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XVIII
“EL ORDEN SIMBÓLICO”
La relación del amo y el esclavo es un ejemplo límite, es una lucha de prestigio, un deseo de
reconocimiento. El registro imaginario donde se despliega sólo aparece en el límite la experiencia. La
experiencia analítica no es total. Se define en otro plano que el plano imaginario: en el plano simbólico.
Hegel habla de la lucha y el trabajo. Hegel se centra en este aspecto para estructurar en un mito
originario la relación fundamental, en el plano que él mismo define como negativo, como marcado de
negatividad.
Es el hecho de que el amo se ha comprometido en esta lucha por razones de puro prestigio y que, por
ello, ha arriesgado su vida. Este riesgo marca su superioridad y es en su nombre, y no en el de su
fuerza, que es reconocido como amo por el esclavo.
Esta situación comienza por un callejón sin salida, ya que para el amo el reconocimiento del esclavo
nada vale, puesto que quien lo reconoce no es más que un esclavo, es decir, alguien que el amo no
reconoce como hombre. Callejón sin salida de la situación imaginaria. Situación imaginaria como
relación mortal: si no mediara lo simbólico la única salida es que uno de los dos debe morir. Su punto de
partida es mítico, puesto que imaginario. Pero sus prolongaciones nos introducen en el plano simbólico.
Al esclavo se le impone una ley: satisfacer el deseo y el goce del otro. No basta con que pida
clemencia, es necesario que vaya a trabajar. Y cuando se va al trabajo aparecen normas, horarios:
entramos en el dominio de lo simbólica.
De hecho, el mito mismo sólo puede ser concebido como ya ceñido por el registro simbólico en función
de lo que ya señalé hace un rato: la situación no puede estar fundada en no sé qué pánico biológico
ante la cercanía de la muerte. Nunca la muerte es experimentada como tal, nunca es real. El hombre
sólo teme un miedo imaginario. Pero esto no es todo. En el mito hegeliano, .la muerte no está ni
siquiera estructurada como temor, está estructurada como riesgo y, por decirlo todo, como apuesta.
Porque existe desde el comienzo, entre el amo y el esclavo, una regla de juego.
Pensar, es sustituir los elefantes por la palabra elefante, y el sol por un redondel. Entre esa cosa que
fenomenológicamente es el sol y un redondel hay un abismo. El sol en tanto que designado por un
círculo no vale nada. Sólo vale en la medida en que ese redondel es puesto en relación con otras
formalizaciones que entonces constituyen con él esa totalidad simbólica en la cual ocupa él su lugar. El
símbolo sólo vale en la medida en que se organiza en un mundo de símbolos.
La palabra es la que instaura la mentira en la realidad. Precisamente porque introduce lo que no es,
puede también introducir lo que es. Antes de la palabra, nada es ni no es. Sin duda todo está siempre
allí, pero sólo con la palabra hay cosas que son – que son verdaderas o falsas, es decir que son – y
cosas que no son. Sólo con la dimensión de la palabra se cava el surco de la verdad en lo real. Antes
de la palabra no hay verdadero ni falso. Con ella, se introduce la verdad y también la mentira, y muchos
otros registros más. La palabra es por esencia ambigua.
Simétricamente, se cava en lo real el agujero, la hiancia del ser como tal. Apenas intentamos
aprehender la noción de ser, ésta se revela tan intangible como la palabra. La palabra introduce el
hueco del ser en la textura de lo real; ambos se sostienen y se balancean mutuamente, son
exactamente correlativos.
En la situación de transferencia –dice Balint– se trata del valor de la palabra; en tanto ella es función de
lo simbólico, del pacto que une entre sí a los sujetos en una acción. La acción humana por excelencia
está fundada originariamente en la existencia del mundo del símbolo, a saber, en leyes y contratos. Es
realmente en este registro en el que Balint, cuando está en lo concreto, en su función de analista, hace
girar la situación entre él y el sujeto.
Este es pues el plano en el que viene a jugar la relación de transferencia: juega en torno a la relación
simbólica. La transferencia implica incidencias, proyecciones de las articulaciones imaginarias, pero se
sitúa por entero en la relación simbólica. Se sitúa en el plano de SA y no de aa’.
La palabra no se despliega en un solo plano. Siempre tiene sus trasfondos ambiguos. Por ser del
sujeto, no nos referimos a sus propiedades psicológicas, sino a lo que se abre paso en la experiencia
de la palabra, experiencia en la que consiste la situación analítica
Esta experiencia se constituye en el análisis mediante reglas muy paradójicas, puesto que se trata de
un diálogo, pero de un diálogo que sea lo más posible un monólogo. Se desarrolla según una regla de
juego y, por entero, en el orden simbólico.
SEMINARIO 2 – CAP. XIX
“INTRODUCCIÓN DEL GRAN OTRO”
Hoy quisiera proponerles un pequeño esquema que ilustrará los problemas suscitados por el yo y el
otro, el lenguaje y la palabra. Se trata de algo que distingue a lo imaginario de lo simbólico.
Partimos de la idea de que el yo es una construcción imaginaria. Tiene que ver con la imagen, con el
estadío del espejo.
He aquí el esquema.
S es el sujeto analítico, no en su totalidad sino en su abertura. No es
ahí donde él se ve. Se ve en a, y por eso tiene un yo. Puede creer
que él es este yo.
Lo que por otro lado nos enseña el análisis es que el yo es una
forma fundamental para la constitución de los objetos. En particular,
ve bajo la forma del otro especular a aquel que llamamos su
semejante. Esa forma del otro posee la mayor relación con su yo, es
superponible a éste y la escribimos a’.
Debe distinguirse otro plano, que llamaremos el muro del lenguaje: el
discurso. Es en donde adviene el sujeto en tanto sujeto nombrado.
Lo imaginario cobra su falsa realidad a partir del orden definido por el muro del lenguaje. El yo, el otro,
el semejante, todos estos imaginarios son objetos porque son nombrados como tales en un sistema
organizado, que es el del muro del lenguaje.
Aquellos a quienes el sujeto les habla también son aquellos con quienes se identifica.
Lo que no conocemos, los verdaderos Otros, los verdaderos sujetos, están del otro lado del muro del
lenguaje. A ellos apunto cada vez que pronuncio una verdadera palabra, pero siempre alcanzo a a’, a’’,
por reflexión. Apunto siempre a los verdaderos sujetos, y tengo que contentarme con sombras. El sujeto
está separado de los Otros, los verdaderos, por el muro del lenguaje. Dicho, en otros términos, el
lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente comprenderlo. Y de
esto precisamente se trata en la experiencia analítica. No se trata de “comprender” al otro.
En el análisis posfreudiano, el sujeto reconcentra su yo imaginario bajo la forma del yo del analista, en
un encuentro de yo a yo. Donde se opera es en el plano de lo imaginario. Esto lleva a un callejón sin
salida, a una relación mortífera. No debe hacerse parcialización fundamental imaginaria del sujeto
(pulsiones parciales). El analista debe ser un sujeto tal que intente que en él el yo esté ausente. El
análisis debe apuntar al paso de una verdadera palabra, que reúna al sujeto con otro sujeto, del otro
lado del muro del lenguaje. El analista debe ser un espejo vacío. No debe ubicarse en a’ sino en A (para
luego correrse). Lo que pasa pasa entre el yo del sujeto y los otros semejantes (no el analista porque su
yo no está). El progreso del análisis radica en el desplazamiento de esa relación que el sujeto puede
captar en todo instante, más allá del muro del lenguaje, que es de él y donde no se reconoce. Consiste
en hacerle tomar conciencia de sus relaciones con todos esos Otros, sus verdaderos garantes. Debe
descubrir a qué Otro se dirige sin saberlo (rectificación subjetiva).
ESCRITOS I
FUNCIÓN Y CAMPO DE LA PALABRA
Y DEL LENGUAJE EN PSICOANÁLISIS
Los animales poseen códigos, sistemas de señales. Se distingue del lenguaje por la correlación fija de
sus signos con la realidad que significan. Pues en un lenguaje los signos toman su valor de la relación
los unos con los otros, en la repartición léxica de los semantemas tanto como en el uso posicional de
los morfemas contrastando con la fijeza de la codificación.
LUIS SALOMONE
SOBRE LA MUERTE Y EL DESEO
Inconscientemente estamos convencidos de la inmortalidad. No hay representación de la muerte propia
en el inconsciente. La vida es planteada como un viaje, como una espera. Pero la muerte no es eso que
está más allá de la vida, sino aquello que permanece indefectiblemente unida a ella.
A través del estadío del espejo se pone de manifiesto que la formación del yo es de naturaleza
agresiva. La relación con otro revela una dimensión mortal que emerge en lo imaginario bajo la forma
de agresividad. Si se identifica con el otro, es coagulándolo en la metamorfosis de su imagen esencial, y
ningún ser es evocado nunca por él sino entre las sombras de la muerte.
En el juego del Fort-Da nace el símbolo: el lenguaje y el deseo. El símbolo es el asesino de la cosa, y el
asesino es el heredero: ocupa el lugar donde la cosa reinaba. La muerte entonces se vincula con la
emergencia de lo simbólico.
La falta implica que el sujeto surge a partir de su relación con el Otro. Esto supone otra falta anterior,
real, que tiene que ver con el advenimiento del ser viviente a partir de la reproducción sexuada. El
sujeto, al necesitar del sexo queda sometido a la muerte. No se busca el complemento sexual
(Aristofanes) sino esa parte perdida que es consecuencia de un ser que en tanto sexuado deja para
siempre de lado la inmortalidad (laminilla).
ESCRITOS 2
LA DIRECCIÓN DE LA CURA Y LOS PRINCIPIOS DE SU PODER
La demanda tiene que ver con lo puesto en palabras.
El deseo es de deseo, no de algo nombrable.
La necesidad tiene que ver con cómo se posiciona en función de lo otro. Como responde el otro
entendiendo la demanda como necesidad. No es feliz cuando la demanda se confunde con la
necesidad.
El deseo es lo que se manifiesta en el intervalo que cava la demanda más acá de ella misma, en la
medida en que el sujeto, al articular la cadena significante, trae a la luz la carencia de ser con el llamado
a recibir el complemento del Otro, si el Otro, lugar de la palabra, es también el lugar de esa carencia. Lo
que de este modo al Otro le es dado colmar, y que es lo que no tiene puesto que a él también le falta el
ser, es lo que se llama amor, pero es también el odio y la ignorancia (pasiones del ser). Es también lo
que evoca toda demanda más allá de la necesidad que se articula en ella, y es aquello de que el sujeto
queda privado, tanto más cuanto más satisfecha queda la necesidad articulada en la demanda. Más
aún, la satisfacción de la necesidad aparece como el engaño contra el que se estrella la demanda de
amor. Pues el ser del lenguaje no es el ser de los objetos. Si el Otro tiene sus ideas sobre las
necesidades del niño y en lugar de lo que no tiene lo atiborra con la papilla asfixiante de lo que tiene,
confunde sus cuidados con el amor. El niño al que alimentan con más amor es el que rechaza el
alimento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental). No se perdona la ignorancia. La
ignorancia es creer que hay una necesidad que se puede colmar.
El deseo de un hombre es el deseo del Otro. No se trata de la asunción por el sujeto de las insignias del
otro sino de esa condición que tiene el sujeto de encontrar la estructura constituyente de su deseo en la
misma hiancia abierta por el efecto de los significantes en aquellos que para él viene a representar al
Otro, en cuanto que su demanda está sujeta a ellos.
El deseo se produce en el más allá de la demanda por el hecho de que al articular la vida del sujeto a
sus condiciones poda en ellas la necesidad, pero también se ahueca en su más acá, por el hecho de
que evoca la carencia de ser que constituye el fondo de la demanda de amor, del odio y de lo indecible
de lo que se ignora en su petición. El deseo se escapa. Poda, recorta la necesidad. Es carencia de ser
porque es necesario que el otro sea en falta para que se constituya como deseante.
El deseo se articula en el discurso pero no se dice. El deseo se encuentra entre significante y
significante, en las aristas del discurso, pero no hay un significante que diga qué es el deseo. Se
desplaza metonímicamente.
La demanda sí se puede decir. Es demanda de este o aquel objeto. Demanda de amor, completud a la
que aspira el narcisismo. Pedimos al otro que nos complete.
El deseo se articula en significantes. El sujeto siempre es captado entre líneas. El deseo es insatisfecho
por el significante, se desliza como inaccesible, metonímicamente. Es necesario por la carencia de ser
que lo sostiene. El ser es siempre carente, en falta. Si hubiera un significante que nombrara al deseo, si
no hubiera necesidad de desplazamiento, estaríamos en el terreno de la comunicación animal.
SEMINARIO 11 – CAP. II
EL INCONSCIENTE FREUDIANO Y EL NUESTRO
Significantes opuestos que modelan las relaciones humanas.
La función totémica es una función clasificatoria primaria. Un juego combinatorio que da lugar al
inconsciente.
Entre la causa y el inconsciente está lo que cojea. Causa es lo determinante en la cadena. El sujeto
queda atrapado entre lo que dice y lo que quiere decir.
El inconsciente nos muestra la hiancia por donde la neurosis empalma con lo real. Lo real queda del
lado del goce. La hiancia tiene que ver con lo que Freud llamaba el ombligo del sueño.
En el dominio de la causa: la ley del significante, que se produce en la hiancia.
A nivel inconsciente hay algo homólogo a lo que sucede en el sujeto, y eso habla.
Tropiezo, falla, fisura.
En una frase algo viene a tropezar. Freud busca allí al inconsciente. Algo intencional con una extraña
temporalidad. Hallazgo que es en realidad un re-hallazgo. No como un sentido a descubrir sino algo a
advenir.
Tiene efecto de sorpresa, aquello que rebasa al sujeto. Está en función de la diferencia entre lo perdido
y lo encontrado.
Es en la discontinuidad donde aparece la vacilación.
A. IMBRIANO
SOBRE EL ESTATUTO DEL INCONSCIENTE
El inconsciente está estructurado como un lenguaje. El universo del sentido debe ser hallado en lo
inconsciente. Entre condensación y metáfora y entre desplazamiento y metonimia hay
equivalencia de leyes, por lo cual hay equivalencia de estructura. La cultura es diferente a la
naturaleza, y del lado de la cultura ubica al Otro (el muro del lenguaje). El lenguaje es previo a la
formación del sujeto y lo incluye.
Entre la causa y aquello que afecta está lo que cojea, la hiancia donde se encuentra al sujeto en
estado de hendija. Esta hiancia se conecta con lo real (con lo no-realizado).
El inconsciente se manifiesta como lo no-nato, a la espera de ser descubierto.
El inconsciente está al mismo nivel que el sujeto.
El inconsciente aparece a modo de tropiezo, fisura que pide realizarse. Tiene una extraña
temporalidad. Lo que se produce en esa hiancia es un hallazgo, sorpresa.
El inconsciente es un fenómeno discontinuo, vacilante.
El inconsciente es una experiencia que se da en la ruptura, en el corte, en la hendija
El inconsciente tiene sincronismo: se da en un punto central.
Por lo tanto:
El inconsciente se manifiesta como lo que vacila en un
corte del sujeto, del que resurge un hallazgo similar al
deseo situado en la metonimia del discurso en el que el
sujeto se sorprende en un punto inesperado.
JAQUES MILLER
LÓGICAS DE LA VIDA AMOROSA
En la formación del super-yo, Freud distingue dos términos: desamparo y dependencia. El resultado es
la angustia de la pérdida de amor. Esto llevó a Lacan a distinguir dos tipos de demanda: una en el nivel
de la necesidad y otra en el nivel del amor. Hay una dependencia a nivel de otro que tiene lo necesario
para satisfacer la necesidad, y está el Otro de cuyo amor depende el sujeto (conexión entre amor y
pulsión). Ante el desamparo inicial se le demanda al Otro que tiene.
Pulsión (muda)
Deseo (interpretación)
Necesidad
En la base está la necesidad natural, que sólo se conoce a través de una demanda dirigida
al Otro que tiene lo necesario para satisfacer esa necesidad. Luego se distingue una segunda demanda
de amor, dirigida al Otro en tanto que no tiene. Entre esas dos demandas Lacan inscribe el deseo. El
deseo es la arista de la pulsión articulable a una palabra, pero en tanto se nombra, se escapa. La
pulsión supone todos los estadíos. La pulsión es una forma de demanda en tanto que no se puede
interpretar. En cambio el deseo se trata de una demanda interpretable. Demanda es dirigirse a Otro. Es
lo dicho por el paciente en análisis, lo cual por el sólo hecho de ser dicho da lugar a la interpretación.
Pero también hay una demanda que no habla, que es muda, silenciosa, y que supone al lenguaje. En el
vector de la demanda está la parte que se puede interpretar: el deseo, y la parte que no se puede
interpretar: la pulsión.
La pulsión es como una voluntad de goce, mientras que el deseo es a la vez voluntad y rechazo del
goce. El amor permite al goce condescender al deseo. El goce pulsional se articula al deseo a través
del amor. El goce es la satisfacción interna de la pulsión. Se renuncia a las pulsiones, al goce pulsional,
por el amor. Como resultado surge la insatisfacción fundamental del deseo. El plano del goce implica la
no puesta en palabra. Por lo tanto el deseo implica el rechazo del goce porque necesita la puesta en
palabra.
En un principio no hay superyo sino dependencia. Para no perder el amor se renuncia a la pulsión.
Introyección del otro es la inscripción de un significante., Es el proceso simbólico. Esto es la formación
del superyo. El superyo le exige a la pulsión que renuncie al goce,
exigencia
pero cuanto más exigente el superyo, mayor es el goce. Por lo cual
se produce un goce en la renuncia.
pulsión superyo
EL ESTADÍO DEL ESPEJO1 COMO FORMADOR DE LA FUNCIÓN DEL YO2
renuncia TAL COMO SE NOS REVELA EN LA EXPERIENCIA PSICOANALÍTICA3
Lo importante de este artículo es el valor de la mirada en la constitución del yo pero desde aquello que
aparece en el sujeto que está en análisis.
La etología muestra que es necesario que un animal concrete la visión de un congénere para
desarrollar gonadotróficamente (experiencia de la paloma y el espejo).
Kohler (psicólogo evolutivo) marcó que cuando un niño capta su imagen en el espejo tiene júbilo e
intenta repetir la experiencia (los animales no).
La actividad del niño frente al espejo revela un dinamismo libidinal hasta entonces problemático y una
estructura ontológica del mundo. Revela la modalidad por la cual el ser se expresa. En el hombre, la
característica es la distancia entre el ser y el modo de revelarse. O sea, que ese mecanismo libidinal
constituye la ontología del sujeto. Es estructurante. Hace referencia a que el conocimiento es paranoico.
Es un conocimiento de si, fuera de si.
La experiencia del psicoanálisis es opuesta a toda filosofía derivada del cogito, dado que esta equipara
al yo con el pensamiento. El psicoanálisis descubre que hay pensamiento inconsciente 4. La experiencia
simbólica es siempre de sorpresa.
La experiencia psicoanalítica aporta la función de desconocimiento estructural que tiene el yo, que se
conforma en tanto que diferente de otro.
Según Freud, el yo surge como la capa externa del ello que choca con el principio de realidad. Es lo que
precipita de las imagos. Hay un “yo pienso” como desconocido por una cuestión del aparato psíquico
(represión primordial) y por una cuestión del modo de funcionar psíquico (represión propiamente dicha).
El sujeto como mera existencia, como “cacho de carne”, es un ente que está influenciado por lo
simbólico. Uno se forma una imago. Todo lo que del otro coincide lo indiferencia del otro. El yo que
interesa es el de la diferencia, el de la función de desconocimiento, lo que precipita es lo que no se
absorbió en la relación con el otro.
Se producen dos vértices: el de la identificación con el semejante y el de reconocerse como diferente al
semejante. El yo en su constitución implica un movimiento de concordancia con el objeto y un
movimiento de discordancia a la vez: yo soy ese (del espejo, de una imagen unificada) y yo no soy ese
(porque soy este del cuerpo fragmentado).
El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente manifiesta la matriz simbólica en la
que el yo se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación
con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto.
1
Algo muy propio me es desconocido. Puedo acceder a ello a través del campo virtual. Se utiliza la metáfora del
espejo para pensar este campo. El espejo es el semejante. Se trata del lugar que ocupamos en la mirada del otro
que nos hace de “espejo”.
2
Permite instalarse como significante en relación a otro portador de significante. En este período se inaugura el
registro imaginario y se conforma el registro simbólico, porque en ese período logra conformarse el yo como
significante que representa a un sujeto para otro significante. Se trata de un posicionamiento respecto al otro.
3
Se refiere a la experiencia de la transferencia, al dispositivo analítico.
4
Esto no es nuevo. Platón ya en el Menon dice que sólo se trata de recordar.
El Otro es la matriz simbólica que preexiste antes que el yo se precipite. El yo que capta la diferencia es
el que le interesa a la experiencia psicoanalítica. Ese yo no es cartesiano. Si se asume la imagen con
júbilo es porque da cuenta de que hay una matriz simbólica previa. Esta matriz simbólica se precipita
antes de que pueda hablar. Permite que antes de que se arme la dialéctica, hay un momento inaugural
constitutivo donde hay una identificación y eso delimita un espacio de lo que no se identifica. O sea, la
matriz simbólica permite identificarse y diferenciarse. Esto antes de la dialéctica de las semejanzas y
diferencias que fluyen en la relación con el otro.
La matriz simbólica hace que el “cacho de carne” se identifique con el objeto libidinal, surge el yo
primordial que se reconoce en el objeto libidinal (constituido por la matriz simbólica) y de ahí surge el
yo-ideal.
Esta forma, que será también tronco de las identificaciones secundarias, posee función de
normalización libidinal. La matriz simbólica regula la libido al “prestarnos” los objetos libidinales.
Esta forma sitúa la instancia del yo, aún desde antes de su determinación social 5, en una linea de
ficción6, irreductible para siempre7 por el individuo solo. El yo es discordante respecto a su propia
realidad.
El estadío del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación;
y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se
sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma ortopédica de su totalidad y a la
armadura por fin asumida de una identidad enajenante.
El desarrollo del ser humano está marcado por una dialéctica particular que marca al sujeto: nació
prematurizado con respecto a lo biológico y con respecto al lenguaje. Nacemos incorporados a un
mundo de lenguaje en donde el sujeto que no habla (infans) debe aprender el manejo del lenguaje
(pasar a ser hablante). Nacemos insertados en un lenguaje que no dominamos. Existe una división
ontológica: si bien el humano se pregunta por quién es, nunca se lo puede responder.
El infans no capta de sí mismo toda su figura ni puede moverse con autonomía ni tiene visión del
esquema corporal. La imagen lo saca de esa insuficiencia y le permite anticiparse. La anticipación no
siempre es dramática. Aparece como drama en la medida en que la anticipación aumenta la
insuficiencia. La contracara es dramática: si yo soy ese, del espejo, completo, yo, de este lado, estoy
fragmentado.
Desde la imagen, el espejo es ortopédico, porque el cuerpo está fragmentado, no solo por el tema de la
mielinización, sino también porque la libido afecta a ciertas partes. Recorre el cuerpo instaurando zonas
erógenas. La imagen del cuerpo del otro nos hace como ortopedia. El lenguaje del otro nos hace de
ortopedia porque nos presta significantes, porque nos presta las significaciones de esos significantes, y
es asi como construimos una identidad enajenante. Lo más propio de la identidad es paranoica: viene
del otro. Esto es constitutivo.
Lo imaginario es irreductible. No se puede anular.
La lógica de lo especular, la lógica de lo imaginario, está referida al enlace entre el mundo interno y el
mundo externo. La ruptura del círculo del mundo interno (innenwelt) al mundo externo (umwelt)
engendra la cuadratura inagotable de las reaseveraciones del yo. El yo necesita reaseverarse
continuamente porque nunca absorbe completamente al objeto, y por más que se identifique al otro,
siempre está condenado a las diferencias con el otro. Al cuadrangular un círculo, siempre hay espacios
que “sobran”.
Cuando termina el estadío del espejo se inauguran la identificación con la imago del semejante y los
celos primordiales. Se tiene celos porque la imagen del otro aporta algo constituyente. Se desarrolla
dependencia con eso. El celo es que venga un tercero y descoloque esa relación de dependencia. Los
celos hacen que uno quiera anular esa diferencia que hace que uno se identifique. El estadío del espejo
inaugura la imago e instaura los celos primordiales. Pero la lógica del estadío del espejo no termina
nunca. Es constitutiva y sigue. Ese otro semejante pertenece a una cultura y está en relación a otros.
5
Relación yo-tu.
6
La ficción tiene que ver con una creación argumentaria.
7
La matriz simbólica nos constituye un ideal irreductible para siempre. Es un ideal ficticio. Es una creación
argumentaria.
Así como nos presta su figura para una imagen total, nos presta su lenguaje para incluirnos en una
cultura. Esa dialéctica instaura al sujeto como expediente cultural8
El concepto de narcisismo primario posibilita el pasaje al segundo narcisismo incluyendo la terceridad
(el mundo). Hay un momento de la lógica especular que tiene que ver con la posibilidad de la
implementación de una distancia. Es necesario incluir un tercero para rescatar al sujeto de la lógica
especular. Sino, quedaría invadido por la agresividad.
La libido yoica no lleva al yo a grandes enriquecimientos porque tiende a satisfacerse autoeróticamente.
Pero allí donde falla la satisfacción del autoerotismo es donde la libido yoica es engrandecedora del
espíritu y el yo desconoce pero tiene la libido que le sirve para conocer los objetos.
En el recurso del sujeto al sujeto, el psicoanálisis puede acompañar al paciente hasta el límite extático 9
del “tu eres eso”, donde se le revela la cifra de su destino mortal 10, pero no está en nuestro solo poder
de practicantes el conducirlo hasta ese momento en que empieza el verdadero viaje.
SEMINARIO 1 – CAP. X
LOS DOS NARCISISMOS12
La imagen real y la virtual son diferentes. En este nuevo esquema el florero será reproducido por el
juego de reflexión de los rayos por una imagen real, no virtual, que el ojo puede enfocar. Si el ojo se
acomoda a nivel de las flores que hemos dispuesto, verá la imagen real del florero rodeando el
ramillete, confiriéndole estilo y unidad; reflejo de la unidad del cuerpo.
Para que la imagen tenga cierta consistencia, es necesario que sea verdaderamente una imagen: a
cada punto del objeto le corresponde un punto de la imagen, y todos los rayos provenientes de un punto
deben cruzarse en un punto único en algún lado. Podríamos distinguir a partir de las diferentes
posiciones del ojo que mira cierto número de casos que tal vez nos permitirían comprender las
diferentes posiciones del sujeto en relación a la realidad.
Para que este ojo tenga exactamente la ilusión del florero invertido, es decir, para que lo vea en óptimas
condiciones, hace falta que hubiera en la mitad de la sala un espejo plano.
Allí se verá la imagen del florero tan nítidamente como si estuviese en el
fondo de la sala, aunque no se la vea directamente. En el espejo, primero se
ve la propia cara allí donde no está. Segundo, en un punto simétrico al
punto donde está la imagen real, se ve aparecer esa imagen real como
imagen virtual.
Existe en primer lugar un narcisismo en relación a la imagen corporal que
hace la unidad del sujeto. Se sitúa a nivel de la imagen real del esquema en
tanto esta imagen permite organizar el conjunto de la realidad. En el
hombre, la reflexión en el espejo introduce un segundo narcisismo. Su
pattern fundamental es la relación con el otro.
El otro tiene para el hombre un valor cautivador, dada la anticipación que representa la imagen unitaria
tal como ella es percibida en el espejo, o bien en la realidad toda del semejante. El otro se confunde en
mayor o menor grado con el ideal del yo. La identificación narcisista del segundo narcisismo es la
identificación con el otro que permite al hombre situar con presición su relación imaginaria y libidinal con
el mundo en general. Es lo que le permite ver en su lugar y estructurar su ser libidinal en función de ese
lugar y de su mundo. El sujeto ve a su ser en una reflexión en relación al otro, al ideal del yo.
Las funciones del yo por una parte desempeñan un papel fundamental en la estructuración de la
realidad,
y por otra debe pasar en el hombre por esa alienación fundamental que constituye la imagen reflejada
de sí mismo (yo ideal), forma originaria del ideal del yo como de la relación con el otro. Lo que este
esquema agrega es la relación reflexiva con el otro.
El ramillete invertido representa la posición del sujeto. La posibilidad del armado de una estructura
psíquica. El Otro es la matriz simbólica. El estadio del espejo da el valor de la virtualidad en la
constitución psíquica. No depende de una realidad objetiva. Construcción de un psiquismo partiendo de
la función de la realidad virtual. La realidad virtual se cumple a través de la imagen del otro y de la voz
del otro. Funciones que se cumplen en tanto y en cuanto lo simbólico determine la posición del sujeto
(el ojo).
El ojo en el espejo cóncavo representa el narcisismo primario, el yo ideal, el yo purificado de placer. Es
una posición utópica.
Lo que este esquema ilustra es cómo el lugar de lo simbólico ubica al sujeto respecto de lo imaginario y
de lo real
El ojo representa lo simbólico, el florero lo real, el espejo cóncavo el yo ideal y el espejo plano el ideal
del yo. Si el ojo está bien ubicado, por empezar, muestra que lo real aparece como virtual (con un lugar
en lo virtual). Es tomado, articulado a lo imaginario por lo simbólico. La imagen del florero es tomada por
el espejo cóncavo y la proyecta como imagen real. Pero el ojo mira al espejo plano: a la imagen virtual
12
Se trata de la relación entre la constitución de la realidad y la forma (ontológica) del cuerpo.
de la imagen real (no del objeto ni de lo real). Esto implica que la realidad psíquica se construye por una
articulación de imagen en imagen en tanto y en cuanto lo simbólico esté bien ubicado. La función del
espejo plano es salir del yo ideal y pasar al ideal del yo. Pasa del primer al segundo narcisismo.
SEMINARIO 1 – CAP. XI
IDEAL DEL YO Y YO IDEAL
El sujeto virtual, reflejo del ojo mítico, es decir, el otro que somos, está allí donde primero hemos visto a
nuestro ego: fuera nuestro, en la forma humana, en tanto está fundamentalmente vinculada con la
impotencia primitiva del ser humano. El ser humano sólo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí
mismo, fuera de sí mismo.
Lo que el sujeto ve en el espejo depende de su posición en relación a la imagen real.
De la inclinación del espejo depende que veamos la imagen. Esto representa la acomodación de lo
imaginario en el hombre. La inclinación del espejo plano está dirigida por la voz del otro. Esto no existe
a nivel del estadio del espejo, sino que se ha realizado posteriormente en nuestra relación con el otro en
su conjunto: la relación simbólica. La regulación de lo imaginario depende de algo que está situado en
el vínculo simbólico entre los seres humanos.
Socialmente nos definimos por intermedio de la ley. Situamos a través del intercambio de símbolos
nuestros diferentes yos los unos respecto a los otros. Estamos en determinada relación simbólica que
es compleja.
La relación simbólica define la posición del sujeto como vidente. La palabra define el mayor o menor
grado de completud, de aproximación de lo imaginario. La distinción se efectúa en esta representación
entre yo ideal e ideal del yo. El ideal del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda
relación con el otro. Y de esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la
estructuración imaginaria.
El esquema ilustra que lo imaginario y lo real actúan al mismo nivel. Si este espejo plano fuese un
vidrio, uno se ve reflejado en el vidrio junto con los objetos que están más alla. Los objetos reales, que
pasan por intermedio del espejo y a través de él, están en el mismo lugar que el objeto imaginario. Lo
propio de la imagen es la carga por la libido. Carga libidinal es aquello por lo cual un objeto deviene
deseable; aquello por lo cual se confunde con esa imagen que llevamos en nosotros.
Mi posición en la estructuración imaginaria sólo puede concebirse en la medida en que haya un guía
que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del intercambio legal, que solo puede
encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres humanos. Ese guía que dirige al sujeto es el
ideal del yo.
La distinción es absolutamente esencial, y nos permite concebir lo que ocurre en el análisis en el plano
imaginario y que se llama transferencia. Para captarla hay que comprender que es el amor. Es un
fenómeno que ocurre a nivel de lo imaginario, y que provoca una verdadera subducción de lo simbólico,
algo así como una anulación, una perturbación de la función del ideal del yo. El amor vuelve a abrir sus
puertas a la perfección.
El ideal del yo, es el otro en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación simbólica,
sublimada, que en nuestro manejo dinámico es a la vez semejante y diferente a la libido imaginaria. El
intercambio simbólico es lo que vincula entre sí a los seres humanos, o sea la palabra, y en tanto tal
permite identificar al sujeto.
El ideal del yo, en tanto hablante, puede llegar a situarse en el mundo de los objetos a nivel del yo ideal,
o sea en el nivel donde puede producirse esa captación narcisística. En el amor se ama al propio yo
realizado a nivel imaginario.
A. IMBRIANO
EL AMOR EN PSICOANÁLISIS
Cómo alguien neurótico puede utilizar un modo de arreglarse con la castración que no tiene que ver con
un significante fálico y cómo en todo caso el trayecto de análisis la implica en la lógica fálica y eso hace
a un cambio de su vida amorosa.
Freud utiliza la palabra elección para dos cosas: elección de la neurosis y elección de objeto de amor.
Es una elección forzada. No es conciente.
También este material sirve para ver lo que puede ser una elección buscando otro complementario a
una elección de un partenaire que no tiene.
La primera elección es de otro complementario que lo tiene todo. Del otro lado hay alguien que lleva
una marca de castración en el cuerpo: es judío.
También sirve para ver el alcoholismo como goce autoerótico y la función narcisística que ese goce
cumplía, desde un lado desconectándola del mundo, y desde el otro lado, cumpliendo con la función de
unificación yoica.
En tanto el yo puede ofrecerse al ello como objeto de amor, allí se cumple una función que es la del yo
regulando la vida pulsional, y en tanto el yo puede convertirse en objeto logra una unificación que
remeda de alguna manera la cuestión de la identidad enajenante. Hay algo que funciona como unificado
y compensa la división del sujeto.
Es un solo acto. El sujeto puede dar cuenta de ello después de que sucedió. Tiene valor de puro acto.
“Impulsión”: no hay articulación significante. Es diferente a la compulsión, que implica una lógica
combinatoria de actos. Es concientizada. Puede refrenarse. Hay dominio del acto. La impulsión posee
vacío significante y puro acto.
En la medida en que el yo puede ser un lugar de gran adhesividad de la libido es que puede ser un
objeto a la pulsión (según Freud). El objeto de la pulsión no es cualquier objeto.
Se trata de un caso diagnosticado como psicosis melancólica. Es una mujer casada con un sacerdote
protestante. Muestra el clivaje de la sexualidad en la mujer. Existe una disociación entre mujer madre y
mujer sexuada. En realidad se trataba de una histeria melancolizada que pasó a histeria fálica. No era
psicosis.
La lógica del amor tiene un nombre: aún
El otro del amor
Este matema llamado Otro tiene diferentes caras que se implican. En general lo tomamos como el Otro
del lenguaje, el Otro del inconsciente, el Otro del cuerpo. Cualquier lugar donde pueda inscribirse un
saber. Un cuerpo marcado por el significante. El amor hace patentizar el cuerpo. La relación con el otro
se significa en el cuerpo. Afecta. Y ese grado de afección se llama amor. Para el neurótico no hay
relación posible con el otro que no sea por el amor (llamese amor, odio, celos, cólera, etc.).
El amor surge de la pregunta de qué me demanda el otro. Qué significante soy para el otro. Por lo tanto
existo porque soy un significante para el otro.
Esto tiene dos caras: el desamparo y la dependencia.
Ambas están dirigidas a otro en tanto se le impone tener. Están articuladas por la angustia, por la
pérdida del amor.
El sujeto nace en estado de elección, de desamparo. Entonces al necesitar ser atendido por otro que lo
rescate del desamparo, genera dependencia respecto de la presencia del otro.
Estas dos vertientes (amor del lado del desamparo y el amor del lado de la dependencia) es la lógica
del amor marcado por la necesidad. Necesidad de que el otro aporte algo. Está marcado por la
procuración. Se ama al otro a través del cual se logra algo o se ama al otro para ser merecedor de algo.
Vertiente que tiene que ver con la educación. Este amor está marcado por las vivencias tempranas
infantiles y de él siempre sabemos algo a través de ciertos rasgos de la vida pulsional.
En el seminario 11 cuando Lacan habla del montaje de la pulsión, habla del campo pulsional. Habla de
la historia de un sujeto en términos de la historia pulsional de un sujeto. Eso es lo que hace historia en
un sujeto. Si la clínica psicoanalítica atiende al concepto de neurosis de transferencia como reedición de
la neurosis infantil no va a ser para explicar de qué se trata aquella sino para ubicar qué objetos
pulsionales constituyeron la historia porque se trata de eso que va más allá del principio del placer, de lo
que insiste.
El amor tiene una lógica originaria y persiste porque deja su rastro en lo pulsional. Tiene que ver con la
pérdida. Si pierdo el amor del otro me pierdo.
La otra lógica del amor se llama amor al que no tiene. Ubica al amor del lado del deseo.
En la primera lógica se demanda al otro en pos de la procuración, de algo que salvaguarde del
desamparo. En esta otra lógica se demanda al otro en tanto que no tiene, en tanto hay causación
del deseo. Aparece el Otro como causación del deseo en el sentido de que se demanda causar
deseo y ser deseante en ese mismo movimiento.
Lógica de la necesidad Se demanda al Otro en su
A procuración de lo que tiene
Amor Lógica del deseo Se demanda al Otro en
A tanto que castrado por la
causación del deseo
Abre propiamente a la metáfora del
amor, a lo simbólico, al amor como
invención. La invención de ese
amor es el deseo.
En la primera lógica el sujeto se objetaliza y quiere entrar como objeto en la demanda del otro. En la
segunda, entre los partenaires inventan el deseo.
Para Lacan, el amor es el esfuerzo de dar un nombre al objeto a. De este lado aparece la lógica del
aún. En eso que no cesa de no inscribirse hay un momento que el que ama cesa eso para inscribir algo,
para inventar algo.
La mujer como mujer del otro
Para Freud la mujer es del padre. Desde allí es siempre la mujer del otro, un otro en tanto que padre.
Para Lacan, hombre y mujer son momentos de la cultura. Un Otro en tanto que lenguaje. Significante.
La mujer como bien del hombre. Las leyes civiles crean a la mujer por interdicción. La cultura es la que
saca a la mujer de la maternidad y la inventa como mujer.
Hay una posibilidad de ser mujer para un hombre sostenido en un trabajo: inventarse todos los días
como mujer.
Para Freud, la otra es la señalada por el padre.
Para Lacan, si la cultura es la que marca el lugar, la relación va a ser con las mujeres. Las hay de
diferentes tipos.