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Importancia de la educación socioemocional desde la

neurociencia
Introducción
Muchas veces se plantean inquietudes en educación a partir de la propia
experiencia como alumnos. Una de las principales inquietudes que he tenido es el
sentido y la importancia que tuvieron cada una de las emociones que aún hoy
recuerdo, tanto positivas como negativas en distintas instancias del propio proceso
de aprendizaje escolar.
En los primeros días de jardín de infantes, la maestra a cargo de la salita, cuando
yo lloraba porque extrañaba a mis padres, me decía: “¡Basta de esas lágrimas de
cocodrilo!” Sin conocer en ese momento el sentido de esa frase, el tono y gesto me
dieron la pauta de que no debía llorar más para evitar un mal mayor. Pero mi
angustia continuó. Hoy me pregunto, si tal vez un pequeño gesto de acercamiento
desde otro lugar hubiera dejado otra huella en esos días de despegue de mis
padres.
Pero no todo fue frustración y desencanto en esos días. Al tiempo, mi maestra
comenzó a poner en mis dibujos unas felicitaciones tan grandes y con una letra
aplicada y armónica, que al día siguiente quería volver a mi salita, mucho más
contenta y aliviada. El reconocimiento no fue solo de mi maestra, sino que implicó
un gran reconocimiento de mis padres. Esa mesa en la salita de jardín, de ser fría y
enorme, se convirtió en algo acogedor y diría que hasta más pequeña.
Mi paso por la escuela primaria estuvo marcado por La Señorita NN. Exigente, pero
de una gran calidez humana, con quien cada una de sus alumnas sentíamos un real
reconocimiento, grande o pequeño, de lo que se podía mejorar, pero que habíamos
trabajado bien.
En la escuela secundaria y en plena adolescencia, tímida y retraída, la frase de una
Profesora de Física al entregarme una evaluación frente a toda la clase: “Se sacó
un diez, pero no sé cómo” dando a entender que no había sido por mi esfuerzo
personal hizo que a partir de ese momento, la Física dejara de ser una opción para
mí.
Pero no todo fue así a lo largo de mi paso por las aulas: La Hna. NN, nuestra
Profesora de Literatura en 4ª y 5ª año, Teresiana, nos enseñó a comprender y
disfrutar de la obra de Santa Teresa. Nos hizo realizar una monografía sobre sus
obras. Además de la nota, numérica, agregó otra conceptual, a lo que añadió un
reconocimiento público: “Has trabajado con interés, pero ten cuidado con la
ortografía”. Realmente mi interés por el análisis de la obra había sido grande, y ella
lo supo ver guiándome con delicadeza hacia una mejora de mi ortografía.
En definitiva, en mi experiencia personal hubo profesoras que con la formación
docente que habían tenido, y tal vez por intuición más que por certezas científicas,
sabían del impacto que podía tener en sus alumnas las emociones que se
generaran en el aula en la relación docente–alumna. Otras, no.
Como coordinadora y luego vicedirectora de una escuela secundaria media, pude
hacer un seguimiento de distintas acciones docentes relativas a diversas
dificultades de aprendizajes de las alumnas y puedo decir con real convicción que
una de las claves está en la relación docente-alumna, según el vínculo que se
genere entre ellas.
El aprender depende en gran parte de los desafíos que se presentan en el entorno
y, dentro de ese entorno, está la figura del profesor, su persona entera y
fundamentalmente, sus capacidades para comunicarse emocionalmente con sus
alumnas.
Las investigaciones sobre los procesos de aprendizaje apuntan que la emoción y la
cognición son inseparables. Este vínculo se establece por múltiples razones, entre
ellas, porque las emociones influyen en la capacidad de razonamiento, la memoria,
la toma de decisiones y la actitud para aprender. Por ello, se considera que las
emociones forman parte del proceso de aprendizaje.

De acuerdo con Bisquerra, "aprendemos aquello que realmente queremos


aprender. Las personas quieren aprender aquello que es importante para ellas, para
su vida y para su supervivencia. Y como todo no cabe en el cerebro, aquello que
consideramos no importante, no nos interesa y lo olvidamos".

De todo ello se deriva la siguiente conclusión: "emoción y motivación son anverso y


reverso de la misma moneda". La motivación puede surgir principalmente del valor
que le atribuyas a aprender algo, ya sea por el placer de aprenderlo (intrínseco) o
por la utilidad que tiene para alcanzar otros objetivos (extrínseco).

Estar motivado implica dedicar más atención, tiempo y esfuerzo a algo y, en


consecuencia, aprenderlo mejor. Así pues, se podría decir que la emoción dirige
nuestra atención que, a su vez, permite una mejor focalización para adquirir y
consolidar los aprendizajes en la memoria.

Hay emociones que ayudan a aprender, como la curiosidad, pero otras limitan el
aprendizaje, como el miedo. En el primer caso, las emociones positivas te motivarán
a seguir aprendiendo. En el segundo, las emociones negativas harán que quieras
dejar de hacerlo.
Emociones que benefician o dificultan el aprendizaje
Se ha comprobado que existen emociones que potencian el aprendizaje y otras que
lo obstaculizan. Los principales estados emocionales que benefician o dificultan el
proceso de aprendizaje son los siguientes:

Favorecen el aprendizaje Dificultan el aprendizaje

Seguridad. Miedo y ansiedad.


Entusiasmo. Tensión.
Alegría. Ira y enfado.
Expectación y asombro. Culpabilidad.
Sensación de triunfo. Aburrimiento.
Curiosidad. Envidia y celos.

Construir climas emocionales positivos te permitirá estar motivado y aprender


mejor. A continuación, encontrarás algunas recomendaciones y buenas prácticas
para alcanzar tus objetivos de estudio, según el experto Rafael Bisquerra:
Creer en tu capacidad para aprender. La percepción que uno tiene sobre sus
posibilidades de alcanzar un objetivo de aprendizaje es clave para la motivación. Si
crees que no lo conseguirás, la desmotivación estará presente. En cambio, si tus
expectativas de éxito son altas, estarás más animado. Por ello, es esencial que te
marques objetivos de aprendizaje realistas y asumibles.
Conectar con la interioridad. Para estar motivado durante el estudio es importante
realizar conexiones con los intereses, necesidades personales, actitudes y
voluntades de cada uno. Puedes hacerte preguntas como "¿por qué me interesa
aprender esto?", "¿cómo me puede beneficiar?" o "¿qué sentido tiene aprenderlo?".
Partir de tus conocimientos previos. Para aprender es necesario ser consciente
de lo que ya sabes sobre un tema y realizar conexiones. Esto facilitará la
consolidación de aprendizajes en tu memoria.
Llevar a cabo un aprendizaje activo. Implicarte activamente significa analizar de
manera crítica aquello que estás estudiando y convertirte en protagonista del
proceso de aprendizaje. Cuando surjan conceptos que desconozcas o no entiendas
conviene que busques información en internet u otras fuentes para dominarlos y
que intentes explicarlos con tus propias palabras.
Entender el contenido. Uno de los problemas que provocan desmotivación es la
sensación de no entender nada. No comprender lo que se explica o lee produce una
sensación de aburrimiento, desmotivación y actitud negativa hacia el estudio. Por
eso, es esencial que preguntes y resuelvas todas las dudas que tengas.
Tomar conciencia de los beneficios del aprendizaje. Las probabilidades de
aprender mejor también dependen de cuánto disfrutes aprendiendo. Por ello, antes
de abordar una sesión de estudio te puedes preguntar: "¿cómo puedo disfrutar en
este aprendizaje?". Una posible respuesta podría ser la razón por la cual estás
realizando esos estudios, es decir, tener presente los frutos que obtendrás al
adquirir esos conocimientos.
Buscar las aplicaciones. Conocer las aplicaciones de aquello que queremos
estudiar hará que el aprendizaje sea más interesante. Puedes investigar su utilidad
en tu vida profesional, familiar, social, cultural, etc.
Por otro lado, emociones como el miedo y la ansiedad pueden surgir cuando te
enfrentas a un reto de aprendizaje. Si estas emociones son muy intensas, no
ayudarán a que consigas tus objetivos. Un nivel de ansiedad bajo puede hacer
que mejores tu rendimiento, aunque mucha ansiedad puede producir que te
bloquees. Esto deriva en la siguiente clave para asegurar el éxito académico: el
autocontrol y la correcta gestión de las emociones.

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