la Intervención Psicosocial.

126
Capítulo 6

Caja de herramientas para elaborar


una propuesta de Intervención
Psicosocial
César San Juan y Tomeu Vidal
La Psicología, como disciplina de las ciencias sociales y humanas, tiene
tradicionalmente definidos tres objetivos clásicos relacionados, en primer lugar, con
su capacidad para explicar la naturaleza humana, en segundo lugar, con su
capacidad para predecir el comportamiento de las personas ante una situación dada
y, por último, con su capacidad para modificar o cambiar dicho comportamiento. La
Intervención Psicosocial, si bien concursa como disciplina psicológica en los dos
primeros objetivos, es su vocación fundamental la capacidad de cambio. Es el
interventor psicosocial un arquitecto de cambios sociales que, en definitiva, están
concebidos para incrementar la calidad de vida y los recursos psicológicos de las
personas. Este encomiable propósito viene dotado de una serie de estrategias
formales, contrastadas con más o menos fortuna y que, por tanto, han arrojado una
serie de luces y sombras en los resultados obtenidos (San Juan, 1996). La intención
de este capítulo es proponer una serie de elementos sobre los que el interventor
psicosocial debe necesariamente de reflexionar antes de concebir una determinada
acción. Es preciso subrayar la idea de que se trata únicamente de elementos de
reflexión que, quizás, una vez el interventor se los haya planteado con una cierta
seriedad y rigor, sus conclusiones puedan convertirse en herramientas útiles para la
acción. Quiere con esto decirse que no existen, en fin, recetas en la Intervención
Psicosocial ya que, por lo general, no hay soluciones simples, uniformes y rápidas a
problemas complejos, variados y arraigados, aunque en ciertos manuales puedan
prodigarse sentencias casi absolutas.
En el capítulo se ofrecen algunas aclaraciones terminológicas acerca de la
Intervención Psicosocial además de proponer algunos instrumentos útiles y
necesarios para definir el ámbito de cada intervención y para, a su vez, establecer
canales de negociación y diálogo entre los tres actores que Marco Marchioni (1999)
define como participantes en el proceso de intervención: el promotor (generalmente
la administración pública), la propia comunidad y los profesionales de la Intervención

127
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Psicosocial. Estos dos instrumentos, entendidos como documentos de trabajo y de


negociación, son el anteproyecto y el proyecto formalizado, cuyos contenidos,
estructura y funciones han sido desarrollados por Pol, Valera y Vidal (1994), sirviendo
de base a las propuestas que aquí se presentan.

6.1. De la práctica interventiva


La Intervención Psicosocial se viene realizando desde tiempos muy recientes, de
modo que la experiencia acumulada es escasa y, los errores, han constituido el
procedimiento más extendido para volver a intentar experiencias más realistas y
eficaces. Tradicionalmente, no ha sido el talante del psicólogo social marcarse ese
tercer objetivo de la Psicología como agente de cambio social al que aludíamos al
principio. La ausencia de cualquier tipo de compromiso con la solución de los
problemas de las personas, ha resultado ciertamente cómoda durante mucho
tiempo. Esta posición ha llenado los caldeados laboratorios de interesantes
experimentos, pero que, lamentablemente, poco tenían que ver con lo que estaba
pasando ahí fuera.
Uno de los autores que más estuvo implicado en poner en evidencia la ficticia
neutralidad científica de los psicólogos sociales fue Kurt Lewin. De hecho, antes de
que apareciera la obra de Caplan, considerado como un precursor de la Psicología
Comunitaria, Lewin creó una comisión encargada de luchar contra las situaciones de
prejuicio y discriminación, desde la que se realizaron proyectos de intervención en
problemas sociales como las bandas juveniles, la integración racial, etc. La obra de
Lewin fue la excepción dentro de la Psicología Social norteamericana ya que la
mayoría de los investigadores continuaron encerrados en sus laboratorios
presumiendo explicar los mecanismos implicados en la relación del individuo con la
sociedad. Resolver los problemas derivados de dicha relación, ni tan siquiera estaba
contemplado en la agenda del psicólogo social.
Sin embargo la Intervención Psicosocial, además de cuestionar el marcado peso
de los paradigmas de la Psicología Social de carácter más individualista se plantea la
necesidad de:
oUna Psicología comprometida con la problemática de la comunidad, lo
que exige dar respuesta inmediata a problemas reales y perentorios,
cuyos efectos psicosociales limitan y trastornan al individuo,
generando condiciones tendentes a perpetuar el problema.
o Ubicar el problema psicosocial en un contexto global. Esto implica la
toma de conciencia de la existencia de una realidad socioeconómica
como marco explicativo de esa situación.
o Concebir a la comunidad como recurso activo, tanto en el
mantenimiento como en la transformación de las condiciones de vida
(Marchioni, 1999). Se parte de la idea de que dicha transformación
debe darse tanto en el ámbito individual como social, y que las
soluciones sólo son posibles si los individuos participan activamente
en ellas.
La Intervención Psicosocial, así planteada, permite concebirla como una
Psicología para el desarrollo, tal y como la denomina el panameño Luis

128
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

Escovar (1980). Debemos distinguirla, además, de aplicaciones de la Psicología que


intentan el desarrollo comunal a través de prácticas paternalistas e intervenciones en
la comunidad a través de agentes externos a ella; y también de la Salud Mental
Comunitaria, de origen norteamericano, y cuyos objetivos están dirigidos a subsanar
situaciones individuales deficitarias a través de la modificación de las instituciones
sociales supuestamente responsables de estos déficits. Nos encontramos, en fin, no
sólo ante una determinada manera de abordar los problemas, sino
fundamentalmente, ante un particular modo de entenderlos, conceptualizarlos y
analizarlos.
De la consideración de ubicar el problema psicosocial en un contexto global,
surge la necesidad de analizar dichos problemas desde diferentes niveles de análisis
(San Juan y De Prins, 1995). Antes de plantearnos, en fin, la intervención en
cualquier problema social, debemos tener en cuenta que dicho problema es el
resultado de un proceso en el que deberán distinguirse un complejo repertorio de
causas y una serie de consecuencias. El análisis de este proceso es ineludible ya
que, necesariamente, deberemos tomar una decisión sobre en qué punto de dicho
proceso queremos o podemos intervenir. Esta decisión está fundamentada, unas
veces en principios ideológicos, otras, viene propiciada por circunstancias
estructurales que sobrepasan al interventor y, algunas, debemos decirlo, no están
fundamentadas absolutamente en nada, poniéndose en evidencia, o bien la falta de
perspectiva con respecto al problema social, la ausencia de modelos teóricos que
validen las intervenciones, o bien el oportunismo político que se esconde detrás de
algunas partidas presupuestarias.

6.2. De planes, programas y proyectos...


A pesar de no ser nuestra intención definir el concepto de Intervención Social ni
otros cercanos, puesto que ya se ha hecho en otros capítulos de este libro
-especialmente en el capítulo 3- resulta pertinente fijar el sentido de una serie de
términos, relacionados con la intervención y, a veces, usados de forma poco precisa.
Sea cual sea el campo aplicado de la Psicología Social al que nos refiramos, o en
cualquiera de los sentidos más o menos restringidos a los que aludamos al hablar de
Intervención Psicosocial, existen una serie de aspectos prácticos relativos a la
intervención misma, cuyo conocimiento es preciso destacar. Su naturaleza práctica,
por denominarla de una forma algo vaga, abarca no tan solo aquella serie de
conocimientos, la mayoría tácitos, que se adquieren a través del ejercicio de la
Intervención Psicosocial, de la misma forma que ocurre con cualquier otra actividad
humana. Nos referimos principalmente a la forma de comunicar una serie de
aspectos, que bien podemos relacionar con las preguntas que cualquier persona se
haría, ante la posibilidad de llevar a cabo una Intervención Psicosocial, de igual
forma que lo harían sus potenciales usuarios, clientes, etc., las personas que lo
promueven, o de quienes depende la decisión política de su ejecución. Estas
preguntas son ¿qué se va a hacer?, ¿por qué?, ¿cuándo y cómo?, y ¿cuánto costará?
Bien sea la posibilidad de llevar a cabo un estudio para conocer el grado de
satisfacción entre las personas usuarias de un servicio o un producto; o por ejemplo,
fomentar el comportamiento ecológico responsable y sostenible en una organización;
o promover la integración social entre diferentes colectivos de un entorno

129
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

determinado; o bien prestar un servicio de apoyo y orientación a personas que sufren


maltrato familiar; en cada uno de estos pocos y variados casos, podemos hacernos
las anteriores preguntas, con el fin de conocer con más detalle en que va a consistir
la intervención pretendida.
La respuesta a éstas y otras muchas más preguntas deberían poder quedar
plasmadas en algún documento, que no es otro que el que acompaña al proceso de
negociación entre quienes encargan el proyecto de intervención y quienes lo van a
elaborar, entre la demanda y la oferta. A este tipo de documento lo denominamos
anteproyecto. Cierto es que todo proceso de negociación es diferente, igualmente
existen diferentes tipos de negociación o de relación, a través de la cual quedan
prefijadas las respuestas a las preguntas aludidas respecto a la intervención. Por
ejemplo, puede ser una empresa la que encargue, a un equipo multidisciplinar de
profesionales de las ciencias sociales, un estudio para conocer el perfil de las
personas usuarias de un servicio que desearía poner en marcha. Pero también
puede darse el caso en que la negociación sea más cerrada. Por ejemplo, cuando
un equipo de profesionales de la Psicología Social presenta ante la administración
pública un anteproyecto o proyecto, con una determinada estructura definida y
publicada en algún boletín o diario oficial (B.O.E., Diario Oficial de la Comunidad
Autónoma, etc.), para promover la integración social entre diferentes colectivos de un
barrio de la ciudad.
Desde esta perspectiva, el anteproyecto no es más que el documento previo al
proyecto. Pero antes de abordar específicamente estos temas es necesario
completar esta metafórica escalera que va de lo más general a lo más particular. Sus
rellanos conforman los otros términos relacionados con la intervención, cuyo sentido
pretendemos fijar y que de lo más general a lo más concreto son: plan, programa,
proyecto, actividad y tarea (Figura 6.1), según exponen Ander-Egg y Aguilar (1995).

130
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

Plan

Programa 1 Programa 2 Programa 3

Proyecto 2.1 Proyecto 2.2 Proyecto 2.3

Actividad 2.2.1 Actividad 2.2.1 Actividad 2.2.3

Tarea Tarea Tarea

Tarea Tarea Tarea

Tarea Tarea Tarea

Tarea Tarea Tarea

Figura 6.1. Planes, programas, proyectos (adaptado de Ander-Egg y Aguilar, 1995, p. 13).

Un plan tiene por finalidad definir el curso deseable y probable del desarrollo
nacional o de un sector (económico, social, etc.) según la política del gobierno del
cual depende. Se trata de un parámetro técnico y político en el cual se enmarcan los
programas y proyectos que lo desarrollan. Por programa entendemos el conjunto
organizado de actividades, servicios o procesos expresados en un conjunto de
proyectos relacionados o coordinados entre sí. Un programa operativiza un plan
mediante la realización de acciones orientadas a conseguir las metas y los objetivos
propuestos en un periodo determinado.
El proyecto es la ordenación de un conjunto de actividades que combinando
recursos humanos, materiales, financieros y técnicos se realizan con el propósito de
conseguir un determinado objetivo o resultado. Se diferencia del programa en la
magnitud, la diversidad y la especificidad (un programa está constituido por un

131
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

conjunto de proyectos). En esta misma línea, una actividad es el medio de


intervención sobre la realidad. Es la realización secuencial e integrada de diversas
acciones necesarias para conseguir las metas y los objetivos específicos de un
proyecto. La tarea es la acción que tiene el máximo grado de concreción y
especificidad.
Por ejemplo, supongamos un plan de servicios sociales que contenga un
programa de infancia y familia, en el cual existe un proyecto de campamentos de
verano donde una de las actividades es realizar una excursión de un par de días
para la cual es preciso llevar a cabo la tarea de preparar la ropa adecuada.

6.3. La propuesta de intervención: el anteproyecto


Como ya se ha comentado anteriormente, el anteproyecto no es más que el
documento previo al proyecto formalizado. El prefijo (ante-) ya pone sobre la pista en
cuanto a su anterioridad. Pero, además de una distancia temporal -ante(s del)
proyecto-, tal vez sea mejor entender la divergencia entre estos documentos como
una cuestión de detalle. Entendido así, un proyecto formalizado es un anteproyecto
con el máximo detalle. Pueden existir anteproyectos y proyectos con mayor o menor
detalle, pero la cuestión no es ahora dirimir con toda claridad dónde empieza uno y
termina otro. El límite entre ambas figuras aparece a lo largo del proceso de
negociación o incluso al principio si se trata de una demanda efectuada de forma
detallada -cuando la estructura de cómo presentar el (ante)proyecto está publicado
en algún diario o boletín oficial de la administración-. Por otra parte, el anteproyecto
final es también el proyecto inicial.
A pesar de la diversidad de casos y de tipos de relación entre las partes
afectadas por la propuesta en cuestión, existen de una forma u otra una serie de
aspectos que quedan reflejados en el anteproyecto. Es decir, se manifiesta por
escrito el acuerdo entre las partes relativo a qué se va a hacer, por qué, cuándo,
cómo y cuánto va a costar, referente a la intervención. Quiere ello decir que se trata
de un documento -potencialmente en continua transformación- sobre el cual se va a
discutir, precisar y modificar hasta el punto en el que se decida cuál es el proyecto
final, a partir del propio proceso de negociación en el que se enmarca y al cual
acompaña.
Por otra parte, si un anteproyecto es, en definitiva, una propuesta de intervención
que realiza un equipo profesional ante una demanda más o menos detallada, la
naturaleza de esta propuesta puede variar según sea su ubicación con respecto al
proceso completo de una Intervención Social que, como pudo observarse en el
capítulo 3 (ver Figura 3.1) consta como mínimo de tres fases principales: la
evaluación inicial; la elaboración e implantación de programas/ proyectos de
intervención y la valoración o evaluación final.
El anteproyecto de una evaluación inicial (o diagnóstico) es una propuesta para
conocer una situación, establecer una línea base, identificar o describir determinados
aspectos, etc., y supone una especie de fotografía inicial. En consonancia, los
objetivos generales de la propuesta serán fundamentalmente conocer, identificar,
detectar, establecer..., algún fenómeno, proceso o aspecto cualquiera. Expresado de
manera más ordinaria, este es el caso cuando la demanda quiere realizar un estudio

132
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

sobre alguna cosa. Una vez que las dos partes han aceptado el anteproyecto sobre
lo que se pretende hacer, sólo cabría formalizar, si es necesario, esta propuesta en
un proyecto de investigación y realizar el estudio. El resultado del cual aún daría
lugar a otro documento: el informe de resultados o de evaluación o informe final.
Tras la evaluación inicial, el siguiente paso consiste en la elaboración del proyecto
de intervención. En esta fase se planifica lo que hay que hacer, definiendo cuales
son los objetivos, generales y específicos, las estrategias y las técnicas de
intervención, además de otros aspectos metodológicos como la identificación de las
muestras de población, la recolección de los datos y su análisis. También se
establecen cuáles van a ser los recursos humanos, materiales y financieros que
serán necesarios, además de describir la organización temporal de la intervención
mediante un calendario de ejecución. Es conveniente estipular la forma, los criterios
y los indicadores de evaluación del proyecto, tanto para permitir un seguimiento
controlado o una evaluación durante el proceso de intervención, como para
determinar su evaluación final. Un anteproyecto que se centre en esta fase de la
intervención, con o sin la anterior evaluación inicial –porque ya se haya realizado-
debería recoger, en su pretensión por explicar su propuesta, como mínimo cada uno
de estos aspectos señalados apuntando, cuando menos a grandes rasgos, como
serán abordados.
Por último, un anteproyecto puede ceñirse a la fase de evaluación final. Sin negar
la posibilidad de la evaluación durante la intervención, como acabamos de indicar,
suele suceder que se encargue al final. Incluso puede ser fundamental evaluar la
intervención, aún cierto tiempo después. El resultado de esta fase vuelve a ser -de
manera análoga a la primera- un informe final de evaluación.
Diversas son pues las posibilidades de elaboración de una propuesta o
anteproyecto según la fase de la intervención a que se atienda. Esta variedad
también se acrecienta si se tienen en cuenta los diferentes ámbitos, enfoques
teóricos y recursos metodológicos plausibles, además de los contextos sociales y los
respectivos valores que los conforman. Esta rica variedad de posibilidades y
restricciones en la cual acaba por definirse toda propuesta, pudiera parecer a
primera vista una dificultad añadida si se piensa en la estructura formal que debe
tener un anteproyecto. Ante tanta diversidad, ¿puede definirse una estructura con la
que presentar una propuesta?
Antes de dar respuesta a esta cuestión, puede ser provechoso retomar de nuevo
la pregunta inicial: ¿qué es un anteproyecto?, y puestos ya, ¿para qué sirve? Si bien,
desde cierta perspectiva se ha aludido ya a estas cuestiones, desde la vertiente más
profesional, un anteproyecto es un instrumento de presentación y de venta de un
producto (un estudio, un programa/proyecto de intervención, etc.) y, a su vez, de un
proveedor –el equipo profesional que lo presenta–. Por tanto, debe mostrar cuan
idóneo es, tanto el producto como el equipo que lo firma. El producto debería cubrir
las necesidades, tanto las manifiestas como las latentes, que propician su razón de
ser, además de demostrar la competencia profesional del equipo. Puesto que se
trata de un documento que acompaña al proceso de negociación de la demanda,
debe también servir para acotar el tema a abordar, así como los problemas que se
tengan que resolver. Por otro lado, debe asegurarse que responde a lo que el cliente
quiere encontrar de forma fácil y rápida en el documento que se le presenta.

133
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

El proceso de negociación, cuando no se trata de una oferta pública de


presentación de propuestas de forma cerrada, acostumbra a mantenerse entre
interlocutores de ambas partes. Por presentación de propuestas de forma cerrada,
queremos aludir a cuando no existe la posibilidad de réplicas o reuniones que
permitan un ajuste progresivo entre las partes, es el caso de la mayoría de los
proyectos que se presentan ante la Administración, en forma de concurso público o
de oferta pública de ayudas, para la realización de proyectos. Aunque en este último
caso, puede haber la posibilidad de contar con un segundo plazo, para rehacer el
anteproyecto. Esto ocurre, normalmente, si la administración ha concedido una
ayuda, por un valor de una cantidad inferior a la solicitada en el primer
(ante)proyecto.
Que la negociación se mantenga entre interlocutores de ambas partes, significa
que tanto la persona que ejerce de interlocutor del organismo cliente, como la del
equipo profesional que presenta la propuesta, no suelen disponer de la capacidad de
decisión última sobre el proyecto. Si bien esto puede ser menos cierto en el caso de
la persona que representa el equipo profesional. Ello redunda en la necesidad de
hacer explícitos, en el documento que acompaña el proceso de negociación, todos
los aspectos sobre los que se discute y que, en suma, definen la propuesta objeto de
negociación. El anteproyecto ha de poder funcionar de forma autónoma y poseer
todo el significado de la propuesta en sí mismo, sin necesidad de ser explicada
oralmente.
Al hilo de lo mencionado, es fácil concebir que probablemente el documento pase
por diferentes manos, con diferentes capacidades de decisión, a parte de los
interlocutores. El anteproyecto supone, en sí mismo, la manera de dejar constancia
por escrito de lo que se va a hacer, con las consecuencias que de esto puedan
derivarse, a tenor de los resultados posteriores. Todo esto refuerza que deba ser un
documento claro y fácil de entender, no tan sólo para las personas directamente
implicadas, sino para cualquier persona con capacidad de decisión mayor. Lo que
queremos expresar es que, en este caso, es aún más perentoria la necesidad de
huir de conceptos, ideas u objetivos implícitos o aspectos sobreentendidos por los
interlocutores.
En cuanto a la estructura formal de un anteproyecto, con la precaución de
ajustarla siempre en función del propio proceso de negociación -lo que determina la
inexistencia de un modelo igual para toda intervención-, sí podemos apuntar cuáles
son los puntos o apartados que como mínimo debe contener. El siguiente apartado
está dedicado a ello con la salvedad de que haremos referencia directamente al
proyecto formalizado que, como ya se ha mencionado anteriormente, no es más que
un anteproyecto con el máximo detalle posible. Así, podemos llevar a cabo un
análisis exhaustivo de cada una de las informaciones que ha de contener el
documento sin perder de vista que este mayor o menor detalle es precisamente el
límite difuso entre ambos documentos. También es necesario precisar que, aunque
aquí se haga referencia básicamente a como presentar un proyecto formalizado en
relación a programas de intervención, la estructura general es también aplicable a
proyectos en relación a evaluaciones iniciales o finales.

134
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

6.4. Estructura del proyecto


En líneas generales, la estructura formal de un proyecto responde a cuatro
puntos o apartados: presentación, objetivos, plan de trabajo y presupuesto.

6.4.1. Presentación del tema y de la demanda


El primer punto de un proyecto es la presentación del tema y de la demanda. En
cuanto a ésta, se trata de exponer la demanda de la forma más explícita posible,
para así expresar de dónde y cómo surge la propuesta que se presenta. De las
preguntas formuladas al inicio, la presentación viene a responder a la cuestión de por
qué se pretende realizar la propuesta, además de qué se va a hacer de forma global.
Este es el apartado en el cual se debe plantear de forma general la problemática o el
tema que se ambiciona determinar. Deben precisarse, por lo tanto, cuáles son las
principales dimensiones que lo explican o los factores relevantes del tema, situación
o problema que pretendemos abordar, además de su contextualización
sociohistórica. La identificación de estas dimensiones se halla relacionada con el tipo
de orientación o perspectiva ideológica, epistemológica, teórica y metodológica que
define nuestra propuesta y de paso a nuestro equipo. Alineación que en algún caso
puede ser oportuno proclamar. Habitualmente se exponen las orientaciones teóricas
que guían la propuesta, lo que significa identificar un cuerpo teórico específico,
apropiado para cada nivel.
Este problema va a presentar diferentes niveles ecológicos de análisis:
intrapersonal o individual, interpersonal o grupal, organizacional, comunitario y social.
La investigación y las teorías de referencia específicas para cada nivel pueden
ayudar a comprender cómo y por qué los problemas psicosociales o problemas
específicos de salud son socialmente producidos y mantenidos. Así, una estrategia
de esta fase del análisis, consistiría en recurrir, por ejemplo, a la Teoría del
Aprendizaje Social, para ayudarnos a comprender las prácticas de salud y de riesgo
que se dan en diferentes niveles ecológicos. La teoría de la anomia de Durkheim, los
presupuestos de la llamada escuela de Chicago, la teoría de las subculturas
criminales, o la perspectiva del interaccionismo simbólico, pueden constituir
referentes teóricos operativos para explicar fenómenos como el de la delincuencia o
las drogodependencias (San Juan, Bermejo, Blanco y Varona, 2000). Con respecto a
la comprensión del consumo de drogas en los jóvenes, implica entender diferentes
procesos que se pueden dar en diferentes niveles ecológicos. El consumo puede ser
explicado, en parte, por variables personales, tales como la competencia social y la
autoestima, que le hacen al joven más o menos competente para resistir o no la
presión del grupo de iguales a consumir sustancias; por otro lado, puede ser
explicado también por variables de la red social, en la medida que el joven en
cuestión esté expuesto al modelado y a las normas de determinados personajes y
grupos de referencia; y en parte también, por variables comunitarias, sociales y
culturales en la medida que contribuyen a la disponibilidad y acceso de determinadas
drogas y a la configuración específica de determinados valores, normas y redes
sociales. Un determinado marco jurídico, legal y penal en materia de
drogodependencias, debe necesariamente tenerse en cuenta en cualquier análisis
sobre este problema. Además, un marco conceptual comprensivo centrado en los

135
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

problemas ha de ponderar adecuadamente qué nivel de análisis es el más apropiado


y relevante para la intervención.
También puede ser eficaz la ilustración con ejemplos de casos similares y los
tipos de resoluciones adoptados. De esta forma se demuestra, a la sazón, la
competencia y la amplitud de visión de nuestro equipo profesional. Además de
intentar responder a aquello a lo que el cliente desearía encontrar, es favorable
destacar los principales beneficios que nuestra oferta puede suponer.

6.4.2. Definición de los objetivos


El punto siguiente consiste en delimitar de manera precisa los objetivos de
nuestra propuesta. Si en la presentación ya se sugiere, de una forma aproximada,
qué se va a hacer; en la redacción de los objetivos debe despejarse toda sospecha
de imprecisión al respecto. De esta forma se facilita, a quien lea el documento, una
rápida apreciación de la finalidad de nuestra oferta. Los objetivos deben reflejar de
forma clara y concisa los propósitos que queremos conseguir con nuestra propuesta.
El código genético de un programa de intervención lo podemos encontrar en la
definición de sus objetivos. A través de su análisis, un lector ajeno al programa, debe
poder advertir cómo se va acotar la población diana, el modelo teórico que subyace a
sus contenidos, el alcance de la planificación, los métodos e instrumentos que
presumiblemente podrán ser utilizados y, por fin, en qué medida será viable un
diseño de evaluación de los resultados eficaz. En fin, siguiendo con el símil, se
podría decir que nos encontramos con el ADN del programa. Podemos equivocarnos
en otras fases, pero si tienen consecuencias indeseables para nuestros intereses, la
enmienda es posible. Un error en el planteamiento de los objetivos confiere al
programa una auténtica tara genética que indefectiblemente invalidará cualquier
resultado previsto, desde el momento que no existe la posibilidad de definir el
alcance de las estrategias de intervención, pueden no responder a los recursos
existentes o, por fin, se incluyen variables que no sabemos qué significan o no
hemos aprendido a cuantificar o valorar.
Desde este punto de vista, en el momento de definir unos objetivos, debemos
asegurar que cumplan tres condiciones fundamentales: concreción, factibilidad y
evaluabilidad. Pons (1993) sintetiza así estas tres características que siempre
tendremos presentes:
Concreto: Definido de forma clara e inequívoca, de tal manera que pueda ser
entendido por todos los participantes y destinatarios del programa. La concreción
incide sobre la eficacia de la intervención que se pretende desarrollar. Es decir,
incide en nuestra capacidad para modificar o solucionar el problema o la situación
sobre la que se interviene.
Factible:
a. En el sentido que puedan ser aceptados por los destinatarios del
programa. La aceptación, como veremos más adelante, depende de
los valores, creencias y actitudes de los destinatarios, de que sea
sentida como necesidad, de las posibilidades de participación y del
grado de flexibilidad para adaptarse a los diversos grupos culturales.

136
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

b. Los recursos económicos: Aparte de disponer de los necesarios, la


racionalidad exige tener en cuenta los siguientes aspectos:
o Relación coste – beneficio: que los beneficios esperados sean
superiores a los costes de la investigación y que esta relación
sea más ventajosa que las de otras posibles intervenciones
alternativas.
o Que los costes sean soportables por los presupuestos
disponibles.
c. Logístico:
o Alcanzable con los recursos de que se dispone o de que se
podrá disponer.
o Finalizable en el tiempo requerido.
o Ajustado a la capacidad, habilidades y actitudes del personal
que debe realizarlo.
d. Legal, es decir, acorde con la legislación vigente y congruente con la
normativa de la institución demandante. Se trata de un principio muy
recomendable, no obstante, existen ocasiones, como podría suceder
con la actual ley de extranjería, que imposibilitaría intervenir con un
considerable número de inmigrantes.
Evaluable: De forma directa o indirecta. Cuando no se pueda precisar con
exactitud, se utilizará la aproximación o el indicador más fiable.
En cuanto a la forma de su trascripción, es costumbre el uso del verbo en
infinitivo y a continuación los complementos que competan para su redacción. Esta
forma de expresión insiste en la intención de facilitar la lectura rápida y sencilla ya
mencionada. Es del mismo modo conveniente disociar los objetivos generales de los
específicos, o lo que es lo mismo, desgranar cada uno de los objetivos generales en
sus correspondientes aspectos más básicos o específicos para dar respuesta a sus
respectivos más globales. En relación con lo apuntado en el apartado anterior -la
presentación-, los objetivos, generales y específicos, tienen cierta reciprocidad con
las dimensiones o los factores que explican el tema, situación o problema que
pretendemos acometer.
Supongamos que elaboramos un proyecto con la intención de facilitar la
integración y el contacto entre diferentes colectivos de personas inmigrantes y
autóctonas en una localidad determinada. Y que la orientación o los presupuestos
teóricos de los que partimos se basan en que las dimensiones o factores relevantes
que explican la integración –argumentos que habremos desarrollado con más detalle
en la presentación– son fundamentalmente el conocimiento mutuo y la interacción
interpersonal entre las personas de cada colectivo. Pues bien, ya tenemos los
objetivos generales y específicos que, de forma más concluyente que en la
presentación, podrían transcribirse como,
a. objetivo general:
o fomentar la integración entre los colectivos inmigrantes y
autóctonos en la población X con la finalidad de evitar
conflictos étnicos
b. objetivos específicos:
o potenciar el conocimiento mutuo entre estos colectivos
o facilitar espacios de interacción entre estos colectivos.
137
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Si aún quisiéramos precisar más la intención de nuestra propuesta, o cuando la


ocasión así lo requiera, puede ser apropiado añadir en el apartado de los objetivos,
lo que se denominan metas o resultados esperados. Sin entrar en puntualizaciones,
lo que uno y otro término representan es la mesura cuantitativa y/o cualitativa de los
objetivos. En el ejemplo anterior una meta o resultado esperado podría ser que el
conocimiento mutuo entre los colectivos aumentase el doble del actual. Otro asunto
es cómo medir este conocimiento, cuestión que entra de lleno en lo que es el
siguiente apartado, la pormenorización del plan de trabajo.

6.4.3. Plan de trabajo


Tras la exposición de los objetivos, en el plan de trabajo se procura responder a
cómo y cuándo se van a conseguir éstos. Se trata de especificar a través de que
medios, mediante qué procedimientos, estrategias y técnicas se alcanzarán los
objetivos, fijando las fases con los respectivos periodos temporales en los cuales
procura ceñirse toda esta función. La especificidad de la propuesta que se realice,
según se trate de un anteproyecto para realizar una evaluación o bien un proyecto de
intervención, tiene un diferente tratamiento, en el apartado del plan de trabajo. Nos
referimos a la precaución de no confundir el plan de trabajo del equipo que presenta
la propuesta con la programación, el calendario, las actividades y las tareas que
definen el proyecto de intervención que se presenta en el anteproyecto.
Si tomamos, por ejemplo, un proyecto para conocer las actitudes y los
comportamientos de un sector de población ante la recogida selectiva de residuos,
en el plan de trabajo, se explicarían de forma concreta las diferentes tareas para
conseguir este objetivo. Podría ser la elaboración de algún cuestionario y su
aplicación en una muestra representativa, previamente seleccionada, en un tiempo
determinado. Implicaría prever la forma de contacto (encuesta telefónica, en la calle,
a partir de las unidades censales y con un muestreo por rutas, etc.), los recursos
humanos necesarios y el tiempo de entrenamiento requerido para su práctica, la
introducción de los datos, etc., en otras fases anteriores y posteriores a la de su
aplicación. La mejor forma de previsión de todas y cada una de estas tareas,
inscritas en el plan de trabajo, es, sin lugar a dudas, su especificación. Pero
volviendo a una idea ya apuntada, la determinación del grado de detalle vendrá dada
por el propio proceso de negociación a partir, eso sí, de unos mínimos fijados por el
sentido común.
Si en lugar de un proyecto orientado a la realización de una evaluación, como en
el caso anterior, se propusiera un proyecto de intervención, como en el ejemplo de la
integración entre diferentes colectivos de personas inmigrantes y autóctonas, el plan
de trabajo deberá corresponderse en mayor medida con las diferentes fases de la
intervención. Si en el caso anterior un procedimiento para conocer las actitudes de la
población es aplicar un cuestionario, para potenciar el conocimiento mutuo entre los
diferentes colectivos puede ser útil organizar unas sesiones informativas. El carácter
de las actividades en uno y otro caso es diferente. En el caso de un proyecto de
intervención, la concreción de las actividades, a través de las cuales se consiguen
las metas y los objetivos específicos del proyecto, como ya conveníamos en su
definición, acarrea el establecimiento de las diferentes responsabilidades, los
circuitos de transmisión de información entre éstas y, tal vez como aspecto más
diferencial respecto a un proyecto de evaluación, el establecimiento de los

138
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

mecanismos reguladores de su ejecución, es decir, los indicadores que permiten


conocer el grado de seguimiento y/o cumplimiento de los objetivos. Siguiendo con el
ejemplo, la tasa de asistencia a las sesiones informativas bien podría ser un
indicador de evaluación precisamente de la actividad que operativiza el objetivo de
potenciar el conocimiento mutuo entre los colectivos, cuya meta o resultado
esperado era el de conseguir que aumentase el doble del actual. Además de la
demarcación de las diferentes actividades en cada fase de la intervención, en el plan
de trabajo debería indicarse, en los subapartados que fuera menester, los recursos
humanos y materiales necesarios para su ejecución, al mismo tiempo que su
organización y calendario.
Por otra parte, las características de un proyecto de intervención plantean la
necesidad de incorporar la identificación y selección de los puntos potenciales de
intervención y las estrategias de intervención.

Identificar y seleccionar los puntos potenciales de intervención


Los puntos potenciales de intervención pueden ir, desde dimensiones personales
(creencias, conocimientos, emociones, conductas y habilidades, percepciones,...),
hasta la legislación y normas sociales que regulan un país o una comunidad
determinada, pasando por las redes sociales y reglas que configuran la convivencia,
la vida de una pareja, una familia o un grupo social.
La identificación y selección de estos puntos ha de hacerse a partir del potencial
que para los resultados esperados tendría el intervenir en dichos puntos. Ello, a su
vez, implica:
o Un conocimiento amplio de intervenciones previas y su efectividad
relativa con varias culturas y grupos de población.
o Comprender el contexto - organizacional, comunitario y cultural- de la
práctica en que tendrá lugar el desarrollo del programa

Identificar estrategias de intervención


Estrategias de intervención que resulten pertinentes para los problemas y
adecuados a los niveles y a la población. Además del marco conceptual comprensivo
de los problemas al que ya nos hemos referido, un enfoque ecológico para la
planificación de programas de Intervención Psicosocial requiere:
o El desarrollo de un cuerpo de conocimientos acerca de la intervención
que resuma lo que sabemos acerca del éxito relativo de diferentes
estrategias de intervención con poblaciones particulares. Esto es, ante
qué problemas, con qué poblaciones y en qué contextos son
pertinentes una u otra estrategia: entrenamiento en habilidades para
tomar decisiones, desarrollo de competencias, desarrollo de redes
sociales de apoyo, consultoría, grupos de autoayuda, etc.
o Adecuar las intervenciones al contexto local comunitario y
organizacional. Esto requiere que el desarrollo e implantación de
programas efectivos sea realizado por educadores para la salud,
sensibles a las normas y culturas de las organizaciones, y clientes con
los que trabajan, y que consideren y valoren el problema tal y como es
experimentado en la comunidad local.

139
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

6.4.4. Presupuesto
Si con los anteriores puntos que aquí se proponen, y que como mínimo debe
contener un proyecto, en cuanto a su estructura formal, se ha respondido a aquellas
preguntas iniciales del ¿por qué?, ¿qué?, ¿cómo y cuándo?, tan solo resta aludir a la
cuestión del ¿cuánto va a costar? La manera de presentar el presupuesto es
posiblemente el punto en el que menos restricciones se pueden argumentar, puesto
que suele ser uno de los que más peso adquieren en la decisión final del encargo del
(ante)proyecto. Esta razón se debe, principalmente, a que de todos y cada uno de los
diferentes aspectos enumerados en el plan de trabajo, que son fruto de los objetivos
propuestos -justificados en la presentación-, se pueden traducir de forma más rápida
y sencilla al reverso de su coste económico. Cuanto más detallado es el plan de
trabajo, más sencillo será calcular el coste de todo el proyecto. Amén del
presupuesto (¿cuánto va a costar?), es esencial advertir la forma de financiación
(¿cómo se va a pagar?). Es de una importancia capital, eso sí, no confundir y, por lo
tanto, diferenciar, cuando se trate de un presupuesto referente a una evaluación
(inicial o final) o el presupuesto de la aplicación de la intervención, que a su vez,
puede desglosarse en los costes de instauración y los de funcionamiento. En
general, en el desglose del presupuesto suelen diferenciarse los recursos materiales
(infraestructura y equipamientos, medios técnicos, etc.); honorarios o gastos de
personal; viajes y dietas; mantenimiento o gastos fijos -calculado de forma
proporcional al coste de todo el año- y gastos de gestión, además de los impuestos,
si es el caso, que deban añadirse a la suma de cada apartado.

6.5. Breve manual para la Intervención Psicosocial


La concepción de un problema social como un proceso en el que podemos
identificar diferentes niveles de análisis no constituye únicamente una visión
ecológica de la realidad social. Supone en el interventor psicosocial la destreza de
introducir esa conceptualización de la realidad social dentro del proceso de
intervención. Este requerimiento complica necesariamente las cosas en términos de
limitaciones técnicas, políticas, éticas, etc. que, a veces, son obviadas por los
teóricos de la intervención o, en el peor de los casos, se plantean en unos términos
francamente ingenuos. En las siguientes líneas sugerimos una serie de problemas
habituales que se pueden presentar antes, durante o después de una acción.

6.5.1. El efecto dominó


Si bien los modelos sistémicos son muy útiles a la hora de conceptualizar un
problema social, siempre se hace referencia a diversos principios de causación de la
conducta desadaptada. Esta circunstancia puede implicar que no siempre esté claro
sobre qué nivel intervenir. La consigna, obviamente, consiste en plantear
intervenciones en el nivel más periférico del sistema. Esta tendencia implica la
necesidad de una buena preparación teórica por parte del interventor que, en
demasiadas ocasiones, ignora el alcance de la literatura de un programa
presumiendo que le puede restar capacidad de acción. Una vez más, no hay nada
más práctico que una buena teoría. Así, atendiendo a esa perspectiva sistémica,
conviene recordar algunos de sus principios fundamentales:

140
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

o Los subsistemas de un sistema social son interdependientes, de modo


que una alteración en alguno de estos subsistemas afectará a todos
los subsistemas ligados a esa relación.
o Cualquier intervención en los niveles superiores afectará a los niveles
inferiores.
o Todos los sistemas tienen una cierta inercia funcional, como si fuera
un organismo vivo, de modo que cualquier intervención entrará en
tensión con reacciones contrarias a la misma.
o Como consecuencia de lo anterior, deberemos definir las conductas o
problemas humanos en términos adaptativos o de interacción con el
entorno en lugar de en términos absolutos como bueno o malo, sano o
enfermo.
o Todos los sistemas tienen una serie de recursos y potencialidades que
pueden desarrollarse como un objetivo de la Intervención Psicosocial.
o Todo sistema tiene un proceso evolutivo sujeto a un ritmo
determinado. Deberemos estudiar este proceso dinámico antes de
implantar una intervención que pudiera violentar dicho ritmo.

6.5.2. Matando dinosaurios con tirachinas


Hay quien plantea que en un análisis de costes – beneficios, puede darse la
circunstancia de que sea más barato tratar la conducta desadaptada o el problema,
que implantar un programa de intervención con un talante preventivo. Esta
consideración es relativa ya que, todo depende, de la perspectiva que uno asuma
sobre lo que significa solucionar un problema. Por ejemplo, seguramente resulta más
caro un programa de capacitación personal y desarrollo de la autoestima dirigido a
toda la población adolescente, que una intervención terapéutica a los que acaban
deprimiéndose como consecuencia de tales déficits. Claro que, por otra parte, si no
se realizan esas acciones en niveles sistémicos anteriores, lo más probable es que
deban seguir manteniéndose los servicios terapéuticos ad infinitum, con el
consiguiente perjuicio social y económico.

6.5.3. ¿Quién eres tú para intervenir?


Una de las situaciones más comprometidas en las que se puede ver envuelto un
interventor psicosocial se produce cuando, más o menos explícitamente, y tras la
irrupción en la población diana con un determinado despliegue de acciones
interventivas, surge ésta la pregunta: ¿Quién eres tú para intervenir?, o quizás, dicho
de una manera más popular, ¿quién te ha dado vela en este entierro? Y es que la
Intervención Psicosocial, por lo general, supone un cierto grado de intrusión que
debemos saber manejar convenientemente.
Por ejemplo, en las intervenciones psicosociales en el ámbito de las
drogodependencias, en general, o en Instituciones Penitenciarias, en concreto, es
imprescindible tener una respuesta, porque no es infrecuente encontrar el siguiente
discurso: No tengo ninguna alternativa a las drogas, quiero seguir con ellas y morir
drogado. Una vez llegado a este punto, con qué criterio o autoridad vamos a
fundamentar una respuesta a ese problema: ¿Podemos recurrir a criterios morales?,
¿Podemos ampararnos en nuestros conocimientos científicos?, o quizás sea una
intervención explicable desde determinados principios políticos o éticos. A nuestro

141
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

modo de ver, lo más adecuado es desarmarse de todo este tipo de argumentos, ya


que pueden carecer de total relevancia para la persona que tenemos delante. Antes
de nada deberemos explorar el fundamento de ese mensaje sobre la ausencia de
alternativas porque quizás esté perfectamente fundamentado y nos veamos
obligados a reorientar los objetivos de la intervención, además de modificar el nivel
de exigencia inicial del programa.

6.5.4. El síndrome del quemado (burnout)


El impacto o los efectos de la Intervención Psicosocial son siempre a largo plazo
y, en ocasiones, carecen de la espectacularidad suficiente como para que supongan
un refuerzo para el interventor (ver matando dinosaurios con tirachinas). Otras veces
las condiciones estructurales están tan deterioradas que las acciones desarrolladas
tienen un efecto transitorio. Determinadas circunstancias políticas, económicas,
sociales, etc. van a ser tan determinantes que acabarán dejando las cosas tal y
como estaban al principio, antes de la acción. El interventor, obviamente, se va a
preguntar el sentido de su trabajo y puede padecer el llamado síndrome del
quemado (burnout). Se trata de un síndrome de agotamiento emocional,
despersonalización, y reducción del logro personal que se produce en individuos que
trabajan con personas, con la intención de incrementar su calidad de vida o para
proporcionarles algún tipo de cuidado (Torres, San Juan, Rivero, Herce y Achucarro,
1997; San Juan, García, Sota y Guimón, 1996). Hay una serie de síntomas
subjetivos sobre los que el interventor debe estar alerta (Bibeau, Dussault, Larouche,
Lippel, Saucier, Vézina y Vidal, 1989):
o Pérdida de autoestima resultante de un sentimiento de incompetencia
profesional e insatisfacción en el trabajo.
o Múltiples síntomas de malestar físico no atribuibles a una enfermedad
orgánica identificable.
o Problemas de concentración, irritabilidad y negativismo.

6.5.5. ¿Para quién trabajas?


A veces resulta complicado saber para quién se está trabajando en última instancia.
Es recomendable hacerse esta pregunta, en todo caso, ya que la filosofía de la
respuesta puede ayudarnos a definir una jerarquía de prioridades y problemas más
ordenada y unos objetivos de intervención más concretos. Sea cual fuere la respuesta,
es importante ser consecuente con la misma, para evitar en lo sucesivo algunos
problemas morales o éticos (recordar ¿quién eres tú para intervenir?). La cuestión
fundamental que debemos tener muy clara responde a la identificación de nuestro
cliente: La Institución que financia la acción o, el político que aprueba el gasto. Es el
individuo que padece un problema o la población diana de la acción interventiva. Es la
comunidad en su conjunto nuestro cliente, o acaso es nuestra conciencia la principal
beneficiaria de la Intervención Psicosocial. Ante quién debemos rendir cuentas. En el
punto siguiente apuntamos, con inquietud, que algunos interventores psicosociales
rinden cuentas ante Dios. Llegados a este punto, en fin, debemos tomar medidas que
nos permitan realizar una definición sobre el destinatario de las acciones y, por otro
lado, orienten los límites de las responsabilidades que debe adquirir el interventor
(solución al síndrome del quemado). Sánchez Vidal (1999) propone los siguientes

142
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

pasos para llegar con las mejores garantías al problema que presentaremos a
continuación (sobre el bien y el mal):
a. Identificar los grupos de interés: Por un lado, los grupos sociales
afectados por la cuestión y que mantendrán una posición definida de
cara a la posibilidad de convertirse en actores sociales implicados en
las soluciones previsibles o, por el contrario, reactores que interpreten
las acciones requeridas contrarias a la inercia o a determinados
intereses grupales.
b. Determinar, en función de los intereses y otras motivaciones
hipotéticas, los fines plausibles de los grupos, tanto los declarados o
explícitos, como los implícitos. En ocasiones las metas de un
determinado grupo social pueden entrar en conflicto con los intereses
de otro grupo. Es fundamental realizar una predicción lo más fiable
posible de estas contingencias.
c. Identificar las responsabilidades o deberes del interventor hacia cada
parte, tanto las socialmente reconocibles, como aquellas que podrían
derivarse de una posible relación de transferencia entre interventor y
grupo.

6.5.6. Sobre el bien y el mal


En las acciones que diseña el Interventor Psicosocial pueden verse reflejados sus
valores y referentes culturales. La propia consideración del bien y el mal, propicia, en
ocasiones, tomar decisiones equivocadas acerca de lo que puede resultar adaptativo
o desadaptativo en un contexto determinado. Como principio general, debemos
regirnos por el diseño de intervenciones culturalmente apropiadas (Marín, 1996) lo
cual significa que debe:
o Estar basada en los valores culturales básicos del grupo.
o Reflejar e incorporar la cultura subjetiva (actitudes, valores,
expectativas, etc.).
o Deben reflejar las preferencias conductuales de grupo o población
diana.
Esta consideración es muy importante porque redundará en intervenciones más
fácilmente asumidas y asimilables por el individuo o grupo. Para ello, es fundamental
ser concientes de los problemas que pueden surgir en investigaciones en las que
están implicados diferentes grupos culturales. Siguiendo a Vergara y
Balluerka (1999) (Figura 6.2) presentamos los problemas que surgen con mayor
frecuencia en el proceso de recogida de datos. Un primer problema hace referencia
al investigador como intruso. La mera presencia de una persona de otra cultura
puede afectar a la respuesta de los sujetos. Relacionado con éste nos encontramos
con la interacción entre entrevistador y entrevistado. A este respecto, cabe decir que
la comunicación entre ambos debe ser clara y carente de ambigüedad, de forma que
las preguntas formuladas tengan el mismo sentido en las culturas implicadas. Un
tercer problema radica en las diferencias muestrales existentes en la experiencia
previa que presentan los sujetos en la realización de pruebas. En cuarto lugar se
señala el problema que hace referencia a los procedimientos para la medición de la
respuesta. El método utilizado para recoger las respuestas de los sujetos puede
resultar más familiar en una determinada cultura que en otra, lo cual es una potencial
fuente de sesgo. Finalmente debe atenderse a las características del estímulo. Al
143
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

igual que con los procedimientos para la medición de la respuesta, la familiaridad del
sujeto con el estímulo presentado es una fuente de sesgo que puede convertirse en
una explicación alternativa de las posibles diferencias transculturales. Se apuntan en
la tabla la definición de los sesgos descritos y las posibles formas de control.
No obstante, esta perspectiva debe ser manejada con cierta precaución, ya que
está basada en el principio de que todos los productos culturales son adaptativos y
orientados a la protección igualitaria de todos los miembros del grupo. Y,
lamentablemente, no siempre es así. Determinados fundamentalismos religiosos, el
rol de la mujer o el de la infancia dentro de la estructura social, ciertas prácticas de
salud o, por citar un ejemplo extremo: la ablación del clítoris en adolescentes de
algunas comunidades africanas, son todos ellos productos culturales que no están
orientados a la equidad y, lejos de ser adaptativos, menoscaban impunemente los
derechos de los más vulnerables dentro de un grupo cultural. La estrategia, en estos
casos, debe estar orientada al diseño de cambios sociales, sin perder de vista que,
como apuntábamos en el punto 1 de este epígrafe, aunque todos los sistemas tienen
una serie de recursos y potencialidades, todo sistema tiene un proceso evolutivo
sujeto a un ritmo determinado. Por otra parte, es difícil que nos encontremos en
condiciones morales de instar a un grupo a respetar los derechos humanos si no les
permitimos beneficiarse de ellos. En el caso de Intervención Psicosociales con
grupos inmigrantes, por ejemplo, un pleno reconocimiento de sus derechos civiles,
sería un argumento fundamental para la eliminación de ésas y otras prácticas
culturales inaceptables en una sociedad democrática.

6.5.7. Relación interventor – destinatario


Otro precepto habitual en los manuales de Intervención Psicosocial hace
referencia a la relación horizontal que debe mantener el interventor psicosocial con
respecto al destinatario de la intervención. Este bien intencionado talante, que
pretende diferenciarse de la verticalidad que distingue el modelo clínico tradicional de
intervención, no debe entenderse de manera dogmática, ni como principio religioso,
ya que, en muchas ocasiones, su uso está completamente desaconsejado. En
algunos ámbitos de intervención podemos encontrarnos con grupos tan
desestructurados, incompetentes o deteriorados que, lo último que necesitan, es un
alegre y combativo interventor que se incorpore, como uno más, a la anomia
reinante.

Fuentes de sesgo Definición Estrategias de control


1. A priori: Entrenamiento del
investigador; utilización de
La mera presencia de una persona de encuestadores locales.
Investigador/encuestador como
otra cultura puede afectar a las
intruso 2. A posteriori: Inclusión de las
respuestas de los sujetos.
características del investigador como
covariables.
La relación debe ser clara y carente de
Interacción entrevistador – ambigüedad, de forma que las Entrenamiento en habilidades de
entrevistado cuestiones planteadas tengan el mismo comunicación intercultural.
sentido en todas las culturas.

144
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

1. A priori: Inclusión de ejemplos y


Diferencias muestrales en la Diferencias interculturales en la ejercicios previos. Estudios piloto.
experiencia previa que presentan los experiencia previa referida a ser
sujetos en la realización de las pruebas entrevistado. 2. A posteriori: Ajuste estadístico de
las características de los sujetos.
Diferencias interculturales en la
Procedimientos para la medición de la Ajuste estadístico del nivel de
familiaridad con el método utilizado
respuesta familiaridad con el procedimiento.
para medir la respuesta
Diferencias interculturales en la
Ajuste estadístico del nivel de
Características del estímulo familiaridad con el estímulo
familiaridad con el procedimiento.
presentado.
Figura 6.2. Fuentes de sesgo y estrategias de control en la Intervención Psicosocial.

Determinadas situaciones exigen ser muy directivos, asumir riendas, tomar


decisiones que no siempre es posible someter al plebiscito de la población
intervenida, por la simple razón de que no se encuentra en disposición de hacerlo en
un plazo de tiempo razonable. La intervención en algunos ámbitos, como pueden ser
jóvenes infractores, toxicómanos, barrios muy desestructurados, etc. el modelo de
acción podría estar más cerca de la intervención en crisis que al de la terapia
humanista, por utilizar paralelismos con el modelo clínico.

6.6. Epílogo
La Intervención Psicosocial debe entenderse como una estrategia, no sólo de
cambio social, sino también como un procedimiento de análisis de la realidad. Si se
limita, simplemente, a una manera de entender la acción social, se corre el riesgo de
acabar identificándola con un voluntarismo cargado de buenas intenciones, pero con
pocas herramientas de trabajo. Deben cumplirse unos objetivos de intervención y ha
de aplicarse un método, para lo cual, son precisos modelos teóricos que respalden
hipótesis de trabajo, han de formularse acciones y, en fin, deben tomarse decisiones
sobre la definición de los problemas sociales y sus soluciones. Lamentablemente, no
todos los caminos llevan a Roma, y asumir una perspectiva ecológica en la
Intervención Psicosocial supone partir de una multicausalidad de los problemas
sociales. Desde esta perspectiva, es imprescindible, por tanto, disponer de una caja
de herramientas con la que seamos capaces de orientar acciones eficaces
orientadas a ese cambio social al que aludíamos. En este capítulo se han expuesto
una serie de parámetros, con el fin de facilitar el diseño un programa de Intervención
Social exigente con la demanda del cliente, entendido este, como Administración,
como población diana y como comunidad en su conjunto.

145
Capítulo 7

La Psicología Social en su contexto:


nuevos escenarios, nuevos retos
Enric Pol
Entiendo que el desarrollo de la ciencia, responde siempre a unas necesidades y
a unas posibilidades contextuales que permiten y posibilitan su desarrollo. Por lo
tanto, comprender la situación actual y los retos a afrontar en un futuro más o menos
inmediato, requiere comprender cómo y por qué se ha llegado a la situación
presente. Es por esta razón que, para hacer un análisis prospectivo, recurriré a
explicar cómo y por qué entiendo que estamos dónde estamos y cómo estamos y, a
partir de la incursión en aspectos macrosociales, trataré de enfatizar los retos que los
nuevos escenarios ponen a la Psicología Social.

7.1. Prospectiva desde la historia


Comparto el posicionamiento de los que consideran que la Psicología Social
nació con vocación de aplicada (por lo menos de comprensión e interpretación de la
realidad de su momento), y se ha desarrollado así a excepción de un pequeño
periodo de tiempo (como puede visualizarse en la Figura 1.1). Además, comparto el
punto de vista, de que hay que entender el desarrollo de la Psicología Social
Aplicada (PSA) como la búsqueda -o mejor aún, la recuperación- de relevancia
social y que ello fue en buena parte una de las respuestas a la llamada crisis de la
Psicología Social de finales de los años sesenta e inicios de los setenta. Pero la
presunta emergencia de la PSA en los años setenta se debe también a la existencia
de unas condiciones sociales que propician su desarrollo. Ello es, en parte, por la
tecnocratización de la sociedad que lleva a planteamientos explícitamente
tecnológico-sociales, como los de Varela (1971, 1977). Es decir, los problemas
sociales no son un problema de valores sino el resultado de desajustes
momentáneos y temporales resolubles aplicando la tecnología adecuada.
Todo ello no es ajeno a la ideología social-demócrata que lleva a forjar la
construcción de lo que se conocerá como Estado del Bienestar, la prevención, la
proliferación de servicios sociales, formas de una presunta humanización en la
gestión de las organizaciones o la generalización de los llamados Derechos

147
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Humanos. Derechos Humanos que están básicamente fundamentados en valores


occidentales y que no incluyeron algunos valores activos en otras culturas y
civilizaciones. Uno de ellos, emblemático, son las distintas formas o expresiones de
respeto por la naturaleza, que podían haber ahorrado buena parte de la problemática
más acuciante que el mundo actual debe afrontar. La consideración del medio
ambiente como algo externo, ajeno, que hay que dominar y que se puede explotar
como un recurso inacabable es, paradójicamente, uno de los aspectos que no
permiten respetar los Derechos Humanos declarados oficiales, ya que genera
desigualdad, inequidad, sobreexplotación de recursos naturales y de personas a la
vez que destrucción de ecosistemas y culturas equilibradas con su medio.

7.1.1. Los ecos de las crisis


Desde una perspectiva interna de la Psicología Social, Jiménez-Burillo y
colaboradores (1992) analizaban la evolución de la Psicología Social en los ochenta,
haciendo un interesante análisis sobre lo que queda de la -en su tiempo famosa-
crisis (véase cap. 1). Concluían con Kressel (1989) que poco ha cambiado en la
Psicología Social después de la crisis, dándola de hecho por concluida, o por lo
menos como una etapa pasada. Por el contrario, Garrido (1991) considera que
ninguna ciencia social puede salir de una situación de crisis permanente, aunque
puede variar en sus formas. Así, la crisis de los setenta presentaba unas
características distintas a la de los ochenta, que se plantea en términos
epistemológicos y de identidad, caracterizada por la necesidad de volver a los
grupos, de establecer relaciones con otras disciplinas o de elaborar explicaciones
psicosociales a distintos niveles de implicación. Cercano a esta consideración,
Crespo (1995) plantea que la autocrítica y la reflexividad como características del
conocimiento científico nos hacen estar en permanente crisis y, por tanto, la crisis de
la Psicología Social no es tanto una etapa de la historia de la disciplina como de una
característica intrínseca. Munné (1996) va más allá, al afirmar que todas las ciencias
sólo pueden no estar en crisis si renuncian a la crítica (...), lo cual es tanto como
renunciar a su estatus epistemológico (Munné, 1996: 56). Por su parte Ibáñez (1990)
trató de demostrar que los efectos del período crítico fueron profundos y
probablemente irreversibles.
En cualquier caso, parece razonable concluir que un cierto nivel de crisis es señal
de salud intelectual, teórica y epistemológica. Los cambios contextuales del
desarrollo de nuestro trabajo como psicólogos sociales, aplicados o no (si es que es
posible no ser aplicados), cuestiona -o debería hacernos cuestionar- constantemente
nuestro quehacer.

7.1.2. ... llegó con la democracia


El despegue de la Psicología Social y especialmente de la Psicología Social
Aplicada, a nivel de Estado Español, tiene un evidente referente en la Transición
Democrática del postfranquismo (lo cual no excluye que hubiera Psicología Social de
algún tipo en los periodos inmediatamente anteriores). Ello nos sitúa en una etapa de
cambio quizás excesivamente dilatada (y ya antigua), entre las elecciones de 1977,
el intento de Golpe de Tejero el 23 de febrero de 1981 y la consolidación
democrática a partir de 1982. Para la estructura universitaria serán trascendentes los
años inmediatos a estas últimas elecciones, en cuanto se estructura la Reforma
148
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

Universitaria (1984) que permitirá el surgimiento de los primeros departamentos de


Psicología Social formalmente constituidos.
Ello gracias a la existencia de una base previa, expresada por ejemplo con la
celebración de los primeros encuentros de Psicología Social en 1980 en Barcelona,
el encuentro Hispanoamericano en Madrid en 1981, o las II Jornadas en Canarias
en 1983. Serán los prolegómenos del I Congreso Nacional de Psicología Social en
Granada en 1985. Por otro lado, la 7ª Conferencia de la IAPS en Barcelona (1982)
ayuda a hacer visible el país en la Psicología Ambiental en el contexto internacional.
Todo ello irá seguido de una pléyade de eventos particulares de los ámbitos
aplicados de intervención, que haría interminable esta lista. Sus lemas,
independientemente de que reflejen la realidad de la disciplina en el país, ponen de
manifiesto por lo menos una voluntad formal de implicación y búsqueda de
relevancia social.
Todo ello gracias a varios factores que convergen. Por un lado, la ilusión colectiva
de construcción de un país nuevo, en el que está casi todo por hacer y en el que la
aportación de cada ciudadano es -y se percibe la ilusión de que va a ser- importante
y trascendente (placer de ser causa, ilusión de control, procesos atributivos, creación
de identidad social, construcción racional de una nueva realidad, etc. son fenómenos
eminentemente psicosociales que juegan un papel central y positivo en este
período). Ello, acompañado de un reconocimiento político a nivel internacional, con
algunos hitos visibles de fuerte trascendencia social: la celebración de los Mundiales
de fútbol en 1982, la entrada en la Comunidad Europea (1986), la entrada en la
OTAN (1986), la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno sobre Seguridad en
Madrid (1989), y la celebración en 1992 de las Olimpiadas en Barcelona, la
Exposición Universal en Sevilla y la Capital Europea de la Cultura en Madrid.
Hechos, todos ellos, que a veces esconderán una amarga realidad social que
también existe (véase V. Bergali, 1993) y algunas frustraciones de lo que pudo ser y
no fue (véase por ejemplo, las expectativas generadas por la herencia de la Expo de
Sevilla, en Castells y Hall, 1994). Todo ello va acompañado de un cambio social
profundo, de un cambio de estilos de vida, de hábitos y de valores.
Los Mundiales de fútbol parecen una ayuda definitiva a la occidentalización del
país iniciada con la transición democrática. Cambios en los que los mass media
juegan un papel importante. Tomemos, por ejemplo, un aspecto de la sociedad
aparentemente trivial: el tema de los residuos urbanos. La producción de residuos
urbanos durante muchos años fue considerado un indicador usual de modernidad
(actualmente ya no, y se ha convertido en algo a combatir). En los cuatro años que
siguen al 1982 (año de los Mundiales de fútbol), la producción de residuos urbanos
en Barcelona se multiplica por cuatro. Lo que en principio podría parecer un ejemplo
banal, se convierte en un indicador que nos dice mucho de los cambios de hábitos,
no sólo de consumo sino de formas de vida. Además, puede resultar trascendente
para nosotros ya que constituye uno de los problemas acuciantes en los que los
psicólogos sociales pueden intervenir -o están interviniendo- pues compromete
actitudes, comportamientos, cambios de hábitos y de conductas y, por que no, de
creencias y de valores.
En los ochenta, los mass media (en especial la radio y la TV) teóricamente se
diversifican con la multiplicación de cadenas, aunque a la larga resulte frustrante por

149
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

la poca diversidad real de mensajes. El contacto con otras culturas propiciado por
veinte años de turismo, se incrementará. En los ochenta -hasta entrados los
noventa-, con una peseta cada vez más fuerte, los ciudadanos viajan más a otros
países y a otras culturas en busca de lo que Berlyne (1960, 1974) llama la variedad
diversiva. Ello, a pesar del paro indomable y la economía sumergida (o gracias a
ella). Pero la diversidad está también en el interior, entre comunidades autónomas,
cargada de estereotipos y prejuicios que algunos se encargarán de analizar (p. e
Javaloy, Cornejo y Bechini, 1990).
El mercado interior se transforma, se hace más dependiente (auque se exporte
más) y se uniformiza con el internacional. A pesar de las repetidas crisis económicas
y el debate inacabable sobre si son cíclicas o estructurales, de cuestionarse dónde
están los empresarios españoles que aseguren la continuidad cuando el capital
internacional se desplace a zonas más lucrativas (Pujol, 1993). Entrados en los
noventa, el país aparece en algunos rankings como uno de los lugares del planeta
en los que se vive mejor, como por ejemplo en el discutido estudio de The Economist
de 1993, o el de la OCDE del año siguiente, aunque en 1999 ha conseguido
descender al puesto número 21 del ranking, según el índice de desarrollo humano
(Pnud, 1999).
Asumir pública y rotundamente el modelo de Estado del Bienestar por parte de
las instituciones (hasta que empieza a ponerse en cuestión en los noventa) abrirá las
puertas de un modo desconocido hasta el momento en el campo de las aplicaciones
de la Psicología Social en la vida cotidiana, como había ocurrido unos años antes en
el resto de Europa. Pero se partirá de una situación de ventaja: la Psicología Social
se había flexibilizado en el campo de las aplicaciones, en la forja de las
intervenciones cotidianas en el mundo real.
En una revisión de textos de Psicología Social Aplicada de autores del Estado
Español, publicados hasta el 1996, encontré 126 títulos. Entre los ochenta y los
noventa se publica el 98’5%. Mayoritariamente se publican después de 1985 (84%) y
especialmente en los noventa (57%). Además, en 1991 aparece en Valencia la
Revista de Psicología Social Aplicada, aunque su difusión es demasiado limitada.
Los textos generales de PSA representan escasamente el 5%. Los ámbitos
dominantes, de mayor a menor número, son Ambiental (23%), Jurídica y Política
(21%), Bienestar y Comunidad (17%), seguidos de Organizaciones y Trabajo; Ocio,
Turismo y Deporte; Salud y Salud Mental; Marketing y comunicación; y Educación.
Además, a medida que avanzan los años, los textos metodológicos pierden peso
relativo, especialmente después de 1985. Esto indica un cambio de orientación o, por
lo menos de énfasis en la Psicología Social de nuestro país en este interludio de
tiempo. Ello puede conformar toda una agenda, con ámbitos claramente dominantes,
pero no siempre suficientemente reflejados en la oferta académica.
Probablemente, todo ello, con ser importante a nivel estatal, no tenga ninguna
trascendencia en la evolución de la Psicología Social como disciplina en el contexto
internacional. A pesar de que se ha incrementado la presencia de psicólogos
sociales del estado español en los foros internacionales (especialmente en los
congresos), y empieza a haber algunos representantes elegidos en los comités y
órganos de gestión de asociaciones internacionales, esta sigue siendo testimonial.
La presencia en las revistas y publicaciones periódicas es escasa. La publicación y la

150
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

traducción de libros en editoriales internacionales aún puede contarse con los dedos
de una mano.

7.2. Cambios a nivel global: un nuevo escenario social


La década de los setenta, a nivel internacional, nos dejó la herencia de dos crisis
energéticas mal superadas, que dejaron poso. Especialmente cierta conciencia
ampliamente difundida de que los recursos energéticos y naturales no son ilimitados.
A finales del año 2000 todo apunta a tener que enfrentar una nueva crisis energética.
La dependencia de este recurso no renovable que es el petróleo, ya fue utilizada
para justificar la Guerra del Golfo en 1990, la primera guerra presuntamente
transmitida en directo por TV. Esta efemérides puso de manifiesto de una manera
visible la manipulación de los mass media, incluso en el presunto directo. El control
militar de la sociedad no pasa ya tanto -ni sólo- por la presencia física de sus
efectivos (con fracasos estrepitosos como el ataque norteamericano a Gadafi
en 1986, o el papel de fuerzas de pacificación en Etiopia en 1993). Pasa por el
control de las redes de intercomunicación de todo tipo (vía satélite o vía cable) en
situaciones críticas, pero especialmente las informáticas, con la paradoja de que por
otro lado se están convirtiendo en incontrolables y muestran su fragilidad, con
fantásticas intromisiones piratas en el mismo Pentágono, a través de virus como el I
Love You, y otras que no debemos conocer. Todo ello son síntomas de lo que se ha
llamado globalización, y tiene fuertes implicaciones para la Psicología Social
Aplicada.

7.2.1. ¿Globalización o globalizaciones?


Sostenibilidad se acostumbra a vincular a Global Change, y por extensión a
globalización como fenómeno genérico, incluso en revisiones críticas (por ejemplo
Bauman, 1998), la globalización es plural y diversa, y responde a dinámicas e
intereses diferentes e incluso contradictorios (Pol, 2000).
Cuando se empezó a hablar de Global (Environmental) Change fue con la
intención de remarcar que los impactos ambientales de actividades locales, tienen
efectos en la globalidad del planeta (Jacobson y Price, 1990; Kruse, 1994; Malone y
Roeder, 1985; Stern, Young y Druckman, 1992). Cuando se habla de globalización
económica, se describe un fenómeno de libre circulación de capitales y de
unificación de mercados, que requiere una profunda reorganización de la sociedad,
con una fuerte discusión ideológica sobre las virtudes y los problemas de este
sistema, sobre si redistribuirá la riqueza o si incrementará más las diferencias entre
privilegiados y marginados, entre ricos y pobres (Cobb, 1995; Martinez-Alier, 1991).
Si nos centramos en las dinámicas demográficas y las migraciones, podemos hablar
de una globalización poblacional. La distribución geogràfica de población en el
planeta, la accesibilidad a recursos que permitan la supervivencia, las diferentes
tasas de natalidad, etc. provocan excedentes de población en unos lugares y falta de
población en otros (Bierbawer y Pedersen, 1996), que es sistemáticamente frenada,
controlada o impedida (Massey y Jess, 1995). La globalización informacional (the
network society, que dice Castells, 1996) reduce distancias, facilita las
comunicaciones, abre nuevas posibilidades creativas e interactivas, etc., a la vez que
genera nuevas exclusiones sociales.

151
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Se podrían describir otros ámbitos con tendencias globalizadoras propias y


diferentes a las anteriores, pero no es preciso. Nuestro interés aquí es destacar la
pluralidad de dinámicas y la contradicción de intereses que no permiten hablar de la
globalización como un fenómeno único. Ahora bién, sí que se dan unos efectos
comunes como resultado de las diferentes globalizaciones: un creciente proceso de
uniformización de la sociedad que consume los mismos productos, generaliza los
mismos hábitos de comportamiento y estilos de vida, comparte cada vez más
estéticas similares, se ve forzada a emplear un mismo código para comunicarse, etc.
La adopción de patrones de comportamiento universalizados comporta una
propensión exagerada a la sobreexplotación o a un uso inadecuado de los recursos
de los ecosistemas locales, y por tanto un incremento de impactos ambientales
(Gardner y Stern, 1996; Ostrom, 1990), posiblemente de trascendencia global,
además de un empobrecimiento y una perdida de control local (Martinez-
Alier, 1991, 1992).
Sin entrar ahora a valorar cada una de las globalizaciones por separado, desde
una perspectiva psicosocial, todo lo que suponga uniformización de valores, hábitos,
comportamientos, etc., es decir, pérdida de diversidad cultural, acaba comportando
fuertes impactos sociales, necesidades de adaptación a nuevas situaciones que
pueden ser traumáticas para algunas personas y, por tanto ámbitos de intervención
para la Psicología Aplicada, sea individual o social.
Esta idea etérea de globalización suele ligarse con otro concepto no menos
indefinido que es el de sostenibilidad, que desde mi entender, también tiene una gran
trascendencia para la agenda futura de la Psicología Social Aplicada.

7.2.2. Implicaciones psicosociales de la sostenibilidad


El desarrollo sostenible, según lo define el informe Brudtland (1987) es aquel que
satisface las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la
capacidad y los recursos de las futuras generaciones para satisfacer las suyas. El
concepto de Desarrollo Sostenible aparece como un concepto global que pretende
integrar la gestión ambiental y el desarrollo económico y social. El concepto no se
refiere a una situación de equilibrio estable, sino de equilibrio inestable, a un proceso
evolutivo de cambio continuo, pero que conserva los sistemas ecológicos
sustentadores de vida y de biodiversidad; que garantiza la sostenibilidad de los usos
de recursos renovables y reduce a un mínimo el agotamiento de los recursos no
renovables, y se mantiene dentro de la capacidad de carga de los ecosistemas
sustentadores. Todo ello comporta una fuerte carga de cambio de comportamiento
individual y social, y por tanto requiere el conocimiento de los procesos sociales y
psicosociales implicados.
La emergencia del concepto de sostenibilidad como valor social positivo, por sus
componentes de solidaridad intra e intergeneracional, pone en cuestión los
estándares asociados a los niveles de bienestar y requiere replantear la
progresividad del concepto de calidad de vida, en la acepción que la asimila al
modelo de desarrollo occidental (Pol, 1999) por la imposibilidad de su generalización
o globalización sin sobrepasar los límites de explotación de recursos no renovables
disponibles. Todo ello sitúa la sostenibilidad como valor referente en una nueva
agenda de la Psicología Social Aplicada.

152
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

El concepto y su contenido semántico es el resultado de la sensibilidad de un


grupo de científicos e intelectuales que a principios de la década del 70 inician sus
trabajos denunciando la insostenibilidad del desarrollo planetario, caso de seguir el
modelo marcado por los países denominados desarrollados. En 1972 el Informe del
Club de Roma sobre los límites del crecimiento destacaba la imposibilidad de un
crecimiento indefinido en un mundo finito como el planeta (Meadows, 1972). Ese
mismo año, la Conferencia de Estocolmo destaca los problemas de la pobreza y el
crecimiento de la población, integra los retos ambientales y los sociales centrando su
atención en los países en vías de desarrollo. En 1980 el Informe Brandt propone la
transferencia masiva de recursos a los países del Tercer Mundo para acelerar su
incorporación al mundo desarrollado.
Será la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo (Informe
Brudtland, 1987), quien acuñará de forma oficial el término de Desarrollo Sostenible,
con la definición con la que iniciábamos este apartado. El informe plantea la
imposibilidad de tratar de manera separada medio ambiente, economía y bienestar
social. Sin embargo su planteamiento aparece teñido de soluciones eminentemente
tecnocráticas.

El concepto de sostenibilidad como punto de encuentro


El concepto de desarrollo sostenible puede ser aceptable por los segmentos de la
sociedad tradicionalmente más reticentes a las cuestiones ambientales, sobre todo
en sectores industriales y en sectores de los órganos de gobierno y de las
administraciones públicas, en la medida en que no se cuestiona el desarrollo, sino el
tipo de desarrollo. Hay que tener en cuenta, además, que hasta cierto punto se trata
de colectivos que, quizás forzados por las circunstancias, tienen algún grado de
conciencia ambiental o pueden aceptar que se debe moderar o matizar el modelo de
desarrollo vigente, aunque no acepten de entrada grandes cambios radicales.
Para los colectivos de más marcado tono ecologista, el énfasis se pone más en
sostenible que en desarrollo. Por otro lado, para este segundo colectivo, el concepto
de sostenibilidad puede significar una forma de profundizar en las dimensiones
sociales y humanas del concepto de ecología, a la vez que comporta la aceptación
de la existencia de algún modelo de crecimiento que no comprometa el medio
ambiente con la intensidad y los efectos devastadores del modelo vigente hasta
ahora.
Obviamente, si confrontamos directamente los dos modelos, aparecen posturas
irreconciliables. Sin embargo, el concepto de desarrollo sostenible puede significar
un punto de encuentro -enfatizamos de encuentro y no necesariamente de acuerdo-
que permita unos mínimos comunes para avanzar en una mejor dirección.
Por tanto, se puede considerar que el principal defecto de la definición de
desarrollo sostenible (su inconcreción o etereidad), se convierte en una potencial
virtud, en cuanto es lo que ha permitido aglutinar alrededor del concepto a grupos y
sectores de intereses contrapuestos, facilitando la incorporación de la sostenibilidad
como un valor social positivo en la sociedad (Pol, 1999). Una definición concisa no lo
habría permitido.

153
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

La sostenibilidad, desde Río y la Agenda 21


La Declaración de Río, clave para el desarrollo del concepto de sostenibilidad, es
un documento con 27 principios interrelacionados en el que se establecen, por
primera vez, las bases para alcanzar el Desarrollo Sostenible a escala global,
fijándose también el marco para los derechos y obligaciones individuales y colectivos
en el campo del medio ambiente y el desarrollo. El aprobar la Declaración supone
para todos los Estados tener que contribuir a la reducción y eliminación de las
modalidades de producción y consumo insostenibles y al fomento de políticas
demográficas adecuadas.
La Agenda 21 es el documento de acción más importante consensuado y
aprobado en la Cumbre de Río 92. Enfatiza la necesidad de diseñar una estrategia
concreta contra la pobreza. Entiende que dicha estrategia está vinculada
especialmente a los países desarrollados:, tanto en cuanto:
“Aunque en determinadas partes del mundo el consumo es muy alto, quedan sin satisfacer
las necesidades básicas de consumo de una gran parte de la humanidad. Ello se traduce en
la demanda excesiva y en estilos de vida insostenibles en los segmentos más ricos, que
imponen presiones inmensas en el medio ambiente. Entre tanto, los segmentos más pobres
no logran satisfacer sus necesidades de alimentos, salud, vivienda y educación. La
transformación de las modalidades de consumo exigirá una estrategia de objetivos múltiples
centrada en la demanda, la satisfacción de las necesidades básicas de los pobres y la
reducción de la dilapidación y del uso de recursos finitos en el proceso de producción” (Río
92, Programa 21: 25).
El documento incide de manera especial en la importancia de fomentar la
educación, capacitación y toma de conciencia en relación al Desarrollo Sostenible.
Plantea la necesidad de aumentar la conciencia pública para reforzar actitudes,
valores y medidas compatibles con el Desarrollo Sostenible. En este sentido, como
ha pretendido mostrar la red Ciudad-Identidad-Sostenibilidad (Pol, 2001), una
sociedad orientada a estrategias individuales de supervivencia (en palabras de
Castells, 1987) no puede alcanzar los objetivos de la sostenibilidad. Se precisa un
cierto nivel de vertebración y cohesión social para que una colectividad pueda asumir
como valores sociales positivos los principios de la sostenibilidad (Pol, 1999). La
aportación psicosocial se hace imprescindible.
A nivel europeo ello se transforma en los principios expresados en el V Programa
Comunitario (1992), y en Carta de Aalborg (1994) que pretenden marcar los
objetivos y las directrices para conseguir la sostenibilidad sin mermas en la calidad
de vida, en base a cambios de hábitos, formas de vida, estilos de consumo y, sobre
todo, en la implicación, la participación y la responsabilización ciudadana.

Sostenibilidad, solidaridad y calidad de vida


En otros textos (Pol, 1998c) ya hemos enfatizado que no se puede entender la
definición de desarrollo sostenible si no es en relación a dos niveles de solidaridad:
una solidaridad intrageneracional, es a decir, una solidaridad de nosotros con
nuestra misma generación, y una solidaridad intergeneracional, es decir, solidaridad
con las generaciones futuras. Ello permite considerar la cuestión ambiental como el
aspecto más visible, más popularizado, de un iceberg de tres puntas (población,
recursos económicos y alimenticios y medio ambiente), que no se puede tratar si no

154
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

es a partir de conjugarla con los otros aspectos. Solidaridad quiere decir solidaridad
poblacional, solidaridad en el uso de recursos, solidaridad entre pueblos, solidaridad
económica, etc.
El desarrollo sostenible debe encontrar un equilibrio entre el bienestar y la calidad
de vida actuales (para el mundo occidental), que no hipoteque el futuro para las
generaciones venideras; que no rompa innecesariamente equilibrios sociales (por
desconocimiento o por inconciencia). Ello requiere también repensar la calidad de
vida y el bienestar social en términos que no signifiquen la defensa del nivel
alcanzado a costa de perpetuar la desigualdad entre colectivos, entre países o entre
hemisferios. Trabajar para un desarrollo sostenible comporta una política ambiental
eficaz, pero comienza por el desarrollo sostenible a nivel social.

Biodiversidad y diversidad cultural


La biodiversidad requiere diversidad cultural y social. Cada cultura comporta una
forma peculiar y, en principio, adaptada y condicionada por las posibilidades que le
ofrece su ecosistema. La adopción de patrones de comportamiento universalizados
(por decirlo en terminos suaves) comporta una propensión exagerada a la
sobreexplotación o a un uso inadecuado de recursos de ecosistemas locales, por
tanto un incremento del impacto ambiental (Gardner y Sterna, 1996). Un desarrollo
sostenible, pues, requiere una visión y una perspectiva de globalidad de las
cuestiones sociales, económicas, informacionales y ambientales, pero no todos los
procesos globalizadores facilitan o permiten la sostenibilidad, como hemos visto.

Sostenibilidad como nuevo valor social positivo


En definitiva, la sostenibilidad se está convirtiendo -o se ha convertido ya- en un
valor social positivo, que profundiza lo que en su momento Dunlap y Van Liere (1978)
plantearon como New Environmental Paradigm (NEP) frente al Paradigma Social
Dominante (DSP). El paso a un NEP se ha valorado en diferentes contextos y países
con distintos instrumentos y resultados (Arcury y Chistianson, 1990; Bechtel, Corral y
Pinheiro, 1997; Hernández, Suárez, Martinez-Torvisco y Hess, 2000; Noe y
Snow, 1990; Stern, Dietz y Kalof, 1993; Van Liere y Dunlap, 1980, 1981).
Gardner y Stern (1996), muestran la importancia de los valores y las creencias en
la conducta proambiental. Afirman que los valores pueden afectar las acciones
proambientales de una forma directa o de una forma indirecta, a través de las
creencias sobre sus consecuencias. Ello sitúa al debate ideológico en un nivel
relevante, en cuanto ayuda a conformar una escala de valores ampliamente
compartida. De ahí la importancia de la sostenibilidad como nuevo valor social. Pero
como concluyen estos autores, el cambio de valores, creencias y visión del mundo
no es suficiente en si para extender la revolución de la sostenibilidad. Precisa de
acciones de sensibilización y de poner los recursos para crear las oportunidades de
conducta en el ciudadano y desarrollar las habilidades (Costanzo, Archer, Aronson y
Pettigrew, 1986; Finger, 1994; Stern y Oskamp, 1987), a la vez que es sobre los
valores sociales compartidos (las representaciones sociales, en el sentido de
Moscovici, 1988) que se pueden anclar programas de cambio de comportamientos
eficientes (Iñiguez, 1994, 1996). Esto entra de lleno en lo que puede aportar la
Psicología Social Aplicada a la gestión ambiental.

155
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

7.3. Intercomunicaciones y nueva economía


De las globalizaciones enunciadas, la universalización de los sistemas de
intercomunicación ha sido quizas uno de los elementos más espectaculares y
trascendentes de los ochenta y los noventa (Castells, 1987, 1997) que ha llevado a
formular conceptos como los de la sociedad-red o los de la nueva economía. Aparte
de los aspectos de los mass media ya comentados, hay que hacer un alto en el
surgimiento de las redes informáticas e Internet. Su origen hay que buscarlo en la
herencia de una aspiración militar ya antigua (1969): la necesidad de no depender de
redes vinculadas a un único y potente sistema central, vulnerable por definición. Ello
llevó a crear lo que se llamó redes anárquicas y los sistemas mosaico que pueden
funcionar aunque parte del sistema caiga o se destruya. A principios de los ochenta
se permitió la utilización de estas redes para fines científico-universitarios en primer
lugar y su posterior comercialización, ya avanzada la década (Baran, 1995). Así se
origina el sistema INTERNET (1982), con la promesa de la infinidad de posibilidades
de intercambio de información, con ventajas obvias para la Psicología Social en
cuanto a accesibilidad a documentación, intercambio, investigación en red,
colaboraciones científicas diversas, funcionamiento de redes temáticas y de
organizaciones temáticas virtuales, etc.
Pero plantea, también, incognitas que habrá que desvelar, como adicciones y
dependencias del ordenador; efectos fisiológicos y psicológicos de las radiaciones;
alteraciones de la personalidad, efectos de engaño o enmascaramiento de la
identidad en los chats; efectos psicológicos, relacionales y sociales del teletrabajo;
nuevas formas de marginación social de los colectivos que no tienen acceso por
razones formativas, económicas o de discapacidades físicas, etc.
De todos modos, escasamente veinte años después de su inicio, la red se
muestra a veces al borde del colapso, o por lo menos del colapso informativo y a la
inoperancia por saturación de mensajes, generando un nuevo negocio: el de los
buscadores y los portales (Negroponte, 1995; Trejo, 1996). Han aparecido nuevos
hábitos relacionales, nuevos delitos informáticos de difícil tipificación en el código
penal que además sobrepasan los ámbitos territoriales de los sistemas jurídicos
actuales, desprotección de la información, etc. La red se ha vuelto incontrolable y
paradójicamente inestructurada y difícilmente estructurable. El correo electrónico y
algunas funciones de consulta de información pública, siempre que se conozcan
adecuadamente las direcciones, o se pueda acceder a un potente buscador, es su
máxima utilidad científica. Y ello ya es mucho, como facilitador y acelerador de la
colaboración científica. Pero es difícil encontrar en la red informaciones relevantes
que no sean meramente propagandísticas o comerciales, o que no haya que pasar
por su vertiente comercial que genera nuevas indefensiones de la propiedad
intelectual, de la privacidad y de la economia particular. Además, paradogicamente,
lo que no está en la red, no existe. Esto genera un nuevo sesgo, por lo menos en la
investigación científica.
La llamada nueva economía que ha generado, constituye una burbuja de dudoso
pronóstico según los autores que se consulten o los agoreros comentaristas que se
escuchen. La riqueza de las personas, los países o los pueblos parecen más
accesibles, pero también más etéreos e inseguros que nunca, pero sobre todo, más
incontrolables. Ello en una sociedad, la occidental, que paradogicamente se

156
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

caracteriza por una auténtica obsesión por la seguridad a todos los niveles
(tecnológicos, personales, de servicios etc.), lo cual puede aumentar los
desequilibrios de tipo psicológico, por lo menos en los periodos de adaptación a esta
nueva realidad.
En todo caso, la revolución de las intercomunicaciones es un hecho y sus efectos
sobre el desarrollo de cualquier ámbito científico son incalculables, igual que lo serán
en el ámbito de la cultura y las lenguas, por sus rotundos efectos uniformizadores. O
como sugerirá el filósofo Jean Baudrillard (1985) sentirse parte de una red
electrónica global es desarrollar un sentido de lugar (sense of place) que se expande
por el mundo entero, pero esto lleva a que la identidad de las personas sea
meramente superficial, pura pantalla, somentida a un cuadro de mandos que
controla toda una red de influencias (Baudrillard, 1985, pp 131-133, tomado de
Rose, 1995: 92). Quizas esta hetereidad explica también parte del resurgimiento de
movimientos identitarios radicalizados, como una necesidad psicológica de
enraizamiento, como apunta Castells (1997).

7.4. Economía, bienestar y medio ambiente


La globalización de la economía, que parecía una especulación utópica a finales
de los setenta (aunque para algunos se inició en 1492 [Hall, 1995: 189], deviene una
realidad en los ochenta, en parte gracias a los sistemas de interconexión de red que
permite el control inmediato de la producción de plantas situadas a miles de
kilometros (Castells, 1987), además de revolucionar los sistemas bursátiles
mundiales y su interdependencia.
En este contexto, a inicios de los noventa, se situaba el agresivo despertar
industrial y comercial del sudeste asiático, que parecia haber atraido el capital
industrial, desplazándose el eje de la economía productiva del Atlántico al Pacífico
(Segarra, 1994). Costes de producción mucho más bajos, precios de venta similares
a los de la producción occidental, generan enormes beneficios gracias al llamado
dumping social y dumping ambiental, es decir la ausencia de legislación protectora
de los derechos humanos, sociales y del medio ambiente. Los avances tecnológicos
(nuevas tecnologías menos contaminantes) y ciertos desequilibrios (conflictos)
sociales internos, por el creciente desempleo, han llevado a que se apunte una
nueva tendencia de reintegración de la producción en occidente, pero en una
economia y un mercado ya globallizado. El capital abandona en algunos momentos
el sudeste asiático (recuerdese la crisis de las bolsas de esta zona a finales de los
noventa) y quedan unos países desequilibrados económica, social y
ambientalmente, con un futuro incierto.
Desaparecidos los mecanismos clásicos de protección de mercados, las
empresas occidentales pretenden afrontar la competencia de los países emergentes
oponiendo el valor añadido del diseño, la calidad, la marca, la ergonomía, la
seguridad, y la generación de normativas y legislaciones neoproteccionistas, pero ya
no tanto de tipo de mercados territoriales como de cumplimiento con estándares de
calidad, seguridad e incluso respeto a los derechos humanos en la fabricacion de
productos. Por ejemplo, si las ISO 9000, quieren garantizar internacionalmente la
calidad o las ISO 14000 quieren certificar el respeto al medio ambiente en la
producción, (objetivos loables en sí mismos, y que para su cumplimiento y aplicación

157
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

pueden generar numerosos puestos de trabajo para psicólogos aplicados), los


requisitos para obtener la certificación dificilmente pueden darse en los llamados
países emergentes, y menos en los países directamente llamados pobres. La
certificación de calidad o la certificación ambiental, que presuntamente deben situar
mejor a una empresa frente a la competencia, se convierte en un mecanismo de
protección de mercados que perjudica seriamente a los países menos desarrollados
que además, por la globalización, han perdido el control de su mercado interior
natural. Por otro lado, a veces, el sistema de descualificación entre compañias
competidoras puede llegar a ser aún más sutil y perverso, manipulando a ONGs bien
intencionadas para denunciar el dumping social (mano de obra infantil, por ejemplo)
como formas de hundir a la competencia. En cualquier caso, todo ello configura un
escenario de nuevos cambios, nuevas adaptaciones, nuevos ámbitos de
intervención y apoyo psicosocial.
Ello es relevante para nosotros, entre otras razones, por su contribución a la crisis
y al cansancio de occidente (Argullol y Trías, 1992). Afecta la continuidad del estado
del bienestar, tras el que buena parte de occidente permanece atrincherado como
defensa de un progreso social -visto desde dentro- que fue innovador pero se ha ido
convirtiendo en conservador y preservador de la desigualdad -visto desde una
perspectiva global- al que habría que empezar a cuestionarse profilácticamente, sin
que ello tenga nada que ver con los aires neoliberales de los noventa.

Las crisis del Estado del Bienestar


El modelo de estado del bienestar (al que tanto debe la Psicología Aplicada
actual) entra en crisis en los ochenta, con dos causas y dos etapas a las que se
atribuye su insostenibilidad. Como causas, los elevados costes sociales y costes
ambientales. Como etapas, un primer momento en que la crisis se relaciona con el
trabajo como bien escaso, y un segundo momento en que se relaciona con el
envejecimiento de la población.
En la primera etapa, a principios de los ochenta, se plantea la necesidad de
redistribución del bien escaso que es el trabajo. El ensayo de Racionero (1983) Del
paro al ocio es una buena muestra; aunque se le ha recriminado ser poco original
por seguir las ideas de Dumazedier (1964). Para ello, se alarga exageradamente la
formación y así, se retrasa la entrada en el mercado laboral, y se adelanta
espectacularmente la jubilación. Ello problematiza de manera difícilmente soportable
la vejez y la juventud, con unos efectos sociales negativos que requieren programas
especiales de atención para estos grupos, que se suman a otros colectivos
marginados tradicionalmente, y generan ámbitos de Intervención Psicosocial. El
trabajo de Blanch (1990; 1996) es un buen análisis de sus efectos sobre las
personas y los colectivos.
Ello generará amplias oportunidades de intervención y de aplicación de la
Psicología Social, como se registra en la literatura. La intervención en la comunidad,
en todo tipo de servicios sociales, los programas de juventud, los estudios sobre
ocio, turismo y deporte, los programas sobre la vejez, la Psicología Ambiental, los
movimientos sociales y otros ámbitos registran un espectacular crecimiento.
En la segunda etapa, en la segunda mitad de la década de los ochenta, se
empieza a producir un cambio radical, no tanto en el problema sino en la forma en
158
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

que se aborda la crisis del Estado del bienestar. Se plantea dramáticamente la caida
de la natalidad, incluso por debajo de las tasas de reposición de población, el
envejecimiento de la población por el crecimiento de la esperanza de vida y, por
tanto, la aparición de un fenómeno de inversión de la pirámide de edad. Ello se
asocia a la imposibilidad de soportar económicamente los estándares de bienestar
de los que nos hemos dotado, la carestía de los sistemas de seguridad social para la
salud y el desempleo, los costes económicos de la preservación ambiental, y un
largo etc. como causas de un nuevo desequilibrio. A finales de los ochenta y
principios de los noventa, la solución que se presenta por parte de los políticos es la
necesidad de ganar en competividad. Para ello hay que reducir costes sociales, lo
que a veces se llama la desactivación progresiva del estado del bienestar.
Precarización del empleo, retraso de la jubilación, recortes en las prestaciones
sociales y subsidios, privatizaciones de servicios que se habían considerado
fundamentales y emblemáticos y, en definitiva, reducción del nivel de vida
(Sassen, 1988).
Desde los setenta, pero sobre todo en los ochenta y noventa, las crisis
económicas se suceden con ciclos cada vez más cortos. Desde los ochenta el paro
pasa a ser uno de los graves problemas en toda Europa (no sólo en el Estado
Español), en parte debido a la huida de la actividad productiva a terceros países más
baratos, que mencionabamos anteriormente. A finales de los noventa, parece que la
economía de occidente se recupera. Pero incluso a pesar de ello, domina la
incertidumbre, el miedo a que se acabe el ciclo positivo y por tanto la contención
social, con un efecto individual y social que Sennett (1999) describe como la
corrosión del carácter. Ello permite por lo menos dos fenómenos de profundo calado
psicológico:
a. El puesto de trabajo, que es el eje central organizador y estructurador
de la sociedad pero también del equilibrio psicologico de la persona
(Blanch 1990, 1996; Garrido, 1996; Jahoda, 1982; Warr, 1987, etc)
deviene un bien escaso hay que conservarlo al precio que sea y en las
condiciones que sea, lo cual facilita todo el proceso de precarización
laboral sin levantar grandes protestas sociales. Es lo que llamó
‘instalación en la crisis’ como forma de control social, a pesar de cortos
interlúdios de euforia económica, que nunca se sabe lo que va a durar.
b. Ello comporta paralelamente la disminución de los costes sociales de la
producción en Europa, pero tambien la disminución de la capacidad
adquisitiva (riqueza) y el deterioro de los sistemas de protección social.
Si no para los que los tienen consolidados sí para los jóvenes que se
incorporan al mercado laboral y los que desarrollan las tareas más
bajas en el escalafon social, que es la población inmigrante, legal o
ilegal, imprescindible para los momentos en que la economia va bien.
La adaptación de las nuevas generaciones a situaciones de mayor precariedad
laboral y menor capacidad adquisitiva (ya teorizadas por economistas como Max-
Neeff, 1998), junto a una cierta y encubierta desactivación del estado del bienestar,
ignoramos cómo afectará al futuro de la Psicología Social, por lo menos la aplicada.
Sin embargo, irónicamente parece abrirse un brillante futuro para los psicólogos
clínicos.

159
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

7.5. Los procesos migratorios, de nuevo un reto


Las migraciones son, quizás, una de las características prominentes de la
humanidad desde sus orígenes. Sin embargo, el fenómeno se hace cíclicamente
más notorio, por cambios en sus formas o en sus direcciones. Así, por ejemplo, en
los ochenta volvieron hacia el sur de Europa muchos de los emigrantes que
buscaron su supervivencia en Alemania. Era un efecto de la crisis de aquel país, de
la atracción del futuro que se abría con la transición democrática del Estado Español
y de la finalización de la política de rotación de trabajadores invitados temporalmente
resultado de los acuerdos bilaterales de los años sesenta. Como describe
King (1995: 20), la política de Gastarbeiter evitaba que los trabajadores hiciesen
raíces. No se les consideraba inmigrantes sino trabajadores temporales, con lo que
no se les concedía derechos de ciudadanía, a diferencia de lo que ocurría en Francia
o Suiza. Cohen (1987) hablaba de esclavos de la moderna Europa. Pero las
migraciones a toda Europa continuarán, quizás menos masivas pero de mayor
distancia geográfica, cultural y religiosa. Y cuanto más lejanas, más precarias en las
condiciones de vida, las condiciones laborales y los riesgos que están dispuestos a
asumir, si más no por la indefensión que genera el desconocimientos del medio.
Se estima que la población migrante actual en el mundo oscila entre 25 y 30
millones de trabajadores legales, que se dobla con los familiares, y es mucho mayor
si se consideran los ilegales (Castles y Miller, 1993; Potts, 1990), llegando hasta los
100 millones según Bierbrauer y Pedersen (1996). El número puede crecer aún más
si se consideran las segundas generaciones que, en las legislaciones de algunos
países se consideran ciudadanos nacionales, pero viven en las mismas condiciones
de indefensión, dependencia y referentes culturales, religiosos y lingüísticos que sus
progenitores, constituyendo auténticos ghetto étnicos (Berry, 1990). Ello plantea una
situación que no es nueva, pero sí que tiene unos parámetros distintos de
situaciones similares previas.

7.5.1. Las migraciones en la Psicología


Rogler (1994), en una búsqueda de artículos publicados entre 1974-1993 en las
21 principales revistas de Psicología, sólo el 1% de los más de 30.000 artículos
tenían alguna relación con el tema de las migraciones. El dato no deja de ser
sorprendente, dado que el fenómeno migratorio, de mayor o menor distancia, de
mayor o menor volumen, con causas notablemente cambiantes, desde la migración
forzada por los esclavistas hasta la expulsión por razones de supervivencia, es una
constante en la historia de la humanidad.
Desde una perspectiva psicosocial existen tres puntos de focalización del interés
en los procesos migratorios: origenes, causas y procesos psicosociales relacionados
con el país de origen; problemas, formas de adaptación y procesos vinculados al
inmigrante y su grupo; y procesos psicosociales de las comunidades de recepción.
Tradicionalmente la Psicología se ha centrado más en el tercero, algo en el segundo,
bastante en sus puntos de fricción, poco en el primero, aunque en los noventa esta
tendencia parece cambiar.
Si nos centramos en los origenes, causas y procesos psicosociales relacionados
con el país de origen, siguiendo a Bergere (1996) deberíamos remontarnos al

160
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

darwinismo social, a la mixofobia de Gobineau (1854) y Le Bon y sus


consideraciones de que hay que evitar la homogeneización social de clase, raza y
sexos (Le Bon 1929, p.195) que lleva a la degeneración de la civilización y valores
propios, o a los conceptos de antropofagia referidos al racismo
imperialista/colonialista o de asimilación, y de antropoemia como racismo
diferencialista/mixófobo o de exclusión, utilizados por Lévi-Strauss. Todos ellos
vinculados a los procesos colonizadores. La descolonización comportó el
eclipsamiento de la Psicología de los pueblos y de las razas y su substitución por la
Etnopsicología o Psicología Étnica, que se centrará más que en los lugares de
origen, en las sociedades de recepción.
Desde la Psicología de los pueblos, deberemos saltar hasta los noventa para
volver a encontrar cierto interés sobre los países de origen de las migraciones.
Bierbrauer y Pedersen (1996) analizarán las causas de emigración, que siempre
deben ser vistas en una perspectiva histórica. Para Krau (1991) la perspectiva
psicosocial aporta el descubrimiento de dimensiones o mecanismos ocultos
aparentemente ilógicos, conductas contradictorias y discriminatorias por un lado y su
contribución a una actitud poco adaptativa por otro.
Si nos centramos en los problemas, formas de adaptación y procesos vinculados
al inmigrante y su grupo, algunos de los planteamientos actuales se reconocen
deudores de las viejas teorías de las relaciones cíclicas Park y Burgess de la
Escuela de Chicago, en las que planteaban el conflicto, la acomodación y la
asimilación como alternativas, y en las que el prejuicio no es atributo del individuo
sino de la relación entre grupos, para preservar distancias sociales en la
acomodación. Consideraban que los territorios étnicos facilitan la adaptación de los
inmigrantes a la nueva sociedad, aspecto cuestionado y/o matizado en los
planteamientos actuales. Como recoge Holahan (1982/1991) en los barrios donde se
da mezcla racial y cultural la tolerancia más elevada y la convivencia es mejor que
las actitudes hacia los distintos que se muestran en barrios homogéneos. Además
hay que tener en cuenta la aportación de Amir (1969) de la teoría de las hipótesis del
contacto cultural, según la cual el conflicto en condiciones favorables tiende a la
armonía y en condiciones desfavorables tiende a aumentar la desarmonía, y
describe condiciones que reducen la hostilidad.
Berry (1990) amplía el concepto de migración al de Grupos étnicos, que incluyen
las personas de segunda o de tercera generación que se identifican con una
herencia común vinculada al lugar de origen de los progenitores. En el modelo
ecológico de aculturación de Berry (1990, 1994) individuo y contexto son interactivos.
La adaptación a un nuevo contexto resulta en una nueva identidad. Desarrolla un
modelo bidimensional de aculturación centrado en la deseabilidad de mantenerse en
la cultura heredada y en la deseabilidad de mantener un contacto positivo con la
nueva cultura. Incrementar la identificación con una cultura no requiere disminuir la
identificación con otras, en el contexto de multiplicidad de identidades. Pero hay que
tener en cuenta que, para Smith y Bond (1993), los migrantes que valoran muy
positivamente su propia tradición son más resistentes a conformarse a la cultura de
recepción.
Los procesos psicosociales desde las comunidades de recepción se han
abordado tradicionalmente desde los prejuicios y los estereotipos en relación a la

161
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

conceptualización de racismo. Frecuentemente sin considerar que se trataban de


procesos históricamente causados, dinámicos y cambiantes. Las perspectivas
actuales tienden a enfocar el tema como colectivos en contacto y en conflicto, en el
que, por supuesto, los prejuicios juegan un papel en los procesos categoriales
etnocentrados.
Tajfel (1984) considerará los prejuicios como la expresión individual de
propiedades estructurales de la sociedad en los procesos de categorización. Para
Tajfel y Turner (1986) la mera percepción de pertenencia a un grupo es suficiente
por sí sola para producir una actitud positiva hacia el endogrupo y discriminar al
exogrupo. Además, Friedman (1994) remarca la tendencia de todos los grupos a ver
a los demás como competidores por los mismos recursos limitados.
Para Triandis (1990) la gente tiende a definir su forma de hacer, sentir, pensar
como la natural, y las demás como no naturales e incorrectas. Tiende, además, a
creer que las normas, valores y roles del endogrupo son absolutamente correctas y a
comportarse de manera que favorezca su endogrupo, a sentirse orgulloso de su
grupo y a actuar de manera hostil hacia los miembros de otros grupos. En este
sentido, considera que algunos niveles de etnocentrismo parecen ser universales y
que en los procesos migratorios hay etnocentrismo tanto en los migrantes como en
los receptores.
Para Fisher (1990) la relación entre etnocentrismo y conflicto es compleja. Incluye
diversos niveles. Considera que los rasgos reales o falsos percibidos causan
etnocentrismo, el cual reduce la confianza y contribuye a la escalada de conflictos
mediante la comunicación inefectiva y la ineficacia de las tácticas de contención;
incrementa la distorsión perceptual y los sesgos cognitivos contribuyendo a la
escalada de conflictos, a la vez que reduce la competencia de resolución de
problemas debido a que recodifica y restringe las normas en relación al exogrupo.
En todo caso, lo que parece confirmarse en los noventa, según Wieviorka (1991)
es que se relega el estudio de las características de las étnias y de las razas y se da
prioridad al análisis de los contactos y conflictos reales, situándolo en sus niveles
físicos, geográficos, territoriales, económicos y culturales, pero con el peligro que
señala Bergere (1996: 282) de reducir el prejuicio racial a una expresión de
resistencia al cambio del orden social y renunciar a cuestionar la noción de raza,
marginando el hecho de que esta es una construcción social e histórica.
El migrante siempre ha tenido una consideración ambigua, que le lleva incluso a
asumir su presunta peligrosidad como transgresor de lo común (Moscovici, 1993)
dependiendo de la situación económica de la sociedad receptora. La sociedad
occidental siempre ha tratado de atraer población forastera para hacer las tareas
menos cualificadas (King, 1995; Cohen, 1987; Pott, 1990). El problema estalla
cuando existen dos o más colectivos que se perciben como distintos, que creen
tener derecho o preferencia sobre los demás. Friedman (1994) remarca la tendencia
de todos los grupos a ver a los demás como competidores por los mismos recursos
limitados, lo cual se entremezcla con el etnocentrismo y el racismo de clase en forma
de segregación social o de exclusión simbólica (Grignon, 1993). A nuestro entender,
este fue, en parte, el fenómeno ocurrido en Alemania, en el goteo cada vez mayor de
población procedente de la República Democrática de Alemania; que a partir de la

162
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

mitad de los ochenta precedió a la caída emblemática del muro de Berlin en 1989. El
efecto cuña entre germanos, puso en aprietos a los Turcos, entre otros.

7.5.2. Tipos, causas y políticas


La ironía de la historia ha hecho que, como señala King (1995: 25), el mundo libre
que recriminaba al antiguo Este el no permitir la libertad fundamental de escoger
dónde vivir, sea ahora la Europa del Oeste que dedica sus máximos esfuerzos en
mantener los migrantes fuera. Esto le lleva a expresar The Iron Curtain has become
an ironic curtain! El capital es libre de vagar por el mundo, el trabajo no. Pero en
realidad, según que trabajo. Así, se pueden diferenciar por lo menos tres tipos de
migrantes:
1. El más frecuente y que habitualmente es identificado como inmigrante, que acostumbra a
ser de bajo nivel socioeconómico que migra por necesidad de supervivencia o como
refugiado, a los que se les pone todos los problemas posibles;
2. Un nuevo tipo (o no tan nuevo), también relacionado con la globalización, es la migración
internacional de profesionales cualificados (ejecutivos, artistas, deportista, profesionales
etc) que no acostumbran a tener las dificultades de los no cualificados.
3. Un tercer nivel de migración menos conocido es el de profesionales cualificados de países
de origen emisores de migraciones no cualificadas, con altos niveles de paro entre
intelectuales y profesionales, que con dificultades se les permite la migración para ir a
prestar sus servicios a comunidades de sus étnias en los países del primer mundo (la
comunidades pakistanies y las asiáticas de Manchester son un buen ejemplo de ello).
Los orígenes de los inmigrantes actuales en Europa es múltiple: una minoría de
países asiáticos (excepto en Gran Bretaña, donde son más numerosos); grupos
numerosos de los antiguos países del Este, impulsados por las dificultades
económicas de la nueva situación y una relativa cercanía cultural e ideológica con
occidente; una mayoría de la cuenca mediterránea y los países africanos,
impulsados por persecuciones políticas y religiosas, pero sobre todo por las
necesidades de subsistencia. Necesidades de subsistencia relacionadas con una
sobrepoblación relativa (Grigg, 1980; Sarre y Blunden, 1995), una deforestación
excesiva para cultivos, las luchas tribales por la supervivencia, un acuciante proceso
de desequilibrio ecológico por sobrecultivo y sobreexplotación de recursos naturales
con tecnologías obsoletas e inadecuadas, que lleva a la desertización en muchos
casos. En esta línea de argumentación es frecuente acudir al concepto de capacidad
de carga de un ecosistema. Sin embargo, como señala Martínez Alier (1992) ello es
injusto e incorrecto, ya que la productividad agrícola depende más de la tecnología,
de los recursos energéticos y en definitiva de los recursos económicos que de la
cantidad de territorio. Una muestra es la productividad del escaso territorio agrícola
de los países europeos. Depende pues de valores y de factores políticos.
Habría que estudiar los efectos de unos nefastos procesos de descolonización;
de unos programas bien intencionados de reducción de la mortalidad infantil pero sin
las previsiones suficientes para abordar la explosión demográfica que
inevitablemente debía comportar el rompimiento del equilibrio demográfico; de los
efectos de los mensajes de los mass media de una atractiva sociedad opulenta, pero
también de los mensajes y los efectos imprevistos de las acciones de las
organizaciones de ayuda humanitaria; además de los efectos de acciones menos

163
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

altruistas como el impacto social de Rallies como el París-Dakar, que sólo ha sido
denunciado por impactos ecológicos y no por los desequilibrios sociales que induce.
Como comunidad receptora, la Europa de fin de siglo no tiene nada que ver con
el gran receptor de inmigración que fueron los Estados Unidos de hace cien años,
con un vasto territorio escasamente poblado por delante. Tampoco con la Europa en
reconstrucción de la postguerra y sus grandes migraciones campo-ciudad. Las
condiciones de acomodación y de asimilación (Ballis Lal, 1992; Poutignat y Streiff-
Fenart, 1995; Wieviorka, 1991) de un momento expansivo como el llamado milagro
alemán de los sesenta, no tienen nada que ver con las de momentos en que se sale
de una crisis para entrar en la siguiente. Esto agudiza las sensibilidades y las
desconfianzas entre colectivos.
Las situaciones económicas adversas (Amir, 1969) y la reclusión en barrios
étnicos, funcionales como forma de soporte social informal del endogrupo
(Berry, 1990; Baldassare 1994), funcional en el momento de la llegada, pero
dificultador de un proceso de normalización en la sociedad de recepción, resultan
estigmatizantes y radicalizadores de procesos identitarios, dentro y fuera del ghetto.
La gestión urbana de la ciudad debería tener activamente en cuenta estos
procesos La proliferación de trabajos sobre estereotipos, procesos atributivos, con
nuevos enfoques de temas tradicionales como el racismo, la convivencia de culturas,
menos centrados en los individuos y más focalizados en los procesos de grupo y las
dinámicas macrosociales, el surgimiento de nuevas identidades sociales y la
interculturalidad, como procesos dinámicos en el tiempo, están estrechamente
ligados a esta situación. No en vano algunos de los libros con el titulo de Psicología
Social Aplicada, hechos en europa en los noventa (Semin y Fiedler, 1996; Alvaro,
Garrido y Torregrosa, 1996) presentan la novedad de dedicar sendos capítulos a los
procesos migratorios y la interculturalidad.

7.6. La caída del Este, desideologización y movimientos


solidarios
La caída del Este ha tenido efectos muy diversos sobre la comunidad
internacional. Además de un nuevo flujo migratorio de menos distancia cultural y
étnica, y por tanto más asimilable, ha significado en los noventa la apertura de un
mercado laboral de bajos costos sociales y ambientales en pleno centro de Europa,
con claros efectos sobre las crisis económicas de la Comunidad. La finalización de la
Guerra Fría eximió a Europa del papel de cojín amortiguador, permitiendo que se
plantee la desactivación del estado del bienestar que hasta entonces resultaba
inprescindible para mantener la paz social, cuando existían modelos contrapuestos y
alternativos. Los nuevos problemas sociales causados por las enormes diferencias
sociales emergentes, podrían favorecer el florecimiento de una Psicología Social
incipiente. Pero la maltrecha economía no parece permitirlo por ahora. En opinión de
Munné, uno de los pocos observadores sistemáticos de la antigua Psicología Social
soviética, la Psicología Social parece estar sumida en una desorientación total y
corre el peligro de perderse, ... de no ser aprovechada (Munné, 1996: 58). Los
procesos identitarios emergentes -ya que la sociedad avanzada no ha sido capaz de
mediar en los conflictos- nos ofrecen por lo menos la posibilidad de estudiar algunos

164
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

procesos psicosociales implicados en situaciones históricamente excepcionales, de


tradicional interés para la disciplina.
Uno de los efectos de todos estos factores, pero que se hereda aún de la crisis
social del 68 (Javaloy, Rodríguez-Carballeira y Espelt, 2001) es el creciente
sentimiento de alienación y de desconfianza hacia las instituciones, que está detrás
del surgimiento de los llamados nuevos movimientos sociales. Alienación reforzada
por el creciente alejamiento de los núcleos reales de decisión, como remarcaba
Castells (1987). La creciente importancia de las instancias
supranacionales/supraestatales en la política, la economia y las empresas, el medio
ambiente, los mass media, las redes informáticas etc., acrecienta si no la realidad, sí
por lo menos la percepción de este alejamiento y la imposibilidad e inutilidad de tratar
de intervenir en sus decisiones, ni directa ni indirectamente a través de los sistemas
representativos, generando sentimiento de indefensión en los ciudadanos.
En algunos casos -y parece que en este período de una manera creciente- ello
lleva al surgimiento de sistemas autoorganizados (reivindicativos o no), con una
fuerte componente de autodefensa y de solidaridad, en los que parecen primar más
los valores que las ideologías. Estos sistemas, más próximos y de más fácil acceso y
control directo por parte de sus miembros que las instituciones o los partidos
(Scott, 1990/1996), juegan un importante papel en el surgimiento de identidades
sociales. Pueden llegar a constituir auténticas estructuras sociales paralelas y
substitutas de las del Estado. De hecho, constituyen una cierta vuelta a una sociedad
organizada localmente, o de ámbitos alcanzables por sus ciudadanos.
En algunas situaciones extremas, la evolución de la autoorganización puede
llegar a ser perversa y mafiosa. En estos parámetros hay que entender algunas
organizaciones en zonas o barrios marginados y enquistados, que siendo
delincuentes para el resto de la sociedad, pueden ser benefactoras para su
comunidad. Los cártel de la droga colombianos son poderes incontrolables en la
sombra, con su paternalismo protector y perverso, pero mucho más cercano a sus
súbditos que los gobiernos institucionalizados, vistos como instrumentos
explotadores al servicio de intereses extranjeros (p.e. el Cártel de Medellín y el Cártel
de Cali construían viviendas sociales, servicios de atención social y sanitaria, etc. en
sus ciudades). Algunos estallidos de violencia como los de Los Angeles en 1992
(Baldassare, 1994) son movimientos de autodefensa y de supervivencia en una
sociedad hostil, entre grupos marginales y sin espectativas, en unidades territoriales
(ghettos) inpenetrables por ajenos, pero con una estructura social compleja,
vertebrada y estratificada, incluso con profesionales bien formados. Otras muestras
las podemos encontrar en Puerto Rico, en Manchester, en París o en Barcelona, por
citar algunos.
Un aspecto que constituye una incognita todavía, es la evolución que pueden
seguir las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), especialmente cuando por
sus objetivos de amplio abasto geográfico, en principio altruistas y solidarios, crecen
de forma desmesurada, se burocratizan y deviene dificilmente controlables,
siguiendo la tendencia de toda organización de nacer con unos objetivos claros,
crecer, luchar por no morir incluso aunque sus objetivos hayan sido superados o
desfasados. La evolución de su liderazgo, el potencial de influencia que puedan
alcanzar y la utilización que de el pueden realizar, son dificiles de calcular y preveer.

165
Psicología Social Aplicada e Intervención Psicosocial

Independientemente de la evolución que puedan sufrir, las ONGs, los


movimientos de voluntariado, las acciones de solidaridad, son una expresión de la
vitalidad de una sociedad civil, que siempre resurge dentro o fuera de las estructuras
formales de la sociedad. Entre estos grupos, en los años ochenta y noventa, han
presentado una especial vitalidad los movimientos ecologistas, analizados como
movimientos sociales por la Psicología del comportamiento colectivo (Wood, 1982;
Milbrath, 1990; Javaloy y Espelt, 1996; Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001;
Seoane 1990; Scott, 1990/1996) y como valores y comportamientos ambientales por
la Psicología Ambiental (obviamos citar, por la larga lista que ello supondría); los
movimientos feministas, que han visto aparecer un buen número de textos de
Psicología Social sobre o con una perspectiva feminista (Wilkinson, 1986;
Irigaray, 1987; Massey, 1990; Nicholson, 1990; Wilson, 1991; Javaloy et al., 2001), y
los movimientos de solidaridad, con eco en las perspectivas críticas de la Psicología
Social.

7.7. Identidades y comunidades: a modo de conclusión


Analizados algunos aspectos macro y microsociales que me han parecido
relevantes como conformadores de nuevos escenarios y nuevos retos para la
Psicología Social Aplicada, cabe preguntarse hasta qué punto el resurgir de las
teorías del self y de la identidad, en las últimas décadas, por un lado, es reflejo de la
tensión social que se vive en una Europa que siente amenazada su continuidad
como paraíso del bienestar y, por otro, responde a procesos de resurgimiento de
redes sociales y a la creación de nuevas identidades en comunidades desarraigadas
(tanto en el primero, en el tercero como en el cuarto mundo).
Los rápidos procesos de cambio de los hábitats y los estilos de vida han roto las
redes sociales de soporte social informal prexistentes, que sin embargo siempre
tienden a regenerarse, con más o menos tiempo, aunque de una manera poco
previsible. Ello nos lleva a los desarrollos temáticos sobre la identidad social, de la
identidad de lugar (Place Identity) (Proshansky, Fabian y Kaminoff 1983; la identidad
social urbana (Lalli, 1988, 1992), la apropiación del espacio y el apego al lugar
(Altman, I. y Low, 1992; Korosec-Serfaty, 1976; Pol, 1994/1996; Hidalgo y
Hernández, 1996) y el simbolismo del espacio (Aragonés, Corraliza, Cortés y
Amérigo, 1992; Valera, 1993; Valera y Pol 1994; Pol y Valera, 1999) y algunos
planteamientos de la Psicología Comunitaria latinoamericana (Montero 1994;
Wiesenfeld, 1994). El reto pasa ahora a ser el desarrollo de la comunidad por la
propia acción de la comunidad, no por la acción salvadora de expertos ajenos,
bienestantes.
Todo ello sitúa al psicólogo social (como cualquier ciudadano activo) en una
situación paradójica y de riesgo que en pocos casos estamos dispuestos a asumir.
Para la inevitable autorreconstrucción social de la población globalizada y
desposeída (el 80% de la población mundial), tanto en los países del primer mundo -
con el llamado cuarto mundo interior de occidente- como en los del tercer mundo, le
pueden ser de utilidad los conocimientos que la Psicología Social ha desarrollado,
pero con una perspectiva de aplicabilidad crítica y no tecnocrática, plural teórica y
metodológicamente, para la construcción participativa del conocimiento específico,
del análisis y las posibles soluciones de los problemas más acuciantes, que serán

166
Caja de herramientas para elaborar una propuesta de Intervención Psicosocial

por definición, temporales y pasajeras, y deberán reconsiderarse continuamente. La


realidad social, la cotidianidad, no opera linealmente ni previsiblemente, como se
asume desde los paradigmas críticos y de la complejidad. No hay que buscar
estimular la participación de los alienados, hay que evitar que se produzca la
alienación.
Como ha mostrado la Psicología Social a lo largo de toda su historia, la
participación, la implicación, el compromiso, están en la base de la propia identidad y
son la tendencia natural del ser humano. El tejido social, las redes informales de
soporte social, siempre resurgen, aunque sea en la marginación y con derecho a
equivocarse.

167
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184
Psicología Social Aplicada
e
Intervención Psicosocial
Psicología Social Aplicada
e
Intervención Psicosocial

Bernardo Hernández
Sergi Valera

Colaboradores
César San Juan y Tomeu Vidal
Capítulo 6

Enric Pol
Capítulo 7

Editorial Resma
Psicología Social Aplicada
e
Intervención Psicosocial

Bernardo Hernández
Catedrático de Psicología Social
Universidad de La Laguna

Sergi Valera
Profesor Titular de Psicología Social
Universitat de Barcelona

Enric Pol
Profesor Titular de Psicología Social
Universitat de Barcelona

César San Juan


Profesor Titular de Psicología Social
Universidad del País Vasco

Tomeu Vidal
Profesor Asociado de Psicología Social
Universitat de Barcelona

Editorial Resma
Psicología Social Aplicada
e
Intervención Psicosocial
Primera edición: mayo, 2001.
© Editorial Resma S.L., 2001.
© Bernardo Hernández y Sergi Valera, excepto capítulos 6 y 7.
© César San Juan y Tomeu Vidal: capítulo 6.
© Enric Pol: capítulo 7.

Diseño de cubierta: Javier Ruiz León.


Diseño y composición del texto: Stephany Hess y Gustavo M. Ramírez Santana
Depósito Legal: TF. 896/2001
ISBN: 80-932026-0-6
Impresión y Encuadernación:

Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcialmente, sin


el permiso previo del editor.

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